2
El Mimo Moutone La familia Moutone vivía en la calle 529 entre 2 bis y tres. El matrimonio había venido de Italia. El, que era albañil y constructor infalible, se hizo para vivir con su familia una casa era, y todavía es, como una mansión. Tenía dos hijas: la Lina y la Argentina, dos de las pibas más lindas del barrio. Y un hijo menor: el Mimo, que era menudo, rubito y extremadamente simpático. En aquella época había dos barras en el barrio, las de los mayores y la de los menores. Los menores temíamos a los mayores. Los mayores nos trataban con altanería. Las dos barras no se mezclaban. Y que con Mimo había un problema: era demasiado grandes para estar entre los chicos. Y era el más chico entre los grandes. ¿Qué hacer para que no quedara marginado? Los grandes tomaron una decisión sabia, salomónica: lo adoptaron como una especie de mascota. Si hubiera durado un año más habría adquirido plenos derechos. Todos los sábados por la tarde había picada de futbol o bien en el campito de 528 entre 1 y 2, o bien la 32 entre 2 bis y 3. Esos partidos de futbol eran democráticos: no había espectadores, todos jugaban, los grandes excepcionalmente mesclados con los chicos. Pero había límites. Si bien el sistema permitía que en las tardes populosas se armaran equipos de 20 o 30 en… cada bando, a los hora de tocar la pelota había prioridades. Si la pelota, por su propia voluntad, se dirigía, accidentalmente, hacia uno (de los chicos) no faltaba nunca un grande que decía: correte pibe, correte. Y uno debía hacerse a un lado. Si la pelota caía a nuestros pies debía pasarla inmediatamente a un grande si no quería ser víctima de todo tipo de improperios. Eran las reglas del juego y había que respetarlas. Un día el Mimo empezó a faltar a los partidos, y también a las reuniones de los grandes en la esquina. Un rumor inquietante se expandió por el barrio: el Mimo estaba enfermo. Y de algo serio. Una palabra tenebrosa se pronunciaba bajito: leucemia. Los rumores eran cada vez más pesimistas. Y hasta llegó a decirse que los médicos lo habían mandado a la casa: no había nada que hacer. Pero una tarde de sábado, el Mimo sorpresivamente apareció a jugar. Cuando lo vi tan entero, tan sano pensé: todo ha sido una broma de mal gusto, de humor negro. El Mimo nos había estado tomando el pelo. Quiso el azar que aquella tarde quedara en mi equipo. No sé porque todos supimos en mi bando, sin ponernos de acuerdo, que todas las pelotas había que pasárselas a él. El equipo contrario, sin ponerse de acuerdo, sabía que al Mimo no había que marcarlo.

El Mimo Moutone

Embed Size (px)

Citation preview

El Mimo Moutone

La familia Moutone viva en la calle 529 entre 2 bis y tres. El matrimonio haba venido de Italia. El, que era albail y constructor infalible, se hizo para vivir con su familia una casa era, y todava es, como una mansin. Tena dos hijas: la Lina y la Argentina, dos de las pibas ms lindas del barrio. Y un hijo menor: el Mimo, que era menudo, rubito y extremadamente simptico. En aquella poca haba dos barras en el barrio, las de los mayores y la de los menores. Los menores temamos a los mayores. Los mayores nos trataban con altanera. Las dos barras no se mezclaban. Y que con Mimo haba un problema: era demasiado grandes para estar entre los chicos. Y era el ms chico entre los grandes. Qu hacer para que no quedara marginado? Los grandes tomaron una decisin sabia, salomnica: lo adoptaron como una especie de mascota. Si hubiera durado un ao ms habra adquirido plenos derechos. Todos los sbados por la tarde haba picada de futbol o bien en el campito de 528 entre 1 y 2, o bien la 32 entre 2 bis y 3. Esos partidos de futbol eran democrticos: no haba espectadores, todos jugaban, los grandes excepcionalmente mesclados con los chicos. Pero haba lmites. Si bien el sistema permita que en las tardes populosas se armaran equipos de 20 o 30 en cada bando, a los hora de tocar la pelota haba prioridades. Si la pelota, por su propia voluntad, se diriga, accidentalmente, hacia uno (de los chicos) no faltaba nunca un grande que deca: correte pibe, correte. Y uno deba hacerse a un lado. Si la pelota caa a nuestros pies deba pasarla inmediatamente a un grande si no quera ser vctima de todo tipo de improperios. Eran las reglas del juego y haba que respetarlas. Un da el Mimo empez a faltar a los partidos, y tambin a las reuniones de los grandes en la esquina. Un rumor inquietante se expandi por el barrio: el Mimo estaba enfermo. Y de algo serio. Una palabra tenebrosa se pronunciaba bajito: leucemia. Los rumores eran cada vez ms pesimistas. Y hasta lleg a decirse que los mdicos lo haban mandado a la casa: no haba nada que hacer. Pero una tarde de sbado, el Mimo sorpresivamente apareci a jugar. Cuando lo vi tan entero, tan sano pens: todo ha sido una broma de mal gusto, de humor negro. El Mimo nos haba estado tomando el pelo. Quiso el azar que aquella tarde quedara en mi equipo. No s porque todos supimos en mi bando, sin ponernos de acuerdo, que todas las pelotas haba que pasrselas a l. El equipo contrario, sin ponerse de acuerdo, saba que al Mimo no haba que marcarlo. Aquella tarde se luci, corri por toda la cancha jugando como un crack. Omit decir, hasta ahora, que era un da lluvioso y frio. Que jugamos todo el partido bajo una persistente llovizna que nos dej empapados. Cuando el fin lleg el momento en que uno grit: el gol gana, Mimo tom la pelota en el medio de la cancha, gambeteo a todos los contrario y pateando al arco hizo el gol ganador a pesar de que el arquero, aparatosamente, se tir hacia un poste del arco sin poder impedir el ingreso del baln. Entonces, el Chiche, uno de los lderes de los grandes, que ms que un jugador de futbol pareca uno de esos chinos que practican sumo, corri hasta el, y con un solo brazo lo tomo por la entrepierna, y lo alz por encima de su cabeza como si fuera un trofeo. Lo recuerdo al Mimo ah arriba, gritando y sonriendo de felicidad. Es la ltima imagen que tengo de l vivo. Al da siguiente cay en cama con 40 de fiebre, una neumona fulminante se haba sumado a la maldita leucemia y una semana despus falleci. Su velorio fue una tragedia. Recuerdo como la gente se apelotonaba en la puerta de la casa de los Moutone. Cuando llego el cajn de la cochera fnebre y lo destaparon, la Argentina sali corriendo de la casa en direccin de las va, el tano Pinatti la ataj a tiempo, la rodeo con sus brazos y consolndola la llevo caminando despacio hasta la casa. Y la Argentina entr resignada. Han pasado ms de cuarenta aos, y todava recuerdo con tristeza aquella tarde en que el Mimo Moutone jug como un Maradona, mucho, mucho tiempo antes de que el Diego les metiera el gol a los ingleses.