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El Ministro Cristiano y el Ministerio I. LO QUE ES Y LO QUE NO ES UN MINISTRO CRISTIANO El Ministerio Cristiano es el desarrollo de la extensión del Evangelio y la Doctrina, que el Señor Jesucristo comenzó durante su ministerio público, y que después continuaron sus Apóstoles y discípulos, tras ser investidos con el poder del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2). Para este Ministerio, el Señor constituyó Apóstoles, Evangelistas, Pastores y Maestros, que lo llevaran a cabo con efectividad, por el poder de Su Espíritu, y a la vez prepararan a otros para continuarlo hasta nuestros días (Efesios 4:11-12). A. El Ministerio es un don de Dios La Gran Comisión que el Señor encomendó a la Iglesia fue la de “ir por todo el mundo, predicar el Evangelio a toda criatura..., hacer discípulos bautizándoles y enseñándoles que guarden todas las cosas que el Señor, les mandó” (Marcos 16:15- 16 y Mateo 28:19-20). El Ministerio cristiano consiste en expandir esta doctrina por toda la tierra, a través de las Iglesias locales, quienes han recibido esta encomendación del Señor, por lo tanto es un don de Dios, glorificado y santificado para Su Iglesia, que se desarrolla a través de hombres que han recibido estos dones, que han puesto al servicio del Señor y se han preparado convenientemente para ejercitarlos conforme al propósito de Dios, y a la vez, poder llevar a cabo el fin primordial expuesto en Efesios 4:12. El Cuerpo de Cristo es La Iglesia, personificada en el conjunto de los redimidos por su sangre, que son los miembros del cuerpo espiritual de Cristo (Efesios 4:15-16; Romanos 12:4-5; 1.ª Corintios 12:12-27). La Iglesia también debe anunciar, a través de la vida de cada miembro, las virtudes de Cristo, ya que por eso es “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios...” (1.ª Pedro 2:9). Pero para anunciar estas virtudes de Cristo, deben darse los condicionantes manifestados en Efesios 4:13-16: La unidad de la fe, y del conocimiento del Hijo de Dios, una madurez en crecimiento continuo, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, siguiendo el camino de la verdad en amor, para ser un cuerpo bien concertado y unido entre sí, que se ayude mutuamente, en el desarrollo de cada don y actividad propia de cada miembro, para ir edificándose en amor”. Este desarrollo exige una actividad formativa que deben llevar a cabo los miembros que estén capacitados y dotados por el Señor para este ministerio, los que el Señor “haya dado” a la Iglesia (Efesios 4:7-11), que pueden estar dedicados exclusivamente al Servicio del Señor. A estos hombres son a los que en el Nuevo Testamento se les llama Ministros, aquellos que, en el nombre de Dios, ministran su Palabra, la enseñan, predican y transmiten a otros. En esto consiste el Ministerio Cristiano, cuyo resultado no depende de una decisión humana, sino de un propósito divino, una manifestación más de la gracia de Dios, porque hace al Ministro un “colaborador de Dios” (1.ª Corintios 3:9), que es un honor que no merece y que el Ministro debe saber considerar siempre (1.ª Corintios 15:10). El Ministerio no es un oficio, ni un convenio laboral, por lo que no hay ningún

El Ministro Cristiano y El Ministerio

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El Ministro Cristiano y el Ministerio

I. LO QUE ES Y LO QUE NO ES UN MINISTRO CRISTIANO

El Ministerio Cristiano es el desarrollo de la extensión del Evangelio y la Doctrina, que el Señor Jesucristo comenzó durante su ministerio público, y que después continuaron sus Apóstoles y discípulos, tras ser investidos con el poder del Espíritu Santo en Pentecostés (Hechos 2).

Para este Ministerio, el Señor constituyó Apóstoles, Evangelistas, Pastores y Maestros, que lo llevaran a cabo con efectividad, por el poder de Su Espíritu, y a la vez prepararan a otros para continuarlo hasta nuestros días (Efesios 4:11-12).

A. El Ministerio es un don de Dios

La Gran Comisión que el Señor encomendó a la Iglesia fue la de “ir por todo el mundo, predicar el Evangelio a toda criatura..., hacer discípulos bautizándoles y enseñándoles que guarden todas las cosas que el Señor, les mandó” (Marcos 16:15-16 y Mateo 28:19-20).

El Ministerio cristiano consiste en expandir esta doctrina por toda la tierra, a través de las Iglesias locales, quienes han recibido esta encomendación del Señor, por lo tanto es un don de Dios, glorificado y santificado para Su Iglesia, que se desarrolla a través de hombres que han recibido estos dones, que han puesto al servicio del Señor y se han preparado convenientemente para ejercitarlos conforme al propósito de Dios, y a la vez, poder llevar a cabo el fin primordial expuesto en Efesios 4:12.

El Cuerpo de Cristo es La Iglesia, personificada en el conjunto de los redimidos por su sangre, que son los miembros del cuerpo espiritual de Cristo (Efesios 4:15-16; Romanos 12:4-5; 1.ª Corintios 12:12-27).

La Iglesia también debe anunciar, a través de la vida de cada miembro, las virtudes de Cristo, ya que por eso es “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios...” (1.ª Pedro 2:9). Pero para anunciar estas virtudes de Cristo, deben darse los condicionantes manifestados en Efesios 4:13-16: La unidad de la fe, y del conocimiento del Hijo de Dios, una madurez en crecimiento continuo, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo, siguiendo el camino de la verdad en amor, para ser un cuerpo bien concertado y unido entre sí, que se ayude mutuamente, en el desarrollo de cada don y actividad propia de cada miembro, para ir edificándose en amor”. Este desarrollo exige una actividad formativa que deben llevar a cabo los miembros que estén capacitados y dotados por el Señor para este ministerio, los que el Señor “haya dado” a la Iglesia (Efesios 4:7-11), que pueden estar dedicados exclusivamente al Servicio del Señor. A estos hombres son a los que en el Nuevo Testamento se les llama Ministros, aquellos que, en el nombre de Dios, ministran su Palabra, la enseñan, predican y transmiten a otros. En esto consiste el Ministerio Cristiano, cuyo resultado no depende de una decisión humana, sino de un propósito divino, una manifestación más de la gracia de Dios, porque hace al Ministro un “colaborador de Dios” (1.ª Corintios 3:9), que es un honor que no merece y que el Ministro debe saber considerar siempre (1.ª Corintios 15:10).

El Ministerio no es un oficio, ni un convenio laboral, por lo que no hay ningún

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contrato establecido entre Dios y sus Ministros, es una dignidad que Él concede y asigna a quienes llama a este ministerio, según su voluntad soberana, por lo tanto, el verdadero sujeto del ministerio es Cristo mismo, porque Él es quien dio a la Iglesia los “Apóstoles, Profetas, Evangelistas, Pastores y Maestros”, con este fin (Efesios 4:11), pero eso no quiere decir que el Ministro sea un mero objeto pasivo, porque aquel que es llamado por el Señor para esta labor, se realiza plenamente y se siente satisfecho y feliz de saberse siervo de Jesucristo y dependiente de su Señor para llevar a cabo la labor de dirección y formación de la Iglesia.

B.Términos griegos que se usan en el NT. para designar al Ministro Cristiano.

Con referencia al tema que nos ocupa, los términos griegos que se emplean en el Nuevo Testamento para designar al Ministro cristiano, son muy significativos. Nosotros veremos en este estudio los más importantes:

Diákonos. Significa Siervo, el que lleva a cabo un servicio dentro de la Iglesia del Señor, y también el que realiza una labor encomendada. Esta palabra es aplicada al Señor Jesucristo, destacando para lo que vino, en Marcos 10:45, para servir, y también, en Lucas 22:27, dice cómo estaba entre sus discípulos, como el que sirve. Y lo dice en un contexto en el que estaba enseñando a sus discípulos la importancia de ser siervos, el que era el Siervo por excelencia, el Ebed-Yahvéh de Isaías, que había venido para hacer la voluntad del que le envió. Los discípulos de Jesús tienen que tener este mismo concepto de siervos que había en Él. (Mateo 20:26-27 y 23:11; Juan 12:26); no se puede ser colaborador en la Obra del Señor, sino es desde el servicio (1.ª Corintios 3:5), para ser competentes en este Ministerio hay que estar dispuestos a obedecer con todas las consecuencias, y Dios nos dotará para ello con el carácter de siervos (2.ª Corintios 3:5; 6:4-10; 1.ª Timoteo 3:8-10). Este es el espíritu que debe haber entre los discípulos del Señor (Marcos 9:35 y 10:43).

Doulos. Se traduce por Esclavo. Este adjetivo que significa “en esclavitud, para servir” (Romanos 6:19), se utiliza como nombre para “siervo”, y hace un mayor énfasis que la anterior, en el sentido de un servicio en sumisión completa a un señor, en el caso del ministro cristiano, a la voluntad de Dios.

El máximo ejemplo de Doulos lo tenemos en el propio Señor Jesucristo, quien “... se despojó a sí mismo, tomando forma de Siervo... se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte..." (Filipenses 2:7,8). La palabra empleada aquí para “siervo” es Doulos, es decir un servicio en esclavitud, un sometimiento total al Padre Eterno.

Esta debe ser la predisposición que deben tener los Ministros Cristianos, la de siervos de Dios, desde la condición de un esclavo, como vemos en Pablo (Romanos 1:1; 1.ª Cor. 7:22; Gálatas 1:10; Efesios 6:6; Filipenses 1:1, etc.), en Santiago (Santiago 1:1), en Pedro (2.ª Pedro 1:1), en Judas (Judas 1), y en cuantos sirvieron al Señor, que han quedado en la Escritura como ejemplo de Doulos = Esclavos, sometidos a la servidumbre del Señor. Así lo enseña claramente la Palabra en Romanos 6:22, “que hemos sido librados del pecado y hechos siervos de Dios, para vivir una vida santificada”, y esto voluntariamente. Por eso, el testimonio que damos de nuestra conversión, se verá desde la perspectiva del servicio.

Huperetës (Ministro). Esta palabra, compuesta de los términos hupo = bajo, y eretës = remero, la utiliza el Apóstol Pablo para definir al Ministro Cristiano, en

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Hechos 26:16 y 1.ª Corintios 4:1, y aunque significa: “El que rema a las órdenes de otro”, ha llegado hasta nosotros en la Biblia, para describir cualquier acción subordinada bajo la dirección del Señor y del Espíritu Santo. En Lucas 1:2 “Ministros de la Palabra”, en Lucas 4:20 “Ministro”, en Juan 18:3,12,18, se aplica a los “Alguaciles”, pero en Juan 18:36, se refiere a los servidores de Cristo. Podíamos resumir diciendo que Huperetës es todo siervo, ministro, ayudante, etc., que recibe órdenes y las ejecuta. Para el Ministro Cristiano, estar a las órdenes de Cristo es un gran honor (1.ª Corintios 4:1).

Oikonomos (Administrador). Otra palabra compuesta de dos términos oikos = casa y nemö = disponer. Se refiere a la persona que regentaba una casa o finca, es decir un mayordomo (Lucas 12:42; 16:1-3,8). En Romanos 16:23, se traduce por “Tesorero”, en 1.ª Corintios 4:1,2 y Gálatas 4:2, se traduce como “Administrador”.

Los Ministros de Jesucristo somos Administradores de los bienes de Dios y de las verdades reveladas que hallamos en la Escritura, por lo tanto somos administradores de su Palabra y de Su Iglesia, como Evangelistas, Pastores y Maestros (1.ª Corintios 4:1; Tito 1:7), pero también se les dice a todos los creyentes en general (1.ª Pedro 4:10) porque la Biblia deja clara la enseñanza del Sacerdocio de todos los creyentes, descartando la idea de clasificar a unos como clérigos y a otros como laicos.

C. Un Ministro cristiano no es un sacerdote

Conviene por lo tanto subrayar en este estudio, que hemos de descartar cualquier idea de sacerdocio levítico, o función sacerdotal a este estilo, ni como hace el catolicismo-romano, dotando a sus ministros de unas prerrogativas con poderes de administración de sacramentos y perdón de pecados, mediador o sacrificador, ajenos al concepto bíblico de Ministro de Jesucristo.El Ministro bíblico es un administrador de las cosas espirituales, un predicador del Evangelio, un maestro de la Palabra, para la edificación de sus hermanos, que son el cuerpo de Cristo (Efesios 4:3-7, 11-12), o para predicar el Evangelio de la Gracia de Dios ante el mundo (2.ª Timoteo 4:5).

El nombre hierourgeö, que significa: “ministrar un servicio sacerdotal”, y que está relacionado con hierourgos = un sacerdote sacrificador, es un término que no se halla en la versión de los LXX (Septuaginta), ni en todo el Nuevo Testamento, se compone de hieros = sagrado y ergon = obra. Pablo utiliza este término en Romanos 15:16, en sentido metafórico de su ministerio de predicación del Evangelio. La ofrenda relacionada con su ministerio sacerdotal es “que los gentiles sean ofrenda agradable al Señor”, que ellos mismos se presenten como ofrenda a Dios. El Apóstol emplea estas palabras del ritual levítico o sacerdotal, para explicar metafóricamente su propio servicio sacerdotal consistente en la predicación del Evangelio, pero no de presentar ofrendas o sacrificios a Dios, porque el único y definitivo sacrificio válido para la salvación del hombre lo ofreció Cristo, el suyo propio (Hebreos 10:11-14, 19-22).

¿Para qué mencionar los vocablos griegos? El propósito de analizar el significado de los vocablos griegos, es enriquecer el conocimiento del Ministerio Cristiano a través de los diferentes matices que se ven en el Nuevo Testamento y los podamos comparar con el ministerio que estemos llevando a cabo, o la visión que tengamos del mismo, para confirmar o rectificar, según sea el caso, a la luz de ellos nuestro

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ministerio para el Señor y su Iglesia.

D. Conceptos Bíblicos del Ministro y el Ministerio

Ser Ministro de Jesucristo es un honor incomparable, porque manifiesta abiertamente el cambio operado en la persona que, de ser esclavo del pecado, ha venido a ser siervo de la justicia (Ver Romanos 6:16, 17, 22), es decir, el ministro de Jesucristo ha sido trasladado a una nueva esfera de servicio, el servicio a Dios, identificándose con Cristo, al ser continuador de su ministerio y testimonio, receptores y transmisores de la Palabra revelada por el Espíritu Santo (Juan 13:34,35; 14:12, 15-21; 15:4, 5, 9 al 17; 16:12-15).

El Ministro cristiano es identificado con Cristo en sus padecimientos. El llamado al ministerio cristiano, conlleva la identificación con quien nos dejó ejemplo en todo (1.ª Pedro 2:21; 4:1, 2, 12-16; 5:1, 6-9; Juan 15:20; 16:2-4; Romanos 8:17, 18; Filipenses 1:29, 30; 3:10; Colosenses 1:24-29; 2.ª Timoteo 4:5).

El Ministro de Jesucristo, se identifica con el Señor en la renuncia a sus valores personales, religiosos y familiares (Hechos 20:18-24; Gálatas 1:10, 2:20; Filipenses 1:20-25, 3:4-10; Mateo 10:37, 38; 19:29).

Aunque el servicio al Señor implica sufrimiento, también tiene grandes recompensas (Juan 12:25, 26; 13:12-17; 14:1-3; 1.ª Timoteo 4:6-10; 2.ª Timoteo 4:7, 8, y 16-18). Ante lo visto, agradecemos al Señor que nos haya escogido para su Ministerio.

Ejercicios de la Lección 1.ª__________

1. Leer 1.ª Corintios 12:1-31 y Efesios 4:3-16. Comparar los textos y hacer una descripción de las cosas comunes que encuentres en ellos, y el paralelismo o el complemento de la enseñanza de uno y otro.

2. Explicar el significado de las figuras empleadas por Pablo en 1.ª Corintios 12:12 al 24.

3. Explica lo que entiendas de lo que el Señor revela en Juan 16:7-15.

LECCIÓN 2

El Ministro Cristiano y la Palabra

I. LA FINALIDAD DEL MINISTERIO CRISTIANO

A. La importancia de Comunicar la Palabra de Dios

El Evangelista Lucas resalta en sus dos escritos del Nuevo Testamento, Lucas 1:2 y Hechos 1:1-3, la importancia que tiene, dentro del Ministerio Cristiano, la comunicación de la Palabra de Dios. Los primeros ministros del Evangelio, que fueron testigos oculares de cuanto dijo e hizo el Señor, supieron transmitirlo con fidelidad, para que llegara hasta nosotros y nos ocupáramos en este ministerio con

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la misma fidelidad, y dedicación exclusiva (Hechos: 6:4). Cualquier forma de Ministerio Cristiano tiene que tener en el fondo esta finalidad: Comunicar la Palabra de Dios.

B. Formas de comunicar la Palabra

La comunicación de la Palabra de Dios, se ve realizada en el Nuevo Testamento a través de dos maneras: 1. La Evangelización y 2. La Enseñanza.

El llamamiento apostólico fue para que predicaran el Evangelio del Reino de los Cielos (Mateo 10:1, 5-7; Lucas 9:1-6; Marcos 16:15; Hechos 10:42), algo que habían visto hacer al propio Maestro y que ellos mismos hacían con Él (Lucas 8:1). También lo hizo el Apóstol Pablo (Hechos 28:28-31), y así lo recomienda hacer a su discípulo Timoteo (1.ª Timoteo 4:13; 2.ª Timoteo 4:2), y a la vez enseña a la Iglesia a reconocer, estimar y remunerar, a quienes se ocupan en este Ministerio (1.ª Timoteo 5:17).

Los creyentes tenían que ser instruidos en la Palabra de Dios, debían conocer toda la verdad de Dios, con todas las implicaciones espirituales, morales y sociales que comporta la aceptación del Reino de Dios, para que a su vez ellos las transmitieran a otros, y así sucesivamente, ese era el encargo de la Gran Comisión (Mateo 28:19-20), la Predicación y la Enseñanza, y así lo entendió también el Apóstol Pablo y lo dijo a los creyentes de Colosas: “a quien anunciamos, amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:28).

La Evangelización y la Enseñanza, siempre deberían ir asociadas. No hemos de establecer diferencias entre “Evangelistas” y “Maestros”, porque el Evangelista ha de ser un maestro en la Palabra y poder enseñar, y el Maestro debe evangelizar con la Palabra de Dios. El Señor nos da un ejemplo de ello, haciendo ambas cosas: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino...” (Mateo 4:23). También lo hicieron así los Apóstoles (Hechos 15:35). Si hacemos una separación entre ambos ministerios, podemos caer en el grave error de ensalzar uno menoscabando el otro. No podemos supervalorar, ni infravalorar ningún don ni ministerio de predicación de la Palabra de Dios, sin correr el riesgo de obtener resultados deplorables.

La evangelización sin enseñanza lleva a la superficialidad; la enseñanza sin evangelización conduce al anquilosamiento, a la rutina religiosa. La Iglesia debe evangelizar al mundo y enseñar la Palabra a sus miembros, toda carencia en un sentido u otro es realizar el ministerio a medias o incompleto, ajeno a lo demandado en la Gran Comisión: "Predicar y Enseñar" (Mateo 28:19-20).

Una buena definición de este concepto y a modo de ilustración, lo tenemos en las palabras que dijo Carl F. H. Henry en el Congreso Mundial sobre Evangelización, en Berlín, en el año 1966, y que cita José María Martínez en su libro titulado "Ministros de Jesucristo" = Ministerio y Homilética: “En estos últimos años hemos de esforzarnos por llegar a ser teólogos-evangelistas más que seguir siendo sólo teólogos o sólo evangelistas”.

I. La Evangelización

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El Evangelio es la “buena noticia”, y los verbos más usados en el Nuevo Testamento para indicar el anuncio del Evangelio son: Evangelizo = anunciar una buena noticia, y Kerysso = proclamar. Y eso fue lo que hicieron los primeros cristianos, proclamar a la gente que Jesucristo, el Mesías, había venido, que había sido enviado por el Padre con un mensaje de salvación para el pueblo, su Evangelio (Hechos 5:42; 8:12; 11:20; 17:18). La evangelización es la proclamación al mundo de este mensaje, el anuncio del plan de salvación ejecutado por el Señor Jesucristo, la oferta al hombre de que puede acogerse a él, a través de la fe. El verbo Kerysso, que es sinónimo de Evangelizo, y que significa: proclamar o transmitir públicamente un mensaje, quien lo daba era el keryx, el heraldo, que proclamaba los mensajes oficiales de reyes, príncipes, magistrados, gente importante de la sociedad, por lo que el mensaje que proclamaba era importante y tenía autoridad. Los heraldos cristianos, llevan el mensaje del Rey de reyes y Señor de señores, un mensaje importante, que tiene implícito la autoridad del que lo ha encomendado, Dios mismo, por eso el Nuevo Testamento emplea el mencionado verbo aplicándolo al mensaje del Reino de los Cielos, que proclaman sus ministros en el mundo, cuyo centro es el propio Rey, el Señor Jesucristo, que Él mismo fue el primero en proclamar durante su ministerio público, como enviado personal del Padre Eterno (Mateo 4:23; Marcos 1:14; Lucas 4:18,19) y que después continuaron sus apóstoles y discípulos, siendo el centro del mensaje Jesucristo mismo (Hechos 28:31; Hechos 8:5; 9:20; Hechos 10:36, etc.).

a) ¿Qué no debe ser la Evangelización? Con nuestro deseo y afán de que el mayor número de personas acepten el Evangelio y reciban a Cristo como Salvador personal, cometemos el error de presentar un evangelio de oferta, de saldo, barato, que resulte atractivo para la gente que lo escucha, y hacemos énfasis en los beneficios que trae para quienes lo reciben, y lo que las personas pueden obtener aceptando a Cristo como Señor y Salvador, dando la impresión de que estamos regalando algo que no cuesta nada, que nuestro interés está más por el número de personas que digan aceptar nuestra oferta, que lo que es realmente importante, que se rindan a los pies de Cristo compungidos de corazón y arrepentidos, pidiendo al Señor el perdón de sus pecados, y aceptando las condiciones que el propio Señor establece para ello (Hechos 2:37-38). Nunca hemos de infravalorar el Evangelio, exponiéndolo de tal manera.

b) ¿Cómo ha de ser la predicación del Evangelio? La predicación del Evangelio debe ser Cristocéntrica, y no antropocéntrica, es Cristo el único importante y no el hombre. El Evangelista debe presentar a Cristo como Señor y Salvador, ante quien el hombre ha de humillarse, y no una predicación del Evangelio basada solo en lo que Dios puede darle, en la felicidad que recibe quien le acepta, lo que va a disfrutar creyendo en Él. Hemos de presentar a un Cristo victorioso sobre el pecado y la muerte, que ama al pecador, hasta dar su vida por él.

Cuando el mensaje del Evangelio se presenta con la carencia de la presentación del señorío de Cristo, se puede caer en el error de creer que es un seguro de vida para el cielo, sin ninguna implicación en la tierra, ignorando que el nuevo nacimiento conlleva vivir una vida de altura moral y ética, acorde con la naturaleza espiritual que recibimos en la conversión, ya que "hemos sido librados de la potestad de las tinieblas y trasladados al reino de su amado Hijo" (Colosenses 1:13). No somos de este mundo, sino del reino de los cielos, y eso requiere una identificación con el Rey, aunque seamos rechazados por el mundo.

c) ¿Cuál debe ser el propósito de quienes anuncian el Evangelio? El propósito del que anuncia el Evangelio debe ser el mismo que llevó al Señor a la Cruz, la

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Reconciliación del hombre con Dios, que deponga su actitud de rebeldía y se reconcilie con Él, rindiéndose ante su señorío y pidiéndole perdón por sus pecados, aceptando su autoridad, por eso el Evangelio es el llamado a la reconciliación, y los Ministros de Dios son los heraldos de este anuncio (2.ª Corintios 5:18-20).

Podemos resumir diciendo que toda predicación del Evangelio debe contener Una exposición clara de la obra salvadora de Cristo, Una proclamación de su triunfo en la Cruz, y Una invitación a rendirse a Él.

II. La Enseñanza - DIDASKALIA

Podíamos definirla, en el contexto del tema de la Finalidad del Ministerio, que estamos tratando, como la necesidad que tiene todo el que se convierte al Señor, de conocerle más, para servirle mejor. El que se convierte a Cristo debe saber que tiene que servir al Dios vivo y verdadero (1.ª Tesalonicenses 1:9), sus ídolos o dioses, a los que antes servía, fueren los que fueren, debe dejar atrás, porque nada son, e incomparables con Dios Creador, Todopoderoso (Salmo 86:8), y para servir al Señor hay que conocerle, saber lo que pide de sus hijos, algo que sólo en Su palabra podemos aprender.

Yo digo con frecuencia en mis predicaciones, que el tiempo que estemos en la Tierra, antes de ir al cielo, es un período de aprendizaje y adaptación a lo que será nuestra vida en la eternidad con Dios. Sirva el siguiente ejemplo, para entender mejor lo que quiero decir: Si somos españoles y nos trasladamos en unas horas a Alemania, no podemos comportarnos como alemanes, ni seguir sus costumbres, ni conocer su cocina, ni sus estructuras sociales, su idioma, etc., pero si vivimos allí un largo período de tiempo, podremos integrarnos en la sociedad alemana sin ningún tipo de problemas.

Un cristiano es extranjero en la tierra, porque "nuestra ciudadanía está en los cielos..." (Filipenses 3:20), y debe vivir con esa convicción, para ir adaptándose cada vez más a esa realidad futura, para lo que necesitará la enseñanza de la Palabra de Dios de manera constante, instruirse en ella, para que produzca un cambio en su vida, pensamiento, sentimientos, actitudes, juicios, valores, en relación con los hombres, pero también un cambio profundo en su relación con Dios, es decir, debe aprender a amarle y adorarle, y a luchar contra todo aquello que esté contra la ética y la moral cristiana, como corresponde a los ciudadanos del reino de los cielos. No es difícil entender que para ello necesitamos ser enseñados en la Palabra de Dios. DIDASKO, es el verbo usado en la Biblia para referirse a la instrucción o enseñanza que daba el propio Maestro, el Señor Jesucristo, (Mateo 4:23; 9:35; Marcos 1:21, 6:6, 12:35; Lucas 4:15), y también los apóstoles, que hicieron lo mismo (Romanos 12:7; 1.ª Corintios 4:17; 1.ª Timoteo 4:6, 11, 13). El consejo de Pablo a Timoteo, es para todos aquellos que se ocupen en el Ministerio Cristiano, cuya finalidad debe ser comunicar la Palabra, a través de la Evangelización y la Enseñanza, con la mira puesta en que cada vez haya más personas implicadas en este ministerio de enseñanza (2.ª Timoteo 2:2).

Pablo pone como condición, para los Ancianos de las Iglesias, que sean "aptos para enseñar" (1.ª Timoteo 3:2), porque las bases para la edificación de una Iglesia, sólida y bien cimentada, están en la Doctrina Cristiana, sobre la que hay que arraigarse firmemente (Colosenses 2:7), para no ser tambaleados por cualquier

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viento de doctrina (Efesios 4:14).

Los textos citados son solo una muestra de los muchos que hay en la Palabra de Dios, referidos al tema de la enseñanza, porque el Ministro tiene que ser instruido en "todo el consejo de Dios" (Hechos 20:27-28), para poder "apacentar" a la grey que Dios ha puesto a su cuidado, un conocimiento de la enseñanza doctrinal y de las prácticas de la vida de la Iglesia, enseñanza muy extendida en las cartas pastorales de Pablo.

a) La Enseñanza debe ser completa. El Apóstol Pablo deja claro, al despedirse de los Ancianos de Éfeso, que les había anunciado "todo el consejo de Dios" (Hechos 20:27), lo que Judas 3 llama: "...la fe que ha sido una vez dada a los santos". No se puede enseñar doctrina que no haya sido dada a la Iglesia, ni podemos quitar nada de la doctrina que fue dada una vez y para siempre.

b) La Palabra debe enseñarse bien. El Ministro Cristiano debe prepararse, para poder enseñar bien la Palabra, con una buena hermenéutica bíblica, centrándose en ella, usando el contexto y el plan general de la Biblia, para aclarar conceptos y el sentido exacto del texto recibido, dejando al margen las tradiciones y prácticas de la Iglesia local, porque no sean doctrina, ni interpretar conceptos de doctrina predeterminados. El método de estudio inductivo es una buena herramienta para una correcta interpretación.

c) Debe enseñarse la Palabra. Aunque pueda parecer absurdo el enunciado de este apartado, no lo es, porque las circunstancias y situaciones locales, pueden llevar al Ministro a enseñar una palabra adaptada a las circunstancias, no incisiva ni clara respecto a las exigencias morales y de testimonio que la vida cristiana requiere, ni que reclame de los cristianos el compromiso de fidelidad al Señor adquirido al aceptarle como Señor y Salvador (1.ª Timoteo 6:3-6). El Apóstol Pablo pide que lo haga Timoteo (Ver 1.ª Timoteo 4:6, 7, 13, 16, 6:20, 21; 2.ª Timoteo 2:1, 2; 4:2).

d) La finalidad de la enseñanza Bíblica. Una buena enseñanza bíblica fortalece la fe, perfecciona a los santos, y nos hace fuertes para resistir los muchos vientos de doctrina que azotan a la Iglesia (Efesios 4:11-16). Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para la vida espiritual, la madurez cristiana y la preparación de los Ministros de Jesucristo (2.ª Timoteo 3:14-17).

e) Debe ser enseñada con el ejemplo. El conocimiento Bíblico es lo que da la autoridad a los Ministros del Evangelio, la vida ejemplar hace eficaz la Palabra y da credibilidad a quienes la enseñan, de ahí la responsabilidad de enseñar con el ejemplo (Mateo 7:28, 29; 1.ª Timoteo 4:12, 14, 15; 2.ª Timoteo 2:15). Cuando el ejemplo de vida es patente, es decir, cuando se vive lo que se enseña, se puede predicar el Evangelio sin palabras y se puede enseñar doctrina con la vida.

Ejercicios de la Lección 2.ª_________

1.º ¿Cuál es la finalidad principal del Ministro de la Palabra? Ver los textos siguientes: 1.ª Timoteo 4:13 y 15; 2.ª Timoteo 4:1, 2, y haga una pequeña exposición del sentido de su enseñanza.

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2.º ¿Cuáles fueron las instrucciones concretas dadas por el Señor en la Gran Comisión? – Utilice los textos de los Evangelios sinópticos -

3.º Enumerar el propósito y las características principales que deben contener una predicación de Evangelio.

4.º Diserte brevemente acerca de la enseñanza: Qué debe enseñarse. Cuál es la finalidad de la enseñanza. Quiénes pueden enseñar.

CCIÓN 3

El Ministro Cristiano y los Diferentes Ministerios

I. LOS DIFERENTES MINISTERIOS

El Señor ha dado a la Iglesia hombres dotados de dones, para que los desarrollen entre los creyentes, como una manifestación del Espíritu Santo. La diversidad de dones, ministerios, oficios y operaciones, está controlada y dirigida por el Espíritu de Dios, como manifiesta el Apóstol Pablo en 1 Co 12:4-11, porque la Iglesia, que es un solo cuerpo, tiene muchos miembros, y a cada miembro es dado, por el poder del Espíritu Santo, la manifestación de los dones que Él quiere, pero todos necesarios para la actividad del cuerpo (Ver 1 Co 12:12-27).

A. Dones, Ministerios, Operaciones y Oficios

Los Dones, Ministerios, Operaciones y Oficios, son la actividad normal en la vida de la Iglesia, donde se practican y ejercitan los dones y los oficios que, aunque todos están muy relacionados, se desarrollan en ámbitos muy concretos y constituyen lo que se conoce como: “El Ministerio de la Iglesia”.

La palabra “ministerio” indica el desarrollo y la función del ministro, es decir, el que tiene a su cargo el ejercicio del ministerio. El Antiguo Testamento emplea el término hebreo: “MESHARÉT”, que expresa generalmente el servicio en el Templo. En un sentido más general, se les llama “Mesharét” a los servidores de algún importante personaje bíblico. Por ejemplo, a Josué se le llama el “Mesharét” = Servidor de Moisés (Ver Ex 24:13 y Jos 1:1).

Los dones son un regalo de la gracia de Dios, que el Espíritu da, de manera soberana, a quien quiere, como quiere y cuando quiere (1 Co12:11), y tienen el propósito de capacitar a los creyentes para llevar a cabo determinados ministerios (Ver Ro 12:6-8; 1 Co 12; Ef 4:11-12; 1 P 4:10).

Los dones, como el llamamiento de Dios, son irrevocables (Ro 11:29), así que, mientras el creyente viva, los posee. Lo único que puede impedir el ejercicio de un don es la disciplina impuesta por la Iglesia, por algún pecado o circunstancia que así lo aconseje a la luz de la Palabra, o las limitaciones que la propia Palabra de Dios establece para las mujeres, con relación a la enseñanza, estando la Iglesia reunida (1 Co 14:34-35; 1 Ti 2:11-12).

1. Dones Naturales:

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Las personas poseen dones naturales que, al convertirse al Señor y poner su vida en sus manos, estos son santificados, es decir, puestos al servicio del Señor, para que sean utilizados por Él, conforme a la voluntad del Espíritu Santo. Dios no prescinde de los dones naturales de los creyentes, sino que los utiliza, juntamente con los espirituales.

Estos dones son muy variados, pero mencionaremos algunos, para darnos cuenta de lo útiles que pueden resultar en las manos de Dios:

a) El don de la habilidad para las cosas. El ser resolutivo, emprendedor, negociante, con empuje, líder, etc., puede ser muy beneficioso para la vida de la Iglesia local, para la gestión y administración de las cosas que se relacionan con los estamentos del mundo.

b) El don de acierto. El que tiene un sentido especial para pensar y ejecutar con éxito, lo que emprende.

c) El don de gentes. El que sabe atraer a las personas, entablar una conversación interesante, hacer amistades fácilmente, relacionarse, etc.

d) El don de la simpatía. El de semblante agradable, que es bien aceptado y recibido a primera vista, el que cae bien, etc.

e) El don de carácter apacible y amable. Las personas con este don, inspiran confianza, se les pide consejo, saben escuchar, y esto es muy bueno para las relaciones humanas.

f) El don de la sensibilidad. El que es sensible al dolor ajeno, al sufrimiento del prójimo, el que actúa con misericordia, que fomenta la amistad y procura ser justo en todo lo que emprende. Este don lo tienen las personas que se entregan al servicio de los demás, en alguna organización con este fin.

g) El don de la bondad. Hay personas que son buenas por naturaleza, serviciales, con las que gusta relacionarse.

Estos dones naturales, que ya son positivos en quienes los poseen, modelados por el Espíritu Santo en los nacidos de nuevo, son muy útiles para la Iglesia, porque revelan un corazón de siervo en quienes los ponen en práctica con el prójimo.

2. Dones Espirituales:

Todos los creyentes tenemos dones espirituales, porque todos hemos recibido el Espíritu Santo, y su poder actúa en nosotros (Ef 3:14-20), pero hemos de descubrir el don o los dones recibidos y ejercitarlos, y no caer en el error de pensar que si no desarrollamos el ministerio específico de la predicación y la enseñanza, ya no tenemos ningún otro don, de los veinte que se mencionan en la Biblia.

En 1 Co 12:4-31, dice que hay diversidad de dones, actividades y ministerios, todos diferentes y a la vez necesarios para el buen funcionamiento del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, y no hemos de menospreciar a ninguno.

No solo hay Apóstoles, Evangelistas, Pastores y Maestros, también hay manos, pies,

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ojos, oídos, olfato, etc., todos miembros del cuerpo de Cristo, con funciones importantes, aunque los creamos menos necesarios por ser quizás menos vistosos. No hemos de tener más alto concepto de nosotros mismos, pero tampoco menos (Ro 12:3), sino pensar con “cordura”, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. No hagamos inútil, lo que para Dios no lo es.

3. Ministerios y Oficios:

Aunque no es muy común en las Iglesias locales hablar de Ministerios y Oficios, es necesario hacer una distinción entre ambos, aunque pueden darse, en diferentes aspectos, en una misma persona. Veamos algunos ejemplos en el Nuevo Testamento:

Felipe. Era Diácono, por oficio, en la Iglesia de Jerusalén (Hch 6:1-7), y Evangelista, por ministerio, más allá de su Iglesia local de Jerusalén (Hch 8:1-5, 12, 25-40; 21:8).

Pedro. Su ministerio era el de Apóstol (Lc 6:12-16; 1 P 1:1; 2 P 1:1), y por oficio era Anciano (1 P 5:1). Como Anciano informaba a la Iglesia de Jerusalén (Hch 11:2 y ss. y 15:7 y ss.).

Pablo. Era Apóstol, por designación ministerial de Dios (Ga 1:1; 11:24), pero también ejercía el oficio de Maestro en Antioquia (Hch 13:1). A esa Iglesia local informaba del desarrollo de su obra, porque ellos le habían enviado (Hch 13:2-3 y ss. y 14:26-27).

Juan. Por ministerio era uno de los doce Apóstoles, y por oficio era Anciano de Éfeso, cuando escribió sus Epístolas 2.ª y 3.ª.

a) El Ministerio se ejercita en virtud del don que solo el Espíritu Santo concede, y que la Iglesia ha de discernir y reconocer. El ministerio se divide en Común y Específico.

El Común es el que cada miembro de la Iglesia ejercita, de acuerdo con los dones que haya recibido del Espíritu Santo y que han sido discernidos y reconocidos por la Iglesia. Pueden ser dones naturales santificados, o espirituales.Todo trabajo, cargo, o responsabilidad práctica, que se lleva a cabo en la Iglesia local, es un Ministerio común, con el cual se está poniendo en práctica el don o los dones, en el ámbito de la Iglesia local.

El Específico es el que se ejercita con la Predicación y Enseñanza de la Palabra (1 Ti 5:17). A esto se le llama también: “Ministerio de la Palabra”. Cuando se habla de “prepararse para el ministerio”, se entiende que es para el ejercicio de estos dones específicos de Predicación y Enseñanza de la Palabra de Dios, tanto en una Iglesia local, en otras Iglesias locales, o en el campo misionero.

El Ministerio es un servicio para el crecimiento y edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia Universal. Aunque se ejerce en el ámbito de las Iglesias locales, no está limitado a una sola Iglesia local.

b) El Oficio emerge del mismo concepto de Iglesia local y para la Iglesia local, porque los “oficiales” de la Iglesia, es decir, los Ancianos y Diáconos, lo son solo para una iglesia local, es decir, la Iglesia local donde residen habitualmente.

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El ejercicio del oficio de Anciano, está sujeto al cumplimiento de las condiciones personales o familiares que se daban en el tiempo en que el creyente fue reconocido por la Iglesia local como tal, cuando estas condiciones varían, no se dan, o cesan, el anciano debe cesar como “oficial” de la Iglesia local.

Los Ancianos tienen que poseer algún don que los capacite para el ejercicio de su oficio, además de las cualidades mencionadas en las Cartas pastorales (1 Ti 3:1-7; Tit 1:5-9), como son los dones para la Enseñanza y el Pastorado: “Evangelistas, Pastores y Maestros” (Ef 4:11; 1 Co 12:28).

Es necesario que el Anciano tenga un don de liderazgo y administración, porque el desarrollo de su oficio le exigirá: “Administrar” (1 Co 12:28); “Presidir” (Ro 12:8); y “Exhortar” (Ro 12:8).

Es obvio que en el Anciano concurren dos tipos de servicios: El Ministerio, en el ejercicio de sus dones; y el Trabajo, en el ejercicio de su oficio. Observemos que el Apóstol Pablo, cuando habla del que tiene deseo de “Obispado” en la Iglesia local, a este servicio le llama “obra” (gr. “ergou”) y no “ministerio” (1 Ti 3:1).

B. Apóstoles, Profetas, Evangelistas, Pastores y Maestros

Los dones y ministerios que el Señor ha dado a la Iglesia, tienen la finalidad de perfeccionar, o hacer maduros en el conocimiento de la Palabra de Dios, a los creyentes, para que estén bien preparados para la obra del ministerio cristiano. Una cadena de hombres que son dotados por el Espíritu Santo para servir a la Iglesia.

En Ef 4:11-13 y 1 Co 12:28-31, tenemos la lista de las personas que a lo largo de la historia de la Iglesia, han ido desarrollando las diferentes actividades para su manifestación en el mundo:

a) Apóstoles, en primer lugar, como la base sobre quienes se ha edificado la Iglesia (Ver Ef 2:20-22), personas únicas. “Los doce enviados” en un sentido especial y particular, puesto que el apostolado, en este sentido especial, no tiene sucesión.

b) Profetas, “Los que hablan en lugar de Dios”, y que también, en este sentido especial, completaron la revelación escrita de la Palabra de Dios (Jud 3; Mt 5:17-18; Ap 22:10, 16-20).

c) Evangelistas, cuya palabra significa: “Anunciador de buenas nuevas”, son los que proclaman el mensaje de salvación al mundo, en un sentido más preciso y específico, como lo fue Felipe (Hch 8:26), y los setenta (Lc 10:1-20). Así fue la exhortación de Pablo a Timoteo: “haz obra de evangelista” (2 Ti 4:5). Este ministerio estaba enfocado y dirigido hacia los inconversos.

En el Nuevo Testamento vemos que los Apóstoles predicaban el Evangelio, porque todo Apóstol era evangelista, aunque no todo Evangelista fuera Apóstol.

d) Pastores y Maestros. Da la impresión de que se trata de dos servicios o dones diferentes, pero no tenemos por qué pensar que el ministerio de Pastoreo y el de Enseñanza, no puedan ser ejercidos por la misma persona, ya que están muy relacionados.

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Una de las cualidades necesarias del Obispo es que sea “apto para enseñar” (1 Ti 3:2 y Tit 1:9), pero esto tampoco quiere decir que tengan que coincidir estos dones siempre en la misma persona, como podemos ver en Ro 12:7; Hch 13:1; y 1 Co 12:28, sino que pueden estar separados en personas diferentes.

El Pastor, es el supervisor, el “Epískopos”. El Maestro, es el instructor.

En sentido general, todos somos “profetas = quien habla la Palabra de Dios”; “apóstoles = enviados”; y “evangelistas = proclamadores del mensaje del Evangelio”. Porque es lo que el Señor nos ordenó que hiciéramos en La Gran Comisión: Salir por el mundo a hacer discípulos, Predicándoles el Evangelio y Enseñándoles Su Palabra (Mt 28:19-20).

El ”Epískopos” o Pastor, ha de ser apto para enseñar y para exhortar, como ha de serlo para alimentar y guiar a la grey de Dios, y eso requiere una formación y experiencia previa al ejercicio de sus dones, que irá aumentando con la práctica y la formación continua en la Palabra de Dios. Por lo tanto, todo pastor es maestro, pero no todo maestro debe ser tenido por Pastor.

Cualquier Ministro de la Palabra, que por su estudio y ministerio haya adquirido una buena formación y actitudes para la enseñanza o docencia = (Didaché), puede ser usado por Dios para la edificación del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, por poseer ese don de la enseñanza, pero el Pastoreo requiere además dones de gobierno, guía espiritual, orientación personal y cura de almas, para lo cual, además de la buena formación bíblica, se requiere un alto nivel espiritual, experiencia personal y capacidad para desarrollar esos dones.

e) La finalidad de estos Dones y Ministerios (Ef 4:11-13).

Teniendo en cuenta lo expuesto anteriormente en cuanto a los Apóstoles y Profetas en sentido especial, que solo quienes fueron escogidos por Dios para estos ministerios especiales poseyeron, y que no tienen sucesión ahora, una vez formada la Iglesia y concluida la revelación con el canon de las Escrituras, en sentido general, estos ministerios son para ser desarrollados por toda la congregación de los santos, nadie está excluido del servicio al Señor y su Iglesia, si está dispuesto a obtener una buena formación bíblica y espiritual, y poner en práctica los dones con que haya sido dotado por el Espíritu Santo.

Dios constituyó apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, con la finalidad de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo (Ef 4:11-12), y el versículo 12 no es excluyente, los santos somos todos.

“Perfeccionar” = griego: “Katartismos”, denota madurez, plena preparación, es decir, que los dones mencionados, dados a la Iglesia por el Espíritu Santo, tienen la finalidad de preparar plenamente, hasta la madurez, a quienes van a seguirles en la extensión del Evangelio y la preparación de nuevos creyentes, son como un eslabón en la cadena de ministros y del ministerio que tiene que llevar a cabo la Iglesia, a través de sus miembros, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, la plenitud de Cristo y la comunión perfecta con Él, que son el deseo del Señor para su Iglesia, hasta que venga a recogerla del mundo.

¿Cuál debe ser el reto personal de todo creyente? Conocer ampliamente la Doctrina

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Cristiana e ir descubriendo los dones recibidos para ejercitarlos y desarrollarlos cada vez más.

Ejercicios de la Lección 3._________

1.º Explicar lo que es “ministerio” y lo que es “oficio”, dónde se ejercitan ambos y por quiénes.

2.º ¿En qué se diferencian los dones naturales de los dones espirituales? – Poner algunos ejemplos de dones naturales y dones espirituales.

3.º Explica la diferencia entre el ministerio común y el específico.

4.º Decir cuál es la finalidad de los dones y ministerios expuestos en Ef 4:11, aportando su opinión personal acerca de la efectividad de los mismos, es decir, de cómo pueden llegar a ser más eficaces en los creyentes

LECCIÓN 5

Dificultades, Problemas y Recursos del Ministro Cristiano

I. LAS DIFICULTADES y PROBLEMAS DEL MINISTRO

El Apóstol Pablo, conocía perfectamente las dificultades y los problemas que su propia naturaleza humana le producían para poder vivir una vida de santidad, dominada por el Espíritu, y no satisfacer los deseos de la carne (Ga 5:16-17), y sabía la lucha que mantenía en su interior, con la ley que había en sus miembros, principal impedimento para producir fruto espiritual, y reconoce que en su carne no moraba el bien, porque esto le llevaba a hacer aquello que no quería, algo que le costaba trabajo entender, pero que le hacía sentirse miserable, al darse cuenta de que su peor enemigo estaba dentro de él mismo (Ro 7:14-24).

La atracción de la propia concupiscencia es la que nos tienta, nos seduce, nos atrae y nos hace caer en el pecado (Stg 1:13-15), y nos sentimos fracasados en nuestro ministerio, y personalmente descalificados para la labor pastoral, sino fuera por la misericordia de Dios, que nos ayuda a vencer esta situación, entendiendo que nuestra insuficiencia está revestida del Poder de Dios, y con su ayuda podemos seguir adelante, pero con responsabilidad y cuidado personal, mirando por nosotros mismos, en primer lugar (Hch 20:28), ejercitando la vida espiritual, probándonos cada día, para estar entrenados contra los ataques del enemigo de los siervos del Señor y de la Iglesia, en forma de tentaciones diversas. Así lo hacía Pablo y así nos aconseja que hagamos, para no ser eliminados (1 Co 9:24-27), como a Timoteo, su hijo espiritual, que también le dice que lo haga así (1 Ti 4:16).

A. Dificultades y Problemas Personales

Un siervo de Dios, nunca debe olvidar que es un hombre, con las mismas debilidades que los demás, aunque su ocupación y actividad principal sea espiritual. Ya lo advierte el Apóstol Pablo en 1 Co 10:12, después de narrar una larga lista de pecados escandalosos, que nos deben servir como ejemplo de lo que no hemos de hacer, y para que no creamos que estamos exentos de caer en cualquiera de estas cosas, dice: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga”. Esta

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advertencia debe hacer ver a los siervos del Señor que no están libres de tentaciones, y las debilidades humanas son afines a todos los hombres, sean o no siervos. Estas limitaciones personales son las que van a crearle más dificultades y problemas para realizar con éxito su labor ministerial y pastoral.

¿Alguien podría afirmar que un Ministro del Evangelio no puede tener la tentación de enriquecerse egoístamente, y utilizar su posición social, empleando todo su esfuerzo para ello, como puede hacerlo un político, un empresario, un funcionario, o cualquiera que tenga la oportunidad para ello?

Igual que puede caer en esta tentación egoísta, puede caer en tentaciones sexuales, en la vanagloria, en envidias, en resentimientos hacia alguien, deseos de venganza, murmuración, enemistades, pleitos, iras, contiendas, disensiones, pero también en cuanto a su fe, puede verse sumido en una crisis de fe, flaqueando en sus convicciones, dudas sobre si está haciendo lo que Dios le ha encomendado, cosas en las que puede caer cualquier creyente, solo que cuando se trata del ministro cristiano, la repercusión es mayor y más dolorosa para muchos que puedan ver en él un modelo a imitar.

Aunque mucho peor y más dolorosa puede resultar para el propio siervo del Señor, que puede hundirse en una depresión profunda, o en un abandono del ministerio, al ver que no está respondiendo a lo que se espera de él, y se da cuenta de su realidad, del hombre limitado que es, que es muy diferente del que debería ser, que existe una dicotomía entre el hombre interior y el exterior, y puede atormentarse pensando en lo que pensarían de él los hermanos, si conocieran sus pensamientos y deseos más íntimos, sus inclinaciones al mal, sus frecuentes fracasos internos, aunque a los ojos de los demás aparezca como un triunfador, que está por encima de las cosas mundanas.

A.1 El aislamiento

La labor pastoral requiere constantemente una actitud de prudencia, para ser receptor de los problemas de los demás, e irlos almacenando en el corazón, calladamente, sufriéndolos en la propia carne, sin poder compartirlos con nadie. Por otro lado, el pastor se da cuenta que su inclinación personal, por amistad o afinidad, hacia alguien de la Iglesia, puede dar la impresión de tener un trato especial, favorito y parcial con algunos de los miembros, por lo que tendrá que renunciar a ello, para no ser piedra de tropiezo para nadie.

¿A qué lleva todo esto? A la soledad y el aislamiento del Pastor, que puede llevarle a la depresión, o a hacer de él una persona introvertida, poco comunicativa, por no poder compartir con otros sus problemas, no tener un amigo con quien intimar, en su entorno social que es la Iglesia.

Una situación así prolongada, seguro que le traerá muy malas consecuencias. Podemos ver en la Palabra, que muchos grandes siervos de Dios vivieron esta situación de soledad, como Moisés, Elías, Jeremías, o el mismo Señor, que ni siquiera encontró un amigo junto a Él en los momentos más difíciles de su ministerio, ni cuando se acercaba la hora crucial de su muerte, aunque fuera acompañado de sus discípulos, como ocurrió en Getsemaní (Mt 26:37-40).

No debería ser así, y los Pastores deberían poder tener amigos íntimos entre los creyentes, pero en la práctica hemos de decir que cualquier contacto de amistad un

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tanto especial entre el Pastor y algunos miembros de la Iglesia, podría mal interpretarse como un favoritismo hacia unos en detrimento de la comunión con otros. Esto puede ocurrir incluso en las relaciones con los propios Ancianos de la Iglesia y el Ministro, si es que con alguno tiene más afinidad o amistad personal.

¿Significa esto que el Siervo debe aislarse de los demás? ¿Qué no deba tener contacto con los miembros de la Iglesia? Evidentemente no, porque la labor pastoral es contraria totalmente a la misantropía, un Pastor no puede tener aversión al trato humano, ni puede mostrar un aspecto desapacible ante los miembros de la Iglesia, pero la experiencia pastoral le hará ser muy precavido a la hora de manifestar sus relaciones de amistad, para evitar dañar sensibilidades, y debe mantener un equilibrio entre su posición de pastor, que está por encima de los demás, como sobreveedor, que enseña, guía, disciplina y amonesta, llegado el caso, y el desarrollo de su ministerio pastoral, que se lleva a cabo entre la grey, es decir, a la altura de todos (1 P 5:2), para alimentar, aconsejar, animar, estimular, etc., según la necesidad de cada miembro, y esto necesita llevarse a cabo con un equilibrio muy difícil de establecer.

Frente a estos peligros, el Ministro opta por la soledad y el aislamiento, como una carga más del ministerio cristiano, cuando no debería ser así, pero su posición de altura dentro de la Asamblea, le obliga a llevar esta carga.

Quizás nos pueda servir como ejemplo, para entenderlo mejor, un comentario que escuché en una ocasión, refiriéndose al rey de España: “El rey, como rey, no tiene amigos”. Esta frase no quiere decir que no tenga sus relaciones con personas afines y cercanas a él, sino que quien tiene que ejercer un servicio para todos, se debe a todos por igual, por razón de su cargo, y tiene que dejar al margen sus sentimientos personales, para evitar que nadie le acuse de favoritismo hacia nadie en particular.

¿Por qué decimos que esta es una carga para el Ministro cristiano? Porque una persona que está entregada a los demás por vocación, no tiene espíritu de aislamiento, sino de compartir con los demás, de relacionarse con el pueblo de Dios, sin embargo, viviendo entre el pueblo al cual sirve, con el que adora a Dios y tiene tantas cosas en común, puede llegar a sentirse íntimamente solo, y debe hacer un esfuerzo para vencer esta soledad, acercándose más a Dios y dependiendo de Él, para que la comunión que necesitaría de los hermanos, las palabras de consuelo, los consejos, en los momentos tristes y dolorosos de la Obra, sean suplidos por el Señor, porque Dios así lo declara a sus siervos (Ex 33:12-14; Jos 1:5,9). El Señor necesitó la presencia del Padre para seguir adelante, cuando sus discípulos le dejaron solo, y la tuvo (Jn 16:32), y sería muy bueno que un Siervo del Señor tuviera la amistad de otros siervos, con quien hablar en confianza, hombres prudentes con quien poder descargar la tensión y el sufrimiento propio del ministerio, un amigo íntimo que pueda ayudarnos a alejar de nosotros la soledad y el aislamiento en que muchas veces nos vemos inmersos.

B. Dificultades y Problemas Familiares

La familia del Ministro cristiano, puede ser su punto de apoyo, o su fuente de presión, según sea el caso. En los requisitos de Pablo veíamos que el Obispo tenía que gobernar bien su casa, teniendo los hijos en sujeción, con toda honestidad, pero no olvidemos que cuando una pareja deciden dedicar su vida al servicio del Señor, los hijos que tengan o que nazcan después, se verán obligados a vivir las mismas circunstancias que vivan sus padres, tantas veces presionados por los

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problemas que la Obra de Dios origina. Incluso se pedirá de ellos, por parte de personas de la Iglesia, un comportamiento diferente al de los demás niños y jóvenes de las otras familias cristianas, por el hecho de ser los hijos del Pastor, sin tener en cuenta el hecho de que quizás no sean convertidos, y que además no son ellos los que decidieron entregar sus vidas al servicio del Señor, sino sus padres.

Cuando las cosas salen bien respecto a la familia, y los hijos se convierten y son de ayuda en la labor que desarrollan sus padres, serán un punto de apoyo para el ministro, pero si no es así, las presiones que reciban pueden llegar a ser una carga difícil de soportar, hasta llegar a hacerles abandonar el ministerio.

¿Este problema solo lo sufren los ministros del Evangelio? La respuesta es no, porque cualquier familia de la Iglesia puede pasar por la misma circunstancia, pero en el caso de los Ministros de la Palabra, las consecuencias son mayores, no solo por el mal ejemplo para las demás familias de la congregación, sino que él será el primer perjudicado, porque el hogar del Pastor no será el lugar apropiado para recibir el apoyo necesario para su vida espiritual, ni el estímulo para seguir adelante en la obra de Dios, ni el lugar de oración para pedir en familia el poder necesario del Señor para poder vencer los conflictos que en el ministerio se originan, ni será el lugar del consuelo para su dolor y soledad.

Cuando a los problemas del ministerio cristiano se le añaden los del propio hogar, como pueden ser: La relación de pareja, los hijos, la economía doméstica, el cuidado de los padres, etc., pueden ocasionar un conflicto interno en la vida del ministro, que le agote espiritualmente y le incapacite para llevar a cabo su labor.

B. 1.) La esposa del Ministro

La esposa del Ministro debe sentirse llamada al ministerio. Nunca un hombre casado debería ser ministro del Señor si su esposa no camina en la misma dirección, habiendo sido previamente llamaba por el Señor, juntamente con su esposo, para esta labor espiritual.

El fin principal de la creación de Dios respecto a la mujer, y en el caso concreto de la esposa, es que fuera la “ayuda idónea” del marido (Gn 2:18), y difícilmente podría serlo si no se identifica con él en el ministerio que lleva a cabo, si no comparte su trabajo en la medida de sus dones, si no apoya a su marido cuando éste lo necesita, si no tiene la misma vocación, porque la esposa del Pastor debe entender que al casarse con el ministro, no puede dejar al margen el ministerio, para ser su auténtica ayuda idónea y no una carga o un obstáculo para él. Pero el ministro debe tener en cuenta que ella va a tener que soportar, además de su lugar de esposa, el trabajo de ama de casa, y la labor responsable de madre, la sobrecarga que supone el compartir el ministerio con él, a través de la ayuda que debe prestarle en el servicio al Señor, por lo que no debería pedirle más de lo que alcancen sus posibilidades, para no forzar ninguna situación que pueda provocar tensión entre la pareja, por exigir de ella más de lo que pueda hacer, y para que no deje de atender sus demás obligaciones, sino más bien, serle de ayuda compartiendo con ella las labores del hogar, la educación de los hijos, y todo cuanto forma parte de la vida en común, porque lo contrario sería contraproducente para el testimonio cristiano.

La realidad de esta necesidad de tener en la esposa la ayuda idónea para el

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desarrollo del ministerio cristiano, aconseja que quien entregue su vida al servicio del Señor lo haga siendo ya casado, o soltero, si es que tiene el don de la abstinencia, porque si después, la esposa que elija no se siente llamada al ministerio, no podrá ser la ayuda que necesita para llevar a cabo esta labor, ni compartirá con él las necesidades de la obra, ni tampoco su hogar estará al servicio del Señor. La situación que puede provocarse por esto será auténticamente angustiosa, y necesitará de mucho amor, de mucha comprensión mutua, mucha comunicación entre ambos, para acercar posiciones y no degenerar en una posición de enfrentamiento continuo, o de indiferencia hacia la labor que cada uno está desarrollando, llegando a resultar frustrante para ambos su estado de casados, o a cosas aun peores, no solo para ellos, sino para los hijos, porque los valores que cada uno pueda influirles, pueden ir en direcciones distintas u opuestas, creándoles una tremenda confusión.

B. 2.) Los hijos del Ministro

Ya dijimos anteriormente que los hijos del ministro cristiano se encuentran viviendo las circunstancias de la Obra de Dios, sin haberlo ellos decidido, si es que han nacido después de que sus padres decidieran tomar el camino del servicio al Señor, pero si son mayores y con capacidad para tomar decisiones cuando los padres hacen esta decisión, deberían ser consultados, y la unidad familiar, de mutuo acuerdo, escoger este camino de servicio cristiano, con todas las consecuencias.

Dicho esto, también hemos de decir que los hijos pueden ser una gran bendición en la vida del ministro cristiano, o por el contrario, una tremenda carga, que dificulte el normal desarrollo de su ministerio, cuando vive experiencias tristes y negativas en el propio hogar con relación a ellos, porque no sean creyentes, porque su testimonio sea negativo, porque estén dando mal ejemplo a otros, porque no se sujeten a su autoridad paterna, y en muchos de estos casos, el ministro se encuentra descalificado por causa de su familia, o por no estar enjuiciando correctamente su propio hogar, por falta de objetividad, y esto puede descalificarle para el ejercicio del ministerio cristiano, como mencionamos en la lección anterior respecto a los Ancianos de la Iglesia.

Por todo esto, la evangelización de los hijos y la orientación hacia los caminos del Señor, debe ser la prioridad en la vida del ministro, aunque esto no garantice que se vayan a convertir y tener vidas consecuentes en los caminos del Señor.

Ante esta realidad, podemos afirmar que las presiones familiares pueden ser una gran dificultad y un serio problema para la vida del Ministro Cristiano.

C. Dificultades y Problemas Sociales y Eclesiales

La labor del ministro cristiano está llena de problemas, dificultades, oposición, críticas destructivas, descalificaciones personales, zancadillas, envidias, y cosas semejantes, que hacen muy difícil el desarrollo del ministerio cristiano.

Lo lamentable de todo esto no es que sea en la sociedad donde se encuentren estas dificultades y problemas, porque si fueran causadas solo por la sociedad, seríamos bienaventurados (Mt 5:11-12). El ser perseguidos, vituperados, criticados u ofendidos por causa de Cristo, debe ser para nosotros un gran galardón, porque la aflicción, el sufrimiento, la persecución, y cualquier situación que vivamos por el

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Señor, no es nueva, ya lo vivieron los Profetas y los Apóstoles antes que nosotros, y fueron reconocidos por Dios como bienaventurados, y todo el que sufre por servir al Señor Jesucristo lo es (Stg 4:10-11).

No es esta oposición, ni el padecimiento por Cristo quien nos va a hacer volver atrás (1 P 3:14,15), porque el siervo del Señor tiene que soportar las pruebas que le vengan, la persecución social, y el sufrimiento, entendiendo que es participar de los padecimientos que sufrió el Maestro, y esto es una bienaventuranza y la garantía de que el Espíritu de Dios reposa sobre nosotros (1 P 4:12-16), por lo tanto, no es ninguna vergüenza padecer por Él, lo realmente lamentable es que estas cosas vengan de los propios creyentes a los que ellos sirven.

El mayor sufrimiento de los Profetas no vino de parte de los pueblos de la tierra, sino del pueblo de Dios (Mt 21:33-36; 23:37), y en el caso del Señor, fue su pueblo quien le crucificó (Mt 21:37-39; 27:22). Los Apóstoles igualmente sufrieron más por causa de la Iglesia, que por las persecuciones sociales, era más dolorosa la situación problemática que vivían las Iglesias, que los azotes y la cárcel (Hch 16:22-25), donde podían estar gozosos, cantando himnos, o hablando a la guardia pretoriana, como hizo Pablo (Fil 1:12,13), porque se consideraba prisionero de Jesucristo, como pone en las salutaciones de sus cartas. Le preocupaba más la situación interna de Filipos, que la aflicción de estar en la prisión (Fil 4:2,3,6,8,9).

Pablo se sentía agobiado por los problemas de cada creyente, y los sufría con ellos (2 Co 11:28,29), pero en vez de gratitud, encontraba ingratitud, críticas, descalificaciones, de las que algunas veces tiene que defenderse hablándoles claro, con razones contundentes y argumentos bíblicos serios, como hace a los Corintios (Ver 2 Co 10; 11:5-9; 16-27), defendiendo sus derechos de Apóstol ante los que le acusaban (1 Co 9:1-18).

El sufrimiento del ministro del Evangelio, producido por la Iglesia local, va minando su personalidad y su carácter, y aunque quiera desechar de su vida las causas que lo provocan, no puede hacerlo completamente, afectando al desarrollo del ministerio y a su salud. En el plano ministerial tenderá al aislamiento y a la desconfianza en los hombres, con los que cada vez tendrá menos libertad y amistad, con el agravio de que esa falta de confianza dará como resultado que no tenga con quién compartir sus cargas y sufrimientos.

Se cuenta de Spurgeon, que fue tanto el daño que le hizo la crítica destructiva, que se metió en la cama con una profunda depresión y quería morirse, y su ministerio hubiera sido anulado, a no ser por la idea que tuvo su esposa de poner en el techo de su habitación el texto de Mt 5:12: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los Profetas que fueron antes de vosotros”. Él lo miraba desde el lecho, y esto le animó a seguir adelante.

Cuando además estas críticas y descalificaciones no son por causas espirituales, ni por mala doctrina o prácticas, -que esto sería hasta bueno para el ministro y el ministerio-, sino por envidias, actitudes vengativas, oposición a la obra, puntos de vista distintos en cosas secundarias o poco importantes, enemistades por alguna trivialidad, razones familiares, insubordinación, etc., el sufrimiento se hace más insoportable, porque se prolonga en el tiempo, y no se le ve salida a la situación, que se encona, sin poder hacer nada por remediarlo, y esto puede llevar al ministro incluso al abandono de la Iglesia local y hasta del ministerio. Jorge Whitefield dijo al final de su vida: “No estoy cansado de la obra de Dios, pero sí en la obra de Dios”.

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Esto nos ayudará a entender lo dolorosas que son las críticas y las descalificaciones hacia el ministro, por parte de los miembros de la Iglesia, que pueden degenerar en el agotamiento espiritual y en la falta de ilusión en la obra de Dios.

Si esto ocurre por un tiempo prolongado, quien sufrirá las consecuencias será la propia Iglesia local, porque el ministro perderá sensibilidad ante los problemas y necesidades de la Iglesia, entrando en una vida rutinaria, cubriendo los servicios mínimos de cultos y demás actividades, pero sin ilusión, casi mecánicamente, y sin interés por esforzarse para que la Iglesia progrese, dejando de hacer visitas pastorales con el interés que lo hacía antes, y siendo insensible ante el gozo o el sufrimiento de los demás.

El peligro de caer en esta situación por descalificación personal y crítica destructiva, es más frecuente en aquellos ministros que están muchos años en una misma Asamblea local, por la tendencia de los miembros a perder la ilusión y el afecto que al principio se tiene hacia el ministro, por las fricciones y enfrentamientos personales propios del ministerio, que si se personalizan y no se entienden como el ejercicio del pastorado, que debe defender en todo momento los intereses del testimonio de la Iglesia local y no los propios o familiares, que deben estar en un segundo plano, llegan a causar estos daños y sufrimientos, que pueden quitar la ilusión por el servicio al ministro de la Palabra, quien tendrá que plantearse ante el Señor si debe continuar así o ser enviado a otro lugar, donde pueda ser más útil.

El que vive una situación así, necesitará una manifestación grande del poder de Dios en su vida, para poder remontarla con nuevo vigor espiritual, echando mano de las promesas del Señor (Is 40:28-31), porque tener una sensación de fracaso, de no haber podido realizar la obra deseada con tanta ilusión cuando dedicamos nuestras vidas al Señor, puede dar como resultado, por un lado, el enfriamiento y la indiferencia de los creyentes que confiaban en nosotros, que dejan de evangelizar, de servir al Señor, y de vivir una vida de testimonio cristiano, y por otro lado, el peligro de caer en una depresión que le anule por completo para el ministerio.

Por todo esto, las críticas destructivas y las descalificaciones personales, nunca hemos de verlas como el fracaso del ministerio, porque la obra es de Dios, y sus siervos para Él están en pie o caen (Ro 14:4), a nadie toca juzgarlos sino al Señor, y no sabemos si la situación que estén viviendo, y lo que estén sufriendo, sea permitida por el Señor para probarles, por eso los ministros deben tener claro que el fracaso aparente no tiene porqué ser ningún indicador de que deben cambiar de lugar de servicio, o de ministerio, porque para eso debe verse muy clara la voluntad de Dios al respecto, sino que es posible que el Señor esté probando su capacidad de aguante para encargarles alguna misión u obra que la necesite, por eso siempre han de mirar al Señor y confiar en Él, cualquiera que sea la situación que estén viviendo en la obra.

Recordemos el caso del Profeta Elías, huyendo de Jezabel, deseaba morirse, pero Dios le dio fuerzas para seguir adelante con su ministerio (1 R 19:4-8). Es posible, por lo tanto, salir fortalecidos de una prueba como ésta, alcanzando madurez en el servicio cristiano, siempre que tengamos claros los objetivos de nuestra misión aquí en la tierra, como Pablo los tenía, para poder llegar a decir que la situación que estaba viviendo era positiva para algunos, que cobrando ánimo con sus prisiones, se atrevían a predicar a Cristo, viendo su sufrimiento por causa del Evangelio, otros lo hacían para añadir más aflicción a la que ya tenía, pero lo importante para él era que esta situación que estaba viviendo contribuía a la propagación del mensaje de

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Jesucristo, y en eso se gozaba (Fil 1:13-18).

Hemos de ver siempre la parte positiva de las pruebas, para sacar provecho para la obra de Dios, y es posible que las dificultades y los problemas sociales y eclesiales de los ministros del Señor, contribuyan a animar a otros a seguir por el camino del servicio cristiano, cuando vean cómo el Señor protege y fortalece a sus siervos.

II. LOS RECURSOS DE LOS MINISTROS

No podíamos terminar este estudio, sin hablar de los recursos que los ministros necesitan para llevar a cabo el ministerio. Este es un tema importante que abarca las necesidades espirituales y las económicas, pero también, las humanas, es decir, las personas o colaboradores, que ayudan al ministro en la obra del Señor, y que tan necesarias son para el desarrollo del ministerio y para la vida espiritual de la Iglesia, personas que sean un buen apoyo para el ministro.

A. Mirando al Cielo

Tanto los Ministros del Señor, como la Iglesia que les encomienda, deben ser conscientes de las dificultades que la obra que han de desarrollar conlleva, pero al mismo tiempo, deben confiar en que, si el Señor les envía a una misión que depende de Él, también les va a dotar de todo lo necesario para llevarla a cabo, sea en el plano espiritual, en el material y en el humano.

A. 1). En lo Espiritual

En el plano espiritual, les dotará de la preparación necesaria en la Palabra y de un espíritu de oración, para obtener de Dios el poder que en cada momento necesitarán para realizar la obra encomendada con garantías de éxito (Jn 14:16 y 17; 25 y 26; 16:13-15), sin dudar en absoluto, que el Espíritu Santo les irá llevando a los lugares y ministerios que Él quiera que realicen, como hizo con los Apóstoles y los cristianos del primer siglo, según vemos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8:29 y ss., 10:19; 13:4; 16:6-9; 20:22).

Dios dio el Espíritu Santo a la Iglesia (Hch 2), como la fuente de revelación y poder que necesitaba y única referencia segura, para que el Ministro de la Palabra supiera adónde recurrir para obtener la guía, dirección, información, revelación y poder Divino, y lo hizo, porque el Señor conocía muy bien la insuficiencia humana para una obra de tanta grandeza y magnitud, que sin Él nunca llevaríamos a cabo (Jn 15:1-9).

Los ministros son siervos en las manos de Dios y Él da los dones espirituales para su servicio, como quiere y a quien quiere, y cada uno debe desarrollarlos, ejercitarlos, y usarlos al servicio de los demás, como buenos administradores de la gracia recibida del Señor, conforme a Su palabra y Su poder, para que la Iglesia se beneficie de ellos, y toda la gloria sea para Él, y no para ningún hombre. (1 P 4:10-11).

A. 2). En lo Material

En el plano económico, Dios proveerá de lo necesario en cada momento, quizás no con riquezas, pero tampoco con pobreza, porque Él ha prometido que dará lo

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necesario a sus hijos, para cubrir sus necesidades vitales: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Sal 37:25), y ese debe ser el sentir de quienes desean servir al Señor: “...No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario” (Pr 30:8). Cuando el Señor envió a predicar a sus Apóstoles, les dijo que “no fueran provistos de oro, ni plata, ni alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón, porque el obrero es digno de su salario” (Mt 10:9-10).

La frase: “Dios proveerá”, debe ser la constante en la vida de todo siervo del Señor, y podrá ver a lo largo de su vida de servicio, la realidad de esta provisión divina en todo momento.

A. 3). En lo Humano

En el plano humano, aunque lo que más proliferará serán los detractores, los que ejercen la murmuración, la crítica destructiva, y los malos consejos a otros, que tanto dolor producen a los siervos del Señor, como hemos tratado antes, en el apartado de las dificultades y problemas sociales del ministro, siempre habrá buenos colaboradores, hombres fieles, con deseos de servir desinteresadamente y de edificar en la Iglesia del Señor, que serán un buen apoyo para el ministro. Valga como ejemplo la vida de Moisés sirviendo a Israel, entre las críticas y las rebeliones constantes, las del pueblo (Nm 11), o las de sus propios hermanos (Nm 12); las de los espías incrédulos, que hacen murmurar al pueblo y volverse atrás (Nm 13 y 14); la de los príncipes de Israel (Nm 16), y otras muchas más, pero en medio de esta triste situación, Josué y Caleb se muestran como buenos colaboradores de Moisés, hasta el punto de que Dios elige a Josué para ser su relevo en ese gran ministerio de darle al pueblo la tierra prometida (Jos 1), reconociendo su capacidad y preparación al lado de Moisés, como su colaborador. Cuando alguien se pone a disposición del Señor, debe confiar que Dios le dará las fuerzas necesarias, la preparación adecuada, y los medios precisos, para cuanto tenga que hacer, porque hemos de ser conscientes de nuestras debilidades e insuficiencia, para servir al Señor y su Iglesia, y esto nos hace estar ante Él con debilidad y mucho temor y temblor, como dijo Pablo a los Corintios (1 Co 2:3), porque para estas cosas ¿quién es suficiente? (2 Co 2:16).

B. Esperando del Señor

Para los tres apartados anteriores, es necesaria la oración, porque es el recurso imprescindible e incuestionable, como vemos en el propio Señor Jesucristo, que para Él era una necesidad el retirarse a orar (Mr 6:46), y lo hacia cada día y cada noche (Lc 6:12), cuando todos se retiraban a sus casas, Él iba al monte de los olivos, o a un lugar desierto al amanecer (Mr 1:35), no tenía horas, porque en todos los momentos del día buscaba la comunión y el poder del Padre, y eso es lo que enseñaba hacer a sus discípulos (Mt 26:41), les enseñó a orar (Mt 6:5-13 y Lc 11:1-13), les mostró el poder de la oración de fe (Mt 17:19-21), les dio la promesa divina de lo que podían conseguir con la oración, porque Dios nos trata como a hijos (Mt 7:7-11), les enseñó a pedir al Padre a través del Mediador, el Hijo (Jn 14:13-14; 15:16), pero puso como condicionante para ser oídos por el Señor, la fidelidad y la permanencia en la Palabra (Jn 15:7), lo mismo que ya había dicho a Israel, a través de Isaías, que Él no va a oír la oración de quienes solo viven de apariencia de piedad, multiplicando cultos y ofrendas, pero no han sido limpiados interiormente, Dios solo responde a la oración de un siervo fiel, que haya sido purificado en su

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sangre, y cuya vida sea consecuente con la santidad interior que Él demanda de sus hijos (Is 1:10-17).

B. 1). La Oración debe ser prioritaria en la vida del Ministro

Como mencionábamos anteriormente, en el apartado A. 1., “mirando al cielo en lo espiritual”, aquí debemos decir que el ministro debe vivir mirando al cielo siempre, porque la oración debe ser algo prioritario en su vida, si quiere ser guiado por el Espíritu Santo en su servicio, y para eso, deberá dejar otras cosas que le impidan mantener una vida de oración, pidiendo por él mismo, por su familia, por su ministerio, por la Iglesia, por cada miembro de ella en particular, y por cada problema de la obra, como hicieron los Apóstoles y discípulos (Hch 16:25; Ro 1:9-10; Fil 1:3). Pablo, desde el mismo momento de su conversión (Hch 9:11).

Muchos hombres de Dios entendieron que para ser más eficaz en la obra de Dios, había que emplear más tiempo en la oración, ejemplos como Jorge Müller, de Bristol, con sus orfanatos, Lutero, que decía que era tanto el trabajo por hacer, que tenía que pasar las tres primeras horas del día orando, para que le diera tiempo, y otros muchos contemporáneos nuestros que así lo entienden, porque es el primer recurso espiritual que el ministro necesita, el del Cielo, aunque para eso tengamos que ejercer sobre nosotros mismos una férrea disciplina.

Lo que no debe hacer el Ministro es emplear su tiempo en otros quehaceres y servicios que puedan ser desarrollados por los diáconos, colaboradores o hermanos preparados y aptos para ello, como no lo hicieron los Apóstoles (Hch 6:1-4), porque si lo hacen, estarán descuidando la tarea espiritual encomendada, y no sería justo dejar de ocuparse en el pastorado, la enseñanza y la oración, “para servir a las mesas”.

C. La Comunión con los Santos

Sin duda alguna, la comunión con Dios en oración, dará como resultado la comunión con los santos, es decir, el servicio entre aquellos que constituyen la Iglesia local, y que son a quienes sirven los ministros de la Palabra. Si la vida del ministro está fortalecida por el Señor, podrá ser útil para fortalecer a otros, si está llena de la Palabra Santa, podrá alimentar bien a la grey de Dios, si está enriquecida espiritualmente, podrá enriquecer a los creyentes, y esta actividad espiritual, fruto de la comunión con Él, potenciará la vida del ministro, que será fortalecido para no caer en el desánimo, la apatía, el desinterés por la obra de Dios, ante la menor adversidad, por el contrario, él mismo experimentará en su vida espiritual nuevas energías, fruto del tiempo pasado en comunión con Él, a través de la oración, porque ese ejercicio espiritual le irá fortaleciendo, como el atleta que se ejercita constantemente para conseguir mejores marcas a través del esfuerzo físico.

Esperar la fortaleza en el Señor para el servicio, es la única garantía de éxito (Is 40:29-31), porque Él da fuerzas al cansado y las multiplica al que no tiene ningunas, y los que esperan en Jehová tendrán esas fuerzas renovadas cada día, y podrán levantarse sobre cualquier adversidad que venga sobre ellos, como se remontan las águilas a las alturas.

Confiando en el Señor y demandando de Él las fuerzas para la obra, jamás nos cansaremos, ni nos fatigaremos en esta carrera que tenemos por delante, si la

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corremos puestos los ojos en Jesús (He 12:1-2).

C. 1). La Ofrenda para los Santos

En este capítulo de “Los Recursos del Ministro”, y dentro del apartado de la comunión de los santos, quisiera retomar el tema de los Recursos Materiales, centrándome más en el tema de las ofrendas para los santos, por ser ésta una manera de mantener la comunión con los Ministros de la Palabra, a través de la ayuda material que podamos prestarles con nuestras aportaciones económicas, y ver lo que la Biblia dice al respecto.

El Apóstol Pablo, que no recibió ofrendas de la Iglesia de Corinto, se preocupa de enseñarles lo que deben hacer en este ministerio, como había ordenado hacer en las iglesias de Galacia: “En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas...” (1 Co 16:1-4). El ofrendar para las necesidades de la Iglesia es un privilegio, que además, nos hace partícipes de las necesidades de los hermanos, como en este caso, que Pablo recoge la ofrenda para los santos en Jerusalén.

Centrándonos en el tema del Ministro Cristiano, también lo es, porque a través de nuestras ofrendas, estamos contribuyendo a hacer posible que lleve adelante la obra encomendada por el Señor, y nosotros estamos participando con él en su ministerio, con nuestro apoyo económico y la oración. El Apóstol Pablo alaba la responsabilidad de la iglesia en Filipos en cuanto a las ofrendas que le enviaban para sus necesidades, una y otra vez, dejando claro que no estaba en el ministerio para ganar dinero, no servía al Señor por interés material, pero les dice que hicieron bien enviándoselo, porque esas ofrendas eran como un olor fragante y sacrificio acepto, agradable a Dios, que no quedaría sin la recompensa Divina (Fil 4:10-19).

El Señor ordena que, al igual que los que trabajaban en las cosas sagradas comían del templo, y los que servían al altar, del altar participaban, también los que anuncian el evangelio, vivan del evangelio (1 Co 9:13-14), porque nadie fue soldado jamás a sus propias expensas, el que trabaja la tierra tiene derecho a comer de ella, o el que apacienta el rebaño, comerá del rebaño, como dice la Ley: No pondrás bozal al buey que trilla (1 Co 9:7-11). Y pone la responsabilidad de ayudar a los ministros, ante aquellos que por ellos son enseñados: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que le instruye” (Ga 6:6).

El obrero es digno de su salario (1 Ti 5:18), y el Obrero del Señor también lo es, este es un derecho establecido por Dios, para que la iglesia sea responsable con los ministros, incluso hace la observación de que los que trabajan en predicar y enseñar, sean dignos de doble honor, u honorario –griego: Timë- que significa un precio pagado o recibido, es decir, un doble salario. (1 Ti 5:17).

Sin entrar en cuestiones salariales, ni en contratos o condiciones que los ministros puedan establecer con las iglesias, lo que se desprende de los textos analizados, es que Pablo no servía por interés personal, pero defiende el derecho de los ministros de la Palabra a vivir del evangelio, poniendo la responsabilidad de la atención material, para cubrir generosamente sus necesidades, a la propia Iglesia local, o a otras iglesias locales que quieran colaborar con las necesidades del ministro, algo que no quedará sin recompensa (Mr 9:41).

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Ejercicios de la Lección 5._________

1. ¿Qué debe hacer el ministro cristiano para vencer las dificultades y problemas personales?

2. Las dificultades y problemas familiares ¿Cómo pueden repercutir en el ministro? Enumere los más comunes y cómo afectan al ministerio.

3. Enumere los recursos necesarios para el ministro cristiano, y valore lo positivo de cada uno de ellos.

Estudio:

LECCIÓN 4

El Ministro Cristiano: Vocación de Servicio, Carácter Santificado y Preparación

I. EL MINISTRO ES UN SIERVO ESCOGIDO POR DIOS Y DOTADO POR ÉL PARA EL SERVICIO

Dios, que constituye la Iglesia por personas regeneradas en la sangre de Cristo y salvadas por su Gracia, la dota de hombres con los dones necesarios y vocación de servicio, que los haga eficaces para llevar a cabo el ministerio cristiano de pastorado y formación en la Palabra de Dios a los miembros de ella (Ef 4:11-16).

A. Requisitos del Ministro

La obra que tiene que llevar a cabo el Ministro de Jesucristo, en el servicio al Señor y Su Iglesia es tan importante y trascendental, que exige de él, no solo la vocación, sino un carácter santificado y una preparación adecuada. No vale cualquiera para esta labor, porque lo que se está llevando a cabo es la transmisión de la Doctrina y de los Valores Eternos de Dios a las personas, que si no se ajustan perfectamente a lo revelado por el Señor, no solo serán siervos fraudulentos, con una doctrina errónea, sino que estarán llamados al fracaso, con graves consecuencias para las personas que han sido puestas a su cuidado espiritual, produciendo una frustración tanto para el ministro como para los administrados.

Cuando se carece de la vocación de servicio, del carácter santificado y de la preparación adecuada, se corre el riesgo de caer en el profesionalismo, representando el papel de “siervo”, como lo haría cualquier buen actor, manifestando una dosis de hipocresía, que iría creando una gran tensión en el “ministro”, por la doble vida, que acabaría torturando su conciencia, con el peligro de caer en una depresión o en el abandono del ministerio.

Destaquemos entonces las condiciones necesarias para el desarrollo de un ministerio cristiano auténtico, llevado a cabo por personas que han sido llamadas por Dios para esta labor, cuyo carácter ha sido santificado por el Señor, y su formación orientada por Él, para obtener la capacidad necesaria para el ministerio pastoral.

1. Vocación de Servicio

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a) El llamamiento del Señor

Nadie que no haya sido llamado por el Señor y puesto por el Espíritu Santo en el Ministerio, podrá tener vocación de servicio. El llamamiento del Señor es el requisito imprescindible del Ministro Cristiano.

El llamamiento a la conversión, tiene como finalidad, no solo la salvación de la persona, sino también el servicio al Señor, hasta su segunda venida (1 Ts 1:9,10), esto en modo general para todos los creyentes, pero también encontramos en la Biblia referencias a un llamado especial, para aquellos que van a servirle de manera especial, para un servicio concreto, o la dedicación de toda una vida al servicio del Señor. Ejemplos de este llamamiento especial son Moisés (Ex 3:10-12), Josué (Jos 1:1-6), los Jueces (Jue 2:16,18; 3:9, etc.), o profetas como Isaías (Is 6), Jeremías (Jer 1:4-19), Ezequiel (Ez 2:1-7), Jonás (Jon 1:1-2), y otros muchos. También en el Nuevo Testamento vemos a Jesús escogiendo a sus Apóstoles para llevar el Evangelio al mundo, o a los setenta, para que su dedicación fuera mayor que la de los demás discípulos (Mt 10:1 y Lc 10:1). Más tarde, el Espíritu Santo llama a Bernabé y a Saulo para que sean enviados a la obra misionera (Hch 13:2).

No podemos decir, a la vista de todo esto, que la vocación al servicio del Señor sea simplemente una iniciativa humana, ni una inclinación natural o sensual, porque el origen está en el llamamiento del Señor a la persona, y no en ningún sentimiento interior, es algo que procede de Dios. Sin embargo, hemos de saber distinguir si se trata realmente de un llamamiento divino, porque cuando Dios llama a alguien para el servicio, no lo hace de manera sobrenatural, ni enviando seres espirituales que se hagan visibles, o con voces extrañas, sino que emplea una voz interior, espiritual, es el Espíritu Santo quien habla a nuestro espíritu y lo podemos percibir, siendo sensibles al Espíritu de Dios.

Esta voz del Señor produce en los llamados un fuerte deseo de servicio a Dios y a los hombres, que lleva a la decisión prioritaria de la dedicación plena al Ministerio Cristiano, es como una seducción por parte de Dios (Jer 20:7), y no se repara en costes, porque se entenderá que los valores espirituales están por encima de los terrenales.

Cuando alguien se siente llamado por el Señor, y para asegurarse de que sus objetivos y móviles son espirituales, debería contestarse preguntas como las siguientes: ¿Es realmente el amor a Dios y a los hombres lo que me impulsa al servicio? ¿Deseo depender exclusivamente del Señor para todas las necesidades de mi vida? ¿Estoy dispuesto a llevar a cabo Su obra, con todos los problemas y dificultades que acarrea? ¿Estoy dispuesto a dedicar mi vida al Servicio del Señor desde una posición humilde, callada, sin brillantez humana, siendo incluso menospreciado, perseguido, vituperado, padeciendo incluso necesidad? (1 Co 9:4-23). Quien esté dispuesto a asumir todas las consecuencias que acarrean el servicio cristiano, podrá decir afirmativamente que tiene vocación de servicio.

No olvidemos que el Espíritu Santo pone carga sobre los llamados, para que lleven a la práctica el ministerio (Fil 2:13; Jer 20:7-9), y la Iglesia, reconocerá la autenticidad del llamamiento y el servicio (Hch 20:28).

b) El reconocimiento de los demás

Aun sintiendo el llamamiento del Señor y habiéndose contestado a las preguntas anteriores, es necesario que eliminemos cualquier juicio personal que hayamos hecho sobre nosotros mismos, sobre la autenticidad de nuestro llamamiento, para no sufrir errores de apreciación personal, por

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esto es necesario conocer la opinión de hombres fieles, gente espiritual, pastores con la suficiente capacidad y experiencia para discernir si el llamamiento es auténtico o no lo es, o si es fruto de una situación emocional.

Debemos pedir el consejo de estos hermanos, para ver si su opinión coincide con la nuestra, y cotejar si nuestro sentimiento y vocación son compartidos y reconocidos por las personas espirituales que nos conocen. Un ejemplo lo tenemos en Timoteo, cuyo llamamiento fue reconocido tanto por Pablo, como por los hermanos de Iconio y Listra (Hch 16:1-2), que daban buen testimonio de él.

Resultaría extraño que alguien nos dijera en la Iglesia local, que ha sentido el llamamiento del Señor a servirle, sin haber visto una trayectoria de servicio a lo largo de su vida. No reconoceríamos como auténtica esa vocación, ni real el llamamiento. Es evidente que no tendría el respaldo de los demás miembros de la Iglesia.

Por el contrario, si la trayectoria de su vida ha sido el servicio, a nadie le extrañaría el llamamiento para ese ministerio, para nadie sería sospechoso, y menos al que es llamado, porque será el primero en haber sentido la orientación del Señor hacia ese camino (Sal 25:12).

2. Carácter santificado

Un carácter santificado es esencial para el ministro cristiano, el ejercicio del ministerio no es ajeno a la conducta del ministro. Lo primero que se ve de nosotros es lo que aparentamos, lo que vivimos y lo que hacemos. Recordemos el viejo dicho: ”La reina no solo debe ser buena, sino parecerlo”, porque nuestra vida habla sin palabras, y todo lo que hagamos en nuestro ministerio, será nulo si no está avalado con la vida.

Quizás en otras profesiones no tenga que ser consecuente la manera de vivir con la eficacia en el trabajo, porque ambas cosas son independientes, ya incluso en los políticos, que se supone que desarrollan un cargo público, se disocia la eficacia en la gestión con la conducta en su vida privada, no digamos en profesionales como doctores, abogados, técnicos, etc., pero no sucede así con quienes se supone que deben ser guías espirituales, cuyo ejemplo repercutirá en la eficacia de su ministerio hacia los demás, y así lo enseña Pablo a Timoteo para hacer eficaz su servicio en la Iglesia (1 Ti 4:12). Él tenía que limpiarse de todo lo que fuera contra la santificación, para poder ser un instrumento de honra, santificado y útil (2 Ti 2:21-26). Las palabras sabias de Pablo van orientadas hacia el carácter que tiene que ir mostrando un siervo de Dios.Las virtudes cristianas, el carácter santificado, allanarán el camino y lo hará más fructífero, porque su conducta debe estar por encima de todo reproche (1 P 5:2-3), este ejemplo dará autoridad al ministro, quien será respetado por la grey a la que guía.

¿Significa esto que un ministro no esté expuesto a cometer fallos? Es evidente que no, porque no hay hombre que sea perfecto (Ro 3:10), ya vemos a los grandes hombres de Dios que no lo eran, todos tuvieron errores en su vida, que incluso les costó sufrir unas consecuencias terribles, como es el caso Moisés (Nm 20:10-13; 27:12-17), del Juez Sansón (Jue 13 a 16) y el Rey David (2 S 12:1-23; Sal 32 y 51), entre otros. Tampoco lo fueron los Apóstoles, como no lo somos los ministros de Jesucristo, que todos arrastramos nuestras debilidades propias de la vida anterior y del temperamento, pero lo que debe primar en el fondo es una gran piedad, acompañada de un profundo deseo de cambiar hacia un carácter santificado, es decir, modelado por el Espíritu Santo, para hacer cada vez más eficaz el servicio al Señor y a su Iglesia.

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No basta solo con la fidelidad de la enseñanza bíblica o la proclamación de la verdad, sino que hay que añadir a esto la fidelidad en la práctica de la verdad que proclamamos (Mt 23:1-3), el ministro debe ser transparente, es decir, con una sola cara y una sola vida, a pesar de que se puedan ver los fallos propios de su imperfección, debe ministrar como vive y debe vivir como ministra. Debe esforzarse porque predominen en su carácter santificado, la justicia y la prudencia, en sus acciones y decisiones, pero también, la tolerancia y la fortaleza, para saber entender las debilidades de los demás y aguantar las críticas que puedan verter hacia su persona y ministerio, en los momentos difíciles que todo siervo de Dios sufre en el servicio cristiano. Esta fortaleza y madurez le ayudarán también a no caer en la vanagloria frente a los halagos de los demás por el éxito obtenido en el desarrollo de la obra de Dios.

A todo este deseo personal de santificación, hay que añadirle el poder necesario para llevarla a cabo, y ese poder solo procede de Dios, permaneciendo en Él, para que Él permanezca en nosotros, unidos como la vid y los pámpanos, para tener la vía de comunicación al cielo abierta, con la garantía de ser escuchados, y para llevar mucho fruto (Jn 15:1-16). Sin el poder de Dios no pueden haber vidas santificadas, ni ministerios fructíferos, pero una vida santificada al Señor, y unos dones naturales santificados por el Espíritu Santo, que vimos en la lección anterior, darán unos resultados eficaces y un fruto maravilloso, para la gloria de Dios.

El carácter cristiano santificado, es decir, controlado por el Espíritu Santo, del siervo de Dios que está andando en el Espíritu (Ga 5:16) y dominando así los deseos de la carne, producirá un fruto espiritual evidente, y se verá fluir de su vida el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, que es la manifestación externa del fruto del Espíritu (Ga 5:22-23), cualidades que están en grado de perfección en el Señor Jesucristo, el príncipe de los pastores.

¿Quiere decir esto que el ministro cristiano haya perdido los rasgos esenciales de su carácter o temperamento personal? No, pero debe aprender a controlarlos, tener dominio sobre ellos, porque la mansedumbre = praus, es una cualidad que distingue a los súbditos del reino de los cielos, (Mateo 5:5), por eso son bienaventurados.

3. Preparación adecuada

Conviene resaltar algunas características del ministro cristiano, que demostrarán su santificación en el trato con los demás, su capacidad para el desarrollo de su ministerio, y su madurez pastoral, lo que podíamos llamar: Una preparación adecuada para realizar un ministerio cristiano eficaz.

El Espíritu Santo señala y escoge a sus siervos, les da los dones necesarios para que puedan realizar la obra encomendada y les capacita para ejercerla con éxito.

a) Las exigencias Apostólicas de Pablo (1 Ti 3:1-7 y Tit 1:6-9).

Las exigencias apostólicas de Pablo, o si queremos llamarlo también: Los Requisitos Esenciales para el Ministro Cristiano, tienen que ver con la persona, la familia y el entorno social del ministro, veremos que son cualidades que deben tener incipientes en sus vidas los ministros, y aunque no podamos esperar que las posean todas en grado de plenitud, si deben aspirar a ellas.

El apóstol Pablo enumera una lista de ellas en 1 Ti 3:2-7 y Tit 1:6-9, comenzando ambos textos con la misma exigencia, la de ser: “irreprensible” = Anepilemptos, es decir, que no puede ser expuesto a censura, o dicho de otro modo, que no puede ser sorprendido en nada censurable.

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Esto no significa que sea perfecto, sino que debe estar cubierto de cualquier reproche, en aquellas cosas que para la sociedad sea justo reprochar (1 Ti 3:2).

Era lógico exigir a los Ministros unas condiciones éticas acordes con el ministerio que debían llevar a cabo, porque en el contexto en que Pablo escribe, se exigían unos requisitos parecidos a los gobernantes y militares de la época, por lo tanto a los líderes de la Iglesia se les debía pedir que mantuvieran un nivel ético que estuviera por encima del de los paganos.

Esta irreprochabilidad que se les pedía a los Obispos o Ancianos de la Iglesia, tenía que abarcar todos los órdenes de su vida, el personal, el familiar y el social, de ahí que veamos once requisitos personales, tres requisitos familiares, y dos requisitos sociales, sobre la base el primero ya mencionado.

I) Requisitos personales (1 Ti 3:2-7)

1. Sobrio (gr. “Nephalios”), es un adjetivo que, relacionado con el verbo “Nepho”, solía aplicarse a todo el que se abstuviera del vino, o de cualquier influencia de productos embriagantes. Pero también tenía un significado más amplio, que tenía que ver con la Moderación en todas las acciones, alguien Templado. El verbo Nepho, se utilizaba para expresar un estado de tranquilidad espiritual, o de ausencia de apasionamiento, lo que podía compararse al dominio propio, que es capaz de mantener un equilibrio en todas las cosas de la vida, algo que manifestará una santidad, y una vigilancia constante, y la preocupación personal, para no caer en un mal testimonio que arruine la vida de ministerio (1 Ts 5:6-8).

2. Prudente o Sensato, (1 Ti 3:2), (gr. “Sophron”). La prudencia es un requisito personal imprescindible para el desarrollo del ministerio cristiano. El Pastor u Obispo, debe ser prudente (Tit 2:2), es decir, de una mente sana y juiciosa (gr. “sos” = sano; y “phren” = mente). Esto es en sentido literal y primario lo que el texto está pidiendo del Obispo, que posea una mente sana y equilibrada, para poder ser discreto y capaz de juzgar bien las cosas.

Un pastor prudente y sensato, será discreto, capaz de guardar la confidencialidad, y por lo tanto, será alguien en quien se puede confiar a la hora de confiarle alguna cosa personal, consultarle algo íntimo, o pedirle consejo. La prudencia le hará estar dispuesto siempre a adquirir conocimientos, a no ser sabio en su propia opinión, ni a creer que ya lo sabe todo. (Pr 1:5; 3:7; 9:9,10).

3. Decoroso (Versículo 2), (gr. “Kosmios”). El decoro que se requiere aquí a los Obispos, no solo se refiere al vestido exterior o su apariencia, como se pide a las mujeres en 1 Ti 2:9, es eso y mucho más, porque kosmios significa también ordenado, y eso tiene que ver con su forma de vestir, pero también de su conducta, su comportamiento social, su educación, en el trato hacia los demás, en el cuidado de sus cosas, ser respetuoso con la puntualidad y cumplidor de sus compromisos, porque de este orden personal, saldrá el orden eclesial, ya que la Iglesia que pastoree será un reflejo de su decoro y orden personal.

4. Hospedador (gr. “Philoxenos”) = Hospitalario. Una traducción literal sería: “amigo de extraños”, o de extranjeros. El Pastor debe tener su casa abierta a cualquiera que le necesite, a los de afuera y a los de dentro, porque la casa del pastor es un escaparate de la Iglesia, y la atmósfera espiritual que se respire en ella puede influir positivamente en la vida de los demás creyentes, en los miembros de la propia familia y en las personas que nos ven. Puede ser una buena base para la evangelización y el crecimiento de la Iglesia local (Pr 17:1).

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Pablo lo dice en Tit 1:8, como una cualidad necesaria para el ministerio de un Anciano (Ro 12:13; He 13:2; 1 P 4:9).

5. No dado al vino (Versículo 3). (gr. “Paranoios”) = Entreteniéndose en el vino. Que nos sea alborotador por los efectos del vino, porque el que se emborracha da una nota de desprestigio, y Pablo dice que el Obispo no sea un bebedor adicto al vino. No está prohibiendo el uso, sino el abuso del vino, porque hay que evitar los extremos, y no pasarse ni por exceso, ni por defecto.

La Biblia no prohíbe beber vino, el propio Pablo lo recomienda a Timoteo a causa de su estómago y enfermedades (1 Ti 5:23), lo que la Biblia prohíbe es estar “dado” al vino, es decir ser alcohólico dependiente, porque una mente llena de alcohol no puede juzgar, ni discernir correctamente, por lo que está incapacitada para pastorear la Iglesia.

6. No pendenciero (Versículo 3). (gr. “Plëktës”) = Que no sea un golpeador, un pendenciero. Esta misma palabra aparece en Tit 1:7, indicando lo que no debía ser un Anciano u Obispo de la Iglesia. No debe ser una persona belicosa, ni que se irrite con facilidad, o que se llene de ira por cualquier cosa, llegando incluso a la violencia física.

El Adjetivo “Amachos”, que quiere decir literalmente “no luchador”, y que significaba primariamente “invencible”, vino a significar después “no pendencieros” (Tit 3:2), y en 1 Ti 3.3, “apacible”, o como traducen otras versiones “no litigiosos”. Debemos entender por lo tanto, que el Ministro de la Palabra puede ser un luchador en el sentido del trabajo y el servicio cristiano, no dejarse vencer por los inconvenientes, la oposición o los problemas propios de la obra del Señor, pero no debe ser polemista, belicoso, ni pendenciero, es el sentido violento del término, sino apacible.

No debe ser alguien que busque pleitos, ni que guarde rencores hacia los demás que le lleve a la venganza, o a tomarse la justicia por su mano. No amar los primeros lugares, o ser preferido a otros, y si no es así, se siente dolido y enojado, porque esta actitud sería negativa para el ministerio.

7. No codicioso de ganancias deshonestas (Versículo 3). En algunas versiones, como la francesa, traduce: “no amante del dinero”, otras ni siquiera lo recogen, como la Biblia de las Américas, lo cierto es que no aparece en los mejores manuscritos, y se piensa que puede haber sido una interpolación de las condiciones exigidas a los diáconos (1 Ti 3:8), que eran quienes administraban los asuntos económicos.

a) Ganancia en griego es “Kerdos” (Fil 1:21 y 3:7), y este término va precedido del adjetivo “Aischros”, que significa sucio, torpe, bajo, vergonzoso, y la frase completa se traduce en Tit 1:11 como “ganancia deshonesta”.

b) Deshonesto, el adjetivo griego “Aischos”, con el nombre “Kerdos”, se usa para ganancias deshonestas, y así se traduce en Tit 1:7, para los requisitos de los Ancianos. La frase completa sería: “aischrokerdes” = Codicioso de ganancias deshonestas, como aparece en 1 Ti 3:8 y Tit 1:7, y tiene que ver con el deseo codicioso de ganar algo de manera vergonzosa, ilícita, fuera de toda ley.

No solo hemos de pensar en lo material, podría tratarse del deseo de alcanzar posiciones prepotentes en la Iglesia (3 Jn 9,10), la vanagloria, el deseo de ser visto por encima de los demás, o incluso el de enseñorearse de la grey de Dios (1 P 5:2), y esto también es una ganancias

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deshonesta.

8. Amable (gr. “Epiekés”) = Placentero, Equitativo, Justo, Moderado, No insistente en la letra de la ley, Indulgente, Conciliador. Unas cualidades magníficas para un Pastor, capaz de sufrir el agravio y ser defraudado (1 Co 6:7), antes que crear un cisma en la Iglesia, porque ama a los creyentes y no busca lo suyo propio (1 Co 13:4-7), y todo lo soporta. Alguien que está dispuesto a ceder, todo lo contrario al pendenciero.

El amable es digno de ser amado, Moderado en sus críticas, que lleva los problemas de los demás con amor, y es sincero en sus juicios y en su comportamiento.

9. Apacible (Versículo 3) (gr. “Eirënikos”), que relacionado con el nombre “eirënë”, se traduce casi siempre como paz, y significa apacible. En He 12:11, dice que es el fruto de la justicia: “apacible”, algo positivo para quienes están en comunión con Dios y son por Él disciplinados.

El hombre apacible es sereno, no agresivo en ningún orden de la vida, comunica la Biblia sin agresividad, mantiene siempre la verdad, y procurará la paz entre los hombres. Busca la paz y la sigue. Es un auténtico pacificador, creando las condiciones a su alrededor para que la paz exista.

10. No avaro (gr. “Aphilarguros”) = No amador del dinero. Ajeno a la avaricia, que es idolatría (Col 3:5), y la avaricia incapacita para el desarrollo del ministerio cristiano, porque no se puede servir a dos señores (Mt 6:24) y porque incluso dice la Escritura que los avaros no entrarán al reino de los cielos (Ef 5:5).

Nuestros negocios no deben ser desvinculados de nuestra vida espiritual, pero no deben impedir el desarrollo del servicio cristiano, porque lo espiritual debe estar por encima de lo material, y el amor al dinero es raíz de todos los males, porque lleva a la codicia (1 Ti 6:10), y a la avaricia (Lc 12:13-21).

11. No un neófito (gr. “Neophutos”) = Recién plantado (“Neos” = Nuevo; “Phuö” = Producir). Un recién convertido, cuya inexperiencia le incapacita para pastorear la Iglesia.

La propia inmadurez puede ser para él una tentación, porque puede envanecerse y caer en el lazo del Diablo, es decir, querer hacerse semejante al Señor (Is 14:11-14), que fue la causa de la perdición de Satanás.

Tampoco puede ser una persona inmadura, no solo por el desconocimiento bíblico, sino por sus cualidades personales, de inseguridad, falta de integridad, desprendimiento, espíritu de sacrificio, etc., aunque haga mucho tiempo que se haya convertido.

II) Requisitos familiares (1 Ti 3:2,4,5)

1. Marido de una sola mujer (gr. “Aner”) = Hombre para una sola mujer. No debe ser un polígamo, lo que era muy común en la sociedad de su tiempo, pero que el cristianismo deshecha. De aquí se desprende que el Anciano no podía ser marido de dos mujeres a la vez, aunque existiera un divorcio por medio, porque un divorciado no debe ser anciano de la Iglesia. Pablo no prohíbe un segundo matrimonio, siempre que sea en el Señor, es decir, si ha quedado viudo (1 Co 7:8,9,39).

Ser marido requiere fidelidad a la esposa, comunicación afectiva, que comparta con ella las cosas

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del hogar, los hijos, y las preocupaciones de la familia, porque para que su ministerio en la Iglesia funcione, primero ha de funcionar su hogar.

2. Que gobierne bien su casa (Versículo 4) (gr. “Proistemi”) = “Estar en pié, Conducir, Ocuparse, Gobernar. Se utiliza este mismo verbo para gobernar la casa, como para gobernar la Iglesia, porque el gobierno de la casa es el que nos enseña a gobernar la Iglesia (1 Ti 3:4-5 y 5:17).

También tiene aplicación a los que presiden en el culto, o los que realizan el ministerio de presidencia en la Iglesia (Ro 12:8; 1 Ts 5:12), para que todo se haga decentemente y con orden (1 Co 14:40), como debe llevarse a cabo también la dirección y administración del hogar.

3. Que tenga a sus hijos en sujeción, con toda honestidad. El gobierno de la casa incluye la educación de los hijos, la sujeción y la disciplina que debe aplicarse en el hogar, cuyos resultados han de verse, porque si no se ejerce disciplina en la propia familia ¿cómo se va a ejercer en la Iglesia?, pero ha de hacerse con “honestidad” (gr. “Semnotes”) = Que significa: Con gravedad, seriedad dignificada, venerabilidad, es decir, que deben ser educados en sujeción, con toda la dignidad que la posición de padres requiere en un hogar respetado y respetable, para lo cual deben concurrir, entre otros, los siguientes factores:

a) Un carácter de firmeza en los padres, que lleve a los hijos a entender la obediencia como algo aconsejable, y que les haga ver que es bueno para ellos mismos.

b) Una actitud sabia en el trato con los hijos, para que entiendan la obediencia como algo natural en las relaciones padres hijos, y no como una imposición paterna o por tradición social.

c) Una relación de amor que haga placentera la obediencia. Que los hijos obedezcan a los padres por amor y respeto hacia ellos. Que sea algo agradable para los hijos hacerlo.

Pero quien tenga hijos disolutos y rebeldes, no sujetos a los padres, viviendo bajo el mismo techo, potestad y tutela, no debe ejercer el oficio de Anciano en la Iglesia local (Tit 1:6), porque estará descalificado para el ministerio eclesial que tiene que desarrollar, de consejería, amonestación, enseñanza, disciplina, pastorado, etc., ya que no podrá avalarlo con el ejemplo de la propia familia (1 Ti 3:5 y 5:17).

III) Requisitos sociales (1 Ti 3:2 y 7)

1. Irreprensible (versículo 2) (gr. “anepilemptos”). El significado de esta palabra, no está hablando de perfección total, ya que solo el Señor es perfecto en ese grado, sino más bien se está refiriendo a que nadie pueda criticarlo por nada que haga a sabiendas o voluntariamente, porque “anepilemptos” significa literalmente, que no haya motivos para llamarlo a rendir cuentas, que sea sin acusación alguna, tras el resultado de una investigación; más popularmente, que no haya por donde agarrarle. Irreprensible implica no una mera absolución, sino la inexistencia de cargos o acusaciones contra él.

El Anciano no puede ser sorprendido en nada censurable, porque su vida debe ser santa (1 Ti 6:14), tanto en la familia, en el dinero, en sus relaciones personales, en todo tiene que ser transparente, sin doblez y sin actuar en propio beneficio, para que no haya nada en su vida por lo que pueda ser atacado o acusado.

2. Que tenga buen testimonio de los de afuera (gr. “Marturia” = Testimonio; “Exöten” = Afuera,

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o extraños). Que tenga buen testimonio exterior, que se vea su vida por los extraños, los que no son de la Iglesia, la gente de la calle, los que se relacionen con él en su entorno social.

Se trata de que los demás tengan un buen concepto de él, de su moralidad y relaciones personales, familiares y eclesiales. Que la gente sepa que los Pastores son íntegros y veraces, que se puede confiar en ellos, que tengan credibilidad.

3. Apto para enseñar (gr. “Didaktikos”) = Adiestrado en la enseñanza. “Didáctico” es Apto, y un Anciano, Pastor, Maestro, tiene que tener esa capacitación para llevar a cabo el ministerio de la enseñanza.

La aptitud para enseñar debe estar precedida de una buena formación personal (2 Ti 2:2), porque dependerá de la formación que haya recibido, la capacitación para detectar las falsas doctrinas; debe conocer la Biblia de Dios “y la del diablo”, para poder dar respuesta bíblica a las nuevas corrientes de doctrina y a lo que el diablo está haciendo en la sociedad, lo que está metiendo en la mente de la gente, para que se vea como bueno y normal, lo aberrante y antinatural.

No todos los Ancianos de la Iglesia tienen la misma preparación y capacidad para enseñar, pero es a los que sí la tienen, a los que se les encomienda el ministerio de la enseñanza en la Iglesia (1 Ti 5:17).

b) Las exigencias Apostólicas de Pedro (1 P 5:1-4).

También el Apóstol Pedro menciona una serie de requisitos pastorales, que complementan los manifestados por Pablo, y es evidente que lo que está diciendo era algo que se exigía a sí mismo, porque era un hombre entregado a la causa del Evangelio, a pesar de sus errores y fracasos, pero llegó a ocupar un lugar importante e influyente entre los Apóstoles, por el arrojo que mostraba en sus decisiones, por su honda conciencia pastoral y por la encomendación recibida del mismo Señor Jesucristo antes de su ascensión (Jn 21:15-17). Esta preocupación y responsabilidad personal por la Iglesia, le llevó a ser una columna fuerte de ella (Ga 1:18; 2:9), respetado por los demás Apóstoles, incluido Pablo, pero nunca se consideró más que los demás, ni pensó que su figura pastoral estaba por encima de ninguno, era un modelo de humildad, que se sitúa junto a los demás ancianos: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos” (1 P 5:1), porque tenía muy claro quién era el Príncipe de los Pastores (versículo 4).

De este carácter de Pastor-Siervo, emanan sus exigencias para los Pastores de la Iglesia, que no son menos importantes y necesarias que las que exige el Apóstol Pablo, y es por eso que merecen una profunda consideración y análisis.

1. Voluntariamente (versículo 2) (gr. “Hekousiös”) Este adverbio denota voluntariedad, lo que se hace sin ningún tipo de presión por personas o circunstancias, porque es un ministerio vocacional y no coaccionar. Nadie que no haya sido llamado por el Señor para el Ministerio, debería ejercerlo, porque implica dedicar toda la vida al servicio del Señor y a los demás. “Hekon” es un adjetivo que expresa la libre voluntad, y el Señor no nos obliga a servirle, sino que espera que lo hagamos voluntariamente.

2. No por ganancia deshonesta (versículo 2). Esta exigencia entra dentro de la irreprensibilidad que pide Pablo, porque sería deshonesto para un Pastor, que fuera el interés material, u otros intereses ajenos al amor a Dios y al prójimo, lo que motivara principalmente su ministerio pastoral.

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El Pastor, como siervo de Dios, debe dedicar toda su vida a la obra a la que ha sido encomendado, esperando de Dios su ayuda y protección, pero no actuar por móviles egoístas e interesados, porque el desinterés del Ministro Cristiano debe incluir la renuncia a cualquier clase de ambición, sea de tipo económico, de fama, admiración, honor, influencia social, o eclesial.

3. Con ánimo pronto (gr. “Prothumös”) = Celosamente. Que unida a la frase anterior, podíamos titular: Con una diligencia desinteresada, y un espíritu dispuesto siempre para el servicio, sabiendo que es ahora cuando podemos hacer este servicio para el Señor, y no debemos perder cualquier oportunidad que se nos presente, porque lo que dejemos pasar no lo podremos hacer después (Ec 9:10). No hay nada más triste que escuchar del Señor las palabras de “siervo negligente” (Mt 25:26).

4. No como teniendo señorío. (versículo 3) (gr. “Katakurieuö”) = No enseñorearse de la grey. La humildad, la ausencia de un espíritu dominante, es lo que debe distinguir a un pastor, porque quien tiene un espíritu de siervo nunca podrá ser un dictador.

Jamás un anciano debería abusar de su autoridad, sino hacer un buen uso de ella, porque un dominio despótico sobre la grey, solo puede conducir a una actitud de tiranía insoportable para la Iglesia, censurada incluso por los propios Apóstoles (3 Jn 9,10), y que dará como resultado la división o espantada de los miembros.

5. Siendo ejemplos de la grey. (gr. “Tupos”) = Es como la marca que deja algo que golpea fuerte sobre una superficie, como una marca de impresión de tipografía o un sello, que ahí queda para testimonio, para que se pueda ver. La vida ejemplar, o el ejemplo de vida, es esencial para el Pastor (He 13:7), porque son el espejo donde se miran los miembros de la Iglesia, son el referente testimonial para los que son pastoreados. El Apóstol Pablo, en 1 Co 11:1, nos da la clave bíblica de cómo debería ser un pastor, para decir con tanta autoridad lo que Él dice a la Iglesia: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”, pero también pone como ejemplo de esta conducta ejemplar a otros hermanos, en Fil 4:9 y 3:17.

El ejemplo personal puede ser más eficaz que muchos sermones que no estén avalados por la vida del predicador (1 Ti 4:12), pero también el mal ejemplo puede resultar pernicioso y desautoriza a quienes prediquen la Palabra (Mt 23:2,3).

La vida cristiana ejemplar de los siervos de Dios, como la de cualquier creyente, puede ser un gran exponente, que haga entender la eficacia del Evangelio, sin palabras, ni sermones adornados, llamativos y rimbombantes, muchas veces incomprensibles para los oyentes, porque la manera de vivir se ve y la puede entender la persona más sencilla, sería como “el mensaje de la vida transparente”, por eso dice el autor de He 13:7, que sea considerado por la Iglesia el resultado de la conducta de los pastores.

Si hiciéramos una comparación entre esta exigencia apostólica de Pedro, con la de ser “irreprensible”, que pide Pablo en 1 Ti 3:2, veríamos como ambas, unidas, se complementan, porque a la ausencia de motivos para la crítica o la censura, que podía entenderse como una actitud pasiva, para no hacer nada indebido, se une una actitud positiva y activa, en el comportamiento diario, y esto significa que no solo hemos de vivir pensando en lo que debemos evitar hacer para no ser censurados, sino en lo que sí hemos de practicar, en una vida llena de virtudes cristianas, que manifiesten la fe y la conducta en nuestra vida ministerial, para que resuenen en nosotros las palabras del Apóstol Pedro: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”.

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Ejercicios de la Lección 4.ª

1. ¿Cuáles son los requisitos de los Ministros? Diserte sobre los que se exponen en la lección.

2. Explique, a su modo de ver, en qué consiste un carácter santificado. Puede referirse a otros conceptos que no figuren en la lección, pero que estén contemplados en la Biblia.

3. Además de las exigencias de Pablo y de Pedro, mencionadas en la lección, ¿Qué otros requisitos podían tener los Ministros para una preparación adecuada?