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El mismo cielo de siempre Fernando Velásquez Pomar Poemas reunidos 1997 - 2007 abolida siniestra

El mismo cielo de siempre

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Poemas reunidos 1997 - 2007. Esta colección, 'El mismo cielo de siempre', incluye “Pequeñas alegrías gramaticales” (en edición mínimamente revisada del primer poemario), “Sujeto tácito” y “Encierros”: tres colecciones de poemas que provienen de años y circunstancias muy distintos y que su autor ha tratado de hacer dialogar entre ellas. Nicolás Tarnawiecki (del prólogo)

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El mismo cielo de siempre

Fernando Velásquez Pomar

Poemas reunidos 1997 - 2007

abolida siniestra

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El mismo cielo de siempre

Fernando Velásquez Pomar

Poemas reunidos 1997 - 2007

abolida siniestra

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i Prólogo

iii Introducción

viii Sobre esta edición

1 Pequeñas alegrías gramaticales

25 Sujeto tácito

58 Encierros

74 Citas

76 Reconocimientos

79 Sobre el autor

Índice

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Prólogo

WordsAre

PleasureAll

Words–Robert Creeley

A este conjunto de poemas me unen al menos tres historias. La primera es la amistad que, a pesar de la distancia física, he mantenido con su autor. En segundo lugar, es el haber sido lector e interlocutor de estos poemas durante el tiempo de su gestación y las dudas sobre la pertinencia de su publicación. En tercer lugar, me une a este conjunto de poemas una historia más interesante aún. Poco antes de partir para Michigan, Fernando me dejó una serie de discos de vinilo y, junto con ellos, varios (muchos) ejemplares de Pequeñas alegrías gramaticales, su primer libro que, como explica él mismo, nunca presentó pues sintió extremadamente incómoda la dinámica de la autopublicidad, inherente a mucho del proceso editorial de entonces. Durante varios años, he ido repartiendo este poemario de uno en uno, con la idea de ese acto de simpatía que constituye hacer un regalo, regalar un libro, un libro de poesía. Esto me lleva directamente a esta colección de poemas, que por fin, luego de vencer miedos y dudas, Fernando se anima a compartir.

Esta colección, El mismo cielo de siempre, incluye “Pequeñas alegrías gramaticales” (en edición mínimamente revisada del primer poemario), “Sujeto tácito” y “Encierros”: tres colecciones de poemas que provienen de años y circunstancias muy distintos y que su autor ha tratado de hacer dialogar entre ellas. Las dos primeras fueron

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escritas cuando todavía vivía en Lima y la última en los primeros años en los Estados Unidos. De esa última colección hay unos versos que resumen parte de ese proceso de escribir alejado de lo que fuera su hogar: “no sabes cómo volver./ y garabateas mapas falsos / mientras sigues enviando / mensajes a la nada.” Estos versos nos invitan a pensar en la propia biografía de quien escribe y cómo aparece en los poemas y la certeza con la que el autor reconoce que tenía que expatriarse—temas constantes a lo largo del texto. De un modo similar, el juego de citas (tácitas) del segundo conjunto de poemas se nos presenta como una forma de no poder desprenderse de los referentes con los que el autor ha querido dialogar y de los que recién en el último conjunto logra desembarazarse por completo. Los poemas acá exhibidos pasan desde un lenguaje más abstracto a una forma de poesía más íntima y ligada a la coincidencia general de experiencias con el lector.

Creo que lo más interesante de esta colección está relacionado con dos cuestiones cercanas al autor. Como le dice su suegro hacia el final del libro: publicar es celebrar y curar. Celebramos esta publicación, sin duda, y la celebramos pues ha supuesto ese proceso de curación y de poner fin a una deuda pendiente del autor consigo mismo, que por fin ha logrado pagar/saldar. En un verso de la segunda sección, podemos leer: “Me estafaron: no he recibido nada y tengo esta deuda.” Los poemas demoraron en ser publicados, sí; pero, felizmente, ya no hay deuda.

Nicolás Tarnawiecki ChávezLima, diciembre de 2014

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Introducción

He venido escribiendo y reescribiendo estos textos por mucho tiempo. Las primeras versiones eran expresivas y expansivas, las revisiones los hicieron breves y reconcentrados—más abstractos, si cabe, como si la escritura hubiera servido para mostrarme en los textos y la reescritura para esconderme en ellos. Si los hago públicos ahora es porque a fin de cuentas no los escribí para mí. Las siguientes notas me han servido para establecer una perspectiva de la gestación de las tres colecciones aquí reunidas. Espero que también sean útiles para quien las lea.

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1997: Pequeñas alegrías gramaticales

Mi primer libro fue una empresa individual que involucró a varias personas. Tres fueron, sin embargo, los colaboradores fundamentales: Carlo Trivelli, quien me ayudó con la selección final y el ordenamiento de los textos; Miki Aguirre, quien los ilustró; y Juan Pablo Murrugarra, quien diseñó y tomó a su cargo la impresión. Una vez listo, era necesario organizar los rituales de rigor—presentar, distribuir, promover. Pero me detuve a pensar, y al pensar volvieron a surgir las inseguridades previas al viaje a la imprenta. Ahora había un libro editado pero ¿quién iba a dedicarse a promoverlo? Había decidido hacerlo todo independientemente, por lo que me tocaba ser mi propio agente y propagandista. Pero yo no tenía idea de cómo promoverme a mí mismo, y el temor jugó su papel. Empecé a desear la fama póstuma

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de los escritores secretos, de los que lo son a pesar de sí mismos, o contra su propia vida. Romantizaba, pero eso me sirvió para darme cuenta de que la profesionalización me repelía. No me lo esperaba pero fui víctima de miedo escénico.

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2000: Sujeto tácito

En 1999, una breve reseña en Somos (donde colaboraba) les dio a las Pequeñas alegrías un segundo aire que me animó a llevar algunas copias a una librería y a regalar muchas otras. Al poco tiempo, tenía lista una nueva colección: Sujeto tácito. Me animé con ella y volví a recibir apoyo. Recuerdo a Francisco Melgar, Nicolás Tarnawiecki, Alejandra Ballón, aparte del infatigablemente leal Trivelli. También estaba Arturo Higa, lector inteligente, riguroso y de una sensibilidad afín a la mía, quien acababa de empezar a publicar poesía en su Álbum del Universo Bakterial. Arturo me propuso editar mi nuevo libro y yo acepté entusiasmado. A los pocos días de haber hecho el trato con Arturo, Luis Jaime Cisneros, profesor de la Universidad Católica, a quien le había entregado una copia de mis poemas hacía ya mucho tiempo, me citó a su oficina. Me dijo al vernos que finalmente había leído el librito, que le había gustado, y me sugirió la posibilidad de publicarlo en una serie que el fondo editorial de la universidad acababa de lanzar. Yo acepté entusiasmado: publicar con Arturo era una aventura que venía con toda la promesa de lo nuevo, pero me imaginé que hacerlo con el fondo editorial de la universidad le daría a mi libro mayor visibilidad. La editorial le asignó un lector a mi libro, como quien lo hubiera puesto ante el guardián de la poesía. Después de una larga espera, el lector me citó para ultimar detalles. Quedamos en un café. Yo pensé íbamos a hablar de asuntos concretos de la publicación pero mi lector había venido a con otras intenciones. Me dejó saber que el libro no le había gustado. A mí tampoco me gustaba el libro que sus comentarios me devolvían—era soso, inane,

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fútil. Mientras lo escuchaba hablar, sin embargo, me di cuenta, con horror, de que no lo había entendido. Desde su título, en Sujeto tácito yo había buscado borrar al autor. Varios de los textos están construidos alrededor de frases ajenas que no citaba sino que integraba a los texto (las atribuciones estaban señaladas al final como de notas). A mi lector no le había impresionado mi propuesta y la veía más bien como que adolecía de falta de originalidad. La voz neutra y abstraída de Sujeto tácito no había logrado convencer a este partidario de la pasión, la carnalidad y el erotismo, y sus recomendaciones devolvían los textos a un punto muerto. Visto en la extraña posición de defenderme, lo hice solo a medias porque lo que escuché esa tarde me hizo desconfiar, si no de mi escritura, sí del oficio—al menos lo suficiente como para rendirme. Si algo salió de la reunión de esa tarde, fue argumentos para justificar mi silencio. Yo me preparaba para irme a los Estados Unidos y, aunque había vuelto a hablar con Arturo, mi cabeza andaba muy lejos de todo esto y Sujeto tácito acabó archivado.

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2006: Encierros

En el 2002 partí a estudiar a la Universidad de Michigan, en el Midwest americano. Mi intención original era volver después de terminar el doctorado pero, conforme pasaba el tiempo, me fui dando cuenta de que mis razones para irme no habían sido solo académicas. La distancia me ayudó a entender mejor los motivos que me hacían considerar la posibilidad de no volver: el desfase entre mis aspiraciones y mi pertenencia a un limbo social. Económicamente, había nacido en una zona gris—eso que nos gusta llamar “clase media”. La clase media en mi caso se manifestó en la obsesión de mi padre por darnos a mi hermano y a mí una buena educación, que nos sirviera para escalar posiciones en la sociedad. La buena educación la recibí pero mis decisiones no apuntaron necesariamente al ascenso social: estudié literatura. Sin embargo, no era de lo profesional lo que me hacía sentir

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fuera de lugar. Era más bien una educación sentimental frustrante, una sensación de desclasamiento, mi conciencia de las contradicciones entre lo que creía, lo que quería y lo que podía hacer. Partir ofrecía la posibilidad de la reinvención, de un nuevo comienzo. Hubo un momento—creo que fue a inicios del verano del 2004—en el que tomé la decisión de hacer todo lo posible por no volver y por quedarme (que son dos cosas distintas). No llegué solo a esa decisión, pero la tomé solo. Decidí también no mantener con Lima más relaciones que las personales: no intenté colaborar con ninguna publicación ni mantener abierta ninguna vía institucional. En ese sentido, opté por desaparecer. Fuera de un lugar, dentro de otro. El nuevo lugar, donde di mis primeros pasos como expatriado fue el Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Michigan. En la comunidad que construí allí con mis compañeros había una mezcla de entusiasmo y temor del nuevo lugar y desaliento al pensar en “casa”. Fueron años muy extraños en el que todos queríamos reinventarnos lo que habíamos dejado atrás. Esa ansiedad por sacar de la nada un nuevo hogar hizo que me equivocase mucho, sufriendo y haciendo sufrir. Al final, aprendí mucho también, pero hubiera querido que el costo fuese menor. Es difícil expatriarse; uno quiere reinventarlo todo, y vive los días como meses y los meses como años. Me quedé en ese barrio demasiado tiempo, demorándome en seguir mi propio camino. Al final, sin embargo (y contra todo pronóstico) las cosas no salieron tan mal. Los poemas que escribí en Ann Arbor son testimonio de estas experiencias. Las circunstancias exacerbaron mi inclinación por un lenguaje opaco. Poco concreto puede encontrarse de autobiografía en ellos—mi vida era bastante caótica entonces, llena de conflictos personales y dramas sentimentales que no se trasladan bien al papel. Lo que hay es el refugio que traté de construirme. Como producto de un cierto estado de ánimo, tienen mucho de agobiantes; como producto de mi aprendizaje, en ellos se atisba la esperanza de algo. Esto último fue lo que me empujó a escribirlos.

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Es hora de soltar estas cosas. Escribir es un acto solitario pero escribimos para que nos lean, para generar más escritura, iniciar diálogos. Ojalá.

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Sobre esta edición

En la primera estrofa de uno de sus poemas 1, Emily Dickinson escribió

Publication – is the Auction Of the Mind of Man – Poverty – be justifying For so foul a thing 2

Y al final del mismo poema, dice

In the Parcel – Be the Merchant Of the Heavenly Grace – But reduce no Human Spirit To Disgrace of Price – 3

En estas palabras, Dickinson establece la idea de que publicar es comerciar con lo más íntimo de uno mismo—de algún modo, traicionarse y venderse. Esta vez he decidido resistirme a la subasta, a reducir estos textos a “la desgracia del precio”. Tal vez en el futuro venda lo que publique. Esta vez, sin embargo, no quiero: lo ofrezco sin más precio que el tiempo que quien decida leerlos les de. Si hemos de incurrir en deuda, que sea la de la reciprocidad del regalo—así quedamos comprometidos.

1 788 en la numeración de R.W. Franklin. En The Poems of Emily Dickinson. Edited by

R.W. Franklin. Cambridge: Harvard University Press, 1999.

2 “Publicar – es Subastar / La Mente del Hombre – / La pobreza – justifica / cosa tan vil”.

3 “En la Parcela – Sé el Mercader /De la Gracia Celestial – / Pero no reduzcas el Espíritu

Humano /A la Desgracia del Precio–”.

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O my songs,Why do you look so eagerly and so curiously into people's faces,Will you find your lost dead among them? —Ezra Pound

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PEQUEÑAS ALEGRÍAS GRAMATICALES

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RUTAS

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Entonces se abrieron ante nosotros.Más allá del paso y la estanciapersiguientes.Rodeándonos, dejándonosQuién de nosotros habría de seguirlasquién podría ignorarlas.

Fue lo mismo anunciarlas que callar.Con el rostro sudoroso y los pies polvorientosigual no habremos llegado a ninguna parte.

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pero cómo llegar.desde las fronteras del sueñoondeando por encima de las avessobre nuestros pensamientos.cómo habríamos de buscarte.pegados a qué muros en esta ciudad sin murosen la que nos hundimos.ciudad del sueñoarena y miedo.llegar al silencio.

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los olvidos–que cubren las cosasy las sombras de las cosas–que matan las memorias y su recuerdote cubrirán.a ti que vivesbajo polvo y tierraque has hecho de la espera una mentiraun pretexto para escaparnos de ti.terminará de cubrirte un polvo distintootra tierra que no conocemos.y esta vez será para siempre.

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guiado por el miedo, avanzo. mientras, a mi lado, caen las cabezas.

y tu nombre—herida abierta en todos los rostros—no me ha dejado más solo.

pero esta soledad se pega a las habitaciones de este pueblo fantas-ma, a mi alegría absurda, a mis ambiciones fatales.

rostro perpetuo: caída libre.

sin esperas ni partidas. fuera de aquí no hay una gota de sombra. el sol cae directamente sobre nuestras cabeza. y nos quema.

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otra gente: otros dioses y demonios, otra ley. otro sol, distinto al que quemó nuestra piel, los ilumina. cantan a otra luna, que no co-nocemos. bestias de color y lengua innombrables. cabalgando las mesetas cubiertos de su propio fuego, como mensajeros de un cas-tigo gratuito y terrible.te buscan.no me verán, de ellos escapo. no los veré,de ellos me escondo.

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unos animales gimen frente a una casa vacía. cada uno ha perdido algo: casa, dueño, camino. los tres han perdido también el recuerdo de porqué están ahí, gimiendo en frente de una casa vacía.

la casa no está vacía.

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y esta no es la primera vez que sin responder a mis propias órdenes sigo figuras raras. me ahogo y siento que alguien se ha ido, pero no había nadie cuando llegué.

no importa. siento como si lo hubiera perdido todo, pero no me acuerdo de nada. me quema al costado una luz que no se apaga por más que le peguen duro.

y me voy a perder por andar buscando el camino para salir de aquí, antes de que el viento me entierre a mí también.

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escapar de nada?

debo atrapar este resto tuyo y escapar de nada.

siempre.

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los olvidos llegarán, y cubrirán también las rutas que irradias. y no habrá más intercambios, la compraventa será olvidada. se irán la memoria del hijo, de la esposa, de la madre y el padre, y una sábana cubrirá sus vergüenzas de los que nos hayamos ido, para que nuestros días queden sin mácula.

llegarán antes de que el aire y el agua se hayan retirado de tu superficie y alrededor de tus contornos haya una zona de vacío que nos libere de ti.

llegarán también, tal vez, la brisa y la sal, que nos cubrirán antes de que te hayamos perdido. y seremos cubiertos. y en silencio nos quedaremos mirándote por siempre, como Sara, que en verdad no se quedó pero tampoco pudo terminar de irse. como Sara, petrificados por tu imagen que no nos deja.

la única ruta que llegamos a conocer fue la que nos llevaba al corazón de ti misma, disolución perpetua de ti misma, que somos nosotros.

y así pereceremos.

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CONTRA EL REFLEJO PROFESIONAL

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Las buenas costumbres

Muchacho agradable y simpático. Sabe conversar con las señoras de edad. Considera que levantarse a la hora es una buena costumbre y que también lo son estudiar y trabajar. Sabe ser culto sin llegar a la insolencia y ser sensible justo hasta antes de volverse peligroso. Sabe manejarse en la mesa y puede ser caballero sin ser imbécil, fuerte sin aparecer pesado, y atractivo al tiempo que amigable.

Pero le suda la cara. Recién entonces es uno de los nuestros.

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Rumbo a un exilio

Camino por calles mojadas llenas de gente. Pasan rostros de los que no puedo adivinar ningún rasgo, menos aún ver los ojos. Entre tanta gente, me gusta acercarme a los edificios públicos, atravesar los puentes que unen los lados de la ciudad, ver abiertas las puertas de las iglesias.

El cielo está rojo siempre, y las palabras zumban y duelen, se pegan a mi cabeza como un escupitajo a la hora del sol en febrero (estamos en el sur), como una herida sucia en el codo en un día de campo lleno de mosquitos.

Estas pequeñas alegrías son ciertas, me bastan, me llenan. Pero aún así, me queda siempre algo que me da un calor entre el pecho y la nariz y que me gustaría soltar con un grito, una carrera en medio de una avenida muy concurrida o, tal vez, de un solo golpe, único, certero y suficiente, en la cabeza de un anciano. O, mejor todavía, de tu hijo recién nacido.

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Mi musa

Tirada en el pasto, una musa. Me senté a su lado, la saludé. Me puse a hablar sin para durante una hora. A los cinco minutos ya quería irme.

Cuando por fin me iba, empezó a decir cosas extrañas. Hablaba en griego. De su vida, de sus miles de años, de lo pesado de su destino—pero quería decir trabajo. Que estaba aburrida. No sé cómo entendí todo lo que dijo sin saber griego. Una especie de don pentecostal.

Hablaba con desesperación. Sin embargo nunca la voz de nadie me había hecho tanto bien. Ella nunca había dicho esto a nadie, nunca. Al derivar hacia consideraciones más generales, el sol empezó a desparramarse sobre nosotros sin misericordia. Fuimos presas del ardor.

Recién entonces nos miramos. Tuvo volumen, y peso, y fue real. Nos besamos, tanto que tuve que aferrarme al suelo para no salir disparado. Después nos dormimos sobre el pasto.

Nos despertamos con la noche encima de nosotros. Me pidió mi teléfono, y se fue. Yo también me fui. De eso hace ya dos semanas.

Ayer me llamó y yo no estaba.

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El buen transcurso

La desesperación no es conveniente bajo ningún aspecto. Cualquier situación que la propicie debe ser evitada o tomada con toda calma. No es bueno hablar ni reír demasiado: la reserva es en el hombre joven más que un atributo, un arma.

Volverse al llamado de unos ojos ansiosos es una reacción natural, no lo es caminar sin motivo: en este pueblo no se camina si no se busca algo; caminar es un oficio.

De vez en cuando, al tratar de hablar, el solista termina dejando escapar todo un coro que estuvo sabrán los dioses cuánto tiempo luchando por salir de su interior. En momentos como ese pensamos “el silencio vale más que los Niños Cantores de Viena”. Es poco sabido que suele también costar más.

Cuando ellos sean más fuertes que usted, y usted lo sepa, tómelo en cuenta. No confíe en su suerte, sino en la de ellos. Aguarde. Y recuerde: nadie lo espera al final, ni hasta el final. Y puede que entonces recién le digan que, en efecto, hace tiempo que lo estaban esperando. Peor para usted si les cree. Siempre acaban de llegar, pero están preparados para hacernos tragar sus embustes y salirse, como siempre, con la suya.

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Jardín

Cinco días y un objeto hermoso entre tus manos. Florece en la lentitud de mi abrazo, paloma oscura, del templo más viejo de esta ciudad, esta ruina, villa de plata pura. Cinco días en silencio. Cinco días. Y lo sublime ha llegado a tu corazón, ave lejana, muda, alta, especular, a punto de volar. A veces, mi abrazo es lento, una flor de plata, como todo aquí. Y no te reconozco, porque has crecido sin mí, cuando fuiste parte de mí: pierna, brazo, cabeza. Y encuentro (y es una sorpresa) que ahora hay espacios vacíos entre lo que hubo y lo que hay de mí en mí. Quisiera saber por qué esta pérdida, pero no se puede, porque de repente brotas sin haber sido regada, ni abonada—por antojo y capricho, o porque tal vez así lo mande Natura, sempiterna ignoranda de nuestros afanes.

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Circe

Chanchos, nos dices. Y sin embargo estamos ya tan lejos de esas islas. Corrimos tantas aventuras, pero su banalidad no hizo de nuestro destino nada maravilloso. Qué lejos estamos de todo eso ahora. Pero tú no te cansas de repetir el emblema de nuestra condición como si fuera algo grandioso. Y cuando te pido que te detengas, no me haces caso. Disfrutas provocando asombro, incertidumbre—incluso prefieres las muecas de desprecio antes que la indiferencia.

Pero es demasiado tarde para querer permanecer por obra de algún portento, y te olvidas que nada de lo que dices es admirable. No te importa: quieres que te recuerden, y por eso te llenas la boca con las historias de nuestro desparpajo. Quieres que nuestra condición porcina nos asegure la cuota que nuestra imagen humana nos niega. Igual, seguimos siendo dos tipos sin rumbo, un par que no hace nada por irse de aquí. Y te olvidas de que, de creer a los antiguos, no seremos unos chanchos toda la vida: eso es imposible. Algún día se romperá este embrujo y vueltos a esa condición que nunca abandonamos del todo, tendrá que haber algo más de que alardear, y no de habernos hundido en la mierda hasta los ojos. Ni siquiera la bestialidad es definitiva. ¿Por qué no piensas en otras cosas cuando te miras al espejo? Yo trato de saber qué haré cuando llegue el momento aciago de nuestra liberación.

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Un paseo

Baten alas.

Aves e insectos adornan el paseo dominguero de madres y tías premunidas de mantillas y perifollos. Zumbidos que marcan la ruta de los miedos de la muchachas del barrio.

Primer día de la semana, rojo de calendario, de actitud adelantada y triste, pasto predilecto de los rezos enviados a las celestes instancias. Los siguientes, tumefactos: jaula, desde el mar a más allá de los cerros.

Las pieles escasas de almanaques palidan sus tonos ante la ausencia esmerada de la alegría, bajo una espesa almohada gris sobre sus cabecitas tiernas. Huelen a incienso y lavanda, toman el té con leche, comen galletitas y deben disimular el peligro de sus penas y alegrías tras nieblas espesas y concienzudas.

Los rosarios se alejan de a pocos, hasta solamente quedar colgados de los cuellos como un recuerdo del mercado central de la desesperación. Mientras, te pierdes, te pierdes...

pronto esta ponciana será añosa, bajo estas mismas nubes que penden ahora sobre mi cabeza.

Yo me recreo en la liturgia adormilada de tus ojos.

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En vela

Tarde en la noche se escuchan mis pasos. Por la mañana recibo quejas de insomnios indomables.

Me disculpo. No quiero molestar. Pero sin proyecto ni plan, a esas horas me da por caminar, les explico. Me ponen mala cara, me dan la espalda, se van sin decir nada. Se enojan, recelan. Y yo me quedo hablándoles a sus espaldas, tratando de explicarles que a mí también me molesta todo este asunto, que si de mi dependiera... Ya para entonces solo está la escalera.

Y es que cada noche es lo mismo, aunque en esos momentos no me dé cuenta. Acostado, y a punto de dormir, se me seca la garganta. Tengo que ir a la cocina por un poco de agua, y me levanto, y encuentro un sendero largo y sinuoso, donde de día hay un pasadizo largo y recto. Ando a tientas (no prendo la luz, me desvelaría), abro puertas que no conozco, entro a cuartos que nunca he visto, y me pongo nervioso, y corro. Yo solo quiero llegara a la cocina para tomar un vaso de agua, y la cocina no la tenía a más de diez pasos, pero entonces camino y camino y no llego nunca y me pongo como loco porque se me seca se me cierra la garganta y me hace falta un vaso de agua y camino y corro y pateo y grito y golpeo y araño las paredes el piso lo que encuentre y nunca llego a tomar una gota porque no encuentro no veo no llego a la cocina ni al baño ni a ningún lugar más que a una maldita calle dentro de mi casa, que me lleva por senderos de los que jamás supe nada ni he sabido ni sabré porque nunca quise porque yo no le pregunté a nadie jamás por ellos.

Les cuento a mis vecinos este sueño recurrente. Porque no me levanto nunca en las noches, no soy quien hace esa bulla. Y, en todo caso, mis pesadillas son asunto mío. Pero ellos no son idiotas, me dicen, y que están hartos de que mis escándalos cada madrugada. Y yo retrocedo, pido disculpas, prometo enmiendas, trataré, prometo, no volver a hacer y no sé qué más murmuro para que se vayan y me dejen en paz.

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¿Los mortificará mi condición de propietario cuando ellos son meros inquilinos. Tal vez por eso se recrean en atormentarme durante el día con sus preguntas, sus reclamos, sus amenazas. Sus estupideces.

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Zoológico mínimo

El león, dormido, ignora la sabana bajo sus patas, su panza. Lejos, medra el antílope y avanza, se aproxima, después de haber abandonado la seguridad del regazo de una buena madre. Trabajando por Natura, se niega a la excepción de una regla que lo lleva sin saber a las fauces de una bestia más fuerte. Oh iluso, acaso no sabes que cuando el soberano reposa cansado sobre la fresca hierba bajo el sol ardiente del mediodía, tus patas no hacen más que llevarte al sacrificio en el altar de tu propia estupidez?

Y si regresaras, solo hallarías el desprecio de los tuyos: eslabón roto, perdido, oxidado, de la cadena de la vida. Tu vergüenza: llevar la piel intacta, y la carne, cuando deberías haberte vuelto proteína y caca del cazador al que se teme, se respeta y se ama.

Tendido sobre su centro, dos patas al sur, dos patas al norte, el león africano descansa aplastando con su augusta panza la verde hierba de la sabana. Un ruido. Una silueta lejana. Una carrera. No verá nunca su melena teñida con la sangre de aquel que ha comprendido demasiado tarde que para escapar lo mejor es quedarse quieto.

Lo habrá liberado.

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SUJETO TÁCITO

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un animal que abarrota los límites del lenguaje y de las imágenes (¿será sólo la música la que parece atravesar esos límites?) con la

convicción, elocuente o rudimentaria, metafísicamente arcana o tan inmediata como el llanto de un niño, de que existe un “otro”, que hay

un “afuera”

sin sintaxis no hay emoción duradera. la inmortalidad es una función de los gramáticos

gritamos para callar lo que gritamos

dale a la gente algo que entienda

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ahora la poesía se hace cada vez más sospechosa.

¿cómo hacer algo en lo que no se cree?

lo que hay aquí es el producto de un despojamiento sistemático. tam-bién de una desconfianza en las palabras, el resultado de un oculta-miento imposible.

un libro de poemas: una contradicción, un nuevo fracaso.

tomo distancia. lo arrojo, lejos.

despojado, ajeno. una más entre todas las cosas.

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aprendí a callar mi silencio,a engañarme.la escritura era una coartada.

era verdad:este oficio no me gusta.pero de qué otro modomi voz no deja de ser mía?

en cada palabra que digo,égloga, elegía, oda,siempre la voz de otros.

mi vozmi vozmi voz

mi voz no existe.

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todo hacia el poema

¿qué es poesía?¿dónde comienza?¿dónde termina? son sólo palabras que aparecen antes de la primera, y terminan justo después de la última que pronuncias en el momento en que tu sol se apaga.

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miras a la ventana apagada mientras esperas que se encienda una luz al menos. estás esperando un signo de vida. te estás cansando. ¿cuánto tiempo llevas ahí sentado? ¿dos horas? tienes más paciencia de la que esperabas.

hace ya diez minutos traspasaste el límite que separa la desesperación de la apatía. ya no te cansas. ya no esperas. en todo caso, de tu esperar se ocupa ahora el parasimpático, puedes atender a otras cosas: unos niños tocan timbres y se van corriendo antes de que les abran; pasa una mujer que deja un rastro del olor que querrías sobre tu piel; un viejo camina tembloroso y enclenque por el frente y escupe cada tres o cuatro pasos, a ti te parece que su mismo temblor lo desplazara; un patrullero, lento, se busca el día; los ambulantes ofrecen sus mercaderías baratas e inútiles. los chiquillos otra vez, que te asustan.

sólo habría que cruzar la calle, entrar al edificio, subir las escaleras, caminar un pasillo largo y oscuro, oloroso a sopa y fritura, plantarse frente a la puerta, abrirla, entrar, prender la luz, asomarse a la ventana. cruzar, entrar, subir, caminar, plantarse, abrir, entrar, prender, asomarse: y allí estarías.

ya no te apuras, puedes esperar un poco más. ya ni sabes que esperas. hasta que regreses, y si te llaman no estás.

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¿tienes una coartada?

las pistas: siempre las mismas.

ir a ningún lugar – volver

estar. donde siempre has ido.

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sería deseable clausurar puertas en la casa de la memoria.

aunque, apenas puesto, el cartel desataría el deseo, y el tan deseado olvido se haría enemigo del ansia. establecidas las complicidades, el alma imprudente caminaría sobre las huellas del antiguo sufrimiento.

pero huellas son heridas,y profundo el pozo del recuerdo.

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yo, que quisiera saber arar, dejarme llevar por el animal, agarrado firmemente del instrumento, no encuentro cerca de aquí campos de labranza;

no encuentro más que veredas, pistas, y casas, que no se pueden arar.

un deseo como el mío supone una especie de condena. sobre ella, encaramado, miro pistas y veredas:

desde mi habitación.

y aunque desde el arado la tierra esté muy cerca, y pase un avión,

todavía quiero saber arar.

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desaparecidas las señales de la vida anterior, de qué aferrarnos?

completa desazón: cual raíz cuadrada, de las fantasmales, las que penaban en los pasadizos del colegio, después de la salida, cuando ni profesor, ni conserje, ni rector estaban para exigir silencio.

tal el miedo de quedarse solo. tal las sacrificadas de siempre. condena de todos, bola y cadena. llanto perpetuo.

afuera, se sienten pasos.

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no sabes cómo volver.

y garabateas mapas falsosmientras sigues enviandomensajes a la nada.

pero el rastro del grafito no dice:

mira el blanco de la página.

escucha el silencio. dilo.

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profundidad ignorada por mi platitud,laberintos que se adentran en territorios a los que no.

volumen para mí?irreprochable estructura sobre papel?mente: músculo?

vivía tranquilo con la piedad.

el cansancio me llevó de la mano a la casa de la derrota y en su casa me hizo firmarle un pagaré.

Me estafaron: no he recibido nada y tengo esta deuda.

es una historia conocida, amigo. todos la recordamos.

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acumulando días para el recuerdo

dices que todo te empuja a ser.

pasa un avión y recuerdas:estamos.

tal vez somostodavía.

el cielo es el mismo de siempre—aire.

memoria.

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siempre, antes de encontrar asiento, se escapan. revolotean por los techos –en la cocina, el baño, las habitaciones– tratando de hacerse con la luz. al final, su ansiedad decae y se quedan quietas.

entonces salen a cazar, y arremeten contra ellas mismas. se golpean, se descuartizan, se tragan.

saben, a la distancia que me salva, que estoy solo.

cada encuentro es siempre igual: se sonríen. se enlazan, se estrangulan, se engullen. y proliferan: mi casa está cada día más llena.

para qué tanto espanto.

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¿respiraría mejor si escalase una montaña?

arriba –el aire más ligero, todo más pequeño– tal vez se me haría menos difícil soportar la dimensión.

por ahora me muevo con cuidado para no ensuciar la ropa tendida,y esquivo el viento,enfrento nada,peleo con mi sombra.

poco hay por decir: ese es el verdadero drama.

ser tu propio héroe? he ahí tu condena, palomilla de ventana.

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he aquí: ahora se me ofrece delatar otro malde las materialidades que nos rodean.

a las cosas, cuando me hablan, no les contesto. las escucho, pero he decidido quedarme callado. creerán que soy mudo, o que no sé hablar su idioma. no me importa, escucho y callo.

yo, que suelo llenar de palabras mi horror al vacío. que aturdo con reclamos, con pedidos, con proyectos e instrucciones. con confesiones inútiles y derrotas generalmente inventadas.

pero es distinto el comercio con las cosas. la enfermedad material.

no las busco. a las mesas las evito por ofrecerse tan fáciles, con disposición de cortesanas. los techos, al contrario, tan lejanos, hacen inútil cualquier intento de aproximación (lo que puede explicarse económica y no moralmente). los objetos pequeños me ponen nervioso; de darse, nuestros intercambios son meramente utilitarios: más allá de eso prefiero ignorarlos. con los grandes, que me intimidan, tal vez el silencio sea sincero, por su referencia implícita y constante a una verdad impenetrable que en ellos se hace evidente.

para las cosas mi vida pasa de perfil y con dos dimensiones. ante ellos soy una sombra. y les corro. no vaya a ser que un día les conteste y entonces no pueda salir más de su mundo.

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derrotado por el deseote esperé,con la sospechade que no eras más que otra palabra más,de esas que nunca llegan.

y no me equivoqué.

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sobre arena construidaexperta en siluetasla prosperidad yace.

quién cavara los pozos?quién arruinara su vida?

tan sólo porque es posible.

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cuando callan

los nombres

dicen más.

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sentado en una silla.

hay suficiente arte en la imagen de alguien sentado en una silla?

no.

no hay arte más que en los productos. alguien sentado en una silla es alguien sentado en una silla. allí su evidencia.

no aquí, en las palabras –––––> allá, en la silla, en estar sentado.

qué quieres? la mayor parte del arte es mala. preferible tener una silla y un alguien que se siente. y olvidarse de todo.

y, alrededor, girar.

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los silencioshacen de las palabrasrecipientes de silencio,

de nosotrosser en sombra,de sombras lleno.

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todo, abrazo:

sima del mar.distancia celeste.

“¿y más allá?”

límite

identidad.

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siempre fuimos desesperados y tristes. la embriaguez se parecía demasiado a esta alerta que no nos deja.

tristeza y pena: sé que te acuerdas.

y tiempo, y calles y casas y tardes en las que la desgracia era un deseo. el más profundo, el único verdadero.

nos daba vergüenza la felicidad. ah, miserables…

volvíamos a la desgracia y estábamos contentos. te acuerdas?

y ese fuego, que todavía quema. esa angustia, que no se acaba. no ha dejado de crecer.

tú haces de todo eso poema, lo conviertes en literatura, como si no hubiera servido de nada.

como si no hubieras entendido nada.

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los márgenes ––lo no definido, abandonado apenas–– encuentra una forma. lo exterior limita y da forma:

dibujo en sombra.

tan pronto me enfrento al papel, vence lo difuso, lo volátil. y trato de aferrarme a lo más sólido que tengo, lo antiguo, lo arraigado.

pero lo que busco no está más: ha sido arrancado y lanzado lejos de aquí. y lo que queda ha perdido su función.

como esos fragmentos de cerámica encontrados en las excavaciones arqueológicas, que a despecho de ser incomprensibles son celosamente preservados, a la espera de que un día lleguen las epifanías y, aparentemente sin razón ni motivo, todo cobre sentido nuevamente, como si no hubieran pasado los días. como si no hubiera pasado nada.

como si ya no estuvieran todos muertos.

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aún creemos en ciertas cosas. pero la vergüenza siempre termina mostrándote sus garabatos.

tal vez estés viejo.

tal vez hayas estado viejo siempre.

a veces la mañana te encuentra velando una vida que no has vivido. otras, crees escuchar algo.

y a veces en verdad lo escuchas, como si en algún lugar de tu casa todavía te estuviera esperando.

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los antiguos entusiasmosmurieron hace ya tiempopara nosotros.

nos quedó la vozpero, como no sabemos qué decir,no decimos nada.

si hubo alguna vezjusticia en los corazones,y amor en los sueños,y resentimiento en las manos,hoy no son másque lo mismo de ayer:

esa canción ha muertomuerta está esa esperanza.todos han muerto.

es verdad,aquí todos hemos muerto.

y todavía seguimos esperando.

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todo acto desesperadocada paso que nos acerca a nuestras ilusioneses abismo

tu voz se eleva – aunque no seas capaz de creerlo– en sus distancias.

no les creemos, pero nos consuelan.

aprendiste a gritar tu idioma secreto – tus propios signos mudos

qué nos ata? de qué está hecha esta cuerda?

henos aquí ahora, convertidos en signo.

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la implosión es ineluctable, y todos los esfuerzos por salvar el principio de realidad, de acumulación, de universalidad, los principios

de evolución que responden a sistemas en expansión, son arcaicos, regresivos, nostálgicos.

derrota. desaparición. al encontrarme con ellas las hallo las más sublimes palabras.

la selva sepulta palacios y templos. la naturaleza se impone: corona del desvanecimiento.

descubrir un rastro –una moneda, una tumba: se abre un abismo.

y “dar a luz” toma otro sentido: soy descubierto, expuesto a la oscuridad de mi muerte.

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habla del día,de la mesa puesta.

tras su evidencia se escondecarácter de maravilla:el sol asoma.

niebla. luces. y niebla.

entre las cosas: espacio.entre las palabras: gente.

silencio!

día.

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y si todo fuera música?

cerrarías los ojos. tu vida, como un fluido, se expandiría, se iría lejos de aquí.

pero es posible?

atado a las palabras, tu mirada no deja de buscarte. y entre pasadizos la soledad te abrerincones oscuros –o los los inventa.

hace de ti mismo un territorio.

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nadie nos dijo nada al llegarni lo hará cuando nos hayamos ido.

pero igual hemos de encubrirnuestro transcursocon un intento finalde anular todo deseo,toda necesidad,todo afán.

apagándonos imperceptiblementecomo la hoja que,al caer, olvida al árbol.

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una nueva palabra nacerá del silencio

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ENCIERROS

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a cierta hora le gustaba salir a la calle a caminar. un impulso lo llevaba a atravesar la ciudad.

caminaba y se ponía triste, dulcemente. se acostumbró a esa tristeza, se hizo con ella, y después no pudo dejarla.

y empezó a oír su propia voz. le hubiera gustado alcanzarla. no se había dado cuenta de que no era su propia voz. que eran cabos de algo que nunca había conocido mío ni tuyo ni suyo.

qué hizo con sus palabras repetidas por otra boca, cuando ya no fueron suyas, cuando no pudo abrir los brazos a nadie que no fuera él mismo?

caminando buscaba su reflejo, sin saber que era fantasma. oía su propia voz, sin saber que no hay voz propia. veía su reflejo sin saber que era suyo. oía su propia voz, sin saber que no era suya.

tampoco estaba solo. pero no lo sabía.

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inclinación por la escritura

me gustaban los poemas, pero poco a poco se me han ido haciendo más lejanos debido a preocupaciones urgentes, a un cambio en mi manera de ver el mundo, que sigue explicándose por el mismo impulso antiguo, pero que ahora ha dado en algo que no me esperaba.

y sin embargo sigo nostálgico del ladrillo, de la bruma, y de árboles cuya sombra debe haber cobijado tantas cosas que aún quiero.

ah, la poesía: tan potente que nos hace olvidar a veces toda la miseria que la hace posible.

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el aire sopla y pasa sobre los objetos, los ocupa cuando puede, define sus formas e imprime en ellos su temperatura. y así el aire une todas estas cosas, de otro modo separadas, y esa unidad nos hace mundo, y nos acerca a los alejados irremediablemente.

pero el aire no une nada—no hay más que cosas, y el aire es una más entre todas las cosas. así podemos percibir todo desde los niveles más evidentes hasta las más minúsculas medidas, en las que cada entidad se hace tanto más precisa en cuanto más pequeña su definición

no obstante, siempre la idea, al final, un sentimiento—un vértigo tal vez—relacionado con contornos, límites, la piel acariciada lentamente por el siroco, el rostro golpeado por el cierzo.

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la vida heroica

quien te oye pensaríaque lo has olvidado todo. pero sabesrecordar como si ignoraras—vivir como si se tratara de asistira tu propia muerte.

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niños

el futuro se convierte en destinoy vemos en ellos un camino,una idea de la redención.

pero esta explicación es inútil:no dice nada sobre ellos, pero símucho sobrela ingenuidad que nos arrastrasiempre más allá,donde no vemos nadaporque no es posible,cabe nada.

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las palabras

se trata de que todas sean grandes? de que resuenen? de que lleven un rótulo antipático que las aleje cada vez más, y más? dónde está ‘tú’ en todo esto? debería estar? o se trata justamente de desaparecer detrás de todas esas piedras en medio del camino?

me gustaba, pero ya no me gusta: no era esto lo que yo buscaba. no así. pero en fin, no importa más. a estas alturas ya nada me interesa demasiado. solo busco un poco de aire.

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naturaleza muerta 2

sin signos de emociónnada más que la miradapara enfrentar el pedazo de realidadque ofrece la ventana—algo de lluviaramas desnudascielo blanco—papel en blanco.

gracioso cómo naturalezaes una palabra.

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suspendida,esperandopor el único milagro real,porque es cierto.materiade regreso a su propia materia –caída sin fin que acabaen lo mismo:no vuelta al origenproceso – el principioen el final –

pero.

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todo lo que allí había le recordaba un futuroque no llegaría nunca. y lo sabía.sin embargo, las luces, los olores,todo lo que los sentidos recibieran era para él un presagio:aprender el vacío.

(timing is everything)

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lo común

qué luz? la queno atraviesa esta membrana—falta enfrentada a su presencia.

en una tristeza probableespléndido aislamientode la miseriaen la soledaddel otro lado brilla,maravillosa.

recuerda que no estás solo.y que la miseriaes lo primero que se comparte.

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detroit – miami – lima

“tal vez tengamos que ir a guayaquil”

pero la niebla se despejó y pudimos aterrizar. así se acabaron 700 días de ausencia. habían cambiado tantas cosas que no estaba preparado para recordar que cuando más de lo mismo se desenvuelve en el tiempo el resultado son transformaciones que saben conocido. que nosotros, los de entonces, ya no fuéramos los mismos, no debería haber sido una sorpresa. no lo fue.

y sin embargo.

700 días de ausencia. guayaquil al norte.

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tardes de 1973

podrías reducir esta hora extraña a un guarismo violento: 6:40 p.m. pero no lo haces, porque a esa edad no importaba. al llegar, la oscuridad arrinconaba todas las certidumbres (entonces era otro nombre para las alegrías) y empezaba la hora de las sombras, larga e interminable, que te quitaba la tranquilidad. en el pasadizo, con las luces todavía apagadas y el sol resbalándose, las sombras crecían en formas que no entendías, que te daban miedo, te obsesionaban. sentías (no lo creías, todavía no sabías cómo) que en cualquier momento una de esas sombras vendría por ti.

entonces en la casi- se prendía noche la primera luz, y las sombras se reducían, se escondían casi. pasos conocidos anunciaban el encuentro con eso que poco a poco sabías bienvenir con una alegría que nadie reconocía como emoción por el rescate. con tan poco tiempo empezabas a entender lo difícil que es hacerse entender.

las sombras anunciaban un desastre que ni siquiera ahora entiendes del todo. todavía te siguen a donde vas. te hacen sentir menos solo.

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1976. 2004

1miras al mardesde esta ventana que de lejosparece el ojo de un pez atrapadosin sabersi te llevará a buen puerto: más alláes como si la memoria fueran velas rotassin fuerza para detener al viento,incapaces de hacerse empujar por él.piensas que las olasson la verdadera medida del tiempo,que la ruta de los peces dibuja una escritura que nos contiene,que acabarás siendo sombra ahogadapor una de esas operaciones extrañas de la mente.mejor así: al no recordarla, escribir no te cuestamás que palabras. creerás que la inventas,como inventas ahora este mar que miras en medio de la nada,que es como llamas a todo aquello que bajo el cielo no es mar.

2entre poco y nadarepentinamente aparecey sin decirlodesarrolla una circunvolución,se abre, se vuelca,desaparece.entre poco y nada, ahora,menos queda. como si hubiera habidosin que fuera. y el haber, estancado,vuelve sobre sí y, como siempre,abandona.

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la mesa puesta

“Imágenes de la crueldad”–Alejandro Romualdo (2006)

1se repite la ceremonia. el amor despliega sus frutos y sus promesas. tú recibes los dones sin sorpresa, te acostumbras rápido al bienestar. lo sagrado está en la regularidad de operaciones que garantizan mecánicamente una estructura que se despliega segura de sus incertidumbres, sus miedos, sus tristezas.

2la búsqueda del absoluto se encuentra protegida por las instituciones que desde luego atacarás con el fin de garantizar su imperio: el monstruo MERCADO, de tres cabezas dios patria familia que devoran y consumen todo lo que los enfrenta. en el café con leche te observan, en el pan con jamón y queso. y en el amor incondicional de madre, el amor peregrino de padre.

3ingenua bestia que al comer es engullida, te preparas para la más reciente de las repeticiones de un orden.

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Sujeto Tácito

p. 1: george steiner, gramáticas de la creación, I, 3. fernando pessoa, fragmento 11 del libro del desasosiego de bernardo soares. henri michaux, face aux verroux. elliott smith, “junk band trader”, figure 8.p. 5: jorge guillén, cántico.p. 12: j. goytisolo, “historia conocida”.p. 13: basho, sendas hacia tierras hondas.p. 16: alfonso reyes, “la malicia del mueble”, vida y ficción.p. 28: jean baudrillard, cultura y simulacro, p. 167.p. 32: blanca del prado, los días de sol, 1938.

al final, el texto de la página 6 se apropia del coro del valse “tu voz” de juan gonzalo rose.

los textos de lás páginas 28 y 29 son sendos comentarios al libro el amor en los tiempos del cole de lorenzo helguero y al poema “antiguos entusiasmos” de wáshington delgado*

* “Años de juventud que uno recuerda / cuando ya se acabó la juventud. / El entusiasmo puro se deshizo en el / aire, / el aire de la historia. / La garúa limeña difumina / el recuerdo del sol enamorado / en las norteñas tierras. / Sol de justicia, el sol de la hermandad // con su canción de amor / para todos los hombres. / Esa canción ha muerto / Muerta está esa esperanza. / Todos han muerto, yacen enterrados / bajo una tierra leve, / la tierra del olvido.”

este libro fue terminado el año 2001.

Citas

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Encierros

Textos escritos en Ann Arbor, Michigan, entre 2002 y 2006.Recopilados en Los Ángeles, California, el 22 de noviembre de 2006.Revisados por última vez en Patchogue, New York, el 21 de octubre de 2011.

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Reconocimientos

Directa o indirectamente, mucha gente contribuyó a concebir, escribir, editar, conservar y, ahora finalmente, publicar estas tres colecciones. Si me pusiera a escribir cómo y por qué, llenaría páginas enteras que me desviarían del propósito de esta página, así que me limitaré a presentar esta lista, ante la cual sonrío en reconocimiento del desinterés y la camaradería que cada persona manifestó de maneras distintas pero igualmente enriquecedoras a lo largo de la composición de estos textos. Han sido años, y aunque no todos siguen siendo parte de mi día a día, todos están presentes aquí y ahora—en orden alfabético, no cronológico.

Miki Aguirre, Ana Gabriela Alvarado, Alejandra Ballón, Raúl Cachay, Renato Cisneros, Talía Dajes, Mariana Eguren, Rafael Espinosa, Arturo Higa, Rosa María Macera, Francisco Melgar, Mario Michelena, Rodrigo Quijano, Lucas Stensland, Nicolás Tarnawiecki, Alfredo Villar. Carlo Trivelli ayudó a estos textos de más maneras de las que tal vez él pueda imaginarse y su presencia fue crucial para el proceso. Juan Pablo Murrugarra ha colaborado conmigo desde la primera publicación: su dedicación, esta vez como la anterior, solo ha servido para mejorar propósitos y formas. Mi suegro, Jerry Wellik, me recordó que la escritura es a la vez celebración y cura; Heather, mi esposa, supo ayudarme a encontrar de nuevo las ganas, la confianza—y sigue haciéndolo.

F.V. PomarBrooklyn, 6 de setiembre de 2014

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El mismo cielo de siemprePoemas reunidos 1997 - 2007

Primera edición electrónica, enero 2015

Fernando Velásquez Pomar

cuidado editorial

Juan Pablo Murrugarra

abolida siniestra

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Fernando Velásquez Pomar nació en Lima, Perú el año nuevo de 1971. Estudió en el Colegio de la Inmaculada y en la Universidad Católica (Lingüística y Literatura). Enseñando, desde 1988, pasó por academias pre-univesitarias, dos colegios limeños y la PUC. Ha editado, traducido y trabajado como periodista. Estudió teatro y participó en un par de montajes. El 2002 dejó Lima por Ann Arbor, donde finalmente recibió un doctorado por la Universidad de Michigan el 2009. Desde ese mismo año enseña en St. Joseph’s College, New York, del que es actualmente Profesor Asociado. Vive en Brooklyn con Heather, su esposa, y dos gatos, Jive Turkey y Cat Calloway. En la actualidad, sigue escribiendo poesía, traduce a poetas peruanos al inglés y trabaja en dos proyectos académicos (uno en co-autoría).

Este libro reúne una versión mínimamente revisada de su único libro publicado, Pequeñas alegrías gramaticales (1997), junto con dos colecciones inéditas.