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    ESCAPAR DE LA AMNESIA: EL MUSEO COMO

    MEDIO DE MASAS

    ANDREAS HUYSSEN

    PAGS.: 56 A 79

    EL PASEANTE

    n tripl !!"!5

    #995

    La batalla contra el museo ha sido un tpico permanente de la cultura

    modernista. Aparecido en su forma moderna en la poca de la Revolucin francesa,

    que por primera vez convirti en museo al Louvre, el museo ha venido a ser la sede

    institucional privilegiada de esa querella de los antiguos y los modernos que dura

    ya tres siglos. !a estado en el o"o del hurac#n del progreso, sirviendo de catalizador a

    la articulacin de tradicin y nacin, herencia y canon, y ha suministrado los mapas

    b#sicos para la construccin de la legitimidad cultural, en un sentido tanto nacional

    como universalista$. %on sus archivos y colecciones disciplinares, contribuy a de&nir

    la identidad de la civilizacin occidental, al trazar unas fronteras e'teriores e interiores

    basadas en e'clusiones y marginaciones no menos que en codi&caciones positivas (.

    Al mismo tiempo, el museo moderno ha sido siempre atacado como s)ntoma deosi&cacin cultural por quienes hablaban en nombre de la vida y de la renovacin

    cultural frente al peso muerto del pasado. La batalla reciente entre modernos y

    posmodernos no ha sido sino el *ltimo cap)tulo, hasta ahora, de esa querella. +ero en

    el tr#nsito de la modernidad a la posmodernidad el propio museo ha sufrido una

    transformacin sorprendente acaso por primera vez en la historia de las vanguardias,

    el museo en su sentido m#s amplio ha pasado, dentro de la familia de las instituciones

    culturales, de ser el que se lleva las bofetadas a ser el hi"o predilecto. -i que decir tiene

    que donde esa transformacin se ha hecho m#s visible es en la feliz simbiosis entre laarquitectura posmoderna y los nuevos edi&cios de museos. l 'ito del museo podr)a

    ser uno de los s)ntomas sobresalientes de la cultura occidental en la dcada de /012 se

    proyectaron y construyeron cada vez m#s museos, como corolario pr#ctico del

    discurso del &n de todo3. La obsolescencia programada de la sociedad de consumo

    hall su contrapunto en una museoman)a implacable. l papel del museo como lugar

    de conservacin elitista, bastin de la tradicin y la alta cultura, dio paso al museo

    como medio de masas, como marco de la mise4en4sc5ne espectacular y la e'uberancia

    oper#tica. se sorprendente cambio de papel merece re6e'in, porque parece haber

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    tenido un impacto profundo sobre la pol)tica de la e'hibicin y la contemplacin.

    7icho en trminos m#s concretos la antigua dicotom)a entre coleccin permanente del

    museo y e'posicin temporal ya no vale en un momento en que la coleccin

    permanente est# cada d)a m#s sometida a reorganizaciones temporales y via"es a

    grandes distancias, y en que las e'posiciones temporales se entronizan en v)deos y en

    cat#logos suntuosos, constituyendo as) a su vez colecciones permanentes que tambin

    pueden circular. strategias muse)sticas como la coleccin, la cita, la apropiacin, han

    invadido incluso las pr#cticas estticas contempor#neas, claro est# que

    acompa8#ndose a menudo de la intencin e'presa de articular una cr)tica de

    conceptos privilegiados y esenciales del museo, como los de unicidad y

    originalidad. -o es 9pg.:;< que tales procedimientos sean totalmente novedosos,

    pero s) que su reciente paso a primer plano apunta a un fenmeno cultural de notables

    proporciones, que ha sido adecuadamente designado con el feo nombre de

    museizacin=. n efecto, una sensibilidad muse)stica parece estar ocupando

    porciones cada vez mayores de la cultura y la e'periencia cotidianas. >i se piensa en la

    restauracin historicista de los vie"os centros urbanos, pueblos y paisa"es enteros

    hechos museo, el auge de los mercadillos de ocasin, las modas retro y las olas de

    nostalgia, la automuseizacin obsesiva a travs de la videoc#mara, la escritura de

    memorias y la literatura confesional, y si a eso se a8ade la totalizacin electrnica del

    mundo en bancos de datos, entonces queda claro que el museo ya no se puede

    describir como una institucin *nica de fronteras estables y bien marcadas. l museo,en este sentido amplio y amorfo, se ha convertido en un paradigma clave de las

    actividades culturales contempor#neas. Las nuevas pr#cticas muse)sticas y de

    e'hibicin corresponden a un cambio en las e'pectativas del publico. +arece que los

    espectadores, en n*mero cada d)a mayor, buscan e'periencias enf#ticas, iluminaciones

    instant#neas, acontecimientos estelares y macroe'posiciones, m#s que una apropiacin

    seria y meticulosa del saber cultural. ?, a pesar de ello, sigue en pie la pregunta @cmo

    e'plicar este 'ito del pasado museizado en una poca a la que tantas veces se ha

    acusado de prdida del sentido de la historia, de memoria de&ciente, de amnesiageneral La anterior cr)tica sociolgica del museo como institucin, seg*n la cual su

    funcin consist)a en reforzar en unas personas el sentimiento de pertenencia y en

    otras el sentimiento de e'clusin :, ya no parece que se pueda aplicar al panorama

    actual, que ha enterrado el museo como templo de las musas para resucitarlo como

    espacio h)brido, mitad feria de atracciones y mitad grandes almacenes.

    l museo de antes y el orden simblico +or empezar con un gesto propiamente

    muse)stico, debemos recordar que el museo, como el descubrimiento de la historia

    misma en su sentido enf#tico con Boltaire, Bico y !erder, es un efecto directo de la

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    modernizacin, no algo que de alg*n modo le sea marginal o incluso e'terior. -o es la

    conciencia de tradiciones seguras lo que marca los comienzos del museo, sino su

    prdida, combinada con un deseo estrati&cado de 9re4

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    caso de los llamados museos de historia natural, el ne'o entre la operacin de

    salvamento de los coleccionistas y el e"ercicio de la fuerza bruta, del genocidio incluso,

    est# palpablemente presente en las propias piezas e'puestas son museos de cera de la

    otredad. -o quiero que se interpreten mal mis palabras como un deseo de

    relativizar esa cr)tica ideolgica del museo en cuanto agente legitimador de la

    modernizacin capitalista y escaparate triunfalista del bot)n de la e'pansin territorial

    y la colonizacin. sa cr)tica es tan v#lida para el pasado imperial como lo es en la era

    del patrocinio empresarial vase la brillante s#tira que hizo !ans !aacFe del ne'o

    entre la cultura de los museos y el petrocapital en Metromobiltan 9/01:obre esto la cuestin clave

    est#, lgicamente, en si la nueva cultura muse)stica del espect#culo y la mise-en-scne

    puede todav)a desempe8ar esas funciones, o si la tan debatida liquidacin del sentido

    de la historia y la muerte del su"eto, la celebracin posmoderna de la super&cie t4rente

    a la profundidad, de la velocidad frente a la lentitud, han despo"ado al museo de su

    aura espec)&ca de temporalidad 1. >ea cual sea la respuesta que se acabe dando a esa

    pregunta, 9pag. :1< ser# preciso que la cr)tica puramente institucional en el sentido deun aparato ideolgico de poder y conocimiento, que opera de arriba aba"o, se

    complemente con una perspectiva de aba"o arriba que investigue el deseo del

    espectador y las inscripciones del su"eto, la respuesta del p*blico, los grupos de inters

    y la segmentacin de las esferas p*blicas superpuestas a las que hoy se dirigen una

    amplia diversidad de museos y e'posiciones. -o es ese an#lisis sociolgico, sin

    embargo, lo que yo voy a intentar ofrecer, porque me interesan m#s otras re6e'iones

    culturales y &los&cas m#s amplias en torno al status cambiante de la memoria y la

    percepcin temporal en la cultura de consumo contempor#nea.

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    n cualquier caso, la cr)tica tradicional del museo y sus variantes posmodernas

    parecen bastante in*tiles en un momento en que se fundan m#s museos que nunca, y

    en que m#s gente que nunca se agolpa en los museos y las e'posiciones. La muerte del

    museo, tan valerosamente anunciada en los a8os sesenta, no era, evidentemente, la

    *ltima palabra. +or lo tanto, no basta con denunciar el reciente auge de los museos

    como e'presivo del conservadurismo cultural de los ochenta, que presumiblemente

    habr)a vuelto a imponer el museo como institucin de la verdad cannica y la

    autoridad cultural, si no del autoritarismo. La reorganizacin del capital cultural tal

    como la e'perimentamos en los a8os ochenta, en los debates sobre el posmodernismo,

    el multiculturalismo y los estudios culturales, y tal como ha afectado a las pr#cticas

    muse)sticas en m*ltiples aspectos, no se puede reducir a una l)nea pol)tica *nica. -i

    basta tampoco con criticar las nuevas pr#cticas de e'hibicin en las artes como

    espect#culo y entretenimiento de masas, cuyo ob"etivo primordial es empu"ar el

    mercado de arte de la locura al 'tasis y de ah) a la obscenidad. Aunque la creciente

    mercantilizacin del arte sea indiscutible, la cr)tica de la mercanc)a por s) sola est#

    le"os de proporcionar criterios estticos o epistemolgicos sobre cmo leer

    determinadas obras, pr#cticas art)sticas o e'hibiciones. -i puede tampoco progresar

    m#s all# de una visin en *ltima instancia despectiva de los p*blicos como ganado

    cultural manipulado y cosi&cado. %on demasiada frecuencia, esos ataques se derivan

    de posiciones vanguardistas, en la pol)tica y en el arte, que en los *ltimos a8os se han

    revelado a su vez endebles, agotadas y t)sicas.

    L$ %$n&'$r(i$ ) l *'+,

    La naturaleza problem#tica del concepto de vanguardismo, sus implicaciones

    en la ideolog)a del progreso y la modernizacin, sus comple"as complicidades con el

    fascismo y el comunismo de la ercera Jnternacional, han sido ampliamente debatidas

    en los *ltimos a8os. La evolucin del posmodernismo desde los a8os sesenta no se

    entiende si no se advierte cmo primero revitaliz el )mpetu de la vanguardiahistrica y a rengln seguido entreg ese ethos vanguardista a una cr)tica disolvente 0.

    l debate sobre la vanguardia est#, de hecho, )ntimamente ligado al debate sobre el

    museo, y ambos est#n en el meollo de lo que llamamos lo posmoderno. A &n de

    cuentas, fue la vanguardia histrica 4 el futurismo, el dada)smo, el surrealismo, el

    constructivismo y las agrupaciones vanguardistas de los comienzos de la Cnin

    >ovitica4 la que se opuso al museo de forma m#s radical e ine'orable, reclamando,

    aunque fuera de maneras distintas, la eliminacin del pasado, practicando la

    destruccin semiolgica de todas las formas tradicionales de representacin, y

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    abogando por una dictadura del futuro. +ara la cultura vanguardista de los

    mani&estos, con su retrica de rechazo total de la tradicin y la celebracin eufrica y

    apocal)ptica de un futuro absolutamente diferente que se cre)a ver ya en el horizonte,

    el museo serv)a, desde luego, como chivo e'piatorio /2. +arec)a encarnar todas las

    aspiraciones monumentalizantes,

    hegemnicas y pomposas de la era burguesa que hab)a acabado en la

    bancarrota de la Mran Muerra. La museofobia de la vanguardia, que era compartida

    por los iconoclastas de la izquierda y de la derecha, es comprensible si recordamos que

    el discurso sobre el museo se desarrollaba entonces dentro de un marco de cambio

    9pag. :0< social y pol)tico radical, sobre todo en la Rusia inmediatamente posterior a la

    Revolucin bolchevique y la Alemania recin derrotada en la guerra. A una poca que

    cre)a en la ruptura hacia una vida totalmente nueva en una sociedad revolucionada no

    se le pod)a pedir que viera mucha utilidad en el museo. se rechazo vanguardista del

    museo ha seguido siendo de rigor en los c)rculos intelectuales hasta el d)a de hoy$ // .

    La cr)tica total del museo no se ha liberado a*n de ciertos presupuestos vanguardistas

    arraigados en una relacin histricamente concreta entre la tradicin y lo nuevo que es

    diferente de la nuestra. As), pocos de cuantos han escrito sobre el museo en los a8os

    ochenta han sostenido que sea necesario repensarlo 9y no slo por un deseo de

    desconstruir< m#s all# de los par#metros binarios de vanguardia frente a tradicin,

    museo frente a modernidad 9o posmodernidad

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    museoNmodernidad, puede ser *til una mirada m#s retrospectiva al siglo IJI, a la

    prehistoria del vanguardismo. sa fase anterior de la modernidad revela una actitud

    hacia el museo que es m#s comple"a que la que mantuvo la vanguardia histrica, y

    que en la misma medida contribuye a liberarnos del pre"uicio vanguardista sin por

    ello caer en el insidioso conservadurismo cultural de los a8os recientes. !abr de

    limitarme a unos pocos apuntes breves. Los rom#nticos alemanes, por e"emplo, a la

    vez que atacaban la mirada muse)stica de los clasicistas dieciochescos, se empe8aron,

    y de la manera m#s consciente, en un proyecto muse)stico de proporciones

    gigantescas recog)an los romances, el folclore, los cuentos populares, traduc)an

    obsesivamente obras de otras pocas y otras literaturas, europeas y orientales,

    privilegiaban la dad Dedia como sede de una cultura redimida y una utop)a futura,

    todo ello en nombre de un mundo moderno radicalmente nuevo y poscl#sico. n su

    poca, los rom#nticos construyeron un museo alternativo, basado en su necesidad

    acuciante de recoger y celebrar precisamente aquellos artefactos culturales que hab)an

    sido marginados y e'cluidos por la cultura dominante del siglo anterior. La

    construccin de la identidad cultural de la Alemania moderna fue de la mano con las

    e'cavaciones muse)sticas que m#s tarde formar)an el cimiento del nacionalismo

    alem#n. l pasado selectivamente organizado se reconoc)a como indispensable para la

    construccin del futuro. An#logamente, a Dar' y a -ietzsche les preocuparon mucho

    otras visiones, alternativas y antihegemnicas, de la historia sus celebraciones, muy

    dispares, del hurac#n del progreso, de la liberacin y la libertad, del nacimiento deuna cultura nueva, fueron siempre unidas al reconocimiento de que era necesario

    un.cordn umbilical con el pasado. D#s a*n, slo comprendiendo y reconstruyendo la

    historia ser)a 9pag. ;(< posible sacudirse el pasado como carga y pesadilla, como

    monumento as&'iante o archivo momi&cado. e'tos como El 18 Brumario o la

    introduccin a los Mrundrisse, lo mismo que El nacimiento de la tragedia o la segunda de

    las Consideraciones intempestivas sobre el uso y abuso de la historia, demuestran que

    Dar' y -ietzsche entend)an perfectamente la dialctica de pulsin innovadora y

    deseo muse)stico, la tensin entre la necesidad de olvidar y el deseo de recordar. Loste'tos de uno y otro testi&can por s) mismos de la productividad de un pensamiento

    que se coloca en esa tensin entre la tradicin y la anticipacin. >ab)an que la lucha

    por el futuro no puede actuar desde la nada, que necesita de la memoria y el recuerdo

    como e'citantes vitales. >e podr)a sugerir, claro est#, que, a despecho de a&rmaciones

    en contrario, la mirada muse)stica estaba presente incluso dentro de la propia

    vanguardia. Aparte de la dependencia de una imagen compartida de la cultura

    burguesa que se rechazaba, se podr)a pensar en el "uego de los surrealistas con ob"etos

    obsoletos como vistas de iluminacin, conforme a la interpretacin de Oen"amin.

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    +odr)amos ver el cuadrado negro de Dalevich como parte de la tradicin del icono,

    m#s que ruptura total con la representacin. E podr)amos pensar en la pr#ctica

    dram#tica de Orecht de historizar y ena"enar, que logra sus efectos inscribiendo una

    relacin con el pasado para superarlo. Los e"emplos se podr)an multiplicar. +or muy

    le"os que se quiera llevar esa argumentacin, no altera el hecho b#sico de que el

    vanguardismo es impensable sin su miedo patolgico al museo. l hecho de que el

    surrealismo y todos los dem#s movimientos de vanguardia acabaran a su vez en el

    museo no demuestra sino que en el mundo moderno nada escapa a la lgica de la

    museizacin. +ero @por qu hemos de ver en ello un fracaso, una traicin, una derrota

    l argumento psicologista esgrimido por algunos, en el sentido de que el odio de la

    vanguardia al museo e'presaba el miedo profundo e inconsciente a su propia

    momi&cacin futura y fracaso &nal, es un argumento que e'plota la venta"a de la

    mirada retrospectiva, y que sigue preso en el ethos del propio vanguardismo. 7esde

    &nales de los a8os cincuenta, la muerte de la vanguardia en el museo ha llegado a ser

    un tpico muy com*n. Duchos lo han visto como la victoria &nal del museo en su

    batalla culturalP y desde esa ptica los muchos museos de arte contempor#neo, todos

    ellos proyectos del periodo de posguerra, no han hecho sino agravar el delito. +ero las

    victorias tienden a grabar sus efectos sobre el vencedor lo mismo que sobre el vencido,

    y no estar)a de m#s investigar hasta qu punto la museizacin del proyecto

    vanguardista de traspasar las fronteras entre el arte y la vida ha contribuido, de hecho,

    a derribar los muros del museo, a democratizar la institucin, por lo menos en cuantoa accesibilidad, y a facilitar la transformacin reciente del museo, de fortaleza para los

    pocos escogidos en medio de masas, de tesoro de ob"etos entronizados en sede de

    performance y mise-en-scne para un p*blico cada d)a mayor. l destino de la

    vanguardia est# ligado a la transformacin reciente del museo de otra manera

    parad"ica. Quiz# el declive del vanguardismo como ethos dominante de las pr#cticas

    estticas desde la dcada de /0H2 haya cooperado tambin a la creciente 9aunque, por

    supuesto, no total< borrosidad de los l)mites entre el museo y los proyectos de

    e'hibicin, que parece caracterizar el panorama muse)stico en el d)a de hoy. %ada vezes m#s frecuente que los museos entren en el negocio de las e'posiciones temporales.

    Cna serie de e'posiciones de autor de los a8os ochenta se presentaron como

    museos el Duseo de las Ebsesiones de !arald >zeemann, el Duseo de las Ctop)as de

    >upervivencia de %laudio Lange, el Duseo >entimental de +rusia de 7aniel >poerri y

    lisabeth +lessen. Aunque algunos organizadores de e'posiciones siguen aferrados a

    la vie"a dicotom)a, temiendo al museo como al beso de la muerte, cada d)a son m#s los

    conservadores de museo que asumen funciones que antes se consideraban

    pertenecientes al #mbito de la e'posicin temporal, tales como cr)tica, interpretacin,

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    mediacin p*blica, incluso mise-en-scne. La aceleracin que se est# produciendo en la

    de&nicin laboral del curator se re6e"a incluso en la gram#tica ahora e'iste el verbo to

    curate, y precisamente no limitado a las funciones tradicionales del conservador de

    colecciones. Al contrario, hoy d)a to curate signi&ca movilizar las colecciones, ponerlas

    en movimiento dentro de los muros del museo al que pertenecen y por todo el

    planeta, as) como en las cabezas de los espectadores. Di hiptesis ser)a que en la era

    de lo posmoderno el museo no ha sido simplemente reintegrado a una posicin de

    autoridad cultural tradicional, como dir)an algunos cr)ticos, sino que est# 9pag.;3in duda Adorno era muy clarividente al escribir, hace

    casi cuarenta a8os l proceso que entrega toda obra de arte al museo... es

    irreversible /:. +ero dif)cilmente habr)a podido prever la magnitud de los cambios

    institucionales que al museo le han sobrevenido durante las dcadas de /0H2 y /012.

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    -i tampoco pudo imaginar que aquello que a l ten)a que parecerle la victoria del

    museo sobre la vanguardia pudiera ser, al &nal, una victoria de la vanguardia sobre el

    museo, aunque no como la vanguardia la esperaba. Cna victoria p)rrica, desde luego,

    pero victoria de todos modos .

    l se8uelo de la polmica -i que decir tiene que la museoman)a y la locura de

    e'posiciones reciente tiene su reverso, y es tentador polemizar. omemos la

    aceleracin ha aumentado espectacul#rmente la velocidad con que la obra de arte

    pasa del estudio al coleccionista, del marchante al museo y a la retrospectiva, y no

    siempre por este orden. %omo en todos los procesos de aceleracin de esa clase,

    algunas de las etapas han sido victimizadas tendenci#lmente por esa velocidad

    vertiginosa. +or e"emplo, la distancia entre el coleccionista y el marchante parece

    acercarse a un punto de fuga, y, a la vista de la actuacin cada vez peor de los museos

    en >otheby$s o %hristie$s, algunos sostendr)an c)nicamente que el museo se queda en la

    estacada mientras el arte mismo avanza hacia el punto de fuga, desapareciendo la

    obra en un depsito bancario y *nicamente recuperando la visibilidad cuando vuelve

    a la sala de subastas. La funcin principal que le queda al museo en este proceso es la

    de validar la obra de unos cuantos superartistas "venes 9me vienen a la mente

    >chnabel, >alle, Soons< para surtir al mercado, elevar el precio y servir la marca de

    f#brica del genio "oven a los bancos subastadores. 7e ese modo, el museo contribuye a

    encarecer el arte por encima de sus propias posibilidades. ? aunque el mercado ya no

    est tan recalentado como en los a8os ochenta, parece que slo un desplome &nancieropodr)a impedir que la implosin del arte siga avanzando a travs del dinero

    especulativo y la gestin de activos muse)stica . La aceleracin ha afectado tambin a

    la velocidad de los cuerpos que pasan por delante de los ob"etos e'hibidos. La

    disciplina impuesta a los cuerpos asistentes a la e'posicin en aras del aumento de las

    estad)sticas de visitantes traba"a con instrumentos pedaggicos tan sutiles como la

    visita guiada con !alkman" +ara los que no se de"en poner en un estado de sopor activo

    por el ValFman, el museo aplica la t#ctica m#s brutal del hacinamiento, que a su vez

    se traduce en la invisibilidad de aquello que se ha ido a ver, esta nueva invisibilidaddel arte como forma hasta ahora *ltima de lo sublime. ? m#s a*n as) como en

    nuestros centros metropolitanos el#$neur , que ya en tiempos de Oaudelaire era un

    marginado, ha sido sustituido por el corredor de maratn, as) el *nico lugar donde al

    #$neurle quedaba todav)a un escondri"o, el museo, se convierte cada vez m#s en una

    especie de Quinta Avenida en hora punta, a un paso algo m#s lento, desde luego, pero

    @quin querr)a apostar nada a que no siga aceler#ndose Quiz# debamos esperar la

    maratn de museos como la innovacin cultural del inminente &n de siglo.

    Aceleracin tambin, huelga decirlo, en la fundacin de museos nuevos a lo largo de

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    todos los a8os ochenta, en la e'pansin de los antiguos y venerables, en la

    comercializacin de camisetas, carteles, tar"etas navide8as y repro4preciosidades a

    cuento de una e'posicin. La obra de arte original como ardid para vender sus

    derivados reproducidos en cantidad, la reproducibilidad como estratagema para dotar

    de aura al original tras el deterioro del aura, una victoria &nal de Adorno sobre

    Oen"amin. l tr#nsito al sho! business parece irreversible. l arte contempor#neo se

    entrega al museo a la manera de una produccin a plazo, el museo mismo se entrega a

    la red de la cultura posmoderna, el mundo del espect#culo. @Qu diferencia hay, en el

    fondo, entre la gigantesca honky tonk Voman de los Rolling >tones en su espect#culo

    %teel &heels y la mu"er fatal desnuda, de tama8o m#s que natural y de oro, tomada de

    un cuadro de Mustav Slimt, que adorn el te"ado de la 9pag. ;:< Sunstlerhaus de

    Biena con ocasin de la muestra de /01: sobre el arte y la cultura vieneses en el

    cambio de siglo %ediendo a la tentacin de polemizar, tendemos a pasar por alto el

    riesgo de que la polmica lleve directamente a una nostalgia del museo de antes, como

    el lugar de la contemplacin seria y la pedagog)a sincera, del ocio del #$neur y la

    arrogancia del entendido. %abe, incluso, a8orar perversamente el turismo de museos

    de los a8os cincuenta, que era capaz de hacerse el Louvre en diez minutos Benus de

    Dilo, Dona Lisa y vuelta a la calle, un sue8o utpico para las multitudes de hoy,

    obligadas a esperar fuera de la infame pir#mide del patio del Louvre. Qu duda cabe

    de que la avalancha de las masas culturales al museo no es la perfecta realizacin del

    llamamiento de los a8os sesenta a democratizar la cultura. +ero tampoco hay quevituperarla. l vie"o reproche a la industria de la cultura, que ahora se esgrime contra

    el antiguo guardi#n de la alta cultura, no slo tiene que negar la innegable fascinacin

    que e"ercen las nuevas y espectaculares e'posicionesP es que oculta adem#s la

    estrati&cacin interior y la heterogeneidad de los intereses del espectador y de las

    pr#cticas e'positivas. Las polmicas contra la recin descubierta reconciliacin de

    masas y musas orillan la cuestin b#sica de cmo e'plicar la popularidad del museo,

    el deseo de e'posiciones, de acontecimientos y e'periencias culturales, que alcanza a

    todas las clases sociales y grupos de cultura. Jmpide tambin la re6e'in sobre cmoutilizar ese deseo, esa fascinacin, sin ceder incondicionalmente al entretenimiento

    instant#neo y el e'hibicionismo de la macroe'posicin. +orque el deseo e'iste, por

    mucho que la industria de la cultura pueda estimular, seducir, engatusar, manipular y

    e'plotar. se deseo hay que tomarlo en serio como un s)ntoma de cambio cultural. s

    algo que est# vivo en nuestra cultura contempor#nea, y que habr)a que incorporar

    productivamente a los proyectos de e'posiciones. -o es una idea e'actamente nueva

    sugerir que el entretenimiento y el espect#culo pueden funcionar en t#ndem con

    formas comple"as de iluminacin en la e'periencia esttica. +uede que sea m#s dif)cil

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    de&nir trminos como e'periencia y esttico en una poca en que ambos han

    ca)do v)ctimas de las devociones populistas de la antiesttica y de los 'tasis de la

    simulacin. n cualquier caso, lo que hay que hacer con los atractivos de la muestra

    espectacular 4sea de momias egipcias, de &guras histricas o de arte contempor#neo4

    no es despreciarlos, sino e'plicarlos .

    Tr+ *,(l,+ -pli$ti%,+

    A m) me parece que hay tres modelos bastante distintos, en parte opuestos y en

    parte superpuestos, que pretenden e'plicar la man)a de museos y e'posiciones de los

    *ltimos a8os. n primer lugar est# el modelo, de orientacin hermenutica, de la

    cultura como compensacin, desarrollado por una serie de &lsofos neoconservadores

    de Alemania, que se remontan a la &losof)a social de Arnold Mehlen, la hermenutica

    de la tradicin de Madamer y la tesis &los&ca de oachim Ritter, seg*n la cual la

    erosin de la tradicin en la modernidad genera rganos de reminiscencia tales como

    las humanidades, las sociedades dedicadas a la conservacin histrica y el museo /;.

    n segundo lugar est# la teor)a, postestructuralista

    y secretamente apocal)ptica, de la museizacin como c#ncer terminal de nuestro

    &n de siglo, que han articulado ean Oaudrillard y !enri +ierre eudy. ? en tercer

    lugar, el menos desarrollado pero el m#s sugestivo, est# el modelo, m#s sociolgico y

    orientado a la eor)a %r)tica, que sostiene la aparicin de una nueva etapa delcapitalismo de consumo y la designa con el nombre intraducible de Kulturgesellschat.

    Los tres modelos son productos sintom#ticos de los a8os ochenta, no slo en el

    sentido de que aspiren a re6e"ar cambios emp)ricos en la cultura de los museos y las

    e'posiciones, que a eso aspiran los tres, sino tambin porque re6e"an los debates

    culturales y pol)ticos de esa dcada, y ofrecen visiones pol)ticamente muy dispares,

    antagnicas incluso, de la cultura contempor#nea y su relacin con la sociedad

    pol)tica. ?o no creo que ninguno de estos modelos pueda 9pag. ;;< reclamar para s) la

    verdad absoluta, pero sa no es una de&ciencia que haya que remediar con unametateor)a que a*n no ha articulado nadie. La ausencia, o me"or dicho la renuncia a la

    pretensin de un punto de Arqu)medes, la imposibilidad de una *nica narracin

    correcta, hay que tomarla como venta"a estratgica, como momento liberador m#s que

    restrictivo. Eponiendo entre s) las tres posiciones 4neoconservadurismo,

    postestructuralismo, eor)a %r)tica4, podemos, de hecho, llegar a comprender me"or la

    museizacin como un s)ntoma clave de nuestra cultura posmoderna .

    +erm)taseme abordar primero la tesis de la compensacin. >us dos

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    representantes principales son !ermann Lubbe y Edo Darquard, que en la

    SulturFamps de los a8os ochenta en la Alemania Eccidental preuni&cada se

    destacaron como antagonistas de la eor)a %r)tica, de !abermas o no. ?a en los

    primeros ochenta !ermann Lubbe a&rmaba que la museizacin era central para la

    cambiante sensibilidad temporal '(eit-)erh*ltnisse+ de nuestra poca /H. Dostraba que

    la museizacin ya no estaba ligada a la institucin en el sentido estricto, sino que hab)a

    impregnado todas las #reas de la vida cotidiana. l diagnstico de Lubbe postula un

    historicismo e'pansivo de nuestra cultura contempor#nea, a&rmando que "am#s hasta

    ahora hab)a estado un presente cultural tan obsesionado por el pasado. 7entro de la

    tradicin de las cr)ticas conservadoras de la modernizacin, Lubbe sostiene que la

    modernizacin se acompa8a de la atro&a de las tradiciones v#lidas, una prdida de

    racionalidad y la entrop)a de las e'periencias directas estables y duraderas. La

    velocidad cada d)a mayor de la innovacin cient)&ca, tcnica y cultural produce

    cantidades cada d)a mayores de lo no4sincrnico, y encoge ob"etivamente la e'pansin

    cronolgica de lo que cabe considerar el presente . De parece que esa observacin es

    e'tremadamente importante, porque apunta a una gran parado"a cuanto m#s

    prevalece el presente del capitalismo de consumo avanzado sobre el pasado y el

    futuro, absorbiendo ambos en un espacio s)ncrono en e'pansin 9Ale'ander Sluge

    habla del ataque del presente al resto del tiempo

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    modernas, la clave ha venido a ser la diversi&cacin, ya se trate de refrescos o

    programas de ordenador, canales por cable o equipo electrnico. Lo que precisamente

    no es lo nuevo es el eterno retorno de lo mismo. l ritmo frentico de la invencin

    tecnolgica, y "unto a l la e'pansin de sectores de realidad virtual, est#n

    produciendo cambios en las estructuras de la percepcin y del sentir que escapan a

    una teor)a basada en el concepto de homogeneizacin y tiempo homogneo. 7e

    ah) que nuestra fascinacin por lo nuevo est ya siempre 9pag. ;H< amortiguada, pues

    sabemos que cada vez m#s lo nuevo tiende a incluir su propia desaparicin, el

    vaticinio de su obsolescencia en el momento mismo en que aparece. l plazo de

    presencia que se concede a lo nuevo se achica y se acerca al punto de fuga. ambin en

    el terreno del consumo cultural podemos observar un cambio de las estructuras de la

    percepcin y la e'periencia el chute r#pido parece haberse convertido en el ob"etivo

    de la e'periencia cultural que se busca en las e'posiciones temporales. +ero es aqu)

    donde surge el problema. Cn concepto de la cultura m#s antiguo, basado, como lo

    est#, en la continuidad, la herencia, la posesin y el canon, que por supuesto no se

    debe abandonar sin m#s, nos impide analizar el lado potencialmente productivo y

    v#lido del chute r#pido. >i es verdad que los modos de percepcin esttica est#n

    ligados a modos de la vida moderna, como han argumentado tan convincentemente

    Oen"amin y >immel, tendr)amos que tomar m#s en serio el chute r#pido, como un tipo

    de e'periencia cultural sintom#tico de nuestra poca, que re6e"a los procesos de

    aceleracin de nuestro entorno m#s amplio y se apoya en niveles m#s avanzados deinstruccin visual. ? aqu) la pregunta clave es sta @cmo distinguir entre lo que antes

    he llamado entretenimiento instant#neo, con toda su super&cialidad y su terapia

    epidrmica, y lo que un vocabulario anterior cali&car)a de iluminacin esttica y

    e'periencia genuina @s veros)mil sugerir que la epifan)a modernista altamente

    individualizada 9como la celebraron oyce, !ofmannsthal, RilFe, +roust< ha pasado a

    ser un fenmeno p*blicamente organizado en la cultura posmoderna del escamoteo

    @Que aqu) tambin el modernismo ha invadido lo cotidiano en lugar de quedar

    obsoleto >i fuera as), @cmo se podr)a distinguir la epifan)a del museo posmodernode su predecesora modernista, la e'periencia del gozo en la sala de museo, que la

    mirada reminiscente de +roust asocia con ese otro espacio sintom#tico de la

    modernidad del siglo IJI que es su querida Mare >aint4Lazare$0 @+roporciona

    tambin la epifan)a del museo posmoderno una sensacin de gozo fuera del tiempo,

    una sensacin de trascendencia, o ser)a m#s e'acto decir que abre un espacio para la

    memoria y el recogimiento, que fuera de los muros del museo se nos niega La

    e'periencia transitoria del museo, @hay que interpretarla simplemente como repeticin

    banal, al estilo del clebre comentario de Lionel rilling sobre los a8os sesenta como el

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    modernismo por la calle @E est#n en lo cierto esos cr)ticos, igualmente negativos, que

    sostienen que la e'periencia del museo posmoderno es totalmente espacial,

    reemplazando las emociones m#s antiguas, presumiblemente temporales y

    contemplativas, por intensidades vagarosas e impersonales, caracter)sticas de una

    cultura sin afecto y sin e'presin (2. s obvia la di&cultad de hallar respuestas

    emp)ricamente veri&cables a tales preguntas, y acaso sea inevitable cierta dosis de

    re6e'in especulativa. +ero a m) me parece innegable que, le"os de haber sido

    suplantadas por categor)as de espacio, las grandes tem#ticas altomodernistas del

    tiempo y la temporalidad (/ est#n muy vivas en el auge de los museos. La cuestin

    no es si est#n vivas sino cmo, y si no estar#n quiz# codi&cadas de otro modo en la

    cultura posmoderna. Cna cosa parece cierta. A medida que el presente camina

    e'periencialmente hacia la entrop)a, se tienden antenas hacia distintos tiempos y otros

    espacios, se entablan di#logos con voces que antes estaban e'cluidas por el fuerte

    presente de la modernidad occidental. Lo que Oen"amin llamaba el tiempo vac)o

    homogneo de la vida cotidiana ba"o el capitalismo podr# estar m#s vac)o que nunca,

    pero ya no es lo bastante e'tenso ni sustancial para poderlo llamar homogneo. l giro

    hacia los residuos de culturas ancestrales y tradiciones locales, el privilegio de lo no4

    sincrnico y heterogneo, el deseo de conservar, de prestar un aura histrica a ob"etos

    que de otro modo estar)an condenados al desecho, a la obsolescencia todo eso se

    puede efectivamente leer como reaccin frente a la velocidad acelerada de la

    modernizacin, como un intento de escapar del torbellino vac)o del presente cotidianoy vindicar un sentido del tiempo y la memoria. Re6e"a el intento, por parte de unos

    su"etos cada d)a m#s fragmentados, de vivir con los fragmentos, incluso de for"ar

    identidades variables e inestables a partir de tales fragmentos, en 9pag. ;0< lugar de

    perseguir una huidiza unidad o totalidad . 7entro de la propia modernidad, ha

    surgido una situacin de crisis que socava los principios mismos sobre los que se

    alzaba la ideolog)a de la modernizacin, con su su"eto fuerte, su idea de un tiempo

    lineal continuo y su creencia en la superioridad de lo moderno sobre lo premoderno y

    primitivo. Las e'clusiones y marginaciones de antes han entrado en nuestro presente yest#n reestructurando nuestro pasado. eniendo en cuenta los actuales cambios

    demogr#&cos en los stados Cnidos y las migraciones en todo el mundo, es un

    proceso que probablemente se intensi&car# en los a8os venideros. !abr# quienes

    dentro de la modernidad4fortaleza e'perimenten esos cambios como una amenaza,

    como invasiones peligrosas y erosivas para la identidad. Etros los saludar#n como

    pasos peque8os pero importantes hacia una cultura m#s genuinamente

    heteronacional, que ya no sienta la necesidad de homogeneizar y aprenda a vivir

    pragm#ticamente con la diferencia real. stamos le"os de eso. ? aqu) es donde surgen

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    las di&cultades con la idea de compensacin cultural. Aunque Lubbe da tambin

    razones de la prdida de un sentido del futuro, de una cierta fatiga de la civilizacin e

    incluso un miedo creciente al futuro, tan t)pico de los primeros a8os ochenta en

    uropa, en realidad no llega nunca a e'plicar la crisis de la ideolog)a del progreso, el

    universalismo y la modernizacin, una crisis que fue lo que primero engendr la

    museoman)a de las *ltimas dcadas. n el esquema de Lubbe, la cultura del museo

    compensa de aquello que de todos modos no se puede impedir los himnos de

    !olderlin al Rin y la >infon)a Renana de >chumann compensan del Rin como atar"ea

    comunal de uropa, como podr)a sugerir un c)nico. l progreso tecnolgico se

    acepta como destino, pero abandonando la idea de cultura como e'perimento,

    del museo como laboratorio de los sentidos, por una idea regresiva de la cultura como

    museo de las glorias pasadas. >e crea un tradicionalismo e'tra8amente irreal de la

    modernidad cuando al museo se le pide que abandone el tipo de autorre6e'in de la

    modernidad al que debe su e'istencia misma. l museo y el mundo real del presente

    permanecen separados, y el museo se recomienda 9curiosamente, y algo as) como la

    familia en la era victoriana< como el lugar del ocio, la calma y la meditacin necesarios

    para afrontar los estragos de la aceleracin que se da fuera de

    sus muros ((.

    As) pues, la tesis de la compensacin al &nal de"a sin e'plicar el cambio interno

    del propio museo, y sigue sin ver la m*ltiple borrosidad de las fronteras entre lugaresmuse)sticos y no muse)sticos 9histricos, arqueolgicos< de la produccin y el

    consumo culturales de hoy. WU%ompensacin signi&ca aqu) cultura como oasis, como

    cosa que m#s que cuestionar a&rma el caos e'terior, e implica un modo de ver que

    sencillamente ya no cuadra con la naturaleza especular y espectacular de las pr#cticas

    del museo contempor#neo. -ada tiene de sorprendente, pues, que un colega de

    Lubbe, el terico Edo Darquard, en una arremetida e'pl)cita contra todas las lecturas

    izquierdistas de la modernidad, pida un s) para el mundo moderno y ofrezca la

    &losof)a de la compensacin como la deseada teor)a sin crisis de la modernidad (3.+ara l, las inevitables perturbaciones de la modernizacin siempre est#n ya

    compensadas la tecni&cacin est# compensada por la historizacin, la

    homogeneizacin por el pluralismo, el dominio de la ciencia y una visin totalizadora

    de la historia por las narrativas de perspectivas m*ltiples de las humanidades. La

    &losof)a conservadora se encuentra a s) misma en un abrazo feliz con una caricatura

    de la teor)a de 9pag. H2< sistemas sociolgica, pero las crisis y con6ictos reales de la

    cultura contempor#nea han quedado muy atr#s. -o estamos ante sugerencias

    inocentes, que haya que e'cusar con el provincianismo intelectual de su lugar de

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    origen. s casi pattico ver cmo los tericos de la compensacin siguen celebrando

    los bene&cios de la modernizacin universal 9con alguna concesin verbal a las

    preocupaciones ecolgicas

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    televisin, la museizacin simula lo real, y al hacerlo contribuye a su agon)a. Duseizar

    es "ustamente lo contrario de conservar para Oaudrillard, y an#logamente para eudy,

    es matar, congelar, esterilizar, deshistorizar y desconte'tualizar. >on, por supuesto, los

    eslganes de la vie"a cr)tica que desde8a el museo como c#mara sepulcral. +ero esta

    cr)tica nietzscheana de la historia archiv)stica hace su reaparicin posmoderna en la

    era de la proliferacin desenfrenada de armas de destruccin masiva y los debates

    armament)sticos de los primeros a8os ochenta. l mundo como museo, como teatro de

    recuerdos, se ve como un intento de afrontar el holocausto nuclear previsto, el miedo a

    la desaparicin. n ese esquema, la museizacin funciona como una bomba de

    neutrones toda la vida habr# sido arrancada del planeta, pero el museo sigue en pie,

    ni siquiera como ruina, sino como memorial. n cierto modo, vivimos ya despus del

    holocausto nuclear, que ya ni siquiera tiene que ocurrir. La museizacin aparece como

    s)ntoma de una era glacial terminal, como el *ltimo paso en la lgica de esa dialctica

    de la ilustracin que va de la autoconservacin, pasando por la dominacin del propio

    yo y del otro, hacia un totalitarismo de la memoria muerta colectiva m#s all# de todo

    yo y de toda vida, como querr)a hacernos creer eudy. st# claro que esta visin

    apocal)ptica de un museo e'plosionado como mundo implosionado transmite algo

    importante de las sensibilidades de la cultura intelectual francesa a &nales de los a8os

    setenta y comienzos de los ochenta, y tuvo cierta in6uencia en la imaginacin por la

    poca de la crisis de los misiles. +ero, aunque polemice valientemente en contra del

    eurocentrismo mortal de las pr#cticas muse)sticas, apenas escapa de la rbita de lo queataca. n su desesperado deseo de apocalipsis, no reconoce siquiera 9pag. H(< ninguno

    de los intentos vitales de rescatar pasados reprimidos o marginados, como tampoco

    reconoce los diversos intentos de crear formas alternativas de actividad muse)stica. s

    la vie"a cr)tica de la osi&cacin la que se impone, lo mismo en eudy que en

    Oaudrillard. eudy ten)a razn, sin embargo, al decir que ser)a una falsa ilusin

    colectiva creer que el museo puede neutralizar temores y angustias sobre el mundo

    real. %on ello rechazaba impl)citamente la idea conservadora de que el museo pueda

    compensar de los da8os de la modernizacin. >e daba cuenta, adem#s, de que elmuseo hab)a pasado de la mera acumulacin a la mise4en4scene y la simulacin. +ero

    ni l ni Oaudrillard pudieron o quisieron poner al descubierto los movimientos

    dialcticos de ese proceso. l concepto de Usimulacin les imped)a centrarse en las

    diferencias que puedan darse entre la mirada televisiva y la mirada en el museo. eudy

    llega cerca cuando sugiere que las reliquias o residuos culturales son ambivalentes,

    que representan a la vez la garant)a simblica de la identidad y la posibilidad de salir

    de esa identidad (:. n cuanto reliquia, dice, el ob"eto irrita y seduce. La reliquia no es

    un signo de muerte, es portadora del secreto. +ero 4y aqu) es donde eudy vuelve a dar

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    marcha atr#s4 la mise4en4scene muse)stica forzosamente hace desaparecer ese

    elemento misterioso que la reliquia encierra. >e nota que eudy abriga alguna idea de

    la reliquia original, inalterada por el presente, incontaminada por una mise-en-scene

    arti&cial. +ero la idea de la reliquia antes del museo, por as) decirlo, antes de toda

    mise4en4scene, es a su vez un mito de origen. Aqu) lo que sucede es que eudy no es lo

    bastante postestructuralista. -o ha habido nunca una presentacin de las reliquias de

    culturas pasadas sin mediacin, sin mise4en4scene. >iempre los ob"etos del pasado han

    sido enca"ados en el presente a travs de la mirada puesta en ellos, y la irritacin, la

    seduccin, el secreto que puedan encerrar, nunca est# slo del lado del ob"eto en un

    estado de pureza, por decirlo as)P est# siempre, y con la misma intensidad, ubicado del

    lado del espectador y del presente. s la mirada viva la que dota al ob"eto de su aura,

    pero esa aura depende tambin de la materialidad y opacidad del ob"eto. Ahora bien,

    ese hecho queda eclipsado si se sigue describiendo el museo como medio de

    osi&cacin y muerte, como m#quina de simulacin, que, al igual que la televisin, se

    traga todos los signi&cados en el agu"ero negro baudrillardiano del &n del tiempo y el

    colapso de la visibilidad. Al desvanecerse la amenaza nuclear con el colapso pol)tico

    del imperio sovitico, la tesis del museo como anticipacin catastr&ca del &n de

    uropa se est# quedando r#pidamente trasnochada, m#'ime porque el auge de los

    museos no da se8ales de amainar. so nos permite un enfoque m#s pragm#tico de la

    relacin entre el museo y el consumo de los medios, un aspecto que Oaudrillard y

    eudy suscitaron pero de"aron a un lado. Aqu) la teor)a de una Sulturgesellschat,desarrollada primordialmente en la rbita de la revista cultural berlinesa sthetik und

    Kommunikation (;, puede ser un buen punto de partida hacia otras interrogaciones.

    Cna Sulturgesellschaft es una sociedad en la que la actividad cultural funciona cada

    vez m#s como una agencia de socializacin, comparable, y a menudo incluso

    enfrentada, a la nacin, la familia, la profesin, el estado. >obre todo en las culturas o

    subculturas "uveniles, las identidades se adoptan provisionalmente y se articulan

    mediante pautas de vida y complicados cdigos subculturales. La actividad cultural

    en general no se ve como algo que ofrezca descanso y compensacin para un su"etodeseoso de regenerar la estabilidad y el equilibrio en el espe"o de una tradicin

    uni&cada 9o reuni&cada

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    niega a e'tender sin m#s el vie"o reproche a la industria de la cultura para que abarque

    el fenmeno de la museizacin. La tesis de la Sullurgesellschaft aborda el problema de

    la industria de la cultura cuando sugiere que los medios de masas, sobre todo la

    televisin, han creado un deseo insaciable de e'periencias y acontecimientos, de

    autenticidad e identidad, que, sin embargo, la televisin no puede satisfacer. 7icho de

    otro modo, el nivel de e'pectativas visuales de nuestra sociedad se ha elevado a un

    punto en el que el deseo 9pag. H3< escpico de la pantalla se muda en deseo de otra

    cosa. s una sugerencia que me gustar)a desarrollar, porque coloca el museo en una

    posicin de ofrecer algo que no se puede dar por televisin. l ne'o entre el museo

    como medio de masas y la televisin se mantiene, pero sin sacri&carlo a una lgica

    falsa de identidad . >in duda no es casual que el auge de los museos haya coincidido

    con el cableado de la metrpoli cuantos m#s programas de televisin hay en oferta,

    m#s fuerte es la necesidad de algo diferente. E as) parece. +ero @qu diferencia se

    encuentra en el museo @s la materialidad real, f)sica, del ob"eto muse)stico, del

    artefacto e'hibido, que hace posible una e'periencia autntica, frente a la irrealidad

    siempre fugaz de la imagen sobre la pantalla La respuesta a esta pregunta no puede

    ser un)voca, porque en la cultura humana no e'iste el ob"eto pr)stino anterior a la

    representacin. A &n de cuentas, incluso el museo de antes utilizaba estrategias de

    seleccin y colocacin, presentacin y narracin, que eran todas nachtr*glich, tard)as,

    reconstructivas apro'imaciones, en el me"or de los casos, a lo que se consideraba

    haber sido lo real, y a menudo muy deliberadamente desga"adas de ese conte'to. D#sa*n, con mucha frecuencia lo que se persegu)a con la e'hibicin era olvidar lo real,

    sacar el ob"eto de su conte'to funcional original y cotidiano y con ello realzar su

    alteridad, y abrirlo a un di#logo potencial con otras pocas el ob"eto de museo como

    "erogl)&co histrico m#s que mera pieza banal de informacinP su lectura como acto de

    memoria, su propia materialidad como soporte de su aura de distancia histrica y

    trascendencia en el tiempo. n el mundo posmoderno, esa venerable tcnica

    muse)stica se aplica a nuevos &nes, realzada por una mise-en-scne espectacular y que

    obviamente cosecha grandes 'itos de p*blico. La necesidad de ob"etos con aura, deencarnaciones permanentes, de la e'periencia de lo fuera de lo com*n, parece ser

    indisputablemente un factor clave de la museo&lia. >obre todo los ob"etos que han

    perdurado a lo largo de los siglos quedan por eso mismo ubicados fuera de la

    circulacin destructiva de los ob"etos4mercanc)a destinados a la basura. %uanto m#s

    vie"o sea un ob"eto m#s presencia puede encarnar, m#s distinto es de los ob"etos

    actuales que pronto ser#n obsoletos, lo mismo que de los ob"etos recientes y ya

    obsoletos. ?a eso solo puede bastar para prestarle un aura, para reencantarlo m#s all#

    de las funciones instrumentales que pueda haber tenido en una poca anterior. +uede

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    ser precisamente el aislamiento del ob"eto respecto de su conte'to genealgico lo que

    permita la e'periencia a travs de la mirada muse)stica de reencanto. st# claro que

    ese anhelo de lo autntico es una forma de fetichismo. +ero, aun aceptando que el

    museo como institucin est ahora totalmente inserto en la industria de la cultura, de

    lo que aqu) se trata no es, en modo alguno, del fetichismo de la mercanc)a en un

    sentido mar'iano o adorniano. l propio fetiche museo trasciende el valor de cambio.

    +arece llevar consigo algo as) como una dimensin anamnsica, una especie de valor

    de memoria. %uanto m#s momi&cado est un ob"eto, m#s intensa ser# su capacidad de

    brindar una e'periencia, una sensacin de lo autntico. +or fr#gil y oscura que sea la

    relacin entre el ob"eto de museo y la realidad que documenta, en la forma en que est

    e'hibido o en la mente del espectador, como ob"eto comporta un registro de realidad

    que ni siquiera la retransmisin televisiva en directo puede igualar. 7onde el medio es

    el mensa"e, y el mensa"e es la imagen fugaz sobre la pantalla, lo real quedar# siempre e

    inevitablemente e'cluido. 7onde el medio es presencia y slo presencia, y la presencia

    es la transmisin televisiva en directo de noticias de accin, el pasado quedar#

    siempre y necesariamente e'cluido. 7esde un punto de vista material y atendiendo a

    lo concreto de los medios, no tiene sentido, pues, describir el museo posmoderno

    como un aparato m#s de simulacin. Jncluso cuando el museo utiliza la programacin

    de v)deo y televisin en formas complementarias y did#cticas, cosa que hace a

    menudo y muy bien, ofrece una alternativa al cambio entre canales que est# fundada

    en la materialidad de los ob"etos e'hibidos y en su aura temporal. La materialidad delos ob"etos mismos parece funcionar como una garant)a contra la simulacin, pero 4y

    sta es la contradiccin4 su propio efecto anamnsico no puede "am#s escapar

    totalmente de la rbita de la simulacin, y se ve incluso realzado por la simulacin de

    la mise-en-scne espectacular. >e podr)a decir, pues, que la mirada muse)stica revoca el

    desencanto Veberiano del mundo en la modernidad y reivindica un sentido de lo no4

    sincrnico y del pasado. n la e'periencia de un reencantamiento transitorio, que al

    igual que el ritual puede ser repetido, esa mirada a 9pag. H=< las cosas muse)sticas se

    opone tambin a la progresiva inmaterializacin del mundo por obra de la televisin yde las realidades virtuales de las redes inform#ticas. La mirada al ob"eto muse)stico

    puede proporcionar una conciencia de la materialidad opaca e impenetrable del

    ob"eto, as) como un espacio anamnsico dentro del cual sea posible captar la

    transitoriedad y la diferencialidad de las culturas humanas. A travs de la actividad de

    la memoria, puesta en marcha y nutrida por el museo contempor#neo en su sentido

    m#s amplio y m#s amorfo, la mirada muse)stica e'pande el espacio cada d)a m#s

    encogido del presente 9real< en una cultura de amnesia, obsolescencia programada y

    6u"os de informacin cada vez m#s sincrnicos e intemporales, el hiperespacio de la

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    era de autopistas informatizadas que se avecina. n relacin con la capacidad de

    almacenamiento, siempre en aumento, de los bancos de datos, que se puede ver como

    la versin contempor#nea de la ideolog)a americana del cuanto m#s me"orU, habr)a

    que redescubrir el museo como un espacio para el olvido creador. La idea del banco de

    datos total y la superautopista informatizada es tan incompatible con la memoria

    como la imagen televisiva lo es con la realidad material. Lo que hay que captar y

    teorizar hoy es precisamente de qu 9pag. H;< maneras la cultura del museo y de la

    e'posicin, en su m#s amplio sentido, suministra un terreno que pueda ofrecer

    narrativas de signi&cado m*ltiples en un momento en que las metanarrativas de la

    modernidad, incluidas las inscritas en el propio museo de panorama universal, han

    perdido la persuasividad que ten)anP en un momento en que hay m#s gente #vida de

    o)r y ver otras historias, de o)r y ver las historias de otrosP en que las identidades se

    con&guran en negociaciones estrati&cadas e incesantes entre el yo y el otro, en lugar

    de ser &"as y previstas en el marco de la familia y la religin, la raza y la nacin. La

    popularidad del museo es, en mi opinin, un s)ntoma cultural importante de la crisis

    de la fe occidental en la modernizacin como panacea. Cna manera de "uzgar sus

    actividades ser# determinar hasta qu punto ayuda a vencer la ideolog)a insidiosa de

    la superioridad de una cultura sobre todas las dem#s en el espacio y el tiempo, hasta

    qu punto y de qu maneras se abre a otras representaciones, y si ser# capaz de poner

    en primer plano los problemas de representacin, narracin y memoria en sus

    programas y e'hibiciones. !uelga decir que muchos museos tienen todav)a problemasde a"uste a su nuevo papel de mediadores culturales en un entorno en el que las

    demandas de multiculturalismo y las 9pag. HH< realidades de la migracin y el cambio

    demogr#&co se chocan cada vez m#s con los enfrentamientos tnicos, los racismos

    culturalistas y un resurgir general del nacionalismo y la 'enofobia. +ero la idea de que

    la e'hibicin en un museo inevitablemente coopta, reprime, esteriliza, es a su vez

    estril y paralizante. -o reconoce que las nuevas pr#cticas de los conservadores y los

    espectadores han hecho del museo un espacio cultural muy distinto de lo que era en la

    poca de una modernidad ahora cl#sica. l museo tiene que seguir traba"ando con esecambio, re&nar sus estrategias de representacin, y ofrecer sus espacios como lugares

    de contestacin y negociacin cultural. s posible, sin embargo, que precisamente este

    deseo de llevarlo m#s all# de una modernidad que escond)a sus ambiciones

    nacionalistas e imperiales tras el velo del universalismo cultural revele, al &nal, al

    museo como aquello que tambin pudo ser siempre, pero nunca fue en el ambiente de

    una modernidad restrictiva una institucin genuinamente moderna, un espacio

    donde las culturas de este mundo se choquen y desplieguen su heterogeneidad, su

    irreconciliabilidad incluso, donde se entrecrucen, hibridicen y convivan en la mirada y

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    la memoria del espectador. 9pag. H1