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Hugo Chaparro Valderrama Laboratorios Frankenstein® Compre su libro aquí

El museo itinerante de la señorita Schaff

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Como en sus novelas anteriores, Hugo Chaparro insiste en la idea de crear un mundo personal, en el cual los personajes son capaces de complotar contra lo establecido. En este viaje, el de un grupo de nómadas de todo el mundo, la búsqueda del cuarto ámbar, desperdigado por todo el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, se convierte en la obsesión de un puñado de personajes que vive una historia entre el misterio, la ambición, y la imposibilidad de soñar con que el pasado puede reconstruirse tal como fue. Una novela más plagada de un universo único que entiende que la literatura obedece a las preguntas más personales e íntimas.

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Hugo Chaparro Valderrama

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Para Kathy Sawdon,en un tranvía de Toronto;

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para Ilse Acevedo,que conoció el diario

de Ilse Schaff en Salónica;-

a Banksy,el artista en contra de la vanidad;

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para Genoveva-La-Mar,en un tranvía llamado Deseohecho realidad día tras día.

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Allí están, mirando hacia el futuro en una fotografía,los hombres y las mujeres que hicieron de la ficción

una semblanza del mundo.

M. M., In the Landscape of Dreams,Saratoga Springs, Nueva York, 1941.

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I dedicated myself to my collection.I made it my life’s work.

I am not an art collector.I am a museum.

Peggy Guggenheim

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0Carte postaleEl mar es apacible y melancólico. Refleja el cielo gris de un amanecer en el que todavía permanece el rastro de la noche. Las tiendas de granos y especias acomodan sus sacos sobre las aceras. Los cafés reciben a sus pri-meros clientes. Las vitrinas de los almacenes parecen museos efímeros. Un paraguas reclinado y polvorien-to, abatido como un pájaro tras el cristal, me ayudó a comprender hasta dónde había llegado en mi destino, solitaria en un paisaje donde nadie me conoce. Llego al puerto y anticipo la sensación del fantasma que seré mañana en la ciudad. Escribo esta postal, la firmo y acaricio la pistola que terminará con una pesadilla que

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no puedo olvidar. Me consuela que recibas de mi parte un abrazo antes de morir…

* * *

Tesalónica, 21 de noviembre, 2001. La fecha y el lugar que encabezan el mensaje escrito en la carte postale son incoherentes con la imagen, tomada a mediados de los años 60. En la fotografía donde aparecen los doce ju-gadores de kalah –también conocidos como los doce de la alcoba–, destacan su vestido y la blancura de sus guantes. Observa al lente con una sonrisa que brilla en el instante. Se puede leer, escrito en mayúsculas: palais de versailles. Es posible suponer el aire tibio del verano. El sol que acaricia los techos. El ambiente familiar sugerido por la madre que toma de la mano a su hija. La serenidad de un día sin sobresaltos. En armonía con el mundo. Visitarían las habitaciones del rey, los jardines, el estanque de Neptuno, la Opera real, el Trianón. Los delirios del poder proyectando su arrogancia en edificios pomposos. Bajo la palabra adresse, que los años han desvanecido, escribió: María Sonzogni. Calle Luis Sáenz Peña, 259, Piso 3, Depar-tamento A, Buenos Aires. María es la mujer que sonríe al extremo derecho de la fotografía, tiene un cinturón

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alrededor de la falda, camisa blanca de manga corta, una pañoleta oscura en el cuello y el cuerpo levemente inclinado, tan cercana y amigable que contrasta con el hombre del extremo izquierdo, que mira con gesto dis-tante lo que será para siempre un misterio más allá de la postal. El personaje del centro, con traje gris, camisa blanca y un cigarrillo en la mano, que apenas puede verse como un leve manchón entre sus dedos, tiene la actitud del jefe.

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1La señorita SchaffPero el jefe es la curadora del Museo Itinerante repre-sentado en las piezas de la alcoba que los doce juga-dores abandonarán en museos de Europa y América. Estudió historia del arte y restauración, especializán-dose en historia del arte decorativo. Su nombre es Ilse Schaff, nació en Estrasburgo, es hija de diplomáticos y su vida transcurrió en el viaje permanente que empren-derían sus padres por distintas embajadas, guardando un recuerdo especial de la embajada francesa en Bue-nos Aires, donde conoció a María Sonzogni. Los cer-tificados de autenticidad para obras de arte expedidos por la señorita Schaff eran una garantía para validar

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algo tan excepcional como el valor del talento en un museo o en la carnicería de las subastas. Una silla de Jacob, una cerámica de Saint-Porchaire, un escritorio de Jean-François Leleu avalados por ella, complacían la vanidad de los coleccionistas y atenuaban el temor al fraude de las falsificaciones.

Ilse Schaff es la mujer que se alcanza a descubrir de-trás del hombre al centro de la imagen. Vemos su rostro discreto, una sonrisa insinuada, notable por el esmero con el que pintó sus labios, el cabello peinado cuida-dosamente, en el que asoman algunas canas sutiles, su camisa blanca y resplandeciente, un rasgo de su falda gris, las piernas a las que protegen unas medias veladas y los zapatos negros que sugieren la seriedad de una dama sobria y conservadora en su forma de vestir. En realidad, se trata de alguien que quiere pasar desaper-cibido. Es alta y su cabeza rebasa al hombre que está a la izquierda, sonriendo, con una frente que enseña las entradas donde el tiempo le ha trazado una v oscura y larga. Su camisa, estampada con x multiplicadas, le da un aire festivo. Se llama Domingo Suárez, es venezola-no y tiene un temperamento semejante al del hombre junto a María Sonzogni, el hombre de la cámara, cuba-no, nacido en Sagua la Grande, con la luz del trópico iluminando la tela de su camisa florida. Su nombre es

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Cándido Dávila y con la cámara Bolex que tiene en su mano izquierda filma cada jugada del grupo, adiestra-do en el arte del kalah para sembrar cada pieza de la alcoba en los museos elegidos.

Los vecinos de la señorita Schaff pueden verla ca-minar todos los sábados hacia algún museo de los que visita en Ciudad de México, donde vive desde hace varios años en su casa de la Colonia San Rafael, Al-tamirano No. 45, en la que permanece el resto de la semana sin que nadie sepa ni se interese por averiguar algo más acerca de esa mujer que avanza cada día con mayor dificultad, apoyada en un bastón del siglo xix, con su empuñadura en forma de tau, la decimonovena letra del alfabeto griego, en la que se aprecia una sirena tallada en marfil, de cabello largo y ondulado, con una aleta brillante por el resplandor que dejan sobre su piel las escamas. Representa la vida de la señorita: nunca dejó de escuchar el canto de las sirenas, una ilusión que cumplió con los doce jugadores.

Se encontraría con ellos por primera vez en el lugar señalado que aparece en este mapa. Su propósito: res-catar, aunque sea de una manera simbólica, la memoria que los nazis quisieron desvanecer en la guerra.

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