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UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA
Departamento de Historia
EL PCE Y EL PSOE EN (LA) TRANSICIÓN. CAMBIO POLÍTICO Y
EVOLUCIÓN IDEOLÓGICA.
Tesis Realizada por Juan Antonio Andrade Blanco.
Dirigida por Dr. D. Juan Sánchez González. Profesor Titular de Historia
Contemporánea de la UEx.
Diciembre de 2009.
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, agradezco al profesor Juan Sánchez González su inestimable apoyo a lo largo
del proceso de elaboración de esta tesis. Desde que, apenas terminada mi licenciatura, me
propusiera, con la ilusión que le caracteriza, la puesta en marcha de un proyecto de investigación
al que poco a poco fuimos dando forma han trascurrido ya varios años de una relación
enriquecedora en lo intelectual y, por su puesto, en lo personal.
También quiero agradecer a los profesores del Departamento de Historia de la Universidad de
Extremadura Mario Pedro Díaz Barrado, María Jesús Merinero y Enrique Moradiellos el interés
que mostraron por mi trabajo, sus orientaciones y el trato cálido que me vienen dispensando.
Un reconocimiento público quiero hacer a los trabajadores de la Fundación de Investigaciones
Marxistas, del Archivo Histórico del PCE, de la Fundación Pablo Iglesias, de la Fundación
Francisco Largo Caballero, del Archivo Nacional de Cataluña, de la Biblioteca Nacional y de la
Biblioteca Central de la UEx. Su buen hacer me facilitó de manera extraordinaria el trabajo tantas
veces arduo de localización de fuentes documentales y bibliográficas.
Durante todos estos años he recibido la ayuda de infinidad de amigos, compañeros de oficio y
verdaderos maestros. Su contribución a esta tesis se ha dado en forma de apoyo informático,
recomendaciones bibliográficas, cesión generosa de materiales, testimonios personales,
intercambio de opiniones, sugerencias y lectura y corrección de los primeros artículos donde se
esbozó el trabajo. Esto es un ejemplo más de que el conocimiento se construye siempre de
manera colectiva, sin perjuicio de que en este caso sea yo el responsable único de sus
limitaciones y posibles desatinos. A buen seguro la lista se quede corta. Pido por ello disculpas a
los ausentes. Por orden alfabético quiero expresar mi agradecimiento a Ana Amor, José Anaya,
Ester Cayetano, Armando Cuenca, Xavier Domènech, Isabel García, al prof. Julio Gómez Santa
Cruz, al prof. Francisco Fernández Buey, al prof. Josep Fontana, a Guillermo León, al prof. Pedro
Luis Lorenzo, a Javier Martín Bastos, Jesús Pérez (Oto) y Borja Rivero; así como a mis demás
compañeros del Grupo de Estudios sobre la Historia Contemporánea de Extremadura (GEHCEx)
y del Seminario de Historia del Tiempo Presente de la UEx.
Esta tesis debe mucho a tres compañeros y amigos que, desde distintos ámbitos y perspectivas,
vienen contribuyendo de manera admirable al estudio de la historia y de la “Política con
mayúscula”: Alfonso Pinilla, Manuel Cañada y José Hinojosa. Su empecinamiento porque la tesis
saliera adelante contrarrestó con creces los momentos de desánimo. Por otra parte, algunas de las
ideas más sugerentes del trabajo surgieron de las conversaciones, apasionadas conversaciones,
que mantuvimos en bares ruidosos y largos paseos.
A Eva Dávalos, mi compañera, le debo cosas tan especiales que su reconocimiento sólo puede ser
íntimo.
El agradecimiento más sentido quiero que sea para mi familia, especialmente para mi madre,
Gloria, y para mis hermanas, María José y Marta. Por último, y aquí ya no llegan las palabras, le
doy las gracias por todo, por tantísimo, a mi padre, Juan Antonio.
Esta tesis se ha elaborado durante cuatro años con una Beca y contrato en prácticas para la
formación del personal investigador (FPI) concedida por la Junta de Extremadura.
1
INTRODUCCIÓN. .......................................................................................................................... 5
I. MARCO CONCEPTUAL E HIPÓTESIS DE TRABAJO. ........................................................ 17
I.1. La ideología: un concepto polívoco. .................................................................................... 17
I.2. Las diversas nociones de ideología y la apuesta por su complementariedad. ..................... 21
I.3. La ideología y sus formas: entre el sistematismo y la contradicción. .................................. 27
I.4. La ideología y sus contenidos. ............................................................................................. 30
I.4.1. Ideología y teoría: cientificismo y “conciencia tecnocrática”. ..................................... 31
I.4.2. Ideología y sistema de valores. ..................................................................................... 37
I.4.3. Ideología y tradición cultural: pautas de pensamiento y relación con los clásicos. ...... 39
I.5. La batalla de las ideas: confrontación, consenso y cooptación. ........................................... 44
I.6. Las múltiples funciones de la ideología. .............................................................................. 49
1.6.1. Especulación evasiva .................................................................................................... 50
1.6.2. Instrumento de competencia y cooperación. ................................................................ 51
1.6.3. Elemento identitario. .................................................................................................... 52
1.6.4. Racionalización. ........................................................................................................... 53
1.6.5. “Comunicación sistemáticamente deformada”. ........................................................... 55
1.6.6. Legitimación. ................................................................................................................ 56
1.6.7. Sublimación. ................................................................................................................. 58
1.6.8. Reificación. .................................................................................................................. 60
I.7. Ideología y acción política. .................................................................................................. 61
I. 8. Factores del cambio ideológico de la izquierda en la transición: hipótesis de trabajo. ...... 63
I. 9. Ideologías, discursos, conceptos... y visiones del pasado. .................................................. 70
I. 10. Archivos y fuentes. ........................................................................................................... 78
II. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: DE LA LUCHA ANTIFRANQUISTA AL
CAMBIO IDEOLÓGICO. ............................................................................................................. 85
II.1. El PCE en el tardofranquismo y la transición: de la lucha contra la dictadura al abandono
del leninismo. ............................................................................................................................. 85
II.1.1. El partido de la oposición. ........................................................................................... 85
II.1.2. El proyecto comunista de transición. ........................................................................... 89
II.1.3. La movilización frente al continuismo. ....................................................................... 92
II.1.4. De la ruptura democrática a la reforma pactada. ......................................................... 96
II.1.5. La Política de Concentración Democrática: los Pactos de la Moncloa y la
Constitución. ........................................................................................................................ 108
II.1.6. El eurocomunismo. .................................................................................................... 117
II.1.6.1. Origen y alcance. ................................................................................................ 117
II.1.6.2. Planteamientos básicos del eurocomunismo. ..................................................... 121
II.6.1.3. El Estado y las instituciones liberales en la estrategia al socialismo. ................. 123
II.1.6.4. Las bases sociales y las organizaciones políticas. .............................................. 127
II.1.6.5. Defensa de las libertades y estrategia pacífica al socialismo. ............................ 131
II.1.6.6. La estrategia gradual de transición al socialismo. .............................................. 132
II.6.1.7. Distanciamiento de la URSS y vía nacional al socialismo. ................................ 135
2
II.1.6.8. Eurocomunismo: ofensiva o repliegue, proyecto político o ideología
racionalizadora. ................................................................................................................ 138
II.1.7. El IX Congreso del PCE: el abandono del leninismo. ........................................... 141
II. 2. El PSOE en el tardofranquismo y la transición: del radicalismo verbal a la renuncia al
marxismo. ................................................................................................................................. 145
II.2.1. Larga noche del franquismo: repliegue y decadencia. .............................................. 145
II.2.2. Vísperas de la transición: golpe de timón y reaparición pública. .............................. 153
II.2.3. El radicalismo ideológico: los ejes del discurso doctrinal del PSOE. ....................... 159
II.2.4. Sobre el radicalismo ideológico del PSOE. ............................................................... 173
II.2.5. Las primeras elecciones: de la marginalidad en la oposición a la alternativa de
gobierno. ............................................................................................................................... 177
II.2.6. Firmeza y flexibilidad: la participación en el consenso. ........................................... 180
II.2.7. Cambio de táctica y de ropaje ideológico. ................................................................. 184
II.2.8. La crisis ideológica: el XXVIII Congreso y el Congreso Extraordinario. ................ 187
III. LOS INTELECTUALES Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO. .................................................. 193
III.1. La tradición intelectual de la izquierda española. ........................................................... 194
III.2. Tardofranquismo y primera transición: el auge del compromiso intelectual. ................. 200
III.3. Los intelectuales en la transición: alivio del compromiso y crisis de militancia. ........... 207
III.4. El intelectual dentro del partido: El caso del PCE. ......................................................... 213
III.4.1. Los intelectuales para el partido y su problemática militante. ................................. 213
III.4.2. La participación de los intelectuales en el debate sobre el leninismo. ..................... 222
III.4.2.1. Los espacios y los instrumentos para el debate. ................................................ 224
III.4.2.2. La inespecífica toma de partido de los intelectuales en el debate y las polémicas
de Cataluña y Asturias. ..................................................................................................... 229
III.5. Lo que pensaron los intelectuales. ................................................................................... 236
III.7.1. Contribuciones de intelectuales comunistas al debate del leninismo. ...................... 241
- José Manuel Fernández Cepedal: “Ser marxista-leninista hoy”. ................................... 242
- Francisco Pereña: “Ante el IX Congreso del Partido Comunista” ................................ 243
- Noust Horitzons. “Leninisme Avui”: Un debate con Luciano Gruppi, Jean Ellenstein,
Manuel Azcárate y Francisco Fernández Buey. ............................................................... 245
- Joaquín Sempere: “Eurocomunismo y leninismo”. ....................................................... 251
- El debate de Nuestra Bandera: un debate con Valeriano Bozal, Ernst García, Manuel
Azcárate, Julio Segura, José Sandoval, Juan Trías y Antoni Domènech. ........................ 252
III.7.1.1. Síntesis de posiciones de los intelectuales comunistas sobre el leninismo. ...... 264
III.7.1.2. El debate de fondo sobre la posibilidad de una estrategia al socialismo: un
diálogo entre Daniel Lacalle y Manuel Sacristán. ............................................................ 266
III.7.1.3. La posibilidad de explorar nuevos caminos: algunas aportaciones de Manuel
Sacristán. .......................................................................................................................... 272
III.7.2. Contribuciones de intelectuales socialistas al debate del marxismo. ....................... 276
- Luis García San Miguel: “Abandonar el marxismo, pero ¿qué marxismo?” ................ 277
- Elías Díaz: “Marxismo y no marxismo: las señas de identidad del PSOE.” ................. 279
- Ignacio Sotelo: “Socialismo y marxismo” ..................................................................... 282
- Luis Gómez Llorente: “En torno a la ideología y la política del PSOE”. ...................... 284
- Enrique Gomáriz: “La sociología de Felipe González”. ................................................ 287
- Ludolfo Paramio: ¿Es posible una política socialista? .................................................. 291
- José María Maravall: “Del milenio a la práctica política: el socialismo como reformismo
radical.” ............................................................................................................................ 297
3
IV. LOS MILITANTES DE BASE Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO. ........................................ 307
IV.1. La militancia de base en la historiografía. ...................................................................... 307
IV.2. La política de formación: una manera de aproximación al perfil ideológico de la
militancia. ................................................................................................................................. 314
IV.2.1. La política de formación del militante del PSOE. ................................................... 318
IV.2.1.1. La formación del militante socialista en la clandestinidad: el paradigma
ideológico del antifranquismo. ......................................................................................... 318
IV. 2.1.1.1. La actividad formativa en la clandestinidad y el exilio. ........................... 319
IV.2.1.1.2. Las fuentes de financiación de la actividad formativa en la clandestinidad y
el exilio. ........................................................................................................................ 321
IV.2.1.1.3. Los contenidos de la formación de la militancia de base en la clandestinidad
y el exilio. ..................................................................................................................... 324
IV.2.1.2. Las Escuelas de Verano del PSOE durante la transición: el cambio de paradigma
ideológico. ........................................................................................................................ 335
IV 2.1.2.1. La Escuela de Verano de 1976. .................................................................. 338
IV. 2.1.2.2. La Escuela de Verano de 1977. ................................................................. 340
IV.2.1.2.3. La Escuela de Verano de 1978. .................................................................. 344
IV.2.1.2.4. La nueva orientación en las escuelas de veranos: José María Maravall y la
escuela de 1981. ........................................................................................................... 348
IV.2.2. La política de formación del militante del PCE. ..................................................... 352
IV.2.2.1. Consideraciones generales. ........................................................................... 352
IV.2.2.2.La actividad formativa: escuelas, temarios y documentos. ................................ 356
IV.3. Otra forma de aproximación al perfil ideológico de la militancia: la encuesta a los
afiliados socialistas de 1980. .................................................................................................... 371
IV.3.1. El momento de incorporación al partido. ................................................................. 372
IV.3.2. Nivel educativo, formación e información política. ................................................ 374
IV.3.3. Los militantes y los medios de comunicación. ........................................................ 375
IV.3.4. Creencias religiosas. ................................................................................................. 378
IV.3.5. Actitudes políticas de los afiliados. .......................................................................... 378
IV.3.6. Caracterización general de la militancia. ................................................................. 383
IV.4. Los testimonios de los militantes. ................................................................................... 387
IV.4.1. Los testimonios de los militantes del PSOE. ........................................................... 389
IV.4.1.1. Las fuentes ........................................................................................................ 389
IV.4.1.2. Los militantes de base y el marxismo. .............................................................. 393
IV.4.1.3. La tradición ideológica del PSOE y la memoria histórica del socialismo. ....... 397
IV.4.1.4. Los militantes de base y el paradigma ideológico de antifranquismo. ............. 399
IV.4.1.5. Los militantes de base y el paradigma ideológico de la moderación. ............... 402
IV.4.1.7. El hastío hacia el debate y el cuestionamiento el debate. ................................. 405
IV.4.2. Los testimonios de los militantes del PCE. .............................................................. 408
IV.4.2.1. Los participación de los militantes de base en la fase precongresual del IX
Congreso. .......................................................................................................................... 408
IV.4.2.2. Los testimonios directos de los militantes: las fuentes disponibles. ................. 415
IV.4.2.3. Los militantes de base y su concepción del leninismo. ..................................... 416
IV.4.2.4. La figura de Lenin y la memoria histórica del comunismo. ............................. 420
IV.4.2.6. Los militantes de base y su respaldo a la revisión ideológica. .......................... 423
IV.4.2.7. Su concepción de la democracia y su actitud hacia la URSS. .......................... 428
IV.4.2.8. Su concepción del partido y el cuestionamiento del debate ideológico. ........... 433
4
V. EL CAMBIO IDEOLÓGICO EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. .......................... 437
V.1. Introducción. ..................................................................................................................... 437
V.2. La construcción del consenso. .......................................................................................... 440
V.3. Un nuevo espacio público para la democracia. ................................................................ 443
V.4. La influencia de los medios de comunicación en la transición. ....................................... 447
V.5. La eclosión de la prensa en la transición. ......................................................................... 451
V.6. Pluralidad mediática y homogeneidad de contenidos: el consenso en la prensa. ............. 456
V.7. El cambio ideológico del PSOE en la prensa. .................................................................. 459
V.7.1. Vísperas del congreso: el distanciamiento crítico. .................................................... 460
V.7.2. El XXVIII Congreso: la implicación apasionada. ..................................................... 466
V.7.3. El Congreso Extraordinario: la vuelta a la normalidad. ............................................ 475
V.8. El cambio ideológico del PCE en la prensa. .................................................................... 479
V.8.1. El anuncio del abandono: Santiago Carrillo en Estados Unidos. .............................. 479
V.8.2. ABC: el anticomunismo exacerbado. ......................................................................... 481
V.8.3. Arriba: la crítica paternalista. .................................................................................... 486
V.8.4. Diario 16: el descrédito. ............................................................................................ 488
V.8.5. El País: la hostilidad incisiva. ................................................................................... 491
VI. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: FIN DE TRAYECTO Y CAMBIO DE CICLO.
...................................................................................................................................................... 501
VI.1. El PCE al final del proceso: crisis orgánica, catástrofe electoral y quiebra del
eurocomunismo. ....................................................................................................................... 501
VI.1.1. La crisis del PSUC y el abandono del eurocomunismo. .......................................... 506
VI.1.2. La crisis del EPK: la salida de los eurocomunistas. ................................................. 512
VI.1.3. La crisis de los renovadores: eurocomunismo sí, pero no así. ................................. 513
VI.1.4. Los factores de la crisis y su expresión ideológica. ................................................. 519
VI.1.5. Fin de trayecto: catástrofe electoral, cambio en la dirección y desvanecimiento del
eurocomunismo. ................................................................................................................... 528
VI.2. El PSOE al final del proceso: triunfo electoral y reconversión ideológica. .................... 531
VI.2.1. Camino de la Moncloa. ............................................................................................ 531
VI.2.2. El discurso de la modernización. ............................................................................. 539
VI.2.3. Algunas concepciones ideológicas de fondo. .......................................................... 548
VI.2.4. Fin de trayecto: el sí a la OTAN. ............................................................................. 555
RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES. ............................................................................... 561
La izquierda en la transición: cambio ideológico durante el proceso de cambio institucional.
.................................................................................................................................................. 561
La problemática relación de la izquierda con su doctrina. ....................................................... 574
Los intelectuales y el cambio ideológico. ................................................................................ 581
Los militantes de base y el cambio ideológico. ........................................................................ 587
El cambio ideológico en los medios de comunicación. ........................................................... 594
Los factores del cambio ideológico. ......................................................................................... 599
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CITADAS. ................................................................................ 609
5
INTRODUCCIÓN.
Durante la transición española los dos principales partidos políticos de la izquierda
experimentaron una acusada y acelerada transformación ideológica. El Partido Socialista Obrero
Español pasó de la enfática y retórica afirmación de un socialismo de resonancias marxistas a la
apuesta por una nueva concepción menos formalizada que basculó entre la socialdemocracia y el
liberalismo social. Por su parte, el Partido Comunista de España se distanció significativamente
de la ortodoxia marxista-leninista para impulsar un nuevo fenómeno ideológico, el
eurocomunismo, que entró en bancarrota al final del proceso. En apenas un quinquenio ambos
partidos experimentaron cambios significativos y en cierta forma convulsos en sus formulaciones
doctrinarias, y lo más llamativo es que estas variaciones se expresaron en los escritos e
intervenciones de los mismos dirigentes políticos. Los dirigentes del PSOE pasaron de defender
la “socialización de los medios de producción” en el marco de un “socialismo autogestionario” a
enarbolar el discurso de la “modernización de España” y a defender, más adelante, la
permanencia del país en la OTAN. Los dirigentes comunistas dejaron definitivamente atrás las
consignas sobre “la toma y destrucción del Estado burgués” para insistir en la utilidad que el
viejo Leviatán tendría en el diseño de una estrategia democrática y constitucional al socialismo.
En definitiva, estos dos partidos de la izquierda vivieron su propia transición dentro de la
transición. Su historia fue la de dos organizaciones que, siendo agentes fundamentales del
cambio político que vivió el país, experimentaron, al mismo tiempo, y en virtud precisamente de
su participación en este proceso, cambios importantes en sus ideas oficialmente proclamadas.
Durante la transición ambos partidos fueron, al mismo tiempo, sujetos y objetos del cambio. Lo
interesante al respecto es una cosa tuvo que ver bastante con la otra. La intervención de la
izquierda en el proceso de cambio político incentivó en buena medida su peculiar proceso de
cambio ideológico.
Dos puntos fundamentales de inflexión en sendos procesos de cambio ideológico fueron
la desestimación en 1979, por parte del PSOE, de la definición “marxista” que se había dado por
primera vez unos años atrás y el abandono en 1978, por parte del PCE, de su más longeva
definición “leninista”. Ambos gestos tuvieron lugar en el solemne escenario de sus congresos
oficiales, que entonces eran objeto de una amplia cobertura mediática. De esta forma, el cambio
6
ideológico de la izquierda en la transición no sólo fue acelerado e intenso, sino que fue también
un cambio públicamente teatralizado.
Durante la transición ambos partidos procuraron dar un significado expreso a su práctica
política. Las decisiones que adoptaron y las líneas de intervención que siguieron trataron de
justificarse constantemente en el plano de la ideas. Su acción política tenía que ser, y fue de
hecho, inspirada, legitimada o racionalizada ideológicamente. Para ello ambos partidos contaron
con una amplia tradición doctrinaria que habían actualizado y exaltado en el convulso contexto
de lucha contra la dictadura. Fue con esa herencia con la que en cierta medida tuvieron que hacer
frente a un contexto político, el de la transición, muy distinto, en el que se evidenciaron muchas
limitaciones para el desarrollo de los proyectos iniciales y no pocas tentaciones para cambiar esos
proyectos por aspiraciones más gratificantes. La relación que la izquierda mantuvo con su
tradición doctrinaria en la transición fue así una relación problemática, y su comportamiento
ideológico muy variable y contradictorio.
Pues bien, de todo lo dicho hasta ahora cabe abstraer el propósito central de esta tesis
doctoral, que no es otro que el de estudiar de manera comparada la evolución y el
comportamiento ideológicos de las izquierdas, del PCE y del PSOE, durante la transición política
española. En este sentido, dos son los ejes fundamentales de la tesis: el análisis de la relación que
la izquierda mantuvo con su doctrina durante la transición y el análisis de los factores que
incentivaron su cambio ideológico durante el proceso. El estudio resulta tanto más interesante en
la medida que la relación fue problemática y el cambio acusado.
En cuanto al comportamiento ideológico, en la tesis se analizan las distintas formas con
que los partidos políticos de la izquierda libraron a nivel simbólico los conflictos sociopolíticos
de la transición. Como se verá en el primer capítulo, las ideologías son construcciones complejas
que incluyen preceptos morales, teorías políticas y tradiciones culturales, y el propósito de este
trabajo es analizar cómo durante la transición el PCE y el PSOE conjugaron estas dimensiones y
se relacionaron con cada una de ellas. En el trabajo se analiza el lugar que ocuparon lo sistemas
de valores en la vida de los partidos; algunas de sus contribuciones teóricas en campos como la
sociología, la economía o la teoría del Estado; y la relación que mantuvieron con su herencia
cultural. Sobre esto último el trabajo se preocupa especialmente de analizar la forma en que los
colectivos de la izquierda procuraron integrarse en su tradición intelectual durante la transición, y
7
el diálogo que durante el proceso mantuvieron con sus clásicos. No obstante, la perspectiva que
aquí interesa especialmente, y que se puso con creces de manifiesto, es que las visiones de la
izquierda sobre su propio pasado estuvieron más que condicionadas por las urgencias del
presente. En este sentido, en el trabajo se analiza la tensión que durante este proceso se dio entre
transición política y tradición ideológica.
Por otra parte, las ideologías desempeñan diversos cometidos en los partidos, que van de
la prefiguración de su acción política a la constitución de una identidad que en muchos casos
resulta inocua para su praxis. Junto a esto las ideologías son utilizadas con frecuencia como un
socorrido recurso táctico que da cobertura simbólica a proyectos no reconocidos públicamente o
que viene a sublimar pasiones, intereses y luchas de poder. Un propósito central de este trabajo
ha sido analizar cómo se pusieron de manifiesto cada una de estas funciones en los partidos de la
izquierda, desde una constatación que adelantamos: que durante la transición fueron
especialmente recurrentes esos usos tácticos, pragmáticos y opacos de la ideología. Por ejemplo,
tanto en el caso del PSOE como en el del PCE algunos de sus cambios ideológicos más sonados
funcionaron como una derivación más de la táctica del partido, como eslóganes publicitarios,
como golpes de efectos mediáticos en clave electoral; sin menoscabo de otras razones menos
coyunturales y de más largo alcance que también serán analizadas.
En cuanto al intenso cambio ideológico de la izquierda, la hipótesis general que
desarrollamos es que esta transformación se debió a una diversidad de factores de distinto
impacto que cabe agrupar en tres planos: el de las bases estructurales que remitían al contexto
internacional, el de la dinámica política de la transición y el de la composición y vida interna de
los partidos. Nuestra hipótesis, en definitiva, es que estos tres planos fueron un acicate para la
moderación o la desnaturalización ideológicas de la izquierda, y que la suma y la interrelación de
los tres amplificó los efectos de cada uno de ellos. El contexto internacional estuvo marcado por
una profunda crisis económica. Como veremos, esta crisis, además de acabar con el escenario de
crecimiento económico en el que la socialdemocracia había cifrado sus políticas redistributivas y
la izquierda comunista sus proyectos más ambiciosos, modificó el sustrato sociológico y cultural
en el que ambos, sobre todo estos últimos, habían enraizado. Por su parte, tanto la forma como
los contenidos de la transición fueron una tentación constante a la mesura y a la reconfiguración
doctrinaria de las izquierdas. El fracaso de la “ruptura” primero, la dinámica del consenso
después, la gestión interesada de la memoria histórica de la Guerra Civil que se hizo durante
8
proceso y los cambios frenéticos en el escenario político nacional al final de esta etapa fueron
alicientes para la contención, la variación y la desnaturalización ideológicas de la izquierda.
Finalmente, los cambios doctrinales en el PSOE y el PCE también se explican atendiendo a los
cambios que se produjeron en su composición sociológica, a las tensiones entre las distintas
culturas militantes que se daban en su seno y a batallas internas cuyos resultados, a pesar de estar
condicionados por todo lo dicho, nunca estuvieron prescritos. En este sentido, una intención
fundamental del trabajo ha sido la de adentrarnos en esas batallas ideológicas internas, analizando
los recursos intelectuales que movilizaron sus protagonistas y los instrumentos de poder con que
contaron para imponerlos.
El propósito central de este trabajo es, por tanto, el análisis de las actitudes ideológicas y
de los cambios experimentados al respecto por la izquierda durante la transición. No obstante, la
preocupación central del trabajo no ha radicado tanto en analizar estas dos realidades como en el
hecho de analizarlas prestando atención a la mayoría de sus protagonistas, sobre todo a aquellos
que tradicionalmente han sido marginados de las crónicas de los partidos. Efectivamente, la
historia de los partidos políticos ha sido con frecuencia, y en cierta medida sigue siendo, una
historia reducida a sus elites. Este elitismo ha sido más notorio aún en el caso de los estudios
relativos a los fundamentos doctrinarios de las organizaciones políticas. La consideración de las
ideologías como sistemas de pensamiento bien anudados llevó durante mucho tiempo a los
investigadores a centrarse sobre todo en el estudio de aquellos a quienes se consideraba en
exclusiva capacitados para su verdadera producción y difusión: los pensadores de primera línea
de los partidos y sus dirigentes más cualificados. La actitud ante los militantes de base se redujo
en muchos casos al estudio de un activismo dirigido y supuestamente irreflexivo. De este modo
las bases militantes quedaron frecuentemente enmudecidas en las crónicas de los partidos a los
que dieron vida o reducidas al papel de mero coro de acompañamiento de la voz cantante de sus
dirigentes.
Afortunadamente las nuevas aportaciones historiográficas están invirtiendo esta
tendencia, y en esa dirección pretende orientarse la tesis. Nuestro propósito es ver cómo las
ideologías políticas de la izquierda española se fueron formulando y reformulando al calor de los
conflictos sociales, institucionales y culturales de la transición y cómo fueron producidas y
reproducidas por los distintos sectores del partido que intervinieron en ella. En concreto, se ha
procurado analizar las actitudes ideológicas y los cambios al respecto en los dirigentes, en los
9
intelectuales y, especialmente, en los militantes anónimos. Sobre esto último, una preocupación
central del trabajo ha sido la de ver cómo las ideas políticas cobraron vida en los activistas de la
transición, cómo éstos dieron sentido y significado a su compromiso. Como se verá, buena parte
de los militantes de base se implicaron apasionada y concienzudamente en los debates
ideológicos. De hecho en estos debates ideológicos se puso especialmente de manifiesto la
pervivencia de culturas militantes muy intensas, en las que la política era una dimensión de
primer orden que se confundía la vida privada de la gente. No obstante, esto fue así en un tiempo,
el de la transición, en el que estas culturas empezaron a diluirse en beneficio de formas más laxas
de compromiso y de una progresiva profesionalización de la política.
En definitiva, este trabajo ha pretendido seguir algunas pautas marcadas por las nuevas
modalidades de la historia intelectual, aquellas que lejos de entender los sistemas de ideas y
creencias políticas como entidades explicables en sí mismas pretenden poner el acento en cómo
se gestan, se modelan y reproducen estas ideas y creencias en los conflictos sociales, políticos y
culturales de una sociedad determinada, y en cómo van cobrando vida a medida que discurren
entre distintos sectores sociales. De lo que se ha tratado es de apostar por una historia social de
las ideas políticas frente a la tradicional historia de la filosofía o la clásica historia del
pensamiento político, que han centrado su mirada en la producción de los pensadores de primera
línea, despreciando en muchas ocasiones el peso de los contextos históricos en su formación.
Frente a eso lo que se plantea es que las ideas políticas, las ideologías, tienen una factura
colectiva que va más allá de quien las codifica y sistematiza en un momento dado.
Por otra parte, las formulaciones y revisiones ideológicas de la izquierda no quedaron
confinadas en las estructuras internas del partido. Con frecuencia trascendieron al espacio público
y en muchos casos fueron concebidas precisamente para eso. Por ello en este trabajo hemos
procurado atender también a la proyección social de las ideas de la izquierda y a cómo pudieron
ser percibidos los cambios al respecto por la sociedad; lo cual nos ha remitido al análisis del
papel desempeñado por los medios de comunicación de masas. Con la instauración de las
libertades los medios pasaron a constituirse en instancias fundamentales de mediación entre la
sociedad y los partidos de la izquierda, toda vez que se contrajeron los espacios directos de
socialización política que estos partidos, fundamentalmente el PCE, habían levantado con tesón y
acierto durante décadas. Los medios fueron uno de los cauces - y de los filtros - fundamentales
por los que discurrieron hacia la sociedad los planteamientos ideológicos de los partidos de la
10
izquierda, y fueron al mismo tiempo instituciones generadoras discursos propios acerca de estos
partidos y de sus postulados. En virtud de ambas cosas los medios condicionaron de manera
considerable tanto el comportamiento como el cambio ideológico de las izquierdas.
Por último este trabajo pretende cumplir un cometido que debiera ser de observancia
obligada en toda práctica historiográfica, y que para el caso de los estudios sobre las ideas
políticas es, si cabe, más pertinente. Este cometido tiene que ver con la necesaria reconstrucción
de los significados que tuvieron los conceptos políticos en el momento en el que fueron
utilizados, algo sobre lo que viene insistiendo la denominada Historia de los Conceptos, una
tendencia historiográfica de la que hemos tomado algunas aportaciones. El cometido se refiere a
la importancia de reconstruir el significado de los conceptos en el lenguaje de las fuentes para
poder comprender las realidades del pasado desde sus propios parámetros. Esta recomendación
pudiera parecer gratuita para el caso que nos ocupa, pues, si se tiene en cuenta que la historia que
pretendemos analizar es una historia del presente, podría suponerse que los significados de los
conceptos políticos que se emplearon en la transición apenas difieren de los significados que esos
mismos conceptos tienen hoy en día. Si embargo, de lo que estamos hablando es precisamente
del cambio de envergadura que se produjo en los imaginarios políticos de la izquierda, y ese
cambio es el que exige una concienzuda hermenéutica. Se hace obligado la reconstrucción de los
significados que entonces tuvieron conceptos de uso frecuente en los batallas ideológicas de la
transición, conceptos que si hoy día tienen otros significados es precisamente por el resultados de
aquellas batallas. Los significados que los conceptos de democracia o socialismo, por poner sólo
dos de los ejemplos que se analizan en este trabajo, tuvieron entonces para la mayoría de los
activistas de la izquierda no son los mismo que han venido a imponerse con el desenlace de la
transición.
En este sentido, hemos prestado una atención especial a aquellas ideas políticas de la
izquierda que salieron derrotadas en la transición, y que por ello han ocupado frecuentemente un
lugar marginal en las crónicas del proceso. Esta atención se debe al interés que consideramos
tienen en sí mismas estas ideas, pero también a un hecho que con frecuencia suele ocurrir en los
procesos de cambio: que muchos de los proyectos, de las ideas y de los discursos que salen
derrotados actúan antes como fuerzas motrices fundamentales, y que muchos de los proyectos, de
las ideas y de los discursos que salen triunfantes apenas tienen previamente un respaldo militante
activo. En este sentido, la mayoría de los activistas que desde los movimientos sociales plantaron
11
cara al régimen y terminaron impidiendo su continuidad no lo hicieron ondeando la bandera de la
“reforma pactada”, “el consenso”, “la concertación social”, “la Monarquía Parlamentaria” y “la
modernización de España”, sino otras nociones, otros idearios y otros proyectos que en este
trabajo pretendemos rescatar.
Para analizar estas realidades hemos desarrollado una estrategia narrativa que pretende
conjugar lo diacrónico con lo sincrónico. En el trabajo analizamos en la diacronía el cambio
ideológico de la izquierda y realizamos también un análisis sincrónico más concienzudo sobre
dos hitos fundamentales en ese proceso de cambio. Hacemos un recorrido cronológico por la
intervención del PSOE y el PCE durante la transición - desde los últimos años de la dictadura
hasta los primeros años de gobierno socialista - y nos detenemos en dos acontecimientos
centrales - el debate sobre el abandono del leninismo en el PCE en 1978 y el debate sobre la
renuncia al marxismo en el PSOE en 1979 -. El análisis diacrónico permite trazar en su extensión
una panorámica sucinta pero sustantiva del proceso de cambio ideológico de la izquierda. El
análisis sincrónico permite analizar en intensidad y de manera sectorial dos acontecimientos
cruciales y muy elocuentes de ese proceso. Efectivamente, los debates sobre el leninismo en el
PCE y el marxismo en el PSOE son de sumo interés para el cometido que nos ocupa por varias
razones: porque se trató de dos de los debates de mayor densidad ideológica de la transición,
porque en ellos se explicitaron como en pocas ocasiones sistemas de valores, porque tuvieron una
pretendida dimensión teórica, porque en ellos se puso especialmente de manifiesto las distintas
formas de relación de la izquierda con sus clásicos, porque estos debates ideológicos funcionaron
también como catalizadores de debates más concretos sobre el curso que estaba siguiendo la
transición, porque en ellos se pusieron nítidamente de manifiesto las funciones opacas que suele
desempeñar las ideologías y porque fueron dos puntos de inflexión fundamentales en los
respectivos proceso de cambio ideológico de socialistas y comunistas.
De acuerdo con estos propósitos y perspectivas la tesis se estructura en seis capítulos. El
primer capítulo expone el marco conceptual que se aplicará en la trabajo y las hipótesis
interpretativas que se desarrollarán a lo largo del mismo. Se trata de un capítulo fundamental para
comprender en todo su alcance lo que se dice en los siguientes. El marco conceptual se ha
elaborado a partir de las aportaciones que algunas de las más destacadas figuras del pensamiento
contemporáneo han realizado a propósito de las ideologías: en él procuramos analizar los
significados atribuidos al concepto y ofrecer una propuesta de integración de varias de estas
12
aportaciones para aplicarla al caso concreto de la izquierda en la transición. Aquí se hace
particularmente expresa la vocación transdisciplinar que, sin perjuicio de su naturaleza
eminentemente histórica, tiene este estudio. En cuanto a las hipótesis de trabajo, en este capítulo
exponemos de manera sintética y sistemática las proposiciones provisionales acerca del
comportamiento y el cambio ideológico de la izquierda, que trataremos de validar en los capítulos
siguientes de forma empírica. Al final del capítulo presentamos las fuentes que han sido objeto de
análisis (atendiendo a su naturaleza, origen y localización) y hacemos algunas consideraciones
sobre el estado de las bases documentales disponibles para el estudio de los partidos en la
transición.
En el Capítulo II abordamos la intervención política del PCE y el PSOE desde el
tardofranquismo hasta la celebración, inclusive, de los congresos en los que respectivamente se
redefinieron desde un punto vista doctrinal: el IX Congreso de los comunistas, celebrado en abril
de 1978, y el XXVIII Congreso y Congreso Extraordinario de los socialistas, celebrado el
primero en mayo de 1979 y el segundo en septiembre de ese mismo año. En este capítulo
hacemos un seguimiento cronológico y en cierta medida factual de la trayectoria de ambas
organizaciones, al objeto de ir desentrañando, sobre la flecha del tiempo, las razones de su
evolución ideológica. En este capítulo analizamos también el fenómeno del eurocomunismo, en
tanto que propuesta oficial en el PCE, y las resoluciones doctrinarias del PSOE, aquellas en las
que más nítidamente quedó reflejado su radicalismo verbal inicial. El capítulo se cierra con el
relato de los congresos en los que se produjeron las redefiniciones ideológicas citadas.
Los tres siguientes capítulos son estudios sectoriales y constituyen esa cata en
profundidad que pretendemos hacer en el proceso analizado. El Capítulo III se centra en el caso
de los intelectuales de los partidos de la izquierda. En él abordamos en términos generales el
papel que desempeñaron en la orientación ideológica de sus formaciones políticas y analizamos
en detalle algunas de las contribuciones concretas que realizaron a los dos debates identitarios en
los que focalizamos la atención. Primero hacemos algunas consideraciones generales sobre la
presencia de los intelectuales en los partidos de la izquierda desde el tardofranquismo hasta el
final de la transición: sus formas de inserción orgánica, la consideración de que fueron objeto por
parte de las direcciones, las variaciones que experimentó su compromiso o las distintas funciones
que desempeñaron. Después analizamos detalladamente las intervenciones que, en forma de
artículos publicados en las revistas teóricas de entonces o de participación en mesas redondas
13
convocadas al efecto, realizaron algunos de los más destacados intelectuales del PCE a propósito
del debate sobre el leninismo y algunos de los intelectuales más representativos del PSOE a
propósito del debate sobre el marxismo. El estudio sectorial de los intelectuales resulta
importante para el tema que nos ocupa, pues no en vano se trató del colectivo que en principio
contaba con más recursos teóricos para encarar los debates doctrinarios.
El Capítulo IV es el más extenso y trata sobre la militancia de base. En él hemos
procurado aproximarnos al complejo universo ideológico de los militantes anónimos. El capítulo
contiene tres grandes apartados que se suceden en función del grado de precisión de las fuentes
recabadas. En el primero analizamos cronológicamente las escuelas de formación de los partidos
en las que una parte de la militancia se formó doctrinalmente, en el segundo analizamos los
resultados de una amplia encuesta realizada entonces a los afiliados socialistas y en el tercero
analizamos los testimonios que dejaron los militantes de su puño y letra en forma de cartas
durante los debates sobre el leninismo y el marxismo. El estudio de las escuelas de formación, de
sus temarios, materiales y bibliografías, permite conocer algunos referentes doctrinarios básicos
de los militantes, así como las pretensiones de adoctrinamiento que las direcciones tenían, dado
que eran ellas las que decidían la orientación de las escuelas. El estudio de la evolución de estas
escuelas a lo largo de la transición contribuye en su medida a explicar cómo se produjo el cambio
ideológico en algunos militantes y cómo este cambio fue inducido en buena medida por las
direcciones. Por otra parte, el análisis de las encuestas permite recuperar algunos aspectos del
perfil ideológico de las bases, aunque sea después de haber pasado por el filtro inevitable e
interesado de quien las realizó, en este caso la propia dirección socialista. Finalmente, la
documentación por excelencia para analizar en este trabajo el perfil ideológico de la militancia de
manera directa han sido los testimonios que dejaron escrito en forma de correspondencia. Las
fuentes analizadas en concreto han sido las numerosas cartas que los militantes de base enviaron
a las “tribunas abiertas” por Mundo Obrero y El Socialista para discutir las tesis propuestas
respectivamente a los congresos del PCE y del PSOE. Se trata de una documentación de sumo
interés para ver en estado puro los sistemas de valores de la militancia, sus imaginarios
compartidos, sus posiciones políticas, su formación teórica y su inserción en la tradición cultural
de la organización. En estas cartas los militantes se expresaron por sí mismos, y su estudio
permite rescatar sus tendencias ideológicas en el momento en el que las expresaron por escrito.
En definitiva, el análisis de las cartas permite recuperar la voz de los militantes y ver cómo
trataron por sí mismos de dar un significado ideológico a su compromiso político.
14
El Capítulo V se ocupa de la relación entre la izquierda y los medios de comunicación de
masas durante la transición. La prensa ha sido en este trabajo fuente y objeto de estudio al mismo
tiempo. En el capítulo planteamos cómo la construcción de un nuevo espacio público bajo la
influencia creciente de los medios de masas condicionó tanto la práctica política como las
actitudes ideológicas de la izquierda. De forma más concreta, en este capítulo analizados sobre
todo cómo fueron reproducidos en la prensa los discursos de la izquierda y cuál fue el discurso de
los medios a propósito de sus cambios doctrinarios. Las reflexiones más genéricas y teóricas que
se hacen al principio son aplicadas posteriormente a dos casos concretos: a la cobertura que
periódicos como ABC, Ya, La Vanguardia, Diario 16 o EL País dieron al debate del PSOE sobre
el marxismo, por una parte, y la cobertura que dieron también al debate del PCE sobre el
leninismo, por otra. Para ello analizamos los editoriales, los artículos de opinión, los relatos de
los corresponsales y la ubicación y frecuencia de las noticias sobre estos dos acontecimientos.
El Capítulo VI retoma la narración cronológica y cierra el relato. En él analizamos la
trayectoria diseñada por ambos partidos durante la transición después de sus respectivas
redefiniciones doctrinarias y hasta el final el proceso. En el caso del PCE analizamos el camino
recorrido por el partido después del abandono del leninismo en su IX Congreso de 1978 hasta los
momentos inmediatamente posteriores a su catástrofe electoral de 1982. A este respecto hemos
procurado indagar en las razones que provocaron la quiebra del eurocomunismo y la relación que
esta quiebra tuvo con la crisis interna que desagarró al partido. En el caso del PSOE analizamos
el camino recorrido por el partido desde la resolución en el Congreso Extraordinario de 1979 de
la crisis desatada por el debate sobre el marxismo hasta su primeros años al frente del gobierno.
A este respecto analizamos el nuevo discurso de la “modernización de España” con el que el
partido accedió a la Moncloa, su trasfondo ideológico y los factores que lo incentivaron; así como
las justificaciones, también ideológicas, que se movilizaron posteriormente para defender la
permanencia de España en la OTAN.
Por último, hemos estimado conveniente ofrecer una recapitulación, con sus
correspondientes conclusiones, de todo lo dicho a lo largo del trabajo. Como figura en el índice,
esta recapitulación sigue en buena medida la secuencia de todo lo analizado previamente. Con
ello hemos pretendido, aun a riesgo de simplificaciones y redundancias, fijar las ideas
fundamentales del trabajo, aquellas que, sobre todo en las tesis doctorales, suelen quedar
15
difuminadas en la exposición, generalmente extensa, de su base probatoria. De este modo hemos
intentado satisfacer un deseo que desde el principio ha orientado la redacción del texto: conjugar
lo analítico con lo sintético.
Más allá de los objetivos precisos que se han explicitado, la tesis pretende ser también una
modesta contribución al estudio de dos realidades profundas que consideramos fundamentales
para la comprensión de nuestro tiempo presente. Por una parte, hemos pretendido contribuir al
estudio siempre complejo y esquivo de las ideologías: al estudio de lo que éstas representan para
los colectivos políticos y de cómo funcionan dentro de los partidos. Por otra parte, hemos
pretendido contribuir al análisis histórico de un momento fundamental de encrucijada para la
izquierda occidental y para la sociedad en su conjunto, como fue el del paso de la década de los
setenta a la de los ochenta. Un momento en el que entró en crisis el paradigma de la
socialdemocracia europea de los años dorados del Walfare State y en el que la izquierda
comunista se topó con serias dificultades para fundamentar desde el punto de vista teórico una
práctica política viable que fuera verdaderamente trasformadora. Las salidas que unos y otros
procuraron a esta situación de parálisis fueron de distinto tipo, y aquí se analizan algunas de ellas.
Inclinación al pragmatismo o reconversión a los nuevos (y no tan nuevos) planteamientos
liberales fueron algunas de las salidas de los socialistas españoles. Giro a la socialdemocracia,
apego nostálgico a las viejas certezas, puro desánimo o, en menor medida, exploración de nuevas
vías fueron algunas de las respuestas que dieron los comunistas españoles. En cualquier caso,
todo ello se produjo en medio de – y en buena medida contribuyó a – un cambio de ciclo
histórico marcado por el reflujo de las expectativas de transformación social en los imaginarios
colectivos de occidente. Este cambio de ciclo internacional vino a coincidir precisamente con el
desarrollo la transición política española. La transición fue así un proceso de cambio político a la
democracia liberal en el que se sofocaron buena parte de los proyectos de transformación social
que venían del pasado. Sobre el papel que en ambas cosas tuvieron los dos principales partido de
la izquierda española trata también esta tesis.
Finalmente, esta tesis se enmarca dentro de la trayectoria de un grupo de investigación, el
Seminario de Historia del Tiempo Presente de la Universidad de Extremadura, que en los últimos
años ha centrado buena parte de sus esfuerzos en el estudio de la transición política española1. El
1 El Seminario del Tiempo Presente de la UEx fue constituido, siguiendo el magisterio del profesor Antonio
Rodríguez de las Heras, por los profesores Mario Pedro Díaz Barrado y Juan Sánchez González. En su seno se han
16
resultado más visible de estos esfuerzos ha sido la reciente lectura de tres tesis doctorales que han
abordado distintas dimensiones de este complejo proceso. Estos tres trabajos fueron elaborados
además con la intención compartida de contribuir a la renovación teórica y metodológica de los
estudios históricos sobre esta etapa. La tesis de Alfonso Pinilla García ofreció un sugerente
análisis sobre cómo fueron percibidos los principales acontecimientos del proceso en la prensa
española2. La tesis de Antonio Pantoja Chaves se ocupó del estudio de la imagen fotográfica de la
transición y de la reconstrucción de la memoria visual del proceso3. Por su parte, José Antonio
Rubio Caballero realizó una tesis doctoral en la que aplicaba una propuesta metodológica al
análisis del discurso mantenido por los partidos nacionalistas en este periodo y en los años
siguientes4. De este modo, el grupo contribuyó con tres aportaciones sustantivas a esclarecer tres
de las múltiples caras de este proceso poliédrico. Con la tesis que aquí presentamos pretendemos
poner de manifiesto otra dimensión fundamental del mismo y añadir otra perspectiva a su
estudio. Se trata de una aportación más a una empresa colectiva que se ha adentrado en un
proceso tan apasionante como es el de la transición con una motivación clara: la de contribuir con
ello a la comprensión de nuestro tiempo presente.
desarrollado múltiples investigaciones, entre las cuales tres tesis doctorales relativas a la transición que se citan en
las siguientes notas. 2 Alfonso Pinilla García, Del atentado contra Carrero al golpe de Tejero. El acontecimiento histórico en los medios
de comunicación, leída en la UEx en 2003 y dirigida por el profesor Juan Sánchez González. 3 Antonio Pantoja Chavez, Memoria en soporte digital. La transición a la democracia en España, leída en 2005 y
dirigida por el profesor Mario Pedro Díaz Barrado. 4 José Antonio Rubio Caballero, Discursos e ideologías nacionalistas en la España democrática: aplicaciones
metodológicas, leída en 2005 y dirigida por el profesor Mario Pedro Díaz Barrado.
17
I. MARCO CONCEPTUAL E HIPÓTESIS DE TRABAJO.
I.1. La ideología: un concepto polívoco.
La noción de ideología entraña en la actualidad una polisemia aparentemente inagotable
que está minando su virtualidad explicativa. Con el término ideología se hace referencia no sólo a
realidades distintas sino enfrentadas; hasta el punto de que el término se ha empleado con
frecuencia para referirse a una cosa y a su contraria. Semejante confusión semántica hace de la
ideología un concepto en principio poco operativo para la investigación histórica, un concepto
excesivamente ambiguo y elusivo incapaz de referirse a nada de manera consistente: un concepto
tan impreciso que estaría inhabilitado para dar cuenta de nada en concreto. Tanto es así, que la
multiplicidad de significados que atesora ha llevado a no pocos pensadores a considerarlo uno de
los conceptos más dificultosos de las ciencias sociales. Y es tal la confusión babélica que rodea al
concepto que muchos investigadores han optado sin más por desestimarlo.
Con el concepto de ideología sucede algo parecido a lo que ocurre con otros conceptos
políticos ampliamente utilizados: que en su larga gestación histórica han ido acumulando un
sinfín de significados en los que resulta difícil poner orden. Con el concepto de ideología ocurre
precisamente aquello que, a propósito de los conceptos empleados en las ciencias sociales,
Reinhart Koselleck ha venido a poner de manifiesto: que cada uno de ellos es susceptible de una
cata que revela su variedad de estratos semánticos, que en estos conceptos anida una amplia
pluralidad semántica resultado de su agitada utilización en contextos históricos distintos y en
ocasiones bastantes distanciados cronológicamente5. El problema al respecto, como planteó el
mencionado historiador alemán, radica en el hecho de que el uso de estos conceptos entraña,
aunque no sea ese nuestro deseo, una reactualización de los significados que en su día tuvieron y
una confusión por añadidura con el significado que, por otra parte, nosotros les pretendemos
atribuir en el momento exacto en el que estamos investigando. En este sentido, el caso concreto
del concepto de ideología no sería en un principio tan problemático en comparación con otros
conceptos de uso habitual en la política o las ciencias sociales, habida cuenta de que su formación
se remonta a tiempos no muy lejanos, si por tiempos no muy lejanos consideramos las décadas
5 Reinhart Koselleck, “Historia de los conceptos y conceptos de historia”, Ayer (Madrid), núm. 53, 2004, pp. 37 y 38.
18
del revolucionarismo francés en las que se gestó6. Sin embargo, sabido es que el tiempo se mide
también en intensidad, y, en este sentido, el concepto de ideología ha sido tan intensamente
utilizado que ha madurado de forma vertiginosa, que incluso ha envejecido de manera acelerada
en virtud de su utilización excesiva. Pero además de tratarse de un concepto recurrente se trata
también de un concepto cuyo caldo de cultivo preferente ha sido la conflictividad sociopolítica,
un concepto que, como veremos, se ha modelado en el nivel simbólico de los conflictos. Por eso
mismo se trata no sólo de un concepto en principio equívoco, sino también de un concepto
particularmente polémico.
Para probar todo lo que venimos diciendo basta con hacer una breve exposición de
algunas de las distintas nociones de ideología que están en la mente de cualquiera que se haya
preguntado por el fenómeno o que han sido manejadas por cualquiera que en algún momento
haya hecho uso del término. Así, el término ideología ha sido blandido para referirse, por
ejemplo, a aquellas ideas falsas, erróneas e ilusorias orientadas a bloquear una comprensión
crítica y racional de la realidad. Así también, el término ideología se ha utilizado para referirse a
aquellos sistemas de ideas y creencias urdidos para legitimar una posición de dominio. Así, por
ejemplo, el término en cuestión ha venido a referirse, como reacción al carácter restringido de la
definición anterior, a todo sistema de ideas y creencias propio de una clase o grupo social, a
aquellos sistemas de creencias e ideas construidos para legitimar intereses colectivos con
independencia de que esos intereses sean dominantes o alternativos en una sociedad determinada.
Así también, hay quien ha puesto el énfasis en otro aspecto, desde esta perspectiva esencial, de la
ideología: aquel que la concibe como toda propuesta destinada fundamentalmente a promocionar
la acción sociopolítica de colectivos sociales. Así, finalmente, existen concepciones más amplias
de la ideología que han terminado por identificarla en cierta forma con la socorrida noción
antropológica de cultura. Un caso de este tipo sería, por ejemplo, el de la ideología entendida
como modo en el que los colectivos sociales dan sentido a su mundo de manera consciente. O
sobre todo aquel otro más genérico que califica de ideológico todo proceso de producción de
significados, signos y valores en la vida cotidiana.
En definitiva, cuando nos acercamos a la noción de ideología nos encontramos con una
variedad de concepciones que, sin embargo, han sido rechazadas en un momento u otro por
6 Sobre el origen del concepto véase Terry Eagleton, Ideología, una introducción, Barcelona, Paidós, 2005, pp. 93-
101.
19
diferentes motivos. En primer lugar, porque tomadas una a una ninguna de ellas pudiera resultar
convincente, bien por ser demasiado restrictivas, bien por su pretensión omniabarcante. En
segundo lugar, porque resulta difícil armonizarlas en una concepción unitaria, al tratarse de
definiciones en ocasiones excluyentes. En tercer lugar, porque resulta complicado abstraer a un
posible lector del resto de las acepciones del concepto cuando se pretende hacer uso de una sola
de ellas, dada su generalización y la de sus múltiples significados incluso en el lenguaje
cotidiano. Pero también, y en cuarto lugar, algunas de estas definiciones han sido descartadas no
ya por sus denotaciones, sino porque connotan concepciones del mundo poco prestigiadas. En
este sentido, la noción de ideología, en tanto que evoca la mencionada acepción de conciencia
cautiva por ideas falaces, ha sido, por ejemplo, descartada al asociarse a una visón
intelectualmente elitista de la sociedad que mira a la mayor parte de sus miembros como
susceptibles de control propagandístico por parte de sus minorías más cualificadas. Precisamente,
y como veremos a más adelante, el desuso de la noción de ideología se ha debido en gran medida
a las connotaciones peyorativas que tiene para los enfoques más o menos encuadrados en el
denominado paradigma postmoderno. Antes conviene no perder de vista que los vaivenes
recientes del concepto de ideología se han debido también a las batallas, precisamente
ideológicas, que se ha librado en los últimos años, y a las que la Academia no ha sido inmune.
Así, y para ser más explícitos, no resulta casual que el declive del concepto en las ciencias
sociales haya sido coetáneo a la proclamación, tan netamente ideológica por otra parte, de la
época de “el fin de las ideologías” en la década pasada. De este modo, posmodernidad y
neoconservadurismo han sido estrechos aliados en el declive de un concepto por lo demás en sí
mismo problemático7.
Pues bien, con estos precedentes puede parecer demasiado arriesgado acometer una
investigación que se nuclea teóricamente en torno a la noción de ideología, como es nuestro
propósito. Sin embargo, hemos llegado a la conclusión que la carga semántica que porta el
concepto de ideología entraña una riqueza teórica imprescindible, resultado fundamentalmente de
las reflexiones que al respecto han formulado algunas de las figuras más destacadas del
pensamiento contemporáneo. La clave para aprovechar este acervo en ocasiones contradictorio
radica a nuestro entender en hacer de la dificultad virtud: en concebir que la intricada polisemia
del término le confiere al mismo tiempo una versatilidad tremenda para dar cuenta de fenómenos
7 Terry Eagleton, op, cit., p. 13-17.
20
complejos, como el de las concepciones cambiantes de la izquierda en la transición, que es lo que
a nosotros nos ocupa. Para ello resultan especialmente oportunas las recomendaciones de Terry
Eagleton, cuando en su lúcida aproximación al concepto de ideología sugería no decantarse por
tal o cual concepción de las muchas existentes, ni siquiera intentar articularlas todas ellas en una
gran síntesis; sino optar en beneficio de la operatividad por aprovechar lo que de útil tuviera cada
una, huyendo, eso sí, de las incongruencias que suelen acompañar a los eclecticismos8. De este
modo, en lugar de clausurar el concepto en una definición rígida pero poco operativa preferimos
aprovechar la versatilidad de su polisemia para dar cuenta de realidades tan complejas como los
planteamientos eurocomunistas, leninistas, socialistas o socialdemócratas declinados por la
izquierda española en la transición. De este modo, en lugar de optar por una definición de las
múltiples existentes preferimos concebir que muchas de esas definiciones pueden ser
dimensiones de una misma realidad multifacética, aquella que tiene que ver con la manifestación
de los conflictos sociopolíticos de la transición en el ámbito de los significados, aquella que tiene
que ver con cómo se libraron a nivel simbólico las batallas políticas que condujeron a un cambio
de sistema político en nuestro país. Y es que, como ha planteado Paul Ricouer, la ideología es
precisamente eso, la forma en que se libran a nivel simbólico los conflictos, más allá de la manera
en que esos conflictos se libran9.
Nuestro planteamiento no pretende, por tanto, operar con una definición quintaesenciada
de la ideología, lo cual nos exigiría abstraer previamente sus rasgos constitutivos, sino
comprender que muchos de los aspectos que se han venido subrayando de las ideologías son
rasgos contingentes que se ponen de manifiesto en unos casos u en otros; y nuestro propósito es
precisamente el de pulsar cómo se pusieron de manifiesto esos rasgos en el caso de las ideologías
concretas de la autodenominada izquierda española en la transición. Nuestro propósito radica en
ver qué dimensiones, qué filos se pusieron de manifiesto en el caso concreto del leninismo, el
eurocomunismo, el socialismo o la socialdemocracia de la transición; cuál fue el modus operandi
de estas expresiones ideológicas concretas; cuáles las estrategias de seducción que desplegaron.
En definitiva, hemos optado por habérnoslas con las dificultades que entraña el uso de un
concepto polívoco, en lugar de acogernos a la comodidad, pero también a las limitaciones, que
reporta la utilización de un concepto unívoco; tratando en todo momento, y de ahí la clarificación
8 Terry Eagleton, op. cit., p.19.
9 Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Barcelona, Gedisa, 2001, pp. 52-54.
21
que viene a continuación, de zafarnos del peligro que supondría para nuestra investigación hacer
de la ideología una noción equívoca.
I.2. Las diversas nociones de ideología y la apuesta por su complementariedad.
Las nociones de ideología parecen en la práctica inagotables. A las arriba enumeradas
podrían sumarse otras muchas o combinarlas entre sí para dar lugar a otras tantas. Terry Eagleton
plantea que todas ellas se insertan en dos corrientes que en ocasiones confluyen: una que el autor
denomina epistemológica y otra que indistintamente califica de política o sociológica10
. El
elemento discriminatorio de estos dos grandes grupos radicaría en el hecho de si la noción de
ideología se refiere a la veracidad de unas ideas determinadas, a su ajustamiento con la realidad,
o si por el contrario pone el acento en lo que esas ideas representan para un grupo social, en la
función que desempeña en ese colectivo con independencia de si esas ideas contienen
proposiciones verdaderas o falsas. Las primeras pertenecería al campo de la corriente
epistemológica y las segundas a la política o sociológica. De estos dos troncos surgirían
ramificaciones que pueden entrelazarse, un sinfín de nociones que a su vez son susceptibles de
agrupamiento. Eagleton las reduce todas ellas a seis subgrupos, que enumera del más genérico a
los más restrictivos. El primer grupo, epistemológicamente neutral, incluiría todas aquellas
nociones que identifican la ideología con el proceso de producción de signos, significados y
símbolos en la vida cotidiana, con la producción en última instancia de lo que los antropólogos
denominan cultura. El segundo, aun siendo epistemológicamente neutral, sería más restrictivo, y
pondría el acento precisamente en el sustrato sociológico de las ideas, al plantear que ideología
no sería sino ese sistema de ideas y creencias que expresa las condiciones de existencia, los
deseos y anhelos de un grupo social determinado. El tercero mantiene la neutralidad
epistemológica, pero añade un matiz político a la dimensión sociológica del anterior, al plantear
que la ideología es aquello que además de legitimar intereses de grupo estimula y orienta la
acción de éstos con respecto al poder, ya sea para conservarlo en el caso de que lo tengan ya sea
para conquistarlo en el caso de que lo sufran. El cuarto sigue en la línea del anterior, pero
restringe el uso del concepto de ideología para las formas de legitimación de los intereses
dominantes, acercándose a la noción epistemológica, en tanto sugiere que esta legitimación se
obtiene por mecanismos algo turbios de seducción. El quinto es ya de cariz nítidamente
10
Terry Eagleton, op. cit., p. 21.
22
epistemológico y sumamente restrictivo, al calificar de ideológicas sólo a aquellas ideas falsas
urdidas para legitimar una posición de dominio a costa de distorsionar conscientemente la
percepción que del orden social tienen los dominados. Y el sexto, más sofisticado y menos
operativo para el tema que nos ocupa, haría también de la ideología un sistema de ideas
engañoso, pero con un matiz importante. Para esta última concepción que desarrolló por ejemplo
el filósofo húngaro Georg Lukács la contradicción no radicaría entre lo que las cosas son
realmente y como nos son presentadas interesadamente por las elites, sino entre como las cosas
son esencialmente y cómo se manifiestan fenoménicamente, una manifestación que no sería sino
confusa, ideológica por definición11
.
En el mismo sentido, el sociólogo español Antonio Ariño Villarroya ha construido otra
tipología de las diferentes concepciones de la ideología más esquemática, pero en cierta forma
compatible con la anterior. Para Ariño Villarroya habría cuatro tipos de nociones acerca de la
ideología: la cognitivo- crítica (aquella que pone el acento en el grado de fiabilidad de una forma
de conocimiento que no es científico), la político-crítica (basada en la necesidad de legitimación
de una dominación que no sólo puede imponerse por mecanismos coercitivos); la política-neutra
(que pone el acento en la necesidad de movilización simbólica para la acción de cualquier
colectivo preeminente o subalterno) y la semiótica- neutra (que busca comprender la pluralidad
de universos simbólicos que se dan en las sociedades complejas, en lo político y más allá de lo
político)12
.
Para Terry Eagleton esta pluralidad de significados, que basculan entre una visón
epistemológica y otra sociológica, hundiría precisamente sus raíces en un pionero en el estudio de
la ideología como fue Karl Marx. Según Eagleton, en Marx estarían ya presentes de manera
expresa o sugerida varias de estas nociones: la noción estrictamente epistemológica que identifica
la ideología con la falsa conciencia favorable para el poder, la noción sociológica que entiende la
ideología como expresión simbólica de los intereses materiales de las clases dominantes y la
noción más propiamente política que concibe la ideología como cualquier forma conceptual en la
11
Una síntesis a las distintas concepciones de ideología puede verse en Terry Eagleton., op. cit., pp.52-55. En cuanto
a Lukács esta idea es uno de los ejes de Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, Barcelona, Grijalbo, 1975. 12
Antonio Ariño Villaroya, “Ideologías, discursos y dominación”, Revista española de investigaciones sociológicas
(Madrid), núm. 79, 1997, pp. 202-207.
23
que se libra la lucha de clases en su conjunto13
. Esta génesis marxiana de algunas de las nociones
acerca de la ideología nos resulta particularmente interesante y oportuna, en la medida que nos
permite aplicar marcos conceptuales en cierta medida deudores del padre del denominado
socialismo científico a los comportamientos ideológicos de las organizaciones políticas de la
transición marxistas o autodefinidas con respecto a Marx. Algo que nos incita a la curiosa y
fructífera tarea de aplicar algo de Marx a los propios marxistas. Algo que permite la jugosa tarea
de poner a estas organizaciones ante su espejo.
Pero desde Marx, contra Marx o más allá de Marx numerosos autores se han ocupado del
intrincado problema de la ideología. De este modo, esa diversidad de caminos mencionados, que
en ocasiones se bifurcan y en otras se entrecruzan, ha sido recorrida y desandada por destacadas
figuras del pensamiento contemporáneo. En este sentido, las nociones más estrictamente
epistemológicas de la ideología han sido cultivadas por una parte de la tradición marxista, en la
que ha destacado con una visón original el filósofo húngaro Georg Lukács14
. Pero la concepción
de la ideología como falsa conciencia no ha sido exclusiva de Marx y los marxismos: tanto el
sociólogo Karl Manheim15
como el filósofo Karl Popper16
, por poner dos ejemplos, insistieron en
la condición ilusoria de la ideología en contraposición al pensamiento científico. Más secundada
sin duda ha sido la concepción de la ideología como instrumento legitimador del poder. La
prolífica y heterogénea Escuela de Frankfurt y pensadores recientes de la repercusión de Pierre
Bordieu17
, Anthony Giddens18
, Jorge Larrain19
o J. B. Thompson20
han subrayado la orientación
de las ideologías al apuntalamiento del poder constituido. No menos respaldada en el pasado y en
la actualidad ha sido la consideración de la ideología como instrumento de promoción de la
acción y legitimación de las aspiraciones de cualquier colectivo social. Ya en los años 20 y 30
Antonio Gramsci ahondó sobre ello al explicarnos magistralmente cómo se reproducía la
hegemonía cultural e ideológica de los de arriba, pero también cómo se podía construir desde
13
Terry Eagleton, op. cit., 117-118. La noción más epistemológica sería la desarrollada en Karl Marx, La ideología
alemana, Barcelona, Grijalbo, 1974, la noción más política la desarrollada en Karl Marx El manifiesto comunista,
Madrid, Ayuso, 1976 y la noción más sociológica la desarrollada en Karl Marx, El Capital: crítica de la economía
política, Madrid, Akal, 2007. Todo ello sin olvidar que todas estas obras conviven en cierta forma cada una de estas
nociones. 14
Georg Lukács, Historia y consciencia de clase, op.cit. 15
Karl Mannheim, Ideología y utopía: introducción a la sociología del conocimiento, Madrid, Aguilar, 1973. 16
Karl Popper, Miseria del historicismo, Madrid, Alianza, 2002. 17
Pierre Bourdieu, La distinción, criterios y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998. 18
Anthony Giddens, Sociología, Madrid, Alianza, 1999, p. 719. 19
Jorge Larrain, The concept of ideology, London, Hutchinson, 1979. 20
Jonh B. Thompson, Studies in the theory of ideology, Cambridge, Polite Press, 1984.
24
abajo una contrahegemonía que le disputara adhesiones21
. Más recientemente autores como
Martin Seliger22
o Göran Therborn23
centraron también la mirada en la forma en que se dirimen
en la esfera simbólica las batallas sociales. La concepción genérica de la ideología como
representación imaginaria de las condiciones materiales de existencia, más allá de que estas
representaciones se refieran o no al poder poseído o deseado, fue concienzudamente cultivada por
el filósofo Louis Althusser24
. Finalmente, la dilatación del concepto a casi todas las esferas de la
vida social y privada ha sido promovida desde distintas perspectivas (antropología, historia de las
mentalidades, postestructuralismo), hasta el punto de que algunas de ellas han terminado por
desestimarlo para reemplazarlo por otras nociones como la de cultura o discurso.
Pues bien, cada una de estas concepciones de la ideología a la que se han adscrito los
autores mencionados ha sido en algún momento u otro objeto de impugnación, tanto por lo que
explícitamente afirman como por las concepciones de fondo que presuponen. En este sentido, ha
sido la noción de ideología como falsa conciencia la que ha recibido mayores críticas en función
de sus connotaciones. Así, además de ser rechazada como vimos por quienes consideran que se
asienta un visón elitista de la sociedad, también ha sido repudiada atendiendo a la teoría del
conocimiento que lleva implícita. En este sentido, la noción de ideología ha sido desestimada
porque su consideración como conjunto de ideas incorrectas e ilusorias presupondría la existencia
de su contrafigura, es decir, la existencia de ideas ajustadas a la realidad, algo insostenible para
quienes han atacado la epistemología clásica. Efectivamente, desde perspectivas postempiristas o
posmodernas creer que puede darse una importante correspondencia entre la forma de ser del
mundo y la nociones que manejamos para explicarlo presupone sostener una noción de verdad
absoluta inaceptable. Desde estas perspectivas, considerar que el mundo está estructurado de
manera independiente a como nosotros lo organizamos lingüísticamente es una expresión de la
falacia racionalista, y esta falacia es la que sustenta al concepto de ideología tomado en su
acepción de visón falseada del mundo. Con independencia de estos debates, la noción de
21
La ampliación del concepto de ideología tanto para las concepciones dominantes como para las alternativas puede
verse de forma explicitada en Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel: El materialismo histórico y la filosofía de
B. Croce, México, Juan Pablos ED, 1986, pp. 56 y 59 y pp.234-236. Por otra parte la noción de hegemonía y las
pautas para construirla atraviesan todos los cuadernos de la cárcel, en particular: Antonio Gramsci, Cuadernos de la
cárcel: notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno y Cuadernos de la cárcel: pasado y presente,
México, Juan Pablos ED, 1986. 22
Martin Seliger, Ideology and politics, London, George Allen & Unwin Ltd, 1976. 23
Göran Therborn, La ideología del poder y el poder de la ideología, Madrid, Siglo XXI, 1987. 24
Louis Althusser, “Práctica teórica y lucha ideológica”, “Acerca del trabajo teórico” e “Ideología y aparatos
ideológicos del Estado”, recopilados en La filosofía como arma de la revolución, México D.F., Siglo XXI, 2008.
25
ideología como ilusión y engaño, como forma errónea de conocimiento inducida, ha sido
rechazada también por quienes consideran que la ideología es una cuestión de ideas, valores o
sentimientos relativos a la propia experiencia que no pueden ser falsados a modo a como son
falsados los enunciados científicos25
.
También la noción restringida de ideología como elemento simbólico sustentante de una
posición de dominio ha sido objeto de múltiples críticas; en parte porque para algunos resulta un
tanto idealista pensar que el sometimiento depende tanto o más de las propaganda que de los
mecanismos materiales de dominación, sean estos coercitivos o económicos26
. Pero más allá de
esa crítica la insuficiencia de la definición en cuestión radica en el hecho de que resulta innegable
la existencia de actitudes o acciones encaminadas no sólo a apuntalar o reafirmar un poder, sino
la existencia también de acciones orientadas a reformarlo o reemplazarlo, acciones que requieren
de una fundamentación, de una justificación, de una motivación, de una argumentación que
merecen el calificativo de ideológicas27
. En tercer lugar, la visón restringida de la que hablamos
obvia que dentro de los grupos subalternos, y particularmente de sus representantes políticos, que
es lo que a nosotros nos ocupa, se reproducen relaciones asimétricas legitimadas
ideológicamente, antagonismos que son regulados también a nivel simbólico, como tendremos
ocasión de comprobar. Precisamente, esta crítica ha sido cultivada por pensadores para los que el
término ideología debería descartarse sin más, y ser reemplazado por el de discurso. Según esta
perspectiva, como el poder es omnipresente y como todas las ideas no son más que
racionalizaciones engañosas de las distintas dimensiones del poder, calificar de ideológico un
conjunto de planteamiento no sería sino redundante. Como todo es engañoso e interesado no se
justifica un concepto que presuponga la existencia de ideas que no lo son28
.
Por otra parte, las definiciones más genéricas de ideología han caído en una suerte de
laxitud. Ampliar el concepto de ideología a cualquier forma de significación, con independencia
del asunto sobre el que se pronuncie y la intencionalidad con que lo haga, supone echar sobre la
sociedad una red abierta y de apenas densidad por la que casi todo se filtra y casi nada se retiene.
25
Slavoj Zizek, El espectro de la ideología”, en http://es.geocities.com/zizekcastellano/artespectrol.htm, p. 7. 26
Esta tesis la sostienen los sociólogos Nicholas Abercrombie, Stephen Hill y Bryan Turner, La tesis de la ideología
dominante, Madrid, Siglo XXI, 1987. 27
Göran Therborn, La ideología del poder..., op. cit, p. 10 28
Una versión de esta perspectiva puede verse en Gilles Deleuze y Michel Foucault, “Un diálogo sobre el poder” y
Michel Foucault, “Verdad y poder”, ambos en Michel Foucault, Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones,
Madrid, Alianza, 2004. pp. 23-35 y 146-149, respectivamente. Su concepción omniabarcante del discurso está
perfectamente sintetizada en Michel Foucault, El orden del discurso, Barcelona, Cuadernos Marginales, 1980.
26
Atendiendo a estas prevenciones nosotros apostamos por una noción amplia de ideología,
en el sentido de que se refiere a realidades multifacéticas, e inclusiva, en el sentido de que integra
enfoques de las anteriores concepciones, tanto de la noción de ideología como forma de dominio
como de la noción de ideología como falsa conciencia. El límite de esta amplitud lo situamos si
acaso en la realidad a la cual se refieren esas ideologías, al poder y a la constitución de lo social,
aunque sólo sea porque en este trabajo nos vamos a ocupar de las ideologías de los partidos de la
autodenominada izquierda, esto es, de ideologías explícitamente políticas. Pues bien, una
definición de ideología que responde a este espíritu amplio e integrador, una definición flexible
pero al mismo tiempo sustantiva e incluyente, la encontramos por ejemplo en Martín Seliger,
cuando caracteriza a la ideología como:
Conjunto de ideas por las que los hombres proponen, explican, justifican fines y significados de una acción
social organizada y específicamente de una acción política, al margen de si tal acción se propone preservar,
enmendar, desplazar o construir un orden social dado29
.
La propuesta de Seliger entraña por lo pronto tres aspectos que nos interesa poner de
manifiesto. En primer lugar, la concepción de la ideología como conjunto de ideas que alienta e
informa una acción fundamentalmente política. En segundo lugar, una concepción antagonista de
la sociedad y una visón consecuente de la ideología como ámbito en el que se dirimen a nivel
simbólico los conflictos sociales, algo en lo que insistió particularmente Paul Ricoeur30
. Y en
tercer lugar, la insistencia de que estas batallas se libran a nivel ideológico con la construcción de
signos, significantes y representaciones. Esto, traducido al caso de la transición, nos sugiere a su
vez tres perspectivas de análisis. En primer lugar, la de la consideración de los idearios de la
izquierda española en tanto que informaron su activismo. En segundo lugar, la de la traducción
ideológica de los profundos conflictos sociopolíticos que se vivieron durante el proceso. Y en
tercer lugar, el de la construcción de representaciones (producción de conocimiento, promoción
de valores y desarrollo de prácticas argumentales) que hizo la izquierda para librar las batallas de
la transición. Más allá de lo dicho, la virtud de esta propuesta radica en que no excluye otras
nociones de ideología. No excluye, por ejemplo, que estas significaciones de las que hablamos se
realizasen para legitimar un posición de dominio, bien en el conjunto de la sociedad, bien en el
29
La definición de Seliger la hemos tomado de Terry Eagleton, op. cit., p. 26. 30
Paul Ricoeur, Ideología y utopía, op. cit. p. 53.
27
interior de los partidos de la izquierda; y no excluye tampoco que al librar estas batallas a nivel
simbólico se recurriera a la ilusión, al error inducido o al engaño. La propuesta aglutina así tanto
el enfoque político y sociológico como el epistemológico, y permite aprovechar muchas de las
aportaciones que se han desarrollado bajo ambos.
I.3. La ideología y sus formas: entre el sistematismo y la contradicción.
Tomada esta noción amplia de ideología cabe preguntarse ahora por sus contornos
formales y por algunos de los contenidos que le son característicos. En cuanto a lo primero,
resulta inexcusable preguntarse por el grado de compactación de las ideologías, por su niveles de
homogeneidad, por sus grados de sistematicidad. Una respuesta a esta cuestión la ha brindado el
historiador Justo Beramendi, quien precisamente ha clasificado de manera gradual las
concepciones del mundo en función de su grado de sistematicidad, de su coherencia lógica y de
los niveles de asimilación reflexiva por parte de quienes se identifican con cada una de ellas. Para
Beramendi nos encontraríamos con tres instancias nítidas: las teorías políticas (ideosistemas
individuales elaborados por reputados teóricos), las ideologías políticas (ideas menos sistemáticas
pero aun así estructuradas y propias de los individuos políticamente concienciados que militan en
los partidos) y la cultura política (ideas más vagas acerca de los asuntos públicos que portan la
mayoría de los ciudadanos desmotivados ante la política)31
. El esquema de Beramendi es de una
claridad considerable y resulta en cierta medida útil. Sin embargo, entraña una visón un tanto
ideal de las distintas formas en que la gente se pronuncia sobre la política, visión que no se
corresponde con la pluralidad de situaciones que se dan en la práctica. En este sentido, desde la
reciente y novedosa Historia de los Conceptos se ha venido a difuminar precisamente la
separación entre las nociones supuestamente puras que manejan los grandes teóricos y las
nociones más contaminadas por la cotidianidad que se atribuye a los ciudadanos anónimos32
.
Atendiendo a esto lo que sugerimos es la conveniencia de poner el acento en la porosidad, cuando
no en la artificiosidad, de esas fronteras, no obstante útiles en tanto delinean tipos ideales de
formas de ver lo político. Lo que sugerimos, siguiendo el esquema de Beramendi, es que las
31
Justo Beramendi, “La cultura política como objeto historiográfico”, en Celso Almuiña (coord.), Culturas y
civilizaciones: III Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Valladolid, Universidad de Valladolid,
1998, pp. 77-79. 32
Javier Fernández Sebastián, “Textos, conceptos y discursos políticos en perspectiva histórica” en Ayer (Madrid),
núm. 53, 2004, p. 138.
28
ideologías se confunden con frecuencia con las teorías y las culturas políticas o, dicho de otra
forma, incluyen a ambas en su seno.
Partidarios de considerar las ideologías como sistemas compactos los encontramos por
ejemplo en la escuela de Frankfurt33
. Quizá fue el hecho de haber sufrido en sus propias carnes
los estragos de la ideología nazi lo que les llevó a considerar que las ideologías suelen funcionar
como sistemas herméticos, bien anudados y tendentes a totalizar la vida de quienes las asumen o
de quienes les son impuestas. Frente a esto, Antonio Gramsci, que también padeció, en este caso
hasta la muerte, la barbarie del fascismo, reconoció que efectivamente la función básica de la
ideología es unificar primero y homogeneizar después a quienes se acogen a ella, pero planteó al
mismo tiempo que las ideologías lejos de ser sistemas de ideas perfectamente ensambladas son
formaciones internamente complejas y fragmentarias con desajustes entre sus distintas partes que
tienen que renegociarse y resolverse de manera continua. Ambas cuestiones se pusieron de
manifiesto en las ideologías de la izquierda durante la transición: su tendencia a la
homogeneización, por una parte, y sus frecuentes desajustes internos en virtud de su
fragmentariedad, por otra.
En cuanto a lo primero, tanto en el caso del PCE como en el del PSOE veremos cómo sus
respectivas direcciones procurarán cohesionar a la militancia en torno a un mismo cuerpo de
doctrina que legitime su autoridad. En el caso concreto del PCE el propio Santiago Carrillo
explicitará, sobre todo después de las elecciones legislativas de 1979, que su principal propósito
es “homogeneizar al partido”34
. El elemento que se pretenderá aglutinador no será otro que el
eurocomunismo en la versión elaborada por el mismo Secretario General. Y ello porque en el
seno del PCE convivían militantes de muy diversa y en ocasiones enfrentada formación
ideológica (prosoviéticos, leninistas antiautoritarios, eurocomunistas de diferente condición,
afiliados genéricamente de izquierdas que se habían sumado al partido por su protagonismo en la
lucha contra la dictadura, etc.), que habían permanecido aglutinados por las exigencias de la
clandestinidad, pero que con la legalización empezarán a confrontar entre sí comprometiendo la
cohesión del partido y cuestionando desde un punto de vista u otro la autoridad de la dirección. El
33
Véanse a modo de ejemplo los planteamientos de Max Horkheimer, La función de las ideologías, Madrid, Taurus,
1979 y Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada,
Madrid, Orbis, 1985. 34
Este propósito así explicitado lo hará Santiago Carrillo ante el Comité Central del partido reunido en Córdoba a
finales de mayo de 1979. Un extracto de sus declaraciones fue publicado en Mundo Obrero, 24 de mayo de 1979.
29
eurocomunismo, en su versión oficial, será la fórmula con la que Carrillo pretenda unificar al
partido. El esfuerzo resultará inútil y este intento de reideologización no hará sino acentuar las
diferencias y enconar los enfrentamientos, como se pondrá de manifiesto justo después del X
Congreso, en julio de 1981. También en el caso del PCE se pondrá de manifiesto el carácter
fragmentario de la ideología, las disfunciones frecuentes entre sus distintos elementos integrantes
y los intentos de resolverlas. Desde principios de los sesenta el PCE había abierto un proceso de
revisión de muchos de los presupuestos tradicionales de la concepción comunista, cuyo colofón
será la propuesta eurocomunista. Así, por ejemplo, la “vía institucional” al poder vino a
reemplazar la propuesta tradicional de “asalto al Estado”, mientras que la propuesta de “Alianza
de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura” vino a sustituir a la clásica propuesta de “alianza obrera y
campesina”. Se trataba de reformulaciones que, como veremos, portarán en sí mismas algunas
contradicciones y que entrarán en contradicción con los elementos clásicos de la concepción
comunista o con otros más novedosos que pretenderán abrirse paso. Los intentos de
reacoplamiento, las negociaciones y resoluciones de las que hablaba Gramsci se pondrán más
nítidamente de manifiesto en los debates congresuales que analizaremos, donde se lograrán
síntesis o transacciones entre las propuestas enfrentadas, o unas se impondrán sobre otras
demostrando precisamente la problemática heterogeneidad de enfoques que se dan cita en una
misma tradición ideológica. .
En definitiva, la visón que sostenemos de las ideologías políticas se asemeja en cierta
forma a lo que Manuel Sacristán entendía por “concepción del mundo explicita”, por más que el
filósofo restringiera siempre el término ideología para referirse a la falsa conciencia. Para
Sacristán, una concepción del mundo no es un sistema de enunciados positivos bien anudados,
como puedan serlo las teorías científicas, sino una serie de principios que dan razón de la
conducta de un sujeto35
. Lo que diferencia a una ideología eminentemente política, a una
ideología de partido, de cualquier otra es que su contenido está explicito y suele ser asimilado
consciente y reflexivamente. No obstante, aunque esto es un elemento definitorio de las
ideologías políticas no hay que olvidar de nuevo que, al igual que en las denominadas culturas
políticas, no todo en ellas es expreso, ni todo lo que se dice desde ellas se dice de manera
consciente. A este respecto Slavoj Zizek viene planteando que las ideologías no son tanto
sistemas de doctrinas bien articuladas como conjuntos de imágenes, símbolos y en ocasiones
35
Manuel Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Düring”, en Manuel Sacristán, Sobre Marx y marxismo.
Panfletos y materiales I, Barcelona, Icaria, 1983, p. 28.
30
conceptos que vivimos a nivel inconsciente, formas de producción de la subjetividad y modos de
conducta involuntarios que tienen que ver nuestras condiciones materiales de existencia36
. Como
tendremos ocasión de comprobar al analizar los conflictos en los partidos de la izquierda, muchos
comportamientos ideológicos de la militancia y de las direcciones serán pronunciamientos
pautados, ritualizados, cuasimecanícos y en algunos casos inconscientes, pues también las
ideologías políticas se mueven con frecuencia por inercia.
Pero si estos son ejemplos de cómo la ideología diluye su supuesta sistematicidad y se
confunde con la cultura política en la acepción de Beramendi, no es menos cierto que las
ideologías suelen solaparse al mismo tiempo con las teorías políticas o incluir elementos de éstas
en su seno. En este sentido, en las ideologías políticas pueden advertirse formas bastantes
elevadas de articulación de las ideas, enfoques también descriptivos, una ejercitada voluntad
explicativa y una dimensión en última instancia analítica, rasgos, en definitiva, propios de las
teorías, o, dicho en un sentido todavía más fuerte, de la ciencia misma. Claro que ello nunca logra
ensombrecer otros contornos igualmente apreciables en las ideologías políticas, como son su
voluntad normativa, su carácter propositivo, su dimensión valorativa y su articulación en torno a
una serie de principios éticos. Todo esto nos lleva a preguntarnos ahora sí por los contenidos de
las ideologías: a preguntarnos no ya por su configuración formal, sino por algunos de sus muy
diversos elementos integrantes. En este sentido el ya citado Martín Seliger ha planteado que las
ideologías son mezclas de enunciados analíticos y descriptivos, por un lado, y de prescripciones
morales y técnicas, por otro. Son sistemas coherentes de contenido fáctico y de compromiso
moral en cuya combinación radica precisamente su poder orientador de la acción37
.
I.4. La ideología y sus contenidos.
Como acabamos de ver, cuando nos acercamos a las ideologías nos encontramos con
distintos elementos que generalmente operan de manera autónoma, pero que se articulan en este
tipo de cosmovisiones para dar empaque a una acción colectiva. Así, dentro de las ideologías nos
36
Slavoj Zizek, El sublime objeto de la ideología, Madrid, Siglo XXI, 2007, passim. Estas tesis las sostiene
siguiendo a Louis Althusser, “Práctica teórica y lucha ideológica”, en La filosofía como arma... op. cit. pp. 50-51 e
“Ideología y aparatos ideológicos del Estado”, en La filosofía como arma... op. cit., 137. 37
Sobre esta variedad de componentes analíticos y normativos que componen las ideologías véase Martin, Seliger,
Ideology and politics, op. cit., pp. 102-108.
31
encontramos -aunque no siempre en estado puro- teorías políticas, principios éticos que
prescriben objetivos y pautas de razonamiento peculiares que proceden de la tradición. Tres
elementos fundamentales que pueden abstraerse de la ideologías: la teoría, los principios y las
tradiciones culturales. Pues bien, la clave a nuestro entender para comprender una ideología en
concreto consiste en interrelacionar estos elementos, en analizar cómo los cambios en cualquiera
de ellos producen un ajustamiento del conjunto. Así, para entender el cambio ideológico de la
izquierda en la transición, la renuncia por ejemplo de objetivos tales como una ruptura
democrática que diera pie a la construcción en España de una democracia avanzada hay que
comprender los análisis teóricos acerca de la correlación de fuerzas del momento o acerca del
hipotético grado de respaldo social que habría para ello, acerca en última instancia de
posibilidades materiales que sondea la teoría. Y para comprender estos análisis teóricos resulta
fundamental comprender algunas de las premisas con las que operan estas concepciones, sus
prácticas argumentales habituales, su relación con el acervo intelectual de su tradición, etc. Pero
si esto será así en algún caso, serán más frecuentes los recorridos inversos, aquellos en los que
primero venga la sustitución de objetivos más ambiciosos por otros más pragmáticos y luego la
racionalización teórica de ese viraje de acuerdo con las posibilidad argumentales y la búsqueda
de criterios de autoridad en la propia tradición intelectual38
.
I.4.1. Ideología y teoría: cientificismo y “conciencia tecnocrática”.
No pocos han sido los partidarios de establecer un corte epistemológico entre teoría e
ideología39
. Desde esta perspectiva, la primera se caracterizaría por ser descriptiva, explicativa,
positiva e informativa, mientras que la segunda destacaría por su dimensión propositiva,
valorativa, normativa y preformativa. Los partidarios de este corte epistemológico han terminado
transponiendo la oposición entre teoría e ideología en una oposición entre ciencia e ideología,
donde la primera representaría la dimensión analítica de la cultura y la segunda su dimensión
apologética. Un clásico de esta disociación fue el pensador Alemán Max Weber, que en La
ciencia como profesión y La política como profesión estableció una distinción precisa en lo que a
38
Este fenómeno de racionalización será frecuente, como veremos, durante toda la transición por parte de la
izquierda. Los debates que centran nuestra atención sobre el abandono del leninismo y la renuncia al marxismo o la
justificación de los Pactos de la Moncloa serán, como veremos, buenos ejemplos de ello. 39
Un defensor concienzudo del corte epistemológico fue el filósofo francés Louis Althusser. Un ejemplo de la
rotundidad con que afirmaba este corte puede verse en Louis Althusser, “Práctica teórica y lucha ideológica”, en La
filosofía como arma .... op. cit. pp. 23 y 24.
32
las funciones de cada una de ellas se refiere. Según Weber la ciencia - dentro de la cual incluía a
la Historia, la Sociología, la Economía política y la Teoría del Estado - se basaría en el cálculo y
en la posibilidad de establecer previsiones, aportaría el método necesario para ponderar lo que
materialmente se puede hacer y nos ayudaría en su aplicación técnica a hacerlo. La política, por
el contrario, se encargaría no ya de responder a la pregunta sobre qué podemos hacer y cómo
podemos hacerlo, cometido como se ha dicho de la ciencia, sino a las preguntas qué debemos
hacer y cómo debemos hacerlo40
.
En el mismo sentido, Louis Althusser planteó que la ideología no es ni siquiera una forma
de conocimiento inferior al de ciencia, porque en sentido estricto no representa ninguna forma de
conocimiento teórico. La teoría es una construcción cultural que se basa en hipótesis que pueden
ser falsadas, mientras que un pronunciamiento ideológico es algo que no podría falsarse41
. Desde
esta perspectiva una pausada afirmación de Jordi Solé Tura en, pongamos por caso, una
conferencia en enero de 1979 diciendo que España acaba de constituirse en una Monarquía
Constitucional sería un enunciado teórico susceptible de ser falsado, mientras que una acalorada
intervención asamblearia de un militante del PSUC ese mismo mes diciendo que el partido
debería defender públicamente la constitución en España de una República, sería algo imposible
de falsar. De lo primero se podría decir si es verdadero o falso, sobre lo segundo sería absurdo
pronunciarse en esos términos. Desde este enfoque lo primero sería conocimiento teórico y lo
segundo simplemente ideología. Desde este enfoque el primero, con independencia del contexto,
su intencionalidad u otras circunstancias, estaría haciendo poco más o menos que ciencia, ciencia
política en este caso, y el segundo simplemente política o más bien simple ideología.
Menos taxativo se expresó al respecto Manuel Sacristán en el prólogo a una obra de
Engels que trataba precisamente sobre el lugar de la ciencia en el marxismo, El Antidhüring. Para
Sacristán la ciencia no es la única forma racional de conocimiento, y las concepciones del mundo
son también formas de conocimiento, aunque diferentes, por supuesto, del conocimiento positivo.
El conocimiento positivo moderno se caracterizaría entre otras cosas por su intersubjetividad y
por su metodología analítica - reductiva. En virtud de lo primero, todas las personas que
entienden el código de formulación de hipótesis pueden falsarlas o verificarlas empíricamente o a
partir de una argumentación analítica (deductiva o inductiva-probabilitaria). En virtud de lo
40
Max Weber, La ciencia como profesión. La política como profesión, Madrid, Espasa, 2001, pp. 72-80. 41
Louis Althusser, “Práctica teórica y lucha ideológica”, en La filosofía como arma .... op. cit. pp. 56-57.
33
segundo, se emiten enunciados generales llamados leyes que dan cuenta de fenómenos complejos
a partir de unos mismos factores naturales más o menos homogéneos42
. Frente a esto
concepciones del mundo como el marxismo (ideologías diríamos nosotros), que no son formas de
conocimiento en el sentido positivo moderno, pueden dar cuenta racionalmente de la realidad de
otra manera. Pueden, como es la aspiración del marxismo, analizar, en virtud de su vertiente
dialéctica, formaciones históricas particulares, presentes históricos delimitados, cuya evolución
no es susceptible de traducirse en leyes generales, pero que para comprenderlas en algunos de sus
aspectos necesitan también de la ciencia positiva43
.
Sin embargo estos mismos autores clásicos que de una forma u otra han delineado la
frontera entre teoría e ideología se han preguntado igualmente por la relación entre ambas, por la
porosidad que se advierte precisamente en esa frontera. El mismo Max Weber planteó la
conveniencia de una cooperación entre ciencia y política. Según el sociólogo alemán la elección
deseablemente autónoma de valores es algo sobre lo que la ciencia no debe pronunciarse, pero sí
es cierto que ésta puede señalar los efectos que se podrían derivar de regirse por unos u otros
principios, algo de suma importancia cuando de elegir principios de orientación de la acción se
trata. Desde esta perspectiva la ciencia puede y debe funcionar, sin menoscabo de su autonomía,
como una disciplina auxiliar de la política.44
No obstante, Weber advirtió también de la
posibilidad de que la ciencia funcionara no ya como conveniente sostén de la política, sino del
riesgo de que la ciencia misma reemplazara por completo a la política, de que las elecciones en
torno a formas de organización social se adoptaran en función del cálculo científico45
.
Por su parte, Manuel Sacristán vino a plantear la extraordinaria capacidad que las
concepciones del mundo tienen a la hora de orientar la investigación científica, en la medida, por
ejemplo, que son las preferencias políticas las que determinan generalmente que se investigue
una cosa y no otra. A este respecto Sacristán denunció que quienes afirman, desde su ilusión
positivista, que su quehacer científico es inmune a cualquier concepción del mundo con
frecuencia se someten, aun sin pretenderlo, a la concepción del mundo vigente, “tanto más
peligrosa cuanto que no reconocida como tal”46
.
42
Manuel Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Düring”, op. cit., pp. 30-31. 43
Manuel Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Düring”, op. cit, pp. 37 y 38. 44
Max Weber, La ciencia como profesión... op. cit., pp. 80- 86. 45
Max Weber, La ciencia como profesión... op. cit., pp. 66-68. 46
Manuel Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Düring”, op. cit., p. 33.
34
Pero han sido los pensadores de la escuela de Frankfurt, con Jürgen Habermas a la cabeza,
quienes mejor han analizado este proceso de reemplazo de la ideología por la ciencia, esa
transfiguración de la ciencia en ideología e incluso en ideología dominante. En este sentido con el
concepto de “conciencia tecnocrática” Habermas ha venido a referirse precisamente a esa
ideología que explícita o implícitamente viene postulando que los problemas morales y políticos
son cuestiones técnicas resolubles por el cálculo de expertos47
.
Pues bien, todo esto viene al caso porque uno de los indicadores del cambio ideológico de
la izquierda durante la transición será la asunción progresiva de una conciencia tecnocrática en su
pensamiento fáctico y a veces hasta tácito. El caso del PSOE es el más elocuente de lo que
hablamos. A medida que los socialistas se vayan acercando al poder los problemas del país
dejarán de expresarse en términos de intereses sociales contrapuestos que exigían la toma de
partido a fin de ser resueltos en uno u otro sentido, y pasarán, por el contrario, a ser concebidos a
modo de problemas cuasi resolubles en virtud de la pericia técnica. El máximo ejemplo de ello lo
tenemos en el concepto de Modernización que el PSOE situará como punta de lanza de su futura
acción de gobierno en las elecciones del 82. Un concepto en gran medida reductible en su
contenido al progreso técnico-material que se vivía en Europa, sin mayores consideraciones
acerca de sus posibles destinatarios preferentes de clase. La “desideologización” que durante la
transición experimentará una parte de la izquierda se dejará sentir en forma de desencanto y
salida postmoderna, pero también en la reconversión a esa nueva ideología tecnocrática
enarbolada por destacados dirigentes del PSOE.
Con independencia de estos debates, lo cierto es que la distinción taxativa entre teoría e
ideología viene perdiendo fuelle en la últimas décadas. Desde la nueva historia política de la
Escuela de Cambridge y su traducción española en la Historia de los conceptos se viene
planteando que la persuasión, la retórica, la intencionalidad encubierta o el recurso a nociones
valorativas están de sobra presentes en los trabajos teóricos de los teóricos de la política. En este
sentido se ha expresado, por ejemplo, Javier Fernández Sebastián, uno de los introductores en
España de estas nuevas tendencias:
47
Jürgen Habermas, Ciencia y Técnica como “ideología”, Madrid, Tecnos, 1986.
35
Por mucho que a menudo los grandes autores pretendan situarse en un terreno intemporal y exquisitamente
neutro, puramente científico y descriptivo, los conceptos políticos que utilizan son tan normativos,
contestables, contingentes y controvertidos como los que aparecen todos los días en las querellas
interpatidarias de nuestras democracias liberales48.
Como tendremos ocasión de comprobar en el capítulo sobre la contribución de los
intelectuales del PCE y el PSOE los estudios económicos, las investigaciones sociológicas o los
análisis de coyuntura que estos publicaron en revistas teóricas como Leviatán, Zona Abierta,
Sistema, Nuestra Bandera, Materiales o Viejo Topo estarán transidos por juicios de valor,
preferencias personales o motivaciones encubiertas destinadas a legitimar unas posiciones u otras
de partido. Los análisis teóricos lejos de desarrollarse en un espacio intemporal y aséptico estarán
más que sujetos a intereses de coyuntura.
El reemplazo de la política por la ciencia en el pensamiento de la izquierda no sólo ha
corrido a cargo de la perspectiva tecnocrática antes descrita, no sólo ha venido de la mano de las
corrientes moderadoras y social-liberales de sus partidos más representativos. El reemplazo de la
política - y más concretamente de la dimensión moral de la política, de aquella que fundamenta
los objetivos a perseguir, de aquella que prefigura metas, de aquella que sanciona programas de
acción – por la ciencia o pseudociencia ha venido también de la mano de las visiones teoricistas,
mecanicistas y cientificistas muy arraigas en la tradición del marxismo. Desde estas perspectivas
el socialismo se ha entendido no ya como una meta a alcanzar, sino como un final prescrito en la
lógica de las sociedades. Desde esta perspectiva el socialismo no sería un proyecto por construir,
sino un advenimiento científicamente deducible de la dialéctica de la historia. Desde esta
perspectiva la práctica de la izquierda no consistiría en fijar moralmente un objetivo a alcanzar y
recurrir al conocimiento científico para ir determinado al calor de las luchas cotidianas las
posibilidades de aproximación a él. Desde esta perspectiva la práctica de la izquierda consistiría
en deducir científicamente la ineluctabilidad del socialismo y ordenar consecuentemente la
acción en el sentido que marca el viento favorable de la historia. Desde esta perspectiva se
produce lo que Javier Muguerza ha denominado como la ya clásica confusión en el marxismo
entre pronósticos y programas, entre pronósticos acerca de lo que sucederá en el futuro y
48
Javier Fernández Sebastián, “Textos, conceptos y discursos políticos...”, op. cit., p. 138.
36
programas de acción orientados a construirlo, entre psudociencia prospectiva y política
transformadora49
.
Pues bien, esta confusión estará latente en muchos planteamientos de dirigentes y
militantes de la izquierda en la transición. Una acusación muy socorrida y formulada con cierta
autosuficiencia, bien a la dirección del PCE, bien a la del PSOE, por quienes se opongan a sus
respectivos procesos de moderación será la de que estas direcciones estaban volviendo la espalda
con su actitud al “avance imparable del proletariado”, si acaso no ralentizando semejante
progreso. Y una acusación muy socorrida, bien contra la dirección del PCE, bien contra la
dirección del PSOE, por parte de quienes se opongan al abandono del leninismo, en el primer
caso, y al abandono del marxismo, en el segundo, será la de que estas direcciones estaban
abandonando con ello la brújula que marcaba precisamente el camino predeterminado del
proletariado al socialismo, la de que estaban abandonando con ello la “ciencia misma de la
revolución”50
.
Una confusión parecida aunque menos evidente entre pronósticos y programas, entre
ciencia y política, traspasará a las grandes propuestas gradualistas y legalistas de transición al
socialismo que harán su apogeo en la transición española, a la denominada estrategia
eurocomunista del PCE, especialmente, y a la propuesta también de socialismo revolucionario del
PSOE de los primeros años. Centrándonos ahora en el eurocomunismo, éste será, como
tendremos ocasión de analizar, una propuesta estratégica de transición gradual al socialismo. El
eurocomunismo planteará la posibilidad de llegar al socialismo a través de fases ordenadas e
insalvables, en cada una de las cuales se irían gestando las condiciones necesarias para enlazar de
manera irreversible y no traumática con la siguiente51
. Desde esta lógica los rasgos constitutivos
de cada una de las etapas podrían deducirse de manera aproximada al estar prefigurados en la
anterior, y así sucesivamente se podría llegar a predefinir incluso los rasgo del socialismo futuro,
para el que el eurocomunismo aventuraba ya un sistema político compatible con las principales
49
Javier Muguerza, Desde la perplejidad (Ensayos sobre la ética, la razón y el diálogo), Madrid, Fondo de Cultura
Económica, 1990, p. 387. 50
De hecho en el capítulo 4 relativo al debate ideológico en las bases veremos que esta fue una razón que con
insistencia movilizaron los detractores del abandono del leninismo y el marxismo. 51
El análisis de la estratégica del eurocomunismo la desarrollaremos en el Capítulo 2. La propuesta quedó
sintetizada por uno de sus principales promotores en Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, Barcelona, Crítica,
1977. Para hacerse una visón de conjunto sobre la propuesta de transición constitucional al socialismo véase también
VV. AA., Vías democráticas al socialismo, Madrid, Ayuso, 1981. No obstante será en el Capítulo 2 en el que
expondremos la bibliografía sobre el tema y los numerosos escritos en los que se sustanció esta propuesta.
37
instituciones liberales del momento. Desde esta lógica la existencia futura del socialismo, e
incluso una parte sustancial de su morfología, podrían deducirse a partir del análisis de las
potencialidades de las etapas precedentes, que remitían en última instancia al presente desde el
cual se hacía la previsión. De este modo el socialismo quedará también difuminado como
propósito moral para quedar en cierta forma reducido a un supuesto resultado consecuente de la
disposición gradual, primero en la mente y luego en la práctica, de etapas predefinibles y hacia él
orientadas. Esa confusión entre objetivos morales y pronósticos científicos en el eurocomunismo
la denunciará de manera penetrante el filósofo Manuel Sacristán planteando que
lo científico es saber que un ideal es un objetivo, no el presunto resultado falsamente deducido de una
cadena pseudo-científica de previsiones estratégicas. Lo científico es asegurarse de la posibilidad de un
ideal, no el empeño irracional de demostrar su existencia futura52
.
I.4.2. Ideología y sistema de valores.
Pero, cómo fija la izquierda estos principios y cómo se relaciona con sus concepciones
morales. Para la propia izquierda, al menos para la izquierda de tradición marxista, la
determinación de principios morales y la tipificación de objetivos moralmente fundamentados
necesita del concurso de la teoría, de una comprensión racional y articulada de la realidad. Para la
propia izquierda la relación entre ciencia y ética, entre conocimientos y objetivos a perseguir,
debe ser una relación dialéctica equilibrada y permanente. Desde esta perspectiva se reclama, por
tanto, una articulación armoniosa de los elementos que se dan cita en una concepción del mundo,
en una ideología. Esto es algo que, por ejemplo, expresó con lucidez y elegancia Manuel
Sacristán:
Las ideas morales sólo tienen verdadero sentido si contienen una crítica racionalmente justificada de la
realidad con que se enfrentan, si su contenido significa futura realidad previsible, y si se insertan en el
marco de una concepción del mundo que sobre una base científica, sea capaz de explicar primero y
organizar después la realización de aquellos contenidos53
.
52
Manuel Sacristán, "A propósito del Eurocomunismo", en Manuel Sacristán, Intervenciones Políticas. Panfletos y
Materiales III, Barcelona, Icaria, 1985, p. 205. 53
Manuel Sacristán, “La tarea de Engels en el Anti-Dühring”, op. cit., p. 27.
38
Pero esta articulación armoniosa no siempre suele darse en la práctica. En el caso
concreto de la transición las relaciones entre estos elementos integrantes de la ideología, entre la
teoría y los valores que fundamentan objetivos, serán poco nítidas y para nada armoniosas. En lo
que se refiere a los principios, la casuística será variada. Como tendremos ocasión de comprobar,
en los partidos de la izquierda de la transición se invocarán preceptos abstractos que condenaban
a una práctica inviable, se invocarán preceptos abstractos por otras razones que irán más allá de
los deseos de materializarlos y se descartarán también preceptos tradicionales por la creencia, o
so pretexto, de su imposibilidad de concreción. En los primeros momentos de la transición habrá
mucha declaración retórica, mucha apelación a valores supremos que no tendrán correspondencia
con la acción política, mucha entonación de principios abstractos que no se sabrá cómo traducir
en una práctica política concreta. En aquellos años se pondrá de manifiesto la dificultad de una
parte de la izquierda a la hora de atenerse a un concepción materialista de sus propios principios:
a la hora de enraizar esos principios en la realidad justificando racionalmente su posibilidad de
realización práctica. Pero también la apelación a preceptos morales, a principios fundamentales
se hará, más allá de la creencia en esos preceptos y principios, con una intencionalidad táctica. La
proclamación de preceptos servirá, como veremos, para conformar identidades temporales más
funcionales para los intereses del momento. Finalmente el abandono de algunos objetivos, la
desestimación de principios, será también resultado de la creencia de su imposibilidad de
materialización. No obstante, serán más frecuentes aquellos casos en los que se proclamará la
inviabilidad de proyectos más ambiciosos para legitimar la consecución de otros más factibles,
más cómodos y más gratificantes para quienes encabecen las formaciones políticas.
Efectivamente, los principios funcionan de maneras muy diversas y casi siempre
problemática en el seno de los partidos. En este sentido, los principios funcionan a veces como
verdaderos preceptos inviolables que deben ser observados por encima de cualquier circunstancia
que invite a su revisión, como códigos normativos que prescriben su actuación con independencia
de coyunturas y cambios contextuales. La praxis que exige esta concepción responde a lo que
Max Weber denominó “la ética de los principios”, contraria, por otra parte, a lo que el sociólogo
alemán caracterizó como “la ética de la responsabilidad”54
. Esta actitud tiene su contrafigura en el
pragmatismo desaforado, para el que los principios ideológicos resultan prescindibles siempre
que dificulten la consecución de propósitos no reconocidos doctrinariamente, pero ambicionados
54
Max Weber, La política como profesión, op, cit., p. 149-160.
39
por quienes patentan la capacidad de decisión del partido. La ideología, en su dimensión ética,
cumple así funciones subsidiarias que no deben contaminar la praxis política. Cuando aquella
paraliza el desenvolvimiento de ésta, se revisa, se depura o se desecha.
La izquierda española se moverá durante el tardofranquismo y la transición en esta
casuística variada, pero si habrá un fenómeno digno de mención será el de la trayectoria diseñada
por algunos sectores, que en muy poco tiempo pasarán de esa “ética de los principios” a un
pragmatismo desaforado sin apenas solución de continuidad. El caso más significativo al respecto
será el de destacados sectores del PSOE, que pasarán del discurso marcadamente moralizante del
tardofranquismo al pragmático discurso de la gestión gubernamental. Como tendremos ocasión
de comprobar, entre las furibundas proclamas “antiimperialistas” de mediados de los setenta y las
comedidas apelaciones a los “intereses de Estado” para justificar la permanencia de España en la
OTAN a mediados de la primera legislatura mediará un abismo que se salvará sin mayores
reparos.
I.4.3. Ideología y tradición cultural: pautas de pensamiento y relación con los clásicos.
Finalmente otro componente habitual en las ideologías son sus prácticas argumentales
socorridas, sus formas pautadas de pensamiento, los lugares comunes a los que se acude a la hora
de dar cuenta de una realidad determinada o justificar una propuesta en particular, sus modos
ritualizados de razonamiento, los estilos recurrentes de justificación teórica de los
planteamientos. En los colectivos políticos cerrados -y los partidos funcionan con frecuencia
como tales- suele producirse un contagio en las formas de razonar, un estilo corporativo en las
argumentaciones, donde muchas veces se asienta, más allá de los contenidos y de los proyectos
compartidos, la propia identidad de grupo. Estas formas pautadas de razonamiento hunden sobre
todo sus raíces en la propia tradición cultural e intelectual de los partidos, en la relación que
asumen con respecto a su pasado.
De estas relaciones, de las de los partidos con respecto a su legado cultural, al calor eso sí,
de las circunstancias presentes, trata especialmente este trabajo: de la relación que un momento
dado mantendrá el PCE con respecto al leninismo y de la que en otro momento mantendrá el
PSOE con respecto al marxismo. Dos debates en los que se pondrán de manifiesto con
40
extraordinaria nitidez las distintas formas que los partidos tienen de insertarse en su tradición
intelectual. Dos debates en los que se evidenciarán las muchas formas en que la izquierda puede
dialogar con sus clásicos. ¿Qué representarán en este sentido para dirigentes, militantes de base e
intelectuales del PSOE y el PCE respectivamente las figuras de Marx o Lenin? ¿Autoridad
infalible, objeto de culto, figura fundacional, icono sentimental, persona ejemplar, fuente de
inspiración, referente caduco, lastre intelectual, cotraejemplo moral? Efectivamente, de todas
estas consideraciones y de todos estos tratamientos serán objeto en el PSOE y el PCE de la
transición sendos personajes: Marx y Lenin. El primero, intelectual influyente y activista político
del siglo XIX, el segundo, revolucionario triunfal en la Rusia de la primera mitad del siglo XX.
Dos personajes remotos en el tiempo y lejanos en el espacio que ocuparán, sin embargo, el centro
de los debates de la izquierda en la España de 1978 y 1979, o que servirán de pretexto para hablar
indirectamente de las políticas a seguir en esos momentos. Dos referentes, dos recursos de
autoridad, dos objetos arrojadizos en la batalla ideológica de la izquierda en la transición.
Una forma de relacionarse con los clásicos, tanto por parte de sus detractores como por
parte de sus partidarios, radica en concebirlos no ya como autores de una concepción del mundo,
sino considerarlos como autores de las teorías científico - positivas que elaboraron desde el
marco general de esa concepción o ideología. Así considerado el clásico se vuelve objeto de
rechazo entre quienes consideran que sus tesis han caducado, u objeto de culto entre quienes de
manera testaruda no dejan de afirmar que el clásico sigue teniendo razón y se ha anticipando
científicamente en el pasado a todo lo que está ocurriendo en ese momento. Así considerado,
Marx se volverá en el caso concreto del XXVIII congreso del PSOE objeto de rechazo entre
quienes impugnen, por ejemplo, la tesis de la “pauperización progresiva de los trabajadores en
occidente”, la simplificación progresiva de las clases sociales o algunos planteamientos de la
“teoría del valor”. Así considerado, Lenin se volverá en el caso concreto del IX Congreso del
PCE objeto de rechazo entre quienes afirmen la caducidad de la teoría leninista del “eslabón más
débil”, la obsolescencia de la propuesta de “alianza obrera y campesina” o la inviabilidad de la
propuesta de “reconversión de la Guerra imperialista entre Estados en una guerra civil
revolucionaria”. Para quienes la vigencia de esos análisis o la viabilidad de esos recetarios de
41
acción estén fuera de toda duda estos autores seguirán siendo la brújula del movimiento obrero, la
“ciencia misma de la revolución”55
.
Otra forma de relacionarse con los clásicos radica en concebirlos como autores de un
método de análisis de la realidad, sustancialmente válido para unos e irrelevante para otros.
Desde el primer punto de vista Marx sería el padre de la concepción materialista y dialéctica de la
sociedad, de ese método de análisis que pone el acento en la motilidad continua de la realidad, en
sus orientación por el duelo de contrarios, en la necesidad de recurrir a factores inmanentes para
explicar todo ello y en la necesidad de relacionar lo concreto con lo general para comprender esas
dinámicas. Desde un punto de vista parecido Lenin habría refinado la metodología anterior con su
aportación sintetizada en la máxima del “análisis concreto de la situación concreta”; es decir, con
el llamamiento en pro de un análisis de las situaciones particulares desde su globalidad y
atendiendo a su carácter cambiante, pero un análisis tamizado siempre por una conciencia certera
de la correlación fuerzas y por la adhesión a los objetivos revolucionarios últimos. Pero Marx y
Lenin no son objeto de esta consideración por parte de toda la izquierda. También hay sectores
que o bien restan mérito o interés a su aportación metodológica o, reconociendo su valía, no
entienden necesario proclamarse por ello marxista o leninista, según el caso. Y ésta será una de
las formas en que se expresen los debates a propósito de la afirmación o negación del marxismo
en el PSOE y del leninismo en el PCE. Habrá quienes justifiquen la definición marxista o
leninista, según el caso, aduciendo la valía de la aportación metodológica de sendos autores, pero
habrá también quienes rechacen sendas definiciones planteando que las aportaciones
metodológicas no son suficientes para definirse a partir de sus autores56
.
Otra forma de relacionarse con los clásicos radica en respaldar o rechazar su concepción
del mundo, atendiendo a los objetivos políticos que prescribe, a los proyectos de cambio que
propone. Desde esta perspectiva declararse marxista no consistiría en secundar tal o cual tesis de
Marx, ni siquiera su propio método de análisis, sino en un ejercicio expreso de afirmación
socialista. Desde esta perspectiva declararse leninista no consistiría en secundar tal o cual
propuesta de acción de Lenin, ni tampoco su refinado método de análisis, sino en un ejercicio de
55
Como veremos por ejemplo en el debate de los intelectuales en el Capítulo III una de las razones más movilizadas
para justificar el abandono del leninismo y la renuncia al marxismo será la de la caducidad de los análisis y
predicciones de estos autores. 56
De igual modo tanto en el apartado de los dirigentes como en los capítulos de los intelectuales y los militantes
comprobaremos que la adhesión o el rechazo al marxismo o al leninismo también se dará por la valoración que se
haga de sus respectivas contribuciones metodológicas.
42
afirmación revolucionaria para evitar confusiones con la actitud reformista de la
socialdemocracia clásica. Por el contrario desde esta misma perspectiva se desestima el marxismo
o el leninismo bien porque ya no se persiguen estos objetivos o bien porque se considera que sin
renunciar a ellos conviene quitarse de encima por otros motivos a quienes los afirmaron
primigeniamente, lo cual nos remite al siguiente punto57
.
Por último, otra forma más de relacionarse con los clásicos es a partir de la valoración del
impacto histórico de sus planteamientos. Así, por ejemplo, algunos detractores del marxismo
consideran que las tesis de Marx son responsables de una tradición que quedaría reducida a los
autoritarios sistemas del Este. Así, para algunos detractores del leninismo, Lenin sería
responsable de la pesadilla del estalinismo. Frente a esto, o bien se niega la condición macabra de
estos hechos, o bien se desresponsabiliza de ellos a Lenin o a Marx según el caso, o bien se les
hace también responsables intelectuales de hechos más honrosos de la tradición de la izquierda58
.
Como veremos, todas estas serán las consideraciones que se hagan sobre los clásicos en
cuestión, Marx y Lenin, en los casos que centran particularmente nuestro interés, el IX Congreso
del PCE de 1978 y el XXVIII Congreso y el Congreso Extraordinario del PSOE de 1979. Todas
estas formas de relacionase con la tradición intelectual serán ejercitadas por la izquierda durante
la transición.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que cuando entonces se habló de Marx o de Lenin sólo
se estaba hablando de Marx o de Lenin. Del mismo modo que sería ingenuo pensar que esos
fueron exclusivamente los motivos por los cuales se desestimó el leninismo en un caso y el
marxismo en otro. Tanto es así que en algunos casos estos motivos no fueron sino pretextos,
justificaciones de una decisión que respondía a reflexiones menos doctrinarias, a intereses
pragmáticos más inmediatos, a propósitos atados a la coyuntura. Efectivamente, las decisiones de
abandonar el leninismo y de renunciar al marxismo se harán desde la agitada situación política de
la transición. Lenin y Marx serán también iconos que sacrificar públicamente en el altar solemne
de un congreso, gestos con los que proyectar una nueva imagen más útil para los proyectos
inmediatos de la transición. La mirada sobre la tradición estará así más que condicionada por las
57
También estas fueron razones movilizadas en todos los casos. 58
Como veremos en los capítulos III y IV todas estas consideraciones estuvieron también presentes en los debates
entre dirigentes, intelectuales y bases.
43
urgencias del presente, por los imperativos inmediatos, por las intenciones inminentes. Será en
ese clima convulso y en apenas unos meses en los que tanto el PCE como el PSOE decidan
desprenderse o distanciarse de tradiciones de recorrido más o menos largo.
Habrá además un fenómeno curioso en estos procesos de revisión doctrinaria en el que
insistiremos. Tanto los partidarios del marxismo o del leninismo (algo lógico) como los
detractores de una doctrina u otra (algo más llamativo) apuntalarán sus posiciones con
aportaciones de Marx o de Lenin. Efectivamente, tanto en el caso del PSOE como en el del PCE
los promotores de la renuncia y el abandono utilizarán tesis de Marx y Lenin para justificar esa
renuncia y ese abandono. Tanto en un caso como en otro se planteará que eran las propias
enseñanzas de Marx o las de Lenin las que invitaban a renunciar o abandonar el marxismo o el
leninismo. Es más, nunca en toda la transición se escuchará de la boca de los dirigentes del PCE
o del PSOE elogios más excelsos a Marx y a Lenin, nunca en toda la transición se escucharán
panegíricos semejantes a Marx y a Lenin como cuando esos dirigentes propongan,
respectivamente, la renuncia al marxismo o el abandono del leninismo59
. Las razones que
explican esto tienen que ver precisamente con lo que venimos hablando: con las pautas
argumentales generalizadas entre gran parte de la izquierda, con formas de razonamiento
heredadas de su tradición intelectual. En este sentido, una pauta de razonamiento ha sido más que
socorrida en la trayectoria de la izquierda: la apelación constante al criterio de autoridad. Tanto
en la tradición socialista como en la tradición estrictamente leninista se instauró como costumbre,
como práctica argumental casi obligada, avalar los análisis de circunstancia o las propuestas de
acción con citas de los clásicos del socialismo. Y en la trayectoria reciente de los socialistas y los
comunistas de la transición se impondrá como costumbre, como inercia, como pauta socorrida,
situar cualquier teorización bajo el patronazgo intelectual de Marx o de Lenin. Es más, se
impondrá también la costumbre de buscar la coincidencia formal de las nuevos planteamientos
con las teorías de Marx o Lenin, por poco que tengan que ver en lo que a sus contenidos reales se
refiere. Como veremos, en los acalorados debates de la transición, sobre todo en los primeros
años, se podrán decir cosas distintas (e incluso contradictorias) a las dichas por Marx o Lenin,
pero habrá que barnizarlas con su lenguaje y refrendarlas con una forzada cita de estos clásicos
donde se sugiriera algo mínimamente parecido.
59
También tendremos ocasión de comprobarlo en el capítulo III y IV.
44
Con estos precedentes no resultará extraño que los dirigentes socialistas y comunistas
utilicen en los casos que nos ocupan ese mismo recurso, aunque sea paradójicamente para
desestimar a las mismas figuras con las que legitimen esa iniciativa. No resultará extraño que
utilicen esos mismos recursos para seducir a un auditorio que se había habituado a argumentar de
esa manera. El criterio de autoridad de Marx y Lenin pesará tanto que sólo desde ellos mismos se
podrá justificar su desestimación. Los esquemas de pensamiento que inviten a desembarazarse de
Marx y Lenin estarán ya en la mente de quienes les habían rendido durante muchos años pleitesía
intelectual. Los dirigentes promotores del abandono y la renuncia sabrán explotar esto con suma
habilidad. González y Carrillo se convertirán por unos días en los máximos exegetas de las obras
de Marx y Lenin. La apelación a su criterio de autoridad a nivel intelectual tendrá además como
correlato práctico el culto a la personalidad de ambas figuras. Durantes unos días González y
Carrillo se convertirán también en los máximos apologistas de Marx y Lenin. El sacrificio se hará
con todos los honores60
.
I.5. La batalla de las ideas: confrontación, consenso y cooptación.
Hasta ahora nos hemos venido refiriendo de manera genérica a las ideologías, con
alusiones constantes a las ideologías políticas del PCE y el PSOE. Sin embargo, hasta ahora no
hemos señalado una característica de las ideologías de la izquierda: que estas suelen ser, en
principio, ideologías de oposición frente a las ideologías vigentes, ideologías alternativas frente a
las ideologías hegemónicas. Las diferencias entre estos dos tipos ideales de ideología (la realidad
es mucho más borrosa) son múltiples. Las diferencias se ponen particularmente de manifiesto
atendiendo al respaldo social del que gozan, a los mecanismos de seducción que despliegan y a
las actitudes que mantienen con respecto a sus contrarias. Las ideologías hegemónicas tienen un
respaldo mayoritario y son interiorizadas como hábito, que diría Pierre Bourdieu, por los
ciudadanos61
. Las ideologías hegemónicas se orienta a la perpetuación y legitimación del poder y
para ello su recurso habitual suele ser la reificación o naturalización de un orden social dado. Por
el contrario, las ideologías de oposición son minoritarias y más costosas de sostener para los
60
Como veremos fueron numerosos los casos en los que los promotores del abandono del leninismo o de la renuncia
al marxismo trataron de justificar su propuesta en homenaje a estos clásicos. Las intervenciones en plenario de
González en el XXVIII Congreso o la de Simón Sánchez montero en el IX serán, como veremos, algunos de los
casos más llamativos. 61
Sobre la noción de habitus véase Pierre Bourdieu, La distinción... op. cit., 1998. pp. 169-174.
45
individuos, inspiran y legitiman una acción orientada a la transformación y al cambio y prima en
ellas la dimensión utópica, entendida ésta como búsqueda en el futuro de la posibilidad de
solución de un presente con el que se muestran inconformes.
Las ideologías hegemónicas, tomadas como tipos ideales, operan de la siguiente forma.
Desde su posición de dominio simbólico procuran volverse autoevidentes, identificarse con el
sentido común, universalizarse, borrar el rastro que las remiten a unos intereses sociales
particulares. Se trata de concepciones ligadas al poder y como tales su función básica es la
reificación de la vida social, su deshistorización, su consideración implícita como un producto
natural y no construido, espontáneo y no interesado62
. La extraordinaria penetración de las
ideologías del poder entre la sociedad es algo que nos explicó magistralmente Antonio Gramsci y
ha perfilado más recientemente Pierre Bordieu63
. Su influencia radica en establecer pautas
morales, culturales e intelectuales diseminándose por el entramado de la vida social,
naturalizándose como hábito, costumbre o práctica espontánea. Por otra parte, su actitud hacia las
ideologías de oposición que pueden desafiarla comprende generalmente la siguiente tríada:
criminalización, ridiculización o ignorancia. De estas tres suele ser esta última la más socorrida.
Como ha señalado Bordieu es el manto de silencio con el que cubre las versiones discrepantes su
mejor forma de reproducción. Según el sociólogo francés las ideologías dominantes no arremeten
tanto contra las ideas alternativas como las arrojan fuera de los límites de lo pensable64
. En el
capítulo sobre los medios de comunicación veremos cómo las ideas alternativas, por lo pronto al
curso que estaba siguiendo la transición, serán objeto de criminalización o de parodia en la prensa
de masas, uno de los principales canales de reproducción de las ideologías hegemónicas. Pero
será la construcción sutil, aunque implacable, de unos límites a lo políticamente expresable en la
época del consenso lo que sitúe fuera de juego o en posición marginal los discursos discrepantes
con el proceso65
.
Por su parte, las ideologías de oposición tienen en principio una dimensión
fundamentalmente utópica, en el sentido que Ernst Bloch dio a esta expresión66
. Hay en ellas un
62
Terry Eagleton, La ideología..., op. cit., pp. 87-91. 63
La obra de Pierre Bourdieu, La distinción..., op. cit., es quizá el trabajo en el que analiza estos sutiles mecanismos
de manera más acabada. 64
Pierre Bourdie, La distinción..., op. cit. pp. 481-485. 65
El análisis que realizamos en el capítulo 5 sobre la cobertura que recibieron los discursos de la izquierda en la
prensa de masas pone de manifiesto el desarrollo de todas estas estrategias 66
Ernst Bloch, El principio esperanza, Madrid, Trotta, 2004.
46
reconocimiento constante de la condición histórica, caduca y cambiante de la realidad, y una
concepción de la sociedad donde lo real se traspone a lo posible, una concepción de la realidad
donde ésta no es idéntica a sí misma, sino que está por hacerse. Su actitud ante las ideologías
dominantes es crítico – desmixtificadora. Procuran desvelarlas subrayando precisamente su
condición histórica, interesada y legitimadora, su dependencia con respecto a unos intereses de
grupo. En su proyección social éstas se perciben, por contraste con las hegemónicas y por su
condición minoritaria, explícitas y evidentes. Si las ideologías hegemónicas se disfrazan de
sentido común, las alternativas resultan estridentes por contraste. En cuanto a sus posibilidades
de difusión, ya Gramsci vino a plantear que consisten en explotar la contradicción entre la visón
transmitida por el poder y la realidad vivida por los comunes; así como en articular la denuncia
de esa contradicción en un discurso discrepante socialmente organizado, es decir, tejido entre la
sociedad civil y no sólo reproducido por medios de difusión ajenos o precarios67
. A este respecto
en la transición se pondrán varias cosas de manifiesto. En primer lugar, la quiebra progresiva de
la dimensión utópica en el pensamiento de la izquierda, sobre todo en el caso del PSOE. En
segundo lugar, la incapacidad de quienes no experimenten tan acusadamente este cambio a la
hora de desarrollar una estrategia de construcción de hegemonía cultural e ideológica entre la
sociedad civil. En cuanto a esto último, en el Capítulo III analizaremos en profundidad las
contradicciones de que fue víctima el PCE a la hora de encarar en el espacio público la batalla de
las ideas.
Vistos los rasgos de estos tipos ideales cabe ahora preguntarse por el pulso que sostienen:
una rivalidad en la que a veces prima la confrontación abierta, pero en otras se prodigan las
transacciones y los consensos. Una rivalidad entre ideologías que, más allá de su expresión ideal,
no son impermeables, sino que suelen interiorizar valores, principios y pautas de razonamiento
del adversario. Tres situaciones suelen producirse en este duelo expreso o latente: la
confrontación, el consenso y las cooptaciones.
67
La noción de hegemonía y algunas orientaciones en torno a su posibilidad de construcción por parte del bloque
histórico emergente atraviesan todo la producción de Gramsci compilada en los Cuadernos de la Cárcel. Véase por
ejemplo una explicación sintética del fenómeno en Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Vol 1: notas sobre
Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado Moderno, México, Juan Pablos ED. 1986, pp. 133-137, o el sentido que
cobra la estrategia de construcción de hegemonía en su relación con el binomio guerra de posiciones – guerra de
movimientos en Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Vol 1: notas sobre Maquiavelo... op. cit, pp. 65-76, o
algunas nociones expresas en torno a la lucha por la conformación de la opinión pública en Antonio Gramsci,
Cuadernos de la Cárcel, Vol 5: pasado y presente, México, Juan Pablos ED, 1986, pp. 197 y 198, o sobre los
instrumentos de que se vale el poder para la construcción de hegemonía Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel,
Vol 5: pasado... op. cit., pp. 215 Y 216.
47
En cuanto a lo primero, es habitual que entre diferentes ideologías se produzca en el
espacio público la colisión abierta de valores y proyectos antagónicos, cuyo resultado no viene
dado, como es obvio, por la fuerza del mejor argumento o la capacidad retórica de persuasión,
sino por la disposición que cada ideología tiene de los instrumentos materiales de reproducción y
difusión de esos valores y proyectos, algo que depende en última instancia de su posición de
poder. Como veremos en el capítulo dedicado a los medios de comunicación, las concepciones
alternativas de la izquierda serán noqueadas en los debates abiertos en el espacio público de la
transición. Y ello, entre otras cosas, por dos razones fundamentales y complementarias: porque el
espacio público pasará a estar buena medida dominado por los medios de comunicación de masas
y porque estos medios de comunicación serán hostiles a los planteamientos alternativos de la
izquierda. La izquierda, con el PCE a la cabeza, había construido a partir de su intervención en
amplios movimientos sociales espacios propios y directos de socialización que resultaban
especialmente receptivos para la difusión ideológica. Durante la transición esos espacios se irán
contrayendo y la influencia de los medios de comunicación de masas se incrementará
progresivamente, sobre todo porque el fin de la censura legal los hará más creíbles. Los medios
se constituirán en gran medida en uno de los cauces preferentes de proyección social de los
planteamientos de los partidos, y esto será especialmente pernicioso para aquellos proyectos que
no coincidan con la línea editorial o con los intereses de los medios. Como veremos la derrota del
sector crítico del PSOE durante la crisis del 79 tendrá que ver también con el tipo de tratamiento
de que serán objeto por parte de los medios de comunicación. Como veremos el declive del PCE
en la transición tendrá que ver con su falta de referentes mediáticos de masas; pero también con
su incapacidad para mantener esos espacios de socialización directa donde se daban formas no
mediadas de difusión de sus planteamientos.
En cuanto a lo segundo, no todo en el pulso que sostienen las concepciones vigentes y las
alternativas es colisión abierta. En ocasionas también se produce el trueque, la negociación, el
acuerdo, la búsqueda de espacios de coincidencia, el común denominador, el consenso. Esto suele
suceder en momentos de excepcionalidad política en los que diferentes opciones asumen, aunque
sea de manera coyuntural, un proyecto común que debe ser legitimado ideológicamente. Y esto
será lo que suceda precisamente en la etapa central de la transición, no en vano caracterizada
como la etapa del consenso. La apuesta práctica de las elites de los partidos por una política de
concertación tendrá su correlato ideológico en la improvisación de un discurso político de
48
consenso que racionalizará y legitimará los acuerdos adoptados. Los acuerdos adoptados darán
lugar a un sistema político de corte liberal, coronado por la monarquía e integrador tanto de los
sectores procedentes de la oposición democrática como de las elites políticas de la dictadura. El
consenso en torno a los pilares fundamentales del sistema político que se estaba construyendo se
convertirá en la ideología cotidianamente difundida a través de las instituciones, medios de masas
y dirigentes de los principales partidos. Los idearios que mayoritariamente habían informado el
movimiento social de oposición a la dictadura en la clandestinidad irán perdiendo fuerza dentro
de los propios partidos de la izquierda. La tensión ideológica entre fuerzas políticas contrarias se
irá aliviando, las diferencias simbólicas entre estas opciones irán perdiendo fuerza. El consenso
difuminará las identidades ideológicas de los partidos políticos. El consenso, y éste es sólo el
ejemplo más palmario, neutralizará la identidad republicana de las dos principales opciones de la
izquierda. Lo sorprendente de la transición es que, al menos en el periodo del denominado
consenso, la izquierda se convertirá en el principal vocero de discursos que llevarán la marca de
sus renuncias, la pátina de su derrota. Desde la línea oficial de los partidos se marginará o incluso
perseguirá la defensa de planteamientos propios que no encajen en ese pacto también simbólico,
también relativo a las representaciones, que se había alcanzado68
.
En cuanto a las cooptaciones, en las confrontaciones entre concepciones ideológicas
antagónicas es habitual que una ideología interiorice valores de su contraria. La hegemonía que
una concepción ideológica despliega no sólo se concreta en la ampliación de sus adhesiones entre
la sociedad, sino también en su capacidad de penetración en las visiones en principio contrarias.
Las ideologías no son concepciones fijas e inmutables, sino que se van configurando y
reconfigurando al calor de los conflictos sociales, políticos y culturales. Al final de la transición
veremos por ejemplo cómo algunas de las recetas liberales que en casi todo el mundo se estaban
ejecutando para superar la crisis económica estructural de la segunda mitad de los setenta (
68
A este respecto resulta de interés el trabajo de Pablo Oñate Rubalcaba, Consenso e ideología en la transición
política española, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998. En él Pablo Oñate viene a
impugnar en primer lugar el concepto mismo de consenso aplicado al caso de la transición española, si por consenso
se entiende, de acuerdo con un marco conceptual habermasiano, un acuerdo sólo alcanzable por medio de una
comunicación entre las partes que no esté sistemáticamente distorsionada en función de relaciones de poder y
coacciones existentes. Según Oñate los acuerdos alcanzados en el período vital de elaboración del texto
constitucional respondieron, de nuevo en terminología habermasiana, a una dinámica de compromiso concertatorio,
en virtud de su determinación por esas coacciones y relaciones de poder. Véase pp. 277-279. No obstante, aceptado
el concepto de consenso en el sentido que convencionalmente ha tenido para el caso de la transición política
española, Pablo Oñate ha analizado igualmente, en un sentido afín al que nos expresábamos arriba, cómo el consenso
fue promocionado ideológicamente para ocultar los disensos apartándolos del debate público. Véase a este respecto
el Cap. III.1, pp. 179-218 y especialmente el Cap. III. 3, pp. 236-264.
49
recorte del gasto público, contención de la progresividad fiscal, reconversión industrial forzosa,
limitación a la capacidad de intervención económica del Estado, privatización de empresas
estatales) serán asumidas también por dirigentes e intelectuales del PSOE cuando accedan al
gobierno. Con ellas se asumirán algunas de las ideas básicas que las justificaban (la
competitividad como incentivo para el progreso, el enriquecimiento personal como estímulo
básico para el trabajo, la consideración de lo público como sinónimo de burocratismo e
ineficacia, etc.)
Pero la relación entre ideologías hegemónicas e ideologías de oposición tiene otra
vertiente sumamente interesante, y es que esas ideologías de oposición mimetizan no pocos
rasgos de las hegemónicas cuando funcionan como ortodoxias dentro de una organización y
responden a las relaciones de poder que se dan en su interior. Efectivamente, los partidos de
izquierdas reproducen en su seno relaciones asimétricas. Los partidos no dejan de ser
organizaciones marcadas por antagonismos internos entre dirigentes y bases y duelos de poder
entre quienes lo detentan y quienes aspiran a ocuparlo. Antagonismos y duelos que tienen su
correlato ideológico, aunque sólo sea porque también deben justificarse simbólicamente. Una de
las claves de nuestro trabajo radica en la siguiente premisa: que las relaciones de poder contra las
que luchan los partidos de la izquierda se reproducen con frecuencia en su seno, que los partidos
no son impermeables al mundo que les rodean, que no suelen ser una anticipación del mundo
armonioso que pretenden construir. En este sentido una cuestión fundamental explica el
comportamiento, también ideológico, de los partidos políticos de la izquierda: que se trata de
organizaciones que combaten el mismo mundo que les habita. Y es ahí, en el centro de las
relaciones de poder internas de un partido, donde suele hacer acto de aparición la ideología como
falsa conciencia.
I.6. Las múltiples funciones de la ideología.
Hasta ahora hemos venido dejando de lado la noción de ideología como falsa conciencia,
como elemento turbio, encubridor, retórico, persuasivo. Pero qué duda cabe que las ideologías
admiten usos múltiples, sirven a muchos fines y funcionan con frecuencia como un socorrido
recurso táctico. Las ideologías son conjuntos de ideas y creencias que se gestan en las entrañas de
los conflictos sociales, políticos y culturales, y vienen a ser gestionadas de manera especializada
50
y a tiempo completo por elites políticas que con frecuencia las instrumentalizan frente a
adversarios externos e internos. La ideología es multidimensional, poliédrica, y muchos de sus
múltiples filos se ponen de manifiesto sobre todo cuando son objeto de esos usos pragmáticos.
Las ideologías son explotadas habitualmente para la consecución de objetivos distintos a los que
prescribe su contenido expreso, dan cobertura simbólica a proyectos que responden a
motivaciones encubiertas y suelen sublimar pasiones, intereses y luchas de poder. Las ideologías
no son realidades dadas, sino que van cobrando entidad atendiendo a los usos de que son objetos.
Las ideologías tienen un sinfín de rasgos contingentes, que son los que pretendemos atrapar en el
momento exacto en el que se evidenciaron durante la transición, y que exponemos con la
siguiente propuesta de categorización.
1.6.1. La ideología como especulación evasiva
La evasión es una perversión frecuente de la dimensión utópica del pensamiento de la
izquierda. La ideología suele funcionar como un mecanismo de compensación ideal ante el
rechazo que genera la realidad, un refugio simbólico ante un entorno hostil, una huida
reconfortante, una evasión placentera69
. Toda ideología de oposición funciona en realidad como
una resolución imaginaria de contradicciones reales, en virtud de la cual se hace algo de
prospectiva para contemplar probabilidades de cambios, supuestos alternativos a lo presente. Pero
otra cosa distinta es cuando esta resolución imaginaria deriva en la ensoñación, en la idealización,
en el reemplazo autocomplaciente de una realidad sufrida. Esta dimensión evasiva de la ideología
se pone habitualmente de manifiesto en colectivos que sufren grandes limitaciones a la hora de
intervenir en la sociedad. En esos casos los colectivos suelen experimentar un acusado proceso de
radicalización discursiva.
Un caso elocuente al respecto será el del PSOE durante el tardofranquismo. La vida
política clandestina será en sí misma un acicate para el radicalismo de una parte de la izquierda,
tanto mayor en el caso del PSOE si se tiene en cuenta que a su situación clandestina había que
sumar su posición marginal en las acciones directas de confrontación con el régimen. Su
exclusión absoluta de cualquier centro de decisión institucional restará sentido a la elaboración de
políticas de aplicabilidad real, y animará a especular doctrinariamente sobre lo que el partido
69
Paul Ricoeur caracteriza en este sentido la evasión como patología de la utopía. Paul Ricoeur, op. cit. p. 59.
51
haría en el caso de que pudiera hacerlo. La imposibilidad de diseñar una política que tuviera
incidencia directa sobre la gente favorecerá que los esfuerzos intelectuales se destinen a elucubrar
sobre los grandes proyectos que se desarrollarían cuando pudieran tener su punto de arranque en
la democracia. En un sentido similar la vida clandestina impedirá que las ideas y propuestas de
los partidos puedan circular libremente entre la sociedad y confrontar públicamente con otras
opciones políticas, de manera que no tendrán la necesidad de justificarse ante colectivos amplios,
ni tendrán que pasar por el filtro de las críticas cotidianas70
. En otras palabras, la escasa
trascendencia social de las propuestas políticas redundará en su contundencia.
Los factores radicalizadores de la clandestinidad incidirán más intensamente en el PSOE,
dada su marginalidad, que por ejemplo en el PCE. El PSOE tenía entonces poca capacidad de
intervención política sobre la sociedad española movilizada, mientras que el PCE iba
expandiendo su hegemonía sobre dicho movimiento. En el tardofranquismo el PCE tenía la
responsabilidad cotidiana de articular y dirigir un potente y en aumento movimiento de masas. Y
como estaba en disposición de hacerlo tenía además la responsabilidad diaria de planificar y
gestionar una estrategia de oposición que acelerase la descomposición del régimen y abriera la
puerta a una democracia lo más favorable posible al socialismo. Sus propuestas teóricas no
podían distar mucho de las posibilidades del momento, si quería que estas inspirasen una praxis
operativa. El PSOE no estaba en disposición, o no estaba en la misma disposición que el PCE, de
asumir responsabilidades en las dinámicas de oposición social a la dictadura, lo cual le inhibía de
tener que reconciliar sus propuestas doctrinarias con las duras contingencias de la lucha cotidiana
y con los límites que se iban revelando a medida que esa lucha se volvía más intensa. En parte
por esto las declaraciones doctrinarias del PSOE parecerán estar incluso a la izquierda de las del
PCE. En parte por esto cuando el PSOE empiece a asumir de manera indirecta tareas
gubernamentales en la época del consenso y se pliegue consciente y públicamente a la estrecha
realidad de la transición irá atemperando su discurso a fin de aliviar contradicciones e
incoherencias.
.
1.6.2. La ideología como instrumento de competencia y cooperación.
70
Esta circunstancia, en la que en su día insistió Richard Gillespie, será especialmente tratada en el Capítulo II al
analizar el caso del radicalismo ideológico del PSOE en el tardofranquismo.
52
Se trata de otro de los usos pragmáticos de la ideología. Con frecuencia los partidos de la
izquierda hacen de su ideología un instrumento mutable en sus cambiantes relaciones de
competencia y cooperación con otras fuerzas políticas. El caso del PSOE será en este sentido
paradigmático. A finales del franquismo el Partido Socialista aspiraba a situarse en el centro del
movimiento de contestación popular al régimen y de las fuerzas progresistas de oposición;
papeles representados de manera preeminente por el PCE. Al declararse marxista el PSOE no
sólo no atacará esta política marxista tan exitosa, sino que se identificará con ella y se la
apropiará en cierta medida. De esta forma intentará limitar el protagonismo que el PCE tenía
sobre la lucha antifranquista y procurará darse a sí mismo un protagonismo mayor al que le
correspondía. Además, con su adscripción al marxismo el PSOE pretenderá emparentar con las
vanguardias antifranquistas para penetrar a través de ellas en los circuitos contestatarios a la
dictadura y cooptar a algunos de sus cuadros. De igual modo el PSOE no era el único referente
socialista en España, y tenía que rivalizar con el resto de los partidos socialistas de ámbito estatal
y regional. Proclamarse marxista le permitirá no ceder terreno ideológico a esos partidos
socialistas que se definían como tales71
. Por su parte, el PCE también mutará ideológicamente
para rivalizar con el PSOE. El abandono del leninismo, por ejemplo, vendrá a difuminar la línea
de demarcación ideológica con los socialistas en la perspectiva de sustraerle respaldos en las
urnas. La dirección comunista seguirá pensando a la altura de 1978 que los apoyos al PSOE no
eran sólidos, y seguirá albergando en cierta forma el deseo alimentado en la clandestinidad de
ocupar el espacio histórico del socialismo español72
.
1.6.3. La ideología como elemento identitario.
Si bien un cometido fundamental de la ideología es la promoción de la acción, con
frecuencia las ideologías políticas de los partidos vienen a cosificarse y a reducirse a meras
referencias identitarias. Las ideologías funcionan siempre como principios organizativos vitales,
como fuentes de identidad, como fuerzas unificadoras. Las ideologías vienen a cubrir la
necesidad de autorrepresentación que tienen todos los colectivos, esa necesidad que sienten todas
71
Estas razones - que en buena medida proceden de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982,
Madrid, Taurus, 1997, pp. 508-510 - se desarrollarán también en el Capítulo II. 72
Incluso, como veremos en el capítulo II, en las valoraciones del partido sobre las segundas legislativas - en las que
el PCE subió tímidamente y el PSOE se estancó – se podían percibir todavía residuos de este ensueño que invitaba
constantemente a la moderación. Mundo Obrero (Madrid), núm. 88, Viernes dos de marzo 1979, p 1; núm. 89,
Sábado tres de marzo de 1979, p. 3; y el editorial del núm. 90, Domingo cuatro de marzo de 1979.
53
las agrupaciones políticas de dotarse de una identidad que les permita reconocerse a sí mismas y
diferenciarse de otras73
. Pero en ocasiones es a eso a lo que quedan limitadas. Las ideologías
funcionan entonces como meros referentes iconográficos que son alimentados en los rituales
internos del partido, pero que no comprometen su actividad de puertas afuera. En este sentido, el
marxismo del PSOE funcionará más como mera referencia de identificación interna del colectivo
que como concepción rectora de su línea política operativa. La tardía y corta adhesión del PSOE
al marxismo a mediados de los setenta vendrá a desempeñar esta función identitaria inocua para
su praxis. El PSOE había salido del franquismo extremadamente debilitado y con un perfil
ideológico desdibujado. Declararse marxista le servirá para construir una identidad entonces
atractiva para muchos militantes y fácilmente identificable para los sectores sociales
democráticos más politizados.
1.6.4. La ideología como racionalización.
La racionalización es una función encomendada con extraordinaria frecuencia a las
ideologías. Tanto que desde algunas definiciones restrictivas de la ideología ésta se ha terminado
reduciendo a esa función. Por racionalización entendemos, de acuerdo con Terry Eagleton, lo
siguiente:
[el] procedimiento por el que un sujeto intenta presentar una explicación que es lógicamente congruente o
éticamente aceptable en relación con actitudes, ideas, sentimientos, etc. cuyos verdaderos motivos no se
aprecian74
.
En este procedimiento es en el que mejor se pone de manifiesto la dimensión encubridora
de la ideología, su utilización como parapeto, su función de biombo de motivaciones no
reconocidas. Es en este procedimiento donde cobra más fuerza la función de la ideología como
sustituto simbólicamente digerible de motivaciones impopulares, como elemento necesario para
el reemplazo de motivaciones que de reconocerse abiertamente serían rechazadas por la
comunidad que se pretende movilizar. Dos son, por tanto, las pautas que se ponen de manifiesto
en esta función de la ideología: el ocultamiento de las razones reales que motivan una acción y su
73
Sobre el uso del marxismo como referencia de identificación colectiva en la socialdemocracia clásica véase
Eugenio del Río, La izquierda. Trayectoria en Europa occidental, Madrid, Talasa, 1999, pp. 64-70. 74
Terry Eagleton, op.cit. p. 79.
54
reemplazo por otras que resultan digeribles dentro de un colectivo determinado. La
racionalización es, por tanto, una argumentación a posteriori, elaborada consciente o
inconscientemente para justificar una acción que ha respondido a otras motivaciones previas. La
racionalización no es el motivo previo, sino el pretexto subsiguiente.
Pues bien, la racionalización será una de las dimensiones que con mayor nitidez se ponga
de manifiesto en el comportamiento ideológico de la izquierda en la transición. Será
concretamente en los casos que centran nuestra atención, el abandono del leninismo y la renuncia
al marxismo, donde esta dimensión se haga particularmente evidente. Tanto el abandono del
leninismo como la renuncia al marxismo serán presentados por sus promotores como iniciativas
resultantes de profundas reflexiones teóricas, cuando sendas iniciativas respondieron tanto o más
a motivaciones pragmáticas estrechamente asociadas a las luchas coyunturales de la transición.
Algo de natural habrá en los debates intelectuales acerca del abandono de estas autodefiniciones
ideológicas, en el sentido que responderán al deseo de algunos por revisar los fundamentos del
partido, y de esa naturalidad se hablará también en este trabajo. Pero ello no oculta que muchas
de las razones teóricas o doctrinarias que se esgriman funcionarán como un pretexto, como,
efectivamente, una racionalización a posteriori de motivaciones previas encubiertas.
Otro caso digno de mención en este sentido será el del respaldo del PCE a los Pactos de
La Moncloa. El PCE suscribirá los acuerdos por razones de distinto tipo que resultan difíciles de
calibrar. Puede que el PCE los suscribiera para darse un protagonismo mayor en la vida pública al
que le correspondía, puede que lo hiciera para contrarrestar la tendencia al bipartidismo que se
advertía entre UCD y PSOE o puede que los suscribiera para publicitarse como un partido
responsable y con sentido de Estado y contrarrestar así la imagen desestabilizadora que a su
juicio tanto le estaba pesando electoralmente. Incluso puede que los suscribiera porque los
considerase un mal menor, o porque no fuera capaz de concebir una alternativa viable y se
sumara a ellos para evitar su aplicación más severa. Pero lo que resulta muy difícil de creer es
que los dirigentes comunistas respaldasen los acuerdos porque los considerasen una paso
conducente a la democracia político – social, una nueva posición conquistada en la perspectiva
del socialismo según lo tipificado por la estrategia eurocomunista. Y es que así será,
55
efectivamente, como la dirección justifique el apoyo a los pactos ante una militancia que los
mirará con recelo por los sacrificios que entrañaban para los trabajadores75
.
El recurso a la racionalización encontrará en la transición su caldo de cultivo idóneo. La
transición será un proceso de cambio institucional en el que la izquierda verá derrotados sus
proyectos iniciales, y decidirá entonces rebajar sus expectativas, acomodarse al nuevo escenario
en construcción y cambiar incluso de objetivos. Pero la izquierda realizará este marcado viraje
llevando a rastras por un tiempo los sistemas de valores, los presupuestos teóricos y la
iconografía incubados en la clandestinidad, de manera que la mejor forma de justificar ese viraje
será apelando a ese universo ideológico. La izquierda sentirá entonces la necesidad de justificar
sus giros tácticos con la vieja retórica radical, de explicárselo a los demás e incluso a ella misma
en términos ideológicos y no puramente pragmáticos.
1.6.5. La ideología como “comunicación sistemáticamente deformada”.
Esta dimensión de la ideología, tomada de la teoría de la acción comunicativa de Jurgen
Habermas, resulta funcional para explicar cómo opera frecuentemente la ideología. La noción de
ideología tiene en Habermas un sentido peyorativo y se refiere a toda forma de “comunicación
sistemáticamente deformada” que sirve para apuntalar una forma de dominación, para legitimar
una relación de poder. Habermas determina estas formas de dominación tras compararlas con lo
que sería una “situación ideal de habla”, esto es, una forma de comunicación en la que todos los
interlocutores tuvieran las mismas posibilidades semánticas a la hora expresarse y donde la
persuasión sólo dependiera de la fuerza del mejor argumento y no de la posición de poder desde
la cual uno habla o de las consecuencias perniciosas que para uno mismo se pudieran derivar de
tal o cual pronunciamiento en esa estructura de poder desde la que se habla. Esta “situación ideal
de habla”, que es por una parte una ficción necesaria para determinar lo deseable y juzgar
consecuentemente lo real, es al mismo tiempo, según Habermas, una disposición del hombre que
está latente en sus tratos ordinarios, en su capacidad de lenguaje, en la medida que todo lenguaje
está inherentemente orientado al entendimiento y a la compresión del otro. Pero como reconoce
el mismo Habermas, frente a esta situación ideal se erige una realidad más turbia y prosaica,
75
Veremos a este respecto, por ejemplo, la “Intervención de Santiago Carrillo ante el IX Congreso” en Noveno
Congreso del Partido Comunista de España. Informes, debates, actas y documentos, Bucarest, PCE, 1978.pp. 25-32.
o la “Tesis IV: significación de los acuerdos de la Moncloa” en Noveno Congreso..., op. cit., pp.353-362.
56
donde ese tipo de comunicación se ve boicoteada, o, dicho en otros términos, “ideológicamente”
deformada. Esta comunicación sistemáticamente distorsionada es aquella en la que no se da una
simetría en la posición de habla de los interlocutores y en la que lejos de primar la fuerza del
mejor argumento prima la retórica engañosa (de la que no todo el mundo dispone o que no todo
el mundo está dispuesto a emplear), la autoridad de quien la ejercita (una autoridad que deriva
generalmente del prestigio conferido a una posición poder) o las sanciones coercitivas (límites
formales a la libertad de expresión o formas más sutiles de exclusión a quien expone un
argumento discrepante)76
.
Los dos debates que centran nuestra atención, el abandono del leninismo y la renuncia al
marxismo, serán, como veremos, ejemplos perfectos de comunicación sistemáticamente
deformada. Serán, ahora en la terminología Habermasiana, debates sobreideologizados. Muy
lejos de esa situación ideal de habla, los debates en cuestión no se dirimirán en función de la
fuerza del mejor argumento, sino de otras realidades extraargumentales. Se resolverán según la
capacidad de cada grupo para sumar apoyos en virtud del control que tenga sobre el aparato
burocrático del partido. Se resolverán según la capacidad de cada grupo para hacerse oír más
fuerte en virtud del control que ejerza sobre la prensa del partido o del trato que reciba por parte
de los medios afines de masas. Se resolverán según la autoridad de quien defienda cada posición.
Se resolverán en función de la habilidad retórica de las partes; una retórica en la que abundará la
parodia del adversario, la demagogia, las antinomias, las incongruencias, la apelación al miedo, la
explotación de la culpabilidad y otras tantas estrategias discursivas. Y se resolverán en función de
las sanciones coercitivas directas o indirectas que se aplicarán a los discrepantes o con las que se
les amenazará sutilmente.
1.6.6. La ideología como legitimación.
Con esta expresión se suele hacer referencia a los procedimientos por los que un poder
determinado logra entre sus subordinados un consentimiento al menos tácito a su autoridad.
Indudablemente los mecanismos de legitimación son tanto más efectivos cuanto más sutiles e
inaprensibles. La clave de la legitimación de un poder radica en generar en quien a él se somete la
76
Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Cátedra, Madrid, 1989, pp.
152-156.
57
sensación de que esa aceptación es plenamente voluntaria, y eso se garantiza por medio de la
ideología77
. Como hemos planteado, las relaciones de poder que los partidos combaten se
reproducen en su seno, y estas deben legitimarse ideológicamente. El reconocimiento de la propia
autoridad es algo que las elites de los partidos procuran de muy diversas maneras. También ellos
explotan todas esas formas de legitimación de las que habló Weber78
: la legitimidad carismática
(caso evidente de la imagen seductora que Felipe González explotará ante su militancia), la
legitimidad que confiere la tradición (algo que en el caso del PCE explotará una dirección que
vino de los cruentos años de la Guerra en la JSU y de las largas décadas en el duro exilio) o la
legitimidad democrática (esa misma que se buscará en los Congresos). Todas estas formas de
legitimación requieren de un barniz ideológico, y este barniz es en el caso de los partidos
particularmente denso, dado que se trata de organizaciones sobreideologizadas. Si las ideología
políticas son habitualmente instrumentalizadas por cualquier poder para legitimarse, esta
instrumentación alcanza cotas más sofisticadas cuando hablamos del poder del dirigente de un
partido político.
En definitiva, los dirigentes de la izquierda suelen explotar la ideología del partido para
regular el antagonismo que dentro de sus filas mantienen con sectores hostiles a su autoridad. En
este sentido la ideología se utiliza, por ejemplo, bien como recurso de seducción hacia sectores
díscolos, bien como elemento de distracción para desviar la atención de asuntos polémicos o
bien como elemento divisorio sobre quienes pretenden cuestionar la autoridad de la dirección. En
cuanto a lo primero, cabe sacar a colación la habilidad de los dirigentes socialistas a la hora de
evitar en el tardofranquismo y los primeros momentos de la transición las críticas de los sectores
más izquierdistas identificándose con sus planteamientos e incluso promoviéndolos. En cuanto a
lo segundo, por ejemplo, la polémica sobre el leninismo logrará eclipsar en el IX Congreso el
debate sobre el controvertido papel del partido a comienzos de la transición, los decepcionantes
resultados electorales y la necesidad de renovación en el equipo dirigente. En cuanto a lo tercero,
ese mismo debate en torno al leninismo dividirá a quienes puedan conformar un grupo crítico con
respecto todos esos asuntos y cuestionar por ello la autoridad de la dirección79
.
77
Paul Ricoeur, Ideología y utopía, op. cit., pp. 55 y 56. 78
Max Weber, La política como profesión...op. cit., pp. 95-98. 79
Todas estas cuestiones se desarrollarán en los capítulos II, III y IV. Los congresos del PSOE en el exilio a partir de
1972 y el XXVII Congreso del PSOE de 1976 serán buenos escenarios para percibir esa radicalización interesada de
las direcciones y condicionada por el entusiasmo de algunas bases. El IX Congreso pondrá de manifiesto la función
del debate sobre le leninismo como cortina de humo, algo que, como veremos en el capítulo II denunciarán algunos
militantes de base en sus cartas y que recogerá posteriormente de manera insistente una parte de la bibliografía sobre
58
1.6.7. La ideología como sublimación.
Este concepto procedente del psicoanálisis freudiano resulta sumamente útil para dar
cuenta, no tanto en su sentido literal como metafórico, de algunos comportamientos ideológicos.
No en vano, las ideologías tienen que ver con las imágenes, los signos y los significados que un
colectivo elabora para explicarse a sí mismo y librar al mismo tiempo los conflictos por los que
atraviesa, y la teoría psicoanalítica ha centrado fundamentalmente su atención en esta tarea
acometida por los individuos. La aplicación de algunas nociones del campo del psicoanálisis a los
comportamientos sociales puede dar resultados muy sugerentes como en su día puso de
manifiesto Erich From80
, o más recientemente viene demostrando el citado Slavoj Zizek81
,
siempre y cuando no se termine cayendo en el psicologismo, esa suerte de explicación que
concibe los comportamientos colectivos como mera proyección ampliada de los individuales.
Con el concepto de sublimación se ha venido haciendo referencia a las prácticas
consistentes en refinar pasiones antisociales en productos intelectuales socialmente tolerables.
Como es sabido desde la perspectiva psiconalítica se plantea que la vida en sociedad requiere de
la renuncia a la satisfacción de los instintos, y estos instintos pueden sofocarse bien
reprimiéndolos bien sublimándolos en cosmovisiones metafísicas que sirvan para compensar esa
renuncia. La ideología, entendida en este sentido freudiano como cosmovisión metafísica, sería
una sublimación de pasiones antisociales orientada a reconciliar a los hombres con sus renuncias
instintivas82
.
Como veremos, el eurocomunismo funcionará como una sublimación de pulsiones que el
PCE no podrá satisfacer en la transición. Como planteó Manuel Sacristán, el eurocomunismo fue
el último repliegue del movimiento comunista ante el fracaso de las tentativas revolucionarias en
los países avanzados a finales de los años 10 y comienzos de los 2083
, la última forma de
reacomodación de la práctica política ante una situación marcada por la imposibilidad de realizar
el tema, por ejemplo Gregorio Morán, Miseria y Grandeza del Partido Comunista de España, 1939-1985, Barcelona,
Planeta, 1986, p. 569. 80
Erich, Fromm, El miedo a la libertad, Madrid, Paidós, 2006. 81
Slavoj Zizek, El sublime objeto de la ideología, op. cit. 82
Sigmund Freud, El malestar en la cultura, Madrid, Alianza, 1999, p. 24 y 25. 83
Manuel Sacristán, "A propósito del Eurocomunismo", op.cit. p. 199.
59
a corto o a medio plazo el cometido fundacional y fundamental de un partido comunista: hacer la
revolución. Sin embargo, frente a esto, el eurocomunismo, lejos de presentarse como un nuevo
repliegue, necesario quizá para rearmase y en un futuro iniciar un nuevo avance, se presentará a
sí mismo en esos momentos como una eufórica ofensiva, como una estrategia gradual al
socialismo. Y eso será lo que a juicio de Sacristán convierta al eurocomunismo en una ideología
engañosa: su autopromoción como estrategia cuando en realidad era un repliegue84
. A nuestro
juicio esto fue así porque la frustración revolucionaria situó a los partidos comunistas en un
tiempo muerto, en un tiempo marcado por la falta de perspectivas de transformación social al que
sin embargo tenían que dar contenido. El reto que los partidos comunistas tenían ante sí era el de
diseñar una acción política que en esos momentos no podía aspirar a la transformación socialista
de la sociedad, pero preservando de algún modo la coherencia con la afirmación de los propósitos
revolucionarios últimos que formaban parte de su identidad. La actitud del eurocomunismo será
la de integrarse plenamente en las dinámicas políticas de los sistemas liberales, con la intención, a
veces sólo retórica, de ocupar posiciones de poder desde las cuales planearse acciones más
ambiciosas. Pero la integración plena en el sistema liberal exigirá constantemente una renuncia a
la satisfacción de la pulsión revolucionaria que pretendía trascender precisamente ese sistema
político. La integración plena en la vida política de los sistemas liberales exigirá participar con
todas sus consecuencias en las luchas electorales, en las dinámicas parlamentarias de oposición y
colaboración y en toda gestión institucional que sea posible, haciéndolo además desde el respeto
al ordenamiento jurídico vigente. En definitiva, la plena integración exigirá renunciar
cotidianamente a la satisfacción de la pulsión revolucionaria del partido. Y esa renuncia se podía
hacer de dos maneras: bien reprimiendo la pulsión - algo que hubiera sido sumamente traumático
sobre todo para un partido que salía además de la dura lucha clandestina - o bien sublimándola en
una imaginaria concepción revolucionaria que fuera, eso sí, pacífica, gradual e institucional y que
legitimara, por tanto, la línea política que estaba siguiendo el partido. Y esto, aunque no sólo
esto, será el eurocomunismo.
Efectivamente, muy lejos de su autorepresentación como estrategia al socialismo el
eurocomunismo será una forma encubierta de desplazar el horizonte de la transformación
socialista de la sociedad ante la imposibilidad de acometerla en esos momentos. Una renuncia a
la transformación radical de la sociedad sublimada, sin embargo, en una estrategia retórica de
84
Ibidem.
60
transición gradual al socialismo, en una concepción especulativa y casi metafísica de transición
pacífica al socialismo que además legitimará una práctica política muy moderada. Y esto último
será así porque la propuesta estratégica eurocomunista de transición pacífica, gradual,
institucional y teleológica al socialismo servirá para justificar cualquier reforma (por pequeña
que sea) como un paso conducente al mismo. De este modo la pulsión revolucionaria quedará
sublimada en una política reformista que permitirá a los partidos comunistas integrarse
plenamente en los sistemas políticos liberales sin demasiada mala conciencia.
Pero sabido es que según Freud las sublimaciones pueden tiranizar en exceso con sus
demandas, exigiendo renuncias mayores de las que se pueden tolerar. Cuando esto sucede la
persona en cuestión enferma de neurosis85
. El eurocomunismo terminará siendo una sublimación
a la deriva que exigirá a una parte importante de la militancia renuncias insoportables. El deseo
del PCE de integrarse plenamente en el marco político liberal en construcción exigirá una cesión
tras otras, sacrificios continuados, renuncias sucesivas y golpes de efectos cotidianos para
ganarse la aceptación del adversario: hechos que generarán una situación de “neurosis colectiva”
en una parte importante del partido. La renuncia a la ruptura democrática, la aceptación primero y
exaltación más tarde de la Monarquía, la firma y defensa pública de los Pactos de la Moncloa, el
respaldo íntegro a la Constitución, la renuncia al leninismo, los ataques cada vez más frecuentes a
los países del Este y a los partidos comunistas occidentales que estaban en la órbita de éstos, la
contención de la movilización social para mantener los acuerdos suscritos, los elogios cruzados
entre Santiago Carrillo y Adolfo Suárez, etc. etc. se irán acumulando en una parte importante de
la militancia como cesiones digeribles tomadas una a una, pero insoportables en su conjunto.
Cesiones que ni se verán recompensadas - por ejemplo en los resultados electorales - y que al
final difícilmente se podrán racionalizar desde el eurocomunismo como sacrificios necesarios
para lograr más adelante grandes avances. Como veremos en el último capítulo una “neurosis
colectiva” se terminará apoderando de buena parte del PCE, y cobrará forma en los múltiples
conflictos internos que lo asfixiarán en el ocaso de la transición, cuando el partido termine roto en
pedazos.
1.6.8. La ideología como reificación.
85
Sigmun Freud, El malestar….op.cit, p. 51.
61
La capacidad de las ideologías para identificarse con el sentido común, para arrogarse la
representación de los anhelos de todos, para borrar el rastro de su interesada gestación y para
naturalizar un sistema de poder histórico se pondrá de manifiesto en la transición de muchas
formas. Se pondrá de manifiesto en la ideología del consenso86
y se pondrá especialmente de
manifiesto en algunos aspectos del discurso que lleve al poder a los socialista y legitime sus
primeros años de gestión, en la medida que esta victoria se conseguirá en cierta forma por la vía
de identificarse con los valores hegemónicos. El nuevo discurso socialista comportará una
reificación de las bases estructurales de la España de principios de los ochenta y una quiebra de
la dimensión utópica que había caracterizado el pensamiento del activismo antifranquista. Y ello
será así no tanto porque se afirme expresamente la imposibilidad de cambios estructurales, que a
veces también se afirmará, sino porque esas mismas reflexiones acerca de la posibilidad o
imposibilidad, conveniencia o inconveniencia, de cambios de base irán desapareciendo de la
actividad intelectual del PSOE. Se producirá un cambio en las inquietudes, en los temas a tratar,
en las preocupaciones sobre las que teorizar que se saldará con la expulsión del universo
intelectual de las nociones de “transformación radical de la sociedad” o “construcción de un
modelo de sociedad alternativo al capitalismo” que antes habían ocupado un lugar central en esas
concepciones. El nuevo discurso socialista dejará de interrogarse por las estrategias de transición
al socialismo y pasará preguntarse por la mejor forma de gestionar un modelo económico que no
se cuestionará en su esencia. El cambio se producirá no tanto en las respuestas a las preguntas
tradicionales como en el hecho de que dejarán de formularse esas preguntas, se pondrá de
manifiesto no tanto en lo que se diga como en los silencios que se guarden87
.
I.7. Ideología y acción política.
No obstante, por encima de su administración utilitarista y de sus formas opacas las
ideologías de oposición vienen a funcionar como una incitación a la acción. La ideología es
también, y a veces sobre todo, una poderosa fuerza motriz. En este sentido, las ideologías no han
de verse sólo como un sistema más o menos articulado de ideas. Han de verse sobre todo como
una exaltación de valores y una prefiguración de estrategias que animan a la acción y crean
86
El consenso como mecanismo ideológico orientado a encubrir el disenso y a favorecer el surgimiento de una
conciencia tecnocrática en la transición ha sido trabajado como vimos por Oñate Rubalcaba, op. cit.. 87
Esto será analizado en el Capítulo VI cuando se aborde el discurso de gobierno del PSOE y sus soportes
doctrinarios.
62
vínculos de unión entre quienes los comparten. Desde esta perspectiva lo destacable de una
ideología no es tanto si se sostiene en ideas falsas o verdaderas, sino si esas ideas son funcionales
o no para cohesionar a un colectivo y orientar su acción. En este sentido Göran Therborn ha
planteado lo siguiente:
[las movilizaciones] no parecen deber mucho a la pertinencia o adecuación coyuntural de unos programas
complejos o de grandes teorías. Las figuras clave de los proceso de movilización ideológica no son los
teóricos y los escritores, sino los oradores, los predicadores, los periodistas, los panfletistas, los políticos y
los iniciadores de acciones prácticas audaces88
.
Esto no significa que la movilización sea irracional o puramente impulsiva, ni tampoco
que pueda orquestarse con facilidad desde púlpitos, cenáculos o cúpulas dirigentes de partido. En
el caso de las ideologías de oposición su poder movilizador entraña procesos reflexivos en sus
protagonistas, que van de la prefiguración de objetivos al cálculo de posibilidades para
alcanzarlos, pasando por la disposición intelectual de pasos orientados en esa dirección.
Previamente la ideología de oposición ha tenido que desvelar racionalmente el carácter interesado
de los presupuestos del poder que animan a la pasividad, algo que al final se pone de manifiesto
con la práctica movilizadora misma. Esto lo ha expresado también Göran Therborn de la
siguiente manera:
Puede decirse que la movilización ideológica comprende el establecimiento de un orden del día común para
una masa de gente, es decir, la evaluación del aspecto o aspectos dominantes de la crisis, la identificación
del objetivo decisivo – la esencia del mal, y la definición de lo que es posible y de cómo debería lograrse.
Dicha movilización se desarrolla como consecuencia de una brecha abierta en la matriz de afirmaciones y
sanciones del régimen, que en momentos de normalidad asegura el compromiso o la conformidad y el
sancionamiento adecuado de las fuerzas de oposición. Esta brecha se afirma en la medida que logra
afirmarse en una práctica de manifestaciones, actos de insubordinación y revuelta, etcétera. Una
movilización ideológica lograda se traduce o se manifiesta en prácticas de movilización política89
.
Que la ideología es ante todo una fuerza motriz es algo subrayado por cuantos se han
acercado al fenómeno. En este sentido, uno de los autores más representativos de la nueva
historia política, Lucian Jaume, ha denominado recientemente al pensamiento político no ya
como un sistema de ideas que incita a la acción, sino como una acción en sí misma, como una
88
Göran Therborn, La ideología del poder..., op. cit, p. 95. 89
Göran Therborn, La ideología del poder..., op. cit, p. 93.
63
acción que incita a la acción. Tanto es así que este autor ha acuñado un neologismo para referirse
a la imbricación entre pensamiento y acción, el concepto de ideopraxis90
. Lo reproducimos a
continuación con sus propias palabras:
A través de las concepciones, el actor político incita a actuar, por lo que el texto de intervención política es
un acción que empuja a la acción [...] en el texto de intervención política hay una estrategia argumentativa
que se puede caracterizar por la fórmula general “hacer hacer”. El interviniente hace al decir que dice -
legitima o deslegitima, eufemiza o lleva al énfasis, etc. – pero ese hacer consiste también en hacer hacer, o,
más exactamente, el autor se esfuerza – contenido conativo – en hacer hacer91
En este trabajo analizaremos también las ideologías de la izquierda durante la transición
en tanto que fuerzas motrices, ponderando lo funcionales que estas ideas resultaron a la hora de
lograr la movilización de sus destinatarios.
I. 8. Factores del cambio ideológico de la izquierda en la transición: hipótesis de trabajo.
La denominada transición a la democracia en España fue un proceso de cambio que afectó
fundamentalmente al sistema político; pero entrañó al mismo tiempo una metamorfosis
sorprendente en algunos de los principales agentes de esa transformación. De estas mutaciones
una de las más llamativas fue la que afectó a los dos principales partidos de la izquierda92
. Tanto
el Partido Comunista de España como el Partido Socialista Obrero Español experimentaron en
apenas un quinquenio transformaciones ideológicas de envergadura, cuyas manifestaciones más
impactantes fueron el abandono del leninismo, en el caso del primero, y la renuncia al marxismo,
en el caso del segundo.
Sin embargo, estas dos manifestaciones fueron hitos de dos procesos más amplios: el que
llevó al PCE a consagrar el eurocomunismo como doctrina oficial del partido y el que llevó al
PSOE a postulados que se movieron entre la socialdemocracia y el liberalismo social. El PCE
dejó a un lado los elementos característicos del comunismo de postguerra para apostar por un
fenómeno ideológico que portaba algunas novedades: por una lado, la oposición al tutelaje
90
Lucien Jaume, “El pensamiento en acción”, Ayer (Madrid), nº 53, 2004. 91
Lucien Jaume, op. cit., pp. 119 y 120. 92
No en vano el historiador Richard Gillespie, Historia del Partido Socialista Obrero Español, Madrid, Alianza,
1991, p. 313., calificó la evolución del PSOE como la historia de una transición dentro de la Transición.
64
soviético y el rechazo al modelo del denominado Socialismo Real, y, por otro, el reconocimiento
de la conveniencia de utilizar las instituciones liberales en la estrategia de transición al socialismo
y de respetar una parte sustancial de estas en la propia sociedad socialista93
. Por su parte, el PSOE
pasó de definirse como un partido de clase, marxista, republicano y antiimperialista que aspiraba
a la conquista del socialismo autogestionario, a desterrar estas señas identitarias, a decantarse en
la práctica por una suerte de social liberalismo y apostar por la integración de España en la
OTAN94
.
El propósito de este trabajo no consiste en esbozar una teoría general del cambio
ideológico en las organizaciones de la izquierdas, pero sí pretende abstraer un serie de factores
que puedan contribuir a su explicación. Estos factores que explican la moderación de la izquierda
durante el proceso de cambio político se encuadran en tres coordenadas: el contexto internacional
en que se desenvolvió el proceso, la forma y los contenidos que cobró la transición y la
composición y vida interna de los partidos. Tres factores que representaron un acicate continuo
para la moderación de las organizaciones políticas de la izquierda y que se interrelacionaron y
potenciaron mutuamente.
El transformismo ideológico de la izquierda española tuvo que ver con el nuevo escenario
adverso que a nivel internacional se fue configurando a finales de los setenta. A principios de esta
década los avances de los movimientos populares en el mundo y la crisis económica estructural
desatada en el 73, interpretada como fase terminal del capitalismo, hicieron pensar a la izquierda
que el viento de la historia soplaba a su favor, lo cual animó su contundencia ideológica. Sin
embargo, la recuperación de posiciones por parte de la derecha a finales de los setenta y
principios de los 80 y el refortalecimiento del capitalismo por la vía de la gestión neoliberal de la
crisis mitigaron el optimismo de la izquierda, dejándola sin ninguna iniciativa que fuera más allá
de las políticas resistenciales o de acomodación a la baja a un escenario hostil. Se había abierto
un nuevo ciclo político a nivel internacional marcado por el reflujo de los proyectos de
transformación social, un ciclo que en España se vio en cierta forma contenido durante un tiempo
por la lucha contra la dictadura y las urgencias de la transición. El proceso español de transición
93
La propuesta eurocomunista será analizada en el Capítulo II a partir de la bibliografía sobre el tema, y sobre todo a
partir de los escritos de sus impulsores y críticos del momento. 94
Las bases doctrinarias iniciales del PSOE se analizarán en el Capítulo II a partir de las declaraciones de sus
dirigentes y sobre todo a partir de sus resoluciones congresuales. El nuevo discurso que vendrá a reemplazar esas
bases doctrinales se analizará en el Capítulo 6 a partir de diversos materiales (artículos en revistas, intervenciones
parlamentarias, encuentros de intelectuales...)
65
se terminó sincronizando en su resolución con ese otro proceso internacional de crisis de la
izquierda transformadora.
Esta crisis de la izquierda a nivel internacional, tanto socialdemócrata como comunista,
tuvo que ver con los cambios que trajo consigo la crisis estructural del capitalismo de mediados
de los setenta y sobre todo con la salida que se le terminó dando a esta crisis. Con la crisis de
mediados de los setenta todo un marco de referencia en el que las izquierdas habían tejidos sus
identidades y trazado sus líneas programáticas se vino abajo justo en el momento en el que en
España se estaba además transitando a la democracia. El modelo económico que entró en crisis
fue el denominado modelo postfordista, que gestionado bajo criterios generalmente Keynesianos
permitió en muchos países construir el denominado Estado de bienestar, tanto más potente allí
donde gobernaba la socialdemocracia o donde el movimiento obrero era más influyente. Al calor
de este modelo los países de la Europa occidental conocieron la etapa más estable y prolongada
de crecimiento económico de la contemporaneidad. Fue en este escenario en el que las izquierdas
hundieron sus raíces y fraguaron sus expectativas. El crecimiento económico sirvió para que la
socialdemocracia gobernante desarrollase políticas redistributivas y programas sociales, pero
también para que los partidos comunistas presionaran para que estas políticas y programas fueran
más ambiciosos o para que los ejecutasen ellos mismos a nivel municipal. Además fue en este
escenario en el que al calor de sus condiciones materiales de existencia y de sus prácticas de
lucha se constituyó el sujeto fundamental de la política comunista: una clase obrera más o menos
cohesionada y con una conciencia de clase en aumento.
Sin embrago, el caso de España era distinto. Aquí también se produjo – aunque más tarde
y otro ritmo – un crecimiento económico intenso, con efectos sociales importantes que fueron un
revulsivo para las acciones de la oposición. Pero aquí, por la naturaleza autoritaria y reaccionaria
del régimen, el crecimiento no se tradujo en la construcción de un Estado de Bienestar, ni el
contexto represivo permitió, como es obvio, que el movimiento obrero madurase como en los
países democráticos vecinos. Las expectativas que la izquierda tenían en la transición
democrática eran por tanto muchas, porque esta transición permitiría, además de democratizar las
instituciones, desarrollar las políticas sociales propias de la izquierda y consolidar la influencia
social de las organizaciones obreras para plantearse proyectos más ambiciosos.
66
Pero la crisis económica estructural del capitalismo dio al traste con estas expectativas y
la nueva reconfiguración del capitalismo que se promovió como salida a la misma sacudió los
cimientos sobre los que descansaba la izquierda. El fin del crecimiento económico hizo inviables
las políticas redistributivas socialdemócratas tal como se habían dado hasta entonces. Los
cambios que se produjeron en el modelo productivo, la contracción de las políticas asistenciales y
el aumento del paro y la exclusión social modificaron la naturaleza de la clase obrera en la que
descansaba la fuerza de los partidos comunistas95
.
Como veremos, la crisis será un importante factor moderador del PSOE. Los giros
ideológicos del partido en la transición, sobre todo en el último tramo, estarán animados por la
conciencia de que una vez en el poder no podrán desarrollar los recetarios de la socialdemocracia
de “los maravillosos años sesenta”. Además la entrada del PSOE en el gobierno coincidirá con la
expansión de un nuevo paradigma ideológico, el neoliberalismo, cuyas recetas para salir de la
crisis serán asumidas en buena medida por el gobierno de González, generalmente en clave
pragmática, pero participando a veces también de sus presupuestos ideológicos. En el caso del
PCE la crisis tendrá efectos ambivalentes. Por una parte incentivará la moderación de la
dirección, animándola por ejemplo a firmar los acuerdos de la Moncloa. Y por otra exacerbará los
posicionamientos de algunos militantes que estaban sufriendo sus estragos. En definitiva, la crisis
generará movimientos contradictorios en el seno del partido que alimentarán una crisis cuyo
saldo será la bancarrota del eurocomunismo. Más allá de eso la crisis sacudirá todo el sustrato
social en el que el partido había arraigado.
Pero además del contexto internacional la hipótesis que aquí se sostiene es que tanto la
forma como los contenidos de la transición fueron un acicate constante a la mesura de la
95
Existe ya una importante bibliografía que se ha ocupado de los efectos que tuvo para la izquierda este cambio de
ciclo histórico marcado por la crisis estructural del capitalismo de los setenta. Esta bibliografía se viene manifestando
especialmente en el caso de estudios regionales. Aquí citamos tres libros genéricos, tres libros panorámicos, que
entendemos captan especialmente bien este importante cambio contextual. Aunque no referido específicamente a la
izquierda pero con referencias constantes a la misma está el importantísimo libro de Eric Hobsbawm, Historia del
Siglo XX, Barcelona, Crítica, 1996. Otro libro que aborda con dedicación los efectos que para la izquierda entrañó
este cambio es Donald Sassoon, Cien años de socialismo, Barcelona, Edhasa, 2001, Cap. 6. En este capítulo también
se trata del caso de España, pp. 672-683. Otro trabajo de síntesis que a nuestro juicio ofrece una excelente
panorámica del proceso es Geoff Eley, Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa. 1850-2000,
Barcelona, Crítica, 2002, Cap. 23 y 24. Las páginas de este último capítulo ofrecen un breve e interesante relato
sobre el caso concreto del socialismo español, pp. 418-423. Un artículo interesante producido en España que apunta
en esta misma dirección y relativo al conjunto del proceso de la transición en general lo tenemos en Julio Pérez
Serrano, “La transición española en la génesis del capitalismo global, 1973-2003”, Carlos Navajas (coord.), Actas del
IV Congreso de Historia Actual, Logroño, IER, 2004, pp. 145-184.
67
izquierda. La transición fue un proceso acelerado de cambio político e institucional que provocó
sucesivos y notables cambios de posición de los distintos partidos políticos. Estos cambios
posicionales animarán a los partidos a modificar sus proyector, y con ellos los presupuestos
ideológicos que venían a inspirarlos, justificarlos o racionalizarlos. El caso del PSOE será en este
sentido muy elocuente, pues pasará en muy poco tiempo de ser una fuerza marginal en la
oposición real a la dictadura a convertirse en alternativa de gobierno. Tras este cambio de
posición su objetivo ya no será el de procurarse un lugar destacado en las filas del
antifranquismo, sino el de alcanzar el poder. Si en un principio declararse marxista le resultará
útil para ocupar un lugar importante en el conjunto de una oposición radicalizada, renunciar al
marxismo resultará ser un gesto provechoso para atemperar los recelos de los poderes fácticos y
ganar las elecciones a partir de un electorado en gran medida moderado. En el mismo sentido el
PSOE radicalizará al principio de la transición su discurso para rivalizar ideológicamente con el
PCE y con otros partidos socialistas declarados marxistas. Cuando avanzado el proceso se
constate la debilidad del PCE y esos partidos socialistas se integren dentro del PSOE dirigentes
de este partido forzarán la moderación de su discurso para atraerse a los cuadros y bases
socialdemócratas de UCD96
.
Por el contrario, el PCE obtendrá en las primeras elecciones democráticas unos resultados
discordantes con su contribución a la lucha antifranquista, pasando a ocupar un lugar secundario
en el nuevo sistema parlamentario. La dirección del PCE pensará que los magros resultados se
debían fundamentalmente al peso de la imagen autoritaria y prosoviética que la propaganda
franquista le había confeccionado, y aprobará un nueva línea orientada a romper esa imagen a
golpe de gestos moderados. Esta política propagandística y efectista contribuirá a explicar por
ejemplo su apoyo entusiasta a la Constitución y a los Pactos de la Moncloa, pero también
revisiones ideológicas, entre las cuales, el abandono del leninismo será la más impactante97
.
La dinámica de la transición incentivará constantemente la moderación ideológica de la
izquierda. El fracaso del proyecto de ruptura democrática llevará a la oposición a negociar con
los postfranquista el ritmo y la intensidad de las reformas políticas, pero también su integración
en el futuro sistema. Para obtener la legalización la izquierda sufrirá importantes coacciones
ideológicas. Una de las más llamativas será, por ejemplo, la que lleve al PCE a aceptar la
96
Todo ello se analiza cronológicamente en el capítulo II. 97
Ibidem.
68
Monarquía en menoscabo de su ideario republicano. Posteriormente, el clima de consenso que
presida la etapa central de la transición redundará más en este sentido. El consenso será para la
izquierda una forma de participación indirecta en las tareas gubernamentales que atemperará sus
planteamientos más allá de como los suele atemperar toda asunción de responsabilidades
institucionales. Y ello por dos razones fundamentales. Porque la izquierda tendrá además que
negociar desde la oposición las medidas a adoptar con un gobierno de signo conservador que
controlará desde su arranque las riendas del proceso. Y porque las constricciones habituales de la
burocracia administrativa, de los intereses corporativos y de los poderes fácticos a las políticas de
la izquierda características de los sistemas liberales98
se verán amplificadas en el caso de la
España de la transición por la pervivencia de instituciones, funcionarios y sectores del ejército
procedentes de la dictadura y contrarios a la democratización. La izquierda decidirá participar en
la búsqueda de acuerdos con las fuerzas políticas recicladas de la dictadura que controlaban las
riendas del proceso y lo hará además bajo la Espada de Damocles del chantaje golpista de
sectores afines al viejo régimen99
. Todo ello será una incitación constante a la mesura tanto
política como ideológica.
Además, la dinámica consensual del proceso reformista generará un “politicismo”100
desenfrenado en todas las organizaciones participantes. El recurso a una política opaca, tejida
muchas veces entre bastidores, privativa generalmente de las elites políticas, y que entrañará
desconcertantes virajes tácticos y una supervivencia considerable de instituciones y actitudes de
la dictadura, desencantará a un sector importante de la izquierda social, que al replegarse dejará el
campo más libre al tacticismo de las cúpulas dirigentes de la izquierda política101
.
Por otra parte, la conflictividad social, que desde los años sesenta había sido un caldo de
cultivo idóneo para la difusión del ideario de la izquierda, irá experimentando, después del 78, un
reflujo progresivo por la dificultad natural de mantener una dinámica tan prolongada en el tiempo
como intensa en su ejecución, por la política tácita de contención que en cierta forma asumirán
sus principales impulsores a trueque de concesiones democráticas y porque muchos de los
98
Una caracterización sintética de estos factores de tentación moderadora para la izquierda puede verse en Eugenio
del Río, op. cit., p. 182. 99
Los efectos de la dinámica del consenso sobre las formulaciones ideológicas de la izquierda también se analizarán
en el Capítulo II. 100
Sobre la noción de politicismo que emplearemos a lo largo del trabajo véase Juan Ramón Capella, La práctica de
Manuel Sacristán. Una biografía política, Madrid, Trotta, 2005. 101
Este fenómeno será especialmente analizado en el Capítulo IV relativo a las bases.
69
objetivos que se perseguían con las protestas ya se habían alcanzado102
. Además de reducirse
después de esas fechas, los conflictos sociales cobrarán desde antes un sentido defensivo por
efecto de la crisis económica, frente a la orientación ofensiva que en muchos momentos tuvieron
durante la lucha contra la dictadura. Si muchos de los conflictos del tardofranquismo se
orientaron a pedir la amnistía o la libertad sindical, a finales de la transición abundarán aquellos
que se orienten a evitar los despidos masivos que trajo consigo la crisis. En este sentido, la
reducción de los conflictos privará a las ideas de la izquierda de algunos de su mejores espacios
de materialización social. Al mismo tiempo la orientación defensiva de los conflictos mitigará el
entusiasmo que tiempo atrás había alimentado las expectativas de cambio político y también
social. El conflicto social se había revelado durante el tardofranquismo y los primeros años de la
transición como el mejor espacio de agitación y toma de conciencia sobre la propia capacidad de
transformación. Más adelante la reducción de los conflictos y/o su orientación defensiva se
traducirá en una pérdida de espacios de difusión y vigorización ideológica.
Por otra parte, el PCE y el PSOE se incentivarán mutuamente en sus respectivos procesos
de moderación ideológica. En el nuevo sistema de competencia entre partidos el giro
moderantista de cualquiera de ellos vendrá a favorecer un corrimiento ideológico en el conjunto.
La moderación del PCE en la transición favorecerá el giro a la derecha del PSOE, al tiempo que
este giro reforzará aquella moderación. El caso concreto en el que mejor se visualizará este
apaciguamiento ideológico recíproco será precisamente el de los debates identitarios que centran
nuestra atención. La renuncia al marxismo en el PSOE será en cierta forma una respuesta
consecuente con el abandono del leninismo en el PCE.
También la explotación de la memoria histórica de la Guerra Civil durante la transición
será otro elemento de moderación para la izquierda. Una estrategia recurrente para desacreditar a
la izquierda durante la transición consistirá en remitirla a ese pasado trágico que no se quería
repetir. En este contexto unas organizaciones políticas se prestarán mejor que otras a esta
identificación, en virtud de la cual pasarán a ser repelidas por buena parte de la sociedad. El caso
del PCE será paradigmático, pues la continuidad al frente de sus principales responsabilidades de
dirigentes muy significativos de la Guerra Civil facilitará la capciosa asociación y favorecerá el
rechazo social. El caso es que para contrarrestar esta imagen guerracivilista el PCE entenderá
102
Algunas de estas razones pueden verse desarrolladas, por ejemplo, en Manuel Pérez Ledesma, “ “Nuevos” y
“viejos” movimientos sociales en la transición”, en Carme Molinero (ed.), op. cit., pp. 117-152.
70
oportuno intensificar y escenificar de manera efectista su moderación práctica e ideológica. Por
tanto, la gestión de la memoria de la Guerra Civil funcionará como un factor de comedimiento y
a veces de desnaturalización ideológica.
En definitiva, tanto la forma como los contenidos de la transición serán un acicate
constante para el transformismo de la izquierda.
Finalmente, el cambio ideológico experimentado por ambos partidos también se explica
atendiendo a la composición y vida internas de cada uno de ellos. No en vano, una de las razones
de la moderación del PSOE hay que buscarla en la entrada masiva de nuevos militantes ante las
buenas expectativas abiertas después las primeras elecciones, y que movidos por inquietudes de
distinto tipo y portadores de una cultura política más tibia que la de los socialistas curtidos en la
clandestinidad lograrán desplazar progresivamente a éstos103
. En el caso del PCE, tras la
legalización se pondrá de manifiesto su plural y a veces contradictoria composición ideológica
interna. Esta pluralidad estuvo cimentada durante el tardofranquismo por la cohesión que
representaba la lucha contra la dictadura. La transición no sólo disolverá este elemento de
cohesión, sino que entrañará una serie de frustraciones para la militancia comunista que
incentivarán sus diferencias ideológicas, generando un conflicto que terminará engullendo al
partido y provocando la bancarrota del eurocomunismo104
.
I. 9. Ideologías, discursos, conceptos... y visiones del pasado.
Como se ha venido planteando, este trabajo ha procurado seguir el rastro de las nuevas
tendencias de la historia intelectual, para las cuales los sistemas de ideas y creencias políticas
lejos de explicarse por sí mismas remiten a los conflictos sociales, políticos y culturales en los
que se gestan y modelan, así como del uso que de ellos hacen distintos sectores sociales. De lo
que se trata, como decíamos en la introducción, es de apostar por una historia social de las ideas
políticas que, más allá de la producción de los pensadores de primera línea, centre la atención en
los contextos históricos en los que se forman las ideologías. Lo que afirmamos es que las
103
Este factor será particularmente analizado en el Capítulo IV relativo a las bases a partir de la documentación sobre
la actividad formativa y de los resultados de unas encuestas sociológicas realizadas entonces a los militantes
socialistas 104
La crisis interna que desgarrará al PCE es analizada en el Capítulo VI.
71
ideologías tienen una factura colectiva que va más allá de quien las codifica y sistematiza en un
momento dado.
Nuestra perspectiva pretende marcar distancias también con la deriva que ha cobrado el
denominado - y ya no tan nuevo - giro lingüístico, sin renunciar, por otra parte, a algunas
aportaciones útiles que ha traído consigo. Con el denominado giro lingüístico ha cobrado fuerza
la noción de discurso como complemento primero, contrapeso después y reemplazo más tarde del
concepto de ideología. Desde esta perspectiva la ideología ha dejado de considerarse como un
conjunto de discursos particulares sobre una realidad extralingüística para ser concebida como un
conjunto de efectos que se producen en el seno de los discursos. De igual modo, desde esa misma
perspectiva la noción de ideología, concebida como expresión simbólica de conflictos sociales,
ha terminado reemplazada por la noción misma de discurso, entendido éste como elemento
constituyente de la realidad social. Desde las expresiones más extremas del denominado giro
lingüístico la enfática afirmación de la ligüisticidad del mundo ha terminado conduciendo a
plantear que eso que precisamente llamamos mundo no es más que una construcción lingüística
del hombre, que los objetos no tienen en sí mismos ninguna entidad, sino que son algo interno al
lenguaje y que toda distinción entre realidad natural y ligüística, entre el ámbito de los fenómenos
y su referencia, carece de sentido. Esta antiepistemología niega en definitiva la clásica noción de
representación: niega sentido a la pretensión de elaborar conceptos que encajen con una realidad
preexistente para plantear que las cosas no existen hasta que no se nombran, que el discurso es el
elemento fundante de la realidad. Como analizaron de forma pionera autores como Perry
Anderson o Frederic Jameson estos planteamientos tienen en su expresión más extrema
derivaciones intelectualmente paralizantes, además de repercusiones políticas muy
conservadoras105
.
105
En este sentido, la no distinción entre prácticas discursivas y no discursivas invalida la pregunta acerca de la
procedencia social de las ideas, de su función como instrumento legitimador de un poder dado, lo cual resulta por lo
pronto muy conveniente para el mantenimiento de ese poder. En este mismo sentido, la afirmación de la
indisolubilidad entre el mundo y su representación, que no es sino la negación misma de la noción de representación,
imposibilita establecer cualquier correspondencia entre las condiciones materiales de existencia de la gente y sus
posicionamientos ideológicos específicos. En otro sentido, afirmar, como desde la versión postmoderna del giro
lingüístico se afirma, que todo está constituido por discursos y que todo discurso es persuasivo, interesado y una
expresión de voluntad de poder imposibilita ver que la realidad está constituida por poderes de desigual envergadura,
y eso resulta muy beneficioso para los poderes más determinantes. Estas consideraciones acerca del sentido que ha
cobrado la noción de discurso están desarrolladas de forma detallada en Terry Eagleton, Ideología...op. cit., pp. 249-
280. Una crítica a autores que se han centrado en el análisis del discurso en relación con la ideología puede verse en
John B. Thompson, op. cit., pp. 98-127 y 232-255. Sobre el contexto cultural y político en el que se gesta este giro es
particularmente esclarecedor Perry Anderson, Los orígenes de la posmodernidad, Barcelona, Anagrama, 2000. Otra
72
Frente al sentido que en virtud de este giro lingüístico y postmoderno ha terminado
cobrando la noción de discurso, frente a esa noción sofisticada y omniabarcante, nosotros
manejamos una noción más práctica de discurso, atendiendo a su vez a la relación que mantiene
con la noción central de ideología. Una noción que viene siendo intensamente desarrollada en los
últimos años por El Seminario de Historia del Tiempo Presente de la UEx a partir de los pioneros
trabajos del profesor Antonio Rodríguez de las Heras. Desde esta perspectiva el discurso viene a
ser una manifestación concreta y particular de la ideología, la expresión fenoménica de esa
realidad más profunda que es la ideología, una revelación lingüística de la misma. Desde esta
perspectiva el discurso es una forma de verbalización de la ideología, uno de los muchos
recorridos posibles por su realidad poliédrica, un recorrido por ese código organizador de la
experiencia, un discur-rir por los muchos caminos de esa realidad compleja. Las ideologías son
estructuras conceptuales poliédricas que se expresan de forma lineal por medio de discursos. El
discurso es así “una manifestación unidimensional de la ideología por medio del lenguaje
natural”106
. En este sentido la ideología es, entre otras cosas, un conjunto de discursos dispersos
en el tiempo y en el espacio.
La unidad básica de un discurso es el concepto, y un discurso es el resultado de la relación
de varios conceptos. Pero los conceptos, sobre todo los conceptos políticos, suelen ser, como
hemos visto, polívocos, y sus significados dependen del uso que de ellos hacen los hablantes.
Para asir esta complejidad cabe, como se propone desde el Seminario de Historia del Tiempo
Presente de la UEx, establecer una distinción entre concepto y término107
. Los términos son las
palabras que los emisores utilizan para expresar un concepto, pero el término sólo deviene en
crítica especialmente incisiva a la posmodernidad en términos afines latenemos en Frederic Jameson, El
posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Barcelona, Paidós, 1991. 106
Esta relación entre ideología y discurso procede de la propuesta metodológica “La Topología del Discurso”
desarrollada en el Seminario de Historia del Tiempo Presente de la UEx. Las bases iniciales de la propuesta pueden
verse en Antonio Rodríguez de las Heras, “Análisis del discurso político”, en Bulletin du Departament de
Recherches Hispaniques, nº 23, Pau, 1982, “Cuatro discursos de Manuel Azaña”, en Norba (Cáceres), nº 4, 1983, pp.
437-446, o “Estructura ideológica y discurso editorial”, en Le discours de la Presse, Rennes, Université de Renes,
1989, pp. 243-251. Un desarrollo de la misma puede verse en Juan Sánchez González, El ideario regionalista en
Extremadura: topología discursiva de José López Prudencio, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2001, pp. 67-71
(El párrafo citado está en la p. 71) y en Mario Pedro Díaz Barrado, Memoria de la palabra. Topología del discurso
contemporáneo, Cáceres, Uex, 1997. Un esquema más enrevesado entre ideología y discurso, y que tampoco reduce
aquella a éste, se encuentra en la línea de investigación “Discurso en sociedad” del profesor de la Universidad
Pompeu Fabra Teun A. Van Dijk, Ideología y análisis del discurso. Una introducción multidisciplinaria, Barcelona,
Ariel, 2003. 107
Esta distinción corresponde igualmente a la propuesta metodológica “La Topología del discurso”, véase Juan
Sánchez González, El ideario regionalista ...,op. cit. pp. 81 y 82.
73
concepto al interactuar con otros conceptos, que precisamente reciben su condición de tales en
virtud de esa interacción. Los conceptos constituyen la estructura del discurso político, y el tipo
de relaciones concretas que establecen entre sí determinan en gran medida el significado de
éste108
. Por ejemplo, el término democracia entonado por un dirigente político de la transición no
sería por sí mismo más que eso, un término, pero se elevaría a la categoría de concepto al
relacionarse con otros términos que se conceptualizan en virtud de esa relación: “separación de
poderes”, “elecciones periódicas”, “alternancia de partidos”, “representación institucional”,
“libertades individuales”, etc. Pero ese mismo término admitiría otra conceptualización si, por
ejemplo, un activista antifranquista lo pusiera en relación con otros conceptos: “participación
directa”, “mandato imperativo”, “revocabilidad de cargos”, “autogestión”, etc. Pues bien, un
propósito de este trabajo es analizar los lenguajes políticos de la izquierda en la transición:
clarificar qué se quería decir cuando en realidad se decía algo. Como venimos insistiendo los
conceptos no son unívocos ni inmunes al paso del tiempo, y ni hoy significan lo mismo que
entonces ni entonces significaron lo mismo para distintos colectivos. Es más, la batalla ideológica
de la transición radicó precisamente en la capacidad de unos para imponer sus significados a las
palabras.
Precisamente esta problemática de los conceptos ha sido puesta de manifiesto por la
denominada Historia de los Conceptos, una corriente reciente de la nueva historia política que
está cobrando fuerza con contribuciones metodológicas útiles para el tema que se está tratando.
Como ha planteado uno de sus impulsores, Sandro Chignola, la historia de los conceptos surgió
primero con una vocación auxiliar de la Historia, como un instrumento hermenéutico para
interpretar las fuentes documentales; luego puso el acento en la necesidad de impedir la
incorrecta ampliación de conceptos jurídicos y políticos del presente al pasado, y finalmente se ha
constituido como una potente crítica a la historia tradicional de las ideas en la deriva idealista en
el sentido de lo que ya hemos planteado109
.
Desde la Historia de los Conceptos se afirma que los conceptos son nociones contingentes
que estructuran la experiencia, inspiran la acción y se prestan a una utilización retórica y
108
Ibidem. 109
Sandro Chignola, “Historia de los conceptos, historia constitucional, filosofía política. Sobre el problema del
léxico político moderno”, en Res publica, 11-12, 2003, p.27.
74
polémica por parte de ciudadanos, militantes, intelectuales y dirigentes110
. Como ya vimos que
planteaba Reinhard Koselleck, uno de las promotores de esta nueva historia, los conceptos
concentran estratos semánticos del pasado donde queda reflejada una tradición heredada, pero
también expresan anhelos que se proyectan al futuro. Precisamente esa multiplicidad semántica
exige distinguir por lo pronto entre el significado de los conceptos que nosotros utilizamos para
intentar explicar desde fuera una experiencia social del pasado y el significado que esos mismo
conceptos tuvieron para esas personas del pasado, conscientes de que fueron esos significados los
que dieron sentido a sus acciones y concientes de la distancia que mantenemos con respecto a
aquel universo político e intelectual. De lo que se trata, de acuerdo con esta advertencia, es de
reconstruir precisamente el significado de los conceptos en el lenguaje de las fuentes para poder
comprender una realidad desde sus propios parámetros111
.
Estas prescripciones hermenéuticas acerca de los cambiantes significados de los
conceptos y de la conveniente disociación de nuestros lenguajes y los históricos resulta en
nuestro caso de obligado cumplimiento, pero también de difícil observancia. La dificultad radica
en el hecho de que nos movemos en un terreno resbaladizo, dado que la transición es un período
tan reciente que a veces se da una proximidad, cuando no una coincidencia manifiesta, entre los
significados que un concepto tuvo en aquellos años y el significado hoy hegemónico que tiene
ese mismo concepto. No en vano, cabe plantear que la narración que pretendemos hacer no es
sino una historia del presente, esto es, una historia que se corresponde con la historia vivida por
la mayor parte de la generación hoy activa, es decir, por aquella “que posee el máximo de
potenciales y de recursos sociales e ideológicos para imponer como hegemónicos su propia
percepción del mundo”112
. Una generación que en gran medida se formó política e
intelectualmente en aquella época y de la que cabría pensar que, por tanto, no se ha desprendido
aún de los significados que entonces atribuyó a los conceptos políticos con los que hoy en día
explica ese proceso vivido, con los que hoy en día ha construido la visión hegemónica de la
transición. Sin embargo, de lo que estamos hablando es del proceso de cambio ideológico que
vivió precisamente una parte importante de esta generación, de los cambios que protagonizó en lo
que se refiere a la significación de su experiencia.
110
Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, “ A manera de introducción. Historia, Lenguaje y política”,
Ayer (Madrid), núm. 53, 2004, pp. 22 y 23. 111
Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, “ A manera de introducción....”, op. cit., p. 14. 112
Julio Aróstegui, La historia vivida. Sobre la historia del presente, Madrid, Alianza, 2004, p. 136.
75
En definitiva, lo que queremos plantear es que la denominada transición a la democracia
entrañó un cambio en los imaginarios políticos de la izquierda de tal envergadura que aumenta la
perspectiva desde la que ahora los observamos. El tiempo se mide en cambios y los cambios en
los imaginarios fueron de calado, lo cual plantea la necesidad de reconstruir precisamente los
significados que entonces tuvieron estos conceptos para los militantes de la izquierda que los
blandieron, pues la derrota que experimentó la izquierda en aquellos años fue precisamente una
derrota que se manifestó también en el lenguaje, una derrota que se tradujo también en su
incapacidad para imponer el significado que entonces pretendió darle a las palabras, una derrota
en el plano simbólico que se tradujo en su incapacidad para imponer su definición de las cosas.
Porque la transición es un periodo cercano cronológicamente, pero lejano por los cambios
que entrañó para la izquierda, resulta obligada una hermenéutica de las fuentes: una
reconstrucción del significado de nociones hoy día poco entonadas y una reconstrucción también
de los significados que entonces tuvieron nociones que hoy son de uso habitual y generalizado.
En cuanto a las primeras, nociones como las de “autogestión”, “lucha de clases”, “control social
de la economía” merecen ser reconstruidas en el lenguaje de las fuentes para comprender el
universo ideológico de muchos de los militantes de la izquierda que lucharon contra la dictadura.
En cuanto a las segundas, resulta obligado - para poder explicar el pasado desde sus propios
parámetros – distinguir, por ejemplo, el concepto de democracia que manejaron los activistas
antrifranquistas del concepto que terminó imponiéndose en virtud del resultado de la transición.
En el mismo sentido resulta obligado clarificar, por ejemplo, los significados que atesoró el
término socialismo para los activistas del tardofranquismo del significado que por ejemplo cobró
poco después para los dirigentes del PSOE que pasaron a dirigir el gobierno. Atendiendo a ambas
cosas socialismo y democracia son dos conceptos fundamentales a clarificar en un trabajo como
éste que trata precisamente de la evolución que experimentaron organizaciones socialistas
durante la transición a la democracia. No obstante, el ejercicio de clarificación más intenso en
este trabajo afectará a dos conceptos que fueron objeto de revisión en la transición: el concepto
de marxismo y el concepto de leninismo. Este trabajo pretende ser, entre otras cosas, una
contribución a la clarificación de dos conceptos políticos de uso frecuente en la historia a partir
de lo que entonces se planteó sobre ellos.
Como se ha dicho, en la transición salieron derrotadas nociones hasta entonces centrales
para la izquierda como “ruptura”, “democracia avanzada”, “autogestión”, “lucha de clases”,
76
“propiedad colectiva”, etc. Tanto es así que hoy en día no sólo es que sean de uso reducido, sino
que además ocupan una posición marginal en la crónica de ese período, haciéndose obligado un
estudio de lo que Francisco Fernández Buey ha denominado “las ideas olvidadas en la
transición”113
. En el caso de la transición se han impuesto en muchas ocasiones esas visiones que
sólo miran al pasado atendiendo a su desenlace y que en consecuencia relegan a una posición
marginal aquellas expresiones políticas que se opusieron a tal resolución. La revisión del pasado
atendiendo exclusivamente a lo que de él ha transcendiendo supone no sólo la renuncia a
comprender lo que entonces sucedió por el interés que tiene en sí mismo, sino que supone
también el peligro añadido de renunciar a comprender algo que en los procesos de cambio suele
ocurrir: que muchos de los proyectos y discursos que salen derrotados actúan antes como fuerzas
motrices fundamentales. En este sentido, conviene sacar a colación un fenómeno que el
historiador Xavier Domènech denomina el “efecto de la conversión de las consecuencias en
causas”, en virtud del cual instituciones, discursos y valores que salieron fortalecidos con la
transición, pero apenas gozaron de un respaldo social activo y expreso en el comienzo del
proceso, se sitúan hoy como su leit motiv; mientras que aquellos otros que realmente forzaron el
cambio se presentan poco menos que como marginales o regresivos114
. Y es que, efectivamente,
los idearios de los movimientos sociales que con su acción terminaron impidiendo la continuidad
del régimen estuvieron poblados por esas nociones de “ruptura”, “transformación social”,
“propiedad colectiva”, “democracia de base”, o “autogestión”. Por el contrario las nociones
políticas que salieron triunfantes de la transición no fueron sino el resultado de la confrontación
de esos idearios prodemocráticos y socialistas con otras tradiciones ideológicas democráticas que
tenían entonces poco respaldo activo y con un sistema de valores muy sólido fraguado en largas
décadas de autoritarismo. Los obreros en huelga, los estudiantes que paralizaron las
universidades, los ciudadanos que desde sus barriadas plantaron cara a la dictadura no lo hicieron
ondeando la bandera de la “reforma pactada”, “el consenso”, “la concertación social”, “la
Monarquía Parlamentaria” y “la modernización de España”, sino esas nociones que hoy parecen
marginales en muchos relatos de la transición.
113
Francisco Fernández Buey, “Para estudiar las ideas olvidadas en la transición”, en
www.upf.edu/materials/tccc/ce/2006/buey/tema1.doc
114
Xavier Domènech, “Tempus fugit. Las memorias de la transición”, en Mientras Tanto (Barcelona), núm. 104-105,
2007. pp. 155 y 156.
77
En muchos relatos de la transición se ha puesto de manifiesto aquello que Josep Fontana
ha venido desarrollando en su trabajos sobre la historia y la teoría de la historia: que con
frecuencia el pasado se reconstruye como una genealogía naturalizadora y legitimadora del
presente, para lo cual resulta necesario seleccionar y ordenar en consecuencia los acontecimientos
pretéritos. El análisis del pasado deviene de este modo en una celebración encubierta del presente
y desde ese presente celebrado se proyecta una mirada altiva sobre el pretérito que termina por
presentar como regresivos todos los obstáculos que se opusieron a su desarrollo, y como
quiméricas todas las alternativas que se frustraron por el camino115
. Y esa ha sido la
consideración que muchas veces han merecido los idearios que informaron las acciones de
oposición, incluso entre quienes entonces los defendieron en voz alta. Frente a ello un propósito
fundamental del trabajo es reconstruir las ideas que salieron derrotados en la transición pero que
ocuparon un lugar central en el imaginario de quienes contribuyeron intensamente a la
democratización del país.
El cometido último de este trabajo es analizar el comportamiento y los cambios
ideológicos de la izquierda atendiendo a cómo se produjeron en los distintos colectivos que se
dan cita en un partido. En este sentido dos colectivos serán objeto especial de atención: los
intelectuales y, sobre todo, los militantes de base. Frente a la historia tradicional de los partidos
políticos, que se ha centrado fundamentalmente en el papel jugado por los dirigentes, el cometido
de este trabajo consiste en analizar también la contribución de quienes realmente dieron vida y
vigor a los idearios políticos. El estudio de los intelectuales resulta de especial interés porque se
115
Josep Fontana, Historia: análisis del pasado y proyecto social, Barcelona, Crítica, 1982, pp. 9 y 10. Más
recientemente y referido en concreto al caso de la transición Julio Pérez Serrano ha hablado de la “idealización de la
España actual” como consecuencia de esos relatos de la transición: Julio Pérez Serrano, “La Transición a la
democracia como modelo analítico para la historia del presente: un balance crítico”, en Rafael Quirosa (coord.),
Historia de la Transición en España. Los inicios del proceso democratizador, Madrid, Biblioteca Nueva, 2007, pp.
61-76. Esta perspectiva la ha desarrollado también Pérez Serrano en publicaciones previas como Julio Pérez Serrano,
“Experiencia histórica y construcción social de la memorias: la transición española a la democracia”, Pasado y
Memoria. Revista de historia contemporánea (Alicante), nº 3, 2004, pp. 93-124. Sobre el peso de los medios de
comunicación en los relatos de la transición viene insistiendo Juan Sánchez González, “La historia del tiempo
presente en España y los estudios sobre la transición democrática española: un balance y algunas reflexiones”, en
Rafael Quirosa (coord.), Historia de la Transición en España. Los inicios del proceso democratizador, Madrid,
Biblioteca Nueva, 2007, pp. 71-72. Un trabajo a propósito de este último aspecto puede verse en Francesc Martínez
Gallego, “Memoria social e “historiografía mediática” de la Transición”, en
http://www.upf.edu/periodis/Congres_ahc/Documents/Sesio1/Martinez.htm. Sobre la relación entre los procesos de
transición política, también el español, y la gestión de la memoria histórica véase el trabajo de Carmen González y
Encarna Nicolás, “Perspectivas historiográficas en las transiciones políticas contemporáneas a la democracia”, en
Damián A. González (coord.), El franquismo y la Transición en España, Desmitificación reconstrucción de la
memoria de una época, Madrid, La Catarata, 2008, pp, 201-221.
78
trató del colectivo más especializado en la reflexión teórica e ideológica, del colectivo militante
que en principio disponía de mayores recursos para encarar los debates doctrinarios internos y
para librar en la sociedad la batalla de las ideas que tan crucial consideraron, al menos
retóricamente, los partidos de la izquierda en la transición. El estudio de las actitudes ideológicas
de la militancia de base de los partidos de la izquierda en la transición ocupa un lugar central en
este trabajo. El propósito es el de escribir también una “historia desde abajo” de los partidos de la
izquierda que además de prestar atención a sus aspecto restrictivamente políticos centre también
la atención en sus dimensiones sociales y culturales. El análisis de las bases militantes es crucial
para la compresión de las ideologías de la izquierda, pues éstas no son, frente a la imagen que
muchas veces ha proyectado la historia tradicional de las ideas políticas, sistemas de pensamiento
construidos concienzudamente por las elites, sino complejos universos intelectuales tejidos al
calor de los conflictos, políticos, sociales y culturales protagonizados por amplios colectivos, a
los posteriormente o de manera simultanea dan forma las elites políticas e intelectuales. En
definitiva un propósito central de este trabajo es el de analizar cómo se produjeron y reprodujeron
las ideologías de la izquierda en la militancia de base y cómo las expresaron en los momentos
cruciales de la vida del partido. El propósito es en este sentido no sólo hablar de las actitudes
ideológicas de la militancia de base, sino darles voz en el momento que las expresaron.
Finalmente el propósito es también analizar cómo se proyectaron a la opinión pública los
cambios ideológicos de la izquierda a través de los medios de comunicación y cómo la actitud de
los medios de comunicación condicionó el cambio ideológico de los partidos.
I. 10. Archivos y fuentes.
De acuerdo con esos niveles que pretendemos tratar, así la diversidad de fuentes que paro
ello es necesario consultar. Si la ideología es una realidad multidimensional que se pone de
manifiesto en la pluralidad de discursos en que se concreta, resulta necesario recabar no ya la
mayor cantidad posible de fuentes, sino la mayor diversidad de las mismas para cruzarlas y
someterlas a contraste. Las ideologías de la transición se expresaron de muchas y muy diferentes
maneras, y la mejor forma de comprenderlas consiste en recabar y contrastar la diversidad de
formatos en que han quedado registradas. Estos formatos van de los ensayos políticos a las tesis
congresuales, de las intervenciones parlamentarias de los dirigentes a los programas electorales,
de las declaraciones en la prensa a la correspondencia de los militantes. En este sentido, conviene
79
tener en cuenta que no bastan las obras explícitamente ideológicas para comprender una ideología
particular. Los tratados elaboradas por los ideólogos oficiales de un partido, donde se exponen
conscientemente la propuesta de la organización son de extraordinario interés por la información
que aportan, pero no dejan de aportar la imagen que de sí misma pretende proyectar una
ideología. Muchas veces es en los textos de coyuntura o en otros textos de intervención política
más espontáneos donde mejor se ponen de manifiesto otros rasgos significativos de una
ideología. En apartados anteriores vimos que las ideologías son entidades complejas que incluyen
nociones teóricas, preceptos morales, proyectos políticos o prácticas argumentales, una variedad
de elementos que se ponen de manifiesto con mayor o menor intensidad en según qué
documentos. Por eso para formarse una visión de conjunto es necesario cruzar estos documentos
y someterlos a comparación. En apartados anteriores vimos igualmente que las ideologías son
multiformes y cobran una u otra forma según los usos de que son objeto por parte de militantes,
dirigentes o intelectuales, usos que han quedado mejor registrados en unos documentos u otros.
Por eso, para dotarse de perspectiva amplia conviene cruzar estos documentos y someterlos a
contraste.
Todo esto exige una tarea heurística que encierra, para el caso que nos ocupa, una doble
dificultad. En primer lugar, la documentación de corte ideológico que produjeron las
organizaciones políticas de la izquierda durante la transición es extraordinariamente heterogénea
e ingente, lo cual exige un esfuerzo añadido de consulta y selección. En segundo lugar, esta
documentación es en ocasiones de muy difícil localización, dado que por su carácter reciente
buena parte de ella no se encuentra todavía compilada o catalogada en los archivos históricos de
los partidos. La casuística al respecto es muy variada. En el mejor de los casos esta
documentación se encuentra dispersa en archivos de particulares de difícil consulta, o custodiada
en los archivos administrativos de los partidos, de acceso más que restringido. Pero además hay
constancia de la existencia de un importante volumen de documentación guardada en almacenes a
la espera de ser recuperada. En el caso del PSOE buena parte de la documentación
correspondiente a la transición, sobre todo la relativa a órganos de dirección, secretarías y asuntos
internos está todavía en su archivo administrativo de Ferraz. En el caso del Partido Comunista, la
mayor parte de la documentación correspondiente a la transición política española está
almacenada a la espera de ser catalogada e incorporada a su archivo histórico. En el caso del
PSUC buena parte de la documentación correspondiente a la transición se está catalogando en la
actualidad y no puede ser consultada todavía. Estas circunstancias han dado lugar a una situación
80
un tanto paradójica: que resulta más difícil recomponer algunos aspectos de la historia de las
organizaciones de la izquierda en la transición que en el franquismo. Para los tiempos de la
dictadura nos encontramos con largas series ordenadas cronológicamente de documentos
relativos a un mismo asunto, por ejemplo a la política de propaganda o a las organizaciones de
profesionales, intelectuales o artistas del PCE. Por el contrario, la documentación disponible en
los archivos para la historia de ciertos aspectos de la izquierda en la transición es una
documentación incompleta y generalmente muy dispersa.
No obstante, la transición también entraña ventajas con respecto al franquismo en lo que a
la disposición y accesibilidad de las fuentes, sobre todo de las ideológicas, se refiere. En la
transición los partidos pudieron desarrollar una política más o menos amplia de publicación de
sus aportaciones teóricas, de la celebración de mesas redondas de distinto tipo o de debates
congresuales. Publicaciones que se encuentran disponibles en las bibliotecas especializadas. En el
caso del PCE, por ejemplo, el partido publicó varios libros donde se recogían resoluciones,
intervenciones o debates doctrinarios. Del mismo modo los partidos también editaron numerosos
documentos de curso interno a modo de panfleto, dossier o cuadernillo. Para el caso del PSOE la
Fundación Pablo Iglesias dispone de una buena colección de estos facsímiles.
Finalmente, otra dificultad añadida ha encerrado nuestro trabajo en lo que a la disposición
de fuentes se refiere: una dificultad relacionada con todo lo anterior y derivada sobre todo de la
naturaleza comparada de este estudio. El problema radica en que existe un notable desequilibrio
entre las fuentes del PCE y el PSOE a la hora de tratar un mismo aspecto en ambos partidos. Por
ejemplo, cuando hemos analizado el perfil ideológico de los militantes a partir de la formación
oficial que recibieron en la transición hemos dispuesto de abundante documentación en el caso
del PSOE, pero de bastante menos en el caso del PCE. Sin embargo, cuando hemos analizado el
perfil ideológico de los militantes a partir de su correspondencia, de las cartas que escribieron, la
documentación en el caso del PCE es más completa y fidedigna que la del PSOE.
Pese a estas dificultades las fuentes al final trabajadas en esta tesis forman un conjunto
que consideramos lo suficientemente amplio y variado como para dar cuenta de una realidad tan
multifacética como la de los comportamientos y los cambios ideológicos de la izquierda en la
transición. Esta documentación la hemos seleccionado atendiendo a la heterogeneidad de
situaciones militantes que pretendemos reflejar: la de los dirigentes, la de los intelectuales y la de
81
la militancia de base. Para el caso de los dirigentes hemos trabajado sus intervenciones en los
órganos de dirección de los partidos, sus intervenciones en mítines o actos públicos o sus
escritos más doctrinarios. Estas aportaciones han quedado registradas o en la prensa del partido,
en otras ediciones propias (libros, dossiers y cuadernillos) o incluso en la prensa de masas. De
igual modo, se han analizado las intervenciones parlamentarias recogidas en el diario de sesiones
del Congreso de los Diputados, cuya consulta es posible a través de su página web.
A propósito de los intelectuales hemos trabajado, por una parte, aquellos fondos de
archivo en los que hay documentación relativa a sus formas específicas de encuadramiento,
organización y trabajo y, por otra parte, su producción intelectual concreta a propósito de
cuestiones doctrinarias. En cuanto a lo primero, el PCE dispone de un fondo titulado “Fuerzas de
la Cultura” con documentación abundante, que en cierta forma refleja el peso que en el
tardofranquismo y los primeros años de la transición tuvieron sus organizaciones de
profesionales, intelectuales y artistas. Sin embargo, esta documentación se vuelve más parca a
medida que avanzamos en la transición. Ello es así por el reflujo experimentado por estas
organizaciones durante el proceso de cambio político, pero también porque al tratarse de fechas
más recientes es muy posible que exista documentación al respecto que no esté todavía archivada.
En el caso del PSUC disponemos también de una sección importante sobre el movimiento
estudiantil, que se prolonga hasta bien avanzada la transición, y donde hay documentación que
nos habla de cómo se movieron profesores y alumnos, intelectuales y aprendices de tales, en las
disputas ideológicas. Por el contrario, en el caso del PSOE no disponemos de fondos o secciones
específicas donde se compile este tipo de fuentes, entre otras cosas porque en el tardofranquismo
y la transición el PSOE apenas tuvo una organización estructurada de intelectuales y estudiantes
que generara en consecuencia una documentación importante. La poca información al respecto
está diseminada en las actas de algún encuentro y en algunos boletines universitarios consultables
en la Fundación Pablo Iglesias.
En cuanto a la producción teórico-ideológica de los intelectuales, hemos trabajado varios
de los tratados, ensayos o monografías que entonces escribieron y, especialmente, los artículos
publicados en las numerosas revistas teóricas del momento, en ese hervidero cultural en el que se
gestaron “las ideas olvidadas en la transición”. La transición vio cómo surgieron numerosas
revistas de corte teórico político en las que se publicaron análisis sociológicos, estudios
económicos, reflexiones de coyuntura, propuestas estratégicas y debates ideológicos en su
82
expresión más intelectualizada. Fue en estas revistas en las que se dieron muchas de las más
interesantes contribuciones al pensamiento político de la izquierda española y en las que se
reprodujeron también los debates identitarios que centran nuestra atención. Lo que hemos hecho
ha sido trabajar intensamente aquellas revistas más cercanas a las corrientes ideológicas,
mayoritarias o minoritarias, en el PCE o el PSOE. Para el caso del PCE se han trabajado, por
ejemplo, publicaciones como Nuestra Bandera, Nous Horitzons, Materiales, Argumentos, Viejo
Topo, o Tiempos Nuevos. Para el caso del PSOE se ha centrado la atención en Leviatán, Zona
Abierta y Sistema.
El análisis del perfil ideológico de los militantes de base se ha acometido recurriendo a
una documentación diversa. Una forma indirecta – pero de resultados interesantes - de acercarse
al perfil ideológico de los militantes ha consistido en el estudio de las escuelas, seminarios y
programas de formación política e ideológica que desarrollaron los partidos. El estudio de los
temarios planteados, de las conferencias impartidas, de los materiales de estudio que se repartían,
de la bibliografía recomendada en estas escuelas y programas es una forma bastante aproximada
de acercarse a los imaginarios, sistemas de valores y referencias intelectuales que tenían algunos
militantes. En estas escuelas los militantes recibían nociones de economía, sociología e historia,
aprendían de táctica y estrategia y se familiarizaban con los clásicos del socialismo. En estas
escuelas buena parte de la militancia fue moldeando su concepción del mundo. Las escuelas de
formación fueron un espacio importante de ideologización de las bases, cuyo estudio sirve al
propósito de reconstruir su horizonte doctrinal y para determinar también la pretensiones de
ideologización que las direcciones tenía sobre ellas. En este sentido, el estudio en la diacronía de
las escuelas de formación que se acomete en este trabajo permite visualizar los cambios que se
fueron produciendo en el perfil ideológico de los militantes y cómo estos fueron estimulados por
quienes desde la dirección diseñaron los programas de formación y adoctrinamiento.
En el estudio de las escuelas de formación nos volvemos a encontrar con el citado
problema del desequilibrio de fuentes. Para el caso del PCE apenas disponemos de
documentación relativa a la formación del militante durante los años de la transición. La
documentación completa sobre las escuelas y seminarios que se organizaron forma parte de esa
documentación que no está todavía integrada en su archivo histórico. La documentación sobre la
política formativa durante el tardofranquismo es más abundante, pero sigue siendo demasiado
parcial y no está ordenada de manera sistemática y específica, sino diseminada por otras
83
secciones o series. No obstante, para el caso concreto del PSUC sí que disponemos en el Archivo
Nacional de Cataluña de una sección relativa a su política de formación del militante durante el
franquismo. También aquí el vacío es importante para los años de la transición; pero la
abundancia de documentos relativos a los últimos años de la dictadura sirve al propósito de
acercarse a los idearios de los militantes durante el proceso de cambio, pues fue en esos años en
los que muchos militantes adquirieron el bagaje doctrinal que les acompañaría posteriormente.
El caso del PSOE ofrece mayores posibilidades. A la detallada información sobre las
escuelas de formación del militante en el exilio que hay en el Archivo de la Fundación Pablo
Iglesias se une una serie documental en la misma Fundación dedicada en exclusiva a las Escuelas
de Verano celebradas durante la transición. Sobre las escuelas del exilio hay abundante
información acerca de los materiales y temarios impartidos, así como sobre sus fuentes de
financiación. En cuanto a las Escuelas de Verano de la transición, la documentación es bastante
completa, incluyendo temarios, materiales didácticos, bibliografías y datos sobre los ponentes y
los asistentes. En definitiva, para el caso del PSOE contamos con fuentes suficientes para
recomponer la secuencia de su política de formación del militante durante la transición. Como
veremos, las variación progresiva de contenidos en sus escuelas de verano será un buen indicador
de su cambio ideológico.
Otra forma de acercarse al perfil ideológico de los militantes es a partir de las encuestas
que realizaron al respecto los propios partidos. En el caso del PSOE disponemos de una encuesta
en la que se recoge información relativa a los niveles educativos, la formación política, los
sistemas de valores y otros asuntos que en cierta forma delinean este perfil. No obstante, como
veremos, la fuente merece ser relativizada a tenor de varias circunstancias, entre las cuales la más
subrayable es su condición de fuente oficial.
La documentación por excelencia para analizar el perfil ideológico de la militancia de
manera directa han sido en este trabajo los testimonios que dejaron escrito en su correspondencia.
Las fuentes analizadas en concreto han sido las numerosas cartas que los militantes de base
enviaron a las “tribunas abiertas” por Mundo Obrero y El Socialista para discutir las tesis
propuestas respectivamente a los congresos del PCE y el PSOE. Se trata de una documentación
excepcional para analizar de forma directa los sistemas de valores, los esquemas mentales y las
referencias culturales de los militantes en el momento en el que las explicitaron. En estas cartas
84
los militantes se expresaron por sí mismos, sin mediación alguna, y su estudio permite rescatar
sus tendencias ideológicas en el momento en el que las expresaron por escrito. El análisis permite
ver la manera en que los militantes de base, con los recursos culturales de que disponían,
procuraron dar un significado ideológico a su acción política.
También en el caso de esta fuente el desequilibrio es notorio. En el caso del PCE
disponemos de todas las cartas que se enviaron a la Tribuna abierta de Mundo Obrero para
discutir la cuestión del leninismo, tanto las que se publicaron, una ínfima parte, como las que no
lo fueron, más de doscientas. Se trata, por tanto, de una fuente importante para analizar el perfil
ideológico de la militancia: una cantidad ingente de testimonios en los que los militantes se
pronuncian expresamente sobre el proceso de revisión doctrinaria de su partido. Sin embargo, en
el caso del PSOE sólo disponemos de aquellas cartas que se publicaron en El Socialista, lo cual
es una muestra menos amplia para pronunciarse sobre el perfil ideológico de los militantes del
partido y menos fidedigna por cuanto que pasó la criba del Consejo editorial del periódico. Aún
así las cartas publicadas contienen un información interesantísima de la que resulta posible no
sólo abstraer tendencias, sino también precisar matices.
Finalmente otro capítulo de este trabajo trata de analizar cómo se reprodujeron los
discursos de la izquierda en la prensa de masas, y, sobre todo, cuáles fueron los discursos que a
propósito del cambio ideológico de la izquierda mantuvieron estos medios. La prensa es en este
trabajo fuente y objeto de estudio al mismo tiempo. Los diarios que hemos trabajado para ello
son El País, Diario 16, ABC, La Vanguardia, Informaciones, Ya y Arriba. Se trata de varios
rotativos que cubren el espectro ideológico de la prensas de masas. Además de las alusiones
frecuentes a la prensa a lo largo de todo este trabajo, en el Capítulo V se ha analizado
sistemáticamente la cobertura que estos periódicos dieron a los momentos clave del cambio
ideológico de la izquierda en la transición: al IX Congreso del PCE y al XVIII Congreso y
Congreso Extraordinario del PSOE. Los análisis de los editoriales, de los artículos de opinión, de
las entrevistas realizadas, de los relatos de los corresponsales y de la ubicación y frecuencia de las
noticias servirán para reflexionar sobre el importante papel que los medios de comunicación
desempeñaron en el proceso de cambio ideológico de la izquierda durante la transición.
85
II. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: DE LA LUCHA ANTIFRANQUISTA
AL CAMBIO IDEOLÓGICO.
II.1. El PCE en el tardofranquismo y la transición: de la lucha contra la dictadura al
abandono del leninismo.
II.1.1. El partido de la oposición.
En vísperas de la muerte del General Francisco Franco el PCE era el partido político
clandestino más potente. Disponía de una militancia numerosa y entregada, de cuadros
experimentados y de una dirección cohesionada. Desde la formulación de la Política de
Reconciliación Nacional en 1956116
, con la que puso fin a la lucha armada y decidió utilizar los
resquicios legales del régimen para generar una oposición pacífica de masas, su capacidad de
influencia social había ido en aumento. El impulso a las Comisiones Obreras en el mundo del
trabajo, la promoción de sindicatos democráticos en la universidad, la dinamización del
movimiento vecinal, la adhesión de profesionales e intelectuales a su proyecto y la apertura hacia
los sectores progresistas del Catolicismo le convirtieron en la principal fuerza de oposición a la
dictadura, y le auguraban un papel protagonista en el proceso destinado a reemplazarla.
Si el PCE se convirtió en la fuerza por excelencia del antifranquismo fue porque supo
adaptar mejor que nadie su estrategia y sus tácticas a las importantes transformaciones
económicas, sociales y culturales que se produjeron en España a lo largo de la década de los
sesenta. Estas transformaciones económicas, que vinieron incentivadas en buena medida por lo
que se dio en llamar “el desarrollismo”, generaron las condiciones de posibilidad para abrir una
116
La nueva línea política fue formulada en el documento del Comité Central “Declaración del PCE por la
reconciliación nacional. Por una solución democrática y pacífica del problema español”, junio 1956, Carpeta 73,
Sección Documentos, Archivo Histórico del Partido Comunista de España (AHPCE).
86
dinámica de conflictividad social y política que desgastó de manera considerable a la dictadura y
que, hegemonizada por el PCE, le sirvió de caldo de cultivo para cobrar fuerza y prestigio117
.
Antes de llegar a esta situación el PCE atravesó una fase más dura que se prolongó al
menos hasta finales de los cincuenta, caracterizada por el desarrollo de acciones puramente
resistenciales en las penumbras de la clandestinidad y por el lanzamiento esporádico de grandes
convocatorias huelgüísticas de “ilusorios objetivos finalistas”118
. Semejante contradicción se
explica por el hecho de que esas grandes convocatorias sirvieron a otros propósitos más realistas
que los declarados públicamente. Efectivamente, estas convocatorios estuvieron muy lejos de
amenazar la estabilidad del régimen, pero sí sirvieron para mantener en tensión a la militancia y
para calibrar sus potencialidades, de foco de atracción para nuevos militantes, de espacio de
ampliación de la política de alianzas, de acción propagandística y para que se visualizara también
la naturaleza inherentemente represiva de la dictadura119
.
No obstante, esta situación cambió por completo a lo largo de la década de los sesenta,
durante la cual los militantes comunistas pasaron de los soterrados ambientes clandestinos a
constituirse en la vanguardia de amplios movimientos sociales. En los lugares más dinámicos de
España se produjo aquello que con precisión ha apuntado el historiador Xavier Doménech para el
caso del PSUC:
Durante la década de los sesenta se transitó en Cataluña de una oposición básicamente definida por y para la
militancia política a una nueva forma de oposición que tenía su polo central de atención y confrontación con
el régimen en el marco de los nuevos movimientos sociales120
.
117
Como ha afirmado Pere Ysás “En este escenario la oposición política a la dictadura encontró las oportunidades
para realizar un activismo mucho más eficaz que el meramente propagandístico y testimonial y, al mismo tiempo,
para reforzarse orgánicamente gracias a la mayor disponibilidad para la acción política presente en aquellos que
participaban precisamente en esa creciente conflictividad social”. Pere Ysás, “La crisis de la dictadura franquista”, en
Carme Molinero (ed.), La transición. Treinta años después, Barcelona, Península, 2006, p. 31. Una síntesis
sustantiva sobre los efectos sociales del desarrollismo puede verse en Enrique Moradiellos, La España de Franco
(1939-1975), Política y Sociedad, Madrid, Síntesis, 2000, pp. 137-148. Un trabajo más amplio y reciente en el que se
analizan profundamente estos cambios y sus efectos es el de Carme Molinero y Pere Ysás, Anatomía del franquismo,
de la supervivencia a la agonía, 1945-1977, Barcelona, Crítica, 2008. 118
Carme Molinero y Pere Ysàs, “El partido del antifranquismo (1956-1977)”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y
Carmen García (coords.), Historia del PCE...Vol. II, op. cit., p. 16. 119
Ibidem. 120
Xavier Doménech, “Entre el chotis reformista y la sardana idílica. La política de alianzas del PSU de Cataluña en
tiempos de cambios políticos”, Papeles de la FIM (Madrid), nº 24, 2006, p. 205.
87
Fue el impulso, la presencia abrumadora y la dirección política que el partido ejerció
sobre estos movimientos sociales lo que fortaleció y le permitió asumir el liderazgo del
antifranquismo.
La centralidad de la lucha social contra la dictadura la ocupó el movimiento obrero. El
PCE fomentó el “entrismo” en las estructuras oficiales del régimen para arrancar el movimiento
de las Comisiones Obreras de las entrañas del propio Sindicato Vertical. Esta estrategia de
Caballo de Troya permitió incorporar a las acciones de oposición a amplios sectores de las clases
trabajadoras y diseñar dinámicas de ocupación del espacio público que quebraron la paz social
preconizada desde el régimen. El origen de la conflictividad social generada por el movimiento
obrero tuvo que ver en muchos casos con reivindicaciones en principio laborales, pero la falta de
cauces legales que las canalizara terminaba politizándolas. A medida que avanzaron los años
sesenta las reivindicaciones abiertamente políticas de los trabajadores se explicitaron y
generalizaron, y rara fue la convocatoria en la que no se solicitaba la libertad sindical, el derecho
de huelga, la amnistía de los represaliados y garantías democráticas más generales121
.
Durante la segunda mitad de los sesenta los comunistas jugaron también un papel
determinante en la constitución de sindicatos democráticos de estudiantes. Estas experiencias de
121
La bibliografía sobre el Movimiento Obrero en el franquismo, y, por inclusión, sobre el papel que jugó el PCE es
ya abundante y de buena calidad. Además de los múltiples trabajos publicados recientemente siguen siendo obras de
referencia David Ruiz (dir.), Historia de Comisiones Obreras (1958-1988), Madrid, Siglo XXI, 1993; José Babiano
Mora, Emigrantes, cronómetros y huelgas. Un estudio sobre el trabajo y los trabajadores durante el franquismo
(Madrid, 1951-1977), Madrid, Siglo XXI, 1995; Sebastián Balfour, La dictadura, los trabajadores y la ciudad: el
movimiento obrero en el área metropolitina de Barcelona (1939-1988), Valencia, Edicions Alfons El Magnànim,
1994; y Carme Molinero y Pere Ysàs, Productores disciplinados y minorías subversivas. Clase obrera y
conflictividad laboral en la España Franquista, Madrid, Siglo XXI, 1998. Más recientemente la producción
historiográfica sobre el Movimiento Obrero se ha ampliado y enriquecido de manera importante a partir de estudios
regionales o locales. En este sentido, cabe poner el ejemplo de tres lugares donde se viene trabajando de manera
especialmente intensa este tema. Asturias, con los trabajos, entre otros muchos, de Francisco Erice y Ramón García
Piñero, como por ejemplo “La reconstrucción de la nueva vanguardia obrera y las comisiones de Asturias (1958-
1977)”, en David Ruiz (coord.), op. cit., o de Rubén Vega, entre los que a modo de ejemplo se puede citar: Rubén
Vega, “La relación con Comisiones Obreras”, Papeles de la FIM (Madrid), nº 24, 2006, sobre las relaciones entre el
PCE y CCOO, o la coordinación de la obra Las hulegas de 1962: hay una luz en Asturias, Oviedo, Fundación Juan
Muñiz Zapico: Trea, 2002. Cataluña, con los trabajos, entre otros muchos, de los ya citados Carme Molinero y Pere
Ysàs, así como del también citado Xavier Doménech del que puede citarse por su carácter sintético: “El PSUC y el
movimiento obrero en la encrucijada”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García, Historia del PCE...Vol. II,
op. cit. O Castilla la Mancha, con los trabajos, por citar sólo algunos, de Óscar J. Martín García y Damián A.
González Madrid, que junto a otros pueden verse en Manuel Ortiz Heras (coord.), Movimientos sociales en la crisis
de la dictadura y la transición: Castilla – La Mancha, 1969-1979, Ciudad Real, Añil, 2008. Una buena síntesis
puede verse en este mismo autor: Manuel Ortiz Heras, “De los productores de la dictadura a los trabajadores
conscientes de la democracia en Castilla la Mancha”, en Manuel Ortiz, Manuel Ruiz e Isidoro Sánchez (coords.),
Movimientos sociales y Estado en la España contemporánea, Cuenca, Universidad de Castilla la Mancha, 2001, pp.
565-605.
88
autoorganización de los universitarios al margen del SEU generaron espacios de socialización
política en los centros de formación superior en los que se desarrollaron formas de convivencia
democrática más avanzadas de las que cristalizarían posteriormente en el sistema político
resultante de la transición. La experiencia de los sindicatos democráticos languideció en los
setenta como consecuencia, entre otras cosa, de la irrupción de perspectivas ideológicas radicales
de inspiración sesentayochistas, que provocaron la atomización del movimiento estudiantil y la
ascendencia sobre él de organizaciones que se situaban a la izquierda del PCE. Aun así,
movimientos como el de rechazo a la Ley General de Educación o el del Profesorado No
Numerario en los setenta serían impulsados y hegemonizados fundamentalmente por los
militantes del partido122
.
El movimiento vecinal se consolidó en la primera mitad de los setenta bajo el impulso, no
sólo, pero sí en buena medida, de activistas de PCE, sobre todo en las barriadas socialmente
desasistidas de las grandes ciudades del país, que luego constituiría los bastiones electorales del
partido. La reivindicación de mejoras en las infraestructuras de comunicación y mantenimiento o
en los servicios sociales tuvieron como colofón la reclamación de la democratización de los
ayuntamientos y, por extensión, de la sociedad en general. Al mismo tiempo el movimiento
vecinal desarrolló acciones fundamentales de apoyo y asistencia a las luchas de los
trabajadores123
.
Por último, y como se verá en el siguiente capítulo, numerosos profesionales e
intelectuales accedieron a las filas del PCE para organizarse en una tupida y flexible estructura
122
Sobre el movimiento estudiantil en el franquismo y el papel que en él desempeñaron los comunistas véanse, por
ejemplo, la esclarecedora panorámica que ofrece uno de sus protagonistas, Francisco Fernández Buey, “Estudiantes y
profesores universitarios contra franco. De los sindicatos democráticos estudiantiles al Movimiento de PNNs ( 1966-
1975)”, en Juan José Carrera Ares y Miguel Ángel Ruiz Carnicer (eds.), La universidad española bajo el régimen de
Franco (1939-1975), Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1991, o el trabajo más reciente de los historiadores
Elena Hernández Sandoica, Miguel Ángel Ruiz Carnicer y Marc Baldó Lacomba, Estudiantes contra Franco (1939-
1975), Oposición política y movilización juvenil, Madrid, La Esfera, 2007. Entre los estudios regionales que ya
empiezan a abundar véase la monografía (resultado de si tesis doctoral) Alberto Carrillo-Linares, Subversivos y
malditos en la Universidad de Sevilla (1965-1977), Sevilla, Centro de Estudios Andaluces, 2008, o los artículos de
Sergio Rodríguez Tejada, “Entre la Universidad y el Partido: la organización universitaria del PCE en Valencia”, en
Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García, Historia del PCE...Vol. II, op. cit. o José Ramón González Cortés,
José Hinojosa y Juan Antonio Andrade, “La organización universitaria del PCE en Cáceres durante el
tardofranquismo”, en Manuel Bueno (coord.), Comunicaciones del II Congreso del PCE. De la resistencia
antifranquista a la creación de IU. Un enfoque social, FIM, 2007, Edición CD-Rom. 123
Recientemente se ha publicado un interesante trabajo que recoge contribuciones de algunos estudiosos del
fenómeno o/y protagonistas del mismo como Manuel Castells, Jordi Borja o Concepción Denche Morón, recopilados
en Vicente Pérez Quintana y Pablo Sánchez León (eds.), Memoria ciudadana y movimiento vecinal, Madrid, 1968-
2008, Madrid, La Catarata, 2009.
89
sectorial que permitió al partido llevar sus enfoques y reivindicaciones a los colegios
profesionales y a los espacios de la cultura. Finalmente, de manera transversal a todos estos
movimientos, el partido se constituyó en el referente de la lucha antifranquista para muchos
cristianos que venían disintiendo con la dictadura y sintonizando con las tendencias socializantes
que cobraron fuerza en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano Segundo124
.
Estos movimientos sociales desataron una conflictividad social multiforme que erosionó
de manera importante al régimen, porque quebró el orden público, evidenció las límites de la
represión y le sustrajo importantes apoyos sociales. El papel de los comunistas fue determinante
porque fueron ellos en buena medida los que impulsaron y articularon esta conflictividad.
La implicación del PCE en los movimientos sociales modificó por completo la fisonomía
y la naturaleza misma del partido. El trabajo en estos frentes de masas - como así se llamaban en
el argot de la época – redundaron en benéfico de su fortalecimiento organizativo, de su
crecimiento afiliativo y de la ampliación de sus espacios de influencia. El trabajo en las
Comisiones Obreras, en los sindicatos democráticos, en las barriadas o en los colegios
profesionales modeló el perfil de buena parte de los comunistas, que si bien siguieron militando
clandestinamente en el partido se constituyeron en verdaderos referentes públicos en sus ámbitos
de activismo social.
En definitiva, en vísperas de la muerte de Franco el PCE eran un partido con un fuerte
arraigo social, cuya hegemonía sobre los principales movimientos sociales le constituyó en el eje
del antifranquismo. Desde esta posición el PCE tenía elaborado un proyecto concreto de
transición a la democracia.
II.1.2. El proyecto comunista de transición.
El proyecto de transición diseñado por el partido a lo largo de los años sesenta fue
resultado de diversos debates, correcciones más o menos reconocidas e innovaciones estratégicas
124
La influencia del PCE sobre los profesionales e intelectuales será abordada de manera detenida en el siguiente
capítulo. Sobre la convergencia de los cristianos en el PCE un trabajo relativamente reciente que lo aborda
atendiendo sobre todo a los debates doctrinarios es el de Daniel Álvarez Espinosa, Cristianos y marxistas contra
Franco, Cádiz, Universidad de Cádiz, 2004. Algunas reflexiones muy interesantes al respecto pueden verse en la
obra más genérica de Rafael Díaz Salazar, La Izquierda y el cristianismo, Madrid Taurus, 1998.
90
atípicas en el Movimiento Comunista125
. Pero su esquema básico para el cambio estuvo sujeto
hasta principios de los setenta a una premisa que se evidenció errónea: la de que “la burguesía
monopolista española”, principal soporte social del régimen, estaba incapacitada, por tradición y
por apego a sus propios intereses, para buscar una salida democrática a una posible crisis del
Franquismo126
. El proyecto estratégico del PCE era encauzar el proceso de transición en la
perspectiva del socialismo a través de una fase interpuesta, la democracia avanzada, que
vinculara, por medio de una amplia política de alianzas, a la inmensa mayoría de la población127
.
El instrumento para esa estrategia era la Huelga Nacional: una acción pacífica de masas que a la
muerte del Caudillo paralizaría el país forzando la caída de sus herederos, debilitando las
posiciones de las clases dominantes y abriendo un proceso constituyente dirigido por un gobierno
provisional amplio y plural128
. Este proyecto de ruptura exigía por lo pronto la acción unitaria de
todos los partidos democráticos. El PCE, consciente de ello, orientó gran parte de sus esfuerzos a
procurarla, aunque para ello tuviera que reformular sus propuestas iniciales o plantear otras que
pudieran ser digeridas por el resto de las organizaciones que reclamaban las libertades.
No obstante, la fuerza de los hechos exigió modificaciones en el discurso del PCE, que
afectaron incluso a su premisa de partida. En el llamado Pacto para la Libertad, ratificado en el
VIII Congreso en julio de 1972129
, se lanzó una propuesta al resto de la oposición que partía de la
constatación de varios fenómenos. Por una parte, tomaba nota de la crisis galopante del régimen
en virtud de varios factores: la desafección social, la pérdida de cohesión interna y el desgaste por
las acciones de la oposición130
. Por otra, se reconocía, por primera vez, que las clases dominantes
estaban en disposición de lograr por sí mismas una solución más o menos democrática a la crisis
del régimen. Según la percepción del PCE, la burguesía monopolista estaba tomando conciencia
de que la ligazón de sus intereses a una dictadura agónica le deparaba un futuro peligroso, y que
sus posiciones de poder podrían garantizarse si ellas mismas controlaban un proceso de cambio
125
El estudio más amplio y reciente al respecto puede verse en Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica
democrática en el PCE (1956-1982), Madrid, FIM, 2004. 126
El cuestionamiento de esta tesis llevó a la expulsión de los dirigentes Jorge Semprúm y Fernando Claudín en
1964. En pleno proceso de transición Claudín publicó los documentos del debate. En ellos pueden apreciarse con
nitidez la tesis del partido, los análisis en que se basaba y el proyecto que inspiraba: Fernando Claudín, Documentos
de una divergencia comunista, Barcelona, Viejo Topo, 1978. 127
Fernando Claudín, Documentos ..., op. cit., pp. 241-247. 128
Fernando Claudín, Documentos ..., op. cit., pp. 308-310. 129
La propuesta partió inicialmente del Comité Ejecutivo y puede verse en Santiago Carrillo, Libertad y socialismo,
París, Editions Socials, 1971. Posteriormente fue perfilada en el Octavo Congreso: Santiago Carrillo y Dolores
Ibárruri, Hacia la Libertad. Octavo Congreso del Partido Comunista de España, París, Editions Socials, 1972. 130
Santiago Carrillo, Libertad y socialismo , op. cit. pp. 9-35.
91
que instaurase en España un sistema político de apariencia democrática131
. En el camino habrían
quedado neutralizadas la posibilidad de que una ruptura plena depurase de sus puestos a quienes
habían estado comprometidos con la dictadura, y la amenaza de que los cambios institucionales
pudieran traer consigo transformaciones socioeconómicas no deseadas. La oposición del partido
comunista a este proyecto fue rotunda, pero la actitud hacia sus promotores políticos fue un tanto
ambigua. Se denunciaba la intención que los aperturistas tenían de dividir a la oposición y
marginar definitivamente al PCE, pero se reconocía la utilidad que estos nuevos sectores ofrecían
para aislar al búnker132
.
Atendiendo a esos análisis en el Pacto para la Libertad se lanzaba una propuesta de
acuerdo al resto de los partidos que apostaban abiertamente por la democracia. El compromiso
giraba en torno a los siguientes puntos: formación de un gobierno provisional amplio y plural,
amnistía plena, reconocimiento de todos los derechos y libertades fundamentales, elecciones
libres que incluía el pronunciamiento sobre la Jefatura del Estado, y apertura de un proceso
constituyente133
. En definitiva, una oferta mínima que apostaba por la ruptura democrática, pero
que excluía por lo pronto cualquier contenido social que sirviese de motivo para el desacuerdo.
Conscientes de la necesidad de generar dinámicas unitarias que fortaleciesen al conjunto
de la oposición, el PCE promovió en el verano de 1974 la creación de la Junta Democrática de
España. Este organismo estaba constituido por el propio PCE, el Partido del Trabajo, el Partido
Socialista Popular, el Partido Carlista, CCOO y otras organizaciones políticas de ámbito regional;
pero integraba, además, a representantes de asociaciones de vecinos, de colegios profesionales y
a personas independientes de procedencias políticas diversas y de reconocido prestigio en la vida
pública española134
. El cometido de la Junta era doble. Por una parte, debía servir de instrumento
unitario de oposición al régimen, aglutinando, en todos los ámbitos de la sociedad civil, las
expresiones disidentes todavía dispersas. Por eso la Junta no se concibió tan sólo como una
agrupación de las cúpulas dirigentes de los partidos citados con el añadido anecdótico de
personajes ilustres. El objetivo era promover la creación de juntas democráticas por toda la
geografía española para unificar esfuerzos y criterios en las acciones diarias de confrontación con
131
Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, Hacia la libertad,..., op.cit. pp. 20-31. 132
Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri, Hacia la libertad,..., op.cit. pp. 32-34. 133
Santiago Carrillo, Libertad y socialismo, op. cit. pp 36-38. 134
Recuérdense los nombres del monárquico Rafael Calvo Serer o el de Antonio García Trevijano. Este último
publicó un trabajo donde expuso el sentido de la Junta Democrática: Antonio García Trevijano, La alternativa
democrática, Barcelona, Plaza y Janés, 1978, pp. 7-12.
92
la dictadura. La apuesta del PCE tuvo una aceptación relativa, y pronto proliferaron juntas en las
principales ciudades españolas, cuyas acciones fueron de la presentación de alternativas globales
al Franquismo a la denuncia abierta y expresa de las actuaciones cotidianas del régimen135
. Por
otra parte, la Junta Democrática fue concebida como un ensayo del futuro gobierno provisional
que debería tomar las riendas del cambio tras el derribe de la dictadura. Su composición
ideológicamente variopinta y la presencia citada de personas sin adscripción partidaria
respondían a la propuesta comunista de conformar un gobierno transitorio, amplio y plural, en el
que todas las agrupaciones políticas desvinculadas del régimen se pudieran sentir representadas, y
en la que ninguna de ellas pudiera recelar del protagonismo de cualquier otra136
. En definitiva, el
PCE apostaba por un organismo unitario que sirviera de instrumento de oposición al Régimen,
pero que fuera al mismo tiempo el embrión del gobierno que debía gestionar su desaparición.
La línea de convergencia auspiciada por el PCE partía de la necesidad de aglutinar
diversidades políticas para enfrentarlas al régimen, pero se debía también al temor de los
comunistas a quedar aislados en un posible acuerdo posfranquista entre el resto de las opciones
políticas entonces ilegales, o entre éstas y algunos residuos de la dictadura. Los comunistas eran
tan conscientes de que la unidad de acción era un requisito inexcusable para la ruptura
democrática, como de que la desunión de los partidos opositores podría traducirse, en el futuro
proceso de cambio, en la marginación del PCE.
II.1.3. La movilización frente al continuismo.
El 20 de noviembre de 1975 murió el dictador Francisco Franco. Tal y como estaba
contemplado en la Ley de Sucesión, el 22 de diciembre Juan Carlos de Borbón juró ante las
Cortes como nuevo rey de España.
135
El impulso a las Juntas provinciales o locales aparece referido en los trabajos de historia local o provincial sobre
el PCE en la transición presentados a los dos congresos sobre la historia del partido Manuel Bueno, José Hinojosa y
Carmen García, Historia del PCE. I Congreso, op. cit. O Manuel Bueno (Coord.), Comunicaciones del II Congreso
del PCE..., op. cit. Entre este último puede verse, Ana Belén Gómez Fernández, “El PCE en la transición jienense” o
Encarnación Barranqueiro Texeira, “El PCE de Málaga en la transición a través de su periódico “Venceremos””,
ambos en Bueno, Manuel (coord.), Comunicaciones del II Congreso del PCE...op. cit. 136
La concepción que el PCE tenía de la Junta Democrática de España puede verse en “Informe central a la II
Conferencia Nacional del PCE”, en Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo, La propuesta comunista, Barcelona, Laia,
1977, pp. 57-59.
93
El objetivo primordial e irrenunciable del Rey era, como es lógico, consolidar la
institución real más allá del sistema político en el que pudiera insertarse. A este respecto era un
riesgo excesivo ligar el futuro de la Monarquía a un régimen decadente. Si la dictadura se
prolongaba podría derrumbarse repentinamente y con ella sepultar al propio Monarca. Por otra
parte, la apertura inmediata de un proceso democratizador podría comprometerle en dos
escenarios supuestos: o bien generar un golpe del aparato posfranquista que abortase el proceso y
le destituyese por abrirlo, o bien verse desbordado tras la apertura por una oposición que entonces
defendía mayoritariamente un modelo republicano. Así las cosas, el Rey optó en principio por el
continuismo en lo básico y por las reformas superficiales. Es decir, por confirmar a Arias Navarro
en la presidencia del gobierno y comprometerse con el proyecto de reforma limitada, confusa y
desde arriba prediseñado en el “espíritu del 12 de febrero”. Al mismo tiempo el Monarca decidió
designar a su mentor, Torcuato Fernández Miranda, presidente del Consejo del Reino y de las
Cortes españolas, lo que sumado a otras medidas le permitió ocupar progresivamente el aparato
de poder heredado y ampliar sus márgenes de maniobra.
El resultado último de esta etapa fue la neutralización del proyecto pseudo-continuista de
Arias. La propuesta de ampliar el derecho de asociación política, pero sin legalizar a los partidos,
se frustró toda vez que no suscitó ninguna adhesión. El búnker lo desestimó aduciendo que
violaba las esencias del Movimiento y abría la puerta al pluralismo político desencadenante de la
Guerra Civil. Los sectores evolucionistas del régimen mantuvieron una actitud ambigua que fue
de la defensa desapasionada a la exigencia de una reforma más profunda. Pero el factor decisivo
que hizo fracasar el proyecto fue la repulsa de la oposición.
Tras la entronización de Juan Carlos de Borbón, y una vez constatado el propósito del
nuevo gobierno, buena parte de la oposición con el PCE a la cabeza desató una ofensiva a gran
escala que se tradujo en la oleada huelguista más amplia e intensa que había conocido
recientemente el país. Por encima de las famosas declaraciones del Vicepresidente para asuntos
de Interior y Gobernación lo cierto es que el régimen había perdido la calle137
. El resto de los
partidos ilegales también se opusieron de manera más o menos contundente, con lo cual el
proyecto Arias fracasó en uno de sus objetivos fundamentales: fragmentar definitivamente a la
137
Sobre el pulso que el Movimiento Obrero mantuvo con el gobierno en este etapa véase Xavier Domènech, “ El
cambio político (1962-1976). Materiales para una perspectiva desde abajo”, Historia del Presente (Madrid), núm. 1,
2002, pp. 61-67.
94
oposición para integrar a sus expresiones más moderadas y acartonadas y marginar a las más
combativas e influyentes.
No obstante, la creación en junio de 1975 de la Plataforma de Convergencia Democrática
bajo impulso fundamental del PSOE ponía de manifiesto la desunión práctica de las fuerzas
opositoras. La razones expuestas por los socialistas para no integrarse en el organismo
patrocinado por el PCE descansaban básicamente en la denuncia de la unilateralidad de los
comunistas a la hora de promoverlo, en el rechazo a la figura de los independientes y,
curiosamente, en la crítica a la parcialidad de su composición. Pero los motivos reales y apenas
disimulados se debían al temor a ingresar en un organismo hegemonizado por los comunistas,
que implicaba además el compromiso inequívoco con la Ruptura Democrática, con el
instrumento propuesto para ello (el gobierno de concentración) y con la acción concreta diseñada
para tal fin (la Huelga Nacional).
Paradójicamente la dificultad del PCE para promover una alianza efectiva de todos los
partidos políticos enfrentados al régimen radicaba en su propia fortaleza, o visto desde otra
perspectiva en la debilidad del resto de las organizaciones opositoras. El cuestionamiento de la
condición democrática del PCE que muchas organizaciones adujeron para justificar su rechazo
hacia un acuerdo con este partido era una razón poco creíble, pues ya entonces resultaba
incuestionable la apuesta de los comunistas por un sistema pluripartidista, garante de los derechos
y libertades fundamentales y basado en la alternancia de fuerzas de signo contrario en el gobierno
en virtud de los resultados en unas elecciones libres; que, por otra parte, se entendía compatible
con la aprobación de medidas sociales avanzadas. El cuestionamiento de la calidad democrática
del PCE fue, más que un impedimento para la unidad, una excusa para evitarla.
El temor real consistía en participar de un proyecto unitario de ruptura a través de un
gobierno provisional que daría al PCE el protagonismo institucional que ya tenían en las acciones
de confrontación social con el régimen. No obstante, marginar abiertamente al PCE también
podría ser contraproducente para el resto de los partidos clandestinos: debilitaría la imagen
democrática de estos y les privaría, en el caso de que se abriera una negociación con el gobierno,
de la fuerza de presión necesaria, es decir, de la presión social antifranquista capitalizada por los
comunistas. En definitiva, las relaciones del resto de la oposición democrática con el PCE
respondieron a dos pulsiones contradictorias: la competencia, por un lado, y la cooperación, por
95
otro. Por su parte, el PCE era consciente de que por sí solo no podría forzar la caída del régimen
e imponer la ruptura. Además, si perseveraba en solitario, corría el riego de quedar marginado en
un posible proceso de legalización de los partidos. Estaba forzado, por tanto, a ligar su futuro al
resto de la oposición.
La síntesis a esta contradicción vino con la fusión en Marzo de 1976 de la Junta
Democrática de España con la Plataforma de Convergencia Democrática en un nuevo organismo
denominado Coordinación Democrática, que fue conocido popularmente como Platajunta. La
unificación de los dos organismos supuso una rebaja de las exigencias iniciales de la Junta. Las
reivindicaciones se redujeron a la legalización de todos los partidos políticos, la amnistía, el
reestablecimiento de las libertades, la apertura de un proceso constituyente con celebración de
elecciones libres, etc. Pero desaparecieron la apuesta por el gobierno de concentración, la alusión
a una acción de masas que dinamitara la dictadura y se dejó abierta la puerta a una posible
negociación con el gobierno si este demostraba su voluntad democratizadora138
. En definitiva, el
paso de la Junta Democrática a la Platajunta supuso el paso de un organismo unitario de
confrontación con el régimen y embrionario del futuro gobierno de transición a un organismo de
negociación conjunta con la elite posfranquista que se disolvería nada más se reestableciesen las
libertades. El PCE había conseguido su ansiado objetivo de agrupar al conjunto de la oposición y
agruparse en torno a ella, aunque en la unidad se había censurado su propio proyecto de
transición y abierto la puerta a un posibilidad que siempre había rechazado: la negociación del
cambio con el gobierno heredero de Franco139
.
La necesidad que sintió el PCE de estrechar su política de alianzas fue un factor que le
condicionaría ya desde el franquismo tanto ideológica como políticamente. Algunos de los
cambios ideológicos que se analizarán más adelante estuvieron también motivados, sin
menoscabo de que respondieran a un proceso de evolución endógeno, por el deseo de desmontar
las coartadas construidas por otras fuerzas de la oposición, que, como se ha visto, ponía de
pretexto las supuestas concepciones totalitarias del PCE para rehuir sus propuestas unitarias. De
138
Una documentación abundante sobre todo el proceso de negociación de los contenidos de Coordinación
Democrática o más tarde de la Plataforma de Organismos Democráticos entre sus organizaciones integrantes puede
consultarse en UGT, Informes, Secretaría General, Comisión Ejecutiva Confederal de UGT, Archivo Histórico de la
Fundación Francisco Largo Caballero (AHFFLC). 139
Un breve pero incisivo relato de este giro político del PCE puede verse en Josep Fontana, “Los Comunistas ante
la transición”, en Mientras Tanto (Barcelona), nº 104-105, 2007, pp. 26-28.
96
igual modo esta dinámica unitaria educaría ya entonces al PCE en una cultura de pactos y
transacciones que llevaría más tarde al paroxismo en la época del consenso.
No obstante, pese a su integración en la Platajunta, el PCE siguió sosteniendo en su
discurso el proyecto de ruptura plena y de principio, pues confiaba en que el desarrollo de los
hechos terminaría arrastrando consigo al conjunto de la oposición. Y aquí nos encontramos con
una cuestión que no ha sido clarificada por la historiografía, como es la determinación del
momento exacto en que el PCE renunció a la ruptura democrática y se plegó a la negociación de
la reforma. A este respecto, por ejemplo, Gregorio Morán sólo ha podido decir lo siguiente:
Tengo la convicción, personal e indemostrable, de que el Secretario General del PCE comprendió, ya antes
del verano del 76, que la partida estaba perdida y que todo quedaba en su habilidad para transformar esa
derrota estratégica en un triunfo personal [...] Para mayor desgracia de los historiadores no existen
documentos internos desde enero de 1976 hasta abril de 1977. Las escasas discusiones entre miembros del
ejecutivo tuvieron carácter personal y ni se grabaron ni se sacaron actas140
.
En definitiva, una cierta confusión rodeó a las propuestas y acciones del PCE durante los
meses que fueron de la primavera de 1976 a diciembre de ese mismo año, cuando tras la
aprobación de la Ley para la Reforma Política los comunistas decidieron que la única vía a seguir
era la abierta por el gobierno.
II.1.4. De la ruptura democrática a la reforma pactada.
Por las razones apuntadas el gobierno de Arias Navarro era insostenible, de manera que el
Rey terminó forzando su dimisión el 1 de Julio de 1976. La designación de Adolfo Suárez como
presidente del nuevo gabinete cogió por sorpresa a la oposición, y pareció satisfacer en principio
a los burócratas e involucionistas del régimen. Suárez era entonces un político poco destacado,
joven y falangista, que no había dado muestras evidentes de ansiar la democracia. Las razones
que se han dado para explicar su nombramiento son diversas, pero casi todas ellas parten de la
supuesta voluntad del Rey y de Torcuato de agilizar las reformas democráticas, y de su acuerdo
en torno a la persona de Suárez como la más idónea para esa empresa. Su responsabilidad al
frente de la Secretaría General del Movimiento y su ambigüedad pública hacia el cambio
140
Gregorio Morán, Miseria y Grandeza del Partido Comunista 1939-1985, Barcelona, Planeta, 1986, p. 519.
97
impedirían que fuera vetado por el búnker, y su hasta entonces escasa envergadura política le
hacía más manejable por la Corona que otros políticos eminentemente reformistas pero más
experimentados141
. Sea como fuere, lo cierto es que con el gobierno Suárez se abre la etapa más
intensa y determinante de la Transición, aquella que consagra el modelo de reforma pactada y
pone fin a cualquier intento de ruptura democrática.
En su declaración programática el nuevo gobierno se comprometía a iniciar una profunda
reforma institucional que debía concluir con la celebración de unas elecciones libres antes de un
año, y que contaría, consecuentemente, con la concurrencia de partidos políticos142
. Como más
tarde se evidenció, el método para el cambio consistía en una reforma gradual que iría “de la ley a
la ley”; un procedimiento que desmontaría el régimen desde dentro aprovechando sus propios
mecanismos jurídicos143
.
La estrategia de Suárez tenía tres momentos bien definidos: primero negociaría con las
fuerzas del régimen y los poderes fácticos la conveniencia de la reforma, después sometería el
proyecto a refrendo popular y al final, desde esa posición de fuerza, negociaría directamente con
la oposición su ritmo y alcance. Así, no fue difícil lograr la adhesión de una cúpula eclesial que
en boca del Cardenal Tarancón venía reclamando la apertura, ni tampoco entrañó demasiada
complicación convencer al empresariado de que sus intereses económicos no correrían ningún
peligro. Por otra parte, el ejército y los representantes más fidedignos de los apoyos sociales del
régimen (procuradores en Cortes) cedieron una vez se les garantizó que el triunfo en unas futuras
elecciones caería en manos de la derecha, que el PCE no obtendría la legalización y que sus
privilegios serían, por encima de todo, respetados144
.
De este modo, el 18 de noviembre las Cortes aprobaron la Ley para la Reforma Política.
Seis días antes había tenido lugar otro acontecimiento importante para comprender el
sometimiento último del PCE a la reforma pactada: la huelga general convocada por la
141
Julio Aróstegui, La Transición (1975-1982), Madrid, Acento, 2000, pp. 36 y 37. 142
La intervención completa del presidente puede encontrarse en Adolfo Suárez González, Un nuevo horizonte para
España. Discursos del presidente del gobierno, Madrid, Colección Informe, 1978, pp. 17-31. 143
Para comprender el procedimiento jurídico empleado y la lógica política que lo inspiraba sigue siendo útil el
trabajo que en esos momentos realizó Pablo Lucas Verdú, La Octava Ley Fundamental. Crítica jurídico-política de
la reforma Suárez. Madrid, Tecnos, 1976. 144
José María Maravall y Julián Santamaría, “Transición política y consolidación de la democracia en España”, en
José Félix Tezanos, Ramón Cotarelo y Andrés de Blas (eds.) La transición democrática española, Madrid, Sistema,
1989, pp. 200-202.
98
Coordinadora de Organizaciones Sindicales. Efectivamente, se trató del último y más parecido
intento de Huelga Nacional promovida por el PCE. Había llegado el momento de comprobar si
por la vía de la presión social abierta la oposición era capaz de tumbar a los herederos del
franquismo, de invalidar la reforma e imponer la ruptura. Las movilizaciones sociales habían ido
en aumento desde principios de los 70, se habían acelerado e intensificado con el gobierno Arias
y habían desbordado a sus propios convocantes con las peticiones de amnistía en los primeros
meses del mandato de Suárez145
. Con la Huelga del 12 de noviembre alcanzaron su techo. El PCE
destinó sus mayores esfuerzos a la preparación de la convocatoria. El gobierno, consciente de lo
decisivo del envite, desplegó todo su aparato represivo y logró reestablecer el orden para el día
siguiente, evitando que el paro y las movilizaciones se prolongaran de manera indefinida. En
definitiva, la huelga tuvo un respaldo social importante, pero no logró imponer su objetivo
último146
. Desde ese momento la dirección comunista llegó a la conclusión de que una ruptura de
principio por la vía del conflicto social directo era inviable, que la negociación era insalvable y
que las movilizaciones ya no serían un instrumento de oposición para derribar al gobierno, sino
una herramienta de presión en las transacciones con el ejecutivo. El empeño prioritario ahora era
participar plenamente en los acuerdos que se tomasen, y evitar a toda costa quedar marginados
del proceso de legalización de los partidos que estaba a punto de abrirse. 147
.
Desde estos planteamientos se explica su posición abstencionista, pero en último término
pasiva, en el referéndum sobre la Ley para la Reforma Política del 15 de diciembre de 1976. El
éxito que el gobierno obtuvo en este Referéndum organizado desde el poder y sin apenas
garantías democráticas marcó, desanimó todavía más al PCE. El escaso 30% de la abstención,
pesé a no ser del todo significativo de las tendencias de la sociedad española porque el
145
Sobre el ritmo y la intensidad de la movilización popular durante el Tardofranquismo y los primeros años de la
transición véanse los análisis realizados en la amplia bibliografía que citamos en la nota 123 Sobre el caso particular
de las movilizaciones pro-amnistía véase Paloma Aguilar Fernández, “ La amnesia y la memoria: las movilizaciones
por la amnistía en la transición a la democracia”, en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (Eds.), Cultura y
movilización en la España contemporánea, Madrid, Alianza, 1997, pp. 327-357. 146
Sobre el sentido de la huelga véase Álvaro Soto,“ Comisiones Obreras en la transición y consolidación
democrática. De la asamblea de Barcelona a la Huelga General del 14 D ( 1976-1988)” en David Ruiz (dir.) Historia
de Comisiones Obreras (1958-1988), op. cit., pp. 466 y 467. 147
El momento concreto que permite visualizar este giro estratégico es la famosa reunión clandestina del Comité
Ejecutivo en el Molino de Guadalajara el 23 de noviembre de 1976. Allí Santiago Carrillo expuso que el tiempo de la
ruptura había llegado a su fin, que la iniciativa estaba en manos del gobierno y que la negociación era un imperativo
forzoso. Gregorio Morán, Miseria y Grandeza... op. cit., p. 529 expone el debate que allí se produjo, sin citar la
fuente correspondiente. Nosotros hemos buscado la información de comité en su archivo: Carpeta 57, Sección
Documentos,AHPCE. En la carpeta no se encuentran las actas del Comité. Tan sólo aparece la declaración que se
aprobó de cara al público, donde la posibilidad de negociar con el gobierno tan sólo se sugiere. No obstante, como la
bibliografía sobre el tema y los protagonistas del hecho reconocen este hito, lo asumimos como tal.
99
Referéndum no fue un Referéndum verdaderamente democrático, redundó en su convicción de
que la única salida al franquismo pasaba por abrazar el proceso aperturista de Suárez y forzar sus
límites hasta que desembocara en unas Cortes Constituyentes.
En definitiva, en estos momentos el PCE constató con precisión la correlación de fuerzas,
la situación fundamental del momento que condicionaría el rumbo del proceso. Lo que se puso
nítidamente de manifiesto entonces fue que la oposición, con el PCE a la cabeza, había tenido la
fuerza suficiente para impedir el continuismo, pero que adolecía de la capacidad necesaria para
imponer la ruptura. La decisión más congruente con sus aspiraciones que el PCE alcanzó a ver en
esos momentos fue la de sumarse al proyecto reformista acometido desde el poder, para
reconducirlo por la vía de la negociación hacia los objetivos rupturistas. Año y medio después el
PCE justificaba del siguiente modo esta decisión:
Mantener las anteriores posiciones rupturistas en la nueva coyuntura hubiese significado aislar al PCE y a
las otras fuerzas de vanguardia, debilitarlas, dejar el campo libre a la reforma. En cambio con una política
más flexible se podía lograr que amplias capas hasta entonces pasivas, indecisas, basculase hacia la
democracia. El PCE se orientó a ampliar al máximo los organismos unitarios de la oposición ( lo que se
plasmó, principalmente en la comisión de los 10), a imponer una negociación gobierno-oposición que
permitiese con el apoyo, sobre todo de la lucha de masas, desbordar el carácter de la reforma; imponer la
legalidad del PCE y de todos los partidos; elecciones con un nivel de democracia aceptable; y que las
nuevas cortes fuesen constituyentes. Es decir, convertir lo que empezó siendo reforma en un cambio
democrático de verdad, a través de una serie de objetivos escalonados para abrir la vía a la democracia148
.
En definitiva el PCE elaboró un nuevo discurso justificativo que, en lugar de reconocer la
derrota y acometer un cambio radical de estrategia, planteó que a través de los procedimientos
reformistas impuestos se podrían alcanzar los objetivos rupturistas ansiados, como si lo primero
no comprometiera demasiado lo segundo y, sobre todo, como si la posición política del partido
no variara con esa situación. La nueva dinámica política que se abría lo vino a cambiar todo,
entre otras cosas hizo que el PCE pasara de ser el eje del antifraquismo a tener que luchar por su
existencia legal en el nuevo sistema emergente.
148
“ Tesis 1: Características del actual proceso de cambio”, en Noveno Congreso del PCE, Actas, debates,
resoluciones, Bucarest, PCE, 1978, p. 339.
100
Como se ha dicho, debilitado el PCE y fortalecido Suárez por los resultados del
referéndum, el presidente del ejecutivo abrió la negociación directa con la oposición. La presión
de los partidos democráticos forzó al Jefe del Gobierno a ampliar la amnistía, rectificar la ley
electoral pensada para el triunfo de las derechas, disolver el Movimiento y el Sindicato Vertical y
legalizar a la mayoría de los partidos políticos, incluido el PCE. La oposición por su parte puso
fin a cualquier intento de gobierno provisional; descartó definitivamente la petición de
responsabilidades a quienes estuvieron comprometidos con la represión; pospuso las
reivindicaciones nacionalistas; y aceptó las correcciones a la proporcionalidad del sistema
electoral que habría de aprobarse149
.
Las cesiones de la oposición se explican por algunos de los factores ya apuntados: los
límites de la movilización popular; los riesgos a una intervención involucionista; y, también, por
su división interna, tanto más exacerbada cuanto más próximas parecían las elecciones.
Efectivamente, la Comisión de los Diez tuvo en la negociación un papel más simbólico que
práctico. Suárez supo aprovechar los desacuerdos de la oposición conjugando el diálogo público
con su conjunto y la discreta negociación con sus partes. La situación había cambiado
extraordinariamente para el PCE, pues el gobierno pasó de tener que combatir socialmente a una
oposición liderada por los comunistas a gestionar en una mesa de negociación o entre bastidores
las diferencias entre partidos políticos a los que dio un trato muy desigual. El PCE fue de todas
los partidos que más tarde tendrían presencia parlamentaria el más perjudicado por este trato
discriminatorio. Por su parte, el PSOE dejó bien claro que su capacidad negociadora no se
agotaba en la Comisión, y que toda acción conjunta no iría más allá de la legalización de los
partidos. Además de las frecuentes reuniones que el dirigente socialista mantuvo con el
presidente, el grado de tolerancia de que disfrutó el PSOE meses antes de su legalización da fe de
su trato privilegiado con el gobierno. La deferencia más notoria del ejecutivo con el PSOE fue el
beneplácito a la celebración en pleno centro de Madrid de su XVII Congreso los días 5,6 y 7 de
diciembre de 1976, por tanto antes de que el partido de González fuera legalizado y cuando buena
parte de la dirección comunista estaba todavía en las cárceles.
Mientras tanto el PCE prosiguió sus acciones de oposición procurando sobrepasar las
condiciones clandestinas impuestas por el Estado. Se trataba de la política de “salida a la
149
Véase el sintético relato de José María Maravall y Julián Santamaría, op. cit., pp. 204-210.
101
superficie” que se había aprobado tiempo atrás en el pleno del Comité Central de Roma de julio
del 76150
, una política consistente en “forzar en la práctica el ejercicio de derechos no
reconocidos por el Régimen”151
. Entre otras razones esa misma política había llevado a Santiago
Carrillo a cruzar los Pirineos, y a demostrar cada cierto tiempo a la opinión pública que el PCE
era una fuerza incontrolable por el gobierno, y que su Secretario General podía sortear a los
cuerpos de seguridad del Estado en la misma capital del país. Los comunistas también intentaron
con ello contrarrestar el protagonismo mediático creciente del PSOE, demostrando además que
sus salidas a la superficie no eran fruto de las concesiones del gobierno, sino situaciones
impuestas por ellos mismos en virtud de su fortaleza y habilidad. Sin embargo, no puede
soslayarse que la libertad disfrutada por Carrillo durante su estancia en Madrid respondía también
al hecho de que el gobierno todavía no tuviera un futuro bien definido para el PCE. Pese a ello,
cuando la presencia de Carrillo resultó demasiado incómoda, se procedió a su detención
inmediata el 22 de diciembre. Con este hecho no quedaba más remedio que abrir otra de las
operaciones más complicadas de la transición: la legalización del PCE.
Una vez descartada la ruptura el objetivo principal de los comunistas era, insistimos,
evitar la marginación. El peligro más evidente se cifraba no tanto en la posibilidad de que el
gobierno optase por mantener al PCE en la clandestinidad por tiempo indefinido, como en la alta
probabilidad de que decidiera legalizarlo después de las primeras legislativas. Los comunistas
eran conscientes de los riesgos que ello entrañaba: no concurrir a las primeras elecciones o
presentarse en candidaturas encubiertas podría dejar su espacio electoral abierto al PSOE, y las
dificultades para recuperarlo posteriormente serían enormes152
. La campaña prolegalización
impulsada por el PCE tuvo tres ejes. El primero fue vincular la legitimidad de las primeras
elecciones a la participación en ellas de todas las fuerzas políticas. Si los comunistas eran
censurados de la convocatoria, la credibilidad democrática del gobierno, de los organizaciones
políticas participantes y del conjunto del proceso de cambio se vería mermada. Por otra parte, el
PCE hizo ostentación de su sentido de la responsabilidad para atemperar el ánimo de los más
150
Véase “ Informe de Santiago Carrillo al pleno del CC de Roma 1976. De la clandestinidad a la legalidad”, en
Dolores Ibarruri y Santiago Carrillo, La propuesta comunista, op. cit., pp. 239-241. 151
Rubén Vega García. “El PCE asturiano en el tardofranquismo y la transición.”, en Francisco Erice (Coord.), Los
comunistas en Asturias 1920-1982, Gijón, TREA, 1996, pp. 184 y 185. 152
Sobre las posibles bazas a jugar por parte del PCE atendiendo a las estrategias diseñadas por el gobierno hay dos
buenos trabajos que basándose en el principio de elección racional y aplicando la teoría de juegos llegan a
conclusiones distintas: Josep. M. Colomer, La transición a la democracia: el modelo español, Barcelona, Anagrama,
1998. cap. 5. y Antoni Domènech, “ El juego de la transición democrática”, Arbor (Madrid) núm. 503-504, 1987, pp.
207-229.
102
reacios, dejando bien claro que pasaría por los cauces establecidos y que frenaría todo conflicto
innecesario. Su ejemplar y sosegada respuesta al brutal asesinato de los abogados laboralistas de
Atocha corroboró este talante. Finalmente apeló a la normalidad y estabilidad disfrutada en otros
países democráticos, como Francia e Italia, donde los partidos comunistas tenía una
representación institucional considerable153
.
El proceso de legalización del PCE, en unas condiciones tan difíciles, entrañó cambios de
envergadura en su discurso. El más evidente fue la aceptación de la Monarquía y sus símbolos. El
compromiso entre el PCE y el gobierno sobre estos temas parece ser que se selló en la reunión
que Adolfo Suárez y Santiago Carrillo mantuvieron en casa de José Mario Armero el 27 de
febrero del 77. Los problemas interpretativos sobre este hecho se deben a la ausencia de fuentes
escritas que certifiquen lo que allí se debatió. La única manera de aproximarse a ello es
recurriendo a las memorias o a las declaraciones posteriores de ambos, lo cual no ofrece muchas
garantías, o bien deducirlo de la trayectoria posterior de sus respectivas organizaciones, lo cual
también resulta demasiado arriesgado154
. En cualquier caso parece claro que el acuerdo no sólo
giró en torno a la aceptación de la Monarquía por parte del PCE a trueque de su legalización
inmediata; sino que pudo centrarse también en la exigencia al dirigente comunista de que hiciera
frecuentes esfuerzos de contención para favorecer el modelo de cambio reformista. La operación
convenía aparentemente al PCE, pero resultó mucho más beneficiosa para Suárez. La inclusión
del PCE legitimaba todavía más el proyecto reformista de Suárez al lograr que lo respaldara uno
de sus mayores antagonistas ideológicos. Del mismo Suárez lograba integrar en el proceso a un
PCE ideológicamente desnaturalizado y políticamente maniatado. Ideológicamente
desnaturalizado al renunciar de facto a su republicanismo y políticamente maniatado al renunciar
tácitamente a explotar hasta sus últimas consecuencias lo que constituía su principal activo, la
movilización conflictiva de su base social.
La legalización del PCE fue uno de los acontecimientos más relevantes, tensos y decisivos
de la transición. El 9 de abril, sin previo aviso, el gobierno hizo pública la decisión de legalizar al
Partido Comunista de España. Las reacciones más virulentas procedieron de la derecha política y
153
Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica..., op. cit., pp. 274. 154
Sobre lo hablado en la entrevista véase Santiago Carrillo, Memorias, Barcelona, Planeta, 1993, pp. 652-654. o
bien lo publicado a partir de la correspondientes entrevistas con ambos - por Victoria Prego, Así se hizo la
Transición, Barcelona, Plaza y Janés. 1995, pp. 643-647 o Joaquín Bardavío. Sábado Santo Rojo, Madrid, Ediciones
Uve, 1980, pp. 165-171.
103
de la cúpula militar. El caso más sonado de repulsa a la decisión adoptada fue la dimisión en
señal de protesta del Ministro de Marina, Almirante Pita da Veiga. El país estuvo en vilo los días
siguientes por temor a que la legalización del PCE incitara a un golpe involucionista155
.
El 14 de abril se reunió el Comité Central del PCE. Se trataba de la primera reunión de
este órgano en la legalidad después de la dictadura. Fue en ese pleno ampliado del Comité
Central donde el PCE reconoció oficialmente la unidad de España, la Monarquía y la bandera
bicolor. Los miembros del partido que acudieron a la reunión no tenían constancia de que en ella
se fuera a plantear semejante decisión, ni mucho menos sabían que el compromiso con la
Monarquía ya lo hubiera sellado tiempo atrás el Secretario General. Avanzada la sesión Santiago
Carrillo tomó la palabra, y, repentinamente, en tono solemne, dijo:
Nos encontramos en la reunión más difícil que hayamos tenido hasta hoy antes de la guerra. En estas horas,
no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va a la democracia o se entra en una
involución gravísima que afectaría no sólo al partido y a todas las fuerzas democráticas de la oposición, sino
también a los reformistas e institucionalistas. Creo que no dramatizo, digo en este minuto lo que hay156
.
A continuación leyó la resolución que traía preparada, y que inmediatamente después se
hizo pública en rueda de prensa:
[...] Si en el proceso de paso de la dictadura a la democracia la Monarquía continúa obrando de una manera
decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas próximas Cortes nuestro
partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la Monarquía como un régimen constitucional y
democrático [...] Estamos convencidos a la vez de ser enérgicos y clarividentes defensores de la unidad de lo
que es nuestra patria común157
.
La resolución se aprobó inmediatamente después sin ningún voto en contra, tan sólo con
11 abstenciones procedentes básicamente de vascos y catalanes. En este Comité Central el PCE
selló su compromiso definitivo con la reforma y adquirió el compromiso de no cuestionar la
forma de Estado impuesta. Se trató, por tanto, de un cambio discursivo extraordinario: el PCE,
antimonárquico por naturaleza, asumía la defensa de la Monarquía instaurada por Franco. En sus
155
Helena Varela-Guinot. La legalización del PCE: élites, opinión pública y símbolos en la transición española.
Madrid, Instituto Juan March, 1990, pp. 26. 156
La intervención fue publicada en Mundo Obrero ( Madrid). Nº 16, semana del 25 de abril al 1 de mayo de 1977. 157
El comunicado también fue recogido en Mundo Obrero ( Madrid). Nº 16, semana del 25 de abril al 1 de mayo de
1977.
104
memorias Santiago Carrillo justificó la decisión en los siguientes términos. Para el Secretario
General el debate sobre la Jefatura del Estado habría dividido a la oposición en un momento en el
que la unidad seguía siendo necesaria para negociar desde posiciones fuertes con el gobierno. La
reclamación de la República habría animado a los involucionistas a dar un golpe de Estado bajo
pretexto de socorrer a la institución monárquica. La disputa habría revitalizado en la sociedad
española la división de los años 30, lo cual iba en contra de lo propugnado por la Política de
Reconciliación Nacional. Y además, en caso de un hipotético referéndum específico sobre el
tema, Carrillo no dudaba que el resultado habría sido desfavorable para la opción republicana158
.
No obstante, en el caso de la aceptación de la Monarquía se puso especialmente de
manifiesto una práctica que caracterizó al discurso del PCE durante la transición, y que no fue
otra que la de hacer en muchos casos de la necesidad virtud. Y es que el PCE, más que concebir
la Monarquía como una institución que el partido había aceptado forzosamente a cambio de la
legalización, terminó expresando un respaldo positivo a la misma, con el argumento de que la
reducción de sus competencias y su compromiso con la democracia la hacían incluso compatible
con el desarrollo de políticas socialistas159
.
En definitiva la legalización del PCE entrañó una importante coacción ideológica para el
partido, en virtud de la cual se difuminó su republicanismo, entendido éste no sólo como apuesta
por una forma de Estado, sino como toda una cultura cívica ligada a esa concepción del Estado.
El deseo añadido de racionalizar políticamente la aceptación de la Monarquía redundó todavía
más en la difuminación del republicanismo en la ideología del partido.
Pasado el duro trance de la legalización y dejadas en la cuneta importantes señas de
identidad, aunque fuera bajo excusa de recuperarlas posteriormente, el PCE centró toda su
actividad en la preparación de las inminentes elecciones legislativas. Si el proyecto rupturista se
había venido abajo, el PCE pensaba que, al menos, el 15 de junio podría traducir electoralmente
la hegemonía de que había disfrutado en las acciones de oposición al régimen. Efectivamente,
muchos comunistas tenían previsto un escenario postelectoral parecido al italiano, con un fuerte
partido demo-cristiano, un partido socialista modestamente respaldado y el PCE como opción
158
Santiago Carrillo, Memorias, op. cit, pp. 659 y 676. 159
Como se verá más adelante ésta fue, por ejemplo, una de las líneas argumentales de Santiago Carrillo en su
discurso ante el congreso de los diputados el día en que se votó la Constitución.
105
mayoritaria de la izquierda. El PSOE había salido muy debilitado de la clandestinidad, y los
dirigentes del PCE pensaron que podrían cubrir buena parte del espacio histórico de los
socialistas españoles. Como se sabe los resultados electorales de las primeras legislativas
desmintieron completamente estos pronósticos. Unión de Centro Democrático (UCD) fue la
opción más votada con un 34,6%, el PSOE obtuvo, sorprendentemente el 29,3 %, el PCE-PSUC
un modesto 9,4% y Alianza Popular (AP) un tímido 8,8%.
Las explicaciones que el PCE dio a los magros resultados electorales fueron de diverso
tipo: su tardía legalización le habría impedido realizar una buena campaña electoral; la
pervivencia de los aparatos burocráticos y represivos habría dificultado que potenciales votantes
comunistas ejercieran con plena libertad su derecho al voto; y la elevada mayoría de edad exigida
para participar en la cita electoral le habría restado los numerosos sufragios de sus simpatizantes
más jóvenes. Con ello el PCE venía a reconocer que el procedimiento de la reforma condicionaría
todo el proceso posterior de cambio en un sentido muy desfavorable para el proyecto del partido
y para sus intereses. Por lo pronto una convocatoria electoral gestionada férreamente desde el
poder no podía más que beneficiar al poder y perjudicar a su principal antagonista.
Pero quizás la explicación en la que más insistió el partido se refirió a la dura propaganda
anticomunista sobrealimentada durante 40 años de socialización franquista, que sería la
responsable de transmitir a la opinión pública la imagen de un PCE agresivo, ortodoxo y
filosoviético que nada tenía que ver con las posturas que desde hace tiempo venía manteniendo.
En parte se creía que por eso el PSOE habría recabado en último momento sufragios destinados
en principio al partido comunista. Desde esta perspectiva, habría una base electoral que se podría
sentir identificada con las propuestas reales del partido, pero que, al repudiar el comunismo
gobernante y asociarlo indirectamente con el PCE, se habría decantado a última hora por los
socialistas españoles.
Estas interpretaciones lograron imponerse en el Comité Central celebrado los días 26 y 27
de junio para valorar los resultados. La intervención inicial de Santiago Carrillo recogió buena
parte de las razones que se han mencionado más arriba, e insistió particularmente en el lastre que
por encima de todas ellas representaba para sus intereses electorales una imagen izquierdista
procedente de la propaganda enemiga que no se correspondía con la verdadera identidad del
partido:
106
A los que se preguntan si nuestra pretendida moderación no nos ha hecho perder votos, nosotros les
aconsejaríamos estudiar las tendencias generales de la elección. La gran mayoría del país ha votado
precisamente la moderación [...] Este voto de moderación ha afectado también a nuestros resultados. Para la
mayoría de la opinión pública somos, todavía, una opción extrema. La caricatura del “lobo con la piel de
cordero” aún consigue efectos. Si el partido, en su campaña, se hubiera escorado a posiciones izquierdistas,
nuestra votación hubiera sido más reducida.160
La preocupación de Santiago Carrillo por la imagen electoral que el partido proyectaba le
llevó a reprender en su intervención a aquellos militantes que a su juicio estaban dando
argumentos con sus declaraciones y actitudes a la propaganda del adversario:
En estas elecciones ha habido todavía algún camarada que paralelamente a la explicación de nuestro
programa ha tenido expresiones como la de que “tenemos una cuerda guardada”. Y me temo que no se trata
de un caso aislado, me temo que haya cuadros y miembros del partido que, aceptando formalmente su
política, tengan “una cuerda guardada”, es decir, consideran de hecho nuestra política, como una simple
táctica coyuntural. En un momento de conflicto en su empresa o centro de trabajo esas expresiones pueden
obtener aplausos. Pero a la hora de optar, cuando se reflexiona sobre el porvenir, incluso muchos de los que
han aplaudido coyunturalmente se interrogan: “pero si se tiene una cuerda guardada, ¿cómo puedo creer que
va a respetar el pluralismo, la libertad, la democracia, que no va a repetir modelos de socialismo que no me
satisfacen?”161
La conclusión que Santiago Carrillo anticipó a estas reflexiones fue la siguiente: “Es
necesario lograr cada vez más una homogeneización de nuestro Partido en la línea
eurocomunista”162
. La afirmación tenía un sentido ideológico y ponía de manifiesto esa estrecha
relación que durante la transición se dio en el PCE entre cambio ideológico e imagen electoral.
Por otra parte, y como veremos en el último capítulo, esta intención de “homogeneizar”
ideológicamente al partido la manifestará insistentemente el Secretario General del Partido a
medida que avance el proceso de transición y será uno de los factores que alimenten la crisis del
partido al final del mismo.
160
Las explicaciones del PCE sobre sus resultados electorales pueden verse en el editorial de Mundo Obrero
(Madrid), Nº 25, 22 de junio de 1977, p 3. o sobre todo en el número dedicado a exponer las conclusiones del Comité
Central convocado para analizar las elecciones el 26 y 27 de junio: Mundo Obrero ( Madrid), Nº 26, 29 de junio de
1977, donde además se recoge ( pp. 7-10) la intervención de Santiago Carrillo, que también puede encontrarse en “
Democratización real de la sociedad y sus instituciones. Informe al pleno ampliado del Comité Central del PCE. (
Junio de 1977)”, en Santiago Carrillo, Escritos sobre eurocomunismo, Zaragoza, Forma, 1977, Tomo II, pp. 55-82.
La cita literal se localiza en la página 161
Santiago Carrillo, “Informe al pleno ampliado del CC...”, op. cit., p. 68. 162
Ibidem.
107
Esta preocupación por la imagen electoral y mediática del partido remitía inevitablemente
a un asunto que resultaba incómodo para su dirección, especialmente para el propio Carrillo, y
que la hacía incurrir en flagrante contradicción. El asunto se refería a la presencia al frente del
partido de dirigentes asociados insistentemente por la propaganda adversaria a la Guerra Civil y a
los tiempos del estalinismo, una asociación que, efectivamente, pesaba negativamente sobre el
partido en los términos mediáticos que tanto preocupaban a Carrillo. En su informe Carrillo se
hizo eco de esta asociación y se expresó de la siguiente manera:
Después de estas elecciones sigue especulándose contra el Partido con la imagen supuestamente negativa
que pueden darle lo que los críticos llaman dirigentes históricos. Hay que afirmar que algunos dirigentes
“históricos” han hecho por dar a la nueva imagen del Partido muchísimo más de lo que podrían haber hecho,
con la mejor voluntad, otros más jóvenes. La imagen de un partido revolucionario moderno la da
fundamentalmente su política, su teoría, su acción y su propia composición. El Partido renueva
normalmente sus cuadros; pero nadie nos impondrá los dirigentes desde fuera163.
Las palabras de Carrillo venían a defender, de manea poco convincente, que, en términos
mediático – electorales, la imagen del partido dependía en última instancia del contenido de su
discurso político e ideológico, y no de quien lo formulase. Nuestra interpretación al respecto es,
sin embargo, que los cambios ideológicos se estimularon en buena medida con la intención de
contrarrestar esa imagen perniciosa construida por los adversarios, cuyo argumento más efectivo
fue el de la continuidad al frente del PCE de los dirigentes “históricos”.
En definitiva, el PCE planteó que sus discretos resultados electorales se debían en buena
medida al peso de una imagen pública que no respondía a su verdadera identidad. El partido
pensó entonces que la mejor forma de contrarrestar esa imagen para recuperar los apoyos
potenciales que se habían quedado por el camino era moderando todavía más su discurso y su
práctica política. Se trataba de transmitir a la opinión pública la imagen de un partido plenamente
democrático en la acepción entonces dominante en la cultura política española, responsable en
tanto que partidario de los grandes consensos, con sentido de Estado, con capacidad de gestionar
las instituciones y dispuesto a renunciar a sus objetivos maximalistas a fin de consolidar en
España una democracia homologable a las del entorno. Esto explica en gran medida la línea
163
Santiago Carrillo, “Informe al pleno ampliado del CC...”, op. cit., p. 69.
108
política que adoptó inmediatamente después de las elecciones, así como la intensificación del
proceso de cambio ideológico que alcanzó su máxima expresión con la propuesta de abandonar
públicamente el leninismo unos meses después en el IX Congreso, que se celebraría en abril de
1978. La atribución de los modestos resultados electorales a una imagen falseada del partido que
le impedía recepcionar los votos de supuestos sectores potencialmente afines le incitó a una
espiral de gestos orientados a desmentir dicha imagen que afectaron también a la elaboración
ideológica. Sin menoscabo de que esta evolución ideológica respondiera a la dinámica endógena
del partido y a otros factores contextuales de largo alcance lo cierto es que el PCE en su política
de proyección pública concibió con frecuencia la ideología como un instrumento propagandístico
más.
II.1.5. La Política de Concentración Democrática: los Pactos de la Moncloa y la
Constitución.
Atendiendo a estos planteamientos el PCE aprobó inmediatamente después de las
legislativas su nueva línea de actuación, la Política de Concentración Democrática. La propuesta
consistía en la formación de un gobierno amplio en el que estuvieran representados todos los
partidos políticos de clara voluntad democrática. La línea de argumentación del PCE fue más o
menos la siguiente: la propia correlación de fuerzas evidenciada en las elecciones, el riesgo a un
golpe involucionista, la aprobación de un nuevo texto constitucional, la solución del problema
autonómico y la respuesta urgente a la crisis económica exigían una verdadera acción
consensuada, y esta requería de un gobierno de concentración en el que ningún partido pudiera
recelar del protagonismo del otro164
.
Sin embargo, esta nueva línea política del PCE respondió además, o sobre todo, a otras
razones no tan reconocidas. Con el gobierno de concentración nacional el PCE deseaba jugar un
papel mayor al que sus resultado electorales le permitían, pretendía romper la tendencia al
bipartidismo que ya se observaba entre UCD-PSOE, y, si en él lograba algún tipo de cargo
institucional, podría además hacer una demostración ostensible ante la ciudadanía de su sentido
164
“ Un gobierno de concentración democrática nacional. Intervención en el Congreso ( 27 de julio de1977)”, en
Santiago Carrillo, Escritos sobre eurocomunismo, op. cit., pp. 85-95. y “ Urge un gobierno de concentración
democrática nacional. Intervención en el Congreso ( 14 de Septiembre de 1977)”, en Escritos sobre eurocomunismo,
op. cit., pp. 99-109.
109
de la responsabilidad y de sus dotes gestoras. Además si lograba implicar al PSOE en ese
gobierno de concentración se desvelarían públicamente la inmadurez política y la ineficacia
gestora de sus dirigentes, que contrastaría con el buen hacer de los comunistas.
Como es sabido la propuesta de PCE no fue secundada. Las bases conservadoras de la
UCD difícilmente hubieran tolerado la convergencia con los comunistas, y Suárez se sintió con la
fuerza suficiente para encabezar un gobierno en solitario. Por su parte, el PSOE había optado por
la vía nórdica de acceso al poder; esto es, solo y sin apoyos por la izquierda como en Francia ni
acuerdos con la derecha como en Italia. Como veremos más adelante, su estrategia era la de
situarse como auténtico partido de oposición y única alternativa inmediata de gobierno, de
manera que el PCE resultaba un serio obstáculo para dicha empresa.
No obstante, aunque el nuevo proyecto del PCE no llegara a concretarse en la formación
de un gobierno plural, el partido de Carrillo sí que logró participar en la toma de importantes
decisiones. La propia correlación de fuerzas y el temor a un golpe involucionista favorecieron el
consenso, y el PCE intentó explotar ese contexto político para hacer valer su nueva línea política.
Las intervenciones comunista más evidentes en este sentido fueron su compromiso con los Pactos
de la Moncloa y su respaldo a la Constitución de 1978.
La crisis de la economía española era entonces demoledora. Desde la perspectiva del
gobierno, si se quería encauzar la situación económica e impedir que ésta comprometiera la
transición política, lo primero que tenía que garantizarse era la neutralidad o la cooperación del
pujante movimiento obrero, lo cual exigía obviamente la colaboración del PCE. La dirección
comunista, consciente de ello, vio en esa necesidad la oportunidad para implementar su nueva
línea política. Así, no sólo se avino a suscribir al gran pacto de Estado firmado en la Moncloa,
sino que lo promocionó de manera entusiasta. De esta forma volvía a situarse en el centro de la
vida pública y abría la posibilidad de que los pactos pudieran desembocar en el anhelado
gobierno de concentración, o que al menos terminaran siendo un sucedáneo de éste. Los
contenidos del acuerdo comprendían la congelación de los salarios, la reducción del gasto
público, la limitación del crédito y el incremento de la presión fiscal. A cambio de estas medidas
poco favorecedoras de los intereses populares, el gobierno y las fuerzas de la derecha cedieron en
otros temas: la introducción de criterios progresivos en la futura reforma fiscal, la modernización
y consolidación del sistema de seguridad social y la apertura de los cauces necesarios para la
110
correcta participación de los sindicatos en las empresas165
. Además, el gobierno adquiría el
compromiso añadido de acelerar los cambios político-institucionales buscando de nuevo el
consenso de todas las fuerzas políticas. La adhesión al pacto del PCE fue, sobre todo, una
importante conquista para el gobierno, porque implicaba en la ejecución de medidas impopulares
al referente político de la organización sindical más importante y combativa, CCOO. Con ello se
garantizó una considerable contención movilizadora en un contexto todavía de importante
conflictividad social.
La apuesta por los Pactos de la Moncloa resultó en último término perjudicial para el
partido. Si bien durante un breve periodo de tiempo le reportó una capacidad decisoria superior a
la que sus resultados electorales le permitían y le ayudó a contener la tendencia al bipartidismo, al
final los acuerdos no se tradujeron en el deseado gobierno de concentración, ni siquiera dieron
pie a la formación de un organismo que velara por su observancia, y en el que los comunistas
pudieran demostrar sus dotes gestoras. Por otra parte, las cláusulas más progresistas del pacto no
se cumplieron, y, sin embargo, el PCE manutuvo una actitud de contención consistente en no
exacerbar la conflictividad laboral en un sentido político, que posiblemente hubiera sido la mejor
manera de favorecer su ejecución. De este modo, el que fuera el partido más combativo a la hora
de defender los intereses de la clase obrera empezó a aparecer ante parte de sus vanguardias
obreras como una fuerza que no sólo no desplegaba toda su capacidad movilizadora en esa
dirección, sino que la frenaba a cambio de concesiones que sólo favorecían sus propios intereses
partidarios. Como se verá en el último capítulo, la crisis interna que desgarró al PCE al final de la
transición debió mucho al malestar de unas bases que estaban sufriendo los estragos de la crisis
económica y que interpretaron que su partido se identificaba con las medidas de ajuste que en los
Pactos de la Moncloa se adoptaron para hacerla frente. Además, el PCE fue víctima de constantes
y virulentos ataques por parte de los partidos de la ultraizquierda, que le acusaron de haber
debilitado las posiciones de los trabajadores al suscribir unos acuerdos que sólo beneficiaban a la
burguesía166
.
165
José María Marín Arce, “Condicionante económicos y sociales de la transición”, Carme Molinero (edit.) La
transición, treinta años después... op. cit., pp. 94-108 José María Serrano Sanz, “ Crisis económica y transición
política”, en Manuel Redero San Román (ed.), La Transición la democracia en España, Ayer ( Madrid ), núm. 15.
1994, pp. 148-150. Para una aproximación más amplia al sentido y los contenidos de los pactos véase Joan Trullén i
Thomas, Fundamentos económicos de la transición política española: la política económica de los acuerdos de la
Moncloa, Madrid, Ministerio de trabajo y Seguridad Social, 1993. 166
Véase Consuelo Laiz. La lucha final. Los partidos de la izquierda radical durante la transición española.
Madrid, La Catarata, 1995, pp. 268-276.
111
La justificación que el PCE hizo de los pactos de la Moncloa fue, como se ha anticipado
en el capítulo anterior, uno de los casos más elocuentes de racionalización ideológica del partido
durante la transición. El PCE pudo suscribir los pactos por varias razones. Pudo respaldarlos para
darse a sí mismo un protagonismo parlamentario superior al que le permitían sus resultados
electorales. Pudo respaldarlos para romper la tendencia al bipartidismo que se advertía entre
UCD y PSOE, toda vez que la dinámica consensual le permitía meter cabeza entre ambos. Pudo
respaldarlos para proyectar así una imagen de moderación y de “partido de Estado con altura de
miras y sentido de la responsabilidad" que contrarrestara el peso de la imagen autoritaria y
filosoviética que la propaganda anticomunista le había confeccionado y a la que se
responsabilizaba en gran medida de los malos resultados electorales. Pudo respaldarlos porque
los considerase un mal menor o porque no fuera capaz de concebir una alternativa o sobre todo
porque pensara que sumándose a ellos y participando de su gestión podría evitar su aplicación
más severa y lograr contrapartidas políticas o en materia de derechos sindicales. Razones que en
definitiva explican al mismo tiempo la Política de Concentración Democrática, ya
que los Pactos de la Moncloa y la dinámica consensual en su conjunto fueron, entre otras muchas
cosas, el sucedáneo que encontró el PCE a su desatendida propuesta de formación de un
Gobierno de Concentración Democrática.
Efectivamente, esas pudieron ser algunas de las razones del respaldo del PCE a los Pactos
de la Moncloa. Pero lo que resultaba difícilmente creíble es que los Pactos de la Moncloa fueran
un paso conducente al socialismo prefigurado por la estrategia eurocomunista, como así se
justificaron con frecuencia ante la militancia. El eurocomunismo, como se verá, fue, al menos
teóricamente, un intento de diseñar una estrategia de transición al socialismo a través de fases
consecutivas en cada una de las cuales se irían construyendo las condiciones necesarias para
pasar de manera pacífica y gradual a la siguiente. El esquema en el que se insistía a la altura de
1978 era el siguiente: primero consolidar una democracia homologable a las europeas, luego
enlazar con la democracia político social, luego con el socialismo y luego finalmente con la etapa
conclusiva del comunismo. En definitiva, una estrategia gradualista bastante especulativa que se
prestaba fácilmente a justificar cualquier conquista por pequeña que fuera como un
paso conducente al socialismo. Y así fue como funcionó con frecuencia el eurocomunismo en las
declaraciones de muchos dirigentes para el caso de los Pactos de la Moncloa. Estos pactos fueron
presentados como un eslabón en la secuencia estratégica del eurocomunismo, como una política
de enlace con la fase de la “democracia político y social”. Los Pactos de la Moncloa no fueron
112
presentados como una simple política coyuntural orientada a domesticar la crisis, sino como una
política que tendría repercusiones estructurales en la perspectiva del cambio social, en la
perspectiva de paso a un nuevo estadio.
Esto es algo que se planteaba en la tesis cuarta aprobada en el IX Congreso bajo el título
"Significación de los acuerdos de la Moncloa". En ella después de afirmar que los Pactos de la
Moncloa no eran "un paso decisivo en la transformación socialista del país" se decía sin embargo:
Los acuerdos de la Moncloa son, fundamentalmente, unos acuerdos que tratan de introducir transparencia,
control y racionalidad en la gestión de los fondos públicos y de eliminar los obstáculos más importantes
para una transformación progresiva hacia la democracia política y social167.
La tesis concluía de la siguiente forma:
En resumen, sólo [reténgase el sólo] el cumplimiento estricto de los acuerdos de la Moncloa en los términos
ya explicados, puede constituir una base sólida en la que se apoyen proyectos económica y políticamente
más ambiciosos para la futura transformación del Estado, porque sólo de una superación de la crisis actual
dentro de las coordenadas de los acuerdos cabe esperar un saneamiento real, aunque modesto,
imprescindible, de nuestra economía y la creación de los elementos de democratización de los aparatos
económicos y burocráticos del Estado, indispensable para toda transformación hacia la democracia político
y social168
.
Si esto fue lo que se planteó en las tesis congresuales, la racionalización estratégica de los
acuerdos de la Moncloa fue más atrevida en las declaraciones cotidianas de muchos dirigentes en
medios públicos y del partido. Por ejemplo, Manuel Azcárate al ser preguntado por la revista
Saida sobre si los Pactos eran simplemente una medida coyuntural respondió:
Tienen una dimensión coyuntural pero también estratégica en la medida que, a pesar de sacrificios para los
trabajadores, tienen contrapartidas políticas y socioeconómicas estructurales169
.
En el mismo sentido se expresó el propio Secretario General del partido Santiago Carrillo
en una entrevista publicada en Nuestra Bandera:
167
Noveno Congreso del PCE, Actas, debates... op. cit., p. 359. 168
Noveno Congreso del PCE, Actas, debates... op. cit., pp. 360-361. 169
“Entrevista con Manuel Azcárate”, Saida (Madrid), nº 15, pp. 22 y 23.
113
En los acuerdos de la Moncloa están previstos cambios que pueden ser considerados como estructurales y
punto de partida para, avanzando en esa dirección, crear el advenimiento de una democracia político-
económica170
.
El historiador Josep Fontana, entonces activo militante del PSUC, ha recordado hace poco
el estupor que le generó ese empecinamiento de la dirección por justificar estratégicamente unos
pactos que no apuntaban a horizontes tan lejanos:
Yo recuerdo haber asistido en Barcelona a un discurso en que Carrillo vino a decirnos que los pactos, recién
firmados entonces, implicaban grandes conquistas para la clase obrera – a cambio, claro está, de aceptar la
limitación salarial- y que abrían la perspectiva de un futuro de transformación hacia la mítica “democracia
económica y social”. Pero ¿cómo podía ser así, si se les había olvidado preocuparse del cumplimiento de las
contrapartidas, hasta el punto que hubo posteriormente manifestaciones obreras pidiendo el cumplimiento
íntegro de los pactos?171
Por su parte, y como se verá más adelante, el PSOE suscribió los impopulares pactos para
evitar que UCD y el PCE, sus principales impulsores, pudieran acusarle de practicar una política
irresponsable en un momento tan delicado, sin embargo mantuvo un postura más crítica y
distante que le permitió situarse ante la opinión pública como una fuerza más combativa, al
tiempo que presentaba al partido de Carrillo como una fuerza colaboracionista con el gobierno.
Esta paradoja sirve para comprender la actuación política de los comunistas por la vía del
contraste con el PSOE. El PCE sobrepasaba por la izquierda al partido de González, sin embargo
estaba lastrado por su imagen antidemocrática. Para contrarrestar esta imagen el partido
encabezado por Santiago Carrillo entendió necesario desplegar una política inmediatista que
testificara lo contrario por medio de una práctica política de contención y colaboración y de
declaraciones ideológicas moderadas. De este modo apareció ante ciertos sectores de la izquierda
como una opción demasiado moderada, y sin embargo no por ello logró romper los recelos de
otros sectores no tan concienciados. Al PSOE se le daba por supuesto su talante democrático, de
manera que pudo permitirse el lujo de mantener posiciones más beligerantes en torno a
cuestiones puntuales.
170
Cita tomada de Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica....op. cit., p. 289. 171
Josep Fontana, “Los comunistas ante la transición”, op. cit., p. 30.
114
En otro sentido, el recuerdo colectivo de la Guerra Civil a lo largo de la transición
condicionó en cierta medida el desenvolvimiento general del proceso de cambio, así como la
percepción más concreta que los ciudadanos tenían de los distintos partidos políticos. Existía en
buena parte de la ciudadanía española un miedo un tanto irracional de que el intento de
transformación política pudiera desembocar en un nuevo enfrentamiento armado. Ello hacía que
se penalizaran socialmente algunas actuaciones políticas análogas a las sucedidas durante la
década de los treinta, o que se interpretasen como tales aquellas otras que fueran protagonizadas
por los supervivientes políticos de la conflagración172
. En este sentido, el PCE portaba una
memoria muchísimo más incómoda de la Guerra Civil que su rival socialista: había sido la
organización política que con más ahínco sostuvo hasta último momento el esfuerzo bélico y
había sido durante la dictadura la fuerza más denostada por la propaganda del régimen
atendiendo a su papel en el conflicto. Además, el PSOE había logrado en su Congreso de
Suresnes romper con ese trágico recuerdo, al elegir una dirección joven que, por eso mismo, no
había tenido ninguna implicación en la contienda. El PCE, sin embargo, mantenía en sus
principales puestos dirigentes a personas más que comprometidas.
Atendiendo a todo ello la asociación que el común de los ciudadanos hacía entre el PCE y
la Guerra Civil fue, durante la transición, mucho más directa y estrecha que la vinculación que se
estableció entre los socialistas y el enfrentamiento armado. Esta atadura forzaba al PCE a no
reavivar aquellos debates que recordasen a los que precedieron - y, todavía en opinión de
muchos, provocaron- la Guerra del 36, y a tener que demostrar constantemente que, pese a seguir
dirigido por los líderes de entonces, su actitud y sus actitudes diferían radicalmente. Como se ha
dicho, había determinados posicionamientos políticos que según quién los adoptase podían
reactualizar en mayor o menor grado el trágico recuerdo173
. Por ejemplo, el PSOE al estar más
distanciado de la contienda pudo mantener una tímida, aunque muy dudosa, reivindicación
republicana. Todo el mundo entendía que se trataba de algo normal en un partido de izquierdas.
Sin embargo, la valoración que se podía hacer del PCE al respecto no era la misma. Santiago
Carrillo tenía que demostrar que ya no era el Comisario de Orden Público de los tiempos de
Paracuellos, y si se afanaba en defender la República buena parte de la sociedad no concebiría esa
172
Sobre el peso de la memoria de la Guerra Civil durante la transición véase el trabajo pionero de Paloma Aguilar,
Memoria y olvido de la Guerra Civil Española, Madrid, Alianza, 1996, Cap 1. 173
Paloma Aguilar, Memoria y olvido..., op. cit., pp. 229-235.
115
reivindicación republicana como un proyecto de futuro, sino como una regresión a los tiempos de
la Guerra Civil. En definitiva, todavía pesaba demasiado la dura y prolongada propaganda
franquista, y la continuidad al frente de la dirección de quienes lucharon en la Guerra era una
hipoteca para el PCE que intentó contrarrestar a golpe de gestos moderados. Y este deseo de
proyectar una imagen de moderación que incitaba la memoria histórica del periodo reciente
también incidió sobre la evolución ideológica del partido.
Estas contradicciones, que el PCE no supo resolver de manera favorable a sus intereses, le
proyectaron como un partido demasiado radical para unos y excesivamente pragmático para
otros, mientras que el PSOE logró presentarse como una organización lo suficientemente
beligerante para muchos y, al final, de sobra temperada para la mayoría de los ciudadanos.
Además de los Pactos de la Moncloa el PCE buscó otro sucedáneo a su política de
concentración en la elaboración consensuada del texto constitucional. La actitud del representante
del partido en la ponencia, Jordi Solé Tura, respondió plenamente a la línea que el PCE venía
manteniendo. Se trataba de facilitar el entendimiento entre todas las fuerzas políticas, y para ello
había que renunciar a todo planteamiento maximalista. Además había que presionar para que la
nueva constitución incluyera todas las cláusulas progresistas posibles, siempre y cuando éstas no
comprometieran el consenso final174
. Con su participación en la ponencia el partido cobraba de
nuevo protagonismo, y se le habría otro escenario para hacer demostración ostensible de su
sentido de la responsabilidad. No obstante, en cuanto a lo primero, la notoriedad del PCE se vio
un tanto menguada por el desenvolvimiento de los trabajos de redacción de la futura Carta
Magna. La retirada perfectamente ensayada de Gregorio Peces Barba de la comisión y otros
incidentes menores eclipsaron mediáticamente al partido de Carrillo. Además, a efectos prácticos
el impulso final al texto vino de las reuniones paralelas y extraoficiales de Alfonso Guerra con
Abril Martorell175
; de tal forma que el PCE no pudo ejercer sobre el mismo la influencia deseada.
En cuanto a lo segundo, ciertamente el PCE pudo demostrar su altura de miras y sentido de
Estado; pero llevó estos principios hasta extremos demasiado incómodos para sus bases más
combativas al tener que pronunciarse a favor de la Monarquía cuando el PSOE emitió su
particular y poco creíble voto republicano.
174
Jordi Solé Tura, Los comunistas y la Constitución, Zaragoza, Forma, 1978, pp. 67-71. 175
Javier Tusell, La transición española. La recuperación de las libertades, Madrid, Historia 16, 1996, p 58.
116
Al final, como es sabido, el PCE respaldó íntegramente la nueva Carta Magna. Las
razones que adujo fueron diversas. Por una parte, el nuevo texto consagraba un sistema
democrático homologable a los de su entorno inmediato, y esto por sí mismo ya era más que
suficiente. En segundo lugar, aunque la Constitución tenía un importante sesgo conservador, se
habían logrado introducir artículos claramente progresistas. Pero sobre todo, y en tercer lugar, el
texto constitucional era, según el PCE, lo suficientemente flexible como para permitir, bajo su
amparo legal, tanto el desarrollo de una política abiertamente de derechas como la ejecución de
decisiones tendentes al socialismo. Esto último lo expresó Santiago Carrillo en su intervención en
el Congreso de los Diputados el día que se votaba el texto para el referéndum:
Nuestro acuerdo con la Constitución empieza porque la consideramos una Constitución válida para todos los
españoles, una Constitución de reconciliación, una Constitución que viene a hacer punto y raya con el
pasado de luchas civiles, con el pasado de división que ha conocido nuestro país; una Constitución que
refleja las realidades político-sociales y culturales de la España de hoy y que, además y ésta es una de las
razones por las que la votamos sin vacilar, no cierra el camino a1 progreso de nuestro país, no cierra el
camino a las transformaciones sociales para las cuales nosotros existimos como partido. Es decir, se trata de
una constitución -y por eso vale para todos- con la cual sería posible realizar transformaciones socialistas en
nuestro país176
.
Esta razón venía a representar también un ejercicio de racionalización ideológica en un
sentido parecido al de los Pactos de la Moncloa.
En definitiva, la etapa del consenso fue, como se ha anticipado en el capítulo anterior, una
tentación constante a la mesura política y también ideológica del PCE, en tanto que la mesura
ideológica respondió en muchos casos a la urgencia de legitimar la mesura política. La
participación en el consenso, en tanto que forma indirecta de gestión institucional, vino a
familiarizar al PCE con las inercias de la administración y las presiones de lo poderes fácticos,
tanto más acentuadas en la medida que se trató de una coyuntura política caracterizado por el
tránsito de un sistema dictatorial con el que no se había roto totalmente a un sistema
parlamentario que se estaba construyendo por la vía de las reformas. Y ello forzó al PCE a una
dinámica de autocontención tanto práctica como discursiva. Del mismo modo, el consenso abrió
176
Las razones recogidas las expuso el propio Santiago Carrillo en su intervención en el Congreso de los Diputados
el día 31 de octubre de 1978. La intervención del Secretario General del PCE la hemos consultado en el Diario de
Sesiones del Congreso de los diputados, año 1978, núm. 130, pp. 5194 y 5196, digitalizado en la página web www.
congreso.es.
117
una dinámica de transacciones y acuerdos con otras fuerzas políticas – más desfavorable para el
PCE en tanto que no era de las que gozaba de una mejor posición de poder – que le llevó a tener
que moverse en muchos casos entre unos parámetros ideológicos implícitos que se reprodujeron
para legitimar esos acuerdos y transacciones. Además la etapa del consenso fue concebida por el
PCE como una oportunidad para proyectar una imagen del partido a su juicio más atractiva
electoralmente que pasaba por escenificar públicamente gesto de mesura tanto política como
ideológica.
“El momento de hacer política” que Santiago Carrillo había proclamado tras la
legalización del PCE y que se convirtió en una consigna que circuló por toda la organización,
derivó en muchos momentos en un politicismo desbocado que también afectó, como se verá, a la
elaboración ideológica. Al mismo tiempo este trabajo supraestructural en la batallada político-
insitucional y mediático-electoral restó mucha energía para el trabajo estructural y de base que
venía realizando el partido, y en el que radicaba su verdadera fortaleza. Todo ello, sumado a las
sucesivas cesiones apenas recompensadas electoralmente y a las frustraciones acumuladas por el
curso no previsto que estaba siguiendo la transición fueron generando importantes tensiones
latentes en la militancia, que, no obstante, fueron reprimidas por mor de la vorágine en la que el
partido se encontraba sumido. El IX congreso que se celebró en abril de 1978, en plena etapa del
consenso, fue el momento de calma que precedió a la tormenta. En él se elevó a la categoría de
doctrina oficial del partido el eurocomunismo.
II.1.6. El eurocomunismo.
II.1.6.1. Origen y alcance.
El eurocomunismo fue una manifestación ideológica compleja, un fenómeno ambiguo,
vago y a veces confuso. Los problemas para una tipificación más o menos precisa se deben
básicamente a que el fenómeno adoleció de grandes obras doctrinarias donde de manera más o
menos sistemática se fijaran las bases teóricas de la propuesta concreta que se hacía. Su
desarrollo teórico se realizó sobre todo en forma de trabajos fragmentarios, artículos de coyuntura
o alusiones a obras más ambiciosas cuyos autores no las elaboraron a conciencia de estar
118
contribuyendo a este fenómeno ideológico. Por otra parte, la ausencia de una práctica política
continuada que pueda asociarse al eurocomunismo dificulta igualmente su caracterización plena.
Y es que, en tanto que movimiento real, el eurocomunismo fue también un fenómeno fugaz en la
historia del comunismo internacional: adquirió en muy poco tiempo una relevancia notoria pero
se disolvió de manera acelerada apenas superado el umbral de los ochenta. La notoriedad del
eurocomunismo se debió en principio a su promoción por parte de tres de los partidos comunistas
más vigorosos de Europa Occidental: el Partido Comunista Italiano (PCI), El Partido Comunista
Francés (PCF) y Partido Comunista de España. En este sentido, un crítico tan corrosivo de la
propuesta eurocomunista como Manuel Sacristán se rebelaba contra aquellos otros fustigadores
que negaban la entidad del eurocomunismo, afirmando que, se quisiera o no, encarnaba la
realidad social más amplia del comunismo fuera de los países de la órbita soviética177
. En otro
sentido, si el eurocomunismo alcanzó grandes cotas de celebridad fue además por su carácter
reactivo a la línea política avalada por el Kremlin, por su impugnación a algunos de los
presupuestos básicos de la ortodoxia marxista-leninista y, en última instancia, por su oposición,
generalmente sugerida y a veces también abierta, al modelo del denominado Socialismo Real.
El declive vertiginoso de esta nueva apuesta estuvo ligado a las respectivas trayectorias de
sus tres principales impulsores. El retroceso electoral de los comunistas franceses y los sucesivos
fracasos de “la unión de la de la gauche”, la vía muerta a que condujo la propuesta del
“Compromiso Histórico” en su pretensión de llevar a los comunistas italianos al poder y la
hecatombe electoral y crisis orgánica del PCE a finales de la transición animaron a la progresiva
y discreta desaparición del eurocomunismo en tanto que fenómeno ideológico legitimador de
cada una de estas estrategias nacionales. Y es que como se ha dicho el eurocomunismo no fue un
fenómeno ideológico sistemáticamente elaborado ni bien armado desde un punto de vista teórico.
El eurocomunismo se fue formulando y reformulando al calor de las prácticas políticas concretas
de sus partidos impulsores, a pesar de que se presentase a sí mismo como una estrategia de largo
alcance que trascendía las cuestiones coyunturales de cada país. Pero más allá de este debate lo
cierto es que el eurocomunismo, ya fuera como fenómeno inspirador, motivador, justificador o
racionalizador de la práctica comunista en los tres países mediterráneos ligó fatídicamente su
futuro a ella.
177
Con ello respondía a la actitud de algunos dirigentes soviéticos, cuya forma de atacar al eurocomunismo consistía
en negar su existencia real: Manuel Sacristán, " A propósito del Eurocomunismo", op. cit., p. 197.
119
Al tratarse de un fenómeno complejo y a veces contradictorio y difuso el eurocomunismo
tampoco tiene un momento fundacional claro. Quienes se han acercado al eurocomunismo han
establecido su comienzo en función de la dimensión del fenómeno en la que han puesto el acento.
Para quienes han considerado el eurocomunismo como el intento de establecer una estrategia
democrática de transición al socialismo en los países del capitalismo avanzado, éste hundiría sus
raíces en el fracaso de las expectativas revolucionarias a finales de la década de los diez y
principios de los veinte, cuando algunas figuras destacadas del movimiento comunista, como
Rosa Luxemburgo, Gramsci o Togliatti, empezaron a plantearse una revisión estratégica
consecuente. Para algunos de los autores que han tratado sobre el tema, el eurocomunismo sería
una tendencia democrática que habría permanecido latente en el movimiento comunista
prácticamente desde su configuración formal178
. Uno de los problemas de esta concepción es que
en ella parece que a veces se confunde el fenómeno en sí, el eurocomunismo, con lo que en todo
caso pudieran ser sus antecedentes. Otro problema al respecto es que este empeño en retrotraer el
eurocomunismo a fechas tan tempranas parece en algunas ocasiones un intento demasiado
interesado por justificar en la tradición un fenómeno muy ligado, sin embargo, a dinámicas
políticas de los años setenta.
Nuestra opinión al respecto es que el eurocomunismo no puede reducirse al intento de
diseñar una estrategia democrática al socialismo para los países del capitalismo avanzado, por
más que el eurocomunismo se autopresentase como tal y por más que esta dimensión estuviera
presente en el mismo. El eurocomunismo fue eso, pero fue mucho más que eso. El
eurocomunismo fue un fenómeno complejo que comprendió preceptos doctrinarios, propuestas
teóricas y prácticas políticas, y que se gestó en un contexto histórico determinado. El
eurocomunismo fue un conjunto a veces contradictorio de proyectos estratégicos, reflexiones
doctrinarias, análisis teóricos, actitudes y actuaciones cotidianas y formas peculiares de hacer
178
En este sentido se ha pronunciado, por ejemplo, Pilar Brabo, "Los orígenes del eurocomunismo", en VV. AA.,
Sesenta años en la historia del PCE, Madrid, FIM, 1980, p. 199, para quien el eurocomunismo surge con las
primeras reflexiones sobre las consecuencias de la Revolución de Octubre en Europa occidental, fundamentalmente
por parte de Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci; el crítico trostskista Ernest Mandel, Crítica del eurocomunismo,
Barcelona, Fontamara, 1982, pp. 12-16, que plantea que, en tanto vía nacional, el eurocomunismo es una derivación
ideológica de la doctrina estalinista del socialismo en un solo país; Javier Pérez Royo "La génesis histórica del
eurocomunismo", en VV. AA., Vías democráticas... op. cit., p. 1, que sostiene que el eurocomunismo surge de la
crisis revolucionaria de principio de los años veinte y la crisis económica de finales de los sesenta; Javier Tusell,
Eurocomunismo en España, Madrid, Fundación Humanismo y democracia, 1979, pp. 3 y 4, para quien el
eurocomunismo remite a la estrategia revolucionaria a largo plazo diseñada por Togliatti para Italia; o Santiago
Carrillo, Eurocomunismo y Estado, Barcelona, Crítica, 1977, pp. 141-147, que fija los antecedentes en la política de
Frentes Populares.
120
política que, pese a sus antecedentes, cristalizó en la década de lo setenta especialmente en
países europeos como España, Francia e Italia, pero también en otros europeos donde su entidad
fue menor, como Gran Bretaña, o en otros no europeos, como México o Japón179
. Estos
proyectos, reflexiones, análisis, actitudes y formas de hacer política se conjugaron para dar forma
a una “ideología” y un “movimiento político” que se desarrollaron de finales de los sesenta a
principios de los ochenta, teniendo su máximo apogeo en el segundo quinquenio de la década de
los setenta.
Dentro de este marco cronológico amplio las fechas fundacionales que se han dado han
sido diversas, girando casi todas ellas en torno a los encuentros internacionales a los que
acudieron sus principales partidos promotores: Conferencia de Partidos Comunistas de Moscú de
1969, encuentro franco- italiano de Roma en 1975; Conferencia de Berlín de 1976; Cumbre
eurocomunista de Madrid de 1977, etc. En cualquier caso, lo que sí resulta digno de mención es
que el término eurocomunismo no fue acuñado por los partidos eurocomunistas, sino que tuvo su
origen en la prensa de masas precisamente a mitad de los años setenta, lo cual refuerza la idea de
que fue entonces cuando se constituyó en un fenómeno públicamente definido y socialmente
identificado180
.
Esta delimitación cronológica – por flexible que sea – es importante para tener en cuenta,
entre otras cosas, que muchas de las innovaciones teóricas y propuestas estratégicas que
intentaría sistematizar el eurocomunismo y que terminarían por caracterizarlo en cierta forma
fueron esbozadas o elaboradas con anterioridad al fenómeno. En el caso del PCE las reflexiones
sobre el pluripartidismo, la vía nacional al socialismo, el diálogo con los católicos, el
distanciamiento de la URSS o la ampliación de la política de alianzas a sectores conformados al
calor de la revolución científico – técnica se desarrollaron a lo largo de la década de los sesenta y
179
Otros tres partidos en los que la tendencia eurocomunista fue por un tiempo mayoritaria fueron, efectivamente, el
modesto Partido Comunista de Gran Bretaña, el mediano Partido Comunista de México y el más influyente Partido
Comunista de Japón. 180
Antonio Elorza, El eurocomunismo, Madrid, Historia 16, 1995, p. 5 y Manuel Azcárate, Crisis del
eurocomunismo, Barcelona, Argos-Vergara, 1982, p. 134 defienden que el término fue acuñado por el periodista de
Giornale Nuovo Franco Barbieri el 26 de junio de 1975. M. Cesarini Sforza y E. Nassi, El eurocomunismo. Su
historia, su desarrollo y sus protagonistas, Barcelona, Caralt, 1978, pp. 22 y 23 recogen la opinión de los soviéticos,
según la cual el término fue creado por el consejero especial del presidente de EEUU para política exterior, Zbighiev
Brzezinski. No obstante, se inclinan por atribuir la paternidad del término al periodista Alberto Ronchey, si bien
reconocen la posibilidad de que fuera utilizado previamente por Lelio Basso secretario del Partido Socialista Italiano
121
principios de los setenta181
. La transición, como se plantea en este trabajo, aceleró esta evolución
ideológica y favoreció en algunos casos su desnaturalización. El eurocomunismo fue el fenómeno
doctrinario en el que, a nuestro juicio, se expresaron ambas cosas.
II.1.6.2. Planteamientos básicos del eurocomunismo.
El eurocomunismo fue, en su formulación teórica, un intento de diseñar una estrategia
nacional, democrática e institucional al socialismo para los países del capitalismo avanzado, que
se pretendía alternativa al estatismo soviético y al reformismo socialdemócrata.
El eurocomunismo defendía la posibilidad y la conveniencia de utilizar las instituciones
liberales en la transición al socialismo, así como de respetar una parte sustancial de estas en la
propia sociedad socialista. Frente a la toma sorpresiva del Estado burgués para su inmediata
destrucción y reemplazo por un Estado Obrero que garantizase la dictadura del proletariado, se
planteaba su ocupación electoral en la perspectiva de reconvertirlo de manera paulatina y desde
dentro en un instrumento al servicio del socialismo. Lo que se planteaba era la imposibilidad de
enfrentamiento abierto con un Estado que ya no era ese gigante con pies de barro al servicio
exclusivo de las clases dominantes, sino una superestructura compleja atravesada por intereses
diversos y asentada en una sociedad civil bien articulada. La posibilidad de ganar para la causa
del socialismo al viejo leviatán se cifraba en la crisis que atravesaban sus aparatos ideológicos y
coercitivos, toda vez que resultaban permeables a sectores sociales proclives al cambio. Los
beneficios de contar con el Estado realmente existente y de no sustituirlo por otro de morfología
imprevisible se derivaban de su fuerte inserción en el modelo productivo de inspiración
keynesiana, lo que permitiría reconvertirlo fácilmente en un instrumento de planificación
económica182
.
181
El trabajo más completo sobre esta evolución es el ya citado de Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica...., op.
cit. En él se hace un recorrido cronológico que arranca de la Política de Reconciliación Nacional en 1956, aborda la
polémica con Claudín en 1964, analiza las propuestas sintetizadas por Carrillo en Nuevos enfoques a problemas de
hoy de 1967, la propuesta de Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura perfilada poco después, las reflexiones
sobre la invasión de Checoslovaquia en el 68, y algunas de las resoluciones aprobadas en los congresos de aquellos
años. 182
Este conjunto de proposiciones elaboradas por distintos teóricos comunistas las sintetizó Santiago Carrillo,
Eurocomunismo y Estado, op. cit.
122
No obstante, la estrategia eurocomunista reclamaba, además de la gestión institucional por
arriba del cambio, la implicación de la mayoría de la sociedad por abajo, como elemento
inhibidor de golpes involucionistas y garantía de una transformación democrática y pacífica. Las
condiciones objetivas para lograr esta adhesión masiva descansaban en el impacto sociológico de
la revolución científico técnica en curso, en virtud del cual la inmensa mayoría de la población
tendía a formas de trabajo asalariadas. El ingrediente subjetivo dependería del acierto del partido
a la hora de articular esa mayoría social a partir de una nueva política de alianzas asentada en
valores compartidos y superadora de las estrictas divisiones de clase, y que en el caso del PCE se
tradujo en la propuesta de Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura183
.
El resultado de esta alianza sería la emergencia de un bloque alternativo que aislaría
socialmente a las fuerzas reaccionarias tras arrebatarlas la hegemonía cultural e ideológica,
neutralizando con ello sus intentos involucionistas sin necesidad de ejercer coacción. Esta batalla,
esta “guerra de posiciones”, fruto de la dificultad de acometer una “guerra de movimientos”
resolutoria, se iría librado e intensificando en etapas sucesivas y predeterminadas. La estrategia
consistía en ir inoculando progresivamente en el capitalismo el virus terminal del socialismo a
nivel de la producción, por medio de experiencias cooperativistas; a nivel de la vida cotidiana,
con organizaciones vecinales de poder popular; y a nivel cultural e ideológico, difundiendo
valores críticos que arrinconaran la propaganda burguesa. En definitiva, lo que se planteaba era la
gestación progresiva del socialismo en la sociedad civil del capitalismo, hasta que este pudiera
ser devorado finalmente por su criatura184
.
Ahora bien, más allá de estas nociones parcialmente inspiradas en Gramsci, lo que
caracterizó al eurocomunismo, y le distanció por otra parte del pensador italiano, fue su apuesta
insistente por una estrategia de transición al socialismo a través de fases ordenadas e insalvables,
en cada una de las cuales se irían gestando las condiciones necesarias para enlazar de manera
irreversible y no traumática con la siguiente. Según este esquema, el punto de arranque para el
caso de España debía ser una democracia homologable a las europeas, desde la cual se podría
183
Distintas interpretaciones de esta propuesta pueden verse en Armando López Salinas, La alianza de las fuerzas
del trabajo y la cultura, Zaragoza, Forma, 1977 y Nicolás Sartorius, “ Los sujetos de la revolución y la política de
alianzas. Reflexión acerca de la formación del bloque sociopolítico de progreso”, en VV.AA., Vías democráticas al
socialismo, op. cit. 184
Para el caso del PCE la tipificación de esta estrategia de parcial inspiración gramsciana puede verse, por ejemplo,
en los trabajos de Jaime Ballesteros; Ernesto García; Javier Pérez Royo; Jordi Solé Tura y Julio Segura; compilados
en VVAA, Vías democráticas al socialismo, op, cit.
123
llegar al socialismo, estadio previo al comunismo, si se pasaba antes por una etapa puente, la
llamada democracia político social, en la que se intensificaría esa “guerra de posiciones” antes
descrita185
. Esta concepción progresiva y secuenciada de la vía democrática al socialismo exigía
buscar una conexión constante entre objetivos inmediatos y metas ulteriores, y fue por ahí, como
se verá, por donde el eurocomunismo recibió sus más incisivas y certeras críticas.
Característica del eurocomunismo fue también su pretensión de vía exclusivamente
nacional al socialismo. El eurocomunismo fue una vuelta de tuerca en el proceso de
nacionalización de los partidos comunistas, no sólo porque desde sus postulados se reivindicara
la independencia plena a la hora de definir la estrategia al socialismo, sino porque esta estrategia
fue concebida para que su desarrollo se produjera en el marco del Estado Nación.
Otras señas de identidad del eurocomunismo fueron su rechazo al tutelaje soviético y su
oposición más o menos abierta al modelo del denominado Socialismo Real. En cuanto a lo
primero, la independencia era obligada si los partidos comunistas occidentales no querían
funcionar como meras correas de transmisión hipotecadas a los intereses de Estado soviéticos. En
cuanto a lo segundo, el descrédito del Socialismo Real exigía distanciarse del bloque del Este. Si
la dramática experiencia del fascismo había revalorizado en Europa las formas democráticas, la
prolongación de la dictadura en España había tenido en idéntico sentido un efecto
amplificador186
.
II.6.1.3. El Estado y las instituciones liberales en la estrategia al socialismo.
El eurocomunismo vino a proponer que la lucha por el socialismo debería desarrollarse
dentro de las instituciones liberales vigentes en Europa occidental y de acuerdo con la
representación que en ellas se obtuviera tras los procesos electorales correspondientes. Hasta
entonces la actitud de los partidos comunistas hacia las instituciones en los países democrático-
liberales había sido un tanto ambigua187
. Se subrayaba la necesidad de participar en las
185
“Tesis 6: La democracia político y social, etapa hacia el socialismo y el comunismo” en Noveno Congreso...op.
cit, pp. 362-370. 186
Esta dimensión del eurocomunismo fue especialmente desarrollada por Manuel Azcárate, Crisis del
eurocomunismo, Barcelona, Argos Vergara, 1982, Cap. 2. 187
Fernando Claudín, Eurocomunismo y socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1977, pp. 96 y 97. Lo mismo plantea en
tono autocrítico Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, op. cit. pp. 117 y 122.
124
convocatorias electorales y de ejercer la máxima influencia desde los parlamentos, pero en última
instancia se defendía que la verdadera transformación social no vendría por decreto, sino de la
respuesta organizada de las masas y con la trasgresión del orden legal imperante. El
eurocomunismo vino a sostener la posibilidad y la conveniencia de utilizar las instituciones
liberales en la transición al socialismo, y de respetar una parte sustancial de éstas en el propio
sistema socialista. Lo que se planteaba era la oportunidad de alcanzar el gobierno por la vía
electoral y, desde el respeto al juego de mayorías y minorías, acometer progresivamente las
transformaciones políticas y socioeconómicas de acuerdo con una serie de fases
preestablecidas188
.
Se trató de una tesis disonante en la tradición comunista, que en su periodo fundacional en
tanto que movimiento político organizado había proclamado la necesaria toma del Estado
burgués para su destrucción inmediata y subsiguiente sustitución por un Estado Obrero. Frente a
esto el eurocomunismo apostó por su reforma gradual y transformación democrática. Las razones
que llevaban a desestimar la toma por la fuerza del Estado radicaban en el hecho de que este no
se pudiera considerar un gigante con pies de barro, como fue el Estado zarista que asaltaron los
bolcheviques, sino una superestructura sumamente compleja fuertemente enraizada en una
poderosa sociedad civil. Semejante cambio estratégico exigía toda una reformulación de los
presupuestos tradicionales del comunismo, que vino a reconocer, en su famosa obra
Eurocomunismo y Estado, el propio Secretario General del PCE con las siguientes palabras:
Mientras no elaboremos una concepción sólida sobre la posibilidad de democratizar el aparato de Estado
capitalista, transformándole así en una herramienta válida para construir una sociedad socialista, sin
necesidad de destruirle radicalmente, por la fuerza, o bien se nos acusará de tacticismo o bien se nos
identificará con la socialdemocracia.
En dicha obra el propio Santiago Carrillo se animó a elaborar esta concepción. La
posibilidad de instrumentalizar el Estado realmente existente en una perspectiva socialista la
encontraba el Secretario General en la crisis que parecían atravesar los aparatos ideológicos del
Estado burgués, toda vez que resultaban permeables a sectores progresistas189
. El concepto de
188
Santiago Carrillo, ibidem. 189
Al análisis de los aparatos ideológicos del Estado se dedica todo el capítulo: Santiago Carrillo, Eurocomunismo y
Estado, op. cit., Cap 2.
125
aparatos ideológicos lo había tomado Carrillo del filósofo francés Louis Althusser190
, para quien
el dominio social de la burguesía debía mucho a la trasmisión continuada y encubierta de sus
valores de clase sobre el conjunto de la sociedad. La lectura, un tanto forzada de este concepto,
casaba además con una tesis gramsciana muy reiterada, aunque poco comprendida, en la época:
la dominación burguesa no descansaba tanto en la coacción como en su hegemonía cultural. En
definitiva, lo que Carrillo planteaba, con una metáfora no muy acertada, era la posibilidad de dar
la vuelta a esos aparatos ideológicos para ponerlos al servicio de los valores socialistas. Lo
planteaba Carrillo con las siguientes palabras:
Es real pensar en desarrollar dentro de esos aparatos una lucha que les vuelva, por lo menos en parte, contra
lo que fue su fin inicial. En tiempos de Marx y de Engels, e incluso en los de Lenin, esa perspectiva hubiera
podido tacharse de utópica. Por eso parecía más lógico destruir esos aparatos ideológicos, junto con todo el
aparato del Estado Burgués, por un golpe de fuerza y reemplazarlos radicalmente por unos aparatos
ideológicos creados a partir de un nuevo poder del Estado [...] Pero lo que en tiempos de Marx y Engels era
utópico hoy ya no lo es. Por que si el proletariado sigue siendo la principal clase revolucionaria, ya no es la
única; otras capas, otras categorías sociales van situándose objetivamente en la perspectiva del socialismo y
creando una nueva situación191
.
Se trataba de ir ocupando progresivamente esas instituciones ideológicas para arrebatar la
hegemonía ideológico-cultural al bloque social dominante. Es decir, no esperar al momento
improbable en que se pudiese conquistar un poder estatal difícil de conservar, sino penetrar en
ese complejo institucional del Estado donde radicaba su fortaleza. La tendencia que parecía
avalar esta tesis descansaba en la nueva composición social de esos aparatos ideológicos. Los
profesores de secundaria y de universidad, los abogados, los trabajadores de los medios de
comunicación y otros funcionarios de la superestructura atravesaban situaciones laborales que les
hacían especialmente sensibles a los planteamientos transformadores de la izquierda. El propio
PCE era un ejemplo de ello, pues entre sus filas cada vez eran más abundantes los profesionales
citados. En definitiva, el eurocomunismo vino a enfatizar una tesis que venía cobrando fuerza en
la tradición marxista: que el Estado no era simplemente un instrumento de poder al servicio
exclusivo de las clases dominantes sino una entidad compleja, con una autonomía importante,
atravesada de múltiples intereses y reversible en beneficio de los trabajadores.
190
Louis Althusser, “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”, recopilado en La filosofía como arma de la
revolución, op. cit. 191
Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado , op. cit. p. 57.
126
No obstante, frente a las lectura tan optimista de estas constataciones algunos críticos del
eurocomunismo redujeron las expectativas puestas en la instrumentalización socialista del Estado
realmente existente, aduciendo que en él siempre primarían tres obstáculos insalvables para la
construcción del socialismo: el corporativismo, el burocratismo y, en última instancia, su
carácter, si no exclusivo, sí fundamental, de clase192
.
Complementaria a esta razón relativa al poder ideológico y cultural creciente de la
superestructura estatal era también el papel cada vez más importante que ejercía en la estructura
económica. Recuérdese en este sentido que cuando el eurocomunismo fue esbozado se venía de
dos décadas, la de los años cincuenta y sesenta, marcadas por la expansión del denominado
modelo productivo fordista gestionado bajo el paradigma económico keynesiano. Es decir, de un
modelo de desarrollo eminentemente capitalista pero basado en la intervención más o menos
pronunciada del Estado en la economía como instancia reguladora, en la estatalización de una
parte importante de los sectores estratégicos de la economía y en la expansión del gasto público.
Este modelo, que en el argot comunista de la década de los setenta fue bautizado como
Capitalismo Monopolista de Estado, situaba al Estado como importante poder económico
destinado a la acumulación de capital193
. Lo planteaba Santiago Carrillo con las siguientes
palabras:
Este papel da al Estado capitalista, en tanto que instrumento del capital monopolista, un poder de
intervención decisivo en la vida económica. Aunque los gobernantes hablen aún de liberalismo y de libre
concurrencia, ésta, que existió realmente en otros períodos del capitalismo, desaparece totalmente194
.
El caso es que atendiendo a estos análisis el eurocomunismo vino a plantear que en virtud
del importante papel que el Estado ya estaba desempeñando en una economía cada vez compleja
su ocupación democrática por la coalición progresista facilitaría las medidas intervencionistas y
planificadoras orientadas al socialismo.
192
Véase a este respecto Francisco Fernández Buey, “Sobre algunos aspectos del proyecto de programa del PSUC”,
Materiales (Barcelona), núm. 7, enero-febrero 1978, pp. 32-40. 193
Sobre el origen, desarrollo y significado del concepto véase Tom Bottmore (Dir.), Diccionario del pensamiento
marxista, Madrid, Tecnos, 1984. pp. 114 y 115. 194
Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, op, cit. p. 27
127
No obstante, los cambios que empezaban a advertirse en la segunda mitad de los setenta
estaban modificando paulatinamente este escenario. Se estaban sentando las bases para una nueva
etapa de internacionalización del capital, deslocalización de los procesos productivos,
desregulación de los mercados, preponderancia de las grandes multinacionales y devaluación del
papel económico del Estado. En definitiva, una serie de transformaciones que cristalizarían en los
ochenta pero que ya en su génesis aceleraría el envejecimiento de la propuesta eurocomunista, en
tanto que vía nacional al socialismo que sobredimensionaba las posibilidades ofrecidas por el
Estado. El eurocomunismo fue una propuesta elaborada en un tiempo de transición entre dos
modelos productivos, que sin embargo no fue capaz de captar el sentido de los cambios que se
avecinaban195
. Efectivamente, el orden neoliberal hoy vigente hundió sus raíces en la crisis
estructural que atravesó el capitalismo en la segunda mitad de los setenta tras la convulsión
energética del 73. Este proceso entonces embrionario tendría dos víctimas por excelencia: el
modelo productivo fordista y el Estado de Bienestar Keynesiano. El eurocomunismo fue una
estrategia de transición al socialismo elaborada para ese marco entonces aparentemente vigoroso
pero que ya apuntaba a su declive.
II.1.6.4. Las bases sociales y las organizaciones políticas.
Además de esta reconsideración del papel del Estado el eurocomunismo planteó que la
movilización organizada de las masas jugaría un papel importante en la nueva estrategia, aunque
ya no sería el elemento ejecutor del cambio, sino el impulso y soporte de su verdadero autor, el
gobierno democráticamente constituido. Además, la implicación popular tendría un cometido
añadido: el de ir generando simultáneamente dinámicas de participación directa de la ciudadanía
en las tareas públicas, para construir sobre la marcha una auténtica democracia de base y aislar a
las fuerzas sociales reaccionarias196
. La cuestión de fondo de esta estrategia consistía en la
conformación de una amplia mayoría social para el cambio, en la articulación de una nueva
política de alianzas. Con frecuencia se decía que esa mayoría debería superar con creces el 50%
de la población.
195
Uno de los pensadores comunistas que sí supo atisbar este fenómeno cuando se estaba gestando fue, por ejemplo,
Pietro Ingrao, “ Partidos políticos y nuevos movimientos sociales”, en VV.AA. Vías democráticas... op. cit., pp. 225
y 226. 196
Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, op. cit. pp. 126-127.
128
Sobre estos planteamientos pesó sin duda la trágica experiencia chilena. El proceso
abierto por la Unidad Popular en Chile fue el intento más avanzado de construir el socialismo por
la vía democrática. El brutal golpe de Estado que lo abortó inspiró en la izquierda transformadora
dos reflexiones antagónicas. Para algunos con ello se probaba definitivamente la imposibilidad de
una transición institucional y constitucional al socialismo197
. La revolución precisaba
forzosamente de la violencia si no quería ser sofocada por la reacción. Para otros el fracaso del
proyecto encabezado por Salvador Allende se debió al insuficiente respaldo social obtenido. El
problema de fondo no había sido la sublevación militar patrocinada por la CIA, sino las bases
sociales que la habían alimentado y hecho posible. En concreto el error último fue no haber
logrado implicar en el proceso de cambio a los sectores intermedios, que, entre otras cosas,
copaban muchos de los puestos de mando castrenses. La influencia fue tal que la política del
Compromiso Histórico que Enrico Berlinguer dirigió, indirecta pero fundamentalmente, a la
Democracia Cristiana en Italia no se entiende sino desde lo acontecido en Chile198
. El PCE, por
su parte, no dejaría de aludir al mismo proceso en sus propuestas eurocomunistas. El propio
Carrillo no albergaba dudas al respecto, planteando que lo sucedido en Chile llevaba a la
siguiente conclusión: si una vez en el poder la coalición socialista no disfrutaba de un apoyo
social inmensamente mayoritario debía desistir de sus propósitos revolucionarios e incluso
plantearse la posibilidad de abandonar el gobierno antes de que se abriera una cruenta guerra
civil, que probablemente se saldaría con la derrota del frente progresista199
.
La composición de ese bloque social alternativo sería, por tanto, heterogénea: estaría sin
duda encabezada por la clase obrera, pero incluiría a los nuevos sectores profesionales y a la
pequeña y mediana burguesía. Las condiciones que se presentaban objetivas para la constitución
y armonización de este conglomerado se atribuían a las transformaciones operadas en las
relaciones sociales de producción. En este sentido se planteaba que la acumulación imparable de
capital, la concentración monopolista empresarial y la tecnificación acelerada de los procesos
productivos al calor de lo que se dio en llamar la revolución científico-técnica hacían que esos
sectores no asalariados se fueran progresivamente proletarizando y entraran en contradicción con
197
Esta era, por ejemplo, la opinión que al respecto sostuvieron los críticos G. Albiac, E. del Río, M. Rodríguez, M.
Romero, P. Subiros y M. Barroso en el debate ya mentado: VV. AA. Debates sobre eurocomunismo, Madrid, Saida,
1979. 198
Véase Enrico Berlinguer “Reflexiones sobre Italia después de los acontecimientos en Chile”, en El PC español,
italiano y francés cara al poder, Madrid, Cambio 16, 1977, pp. 137-159. 199
En términos muy parecidos se expresaba Georges Marchais “ Informe al XII Congreso del PCF”, en Gabriel
Albiac, El debate sobre la dictadura del proletariado en el Partido Comunista Francés, Madrid, Ediciones de la
Torre, 1976, pp 122 y 123.
129
el modelo de organización socioeconómica capitalista200
. No obstante, la inestable posición
sociolaboral de estos grupos era una condición necesaria pero insuficiente para su vinculación al
proyecto socialista. Se hacia obligado un trabajo ideológico-cultural que despertara en ellas el
deseo subjetivo de participar en el cambio. Según el planteamiento eurocomunista el carácter
progresivo y no traumático ni repentino de la vía propuesta contribuiría a ello. En primer lugar, la
incorporación de los valores consustanciales a la democracia realmente existente al discurso
comunista encajaba con la cultura política mayoritaria de la sociedad. En segundo lugar, la
ocupación progresiva de los aparatos ideológicos del Estado burgués por parte de los cuadros
comunistas facilitaría el esfuerzo pedagógico. En tercer lugar, el carácter secuenciado y paulatino
del cambio permitiría incorporar a los más recelosos, una vez demostrada con los hechos la firme
voluntad democrática. El nombre que cobró esta política de alianzas por la base en el caso del
PCE fue la de la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura, que en su versión más elaborada
pasó denominarse más tarde como Bloque Social de Progreso. Por estos planteamientos el
eurocomunismo fue acusado de apostar por una política interclasista inviable en tanto albergaba
intereses enfrentados de imposible reconciliación en una dinámica política unitaria201
.
Las alianzas sociales debían tener su correlato político en una coalición de partidos
ideológicamente plurales, aunque comprometidos todos en mayor o menor grado con la causa
socialista. Esta idea tampoco era nueva en los partidos comunistas, pero si lo era la renuncia más
o menos expresa a jugar en la coalición el tradicional papel de vanguardia. Se renunciaba a ser el
partido rector de la práctica política o se rebajaba esa pretensión al moderado deseo de ser la
fuerza más influyente en términos ideológicos o culturales, a ser, en definitiva, la fuerza
hegemónica. Por otra parte, hasta ese momento la diversidad ideológica del bloque socialista se
había entendido como una cuestión episódica. De hecho, si la ortodoxia comunista había
impulsado las Democracias Populares era por el convencimiento de que en semejantes países no
estaban preparados para construir el sistema de partido único. El eurocomunismo, por su parte,
entendía esta coalición no sólo como un medio para vincular en un proyecto unitario de cambio la
pluralidad de culturas políticas emancipatorias, es decir, para constituir una mayoría política, sino
200
El tema de la política de alianzas constituía uno de los ejes fundamentales del eurocomunismo. Planteamientos al
respecto que responden a lo que exponemos pueden verse en Nicolás Sartorius “ Los sujetos de la revolución y la
política de alianzas. Reflexión acerca de la formación del bloque sociopolítico de progreso”, en VV.AA. Vías
democráticas al socialismo, op. cit., pp. 197-205, en Jordi Solé Tura, “ El concepto de revolución de la mayoría”, en
VV. AA. Vías democráticas al socialismo, op. cit., pp. 263-265 o en el trabajo de síntesis elaborado, en un sentido
más combativo, por Armando López Salinas, La alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura, Zaragoza, Forma,
1977. 201
Véase, por ejemplo, Ernst Mandel, Crítica del eurocomunismo, op. cit., pp. 171 y 172.
130
que sostenía la conveniencia de preservar esa diversidad una vez alcanzado el socialismo. Sobre
este asunto ya en el Manifiesto-Programa del PCE aprobado en 1975 se afirmaron cosas del
siguiente tipo:
Hoy son partidarios de soluciones socialistas numerosos demócratas y progresistas que no comulgan con el
marxismo revolucionario en su aspecto filosófico, pero que comparten sus críticas y soluciones económicas
frente al imperialismo; demócratas y progresistas que no se sienten atraídos por las formas políticas que
tienen los países en los que actualmente existe la propiedad colectiva de lo medios de producción y de
cambio, pero que están convencidos de la necesidad de la socialización de la propiedad202
Y movido por esta constatación el PCE formuló la siguiente propuesta de convergencia
política de cara a la futura construcción del socialismo:
El Partido Comunista considera que ya desde hoy habría que comenzar a elaborar el proyecto de una
formación política, capaz de aunar todas las tendencias socialistas sin sofocar ninguna, sin anular sus
características ideológicas, sin comprometer su fisonomía particular, su independencia, su campo de acción
propio203
.
Ahora bien, y esto es lo más novedoso, el pluripartidismo propugnado por el
eurocomunismo no se restringía, ni en el proceso de transición ni en su etapa conclusiva, a los
partidos progresistas. La diferencia cualitativa era el respeto que el eurocomunismo prometía
guardar a todas las formaciones políticas con independencia de su perfil ideológico, lo cual
incluía a aquellas fuerzas contrarias al socialismo. Lo que se planteaba era una continuidad del
sistema competitivo de partidos basado en el sufragio universal durante la transición al
socialismo y en la propia sociedad socialista. Dicho en otras palabras, se aceptaba el supuesto de
que disfrutando del poder el partido o los partidos socialistas pasaran a la oposición si así lo
decidía la mayoría de la ciudadanía a través de unas elecciones libres. Pero a este respecto el
eurocomunismo no dio respuesta a una incógnita enfatizada por quienes lo criticaban desde la
izquierda: cómo podía reconciliarse la alternancia efectiva de fuerzas de signo contrario en el
gobierno con la continuidad en las directrices del ejecutivo necesaria para acometer una
transformación socioeconómica profunda. En este sentido resultaba inimaginable un ambicioso
202
“Manifiesto-Programa (II Conferencia Nacional del PCE, 1975)”, en Dolores Ibarruri y Santiago Carillo, La
propuesta comunista, op. cit., p. 193. 203
“Manifiesto-Programa (II Conferencia Nacional del PCE, 1975)”, en Dolores Ibarruri y Santiago Carillo, La
propuesta comunista, op. cit., p. 217.
131
proceso de construcción del socialismo interrumpido constantemente por la ocupación del
gobierno por fuerzas hostiles al mismo204
.
II.1.6.5. Defensa de las libertades y estrategia pacífica al socialismo.
Si de una vía democrática se trataba no se podía por menos que garantizar la observancia
y defensa en todo momento de los derechos y libertades fundamentales. Según este esquema la
transformación sería pacífica y no precisaría en ningún momento de su recorte para hacer frente a
las contingencias que fuesen sobreviniendo. Lo expresaron con claridad meridiana los comunistas
españoles, franceses e italianos en el comunicado aprobado en la cubre eurocomunista celebrada
en Madrid a principios de marzo de 1977:
En la construcción de la nueva sociedad, los comunistas españoles, franceses e italianos está resueltos a
actuar en el pluralismo de las fuerzas políticas y sociales, y en el respeto, garantía y desarrollo de todas las
libertades individuales y colectivas: libertad de pensamiento y de expresión, de Prensa, de asociación y de
reunión y manifestación, de libre circulación de las personas en el interior del país y al extranjero, libertad
sindical, independencia de los sindicatos y derecho de huelga, inviolabilidad de la vida privada, respeto del
sufragio universal y posibilidad de alternancia democrática de las mayorías, libertades religiosas, libertad de
la cultura, libertad de expresión de las diferentes corrientes y opiniones filosóficas, culturales y artísticas.
Esta voluntad de construir el socialismo en la democracia y en libertad inspira las concepciones elaboradas
con plena independencia por cada uno de los tres partidos205
.
En este sentido el eurocomunismo era consciente de que el impedimento fundamental
para cualquier estrategia al socialismo era la oposición feroz que ejercerían las clases dominantes
a las que se pretendía desplazar. Éste y no otro fue el motivo de las medidas excepcionales que
los revolucionarios bolcheviques se vieron obligados a adoptar ante la violenta reacción que
siguió a la toma del Palacio de Invierno206
, más allá de que estas medidas excepcionales luego se
volvieran permanentes. El recurso a la violencia en la tradición comunista no estaba orientado
tanto a la toma del poder como a su mantenimiento ante la inevitable resistencia de los poderes
destituidos. El eurocomunismo, por su parte, no sólo descartó la insurrección armada a la hora de
hacerse con las riendas del Estado, algo a todas luces inviable en Europa occidental, como se
204
A este respecto véase Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica..., op. cit., pp. 242. 205
“Comunicado conjunto de la Cumbre eurocomunista de Madrid”, en El PC español, Italiano y Francés...op, cit,
pp. 256-257. 206
Estos análisis también figuraron en Santiago Carrillo, Eurocomunismo y Estado, op. cit., pp. 173-177.
132
puso de manifiesto en los años 20, sino que también desestimaba el uso de cualquier tipo de
coacción que entrañara una merma de libertades consolidadas. Ello era posible, planteaban,
porque el apoyo masivo al cambio restaría base social de implantación a las fuerzas
reaccionarias; porque la articulación de esta mayoría en organismos de democracia directa
privaría a la oposición de espacios de influencia; y porque el apoyo extranjero que podría recibir
cualquier conspiración interna se vería coartado por las relaciones específicas que en esos
momentos mantenían en Europa occidental las dos superpotencias en litigio, reacias a intervenir
directamente a fin de evitar una conflagración mundial207
.
Más allá de que esta última valoración fuera descartada por quienes consideraban que el
statu quo acordado por las dos grandes superpotencias funcionaría precisamente como un factor
inhibidor o represor de tentativas socialistas en los países occidentales, lo cierto es que la
propuesta de estrategia pacífica al socialismo propugnada por el eurocomunismo fue sobre todo
criticada por quienes entendían ilusorio la concepción de un proceso de transformación socialista
que no contemplara ni la feroz resistencia de las clases dominantes ni la coacción necesaria
desde un aparato de poder para neutralizarla. En este sentido Manuel Sacristán dijo del
eurocomunismo lo siguiente:
El eurocomunismo como estrategia es la insulsa utopía de una clase dominante dispuesta a abdicar
graciosamente y una clase ascendente capaz de cambiar las relaciones de producción sin ejercer coacción208
.
II.1.6.6. La estrategia gradual de transición al socialismo.
Uno de los rasgos particularmente definitorios del eurocomunismo fue su apuesta por una
estrategia gradual y secuenciada al socialismo. El eurocomunismo vino a elaborar
intelectualmente una estrategia al socialismo que en su desarrollo debería diseñar una trayectoria
lineal y ascendente estructurada en etapas estanco previamente definidas. Según este esquema se
207
La tesis de la construcción de poder popular como garantía para evitar el recurso a medidas de fuerza
excepcionales fue insistente en todos los pensadores adscritos al eurocomunismo. Véase al respecto Fernando
Claudín, Eurocomunismo y socialismo, op cit., pp. 169-176. La interpretación del contexto internacional como
favorecedor del socialismo fue defendida por Santiago Carrillo en Eurocomunismo y Estado, passim. La tesis, muy
reiterada en la época, de que la coexistencia pacífica favorecía la apertura de procesos socialistas en los países
capitalistas sin que estos desataran una intervención militar figuraba por ejemplo también en el “Manifiesto-
Programa (II Conferencia Nacional del PCE), en Dolores Ibérruiri y Santiago Carrillo, La propuesta comunista, op.
cit, pp. 144 y 145. 208
Manuel Sacristán, “ A propósito del Eurocomunismo”, op. cit. p. 21.
133
trataría de etapas ordenadas poco menos que insalvables, en cada una de las cuales se irían
desarrollando las condiciones de posibilidad para enlazar de manera pacífica y progresiva con la
siguiente. Esta estrategia teleológica de transición contemplaba un estadio intermedio de largo
recorrido entre la democracia realmente existente y la sociedad socialista. Se trataba de una etapa
indistintamente denominada como democracia político-social o democracia avanzada,
caracterizada por un sistema de economía mixto y por la emergencia de nuevas instituciones de
poder popular. En el caso de España, en el que el punto de partida en la trayectoria al socialismo
era una dictadura, inicialmente se planteó la posibilidad de sortear la democracia entonces
llamada formal - en tanto que siguiente paso lógico en la estrategia ascendente - para enlazar
directamente con la democracia político social. Más tarde, cuando se evidenció que la salida de la
dictadura no sería dirigida por la oposición se planteó la posibilidad de recorrer rápidamente la
nueva etapa de la democracia convencional para proseguir rápidamente el camino predefinido al
socialismo. El esquema no era del todo nuevo en la tradición leninista, y tampoco era ajeno a los
socialistas más desencantados con la socialdemocracia gobernante.
La conquista del socialismo a través de fases sucesivas se había formulado con frecuencia
en occidente, una vez la toma directa del poder por parte del proletariado al modo bolchevique
parecía inviable a corto plazo209
. El establecimiento de etapas conducentes a un fin no fue si no
una forma de rellenar el abismo que se había abierto entre el momento presente y la posibilidad
de conquistar esa finalidad. Sin embargo, en el eurocomunismo la caracterización de estos
estadios fue objeto de una mayor precisión, al tiempo que se aportaron algunas novedades.
Lo que realmente caracterizó al eurocomunismo fue el grado de concreción a que
descendieron sus especulaciones acerca de cómo se desenvolvería la futura estrategia de cambio,
lo que no fue óbice para que, por otra parte, se guardara silencio en algunos de los asuntos clave.
En este sentido el eurocomunismo precisó al detalle los programas políticos y económicos que se
desarrollarían en la etapa de la democracia avanzada, pero sin embargo guardó silencio sobre los
momentos de ruptura entre las etapas establecidas o los difuminó hasta tal punto que cada etapa
aparecía como una prolongación natural y necesaria de la anterior. Ambas cosas pueden
constatarse tanto en el Manifiesto-Programa de 1975 como en la Tesis 6 aprobada en el IX
Congreso de 1978 y que llevaba por título “La democracia poítica y social, etapa hacia el
209
Fernando Claudín, Eurocomunismo y socialismo, op. cit., pp. 103 y 104.
134
socialismo y el comunismo”. En ambos textos se dedicaron extensas páginas a relatar no sólo,
aunque también, el detallado programa de medidas que los comunistas tenían previsto ejecutar
una vez accedieran al poder, sino la morfología previsible que adquirirían la sociedad y el Estado
en virtud de dicha ejecución y las condiciones de posibilidad que a buen seguro ofrecerían para
encaminarse al socialismo210
.
Estos planteamientos fueron objeto preferente de buena parte de las críticas más certeras
que recibió el eurocomunismo. El alto grado de especulación que portaba la estrategia
eurocomunista, con sus detallados programas para un futuro que todavía no se lograba atisbar,
fue parodiado por ejemplo por Manuel Sacristán:
La sujeción positivista a la sociedad presente, adobada a lo sumo con las teorías de etapas y gradualidades
en una fantasiosa vía de reformas, es tan acientífica como la prescripción por los utópicos de la forma de
freír huevos en la sociedad emancipada211
.
Los silencios en torno a las soluciones de continuidad entre las etapas tan prolijamente
descritas fueron generalmente interpretados como una reproducción, consciente o inconsciente,
de la estrategia reformista de la socialdemocracia clásica, una estrategia que además de antigua se
había evidenciado errática. Para esta estrategia el socialismo no sería sino el resultado de la
acumulación progresiva de reformas parciales en una secuencia ascendente e ininterrumpida que
no precisaría de momentos de ruptura. El desarrollo imparable de las fuerzas productivas en los
países desarrollados y la expansión de una cultura democrática que se entendía irreversible fueron
algunas de las razones que adujeron pensadores como Karl Kautsky o Eduard Bernstein a
principios del siglo XX para justificar esta expectativa. Los peligros de integración en el sistema
de los proyectos reformistas tan denunciados por la tradición comunista perecieron surtir poco
efecto a la hora de diseñar la estrategia eurocomunista, que vista con perspectiva recreaba en
cierta forma esa concepción teleológica, especulativa y gradualista del reformismo
socialdemócrata clásico. Por otra parte, los silencios del eurocomunismo a propósito de los
momentos de necesaria ruptura entre las etapas descritas parecían inducidos por el deseo de
sortear el inevitable debate sobre el ejercicio de la coacción, y esos silencios se interpretaron
210
“Tesis 6: La democracia político y social, etapa hacia el socialismo y el comunismo” en Noveno Congreso...op.
cit, pp. 362-370 y “Manifiesto Programa (II Conferencia Nacional del PCE)”, en Dolores Ibarruri y Santiago
Carrillo, La propuesta Comunista, op. cit., pp. 172-191. 211
Manuel Sacristán, "A propósito del Eurocomunismo", op cit., p. 203.
135
como cesión en beneficio de una socialdemocracia caduca. Esta interpretación ocupó, por
ejemplo, un lugar central en la críticas formuladas al eurocomunismo por parte de algunos
pensadoras españoles vinculados a las organizaciones de la izquierda radical, como G. Albiac, E.
del Río, M. Rodríguez, M. Romero, P. Subiros y M. Barroso212
.
Otra crítica vertida contra esta estrategia gradualista era que invitaba a justificar cualquier
conquista por pequeña que fuera como un paso inexcusable al socialismo, lo cual conducía a una
praxis posibilista que entraba en colisión con los propios principios y a un tacticismo
desenfrenado que enredado en las batallas inmediatas perdía de vista los fines últimos. El peligro,
denunciado por ejemplo por Sacristán, era que estas vías gradualistas teóricamente orientadas al
socialismo futuro se utilizaban para deducir en el presente programas rebajados que conducían a
acuerdos claudicantes con la burguesía. Y el mejor ejemplo de ello lo encontraba Sacristán en la
firma de los Pactos Moncloa, presentado como se ha visto, como un paso consecuente en la
secuencia de avance eurocomunista.
II.6.1.7. Distanciamiento de la URSS y vía nacional al socialismo.
Las desavenencias del PCE con las directrices moscovitas y su distanciamiento final del
modelo del denominado Socialismo Real fueron gestándose a tenor de los conflictos internos en
el Movimiento Comunista. Antes de 1968 la adhesión de los españoles a los dictámenes del
Kremlin había sido constante. La condena del titismo, la invasión de Hungría, la excomunión del
maoísmo, etc. obtuvieron siempre el respaldo, a veces enfático y otras veces más discreto, del
PCE. El punto inicial de ruptura fue su condena de la invasión de Checoslovaquia por parte de las
tropas del Pacto de Varsovia. “El socialismo de rostro humano” preconizado por Dubcek213
fue
bien acogido por la dirección del PCE. No en vano esta propuesta tocaba la sensibilidad del PCE,
en la medida que pretendía reconciliar el socialismo con las formas democráticas214
.
212
Esta opinión fue central en las críticas formuladas por algunos pensadoras españoles vinculados a las
organizaciones de la izquierda radical, como los críticos G. Albiac, E. del Río, M. Rodríguez, M. Romero, P. Subiros
y M. Barroso en VV. AA. Debates sobre eurocomunismo, passim. 213
Véase Alexander Dubcek, La vía Checoslovaca al socialismo, Ariel, 1968. 214
Sobre los orígenes del disentimiento con la URSS y sobre el hito crucial de 1968 véanse Fernando Claudín,
Eurocomunismo y Socialismo, op. cit., pp. 31-46 y Antonio Elorza “ Eurocomunismo y tradición comunista”, op. cit.,
pp. 89-97.
136
El problema de fondo, más allá de la represión de la experiencia checoslovaca, radicaba
en la propia concepción del Movimiento Comunista, como se puso de manifiesto en la
Conferencia de Moscú del 69, uno de los momentos que se sitúan como fundacionales del
eurocomunismo. En ella los soviéticos pretendían obtener de todos los partidos comunistas el
respaldo a su actuación en Praga, consagrar formalmente la doctrina de la soberanía limitada para
cada uno de ellos e imponer como modelo de funcionamiento internacional lo más parecido al
Centralismo Democrático. Con ello no se pretendía en absoluto revitalizar la vieja Internacional,
pero sí imponer de iure la unidad que hasta ese momento se había dado de facto. Los futuros
partidos eurocomunistas respondieron con una propuesta que pretendía redefinir la tradicional
noción de Internacionalismo Proletario, pero que en última instancia terminaba con ella: el
reconocimiento de la igualdad entre todos los partidos con independencia de que gobernasen o
fuesen oposición en sus respectivos países; la garantía de independencia a la hora de definir su
propia estrategia al socialismo y su propio modelo de sociedad socialista; y el derecho a
discrepar e incluso criticar decisiones adoptadas por los países del Socialismo Real215
. A partir de
entonces los partidos eurocomunistas irían insistiendo en estos ejes en sucesivos encuentros
internacionales como la Conferencia de Bruselas de enero de 1974, que reunió a 19 partidos
comunistas de Europa occidental, la conferencia de Berlín de junio de 1976, el encuentro franco-
italiano en Roma, en noviembre de 1975, el mitin conjunto de Berlinguer y Marchais de París, el
encuentro entre el PCE y el PCI en Roma en Septiembre de 1976 o la cumbre eurocomunista
entre españoles, franceses e italiano celebrada en Madrid a principios de marzo de 1977.
Estas propuestas estaban motivadas por una contradicción estructural que fue denunciada
abiertamente ya en 1973 por el responsable de relaciones internacionales del PCE, Manuel
Azcárate, en un artículo que desató las iras de las autoridades soviéticas, Se trataba de una
contradicción que desde su génesis había estado latente en el Movimiento Comunista desde el
fracaso de la pretendida revolución mundial: cómo reconciliar los intereses de Estado soviético
con los intereses de los partidos comunistas que funcionaban en países en proceso de
construcción del socialismo o en países no socialistas. O expresado de otra forma: cómo
desarrollar una línea política nacional que no estuviera hipotecada a los intereses de Estado
soviético, pues efectivamente en muchas ocasionas esta estuvo lastrada por la orientación de la
215
Jesús Sánchez Rodríguez, Teoría y práctica...op. cit., pp. 152-155.
137
política exterior rusa216
. La solución que ofreció el eurocomunismo no fue la de reformular un
nuevo internacionalismo, sino la de apostar por la nacionalización de cada partido comunista y
proclamar una vaga solidaridad internacional entre ellos. En estos términos se expresaron
conjuntamente los comunistas españoles, franceses e italianos en la cumbre madrileña de 1977:
Los tres partidos están resueltos a seguir desarrollando igualmente en el porvenir la solidaridad
internacional y la amistad sobre la base de la independencia de cada partido, de la igualdad de derechos, de
la no injerencia, del respeto a la libre elección de vías de soluciones originales para la construcción de
sociedades socialistas, que correspondan a las condiciones de cada país217
.
Y es que el eurocomunismo fue antes que nada la reivindicación de una vía nacional al
socialismo, que ya venía siendo reclamada y en buena medida ejercida por los italianos desde los
tiempos de Togliatti. El eurocomunismo, pese a lo que su nombre pudiera sugerir, no defendía
una vía peculiar al socialismo en Europa occidental, sino una serie de vías independientes para
cada país218
. Con el término eurocomunismo lo que se pretendía decir, entre otras cosas, era que
estos países vivían situaciones parecidas que reclamaban respuestas socialistas similares; pero no
que estos países estuvieran atravesados por situaciones comunes, y que, en consecuencia,
resultara necesario esbozar una respuesta socialista unitaria.
Esta pretensión de vía exclusivamente nacional al socialismo fue interpretada por el
intelectual trotsquista Ernest Mandel como un resabio de la doctrina estalinista del socialismo en
un solo país219
, y cuestionada también por quienes, como Pietro Ingrao, empezaron a ver, desde
otra perspectiva, que los nuevos marcos de la lucha de clases trascendían las fronteras del Estado
Nación220
. En este sentido la expansión del neoliberalismo en la década siguiente y el sentido que
se dio a la convergencia europea debilitaría extraordinariamente al eurocomunismo en tanto vía
exclusivamente nacional al socialismo.
216
Estos planteamientos fueron abiertamente expuestos en tono crítico por primera vez por Manuel Azcárate “Sobre
la política internacional del Partido Comunista Español”, en El PC español, italiano y francés...op. cit., p. 193-206.
El mismo planteamiento puede verse en una síntesis más o menos oficial del partido escrita varios años después:
Mateo Balbuena Iglesias, El porqué del eurocomunismo, Zaragoza, Forma, 1978, pp. 163 y 164. 217
“Comunicado conjunto de la Cumbre eurocomunista de Madrid”, en El PC español, italiano...op. cit., p. 257. 218
Véase el trabajo de María del Pilar Sánchez Millas “ Eurocomunismo, ¿ estrategia conjunta o coincidente
mecanismo para tres consolidaciones internas diferentes?, en Actas del I Congreso sobre la historia del PCE..., op.
cit., passim ( Se trata de la tesis central de su trabajo, que va desarrollando en las páginas siguientes a partir de
intervenciones de los principales dirigentes del PCI, el PCF y el PCE. 219
Ernst Mandel, Crítica del eurocomunismo, op. cit., pp. 12-16. 220
Pietro Ingrao, “ Partidos políticos y nuevos movimientos sociales”, op. cit., pp. 225 y 226.
138
No obstante, si el discurso eurocomunista estuvo en gran medida llamado a distanciarse
de los países del Socialismo Real no fue sólo, o ni siquiera principalmente, por las disfunciones
entre la línea política de los pc´s y la política de Estado soviética. La respuesta básica a ese
distanciamiento se encuentra en el descrédito del modelo soviético entre la mayoría de los
sectores sociales que la propuesta eurocomunista entendía imprescindibles para la construcción
del socialismo, y en la concepción cada día más generalizada en el movimiento comunista
occidental de que el modelo del Socialismo Real representaba una perversión del ideal socialista.
La democracia parlamentaria, sobre todo después de las experiencias totalitarias que condijeron a
la Segunda Guerra Mundial, ocupaba en la cultura política de los sectores populares de los
setenta un lugar privilegiado e insoslayable que entraba en contradicción con las formas políticas
del Socialismo Real. Los partidos ahora eurocomunistas llevaban tiempo planteado que su
modelo de socialismo distaba extraordinariamente del construido en los países del Este. Los
partidos comunistas estaban obligados a distanciarse de los países del Este si no querían
contagiarse de su descrédito social y si querían ser coherentes con su concepción democrática del
socialismo. No obstante, aunque el eurocomunismo tuvo motivos sobrados para impugnar el
carácter autoritario de los sistemas del Este, la crítica, en el caso español, no supo sustraerse en
algunas ocasiones a la presión mediática de la propaganda anticomunista, terminó parasitando
parte del argumentario del contendiente y estuvo sujeta, más que a análisis encuadrados en los
parámetros de su propia cultura política, al deseo un tanto desesperado de publicitarse
electoralmente como un partido democrático y respetable en el sentido convencional de ambos
términos. El caso más elocuente de ello se verá, por ejemplo, cuando analicemos la actitud de
Santiago Carrillo durante su viaje a Estados Unidos. Y es que el eurocomunismo tuvo también
una clara dimensión propagandística orientada a mitigar el autoritarismo atribuido a los partidos
comunistas occidentales, dimensión que se puso de manifiesto en muchas declaraciones
cotidianas de sus dirigentes, y que condicionó sobre manera las elaboraciones teóricas.
II.1.6.8. Eurocomunismo: ofensiva o repliegue, proyecto político o ideología
racionalizadora.
La propuesta eurocomunista respondió en buena medida a la necesidad de reformulación
estratégica que sentían los partidos comunistas occidentales, toda vez que las viejas recetas de
acción y el repertorio cada día más retórico de la ortodoxia marxista-leninista no conducían a
139
ninguna parte. El reconocimiento de la imposibilidad de desarrollar una estrategia de
confrontación directa con el Estado en el contexto de sociedades cada vez más complejas; el
reconocimiento de los cambios extraordinarios, tanto laborales como culturales, que se habían
producido en esas sociedades avanzadas; y la revisión de la propia tradición comunista, con
especial alusión a las desafortunadas experiencias estatistas, fueron constataciones acertadas que
exigían modificaciones serias en la práctica política comunista. El eurocomunismo surgió en este
contexto general y ligado por tanto a reflexiones de largo alcance.
No obstante, el eurocomunismo fue, como se ha dicho, un fenómeno bastante confuso que
se fue formulando y reformulando al calor de las coyunturas políticas que atravesaron sus
principales impulsores. En este sentido no cabe duda que el eurocomunismo funcionó
constantemente como una fuente de legitimación ideológica de las líneas políticas concretas que
estaban desarrollando en esos momentos los tres partidos comunistas mediterráneos del sur de
Europa. En el caso del PCE, que es el que aquí se trata, el eurocomunismo fue la propuesta
doctrinal con la que se fundamentó toda la línea política de la transición. Esto no significa que el
eurocomunismo fuera una estrategia predefinida conforme a la cual el partido fue tomando sus
decisiones coyunturales y definiendo su línea política. Más bien al contrario, el eurocomunismo
fue una propuesta teórica que se construyó en un momento en el que se necesitaban nuevas
estrategias; pero que se reformuló constante y contradictoriamente para legitimar una práctica
política que debió mucho a la improvisación y al tacticismo. El eurocomunismo tuvo
precisamente su momento de apogeo en la etapa del consenso. El peso que el partido concedió a
la política institucional y la propuesta de formación de un gobierno de concentración nacional
fueron decisiones que encontraron buena justificación en una estrategia que incitaba a penetrar en
el Estado democrático para ponerlo al servicio de medidas socialistas. La firma de los Pactos de
la Moncloa y el respaldo a la Constitución fueron decisiones que, como se ha visto, se pudieron
racionalizar como pequeños pasos consecuentes prescritos por una estrategia de largo alcance que
contemplaba una evolución lenta y progresiva al socialismo.
En un sentido parecido el eurocomunismo funcionó también como recurso
propagandístico para la proyección de una imagen más amable del partido. Ya se ha visto que una
de las principales preocupaciones del PCE tras los primeros resultados electorales fue la de
contrarrestar el peso de la imagen autoritaria y prosoviética que la propaganda anticomunista de
la dictadura, pero también buena parte de los partidos de la oposición, le habían confeccionado.
140
Esta preocupación no sólo afectó a la práctica política del partido, sino también a su elaboración
doctrinal. La apuesta pública por una estrategia constitucional y pacífica al socialismo, que
obviaba el debate ineludible de la coacción, tenía mucho que ver con el deseo de contrarrestar la
imagen de partido agresivo que sus adversarios se afanaban, con bastante éxito, en subrayar.
Muchas de las contradicciones y de los silencios de la estrategia eurocomunista se debieron
precisamente al hecho de que esta fuera concebida en bastantes ocasiones, más que como un
proyecto viable de acción a largo plazo, como una garantía probatoria, para la práctica política
presente, de la condición democrática del PCE en la acepción entonces dominante de este
concepto. Si se insistió en que el futuro proceso de transición al socialismo se ejercería sin
ningún tipo de coacción sobre quienes opusieran resistencia, no fue tanto porque se tuviera la
seguridad de que fuera a ser así - qué seguridad se tenía entonces siquiera de que se fuera a abrir
un proceso de cambio socialista –, ni tan sólo porque se deseara sinceramente que así fuera. Si se
insistió en el carácter sereno y no coactivo del cambio fue también para contrarrestar a aquellos –
y eran muchos – que planteaban que el PCE solo quería instrumentar la democracia en beneficio
de un proyecto totalitario que tarde o temprano se impondría por la fuerza. El eurocomunismo,
por tanto, respondió a la necesidad de replantearse la práctica política de los partidos socialista y
el sentido que habían cobrado sus concreciones estatistas, pero funcionó también a modo de
eslogan publicitario en un marco de competencia de partidos en el que al PCE se le intentó
desacreditar identificándole con esas concreciones.
Por último el eurocomunismo fue en gran medida, como se ha visto, una propuesta
estratégica bastante optimista de transición al socialismo que prescribía todos y cada uno de los
pasos conducentes al mismo. Pero, ¿estaban entonces las circunstancias para semejante
optimismo? ¿Se daba realmente la posibilidad en esos momentos de dar esos pasos hacia delante?
A este propósito Manuel Sacristán vino a plantear que el eurocomunismo, lejos de ser una
estrategia viable de transición al socialismo, representaba el último repliegue del movimiento
comunista ante la frustración de las expectativas revolucionarias en los países del capitalismo
avanzado allá por los años 20. Para Sacristán, la naturaleza del eurocomunismo como ideología
engañosa se ponía sobre todo de manifiesto cuando se presentaba como una entusiasta ofensiva
que terminaría conduciendo al socialismo221
. Pero, ¿por qué fue esto así? Como se ha planteado
en el primer apartado el eurocomunismo en tanto que movimiento real, fue un movimiento que
221
Manuel Sacristán, "A propósito del Eurocomunismo", op. cit., p. 199.
141
ante la imposibilidad de abrir en su momento un proceso de transformación profunda de la
sociedad en una perspectiva socialista profundizó en la práctica de integración plena en las
dinámicas políticas de los sistemas liberales. Semejante integración exigía renunciar a satisfacer
la pulsión revolucionaria que se da en toda organización comunista. Y esa renuncia no se hizo
reprimiendo la pulsión, sino sublimándola en una imaginaria estrategia de transición al
socialismo que, para no distar demasiado de la práctica cotidiana, se presentaba pacífica, gradual
e institucional. Y es que eso fue también el eurocomunismo: una renuncia a la transformación
radical de la sociedad ante la adversidad de las circunstancias, sublimada, precisamente, en una
estrategia retórica de transición gradual al socialismo, en una concepción especulativa y casi
metafísica de transición pacífica al socialismo que sirvió, además, para justificar una línea
política real muy pragmática y moderada.
II.1.7. El IX Congreso del PCE: el abandono del leninismo.
En pleno proceso de transición, en pleno mes de abril de 1978, el Partido Comunista de
España celebró su IX congreso. En él, además de valorar su trayectoria reciente y de esbozar sus
futuras líneas de intervención política, elevó a la categoría de doctrina oficial el eurocomunismo,
y desterró una de sus señas identitarias hasta entonces fundamentales: el leninismo. La propuesta
de redefinición doctrinaria cogió por sorpresa a toda la organización comunista, incluyendo a los
más estrechos colaboradores de Santiago Carrillo. Efectivamente, fue el Secretario General quien
sin previo aviso anunció públicamente, durante su visita a Estados Unidos en noviembre de 1977,
en pleno centro de poder del capitalismo, que propondría al IX Congreso la supresión del
leninismo de la definición del partido. La iniciativa y el lugar elegido para hacerla pública no
pudieron resultar más impactantes. A su regreso a Madrid precisó las razones que le había
movido a la hora de tomar tal decisión.
Para Santiago Carrillo el leninismo era ante todo una estrategia revolucionaria concreta
que había caducado y entraba en contradicción con la estrategia eurocomunista. En este sentido,
Carrillo planteó que la propuesta capital de Lenin de convertir la guerra imperialista entre
Estados en una guerra civil revolucionaria entre clases sería suicida por la irrupción del
armamento nuclear; que la política de alianzas entre el proletariado y el campesinado que había
llevado a los bolcheviques al poder no tenía sentido en sociedades cada vez más diversificadas;
142
que la toma, aniquilación y sustitución del Estado burgués no era posible, necesaria, ni
conveniente para construir el socialismo; y que el papel de vanguardia del partido comunista
tampoco era deseable ni muy factible si se tenía en cuenta que los procesos revolucionarios más
recientes habían sido protagonizados por movimientos de liberación nacional amplios y plurales.
Pero además de estas razones, un tanto deslavazadas, planteó otras que iban más allá de puntos
flacos de la estrategia leninista. Por una parte, que el abandono del concepto era un gesto
necesario para superar la escisión de los años 20 en el Movimiento Obrero, lo cual entraba en
contradicción con su propia visión del eurocomunismo como afirmación revolucionaria frente a
la socialdemocracia. Por otra, que el abandono era una exigencia insalvable si se quería ser
coherente con la Política de Reconciliación Nacional, cuyo sólo epígrafe no podía ser más ajeno
al argot leninista, con lo que situaba a los posibles defensores del leninismo en el difícil brete de
tener que rechazar una iniciativa que tan buenos resultados había reportado al partido222
.
La propuesta de redefinición doctrinaria del Secretario General se terminó concretando en
la famosa tesis XV propuesta al congreso, en la que el partido dejaba de definirse como
“marxista-leninista” y lo hacía como “marxista revolucionario”223
. El último argumento de
Santiago Carrillo presentaba el marxismo-leninismo como una construcción doctrinaria
típicamente estalinista y planteaba que definirse marxista revolucionario era hacerlo como el
propio Lenin224
. Se trató, en definitiva, de un argumento muy esgrimido en los debates
posteriores: justificar el abandono del leninismo en homenaje al propio Lenin.
La propuesta de Santiago Carrillo se insertaba, aunque de manera demasiado forzada, en
la reciente tradición de reformulación ideológica del partido que se acaba de analizar. No
obstante, tenía una vertiente propagandística y coyuntural que desbordaba su declarada
dimensión teórica. La propuesta de abandonar el leninismo funcionó sobre todo como un gesto
coyuntural de clara proyección mediática con el que contrarrestar esa imagen construida por los
adversarios de la que el partido quería desprenderse. La propuesta de abandonar el leninismo fue
222
Todas estas razones las fue exponiendo Santiago Carrillo en distintos escritos e intervenciones. Una síntesis puede
verse en Santiago Carrillo, “La definición del partido. El marxismo revolucionario hoy”, Mundo Obrero (Madrid),
núm. 4, del 26 de enero al 1 de febrero de 1978. La reconstrucción del pensamiento de Lenin se hizo a partir de
algunas de las ideas, posteriormente canonizadas en la ortodoxia marxista-leninista, que el dirigente revolucionaria
había planteado en escritos como ¿Qué hacer?, Moscú, Progreso, 1987, El imperialismo: fase superior del
capitalismo, Madrid, Fundamentos, 1975, El Estado y la revolución, Barcelona, Ariel, 1975. Éstas obras serían
objeto constante de citación a lo largo del debate. 223
PCE, “Proyecto de tesis al IX Congreso: tesis XV”, IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección, AHPCE. 224
Santiago Carrillo, “ La definición del partido. El marxismo revolucionario hoy”, op. cit.
143
el cambio ideológico del partido en el que más nítidamente se puso de manifiesto el uso de la
ideología como un eslogan publicitario en el marco de las nuevas dinámicas electorales. Esto es
algo que pocos años después reconocería, en un tono en cierta forma autocrítico, Manuel
Azcárate, uno de los más esmerados defensores de la iniciativa revisionista:
Era [el abandono del leninismo] una ayuda considerable para dar a los comunistas, en la vida política
española, una imagen nueva, menos dogmática, menos intolerante, más flexible y abierta a las realidades
contemporáneas [...] De hecho, la operación se presentó como un gesto de fachada encaminado a obtener
ciertas ventajas políticas coyunturales en la etapa de la transición democrática. Era una forma de tomar
distancias con la fraseología comunista tradicional y con la ideología oficial de la Unión Soviética; y de
dotar a los comunistas españoles de una figura más moderna, heterodoxa y seductora para amplios círculos
de la sociedad.225
El IX Congreso del PCE tuvo lugar del 19 al 23 de abril de 1978. El congreso tuvo tres
momentos reseñables: la lectura del informe de Santiago Carrillo con el debate consiguiente; la
discusión, corrección y aprobación de las tesis políticas; y la elección del nuevo equipo dirigente.
La intervención de Santiago Carrillo ante plenario vino a legitimar la línea política seguida por el
partido en la transición, presentada como el resultado de un concienzudo diseño estratégico. Las
delegaciones provinciales, regionales y nacionales del PCE respaldaron mayoritariamente el
texto. Las escasas intervenciones discrepantes esbozaron ya algunas de las críticas que cobrarían
forma y fuerza tan sólo dos años después.
En el mismo sentido las tesis políticas propuestas a debate apenas fueron modificadas en
sus respectivas comisiones, y obtuvieron un holgado respaldo en el plenario. En ellas se justificó
de nuevo la línea seguida en la transición, con especial alusión a la firma de los Pactos de la
Moncloa; se ratificó de cara al futuro inmediato la Política de Concentración Democrática; y se
elevó el eurocomunismo a la condición de doctrina oficial del partido.
En cuanto a la nueva dirección elegida, la continuidad y la renovación se conjugaron en el
Comité Central; pero a medida que se subía en el escalafón organizativo ( Comité ejecutivo y
Secretariado) la segunda fue cediendo a la primera. En la Secretaría General y en la Presidencia
la continuidad fue absoluta: Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri fueron reelegidos
respectivamente. Atendiendo a estas tres cosas la cohesión del PCE y el respaldo a su dirección
225
Manuel Azcárate, Crisis del Eurocomunismo, op. cit., pp. 58 y 59.
144
parecían asegurados. Sin embargo, el malestar estaba latente y la crisis desgarradora que se
desataría tan sólo dos años después vino a probar que la unidad de esos momentos era
extremadamente frágil.
El momento estelar del cónclave fue sin duda el debate sobre el leninismo. El abandono
del leninismo se aprobó definitivamente el viernes 21 de abril de 1978 en la sesión plenaria del
Congreso. Lo que allí se debatió apenas modificó el curso de lo previsto: muy en la línea de la
tradición del partido, donde los congresos no se ganaban o se perdían durante su celebración sino
en el proceso previo. El encargado de defender las tesis oficiales fue el dirigente Simón Sánchez
Montero, que gozaba de un prestigio tremendo entre las filas comunistas por su sacrificado
trabajo en el interior durante la clandestinidad. Ante los delegados reunidos, Sánchez Montero
rindió en primer lugar un fervoroso homenaje a la figura de Lenin, al que no dudó en calificar
como “el más grande revolucionario de la historia de la humanidad”226
. Después justificó la
supresión aduciendo la caducidad de la estrategia revolucionaria leninista, algo que a su entender
se ponía de manifiesto tras realizar un “análisis concreto de la situación concreta”. La conclusión
de Montero al respecto fue ingeniosa: era la observancia de ese principio metodológico tan
propio de Lenin lo que conducía necesariamente al abandono del leninismo227
. Las últimas
palabras de Montero fueron tan incisivas como apasionadas:
Sin embargo, tenemos miedo de nosotros mismos. No nos decidimos a desechar la vieja y querida camisa.
Ya es hora de desechar la camisa sucia y ponerse ropa limpia228
.
La postura a favor de la definición leninista fue defendida en plenario por Francisco
Frutos. El dirigente del PSUC y de las CCOO de Cataluña replicó a Sánchez Montero afirmando
que la sujeción del partido a todas las virtudes que había elogiado de Lenin bastaría para seguir
denominándose leninista. No obstante, señaló que definirse como tal era conveniente para
reafirmar una vez más la voluntad revolucionaria y al mismo tiempo democrática del partido,
pues para Frutos no había incompatibilidad entre eurocomunismo y leninismo. Y concluyó
haciendo una advertencia a los promotores de la supresión que denunciaba motivaciones
226
“ Debates de las tesis y los estatutos”, en Noveno Congreso. Actas..., op. cit., p. 168. 227
“ Debates de las tesis y los estatutos”, en Noveno Congreso. Actas..., op. cit., pp. 168-170. 228
“ Debates de las tesis y los estatutos”, en Noveno Congreso. Actas..., op. cit., 176.
145
encubiertas más pragmáticas y circunstanciales: que las limitaciones electorales del partido no
serían resueltas con cambios identitarios efectistas229
. Sus palabras exactas fueron las siguientes:
Nuestras debilidades políticas y electorales exigen un análisis riguroso en base a la situación concreta de
cada lugar. No exigen según nuestro entender, el cambio de una nomenclatura de una forma rápida, de una
forma sin un debate preciso, sin un debate riguroso”230
El resultado de la votación arrojó 965 votos a favor de la propuesta oficial y 248 a favor
del leninismo.
La tesis aprobada se sustanció en un texto bastante escueto y algo contradictorio. A pesar
de las críticas que contenía a algunas experiencias del Socialismo Real y de sus propósitos de
renovación en ella se revalidó el Centralismo Democrático, es decir, un principio organizativo
puramente leninista, en virtud del cual los partidos comunistas en el poder a los que se repudiaba
habían justificado la represión de la disidencia interna. La nueva definición ideológica quedó del
siguiente modo:
El Partido Comunista de España es un partido marxista, revolucionario y democrático, que se inspira en las
teorías del desarrollo social elaboradas por los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, y en su
método de análisis. En el Partido Comunista de España, la aportación leninista, en cuanto sigue siendo
válida, está integrada, como la de los otros grandes revolucionarios, pero sobre la base de que hoy no cabe
mantener la idea restrictiva de que el leninismo es el marxismo de nuestra época231
.
II. 2. El PSOE en el tardofranquismo y la transición: del radicalismo verbal a la renuncia al
marxismo.
II.2.1. Larga noche del franquismo: repliegue y decadencia.
La prolongación de la dictadura en España tuvo efectos calamitosos para el partido
fundado por Pablo Iglesias. El franquismo actuó como un auténtico agujero negro para muchos
229
“ Debates de las tesis y los estatutos” en Noveno Congreso. Actas..., op. cit., pp. 172-175. 230
Ibidem. 231
“ Tesis XV: El Partido Comunista de España” en Noveno Congreso. Actas...., op. cit., p. 422.
146
de los referentes políticos y sindicales que habían tenido un protagonismo destacado en la vida
política española durante la primera mitad del siglo XX232
. Izquierda Republicana, la
Confederación Nacional del Trabajo y el Partido Socialista Obrero Español pagaron caros sus
años de clandestinidad, hasta el punto de verse reducidos en muchos casos a una triste sombra de
lo que en su momento llegaron a ser.
La progresiva decadencia del PSOE durante la larga noche del franquismo se debió en
buena medida a la efectividad represiva del régimen, pero también, si acaso no sobre todo, a las
erráticas decisiones y desatinadas actitudes que tomaron y mantuvieron sus dirigentes en el
exilio. La decrepitud del PSOE fue inversamente proporcional a la pujanza que fueron cobrando
las nuevas expresiones de oposición a la dictadura a partir de la segunda mitad de los años 50. La
dirección socialista mantuvo una actitud reticente, cuando no hostil, ante unas experiencias de
confrontación con la dictadura que paradójicamente tendían al socialismo. Las causas de esta
autoexclusión del PSOE hay que buscarlas en la rigidez táctica, la estrechez doctrinaria y los
prejuicios generacionales de su dirección.
En cuanto a la rigidez táctica, dos fueron los motivos complementarios que llevaron a
Rodolfo Llopis y al resto de la cúpula socialista del exilio a mostrar una actitud más que distante
hacia los principales focos de conflictividad obrera y estudiantil del interior. Por una parte,
muchos de estos focos de contestación popular se fueron gestando en las propias fisuras del
sistema, aprovechando sus resquicios legales. La dirección del PSOE había desechado
rotundamente cualquier estrategia “entrista” en las instituciones del franquismo por considerar
que todo esfuerzo en esta dirección sería inútil, y por entender que acogerse a cualquier ventaja
legal del régimen no sería sino una forma de legitimarlo. Por otra parte, la autoexclusión de los
socialistas respondía a su pertinaz renuncia a mantener cualquier tipo de relación con los
comunistas. Dado que el PCE estaba en buena medida dinamizando y hegemonizando estas
nuevas formas de resistencia el PSOE optó por aislarse de ellas para evitar cualquier tipo de
contagio en sus bases233
.
232
Sobre este declive sigue siendo clarificador el ya clásico trabajo de Hartmut Heine, La oposición política al
franquismo, Barcelona, Crítica, 1983. 233
Sobre los prejuicios de la dirección socialista ante las nuevas estrategias de oposición véase la aportación sintética
de José Luis Martín Ramos, Historia del socialismo español. Vol. 4., Barcelona, Conjunto Editorial, 1989, op. cit.,
pp. 189-195. Un trabajo centrado en las relaciones entre ambos partidos y las analiza en su desarrollo desde la
postguerra hasta 1974 lo tenemos en Sergio Gálvez y Gustavo Muñoz, “Historia de una colaboración y competición
147
En cuanto a la estrechez doctrinaria, hay que tener en cuenta que las vanguardias
militantes de oposición a la dictadura se alejaban de la moderación práctica, del anticomunismo
visceral y de las rutinas ideológicas de una parte importante de la socialdemocracia europea de
posguerra234
, rasgos característicos de los dirigentes socialistas españoles del exilio. Por el
contrario, las vanguardias de este nuevo y heterogéneo movimiento social del interior oscilaban
entre la propuesta cada vez más heterodoxa del PCE, el catolicismo progresista y las
innovaciones doctrinarias de la denominada Nueva Izquierda. Desde la comedida, anticlerical y
anquilosada perspectiva ideológica del exilio estas propuestas eran vistas bien como expresiones
encubiertas de la ortodoxia comunista bien como excéntricos radicalismos pequeño-burgueses.
En cuanto a los prejuicios generacionales, poca confianza despertaba en Llopis un
movimiento formado en su mayor parte por las nuevas generaciones. La longeva dirección del
exilio no disimuló su recelo hacia esos jóvenes que no se habían curtido en la Guerra Civil,
habían sido educados al dictado del régimen y rara vez contaban con antecedes familiares
socialistas, cuando no descendían directamente de los vencedores de la contienda235
.
Estas actitudes se pusieron de manifiesto desde el mismo momento en el que surgieron las
nuevas expresiones de oposición al régimen. Antonio Amat, la persona del PSOE encargada de
entablar relaciones con los protagonistas de las movilizaciones estudiantiles de 1956 que se
declaraban socialistas, informaba a Llopis de sus contactos en el siguiente tono:
Tanto querían abarcar que les he tenido que parar los pies [...] ya me van hastiando estos nenes que quieren
ocultar su indiscreción e inexperiencia motejando a otros de sus faltas y errores236
.
Estos recelos también se pusieron frecuentemente de manifiesto en las comparecencias
públicas de los dirigentes del PSOE en el exilio. En su informe al X Congreso del PSOE en el
política durante el franquimo. Las relaciones del PCE-PSOE (1944-1974), en Manuel Bueno, José Hinojosa y
Carmen García (coord.), Historia del PCE... Vol. II, op. cit., pp. 45-58. 234
Véase Jacques Droz, Historia General del Socialismo. De 1945 a nuestros días, Barcelona, destino, 1986, pp.29-
33. 235
Abdón Mateos, El PSOE contra Franco. Continuidad y renovación del socialismo español ( 1953-1964), Madrid,
Fundación Pablo Iglesias, 1993. p. 436. 236
La cita ha sido tomada del reportaje de investigación promovido por la revista Tiempo en 1981 a partir de la
consulta del archivo personal de Rodolfo Llopis. La cita concreta se corresponde a un fragmente de una “Carta
dirigida por Antonio Amat a Rodolfo Llopis en 1956”, en Los archivos secretos del socialismo español (2). La
reconstrucción del interior, Tiempo (Madrid), 1981, p. XXIII.
148
exilio celebrado en 1967 Rodolfo Llopis se refería de la siguiente forma a las jóvenes
vanguardias del interior no afiliadas al partido y que sin embargo se proclamaban socialistas:
[..] quiero referirme ahora es a ese sarpullido producido en España donde son muchos los que inventan “su”
socialismo, un socialismo muy particular. No pasa día sin que surja un nuevo partido socialista, que se llama
así como pomposamente, y que en realidad no es más que una tertulia. Todos esos activistas carecen de
importancia y aunque estamos seguros de lo que pueda haber de sano en ellos, si son socialistas de verdad,
acabarán viniendo a nuestra Organización237
.
En definitiva, la dirección del PSOE en el exilio no supo captar la importancia cada vez
más creciente que cobraban los nuevos grupos de oposición a la dictadura. Como mucho procuró
cooptar a algunos de sus líderes, pero no intentó integrar al partido en la dinámica del
movimiento social. La dirección se abrazó a una mera política supraestructural de pactos por
arriba con las cada vez más exiguas organizaciones del exilio, indiferente al movimiento real de
oposición al régimen que se estaba gestando y desarrollando en el interior, debilitada por los
fracasos acumulados con las iniciativas pasadas, desmoralizada por los golpes de la represión y
celosa de la influencia que estaban alcanzando sus rivales comunistas238
.
Esta situación resultaba si cabe más gravosa para el partido en la medida que una parte
considerable del movimiento de oposición tendía hacia formas de socialismo que no encontraban
encaje en el mesurado y desgastado discurso del exilio. El vacío dejado por el PSOE fue pronto
ocupado, además de por el PCE, por una serie de organizaciones socio-políticas más atentas a la
evolución de las nuevas generaciones españolas y bastante más permeable a las nuevas
aportaciones teóricas del socialismo europeo239
.
237
“Discurso de Rodolfo Llopis ante el X Congreso en el exilio”, en Congresos del PSOE en el exilio, Madrid, Pablo
Iglesias, 1981, p. 118. 238
José Luis Martín Ramos, op. cit.p. 201. 239
Las siguientes notas de las organizaciones socialistas no integradas en el PSOE y de la Nueva Izquierda las hemos
elaborado a partir de Hartmut Heine, “La contribución de la Nueva Izquierda al resurgir de la democracia española.
1957-1976 ”, en Josep Fontana (ed), España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica, 2000, pp 142-159; Valentina
Fernández Vargas, La resistencia interior en la España de Franco, Madrid, Istmo 1981, pp, 293-305; José Luis
Martín Ramos, op, cit., pp. 179-185; y Mateos, Abdón. “La agrupación socialista universitaria. 1956-1962” en
Carrera Ares, J.J. y Ruiz Carnicer, Miguel Ángel (eds.), op. cit.
149
Entre ellas destacó la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), que pese a su nombre
no mantuvo ningún vínculo orgánico con el PSOE240
. La ASU surgió y se curtió en las primeras
movilizaciones estudiantiles de 1956. Se trató de una reducida vanguardia estudiantil, que, sin
embargo, demostró una considerable capacidad dirigente y movilizadora que la constituyó en
escuela de cuadros para partidos de la izquierda como el PCE y también el PSOE. Entre los
miembros significados de la ASU que pronto jugarían un papel destacado en el PSOE figuró, por
ejemplo, Luis Gómez Llorente.
Otro movimiento de corte socialista pionero en la lucha contra la dictadura fue el Frente
de Liberación Popular (FLP), coloquialmente conocido como “felipe”. El FLP surgió del
catolicismo progresista en su doble vertiente universitaria y obrera. Inspirado en los frentes de
liberación nacional del Tercer Mundo y en la triunfante revolución cubana experimentó distintas
y variadas configuraciones doctrinarias que le llevaron de su primigenio catolicismo social a las
radicales heterodoxias del 68, pasando incluso por un momento de tentación guerrillera. Al final
sus cuadros más significados terminaron en el PCE, el PSOE o en los partidos ultraizquierdistas
de los 70241
. Entre los activistas del FLP que en la transición ocuparían importantes puestos de
dirección en el PSOE figuraron, por ejemplo, Miguel Boyer o José María Maravall.
Finalmente otro referente socialista de importancia fue el colectivo que, con cambiantes
denominaciones a lo largo de su trayectoria, se organizó en torno a Enrique Tierno Galván. El
grupo de Tierno, surgido de su seminario en la Universidad de Salamanca, experimentó una
trayectoria ideológica peculiar. Arrancó de un neopositivismo crítico con la cultura dominante del
franquismo, pasó por un socialismo sui géneris con importantes influencias liberales y recaló
finalmente en un marxismo heterodoxo reflejo en cierta medida de la original personalidad del su
mentor. Se trató de unas propuestas doctrinarias que tuvieron generalmente un tono intelectual
más elevado y académico que el de otros colectivos socialistas, incluyendo por supuesto al
240
La ASU no llegó a establecer vínculos formales con el PSOE a pesar de los intentos de algunos de sus miembros
por integrarse en las Juventudes Socialistas salvaguardando la autonomía de la organización universitaria. Estos
intentos pueden constatarse en “Informe del Comité Ejecutivo de la Agrupación Socialista Universitaria”, mayo de
1960, recogido en “Nota informativa de la Comisión Ejecutiva del PSOE sobre la Agrupación Socialista
Universitaria (1960)”, Asuntos políticos y orgánicos, Comisión Ejecutiva, Archivo Comisión Ejecutiva PSOE en el
exilio Grupo Indalecio Prieto-Rodolfo Llopis 1939-1976, Archivos y Biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias
(AFPI). Las reticencias vinieron por parte de la dirección en el exilio. Véase al respecto la respuesta de Llopis a este
informe: “Respuesta”, 20 de Junio de 1960, recogida en ““Nota informativa de la Comisión Ejecutiva del PSOE
sobre la Agrupación Socialista Universitaria (1960)”, doc, cit. 241
Hartmut Heine, Ibidem y José Luis Martín Ramos, Ibidem.
150
PSOE242
. De la misma manera que en el caso de los cuadros de la ASU y del felipe, destacadas
personalidades formadas intelectualmente a la sobra de Tierno jugaron posteriormente un papel
destacado en el PSOE o en sus círculos intelectuales. Además de Tierno sobresalieron en este
sentido personalidades como la de Elías Díaz, Raúl Morodo o Lucas Verdú.
En definitiva, la carencia de cuadros que el PSOE padeció como resultado de su
autoexclusión de los circuitos de contestación política al régimen fue en cierta medida subsanada
ya avanzado el tardofranquismo y sobre todo durante la transición con la incorporación de estos
dirigentes formados en estas tempranas experiencias de lucha contra la dictadura. Lo importante
para el tema que nos ocupa es que al hacerlo, al incorporarse, llevaron consigo las destrezas
políticas adquiridas y el bagaje ideológico que fueron aprendiendo en los inquietos ambientes
intelectuales universitarios de los 50 y 60, pero también las revisiones, autocríticas, renuncias,
frustraciones y desencantos que experimentaron con respecto a sus presupuestos iniciales en el
intervalo de tiempo que fue de sus primeros compromisos políticos a su ingreso en el ya
recuperado PSOE. La inclusión de estos activistas en el PSOE tuvo mucho que ver con la
incorporación de nuevas perspectivas ideológicas más beligerantes a las de la dirección en el
exilio, pero al mismo tiempo también fueron muchos de estos primeros activistas los que
promovieron más tarde la reconversión ideológica del partido. En este sentido el debate sobre el
abandono del marxismo que se dio en el PSOE en mayo de 1979 tuvo entre sus principales
protagonistas a dirigentes socialistas que procedían de estas experiencias, tanto en un lado como
en otro. Si Enrique Tierno y Luis Gómez Llorente fueron dos de los más tenaces defensores de la
definición marxista, José María Maravall y Miguel Boyer, en su día también declarados
marxistas, fueron firmes partidarios de la renuncia.
Y al lado de estos grupos no vinculados formalmente al PSOE, indiferentes e incluso
hostiles al mismo, ¿qué quedaba del partido fundado por Pablo Iglesias en el interior? Y, lo que
es más importante para el tema que aquí se trata, ¿ a qué perfil ideológico respondían? En este
sentido, Asturias, País Vasco, Madrid y, más tardíamente, la parte de Andalucía bajo control de
los sevillanos fueron los lugares de principal y casi exclusiva presencia socialista con anterioridad
al tardofranquismo.
242
José Luis Martín Ramos, Ibidem
151
En los únicos lugares donde el PSOE no se vino del todo abajo durante el franquismo fue
en el País Vasco y Asturias, gracias en gran medida a la potente tradición obrera y sindical del
socialismo en estas zonas. En cuanto a su discurso político, vascos y asturianos, inmersos en las
luchas obreras de sus respectivas regiones, no destacaron demasiado por sus veleidades
ideológicas. Aun así desbordaron el comedimiento doctrinario del exilio y los presupuestos
socialdemócratas entonces en boga. Y ello debido entre otras cosas a la necesidad imperiosa de
rivalizar con otros referentes obreros. En Asturias unas potentes CCOO estaban hegemonizando
los sectores tradicionalmente más reivindicativos en la región (el metal y la minería) y en el País
Vasco además de rivalizar con el referente sindical de los comunistas los cuadros de la UGT
tuvieron que hacerlo con el cada vez influyente y combativo sindicalismo nacionalista. Esta
dinámica de competencia con unos y otros forzó a los socialistas vascos y asturianos a no ceder
demasiado terreno ideológico por la izquierda243
.
En Madrid se dio una supervivencia relativa de los núcleos tradicionales del socialismo,
no equiparable a la de Asturias o País Vasco. Quizá la peculiaridad de esta federación, en
contraste con los otros dos núcleos geográficos, fue su mayor permeabilidad a las nuevas formas
de socialismo surgidas al calor de las movilizaciones estudiantiles y por inspiración de las
corrientes que venían de Europa. Tanto es así que ya avanzado el franquismo la Agrupación
Socialista Madrileña se convirtió en un auténtico crisol de las más dispares expresiones no ya del
socialismo, sino de la izquierda en general. En ella se dieron cita desde socialdemócratas
discretos en un contexto de militancia adverso para la moderación de las propuestas, a socialistas
autogestionarios, partidarios de vías insurreccionales e incluso una importante militancia
trotskista que llegó, por ejemplo, a rozar la mayoría en la delegación congresual de los
madrileños a Suresnes y que más tarde fue objeto de una virulenta depuración por parte de la
dirección244
.
La radicalidad verbal que se respiraba en la agrupación socialista madrileña era tal que en
su contribución al XII Congreso del PSOE en el exilio de 1972 se pudieron leer cosas del
siguiente tipo:
243
Abdón Mateos, El PSOE contra Franco, op. cit., pp. 371 y 373. 244
Richard Gillespie, op. cit., pp. 395-410.
152
Para el PSOE la violencia de contestación a la violencia represiva y estructural es medio legítimo y lícito de
defensa contra la tiranía cual fuera la forma con que se revisa y actúa245
.
En definitiva, la Agrupación Socialista Madrileña, levantada sobre los restos de las
tradicionales agrupaciones del PSOE en la capital del país y provincia, vino a ser en la práctica, a
finales del régimen y por contagio o penetración de los nuevos socialismos, una creación ex novo
con respecto a aquellas; un marasmo de clanes, corrientes y tendencias poco cohesionadas entre
sí, que rivalizaron en radicalidad, y cuya peculiaridad y diversidad ideológica fue al mismo
tiempo fuente de conflictos internos y factor de debilidad frente a los sevillanos en la futura
pugna por el control del liderazgo en el partido. Por unas cosas y otras no es de extrañar, como
veremos, que de Madrid procediera buena parte de la oposición más contundente y beligerante al
repudio de la definición marxista del partido246
.
Por el contrario, el grupo de los sevillanos destacó desde un principio por su estrecha
cohesión, por su extraordinaria habilidad para actuar como un bloque monolítico en las batallas
internas del partido y por sus buenas dotes organizativas a la hora de extender y consolidar la
organización socialista más allá de la capital andaluza. Desde un punto de vista ideológico el
grupo de los sevillanos proclamaba sin ambages su férrea condición marxista, con frecuentes
alusiones al criterio de autoridad de Antonio Gramsci y Rosa Luxemburgo. Este marxismo
proclamado de los sevillanos tenía perfiles similares al producido por el CERES, grupo francés
de estudios políticos y sociológicos vinculado a los sectores más jóvenes del Partido Socialista de
Francia, y que procuraba conjugar los rasgos que entendía salvables de la socialdemocracia
clásica con las teorías más avanzadas del socialismo autogestionario y ciertas aportaciones de la
Nueva Izquierda247
. No en vano los sevillanos mantuvieron un contacto más o menos fluido con
este grupo de investigación popularmente conocido como los marxisants.
Pero más allá de todo eso lo cierto es que los sevillanos nunca demostraron demasiado
esmero por la producción teórica, la reflexión doctrinal y el debate ideológico, ni por supuesto
desarrollaron una actividad política consecuente con esa adscripción marxista tan enfáticamente
245
“Proposiciones de la agrupación Socialista Madrileña al XII Congreso del PSOE”, 1972, (Carpeta 5 / Caja 617)
Congresos, PSOE, Arsenio Jimeno, AHFFLC. 246
Sobre la complejidad ideológica de la Agrupación Socialista Madrileña además del apartado arriba citado de la
obra de Gillespie y de otras aportaciones bibliográficas resulta ilustrativo consultar las memorias de Pablo
Castellano, Yo sí me acuerdo. Apuntes e historias, Madrid, Temas de Hoy, 1994. 247
Sobre el perfil ideológico de este grupo véase Jacques Droz, op. cit., Vol II., pp. 834-839.
153
subrayada. Fue en el caso de los socialistas sevillanos en los que mejor se apreciaba ya la defensa
de un marxismo tomado más como vaga ideología para consumo doméstico que como teoría
emancipatoria vinculante a efectos de la praxis.
Además, como ha planteado Richard Gillespie, el discurso de los sevillanos contenía
elementos que tenían que ver más con la mentalidad del colectivo que con una ideología
nítidamente articulada. Entre los rasgos de esta mentalidad sobresalían un resabio anticlerical al
que sólo era inmune el joven Felipe González, formado bajo el magisterio cristiano progresista
de Giménez Fernández; un antiobrerismo mal disimulado, entendido como negación de la
potencialidad trasformadora de la clase obrera frente al esperanzador dinamismo de los nuevos
sectores profesionales intermedios; y el rechazo a cualquier práctica radical considerada pueril
por ilusa y contraproducente para los objetivos democratizadores inmediatos248
. Lo importante es
que cuando los sevillanos se hicieron con el control del partido trasvasaron buena parte de estos
planteamientos y actitudes al conjunto de la organización.
II.2.2. Vísperas de la transición: golpe de timón y reaparición pública.
Como es de sobra conocido, por haberse tratado de un objeto preferente de la crónica
periodística y también de la investigación histórica, los jóvenes del interior, con el apoyo de parte
importante de los militantes en el exilio, lograron arrebatar la dirección del partido al grupo de
Llopis en el XII Congreso, convocado de forma extraordinaria sin el consentimiento de éste y
celebrado en Toulouse del 13 al 15 de agosto de 1972. Llopis no aceptó los resultados y siguió
considerándose a la cabeza de una dirección que tan sólo representaba a un colectivo marginal al
que poco después se le dio el nombre de PSOE - histórico. En este congreso se aprobaron varios
cambios de importancia que serían completados en cónclaves sucesivos. En lo ideológico, se
aprobaron unas resoluciones que tenían un contenido y, sobre todo, un tono mucho más radical.
En lo organizativo se reestructuró la ejecutiva, que por primera vez pasó a estar formada por más
miembros del interior que del exilio. En lo político se aprobó impulsar la participación de los
248
Esta caracterización corresponde a Richard Gillespie, Ibidem. Sobre esta suerte de “antiobrerismo” del PSOE hay
un escrito de Llopis a propósito de su primer encuentro con Alfonso Guerra. En él Llopis habla de lo sorprendido que
se sintió cuando al preguntar a Alfonso Guerra por su relación con los obreros de Sevilla éste le contestó con cierto
desdén que en Sevilla los obreros no tenían inquietudes políticas. El escrito de Llopis aparece en “Los archivos
secretos del socialismo español (4)” Tiempo (Madrid), op. cit, p. LIV.
154
militantes socialistas en los movimientos sociales y se levantó el veto a las relaciones con el PCE
para no excluirse de las futuras plataformas unitarias de oposición ni de las luchas sociales
hegemonizadas por éste, sin que ello deba interpretarse como ninguna búsqueda de un estrategia
conjunta, descartada rotundamente desde un principio. Sobre el impulso a la integración en las
luchas contra la dictadura se aprobó lo siguiente:
1. Fortalecer y extender la potencia del PSOE como instrumento eficaz de movilización de los sectores de la
población en lucha [...]
3. Potenciar, de acuerdo con la UGT, los movimientso populares a través de instrumentos válidos, cuales
son: los comités de fábrica, los grupos de acción en la universidad y en los colegios profesionales, los
comités de barrio y otros [...]249
Sobre la política de alianzas la dirección del partido se expresó en los siguientes términos:
Se ha fijado una línea de conducta clara y concreta respecto a las relaciones con otras fuerzas de la
oposición al franquismo, sin que el PCE, sus avatares y piruetas, preocuparan poco ni mucho a los
congresistas, en contradicción evidente con los agoreros creadores de fantasmas “carrillistas”; fantasmas
que fueron exorcizados con una carcajada250
No obstante, el Congreso dejó varios problemas sin solucionar, como el del liderazgo del
partido y el del reconocimiento de la Internacional Socialistas. El primero de ellos se resolvió en
el Congreso de Suresnes con la elección de Felipe González como primer secretario del partido.
La elección de Felipe González se evidenciaría más tarde un acierto en términos electorales.
González, joven abogado laboralista, se identificaba con las nuevas generaciones de profesionales
medios, al tiempo que sus orígenes relativamente humildes le vinculaban a las clases
trabajadoras. Su naturalidad y proximidad contrastaba con la solemnidad y distanciamiento de la
mayoría de los políticos de la España de los setenta, tanto franquistas como de la oposición.
González proyectaba una imagen de profesionalidad, pero al mismo tiempo no padecía la pátina
gris de los técnicos y burócratas; hacia gala de seriedad y responsabilidad, pero se permitía
ciertos gestos populistas; su discurso destilaba algo de la radicalidad verbal de su partido, pero su
tono sereno y sus frecuentes llamamientos a la prudencia volvían casi imperceptibles esas aristas.
Pero además de todo eso González representaba por su juventud una nítida ruptura con el
249
Véase “Posición política”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit, p.204. 250
“Editorial XII Congreso”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit, p. 175.
155
incómodo recuerdo de la Guerra Civil, que como se ha visto penalizó socialmente a aquellos
partidos que sin desarrollar una política análoga a la de la II República y la Guerra Civil
estuvieron liderados por los mismos dirigentes de entonces251
.
El apoyo de la Internacional Socialista (IS) se logró con anterioridad al congreso de
Suresnes y se visualizó de manera palmaria en el XXVII congreso de 1976. El reconocimiento
del PSOE por parte de la IS como su referente político en España es una de las claves que explica
el éxito en la transición del partido de González; así como un elemento fundamental para
relativizar sus declaraciones doctrinarias y comprender sus virajes ideológicos. Al principio tres
eran de entre todas las organizaciones socialistas españolas las que se disputaban el aval de la
Internacional: el denominado PSOE-renovado de González, el llamado PSOE –histórico de
Llopis y el más activo Partido Socialista del Interior encabezado por Tierno Galván. Tras tensas
negociaciones252
el 6 de enero de 1974 el Buró de la IS reconoció oficialmente al PSOE de
González como su referente en España, aunque aprobó también una resolución que instaba a la
futura convergencia socialista. Las palabras de reconocimiento a los llamados renovadores fueron
las siguientes:
El Buró de la Internacional Socialista, en la reunión del 6 de enero de 1974, decidió que el 12 Congreso del
PSOE, celebrado en Toulouse en Agosto de 1972, fue un congreso adecuado, legítimo y legal, y que la
Comisión Ejecutiva elegida por aquel congreso es, por consiguiente, el representante legítimo del partido
español miembro de la Internacional Socialista253
.
251
Esta condición de político que no había vivido la Guerra Civil fue explotada explícitamente por Felipe González
en su beneficio en muchos de sus discursos de la transición, de manera paralela a como explotó, en su perjuicio, la
vinculación de muchos de sus adversarios al trágico episodio bélico. En sus discursos se dejaba caer de soslayo
afirmaciones del tipo “ Yo no tengo ningún rencor porque no he padecido como han padecido otros la famosa guerra
“incivil””. La cita ha sido tomada de “Conferencia pronunciada por Felipe González en el Club Siglo XXI”, 12 de
Febrero de 1979, González Márquez, Felipe, Escritos de dirigentes, Monografías, AFPI, p. 9. 252
La documentación sobre el proceso de reconocimiento por parte de la IS disponible en el archivo de la Fundación
Pablo Iglesias pone de manifiesto la crudeza de las negociaciones. En los múltiples informes se aprecia la dureza con
que los dirigentes del PSOE se referían a los históricos o a los seguidores de Tierno y la vehemencia con que se
dirigían a los miembros de la comisión especial nombrada por la IS cuando entendía que éstos tenían un trato
demasiado benévolo hacia los otros candidatos. Véase a este respecto: “Carta de F. López Real [secretario
internacional del PSOE] a Rodney Balcomb [Seretario General adjunto de la IS]”, “Informe de la Comisión ejecutiva
del PSOE a la Comisión especial de la IS”, enero de 1973 o “Informe de la Comisión Ejecutiva sobre participación
de los miembros de la misma en la reunión de la comisión especial de la IS para España”, 12,13 y 14 de diciembre
de 1972, todos ellos localizables en Organizaciones internacionales, Correspondencia, Comisión Ejecutiva del PSOE
en el exilio, AFPI. 253
La declaración se ha tomado de Cien años por el socialismo, Hª del PSOE (1879-1978), Madrid, Pablo Iglesias,
1979, p. 73.
156
Desde el punto de vista ideológico el veredicto de la IS resultaba contradictorio, porque
el discurso de los renovadores excedía por la izquierda, en términos generales, al de la
organización internacional, mientras que el de los tiernistas no se alejaba tanto y el de los
históricos encajaba en buena medida. La explicación a esta contradicción radica en el hecho de
que el respaldo de la IS no se dio atendiendo a la consideración de las resoluciones doctrinales de
los partidos, sino a la implantación en acto que los partidos tenían en la sociedad española y,
sobre todo, a la consideración de sus potencialidades de expansión. Un par de años después una
delegación de la IS enviada a España venía a insistir en esta razón. En su comunicado oficial
venía a “[...] constatar el crecimiento espectacular del PSOE [...] y concluía “...que el PSOE – su
partido hermano - es el eje de cristalización de los socialistas españoles”254
En definitiva, las resoluciones políticas apenas se tuvieron en cuenta porque se era
conciente de que estas declaraciones, sobre todo las más radicales, eran circunstanciales y no
venían a regir la práctica real de quienes las elaboraron. Los parámetros ideológicos de la
Internacional Socialista, aunque flexibles, estaban bastante definidos y se daba por supuesto que
quienes aspiraban a ingresar en la organización los compartían, más allá de lo que expresaran sus
resoluciones doctrinales. Por tanto, el apoyo de la IS al PSOE de González hay que interpretarlo
como un importante factor relativizador, si acaso no neutralizador, de su radicalismo ideológico.
Esto es todavía más evidente si se tiene en cuenta que a partir de entonces el principal valedor del
PSOE fue el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) de Willy Brandt, cuyo horizonte ideológico
no llegaba a destinos tan remotos como los perseguidos en las resoluciones de los socialistas
españoles. Si desde estas instancias internacionales se respaldó al PSOE a pesar de sus
resoluciones era porque se daba por hecho que estas eran retóricas, tácticas y perecederas.
El respaldo de la IS fue de gran importancia para el PSOE de González y una de las
razones de su éxito en la transición. En primer lugar, porque el respaldo de la IS suponía un
certificado de autenticidad socialista frente al resto de los partidos socialistas españoles que se
reclamaban como tales. En segundo lugar, porque suponía la equiparación simbólica con los
partidos socialdemócratas gobernantes en Europa, lo cual confería también un prestigio tremendo
ante la sociedad española. En tercer lugar, porque en virtud de ese apoyo el PSOE recibió una
cuantiosa ayuda económica de sus organizaciones hermanas, como veremos que se puso también
254
“Comunicado de la delegación de la IS enviada a España del 14 al 17 d enero de 1976”, enero de 1976,
Organizaciones internacionales, Correspondencia, Comisión Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI.
157
de manifiesto en el caso de las actividades orientadas a la formación del militante. Y en cuarto
lugar, porque el respaldo de la IS se tradujo en el apoyo diplomático de los gobiernos
socialdemócratas, que presionaron a los gobiernos posfranquistas para que el PSOE recibiera un
trato más benévolo que otras fuerzas de la oposición255
.
Solucionados estos problemas el PSOE no tenía una estrategia bien definida para la
ruptura democrática, y descartaba la propuesta del PCE consistente en la formación de un
gobierno provisional, consciente de que apostar por una convergencia de estas dimensiones
podría dar a los comunistas el protagonismo institucional que ya tenía en sus acciones de
oposición social a la dictadura. La línea política del PSOE consistió en ocupar progresivamente lo
que entonces se denominaban “parcelas de libertad”, y desde ahí exigir a los reformistas la
aceleración e intensificación de los cambios hasta que concluyeran en la elaboración de una
constitución democrática. Pero además de presionar al gobierno para que facilitara el
establecimiento de una democracia aceptable había que hacerlo de tal forma que el PSOE
ocupara la mejor posición posible en el futuro sistema. En definitiva, el PSOE jugó de manera
muy hábil: mientras el PCE destinaba todos sus esfuerzos a alentar las movilizaciones, el PSOE
defendió públicamente la ruptura, pero consciente de la dificultad para imponerla adecuó, al
mismo tiempo, su estrategia a las pautas reformistas que empezaban a abrirse paso, para
anticipándose a lo que iba a suceder, estar mejor situados que el PCE en el inminente contexto de
apertura controlada del régimen256
.
255
El propio Willy Brandt mecionó en sus memorias algunos esfuerzos realizados en este sentido: Willy Brandt,
Memorias Políticas. Vol. II Madrid, Dopesa, 1977. pp, 503-504. 256
Los escritos del PSOE publicados en El Socialista en estos años centrales de 1974-1976 a propósito de los
proyectos de reforma política, ruptura democrática o ruptura pactada están compilados en PSOE, La ruptura
democrática, Secretaría de Formación y Prensa del PSOE, 1977. Esta serie de artículos sucesivos que van de la
apuesta por la Ruptura democrática a la negociación de la reforma, descartando el proyecto de ruptura del PCE, tiene
uno de sus puntos de inflexión más elocuentes en el el artículo “La ruptura negociada” de Mayo de 1976, pp 220-
222. La fecha del artículo, en el que se apuesta decididamente por negociar la reforma habida cuenta de la
constatación de la imposibilidad de imponer la ruptura, es un ejemplo de cómo el partido se había adecuado en
fechas tempranas al curso reformista del proceso. Si ya en estas fechas se reconocía abiertamente, en la práctica la
adecuación tuvo que darse antes. En el texto, después de un análisis sobre la correlación de fuerzas se concluía lo
siguiente: “... la instauración de un sistema de libertades en España sólo será un proceso no traumático si los
representantes de la reforma democrática y de la ruptura democrática inician una vía de entendimiento sobre el
cómo, el qué y el cuándo sobre la instauración de la democracia en el país”. Unos meses más tarde en su conferencia
en la escuela de formación del partido Felipe González planteó lo siguiente: “Voy a decir algo que es fuerte. En
último caso yo quiero elecciones generales. Las convoque quien las convoque, en último caso. Ahora, preferiría
convocarlas yo, eso es claro.” La cita en Felipe González “Línea política del PSOE”, en Socialismo es libertad,
Escuela de Verano del PSOE 1976, Madrid, Cuadernos para el diálogo, 1976, p. 54.
158
Pero si bien, a corto plazo la estrategia del PSOE era un tanto ambigua a largo plazo su
estrategia era nítida, concretándose en lo que se dio en llamar la “vía nórdica de acceso al poder”,
es decir una estrategia consistente en alcanzar el gobierno sólo, sin alianzas con la derecha como
Italia y sin alianzas por la izquierda como en Francia257
. El PSOE aspiraba en este sentido a
representar para España lo que el SPD representaba para Alemania. En un contexto como el
español marcado por la presencia de un partido comunista con una fuerza considerable, la apuesta
futura por esta vía estratégica era mucho más que un atenuante a sus contundentes resoluciones
doctrinarias. Si el PSOE contemplaba un escenario democrático en el que los respaldos sociales
de la izquierda se repartirían entre dos o más fuerzas que por separado no sumaban a priori una
mayoría electoral y declaraba además su voluntad de acceder en solitario al gobierno, entonces
estaba afirmando implícitamente su disposición a recabar votos entre sectores sociales de centro,
lo cual le exigiría tarde o temprano dulcificar su perfil ideológico.
A este respecto llama la atención lo pretencioso de esta estrategia si se tiene en cuenta lo
debilitado que se encontraba el PSOE en el momento en que la formuló258
. Por ello el abrumador
éxito electoral del 82 invita a hablar bien de la clarividencia y perspicacia de los dirigentes
socialistas, que habrían percibido pronto las tendencias mayoritarias de la sociedad española y
habrían diseñado un proyecto político consecuente; bien de una apuesta inicialmente arriesgada
que el oscilante desenvolvimiento de la transición fue haciendo cada vez más viable y al calor de
la cual los dirigentes socialistas tomaron las decisiones oportunas; o bien de la intervención un
tanto opaca de algunas instancias internacionales y de algunos poderes fácticos, que habría
ayudado a que la socialdemocracia gobernara pronto en España como estrategia de contención al
comunismo en un contexto todavía de Guerra Fría. En cualquier caso se trata de tres ejes
explicativos que entendemos complementarios, en los que se han movido muchas de las
explicaciones del triunfo socialista en la transición y en los que la futura historiografía deberá
profundizar más sin menoscabo de considerar otros.
257
Santos Juliá, op. cit.,pp. 221-224. 258
En el congreso de Suresnes en tono optimista el partido vaticinó lo siguiente: “Durante estos úlimos años se ha
podido constatar la gran potencialidad del movimiento socialista en España; esto hace pensar que esta corriente va a
ser en gran medida la clave del cambio político y la garantía del futuro democrático de España”. La cita se ha tomado
de Congresos del PSOE en el exilio, op, cit., p. 217.
159
II.2.3. El radicalismo ideológico: los ejes del discurso doctrinal del PSOE.
La evolución que experimentó la línea política del PSOE una vez los renovadores
desplazaron a los dirigentes del exilio fue, como se he visto, de calado. Pero tanto o más notoria
fue la transformación que experimentaron las bases doctrinales del partido. Con la entrada en la
dirección de los jóvenes del interior se pusieron fin a las rutinas ideológicas que venía arrastrando
el partido por lo menos desde que terminara la Guerra Civil, en beneficio de un discurso que
alcanzó altas cotas de radicalidad.
La elaboración teórica e ideológica del PSOE en el exilio se desarrolló a un nivel muy
primario. Las resoluciones congresuales de aquellos años adolecían de precisión en los análisis,
de originalidad en las interpretaciones y de realismo en las propuestas. El tono de estos escritos
era bastante retórico y en ellos destacaban las frases hechas y los esquemas preconcebidos. La
pobreza teórica de la dirección del PSOE en el exilio respondió en cierta medida a una actitud
antiintelectualista, que fue denunciada con frecuencia por algunos activistas de dentro y de fuera
del partido. En el XI Congreso de 1970 Rodolfo Llopis intentaba defenderse de estas acusaciones
proponiendo la celebración de un coloquio con algunos teóricos. La propuesta la hizo a la
defensiva, poniendo de relieve precisamente la carencia que pretendía ocultar:
El coloquio servirá para clarificar las ideas socialistas que falta hace ahora que todos se llaman socialistas,
que descubre cada cual un “socialismo para su uso personal” y que tanta confusión ideológica existe.
Servirá también para deshacer la leyenda que han creado quienes no nos conocen bien y quienes nos quieren
mal, según la cual, nuestro partido siente animadversión hacia los intelectuales259
.
Los planteamientos doctrinales de la dirección socialista en el exilio, sus
posicionamientos estratégicos y aquellos análisis de la realidad en los que más nítidamente se
percibía su ideología de fondo eran, además de precarios, extremadamente obsoletos y bastante
moderados. Las interpretaciones partían de ese viejo supuesto de que en España no se había
desarrollado un verdadero proceso liberalizador, industrializador y democratizador por debilidad
de la burguesía y que el movimiento obrero tenía la obligación de coadyuvar en alianza con ella a
desarrollarlo para, aprovechando la coyuntura, introducir algunas medidas socialistas:
259
“Respuesta de Rodolfo Llopis”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit., p. 155.
160
La burguesía española fracasó como clase revolucionaria haciendo precarios o imposibles los ensayos
democráticos [...] Si la tradicional burguesía española fracasó económica y políticamente y la nueva
burguesía carece de vigor resolutivo, el movimiento obrero socialista no puede ni objetiva ni subjetivamente
sustituirla. La segunda revolución industrial puede y debe desarrollarse, dentro de la democracia más
estricta, impulsada por planificaciones ambiciosas que destruyan la viejas estructuras [...] Por ello, el PSOE,
expresión política de los trabajadores, entiende dar soluciones socialistas a la industrialización de nuestro
país para aumentar su riqueza y distribuirla con equidad, sin alterar la evolución normal de los sectores
debidos a la iniciativa privada260
.
Desde estos supuestos, la desaparición del Régimen se vaticinaba en función de su
contradicción con el desarrollo capitalista que estaba impulsando el sentido de la historia, sin
mayores alusiones a su configuración interna, a sus respaldos sociales y a los efectos que sobre él
podría ejercer las luchas por la democracia de las fuerzas de la oposición:
El neocapitalismo español enfrentado con imperativos económicos que exigen soluciones políticas en el
marco de la democracia, se resigna a mantener un Estado absolutista, totalitario, incompatible con su propia
vida y desarrollo, apoya con su pasividad el imposible y perturbador intento del “continuismo”
antihistórico261
.
El pragmatismo y la moderación de los dirigentes del exilio se ponía de manifiesto,
además de en lo ya visto, por ejemplo en el respaldo a la OTAN en el contexto, recuérdese, de la
dinámica de bloques:
El PSOE ha reafirmado repentinamente desde 1948 que propugnaría la adhesión de una España libre al
Tratado del Atlántico Norte, siempre que conservara su carácter defensivo, precisando al mismo tiempo que
actuaría sin descanso para impedir que la dictadura franquista entrase en tal alianza, ya que su carácter
dictatorial era incompatible con la misión fundamental de la OTAN de defensa de las libertades262
.
Estos esquemas teóricos cambiarían con el relevo en la dirección del partido. En palabras
de los nuevos dirigentes socialistas en ese momento se puso fin a un “... pensamiento
conspirativo pequeño burgués, declamatorio, sentimental y hueco”263
.
260
“Resolución política del X Congreso” en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit., p. 125. 261
Ibidem. 262
“Asuntos internacionales”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit. p. 126. 263
“Editorial XII Congreso”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit, p. 175.
161
A partir de entonces se abrió en el PSOE un proceso de radicalización discursiva en
aumento que se puso especialmente de manifiesto en los debates congresuales y en las
resoluciones oficiales que allí se aprobaron. Las nuevas resoluciones presentaron un enfoque más
sofisticado que el de las precedentes, pero más allá del contraste mantuvieron un tono muy
generalista, se movieron dentro de parámetros bastante vagos, evidenciaron ciertas
contradicciones e insuficiencias teóricas y desprendieron también bastante retórica. A diferencia
del PCE, los planteamientos teórico doctrinales del PSOE no surgieron de una tradición de
elaboración teórica de amplio recorrido en la que se dieran frecuentes reformulaciones. Estos
planteamientos adquirieron rango de oficialidad en el PSOE repentinamente, en un contexto en el
que se acababa de destaponar la radicalidad verbal hasta entonces contenida de buena parte de la
militancia del interior, y en el que, como se verá, la radicalidad se incentivó para construir una
nueva identidad que fuera funcional para el contexto político del momento.
Los documentos e intervenciones en los que se puso de manifiesto el nuevo y repentino
perfil ideológico oficial del PSOE son múltiples, pero quizá fuera en la famosa resolución política
del XXVII Congreso celebrado ya Madrid en diciembre de 1976, concebida precisamente a modo
de síntesis, en la que lo hizo de manera más significativa. Lo que se plantea a continuación tiene
como base documental esta resolución, otros documentos congresuales y las intervenciones en
clave doctrinal de sus dirigentes.
La piedra angular y punto de arranque de las resoluciones políticas de los socialistas en
esta etapa era la negación rotunda y enfática del capitalismo, que aparecía caracterizado como
modo de producción operante a escala planetaria basado en la explotación económica, la
dominación social y la alienación cultural e ideológica de la clase obrera y los sectores populares.
Congruentemente, y de manera expresa, se desestimaba cualquier perspectiva meramente
reformista, correctiva, amortiguadora o atenuante del orden burgués. De manera simultanea, la
crítica global a lo existente iba acompañada de la apuesta inequívoca por el socialismo,
doblemente caracterizado como movimiento político que tiende en el presente a destruir el
capitalismo y como modelo de organización socioeconómica alternativa destinado en el futuro a
reemplazarlo. De este modo crítica y propuesta aparecían fundidos en una misma unidad
expresiva, deudora de la doble dimensión crítica y propositiva del marxismo.
162
La declaración de principios de la resolución política aprobada en el XXVII Congreso de
1976 era en este sentido clara y taxativa:
El PSOE se define como socialista porque su programa y su acción van encaminados a la superación del
modo de producción capitalista mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los
medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora. Entendemos el socialismo como un
fin y como el proceso que conduce a dicho fin, y nuestro ideario nos lleva a rechazar cualquier camino de
acomodación al capitalismo o a la simple reforma de este sistema264
.
Negado en su integridad el capitalismo y afirmada la perspectiva irrenunciable de
transformación socialista de la sociedad había que definir qué se entendía por socialismo y qué
similitudes o diferencias mantenía esta propuesta con respecto a los socialismos realmente
existentes. En este sentido la caracterización del modelo de sociedad por el que se apostaba se
movió estos años en el PSOE entre la especulación utópica, la deducción más científica acerca de
las posibilidades materiales del momento, las experiencias cooperativistas desarrolladas a
pequeña escala, el contraejemplo representado por la URSS y las preferencias de orden ético. En
la declaración de principios de la resolución política del XXVII Congreso se hacía el siguiente
esbozo del tipo de sociedad que se aspiraba a construir:
Declaramos que la sociedad socialista que preconizamos tendrá que ser autogestionaria. Las
nacionalizaciones y la planificación no suponen necesariamente el socialismo. Queremos construir un
modelo de sociedad que nos sea propio, en el que socialismo y libertad sea conceptos coadyuvantes y no
contradictorios; en el que todos los hombres sean dueños de su trabajo y su conciencia, en el que el poder de
decisión y los beneficios sociales pertenezcan solidariamente a la comunidad, y no a minorías dominantes,
cualquiera que sea su signo. Para evitar la degeneración burocrática se exige levantar una democracia
socialista, democracia en los partidos y sindicatos, en todos los órganos de poder y decisión, que han de ser
elegibles y revocables. Se exige la más amplia libertad de creación y crítica. En resumidas cuentas, el
control y la autogestión de los trabajadores en todos los terrenos265
En el texto se apostaba por un socialismo autogestionario distanciado tanto del estatismo
socialdemócrata como del soviético. La socialización de los medios de producción, distribución y
cambio era una condición necesaria pero no suficiente para la construcción del socialismo. Dicho
en terminología marxiana, el socialismo no era reductible a los cambios operados en la estructura
264
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, 1976, Publicaciones de los órganos
centrales de dirección, Monografías, ABFPI. 265
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, doc. cit.
163
económica, sino que exigía una transformación consecuente en las superestructuras políticas,
ideológicas y culturales. Pero además había que precisar qué se entendía por socialización de los
medios de producción: si su mero traspaso a un Estado monopolizado por una reducida
vanguardia o bien su apropiación efectiva y gestión directa por parte de los trabajadores. Desde la
perspectiva del socialismo autogestionario no tenía mucho sentido la socialización de los medios
de producción si antes no se habían habilitados mecanismos y procedimientos que garantizaran su
control democrático. Así, el socialismo era concebido como un proceso de dilatación de la
democracia a todas las esferas de la vida y como un proceso de intensificación de esa democracia
en cada una de ellas266
.
Lo que realmente se enfatizaba en la resolución era la identificación entre socialismo y
democracia y la consideración de la democracia más allá de su acepción liberal. En este sentido
resulta de especial interés clarificar el concepto de democracia que el PSOE defendió en sus
textos durante la primera etapa de la denominada transición política a la democracia, para
compararlo posteriormente con el que sostuvo cuando accedió al gobierno. Los cambiantes
significados que este concepto tuvo en los materiales doctrinales del partido fue uno de los
mejores indicadores de su cambio ideológico.
Frente a la reclusión de la democracia en la esfera político-institucional, el socialismo
autogestionario reclamaba la democratización de la economía como requisito imprescindible para
poder democratizar el resto de las esferas de la vida social. Y frente a la consideración liberal de
la democracia como ejercicio electivo periódico el socialismo autogestionario defendía la
democracia como participación cotidiana en la gestión de todos los asuntos públicos. Una de las
reflexiones más profundas acerca de la democracia en el PSOE corrieron a cargo de uno de sus
más destacados intelectuales, Ignacio Sotelo, que pasó de ocupar un lugar importante en la nueva
dirección surgida del Congreso Extraordinario de 1979 a dimitir para sumarse poco después a la
oposición de izquierdas al curso que seguiría el partido. Sotelo reflexionaría esos años sobre la
democracia entendida como aspiración a suprimir la diferencia entre gobernantes y gobernados.
Frente a la consideración de la democracia como un método para el reemplazo de las elites en el
poder Sotelo reclamaba la consideración de la democracia como una forma de vida consustancial
con la dignidad humana orientada a disolución del poder. Consciente de semejante maximalismo
266
Ignacio Sotelo, El socialismo democrático, Madrid, Taurus, 1980. p. 37.
164
Sotelo no concebía la democracia como un sistema predefinido y susceptible de ser conquistado
en la inmediatez, sino como un horizonte que debía inspirar y regular la práctica política. De lo
que se trataba era de ir más allá de la concepción de la democracia como mecanismo de
representación de la soberanía popular a cargo de unas elites profesionalizadas267
. Esta
concepción sustancial, integral, participativa y no acabada de la democracia, que de manera más
prosaica se expresó en la resoluciones del PSOE, fue cediendo terreno en el discurso del PSOE a
una concepción de la democracia procedimental, representativa y restringida al ámbito político-
institucional.
Por otra parte, en las resoluciones congresuales y en otros materiales de carácter teórico y
doctrinal se apostaba por una estrategia de transición democrática al socialismo que en cierta
medida lindaba con la propuesta eurocomunista. No obstante, la vía democrática al socialismo
defendida en las resoluciones y documentos teóricos del PSOE no fue objeto de tanta precisión
como la esbozada por los partidos comunistas mediterráneos, sino que se movió en un terreno
más vago y confuso. Además la necesidad de reafirmación izquierdista que el PSOE sentía hizo
que en este discurso encontraran también cabida viejas consignas revolucionarias disonantes con
estas nuevas propuestas democráticas de transición al socialismo.
La propuesta estratégica del PSOE tenía dos rasgos definitorios. Por una parte, se
asentaba en una concepción progresiva y secuenciada del proceso de transformación socialista.
Por otra parte, se afirmaba el papel que debían jugar en él las instituciones liberales y se
enfatizaba sobre todo la dimensión social que debía tener el proceso. Los términos exactos en los
que se expresaba esta estrategia eran los siguientes:
El PSOE propugna un método de transición al socialismo que combine la lucha parlamentaria con la
movilización popular en todas sus formas, creando órganos democráticos de poder de base ( cooperativas,
asociaciones de vecinos, comités de pueblos, barrios, etc.) que busquen la profundización del concepto de
democracia mediante la superación del carácter formal que las libertades políticas tienen en el Estado
capitalista y el acceso a las libertades reales; que señalen las reivindicaciones de cada momento, así como
las alianzas que fueran precisas, conectada con las perspectivas de la revolución socialista, ya que no puede
existir libertad sin socialismo, ni socialismo sin libertad. Hasta que se cumpla este objetivo final de la
sociedad sin clases, con la consiguiente desaparición del Estado, y se cambie el gobierno de los hombres por
la administración de las cosas, existirá una etapa transitoria de construcción del socialismo en la que serán
267
Ignacio Sotelo, El socialismo democrático, op. cit., pp. 130-140.
165
necesarias intervenciones enérgicas decisivas sobre los derechos adquiridos y las estructuras económicas de
la sociedad burguesa. Consistirá en la aplicación real de la democracia, y no en su abolición. El grado de
presión a aplicar deberá estar en función de la resistencia que la burguesía presente a los derechos
democráticos del pueblo, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas para hacer
respetar los derechos de la mayoría haciendo irreversibles, mediante el control obrero, los logros de la lucha
de los trabajadores268
El PSOE defendía, por tanto, una estrategia secuenciada de transición al socialismo que se
debería desarrollar a través de fases sucesivas en las cuales se deberían generaran las condiciones
necesarias para enlazar con la siguiente fase establecida en el esquema evolutivo. De acuerdo con
este esquema había que reemplazar la dictadura política franquista por una democracia
homologable a las europeas. Luego, bajo el amparo legal del Estado de derecho, se iría
desbordando el carácter democrático-formal de las instituciones liberales, expandiendo su radio
de actuación y buscando su compatibilidad con los nuevos órganos de poder de base creados.
Más tarde, cuando el poder real de las clases dominantes se hubiera transferido a los trabajadores
autónomamente organizados, cuando se hubiera neutralizado cualquier tentativa reaccionaria y
cuando los organismos de poder popular hubieran subsumido los cometidos fundamentales de las
instituciones representativas, se estaría en disposición de dar el salto definitivo al socialismo. Es
decir, a la desaparición de las clases sociales y a la extinción consecuente del Estado.
La estrategia trataba de conjugar la vía institucional que permitía el Estado democrático
con la vía social basada en la articulación de los ciudadanos en potentes órganos también
democráticos de poder popular, pero en la perspectiva de que éstos terminaran apropiándose
progresivamente de las funciones de las instituciones estatales hasta hacerlas innecesarias. La
articulación de las clases populares a nivel económico en cooperativas o influyentes comités de
empresa, a nivel ciudadano en potentes organizaciones vecinales con capacidad de asumir
cometidos de gestión municipal y a nivel ideológico para construir espacios autónomos de
producción cultural propia, era una vieja aspiración de la izquierda marxista que con el tiempo
había cedido terreno a planeamientos basados en la instrumentación del Estado como principal
instancia para la puesta en marcha de medidas socialistas. Esos planteamientos clásicos fueron
reactualizados por una parte importante de la izquierda de los sesenta y setenta que sentía una
tremenda decepción ante las comedidas experiencias estatistas de la socialdemocracia en Europa
268
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, doc. cit.
166
occidental y ante el burocratismo en que había degenerado el estatismo soviético. Las
resoluciones del PSOE eran el eco de estos planteamientos generalizados entre las vanguardias
antifranquistas.
En cualquier caso, estas afirmaciones parecían rebasar en radicalidad a los planteamientos
del PCE. Si el PCE revalorizaba en su discurso las libertades políticas de las democracias
realmente existentes el PSOE enfatizaba su carácter formal y su vinculación a los intereses del
“Estado Capitalista”. Si el PCE insistía en la importancia que en la estrategia de transición al
socialismo y en la propia sociedad socialista tendrían instituciones liberales como el parlamento,
el PSOE insistía en la necesidad de desbordar estas instituciones a través del impulso a nuevos
organismos de poder popular en la perspectiva de la disolución del Estado. Pero el elemento más
llamativo en que se expresara este contraste fue el relativo a la medidas de fuerza que un partido
socialista en el poder se vería obligado a adoptar ante la más que previsible reacción que
desencadenarían los sectores sociales depuestos. En el caso del PCE se ha visto cómo este
supuesto fue escamoteado. La necesidad que el PCE sentía de desmontar la imagen de partido
conspirador, autoritario y violento que sus adversarios subrayaban le forzaron a elaborar una
estrategia de futuro al socialismo que se presentaba pacífica a costa de no responder a ciertos
interrogantes. El PSOE, por su parte, no tuvo complejos a la hora afirmar, en su declaración de
principios de 1976, su disposición a utilizar la fuerza física en ese supuesto. De nuevo el discurso
del PSOE parecía sobrepasar por la izquierda al del PCE, y no porque aquel fuera más radical que
éste. De hecho parecía como si con las resoluciones ambos partidos pretendieran situarse en
sentido contrario a como eran percibidos por parte de sectores sociales a los cuales querían
abrirse. El PSOE parecía elaborar sus resoluciones para sintonizar con los sectores del
antifranquismo que le consideraban una opción demasiado moderada. El PCE parecía hacerlo
para superar el bajo techo de los sectores más activos socialmente y abrirse a otros sectores
democráticos avanzados que recelaban, no obstante, de su asociación histórica a procesos
revolucionario violentos y a formas autoritarias de gestión estatal.
Por otra parte, el PSOE se declaraba internacionalista y antiimperialista y enfatizaba el
carácter universal del proyecto de liberación de los trabajadores. Si el capitalismo era
caracterizado como un sistema desplegado a escala planetaria, el socialismo, en tanto que orden
futuro destinado a reemplazarlo, tenía que ser igualmente omniabarcante. Desde esta perspectiva
167
se declaraba la solidaridad con la lucha de todos los movimientos populares y socialistas. Estos
ejes se expresaban de la siguiente forma en las resoluciones del partido:
El PSOE es un partido internacionalista y antiiperialista que concibe que la liberación de los trabajadores
sólo será efectiva cuando se realiza a escala universal, y lucha por esta emancipación mundial; el PSOE se
mostrará siempre solidario con la lucha de liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo
económico o político de otras potencias269
.
La expresión “imperialismo económico o político de otras potencias” estaba referido tanto
a la Unión Soviética como a Estados Unidos. Los nuevos dirigentes del PSOE proclamaron desde
estos supuestos una política para España de no alineamiento y, consecuentemente, de no ingreso
en la OTAN, considerada en los documentos doctrinales el instrumento imperialista por
excelencia de los americanos, lo cual representaba una ruptura importante con respecto a los
planteamientos de los antiguos dirigentes. Ya en el XII Congreso de 1972 el PSOE planteó lo
siguiente a este respecto:
Así mismo [el PSOE] renuncia y repudia los pactos militares que al servicio de los imperialismos
norteamericano y ruso, ponen en peligro la seguridad y la paz mundial270
.
Definidos estos posicionamientos políticos había que hacer una definición consecuente
del propio partido. En el XXVII Congreso de diciembre de 1976 el partido fue objeto de una
adjetivación que los dirigentes, cuadros y militantes del partido repetirán como coletilla
recurrente los años siguientes. En este sentido en la declaración de principios el partido fue
definido como un “partido de clase, de masas, marxista y democrático”271
. En su intervención en
la escuela de verano de ese mismo año Felipe González vino a subrayar y desarrollar estos rasgos
estableciendo no obstante algunos matices272
. Antes de eso el PSOE se definía como “partido de
clase” por su identificación con el proyecto político de la clase obrera, como “partido de masas”
por aspirar a ser su partido mayoritario de referencia y encuadramiento y como “partido
democrático” por aspirar a una sociedad democrática, por acogerse para ello a procedimientos
democráticos y por tener consecuentemente un funcionamiento interno democrático.
269
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, doc. cit. 270
“Ponencia internacional”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit., pp. 205. 271
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, doc. cit. 272
Felipe González, “Línea política del PSOE”, en Socialismo es libertad..., op. cit.
168
Finalmente, en esta declaración de principios estaba la famosa definición del partido
como partido marxista, que se desestimaría en el XXVII congreso de diciembre de 1976 y que,
recuérdese, figuraba por primera vez en los documentos oficiales del PSOE. La resolución decía
exactamente lo siguiente:
Somos un partido marxista porque entendemos el método científico de conocimiento de transformación de
la sociedad capitalista a través de la lucha de clases como motor de la historia. Entendemos el marxismo
como un método no dogmático, que se desarrolla y que nada tiene que ver con la translación automática de
los esquemas teóricos o prácticos de las experiencias determinadas del movimiento obrero. Aceptamos
críticamente las aportaciones de todos los pensadores del socialismo y las distintas experiencias históricas
de la lucha de clases.273
Como se verá en el siguiente apartado un destacado intelectual del PSOE no dudó en
calificar este texto como “uno de los textos más desafortunados de la literatura política de los
últimos tiempos”274
. Y ello porque este texto en el que el PSOE se declaraba de manera tan
solemne marxista no podía ser más radicalmente antimarxista, por cuanto que contenían una
afirmación propia del idealismo ilustrado en franca contradicción con la perspectiva materialista
de Carlos Marx. Efectivamente, si se lee con detenimiento el párrafo se toma conciencia de que
en él se dice que el método científico de análisis de la realidad constituye el motor de la historia,
cuando lo que quizá se pretendía decir, o lo que sin lugar a dudas dijo Marx, es que el verdadero
motor de la historia es la lucha de clases275
. Paradójicamente este párrafo recalaba en una suerte
de idealismo dieciochesco al situar al conocimiento científico, al etéreo mundo de las ideas, como
elemento dinamizador de las sociedades; cuando la originalidad de Carlos Marx radicó en atribuir
esta función a las luchas materiales que se producen entre clases sociales antagónicas, así como
en afirmar la situación de dependencia que las idas y teorías políticas, científicas o no científicas,
mantienen con respecto a estas luchas. El caso es que resultaba irónico que el párrafo en el que el
PSOE se definía por primera vez y de manera tan solemne marxista contuviera afirmaciones tan
contrariamente marxistas, lo cual viene a ser una prueba de que el marxismo del PSOE era
accidentalista.
273
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, doc. cit. 274
Luis García San Miguel, “ Abandonar el Marxismo, pero ¿ qué marxismo?”, en Sistema (Madrid), núm.32,1979,
pp. 129 y 130. 275
Karl Marx, El manifiesto comunista, op. cit., passim.
169
La definición marxista del partido sería reafirmada insistentemente durante estos años por
los dirigentes socialistas. Incluso el propio Felipe González, cuyo discurso tenía un tono bastante
más desideologizado que el de muchos de sus compañeros de dirección, defendió ante sus
militantes la condición marxista del partido. En este sentido en la Escuela de Verano de 1976
antes citada González se expresó en los siguientes términos:
Cuando nosotros decimos que somos un partido marxista, tenemos serias razones para decirlo. Pero
entendemos que el marxismo no es un dogma, no es una religión, no es el fundamento político-ideológico
de una secta de iluminados; es sobre todo una metodología para investigar la historia, permite situar la lucha
en el presente, y no sólo permite eso, sino algo que es mucho más ambicioso y mucho más importante;
permite construir, conscientemente, la historia del porvenir que asuman las masas, y que sean por
consiguiente, estas masas las que puedan ofrecer una alternativa global, no sólo a una situación coyuntural,
de dictadura o de residuos dictatoriales, sino a una situación que no es coyuntural, sino estructural, que es la
de la opresión típica de la sociedad capitalista276
.
Por tanto, el marxismo aparecía caracterizado en el PSOE como metodología para el
análisis de la realidad y para su transformación socialista, como una doctrina que prescribía
proyectos sociales y ofrecía rudimentos para su conquista. Pero al mismo tiempo las
declaraciones más solemnemente marxistas revelaban que se trataba de un marxismo mal
digerido. Las muestras, además de las ya ofrecidas, de que el marxismo en el PSOE era un
marxismo de influencia contextual poco interiorizado, un marxismo de urgencia mal asimilado,
son múltiples. Junto a algunas de las ideas importadas de socialismo autogestionario y de la
Nueva Izquierda convivían otras mucho más arcaicas procedentes de las visiones mecanicistas
del siglo XIX y principios del XX. En las resoluciones del XIII Congreso en el exilio de 1974,
aquel recuérdese de la elección de Felipe González como Primer Secretario, se aprobaron en
relación a la crisis económica interpretaciones tan manidas como la siguiente:
Esta crisis es para los socialistas una prueba más de la intensificación histórica de las contradicciones
inherentes al sistema capitalista condenado ineluctablemente a desaparecer, y abre perspectivas nuevas de
lucha concertada al socialismo internacional.277
Al igual que en Marx, en esta frase – verdadera coletilla reproducida en otros documentos
- era apreciable una concepción dialéctica hegeliana de la economía burguesa, según la cual el
276
Felipe González, “Línea política del PSOE” en Socialismo es libertad...op. cit., pp. 27 y 28. 277
“Resolución política del XIII Congreso en el exilio”, en Congresos del PSOE en el exilio...op. cit.
170
capitalismo generaba en su desenvolvimiento las propias condiciones para su superación. Pero
frente a Marx, se caía una lectura mecanicista y bastante manida de estas tesis, según la cual la
resolución mecánica de las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista
conducía inevitablemente a su destrucción y reemplazo definitivo por el socialismo.
En estas resoluciones congresuales, reflexiones teóricas y declaraciones doctrinarias
aparecían recogidas las ideas fuerza, valores centrales y las visiones fundamentales que
caracterizaron el discurso ideológico del PSOE oficialmente proclamado en el tardofranquismo y
la primera etapa de la transición. Se trataba de ideas procedentes de distintos momentos históricos
y de distintas tradiciones del socialismo. Por una parte, había una presencia importante de
aquellas ideas y concepciones procedentes del socialismo clásico, entendiendo por tal aquel que
se configuró en la época de la II Internacional a partir de la síntesis que KautsKy hizo de las ideas
de Marx y Lasalle278
. Por otra parte, había también planteamientos y revisiones más actualizadas
procedentes del socialismo autogestionario y de otras corrientes de la Nueva Izquierda.
Finalmente también eran palpables los ecos de la tradición socialdemócrata de la que venía el
partido.
En cuanto a los planteamientos procedentes del socialismo clásico, se daban cita en este
discurso del PSOE buena parte de las ideas originarias del socialismo, que Marx conjugó en su
teoría científica y que algunos ideólogos de la Segunda Internacional codificaron y revisaron de
manera más esquemática. Se trataba de la concepción polarizada de la sociedad, en virtud de la
cual en todo sistema pueden detectarse clases sociales antagónicas atendiendo a su posición
objetiva en las relaciones sociales de producción. Se trataba de la consideración de esta lucha
entre clases como motor dinamizador de la historia. Se trataba igualmente de la consideración de
la clase obrera como esencialmente orientada a la construcción de un nuevo orden social
emancipado. Se trataba de la consideración de la propiedad privada como causa última de la
desigualdad y fuente de los males sociales, y de la propuesta consecuente de socializar los medios
de producción. Se trataba, por otra parte, de la afirmación de la necesidad de liberar a la persona
cambiando las condiciones sociales de su existencia. Se trataba de la concepción de las
instituciones como instrumentos no neutrales al servicio de las clases dominantes. O se trataba
278
Eugenio del Río, La Izquierda, Madrid, Talasa, 1999, p 22-24.
171
del recurso a la fuerza para reprimir lo que se entendía como inevitable reacción de la burguesía
ante un proceso de transformación socialista de la sociedad.
En cuanto a los préstamos tomados del socialismo democrático y autogestionario y de la
Nueva Izquierda éstos remozaron al menos superficialmente el discurso del PSOE. Estas
corrientes en auge desde finales de los sesenta pusieron su énfasis en algunas de las ideas
marxistas que apenas habían sido objeto de atención por el socialismo clásico; al tiempo que
revisó otras e introdujo algunas nuevas: la visión del socialismo como proceso de ampliación e
intensificación de la democracia, la concepción participativa y radical de esa democracia, la
importancia de constituir una mayoría social que fuera más allá del estricto proletariado, la
formación de esta mayoría en torno a valores culturales y proyectos políticos compartidos, su
organización efectiva en órganos de poder popular que neutralizaran a la reacción e impidieran el
surgimiento de vanguardias corruptas, la centralidad en el socialismo de la autogestión de las
empresas por parte de sus trabajadores frente al centralismo omnipresente del Estado, la crítica al
comedimiento socialdemócrata y al burocratismo soviético, etc.
En definitiva, en la convergencia de estas dos tradiciones quedaban patentes algunos de
los valores esenciales de la izquierda socialista: la consideración de la desigualdad como un
producto social y no natural, que diría Norberto Bobbio; la negación del orden existente orientada
por una utopía, en palabras de Leszek Kolakowski; y la exigencia de vincular la determinante
esfera económica a los centros directivos conscientes y democráticos de la sociedad, tal como
expresara Émile Durkheim.279
En cuanto a las inercias socialdemócratas, en las declaraciones del PSOE también había, a
veces contradictoriamente, una presencia importante de planteamientos procedentes, más que de
la teoría, de la práctica socialdemócrata: la visón progresiva, secuenciada y acumulativa de la
estrategia de transición al socialismo, el reconocimiento de la importancia de las instituciones
liberales y de sus mecanismos electorales de representación o la importancia del Estado
realmente existente, antes llamado Estado burgués o Estado capitalista, como instancia principal
desde la que gestionar el cambio, etc.
279
Un repaso sucinto pero muy ilustrativo por algunas de las visiones de grandes pensadores sobre qué la izquierda
puede verse en Eugenio del Río, op. cit., pp. 11-17.
172
En definitiva, lo cierto es que las formulaciones teórico - ideológicas del PSOE fueron
resultado de mucha urgencia e improvisación. Su marxismo fue un marxismo contradictorio y de
poca consistencia, por cuanto que en él se dieron cita planteamientos revolucionarios tópicamente
ortodoxos, residuos de la moderación socialdemócrata que decían combatir y préstamos mal
digeridos de las nuevas y radicalizadas heterodoxias ideológicas de los sesenta y setenta. Es
decir, un marasmo de ideas diversas y contradictorias que, sin embargo, gracias a su
esquematismo y simplicidad y a la supuesta unidad que les daba su agrupación bajo la entonces
atractiva etiqueta marxista, servía de suministro ideológico a la creciente demanda de los
militantes y dotaba a sus gestores de la aureola de radicalidad necesaria para romper con su
decrépita trayectoria reciente, incrementar la adhesión de sus bases e identificarse con las
vanguardias antifranquistas.
No obstante, estas declaraciones doctrinarias del Partido Socialista apenas tuvieron
implicación en su línea política operativa. Si hubo un rasgo definitorio del PSOE en la primera
etapa de la transición fue el divorcio entre sus ideas oficialmente proclamadas y sus actuaciones
políticas concretas, entre su verbo radical y su praxis moderada280
. Los grandes planteamientos
ideológicas apenas tuvieron repercusión sobre su línea política moderada, es más, con frecuencia
su intervención práctica venía a desmentir sus ideas proclamadas. Así, por ejemplo, el PSOE
defendió oficialmente por estas fechas la ruptura democrática, pero ya entonces mostró sus
disposición práctica a participar en la negociación de la reforma, a trueque, eso sí, de que el
gobierno heredero de Franco acelerase e intensificase los cambios. El PSOE reclamaba la
participación directa en los asuntos públicos de la sociedad civil autónomamente organizada, pero
puso de manifiesto su concepción partitocrática de la política cuando en los organismo unitarios
de oposición impuso su veto a personas independientes, representantes de colegios profesionales
y activistas del movimiento vecinal; cierto que por considerarlos bajo influencia estratégica del
Partido Comunista. El PSOE apostaba en sus resoluciones congresuales por construir de manera
progresiva en España el socialismo autogestionario, pero el programa con el que concurrió a las
primeras elecciones era claramente socialdemócrata y no ofrecía solución de continuidad creíble
con ninguna medida futura más avanzada.
280
Sobre las contradicciones entre la doctrina y la práctica en el PSOE durante este tramo de la transición véase
Juliá, Santos, Los socialistas en la política española. 1879-1982. Madrid, Taurus, 1997, Cap. 12.
173
II.2.4. Sobre el radicalismo ideológico del PSOE.
El izquierdismo del PSOE fue producto de un complejo conjunto de factores de impacto
desigual. Hubo factores generacionales, otros ligados a la situación internacional del momento,
otros propiciados por las condiciones exclusivas de la España de los 70, algunos vinculados a las
culturas políticas hegemónicas entre el activismo antifranquista y, buena parte de ellos, derivados
de las tácticas urdidas por los dirigentes del partido.
En cuanto a los factores generacionales, a finales de los sesenta todas las organizaciones
de la izquierda experimentaron una radicalización más o menos intensa según su perfil ideológico
inicial. La expresión más efectistas y palmaria de esta radicalización fue el Mayo del 68,
fenómeno que actuó a posteriori como amplificador del espíritu contestatario de la época. No
obstante, la razón profunda de este radicalismo se debió al empuje de un sector de la juventud
que, por su mejor formación y mayor vitalidad, portaba un gran optimismo sobre las
posibilidades de innovación del sistema281
, así como un hastío en cierta forma irreverente hacia
las generaciones precedentes. La crisis del PSOE de 1972 fue un claro ejemplo, aunque a nivel
partidario, de esto. Los jóvenes del interior denunciaron pronto el carácter decrépito de la vieja
guardia en el exilio, y cuando lograron desbancarla lo hicieron llevando consigo ese espíritu
generacional dinámico, innovador y apasionado que encontró traducción en sus proclamas
ideológicas.
En cuanto a los factores internacionales, una sucesión de acontecimientos y algunos
procesos de más largo alcance animaban al radicalismo. Los países del Tercer Mundo se estaban
sacudiendo el yugo del colonialismo; en Cuba había triunfado una revolución socialista que tenía
también mucho de romántica; y en Vietnam el imperialismo norteamericano estaba a punto de ser
derrotado por un ejército popular de campesinos desaliñados. Es cierto que la experiencia más
avanzada de construir democráticamente el socialismo, la denominada vía chilena, había sido
cercenada; pero ello, lejos de desmoralizar a los entusiastas izquierdistas de occidente, les indujo
hacia procedimientos más resolutorios y expeditivos282
. En definitiva, todos estos éxitos tuvieron
281
José Luis Martín Ramos, op. cit., p. 205. 282
Antonio García Santesmases, op. cit., pp. 42 y 43.
174
un intenso impacto emocional en las nuevas vanguardias políticas occidentales. Cada triunfo
popular en el mundo era vivido como propio, como ejemplo a emular y como una prueba más de
que la burguesía iniciaba su repliegue. Por otra parte, la crisis económica estructural desatada en
la primera mitad de los setenta fue interpretada inicialmente por gran parte de la izquierda como
fase terminal del capitalismo. Esto, sumado a lo anterior, hacía pensar a gran parte de la izquierda
que el viento de la historia soplaba a su favor.
Por otra parte, las condiciones de lucha en España eran más que favorables para alentar la
contundencia ideológica de la izquierda. La represión sobre disidentes y desafectos lejos de
cumplir su función disuasoria resultó en última instancia contraproducente, y dio más brío a las
propuestas trasformadoras. Pero además de la represión, la vida política clandestina era en sí
misma un acicate para el izquierdismo. La clandestinidad favorecía que los esfuerzos
intelectuales de la izquierda se orientasen a especular sobre los grandes proyectos emancipadores
que se desarrollarían cuando tuviesen su punto de arranque en la democracia, toda vez que no
estaban sometidos a lidiar con las duras contingencias y las irresistibles tentaciones que entraña el
ejercicio de una responsabilidad institucional en condiciones democráticas283
. En este sentido el
propio Hervás (pseudónimo de Pablo Castellano) declaraba lo siguiente a la altura de 1972 a
propósito del clima de radicalismo verbal que se vivía en el partido:
... la clandestinidad, no nos engañemos, va radicalizando las posturas de los militantes y el sufrimiento hace
a veces que el carácter científico de nuestras creencias se vea muy hipotecado por el carácter impulsivo de
nuestros deseos284
.
Estos factores radicalizadores de la clandestinidad incidieron más intensamente en el
PSOE, dada su marginalidad, que por ejemplo en el activo PCE. El PCE tenía la responsabilidad
cotidiana de articular y dirigir potentes movimientos sociales. Y como estaba en disposición de
hacerlo tenía además la responsabilidad diaria de planificar y gestionar una estrategia de
oposición que acelerase la descomposición del régimen y abriera la puerta a una democracia lo
más favorable posible al socialismo. Sus propuestas teóricas no podían distar mucho de las
posibilidades del momento si quería que éstas inspirasen una práctica política operativa. El PSOE
no estaba en la misma disposición que el PCE de asumir responsabilidades en las dinámicas de
283
Richard Gillespie, op. cit., p 334. 284
“Intervención del compañero Hervás [ante el XII Congreso]”, en Congresos del PSOE en el exilio, op. cit., p. 189.
175
oposición social con la dictadura, lo cual le inhibía de tener que reconciliar sus propuestas
doctrinarias con las duras contingencias de la lucha cotidiana y con los límites que se iban
revelando a medida que esa lucha se volvía más intensa. En parte por esto las declaraciones
doctrinarias del PSOE parecían estar incluso a la izquierda del PCE. En parte por esto cuando el
PSOE empezó a asumir de manera indirecta tareas gubernamentales en la época del consenso y se
plegó consciente y públicamente a la estrecha realidad de la transición fue atemperando su
discurso a fin de aliviar contradicciones e incoherencias.
En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que el marxismo, en sus distintas formas y
grados de rigor, dominaba la cultura política de las vanguardias universitarias antifranquistas285
, y
debe recordarse que los nuevos dirigentes del PSOE se habían formado en ese hervidero
ideológico que fue la universidad española del tardofranquismo. En este contexto, militar
activamente contra el régimen implicaba en cierta medida decantarse por el marxismo. La
identificación con el marxismo era así la piedra angular de todo un entramado ideológico y una
perspectiva estratégica asentados en las teorías sobre la transición al socialismo286
.
En otro sentido, el marxismo del PSOE funcionó más como mera referencia de
identificación interna del colectivo que como concepción rectora de su línea política operativa.
Como se ha visto en el primer capítulo las ideologías vienen a cubrir con frecuencia la necesidad
de autorrepresentación que tienen todos los colectivos, esa necesidad que sienten todas las
agrupaciones políticas de dotarse de una identidad que les permita reconocerse a sí mismas y
diferenciarse de otras287
. La adhesión del PSOE al marxismo a mediados de los setenta vino a
desempeñar esta función identitaria inocua para su praxis. El PSOE había salido del franquismo
extremadamente debilitado y bajo el síndrome de la anomia ideológica. Declararse marxista
sirvió para cubrir por un tiempo esa falta de identidad con una doctrina entonces atractiva para
los militantes y fácilmente identificable para la sociedad más activa políticamente.
El marxismo sirvió también al propósito de justificar y dotar de sentido la lucha
antifranquista, una vez el régimen era definido como soporte político de un modo de producción
explotador. Al tiempo que ese mismo uso ideológico del marxismo sirvió para sublimar la lucha
285
Fernández Buey, Francisco, “Para estudiar las ideas olvidadas de la transición”, en op. cit., p. 1. 286
Santos Juliá, Los socialistas en la política... op. cit., p. 408. 287
Sobre el uso del marxismo como referencia de identificación colectiva en la socialdemocracia clásica véase Del
Río, Eugenio, op. cit., pp. 64-70.
176
del partido, para dotarla de un halo de heroicidad y para elevarla sobre la cruda y a veces insípida
realidad; en la medida que toda acción militante se presentaba, por insignificante que fuera, como
favorecedora de la utopía socialista. De este modo, la explotación ideológica del marxismo por
parte de la dirección sirvió para mantener la tensión emocional entre la militancia y para
trasmitirle entusiasmo en un momento en el que era urgente impulsar el trabajo militante en un
contexto de movilización social en el que el PSOE aspiraba a meter cabeza. El marxismo
respondía a estos propósitos como ideología de exaltación del esfuerzo militante y de la acción
movilizadora.
El radicalismo discursivo del PSOE también se explica en clave intrapartidista, sobre todo
atendiendo a la relación que el núcleo dirigente mantuvo con sus bases. Por una parte, este
radicalismo fue en cierta forma una reacción de los jóvenes del interior al moderantismo de la
dirección de Toulouse, a la que se responsabilizaba, como se ha visto, del deterioro de la
organización a lo largo del franquismo. Por otra parte, la nueva dirección del partido hizo uso
frecuente de las proclamas izquierdistas para satisfacer ideológicamente a sus bases más
exigentes y asentar así su poder dentro de la organización. Por una parte, la asunción en los
congresos de las aportaciones de los sectores más izquierdistas o la propuesta de otras más
severas por parte de la dirección estaba orientada a evitar cualquier crítica a la dirección por el
flanco izquierdo288
. La ideología funcionaba así como un instrumento para regular las relaciones
de poder de la organización. Esta táctica respondía igualmente al interés que el PSOE tenía de
publicitarse como partido cohesionado y maduro ante la opinión pública. Los congresos, más allá
de su dimensión interna, tenían sobre todo un cometido propagandístico. Las resoluciones
políticas eran una cuestión subsidiaria generalmente recluida en las herméticas comisiones de
debate, y lo importante era la proyección del líder de la organización y de los respaldos
internacionales que recibiera. Por eso las propuestas de la militancia más radicalizada las asumía
la dirección sin mayor problema, sabedora de que no tendrían posibilidad de aplicación y para
evitar que su rechazo pudiera generar un conflicto repentino que trascendiera a los medios de
comunicación.
No obstante, la radicalidad retórica del PSOE y su adscripción al marxismo respondían
en buena medida a cuestiones tácticas. El partido socialista aspiraba a situarse en el centro del
288
Richard Gillepie, op. cit., p. 392.
177
movimiento de contestación popular al régimen y a convertirse en la columna vertebral de las
fuerzas progresistas de oposición al mismo; papeles representados de manera preeminente por el
PCE. Al declararse marxista, al igual que el PCE, el PSOE no sólo no atacaba esta política
marxista tan exitosa, sino que se identificaba con ella y se la apropiaba en cierta medida. De esta
forma lograba limitar el protagonismo que el PCE tenía sobre la lucha antifranquista y se daba así
mismo un protagonismo mayor al que le correspondía289
. Además, con su adscripción al
marxismo el PSOE pretendía emparentar con los sectores izquierdistas. Pero más allá de
cualquier alianza orgánica lo que se perseguía era penetrar a través de ellos en los circuitos
contestatarios a la dictadura, y cooptar, por otra parte, algunos de sus cuadros políticos más
preparados para cubrir los puestos intermedios de responsabilidad en el partido, al descubierto
por su escasa y poco experimentada militancia de base290
. De igual modo el PSOE no era el
único referente socialista en España, y tenía que rivalizar con el resto de los partidos socialistas
de ámbito estatal y regional. Proclamarse marxista suponía no ceder ningún terreno ideológico a
esos partidos socialistas que tan enfáticamente se definían como tales291
. Por tanto, el marxismo
no era en el PSOE un corpus teórico y doctrinario tipificador de objetivos y prefigurador de su
acción, sino una herramienta, un señuelo si cabe, en sus relaciones de cooperación y competencia
con otras fuerzas.
II.2.5. Las primeras elecciones: de la marginalidad en la oposición a la alternativa de
gobierno.
Como es sabido los resultados de las elecciones de junio de 1977 supusieron un éxito
extraordinario para el PSOE. El partido de González alcanzó el 29,3 % de los votos, situándose
como segunda opción más representativa, a una distancia considerable de los comunistas. Las
razones que explican los buenos resultados electorales son de distinto tipo y de peso desigual, y
su determinación desborda el cometido de este trabajo. No obstante, muy sintéticamente pueden
citarse a este respecto los importantes respaldos internacionales de los que se ha hablado, el
carisma personal de su cabeza de cartel al que también se ha hecho referencia, el importante
289
Santos Juliá, Los socialistas en la política... op. cit., p. 509. 290
Abdón Mateos, El PSOE contra Franco..., op. cit., p. 442. 291
Santos Juliá, ibidem.
178
respaldo de muchos medios de comunicación que se analizará más adelante o las eficientes
técnicas electorales desarrolladas gracias al asesoramiento de un buen equipo de especialistas292
.
Pero más allá de estos factores, que tuvieron su importancia, hay otras dos razones
insoslayables de mayor peso, y que se conjugaron, para potenciarse, con las anteriores. Una tuvo
que ver con la persistencia de una memoria del importante pasado socialista que, lejos de
neutralizarse, había permanecido latente durante el franquismo y que ahora salió a flote. Esta
adhesión cohibida y encubierta por la represión de la dictadura se habría mantenido viva entre los
mayores y se había traspasado de manea silenciosa entre las nuevas generaciones hasta hacerse
pública y manifiesta en las primeras elecciones de la transición. Los jóvenes socialistas
capitaneados por González habrían amortizado de este modo el peso al final determinante de las
siglas que se disputaron frente a los históricos ante el tribunal de la IS. La otra razón tuvo que ver
con la propia capacidad del PSOE para seducir, en virtud de su ambigüedad discursiva, a sectores
desigualmente ideologizados y para conectar, en ultima instancia, con la mentalidad de una parte
considerable de la ciudadanía que apostaba por la democracia, que respaldaba incluso la
incorporación de algunos contenidos sociales a esa democracia, pero que recelaba de los
proyectos más ambicioso que realmente podían representar otras opciones de la izquierda o que
temía de la reacción que pudiera seguir al intento de ejecutar estos proyectos. El PSOE fue un
partido que funcionó como el “común denominador” de actitudes diferentes y que conectó
además con buena parte del “sentido común” del momento.
Los resultados electorales tuvieron efectos extraordinarios sobre el PSOE que afectaron
sobremanera a su evolución ideológica. En primer lugar experimentó un cambio de posición
impresionante en el escenario político del país, pasando de ser una fuerza poco relevante dentro
del movimiento de contestación social a la dictadura a convertirse en la principal fuerza
parlamentaria de la oposición con posibilidades reales de acceso al gobierno, lo cual era una
tentación a la mesura en la medida que acceder al gobierno pasaba por disputarle votos a la UCD
en su terreno ideológico. Además al ocupar el PCE una posición escasamente representativa en el
nuevo marco parlamentario el PSOE aliviaba en gran medida esa necesidad otrora imperiosa de
rivalizar ideológicamente con el que fuera el partido más activo frente a la dictadura.
292
Sobre la relación del PSOE con su electorado y la organización de las campañas electorales véase el trabajo
sociológico de Mónica Méndez Lago, La estrategia organizativa del Partido Socialista Obrero Español (1975-
1996), Madrid, CIS, 2000, Cap. 7.
179
Por otra parte, los resultados de las elecciones tuvieron un efecto clarificador sobre el
panorama del socialismo nacional. Gracias a ellos no sólo es que el PSOE quedara como la
opción socialista más legitimada por la ciudadanía, sino que su posición preeminente le
permitiría, a partir de entonces, ejercer una atracción irresistible sobre el resto de los partidos
socialistas. Efectivamente, el PSOE impulsó, bajo la retórica de la convergencia, un proceso de
absorción de las opciones socialistas dispersas. La mayor parte del PSOE (histórico) se integró en
las filas del partido de González consciente del sinsentido que suponía mantener la ficción de
unas siglas que nadie identificaba como tales. Por su parte, el Partido Socialista Popular de
Tierno Galván se avino a fusionarse con el PSOE, aunque esta fusión resultó en la práctica una
absorción formalmente encubierta del segundo sobre el primero. Asfixiado por las deudas y ante
el riesgo de una fuga masiva de sus militantes el partido de PSP optó por sumarse al PSOE a
cambio de algunos puestos de responsabilidad para sus líderes y cuadros más significados. Desde
el punto de vista ideológico lo más destacado de esta fusión fue el documento firmado. En él se
fundamentaba la unificación aduciendo la estrecha afinidad ideológica y estratégica de los dos
partidos preexistentes; ideología y estrategia que se volvían a relatar atendiendo a los parámetros
izquierdistas ya analizados293
. Otro tanto ocurrió con los partidos socialistas de ámbito regional:
de nuevo lejos del modelo confederal de partidos socialistas autónomos que propugnaban los
referentes socialistas minoritarios, los militantes de estos se disolvieron en la estructura federal
previamente diseñada por el PSOE de González y Guerra.
Lo importante de todo esto para el tema que nos ocupa es que con la fagotización de estos
partidos socialistas disgregados el PSOE se quitaba la presión de tener que rivalizar
ideológicamente con ellos. De este modo se despejaba un poco más el camino antes inexpugnable
a la moderación doctrinaria.
Por otra parte, los buenos resultados cosechados supusieron una inyección económica de
envergadura. A los fondos públicos obtenidos en concepto de representación institucional se
sumarían los préstamos bancarios de fácil obtención dada la buena proyección de futuro del
partido. Igualmente este factor redundaría en la moderación del PSOE. La disposición de ingentes
recursos económicos permitió levantar un aparato burocrático de partido que, como todo aparato,
293
“Declaración de unidad firmada por el PSOE y el PSP”, abril de 1978, Comisión Ejecutiva, Órganos de
dirección, Monografías, ABFPI.
180
tenderá a la conservación de sus intereses de grupo en menoscabo de la acción más dinámica de
las bases ideologizadas. Además las relaciones financieras con la banca entrañaban también una
cierta hipoteca ideológica: obviamente los préstamos recibidos se podían ver comprometidos si la
propuesta que aparecía en las resoluciones congresuales sobre la nacionalización de la banca
llegaran a sobrepasar su mero carácter retórico.
Por otra parte, los buenos resultados de las legislativas provocaron un incremento intenso,
acelerado y en ascenso de la afiliación. Los nuevos afiliados respondieron, como se verá en el IV
capítulo, a unas formas de compromiso más laxas y a un perfil ideológico mucho más moderado
y pragmático. El desplazamiento en el seno del partido de los militantes comprometidos del
tardofranquismo y más o menos ideologizados por estos nuevos afiliados es una de las claves del
cambio ideológico del partido294
.
En definitiva, tras las primeras elecciones democráticas el PSOE experimentó un cambio
abismal de posición en el panorama político nacional, pero siguió manteniendo las misma
resoluciones doctrinarias y el mismo discurso ambiguo fraguados en la difunta etapa de la
clandestinidad. Se trataba, por tanto, de un partido informado por las ideas, los valores y las
concepciones que había gestado en un contexto ya agotado y para alcanzar unos objetivos apunto
de ser satisfechos. El PSOE era víctima de un desfase cada vez más notorio entre sus objetivos
oficialmente declarados y sus aspiraciones reales.
II.2.6. Firmeza y flexibilidad: la participación en el consenso.
A partir de la primeras elecciones el PSOE inició un intenso proceso de fortalecimiento
organizativo y de inserción en la sociedad. La documentación interna del partido nos habla de las
directrices procedentes de la dirección a las organizaciones de base para que los militantes
expandieran la UGT y se incorporasen a las asociaciones vecinales, culturales, etc295
.
294
Richard Gillespie, op. cit. pp. 376-385. 295
Estas orientaciones aparecen en las frecuentes circulares que las distintas secretarías de la Comisión Ejecutiva
Nacional enviaban “a todas las agrupaciones”. Buena parte de estas circulares pueden consultarse en el fondo de
Arsenio Jimeno del AFLC: Caja 616, Correspondencia, PSOE, Arsenio Jimeno, AHFFLC.
181
No obstante, el grueso de los esfuerzos se destinó a la participación en las instituciones
públicas y fue su acción “por arriba” lo que verdaderamente le proyectó hacia la opinión pública.
Como se ha visto, una vez celebradas las elecciones la correlación de fuerzas entre la oposición y
el gobierno, el temor más tarde probado a que un golpe de Estado abortase la transición y las
estrategias que cada partido esbozó para satisfacer sus propios intereses favorecieron el consenso
entre las distintas fuerzas políticas. En este contexto de construcción consensuada de la
democracia el PSOE tenía que intervenir sin que su perfil ideológico se difuminara
aparentemente y sin desnaturalizar su papel de partido de oposición, pero sin renunciar, por otra
parte, a realizar las concesiones necesarias para no quedarse marginado de los acuerdos y para no
ser percibido como un partido obstruccionista de la dinámica consensual. En este sentido, el
PSOE demostró bastante perspicacia. En palabras de Enric Company “El PSOE adoptó una
combinación básica de firmeza y flexibilidad que adecuadamente dosificada le permitió aparecer
como tenaz defensor de sus posiciones y al mismo tiempo realizar las inevitables concesiones sin
excesivo coste político”296
. Y esa fue una de las razones de la consolidación del PSOE durante la
etapa del consenso: su capacidad para optar alternativamente, en función de la coyuntura, entre la
firmeza y a flexibilidad, sin que fuera fácil acusarle de decantarse exclusivamente por ninguno de
los extremos o de repudiar taxativamente su contrario. La táctica del PSOE se ensambló a la
perfección en el ritmo entrecortado del proceso y se acomodó igualmente a las contradictorias
tendencias de la mayoría de la sociedad, deseosa de cambios democráticos pero no precisamente
socialistas, deseosa de cambios democráticos, pero también temerosa de sus posibles efectos
derivados.
Esta actitud la anticipó el PSOE el mismo día de su legalización con una frase
especialmente ambigua que expresaba a la perfección la ambivalencia de su futura línea política:
El Partido Socialista actuará, en la legalidad, con una estrategia tan radical como exigen nuestros principios
y tan moderada como aconsejan las circunstancias objetivas de nuestra realidad297
Esta capacidad contemporizadora fue hábilmente ejercitada en dos momentos claves de la
transición: en la firma de los pactos de la Moncloa y en la elaboración del texto constitucional.
El PSOE se sintió obligado a suscribir los acuerdos de la Moncloa a su pesar, pues era consciente
296
Enric Company y Francesc Arroyo, Historia del Socialismo español, Vol. 5, Barcelona, Conjunto editorial, 1989,
p 23. 297
El Socialista (Madrid), 15-II-1977, Editorial.
182
de que estos se prestaba a una alianza entre UCD y PCE - ambos igualmente interesados en su
desgaste -, y de que la dinámica consensual retrasaría la posibilidad de situarse como alternativa
única de gobierno. Pero si no los firmaba aparecería como una opción excesivamente
radicalizada, y daría argumentos a quienes le acusaba de practicar una política irresponsable en
un momento tan delicado. No obstante, el partido de González manejó la situación con suma
habilidad: suscribió los acuerdos, pero no se comprometió lo más mínimo con su defensa;
denunció simultáneamente los intereses encubiertos de sus principales valedores; criticó de forma
paralela el incumplimiento de los aspectos más progresistas y fue presentando a la par su propia
política económica. Con este distanciamiento el partido socialista se desresponsabilizaba de las
medidas más impopulares acordadas en la Moncloa, reafirmaba su papel de partido de oposición
y situaba al PCE como una fuerza colaboracionista con el gobierno. Es decir, lograba aparecer
ante algunos sectores de la opinión pública como una opción más combativa, y no por ello menos
democrática, que el PCE.
Esta actitud la personalizó con mucha habilidad el mismo Felipe González. En un mitin
de la UGT celebrado en estos momentos González hizo el siguiente ejercicio verbal de respaldo y
al mismo tiempo distanciamiento de los acuerdos:
Si estuviéramos en el poder nuestro programa sería distinto, es un programa del gobierno negociado, si se
llega hasta el final, y en esa negociación nosotros pedimos contrapartidas [...] No queremos caer en
tentaciones demagógicas, nos vamos a ajustar a la realidad, tenemos el peso de la responsabilidad que nos
ha conferido el pueblo, esa parte del pueblo que confía en nosotros, no podemos de ninguna manera adoptar
posiciones estéticas, posiciones sobre el papel, tenemos que ajustarnos a los datos que tenemos, aunque no
seamos responsables de lo que hoy es la situación económica del país. Pero naturalmente que queremos
hacerlo desde una perspectiva socialista y no admitiremos de ninguna manera y en ningún momento que de
nuevo en este país un plan de saneamiento como llaman de la economía, que creemos que es necesario, se
haga a costa de los que se han hecho siempre298
.
Pero fue en el proceso de elaboración del texto constitucional donde el PSOE llevó esta
peculiar habilidad hasta el paroxismo. En primer lugar, el PSOE designó ponente constitucional a
Gregorio Peces Barba, que, más allá de su formación profesional, era uno de los dirigentes más
moderados de la organización. De esta manera el supuesto radicalismo del PSOE quedaba otra
298
“Intervención de Felipe González en un mitin de la UGT [sobre los pactos de la Moncloa]”, Gijón 12 de octubre
de 1977), González Márquez, Felipe, Escritos dirigentes, Monografías, AFPI, p. 6.
183
vez desmentido por la presencia de socialdemócratas o de democratacristianos progresistas al
frente de sus responsabilidades más destacadas. En segundo lugar, fue precisamente a Peces
Barba a quien le tocó representar ese papel ambivalente de hombre firme y al tiempo flexible. El
primer rol lo puso de manifiesto cuando abandonó acaloradamente la Comisión de redacción del
texto constitucional denunciando el pacto tácito entre UCD y AP, sellado para sacar adelante por
la vía del rodillo toda una serie de artículos conservadores. El segundo rol lo fue ejercitando a su
regreso, cuando acordaba con los ponentes ucedistas las decisiones previamente negociadas entre
bastidores por Alfonso Guerra y Abril Martorell. Pero el caso más sorprendente fue la actitud que
mantuvo el PSOE en lo referente a la forma de Estado. El PSOE forzó la votación expresa en los
debates parlamentarios sobre la constitución del artículo relativo a la restauración de la
Monarquía en España, y utilizó ese escenario para pronunciarse a favor de la República.
Indudablemente el PSOE ya se había comprometido tiempo atrás con la Monarquía y promovió
esta votación no sólo sabiendo que la tenía perdida, sino precisamente porque sabía que no la
podía ganar299
. El PSOE no albergaba entonces ninguna veleidad republicana, pero este brindis al
sol le permitía demostrar a determinados sectores que era un partido fiel a sus principios. Además
la votación por la república no reactivaba en exceso el trágico recuerdo de los años 30, por cuanto
que sus promotores eran un grupo de jóvenes políticos que ni siquiera había vivido esa época.
Finalmente, la votación sobre la forma de Estado servía para minar la credibilidad del PCE ante
ciertos sectores, pues el partido de Carrillo respaldó expresamente en esta votación la institución
regia.
No obstante, la operación se completó con el voto a favor de la Constitución en su
integridad, es decir, incluyendo los artículos que sancionaban el nuevo régimen monárquico. Si
con la votación por separado de dichos artículos el PSOE hizo demostración pública de su
firmeza, con el respaldo integro a la carta magna puso de manifiesto su flexibilidad. Y todo ello
sin comprometer lo más mínimo su praxis predefinida, que no era otra que la de pasar por los
estrechos cauces de la reforma pactada, cuya piedra angular era el dispositivo sucesorio
franquista montado en torno a la figura incuestionable de Juan Carlos de Borbón. De hecho sería
desde la izquierda desde donde viniera una de las mayores fuentes de legitimación de la
Monarquía, en tanto que todo sistema se legitima más cuanto más distante ideológicamente es la
procedencia al reconocimiento de su autoridad. En este sentido, Felipe González se felicitaría
299
Santos Juliá, Los socialistas en la política... op. cit., p. 501.
184
unos meses después de que “Por primera vez la monarquía parlamentaria se asienta en un
referéndum por el que han combatido las fuerzas progresistas”300
La exaltación de la Constitución de 1978 por parte de los dirigentes socialistas fue, a
partir de entonces, constante. Alfonso Guerra, por ejemplo, insistiría en la idea de que con la
Constitución se sancionaba definitivamente la ruptura301
. Felipe González declararía que incluso
las accciones más ambiciosas del partido se desenvolverían dentro de los límites de la Carta
Magna:
Como socialistas creemos que una alternativa de poder no debiera significar una remodelación
constitucional, ni un cambio institucional profundo, sino un uso teleológico diferente de la Constitución y de
las instituciones que de ella emerjan. Ese uso teleológico permitirá una tarea ejecutiva y legislativa
diferenciada, como corresponde a los distintos programas [...]302
En el mismo sentido que lo apuntado en el caso del PCE, si acaso no más severamente, la
dinámica consensual, en tanto que forma indirecta de participación en la gestión institucional, fue
un acicate para la moderación del PSOE. El consenso hizo que los partidos de la izquierda en la
oposición asumieran el rol del gobernante sin que pudieran participar efectivamente en la gestión
del gobierno para desarrollar sus propias iniciativas. El consenso les forzó a la identificación con
proyectos acordados con fuerzas ideológicamente antagónicas y eso, entre otras cosas, difuminó
su perfil propio.
II.2.7. Cambio de táctica y de ropaje ideológico.
Una vez aprobada la constitución las expectativas del PSOE se cifraban en las siguientes
elecciones parlamentarias. Los estrategas del partido contemplaban incluso la posibilidad de
alcanzar la mayoría electoral, pues auguraban un cierto desgaste de la UCD por su situación al
frente del gobierno y contaban, además, con el traspaso mecánico de los sufragios recibidos
300
“Conferencia pronunciada Felipe González en el Club Siglo XXI el 12 de febrero del 79”, doc. cit., p. 9 301
“Conferencia pronunciada por Alfonso Guerra en el Club Siglo XXI en octubre del 78”, Guerra, Alfonso, escritos
dirigentes, Monografías, AFPI, p. 4. 302
“Conferencia pronunciada Felipe González en el Club Siglo XXI el 12 de febrero del 79”, doc. cit., p. 6.
185
anteriormente por los partidos socialistas recién absorbidos303
. Sin embargo, los resultados fueron
en buena medida decepcionantes: la UCD revalidó su mayoría y el PSOE ni siquiera sumó todos
los votos cosechados por el PSP en las anteriores elecciones. Para los dirigentes socialistas
resultaba urgente analizar las causas de los resultados e imponer cambios profundos para evitar
que los proyectos gubernamentales se vieran de nuevo frustrados.
Desde el punto de vista de la práctica el PSOE llegó a la conclusión de que la dinámica
consensual había sido rentabilizada en última instancia por la UCD, pues la coalición centrista
había sabido vender como éxitos propios las iniciativas acordadas entre todos. Al favorecer los
acuerdos multipartidistas que finalmente tenía que ejecutar el gobierno, el PSOE y las otras
fuerzas democráticas habían estado insuflando al partido gubernamental una legitimidad de
ejercicio que actuó en beneficio de la nueva legitimidad democrática recibida en las segundas
parlamentarias. Para el PSOE había llegado el momento de poner fin a la etapa del consenso; y
por fortuna para la organización las nuevas condiciones ofrecían facilidades para ello.
Efectivamente, a la altura de 1979 habían decaído algunas de las razones que forzaron el
consenso en la etapa precedente. La Constitución, pieza jurídica que debía consagrar legalmente
el nuevo sistema político democrático, ya se había aprobado, y la crisis económica que hizo
peligrar todo el proceso reformista estaba más o menos encauzado en los Pactos de la Moncloa.
Para el Partido Socialista el consenso había sido el sucedáneo inevitable de un gobierno
provisional que gestionara los cambios, pero prolongar esa provisionalidad cuando parte de los
cambios ya se habían acometido sólo podía dar lugar a una política autoritaria y sin identidad
programática. Había llegado por tanto el momento de ejercer sin ningún tipo de complejos como
partido de la oposición, desgastando a la UCD y demostrando a la ciudadanía que ellos eran su
única alternativa viable304
.
Desde el punto de vista ideológico el PSOE concluyó que las señas de identidad
izquierdistas que tan útiles le habían sido para resituarse en la oposición a la dictadura le hacían
sumamente vulnerable a los ataques del adversario democrático. Para el PSOE toda la retórica
marxista de “la lucha de clases”, “la autogestión” y “el antiimperialismo” se prestaba a la crítica
303
Las declaraciones de los dirigentes socialistas en las que contemplaban un triunfo socialistas son múltiples e iban
más allá del triunfalismo habitual de la retórica electoral. En una conferencia ante el Club Siglo XXI Guerra declaró
por ejemplo: “Si hoy se realizan elecciones generales, y atendiendo a los datos suministrados por los sondeos de
diversos orígenes – incluidos los de presidencia del gobierno-, el PSOE obtendría una mayoría absoluta en el
congreso” en “Conferencia pronunciada por Alfonso Guerra en el Club Siglo XXI en octubre del 78”, doc. cit., p. 18. 304
Enric Company y Francesc Arroyo, op. cit., pp. 38 y 39.
186
demagógica de la derecha, que las explotaba en su beneficio para generar temores infundados
entre potenciales votantes. Efectivamente, uno de los principales recursos tácticos de la derecha
durante la transición consistió en llevar el debate político a un nivel excesivamente ideologizado.
Más allá de apelar a propuestas concretas y a iniciativas palpables procuró sostener una
confrontación dialéctica en torno a ideas genéricas que, una vez descontextualizadas, se prestaban
a confusión305
. Términos como los de “socialismo autogestionario”, “propiedad colectiva de los
medios de producción” o “antiimperialismo”, tan presentes en las resoluciones del PSOE, fueron
aducidos demagógicamente por la derecha como prueba irrefutable de que el PSOE aspiraba al
establecimiento en España de un sistema filosoviético contrario a las formas de vida occidental.
Esta táctica de la UCD fue reproducida como veremos por los medios de comunicación de la
derecha. Esa presión recibida forzó también a la modificación de las declaraciones doctrinales.
La intención de González fue, por tanto, desideologizar el debate político y rebajarlo a un
nivel pragmático en el que el PSOE pudiera contrastar sus iniciativas concretas sobre la
aplicación progresista de la Constitución con la falta de iniciativa programática de la coalición
centrista. Si poco tiempo atrás el partido socialista había marxistizado su discurso para resituarse
al frente de una oposición sobreideologizada, ahora, forzado a rivalizar con la UCD en la
perspectiva de reemplazarla en el gobierno306
, sentía la necesidad de limar los aspectos
ideológicos de su discurso que generaban rechazo entre aquellos votantes que podían desertar de
la coalición gubernamental y decantar la balanza en beneficio de un partido como mucho
socialdemócrata. La ambigüedad discursiva del PSOE, otrora polivalente para sumar respaldos
heterogéneos, había devenido en contradicción paralizante en el empeño de alcanzar una mayoría
electoral. Había llegado el momento de poner fin a equívocos e imprecisiones y de abrir un
proceso de adecuación de sus declaraciones, formas y símbolos a la moderación práctica que le
venía caracterizando desde el arranque de la transición. Sin embargo, no disponía de mucho
tiempo para acometer semejante mutación, si lo que pretendía era situarse de inmediato como
alternativa de gobierno para aprovechar una coyuntura política que se prestaba al triunfo. La
inminencia del reto gubernamental reclamaba un cambio repentino en el PSOE que pudiera ser
percibido de manera instantánea y creíble por aquellos sectores sociales que recelaban de su
veleidad doctrinaria, pero que estarían dispuestos a darle respaldo si soltaba sus lastres
305
Enric Company y Francesc Arroyo, op. cit., pp. 48 y 49. 306
Este cambio de izquierda a derecha en la competencia política es señalado como el factor fundamental del cambio
ideológico por Abdón Mateos, “La transición del PSOE en los años setenta”, en Rafael Quirosa (coord.) Historia de
la transición en España, op. cit., 94 y 95.
187
ideológicos. Además había que atemperar enseguida el ánimo de los poderes fácticos, ya no
recelosos, sino virulentamente hostiles a cualquier propuesta que rezumara algo de socialismo.
Para ello había que ofrecer urgentemente alguna garantía, hacer una demostración pública de sus
auténticos propósitos, un gesto inequívoco que sirviera de compromiso. Lo que se buscaba en
definitiva era un golpe de efecto ante la opinión pública y los poderes reales del país. Y este
golpe de efecto se concretó en la propuesta que hizo Felipe González el 8 de mayo de 1978 de
proponer en el futuro congreso la renuncia al marxismo. A medida que se fue acercando la fecha
de celebración del cónclave se intensificó un debate que tuvo “más alcance” que
“profundidad”.307
II.2.8. La crisis ideológica: el XXVIII Congreso y el Congreso Extraordinario.
El XXVIII Congreso del PSOE se celebró los días 17,18 19 y 20 de mayo de 1979. Ya el
arranque del conclave resultó agitado y desfavorable para la dirección encabezada por González,
si se tiene en cuenta que su propuesta de presidencia del congreso fue mayoritariamente
rechazada y si se atiende también a las duras críticas que recibió su informe de gestión. Pero fue
precisamente en el debate sobre la definición ideológica del partido donde la dirección recibió un
auténtico varapalo.
La propuesta concreta de Felipe González consistía en eliminar el término “marxista” de
la definición del partido y plasmar la nueva orientación ideológica con la acuñación de la
expresión “bloque de clases” en la resolución política. Con semejante expresión se pretendía
decir que el destinatario de la política socialista no era sólo la clase obrera, sino un conjunto
amplio, plural e interclasista que comprendía a la inmensa mayoría de la ciudadanía, y que esa
política renunciaba, por tanto, a explotar los antagonismos que se producían en su seno308
.
En vísperas del congreso Alfonso Guerra y Luis Gómez Llorente acordaron una ponencia
política en la que no figuraba en la definición del partido la noción del marxismo, pero en la que
había una rotunda afirmación al “Programa Máximo” que en su día revisó el propio Engels. No
307
La expresión la hemos tomado de la tesis doctoral de Paloma Román Marugán, El Partido Socialista Obrero
Español en la Transición española: organización e ideología (1975-1982), Madrid, Tesis Universidad Complutense,
1987, p. 659. 308
“Declaración de Principios de la Resolución Política del XXVII Congreso”, 1976, doc. cit.
188
obstante, en la comisión encargada de debatir la propuesta, Francisco Bustelo defendió la
definición aprobada en el XXVII Congreso de 1976, obteniendo el respaldo de la mayoría de los
asistentes. El debate se trasladó al plenario del congreso, la instancia encargada de tomar la
decisión definitiva. La propuesta oficialista fue defendida con poca pasión por Joaquín Almunia.
Frente a él Bustelo tuvo una encendida intervención que giró en torno a la idea de que la
desestimación del marxismo representaba la derechización definitiva del partido y que arrancó
los aplausos entusiastas de buena parte de los delegados:
No se trata de entrar en cuestiones muy profundas. Se trata de no echar agua al vino viejo. Hoy se cede en
esto, mañana en aquello y a la vuelta de unos años nos encontramos con que aquello ya no es vino309
.
Sometida a votación en la sesión plenaria del congreso, la propuesta oficialista cosechó el
31,11% de los sufragios, mientras que la propuesta defendida por Bustelo logró un respaldo del
61,07%. Tan sólo se abstuvo el 6,07%310
. El resultado supuso un sorprendente jarro de agua fría
para la dirección, cuya autoridad quedó por los suelos al recibir semejante reprobación ideológica
por parte de las bases. El ambiente se volvió entonces extraordinariamente tenso, con acusaciones
de irresponsabilidad de los oficialistas a los críticos e imputaciones de claudicación de estos a
aquellos. En este clima de confusión y agresividad tuvo lugar la célebre intervención de Felipe
González en la que anunció que no se presentaría a reelección por su desacuerdo con las tesis
aprobadas. El discurso de Felipe González tuvo un tono marcadamente emotivo y solemne y fue
reproducido por todos los medios de comunicación de masas. En él Felipe González subrayó que
las razones que le llevaban a retirarse eran de índole moral, arremetió sutil e incisivamente contra
los críticos y explotó un cierto victimismo que surtió efecto entre los asistentes. La dimensión
ética de su decisión, con invectivas indirectas a los críticos, la subrayó de la siguiente manera:
[...] a mí en este partido me introdujeron razones fundamentalmente éticas. Y, por supuesto, un
conocimiento del marxismo que creo, modestamente, superior a algunas que [sic] las exposiciones poco
rigurosas y poco marxistas que yo, en silencio, con respeto, y sin querer intervenir, he venido oyendo a lo
largo de los debates [...] No se puede tomar a Marx como un todo absoluto. No se puede. Hay que hacerlo
críticamente. Hay que ser socialistas antes que marxistas. [...] Quiero deciros que con tener mucho peso las
razones políticas que me podrían obligar a seguir ligado al puesto, a lo que algunos compañeros creen es el
leit motiv de la política: el sillón de secretario general, aunque hay muchas razones políticas que se separan
en este momento en mi conciencia de las razones morales, y si hago política perdiendo fuerza moral y
309
El Socialista. Especial 28 Congreso (Madrid), 27 de mayo de 1979. 310
El Socialista (Madrid), Especial 28 Congreso, 27 de mayo de 1979, p. 13.
189
razones morales, prefiero apagar, apagar, porque yo no estoy en la política por la política. Estoy porque hay
un discurso ético, que no suena demasiado revolucionario, que no suena demasiado demagógico, pero que
es el que mueve a Felipe González en la política311
.
A medida que fue avanzando su discurso cobró un tono más pasional y personal:
Me tenéis total y absolutamente a vuestra disposición [...] La última conversación que he tenido con Ramón
Rubial fue ayer y me decía, sigue, sigue, sigue. Y me decía algo más. En la batalla por construir el
socialismo, los socialistas reciben heridas que cuando cicatrizan les hacen fuertes. Yo he recibido en este
congreso una herida profunda que ya ha cicatrizado, y aquí estoy dispuesto a seguir en este partido312
.
El discurso de González generó una auténtica conmoción entre las bases asistentes,
despertando un sentimiento de culpabilidad convulso entre quienes no habían secundado sus
propuestas. En el auditorio resonaron al unísono los gritos mayoritarios de quienes pedían al líder
carismático su regreso, poniéndose entonces de manifiesto el carácter esquizoide que desde el
tardofranquismo venía asolando a la organización socialista; la paradoja consistente en apostar
por una dirección cuya línea política efectiva estaba en franca contradicción con los presupuestos
ideológicos que deseaban mantener313
.
Aunque a primera vista pareciera que la dirección había salido derrotada del XXVIII
Congreso, lo cierto es que todo lo que allí sucedió le resultó en último término tremendamente
beneficioso. La dirección saliente había provocado un “shock emocional” en los militantes, les
había situado ante la disyuntiva antes esquiva de tener que optar por el acceso inmediato al
gobierno o el incierto socialismo futuro, les había llevado a la conclusión de que el quipo
dirigente era insustituible y les había empujado a desempeñar un papel bastante humillante
cuando intentaron expiar sus excesos ideológicos reclamando apasionadamente la vuelta del líder
ofendido. Además, como veremos en el capítulo V, Felipe González salió tremendamente
reforzado de cara al exterior, en virtud de la imagen excelsa que de él proyectaron los medios de
comunicación a la opinión pública, y eso reforzó aún más su autoridad interna. En definitiva, este
agitado desenlace del XXVIII Congreso condicionaría posteriormente la resolución de la crisis en
un sentido favorable para la dirección ahora derrotada y para sus propuestas.
311
El Socialista (Madrid), Especial 28 Congreso, 27 de mayo de 1979, p. 15. 312
El Socialista (Madrid), Especial 28 Congreso, 27 de mayo de 1979, p16. 313
Antonio García Santesmases, Repensar la izquierda. Evolución ideológica del socialismo en la España actual,
Madrid, UNED-Anthropos, 1993. pp. 65-67.
190
Más allá de estos beneficios de carácter simbólico, pero efectivos, el grupo encabezado
por González cosechó en el congreso réditos más tangibles y operativos, pues de espaldas al
acalorado y confuso debate ideológico se aprobaron de manera muy discreta medidas relativas al
funcionamiento interno de la organización que prefiguraban el éxito de los oficialistas en el
inminente congreso extraordinario y que garantizaban el control omnímodo de la futura
dirección sobre las bases. En primer lugar, se prohibió estatutariamente la formación de
corrientes de opinión y de tendencias organizadas. En segundo lugar, se modificaban los criterios
de elección de delegados para los futuros congresos, que ya no serían elegidos en sus
agrupaciones locales sino en las más controlables instancias provinciales o regionales. En tercer
lugar, se obligaba a esas delegaciones provinciales o regionales a emitir un voto único de
conjunto que tendría un valor correspondiente al de su peso numérico, lo cual invalidaba a las
minorías de cada una de ellas y sobredimensionaba el peso de las más numerosas, léase la
andaluza encabezada por Alfonso Guerra. Y en cuarto lugar, se anulaban los criterios de
proporcionalidad a la hora de conformar la dirección atendiendo a los respaldos que
respectivamente tuvieran en los congresos las diferentes listas aspirantes, lo cual significaba que
la lista mayoritaria copaba todos los puestos y la minoritaria se quedaba sin nada314
. Además la
composición de la Comisión Gestora elegida para en teoría arbitrar neutralmente el conflicto era
a todas luces favorable a los oficialistas.
Después de XXVIII Congreso y durante tres meses los oficialista movilizaron el
importante aparato del partido para arrinconar a los críticos y recuperar, con más autonomía
todavía, las riendas de la organización. A las labores de seducción propagandística de la
militancia se sumaron en algunos casos la aplicación de medidas disciplinarias sobre los
disidentes. El respaldo que además obtuvieron de los medios de comunicación redundó en
beneficio de sus posiciones internas de poder y autoridad. Además, los nuevos cauces de elección
de delegados para el congreso permitieron a los oficialistas lograr una asistencia cuya
composición sociológica, cultural e ideológica perjudicaba a los críticos. El estudio que el equipo
de José Félix Tezanos hizo sobre el perfil sociológico de los asistentes al XXVIII Congreso y al
Congreso Extraordinario lo vendría poner poco después de manifiesto. En el Congreso
Extraordinario abundaron con respecto al XXVIII Congreso los funcionarios del partido, los
314
“Estatutos y normas Congreso extraordinario”, 1979, Publicaciones de los órganos centrales de dirección,
Monografías, AFPI.
191
cargos públicos y aquellos sectores de reciente incorporación poco o nada vinculados a la lucha
antifranquista315
.
Por su parte, los críticos, conscientes de que la batalla estaba perdida de antemano no la
libraron con demasiada fiereza, y quizá eso contribuyó a que su derrota fuera más dura. Tras este
proceso, con la militancia más combativa despertada violentamente del ensueño revolucionario y
necesitada del prestigio mediático de Felipe González, con unas normas de funcionamiento
elaboradas a conveniencia de los oficialistas, con todo el potente aparato de partido en su contra y
con la hostilidad manifiesta de los medios de comunicación, los críticos obtuvieron una derrota
demoledora en el Congreso Extraordinario celebrado el 28 y 29 de Septiembre de 1979. Todos
ellos fueron excluidos de los órganos de dirección. No obstante, las resoluciones aprobadas se
encontraban aparentemente más cerca de las tesis defendidas por éstos que de los cambios que en
un principio quiso imprimir Felipe González. De la definición explícita del partido desaparecía el
calificativo de marxista:
El PSOE reafirma su carácter de clase, de masas, democrático y federal316
Aunque acto seguido se concedía importancia al marxismo del mismo modo que se
reconocía la importancia de otras aportaciones no marxistas:
El PSOE asume el marxismo como un instrumento teórico, crítico y no dogmático, para el análisis y la
transformación de la realidad social, recogiendo las distintas aportaciones, marxistas y no marxistas, que
han contribuido a hacer del socialismo la gran alternativa emancipadora de nuestro tiempo y respetando
plenamente las creencias personales317
.
En definitiva, a nivel doctrinario la cuestión quedó del siguiente modo: se asumieron
algunas de las nociones marxistas que reivindicaban los críticos para restarles argumentos en su
discurso de oposición, pero se sofocaron estas nociones con otras ajenas, cuando no abiertamente
contrarias, al marxismo. Pero en última instancia la perspectiva ideológica de los críticos salió
315
José Félix Tezanos, Sociología del socialismo español, Madrid, Tecnos 1983, Cap. “Radiografía de tres congresos
(1979-1981)”, pp. 135-147. 316
“Resolución política del Congreso Extraordinario”, 1979, Publicaciones de los órganos centrales de dirección,
Monografías, AFPI. 317
Ibidem.
192
derrotada: la cuestión del marxismo se filtró, aunque degradada, a la resolución política, pero no
se permitió que entrara en la dirección nadie dispuesto a observarla.
193
III. LOS INTELECTUALES Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO.
La figura del intelectual ha merecido numerosas definiciones, que van de las más amplias
a las más restrictivas según en qué tipo de peculiaridad se pone el acento. La función de
intelectual se ha asociado con la producción de ensayos críticos, con el desempeño de la docencia
universitaria, con la posesión de un título superior o con el mero ejercicio del intelecto. La
concepción restrictiva más clásica es aquélla que identifica al intelectual con aquellos pensadores
generalistas que elaboran teorías y se pronuncian frecuentemente sobre lo público desde su
pericia intelectual318
. Entre las concepciones más amplias figura aquella que considera como
intelectual a toda persona cuyo trabajo entraña el uso de conocimientos intensos, ordenados y
sistemáticos. De hecho esta última fue la definición con que operaron algunas de las más
importantes organizaciones de la izquierda durante la transición319. Manuel Sacristán – un
intelectual experto en la reflexión de su propia condición porque fue responsable de la
organización de profesionales e intelectuales del PSUC – participó de esta concepción amplia del
intelectual, pero planteó al mismo tiempo la necesidad de discernir entre “intelectuales puros” y
“profesionales liberales” a la hora de canalizar su compromiso dentro del partido. Planteó la
necesidad de discernir entre aquellos intelectuales dedicados de manera sistemática a la
producción teórica e ideológica y aquellos trabajadores que sólo tenían una cualificación
intelectualmente refinada320
.
318
Un síntesis de definiciones relativas a los intelectuales la tenemos en Víctor Alba, Historia social de los
intelectuales, Barcelona, Plaza y Janés, 1976, pp. 18-24. 319
Un intelectual del PCE que reflexionó concienzudamente sobre la condición de intelectual y su compromiso
político en estos términos fue Daniel Lacalle. Sirva de ejemplo su trabajo Daniel Lacalle, “La participación en la
lucha por el socialismo de los trabajadores intelectuales”, en Los intelectuales y la sociedad actual, Madrid,
Fundación de Investigaciones Marxistas 1981. p. 10. Cuadernillo que recoge las aportaciones de las Jornadas de
debate celebradas en el Club Larra de Granada, lo días 16, 17 y 18 de mayo y de la Semana organizada por la
Fundación de Investigaciones Marxista en Madrid en el mes junio de 1980. Consultado en el Archivo de la
Fundación de Investigaciones Marxistas. Caja 62. 320
Esta distinción la hemos tomado de un documento de 1963 de Manuel sacristán publicado en Manuel Sacristán,
“Sobre los problemas de las organizaciones de intelectuales, especialmente la de Barcelona”, en Mientras Tanto
(Barcelona), nº 63, 1995, p. 71.
194
En este capítulo nos vamos a ocupar de los intelectuales que militaron en los partidos de
la izquierda española durante la transición, pero prestando especial atención a aquellos
intelectuales que reflexionaron de manera sistemática sobre la política, que participaron como
tales en los debates teóricos e ideológicos de su formación.
Para ello el capítulo se estructura en dos grandes bloques con sus correspondientes
apartados. En el primer bloque analizamos en la diacronía la implicación de los intelectuales en
los partidos de la izquierda durante el tardofranquismo y la transición, y nos centramos
particularmente en el caso del PCE para analizar cuál fue su forma de inserción orgánica en el
partido, la función que les fue encomendada y el cometido real que desempeñaron. En el segundo
bloque analizamos la contribución de algunos de ellos a los debates ideológicos de sus
respectivas organizaciones: analizamos la contribución de los intelectuales del PSOE al debate
sobre el marxismo y la contribución de los intelectuales del PCE al debate sobre el leninismo.
Estos dos casos particulares resultan un laboratorio óptimo para analizar la problemática relación
de los partidos de la izquierda con su doctrina en la expresión más sofisticada que alcanzó dicha
relación; pues en ellos se puso de manifiesto la tensión de esos dos polos entre los que siempre
basculó su reflexión militante, la crítica y el compromiso, el rigor en el análisis y el interés de la
propaganda. De igual modo estos dos casos particulares son muy significativos para analizar la
contribución de los intelectuales de la izquierda al proceso de cambio ideológico que
experimentaron el PCE y el PSOE durante la transición, porque en ellos se explicitaron como en
muy pocas ocasiones idearios y tendencias de pensamiento
III.1. La tradición intelectual de la izquierda española.
La izquierda española no ha tenido una tradición solvente de integración de la labor de los
intelectuales entre sus filas, ni tampoco ha conocido en su pasado grandes contribuciones teóricas
y doctrinarias. Por el contrario, no fue hasta avanzado el franquismo cuando los partidos políticos
de la izquierda española empezaron a intelectualizarse desde el punto de vista de la composición
de sus direcciones, y sobre todo desde el punto de vista de la composición de sus bases, del
impulso a los debates ideológicos internos, de la promoción de la investigación teórica y de la
creación de una infraestructura de pensamiento con la edición de revistas y la constitución de
comités asesores, grupos de estudios y fundaciones culturales. Existe un amplio consenso en la
195
historiografía - del que participan además la mayoría de los intelectuales de los partidos de la
izquierda que han reflexionado sobre el tema - a la hora de constatar una doble realidad: que
fueron pocos los intelectuales que en el pasado militaron en el Movimiento Obrero español y que
no fueron precisamente abundantes aquellos a los que se debe alguna aportación importante321
. El
consenso en definitiva está generalizado a la hora de constatar el notable desequilibrio que
tradicionalmente sufrió el Movimiento Obrero español entre práctica política y reflexión teórica.
Una afirmación que vale tanto para el caso del PSOE como para el caso del PCE.
En cuanto a este último Nicolás Sartorius reconocía en una mesa organizada en Granada
en la primavera de 1981 para reflexionar precisamente sobre el papel de los intelectuales en el
PCE que dentro del movimiento comunista podían abstraerse tres modelos en lo que a la relación
entre desarrollo práctico y elaboración teórica se refiere: el desequilibrio en beneficio del
segundo, caso por ejemplo de Gran Bretaña, el de la descompensación en beneficio del primero,
caso del PCE en la Guerra Civil y gran parte del antifranquismo, y el del equilibrio representado
de manera preeminente por el PCI, pues fueron principalmente los italianos, muy por delante de
cualquier otro partido comunista incluido el francés, quienes mejor conjugaron una notable
capacidad de intervención política con un elevado y original nivel de elaboración teórica322
.
En cuanto a los socialistas, en una mesa organizada años después para reflexionar sobre el
mismo tema, referido esta vez al caso del socialismo español, Santos Juliá afirmaba que la
participación de intelectuales en el PSOE, además de limitada y discreta desde el punto de vista
de su aportación, nunca fue cómoda ni para el partido ni para ellos mismos. Los escasos
intelectuales socialistas nunca tuvieron un papel relevante como colectivo dentro del partido, ni
impregnaron con sus aportaciones teóricas las discusiones doctrinales de los congresos, como sí
lo hicieron los intelectuales de otros partidos de la Segunda Internacional a principios de siglo o
321
Está realidad aparece insistentemente reconocida en la bibliografía sobre el tema. A modo de muestra véanse por
ejemplo Marta Bizcarrondo, “La Segunda República: ideologías socialistas”, en Santos Juliá (Coord.), El socialismo
en España, Desde la fundación del PSOE hasta 1975, Madrid, Pablo Iglesias, 1986, p. 257-258. La unanimidad en
torno a este juicio se puso de manifiesto por ejemplo en un debate entre los intelectuales más destacados vinculados
al PSOE a propósito del papel histórico de los intelectuales en el socialismo. La mesa tuvo lugar a finales de los
ochenta en un encuentro homenaje a Julián Besteiro. Véanse a este respecto las intervenciones José Felix Tezanos,
Juan Marichal, Virgilio Zapatero y Santos Juliá en la mesa “Los intelectuales en la historia del socialismo español”,
en Los intelectuales y la política. Homenaje a Julián Besteiro, Madrid, Fundación Jaime Vera, 1990, pp. 11, 14, 15-
33. 322
Nicolás Sartorius, “Crisis de los intelectuales”, en Los intelectuales y la sociedad actual, op. cit. pp. 28 y
29.Cuadernillo.
196
en el período de entreguerras323
. Tal fue el caso, por ejemplo, del Partido Socialdemócrata de
Alemania (SPD), donde hombres como Friederich Engels, Wilhelm Liebknecht, Karl Kautsky o
Eduard Bernstein procuraron un acervo intelectual al partido que conformó su fisonomía, marcó
su orientación política inmediata y posterior y le constituyó en referente para toda Europa. En
sentido inverso, este vacío se dejó sentir en el perfil y la trayectoria del PSOE, suponiendo un
serio lastre hasta bien avanzado el franquismo.
A diferencia de lo sucedido en otros lugares de Europa, en España los intelectuales de
extracción social media se fueron a principios del siglo XX al republicanismo y al reformismo, y
de ahí algunos, aunque más bien pocos, dieron el salto al socialismo. Dos momentos
representaron una excepción en lo que al ingreso de intelectuales socialistas se refieren en un
sentido favorable a éste: 1909, con la formación de la primea conjunción republicano socialista, y
1929-1931, con la crisis de la dictadura de Primo de Rivera y la irrupción de la II República. Dos
momentos de atracción de intelectuales al partido que Juliá ha asociado al alivio del discurso
obrerista habitual en el PSOE y a la elaboración de un discurso con sentido de Estado y orientado
a su reforma democrática324
. El siguiente momento será en las postrimerías del franquismo de la
mano de un discurso que apostará por la reforma democrática del Estado, pero que incluirá
también, al menos retóricamente, una perspectiva de transformación social profunda. Los
intelectuales de estas fechas habían dado ya un salto con respecto al regeneracionismo clásico y
el liberalismo progresista que constituyó su perfil doctrinario hasta entonces, para imbuirse, sólo
por un tiempo, de las doctrinas radicales de finales de los sesenta y principios de los setenta.
Pero volviendo al pasado lejano de los socialistas lo cierto es que la forma y la motivación
fundamental de acceso de los intelectuales al partido es importante para comprender el perfil
ideológico que el PSOE mantendrá durante décadas. Y es que la mayoría de intelectuales que se
sumaron entonces al PSOE fueron personas que no se formaron dentro de las filas del partido, ni
al calor de su actividad, ni reflexionando sobre ella, como sí fue el caso de la mayoría de los
teóricos socialistas europeos de la época. Por el contrario los intelectuales que ingresaron
entonces en el PSOE, lejos de proceder de tradiciones teóricas específicamente marxistas o
socialistas, vinieron del humanismo en su sentido más genérico, de la masonería y sobre todo del
323
Santos Juliá, “Los intelectuales en la historia del socialismo español: aportaciones teóricas y políticas” en Los
intelectuales y la política....op.cit. p. 28. 324
Santos Juliá, “ Los intelectuales en la historia del socialismo español: aportaciones teóricas y políticas”, op.cit. 28
y 29.
197
Krausismo, del Regeneracionismo y de la Institución Libre de Enseñanza325
. Estos intelectuales
socialistas no se formaron en las obras canónicas de Marx y Engels, apenas frecuentaron a sus
herederos intelectuales y, en lugar de aplicar estos esquemas interpretativos a las dinámicas
sociales que le tocó vivir y de tipificar estrategias para su superación, esbozaron un discurso que
proclamaba la necesaria universalización de la cultura como forma de regeneración de la vida
pública y de las costumbres. Como ha planteado Santos Juliá:
Los intelectuales socialistas de entonces no se caracterizaron por teorizar a partir de los problemas que la
práctica plantea al desarrollo del partido, a la organización obrera o a la reforma del Estado ni por discutir
sobre cuestiones de estrategia o práctica política ni, en fin, por aportar soluciones concretas a las más
acuciantes cuestiones sociales[...]Lo que traen ya que no la teoría de una práctica que ellos nunca han
realizado, será una ética y una moral, acompañada de una fuerte carga voluntarista326
.
Sobre esta contribución tan singular se superpuso otra de las fuentes ideológicas
fundamentales que informaron la práctica socialista, el guedismo, una sui generis interpretación
esquemática de las ideas de Marx a cargo de un pensador de tercera fila327
. De este modo
regeneracionismo y guedismo fueron dos referentes de una práctica por lo demás marcada
fundamentalmente a golpe de experiencia sindical primero y al calor más tarde también de las
primeras alianzas gubernamentales con el republicanismo progresista burgués, una práctica que
siempre fue por delante de la reflexión teórica y bastante ajena a ésta328
. De hecho, como ha
estudiado Marta Bizcarrondo, ni siquiera en los años de bolchevización de una parte importante
del PSOE - durante la Segunda República y la Guerra Civil - se produjo una asimilación profunda
del marxismo entre sus intelectuales más radicalizados329
. En este sentido Bizcarrondo ha puesto
precisamente en relación los dos ejes sobre los que venimos insistiendo: “la inexistencia de un
tradición teórica” y “la carencia de un pensamiento marxista” en el PSOE330
. En definitiva, fue
avanzado el franquismo cuando el marxismo empezó a penetrar en sus formas sesentaiochistas de
325
Sobre esta relación entre Kraussismo, regeneracionismo e Institución libre de Enseñanza por una parte y los
intelectuales del PSOE por otra véase Elías Díaz, “Los intelectuales y la política en España”, en Rafael del Águila
(coord..), Los intelectuales y la política, Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 2003, pp. 61-86. 326
Ibidem. 327
Sobre este asunto véase Rafael Priesca Balbín “La recepción del marxismo en España 1880-1894”, El Basilisco
(Oviedo), núm. 12, 1981. pp. 38-51. 328
Sobre la recepción del marxismo en el primer socialismo español y sus tendencias ideológicas véase el trabajo
más actual de uno de los mayores especialistas sobre el socialismo español en el XIX y principios del XX, en
concreto Santiago Castillo, “Marxismo y socialismo en el siglo XIX español”, en Manuel Ortiz, Manuel Ruiz e
Isidoro Sánchez (coords.), op. cit., pp. 81-126 329
Marta Bizcarrondo, “La Segunda República: ideologías socialistas”, op. cit., pp. 262-268 330
Marta Bizcarrondo, “La Segunda República: ideologías socialistas”, op. cit., pp. 261 y 262.
198
la mano de las nuevas generaciones de activistas del interior que se habían formado
fundamentalmente en las universidades y que se habían contagiado de las culturas políticas
hegemónicas entre las vanguardias antifranquistas. El propio Elías Díaz, un destacado intelectual
socialista que experimentó este proceso de marxistización, ha descrito la lenta y zizaguenta
penetración de concepciones teóricas marxistas estructuradas en el pensamiento socialista desde
finales de los cincuenta hasta avanzada la década siguiente331
.
Así visto, en el PSOE no existió una tradición marxista consolidada, de manera que la
renuncia expresa al marxismo en 1979 no debe interpretarse como el sacrificio de la tradición
doctrinaria del partido, sino como el sacrificio del referente teórico ideológico de la lucha
antifranquista. En la tradición del PSOE, a diferencia de lo que sucedió en otros partidos
socialdemócratas a finales del XIX y sobre todo en la primera mitad del XX, los intelectuales no
fueron intelectuales marxistas. Fue en todo caso en el antifranquismo de los sesenta y setenta
cuando los intelectuales socialistas se marxistizaron en cierta forma y fue en la transición, como
se pretende analizar en este trabajo, cuando esos mismos intelectuales se desmarxistizaron. Es
más, como se verá en el último capítulo, a finales de la transición se produjo entre los
intelectuales socialistas una recuperación de su pasado intelectual no marxista, una verdadera
reivindicación del pretérito a tenor de los intereses presentes. El discurso regeneracionista de
principios de siglo encontró entonces continuidad con el discurso de la modernización de las
elecciones del 82.
Caso diferente es el del comunismo español, también atravesado en su más breve pasado
histórico por una precariedad intelectual considerable, que se explica en gran medida atendiendo
a tres razones fundamentales. En primer lugar, porque en tanto que movimiento político surgido
sobre todo de las entrañas del socialismo a principio de la década de los veinte el PCE heredó las
limitaciones intelectuales del PSOE en particular y del movimiento obrero español en general. En
segundo lugar, porque desde su fundación y hasta avanzada la II República el PCE fue una
organización muy debilitada, marcadamente obrerista, cerrada sobre sí misma y poco dada
331
Caso paradigmático de la evolución de intelectuales socialistas hacia el marxismo fue el del propio maestro de
Elías Díaz, Enrique Tierno Galván, que como ha analizado el propio Elías Díaz arrancó a de una suerte de
“tacitismo”, constatable hasta mediados de los cincuenta, para abrazar más tarde, hasta principios de los sesenta, el
neopositivismo funcionalista y desembocar finalmente en un marxismo, no obstante muy sui generis, avanzada la
década de los sesenta y en los setenta. Véase al respecto Elías Díaz, “Pensamiento socialista durante el franquismo”,
en Santos Juliá (coord.), El socialismo en España...op. cit., pp. 367-399.
199
consecuentemente al estudio332
. Cuando se refundó en 1932 de la mano de la nueva dirección
encabezada por el grupo de José Díaz, Dolores Ibárruri, Vicente Uribe o Antonio Mije estalló
enseguida la Guerra Civil, y las urgencias bélicas impidieron que el PCE pudiera reflexionar
acerca de cuestiones tales como la integración de los intelectuales en el partido o procurar
esfuerzos orientados a la promoción de la investigación teórica o a la construcción de una
infraestructura de pensamiento. En tercer lugar, cuando concluyó la guerra el partido tuvo que
hacer frente a la durísima resistencia armada contra el régimen, en el tétrico contexto además de
los años de plomo del estalinismo, en los que la elaboración teórica de los partidos comunistas,
sobre todo de aquellos que como el PCE más estrechamente dependían del auxilio soviético, se
reducía a la glosa o reproducción de los manuales catequéticos de la Academia de Ciencias de la
URSS.
No obstante, durante estos años el PCE se empezó a beneficiar también, aunque
tímidamente, de un fenómeno que en Europa había cobrado mayores dimensiones, el de la
atracción de los intelectuales al marxismo por tres razones: porque su halo científico le erigió a
ojos de muchos intelectuales como la teoría definitiva e infalible de los comportamientos
sociales, porque desde el punto de vista ético representaba el compromiso más efectivo con los de
abajo y porque desde el punto de vista estético entrañaba el más moderno atractivo de la
subversión a los valores establecidos333
. Esta atracción de los intelectuales respondió también a
una planificada campaña diseñada desde los despachos de la Komintern en la época de los
Frentes Populares que tuvo su aplicación correspondiente en todas las secciones de la
Internacional. No en vano, avanzada la II República y durante la Guerra Civil el PCE abrió una
línea de seducción de los intelectuales, pero este contexto tan adverso impidió que el fenómeno
pudiera cuajar334
.
332
Sobre los orígenes del PCE véase Rafael Cruz, “Del Partido recién llegado al Partido de todos. El PCE, 1920-
1939”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García (coords.), Historia del PCE... Vol. I, op. cit., pp. 143-
158. 333
Manuel Vázquez Montalbán, “Intelectuales y compromiso político”, en Los intelectuales y la sociedad actual, op.
cit. pp. 22 y 23. Cuadernillo. 334
Sobre las relaciones entre el PCE y el mundo de la cultura en este periodo véase: Jorge Uría, “Asturias 1920-
1937. El Espacio cultural comunista y la cultura de la izquierda: historia de un diálogo entre dos décadas”, en
Francisco Erice (coord.), op. cit. y Rafael Cruz, “Como cristo sobre las aguas. La cultura política bolchevique en
España”, en Antonio Morales Moya (coord.), Las claves de la España del siglo XX. Ideologías y movimientos
políticos, Madrid, Sociedad Nuevo Milenio, 2001.
200
III.2. Tardofranquismo y primera transición: el auge del compromiso intelectual.
Como se ha visto los partidos de la izquierda española no conocieron en su pasado una
participación numerosa y significativa de intelectuales, si se compara con el peso numérico y la
influencia real que tuvieron en otras organizaciones europeas homólogas. Los intelectuales de la
izquierda española en el pasado no fueron muchos ni influyentes y este déficit marcó su perfil
durante décadas. La verdadera inversión de esta tendencia, corregida en cierta forma en los
últimos años de la II República y la Guerra Civil, tuvo lugar en la década de los sesenta y setenta,
cristalizando de manera nítida en los primeros años de la transición. Fue entonces cuando las filas
de los partidos de la izquierda española se hicieron más permeables a los intelectuales, cuando se
reimpulsó en cierta forma la reflexión teórica y cuando se levantó una infraestructura de
pensamiento más o menos considerable.
La incorporación significativa de intelectuales a la izquierda vino realmente del
antifranquismo y estuvo protagonizada por las nuevas generaciones que accedieron a la
universidad y en ella entraron en confrontación con la dictadura. No obstante, hablar de la
incorporación de los intelectuales a la izquierda en el franquismo es hablar, no sólo pero sí
principalmente, de la incorporación de los intelectuales al PCE, toda vez que como ya se ha visto
el partido comunista logró hegemonizar la oposición a la dictadura, mientras que el PSOE se
autoexcluyó del pujante movimiento real de confrontación con el régimen en el que se produjo
ese compromiso intelectual. Como ha señalado Pedro Vega y Peru Erroteta “El PCE podía
vanagloriarse de ser el partido más influyente de la intelectualidad democrática”335
.
Razones de distinto tipo y envergadura explican esta afluencia de intelectuales a las filas
del PCE. Conviene tener en cuenta que en las décadas de los sesenta y setenta se produjeron
cambios en la estructura socioconómica capitalista por impacto de lo que se dio en llamar la
revolución científico técnica, en virtud de la cual los trabajadores intelectuales se masificaron y
proletarizaron, entrando en contradicción con las relaciones sociales de producción vigentes. Esto
les empujaba en cierta forma a la lucha por la mejora de sus condiciones laborales y
consecuentemente a la toma de conciencia sociopolítica, aunque quizá no hasta tal punto como la
izquierda supuso. Efectivamente, los partidos de la izquierda, con el PCE a la cabeza, empezaron
335
Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, Barcelona, Planeta, 1982, p. 123.
201
a reflexionar sobre estas transformaciones a finales de los sesenta y coligieron que entrañaban
una mayor proclividad de los intelectuales al compromiso político progresista ya no, o ya no sólo,
por sensibilidad ético-política adquirida, sino especialmente por interés material devenido. De
manera consecuente con estas expectativas algunas organizaciones de la izquierda desarrollaron
una nueva propuesta de política de alianzas que incluyera a estos nuevos sectores tendentes en su
opinión al socialismo, una nueva propuesta que en el caso del PCE se situó bajo el epígrafe de la
Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura (AFTC)336
.
336
A finales de los sesenta y principios de los setenta se reformuló en la izquierda la problemática de los
intelectuales, del trabajo teórico y de la lucha ideológica atendiendo a los análisis del impacto de la revolución
científico técnica. Una obra de referencia en el estudio de estas transformaciones fue la de Radovan Richta, La
civilización en la encrucijada, Madrid, Ayuso, 1974. Los análisis del PCE, muy influidos por esta obra, venían a
plantear que la ciencia y su aplicación técnica se había constituido en una fuerza productiva directa, determinante y
en expansión que había vuelto mucho más complejas las formas de producir, lo cual reclamaba a su vez la
disposición masiva de una fuerza de trabajo intelectualmente cualificada. El intelectual descendía así de la
superestructura cultural e ideológica a la estructura económica, quebrando con ello la distinción tradicional en el
marxismo vulgar entre trabajo productivo manual y el trabajo no productivo intelectual. El intelectual abandonó en
gran medida la forma liberal de ejercer su profesión, se masificó, se proletarizó y se insertó como una pieza más en la
cadena productiva. El médico, el profesor y el abogado fueron abandonando la categoría de autónomo para integrarse
como fuerza de trabajo indiscriminada en el macrohospital, la escuela pública y el bufete de la empresa.
A pesar de tener un nivel de vida superior al del trabajador manual, de proceder generalmente de la burguesía y de
que su conciencia política originaria dependiera en gran medida de esto, el intelectual se estaba proletarizando y la
izquierda pensaba que eso tendría como correlato político el surgimiento inmediato de una conciencia socialista. La
vía de acceso de los intelectuales a las organizaciones de la clase obrera se produciría ahora de manera muy distinta a
como venía sucediendo. El ingreso ya no sería resultado de la ruptura individual del intelectual con su clase burguesa
de origen después de tomar conciencia por su formación del sentido que guiaba la dinámica social o después de
posicionarse éticamente con los de abajo. Ahora el ingreso en las organizaciones revolucionarias por propio interés
ya que en tanto que trabajador proletarizado chocaba con el capitalismo y necesitaba de su superación para su propio
desarrollo personal.
Estas transformaciones que fueron comunes a toda Europa resultaron más llamativas para el caso de España, lo cual
explica el lugar destacado que ocuparon en los análisis del PCE. Si en Europa fueron notorios los cambios que trajo
consigo el nuevo modelo económico de la posteguerra, en España fueron más impactantes desde principios de los
sesenta, por cuanto que el “desarrollismo” provocó el paso acelerado de una sociedad en gran medida agraria y
ruralizada a otra industrializada, con los cambios consiguientes en la composición de clases.
La demanda de una masa de trabajadores cualificados con los que atender un sistema productivo cada vez más
complejo por la irrupción de la ciencia como fuerza productiva determinante está en la base de la masificación de las
instrucción pública. En el contexto ya mentado del desarrollismo se produjo la generalización de la enseñanza
universitaria y con ella el incremento de la población de estudiantes, aprendices de intelectuales que se proletarizarán
cuando accedan al mercado laboral. El PCE tomó nota de ello e hizo una interpretación esperanzadora de estos
cambios que afectaban a la composición de clase. Esta línea interpretativa y de Razonamiento puede verse en el
informe presentado al VIII Congreso por Emilio Quirós [Jaime Ballesteros], “ Nuevas características y tareas en el
frente teórico y cultural. Informe al VIII Congreso”, en VIII Congreso del Partido Comunista de España, publicación
del PCE de 1972 consultada en VIII Congreso, Congresos, Órganos de dirección, AHPCE, pp. 217-232. El núcleo
de estos análisis se mantendrá durante la transición. Ejemplo de la reafirmación de estas tesis lo tenemos en los
documentos aprobados en la Asamblea General de intelectuales del PCE en Madrid de 1981, véase “La situación de
los intelectuales” en “Documentos de la Primera Asamblea de Intelectuales, Profesionales y Artistas del PCE”, enero
de 1981, Carp. 1.9, Caja 126, Fondo Fuerzas de la cultura (Intelectuales-Profesionales y Artistas), AHPCE. Sobre el
impacto de las ideas de Radovan Richta y de John Desmond Bernal – autor que acuña la expresión revolución
científico-técnica- sobre el PCE véase el testimonio de un miembro de la agrupación de ingenieros del partido en la
transición Ángel Requena Fraile, “Tiempos de hegemonía. El caso de los ingenieros del PCE durante la transición”,
Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García (coords.), Historia del PCE... Vol. I, op. cit., pp. 337 y 338.
202
Vistos ahora con perspectiva, estos análisis resultaban excesivamente optimistas. En ellos
se reproducían, cierto que de manera sofisticada, los viejos esquemas mecanicistas según los
cuales de una posición sociolaboral contradictoria con las relaciones sociales de producción
capitalista se derivaba fácilmente un conciencia subjetiva pro-revolucionaria siempre y cuando en
ese lugar hubiera un partido dispuesto a estimularla. Visto con perspectiva estos análisis no
ponderaron suficientemente las nuevas formas de integración que simultáneamente desarrollaron
las sociedades del capitalismo avanzado, donde se crearon nuevas formas de dependencia ligadas
a la generalización de pautas sociales consumistas y nuevas estrategias de promoción del
consenso amplificadas a través de los medios de comunicación de masas. Tanto es así que en el
año 81 la propia asamblea general de intelectuales del PCE en Madrid relativizaba en cierta
forma el optimismo de su esquema objetivista inicial337
. No obstante, con independencia de todo
ello lo cierto es que la masificación y salarización de los intelectuales españoles al calor del
“desarrollismo” y en el nuevo marco del capitalismo internacional les distanciaban
extraordinariamente de la figura del intelectual burgués acomodado sólo dispuesto al compromiso
por razones éticas y les reubicaba en un escenario formativo y laboral que servía de caldo de
cultivo para el proselitismo de la izquierda.
Por otra parte, la presencia de la dictadura empujó a muchos intelectuales al compromiso
con la democracia, y ese compromiso pasaba no sólo, pero sí fundamentalmente, por el PCE, en
tanto que partido mejor organizado y con mayor presencia social en las acciones de oposición a la
dictadura. La ignominia de la dictadura fue un revulsivo en muchos casos para el compromiso
intelectual y la politización subsiguiente de este compromiso en una perspectiva progresista. El
régimen se quedó desarbolado intelectualmente y al exilio de las viejas y prestigiosas figuras de
la República vio sumarse la desafección expresa o tácita de bastantes intelectuales del interior. La
dictadura se evidenció de nuevo como un sistema de poder hostil a la cultura y contrario al
pensamiento338
. Muchos de los jóvenes intelectuales que cobraron conciencia de ello se
constituyeron en un frente de oposición que convergía con la estrategia comunista o se
desarrollaba dentro de esta.
337
“La crisis cultural en nuestros días y la importancia de la lucha cultural”, ambos en “Documentos de la Primera
Asamblea de Intelectuales, Profesionales y Artistas del PCE”, enero de 1981, Carp. 1.9, Caja 126, Fondo Fuerzas de
la cultura (Intelectuales-Profesionales y Artistas), AHPCE. 338
Una breve panorámica reciente sobre la hostilidad del régimen al pensamiento y a la propia figura del intelectual,
sobre la ruptura con respecto al mismo de pensadores formados a su sombra y en menor medida, aunque también,
sobre aquellos que incluso evolucionaron a planteamientos socialistas en su sentido amplio puede verse en el debate
mantenido por Jordi Gracia, Santos Juliá y Francisco Sevillano editado por Javier Muñoz Soro (ed.), “Expediente:
Intelectuales y Segundo Franquismo: un debate abierto”, Historia del Presente (Madrid), núm. 5, 2005, pp. 13-41.
203
Según Amelia Valcárcel un sector intelectual se constituye en intelligentzia cuando
domina el panorama de las aspiraciones de un momento histórico político339
, y los intelectuales
progresistas españoles constituyeron durante la segunda mitad de los sesenta y en la primera de
los setenta una intelligentzia que dio forma y expresión a las aspiraciones colectivas de
democracia. El franquismo tuvo un efecto unificador entre los intelectuales que se expresaron
reacios a lo existente y que desde distintas tradiciones abogaron por alguna forma de democracia
avanzada. El PCE se constituyó en el partido que de manera efectiva defendía estos
planteamientos compartidos y se erigió así en cierta forma en el partido de la intelligentzia.
El ingreso de los intelectuales en el partido, o su aproximación al mismo como
“compañeros de viaje”, se produjo sobre todo al calor de las luchas sociales concretas que se
desarrollaron a lo largo de los años sesenta y setenta. Estudiantes y profesionales se erigieron en
un foco permanente de confrontación con la dictadura que sirvió de caldo de cultivo para la
cooptación militante. Las luchas universitarias y las reivindicaciones de los colegios
profesionales fueron los campos de batalla en los cuales se produjo la toma de conciencia política
de los implicados y desde ella, en muchos casos, el salto al compromiso militante. Se puso
entonces de manifiesto aquel viejo aserto marxista de que la conciencia se genera en el conflicto,
porque fueron los conflictos sociales los espacios óptimos para el surgimiento de una conciencia
política progresista. La Universidad fue otro espacio predilecto de lucha para los comunistas y
una cantera en la que se formaron muchos de los cuadros que más tarde contribuirían a expandir
la organización. La universidad fue para estos militantes una escuela de compromiso político y de
experimentación cultural crítica, un espacio en el que ensayaron formas de convivencia
democrática más avanzadas que las que terminaron cristalizando en el sistema político resultante
de la transición. En la universidad los comunistas promovieron movilizaciones en pro de mejoras
para los centros de estudios, siempre ligadas a reivindicaciones mayores que denunciaban la
precariedad de una enseñanza autoritaria, anquilosada, tecnócrata, clasista, al servicio de los
grandes intereses económicos y corrompida por la continuidad en ella de funcionarios más que
comprometidos en el pasado inmediato con el régimen. En la universidad los militantes
comunistas conjugaron erudición y política para practicar una cultura crítica que se expresó en
publicaciones, representaciones teatrales o recitales. Y en la universidad los comunistas alentaron
339
Amelia Valcárcel, “Los intelectuales y la política de la España actual”, en Los intelectuales y la política, op. cit, p.
66.
204
la celebración continua de asambleas basadas en la participación directa o la revocabilidad de los
cargos. Todo ello hizo de la Universidad un espacio de confrontación cotidiana con la dictadura
que quebraba a diario el orden público, se sustraía al control de las autoridades e invitaba a los
alumnos a comprometerse en el activismo340
.
Los colegios profesionales se convirtieron también en una plataforma fundamental de
oposición a la dictadura por razones de distinta índole. En primer lugar, porque la generalización
de la educación superior los masificó en un contexto en el que a las dificultades de colocación en
el mercado laboral de los jóvenes titulados se sumaba su inevitable confrontación con las viejas
autoridades de estos colegios profesionales, puestas a dedo por el régimen. En segundo lugar,
porque las reivindicaciones corporativas no encontraban forma de canalizarse en una estructura
autoritaria y anquilosada, lo cual las politizaba automáticamente y las reconvertía en
reivindicaciones por la democratización de los colegios mismos. En tercer lugar, porque los
nuevos miembros de los colegios profesionales procedían, como es obvio, de la universidad y
muchos de ellos llevaron consigo la conciencia política, las formas de organización democrática
y toda la experiencia reivindicativa y de confrontación con las autoridades que allí habían
acumulado. En cuarto y último lugar, si los colegios profesionales se convirtieron en un foco de
confrontación también permanente en el tardofranquismo fue, como se verá más adelante, por el
estímulo que el partido comunista dio sus reivindicaciones.
Otra razón que explica la entrada de numerosos intelectuales en las organizaciones de la
izquierda, y dentro de éstas mayoritariamente en el PCE, fue el propio ambiente que se respiraba
entonces en los circuitos culturales. El prestigio que en éstos venía cobrando el marxismo tras el
triunfo de la revolución rusa primero y con la derrota del fascismo después se vio amplificado
con las convulsiones que cristalizaron en el sesenta y ocho, y que también tuvieron su
manifestación en la sociedad española. Varias circunstancias favorecieron esta reestimación
intelectual del marxismo. En primer lugar, un cierto retroceso del anticomunismo en occidente
por la política de distensión y los propios fracasos cosechados por el imperialismo. En segundo
lugar, la evolución progresista del catolicismo, que para el caso de España representó un
340
Una panorámica reciente al movimiento estudiantil antifranquista puede verse en la bibliografía ya citada en el
Capítulo Juan José Carrera Ares y Miguel Ángel Ruiz Carnicer (eds.), op. cit., Elena Hernández Sandoica, Miguel
Ángel Ruiz Carnicer y Marc Baldó Lacomba, Estudiantes contra Franco...op. cit., o estudios regionales o
provinciales como Sergio Rodríguez Tejada, “Entre la Universidad y el Partido: la organización universitaria del
PCE en Valencia”, op. cit.
205
espaldarazo considerable dado el predicamento que el pensamiento confesional seguía teniendo
en los espacios culturales. En tercer lugar, la propia desdogmatización del marxismo, que lo hizo
más atractivo y versátil para las jóvenes generaciones. Y, en cuarto lugar, por la mayor
permeabilidad de los estudios e investigaciones universitarios que, a fin de prosperar, no podían
renunciar a las aportaciones que desde las diversas perspectivas marxistas se habían hecho fuera
de España a las ciencias sociales341
. El marxismo reforzó entonces su atractivo científico como
teoría social del momento, su atractivo ético como compromiso más efectivo con los dominados
y su atractivo estético como gesto de desdén a los valores dominantes. Como expresara Vázquez
Montalbán:
Todos los caminos llevan al compromiso de los intelectuales más lúcidos, más predispuestos a superar su
condición de reproductores de la conciencia burguesa o de supervivientes hiperindividualizados en un
mundo impulsado por las leyes de la necesidad y de la realización colectiva342
.
Pero las condiciones, por más favorables que sean, no generan por sí mismas resultados si
no van acompañadas de la acción política. La incorporación de intelectuales a la lucha
antifranquista se debió también a la propia iniciativa del PCE y a los cauces de participación que
habilitó para ello. Efectivamente, el PCE creó pronto una tupida red de organizaciones sectoriales
que le permitieron infiltrarse en las universidades, en el importante movimiento de Profesores No
Numerarios y en los colegios profesionales. Este modelo sectorial se basaba en una estructura de
encuadramiento de la militancia en organizaciones de base formadas fundamentalmente a partir
de la afinidad profesional de sus integrantes y de su coincidencia en lugares de trabajo. El PCE
disponía así de organizaciones por carrera universitaria o facultad, según el caso; de
organizaciones de médicos, abogados o ingenieros; de organizaciones de escritores, actores y
cineastas343
. Este modelo resultaba especialmente funcional para la lucha por dos razones. En
341
De estas nuevas circunstancias se hacía buen eco el PCE en 1972. Véase Emilio Quirós [Jaime Ballesteros], “
Nuevas características y tareas en el frente teórico y cultural. Informe al VIII Congreso”, doc. cit., pp. 223-225. 342
Manuel Vázquez Montalbán, “Intelectuales y compromiso político”, op. cit. p. 23. Cuadernillo. 343
Un caso destacado de organización sectorial fue por ejemplo el de los ingenieros. En 1974 se constituyó el
denominado grupo de los 27, formado por 3 ingenieros de cada rama (9 en total) que coordinará las tareas y
publicarán materiales ampliamente difundidos. Sobre esta experiencia véase el relato de uno de sus protagonistas
Ángel Requena Farile, “Tiempos de hegemonía. El caso de los ingenieros del PCE durante la transición”, op. cit. pp.
335-345. Otro caso importante fue el de los abogados. A este respecto véase el testimonio de una de sus
protagonistas en el que narra la participación de los abogados del PCE en el colegio profesional de Madrid durante
las décadas de cincuenta, sesenta y setenta y el papel que éstos jugaron en la defensa de los trabajadores ante las
magistraturas de trabajo y de los activistas ante el Tribunal de Orden Público: María Luisa Roldán, “El Colegio de
Abogados de Madrid. La oposición franquista. Los abogados del PCE”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen
García (coord.), Historia del PCE..., Vol. 1, op. cit, pp. 635-646. Un breve recorrido por el papel de las
206
primer lugar, porque suponía ubicar al partido allí donde se desarrollaba el trabajo de las gentes,
allí mismo donde se daba la producción social de su existencia, en el nudo gordiano de la vida
social. Y en segundo lugar, porque resultaba particularmente operativa en condiciones de
clandestinidad.
La organización sectorial del PCE se caracterizó por su dinamismo y, en cierta forma, por
su autonomía. En cuanto a su dinamismo, el activismo que desarrollaron las organizaciones
sectoriales de base del PCE fue sobresaliente, porque al estar residenciadas en los lugares de
trabajo podían intervenir en los asuntos cotidianos y porque al estar integradas por militantes que
trabajaban en esos mismos lugares el estímulo para el activismo era mayor, toda vez que la
reivindicación tocaba directamente a sus intereses inmediatos. En cuanto a la autonomía, la
relativa desconexión de la organización de base con el resto del partido impuesta por la
clandestinidad representaba un cierto hándicap para el desarrollo de acciones unitarias a gran
escala, pero también convertía a la organización de base en un espacio que al no recibir
cotidianamente directrices de instancias superiores se zafaba del burocratismo y se veía
enfrentada a la constante toma democrática de decisiones y a la diaria elaboración de línea
política y alternativas para su ámbito inmediato, lo cual era un estímulo para la militancia al
tiempo que fomentaba una creatividad notable344
.
Un informe interno del PCE sin fecha precisa, pero por su contenido susceptible de ser
ubicado cronológicamente a finales de los sesenta y principios de los setenta, hablaba en este
sentido de los éxitos conseguidos en el movimiento de intelectuales, profesionales y artistas; así
como de su implicación efectiva en el más general movimiento de oposición a la dictadura. En él
se hablaba de que en muchos colegios profesionales se habían formado secciones jóvenes para
canalizar las propuestas democráticas y así esquivar la autoridad de los jerarcas falangistas; de
que los colegios de médicos, ya abiertamente hostiles a la dictadura, se encontraban inmersos en
una campaña por la reforma democrática de la seguridad social; de que los ingenieros y técnicos
apoyaban las demandas de Comisiones Obreras frente al verticalismo; de que los abogados,
además de su defensa de los presos políticos o de la cobertura legal dada a los trabajadores en
materia laboral, estaban democratizando sus propios colegios profesionales; de que dentro del
organizaciones de profesionales del PCE (sobre todo de la enseñanza y de médicos) en Asturias durante los setenta
(también analiza este aspecto durante los sesenta) lo tenemos en Luis Alfredo Lobato, “Los comunistas asturianos en
el Frente de la Cultura”, En Francisco Erice (coord.), Los comunistas en Asturias...op. cit., pp. 454-456. 344
Estas realidades se ponen de manifiesto en los testimonios y trabajos citados en la nota anterior.
207
periodismo, la enseñanza o el mundo del cine se estaban formado asambleas vinculadas al
movimiento de Comisiones Obreras; de que el movimiento de pnn´s iba en expansión; y de que
los Ateneos estaban penetrados por el partido y muchos de ellos desarrollaban una programación
de contenido progresista.345
III.3. Los intelectuales en la transición: alivio del compromiso y crisis de militancia.
Avanzada la transición y en los primeros años de la consolidación democrática se
advirtieron varios cambios en lo que la implicación militante de los intelectuales en las
organizaciones de la izquierda se refiere. En primer lugar, y como fenómeno más llamativo, se
produjo una profunda crisis de la militancia intelectual en el PCE. En segundo lugar, se produjo
también una cierta atracción de intelectuales al PSOE, que sin embargo no llegó a alcanzar la
dimensión que tuvo en el caso del partido comunista y que se expresó en formas más laxas de
compromiso. No obstante, la cronología de este fenómeno no resulta fácil de precisar. El declive
del compromiso político del intelectual se advierte ya en la misma etapa del consenso con el
fenómeno que se dio en llamar del desencanto, pero no es menos cierto que en este momento
continuaron proliferando numerosas revistas de contenido político crítico, que las editoriales
seguían publicando clásicos y obras actuales del pensamiento de la izquierda y que los
intelectuales ocupaban, por ejemplo, numerosos cargos públicos en representación de los partidos
de la izquierda. En definitiva, avanzada la transición se solaparon ambos procesos: el de la
implicación militante de los intelectuales que venía del pasado y el del distanciamiento político
que empezaba a abrirse paso. Sería en los años de la consolidación democrática con los gobiernos
del PSOE cuando esta última tendencia logró imponerse. Las razones que explican su empuje y
en cierta forma su posterior imposición hay que buscarlas en diversos factores.
En primer lugar, después de la edad de oro del compromiso heroico del intelectual y de la
fe moderna en el potencial transformador de las ideas se produjo un desconcierto en el mundo
intelectual militante al abrirse un contexto en los países avanzados de relajación de las exigencias
éticas, de cambio en los patrones estéticos y de crisis del marxismo como pretendida ciencia
omnicomprensiva. Y ello por impacto de lo que se dio en llamar la posmodernidad, cuyas
345
“Sobre los actuales movimientos de intelectuales, profesionales y artistas”, Sin fecha, Carpeta 1.9, Caja 126,
Fondo Fuerzas de la cultura (Intelectuales, Profesionales y Artistas), AHPCE.
208
secuelas fueron particularmente perceptibles en el mundo intelectual, concretándose en la pérdida
de fe en la razón, en el descrédito de los grandes metaproyectos de cambio y en la proliferación
de un esteticismo hostil al compromiso militante346
. Como planteara ya entonces Montalbán un
sinfín de tentaciones se cernían sobre el intelectual para inhibirle de la toma de partido, al tiempo
que entraba en crisis “la función del intelectual como sacerdote de la consciencia histórica”347
. En
España estas pautas culturales se impusieron entre gran parte de la antigua intelectualidad
progresista y sobre todo entre la nueva intelectualidad que se estaba formando con la democracia.
La tendencia venía empujando de Europa pero en nuestro país estuvo contenida por las
exigencias de la lucha antifranquista y su prolongación durante la etapa de cambio. Cuando el
compromiso intelectual se alivió con la aprobación de las reformas políticas se destaponó la
situación e irrumpieron con fuerza las nuevas pautas que cuestionaban la noción misma de
compromiso intelectual.
En segundo lugar, la implicación de los intelectuales se vino abajo en gran medida porque
los objetivos que se habían perseguido se cumplieron hasta cierto punto con la desaparición de la
dictadura, pero también porque esos objetivos no se cumplieron en su integridad ni de la forma
que se había deseado. Efectivamente, la lucha por las libertades había sido el motor fundamental
del compromiso militante. Una vez se instauraron no se encontró otro elemento movilizador
semejante. No obstante, el modo en que se hizo la transición, esto es, de manera muy distinta a
como inicialmente había sido previsto por la izquierda, motivó el famoso desencanto, que se
terminó traduciendo en una actitud escéptica, distante e incluso cínica hacia las cuestiones
políticas particularmente perceptible en el mundo intelectual. El curso de la transición supuso un
jarro de agua fría para algunos de los intelectuales que en los años de oposición habían teorizado
acerca de la salida progresista al franquismo y la posibilidad de construir una forma de
democracia avanzada de amplio contenido social. Semejante frustración de las expectativas
produjo un retraimiento entre una parte de la intelectualidad que dejó un vacío considerable en la
vida interna de los partidos348
.
346
Sobre cómo quedó reflejado en la cultura española (fundamentalmente en la literatura y el cine) este cambio de
patrones estéticos y éticos en la intelectualidad son de interés los trabajos compilados en VV.AA. Del Franquismo a
la postmodernidad. Cultura española 1975-1990, Madrid, Akal, 1995 y el trabajo más reciente de Mario Pedro Díaz
Barrado, La España democrática. (1975-200). Cultura y vida cotidiana, Madrid, Síntesis, 2006. 347
Manuel Vázquez Montalbán, “Intelectuales y compromiso político”, en Los intelectuales y la sociedad..., op. cit.,
p.24. 348
Un relato que capta con precisión el ambiente de desencanto que afectó a una parte considerable de la izquierda
sociológica puede leerse en Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental de la transición, Barcelona,
Debolsillo, 2005, pp. 199-208. Una aproximación a los efectos que tuvo sobre la militancia comunista según se
209
Incluso un intelectual y estudioso sobre el tema como Elías Díaz, que ha subrayado con
insistencia la continuidad entre la cultura política de oposición a la dictadura y la cultura política
en la transición a la democracia, ha reconocido también la pérdida de unicidad de la primera con
respecto a la segunda y el agotamiento y frustración que en buena medida entrañó el paso de una
a otra:
Tienen mucho que ver entre sí – hablo de la España de los últimos decenios – la cultura en la oposición ( a
la dictadura) y la cultura en la transición (a la democracia). La primera está más unidad frente al enemigo
común; en la segunda – sin descuidar lo anterior – se acentúa la autocrítica y la pluralidad; aquella aunque
con momentos de cansancio y desánimo también (fueron casi cuarenta años de “esperar”), se manifiesta más
expectante e ilusionada ante lo que acabará por llegar; en ésta, a medida que se va haciendo real, surgen a su
vez desencantos y abandonos ante las insuficiencias, las distorsiones o las imperfecciones de esa misma
realidad349
.
De igual modo lo cierto es que los intelectuales de la izquierda no jugaron en la
democracia el papel al que estaban llamados si se atiende al peso que tuvieron en las luchas pro-
democráticas: no funcionaron como el referente ético-político que habían supuesto en algunos
casos para el movimiento en pro de las libertades y no jugaron el papel que, por ejemplo, sí
tuvieron los intelectuales en la Segunda República. En opinión de Nicolás Sartorius esta falta de
proyección pública y de reconocimiento institucional redundó en su desapego de la política350
.
En tercer lugar, la crisis de los intelectuales en el PCE se debió también a errores
organizativos de bulto, como fue el de desmantelar la mayor parte de la organización sectorial
para reemplazarla por un nuevo modelo organizativo de carácter territorial. El nuevo modelo
organizativo en lugar de encuadrar a la militancia atendiendo a su perfil profesional lo hizo
atendiendo a su coincidencia residencial. Las agrupaciones de facultad, empresa o gremio
profesional cedieron lugar a las agrupaciones de barrio, distrito o localidad. Que el
desmantelamiento de la organización sectorial fue un craso error es algo que se denunció o se
reconoció desde distintas instancias del partido. Lo denunciaron en primer lugar los
reflejó en el cine y la novela, en Marcelo Capraella, “El desencanto en el PCE en la transición, analizado a través de
la novela y el cine”, Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García (coords.), Historia del PCE... Vol. I, op. cit.,
pp. 611-624. 349
Elías Díaz, “La cultura en la oposición, la cultura en la transición”, en Javier Muguerza, Fernando Quesada y
Roberto Rodríguez, Ética día tras día, Madrid, Trotta, 1991, p. 123. 350
Nicolás Sartorius, “Crisis de los intelectuales”, en Los intelectuales...op. cit. pp. 27 y 28. Cuadernillo.
210
profesionales, intelectuales y artistas del partido en Madrid reunidos en Asamblea General los
días 23, 24 y 25 de enero de 1981. Lo denunciaron también algunos militantes intelectuales que
escribieron a conciencia sobre el tema. Y lo reconocieron hasta miembros de la dirección del
partido, como el citado Nicolás Sartorius, en sus reflexiones públicas sobre el asunto. Los
testimonios unánimes dejados al respecto no dan lugar a dudas. Los primeros declararon:
... el proceso de territorialización tuvo en nuestra provincia numerosas deficiencias que supusieron,
especialmente en los sectores profesionales, la pérdida de militancia activa o la no integración en el nuevo
esquema organizativo de muchos camaradas351
.
Los segundos afirmaron:
La clave del declive [de las organizaciones profesionales] está en la denominada territorialización animada
en especial por la idea de que no puede haber un partido de “listos” y otros de “tontos”352
. [o] La
territorialización. Otro grave error. Eliminó los lazos personales, simpatía mutua y riqueza en el debate que
podían haber amortiguado la caída. Las organizaciones profesionales se disuelven en sus barrios de trabajo
o residencia. Se inicia el caos. Las primeras asambleas patéticas353
.
Por su parte, Sartorius reconoció:
Nosotros hemos cometido quizá imprecisiones a la hora de plasmar esa alianza en el terreno de la iniciativa
de nuestra propia organización con lo que se ha llamado la territorialización. Ahí ha habido exageraciones,
algunas precipitaciones, ciertos límites que evidentemente hay que corregir.354
El desmantelamiento de la organización sectorial supuso el fin de la influencia del partido
sobre los movimientos de profesionales, intelectuales y artistas. Se invirtió el principio de acción
política consistente en llevar la organización del partido allí donde se desarrollaba en mayor
medida la vida social de la gente por el de llevar a la gente allí donde se desarrollaba la vida del
partido: se invirtió el principio político de llevar el partido a los colegios profesionales por llevar
a los profesionales a las sedes del partido. El militante profesional quedó así escindido de su
351
“La inserción orgánica de los de los profesionales e intelectuales en el partido, en “Documentos de la Primera
Asamblea de Intelectuales, profesionales y artistas del PCE en Madrid”, enero de 1981, Carp. 1.9, Caja 126, Fondo
Fuerzas de la cultura (Intelectuales-Profesionales y Artistas), AHPCE. 352
Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, Barcelona, Planeta, 1982, p. 126. 353
Ángel Requena Fraile , “Tiempos de hegemonía...”op. cit, pp. 344 y 345. 354
Nicolás Sartorius, “Crisis de los intelectuales”, en Los intelectuales...op. cit. p. 32. Cuadernillo.
211
ámbito de trabajo, viendo cómo se apartaba su militancia de su problemática cotidiana y de su
propia especialización, y viéndose en el mejor de los casos reubicado en una agrupación de barrio
donde le resultaba más complicado sintonizar con las diferentes inquietudes de sus camaradas.
Pero, ¿ por qué razón impulsó la dirección este cambio de modelo organizativo? Las
respuestas a este interrogante han sido de distinto tipo. En primer lugar, se ha planteado que el
núcleo dirigente del exilio decidió desmantelar la organización sectorial de profesionales del
interior porque recelaba de su autonomía y temía que pudiera constituirse en un foco díscolo y
crítico con demasiado poder, como ya podía advertirse en el eco que cobraron algunas de sus
declaraciones sobre la necesaria renovación cultural y generacional del partido355
. La tesis al
respecto tiene mucho de verosímil, pero ha terminado derivando en ocasiones en un esquema
bastante simplista y maniqueo que enfrenta a la imagen de una dirección en el exilio hermética,
burocratizada, obsoleta y formada por figuras grises procedentes de la Guerra Civil la imagen
idílica de un interior fresco, dinámico y juvenil más operativo y abierto a las innovaciones
ideológicas, políticas y organizativas. En segundo lugar, la territorialización respondió quizá al
deseo de la dirección de cohesionar, ante el nuevo escenario democrático abierto, a un partido
que concitaba una pluralidad de culturas militantes que, pasado el trance de la clandestinidad,
podrían funcionar como fuerzas centrífugas. Y es que efectivamente en el PCE se podían
constatar al menos tres grandes familias de culturas militantes: la del movimiento obrero; la de
los profesionales, intelectuales y artistas y la de los militantes liberados curtidos en la acción
clandestina del partido. Según Sartorius fue el deseo de sintetizar estas tres culturas militantes lo
que llevó a Santiago Carrillo a impulsar la territorialización356
. En tercer lugar, el cambio de
modelo respondía también a los nuevos retos que se le presentaban al partido con la instauración
de las libertades, especialmente al reto electoral. El paso de una organización sectorial a otra
territorial suponía adaptar una organización pensada para la lucha social a otra pensada para las
confrontaciones electorales, suponía adaptar una organización pensada para organizar
movilizaciones en frentes de masas a otra pensada para organizar campañas en circunscripciones
electorales. Así visto este cambio puede interpretarse como un indicador más de la apuesta que el
partido hizo por lo institucional en perjuicio de lo social, de la apuesta por una política
inmediatista y supraestructural en menoscabo del trabajo estructural y a largo plazo en los
movimientos sociales.
355
Esta es la tesis que sobrevuela el trabajo de Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit., p. 134. 356
Nicolás Sartorius, “Crisis de los intelectuales”, en Los intelectuales...op. cit., p. 32. Cuadernillo.
212
Pero más allá de los errores organizativos cometidos no hay que olvidar que con el
cambio de sistema político se abrió un nuevo escenario en el que los espacios de lucha, se
quisiera o no, habían cambiado completamente. Con la instauración de las libertades la política
empezó a reducirse a la política institucional. Los conflictos sociales empezaron a recrearse y
confinarse en cierta forma en el parlamento, y las iniciativas políticas empezaron a canalizarse en
gran medida a través de los partidos en él representados y en perjuicio de los movimientos
sociales; lo cual fue tremendamente desfavorable para el PCE en tanto que partido que
hegemonizaba estos movimientos sociales y en tanto que partido que no había obtenido una
amplia representación parlamentaria. Esta realidad fue algo que trascendió a la voluntad y a las
propias decisiones políticas y organizativas adoptadas por el PCE. Lo que sí estuvo en manos del
partido fue apostar por el trabajo institucional sobrevenido o por dar un nuevo impulso y
orientación a los movimientos sociales en reflujo, y su apuesta, vista con perspectiva, fue más
bien por lo primero. Pero con independencia de ello lo cierto es que el cambio de escenario se
había producido, que eso dejaba al PCE con el paso cambiado y que los mismos intelectuales
tomaron buena nota de ello, como puede leerse en los análisis que aprobaron en su asamblea de
enero de 1981:
La transición ha modificado el papel y la colocación de los intelectuales en el campo político. Antes, la
lucha política pública contra la dictadura desplegaba sus posiciones avanzadas en la Universidad, en el
campo de la poesía y la literatura, en la revista de humor o en los libros de economía y de historia, en la
enseñanza y en la sanidad, en los colegios profesionales y en los tribunales de justicia. Con la conquista de
las libertades ciudadanas los espacios de actividad política pública autónoma que caracterizaron a la cultura
de la resistencia y que tan destacado protagonismo dieron al movimiento intelectual, han cedido su puesto a
los partidos políticos legales, al parlamento, a los ayuntamientos democráticos, es decir, a los cauces
normales de cualquier régimen democrático.
No es que el intelectual marxista quede relegado a un cometido accesorio: miles de intelectuales marxistas
están desempeñando un papel dirigente a todos los niveles de la organización del partido. Tampoco que el
movimiento intelectual progresista en su conjunto haya cumplido su papel histórico y pase a la reserva con
la democracia. Bien al contrario, ha continuado ejerciendo una importante función crítica. La cuestión
radica en que este movimiento está buscando su función política autónoma y sus espacios propios de
expresión como movimiento intelectual autónomo. No hay todavía una acción política generalizada de los
213
intelectuales porque aún no han descubierto esos espacios. Hay que inventarlos, explorarlos. Pero ese
movimiento intelectual es absolutamente indispensable para avanzar357
.
El declive de los intelectuales en el PCE fue en cierta forma paralelo a la moderación de
la mayoría de los intelectuales progresistas en la transición. Esta moderación se tradujo en el
trasvase de una parte de los intelectuales de PCE al PSOE y en la reconversión ideológica de
muchos de los intelectuales socialistas que hasta entonces habían mantenido planteamientos de
corte marxista -sin perjuicio de la diversidad de enfoques que cabe agrupar bajo este epígrafe- a
postulados socialdemócratas o social-liberales. La moderación general de la izquierda intelectual
progresista fue paralela a su vez de la moderación que protagonizaron ambos partidos de la
izquierda en el proceso de cambio, aunque en ocasiones anduvieron desacompasadas. En los dos
casos hubo importantes focos críticos de intelectuales con este proceso de reacomodación
ideológica, pero en ambos casos la mayoría de los intelectuales acudieron en auxilio de la
dirección racionalizando teóricamente lo planteado por éstas. Los casos del abandono del
leninismo y de la renuncia al marxismo no pudieron ser, como veremos, más significativos. Las
razones que explican este cambio ideológico de los intelectuales son en parte las mismas que
contribuyen a explicar el cambio ideológico general de la izquierda y que se tratan de desentrañar
a lo largo de todo este trabajo. No obstante, a estas razones generales y compartidas se sumaron
otras que tuvieron que ver con la irrupción de nuevas corrientes de pensamiento y la
generalización de nuevos gustos culturales, de los que ya se ha hablado, y que constataremos
especialmente en el último capítulo.
III.4. El intelectual dentro del partido: El caso del PCE.
III.4.1. Los intelectuales para el partido y su problemática militante.
La importancia que los partidos de la izquierda concedieron a los intelectuales desde los
años sesenta en adelante derivó de una concepción fundamental: que el poder no sólo se
perpetuaba por medio de la coerción, sino que se reproducía a la vez y especialmente por medio
357
“La crisis cultural en nuestros días”, en “Documentos de la Primera Asamblea de Intelectuales, Profesionales y
Artistas del PCE”, enero de 1981, Carpeta 1.9. Caja 126, Fondo Fuerzas de la cultura (Intelectuales-Profesionales y
Artistas), AHPCE.
214
de la generalización del consenso entre los subordinados, en su capacidad para anular del
horizonte de las gentes la noción de cualquier alternativa viable. En la década citada los partidos
de la izquierda empezaron a asumir aquellos análisis según los cuales el poder se reproducía en
gran medida por medio de la promoción de una ideología legitimadora que terminaba siendo
interiorizada como hábito por la sociedad civil. La influencia atribuida en estos momentos a la
ideología dominante como instrumento de reproducción del poder era mayor que en el pasado,
toda vez que ahora lograba una amplísima difusión a través de los influyentes medios de
comunicación de masas358
.
El PCE participó de esta nueva actitud y concedió una importancia considerable, desde el
punto de vista retórico, a la lucha teórica e ideológica dentro del proyecto emancipador. La
importancia concedida a la lucha ideológica se traducía en una reconceptualización de la cultura
como herramienta emancipadora, en el diseño de una nueva estrategia basada en la construcción
de hegemonía cultural e ideológica en el seno de la sociedad civil y en una concepción
consecuente del partido como – dicho en terminología gramsciana – “intelectual colectivo”359
. En
muchos de los escritos de los intelectuales y dirigentes del partido durante el tardofranquismo y
la transición se insistió en estos planteamientos.
En cuanto a lo primero, la cultura se concebía como un instrumento para “la reforma
moral e intelectual” preconizada por Gramsci y para la construcción, en términos marxianos
reactualizados por el Ché, de “el hombre nuevo”. Se trataba de promover conocimientos, valores
y formas de pensamientos propias y distintas a las dominantes que lograran imponerse a éstas360
.
358
El reconocimiento oficial del partido de la importancia de la lucha ideológica en el proyecto de emancipación
aparecía en muchos de los documentos oficiales de Emilio Quirós [Jaime ballesteros], “ Nuevas características y
tareas en el frente teórico y cultural. Informe al VIII Congreso” doc, cit., pp. 217-233; “Tesis 11, la política cultural y
educativa”, en Noveno Congreso. Actas…, op. cit., pp. 391-402. “Documentos de la Primera Asamblea de
Intelectuales, Profesionales y Artistas del PCE”, enero de 1981, Caja 126, Fondo Fuerzas de la cultura
(Intelectuales-Profesionales y Artistas), AHPCE. Pero al mismo tiempo esta centralidad estratégica concedida a la
lucha ideológica fue afirmada y desarrollada por numerosos intelectuales del PCE en artículos o monográficos. Sirva
como botón de muestra el trabajo de José Jiménez, “El sujeto de la revolución”, en Los intelectuales y la sociedad
actual, op. cit., pp. 2-10. Cuadernillo. 359
Ibidem 360
No obstante, a diferencia de lo sucedido en otros momentos de la historia del movimiento comunista (realismo
soviético o revolución cultural maoísta) la cultura alternativa, entendida ahora en su acepción restringida de producto
creativo o artístico, no era definida a priori en sus contenidos sino contemplada como posibilidad una vez
desaparecidos los obstáculos para su desarrollo. En todo caso se trataba de un noción de cultura tallada frente a su
contrafigura, de tal modo que allí donde la cultura dominante era dirigida la alternativa sería resultado de un
desarrollo libre y autónomo, allí donde aquella era elitista esta sería popular, allí donde aquella era estereotipada y
seriada esta sería original y creativa. Estas reflexiones pueden verse en “Iniciativas de política cultural”, en
215
En cuanto a lo segundo, valorado el peso de la ideología como mecanismo simbólico de
reproducción del poder, la nueva estrategia se cifraba en la construcción de una hegemonía
cultural e ideológica que le disputara adhesiones en la sociedad civil. Para ello se ofrecían dos
líneas de actuación: penetrar en los aparatos ideológicos del Estado (escuela, medios de
comunicación, etc) y construir un entramado propio de elaboración y transmisión cultural e
ideológica361
.
Finalmente para desarrollar este proyecto haría falta un nuevo modelo de partido distinto
al teorizado por Lenin y, sobre todo, muy distinto a la corrupción burocrático estalinista posterior
de esa teorización. Para ello haría falta la construcción de, en términos gramscianos, un “Nuevo
Príncipe”362
: un nuevo partido que funcionara como intelectual colectivo. Se apostaba por un
nuevo partido que en lugar de erigirse en vanguardia que desde fuera de la clase obrera inculcara
conciencia de clase se enraizara en la misma clase para desde ahí funcionar como su
autoconciencia crítica. Se apostaba por un partido-movimiento que fuera a un tiempo educador y
educado, que actuara como referente intelectual y escuela de formación moral para borrar todos
deseo de posesión y dominio. Se apostaba por un partido que debía elaborar teoría de manera
colectiva a partir de la asimilación intelectual de las experiencias de lucha del movimiento real,
de un partido que debía funcionar como síntesis de conocimiento y acción, que debía superar la
escisión operante en el movimiento obrero entre conocimiento y acción en tanto que reflejo a su
vez de la escisión social entre gobernantes y gobernados363
.
Este reconocimiento de la importancia de la lucha cultural e ideológica en las sociedades
avanzadas se expresó con insistencia en los documentos oficiales del PCE, pero tuvo una
incidencia muy limitada en su práctica política. El PCE planteó en sus documentos la apuesta por
una estrategia de construcción de hegemonía, pero en la práctica se vio sometido primero a una
activismo desenfrenado de confrontación con la dictadura y apostó más tarde por una política
inmediatista de clara proyección institucional que le restaron fuerzas para cumplir ese propósito
proclamado.
“Documentos de la Primera Asamblea de Intelectuales, Profesionales y Artistas del PCE”, enero de 1981, Caja 126,
Fondo Fuerzas de la cultura (Intelectuales-Profesionales y Artistas), AHPCE. 361
Ibidem. 362
Sobre la noción gramsciana de partido como “Nuevo Príncipe” en alusión a las concepciones de Maquiavelo
sobre el poder y el Estado véase Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel, Vol 1: notas sobre Maquiavelo... op. cit.,
pp. 44-46 y 123. 363
José Jiménez, “El sujeto de la revolución”, op. cit., pp. 4-6. Cuadernillo.
216
Por encima de cualquier tipo de declaración el PCE no llegó a desarrollar hasta sus
últimas consecuencias una cultura de la militancia de los intelectuales en el partido en la que
quedara definido el papel concreto que les correspondía en el proyecto comunista. Se les
consideró una parte fundamental del nuevo sujeto revolucionario, se les atribuyó un cometido
más bien retórico de construcción de hegemonía y, avanzado los sesenta, adquirieron un
protagonismo importante en la vida del partido con la asunción de responsabilidades de todo tipo;
pero en la práctica no jugaron un papel específico a tono con su condición de intelectuales en la
globalidad de la estrategia de la organización. Los intelectuales militaron en el partido, pero
apenas lo hicieron como tales o no hasta el punto a como pudieron hacerlo. En realidad apenas se
diseñaron cauces para su participación específica - aquella que tuviera que ver con su
cualificación intelectual -, ni se les impulsó a que cumplieran el que debía de ser su cometido
específico: la elaboración de pensamiento comunista en la perspectiva de construir la tan
mencionada hegemonía.
La debilidad y el sectarismo iniciales, la brevedad del período de estabilidad representado
por la II República, la necesidad de responder a las urgencias bélicas de la Guerra Civil o las
duras condiciones de la resistencia en el contexto internacional del estalinismo más tarde son
algunas de las razones ya citadas que dificultaron la definición de una política específicamente
intelectual en el PCE. Otra razón que quizá contribuya a explicarlo radica en el hecho de que el
núcleo de la dirección del partido, aquel que llevó las riendas desde principios de los sesenta
hasta la crisis del 82, estaba formado en su mayor parte por viejos dirigentes de la JSU curtidos
en la Guerra Civil que, salvo algunas excepciones, poco tenían que ver con el mundo de los
intelectuales. Además esta dirección se consideró con frecuencia, y pese a sus limitaciones
formativas, autosuficiente desde el punto de vista de la reflexión doctrinaria. La publicación de
Eurocomunismo y Estado como propuesta teórica oficiosa del partido y la propuesta de
abandonar oficialmente el leninismo fueron dos buenos ejemplos de ello. Se trató de dos
propuestas procedentes inicialmente de Santiago que luego vinieron a refinar los intelectuales del
partido. Finalmente el tacticismo y el politicismo que el PCE desplegó en la transición fue un
obstáculo fundamental para la incorporación de una práctica intelectual comunista a la vida del
partido. El pragmatismo y el efectismo de la línea política del partido en la transición fue un
repelente para la reflexión teórica e ideológica. Por tanto, la precaria integración de la actividad
217
intelectual en la práctica del PCE se debió a su tradición histórica, a la mentalidad de su dirección
y a la dinámica política de la transición.
Esto no significa, como ya se ha visto, que la dirección fuera indiferente a los
intelectuales del partido. Muy al contrario estos fueron utilizados de manera recurrente para
realizar las tareas más diversas y desempeñar las más variadas responsabilidades, pero apenas
para realizar tareas o desempeñar responsabilidades que tuvieran que ver con su formación
específica. En la clandestinidad el intelectual fue una figura comodín, un militante versátil
encargado de hacer de enlace, de entablar relaciones con otras fuerzas políticas, de promover la
firma de manifiestos, de impulsar el aparato de propaganda, de participar en las reuniones de los
órganos de dirección, de organizar sus reivindicaciones corporativas y de participar incluso en la
dirección de CCOO. Más tarde, en la transición, a estas funciones tuvo que sumar la asunción de
responsabilidades en las nuevas organizaciones territoriales del partido, la preparación de
campañas electorales, la representación institucional o el desempeño de cargos públicos.
El intelectual que ingresó en el partido no desarrolló en la mayoría de los casos una
actividad específicamente intelectual sino que funcionó como profesional de partido: no canalizó
su compromiso en forma de producción de pensamiento y cultura comunistas sino como cuadro o
dirigente polivalente. Este contradicción se gestó en los tiempos de la clandestinidad y se arrastró
durante la transición. Como ha señalado Gaime Pala para referirse a esos primeros tiempos:
[...] mientras el intelectual a la larga profesionalizaba su labor de partido (adoptando mentalidades, códigos
de comportamiento y actitudes de trabajo de los “profesionales de la revolución”), el “profesional” no
intelectualizaba la suya, es decir, no incorporaba a su “horizonte militante” las necesidades reclamadas por
el primero364
.
Como señalara a finales de los sesenta Manuel Sacristán el intelectual fue considerado por
la dirección del partido de la siguiente manera. En primer lugar, fue considerado como un
militante más que debía desarrollar las mismas actividades que éstos, pero a un nivel
generalmente superior habida cuenta de su cualificación. En segundo lugar, fue considerado
como un militante de la organización sectorial de intelectuales que debía promover las
364
Giaime Pala, “El intelectual y el partido. Notas sobre la trayectoria política de Manuel Sacristán en el PSUC”, en
Salvador López Arnal e Iñaki Vázquez Álvarez (ed.), El legado de un maestro. Homenaje a Manuel Sacristán,
Madrid, FIM, 2007, p. 235.
218
reivindicaciones corporativas. Y en tercer lugar, fue considerado, finalmente, como un
intelectual, esto es, como un militante especialmente preparado para la elaboración de
conocimiento en la perspectiva de impulsar la hegemonía ideológica del partido. El problema a
este respecto es que el activismo que ocupaba al militante intelectual en tanto que enlace,
dirigente, o activista en su sector hipotecó su trabajo intelectual de elaboración teórica, porque no
disponía ni del tiempo ni de la serenidad necesarios para cultivarlo.365
En definitiva, el activismo
del intelectual fue en muchos casos una hipoteca para su actividad intelectual. Y esto fue algo
denunciado por los intelectuales desde los años sesenta hasta bien avanzada la transición. Ya en
un informe presentado al VIII Congreso del partido en 1972 se recogía está disfunción y el
malestar expresado al respecto por muchos intelectuales:
Un problema que surge con frecuencia es el de camaradas intelectuales que piden tiempo para poder
estudiar, para hacer trabajos, para aumentar su capacidad profesional y no encuentran en el partido la
comprensión necesaria. En algunas organizaciones – de profesores, científicos, economistas, etc. – esto a
veces se transforma en un problema político interno, que puede llegar a ser grave. Necesitamos, en general,
tener más sensibilidad hacia ese tipo de cuestiones, dejar tiempo a los camaradas para el estudio, para
capacitarse profesionalmente, no atosigarles con tareas que dificultan su mayor preparación. Saber distribuir
mejor las fuerzas. El predominio hegemónico del marxismo requiere ampliar el trabajo ideológico y para
ello habremos de ir dedicando cuadros. Tenemos camaradas muy valioso en este sentido, verdaderamente
capacitados para este trabajo. Debemos preocuparnos en cada lugar, por crearles las mejores condiciones en
el partido para que puedan centrarse en este tipo de trabajo.366
Pero el problema iba más allá, porque no sólo es que el trabajo militante desarrollado por
el intelectual no tuviera que ver con su condición de tal, sino que a veces cuando verdaderamente
ejercía de intelectual en su vida profesional no solía ligar su trabajo a su compromiso político.
Con frecuencia era tal la disociación de funciones que cuando el intelectual militaba en el partido
no ejercía de intelectual y cuando trabajaba profesionalmente como intelectual no ejercía de
comunista. Esto explica en parte que la producción teórica e ideológica comunista de la transición
fuera discreta si se tiene en cuenta el número, claramente elevado, de intelectuales que militaban
en el PCE. Esta situación procedente de los tiempos de la lucha antifranquista se prolongó en
365
Estas nociones sobre el papel de los intelectuales en el PCE las hemos tomado de la crítica al respecto de Manuel
Sacristán a mediados de los sesenta y de los análisis recientes de Giame Pala. Ambos enfoques pueden verse
sintetizados en Gaime Pala, “El intelectual y el partido. Notas sobre la trayectoria política de Manuel Sacristán en el
PSUC”, op. cit., 235-237. 366
“Nuevas características y tareas del frente teórico y cultural. Informe de Emilio Quirós [Jaime Ballesteros], “
Nuevas características y tareas en el frente teórico y cultural. Informe al VIII Congreso”, doc. cit. pp. 229 y 230.
219
buena medida durante la transición. Lo explicaba Manuel Sacristán en 1968 en los siguientes
términos:
Los intelectuales mismos del PSUC se han educado muy poco como intelectuales comunistas. Su situación
de trabajo de partido les ha movido más bien a separar metafísicamente su condición de intelectuales y su
condición de militantes, de tal modo que lo más frecuente entre ellos es una contradicción entre ambos
elementos de su vida. [...] Sólo auténticos intelectuales comunistas, que no separen su actividad intelectual
de su condición de comunistas, pueden pensar como comunistas los problemas de la profesión. Si no se han
educado así, producirán o bien ideas tecnocráticas acerca de su campo profesional, o bien meras proclamas
ideológicas sin contenido real.367
Pero, si el intelectual no orientó su labor fundamentalmente a la producción de teoría
comunista, entonces, ¿qué cualidad, a tono con su capacidad, aportó a su polivalente trabajo
militante? Una respuesta crítica a este interrogante la dio Manuel Vázquez Montalbán en un
artículo publicado primero en Viejo Topo y expuesto más tarde en la mesa convocada por el PCE
para reflexionar sobre la crisis de los intelectuales en el partido. En este sentido Montalbán
planteó que una vez se había renunciado al intelectual en tanto que protagonista de una labor
teórica autónoma, su papel pasó a estar condicionado por el pragmatismo que caracterizó a la
línea política del partido. En este sentido, se promocionó al intelectual especializado en
programar y dirigir la acción inmediata del partido en perjuicio del ideólogo que debía
reflexionar más allá de la coyuntura. El ideólogo se vio así desplazado por el técnico y el técnico
devino en un tecnócrata al ser cooptado a la dirección. Desaparecida la voluntad de construcción
de hegemonía la función del intelectual quedó reducida a la de “tiránico tecnócrata que reproduce
en el partido la división social del trabajo”. El intelectual se constituyó así, en buena parte de los
casos, en el articulador, el reproductor y el difusor del saber oficial, en el racionalizador doctrinal
de la línea oficial del partido, en el defensor de un saber burocrático frente a un saber crítico. Las
palabras de Vázquez Montalbán lo expresaron con precisión y acidez:
El pragmatismo progresivo que afecta a los partidos de la izquierda que se mueven dentro del sistema
capitalista convierte a los intelectuales orgánicos en tecnócratas y al tecnócrata en una casta especializada en
programar y dirigir, casta que se reproduce a sí misma y rechaza cualquier posible introducción de
intelectuales de distinto tipo y que tiende incluso a combatir los residuos de los intelectuales orgánicos al
antiguo modo, juzgados como elementos perturbadores, propensos al esencialismo y a la perpetua
reivindicación de las señas de identidad revolucionaria. La repugnancia de los partidos marxistas a teorizar
367
Cita tomada de Juan Ramón Capella, La práctica de Manuel Sacristán..., op. cit., pp. 119 y 120.
220
es un primer síntoma de su voluntad de suicidio como tales partidos marxistas y de su incapacidad para
asimilar intelectuales que vayan más allá del pragmatismo y la programación368
.
El debate sobre el leninismo fue un vivo ejemplo de esto. En este caso surgió una
propuesta de revisión doctrinaria de calado a instancias del Secretario General que no respondía a
una reflexión previa en el partido. La propuesta, que tenía una clara intencionalidad táctica,
requería de su justificación doctrinal, y para ello muchos intelectuales adeptos a la dirección
vinieron a racionalizar a posteriori la pragmática decisión del líder. Hubo, no obstante, voces
discrepantes con esta medida que, más allá de que estuvieran de acuerdo o no con la supresión,
reclamaban una reflexión ideológica más sosegada y profunda. Pero estas voces quedaron
sofocadas por los nuevos intelectuales orgánicos, que con mucha precipitación elaboraron
razones que justificaran el pragmático abandono. El saber burocrático - no burocrático por
sostener tal o cual tesis, sino por sostenerla a instancias de lo pautado por la dirección - logró
imponerse a un saber crítico que, no obstante, puso también de manifiesto severas limitaciones.
En definitiva, el intelectual funcionó con frecuencia como un soporte de la dirección y ambas
cosas hipotecaron su labor intelectual, convirtiéndole en muchos casos en un burócrata del
pensamiento.
El problema de fondo que explica esta situación tenía que ver, en palabras de Rafael Ribó,
con la supeditación del saber al poder. Para el que fuera responsable cultural del PSUC esta
subordinación se puso sobre todo de manifiesto en el caso del abandono del leninismo en el PCE
y la renuncia al marxismo en el PSOE, en los que se instrumentalizó la ideología como elemento
encubridor del pragmatismo. Para Ribó estos acontecimientos fueron:
[...] falsos ideologismos, debates de un elevado nivel de teoricismo, que como ya he afirmado en otro sitio,
encubren el tacticismo, y sobre todo una cierta pobreza cultural. Creo que el debate del marxismo, en el
Congreso del PSOE y el debate sobre el leninismo en el congreso del PCE, no son nada más de una
expresión de lo que estoy diciendo. Partidos arrastrados aunque por motivaciones diversas, a un enorme
tacticismo en sus formulaciones políticas, que desvirtúan, a mi entender, las necesidades de una reflexión
crítica, pero constructiva en un sentido intelectual, de la autorreflexión de la política, buscando no la
supeditación, sino el diálogo, montan en cambio lo que incluso llaman debate de alemanes, como cuando se
debatió sobre el leninismo. Incluso renunciando a los grandes dogmas. Aclamando al mismo tiempo a los
autores del dogma, elevándolos a los altares, o a situaciones de casi semidioses. Yo diría, para hacer la
368
Manuel Vázquez Montalbán, “Intelectuales y compromiso político”, op. cit., pp. 24 y 25. Cuadernillo.
221
crítica más interna, que parece inaudito que el PCE no analizase términos como la ruptura democrática o la
huelga general, o la huelga nacional, y en cambio debatiese si leninismo sí o leninismo no. Cuando quizás,
aparentemente, un tema mucho más táctico, como era el proceso de cambio, expresaba una entidad mucho
más profundamente política, bien realizada, de los casos concretos que se debía analizar369
.
Esta supeditación del pensamiento a la acción, de la reflexión teórica a la práctica se puso
igualmente de manifiesto en el PCE con la escasa generación de espacios destinado a la reflexión
teórica colectiva que funcionaran autónomamente y sirvieran al mismo tiempo de referente para
que la dirección elaborase su línea política. Por el contrario, la elaboración teórica fue con
frecuencia ignorada a la hora de diseñar los ejes de intervención, o instrumentalizada a posteriori
para racionalizar las decisiones tomadas, como se puso particularmente de manifiesto en el caso
del abandono del leninismo y el marxismo. Un problema de fondo en la elaboración teórica de los
partidos políticos responde al hecho de que la investigación depende de demasiados
condicionamientos que van más allá del estricto análisis de la realidad, pues con frecuencia se ve
impelida a legitimar posiciones políticas previamente tomadas. El problema surge cuando la
investigación teórica se convierte en una glosa de la línea política, entonces la teoría se reduce a
mera propaganda. El problema era considerable porque la solución tampoco podía ser la
contraria: que la reflexión doctrinaria se conviertiera sin más y de manera mecánica en la línea
política oficial. La resolución a este problema pasaba, como frecuentemente se decía en la época,
por encontrar una síntesis entre cultura y política, entre conocimiento y acción, por metabolizar
de manera crítica los resultados de la teoría a partir de las experiencias de la lucha política. Pero
de nuevo se trató de una intención con frecuencia proclamada - incluso en los documento
oficiales - que distó extraordinariamente de la práctica del partido.
En definitiva, el comportamiento de los intelectuales durante la transición puso de
manifiesto la dificultad que tuvieron a la hora de lograr una síntesis integradora de su doble
condición intelectual y militante por la falta de cauces orgánicos para ello y por la supeditación
del pensamiento a las dinámicas de poder. En el PCE ni se promovió lo suficiente el trabajo
teórico de los intelectuales, ni se garantizó la autonomía de éstos cuando pudieron ejercer ese
trabajo, ni los resultados de ese trabajo se tomaron generalmente como referencia por parte de la
dirección para diseñar la línea política del partido. Por el contrario, el intelectual funcionó como
un militante versátil al que encomendar las tareas más dispares y cuya dependencia con respecto
369
Rafael Ribó, “Intelectuales e instituciones culturales”, en Los intelectuales...op. cit., p. 41. Cuadernillo.
222
a la dirección del partido fue tan estrecha que con frecuencia se vio impelido a legitimar
teóricamente las decisiones adoptadas por ésta.
En este sentido, llama la atención lo poco que aprovechó la dirección del PCE el capital
intelectual acumulado, el acervo teórico representado por la pléyade de intelectuales de primera
línea que tenía a su disposición, en un ejemplo más de su incapacidad durante el franquismo y la
transición para rentabilizar de puertas adentro los avances realizados de puertas afuera. El partido
había ampliado de manera extraordinaria su influencia sobre los intelectuales, pero no supo
enriquecerse intelectualmente con su aportación.
III.4.2. La participación de los intelectuales en el debate sobre el leninismo.
El papel de los intelectuales del PCE en el debate sobre el leninismo fue modesto en lo
que a la elaboración teórica atañe, pero intenso en lo que a su actividad militante, de puertas
adentro en este caso, se refiere. En cuanto a lo primero, las aportaciones teóricas de los
intelectuales afines a la propuesta de la dirección funcionaron en gran medida como
racionalización a posteriori de una decisión personal de Santiago Carrillo que les cogió por
sorpresa. Estos apenas había reflexionado antes sobre el asunto, y en sus argumentaciones se
advirtió mucha improvisación, premura y desconcierto. En cierta forma lo que hicieron fue
hilvanar teóricamente las razones dispersas esgrimidas por el Secretario General, incorporando
nuevos elementos que dieran empaque a sus afirmaciones. Esto es algo que unos años después
reconocería en un tono en cierta forma autocrítico Manuel Azcárate, uno de los intelectuales de la
dirección que desempeñó un papel más intenso en la apuesta por la redefinición del partido:
[...] El método empleado fue totalmente erróneo. Todo empezó con unas declaraciones de Carrillo a la
prensa, sin una discusión previa. Luego, tuvimos todos que luchar para convertir esas declaraciones
personales de Carrillo en posición oficial del partido.370
Por su parte, los intelectuales contrarios a la redefinición ideológica, también cogidos de
improviso, movilizaron algunas razones favorables al mantenimiento del concepto, pero sus
pronunciamientos se centraron sobre todo en subrayar las fallas de la argumentación del
370
Manuel Azcárate, Crisis del Eurocomunismo, op. cit., p. 59.
223
contendiente y en denunciar lo poco oportuno que resultaba, en esos momentos y con tan poco
tiempo por delante, la apertura de un debate de semejantes dimensiones. En cuanto a lo segundo,
los intelectuales participaron de manera apasionada en las discusiones de la tesis XV, ya fuera
dentro de las organizaciones sectoriales y territoriales en las que estaban encuadrados, ya fuera en
el ejercicio de sus responsabilidades en la dirección del partido.
Esta contradicción de unos intelectuales poco fecundos en la aportación teórica al debate,
pero muy implicados en el debate de sus respectivas organizaciones de base o en los órganos de
dirección, se debió en cierta medida a lo repentino de la propuesta; así como al poco tiempo
disponible para debatirla. Pero esta contradicción estuvo motivada en última instancia por ese
otro factor de más largo alcance del que ya se ha hablado y que tiene que ver con la ausencia de
una política de partido relativa a los intelectuales que dispusiera de su trabajo militante
atendiendo a su especificidad en tanto que potenciales creadores de teoría comunista, en la
perspectiva de impulsar la hegemonía cultural e ideológica reclamada en los documentos
oficiales371
. Como se ha dicho el intelectual era concebido en el PCE, en primer lugar, como un
militante más que debía atender a las actividades organizativas y políticas cotidianas; en segundo
lugar, como un cuadro de la organización de intelectuales y profesionales; y, ya en tercer lugar y
de manera remota, como un referente de la sociedad y de la propia dirección del partido en el
ámbito de la producción teórica específicamente comunista. Pues bien, el papel de los
intelectuales en la polémica sobre el leninismo siguió esta misma gradación, de manera que
actuaron más como simples militantes proselitistas o antagonistas de las tesis elaboradas por la
dirección que como referentes de ésta y del conjunto del partido en la campo de la ideas. La
consecuencia, ya experimentada en otras situaciones análogas, fue que su activismo en la vida
cotidiana del partido hipotecó la cantidad y calidad de sus aportaciones teóricas. En el caso de la
cuestión del leninismo, esta contradicción resultó además paradójica, por cuanto que la
aportación estrictamente teórica y necesariamente serena de los intelectuales al debate general se
vio comprometida por su implicación en los debates, menos elevados y más contaminados por las
batallas internas, de las frenéticas asambleas y conferencias precongresuales. En definitiva,
durante la polémica del leninismo se puso de manifiesto la ausencia de una tradición de
elaboración teórica colectiva entre los intelectuales del PCE, por su reducción a la condición de
371
Giaime Pala, “El intelectual y el partido...”, Ibidem.
224
militantes genéricos y porque la iniciativa de las revisiones teóricas y doctrinarias fue casi
siempre patrimonio de la dirección.
III.4.2.1. Los espacios y los instrumentos para el debate.
Otros factores ya mentados que lastraron la producción teórica específicamente comunista
de los intelectuales del PCE, y que se puso especialmente de manifiesto en el caso del leninismo,
fueron la escasez de espacios orgánicos habilitados por el partido para la reflexión teórica
colectiva, la precariedad de instrumentos editoriales dispuestos para tal fin y el hecho de que
estos fueran concebidos más como instrumentos para la difusión de las líneas políticas de la
dirección que como herramientas para una labor cultural autónoma.
En cuanto a los espacios habilitados por la dirección para la reflexión teórica colectiva, las
constricciones impuestas por la ilegalidad dificultaron su puesta a punto, sin que ello logre obviar
el hecho de que la dirección tampoco mostró una voluntad decidida a la hora de promoverlos.
Más allá de las iniciativas desarrolladas a pequeña escala por algunas organizaciones de base del
partido o por algunos de sus intelectuales el impulso a la construcción de un verdadero espacio de
investigación y debate del partido a nivel nacional tuvo lugar a mediados de 1976. Ese año el
PCE puso en marcha el Círculo de Estudios e Investigaciones Sociales Sociedad Anónima
(CEISSA) del que fueron fundadores, entre otros, Ramón Tamames, Jaime Ballesteros, Antonio
Elorza, Daniel Lacalle, Juan Trías, Jaime Sartorius, María Luisa Suárez Roldán, Armando López
Salinas y Juan José del Águila. Al frente de dicha asociación se situó a José Sandoval. La
asociación empezó poco a poco a desarrollar una tarea de promoción de la investigación y la
reflexión teórica con la convocatoria de algunos encuentros y jornadas, pero adoleció de los
recursos económicos suficientes y estuvo supeditada frecuentemente a la lucha más inmediata del
partido por la democracia y su legalización. No en vano antes de la legalización del PCE la
asociación fue utilizada con frecuencia de tapadera para organizar reuniones del partido o de los
organismos unitarios de la oposición. El verdadero impulso al cometido declarado de esta
sociedad anónima vino con su reconversión a finales de 1978 en Fundación de Investigaciones
Marxistas (FIM). La máxima responsabilidad de la fundación volvió a recaer de nuevo en José
225
Sandoval372
. Desde este momento la FIM empezó a desarrollar una tarea considerable de fomento
de la investigación teórica con la publicación de trabajos y la organización de encuentros,
jornadas y congresos, que, pese a que representó un importante salto adelante con respecto a la
poca actividad previa, no fue suficiente para canalizar el potencial intelectual que encerraba el
partido. Una interesante línea de trabajo para el futuro, que sobrepasa los límites de esta tesis,
podrá consistir en analizar pormenorizadamente la actividad generada por la fundación a partir de
la amplia documentación que contiene su archivo. De ese análisis podrían sacarse interesantes
conclusiones sobre las tendencias teóricas de la intelectualidad comunista española. Con
independencia de ello, y volviendo al tema que nos ocupa, lo que resulta claro es que cuando se
abrió el debate sobre el leninismo el PCE no disponía de una institución cultura verdaderamente
consolidada que pudiera fomentar el debate.
En cuanto a los instrumentos editoriales dispuestos para la reflexión teórica colectiva,
éstos eran claramente insuficientes para el volumen de intelectuales que tenía el partido y
estuvieron demasiado subordinados a la línea ideológica marcada por la dirección. En este
sentido, el partido sólo contaba con una revista oficial de carácter teórico cultural de tirada
nacional, Nuestra Bandera. Esta publicación dependiente del Comité Central fue fundada en
Valencia en 1937 en pleno fragor de la Guerra Civil. En 1976 el equipo redactor de París se
trasladó al interior, siendo elegido entonces como director de la revista Manuel Azcárate.
Azcárate dirigió la revista desde entonces hasta inmediatamente después del X Congreso del
partido celebrado en julio de 1981, cuando cayó en desgracia ante Santiago Carrillo al
significarse como miembro destacado de la corriente eurorrenovadora. Entonces fue cesado y
sustituido por José Sandoval, responsable del frente cultural y presidente a la vez de la Fundación
de Investigaciones Marxistas. Durante la transición Nuestra Bandera tuvo una periodicidad
trimestral y en ella colaboraron con artículos y recesiones muchos dirigentes del partido, la
mayoría de sus intelectuales más significativos y algunos otros compañeros de viaje. En fechas
del debate sobre el leninismo formaban parte de su Consejo de Redacción los siguientes nombres:
Carlos Alonso Zaldívar, Manuel Ballesteros, Jaime Ballesteros, Miguel Bilbatua, Emerit Bono,
Valeriano Bozal, Pilar Brabo, Dolores Calvet, María Antonia Calvo (Secretaria de Redacción),
Carlos Castilla del Pino, Alberto Corazón (Diseño), Enrique Curiel, Antoni Domenech, Jesús
Izcaray, Ricardo Lovelace, Máximo Loizu, José Luis Malo, Javier Pérez Royo, Manuel Sacristán,
372
Sobre este proceso véanse las memorias de José Sandoval, Una larga caminata. Memorias de un viejo comunista,
Sevilla, Muñoz Moya-FIM, 162 y 163.
226
Adolfo Sánchez Vázquez, José Sandoval, Nicolás Sartorius, Julio Segura, Joaquín Sempere,
Ramón Tamames, Eugenio Triana y Juan Trías373
.
Además de Nuestra Bandera en los últimos años de la dictadura había surgido un
marasmo de publicaciones con vocación teórica de carácter regional, local o sectorial muy
circunscritas al ámbito de actuación de sus promotores. Eran el resultado tangible de la política
sectorial de penetración en los ambientes culturales que hemos visto. En el informe de
intelectuales presentado en 1972 al VII Congreso, su autor, Emilio Quirós, seudónimo de Jaime
Ballesteros, hablaba de la aparición de nuevas publicaciones surgidas desde abajo a iniciativa de
las organizaciones sectoriales. Y citaba, para el caso de Madrid, “Revolución y Cultura”,
“Ciencia, Técnica y Revolución” y “Medicina y Sociedad”; para Valencia, “Claritat”; y para
Barcelona, a cargo de los estudiantes, “Crítica”; e informaba al mismo tiempo de la inminente
edición de revistas de carácter ideológico en Zaragoza y de la elaboración de pormenorizados
estudios económicos en Asturias374
. No obstante, estas ediciones se desenvolvían en una
precariedad material tal que ofrecían un formato poco atractivo y tenían serias dificultades para
garantizar su periodicidad. Además empezaron a perder fuerza o incluso desaparecieron en la
legalidad por la disolución de las organizaciones sectoriales y también por el surgimiento de
nuevas publicaciones de curso legal a la que se podían trasladar los mismos contenidos con
mayores posibilidades de difusión. Y es que este fue el espacio principal en el que se dio la
contribución teórica de los intelectuales comunistas en los últimos años del franquismo y, sobre
todo, en la transición: el de revistas teóricas que no pertenecían al partido, pero que tenían líneas
editoriales afines o estaban abiertas a la inclusión de sus planteamientos. Es más, como la política
editorial del PCE se quedaba corta para canalizar todo el potencial intelectual de los militantes
estos se lanzaron a fundar o a participar en otras publicaciones periódicas más o menos afines al
PCE, pero independientes editorial y económicamente de éste.
La transición fue un verdadero hervidero editorial: el período de la historia de España en
que surgieron más revistas de carácter teórico-político. Un repaso a todos los títulos que
surgieron de 1975 a 1982 así lo pone manifiesto. Numerosas revistas se fundaron entonces y fue
en ellas donde se difundieron las tendencias más avanzadas de la época y en las que se
373
Sobre la orientación política de Nuestra Bandera en la transición véase las reflexiones de su propio director
Manuel Azcárate, Crisis del Eurocomunismo, op. cit., 165-187. 374
Emilio Quirós, “Nuevas características y tareas en el frente teórico y cultural. Informe al VIII Congreso”, doc cit.,
pp. 228 y 229.
227
produjeron los enfrentamientos ideológicos más interesantes de la izquierda375
. Análisis
económicos, estudios sociológicos, reflexiones filosóficas, investigaciones históricas, propuestas
estratégicas, interpretaciones de coyuntura, reseñas bibliográficas se multiplicaron a partir del
surgimiento de estas revistas.
El vacío editorial del PCE hizo que las contribuciones más numerosas e interesantes de
sus intelectuales se dieran durante la transición en esta pluralidad de revistas. Esta participación
frecuente y destacada en el hervidero editorial de la transición le ofrecía un campo de
posibilidades tremendas al PCE en la perspectiva de promover la tan citada hegemonía cultural e
ideológica. Pero la derivación de la labor cultural e ideológica a espacios editoriales que no eran
propios también representaba una cierta limitación en algunos casos. Estas limitaciones tenían
que ver por ejemplo con la imposibilidad de dar cauce a debates determinados cuando las
necesidades del partido así lo reclamaban, dado que las revistas eran independientes y tenían su
propia línea de publicación. Se echaba entonces en falta publicaciones propias en las que
desarrollar esos debates de los que el resto de las revistas no se hacían eco por indiferencia o por
diplomacia, es decir, por no estar entre sus preferencias o por tratarse de debates que afectaba de
manera polémica a la vida interna del partido. Esto se puso especialmente de manifiesto en el
caso del debate sobre el leninismo. El que se supone debía de ser por su dimensión el debate
teórico por excelencia en el PCE tuvo una repercusión muy limitada en los ambientes
intelectuales del partido y afines. Nuestra Bandera sólo organizó un encuentro, muy poco
concurrido además, para reflexionar sobre el tema, que se publicó a modo de dossier en el
número 92 de la revista. Por otra parte, si se toman como muestra cuatro revistas de la época más
o menos cercanas al PCE, o en las que colaboraban destacados intelectuales del partido, como El
Basilisco, Materiales, Argumentos o Viejo Topo, llama la atención el escaso eco que se hicieron
del debate sobre el leninismo. De ellas sólo El Basilisco publicó un número especial ( a propósito
de la crisis asturiana), mientras que las otras recogieron algunos artículos sueltos que trataban, de
manera directa o colateral, el asunto de la definición ideológica del PCE. El Basilisco en su
número 1 publicó un artículo de José Manuel Fernández Cepedal titulado “Ser marxista-leninista
hoy”376
. Poco después ofrecía en su número 6 un monográfico sobre la crisis asturiana (cuyo
detonante había sido el debate sobre el leninismo) con la publicación de 21 documentos, algunos
375
Una panorámica por el surgimiento de estas revistas en Francisco Fernández Buey, “ Para estudiar las ideas
olvidadas en la transición”, op. cit.
376
José Manuel Fernández Cepedal, “Ser marxista-leninista, hoy”, El Basilisco (Oviedo), nº1.
228
de ellos inéditos, en los que se recogían artículos de opinión, intervenciones en órganos de
dirección, manifiestos o entrevistas377
. Materiales publicó, por ejemplo, en su número ocho un
artículo de Francisco Pereña, “Ante el IX Congreso del Partido Comunista de España”378
, y se
hizo eco de la polémica en otros artículos que no trataban expresamente sobre el tema. Viejo
Topo, por su parte, publicó ese mes de abril una entrevista al intelectual Trotskista Pierre Broué
bajo el título “¿Dónde están los cambios en el PCE?” en alusión a la mutación ideológica del
partido379
. Finalmente, resulta llamativo que una revista como Argumentos, de todas estas la más
cercana sin duda al PCE, no recogiera ningún artículo sobre el asunto.
En definitiva, las revistas más o menos cercanas se hicieron un eco muy relativo del
debate sobre el leninismo, que en absoluto satisfacía la necesidad de reflexión que una decisión
de esas características demandaba. Los instrumentos editoriales del partido resultaron
insuficientes para vehicular el potencial de pensamiento que el partido podía haber generado al
respecto.
Pero el problema de los instrumentos editoriales del partido, de cara a promover una
reflexión teórica colectiva solvente, no era sólo el de su cantidad, sino también el de su
orientación. Estos instrumentos fueron concebidos más para la difusión de la línea oficial del
partido que como herramientas para el desarrollo de una labor teórica autónoma. En ellos se
ponía particularmente de manifiesto la subordinación de la cultura a la política en la que se viene
insistiendo y la instrumentación de la investigación como glosa de la línea sancionada por el
equipo dirigente. El mejor ejemplo lo tenemos en Nuestra Bandera, la revista teórica de alcance
nacional impulsada por el Comité Central, que fue durante la transición el gran amplificador de la
propuesta eurocomunista oficial, hasta el punto de que los sectores ortodoxos de la organización
se referían despectivamente a ella como “Vuestra Bandera”380
. Efectivamente, la política de
publicaciones de Nuestra Bandera parecía dictada por el mismo Comité Ejecutivo del partido
según las exigencias de la coyuntura, y su línea editorial estaba hecha a imagen y semejanza de
su director, Manuel Azcárate. Esto es algo que puede comprobarse atendiendo a los contenidos
de la revista y atendiendo a la mayoría de quienes participaron en ella, siempre dentro de unos
377
“La crisis del Partido Comunista de Asturias. Documentos”, El Basilisco (Oviedo), núm. 6, enero-abril de 1979,
pp. 27-72. Puede consultarse también en Asturias, Carpeta 2, Caja 79, AHPCE. 378
Francisco Pereña, “Ante el IX Congreso del Partido Comunista”, Materiales (Barcelona), nº 8, marzo-abril, 1978. 379
Pierre Broué, “¿Dónde están los cambios en el PCE?”, Viejo Topo (Barcelona), abril de 1978. 380
Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit., 292.
229
márgenes de diversidad lo suficientemente amplios como para que tampoco pudiera considerarse
un instrumento sectario. La estrecha dependencia de la revista con respecto a la dirección del
partido y las pautas por ella marcada pueden constatarse en el hecho de que de los 133 autores
distintos que colaboraron en la revista del IX al X congreso, es decir, de abril de 1978 a julio de
1981, 81 de ellos pertenecían al Comité Central, al Comité Ejecutivo o al Secretariado381
. De
entre todos ellos eran frecuentes los nombres de Pilar Brabo, Carlos Alonso Zaldívar, Julio
Segura, Javier Pérez Royo, José Luis Malo de Molina, Paloma Portela y Eugenio Triana, quienes
más tarde conformarían la corriente eurorrenovadora, aquella que apostó por profundizar más
decididamente en el eurocomunismo y por una renovación en el núcleo dirigente382
. Tanto es así,
tan vinculada estaba la revista a la línea política oficial del partido, que cuando se abrió la crisis
en el seno de la dirección a finales de los setenta y la mayoría eurocomunista se fragmentó en
oficialistas y eurorrenovadores, Nuestra Bandera, que por la composición de su Consejo de
Redacción y por encontrarse sobre todo bajo la dirección de Azcárate había caído bajo influencia
de los segundos, se convirtió en un objetivo a abatir por parte de los primeros. Se forzó entonces
la dimisión de Azcárate y con él se fueron mucho de sus más estrechos colaboradores.
En definitiva Nuestra Bandera no gozó durante la transición de la autonomía que un
instrumento pensado para la investigación, la reflexión teórica y la promoción de una cultura
específicamente comunista demandaba y eso es algo que se puso particularmente de manifiesto,
como veremos, en el caso del debate del leninismo.
III.4.2.2. La inespecífica toma de partido de los intelectuales en el debate y las polémicas de
Cataluña y Asturias.
El papel y los pronunciamientos del conjunto de los intelectuales del partido en sus
organizaciones de base, en las asambleas y conferencias precongresuales, resulta difícil de
precisar con exactitud, porque su intervención se vio generalmente diluida entre el resto de la
militancia, y porque lejos de mantener un posicionamiento unitario se dio una amplia diversidad
de casos. En cuanto a lo primero, con el acelerado proceso de territorialización organizativa del
partido la mayoría de los intelectuales afrontaron los debates del IX congreso encuadrados en sus
381
Pedro vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit. pp. 291 y 292. 382
Pedro Vega y Peru Erroteta, Ibidem.
230
agrupaciones locales y de distrito, junto al resto de la militancia; con la excepción, básicamente y
no siempre, de los militantes universitarios, que lo hicieron en sus organizaciones sectoriales. El
desmantelamiento de la organización sectorial redundó en beneficio de la crisis de la militancia
intelectual en el PCE, y a la altura de abril de 1978 esta crisis se empezaba a poner de manifiesto.
El desmantelamiento de la organización sectorial privó al partido de espacios en los que los
intelectuales pudieran haber ejercitado sus destrezas para hacer una aportación colectiva, de un
espacio en el que podría haberse dado una contribución específicamente intelectual al debate
sobre el leninismo. Básicamente los universitarios, y no en todos los sitios, encararon las
asambleas preparatorias del IX Congreso en su organización sectorial, toda vez que estas fueron
de las pocas que sobrevivieron a la territorialización, dado el ámbito tan específico y circunscrito
al que se referían. El caso de las organizaciones universitarias del PCE es particularmente
interesante para comprobar cómo se comportaron colectivamente los intelectuales ante la
propuesta de redefinición ideológica, por cuanto que la universidad seguía siendo uno de los
espacios por excelencia de ideologización, el lugar en el que se tomaban las referencias
doctrinarias, se accedía a las lecturas de los autores marxistas, se entroncaba con las nuevas
tendencias de pensamiento y se aprendía a argumentar. El lugar quizá de mayor condensación
ideológica de cuantos frecuentaban el partido, y el lugar, sin duda, de mayor concentración de
intelectuales o aprendices de tales. Tanto es así que fue en la universidad donde el debate cobró
un tono más apasionado.
En cuanto a lo segundo, no resultaría acertado a simple vista alinear al grueso de los
intelectuales con una determinada postura, así como tampoco sería atinado adscribir a los obreros
manuales a tal o cual posicionamiento. La división en torno a la cuestión del leninismo se dio en
los militantes de base y en los cuadros del partido con independencia de cual fuera su condición
socioprofesional, al igual que a nivel de la dirección. Por ejemplo, en el equipo dirigente es cierto
que la mayoría, más por dirigentes que por intelectuales, se mostraron favorables al abandono,
caso significativo de Manuel Azcárate. Pero también se dio la postura contraria, representada
particularmente por el escritor Armando López Salinas. A nivel de cuadros intermedios la
división entre los intelectuales también resultó manifiesta. En la universidad madrileña, por
ejemplo, Juan Trías y José Jiménez, dos estrechos colaboradores de Nuestra Bandera y de la
Fundación de Investigaciones Marxistas, accedieron a la supresión mientras que otros referentes
del movimiento estudiantil como Manuel Martínez Llaneza o Miguel Mora se opusieron. En las
bases intelectuales tampoco hubo un posicionamiento común. Como veremos a continuación la
231
organización universitaria de Asturias se manifestó a favor, no ya de la definición leninista, sino
de la más contundente y de reminiscencias estalinistas definición marxista-leninista, mientras
que, por ejemplo, la organización universitaria cacereña, muy permeable al eurocomunismo, se
expresó a favor de la iniciativa de la dirección.
No obstante, aunque la cuestión del leninismo dividió a los intelectuales quizá en los
mismos términos que al conjunto del partido, sí es cierto que allí donde el debate fue más
conflictivo, en el PSUC, en Asturias y en cierta forma en Valencia, muchos intelectuales jugaron
un papel destacado en la oposición a la propuesta oficial.
El debate sobre el leninismo tuvo efectos traumáticos para los comunistas catalanes. El
caso más elocuente tuvo lugar en la Conferencia Nacional del PSUC preparatoria del IX
Congreso a principio de abril de 1978, cuando su Presidente, Gregorio López Raimundo, y su
Secretario General, Antoni Gutiérrez, pusieron sus cargos a disposición del Comité Central del
partido después de no lograr persuadir a la mayoría de los delegados, ni siquiera al Comité
Ejecutivo en su conjunto, para que votaran a favor de la supresión del leninismo en los futuros
estatutos del PCE. Aunque la crisis se superó al cabo de una semana en un Comité Central en el
que López Raimundo y Gutiérrez Díaz retomaron sus responsabilidades, dos desajustes hasta
entonces latentes se pusieron de manifiesto: las diferencias de criterio entre el PSUC y el PCE,
que pronto enturbiarían las relaciones entre los dos partidos hermanos, y las diferencias
ideológicas y políticas que se daban dentro del propio PSUC, y que llevarían a la descomposición
del partido unos años después en su V Congreso, celebrado en enero de 1981. Pues bien, unas de
las organizaciones del PSUC más beligerantes con las tesis propuestas al IX Congreso fue su
federación universitaria; cuyo pleno aprobó una resolución en la que censuraba el enfoque global
de esas tesis, se oponía a la redefinición ideológica y reprobaba a Santiago Carrillo por haber
planteado sin previo aviso el abandono del leninismo en los medios de comunicación383
.
La Federación Universitaria reunida en pleno el 18 de marzo de 1978 para analizar cuál
debería ser la postura que la delegación del PSUC llevara al IX Congreso del PCE se manifestó
partidaria de que ésta defendiera para el PCE la definición leninista que se había dado a sí mismo
383
Federación Universitaria del PSUC, “ Resolició del ple de la federació universitaria del PSUC del 18-3-78 sobre
la participació de la delegació del PSUC al IX Congres del PCE”, Caja 58, Fondos PSUC, Archivo Nacional de
Cataluña (ANC).
232
en Cataluña en su IV Congreso. Pero más allá de esto la beligerancia se puso especialmente de
manifiesto al valorar las tesis propuestas a debate en su conjunto y al pronunciarse de manera
particular sobre cada una de ellas. El juicio general fue demoledor: “La valoració global del
document és negativa. Se´l considera pobre, d´elaboració aparentment i d´enfoc poc definit”384
.
Mientras que la crítica a cada tesis resultó de lo más severa. Para los universitarios catalanes, la
tesis uno, que versaba sobre el proceso de cambio político en España, debía ser totalmente
sustituida porque carecía de sentido autocrítico al no reconocer el fracaso de la ruptura. La tesis
cuatro, que trataba sobre los Pactos de la Moncloa, no se expresaba en contra de éstos pese a
algunas de las opiniones negativas que se vertían al respecto, pero sí denunciaba el exceso de
triunfalismo con que se analizaban en el documento. La tesis 7, por ejemplo, referida a la política
sindical, fue criticada por no atender a la problemática de los técnicos y profesionales. La 8, sobre
la mujer, fue tachada de “superficial”385
. Y la 10, sobre la juventud, de “paternalista”. Sobre la
tesis 15, la que trataba de la definición ideológica del partido, la organización se expresó en los
siguientes términos:
No ha hagut acord sobre la conveniencia de suprimira qualificació de “leniniste” o d´inspiració en el
leninisme, però es creu que la delegació del PSUC hauria d´estar al que s´ha acordat en el nostre IV
Congrés386
.
Al mismo tiempo, la organización universitaria propuso la apertura de un debate a fondo,
sosegado, sin tapujos y con tiempo suficiente, que clarificara la naturaleza de los Países del Este,
la vinculación que con respecto a ellos debería mantener el partido, la estrategia y el modelo de
socialismo por el que apostaba y el significado que a tenor de todo esto podía cobrar el término
leninismo, en lugar de reducir la discusión a la pobre disyuntiva “leninismo sí, leninismo no”.
Para cerrar la reflexión en lo relativo a las tesis se pedía la supresión, la definición precisa o el
reemplazo del término eurocomunismo, una fórmula imprecisa que, a juicio de los universitarios
catalanes, había alcanzado proyección pública, pero que resultaba ambigua y se prestaba a todo
tipo de interpretaciones387
.
384
Federación Universitaria del PSUC, “ Resolició del ple de la federació universitaria del PSUC...”, doc. cit., fol. 2. 385
Federación Universitaria del PSUC, “ Resolició del ple de la federació universitaria del PSUC...”, doc. cit., fol. 2-
4. 386
Federación Universitaria del PSUC, “ Resolició del ple de la federació universitaria del PSUC...” doc. cit., fol. 4 387
Federación Universitaria del PSUC, “ Resolició del ple de la federació universitaria del PSUC...” doc. cit., fol. 4 y
5.
233
No obstante, y esta es una de las cuestiones fundamentales a retener, la oposición a las
tesis oficiales y la apuesta por la permanencia de la definición leninista, no se hicieron desde
planteamientos nostálgicos, prosoviéticos o ultraortodoxos. Muy al contrario la resolución
universitaria atacaba el estalinismo como experiencia histórica pasada, pero sobre todo como
forma de funcionamiento interno todavía perceptible en el PCE, en alusión directa al
autoritarismo que aún se respiraba en sus filas y al personalismo que lo presidía. En este sentido,
los universitarios catalanes pedían a la delegación del PSUC que en el IX Congreso reprobaran
abiertamente a Santiago Carrillo por haber adoptado en solitario la decisión de proponer el
abandono del leninismo y por haberla expuesto sin previo aviso en los medios de comunicación.
Finalmente, la resolución criticaba, muy a tono con esa cultura antiautoritaria, el culto interesado
que desde la dirección se estaba rindiendo a la personalidad de Lenin para compensar ante la
militancia más nostálgica el abandono del leninismo388
. Esta denuncia, fue una expresión más de
esa crítica que con tanta insistencia se hizo a la dirección, la de promover el abandono del
leninismo con métodos estalinistas.
En definitiva, en la participación de los universitarios catalanes se pusieron de manifiesto
tres cosas. En primer lugar, que la complejidad ideológica del PCE no podía agotarse en un
disyuntiva tan esquemática como la que había propuesto la dirección. En su seno se daban cita
tendencias diversas y más refinadas cuya línea divisoria no pasaba exclusiva o fundamentalmente
por el epígrafe del leninismo. En segundo lugar, que el eurocomunismo como propuesta oficial
era más aceptado que asimilado. Y en tercer lugar, que la autoridad de Santiago Carrillo no era
tan sólida como aparentaba. Ambas cosas, desconfianza hacia el eurocomunismo y
cuestionamiento del Secretario General sería dos de los ejes fundamentales de la crisis que asoló
al PSUC y al PCE unos años después. El debate sobre le leninismo las anticipó en buena medida.
En el caso de Asturias la polémica sobre el leninismo profundizó una brecha que venía de
atrás entre el sector oficialista y un grupo crítico minoritario pero numeroso. Los segundos,
partidarios de la definición marxista-leninista del partido, abandonaron la conferencia asturiana
preparatoria del IX congreso celebrada en Perlora a finales de marzo de ese año de 1978
aduciendo falta de garantías democráticas en el desarrollo de los debates. Su futuro en el partido
sería breve: al cabo de unos meses fueron expulsados, cierto que por razones que iban más allá
388
Ibidem
234
del debate identitario389
. Pues bien, este grupo disidente, estaba formado en gran medida por
profesionales y universitarios, es más, por la mayoría de los profesionales e intelectuales del
partido en Asturias. En el “Documento de los 113” elaborado por los críticos que abandonaron la
conferencia podían encontrarse, además de las firmas de miembros de comités locales y del
Comité Regional y Central (muchos de ellos técnicos y profesionales liberales), la de los
representantes de la organización universitaria, la de los corresponsales de Mundo Obrero en la
región y la de la mayoría del equipo de redacción de Verdad, el órgano de expresión oficial del
partido en Asturias, con su director a la cabeza. Nombres como los de Fernando López
(responsable del Comité Universitario), Pedro Alberto Marcos (Director de Verdad) o Mariano
Arias Páramo (universitario, redactor de Verdad y al vez corresponsal en Asturias de Mundo
Obrero) son testimoniales del perfil sociológico y cultural de muchos de los disidentes390
.
El foco de disidencia había surgido en la Agrupación de Oviedo. Fue en su Conferencia
Extraordinaria Preparatoria del IX congreso donde se elaboraron las resoluciones más críticas con
las tesis propuestas a debate. En ellas se censuraba a la dirección por haber promovido la cuestión
del leninismo de manera personalista, pragmática, sin tiempo suficiente para abordarla, sin una
metodología de debate marxista y de manera irresponsable por no calibrar las consecuencias que
podía tener para la unidad del partido. La propuesta de definición ideológica que allí se aprobó
fue la del marxismo-leninismo, con 53 votos a favor frente a los 13 que respaldaban la propuesta
oficial y frente a los 15 que pretendían una definición como la del PSUC, esto es, que el partido
se definiera como marxista y leninista391
. No obstante, ni siquiera esta triple propuesta agotaba la
diversidad de planteamientos, pues entre quienes respaldaban la definición marxista - leninista se
encontraban militantes prosoviéticos o simplemente aquellos que en su enfrentamiento con la
dirección consideraban oportunista la propuesta de revisión doctrinaria y se oponían a esta actitud
defendiendo la continuidad de la clásica definición
389
Sobre la crisis de Perlora véase “La crisis del Partido Comunista de Asturias. Documentos”, El Basilisco
(Oviedo), núm. 6, enero-abril de 1979, pp. 27-72. 390
La relación nominal de los 113 que se salieron de la Conferencia de Perlora con datos referentes a las
responsabilidades que ocupaban en el partido y a partir de las cuales se puede deducir su perfil socioprofesional
puede verse en “Documento de los 113” en “La crisis del Partido Comunista de Asturias. Documentos”, El Basilisco
(Oviedo), núm. 6, enero-abril de 1979, p. 37. 391
“Estracto del acta de resoluciones de la Conferencia Extraordinaria de la organización del PCE de Oviedo”, en
“La crisis del Partido Comunista de Asturias. Documentos”, El Basilisco (Oviedo), núm. 6, enero-abril de 1979, pp.
34 y 35. Sobre la composición sociológica y cultural y la trayectoria del PCE en Oviedo desde su despegue en el
Tardofranquismo hasta la crisis Perlora véase Luis Alfredo Lobato y Francisco Erice, “El PCE en Oviedo, del final
de la Guerra Civil a la transición (1937-1978), en Francisci Erice (coord.), Los comunistas en Asturias..., op. cit., pp.
391-396.
235
Tan identificados estaban los intelectuales asturianos con la corriente crítica que desde la
oficialidad se desató una intensa ola de obrerismo para desacreditarla. Los oficialistas tenían una
base social asentada fundamentalmente en las cuencas mineras y las grandes industrias del metal
y apelaron al obrerismo para aislarlas del foco disidente. El obrerismo no es una corriente
ideológica sistematizada sino una actitud que presupone algunas concepciones de fondo poco
elaboradas. El obrerismo es una tendencia de las organizaciones de la izquierda a subrayar sus
esencias obreras desde una perspectiva estrecha que recela de cualquier persona que no responda
al prototipo de trabajador manual asalariado en un centro de producción a gran escala. Una
tendencia que se caracteriza en consecuencia por recelar de los intelectuales, dada su procedencia
social generalmente burguesa o “pequeño burguesa” y por tener una dedicación profesional que
procura un status social intermedio.
Así visto el obrerismo no podía ser más contrario a una de las propuestas oficiales del
PCE a la altura de los años 70, la de la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura. La ola
obrerista desatada por la dirección asturiana en la crisis de Perlora vino a poner de manifiesto que
esta propuesta no había sido interiorizada por buena parte del partido. Lo denunciaba el que fuera
cabeza visible de los críticos, Vicente Álvarez Areces, en una intervención ante el Comité Central
del PCE celebrado en Madrid el 14 de abril de 1978, en vísperas del IX Congreso:
Los intelectuales y los obreros parecen dos categorías disjuntas y ajenas por completo a la historia de la
lucha de nuestro partido y se retrocede a posiciones obreristas que parecían enterradas en el pasado y que
desde luego entran en flagrante contradicción con formulaciones tales como la de Las Fuerzas del Trabajo y
la Cultura392.
En su intervención Areces se lamentaba de que sus adversarios se refirieran a ellos como
“cuatro intelectuales ambiciosos de poder”. Esta actitud anti-intelectualista se volvió a poner de
manifiesto en el solemne escenario del IX Congreso cuando Gerardo Iglesias, portavoz de los
oficialistas se refirió de esta forma indirecta al sector crítico:
Creemos, camaradas, que es muy peligroso, y nos encontramos con muchos camaradas asustados en este
momento, puesto que en las agrupaciones, a partir de este debate, se presentan una serie de camaradas que
392
“Intervención de Vicente Álvarez Areces en la reunión del Comité Central, celebrada en Madrid, con fecha 14-4-
78, Víspera del IX Congreso del PCE”, en El Basilisco (Oviedo), núm. 6, enero-abril de 1979, p. 44.
236
por tener pico de oro, como señala el camarada Carrillo, absorben la discusión, mientras mantienen
marginados a quienes están currando y trabajando en la calle todos los días”.393
Este fenómeno no fue exclusivo de Asturias porque en otras organizaciones también hay
testimonios de acoso obrerista a los intelectuales partidarios del leninismo. En este sentido, un
militante de la Agrupación de la Facultad de Derecho de Valencia se quejaba en una carta
enviada a la redacción de Mundo Obrero que no fue publicada del trato que recibieron los
intelectuales contrarios al abandono del leninismo por parte de Federico Melchor, que acudía a la
Conferencia Local de Valencia en representación del Secretariado. Salvador Llácer Vallés, que
así se llamaba este militante, lo expresaba de la siguiente manera:
La demagogia del cda. Melchor llegó a su culminación cuando arremetió violentamente contra los
intelectuales, diciéndonos que deberíamos mirar más nuestra casa y dejar de hacer intervenciones
“academicistas”. Y de esta forma, incitó a los cdas. obreros de la conferencia a un enfrentamiento sin
sentido utilizando los argumentos más demagógicos para arrancarles aplausos cuando atacaba a los
intelectuales394
.
Vistos estos casos la cuestión del leninismo generó una tensión en la militancia del partido
que en algunos casos se tradujo en el resurgir, generalmente por inducción interesada de algunos
cuadros y miembros de la dirección, del obrerismo más duro, alimentando un enfrentamiento
entre militantes de distinta condición socioprofesional desconocido en el antifranquismo y muy
contrario a la propia línea oficialmente proclamada por el partido de Alianza entre las Fuerzas del
trabajo y la Cultura.
III.5. Lo que pensaron los intelectuales.
Vistas todas estas dimensiones de la implicación militante de los intelectuales cabe ahora
preguntarse qué pensaron, qué tendencias ideológicas siguieron los intelectuales y cuál fue en
última instancia el contenido de su quehacer cuando realmente actuaron como tales. Los casos
concretos del abandono del marxismo y la renuncia al leninismo son idóneos para hacer una cata
393
“Debates en torno al informe del Comité Central. Intervención de Gerardo Iglesias”, en Noveno Congreso del
PCE, Actas... op. cit., p. 56. 394
Salvador Llacer Vallés, “Carta a Mundo Obrero para la tribuna del IX Congreso”, Valencia, febrero-abril de
1978, IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
237
en la trayectoria de este pensamiento por cuanto que en ellos se explicitaron, como en ningún
otro, tendencias ideológicas, pero también porque estos debates dibujaron una inflexión en esas
tendencias.
Antes de abordar esos debates conviene encuadrarlos: perfilar los parámetros ideológicos
dentro de los cuales se desarrollaron esas reflexiones acerca de la identidad de los partidos. En
este sentido los planteamientos de los intelectuales del PCE y el PSOE se movieron en cierta
medida dentro de los parámetros ideológicos analizados en el capítulo II, aunque con frecuencia
los desbordaron y a veces también divergieron. En cualquier caso, no cabe duda que el marxismo,
en su sentido más genérico, fue predominante en los ambientes intelectuales antifranquistas, hasta
el punto de que “....su influencia sí tuvo que ver muy directamente con la caracterización de la
cultura y con el concepto de compromiso que se tenía mayoritariamente en los ambientes de la
oposición en los inicios de la transición”395
. Esto es algo que, como ha planteado Francisco
Fernández Buey, puede constatarse viendo la actividad docente e investigadora desarrollada en la
universidad, la orientación de las principales revistas de pensamiento político y los catálogos de
las editoriales396
. Lo que en las aulas se impartía, lo que desde la universidad se producía y lo que
entonces se leía entre los sectores intelectuales hostiles a la dictadura bebía fundamentalmente del
marxismo en sus más diversas expresiones.
Por tanto, el marxismo fue la referencia ideológica básica de los intelectuales progresistas
a finales del franquismo y principios de la transición, algo en lo que merece la pena insistir
habida cuenta de la posición secundaria que se le suele atribuir para entonces atendiendo al papel
realmente secundario que ocupó al concluir la transición. Y es que efectivamente las ideologías
triunfantes de la transición no fueron aquellas que informaron de manera más intensa el activismo
antifranquista. El neoliberalismo como expresión ideológica última de la derecha y el social-
liberalismo como ideología hegemónica en la autodenominada izquierda en los ochenta apenas
estaban prefiguradas en los ambientes intelectuales españoles y mucho menos entre la izquierda
intelectual.
No obstante, conviene hacer algunas precisiones para comprender lo dicho hasta ahora, y
para entender cómo fue posible que de este escenario intelectual antifranquista hegemonizado por
395
Francisco Fernández Buey, “ Para estudiar las ideas olvidadas en la transición”, op. cit. p.1. 396
Ibidem.
238
el marxismo se pasara en tan breve período de tiempo a desestimarlo como referente político
fundamental - en el caso de la mayoría de los intelectuales del PSOE -, o a abandonar la versión
leninista del mismo, una de las más influyentes, - como hicieron muchos de los intelectuales del
PCE -.
En primer lugar, conviene tener en cuenta que si bien el marxismo fue hegemónico entre
las vanguardias antifranquistas universitarias no lo fue en el conjunto de la universidad, donde
dominaron ideologías conservadoras o liberales, sobre todo entre los estudiantes menos
comprometidos en la lucha contra la dictadura, nada desdeñables en número, y sobre todo entre
catedráticos y autoridades académicas. La confusión ha venido en el momento en que esa
hegemonía en los espacios universitarios de oposición a la dictadura se ha trasvasado
mecánicamente al conjunto de la universidad, obviando, por tanto, que la mayor parte del mundo
universitario permaneció inmune a los esquemas ideológicos del marxismo397
.
En segundo lugar, conviene tener en cuenta que en su evolución, sobre todo más reciente,
el marxismo había conocido una diversificación importante, puesta hasta tal punto de manifiesto
en los años de la transición que resulta más oportuno utilizar el término marxismos para referirse
a ese hervidero ideológico que su forma singular, por más que fuera ésta la que entonces se
utilizara398
. Había muchos marxismos entonces en boga que no se agotaban en las líneas oficiales
de los partidos, y que convivían en su interior o se desarrollaban fuera de éstos dialogando o
rivalizando entre sí. La peculiaridad de cada uno de estos marxismos les hacía más o menos
proclives a enlazar con otras tradiciones o a evolucionar en un sentido u otro. Por eso no es de
extrañar que desde esta hegemonía marxista una parte la izquierda intelectual pudiera evolucionar
aceleradamente a planteamientos socialdemócratas, o de estos incluso a propuestas social-
liberales.
En tercer lugar, el peso que tuvo el marxismo entre las vanguardias antifranquista e
incluso en el conjunto de la universidad – por más que en ésta ni siquiera fuera hegemónico – no
tuvo una correspondencia equilibrada con su grado de difusión y asimilación en la sociedad
española, como se puso de manifiesto en las encuestas que entonces se realizaban, en el
comportamiento político de la mayoría de la sociedad española y en los resultados electorales.
397
Francisco Fernández Buey, “Para estudiar las ideas olvidadas ...”, op. cit., p. 3. 398
Ibidem.
239
Las ideologías de las vanguardias intelectuales antifranquistas estuvieron poco socializadas.
Parecía como si el marxismo se hubiera alienado con respecto al movimiento real y se hubiera
recluido en los espacios propiamente intelectuales cobrando una vida autónoma, y a veces hasta
autómata, en las universidades. Parecía como si el marxismo se hubiera academizado al tiempo
que se replegaba del imaginario de las clases populares. El marxismo se había convertido en
“lugar común de las ciencias”, al tiempo que se alejaba cada vez más intensamente del “sentido
común de los de abajo”. El reajuste se saldó por imposición de la tozuda realidad material en
perjuicio del marxismo. Su falta de arraigo social le iría arrojando fuera del mundo de las ideas
de la Academia. La pérdida de respaldo social del PCE y del resto de la izquierda marxista tuvo
su correlato, aunque con algo de retraso, en los ambientes intelectuales.
Como pasaremos ahora a comprobar, la transición marcó una inflexión en los ambientes
intelectuales del socialismo de influencia marxista al social-liberalismo399
. Semejante viraje tuvo
como hito fundamental la renuncia expresa al marxismo en el XXVIII Congreso. Al tiempo el
comunismo se topó con serias dificultades para fundamentar desde el punto de vista teórico una
práctica revolucionaria, frustración a la que se dieron distintas salidas. La dificultad de
fundamentar teóricamente una práctica revolucionaria viable llevó al eurocomunismo a
planteamientos similares a los de la socialdemocracia clásica. El hito en esta deriva fue el
abandono del leninismo en el IX Congreso. Los debates sobre el marxismo en el caso del PSOE y
el leninismo en el caso del PCE fueron la manifestación más visible de la inflexión del socialismo
de origen marxista al social-liberalismo y del desconcierto del eurocomunismo ante la dificultad
de diseñar una alternativa al socialismo real que no cayera en la socialdemocracia.
Lo curioso de estos dos acontecimientos es que se produjeron cuando la repercusión de
los marxismos, y dentro de estos del leninismo, en los ámbitos académicos todavía era notable.
Esta disfunción explica las resistencias que se dieron al abandono del leninismo, y sobre todo las
resistencias que se dieron a la renuncia al marxismo, en ámbitos intelectuales y muy
especialmente entre las bases formadas en estos ámbitos. Estaban demasiado recientes las
lecturas marxistas entre algunos activistas del PSOE y estaban demasiado generalizadas las
referencias al marxismo entre la mayoría de éstos como para que la propuesta de revisión pudiera
imponerse sin más.
399
Francisco Fernández Buey, “ Para estudiar las ideas olvidadas...”, op. cit. p. 4.
240
Los debates que se reproducen a continuación fueron debates de una considerable
densidad ideológica. En ellos se movilizaron como en ninguna otra ocasión sofisticados
argumentarios para sacar adelante las propuestas, se expusieron análisis que sondeaban
posibilidades de acción, se concretaron ideales a perseguir y se confrontaron las estrategias de
acción consecuentes. Fue con motivo de los debates acerca del leninismo y el marxismo cuando
la reflexión ideológica se hizo más explícita y cuando los intelectuales de partido se vieron
impelidos a un cierto esfuerzo teórico. Los debates sobre el leninismo y el marxismo pusieron en
primer lugar de manifiesto las múltiples formas que un partido político tiene de insertarse en su
tradición intelectual, las diferentes maneras de relacionarse con sus clásicos. Pero más allá de eso
la cuestión del leninismo y el marxismo funcionó también entre los intelectuales como un
catalizador de debates decisivos que afectaban a la propia identidad de los partidos de la
izquierda, a su razón de ser en las sociedades occidentales del momento. Los debates en cuestión
sirvieron entre otras cosas para que se pusieran sobre la mesa los proyectos que entonces se le
ofrecían al PCE y al PSOE. Por otra parte, en estos debates también se reprodujeron muchas de
aquellas dimensiones opacas de la ideología en la que venimos insistiendo. Los debates sobre el
leninismo y el marxismo fueron escenarios privilegiados para la instrumentación de las doctrinas,
escenarios en los que se puso de manifiesto con nitidez los usos pragmáticos de que pueden ser
objeto.
Los debates entre intelectuales fueron ejemplos elocuentes de la problemática relación
que la izquierda mantuvo con su doctrina en la transición y representaron al mismo tiempo un
punto de inflexión en la trayectoria ideológica que diseñaron a lo largo del proceso. Los debates
sobre el leninismo y el marxismo fueron el rubicón ideológico de las izquierdas españolas, un
hito importante de su transformismo doctrinario. Por último, en estos debates se dibujó con
bastante precisión el perfil que caracterizó a los intelectuales de partido, así como condensaron
buena parte de sus contribuciones teóricas durante la transición. En ellos los intelectuales
evidenciaron el grado de autonomía con que desarrollaron su trabajo y en ellos hicieron síntesis
de muchas de las reflexiones que fueron elaborando a lo largo del proceso. El análisis de los
debates sobre el marxismo y el leninismo nos devuelve, por tanto, una imagen bastante verosímil
de los intelectuales de partido de la transición: de sus reflexiones, de los parámetros ideológicos
en que se desenvolvían, de las tendencias que iban abrazando, de su implicación en la dirección
del partido y de su compromiso o no con la línea oficial de éstos.
241
A continuación exponemos la contribución de varios intelectuales a los debates, precedida
de unas breves notas acerca de su trayectoria política y profesional. En el texto resumimos su
trayectoria política y profesional durante el franquismo y la transición. A pie de página indicamos
brevemente su trayectoria posterior y dedicación actual. La intención es subrayar una cuestión
que nos parece relevante: que la mayoría de los intelectuales que participaron en estos debates
ocupaban ya entonces o pasaron a ocupar posteriormente un lugar destacado en la vida intelectual
y académica del país, y algunos también en la vida pública. Como veremos a continuación
quienes entonces reflexionaron sobre estas cuestiones ideológicas, contribuyendo con su
reflexión a imprimir un giro en la trayectoria de agentes tan relevantes en la transición como
fueron los partidos de la izquierda, se situaban ya entonces o se situaron poco después al frente de
cátedras, decanatos o rectorados universitarios, de influyentes institutos de investigación o de
cargos públicos relevantes. Los debates en cuestión atravesaron, por tanto, a una parte importante
de lo que sería la futura Academia española y, por supuesto, a buena parte también del futuro
poder político.
III.7.1. Contribuciones de intelectuales comunistas al debate del leninismo.
A continuación se analizan las contribuciones de varios intelectuales comunistas al debate
sobre el leninismo. En concreto se analizan algunas contribuciones individuales que en forma de
artículos en revistas hicieron algunos intelectuales afiliados o afines al PCE y las contribuciones
que otros hicieron en dos mesas redondas organizadas para debatir la propuesta de revisión
doctrinaria: el debate organizado por la revista teórica del PSUC, Noust Horitzons, y el debate
organizado por la revista teórica del PCE, Nuestra Bandera. En cada uno de estos casos
explicamos cómo se editaron los debates en sendas revistas. Finalmente hemos incluido otro
subapartado en el que analizamos un cruce de correspondencia que en aquellos meses en los que
se estaba debatiendo sobre el leninismo se produjo entre Daniel Lacalle y el que fuera el
intelectual comunista más destacado, Manuel Sacristán. Se trata de una breve correspondencia en
la que se condensaron buena parte de los debates estratégicos que constituían el trasfondo del
debate más superficial sobre el leninismo. Además este análisis nos permite incluir algunas notas
sobre lo que entonces e inmediatamente después planteó Sacristán a propósito de lo que entendía
como una imperiosa necesidad de renovación teórica y práctica del movimiento comunista.
242
- José Manuel Fernández Cepedal: “Ser marxista-leninista hoy”.
Con el título “Ser marxista leninista hoy”, José Manuel Fernández Cepedal publicó en el
número 1 de la revista El Basilisco sus reflexiones en torno a la identidad ideológica del PCE400
.
Profesor de Filosofía en la Universidad de Oviedo y autor de varios artículos sobre Historia de la
Filosofía, las ideologías de la Revolución Francesa y el desarrollo del materialismo histórico, fue
desde sus inicios miembro del Consejo de redacción de la revista citada401
.
Para Jesús Fernández de Cepedal existían dos formas de interpretar a Marx, una legalista
y otra crítica. La primera, que a su juicio negaba el espíritu del marxismo, consistía en la fijación
y en la sustantivación de los contenidos de la obra de Marx con independencia de los cambios
acontecidos en el contexto en que esos contenidos fueron formulados. El método legalista
procuraba en todo momento el ceñimiento absoluto a la letra expresa de Marx, y para eso la labor
del intelectual revolucionario del presente debía reducirse a una exégesis de lo tipificado en su
día por el clásico. Por el contrario, el método crítico partía de una tesis fundamental del
pensamiento marxiano: la tesis de la determinación social de cualquier tipo de pensamiento.
Semejante tesis acerca del pensamiento llevaba implícita a su vez la propuesta de su revisión
continua. La consideración de la sociedad como incesantemente mutable y la afirmación de la
determinación social de las ideas propugnaban lógicamente la adecuación constante de estas
ideas a la evolución de aquella sociedad: los cambios en el contexto de formulación de las ideas
exigían la formulación de nuevas ideas. Por tanto, la labor del intelectual revolucionario en el
presente pasaba por el análisis de las nuevas circunstancias y la innovación de planteamientos
necesaria para ello. Según Fernández de Cepedal el mejor representante de este marxismo crítico
fue Lenin, que revisó con suma creatividad las aportaciones de Marx al calor de los cambios de
su tiempo. Su contrafigura legalista podía detectarse en la cosificación posterior del marxismo-
leninismo: en la universalización que de esos novedosos planteamientos de Lenin había hecho
una parte del movimiento comunista402
. Pero frente a esta absolutización del marxismo-leninismo
había surgido, decía Cepedal, el eurocomunismo como propuesta de adecuanción revolucionaria
400
José Manuel Fernández Cepedal, “Ser marxista-leninista, hoy”, El Basilisco (Oviedo), nº1. pp. 118-120. 401
Más tarde sería decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo y secretario de la Fundación
Gustavo Bueno. 402
José Manuel Fernández Cepedal, op. cit., pp. 118-119.
243
a los nuevos tiempos. Así visto, el eurocomunismo no era otra cosa que una nueva forma de
leninismo. ¿Por qué entonces – se preguntaba Cepedal – abandonarlo cuando en virtud de eso
habría de reafirmarse? Cepedal dejaba esta pregunta en el aire para sugerir la contradicción que
encerraba la iniciativa revisionista de Santiago Carrillo. En opinión de Cepedal la propuesta de
redefinición ideológica estaba reproduciendo el método legalista de interpretación de los clásicos
al reducir al leninismo a una serie de contenidos fijos que habían caducado, en lugar de
aprehender su verdadero espíritu innovador. 403
- Francisco Pereña: “Ante el IX Congreso del Partido Comunista”
En el número ocho de la revista Materiales se publicó el artículo “Ante el IX Congreso
del Partido Comunista”404
. Su autor, Francisco Pereña Blasi, venía desarrollando una trayectoria
investigadora centrada en la figura de Heidegger, el idealismo alemán, el psicoanálisis lacaniano
y cuestiones de marxismo405
.
Para este profesor de Filosofía el punto de partida de la reflexión debía clarificar el
alcance real del leninismo y su relación con el marxismo. El marxismo era, en este sentido, un
reducido pero fundamentado conjunto de proposiciones teórico científicas, de preguntas y de
nuevos planteamientos que más que suscitar soluciones había señalado nuevos problemas a
desarrollar. Por su parte, Lenin había sido el creador a partir de tales proposiciones de un riguroso
cuerpo de doctrina en el que había profundizado en cuestiones que Marx trató de soslayo, como
el Estado, la revolución y el partido. Pero es más, estas soluciones teóricas relativas al Estado, al
partido y a la revolución representaban la primera y única propuesta que resolvió el problema de
la transición al socialismo. La cuestión del leninismo no era baladí, aunque sólo fuera porque
hasta entonces no se conocía un modelo exitoso de reemplazo. En consecuencia, planteaba
Francisco Pereña, renunciar al leninismo - algo que a él le parecía adecuado - entrañaba la
ingente tarea de sustituir las nociones de Lenin acerca del partido, la revolución y el Estado por
otras nuevas de valía no probada406
.
403
Ibidem. 404
Francisco Pereña, “Ante el IX Congreso del Partido Comunista”, Materiales (Barcelona), nº 8, marzo-abril, 1978,
pp. 161-181. 405
En la actualidad es profesor titular de Filosofía en la Universidad de Barcelona, 406
Francisco Pereña, op. cit., pp. 169-173.
244
Este cambio no podía reducirse a un simple cambio meramente cuantitativo por el cual,
tal como se repetía desde la dirección del PCE, el partido dejaba de articularse en un partido de
cuadros reducidos para constituirse en un partido de masas. Cambiar la naturaleza del partido
implicaba a su vez cambiar la relación de este con la sociedad, el Estado y la estrategia de
transformación. Para Pereña el partido de nuevo tipo al que debía aspirarse sería aquel que
eliminara “el sometimiento sacral” de los militantes a los órganos de dirección, que estimulara
una mayor imbricación de éstos en la sociedad civil y que, impulsando los movimientos sociales,
en tanto que agentes fundamentales de la transformación, preservara al mismo tiempo su
autonomía como condición para el desarrollo de una democracia plena. La estrategia que debía
desarrollar este partido consistiría, en oposición a la leninista y a la socialdemócrata, en ir
articulando la democracia representativa con la directa, favoreciendo para ello la intervención de
las organizaciones de masas en la gestión social y pública407
.
El planteamiento de Pereña respondía al espíritu estratégico del momento del que venimos
hablando: a esa guerra de posiciones formulada por Gramsci que adecuada a las nuevas
circunstancias apostaba por realizar la transformación social a partir de las construcción de
espacios de participación directa que fueran solapándose con las instituciones representativas
hasta desbordar su carácter formal, y que fueran penetrando, al mismo tiempo, en la estructura
económica para ir introduciendo formas de gestión colectivas que anticiparan el socialismo y
fueran condición para avanzar hacia él. La propuesta tenía su coherencia, pero tenía el mismo
tono generalista y especulativo de todas las estrategias de transición gradual al socialismo del
momento y adolecía de los mismos silencios relativos a los soluciones de continuidad entre unos
momentos y otros, a los saltos cualitativos, a la reconversión de la guerra de posiciones en una
guerra de movimientos.
A pesar de estar de acuerdo con la desestimación del leninismo criticó duramente la
iniciativa revisionista de la dirección. Pereña planteó una cuestión fundamental para comprender
la conformación doctrinaria del núcleo dirigente del PCE: que éste había leído a Marx a través de
Lenin y a Lenin tamizado por el estalinismo. En este sentido, vino a plantear que la
desestimación del leninismo se estaba haciendo desde los parámetros estalinistas en los que se
407
Francisco Pereña, op. cit., pp. 173-178.
245
había educado el núcleo dirigente. La propuesta de revisión doctrinaria, y con ella todo el proceso
de mutación ideológico del partido, se estaba haciendo de manera análoga al propio proceso de
transición: desde arriba, sin participación de las bases y por decreto408
. La comparación de Pereña
resultaba muy aguda, sugería que el partido había mimetizado de puertas adentro la lógica del
proceso de cambio en el que participaba, al tiempo que contribuía a legitimar esa lógica por su
propia naturaleza interna autoritaria. En definitiva, lo que Pereña venía a plantear era que el
núcleo de la dirección comunista no estaba a la altura del proceso de revisión doctrinaria que
impulsaba y que en su degeneración estaba basculando entre el estalinismo y la socialdemocracia.
Lo expresaba en los siguientes términos:
Sin embargo, si algo positivo encierra el proyecto eurocomunista sería, sin duda, su propósito crítico y
autocrítico, su propósito de pensar original y originariamente los problemas fundamentales de la tan
pendiente revolución socialista. Pero para eso no puede servir el PCE tal como está, tal como siguen
funcionando sus mecanismos de “poder” institucionales, que están favoreciendo una salida claramente
socialdemócrata.409
Por último, Pereña concluyó su artículo con una afirmación iconoclasta, al plantear que a
él no le importaba que el partido dejara de definirse como leninista, como tampoco le importaría
que el partido dejara de proclamarse marxista. Lo que en su opinión debía definir a un partido
comunista era el objetivo a perseguir y el impulso de la dinámica que conducía a ese objetivo. Lo
expresó de la siguiente forma:
¿Por qué no definir a un Partido Comunista por lo que es, es decir, un partido obrero y popular que tiene por
objeto organizar la autonomía política e ideológica de las clases populares, impulsando la lucha de clases en
orden a instaurar el socialismo como paso previo al comunismo, sin más retóricas ni referencias sacrales?410
- Noust Horitzons. “Leninisme Avui”: Un debate con Luciano Gruppi, Jean Ellenstein,
Manuel Azcárate y Francisco Fernández Buey.
Con el título “Leninisme Avui” la redacción de Noust Horitzons organizó una mesa
redonda para discutir la cuestión identitaria, que contó con la presencia de tres destacados
408
Francisco Pereña, op, cit., p. 164 409
Francisco Pereña, op. cit., p. 162 410
Francisco Pereña, op. cit., p. 180.
246
dirigentes e intelectuales eurocomunistas: Luciano Gruppi, del Partido Comunista Italiano, Jean
Ellenstein, por el Partido Comunista Francés y Manuel Azcárate, director de Nuestra Bandera y
responsable de las relaciones internacionales del Partido Comunista de España. La mesa la
moderó el intelectual del PSUC Francisco Fernández Buey411
. Lo que allí se discutió tiene
mucho interés, porque reflejó en cierta medida la visión que a propósito del revisionismo del PCE
tenían estos intelectuales de los otros dos grandes partidos eurocomunistas. No obstante, este
interés queda también relativizado por el tono excesivamente diplomático que presidió esta
reunión, y que solía presidir todos los encuentros entre partidos hermanos. Los intelectuales
foráneos no valoraron expresamente la decisión promovida por la dirección, de acuerdo con la
costumbre de no pronunciarse sobre las cuestiones internas de los partidos homólogos, y se
afanaron por subrayar los planteamientos compartidos, de acuerdo con esa costumbre también
extendida de buscar la sintonía con el anfitrión y los demás invitados.
Luciano Gruppi fue uno de los intelectuales más destacados del Partido Comunista
Italiano, al tiempo que uno de los principales dirigentes de la organización en los años sesenta y
setenta. Gruppi representa al prototipo de intelectual comunista italiano que supo aunar su labor
de intelectual con las tareas de dirección del partido. Nacido en Torino en 1920 se licenció en
Filosofía en 1943, año en el que se afilió al partido comunista y pasó a engrosar las filas de la
resistencia al fascismo. Tras la Segunda Guerra Mundial fue primero dirigente de la federación de
Torino y más tarde Secretario General de la región de Piamonte412
. En los sesenta y setenta fue
miembro del Comité Central, desempeñando cargos relacionados con el trabajo intelectual e
ideológico, como el de responsable de la Comisión de Cultura del Comité Central, el de
Vicedirector de la famosa revista Crítica Marxista o el de director del Instituto de Estudios
Comunistas Palmiro Togliatti. Además de sus numerosos artículos en Rinascita y Crítica
Marxista fue autor de varias monografías muy divulgadas en la época, entre las que cabe citar, El
411
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”, Nous Horitzons ( Barcelona) núm. 41, marc de
1978, pp. 29-35. Conviene tener en cuenta que el encuentro no fue reproducido literalmente en Noust Horitzons, sino
resumido por su Consejo de redacción, con lo que las intervenciones que exponemos a continuación han pasado ya
por un filtro que inevitablemente las esquematiza. 412
Después de militar por un tiempo en el Partido de los Demócratas de Izquierda, heredero socialdemócrata en los
noventa del PCI tras su disolución, pasó a las filas del Partido de la Refundación Comunista Italiana, el otro heredero
del desaparecido partido comunista italiano.
247
pensamiento de Lenin413
, Togliatti e la via italiana al socialismo414
y El concepto de hegemonía
en Gramsci415
.
Jean Ellestein fue un intelectual comunista francés habitualmente distanciado de la línea
oficial del PCF, partido en el que ingresó con 17 años tras su precoz participación en la
Resistencia. Después de la liberación, Ellestein realizó labores periodísticas y propagandísticas
para las juventudes comunistas. Años después retomó sus estudios para realizar la carrera de
Historia y organizar la Unión de Estudiantes Comunistas. A partir de mediados de los cincuenta,
en el contexto del XX Congreso del PCUS en el que se denunciaron los crímenes del stalinismo,
Ellenstein fue experimentando un distanciamiento progresivo con respecto al comunismo
ortodoxo, para apostar por una reconciliación del socialismo con la tradición democrática liberal,
algo que le situó durante varios años en posiciones marginales dentro de su partido. No obstante,
fue nombrado director adjunto del Centro de Estudios e Investigaciones Marxistas, desde el cuál
escribió su obra más famosa, una Historia de la Unión Soviética elaborada desde presupuestos
muy críticos para lo que se daba dentro de los partidos comunistas. Con la breve apuesta del PCF
por el eurocomunismo Ellenstein volvió a cobrar protagonismo dentro de sus filas, pero a
principios de los ochenta su presencia en el partido se hizo insostenible. Sus ataques a la Unión
Soviética y su denuncia de la falta de democracia interna en el PCF le grajearon la animadversión
de la mayoría de la dirección. Rompió con el partido y a partir de ahí evolucionó de manera
acelerada hacia planteamientos socialdemócratas.
Manuel Azcárate diseñó una trayectoria política parecida a la de Ellenstein. Hijo del
diplomático español Pablo de Azcarate ingresó en las juventudes comunistas en 1934 con apenas
18 años y participó en la Guerra Civil como activo propagandista. Ya en el exilio fue miembro
del Consejo de redacción y redactor de Mundo Obrero y Nuestra Bandera, revista de la que fue
responsable durante buena parte de la transición. Miembro del Comité Central y del Comité
Ejecutivo durante el tardofranquismo y transición desempeñó durante este periodo distintas
funciones, entre las que destacó la de responsable de las relaciones internacionales del partido.
Azcárate fue uno de los máximos impulsores del eurocomunismo y el miembro de la dirección
del PCE más expresamente crítico con los países del Socialismo Real, actitud crítica que
413
Luciano Gruppi, El pensamiento de Lenin, México, Grijalbo, 1980. 414
Luciano Gruppi, Togliatti e la via italiana al socialismo, Roma, Reuni, 1974. 415
Luciano Gruppi, El concepto de hegemonía en Gramsci, México, Grijalbo, 1978.
248
comprometió al partido en tanto que procedente de su responsable internacional. Azcárate
terminó siendo marginado del PCE por voluntad expresa de Santiago Carrillo en 1981, cuando se
reveló como inspirador intelectual del sector eurorenovador, el sector que reclamaba también una
aplicación del eurocomunismo de puertas adentro de la organización. A partir de entonces
Azcárate mantuvo su actividad pública como articulista del diario El País, desmarcándose
progresivamente del campo ideológico del comunismo.
Por su parte, Fernández Buey fue, y sigue siendo416
, un activo militante y prolífico
intelectual comunista. Afiliado al PSUC en 1963 participó desde entonces en distintos
movimientos sociales de oposición a la dictadura. Fue miembro fundador del Sindicato
Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) en 1966 y dirigente más
tarde de la Coordinadora Estatal del Movimiento de Profesores No Numerarios. A finales de los
setenta jugó también un papel destacado en el Comité Antinuclear de Cataluña (CAC). A partir
de 1972 ejerció la docencia en las universidades de Barcelona y Valladolid. Durante todos estos
años Fernández Buey colaboró estrechamente con su maestro, Manuel Sacristán, del que tomó su
apuesta por un marxismo rico y antidogmático que mira al libertarismo y a las aportaciones de los
nuevos movimientos sociales.
El caso de Fernández Buey es particularmente significativo, por cuanto que vino a
personalizar una de las contradicciones del PCE en la que se viene insistiendo: la de su
incapacidad para enriquecerse con las aportaciones de sus intelectuales. En el caso de Buey se
puso especialmente de manifiesto la descompensación entre lo que los intelectuales tenían que
decir al respecto del debate sobre el leninismo (que en el caso de Buey era mucho) y el papel real
que el partido les atribuyó en la polémica (que en su caso fue muy discreto). Se daba la
circunstancia de que tan sólo unos meses antes a la apertura del debate sobre el leninismo
Fernández Buey había publicado un libro sobre el revolucionario ruso y su obra en una colección
entonces bastante divulgada417
. El trabajo, Conocer Lenin y su obra, era un sugerente repaso por
la trayectoria política e intelectual de Lenin en el que Buey hacía un importante esfuerzo por
416
En la actualidad es catedrático de filosofía política en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. En su extensa
obra, dedicada sobre todo a la filosofía moral y política, a la historia de las ideas y también a la filosofía de la
ciencia, destacan títulos como Contribución a la crítica del marxismo cientificista, La ilusión del método, Poliética,
Marx (sin ismos) o Leyendo a Gramsci. 417
Francisco Fernández Buey, Conocer Lenin y su obra, Barcelona, Dopesa, 1977. La obra formaba parte de la
colección promovida por Dopesa “Conocer...”, consistente en una serie de monografías en las que se analizaban la
vida y obras de grandes científicos, pensadores y literatos como Kafka, Sartre, Marx, Einstein, etc.
249
contextualizar históricamente las contribuciones teóricas y las propuestas políticas del dirigente
bolchevique y prestaba especial atención a sus últimas reflexiones, críticas y autocríticas, sobre el
proceso revolucionario ruso. El trabajo, pese a su orientación divulgativa, era un intento por
explicar de manera rigurosa la aportación leninista que podría haber servido al debate en el
partido. Buey enfatizó en este trabajo varios rasgos de la aportación leninista: su inquebrantable
voluntad revolucionaria, su deseo de elevar la conciencia de la clase obrera, su perspectiva
internacionalista y su antidogmatismo. Sobre esto último Buey profundizó en la versatilidad
intelectual y práctica que demostró el dirigente bolchevique a la hora de dar cuenta y de
intervenir en el curso de un proceso revolucionario que no siguió las pautas previstas por la teoría
de la tradición socialista; así como su actitud autocrítica ante la orientación que en algunos
aspectos había tomado el proceso. En estas contribuciones cifró Fernández Buey la actualidad
de Lenin. No obstante, para actualizar a Lenin hacía falta igualmente una revisión crítica de
muchos de los “leninismos” posteriores en los que había quedado dogmatizada su contribución.
Lo expresaba del siguiente modo el filósofo del PSUC:
Desde este punto de vista, recuperar a Lenin hoy quiere decir sobre todo añadir a la autocrítica del último
Lenin, parcialmente distanciado del ejercicio del poder, la autocrítica del leninismo418
.
Fernández Buey inició y orientó este debate planteando que el leninismo se había
considerado tradicionalmente como un sistema de pensamiento basado en tres tesis centrales: la
necesidad de la destrucción del Estado burgués, el centralismo democrático como criterio
fundamental en la organización del partido y la consideración del imperialismo como fase
superior del capitalismo y prefacio del socialismo419
. Muy diplomáticamente Gruppi vino a
planear que cuando el PCE abandonaba el leninismo, entendido éste como una teoría acabada
acerca del Estado, el partido y la revolución, lo que estaba abandonado era una corrupción
dogmática y doctrinal del leninismo, porque el verdadero leninismo no era sino un sistema
abierto para el estudio y la transformación de la realidad basado en la dialéctica del “análisis
concreto de la realidad concreta” y en la sujeción simultanea a los objetivos revolucionarios. Con
ello Gruppi justificaba que su partido, el PCI, siguiera definiéndose como leninista, sin enfrentar,
por otra parte, esta definición a la revisión promovida por le PCE. La discrepancia no era así de
fondo, sino simplemente semántica, en la medida que por leninismo se entendían cosas distintas.
418
Francisco Fernández Buey, Conocer Lenin..., op. cit., introducción. 419
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”, op. cit., p. 29
250
No obstante, Gruppi vino a plantear - ahí la buscada sintonía de fondo con el PCE - que las tesis
positivas de Lenin acerca de la exclusiva naturaleza burguesa del Estado en el capitalismo debían
matizarse y que en el socialismo futuro ocuparían un lugar central las instituciones
representativas liberales420
.
Más entusiasta de la propuesta de redefinición se manifestó Ellenstein que marcó
distancias entre el marxismo y el leninismo, calificando al primero de filosofía y reduciendo al
segundo a su mera aplicabilidad práctica superada por la historia. Así visto, la ideología marxista
se confundía con la ciencia, social en este caso, y el leninismo se reducía a mera técnica
circunstancial421
. Finalmente Manuel Azcárate justificó el abandono en términos parecidos a los
de Ellenstein, planteando además que el leninismo no era sino una construcción estalinista
elaborada para legitimar relaciones de poder, una ideología legitimadora del autoritarismo
soviético422
.
Después de este turno de palabras se abrió un debate en el que los tres participantes
proclamaron su adhesión a la estrategia eurocomunista, consistente en dilatar la democracia a
todas las esferas de la sociedad civil sin quebrantar el marco constitucional vigente en cada país.
Cada uno de ellos vino a legitimar desde la estrategia eurocomunista la línea política seguida por
su partido. En este sentido, Ellenstein justificó la propuesta de unidad de la izquierda del PCF,
Gruppi el “Compromiso histórico” pregonado por Enrico Berlinguer y Azcárate la práctica del
consenso seguida por le PCE en la transición. Sólo Fernández Buey rompió el optimista ambiente
eurocomunista. Intervino para decir que probablemente este proceso paulatino de dilatación de la
democracia al que aspiraba el eurocomunismo se toparía con la resistencia, incluso armada, de la
reacción, sobre todo en el momento en que el proceso se acelerase al entrar las fuerzas
progresistas en el gobierno. Buey planteó que este supuesto más que probable remitiría a
soluciones no muy distantes de las esbozadas por Marx en el Manifiesto Comunista, relativas a la
restricción de libertades a los sectores depuestos, algo que a su vez remitía a la aportación
leninista. Los intervinientes salieron al paso de este reparo asegurando que la hegemonía social
previamente construida por la izquierda inhibiría a los sectores depuestos de un golpe armado y
420
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”, op. cit., pp. 29 y 30. 421
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”. op. cit., pp. 31 y 32. 422
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”, op. cit., p. 33.
251
que en todo caso las medidas de coacción se atendrían siempre a lo pautado por el Estado de
Derecho423
.
Como vemos los debates estratégicos de la transición entrañaron una extraordinaria carga
especulativa en la que se podía observar el funcionamiento de la ideología como resolución
imaginaria de contradicciones reales, en virtud de la cual se hacía prospectiva para contemplar
supuestos alternativos a lo presente. Una resolución imaginaria que como también puede verse
lindaba fácilmente con la evasión placentera: con la idealización de un futuro considerado poco
menos que inevitable. Desde la perspectiva eurocomunista se insistía demasiado en que la
transición al socialismo no tendría episodios de violencia. La propuesta de las vías pacíficas
resultaba difícilmente creíble a tenor de las experiencias vividas, sobre todo en el Chile de
Allende. El problema para los partidos comunistas es que la propuesta de asalto violento al
Estado resultaba a todas luces inviable a tenor de los fracasos ya experimentados en los años 20.
Por todo ello la insistencia en la impredecible y poco probable naturaleza pacífica y legalista de
la transición al socialismo parecía revelar sobre todo el deseo de los eurocomunistas de legitimar
su práctica de integración plena en los sistemas liberales y de respeto consecuente con su
ordenamiento jurídico. La estrategia esbozada no era tanto una guía de acción a largo plazo como
una justificación para la política inmediata.
- Joaquín Sempere: “Eurocomunismo y leninismo”.
De la dirección de Noust Horintzons surgieron también voces críticas con respecto a la
propuesta de abandonar el leninismo. No en vano el núcleo del Consejo de Redacción con sus
dos directores, Andreu Claret y Joaquím Sempere, a la cabeza, constituiría el sector de los
denominados leninistas. Fue precisamente Joaquím Sempere, entonces miembro de la ejecutiva
del PSUC y del Comité Central del PCE424
, quien publicó los mismos días en que se estaba
celebrado el IX Congreso del PCE un artículo de opinión en el diario El País donde apostaba por
la permanencia del Leninismo y proclamaba su compatibilidad con el eurocomunismo425
. Su
tesis principal era que si por eurocomunismo se entendía una estrategia revolucionaria y
423
“Leninisme Avui. Um debat amb Azcárate, Ellenstein i Gruppi”, op. cit., pp. 33-35. 424
En la actualidad es profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de
Mientras Tanto, 425
Joaquín Sempere, " Eurocomunismo y leninismo", El País (Madrid), Viernes 21 de abril de 1978.
252
democrática de transición al socialismo, de ella no se derivaba la necesidad de prescindir del
leninismo. Precisamente, decía Sempere, la observancia de un leninismo bien entendido, esto es,
depurado de sus adherencias stalinistas, era vital para que el eurocomunismo evitara la atracción
socialdemócrata. De este modo, si bien era cierto que la estrategia promovida por el dirigente
bolchevique no era democrática en el sentido usual del término, el espíritu del leninismo serviría
para que la vía eurocomunista no dejara de ser, por democrática, revolucionaria, es decir, no
dejara de ser, una estrategia viable de transición socialista. El dirigente comunista catalán
pretendía con ello sustraer a los defensores del abandono uno de sus argumentos principales:
aquel que derivaba el rechazo del leninismo de la apuesta por la vía eurocomunista. En un párrafo
conciso pero clarividente expuso además los rasgos que distinguían a los partidos comunistas de
los socialistas, rasgos que en su opinión se debían a la matriz leninista que ahora se pretendía
desechar:
Nuestra concepción del partido como instrumento de organización y movilización de las masas obreras y
populares, nuestra más decidida capacidad de antagonismo al sistema burgués, nuestra mayor sentido
internacionalista, nuestro arraigo más concreto y activo en la clase obrera [...]426
Por otra parte Sempere, apeló a la necesidad de postergar un debate tan complejo e
importante. Si la dirección había llegado a la conclusión de que el leninismo era prescindible, lo
oportuno era abrir un debate prolongado en el que pudieran expresarse sin limitaciones de ningún
tipo todas las posturas del partido. La celeridad de la decisión invitaba a pensar que la propuesta
de abandono respondía a motivaciones coyunturales que poco tenían que ver con reflexiones
teóricas de fondo.
- El debate de Nuestra Bandera: un debate con Valeriano Bozal, Ernst García, Manuel
Azcárate, Julio Segura, José Sandoval, Juan Trías y Antoni Domènech.
El plena fase precongresual el Consejo de Redacción de Nuestra Bandera, la revista
teórica oficial del Partido, organizó un debate entre entre intelectuales a propósito de la cuestión
del Leninismo, cuyas actas fueron publicadas en el número 91 de la Revista de 1978.
426
Ibidem.
253
El Consejo de Redacción de la revista estableció a priori los ejes por los que debía
discurrir el debate. Al exponerlos quedó patente la intención de reducir el leninismo a una
experiencia histórica remota o a un simple método de análisis427
. El pretendido ejercicio
ordenador de la discusión reveló la predisposición de los organizadores del evento al cambio
identitario, y su deseo de condicionar el debate en un sentido favorable a éste. Pero más allá de
esto, fue la composición de la mesa de debate lo que evidenció el deseo del consejo de redacción
de orientar la discusión a favor de la propuesta de abandono: de los siete participantes sólo uno
estaba claramente en contra de la propuesta oficial, algo que no guardaba correspondencia con la
correlación de posicionamientos que se daba en el conjunto del partido. Esto es un ejemplo de
una tesis que exponíamos más arriba: que los instrumentos editoriales del partido fueron
concebidos más para la promoción de la línea oficial que como herramientas para una labor
teórica autónoma.
Valeriano Bozal: “La dialéctica de Lenin”.
El primero en intervenir en este debate organizado por la revista Nuestra Bandera fue
Valeriano Bozal, destacado intelectual ya entonces y militante activo del partido en el
tardofranquismo y la transición, que ejerció durante un tiempo como redactor jefe de la revista
antedicha. Doctor en estética y profesor de la Universidad Complutense desde 1969 ha
desarrollado una fructífera carrera investigadora centrada en la relación entre los problemas
estéticos y las realidades históricas, muy atenta en un principio a las aportaciones marxistas428
.
Para Valeriano Bozal la principal aportación de Lenin era de carácter metodológico. Esta
aportación radicaba en su concepción de la dialéctica sintetizada en la máxima del “análisis
concreto de la situación concreta”, tantas veces malinterpretada como apología del pragmatismo.
Con ella lo que se reivindicaba era el análisis de las situaciones particulares desde su globalidad y
atendiendo a su carácter cambiante, pero un análisis tamizado siempre por una conciencia certera
de la correlación fuerzas y por la adhesión a los objetivos revolucionarios últimos. En este
427
Consejo de redacción de Nuestra Bandera, “Propuesta para un debate sobre Lenin y el leninismo”, Nuestra
Bandera (Madrid), núm. 92, 1978, pp. 4 y 5. 428
En la actualidad Valeriano Bozal es Catedrático de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad
Complutense de Madrid, dirige la colección de ensayos La Balsa de la Medusa y es comisario de varias
exposiciones.
254
sentido, la dialéctica cultivada por Lenin, decía Bozal, podía ser un correctivo tanto al idealismo
como a las imprecisiones del eurocomunismo.429
Ernest García: “Las revisiones de Lenin: leninismo y marxismo revolucionario ayer y hoy”.
Ernest García i García ingresó en el PCE en 1971, participando activamente en la vida de
la organización universitaria del partido en Valencia. En la transición fue elegido primer
Secretario General del Partido Comunista del País Valenciá. También en la transición fue
miembro del Comité Central del PCE, hasta que fue expulsado por su papel al frente de los
eurorenovadores. En 1971 era ya profesor de sociología en la Universidad de Valencia430
.
En su intervención en el debate de Nuestra Bandera431
Ernest García defendió el
abandono del leninismo, pero puso igualmente de manifiesto la inconsistencia de muchas de las
razones que se estaban manejando para desestimarlo. La primera de esas razones era la de la
antigüedad del pensamiento de Lenin. A este respecto afirmó que se trataba de una verdad trivial
e insuficiente, por cuanto que todo pensamiento de un autor pasado terminaría tarde o temprano
sufriendo los estragos del tiempo. Esta no podía ser una razón de fondo si no se quería de paso
renunciar al propio carácter marxista del partido, dada la mayor longevidad de la obra del
pensador germano. En el mismo sentido tampoco era razón suficiente aquella que descartaba el
leninismo atendiendo a sus erráticas predicciones, pues otro tanto se podría decir de los vaticinios
de Marx. Según García no era el acierto o el error en la prospectiva lo que debía tenerse en cuenta
para definirse o no con respecto a un clásico432
.
En segundo lugar, García se opuso a quienes desestimaban el leninismo aduciendo su
especificidad rusa y su consecuente disfuncionalidad para los países occidentales. Había que
tener en cuenta que las tesis leninistas tuvieron una cierta pretensión universalizadora y que
además informaron durante bastante tiempo una práctica política en los partidos comunistas
europeos que García consideraba ajustada al momento. El tercer enfoque que el ponente
429
Valeriano Bozal, “La dialéctica de Lenin”, en Nuestra Bandera (Madrid), núm. 92, 1978, pp. 6-8. 430
En la década de 90 el cargo de director del Departamento de Sociología y Antropología de dicha universidad, y,
en el primer quinquenio del 2000, el de Decano de la facultad de Ciencias Sociales. Actualmente es Catedrático de
Sociología en dicha universidad. 431
Ernest García, “ Las revisiones de Lenin: leninismo y marxismo revolucionario ayer y hoy”, Nuestra Bandera
(Madrid), núm. 92, 1978, pp. 9-16. 432
Ernest García, “Las revisiones de Lenin...”, op.cit., pp. 9 y 10.
255
cuestionaba era aquel que consistía en discriminar las enseñanzas útiles de Lenin de aquellos
aspectos irrecuperables de su doctrina, para finalmente comprobar si el saldo animaba a
desestimar la definición leninista. A juicio del interviniente ese método segregacionista no tenía
mucho sentido por dos razones. Primero, porque no todas las tesis de Lenin tenían la misma
importancia, de manera que el balance no podía hacerse con toda precisión. Y segundo, porque su
propuesta revolucionaria era bastante sistemática, de manera que muchas de las tesis
aparentemente útiles se derivaban de su concepción estratégica de fondo, que, para Ernest García,
no era recuperable. De este modo, si aisladamente resultaban sugerentes, quedaban invalidadas al
comprobarse su dependencia de una propuesta global desfasada433
.
En cuarto lugar, repudió el argumento de que reemplazar el marxismo-leninismo por el
marxismo revolucionario era el mejor tributo que se le podía rendir a Lenin porque suponía
definirse como el mismo Lenin había hecho. En este sentido, el término marxismo
revolucionario acuñado por Lenin para diferenciarse del marxismo reformista de Kautsky tenía
una carga conceptual diametralmente contraria a la del marxismo revolucionario que se
propugnaba desde el eurocomunismo. Llegado a este punto García expuso sus razones para
abandonar el marxismo. Para este profesor universitario lo que justificaba la renuncia al
leninismo era su incompatibilidad manifiesta con el eurocomunismo. El leninismo era ante todo
una estrategia bien perfilada de asalto al poder y transición al socialismo que las nuevas
condiciones del momento habían vuelto obsoleta, mientras que el eurocomunismo era la única
estrategia revolucionaria viable en las actuales circunstancias. La estrategia leninista se basaba en
la imposibilidad de un asalto directo al Estado existente, en su destrucción inmediata y en su
reemplazo por un nuevo Estado obrero; mientras que la estrategia eurocomunista descansaba en
la posibilidad y en la conveniencia de trasformar progresivamente el estado liberal en un sentido
todavía más democrático de camino al socialismo. Según García o se estaba de un lado o se
estaba de otro, pero ser leninistas y eurocomunistas al mimo tiempo resultaba incongruente.434
Manuel Azcárate: “El leninismo, hoy”.
Manuel Azcárate - cuyos trazos biográficos ya hemos esbozado – plantea que el primer
paso para encarar la polémica ideológica consistía en diferenciar el papel histórico de Lenin de la
433
Ernest García “ Las revisiones de lenin...”, op. cit., pp. 11 y 12. 434
Ernest García, “Las revisiones de Lenin....”, op. cit., pp. 13-16.
256
historia del concepto de leninismo. Según expuso en su artículo, el término leninismo fue
acuñado en un principio por Kamenev, durante la agonía del líder bolchevique, e inmediatamente
después fue empleado por todos los interesados en reemplazarle. Por otra parte, la fórmula
marxismo-leninismo fue consagrada por primera vez en el V Congreso de la Internacional
Comunista en 1924. El objetivo declarado era implantarla en todos los partidos comunistas que
estaban surgiendo para dotarlos de un basamento ideológico homogéneo y diferente al del resto
de las opciones marxistas. En la práctica, a juicio de Azcárate, lo que se pretendía era limitar con
esa fórmula binaria lo dogmáticamente aceptable435
.
La siguiente distinción que Azcárate consideraba de recibo para afrontar el debate
ideológico era la del papel histórico del marxismo, por un lado, y del leninismo, por otro. El
marxismo era y seguía siendo la ciencia de la revolución social, una necesidad histórica para el
avance de la humanidad. El leninismo no fue sino una aplicación específica de esa ciencia social
en unas condiciones muy concretas. De este modo, Azcárate elevaba el marxismo a la condición
de fundamento teórico último de toda praxis revolucionaria, y rebajaba el leninismo a una
aplicabilidad histórica más o menos fidedigna de ello. De nuevo la ideología se reducía a la
ciencia para referirse al marxismo al tiempo que el leninismo era considerado como una de sus
muchas posibilidades de aplicación. Azcárate rechazaba de plano la consideración que Entienne
Balibar - un discípulo de Althusser muy leído entonces - hacía del leninismo como el filtro
necesario a través del cual había que leer a Marx en la era del denominado “capitalismo
imperialista”. Para Azcárate la obra de Marx gozaba de cierta autosuficiencia, y los filtros que
precisaba su lectura no dependían exclusiva ni fundamentalmente de las aportaciones
leninistas436
.
Motivo añadido y fundamental para desterrar la fórmula del marxismo –leninismo era su
manipulación e instrumentación ideologizada y tendenciosa por parte del PCUS. So pretexto de
velar por la pureza ideológica consagrada en el canon marxista-leninista el PCUS había logrado
la absolutización del modelo soviético, había impuesto su hegemonía en el conjunto del
Movimiento Comunista y había preservado, aun a costa de los intereses de los partidos
comunistas occidentales, los intereses de Estado de la URSS. Para Azcárate las concepciones del
estalinismo seguían estando en el centro del marxismo-leninismo. De este modo movilizó el
435
Manuel Azcárate, “El leninismo, hoy”, Nuestra Bandera (Madrid), núm. 92, 1978, p. 17 436
Manuel Azcárate, “El leninismo, hoy”, op. cit., pp. 17 y 18.
257
argumento del Lenin tergiversado malévolamente por Stalin. La diferencia entre uno y otro: que
el primero había concebido el partido como instrumento para la revolución y el segundo como
instrumento al servicio de los intereses de Estado. Era la necesidad de recuperar esa concepción
originaria del partido teorizada por el propio Lenin lo que exigía el rechazo del marxismo-
leninismo acuñado por Stalin. Para ello estableció un paralelismo ingenioso, pero un tanto
forzado: la ruptura con el marxismo-leninismo era en esos momentos una necesidad histórica tan
acuciante para el Movimiento Comunista como el surgimiento del leninismo, en tanto que
oposición al revisionismo socialdemócrata, lo había sido para el movimiento obrero de principios
de siglo437
. Se trató de uno de los más refinados ejemplos de esa práctica que anticipábamos en la
introducción consistente en justificar el abandono del leninismo afirmando su coherencia con las
enseñanzas mismas de Lenin. Las viejas prácticas argumentales consistentes en buscar en Lenin
el criterio de autoridad de las propuestas resultaron muy útiles para desembarazarse del
leninismo. Los intelectuales del partido las explotaron sabedores de que la militancia se había
educado secularmente en esas formas corporativas de argumentación.
José Sandoval y Julio Segura: aportaciones al coloquio sobre el leninismo.
José Sandoval y Julio Segura no dejaron por escrito su ponencia, pero sus
posicionamientos en el debate posterior quedaron recogidos en las actas de la sesión. José
Sandoval posee una biografía apasionante. Nacido en 1913 fue combatiente en la Guerra Civil e
inmediatamente después prisionero en el campo de concentración de San Cyprien, de donde
escapó para alistarse como voluntario contra Hitler en la guerrilla del Ejercito Rojo que operó en
Ucrania, Hungría y Eslovaquia. A comienzos de los sesenta regresó a España para reorganizar el
interior. En el 64 fue detenido y pasó a cumplir una condena de diez años en diversos penales,
dentro los cuales dirigió las luchas de los presos políticos. Tras su liberación se reincorporó al
Comité Central, del que formaba parte desde 1954, para ocupar durante la transición la Secretaría
de Cultura y, como hemos visto, la dirección del Centro de Estudios e Investigaciones Sociales,
más tarde reconvertido en la Fundación de Investigaciones Marxistas438
.
Por su parte Julio Segura ingresó en el PCE en 1969. En el 77 fue elegido miembro del
Comité Central y secretario de la Comisión de Teoría Económica del partido. En 1981 fue
437
Manuel Azcárate, ibidem. 438
José Sandoval, op. cit.
258
expulsado PCE por su solidaridad con los eurorenovadores, pasando desde entonces a expresar
una afinidad cada vez más estrecha al PSOE. Doctorado en Ciencias Económicas por la
Universidad Complutense en 1968 ocupó desde ese momento puestos de relevancia en la
administración del Estado439
.
José Sandoval participó en el debate de Nuestra Bandera más bien como moderador,
sintetizando y glosando el resto de las intervenciones, aunque dejando clara también su
disposición al abandono del leninismo por la caducidad de sus principales tesis sobre la
revolución, el partido y el Estado440
. Julio Segura, también partidario del abandono del leninismo
por entenderlo incompatible estratégicamente con el eurocomunismo, hizo no obstante una
autocrítica de interés: que la propuesta eurocomunista debía perfilar la cuestiones relativas a las
soluciones de continuidad entre las etapas de cambio prescritas en su estrategia, porque si no
estos vacíos remitirían siempre a las soluciones coercitivas ofrecidas por Lenin, dado el carácter
de clase del Estado441
.
Juan Trías Vejarano: “Orígenes y significados del leninismo”.
Juan Trías Vejarano jugó un papel destacado en la organización universitaria del Partido
Comunista en Madrid durante la dictadura y la transición, primero como alumno y más tarde
como profesor en la Facultad de Sociología de la Universidad Complutense, en la que terminó
siendo Catedrático de Historia de las ideas políticas. Su investigación se ha ocupado de las ideas
políticas de autores tan dispares como Platón, Tocqueville, Locke, Pi y Margall y, por supuesto,
Lenin y Marx442
.
La ponencia presentada por Juan Trías al debate de Nuestra Bandera443
resultó
clarificadora, porque planteó que había distintas formas de entender el leninismo: como
aportación metodológica, en el mismo sentido de lo apuntado por Bozal, y como estrategia
439
En la década de los ochenta y noventa ha ocupado puestos de dirección en el Ministerio de Trabajo, en el Instituto
Nacional de Empleo y en el Banco de España. En la actualidad es el presidente de la Comisión Nacional del Mercado
de Valores. 440
“Coloquio”, Nuestra Bandera, op. cit., pp. 21 y 22. 441
“Coloquio”, Nuestra Bandera, op. cit., pp. 22-24. 442
En la actualidad es profesor emérito en la Universidad Complutense de Madrid y miembro activo de la Fundación
de Investigaciones Marxistas. 443
Juan Trías, “Orígenes y significados del leninismo”, en Nuestra Bandera (Madrid), núm. 92, 1978, pp. 30-34.
259
precisa de transformación, tal y como había planteado García; pero también como afirmación
revolucionaria frente al reformismo socialdemócrata.
Trías arrancó su artículo haciendo arqueología del concepto de leninismo. Planteó que
este término, anterior a la fórmula binaria del marxismo-leninismo, fue acuñado por primera vez
por los dirigentes de la II Internacional detractores de Lenin. El propósito era enfrentar este
término al marxismo, para arrojar las propuestas del revolucionario ruso fuera de los parámetros
de esta concepción. Poco después los partidarios de Lenin de la II Internacional, que
protagonizarían más tarde la histórica escisión, lo hicieron suyo a modo de identificación con la
revolución bolchevique, como ejercicio de afirmación revolucionario en los términos en que se
dio esa experiencia histórica y como reacción a la actitud reformistas de los dirigentes
socialdemócratas. A partir de entonces el leninismo había representado para sus partidarios estas
tres cosas444
.
Para Trías el leninismo era, además de todo eso, un contenido y un método. El contenido
consistía en una teoría acerca del partido, el Estado, el imperialismo y la revolución. El método
se refería a la forma de interpretar la realidad y a la forma de hacer política. En cuanto a lo
primero, este método de análisis ejercitado por Lenin representaba la aplicación más concreta y
madura de la dialéctica marxista, un método cuyo eje vertebral era el análisis concreto de la
realidad concreta y no la adscripción a unos esquemas y a unas previsiones. En cuento al método
de intervención política lo expresaba con precisión Trías citando a Lukács:
Lo que caracteriza históricamente a los partido comunistas y los diferencia de los socialdemócratas no es
sólo la voluntad revolucionaria [...] Lo que caracteriza a los partidos comunistas es eso que tan
brillantemente describía Lukács, es decir, una forma de hacer política que rompe con la separación entre
programa mínimo y programa máximo, táctica y estrategia, movimiento y objetivo, es decir, supera la
dicotomía entre oportunismo cotidiano y verbalismo revolucionario445
.
Trías vino a plantear que con el estalinismo el leninismo había quedado reducido a sus
contenidos, previa manipulación de los mismos. La dogmatización del leninismo se abrió paso a
partir de esta cosificación de sus contenidos en la disputa por el poder entre Trotsky, Bujarin,
Zinoiev, Kamenez y Stalin, en la medida que todos defendieron sus argumentos invocando su
444
Juan Trías, op. cit., pp. 30-32 445
Juan Trías, op. cit., p. 32.
260
fidelidad a las tesis de Lenin. Se inauguró entonces en el Movimiento Comunista esa tendencia
en la que venimos insistiendo consistente en legitimar las posiciones propias y condenar las del
adversario recurriendo más al principio de autoridad de Lenin que a la fuerza de los argumentos.
Muerto Lenin, en el VII Congreso de la Internacional Comunista y con el ascenso del fascismo de
fondo, se llegó al apogeo de la dogmatización de su pensamiento, instaurándose la fórmula
cerrada del marxismo-leninismo446
.
Clarificados los distintos significados del leninismo, Trías vino a plantear que la
consideración de éste como método o afirmación revolucionaria justificaría su permanencia en la
definición del partido, pero que su consideración como sistema de proposiciones invitaba a su
desestimación. Finalmente Trías dejó entrever su conformidad con la desestimación toda vez,
decía, que la noción de leninismo que se había impuesto era aquella que lo reducía precisamente
a sus contenidos.
Antoni Domènech: “Notas sobre leninismo, revisionismo y ortodoxia marxista”.
Antoni Domènech participó desde muy joven en la lucha antifranquista dentro de las filas
del PSUC. En la transición fue miembro de su dirección y formó parte al mismo tiempo del
Consejo de redacción de Nuestra Bandera. Estudió filosofía en la Universidad de Barcelona bajo
el magisterio fundamental del que sería su principal maestro, el también filósofo y militante
comunista Manuel Sacristán, con el que participó en la fundación de las revistas Materiales y
Mientras Tanto447
.
Doménech no pudo asistir a las jornadas de Nuestra Bandera, pero mandó su intervención
por escrito448
. Su repercusión fue tremenda, porque, tal y como se recoge en el volumen, forzó un
turno de intervenciones referidas exclusivamente a ella. Su impacto polémico se debió a que
sugirió que las razones movilizadas para renunciar al concepto reproducían las pautas de la
446
Juan Trías, op. cit., pp. 33-34 447
En 1994 fue nombrado catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales y Morales en la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Barcelona. Dos de sus obras han tenido un impacto importante en el mundo
académico y más allá del mundo académico: De la ética a la política. De la razón erótica a la razón inerte,
Barcelona, Crítica, 1989 y El eclipse de la fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista,
Barcelona, Crítica, 2004.. En la actualidad compatibiliza su actividad universitaria con su compromiso con el
movimiento por la Renta Básica y la dirección de la revista política internacional Sin Permiso. 448
Antoni Domènech, “ Notas sobre leninismo, revisionismo y “ortodoxia” marxista”, en Nuestra Bandera (Madrid),
núm. 92, 1978, pp. 35-37.
261
cultura estalinista. Doménech aprovechó además para criticar la conformidad de la dirección con
el rumbo que estaba tomando la transición, y sostuvo que la propuesta eurocomunista en la que se
insertaba la renuncia se estaba evidenciando cada vez más como una racionalización a posteriori
del tacticismo errático del partido.
Su polémico punto de partida consistía en precisar, en ese debate revisionista sobre el
leninismo, qué se entendía por revisionismo en un sentido leninista. Para Domènech el concepto
de revisionismo acuñado por Lenin en su disputa con los socialdemócratas significaba dos cosas:
la desnaturalización del objetivo final del comunismo y/o la corrupción del método marxiano
para su conquista. La matización o el rechazo de una, varias o todas las hipótesis teóricas de
Marx sobre el mundo burgués y su posible evolución no implicaban dejar de ser marxista. La
originalidad y grandeza del método marxiano consistía en su capacidad para integrar, en una
perspectiva totalizadora revolucionaria, la voluntad de poner fin a la civilización burguesa con el
análisis científicamente cimentado de sus mecanismos de funcionamiento y con el
reconocimiento igualmente fundamentado de la posibilidad de superarla. La única impugnación
posible contra el marxismo era, en este sentido, la demostración de la imposibilidad del
comunismo. Todos los demás aspectos podrían ser purgados y el marxismo saldría indemne. El
rechazo a Marx agarrándose a una cita o tesis concretas desmentidas por el curso de los hechos
era un procedimiento crítico frívolo y típicamente socialdemócrata. Para Domènech la cultura
dogmática estalinista tenía más que ver con estas pautas argumentales que con el Lenin
ortodoxamente crítico del revisionismo449
.
Según el filósofo catalán la cosificación estalinista de los clásicos de la primera y segunda
generación del marxismo había servido para justificar el divorcio entre la teoría y la praxis. Y si
había un rasgo específico de la cultura estalinista era precisamente ese. Stalin presentó el giro
expresado en la política del Socialismo en un sólo País y el Frente Único como el cumplimiento
de las expectativas originarias. Esa falsificación, afirmó Domènech, sólo era tolerable por una
cultura basada en “el pragmatismo ciego y en la instrumentalización de la Teoría heredada en
aras de la justificación de cualquier viraje político”450
. En este sentido, el paralelismo entre la
socialdemocracia y el estalinismo era manifiesto: ninguno de los dos tenían nada que ver con la
esencia de los textos de Marx, y ambos, al reducir toda la praxis política a la coyuntura,
449
Antoni Doménech, “ Notas sobre leninismo,...”, op. cit., p. 35. 450
Antoni Doménech, “ Notas sobre leninismo,...”, op. cit., p. 36.
262
terminaron desnaturalizando el objetivo final. La expresiva frase de Bernstein “ el movimiento lo
es todo los objetivos no son nada” parecía anticipar el leitmotiv estalinista. Para Doménech, en
ello se podía encontrar un buen motivo para mantener el leninismo y refirmarse autocríticamente
en los orígenes del comunismo. La actitud antirrevisionista de Lenin serviría para superar
definitivamente la cultura estalinista.
El desenlace de su artículo resultó corrosivo. Reconoció el carácter positivo del
eurocomunismo a la hora de subrayar algunas de las nuevas dimensiones del capitalismo
avanzado. Sin embargo, planteó también que la traducción del nuevo corpus ideológico en las
tesis del IX Congreso suponía una demostración ostensible de cultura estalinista, en la medida
que celebraban el curso que estaba siguiendo la transición y daban a entender que su
desenvolvimiento apenas difería de los proyectado tiempo atrás por el partido. En definitiva,
Domenech vino a plantear que las viejas previsiones se habían manipulado, que la falta de
autocrítica para reconocer los errores o derrotas era notoria, que ambos aspectos no tenían otro
calificativo que el de estalinistas y que la propuesta de abandonar el leninismo sólo se entendía,
precisamente, desde esos parámetros culturales. Es decir, que la propuesta de desechar de manera
oportunista el concepto se hacía desde una actitud estalinista451
.
Finalmente refutó el argumento último y principal que se estaba aduciendo para propiciar
el cambio en la definición del partido: que muchas de las tesis de Lenin estaban superadas por la
realidad actual del capitalismo, y que eso obligaba a dejar de ser leninista. Doménech aceptó la
proposición de partida, pero negó el silogismo. Si bien era cierto que muchas tesis de Lenin
estaban desfasadas, lo mismo podía afirmarse de muchas, si acaso no de la mayoría, de las tesis
de Marx, y sin embargo no por ello debía colegirse la necesidad de abandonar el marxismo. De
este modo volvió a plantear lo siguiente:
...el sentido de ser marxistas, comunistas marxistas, no lo da la fidelidad a la letra de las tesis de Marx, sino
la permanente adhesión a su programa comunista y a su “método” de resolución de la crisis de civilización a
que conduce el orden burgués452
.
Con un argumento análogo defendió el mantenimiento del leninismo y cerró su ponencia:
451
Antoni Domènech, “ Notas sobre leninismo,...”, en op. cit., p. 37. 452
Antoni Domènech, Ibidem.
263
Y el sentido de ser leninistas, de seguir llamándose comunistas leninistas, lo da, sobre todo, la adhesión –
aún actual – a la actitud de Lenin respecto del “marxismo” reformísticamente degenerado y claudicante ante
la realidad burguesa, no a tal o cual tesis, tal o cual afirmación - por central que sea – del principal dirigente
de la primera revolución socialista victoriosa453
.
El texto de Domenèch tuvo tal impacto que forzó un segundo coloquio. En él
intervinieron Julio Segura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal454
. Domènech había puesto el
dedo en la llaga al vincular la propuesta de renunciar al leninismo con las líneas políticas y los
análisis sobre la transición planteados en los documentos del IX Congreso. Domènech había
puesto el dedo en la llaga al desideologizar el debate centrándolo en el contexto que lo había
forzado, que no era el de remota Rusia de la primera mitad del siglo XX, sino el de la transición
en curso. Las tres réplicas a su ponencia salieron en auxilio inmediato de las posturas oficiales
propuestas al cónclave.
Julio Segura dijo compartir algunas de las reflexiones iniciales del trabajo de Domènech,
pero en absoluto sus conclusiones. En primer lugar, planteó que la reafirmación del objetivo
apremiante de la revolución a escala planetaria no resultaba un motivo suficiente, ni siquiera de
peso, para seguir proclamándose leninista. Si se aceptaba que la reafirmación de la voluntad
revolucionaria mundialista fuera una razón de peso para ratificar el leninismo, entonces, por eso
mismo, un partido eurocomunista no debía hacerlo, porque el eurocomunismo era, antes que
nada, una vía nacional al socialismo. En segundo lugar, Segura dijo que estaba dispuesto a
reconocer cierta insuficiencia analítica en las tesis del congreso, pero que atribuir ese déficit a
una supuesta actitud estalinista de sus redactores, como hacía Domènech, le resultaba un ejercicio
intelectual espurio. Además, Segura defendió a la dirección de las acusaciones implícitas de
entreguismo que vertía Domènech, afirmando que el mantenimiento de las posiciones rupturistas
por parte de la ultraizquierda no había reportado ningún beneficio a estas organizaciones
precisamente declaradas leninistas. Finalmente, planteó que el leninismo no era una aportación
imprescindible para reafirmar el carácter revolucionario y antirreformista del partido, para ello
era necesario algo más que la invocación al talante pretérito de Lenin, como por ejemplo, la
453
Antoni Domènech, Ibidem. 454
Julio Segura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal, “A propósito del texto de Domènech”, en Nuestra Bandera
(Madrid), núm. 92, 1978, pp. 37-39.
264
definición de una vía revolucionaria consecuente con el nuevo contexto, y eso era, a su entender,
precisamente el eurocomunismo455
.
Azcárate acusó a Domènech de caricaturizar y falsear el contenido de las tesis del
congreso, y de abrir un debate que, a su entender, no cuadraba con la discusión del leninismo.
Finalmente le devolvió la acusación de estalinista con el siguiente argumento:
Y, desgraciadamente, el método que emplea en este caso A. D. recuerda algo muy típico del estalinismo:
sacrificar, despreciar, el análisis concreto de las posiciones que se combaten, en aras de un apriorismo de la
sentencia que se dicta”.456
En su réplica V. Bozal no fue tan virulento pero acusó igualmente a Domènech de tender
“...a sustituir la argumentación por la asociación y las alusiones”457
. Además de eso rebatió la
razón última que Domènech había desplegado para ratificar el leninismo: la necesidad de
reactualizar en el PCE el antirrevisonismo de líder bolchevique. Para Bozal, esa actitud no era
patrimonio exclusivo de Lenin, sino que había sido sobradamente ejercitada por los grandes
clásicos del marxismo, desde Engels a Gramsci, pasando por Rosa Luxemburgo; de manera que
si se seguía ese argumento entonces habría que integrar en la definición del partido una extensa
lista de nombres458
.
III.7.1.1. Síntesis de posiciones de los intelectuales comunistas sobre el leninismo.
En definitiva, los posicionamientos en torno a la cuestión del leninismo se dieron entre los
intelectuales, al menos explícitamente, en función del significado que cada uno de ellos atribuyó
al concepto, y el concepto fue considerado al menos de cuatro maneras distintas. En primer lugar,
el leninismo fue definido como una perversión estalinista de las tesis de Lenin elaborada para
legitimar relaciones de poder. En este sentido el leninismo fue considerado como una
cosificación dogmática de las ideas de Lenin orientada a discriminar mecánicamente lo correcto
de lo incorrecto, como un corpus ideológico destinado a legitimar el modelo soviético y sus
455
Julio Segura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal, op. cit., pp. 37 y 38. 456
Julio Segura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal, op. cit. p. 38. 457
Julio Segura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal, op. cit. p. 39. 458
Julio Aegura, Manuel Azcárate y Valeriano Bozal, Ibidem.
265
intereses de Estado y como una doctrina concebida para homogeneizar a los partidos comunistas
bajo la tutela político ideológica soviética.
En segundo lugar, el leninismo fue entendido como una estrategia bien perfilada de asalto
al poder y transición al socialismo que las nuevas condiciones del momento habrían vuelto
obsoleta, así como un modelo de sociedad rechazable materializado en los Países del Este. El
leninismo era desde esta perspectiva una teoría desfasada acerca del partido, el Estado y la
revolución que marcaba una senda ya intransitable para los partidos comunistas. Un conjunto de
proposiciones caducas acerca de la realidad y un recetario inviable para la acción orientada a su
transformación.
En tercer lugar, el leninismo fue concebido como un método de análisis de la realidad y
una forma, que no un contenido, de hacer política. El método descansaba en un análisis concreto
de la realidad concreta siempre atento a la correlación de fuerzas del momento y a los objetivos
revolucionarios últimos. La forma de hacer política se refería a la superación del hiato entre
política pragmática inmediata y la declaración de objetivos revolucionarios ulteriores.
En cuarto lugar, el leninismo fue entendido como una tradición de lucha del movimiento
obrero revolucionario que prescribía metas irrenunciables y señalaba, de manera flexible, pautas
de intervención política todavía útiles. El leninismo fue entendido como un ejercicio de
afirmación de la voluntad revolucionaria frente a la actitud claudicante de la socialdemocracia y
una forma de intervención política caracterizada por una mayor capacidad de antagonismo al
sistema burgués, un mayor sentido internacionalista y un arraigo más concreto y activo en la
clase obrera.
Los partidarios de la supresión del Leninismo reconocieron la aportación metodológica de
Lenin y la vigencia de su voluntad revolucionaria, pero al plantear que ambas cosas no remitían
exclusivamente a este no de dedujeron de ello la necesidad de llamarse leninistas. No obstante, su
motivo fundamental de rechazo partía de la consideración del leninismo como estrategia de
transformación caduca y corrompida al poco tiempo por el estalinismo. Quienes se opusieron
platearon que de estos tres argumentos los dos primeros resultaban suficientes para definirse
como leninistas, y que si bien la estrategia esbozada por Lenin había quedado globalmente
desfasada, el leninismo era, más allá de eso, una tradición de lucha del movimiento obrero que
266
inspiraba formas de intervención política aprovechables y opuestas al reformismo
socialdemócrata.
Pero ahora bien, el problema real que subyacía a la discusión sobre el leninismo era el de
las dificultades para fundamentar una estrategia al socialismo. El debate sobre el leninismo fue,
entre otras cosas, uno de los aspectos superficiales que adquirió en la transición esta problemática
que los partidos comunistas tenían sobre la mesa.
III.7.1.2. El debate de fondo sobre la posibilidad de una estrategia al socialismo: un diálogo
entre Daniel Lacalle y Manuel Sacristán.
El debate de fondo que había detrás de la discusión sobre el leninismo era el de la
posibilidad de diseñar a finales de los setenta una estrategia viable de transición al socialismo y,
sobre todo, una práctica política cotidiana consecuente con esa estrategia. El debate de fondo no
era otro, dicho ahora con la terminología más clásica y solemne, que el de la posibilidad de
fundamentar la práctica política revolucionaria que se le presuponía a un partido comunista, en un
contexto donde las expectativas revolucionarias no eran para nada halagüeñas. La pregunta, como
anticipamos en el primer capítulo, no era tanto el clásico ¿Qué hacer? de Lenin como el más
complejo ¿Qué hacer, mientras tanto? ¿Qué hacer desde un partido que se pretendía
revolucionario cuando no se daban las condiciones a corto o medio plazo para iniciar un proceso
de transformación social? ¿Qué línea política seguir para generar las condiciones que permitieran
abrir brecha en un futuro al socialismo? ¿Cómo diseñar una práctica política cotidiana que
pudiera enlazar en un futuro con cambios cualitativos?
El eurocomunismo había dado una respuesta explícita a estos interrogantes con la
construcción a nivel teórico de una estrategia nacional e institucional al socialismo de carácter
pacífica y progresiva que legitimaba, en tanto que supuesto enlace con medidas más ambiciosas,
una política inmediata bastante pragmática. Sin embargo, en opinión de muchos críticos
comunistas esta estrategia padecía numerosas fisuras teóricas, entrañaba demasiados vacíos,
resultaba demasiado idealista, se confundía con la de la socialdemocracia clásica y conducía a
una práctica política cotidiana posibilista que difícilmente podía interpretarse como antesala de
ningún camino al socialismo, sino más bien como un lastre para iniciar semejante recorrido. Pero
267
descartada la estrategia concreta del leninismo por obsoleta y la vía del eurocomunismo por
idealista, ¿cabía transitar por otros caminos?, ¿pasaban estos caminos por el diseño de una
estrategia alternativa al socialismo? Pues bien, todos estos interrogantes se condensaron en el
cruce de correspondencia entre dos intelectuales del PCE, Daniel Lacalle y Manuel Sacristán. Las
cartas de ambos intelectuales fueron publicadas en el número 8 de la revista Materiales
correspondiente a los meses de Marzo y Abril de 1978, justo en los meses en que se estaba
debatiendo sobre el leninismo.
Daniel Lacalle ingresó a principios de los sesenta en el Partido Comunista para asumir
desde entonces importantes tareas en la clandestinidad, relativas, sobre todo, a la organización de
los sectores profesionales e intelectuales del partido en el interior. Su caso es el más elocuente de
esos jóvenes que procediendo de familias acomodadas vinculadas al régimen pasaron a engrosar
las filas de la oposición. No en vano su padre, José Daniel Lacalle Larraga, fue Ministro del Aire
de 1962 a 1969. Ingeniero aeronáutico de formación y profesión, dedicó sin embargo la mayor
parte de su actividad investigadora a la sociología del trabajo, con aportaciones importantes sobre
el impacto de los cambios tecnológicos en la estructura y conciencia de clase. Miembro de los
consejos de redacción de varias revistas teóricas de la transición fue fundador y director de la
revista Argumentos.459
Manuel Sacristán Luzón es uno de los filósofos más importantes de la segunda mitad del
siglo XX español. Sacristán estudió derecho y filosofía en la Universidad de Barcelona, pero fue
en la Universidad de Münster, durante una estancia de dos años a mediados de los cincuenta,
donde completó su formación con estudios en lógica matemática y filosofía de la ciencia.
Durante su estancia en el extranjero contactó con el PCE en el exilio, y a su vuelta a Barcelona
pasó a engrosar las filas de su filial catalana. Cooptado pronto para el comité central del PCE y
para los comités central y ejecutivo del PSUC, Sacristán realizó desde finales de los cincuenta y
hasta finales de los sesenta una labor crucial en la expansión de la organización comunista en
Cataluña. Su aportación al crecimiento y consolidación del partido se dio en distintos frentes.
Como responsable del frente cultural e intelectual del PSUC Sacristán realizó una labor de
organización y dinamización determinante y dirigió de manera original numerosas escuelas de
459
En la actualidad continúa profundizando esa línea de investigación y es miembro del Consejo de Dirección de la
Fundación de Investigaciones Marxistas y coordinador de su Sección de Economía y Sociedad.
268
formación del militante de base. Como activista universitario, impulsó el movimiento estudiantil
democrático y de pnn´s de Barcelona, al que procuró importantes materiales para la reflexión y el
debate. Y como dirigente polivalente de la organización en la clandestinidad contribuyó a los
debates generales del partido, trabajó de enlace, realizó tareas de agitación y propaganda o
representó al PSUC en sus frecuentes reuniones con otras organizaciones de la oposición. A
comienzos de 1970 Sacristán abandonó la dirección del PSUC por serías discrepancias con la
línea política del partido, manteniendo hasta finales de los setenta una militancia de base muy
activa. A partir de entonces soltó amarras para trabajar, sin renunciar a una cultura comunista que
siempre llevó a gala, en los nuevos movimientos sociales ecologistas y pacifistas.
Las aportaciones teóricas de Sacristán fueron fundamentales y se han amplificado gracias
a la pléyade de discípulos que dejó su magisterio. Introductor en España de la lógica formal,
traductor y editor infatigable de autores diversos para editoriales tan destacadas como Ariel y
Grijalbo, Sacristán jugó un papel determinante en la difusión de clásicos del pensamiento y de
autores que se situaban entonces a la vanguardia de la intelectualidad occidental. Como agitador
cultural y divulgador de conocimiento cabe destacar su implicación en varias publicaciones
periódicas culturales, políticas y teóricas de referencia obligada para la intelectualidad
democrática. Laye, Quaders de Cultura Catalana o Nous Horitzons, en los sesenta, y Materiales
y Mientras Tanto, en los setenta y ochenta, fueron títulos en los que quedó patente la impronta de
Sacristán. Su aportación particular al pensamiento contemporáneo ha quedado dispersa en
numerosos artículos, prólogos, reseñas y ediciones críticas que pueden consultarse en distintas
compilaciones. La amplia temática que abarcan dan cuenta de la erudición de su autor: lógica,
teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia, historia de la filosofía, literatura, el marxismo en
sus manifestaciones más refinadas, política, ecologismo, etc. El carácter disperso y fragmentario
de su obra se debió a las limitaciones de tiempo que le impuso su compromiso político y a otras
derivadas de la censura, pero también al carácter provisional y abierto que siempre pretendió dar
a su producción. Su labor docente en la Universidad de Barcelona, pese a verse constantemente
interrumpida durante la dictadura en forma de sanciones y expulsiones y pese a verse
obstaculizada en la transición y en la democracia por el burocratismo y el sectarismo académicos,
terminó creando escuela460
.
460
La biografía más completa y documentada sobre Sacristán es la ya citada y escrita por su discípulo Juan Ramón
Capella, La práctica de Manuel Sacristán...op. cit.. Para completar la semblanza política e intelectual de Manuel
Sacristán existen además numerosos trabajos colectivos que ha visto la luz los últimos años. Véanse los trabajos
269
La primera carta en esta correspondencia cruzada fue de Daniel Lacalle461
. En ella
comunicaba a Sacristán la decepción que le había producido el artículo de éste sobre el
eurocomunismo publicado unos meses atrás también en la revista Materiales. Lacalle decía
sentirse decepcionado por el análisis superficial que a su juicio hacía Sacristán del
eurocomunismo, pero sobre todo porque no ofrecía una alternativa bien perfilada al mismo, o
porque la alternativa que sugería se parecía, contradictoriamente, al eurocomunismo. En su
artículo Sacristán venía a criticar el eurocomunismo como vía teórica al socialismo y como
fenómeno ideológico legitimador de los movimientos tácticos del PCE durante la transición.
Según Sacristán, la naturaleza del eurocomunismo como ideología engañosa se ponía sobre todo
de manifiesto en su propuesta de llegar al socialismo a través de una serie de fases ordenadas e
insalvables en cada una de las cuales se iría generando las condiciones necesarias para enlazar de
manera irreversible y pacífica con la siguiente. Según Sacristán esta construcción especulativa y
casi profética reproducía las mismas pautas idealistas del socialismo utópico y se parecía
demasiado al reformismo de la socialdemocracia clásica462
.
Daniel Lacalle reconoció el atractivo que encerraban las palabras de Sacristán, pero le
reprochó no encarar el fenómeno en cuestión de manera rigurosa, lo cual pasaba a su juicio por
ofrecer en primer lugar una “definición sintética” del eurocomunismo. Lacalle se aplicaba su
propia recomendación y ofrecía su definición del eurocomunismo en tanto que estrategia:
Esta sería una vía de acción de los PC que plantearía una estrategia de paso gradual al socialismo, desde una
base pluralista y pluripartidista, que incluyese la defensa de las libertades, que pensase en la utilización
crucial de las instituciones típicas de las democracias burguesas occidentales, y fundamentalmente del
parlamento, que pretendiese la reconversión desde dentro del aparato del Estado y no el choque frontal con
el mismo, que considerando la situación internacional (política de bloques) postulase más o menos
abiertamente el actual “statu quo”, que por lo tanto diese una primacía casi absoluta haciendo hincapié en el
posibilismo463
.
compilados en Salvador López Arnal e Iñaki Vázquez Álvarez (ed.), El legado de un maestro...op. cit. y la serie de
documentales dirigidos por Xavier Juncosa y editados por Viejo Topo en 4 DVD en el pack Integral Sacristán, que
incluye también el libro Joan Benach, Xavier Juncosa y Salvador López Arnal, Del Pensar, del vivir, del hacer.
Escritos sobre Integral Sacristán. Barcelona, Viejo Topo, 2006 461
Daniel Lacalle, “Carta a Manuel Sacristán”, Materiales ( Barcelona), núm. 8, marzo-Abril de 1978, pp. 135-141. 462
Manuel sacristán, "A propósito del Eurocomunismo", op. cit., pp. 202 y 203. 463
Daniel Lacalle, “Carta a Manuel Sacristán”, doc.. cit., pp. 137 y 138.
270
Lacalle planteó que la crítica de Sacristán era acertada, pero que, con su negativa a
centrarse en el análisis de los pasos que el eurocomunismo ofrecía en su secuencia estratégica,
estaba escamoteando las preguntas de mayor interés, que a su juicio eran las siguientes:
¿Qué papel juega la articulación de la lucha parlamentaria con la búsqueda de implementación práctica de
formas y vías de democracia directa en centros de trabajo y comunidades a través de movilizaciones
continuas y masivas? ....¿ Es hoy posible una táctica y una estrategia de perspectiva socialista y comunista?
¿Es hoy posible una táctica y una estrategia de perspectiva socialista y comunista en Europa occidental que
no incluya estos elementos?464
La clave, según Lacalle, radicaba en preguntarse - una vez considerada la práctica
cotidiana del eurocomunismo un obstáculo para enlazar con una verdadera estrategia al
socialismo - cómo procurar las bases teóricas y prácticas suficientes para buscar la solución de
continuidad con esa estrategia, cómo diseñar una política cotidiana en las actuales circunstancias
que enlazara con una perspectiva de transformación de la sociedad, cómo prefigurar una solución
de continuidad entre la lucha por los objetivos inmediatos y la lucha por los objetivos ulteriores.
Y a esta pregunta del momento Sacristán, según Lacalle, respondía con retórica y evasivas.
La respuesta de Sacristán a la que se refería Lacalle fue la que brindó el filósofo
barcelonés en su impactante artículo “A propósito del eurocomunismo”. En este artículo
Sacristán venía a plantear que la práctica política de un partido comunista debía ser aquella que
se moviera teniendo “siempre conciencia de la meta socialista y de su radical alteridad”, aquella
que descartara “todo pacto con la burguesía en sentido estricto”, aquella que desarrollara
actividades innovadoras a pequeña escala, y aquella que se moviera siempre al hilo de las luchas
cotidianas y atendiendo a la correlación de fuerzas del momento, “sobre el fondo de un programa
al que no cabe llamar máximo porque es único: el comunismo”465
. Para Lacalle esta respuesta de
Sacristán, a su juicio decepcionante, guardaba un paradójico parecido con el eurocomunismo. El
eurocomunismo se caracterizaba, en su opinión, por dar una primacía absoluta a la lucha
cotidiana sin una perspectiva de transformación a largo plazo clara o creíble. Sacristán, por su
parte, hacía un llamamiento a la lucha cotidiana enmarcándolo en una declaración de principios
absolutos, sin preocuparse por la efectividad de estas acciones de cara a forzar un proceso de
transformación social. La diferencia radicaba en que los eurocomunistas habían construido para
464
Daniel Lacalle, “Carta a Manuel Sacristán”, doc.. cit., pp. 138 y 139. 465
Manuel Sacristán, “A propósito del Eurocomunismo”, op. cit., pp. 205 y 206
271
legitimar esa preferencia por lo inmediato una estrategia teórica mal perfilada con respecto a la
cual su práctica cotidiana no guardaba además mucha relación. Sacristán, por el contrario,
reducía el problema de la acción política a su fidelidad con respecto a unos principios genéricos,
sin preocuparse siquiera por las estrategias. La pregunta de cómo engarzar la práctica política
cotidiana con el impulso a un proceso de transformación social quedaba, para Lacalle, sin
responder:
El problema crucial se sigue escamoteando: ¿cómo ligar la práctica cotidiana con la necesaria
transformación socialista de la sociedad? ¿Cómo plantearse el acabar con la separación entre las tareas de
aquí y ahora y las del cambio revolucionario, para que las segundas adquieran un contenido concreto?466
La contestación de Manuel Sacristán a la carta de Daniel Lacalle fue breve, pero
sumamente clarificadora. Sacristán volvió a reafirmarse en lo ya dicho en su artículo sobre el
eurocomunismo: que no creía en las estrategias, que no creía en la predicción de esos engarces
entre la política de hoy y la de mañana, en la prescripción teórica de las soluciones de
continuidad entre lo inmediato y lo ulterior. Una vez descartadas las estrategias así entendidas
Sacristán afirmó que sí creía en “las mediaciones”, es decir, en la disposición de la acción de
manera consciente para pasar de un estadio a otro, para lograr un objetivo. Sin embargo, a
diferencia de lo propuesto por el eurocomunismo y de lo reclamado por Lacalle, las mediaciones
no eran en su opinión previsibles, no podían ser el resultado de la mera voluntad, ni menos aún
“de la pseudociencia de la estrategia”. Sacristán ya lo había sugerido en su trabajo sobre el
eurocomunismo: que lo único posible era afirmar el comunismo como un principio ético-jurídico
a realizar, articulando en cada momento mediaciones políticas al calor de la lucha de clases que
atendieran a la correlación de fuerzas del momento y que no perdieran de vista los fines últimos.
Pero mediaciones que lejos de poder deducirse a partir de cálculos estratégicos deberían
implementarse por la vía del ensayo – error. Desde esta convicción Sacristán se negaba a caer en
la tentación de inventar a priori las mediaciones que le reclamaba Lacalle, para arremeter de
nuevo, y de manera virulenta, contra la gran propuesta de mediación del momento: el
eurocomunismo y su concreción en la practica política oficial del PCE467
.
466
Daniel Lacalle, “Carta a Manuel Sacristán”, doc. cit., p. 141 467
Manuel Sacristán, “Respuesta a D. Lacalle”, en Materiales (Barcelona), núm. 8, marzo-Abril de 1978, pp. 143-
144.
272
Ya en “a propósito del eurocomunismo” Sacristán había denunciado que la pretensión de
prescribir los pasos conducentes al socialismo en una estrategia secuenciada era un
procedimiento intelectual tan acientífico como el de los socialistas utópicos. En la respuesta a
Lacalle vino a incidir en que este procedimiento le resultaba muy funcional al PCE para legitimar
su política de concesiones. El problema fundamental de esta estrategia gradualista es que invitaba
a justificar cualquier conquista por pequeña que fuera como un paso inexcusable al socialismo, lo
cual conducía a una praxis posibilista que entraba en colisión con los propios principios y a un
tacticismo desenfrenado que, enredado en las batallas inmediatas, perdía de vista los fines
últimos. El peligro, planteaba Sacristán, era que esas vías gradualistas teóricamente orientadas al
socialismo futuro se utilizaban para deducir en el presente programas rebajados que conducían a
acuerdos claudicantes con la burguesía. El ejemplo más elocuente de esto lo encontraba Sacristán
en la justificación de los Pactos de la Moncloa como eslabón necesario de la estrategia
eurocomunista de largo alcance. La opinión al respecto de Sacristán fue corrosiva:
Desde mi punto de vista, firmar el pacto de la Moncloa, o en general fabular vías al socialismo es meterse a
zascandil de la historia, intentar ser universal y perder en el intento hasta la misma identidad de uno; es en
suma, querer ser demiurgo y quedarse en mequetrefe. Y eso mismo me parece en general el empeñarse el
hombre en instrumentar “engarces” entre el día y el siglo468
.
III.7.1.3. La posibilidad de explorar nuevos caminos: algunas aportaciones de Manuel
Sacristán.
Pero una vez descartadas las estrategias, una vez dado por sentado la irracionalidad de
cualquier intento de predecir mediaciones, y una vez denunciada la finalidad que en la práctica
venían a cumplir ambas cosas, se seguía echando en falta contenido positivo en la propuesta de
Sacristán, alguna orientación más concreta. Como bien ha sintetizado Salvador López Arnal estas
sugerencias, que ya las venía esbozando Sacristán desde mediados de los setenta, las precisó en
los últimos años de la transición y en los primeros del gobierno socialista469
. Para Sacristán
cualquier punto de partida de una práctica emancipadora debía partir de la constatación sin
paliativos de la derrota histórica que había experimentado el movimiento obrero en el arco
temporal que iba del mayo francés a los primeros años de la década de los ochenta, una derrota
468
Manuel Sacristán, “ Respuesta a D. Lacalle”, doc. cit., p. 144. 469
Salvador López Arnal, “Otra política fue posible”, en Manuel Bueno (coord.), Comunicaciones del II Congreso
del PCE... op. cit.
273
cuya máxima expresión fue la salida neoliberal que se dio a la crisis estructural de mediados de
los setenta y una derrota que además se vio amplificada en el caso de España por el
apuntalamiento de las posiciones de las clases dominantes en virtud del procedimiento reformista
que rigió la transición. Si ya en los años 20 se había puesto de manifiesto la frustración de las
expectativas revolucionarias en occidente, ahora el horizonte de la revolución venía a
desvanecerse, porque cristalizaron entonces una serie de cambios sociales y culturales que
supusieron serios obstáculos para la acción política transformadora, más allá de las orientaciones,
por otra parte erráticas, de los principales partidos comunistas occidentales. Son muchos las
cambios que entonces se produjeron y a los que los partidos comunistas prestaron poca atención,
algunos de los cuales citamos a continuación. Los nuevos mecanismos de sujeción de las clases
populares en un escenario laboral que, tras la cruenta reconversión industrial, estaba marcado por
un paro alarmante. Las formas de exclusión y marginalidad que se habían introducido en las
clases populares en ese contexto de reajuste económico. La propia modificación de la anatomía
de la clase obrera en virtud del impacto de los avances científico técnicos aplicados al mundo del
trabajo, en un sentido desfavorable a la toma colectiva de conciencia. Los mecanismos más
refinados de integración en el sistema por la vía del consumismo. Las formas cada vez más
sofisticadas de alineación atendiendo a la expansión de los medios de comunicación de masas. O
la militarización de las relaciones internacionales con el recrudecimiento de la guerra fría470
.
Cambios, en definitiva, que venían a reducir aún más las posibilidades de los partidos comunistas
y que exigían una profunda revisión de su práctica política que no se acometió.
Los análisis de Sacristán representaron un ejercicio de realismo inusual en el movimiento
comunista, que seguía oscilando entre la afirmación de las viejas recetas del pasado glorioso y el
nuevo ensueño de la inevitable transición gradual al socialismo de los eurocomunistas. Sin
embargo, la constatación de esta derrota no fue interiorizada por Sacristán en forma de
resignación. Para Sacristán la crisis rotunda de la izquierda transformadora podía servir de
revulsivo para abandonar el tacticismo institucional errático del partido y devolver los esfuerzos a
lo social, para procurar la recomposición “por abajo” del movimiento ante la imposibilidad de
hacer una política realmente influyente “por arriba”. Y es que Sacristán era consciente de que
470
El impacto que tendría sobre la conformación de la clase obrera y en su conciencia de clase la introducción de un
nuevo paradigma tecnológico en el mundo del trabajo en el contexto de la crisis económica estructural del
capitalismo de mediado de los sesenta fue subrayado insistentemente por Manuel Sacristán por ejemplo en algunas
de las conferencias que en 1983 impartió en México, como Manuel Sacristán, “La situación del movimiento obrero y
de los partidos de la izquierda en la Europa Occidental”, en Manuel Sacristán, Seis conferencias. Sobre la tradición
marxista y los nuevos problemas, Barcelona, Viejo Topo, 2005, pp. 103-105.
274
asumida la lógica de intervención a toda costa en las instituciones del gobierno, fuera en solitario
(algo más que improbable), fuera en coalición (como procuraban hacer los franceses) o fuera de
forma indirecta (como estaba haciendo el PCE con su integración en el consenso), los márgenes
de maniobra eran limitadísimos. Sacristán reconocía que Santiago Carrillo tenía razón cuando
afirmaba que no había alternativa a la política que él defendía, si la política se reducía a la
política gubernamental o parlamentaria, a la política de gestión o de asunción en la oposición de
la lógica del gestor471
.
Pero frente a esto, frente a este deseo desbocado de los partidos comunistas de ser
influyentes de inmediato en las decisiones de gobierno, de condicionar la gestión institucional o
de participar en coalición o indirectamente en ella, que se estaba evidenciando un fracaso,
Sacristán propuso abandonar este camino trillado y volver a la recomposición del movimiento
social que se había deshilvanado por el camino, pero que había conocido también nuevas
emergencias. Lo primero era abandonar los esquemas preconcebidos y analizar las nuevas
circunstancias, superar en definitiva la crisis también teórica que asolaba a un movimiento
impulsado en su quehacer intelectual por viejas inercias. Con ello se refería Sacristán al análisis
de cuestiones tales como la hecatombe ecológica a que conducía el capitalismo; a la crisis de
civilización que se evidencia con la expansión del nihilismo social; al aumento de las diferencias
entre el norte y el sur en el marco de una economía mundial cada vez más interrelacionada; al
recrudecimiento de la dinámica de bloques con su macabra escalada armamentística; el recorte de
libertades civiles en este contexto militarista; a la degradación de la política a un espectáculo
televisivo, etc, etc.
Desde el punto de vista de la práctica Sacristán planteó varias cosas. Habló de la
implicación en los nuevos movimientos sociales ecologistas, pacifistas y feministas. Habló de la
importancia de desarrollar una acción política que sin renunciar al propósito de la toma del poder
471
En su conferencia impartida en México en 1983 acerca del papel jugado recientemente por las organizaciones
obreras en Europa, Manuel Sacristán reconocía que el compromiso de los partidos comunistas con las medidas de
ajuste y austeridad que se desarrollaron a tenor de la crisis económica podían tener sentido en tanto orientadas a
atenuar la severidad de las bajadas salariales y los recortes de derechos de los trabajadores. Tal y como estaban las
cosas no cabía una política más ambiciosa de compromiso institucional, aunque siempre cabía la posibilidad, y eso
era lo que proponía Sacristán, de no comprometerse con los gobiernos gestores de la crisis y organizar socialmente la
resistencia. No obstante, lo que realmente crispaba a Sacristán era, en la línea de aquello sobre lo que venimos
insistiendo, el hecho de que estos partidos comunistas presentaran su compromiso con las medidas gubernamentales
como una ofensiva, como una política positiva en dirección al socialismo. Véase Manuel Sacristán, “La situación del
movimiento obrero y de los partidos de la izquierda en la Europa Occidental”, en Manuel sacristán, Seis
conferencias...op. cit., pp. 105 y 106.
275
o la creación de contrapoderes desarrollara también formas alternativas de vida cotidiana a
pequeña escala como una anticipación del orden que se pretendía construir. Y habló también de
lo urgente que resultaba lograr una correspondencia entre el decir y el hacer a nivel personal y
colectivo. En cuanto a lo primero, esas problemáticas hasta entonces desatendidas que atenazaban
a la humanidad estaban siendo contestadas por nuevos movimientos sociales cuya práctica
política había que integrar en el más general movimiento de emancipación. El ecocidio, el
patriarcado y el militarismo eran amenazas en expansión que estaban transidas además por la
contradicción entre capital y trabajo, y a las que había que responder con el desarrollo de una
cultura ecologista, feminista y pacifista. Los nuevos movimientos que la estaban cultivando
ofrecían además un nuevo repertorio de formas de lucha de las que el movimiento obrero debía
tomar a su juicio buena nota. Era el momento de invertir la tendencia centrípeta del movimiento
obrero, marcada por los sectarismos y las exclusiones, para abrir ante un panorama tan adverso
un proceso de integración de todas aquellas experiencias que se pudieran enfrentar al sistema472
.
En cuanto a lo segundo, visto el saldo macabro de las grandes experiencias de ejercicio
del poder en lo países del Socialismo Real, visto el saldo de asimilación de las grandes estrategias
institucionalistas de acceso al poder estatal en occidente y vista la adversa correlación de fuerzas
para implementar en esos momentos una forma de ocupación y ejercicio del poder estatal
alternativa, el movimiento debía construir una nueva cotidianeidad que atendiera también a lo
pequeño, al desarrollo de experiencias autónomas a pequeña escala. Ello no significaba dejar de
lado la noción de eficacia política en beneficio del trabajo testimonial. El movimiento no debía
perder de vista el problema de poder del Estado, por complicado que resultara en ese momento la
orientación de la acción política en ese sentido; pero sí que debía en esos momentos tan adversos
para llevarla a término cambiar la concepción del proyecto socialista. Se trataba de no entender el
socialismo sólo como el modelo resultante de la ocupación del poder, sino de entenderlo también
como posibilidad a ejercitar a pequeña escala en tanto que anticipación de ese orden nuevo y en
tanto que mediación al mismo tiempo consistente en ir horadando en clave de “guerra de
posiciones” al sistema desde dentro. Estaban vivas todavía en Sacristán las enseñanzas
472
Sacristán fue un pionero y entusiasta de la apuesta por la convergencia del movimiento obrero tradicional con los
nuevos movimientos sociales, así como por la apertura de aquel a las nuevas problemáticas planteadas por éstos. Este
empeño está diseminado en buena parte de su producción desde mediados de los setenta. Un caso particular de este
empeño por enraizar el marxismo en las reivindicaciones pacifistas, feministas y ecologistas puede verse en Manuel
sacristán, “Tradición marxista y nuevos problemas”, en Manuel Sacristán, Seis conferencias... op. cit., pp.115-155.
Su parecer expreso acerca de cuál debía ser la actitud del partidos obreros hacia los nuevos movimientos se dio en el
posterior coloquio pp. 144 y 145.
276
gramscianas: su concepción de la práctica política como anticipación en el tiempo del orden
nuevo que se quería construir y la propuesta, ante la remota posibilidad de ocupar el poder, de
construcción capilar de espacios de contrapoder.
Finalmente, había también en Sacristán un cierto retorno a la política testimonial, una
reclamación de la coherencia entre el decir y el hacer y una exigencia de que las organizaciones
obreras y sus integrantes transmitieran una imagen de credibilidad, en un tiempo en que el
oportunismo y el cinismo estaban haciendo mella, un intento de recuperar el pulso ético del
movimiento. Esta fue la propuesta básica que debía servir de punto de arranque para la
reconstrucción de la izquierda: la de la adscripción de nuevo a los principios y a la vida
consecuente, no sólo como exigencia ética, sino también como testimonio ejemplarizante muy
funcional, por otra parte, para generar adhesión473
.
III.7.2. Contribuciones de intelectuales socialistas al debate del marxismo.
A continuación se analizan varias contribuciones de los intelectuales socialistas al debate
sobre el marxismo. En concreto se analizan las contribuciones que aparecieron publicadas en dos
revistas afines al partido, Sistema y Zona Abierta, que publicaron sendos monográficos sobre el
tema. Más allá de la cuestión concreta del marxismo, lo que en ellas se publicó condensa las
tendencias ideológicas que convivía y confrontaban en el partido. En estos artículos se
expusieron y contrastaron distintas concepciones del socialismo, análisis teóricos acerca de la
realidad y el funcionamiento de la economía, políticas de alianzas, propuestas organizativas para
el partido, pautas de acción inmediatas y estrategias de largo alcance. En estos artículos, sobre
todo en los de Zona Abierta, terminó por aflorar el debate de fondo que se estaba dirimiendo bajo
la apariencia de un debate sobre el marxismo: el de la política a desarrollar en los próximos años
en un contexto en el que se daban las condiciones para que el PSOE accediera al gobierno.
473
En ello insistía frecuentemente Manuel Sacristán. En la conferencia antes citada, por ejemplo, reivindicaba una
“reconversión” personal como condición para el socialismo. En el coloquio se volvió a insistir en la urgente
reconciliación entre el decir y el hacer que precisaba el movimiento: Manuel sacristán, “Tradición marxista y
nuevos problemas”, op. cit., pp. 139 y pp. 150 y 151.
277
- Luis García San Miguel: “Abandonar el marxismo, pero ¿qué marxismo?”
Con el sugerente título “Abandonar el marxismo, pero ¿qué marxismo?” Luis García San
Miguel publicó en el número 32 de la revista Sistema sus impresiones acerca del debate
ideológico en curso en el PSOE474
.
Luis García San Miguel Rodríguez - Arango fue un destacado jurista, doctorado en
derecho por la Universidad de Oviedo y licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense
de Madrid. Discípulo de José Luis López Aranguren y de Joaquín Ruiz-Giménez su perfil
ideológico respondió a un liberalismo de inclinación socialdemócrata que plasmó en los trabajos
que entonces publicaba475
.
San Miguel arrancó su artículo arremetiendo contra el punto número cuatro de la
Resolución política que el PSOE había aprobado en su XXVII congreso de 1976, aquel punto en
el que el partido se definía solemnemente como un partido marxista. San Miguel no dudó en
calificar esta resolución como “uno de los textos más desafortunados de la literatura política de
los últimos tiempos”476
. Como vimos en el segundo capítulo el despropósito radicaba en el hecho
de que ese párrafo en el que el PSOE se definía marxista contenía afirmaciones absolutamente
contrarias a las tesis de Marx. En la resolución se venía a decir que el motor de la historia era el
método científico de conocimiento, cuando Marx planteó sin lugar a equívocos en el Manifiesto
Comunista que ese motor era la lucha de clases. El error no es anecdótico, sino que viene a
probar lo poco arraigada que estaba intelectualmente la tradición marxista en las filas del PSOE,
del mismo modo que refuerza la idea del uso fundamentalmente identitario y al mismo tiempo
táctico de que fue objeto el marxismo en el partido.
474
Luis García San Miguel, “ Abandonar el marxismo, pero ¿qué marxismo?” , Sistema: Revista de ciencias sociales
(Madrid), núm. 32, 1979, pp. 129-134. 475
En el tardofranquismo publicó dos libros de repercusión considerable, Notas para una crítica de la razón Jurídica
y La Sociedad autogestionada: una utopía democrática. También tuvo un impacto destacable su obra Teoría de la
Transición, en la que se recopilaban artículos escritos en vísperas del proceso de cambio en los que San Miguel había
planteado algo poco usual entonces entre la intelectualidad opositora, a saber, que la única salida democrática posible
al franquismo sería aquella que procediera de la autorreforma del régimen. En la década de los ochenta San Miguel
ocupó puestos de dirección en instituciones como La Asociación española de Filosofía del Derecho o el Institute of
European Studies. Desde finales de los ochenta y durante la década siguiente fue Decano de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Alcalá. 476
Luis García san Miguel, op.cit., 129 y 130.
278
Pero volviendo al artículo de San Miguel, éste planteó en su intervención que había dos
tipos de marxistas, los metodológicos y los dogmáticos. Los primeros eran aquellos que al igual
que Marx afirmaban la naturaleza continuamente cambiante de la sociedad; así como la necesidad
consecuente de adecuar las teorías interpretativas a estos cambios. Los segundos eran aquellos
que consideraban el marxismo como un conjunto de proposiciones universalmente válidas en
virtud del criterio de autoridad de quien las formuló. San Miguel celebró que en la resolución
política del XXVII Congreso del PSOE se considerase el marxismo como un método no
dogmático, pero se lamentó de que a continuación en esa misma resolución se afirmaran tesis
propias del marxismo doctrinal. San Miguel denunció este antidogmatismo proclamado pero no
ejercido, esa convivencia tan habitual de ideas contradictorias en los documentos de alcance
teórico del partido477
. Y es que efectivamente la concepción ideológica del PSOE parecía hecha
de retales de distintas corrientes, del reciclaje acelerado de aportaciones contradictorias: había
denuncias expresas al dogmatismo pero se reproducían esquemas rigoristas, se sostenían
planteamientos heterodoxos propios de la nueva izquierda, pero al mismo tiempo se reproducían
proclamas propias del socialismo de entreguerras, se hacía contundentes reivindicaciones pero se
advertían residuos de la moderación socialdemócrata que se decía combatir.
San Miguel explicaba esta producción contradictoria y radicalizada de doctrina oficial
atendiendo en gran medida al clima de exaltación mal regulada que se vivía en los congresos del
partido, donde los militantes rivalizaban en radicalidad a la hora de defender sus propuestas y
donde la dirección permanecía impasible por temor a ser desbordada, cuando no instigaba esa
contundencia para procurarse mayor adhesión. La ideología contradictoria y radicalizada del
PSOE también era así producto del ritual interno, de la discusión corporativa, del contagio
endógeno de las pasiones. Además, estimaba San Miguel, los desatinos del texto se debían al
procedimiento de redacción colectiva, y por tanto caótica, que se daban en los cónclaves. Faltaba
a su juicio una especialización de funciones y una incorporación de los intelectuales a las tareas
del partido como traductores doctrinales de las inquietudes de la militancia. San Miguel lo
expresaba de manea rotunda: “Que escriban documentos quienes sepan escribirlos, que los
hay”478
. Efectivamente, en el PSOE, como veremos, había intelectuales que sabían de marxismo,
pero la dirección socialista también se sentía autosuficiente en esos momentos para producir por
477
Luis García San Miguel, op.cit., pp. 130-132. 478
Luis García San Miguel, op.cit., p. 134.
279
sí misma las resoluciones doctrinales en un contexto de convulsión militante en el que la
ideología era objeto exaltación pero no de observancia.
Por último, San Miguel se mostró partidario de renunciar al marxismo, pero a este
respecto volvió a reclamar coherencia, planteando que esta renuncia no debía reducirse a un
cambio nominal, sino que debía repercutir en los análisis y en la línea política del partido. San
Miguel vino a insistir precisamente en la interrelación existente en todos los elementos que
conforman una ideología, entre la teoría, los métodos y los propósitos, consciente de que el
cambio en uno de ellos entrañaba una revisión del conjunto. Lo planteó claramente para que no
quedara duda alguna de lo que el cambio entrañaba:
Abandonar el marxismo significa un nuevo análisis de la realidad social de que se parte y consecuentemente
plantearse la consecución de otras metas479
.
Y eso era precisamente lo que había detrás de la propuesta de renuncia al marxismo: el
cambio de metas.
- Elías Díaz: “Marxismo y no marxismo: las señas de identidad del PSOE.”
Discípulo aventajado de Enrique Tierno Galván, Elías Díaz se licenció en Derecho en la
Universidad de Salamanca a mediados de los años cincuenta. Después de una breve estancia en
Madrid, en la que realizó estudios de Filosofía, partió a Bolonia para doctorarse. Durante la
década de los sesenta, ya regresado a España, compaginó su actividad docente e investigadora en
la universidad con su compromiso político en organizaciones socialistas de oposición
independientes del PSOE, partido al que se acercaría ya en el tardofranquismo y la transición.
Fundador primero de Cuadernos para el Diálogo y más tarde fundador también y director de la
revista Sistema, Elías Díaz fue durante los años que nos ocupan un caso paradigmático de
aquellos intelectuales socialistas que apostaban por un socialismo democrático de influencias
marxistas que se pretendía alternativo al autoritarismo soviético y al reformismo socialdemócrata.
Muy influyente sobre distintas corrientes de la izquierda intelectual española, sus investigaciones
479
Luis García San Miguel, op.cit., p. 133.
280
se han centrado en la Teoría del Estado, la Filosofía del Derecho y la Historia del pensamiento
político.480
Elías Díaz se pronunció sobre la polémica ideológica del PSOE en el número 29-30 de la
revista Sistema con un artículo titulado “Marxismo y no marxismo, las señas de identidad del
Partido Socialista Obrero Español”.481
En su artículo Elías Díaz comenzó planteando que en el PSOE habían coexistido
históricamente, con mayores o menores tensiones, una tendencia marxista y otra no marxista, lo
cual invalidaba el argumento de aquellos que pretendía preservar el marxismo por apego a la
tradición. De igual modo Elías afirmó que el PSOE se había configurado originariamente y se
había desenvuelto tradicionalmente como un partido socialista democrático, pero que hoy se veía
enfrentado a dos perversiones del socialismo: el burocratismo estalinista y el reformismo
socialdemócrata. En el cruce de ambos ejes se encuadraba la crisis que actualmente padecía el
partido: la búsqueda de un equilibrio entre las tendencias marxistas y no marxisas y la superación
definitiva de los referentes bolcheviques y socialdemócratas482
.
Hecha esta afirmación Elías Díaz volvió la vista a la resolución política del XXVII
Congreso en la que se consagraba el marxismo como doctrina oficial. Reconoció su exceso de
radicalismo verbal, el recurso fácil a formas estereotipadas y superficiales procedentes de
interpretaciones del marxismo superadas, la abundancia de imprecisiones y la insuficiencia de los
análisis. Elías vino a denunciar precisamente ese componente tan habitual en la ideología del que
hablábamos: las formas ritualizadas de pensamiento, la reproducción por inercia de consignas, las
ideas recurrentes, las expresiones pautadas. A juicio de Elías Díaz el exceso de acumulación
ideológica del PSOE respondía a la falta de práctica política del partido483
. Con ello Elías
afirmaba esa relación - de la que también hablábamos en el primer capítulo – que suele darse en
la izquierda entre radicalismo doctrinal e incapacidad de intervención política, ese recurso a la
ideología como mecanismo evasivo de una realidad que se considera hostil pero que no se sabe
480
En la ultima etapa de su periplo universitario Elías Díaz ha sido Catedrático de Filosofía del Derecho de la
Universidad Autónoma de Madrid, de la que actualmente es profesor emérito. 481
Elías Díaz, “ Marxismo y no marxismo. Las señas de identidad del Partido Socialista Obrero Español”, Sistema
(Madrid), núm. 29-30, 1979, pp. 211-232. 482
Elías Díaz, “ Marxismo y no marxismo...”, op. cit., pp. 211-214. 483
Elías Díaz, “Marxismo y no marxismo...”, op. cit., pp. 222-224.
281
cómo enfrentar. No obstante, Elías Díaz aclaró a continuación que el problema de la radicalidad
del PSOE no radicaba en su intensidad, sino en su poca originalidad y falta de fundamentación:
Lo que necesita el partido no es incementar ese exceso de acumulación [ideológica], sino hacerla más
creativa y realista, más científica y crítica, no mimética, verbalista y dogmática484
.
Lo que en opinión de Elías correspondía ahora al PSOE era refinar esa acumulación
ideológica y convertirla en un verdadero referente para la práctica política del partido. Había que
depurar unas resoluciones, las del XXVII congreso, que seguían siendo sustancialmente válidas y
cuyas ideas fuerzas Elías Díaz sintetizó en este artículo para afirmarlas como guía de acción del
partido.
El decálogo que ofreció Elías Díaz a partir de su relectura de las tesis del XXVII
Congreso constituyó una verdadera concepción ideológica, con sus objetivos éticamente
fundamentados, su estrategia orientada a conquistarlos, su producción teórica acerca del
funcionamiento de la sociedad y con sus pautas de razonamiento específicas. Una concepción
ideológica donde esos elementos, y la relación que se estableció entre ellos, se encuadraban
dentro de los parámetros, amplios parámetros, del marxismo. Efectivamente, había en esta
concepción una afirmación de objetivos, como la emancipación plena del hombre o la
democracia social; una búsqueda de anclaje de esos principios en las posibilidades materiales
sondeadas por la teoría; una consideración de la teoría y no sólo de la voluntad como guía de la
praxis; marcos conceptuales evidentemente marxistas (estructura económico-social y
superestructura jurídico-política), y proposiciones materialistas y dialécticas acerca de las
dinámicas sociales.
Pero también en el decálogo de Elías Díaz pudo advertirse el esfuerzo por compatibilizar
esa concepción marxista con algunas aportaciones del liberalismo, ese mismo esfuerzo realizado
por el eurocomunismo de revalorización ideológica del formalismo democrático-liberal y de
algunas de sus instituciones. En este sentido, la propuesta de Elías Díaz y el eurocomunismo del
PCE se movían en el mismo espectro ideológico, concretado en la voluntad por ambos declarada
de buscar una vía alternativa al reformismo socialdemócrata y al burocratismo soviético.
484
Elías Díaz, “ Marxismo y no marxismo...”, op. cit., p. 224.
282
Finalmente una idea conviene abstraer de su artículo para someterla posteriormente a
contraste con los planteamientos de otros intelectuales del PSOE: que el socialismo, entendido
sobre todo como modelo de sociedad definido, seguía constituyendo el horizonte en su reflexión
intelectual, incluso en un momento en el que, insistimos, este horizonte se estaba alejando cada
vez más.
- Ignacio Sotelo: “Socialismo y marxismo”
Ignacio Sotelo inició su trayectoria política de la mano de su maestro Dionisio Ridruejo
en el Partido Socialdemócrata, durante sus años de universitario en Madrid. Su compromiso
político le llevó a exiliarse a Alemania, donde amplió estudios hasta doctorarse a mediados de los
sesenta por la Universidad de Colonia, en la que trabajó también de profesor adjunto. Después de
un periplo académico por América Latina a principios de los setenta regresó en el 73 a la
Universidad de Berlín para ser nombrado Catedrático de Ciencia Política. Su compromiso
político con el socialismo y la democracia lo canalizó desde el tardofranquismo en las filas
PSOE, formando parte de sus órganos de dirección hasta 1984. Sotelo ha hecho siempre gala de
una concepción del socialismo como empeño ético a realizar, un socialismo que arranca de
Rosseau y que mira más a Kant que a Hegel, un socialismo que se ha negado a reducirse al
marxismo y que ha hecho crítica habitual de Marx y de buena parte de sus herederos. Desde estos
planteamientos apoyó abiertamente los cambios estratégicos y doctrinarios promovidos por la
dirección socialista en 1979. Pero desde su apuesta por un socialismo que no se quería confundir
con el social-liberalismo rompió con la dirección en 1984, para acercarse, sin renunciar a su perfil
propio, a algunos planteamientos críticos de Izquierda Socialista485
.
Ignacio Sotelo inició su trabajo, presentado a la revista Sistema486
, exponiendo tres tesis:
la primera, que había que distinguir nítidamente entre socialismo y marxismo; la segunda, que la
crisis que atravesaba el socialismo estaba relacionada con la crisis que también padecía entoces el
marxismo; y la tercera, que la formulación de una política socialista a la altura de los tiempos
exigía desprenderse de algunas tesis centrales del marxismo que se habían revelado falsas.
485
Desde 1990 compatibilizó su cátedra en la Universidad de Berlín con la cátedra de Sociología de la Universidad
Autónoma de Barcelona. 486
Ignacio Sotelo, “Socialismo y marxismo”, Sistema (Madrid), núm. 29 y 30, 1979, pp. 15-26.
283
En cuanto a lo primero, planteó Sotelo que el socialismo incluía al marxismo, pero no se
reducía a éste; y ofreció como argumento la existencia histórica de socialismos premarxistas, no
marxistas y posmarxistas487
.
En cuanto a lo segundo, Sotelo planteó que la crisis del socialismo se manifestaba de dos
maneras: en la eliminación sistemática de los contenidos marxistas en los partidos
socialdemócratas, lo cual les impedía diferenciarse de un liberalismo de ribetes progresistas, y en
la reproducción de un marxismo retórico y obsoleto que no podía funcionar como guía para una
práctica política adaptada a los tiempos. La corrupción que representaban ambas formas de
socialismo hundían sus raíces en sendos movimientos de revisión del marxismo: en la revisión
del marxismo hecha por los socialdemócratas, como reacción torpe a la experiencia soviética, y
en la revisión del marxismo a cargo de los bolcheviques motivada por el deseo de convertirlo en
una ideología legitimadora de las relaciones de poder. Por otra parte, la crisis más reciente del
marxismo, la que en esos momentos se ponía de manifiesto y redundaba en beneficio de la crisis
del socialismo se cifraba en dos paradojas. La primera de ellas radicaba en el hecho de que tras la
segunda guerra mundial los teóricos marxistas se habían desconectado en cierta forma del
movimiento obrero, al tiempo que la dirección del movimiento obrero había caído en manos de
desideologizados burócratas. La segunda paradoja, complementaria con la anterior, consistía en
que el marxismo había cobrado una fuerza en el mundo académico directamente proporcional a la
perdida de influencia que había experimentado entre la clase obrera488
. Efectivamente, Sotelo
vino a señalar esa circunstancia antes enunciada: la de la alineación del marxismo con respecto al
movimiento real, la de su confinamiento en los espacios intelectuales y su repliegue de la
mentalidad popular.
En cuanto a la caducidad del marxismo, Sotelo planteó que había que desechar varias de
sus premisas por erróneas. Había que desechar la premisa de que el desarrollo de las propias
contradicciones del capitalismo llevaban ineluctablemente a su extinción y reemplazo por el
socialismo. Había que desechar, en este mismo sentido, la premisa de que el desarrollo mecánico
del capitalismo llevaba a la formación de un proletariado amplio, unificado y autoconsciente que
terminaría imponiendo la alternativa socialista. Y había que desechar aquella tesis según la cual
mientras estuvieran en vigor las relaciones de producción capitalistas y el Estado estuviera
487
Ignacio Sotelo, “Socialismo y marxismo”, op. cit., 15 y 17. 488
Ignacio Sotelo, “Socialismo y marxismo”, op. cit., pp. 17-20.
284
consecuentemente en manos de la burguesía no había posibilidad de desarrollar una política de
transformación socialista, por cuanto que cualquier alternativa parcial sería repelida, aislada o
asimilada.
En opinión de Sotelo el esquema marxista era fascinante por su claridad, coherencia y
brillantez, pero no respondía a la evolución real de la sociedad. Las investigaciones sociales
recientes venía a demostrar que la expansión de las relaciones de producción capitalistas y la
concentración de capital no originaba un proceso de homogeniezación social que condujera a la
conformación de ningún sujeto revolucionario. Había que desestimar el marxismo porque sus
proposiciones teóricas se habían evidenciado erróneas y porque su propuesta estratégica había
devenido por eso mismo inviable.
Dos cosas podía resaltarse de esta crítica a Marx. Por una parte el énfasis puesto en la
dimensión mecanicista del marxismo procedente de su influencia hegeliana. Por otra la reducción
en cierta forma del marxismo a su vulgarización, pues el esquema que reproducía no reflejaba ni
la complejidad ni la riqueza del pensador germano. Visto así la desestimación del marxismo
parecía motivada en Sotelo por el deseo evidenciado durante toda su trayectoria intelectual de
despojar al socialismo de sus inercias hegelianas, para devolverlo a la condición de principio
ético a realizar en sentido Kantiano. De igual modo la desestimación del marxismo parecía
también motivada por el deseo de distanciarse de su vulgarización, toda vez que esta era la que se
había impuesto en buena parte del movimiento obrero. Parecía que Sotelo pretendía desestimar el
marxismo no tanto por lo que era por cómo se manifestaba generalmente, no por lo que era sino
por cómo era percibido.
- Luis Gómez Llorente: “En torno a la ideología y la política del PSOE”.
Luis Gómez Llorente ha sido una figura central en la historia reciente del socialismo
español. Inició su andadura política en sus años de estudiante de Filosofía y Letras en la
Universidad Complutense de Madrid, participando en las primeras movilizaciones estudiantiles
de 1956. De hecho, Gómez Llorente fue uno de los fundadores de la Agrupación Socialista
Universitaria (ASU), aquella asociación de corte socialista que surgió al calor de dichas
movilizaciones y que, independiente del PSOE, vino a cubrir el vacío político dejado por éste en
285
el mundo universitario. Sus intentos de integrar la ASU en el partido socialista resultaron inútiles,
pese a lo cual él y otros compañeros terminaron afiliándose al mismo en 1958. Desde entonces
desempeñó un papel destacado en el movimiento de profesionales de la enseñanza, que le llevó
en 1974 a hacerse con el Vicedecanato del Colegio Oficial de Doctores y Licenciados. Jugó
también un papel importante en la renovación interna del PSOE en sus últimos congresos del
exilio. Ya en la legalidad fue elegido diputado por Asturias en las legislativas de 1977 y 1979,
desempeñando en la primera legislatura el cargo de Vicepresidente primero del Congreso de los
Diputados. Miembro de la Comisión ejecutiva del partido desde 1974, su testimonio es
particularmente interesante porque en el periodo que va de esta última fecha a la celebración del
XXVIII Congreso en 1979 fue el Secretario de Formación del partido, es decir, el encargado de la
educación doctrinal de la militancia. Sus planteamientos doctrinales estaban en la línea de lo
sintetizado en la resolución política del XXVII Congreso, por lo que enseguida se erigió en firme
defensor de la definición marxista del partido. Desde estos planteamiento encabezó junto a Pablo
Castellano y Francisco Bustelo la oposición al sector oficial en el XXVIII Congreso y el
Congreso Extraordinario. Su profunda discrepancia con la línea política de González le llevó a
abandonar sus puestos de responsabilidad en el partido y a participar posteriormente en la
fundación de la corriente crítica Izquierda Socialista489
.
El artículo que Luis Gómez Llorente publicó en Zona Abierta con el título “ En torno a la
ideología y la política del PSOE” reproducía una sonada conferencia que había impartido para la
Federación Socialista Madrileña el 29 de junio de 1979, en ese interregno tan tenso que media
entre el XXVIII congreso en que eclosiona la crisis y el Congreso Extraordinario en el que se
cierra490
. Luis Gómez Llorente arrancó su conferencia planteando que socialismo y liberalismo se
diferenciaban ideológicamente atendiendo al significado que cada uno de ellos atribuía a los
conceptos de la clásica tríada de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Para el
liberalismo la libertad era sinónimo de libertad económica a nivel social y de libertad individual a
nivel político, cultural y religioso. Para el liberalismo la condición para la libertad era la
propiedad, la igualdad era básicamente la igualdad formal ante la ley y la fraternidad se reducía a
la caridad. Para el marxismo, por el contrario, la libertad sólo era posible si existían condiciones
materiales para ello, que pasaban por la abolición de la propiedad privada en tanto que basamento
489
Tras muchos años de militancia crítica – pero muy discreta – en el PSOE ha vuelto a adquirir relativo
protagonismo con su participación en campañas de promoción del laicismo. 490
Luis Gómez Llorente, “En torno a la ideología y la política del PSOE” (Conferencia pronunciada por el autor en
la Federación Socialista Madrileña el 29 de junio de 1979), Zona Abierta (Madrid), núm. 20, 1979, pp. 23-36.
286
de las relaciones de dominación. Para el marxismo la igualdad debía ser no sólo formal sino
también material, lo cual remitía al punto anterior. Y para el marxismo la fraternidad era, sobre
todo, solidaridad de clase, más allá de las fronteras nacionales491
.
Después de esta clarificación un tanto esquemática Gómez Llorente denunció la propuesta
- a su juicio de reconversión socialdemócrata - de la dirección del PSOE; así como su actitud de
confrontación con los sectores díscolos. Para Gómez Llorente el programa socialdemócrata de
políticas redistributivas respetuosas con las bases del capitalismo se había desplomado, una vez
que el crecimiento económico de posguerra que lo había hecho posible había tocado a su fin con
la crisis económica de los setenta.En su opinión o los partidos socialistas orientaban su política a
la implementación de cambios estructurales en la economía o se verían impelidos a recortar el
gasto social y a aplicar ellos mismos las impopulares medidas de ajuste. Efectivamente, esta era a
nuestro juicio la situación clave del momento: la de la desaparición del contexto económico
mundial en el que los partidos socialdemócratas habían hundido las raíces de sus políticas
económicas de inspiración keynesiana. Cualquier política de gobierno que esbozaran los
socialistas debía procurar de inmediato una salida a la crisis. La pregunta era si resultaba posible
orientar esta salida en sentido socialista y cómo hacerlo en el caso de que se diera una respuesta
positiva a este interrogante. En segundo lugar, Gómez Llorente planteó que desde la dirección se
estaba explotando demasiado esa vieja táctica consistente en deformar de manera consciente los
planteamientos del adversario para mejor combatirlos, reduciendo el marxismo a un teoría
esclerotizada y situando a sus partidarios en posiciones montaraces492
. Se trataba de un caso más
de cómo el debate sobre el marxismo siguió las pautas de una “comunicación sistemáticamente
deformada” en terminología habermasiana: no sólo había confrontación de ideas sino estrategias
para desacreditar al adversario que fueron determinantes en la resolución del conflicto.
Realizadas estas críticas Gómez Llorente esbozó su propuesta, que se cifraba en tres ejes:
una estrategia de transición al socialismo, una política de alianzas consecuente y un modelo de
partido para ello. La estrategia debía aspirar a la toma del poder, pero consciente de que el poder
no era fundamentalemente el poder institucional, sino sobre todo el poderío económico-social. La
estrategia incidía en los mismos presupuestos de todas las propuestas estratégicas del momento -
con el eurocomunismo a la cabeza - que se pretendían alternativas al reformismo socialdemócrata
491
Luis Gómez Llorente, “En torno a la ideología y la política del PSOE”, op. cit., pp. 23-26. 492
Luis Gómez Llorente, “En torno a la ideología y la política del PSOE”, op. cit., pp.26-28.
287
y al autoritarismo soviético: la interrelación dialéctica de la lucha institucional con la lucha
social, en el fortalecimiento de los movimientos populares y en su participación progresiva en
espacios de gestión. Unas pautas estratégicas en definitiva recurrentes que ya habían pasado a
convertirse en prescripciones estereotipadas, en frases hechas que parecía tener vida propia más
allá de lo que estaba sucediendo en la vida cotidiana. Sobre la política de alianzas Llorente
planteó que había que integrar en el proyecto socialista a los no asalariados explotados por el
gran capital, pero que una cosa era ampliar el frente de masas y otra cosas desvirtuar el contenido
de partido de clase, en franca alusión a la política de sectorialización que junto con la propuesta
de renunciar al marxismo lanzó Felipe González para el XXVIII Congreso493
. Y es que este era
uno de los debates en los que sustanciaba la confrontación de pareceres: el del destinatario
preferente de la política del partido socialista. La doctrina marxista de manual venía a plantear
que el sujeto del cambio debía ser la clase obrera y junto a ella el resto de los sectores populares
articulados en torno a su hegemonía. La propuesta de Felipe González planteaba que atendiendo a
la heterogeneidad de la sociedad el PSOE debía ofrecer una política especializada para cada
grupo: una política para la clase obrera, otra para los técnicos y profesionales, otra para los
autónomos y la pequeña burguesía etc.
En cuanto a lo tercero Llorente planteó la necesidad de que dentro del partido se
trascendiera la democracia formal en beneficio de una democracia real acorde con el proyecto
político que se defendía de puertas a fuera494
.
- Enrique Gomáriz: “La sociología de Felipe González”.
Con el título “La sociología de Felipe González” el sociólogo Enrique Gomáriz publicó
en Zona Abierta sus impresiones acerca de las nuevas propuestas del secretario general495
.
Gomáriz era entonces un colaborador frecuente en las revistas teóricas más o menos cercanas al
PSOE, de cuyos consejos de redacción formó parte. Su línea de investigación comprendía
493
Luis Gómez Llorente, “En torno a la ideología y la política del PSOE”, op. cit., pp. 28-32. 494
Luis Gómez Llorente, “En torno a la ideología y la política del PSOE”, op. cit., 32 y 33. 495
Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, Zona Abierta (Madrid), núm 20, 1979.
288
ensayos sociológicos sobre la España del momento y estudios sobre dos realidades en las que
más tarde se especializaría, las cuestiones de género y la situación de América Latina.496
El artículo de Enrique Gomáriz es de interés porque en él se puso de manifiesto la
centralidad que en la prefiguración de objetivos y en el diseño de las estrategias del PSOE
ocuparon los análisis teóricos sobre la sociedad. No en vano el artículo de Gomáriz fue una
crítica a los análisis sociológicos acerca de la estructura de clases en que Felipe González decía
fundamentar su propuesta de sectorialización del discurso y de desestimación consecuente del
marxismo en tanto que doctrina a su juicio férreamente clasista. El interés del artículo radica en
comprobar cómo las concepciones ideológicas enfrentadas estaban basadas en investigaciones
sociales de resultados contradictorios. En este artículo la confrontación ideológica se expresó
fundamentalmente en forma de confrontación entre análisis sociológicos.
Gomáriz arrancó su artículo reproduciendo los análisis sociológicos de Felipe González
en los que éste afirmaba que la dicotomía social decimonónica había cedido terreno a una
multiplicidad de clases sociales con intereses diferentes, a veces convergentes pero con
frecuencia contradictorios, para los que el marxismo no ofrecía solución y a los que el partido
debía dar respuesta. Lo expresaba Felipe González de la siguiente manera:
La división en dos clases sociales antagónicas se ha convertido con el proceso de industrialización y la
emergencia de distintos sectores de clases intermedias en una confrontación de múltiples clases sociales con
intereses diferenciados, convergentes en algunos casos y contradictorios en otros. Una sociedad mucho más
compleja en la que la búsqueda de la mayoría deseada por los fundadores se hace más difícil497
.
El problema, según Gomáriz, es que los análisis sociológicos de González andaban
errados, y con ellos muchas de las propuestas de intervención política del Secretario General. El
primer error en el análisis de González radicaba en la afirmación de la condición mayoritaria de
la clase obrera en la España del XIX, por contraste con su supuesta tendencia en esos momentos a
la contracción. Los estudios históricos manejados por Gomáriz probaban que, salvo en Gran
Bretaña, el proletariado industrial, e incluso la suma de éste con el agrícola, no daba mayoría
496
En los años de gobierno socialista fue miembro destacado de la ejecutiva de la Federación Socialista Madrileña.
En su ya dilatada carrera profesional ha sido asesor de distintos organismos internacionales, entre los que cabe
destacar la Unión Europea, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo y UNICEF. En la actualidad es
director de la Fundación Genero y Sociedad y asesor de la Fundación Friederich Ebert. 497
La cita la hemos tomado del artículo de Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, op. cit., p. 61.
289
social en ningún país. El segundo error en los análisis de González consistía en afirmar que la
heterogeneidad de las clases dominadas era ahora mayor que en el pasado. Los estudios
sociológicos que manejaba Gomáriz venían a probar que, si bien el proletariado no había llegado
a conocer los niveles de homogeneidad previstos por Marx, éste había experimentado un proceso
de homogeneización reciente con el triunfo del imperialismo moderno y del capitalismo
financiero, así como por efecto sociocultural de la denominada sociedad de consumo de masas. Y
esta homegeneización, muy distinta, no obstante, a la tipificada por Marx, era la condición
material que hacía posible la fundamentación de una estrategia de transición democrática al
socialismo que tuviera, según planteaba Gomáriz parafraseando a Gramsci, como eje del bloque
social alternativo a la clase obrera498
.
En este sentido Gomáriz venía a reproducir tres ideas muy generalizadas en la época y
propias de todas esas propuestas estratégicas de transición al socialismo que, con el
eurocomunismo a la cabeza, se pretendían alternativas al reformismo socialdemócrata y al
autoritarismo soviético. La primera de las ideas era que el proceso de acumulación y
concentración de capital había proletarizado numerosos sectores intermedios. La segunda, que
estos sectores intermedios, por su nueva posición contradictoria con el capitalismo, por su
elevado nivel cultural y por su larga tradición de lucha por la democracia, estaban en condiciones
de comprender el interés que para ellos tenía un proyecto socialista. Y en tercer lugar, que el
proceso de acumulación y concentración de la propiedad y de socialización de producción
reclamaban objetivamente la gestión colectiva y la planificación económica499
. En definitiva, se
trataba de esa mismas predicciones según las cuales los cambios en el sistema productivo estaban
proletarizando a los sectores intermedios haciendo que entraran en contradicción con las
relaciones sociales de producción capitalistas y haciendo que por eso mismo generasen una
conciencia socialista. Se trataba de la misma creencia del marxismo dogmático que se decía
combatir, y según la cual de una posición objetiva en el seno de las relaciones de producción se
derivaba necesariamente una conciencia subjetiva revolucionaria siempre que hubiera un partido
dispuesto a estimularla. Se trataba igualmente de ese mismo planteamiento presente en el
eurocomunismo según el cual la expansión del capitalismo estaba forzando la intervención del
Estado en economía, lo que a su vez favorecería la introducción de formas planificadas y
colectivas de gestión como plataforma desde la que construir el socialismo. En definitiva, las
498
Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, op. cit., pp. 62-64. 499
Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, op. cit., p. 65.
290
mismas ideas deudoras precisamente de esos residuos hegelianizantes de Marx según los cuales
el capitalismo iba creando con su desarrollo las condiciones para su propia superación. De nuevo
se ponían de manifiesto dos paradojas en la izquierda intelectual: la consideración optimista de
que la dinámica social jugaba a su favor cuando esa dinámica al final se reveló que apuntaba en
sentido contrario y la dependencia de algunas de las nuevas propuestas de la época de marcos
conceptuales y presupuestos deudores de la concepciones mecanicistas del pasado.
Pero volviendo a Gomáriz, éste vino a plantear que había tres formas de concebir la
representación social que le correspondía al PSOE. La de Felipe González, según la cual el
partido debía representar no sólo los intereses de la clase obrera, sino los de todos los sectores
sociales populares por igual. La más clásica, que sugería la necesidad de atraerse a otros sectores
a la causa del socialismo, pero sin representar específicamente sus intereses para no desvirtuar el
contenido de clase del partido. Y la que él mismo defendía basándose en los planteamientos
entonces muy divulgados de autores como Nicos Poulantzas, para el que el partido obrero podía
representar lo intereses de otros sectores sin desfigurar su naturaleza de partidos de clase, siempre
y cuando la alianza entre la clase obrera y otros sectores dominados se hiciera bajo la hegemonía
de esta primera. Gomáriz volvía a plantear que la propuesta de González debía ser corregida
porque se basaba en análisis sociológicos errados, y sacaba a colación para desmentirlos los
trabajos del sociólogo José Feliz Tezanos, que eran los que estaban inspirando a González. Los
trabajos de Tezanos venían a decir, efectivamente, que las clases medias estaban experimentando
un crecimiento vertiginoso paralelo a la disminución que estaba sufriendo la clase obrera. Sus
previsiones le hacían pensar que dentro de diez años sería menor que los sectores intermedios. El
corolario a esta previsión venía a plantear que por eso la clase obrera no podría ser la clase
hegemónica de ningún sujeto de transformación y que además no habría ningún sector lo
suficientemente homogéneo y numeroso como para serlo500
.
Según Gomáriz las conclusiones de Tezanos en las que se estaba inspirando González
eran erróneas. Otros estudios estaban demostrando que las clases medias se contraían en
beneficio de los asalariados, que la clase obrera seguía constituyendo la mitad de la población
activa y que dentro de diez años seguiría siendo la clase mayoritaria. No obstante, decía Gomáriz,
aunque Tezanos tuviera razón esto no invalidaba la apuesta por la hegemonía de la clase obrera
500
Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, op. cit., p. 67-70.
291
en el sujeto de transformación, porque la hegemonía no era una cuestión cuantitativa sino
cualitativa. Era la clase obrera la única clase social capaz de aglutinar a un conjunto de sectores
sociales en torno a su proyecto no ya por ser mayoritaria, sino por el lugar que ocupaba en la
estructura económica y por su capacidad de movilización organizada. En este sentido Gomáriz
concluyó su artículo afirmando la centralidad de la clase obrera en el proyecto socialista:
La clase obrera no es sólo su principal apoyo electoral sino que además sigue siendo el elemento central en
que basar cualquier compromiso socialista de presión o acción501
.
- Ludolfo Paramio: ¿Es posible una política socialista?
Ludolfo Paramio ha sido uno de los intelectuales más influyentes en la historia reciente
del PSOE. Él mismo sintetiza en persona esa acelerada evolución ideológica del partido de un
socialismo inicial y efímero de inspiración marxista en los albores de la transición a los
planteamientos social-liberales de su ocaso. No en vano fue de los primeros intelectuales
socialistas que defendieron abiertamente la permanencia de España en la OTAN. Físico de
formación, era en los momentos que centran nuestra atención profesor ayudante en la Facultad de
Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid y director de la revista de ciencias sociales En
Teoría. Era también colaborador asiduo de la revista Leviatán, de cuyo Consejo de Redacción
empezó a formar parte en 1982, así como miembro fundador de Zona Abierta, de la que
terminaría siendo director. Su trayectoria estaba ligada por tanto a los espacios e instrumentos de
reflexión teórica e ideológica del Partido Socialista, en los que progresivamente iría imponiendo
su influencia502
.
501
Enrique Gomáriz, “La sociología de Felipe González”, op. cit., pp. 70-71. 502
En este sentido terminó siendo director primero y presidente más tarde de la Fundación Pablo Iglesias en el
período que va de finales de los ochenta hasta finales de los noventa, y es desde 1994 presidente de la Fundación
Jaime Vera. También fue miembro de la dirección del partido en la década de los noventa, desempeñó entonces por
un tiempo el cargo de Secretario de Formación. Desde el punto de vista profesional Paramio ha desarrollado su
actividad investigadora en campos como la sociología y la metodología de las ciencias sociales en varias
universidades, en el Centro Superior de Investigaciones Científicas y en el Instituto Universitario de Investigación
José Ortega y Gasset. Recientemente ha sido director del Departamento de Análisis y de Estudios del Gabinete de la
Presidencia del Gobierno. Su currículum puede verse
http://www2.cmq.edu.mx/calidaddelademocracia/index.php?optio=com_content&view=159&Itemid=96.
292
El artículo de Ludolfo Paramio representó un corte ideológico con respecto a los
anteriores artículos de Zona Abierta503
. Un corte, que pretendió fundamentarse en la propia
tradición intelectual del marxismo, en los postulados concretamente de Antonio Gramsci. El
Trabajo de Paramio descendió el debate, hasta ahora bastante genérico, a ras de suelo, a las
políticas inmediatas que debía ejecutar un partido socialista en caso de ocupar el gobierno. Sus
planteamientos vinieron a funcionar como una legitimación anticipada de lo que serían los
primeros años de gestión socialista. Conocido el contenido de estas políticas y conocida también
la ascendencia que los planteamientos de Paramio tendrían en la persona de González, sus
palabras resultaron premonitorias. No obstante, lo destacable del planteamiento de Paramio fue
sobre todo su intento de legitimar su propuesta de futura gestión gubernamental apelando al
criterio de autoridad de Gramsci, de acuerdo con esa práctica tan socorrida en la izquierda
consistente en buscar la equiparación formal de las nuevas propuestas con las tesis de los
clásicos. La distancia evidente que había entre sus planteamientos y los del pensador sardo en lo
que a la persecución de objetivos se refiere revelaban su aportación como una auténtica
racionalización ideológica del futuro pragmatismo del PSOE.
El sociólogo arrancó su reflexión planteando qué era realmente la socialdemocracia en
este debate en que semejante término parecía blandirse como descalificación. Paramio planteó
que por socialdemocracia había que entender dos movimientos sociopolíticos distintos y
sucesivos separados por la cesura de la Segunda Guerra Mundial: el de la socialdemocracia
clásica y el de la socialdemocracia de postguerra. En opinión de Paramio lo que caracterizaba a la
socialdemocracia clásica era su carácter “corporativo”, esto es, su identificación exclusiva con la
clase obrera y su mentalidad dominante como grupo de presión, como contrasociedad dentro de
la sociedad capitalista.504
Por su parte, la socialdemocracia de posguerra, manteniendo en cierta
forma el corporativismo original, había logrado la integración de la clase obrera en la sociedad
burguesa. Ello había sido resultado sobre todo de su implicación (directa o indirecta) en la
gestión gubernamental durante esos años de crecimiento económico, de su papel protagonista en
la construcción del Estado de bienestar y la sociedad de consumo de masas.
Llegado a este punto Paramio vino a plantear que ni la socialdemocracia clásica ni la de
postguerra representaron una alternativa al capitalismo por su carácter corporativista, por la
503
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, Zona Abierta (Madrid), núm. 20, 1979. 504
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit., pp. 79 y 80.
293
identificación en exclusiva de la primera con los intereses específicos de la clase obrera y por los
privilegios concedidos por la segunda a la clase obrera en perjuicio del resto de los sectores a los
que decía representar. Para que la clase obrera se constituyera en alternativa debía, en opinión de
Paramio, superar la defensa de sus intereses corporativos y asumir los del conjunto de los
sectores populares e intermedios. Y esto fue algo que Paramio justificó con una cita entresacada
de Gramsci:
En efecto en el proceso histórico de constitución de una clase ascendente existe una fase que Gramsci
caracteriza como “la fase más estrictamente política, que señala el paso neto de la esfera de la estructura a
la esfera de las superestructuras complejas”. En esta fase, la clase ascendente alcanza “la conciencia de que
los propios intereses corporativos , en su desarrollo actual y futuro, superan los límites de la corporación de
grupo puramente económico y pueden, y deben, convertirse en los intereses de otros grupos
subordinados”505
Después de citar al clásico revolucionario Paramio afirmó que la política de incrementos
salariales que estaba desarrollando en esos momentos de crisis una parte de la izquierda era una
política corporativista que recaería sobre las espaldas del resto de los sectores populares e
intermedios. De este modo, la clase obrera se estaba invalidando como clase hegemónica del
futuro bloque social alternativo, por su negativa a representar al mismo tiempo los intereses de
todos los demás sectores506
.
Del planteamiento de Ludolfo Paramio se podían abstraer varias cuestiones llamativas. La
primera de ellas era el uso, o más bien el abuso, del adjetivo corporativo -que en el argot
socialista tenía una connotación claramente peyorativa- para referirse a las organizaciones y
políticas de clase. Lo segundo era que esta condición de clase, peyorativamente calificada de
corporativa, se atribuía a los partidos socialdemócratas, entonces mal vistos entre una parte de la
militancia socialista, sobre todo entre aquella que defendía la condición de clase del PSOE y se
oponía a la redefinición ideológica y al cambio de línea política. La tercera, la consideración de
las políticas de preservación del poder adquisitivo de la clase obrera en oposición a los intereses
del resto de los sectores populares e intermedios y no en oposición, como solía ser habitual en la
izquierda, a los beneficios de la burguesía.
505
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit., p. 81. 506
Ludolfo paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit., pp. 81 y 82.
294
Ludolfo planteó a continuación que el criterio para diferenciar la socialdemocracia del
socialismo ya no podía ser, por su inviabilidad, el de la revolución entendida como método de
asalto al poder; tampoco la ruptura legalista a la chilena, condenada al extermino; ni siquiera,
como intentaban los socialistas franceses, una política de subida salarial y de amplias
nacionalizaciones, porque eso supondría prescindir del mercado como mecanismo de asignación
de recursos y entrañaría probablemente la fuga de capitales. Según Paramio se estaba asistiendo a
una profunda crisis económica por incapacidad de incrementar la tasa de beneficios aumentando
la tasa de explotación, dada la fuerza estructural de la clase obrera. La verdadera salida a la crisis
dependía, a su entender, de una reestructuración global por la vía de la innovación tecnológica, lo
cual requería de un nuevo proceso de acumulación de capital que la burguesía estaba procurando
con la disminución de los niveles salariales y la restricción del gasto social. Frente a eso la
socialdemocracia clásica no sabía hacer otra cosa que enrocarse en la política corporativa de
subidas salariales a la clase obrera, algo a su juicio completamente inviable507
. En resumen, otras
cosas reveladoras se estaban poniendo de manifiesto en su argumentación: el rechazo a las
políticas sociales de inspiración keynesiana que había seguido hasta entonces la socialdemocracia
gobernante por su inviabilidad en un contexto de crisis económica, el rechazo a las políticas de
nacionalización propuestas por sus homólogos franceses, la consideración del mercado como
mecanismo imprescindible para la asignación de recursos y la apuesta por un nuevo proceso de
acumulación de capital. En definitiva, ideas que no entroncaba con la tradición socialista, que
discrepaban con lo que estaban haciendo hasta entonces las organizaciones de izquierda y de
centro izquierda y que, al menos en su formulación superficial, se parecía demasiado a los
planteamientos que en esos momentos hacía la derecha.
El recetario, no obstante bastante genérico, que Paramio propuso fue el siguiente. En
primer lugar, una política “reformista en el doble sentido de que no puede plantearse poner fin al
capitalismo de un plumazo y de que debe tratar de perfeccionarlo a fin de lograr superar la crisis
del momento”. En segundo lugar, la búsqueda de una “reestructuración de la economía que
permita la modernización de esta para lograr su relanzamiento en condiciones competitivas
dentro del sistema mundial”. En tercer lugar, la ligazón de los intereses de la clase obrera al resto
de las clases subalternas por medio del control de la inflación, el cese de las políticas de
incrementos salariales y la contención del gasto público508
. La verdad es que las medidas no
507
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit., pp. 84-86. 508
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit., pp. 86 y 87.
295
podían ser más precisas, y, al mismo tiempo, inusuales en la tradición de la izquierda. La primera
medida reconocía la imposibilidad de acabar con el capitalismo de un plumazo - algo obvio y
compartido por la mayor parte de izquierda -, pero reducía el reformismo a una política de
perfeccionamiento del capitalismo a fin de superar la crisis. Es decir, que no habría salida
socialista a la crisis como postulaba Llorente, sino un reequilibrio del capitalismo para desde ahí
volver a plantearse las cosas. La segunda introducía el concepto de modernización, que se
constituiría en la palabra talismán del futuro discurso del PSOE, y la totémica noción de
competitividad, tan ajena al lenguaje de la izquierda y tan propia del mundo empresarial. La
tercera planteaba la lucha contra la inflación, el cese de incrementos saláriales y la contención del
gasto público, es decir, la socialización entre los sectores populares de los sacrificios necesarios
para salir de la crisis. Ni rastro por tanto de la reivindicación de una mayor progresividad fiscal
que reinvirtiera parte de los beneficios de la burguesía en políticas sociales. Todo ello muy
coherente con la necesidad de procurar una nueva acumulación de capital en contexto de crisis.
Es decir, los cuatro ejes que seguiría la política del PSOE en el gobierno ante la crisis: cuatro
ideas fuerza en su conversión social-liberal.
Ahora bien, el propio Ludolfo Paramio fue consciente de lo polémico que podría resultar
su recetario, por eso mismo se preguntó en voz alta “por qué llamar socialista a esta política”. La
respuesta que dio a este interrogante se nos antoja uno caso palmario de racionalización
ideológica, de los muchos que se dieron en la transición. Ludolfo planteó que esta política se
podía considerar como un paso en la estrategia de transición al socialismo si se atendía a cuatro
hipótesis. La primera, que la concentración y centralización creciente de capital entrañaba la
progresiva implicación del Estado en economía (algo que más tarde se evidenciaría falso). La
segunda, que el proceso de desarrollo histórico de capital llevaba parejo un proceso de
crecimiento de la clase obrera que se traducía en el aumento de su fuerza estructural y su
autonomía (algo por otra parte muy propio del marxismo mecanicista). La tercera, que el Estado
constituía la materialización de la relaciones de fuerza entre las clases, por lo que el desarrollo
histórico de la clase obrera se traducía en la mayor orientación social del aparato estatal. Y la
cuarta, que como consecuencia lógica de las anteriores:
[...] el propio desarrollo capitalista, al fortalecer a la clase obrera y potenciar el papel del Estado en la
economía crea las bases del socialismo, entendido como control social de la economía a través de un estado
296
transformado y democratizado al servicio de una nueva mayoría social formada por la clase obrera y sus
aliados, las antiguas clases subalternas509
.
Para lo cual, concluía Paramio, la clase obrera debía reprimir sus intereses corporativos.
La justificación de Paramio a su política resultaba inconsistente, pues venía a sintetizarse
en una tesis poco creíble: que una política de fortalecimiento y perfeccionamiento del capitalismo
en esos momentos era la mejor estrategia al socialismo porque el fortalecimiento y el
perfeccionamiento del capitalismo entrañaba más peso estructural de la clase obrera, más
intervención del Estado en la economía y más posibilidades, por tanto, de que la clase obrera
ocupara democráticamente el Estado y lo utilizara como instrumentos de planificación económica
en un sentido socialista.
A nuestro juicio, esto no era sino una forma de racionalización de la única política que
desde la lógica del futuro gobernante tenían en mente algunos ideólogos del PSOE ante la
posibilidad de hacerse con las riendas del Estado, una vez evaporado por efecto de la crisis el
ensueño de los años dorados del Walfare State. Una política de ajustes que podría dar salida a la
crisis, pero que resultaba poco creíble como antesala de ningún proceso de cambio socialista, sino
que se evidenciaría pocos años después como obstáculo para ello. No obstante, en ese contexto de
radicalización de algunas bases y de peso todavía considerable de los esquemas marxistas entre la
militancia había que justificar una propuesta de ese tipo con la vieja retórica, con citas
entresacadas oportunamente de los clásicos del socialismo y con prácticas argumentales
corporativas, como aquélla de viejo cuño hegeliano según la cual el desarrollo del capitalismo
generaba por sí mismo las condiciones para la construcción del socialismo. Además, en este
último párrafo de Paramio la noción de socialismo quedaba rebajada en sus pretensiones clásicas.
El socialismo consistía, según el sociólogo, en el control social de la economía a través de un
Estado democratizado, sin mayores alusiones a cambios en las relaciones de producción,
empezando por las relaciones de propiedad.
En definitiva, el contexto internacional y el curso que estaba siguiendo la transición
invitaban a los intelectuales de la izquierda a la racionalización. La derrota de los proyectos
iniciales de la izquierda por el triunfo del proyecto reformista y las malas perspectivas para
509
Ludolfo Paramio, “¿Es posible una poítica socialista?”, op. cit.,p. 87.
297
desarrollar una política de avances sociales por los estragos de la crisis económica mundial
invitaban a los intelectuales de la izquierda con posibilidades de participar en la gestión pública –
como era el caso – a rebajar sus expectativas y a cambiar de objetivos. Nos obstante, estaban muy
recientes los sistemas de valores, los presupuestos teóricos y la iconografía incubados en la
clandestinidad. Los virajes en la línea política tenían que justificarse de acuerdo todavía con ese
universo ideológico. Los giros moderadores a nivel de la praxis había que justificarlos con la
vieja retórica radical, explicárselo a los demás e incluso a uno mismo en términos ideológicos y
no puramente pragmáticos.
- José María Maravall: “Del milenio a la práctica política: el socialismo como reformismo
radical.”
José María Maravall ha sido una de las figuras más destacadas del PSOE en la transición
y sobre todo durante los años de gobierno socialista. Su aportación al socialismo la ha realizado
como intelectual, dirigente de partido, diputado y ministro. Doctorado en derecho por la
Universidad Complutense de Madrid a finales de los sesenta, pasó el primer quinquenio de la
década siguiente estudiando sociología en varias universidades británicas, hasta doctorarse
finalmente en la de Oxford. De vuelta a España compatibilizó su carrera universitaria con la
actividad política en las filas del PSOE. En cuanto a lo primero, ha desarrollado una intensa labor
investigadora en el campo de la educación y la ciencia política, y ha sido profesor de las más
prestigiosas universidades europeas y estadounidenses. En cuanto a lo segundo, José María
Maravall fue uno de los dirigentes socialistas que salió más fortalecido de la crisis que se cerró
con el Congreso Extraordinario de 1979. No en vano, en dicho congreso fue elegido miembro de
la Comisión Ejecutiva Federal y Secretario de Formación, como el nuevo responsable, por tanto,
de la preparación política y doctrinal de los militantes. El reemplazo de Gómez Llorente por
Maravall al frente de esta responsabilidad es un indicador fehaciente del cambio ideológico que
se estaba consumando en el PSOE. De profundas convicciones socialdemócratas, confesadas ya
en un tiempo en el que pocos militantes del PSOE se atrevían a hacerlo, Maravall fue
representativo del grupo de profesionales e intelectuales de los que decidió rodearse
298
personalmente Felipe González ante la perspectiva de ocupar el gobierno. En este sentido fue
nombrado Ministro de Educación y Ciencia en los dos primeros gobiernos socialistas510
.
El artículo de José María Maravall ahondó más en la moderación de las propuestas, pero
de forma más directa y menos racionalizadora a como lo hizo Paramio511
. En él pretendió
reconciliar al PSOE con la socialdemocracia y esbozar las que debían de ser las futuras líneas de
gestión gubernamental del partido. En su artículo se pudo advertir el poso de algunas lecturas
marxistas, pero sus referentes explicitados ya fueron otros. A diferencia de Paramio su propuesta
no pretendió homologarse formalmente a los planteamientos de grandes figuras del socialismo
revolucionario. No sintió la necesidad de encubrir con un barniz ideológico tan denso su
pragmática propuesta de acción, aunque no dejó de calificarla, por otra parte, como una política
nítidamente socialista. La moderación radicó precisamente en el contenido que atribuyó al
concepto de socialismo.
Maravall arrancó su artículo atribuyendo la crisis del socialismo a la crisis del marxismo,
en tanto que inspirador de la vía insurreccional bolchevique y del evolucionismo
socialdemócrata. El marxismo soviético había terminado por identificar el socialismo con
medidas y formas de organización que, según Maravall, no merecían el calificativo de socialistas.
Para Maravall el socialismo no podía ser equivalente a la colectivización de los medios de
producción, ni a la supresión del mercado como mecanismo de asignación de recursos, lo cual,
como él mismo reconocía, desdibujaba las fronteras tradicionales entre socialismo y capitalismo
en tanto que sistemas sociales definidos. Para Maravall las características del socialismo como
sistema social eran elusivas, pues no existían ni modelos ni estrategias al socialismo precisos y
viables. Por su parte, la socialdemocracia se había limitado a implementar pequeñas reformas
meciéndose a veces en la ilusión, por inspiración marxiana, de que el evolucionismo fatal de la
historia llevaría esas reformas por la senda del socialismo512
.
Dicho esto Maravall hizo un balance de la socialdemocracia en el que los elogios y las
reprobaciones los anticipaba equilibrados, pero en cuyo desarrollo ponderó los primeros. De la
510
En la actualidad es Catedrático de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y Director de Estudios
Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. El currículum vitae de José María Maravall puede verse
en http://www.ucm.es/info/socio1/wprofes/CV-jmmaravall.pdf 511
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política: el socialismo como reformismo radical”, Zona Abierta
(Madrid), núm. 20, 1979. 512
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., pp. 90-93.
299
socialdemocracia dijo reprobar cuatro cosas: su evolucionismo fatalista, la creencia ilusoria de
que la historia tiene un fin necesario que adquirirá la forma del socialismo, la creencia de que
pueden darse saltos cualitativos en esa dirección y la disyuntiva maniquea entre revolución y
reforma. Lo llamativo es que Maravall no precisó que esas cuatro nociones presentes durante
algún tiempo en la socialdemocracia clásica (y no sólo en ella) fueron depuradas pronto por una
parte de esa socialdemocracia clásica y purgadas completamente por la socialdemocracia de
postguerra. De esta forma su crítica a la socialdemocracia fue en última instancia un elogio
encubierto a su evolución. La creencia en la lógica de la historia, en el advenimiento del
socialismo, en la teoría del salto cualitativo y la dialéctica entre reforma y revolución habían
estado presentes en KautsKy. Pero no es menos cierto que la crítica a estos planteamientos se
había hecho no sólo, pero también, desde los postulados de Bernstein, el gran referente intelectual
para la socialdemocracia de Postguerra. De hecho Maravall reconoció que su crítica la hacía
precisamente desde los planteamientos de Bernstein:
¿ Es esto una defensa de Bernstein frente a Kautsky? Para aquellos aficionados a tales ejercicios académicos
la respuesta es que sí513
.
La afirmación de Maravall era significativa en una tradición intelectual, la de la izquierda,
acostumbrada a traducir la confrontación de pareceres acerca de la política a desarrollar en el
presente en posicionamientos en torno a debates cruciales del pasado. Su identificación con
Bernstein no sólo significaba la no creencia en el necesario desenlace socialista de la historia,
sino que suponía una identificación por añadidura con el postulado fundamental de este referente:
la difuminación del socialismo como modelo acabado de sociedad y su reducción a la práctica
política diaria, la consideración de que “el movimiento lo es todo, los objetivos no son nada”.
En cuanto a los elogios directos, Maravall enumeró las reformas acometidas por la
socialdemocracia al amparo del keynesianismo de postguerra: la extensión del Estado de
Bienestar, la redistribución de los recursos a través de los impuestos, la extensión de la igualdad
de oportunidades, el reforzamiento de la clase obrera tanto en el Estado como en el mercado, etc.
Y reclamó repudiar al respecto lo que consideraba eran cuatro mitos utilizados como arma
arrojadiza contra la socialdemocracia: el mito de que ésta aceptó la democracia burguesa, el mito
de que alienó en ella a la clase obrera, el mito de que desmovilizó a los trabajadores y el mito de
513
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., p. 91.
300
que creó una burocracia de partido que frenó la participación directa de los militantes514
. Cuatro
ideas que poblaban los imaginarios de una parte de la militancia del PSOE en la transición, y que
la dirección, como vimos, había estimulado con insistencia tiempo atrás. Cambiar
ideológicamente al partido pasaba entre otras cosas por divulgar una nueva valoración ahora
benévola de la trayectoria reciente de la socialdemocracia. Resultaba conveniente una nueva
relectura del pasado para legitimar la política del presente.
La situación que en esos momentos se le ofrecía a la socialdemocracia era desalentadora.
Si a la democracia de postguerra que desarrolló las políticas sociales en los años de crecimiento
económico se les podía reprochar no haber modificado las bases de la desigualdad, ahora esas
políticas resultaban incluso inviables en un contexto de crisis económica mundial. Y este
escenario lo describió con crudeza Maravall:
La crisis de los beneficios bloquea las políticas redistributivas de la socialdemocracia, la crisis fiscal del
Estado impide proseguir sus políticas de servicios sociales. La reestructuración de la producción y de la
economía y los requisitos de un aumento de los beneficios se contraponen a las conquistas sociales y
económicas de la clase obrera y a sus expectativas: la relación de fuerzas se expresa en inflación y paro. /
Ello hace inviable una política de progresivo reparto de un pastel creciente y de distribución del excedente
económico en forma de servicios sociales. Pero ello dificulta, más generalmente, toda política de izquierdas.
Tal situación de crisis produce una ofensiva del capital contra el trabajo: exigir una política igualitarista más
radical que la socialdemócrata tradicional sólo incrementa las dificultades [...] Por supuesto tal política de
reformismo radical es aún más difícil en España515
.
Aquí radica una de las claves de la evolución ideológica del PSOE: el intento de
abandonar el radicalismo retórico incubado en la clandestinidad en un momento en el que ya no
podían regresar al los postulados socialdemócratas de postguerra. Lo que se produjo entonces fue
el tránsito de un socialismo doctrinario de reminiscencias marxistas a los esquemas social-
liberales sin apenas solución de continuidad. Todo ello en un contexto de crisis económica en el
que la socialdemocracia estaba viendo cómo se embotaban sus viejas herramientas keynesianas.
Afirmado esto resultaba contradictoria la afirmación que Maravall hacía a continuación
cuando, justo después de insistir en la inviabilidad del reformismo de la socialdemocracia de
514
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., pp. 93-95. 515
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., p. 93.
301
postguerra, reclamaba un “reformismo fuerte” como práctica política que debía abrazar el nueva
partido socialista.
Pese a todo, aquí y ahora cabe señalar que el socialismo como reformismo radical es la única vía defendible
que evita la tentación totalitaria o la tentación derechista, a la vez que es la única opción honesta desde el
punto de vista político e intelectual. Ese socialismo significa unos objetivos igualitaristas más acentuados
que los del modelo socialdemócrata posterior a 1945, y significa también una gestión económica diferente
(porque debe ser diferente y porque no puede ser igual por no darse las condiciones de la economía europea
desde el fin de la segunda Guerra Mundial)516
.
La verdad es que este empeño en “un reformismo fuerte” resultaba retórico si se miran las
medidas que se exponían a continuación, unas medidas que si diferían en cierta forma de las
pautas de la socialdemocracia de postguerra era precisamente para aplicar políticas de austeridad
como salida puramente capitalista a la crisis, cuando no recetas que incluso se asemejaban en
cierta forma a las que se venía reclamando desde la derecha. Las medidas, muy genéricas por
otras parte, se reducían a un política que compensara la necesaria contracción del gasto público
con su mejor redistribución. Para desarrollar esta política, la izquierda debía desprenderse de lo
que Maravall consideraba algunos mitos muy dañinos. Un mito a desterrar era el que
infravaloraba la práctica gubernamental so pretexto de que con ella simplemente se estaba
“gestionando el capitalismo”, una acusación que a su juicio encubría la dificultad extraordinaria
de encontrar una alternativa al mismo y olvidaba que maximizar el bienestar y la igualdad era
hacer socialismo517
. La extraordinaria dificultad existente para construir un modelo de sociedad
alternativo al capitalismo invitaba a afirmar el socialismo no ya como futuro sistema político
definido, sino como práctica política en el presente capitalista destinada a maximizar el bienestar
y la igualdad. Se quebraba así la dimensión utópica del socialismo como proyecto futuro de
reemplazo de lo existente, como objetivo, como finalidad.
Otro mito a desterrar era el de “la ruptura con el capitalismo”, porque históricamente esa
ruptura no había sido lograda por el evolucionismo socialdemócrata; pero, sobre todo, porque
siempre que se había logrado imponer había adquirido la forma de totalitarismo. Maravall hizo
suya la tesis - tan difundida en la década de los ochenta por corrientes de pensamiento de distinto
signo - de que los proyectos de emancipación completa de la sociedad contenían inevitablemente
516
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., p. 94. 517
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., pp. 95-96.
302
la semilla del totalitarismo. Otro mito a desterrar era el de la lucha contra “la acumulación de
capital”, ya que en su opinión todo programa socialista debía procurar maximizar la inversión, y
eso pasaba sobre todo por la iniciativa privada. El último punto del decálogo de Maravall fue
también toda una declaración de principios en la que quedó sintetizada su concepción política de
corte socialdemócrata en evolución a planteamientos social-liberales:
Finalmente [hay que acabar con] el mito de que hay que superar el mercado y el sistema de economía mixta,
puesto que hay que aceptar que el mercado es el más eficiente mecanismo de asignación de recursos
económicos siempre que la generación de desigualdades y desequilibrios puedan ser contrapesada por el
Estado y por las organizaciones obreras, y hay que aceptar que la economía mixta sólo es sustituible por una
economía autárquica y por el racionamiento burocrático518
.
En este párrafo se defendía el mercado como mejor instrumento para la asignación de
recursos y se apostaba por una cierta intervención del Estado que compensara las desigualdades
sociales provocadas éste. Desde esta perspectiva las desigualdades resultaban inevitables en la
medida que no había posibilidad de alternativa a la centralidad del mercado más allá del
burocratismo y el racionamiento. En este párrafo, en definitiva, hacía acto de presencia la
ideología como reificación y naturalización de la vida social; la reducción de lo posible a lo
realizado; la consideración de la desigualdad como un estado necesario simplemente susceptible
de regulación; la negación de alternativa mejor a un capitalismo con intervención pública
limitada, eufemísticamente llamado “economía mixta”.
518
José María Maravall, “Del milenio a la práctica política...”, op. cit., p. 96.
303
INTRODUCCIÓN. .......................................................................................................................... 5
I. MARCO CONCEPTUAL E HIPÓTESIS DE TRABAJO. ........................................................ 17
I.1. La ideología: un concepto polívoco. .................................................................................... 17
I.2. Las diversas nociones de ideología y la apuesta por su complementariedad. ..................... 21
I.3. La ideología y sus formas: entre el sistematismo y la contradicción. .................................. 27
I.4. La ideología y sus contenidos. ............................................................................................. 30
I.4.1. Ideología y teoría: cientificismo y “conciencia tecnocrática”. ..................................... 31
I.4.2. Ideología y sistema de valores. ..................................................................................... 37
I.4.3. Ideología y tradición cultural: pautas de pensamiento y relación con los clásicos. ...... 39
I.5. La batalla de las ideas: confrontación, consenso y cooptación. ........................................... 44
I.6. Las múltiples funciones de la ideología. .............................................................................. 49
1.6.1. Especulación evasiva .................................................................................................... 50
1.6.2. Instrumento de competencia y cooperación. ................................................................ 51
1.6.3. Elemento identitario. .................................................................................................... 52
1.6.4. Racionalización. ........................................................................................................... 53
1.6.5. “Comunicación sistemáticamente deformada”. ........................................................... 55
1.6.6. Legitimación. ................................................................................................................ 56
1.6.7. Sublimación. ................................................................................................................. 58
1.6.8. Reificación. .................................................................................................................. 60
I.7. Ideología y acción política. .................................................................................................. 61
I. 8. Factores del cambio ideológico de la izquierda en la transición: hipótesis de trabajo. ...... 63
I. 9. Ideologías, discursos, conceptos... y visiones del pasado. .................................................. 70
I. 10. Archivos y fuentes. ........................................................................................................... 78
II. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: DE LA LUCHA ANTIFRANQUISTA AL
CAMBIO IDEOLÓGICO. ............................................................................................................. 85
II.1. El PCE en el tardofranquismo y la transición: de la lucha contra la dictadura al abandono
del leninismo. ............................................................................................................................. 85
II.1.1. El partido de la oposición. ........................................................................................... 85
II.1.2. El proyecto comunista de transición. ........................................................................... 89
II.1.3. La movilización frente al continuismo. ....................................................................... 92
II.1.4. De la ruptura democrática a la reforma pactada. ......................................................... 96
II.1.5. La Política de Concentración Democrática: los Pactos de la Moncloa y la
Constitución. ........................................................................................................................ 108
II.1.6. El eurocomunismo. .................................................................................................... 117
II.1.6.1. Origen y alcance. ................................................................................................ 117
II.1.6.2. Planteamientos básicos del eurocomunismo. ..................................................... 121
II.6.1.3. El Estado y las instituciones liberales en la estrategia al socialismo. ................. 123
II.1.6.4. Las bases sociales y las organizaciones políticas. .............................................. 127
II.1.6.5. Defensa de las libertades y estrategia pacífica al socialismo. ............................ 131
II.1.6.6. La estrategia gradual de transición al socialismo. .............................................. 132
II.6.1.7. Distanciamiento de la URSS y vía nacional al socialismo. ................................ 135
II.1.6.8. Eurocomunismo: ofensiva o repliegue, proyecto político o ideología
racionalizadora. ................................................................................................................ 138
304
II.1.7. El IX Congreso del PCE: el abandono del leninismo. ........................................... 141
II. 2. El PSOE en el tardofranquismo y la transición: del radicalismo verbal a la renuncia al
marxismo. ................................................................................................................................. 145
II.2.1. Larga noche del franquismo: repliegue y decadencia. .............................................. 145
II.2.2. Vísperas de la transición: golpe de timón y reaparición pública. .............................. 153
II.2.3. El radicalismo ideológico: los ejes del discurso doctrinal del PSOE. ....................... 159
II.2.4. Sobre el radicalismo ideológico del PSOE. ............................................................... 173
II.2.5. Las primeras elecciones: de la marginalidad en la oposición a la alternativa de
gobierno. ............................................................................................................................... 177
II.2.6. Firmeza y flexibilidad: la participación en el consenso. ........................................... 180
II.2.7. Cambio de táctica y de ropaje ideológico. ................................................................. 184
II.2.8. La crisis ideológica: el XXVIII Congreso y el Congreso Extraordinario. ................ 187
III. LOS INTELECTUALES Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO. .................................................. 193
III.1. La tradición intelectual de la izquierda española. ........................................................... 194
III.2. Tardofranquismo y primera transición: el auge del compromiso intelectual. ................. 200
III.3. Los intelectuales en la transición: alivio del compromiso y crisis de militancia. ........... 207
III.4. El intelectual dentro del partido: El caso del PCE. ......................................................... 213
III.4.1. Los intelectuales para el partido y su problemática militante. ................................. 213
III.4.2. La participación de los intelectuales en el debate sobre el leninismo. ..................... 222
III.4.2.1. Los espacios y los instrumentos para el debate. ................................................ 224
III.4.2.2. La inespecífica toma de partido de los intelectuales en el debate y las polémicas
de Cataluña y Asturias. ..................................................................................................... 229
III.5. Lo que pensaron los intelectuales. ................................................................................... 236
III.7.1. Contribuciones de intelectuales comunistas al debate del leninismo. ...................... 241
- José Manuel Fernández Cepedal: “Ser marxista-leninista hoy”. ................................... 242
- Francisco Pereña: “Ante el IX Congreso del Partido Comunista” ................................ 243
- Noust Horitzons. “Leninisme Avui”: Un debate con Luciano Gruppi, Jean Ellenstein,
Manuel Azcárate y Francisco Fernández Buey. ............................................................... 245
- Joaquín Sempere: “Eurocomunismo y leninismo”. ....................................................... 251
- El debate de Nuestra Bandera: un debate con Valeriano Bozal, Ernst García, Manuel
Azcárate, Julio Segura, José Sandoval, Juan Trías y Antoni Domènech. ........................ 252
III.7.1.1. Síntesis de posiciones de los intelectuales comunistas sobre el leninismo. ...... 264
III.7.1.2. El debate de fondo sobre la posibilidad de una estrategia al socialismo: un
diálogo entre Daniel Lacalle y Manuel Sacristán. ............................................................ 266
III.7.1.3. La posibilidad de explorar nuevos caminos: algunas aportaciones de Manuel
Sacristán. .......................................................................................................................... 272
III.7.2. Contribuciones de intelectuales socialistas al debate del marxismo. ....................... 276
- Luis García San Miguel: “Abandonar el marxismo, pero ¿qué marxismo?” ................ 277
- Elías Díaz: “Marxismo y no marxismo: las señas de identidad del PSOE.” ................. 279
- Ignacio Sotelo: “Socialismo y marxismo” ..................................................................... 282
- Luis Gómez Llorente: “En torno a la ideología y la política del PSOE”. ...................... 284
- Enrique Gomáriz: “La sociología de Felipe González”. ................................................ 287
- Ludolfo Paramio: ¿Es posible una política socialista? .................................................. 291
- José María Maravall: “Del milenio a la práctica política: el socialismo como reformismo
radical.” ............................................................................................................................ 297
305
IV. LOS MILITANTES DE BASE Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO. ........................................ 307
IV.1. La militancia de base en la historiografía. ...................................................................... 307
IV.2. La política de formación: una manera de aproximación al perfil ideológico de la
militancia. ................................................................................................................................. 314
IV.2.1. La política de formación del militante del PSOE. ................................................... 318
IV.2.1.1. La formación del militante socialista en la clandestinidad: el paradigma
ideológico del antifranquismo. ......................................................................................... 318
IV. 2.1.1.1. La actividad formativa en la clandestinidad y el exilio. ........................... 319
IV.2.1.1.2. Las fuentes de financiación de la actividad formativa en la clandestinidad y
el exilio. ........................................................................................................................ 321
IV.2.1.1.3. Los contenidos de la formación de la militancia de base en la clandestinidad
y el exilio. ..................................................................................................................... 324
IV.2.1.2. Las Escuelas de Verano del PSOE durante la transición: el cambio de paradigma
ideológico. ........................................................................................................................ 335
IV 2.1.2.1. La Escuela de Verano de 1976. .................................................................. 338
IV. 2.1.2.2. La Escuela de Verano de 1977. ................................................................. 340
IV.2.1.2.3. La Escuela de Verano de 1978. .................................................................. 344
IV.2.1.2.4. La nueva orientación en las escuelas de veranos: José María Maravall y la
escuela de 1981. ........................................................................................................... 348
IV.2.2. La política de formación del militante del PCE. ..................................................... 352
IV.2.2.1. Consideraciones generales. ........................................................................... 352
IV.2.2.2.La actividad formativa: escuelas, temarios y documentos. ................................ 356
IV.3. Otra forma de aproximación al perfil ideológico de la militancia: la encuesta a los
afiliados socialistas de 1980. .................................................................................................... 371
IV.3.1. El momento de incorporación al partido. ................................................................. 372
IV.3.2. Nivel educativo, formación e información política. ................................................ 374
IV.3.3. Los militantes y los medios de comunicación. ........................................................ 375
IV.3.4. Creencias religiosas. ................................................................................................. 378
IV.3.5. Actitudes políticas de los afiliados. .......................................................................... 378
IV.3.6. Caracterización general de la militancia. ................................................................. 383
IV.4. Los testimonios de los militantes. ................................................................................... 387
IV.4.1. Los testimonios de los militantes del PSOE. ........................................................... 389
IV.4.1.1. Las fuentes ........................................................................................................ 389
IV.4.1.2. Los militantes de base y el marxismo. .............................................................. 393
IV.4.1.3. La tradición ideológica del PSOE y la memoria histórica del socialismo. ....... 397
IV.4.1.4. Los militantes de base y el paradigma ideológico de antifranquismo. ............. 399
IV.4.1.5. Los militantes de base y el paradigma ideológico de la moderación. ............... 402
IV.4.1.7. El hastío hacia el debate y el cuestionamiento el debate. ................................. 405
IV.4.2. Los testimonios de los militantes del PCE. .............................................................. 408
IV.4.2.1. Los participación de los militantes de base en la fase precongresual del IX
Congreso. .......................................................................................................................... 408
IV.4.2.2. Los testimonios directos de los militantes: las fuentes disponibles. ................. 415
IV.4.2.3. Los militantes de base y su concepción del leninismo. ..................................... 416
IV.4.2.4. La figura de Lenin y la memoria histórica del comunismo. ............................. 420
IV.4.2.6. Los militantes de base y su respaldo a la revisión ideológica. .......................... 423
IV.4.2.7. Su concepción de la democracia y su actitud hacia la URSS. .......................... 428
IV.4.2.8. Su concepción del partido y el cuestionamiento del debate ideológico. ........... 433
306
V. EL CAMBIO IDEOLÓGICO EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN. .......................... 437
V.1. Introducción. ..................................................................................................................... 437
V.2. La construcción del consenso. .......................................................................................... 440
V.3. Un nuevo espacio público para la democracia. ................................................................ 443
V.4. La influencia de los medios de comunicación en la transición. ....................................... 447
V.5. La eclosión de la prensa en la transición. ......................................................................... 451
V.6. Pluralidad mediática y homogeneidad de contenidos: el consenso en la prensa. ............. 456
V.7. El cambio ideológico del PSOE en la prensa. .................................................................. 459
V.7.1. Vísperas del congreso: el distanciamiento crítico. .................................................... 460
V.7.2. El XXVIII Congreso: la implicación apasionada. ..................................................... 466
V.7.3. El Congreso Extraordinario: la vuelta a la normalidad. ............................................ 475
V.8. El cambio ideológico del PCE en la prensa. .................................................................... 479
V.8.1. El anuncio del abandono: Santiago Carrillo en Estados Unidos. .............................. 479
V.8.2. ABC: el anticomunismo exacerbado. ......................................................................... 481
V.8.3. Arriba: la crítica paternalista. .................................................................................... 486
V.8.4. Diario 16: el descrédito. ............................................................................................ 488
V.8.5. El País: la hostilidad incisiva. ................................................................................... 491
VI. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: FIN DE TRAYECTO Y CAMBIO DE CICLO.
...................................................................................................................................................... 501
VI.1. El PCE al final del proceso: crisis orgánica, catástrofe electoral y quiebra del
eurocomunismo. ....................................................................................................................... 501
VI.1.1. La crisis del PSUC y el abandono del eurocomunismo. .......................................... 506
VI.1.2. La crisis del EPK: la salida de los eurocomunistas. ................................................. 512
VI.1.3. La crisis de los renovadores: eurocomunismo sí, pero no así. ................................. 513
VI.1.4. Los factores de la crisis y su expresión ideológica. ................................................. 519
VI.1.5. Fin de trayecto: catástrofe electoral, cambio en la dirección y desvanecimiento del
eurocomunismo. ................................................................................................................... 528
VI.2. El PSOE al final del proceso: triunfo electoral y reconversión ideológica. .................... 531
VI.2.1. Camino de la Moncloa. ............................................................................................ 531
VI.2.2. El discurso de la modernización. ............................................................................. 539
VI.2.3. Algunas concepciones ideológicas de fondo. .......................................................... 548
VI.2.4. Fin de trayecto: el sí a la OTAN. ............................................................................. 555
RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES. ............................................................................... 561
La izquierda en la transición: cambio ideológico durante el proceso de cambio institucional.
.................................................................................................................................................. 561
La problemática relación de la izquierda con su doctrina. ....................................................... 574
Los intelectuales y el cambio ideológico. ................................................................................ 581
Los militantes de base y el cambio ideológico. ........................................................................ 587
El cambio ideológico en los medios de comunicación. ........................................................... 594
Los factores del cambio ideológico. ......................................................................................... 599
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CITADAS. ................................................................................ 609
307
IV. LOS MILITANTES DE BASE Y EL CAMBIO IDEOLÓGICO.
IV.1. La militancia de base en la historiografía.
La historiografía española sobre los partidos políticos de la izquierda en el
tardofranquismo y la transición ha arrastrado hasta hace poco, y en cierta medida sigue
arrastrando, algunas de las limitaciones que caracterizaron a la producción historiográfica
nacional previa a los años setenta y ochenta, como si por ella no hubieran pasado, o sólo lo
hubieran hecho parcialmente, los procesos de renovación que se dieron en ambas décadas. De
todas estas limitaciones quizá la más llamativa sea el vacío relativo al estudio de las bases
militantes, o, expresado de forma inversa, la atención preferencial y en muchos casos exclusiva –
y por tanto excluyente - que se ha prestado a las cúpulas dirigentes de estas formaciones políticas.
La configuración de los órganos de dirección de los partidos, los debates que en ellos se
desarrollaron, las decisiones políticas que allí se adoptaron, las crisis surgidas en su seno e
incluso las desavenencias personales entre sus miembros han sido el objeto de estudio principal,
y con frecuencia único, de la mayoría de quienes se han acercado a esta temática519
.
Además, cuando se ha hecho alusión a los militantes de base ha sido generalmente en
función de su capacidad - en tanto que entidad genérica pocas veces individualizada - de aplicar
en ámbitos concretos las decisiones emanadas de la dirección. De este modo, los militantes han
sido reducidos con frecuencia a simples correas de transmisión a la sociedad de la línea política
519
Contamos con buenas aproximaciones a la historiografía del PCE, aunque poco centradas en los casos de la
transición dado los relativamente pocos trabajos que hay al respecto. Por orden cronológico estas aproximaciones las
tenemos en David Ginard, “Aproximación a la bibliografía general sobre la historia del movimiento comunista en el
Estado español”, en Francisco Erice (coord.), Los comunistas en Asturias..., op. cit., pp. 27-38, Francisco Erice
Sebares, “Un balance sobre los estudios recientes del comunismo en España”, Ayer (Madrid), núm. 48, 2002. pp.
315-330; David Ginard, “La investigación histórica sobre el PCE: desde sus inicios a la investigación
historiográfica”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García, Historia del PCE... Vol. 1, op. cit., pp. 19-48;
Manuel Bueno y Sergio Gálvez, “Apuntes en torno a la bibliografía sobre la historia del PCE”, Papeles de la FIM
(Madrid), núm. 24, 2005, pp. 335-345. Unas valoraciones más genéricas, pero igualmente interesantes, sobre la
historia y la historiografía recientes del comunismo, con frecuentes alusiones al caso del PCE, lo tenemos también en
la “Presentación” de Carmen González al Dossier Carmen González (coord.), “Partidos comunistas y pasado
reciente. Trayectorias históricas nacionales, historiografía y balance”, en Revista Historia Actual (Cádiz), nº 6, 2008,
pp. 11-16. Sobre la historiografía del PSOE véase Francisco de Luis Martín, “De estrella rutilante a secundario
ilustre”, Ayer (Madrid), núm. 50, 2003, pp. 255-288.
308
procedente de instancias superiores, obviándose con ello otros aspectos fundamentales en su
relación con las dirigencias: el de su capacidad para resistirse a sus directrices, para condicionar
sus decisiones y, sobre todo, para obrar más allá de las orientaciones recibidas. La diferencia
entre considerar todos estos aspectos de manera conjunta o sólo el primero de ellos es la
diferencia entre considerar a las bases militantes como sujetos pasivos o sujetos activos.
En este mismo sentido, aunque en varias ocasiones se ha prestado atención al activismo
desplegado por las bases militantes - sobre todo, como se ha dicho, a instancias de lo establecido
por las direcciones -, se han obviado generalmente los análisis acerca de su identidad, así como el
estudio de las reflexiones de estas mismas bases acerca de la línea política de su partido, de su
propio activismo y de su propia experiencia militante. Los militantes de base pocas veces han
sido estudiados en sí mismos, y pocas veces han tenido voz propia en las crónicas de sus partidos.
El problema no ha sido ya que la voz protagonista en los relatos de los partidos haya sido la de
sus dirigentes, sino que con frecuencia estos relatos han quedado reducidos a un simple
monólogo de los presidentes, secretarios generales o diputados de turno. La militancia de base ha
quedado generalmente enmudecida en las crónicas de los partidos a los que dieron vida, o
reducida a simple coro de la voz cantante de sus dirigentes.
En definitiva, la Historia de la de los partidos de la izquierda ha sido en muchas ocasionas
una Historia reducida a sus elites, cuando no una Historia hecha generalmente desde arriba.
Muy relacionada con esta limitación nos encontramos con otra relativa a los temas
preferentes de estudio de las formaciones de la izquierda. La línea política oficial, la acción del
partido orientada a la participación en el aparato institucional del Estado o las relaciones con
otras fuerzas políticas han sido temas recurrentes en menoscabo de otras dimensiones
desatendidas o expresamente infravaloradas. Se ha impuesto pues, en muchos casos, una
perspectiva excesivamente institucionalista y supraestructural en el estudio de los partidos
políticos de la izquierda española en el período en cuestión, que ha eclipsado el enfoque de otras
realidades constitutivas de estas formaciones sumamente interesantes, además de imprescindibles
para conocerlas en su integridad. De esta forma, se ha echado en falta - por expresarlo en los
términos de las tendencias historiográficas recientes - una historia social y cultural de los partidos
políticos, un estudio de otras dimensiones que no sean la estrictamente política en su sentido más
restrictivo. En este sentido, no se trata de enfrentar una historia social o cultural de los partidos a
309
una historia política de los mismos, cosa que no tendría mucho sentido para referirse a
organizaciones cuya identidad es eminentemente política, pero sí la de atender a la dimensión
social y cultural de estas organizaciones en la dirección que precisamente viene marcando la
nueva historia política520
.
De igual modo, los estudios restrictivamente políticos, o más bien politicistas, de los
partidos han sufrido un enfoque que podríamos denominar teleológico, en virtud del cual buena
parte de los análisis han quedado subordinados, cuando no reducidos, a la determinación de la
capacidad de estos partidos para llevar a término los proyectos políticos que diseñaron, los
objetivos concretos que se marcaron, las finalidades que persiguieron. Los pronunciamientos
sobre los partidos se han venido a expresar así en términos de éxito o fracaso, lo cual ha dejado
poco margen para referirse a aspectos esenciales de la militancia que no pueden esclarecerse en
estos términos.
Las temáticas que surgen cuando se transciende una concepción restrictiva de la política,
cuando se va más allá de esa visión institucionalista de la que hablábamos, son múltiples y
sumamente enriquecedoras. El perfil sociológico de las militancias, su inserción cotidiana en la
sociedad de la que forman parte, sus expectativas acerca del cambio, sus distintas culturas
militantes, la forman en que sienten su compromiso, la disposición de su tiempo vital al tiempo
de la militancia, sus niveles de formación teórica, sus sistemas de valores, su sentido de
pertenencia a la tradición de la que forman parte o su configuración ideológica en el sentido más
amplio, su identidad al fin y al cabo, son dimensiones que nos dan una imagen más completa y
humanizada de los colectivos estudiados, y constituyen un campo de trabajo vastísimo y
sumamente atractivo para el historiador.
Por fortuna este tipo de enfoques vienen abriéndose paso poco a poco. En el caso concreto
del PCE fueron pioneros en este sentido los trabajos elaborados por historiadores de la
Universidad de Oviedo a mediados de los noventa, publicados en el monográfico que lleva por
título Los comunistas en Asturias521
. A este primer impulso siguieron la producción de otros
520
Una panorámica de estas nuevas tendencias puede verse en los trabajos compilados en Elena Hernández Sandoica
y Alicia Langa (eds.), Sobre la Historia Actual, entre política y cultura, Madrid, ABDA, 2005. 521
Erice, Francisco et all (coords.), Los comunistas en Asturias, op. cit. En este volumen se recogían trabajos del
propio Erice y de Valentín Brugos, Carmen García, Ramón García Piñeiro, David Ginard, Luis Alfredo Lobato,
David Ruiz, Gabriel Santullano, Jorge Uría y Rubén Vega. Los trabajos analizaban la trayectoria del partido en
310
trabajos novedosos, especialmente aquellos destinados a estudiar la influencia de los comunistas
en los movimientos sociales, las cuestiones de género o las memorias de sus militantes a partir de
los testimonios orales. El I Congreso de Historia del PCE, celebrado en mayo de 2004 en la
universidad antes citada, sirvió para poner en valor los importantes avances al respecto, pero
también para constatar que eran muchas las inercias que se seguían arrastrando522
. Movidos por
esta sensación agridulce los organizadores de este primer evento decidieron convocar un segundo
congreso con una orientación predefinida que se expresaba incluso en su denominación: II
Congreso de Historia del PCE. De la resistencia antifranquista a la creación de IU. Un enfoque
social. El propósito que se anunciaba en el título lo desarrollaban los organizadores en la
convocatoria:
El II Congreso pretende dar un salto cualitativo, incorporando a la historia de los comunistas españoles
campos temáticos y perspectivas metodológicas propias de las corrientes y sensibilidades historiográficas
más recientes. Se trataría ahora de propiciar un impulso a la “historia social” de los comunistas,
incorporando y otorgando especial énfasis a la historia desde abajo, a la cotidianidad, la memoria e
identidad de los comunistas, la diversidad de experiencias y culturas militantes, las relaciones con el resto
del tejido social, etc. Con ello debe concluir en sus trazos sustanciales la tarea de la necesaria actualización
historiográfica que nos habíamos planteado, abriendo a la vez el campo a nuevas investigaciones en estas
direcciones523
.
La verdad es que vistas las comunicaciones presentadas a este II Congreso el propósito de
los organizadores quedó en cierta medida insatisfecho. Las comunicaciones que podían
encuadrarse en los bloques temáticos y en los enfoques metodológicos antes enunciados eran
pocas comparadas con la afluencia de trabajos, generalmente de carácter provincial o local,
relativos a la línea política general seguida por el partido en sus respectivos territorios, y
especialmente atentos a su concurrencia en procesos electorales y a su participación en las
instituciones públicas524
. Más recientemente, el Dossier sobre “el pasado reciente” del
comunismo dirigido por Carmen González y publicado en la Revista Historia Actual (Cádiz) ha
Asturias de manera cronológica y sectorial. De este modo a los estudios por periodos se sumaban trabajos sobre la
prensa comunista, la militancia femenina, el movimiento estudiantil, los comunistas y el frente cultural, mineros y
campesinos, etc. 522
Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García (Coords.), Historia del PCE...op. cit. 523
Manuel Bueno (coord.), Comunicaciones del II Congreso del PCE... op. cit. 524
Esto es algo que puede constatarse viendo las comunicaciones presentadas al congreso en Manuel Bueno,
(coord.), Comunicaciones del II Congreso del PCE...op cit. Constato la relativa insatisfacción que generó la lectura
de las comunicaciones porque fui relator y miembro del Comité científico organizador de dicho congreso.
311
venido a apostar en términos parecidos a los antedichos por la renovación de los estudios
históricos de la tradición comunista525
.
En este contexto historiográfico el propósito del presente capítulo es abrirse a estas
nuevas inquietudes temáticas y perspectivas metodológicas. De acuerdo con el esquema del
trabajo corresponde ahora analizar cómo se reprodujeron los debates ideológicos de la transición
entre las bases del Partido Comunista de España y del Partido Socialista Obrero Español, en la
perspectiva más ambiciosa de contribuir a su caracterización, de aportar elementos que sirvan
para perfilar su identidad. En este sentido, son tres lo propósitos que guían este apartado: la
voluntad de pulsar la compleja relación que los militantes mantuvieron con las cúpulas dirigentes,
la voluntad de tipificar el universo de valores, conocimientos y actitudes de los militantes y la
voluntad, sobre todo, de amplificar la voz de su experiencia, de poner énfasis en su testimonio.
Las relaciones entre dirigentes y militantes son, además de complejas, unas relaciones
problemáticas, como lo son, por otra parte, todas las relaciones de poder. Los partidos políticos
son organizaciones jerárquicas donde existe un conflicto latente, y a veces abierto, entre quienes
gestionan el poder y quienes lo sufren o aspiran a gestionarlo. Como vimos en el primer capítulo,
si el poder tiende a legitimarse ideológicamente, la legitimación del poder en organizaciones
sobreideologizadas como son los partidos políticos reviste un componente ideológico todavía
más denso. Los conflictos de poder suelen traducirse o sublimarse en conflictos ideológicos.
Como se verá, algo de esto hubo, por ejemplo, en el debate en torno al marxismo en el caso del
PSOE. No en vano los dirigentes críticos con la propuesta de revisión ideológica de Felipe
González fueron acusados, también por las bases, de albergar tan sólo intereses espurios de
poder; al tiempo que los dirigentes oficialistas fueron acusados por buena parte de la militancia
de excluir bajo pretexto ideológico a quienes eran críticos con su gestión del poder. No obstante,
los conflictos de poder también se originan o alimentan de conflictos ideológicos. En el caso de la
crisis del PSOE es indudable que una parte de la militancia antes adepta a la dirección interpretó
la propuesta de redefinición como una propuesta de desnaturalización ideológica, y fue desde esa
525
Carmen González (coord.), “Partidos comunistas y pasado reciente. Trayectorias históricas nacionales,
historiografía y balance”, op. cit. En el dossier, además de las reflexiones de Carmen González en la presentación
hay reflexiones historiográficas prácticamente en todos los artículos sobre el estado de los estudios históricos sobre
el comunismo en los países analizados: España, Argentina, Chile, Bélgica, Italia, Francia y Polonia. Particularmente
interesante en cierta medida en la línea de lo que aquí se plantea es el trabajo de Magdalena Garrido y Carmen
González, “ “El Puente” a la transición y su “Resultado final”. Actitudes del PCE y de la militancia comunista en la
Transición española”, en Revista de Historia Actual, op. cit., pp. 71-87 sobre cómo vivieron los militantes
comunistas la transición a medida que discurría el proceso y las expectativas iniciales se venía abajo.
312
discrepancia ideológica desde la que se posicionó contra ésta, erosionando con ello su autoridad.
Como se ha visto en el primer capítulo, las ideologías se prestan con frecuencia a usos
interesados, pero también son asimiladas con naturalidad y defendidas sinceramente. En el caso
de los debates que estamos analizando se dieron ambas circunstancias.
En definitiva, los casos que vamos a analizar nos permiten ver las distintas formas en que
se expresó durante la transición las relaciones de la militancia con la dirección. Unas relaciones
que se movieron entre la adhesión consciente y la resistencia pasiva, entre la confianza plena o la
suspicacia constante, entre el seguidismo disciplinado o la oposición abierta. Los casos que se
van a analizar permiten además ver cómo se expresó esta relación en el plano intelectual, cómo la
militancia de base interiorizó los argumentos construidos por las direcciones (y perfeccionados
por los intelectuales afines), o cómo la militancia encontró por sí misma fallas en estas
argumentaciones y las denunció en los espacios de debate habilitados al efecto. En definitiva, en
este apartado no se pretende hacer, o no sólo se pretende hacer, una historia de los de abajo, sino
una historia desde abajo, o más bien, como matizara en su día Hobsbawm, una historia de abajo a
arriba: una historia de los de abajo atendiendo a su relaciones de resistencia o cooperación, de
adhesión o sumisión, con los dirigentes, sin infravalorarlos ni idealizarlos526
.
La tipificación completa del universo cultural de la militancia de la izquierda en la
transición es una tarea titánica que no pretendemos consumar en este apartado, pero a la que sí
pretendemos contribuir modestamente. En concreto pretendemos aportar algunos elementos que
nos permitan obtener una imagen aproximada de su configuración ideológica: ver la forma en la
que las doctrinas políticas del momento fueron asimiladas y recreadas por los militantes. Si los
estudios de los partidos políticos han sido en buena medida estudios elaborados desde arriba, los
análisis de la vertiente ideológica de estos partidos han sido particularmente excluyentes con los
militantes de base. La consideración de las ideologías como sistemas de pensamiento bien
anudados ha llevado a los investigadores a preocuparse especialmente por cómo se manifestaban
en los sectores mejor cualificados intelectualmente: los intelectuales y los principales
dirigentes527
. La atención hacia los militantes quedaba en muchos casos reducida al estudio de un
supuesto activismo dirigido y poco reflexivo, o en todo caso a su limitada capacidad para
526
Sobre esta perspectiva véase Harvey J. Kaye, Los historiadores marxistas británicos, Zaragoza, Prensas
Universitarias, 1989, passim. 527
Esta actitud ha sido frecuentemente criticada por las nuevas tendencias de la historia política. Véase Lucien
Jaume: “El pensamiento en acción: por otra historia de las ideas políticas”, op. cit., p. 117.
313
rechazar o refrendar propuestas procedentes de arriba. Frente a ello en este apartado pretendemos
ver cómo fueron vividas y defendidas en un momento dado las distintas expresiones ideológicas
que se dieron cita en los partidos, cómo fueron vividas y defendidas por los militantes de base
estas expresiones ideológicas en un momento, además, de cambio ideológico. El objetivo, en
definitiva, es aproximarnos al mapa de conocimientos, valores y actitudes mentales que
albergaron los militantes anónimos en la transición, ver cómo las ideas políticas cobraron vida en
ellos.
Esbozar el perfil ideológico de los militantes de la transición pasa por prestar atención a
su propia voz en el momento que se expresaron, por reconocer su capacidad reflexiva también en
materia ideológica. Las bases militantes vivieron con verdadera pasión las polémicas ideológicas
del momento y destinaron buena parte de su tiempo militante a reflexionar acerca de los
presupuestos doctrinarios de su propia tradición. El militante político no fue un autómata ni el
mero eslabón de una cadena de mando, sino un activista que procuró dar sentido a su acción en el
plano simbólico, de manera ideológica. El militante de base dejó patente, sobre todo en los
momentos críticos por los que atravesó su formación, su escala de valores, sus rudimentos
teóricos y su forma de inserción en la tradición de la que se sentía parte. Su implicación en los
debates ideológicos quedó registrada en distintos formatos, algunos muy esquivos para el
historiador. El propósito de este apartado es acercarnos a esas manifestaciones de los militantes
anónimos: deducir, a partir de algunas fuentes tangenciales, algunos de los elementos que
conformaron su horizonte ideológico y, sobre todo, exponer, a partir de las fuentes directas que se
conservan, ese horizonte ideológico en el momento que lo verbalizaron.
En definitiva, con este capítulo se pretende incorporar a este estudio una perspectiva
“desde abajo”, atender también al sustrato social y cultural de la política y desarrollar, en
expresión de Josep Fontana, un “relato polifónico” donde sean muchas las voces, también las
anónimas, que se oigan528
.
Las fuentes recabadas para ello han determinado la estructura de este capítulo. Así, el
capítulo contiene tres apartados que se suceden en función del grado de precisión de éstas. La
gradación es la siguiente: primero ofrecemos un estudio cronológico aproximado de las escuelas
528
J. Fontana, La historia de los hombres. El siglo XX, Barcelona, Crítica, 2002, Cap.7.
314
de formación de los partidos en que una parte de los militantes se formaron doctrinalmente, en el
segundo incorporamos los testimonios que indirectamente nos han llegado en forma de encuestas
realizadas por los propios partidos y en el tercero analizamos los testimonios de puño y letra que
en los debates sobre el leninismo y el marxismo dejó la militancia.
IV.2. La política de formación: una manera de aproximación al perfil ideológico de la
militancia.
El estudio de las actividades de formación del militante que desarrollaron los partidos
contribuye en buena medida a definir el perfil ideológico de una parte de la militancia, así como a
esclarecer cuál fue oficialmente la doctrina que la dirección pretendió socializar entre sus
militantes. El estudio de las actividades de formación desarrolladas por los partidos sirve para
deducir, dentro unos límites más o menos amplios, la base doctrinal y política de los militantes.
En las actividades formativas los militantes recibían de manera reglada lo que debían ser los
fundamentos y las pautas de su actividad política, eran educados en los valores de la tradición
ideológica del partido y en la línea política oficial que decía inspirase en estos valores, y recibían
rudimentos teóricos con los que analizar el entorno en el que vivían y destrezas prácticas para
poder intervenir en él. Las escuelas de formación eran espacios en los que los militantes recibían
conocimientos, valores e ideas procedentes de una tradición a la que se incorporaban. Eran un
espacio de socialización fundamental en la vida de un partido, uno de los lugares donde más
intensamente se podía forjar la identidad colectiva del partido. Por ello el estudio de las escuelas
de formación dice mucho, aunque ni mucho menos todo, acerca del perfil ideológico de los
militantes.
Pero si es mucho lo que las escuelas de formación aportan acerca del perfil ideológico de
los militantes, su aportación es mayor de cara a constatar las pretensiones de adoctrinamiento de
las direcciones, en la medida que la escuela de formación de un partido se integraba en un
programa más amplio sancionado en las máximas esferas de la organización y ejecutado por una
comisión o secretaría creada al efecto. El estudio de las escuelas de formación nos dice mucho de
los propósitos de las direcciones, porque la doctrina que se impartía en estas escuelas era una
doctrina oficial. El impulso dado por la ejecutiva de un partido a las actividades de formación nos
habla del deseo que esa dirección en particular tenía de homogeneizar ideológicamente a su
315
militancia, sobre todo en momentos de ilegalidad en los que las direcciones no contaban con
otros instrumentos para difundir entre la militancia sus planteamientos. Los contenidos concretos
que se impartirán en las escuelas de formación nos hablarán, entre otras muchas cosas, de la
doctrina concreta que la dirección pretendió incorporar al imaginario de sus militantes.
No obstante, conviene tener en cuenta dos cosas. La primera es que en las escuelas de
formación no sólo se impartían conocimientos doctrinarios generalistas, sino que en ellas se
difundía también la línea política concreta del partido en esos momentos y se enseñaban
igualmente destrezas prácticas. Un análisis importante que se realizará al respecto en este trabajo
será el de determinar la importancia que en las escuelas de formación se concedía a unos
contenidos o a otros y la relación que en la propia escuela se establecía entre ambos. La segunda
precisión tiene que ver con la incidencia real que la actividad formativa tenía sobre la práctica
política de los militantes. Como veremos, la doctrina que se impartía en las escuelas funcionaba
en muchos casos más - en el sentido de lo apuntado en el primer capítulo - como un referente
identitario del colectivo que como una concepción rectora de su línea política operativa. Lo
planteado en las escuelas de formación tenía indudable carácter oficial, pero eso no significa que
fuera de observancia ni para los militantes ni siquiera para las direcciones. Las escuelas eran
espacios de ideologización y aprendizaje práctico en las que variaba el énfasis que se ponía en
cada cosa y en las que a veces una cosa y otra no guardaban mucha relación.
Pero el estudio de las escuelas de formación presenta también muchas limitaciones para
deducir el perfil ideológico de la militancia. Las escuelas de formación no eran, obviamente, el
único espacio, ni muchas veces el más importante, de socialización ideológica de los militantes.
En este sentido, eran muchos los espacios informales de formación y muchos también los
espacios formales y los instrumentos de formación ideológica que no dependían directamente de
la dirección.
En la transición y sobre todo en el tardofranquismo la incorporación de los militantes a un
universo de conocimientos, valores y tradiciones culturales se realizaba también – y a veces
especialmente - en espacios informales, como pudieron ser los lugares de trabajo o de residencia -
la fábrica y el barrio - en los que el partido tenía presencia. Este proceso de socialización
ideológica se realizaba muy intensamente en la práctica cotidiana: en la experiencia militante en
los importantes movimientos sociales de la época. Fue también en las organizaciones de base, en
316
la célula o en la agrupación, donde se produjo una constante transmisión no reglada de ideas. Si
hubiera que visualizarlo de alguna manera, la formación del militante se realizó más a partir de la
lectura de la prensa de partido, del sencillo boletín o de la pequeña octavilla, que a partir de los
materiales a veces densos y de las bibliografías generalmente complejas que se repartían en las
escuelas de formación. Y todo ello sin obviar que esta transmisión de ideas se producía
especialmente de manera verbal en la actividad cotidiana del partido.
Del mismo modo, el tardofranquismo y la transición fueron tiempos de expansión de la
enseñanza superior, tiempos, como se ha visto en el capítulo anterior, de politización del mundo
universitario y de incorporación de un buen número de estudiantes y de profesores
(generalmente no numerarios) a las organizaciones de la izquierda. La universidad se convirtió
para muchos en un espacio fundamental de ideologización, en un lugar de adquisición de
conocimientos, valores y actitudes intelectuales. La universidades fueron para muchos la
verdadera escuela de formación política en la que se familiarizaron con los autores clásicos y
modernos del socialismo y con las tendencias más recientes del pensamiento progresista; en la
que aprendieron a pensar y argumentar públicamente; y en la que adquirieron un gusto extremo
por la diatriba y la polémica. Una forma de comprender los conflictos ideológicos del PCE y el
PSOE en la transición consiste en contrastar el tipo de formación que las direcciones dispensaron
oficialmente a sus militantes con la formación que algunos de estos se procuraron a su paso por la
universidad.
Tampoco hay que olvidar, y de ello se hablará detenidamente en el siguiente capítulo, que
ya en la transición los medios de comunicación de masas se convirtieron para buena parte de la
militancia en una fuente fundamental de información y formación. A medida que fue avanzando
el proceso de cambio se abrieron nuevas posibilidades para la transmisión de ideas que aliviaron
la necesidad que el militante sentía de buscar la información y la formación en el partido.
Por último, conviene tener en cuenta que no todos, ni siquiera la mayoría de los militantes
de los partidos pasaron por escuelas de formación, y que los que pasaron fueron generalmente
aquellos que tenían un compromiso más estrecho con la organización.
Pese a estas limitaciones dignas de consideración las actividades de formación de un
partido constituyen una fuente de sumo interés para deducir el perfil ideológico de la militancia y,
317
sobre todo, como hemos dicho, para determinar el sentido de la acción ideologizadora de las
direcciones.
Pero, ¿cómo analizar esta actividad formativa de los partidos políticos? En los siguientes
apartados se va a hacer de la siguiente manera. Se analizarán, por una parte, los informes
disponibles emitidos por las Comisiones o Secretarías de Formación del Militante y se analizarán,
sobre todo, algunas de las escuelas de formación que realizaron. En los informes se verá la
importancia que las organizaciones concedieron a la actividad formativa, las campañas que
planificaron, algunas de las fuentes de financiación con que contaron para ello y la valoración
que hicieron de su propio trabajo. En el caso de las escuelas de formación serán objeto de análisis
cuatro cuestiones: los seminarios desarrollados, los temarios impartidos, los materiales editados
para su desarrollo y la bibliografía que se recomendaba. Y a estas cuatro cuestiones se sumará
una última: la valoración de la persona o personas que organizaron las escuelas en cuestión, por
cuanto que el perfil ideológico de estas se reprodujo en buena medida en los seminarios,
temarios, materiales y bibliografía repartidas.
Pero, ¿qué es lo más interesante del análisis de la actividad formativa de estos dos
partidos de cara a desarrollar uno de los propósitos de este trabajo, como es el estudio del cambio
ideológico de la izquierda durante la transición española? La respuesta a este interrogante radica
en la posibilidad de estudiar las actividades de formación en la diacronía como un indicador de
ese cambio ideológico. Como veremos, el cambio ideológico de estas organizaciones se va a
percibir especialmente en las actividades orientadas a la formación doctrinal del militante. Los
cambios en los tipos de seminarios que se desarrollen, en los temarios que se impartan, en los
materiales que se editen, en las bibliografías que se recomienden van a ser sumamente expresivos
de la transformación ideológica de la izquierda en el tardofranquismo y la transición. Estos
cambios en las actividades formativas expresarán concretamente los intentos de reeducación de la
militancia que las direcciones procuraron al calor del proceso de cambio político y de otros
factores contextuales. En el caso del PSOE, en el que el cambio fue más acelerado, se podrá ver
cómo pocos años después de la legalización del partido se produjo un cambio de paradigma
formativo auspiciado por la dirección. Y a tono con este cambio de paradigma formativo se
podrán ver cambios forzados en las responsabilidades de formación, dentro de un proceso en el
que el reemplazo de unos dirigentes por otros al frente de este cometido será un buen indicador
de ese cambio de paradigma.
318
Por último, conviene tener en cuenta los importantes problemas derivados de la naturaleza
de las fuentes disponibles que ya se anticipaban en el primer capítulo. Las fuentes disponibles
para tratar esta temática son especialmente fragmentarias y desequilibradas. Fragmentarias
porque no disponemos de largas series documentales continuas en el tiempo para el periodo que
nos ocupa, sino más bien de informes y materiales discontinuos recabados de secciones distintas
de un mismo archivo o de archivos diferentes. Y desequilibradas porque de nuevo vuelve a darse
el siguiente caso: que, cuando se dispone de una fuente importante para analizar un aspecto
formativo de un partido, no disponemos de una fuente semejante para analizar ese mismo aspecto
en el otro partido, con el problema añadido de que la disposición o no disposición de la fuente en
cuestión no es sinónimo de la importancia que ese aspecto tuvo en cada partido. Así, por ejemplo,
en lo que ataña a las escuelas de formación contamos con muchas más fuentes útiles para el caso
del PSOE que para el caso del PCE, lo cual no significa que esta actividad fuera más importante
en un caso que en otro. Incluso a tenor de los indicios no es difícil deducir que fuera más bien al
contrario. En cuanto a los testimonios militantes indirectos, para el caso del PSOE contamos con
una amplia e interesante encuesta realizado por el partido a sus militantes de la que adolecemos
en el caso del PCE. Por último, la relación se invierte en el caso de los testimonios directos de los
debates sobre el marxismo y el leninismo. En el caso del PSOE sólo disponemos de las cartas
publicadas en la “Tribuna” que El Socialista abrió para reflexionar sobre la cuestión del
marxismo, mientras que en el caso del PCE disponemos tanto de las publicadas en Mundo
Obrero como de las no publicadas, lo cual representa una fuente más amplia y fidedigna.
IV.2.1. La política de formación del militante del PSOE.
IV.2.1.1. La formación del militante socialista en la clandestinidad: el paradigma ideológico
del antifranquismo.
La nueva dirección que reemplazó al grupo encabezado por Rodolfo Llopis al frente del
PSOE en su XII Congreso en el exilio, celebrado en Agosto de 1972 en Toulouse, concedió una
importancia considerable a la actividad formativa de la militancia. Tanto la importancia
concedida a la política formativa como la orientación que debía tener esta formación quedaron
319
patentes en las mismas ponencias que oficialmente se aprobaron en el Congreso. En una de ellas
se afirmó lo siguiente:
En su lucha contra el monopolio capitalista, el partido está obligado a intervenir permanentemente
en los [lugares] de producción y consumo, imponiendo la gestión de los trabajadores, su participación como
elementos de base al control de la producción, distribución y consumo. En suma una política socialista de
urgente necesidad para el pueblo español. Para ello el PSOE necesita la formación de su juventud, creando
cuadros capaces a base de cursillos y seminarios, donde las materias educativas a desarrollar, además del
contexto sociopolítico y económico español dentro de la dialéctica marxista [sic]: la lucha de clases, poder y
control obrero, planificación democrática de la industria, la agricultura y la enseñanza, autogestión dentro de
la empresa, gestión municipal socialista, etc.529
La resolución dejó clara la voluntad de impulsar la formación de la militancia con un
objetivo preciso: el de cualificarla para que desarrollara un proyecto político de lucha contra el
capitalismo en la perspectiva de instaurar en España el socialismo autogestionario. Para ello la
formación debía obedecer a unos presupuestos determinados, que eran, según la resolución, los
del marxismo. Esa fue, por tanto, la propuesta formativa oficial del PSOE cuando la formuló en
la fecha clave de agosto de 1972, en ese momento en que se hicieron con la dirección del partido
buena parte de quienes lo dirigirían durante la transición y la democracia.
Esta propuesta formativa se desarrolló a instancias de una Comisión de Formación del
Militante que más tarde se integró dentro de una Secretaría creada al efecto. A la altura de
octubre de 1973, además de los miembros del interior de los que no se precisaba el nombre, las
figuras más destacadas de esta Comisión fueron Ramón Hernández, del PSOE, que ocupó el
cargo de presidente; Carmen García de Robledo, también del PSOE, que asumió el cargo de
secretaria; R. Hernández Alvariño, de UGT,que se encargó de la tesorería; y Juan Iglesias, de
UGT, Arsenio Jimeno, de UGT, y un representante de la las Federación Nacional de Juventudes
Socialistas, que figuraron como vocales530
.
IV. 2.1.1.1. La actividad formativa en la clandestinidad y el exilio.
529
Congresos del PSOE en el exilio,op.cit., p. 206. 530
“Informe de la Secretaría de Formación del Militante” junio de 1974, Secretaria de Formación, Archivo Comisión
Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI.
320
La documentación generada por el grupo - que nos ha llegado de manera parcial y
discontinua - permite hacerse una idea de las actividades realizadas, de los contenidos
desarrollados e incluso de la procedencia de algunos fondos que se recibieron para ello. En un
informe de finales de 1973 en el que se pretendía justificar el empleo de los fondos recibidos,
sobre todo de organizaciones internacionales, se informaba de que éstos habían ido en mayor
medida a sufragar los siguientes cursillos de formación del interior: 1 en Logroño, 3 en Sevilla, 2
en Valencia, 4 en Asturias, 4 en Vizcaya, 2 en Barcelona, 4 en Madrid, 2 en Álava, 4 en
Guipúzcoa y la Campo-escuela de verano de aquel año, sobre la que no se precisaba su lugar de
celebración. Los gastos que estas actividades habían generado ascendían, con la suma de los
materiales que se habían editado para su desarrollo, a 21.550.oo francos franceses. Las
distribuciones de las actividades formativas desarrolladas ese año en el interior diseñaban un
buen mapa de la presencia territorial del PSOE, en el que sobresalía el eje País Vasco, Asturias,
Madrid y Sevilla. El informe hablaba igualmente de las actividades de formación desarrolladas en
el exterior, reducidas básicamente a un cursillo en Lieja y a la producción de materiales, con un
gasto que apenas superaba los 2.399.99 francos franceses. El informe concluía con la evaluación
de las necesidades para el año siguiente, que se cifraban, de manera provisional hasta recibir los
fondos esperados, en 21.000.oo francos franceses destinados a sufragar un proyecto de cursos de
fin de semana por mes repartidos por Alicante, Sevilla, Valencia, Logroño, Álava, Barcelona,
Huesca, Córdoba, Valladolid, Guipúzcoa, Asturias, Madrid y Vizcaya; lo cual nos habla de la
voluntad de trascender las clásicas provincias de implantación socialista531
.
Otro informe de la Secretaría de Formación del Militante de junio de 1974 hacía de nuevo
valoración de las actividades realizadas y citaba entre otras la celebración de varios cursillos,
seminarios y escuelas de verano, sobre los que aportaba pocos datos, pero que probablemente
siguieran el esquema esbozado en el informe anterior. El informe de junio de 1974 hablaba
también de la constitución de varios grupos de estudios en el interior y en el exilio, sobre los que
tampoco aportaba mucha información; de la elaboración de un proyecto para la constitución de
un Instituto que llevaría el nombre de Pablo Iglesias; y de la edición de varios folletos532
. Los
folletos editados fueron los siguientes: Algunas ideas sobre la enseñanza; Ideologías políticas
contemporáneas; Dictadura del proletariado; La lucha de clases; Análisis de la situación
531
“Informe de la Comisión Formación del militante”, 1973, Secretaria de Formación, Archivo Comisión Ejecutiva
del PSOE en el exilio, AFPI. 532
“Informe de la Secretaría de Formación del Militante” junio de 1974, Secretaria de Formación, Archivo Comisión
Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI.
321
político social de España; Textos escogidos de Pablo Iglesias; y Diversas economías533
. Los
títulos de estos folletos, en particular los de La lucha de clases y Dictadura del proletariado, nos
invitan ya a deducir qué nociones conformaban el ideario de los militantes que acudían a estas
escuelas.
Finalmente un Informe de la Comisión de formación, fechado en julio de 1974, informaba
de la inmediata constitución del Centro de Estudios Pablo Iglesias en régimen jurídico de
Fundación, con un capital inicial de 500.000 pesetas. Entre sus objetivos se recogían los
siguientes: creación de una biblioteca especializada, financiación de trabajos de investigación
sobre socialismo histórico, creación de seminarios de investigación, mantenimiento de contactos
continuos con instituciones internacionales de similar carácter, y realización de tareas de
extensión de la educación a la clase obrera534
. Con ello el PSOE comenzaba a levantar una
infraestructura de pensamiento en el sentido de lo planteado en el capítulo anterior, orientada en
cierta medida a la formación de sus militantes. En el mismo informe se hablaba del propósito de
editar varios folletos: “Principios fundamentales del análisis marxista”, “Evolución del
capitalismo” y “Evocación [sic] histórica del socialismo español”535
. De nuevo los títulos
aventuraban en cierta forma el contenido de estos materiales.
En definitiva, por mandato del congreso, bajo supervisión de la ejecutiva y de la mano de
la Comisión de Formación el PSOE dio un impulso a la actividad formativa de sus militantes
desde una perspectiva doctrinal muy concreta. Efectivamente, una de la acciones que acometió la
nueva dirección para sacar al partido de la vida mortecina a la que le habían conducido las duras
condiciones de la clandestinidad y la propia actitud de sus dirigentes en el exilio fue precisamente
la formativa.
IV.2.1.1.2. Las fuentes de financiación de la actividad formativa en la clandestinidad y el
exilio.
533
Ibidem. 534
“Informe de la Comisión de Formación del Militante”, julio 1974, Secretaría de Formación, Archivo Comisión
Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI. 535
Ibidem.
322
Esta apuesta por una actividad formativa sostenida en el tiempo requería de un esfuerzo
económico considerable. No en vano, el presupuesto anual de necesidades financieras para la
formación del militante de 1973 se cifraba en 133.000 francos franceses536
. Como ha quedado
registrado en la documentación disponible, buena parte de estos fondos procedieron de
donaciones de “organizaciones hermanas”, esto es, de partidos socialdemócratas europeos, de
sindicatos análogos a la UGT, de las organizaciones internacionales en las que se agrupaban unos
y otros y de fundaciones europeas de solidaridad con la lucha antifranquista impulsadas
fundamentalmente por esos partidos y sindicatos. En los documentos consultados se daba buena
cuenta de ello. Así, en el Informe de la comisión del militante de finales de 1973 se informaba
que la Campo Escuela de verano de ese año se había subvencionado en buena medida con fondos
donados por la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL)537
, es
decir, por la organización internacional que agrupaba a los sindicatos de inspiración
socialdemócrata en oposición a la Federación Sindical Mundial (FSM), de inspiración comunista.
En el mismo documento se informaba de una contribución del Partido Socialista Belga (PSB)
para la organización del Cursillo en Lieja antes citado, cuya cuantía no se precisaba538
. El
informe concluía con un proyecto muy genérico de actividades en el exterior para los años
siguiente en el exterior. Para desarrollarlo se explicitaba, entre otras cosas, lo siguiente:
Pedir a F.O.539
que nos subvencione un curso en París para compañeros de España y fuera. Hacer la misma
petición a los compañeros Suizos Alemanes Holandeses [sic]540
.
La última frase de este informe firmado por Carmen García dejaba patente la dependencia
financiera con las organizaciones hermanas del exterior:
Esperemos que los compañeros Noruegos encontraran los detalles pertinente para comprovar [sic] que su
ayuda se utiliza bien541
.
En el mismo sentido, en el “Presupuesto Anual de Necesidades Financieras” para realizar
la actividad de formación del militante fechado el 13 de enero de 1973 aparecían superpuestas a
536
“Presupuesto anual de necesidades financieras para formación del militante”, París 13 de enero de 1973,
Secretaría de Formación, Archivo Comisión Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI. 537
“Informe de la comisión de formación del militante” 1973, doc. cit. 538
Ibidem. 539
Fuerza Obrera, de inspiración socialista moderada, era por entonces la tercera fuerza sindical en Francia, por
detrás de la más poderosa CGT, de inspiración comunista. 540
Ibidem. 541
Ibidem.
323
mano las siglas de la C.I.O.S.L. sobre el gasto que había ocasionado una Campo Escuela de
Verano542
. En el Informe de la Secretaría de Formación del Militante, de junio de 1974, se
informaba, sin precisar su cuantía, de las ayudas recibidas, con la finalidad expresa de ir
destinadas a la formación del militante, por parte del “Comité Noruego de Ayuda a España”543
.
Igualmente se reconocía la inestimable ayuda de los “Compañeros Belgas”, que a partir del
trabajo especialmente reseñable de una de sus cuadros, Claude Dejardin, les había garantizado “la
posibilidad de recibir, sin ningún gasto, a 40 participantes cada año” en los cursos de formación
de Lieja544
. En el informe también había agradecimientos para:
Los compañeros del P.S. francés que a través de su Secretario a la formación Lionel Jospin nos ha
proporcionado medios materiales para reunir y albergar a compañeros en Pau y Lyon545
.
A la financiación del PSOE contribuyeron también organismos de solidaridad constituidos
con ese propósito. Los fondos recibidos de estas organizaciones se canalizaron con frecuencia
hacia las organizaciones del interior. Por ejemplo, una nota firmada por el secretario
administrativo del PSOE en el interior decía al respecto lo siguiente:
He recibido de la Secretaria de Organización (Exterior) del P.S.O.E. la cantidad de DIECINUEVE MIL
CIENTO CINCUENTA Y SIETE francos procedentes del DEN NORSKE SPANIAKOMITEEN546
para las
atenciones siguientes: Curso de Formación del Militante Ayuda a victimas y familias de represaliados.
España, 16 Junio 1973. Celso. Secretario Administrativo PSOE547
.
En definitiva, son multitud los testimonios que prueban el apoyo financiero que el PSOE
recibió de las distintas organizaciones políticas, sindicales y socioculturales de la
socialdemocracia europea para su actividad formativa. La reconstrucción del PSOE, diezmado
tras décadas de inoperancia en la clandestinidad, y su puesta a punto para afrontar la transición
debieron mucho a las ayudas recibidas del exterior, como viene probando con una precisión cada
542
“Presupuesto anual de necesidades financieras para formación del militante”, París 13 de enero de 1973, doc. cit. 543
“Informe de la secretaria de formación del militante”, junio de 1974, doc. cit. 544
Ibidem 545
Ibidem. 546
El Den Norske Spaniakomiteen fue un comité noruego de inspiración socialdemócrata de solidaridad con la lucha
antifranquista. 547
“Nota Secretario Administrativo PSOE”, España, 16 de Junio de 1973, Secretaría de Formación, Archivo
Comisión Ejecutiva del PSOE en el exilio, AFPI.
324
vez mayor la historiografía548
. Una buena parte de estas ayudas se destinaron a formar ideológica
y políticamente a los militantes. Precisar la cantidad exacta de recursos financieros y materiales
que recibió el PSOE es una tarea interesantísima todavía no completada, a la que un estudio
sistemático de este goteo de ayudas recibidas cotidianamente para la formación podría contribuir
de manera significativa.
IV.2.1.1.3. Los contenidos de la formación de la militancia de base en la clandestinidad y el
exilio.
Constatado el impulso que el PSOE dio a partir de su XII congreso de 1972 a la formación
del militante y esbozada una imagen aproximada de las principales fuentes de financiación
disponibles para desarrollar esta empresa, hay preguntarse por algo de suma importancia para el
cometido que persigue este trabajo. Vistos estos aspectos cabe ahora preguntarse qué contenidos
concretos recibían los militantes en estas escuelas, qué presupuestos ideológicos eran aquellos
con los que se familiarizaban en este tipo de actividades, cuáles eran los valores, cuáles las
corrientes de pensamientos, cuáles los rudimentos teóricos que allí recibieron. A este respecto un
informe de la Comisión de formación del militante de julio de 1974 exponía el programa de
bloques temáticos que se debían desarrollar en los “cursillos de formación para militantes”. Un
esquema en el que los bloques temáticos se desgranaban en apartados y estos, a su vez, en puntos
concretos. Lo reproducimos literalmente porque aporta una información interesante que luego
será objeto de análisis.
Programa de bloques temáticos:
1) La teoría marxista y su evolución. A. Estructura económica: Proceso de trabajo y proceso de producción.
Relaciones de producción. Fuerzas productivas. El concepto de modo de producción. El concepto marxista
de estructura económica. B. La estructura ideológica. Infraestructura y superestructura: sus relaciones.
Contenido del nivel ideológico. La estructura ideológica y su operatividad. C. La estructura jurídico-
política. Estado y poder político. Tipos de Estado y formas de gobierno. Estado y poder económico. El
Estado en la sociedad capitalista. El Estado en la transición del capitalismo al socialismo: dictadura del
proletariado. D. Estructura social. Clases sociales y modo de producción. Las clases sociales en el modo de
producción capitalista. Intereses de clase y conciencia de clase. La lucha de clases y la revolución social. E.
548
En este sentido fue importante la publicación del libro Pilar Ortuño, Los socialistas europeos y la transición
española, Madrid, Marcial Pons, 2005.
325
El materialismo histórico. La teoría marxista de la historia. El materialismo histórico: teoría y niveles de
realización: ciencia de las formaciones sociales y de la coyuntura política. La teoría marxista: la práctica
humana en la historia. Las desviaciones del materialismo histórico: dogmatismo, revisionismo,
economismo, voluntarismo.
2) Historia de los movimientos obreros internacionales. A. Movimientos obreros premarxistas. Socialismo
utópico. B. El manifiesto del Partido Comunista (1948). C. La I Internacional (1864-1872): congresos y
planteamientos prácticos. La evolución: bakuninistas y marxistas. La comuna francesa y sus consecuencias.
D. La II Internacional (1889-1914). Congresos y planteamientos prácticos. Evolución: la corriente
revisionista (Bernstein). Actitudes frente a nuevas realidades: colonialismo, guerra. El impacto de la I
Guerra Mundial sobre la II Internacional. E. La escisión de la II Internacional (1919). La II internacional, la
III Internacional y la Internacional II y media. Sus diferentes planteamientos teóricos y prácticos. F. El
movimiento obrero internacional después de la Segunda Guerra Mundial. La IV Internacional.
3) Historia del MO español hasta 1939. A. Antecedentes. B. El nacimiento del anarquismo y del socialismo.
C. Los planteamientos teóricos y prácticos de ambos grupos: sus planteamientos sobre política agraria e
industrial. Sus zonas de influencia en España. D. Incidencia de la revolución rusa en el PSOE y su escisión.
El Partido Comunista. E. La política del PSOE entre 1900 y 1931. F. La UGT, el PSOE y la dictadura. G.
República y movimientos obreros. Aproximación a otros grupos del movimiento obrero.
4) Historia del MO español de postguerra. A. El desmantelamiento del obrerismo español en el interior.
Política de los grupos obreros en la década 1940-1950 (PC, UGT, CNT). Los análisis de la situación hechos
por estos grupos. Conexión con la política internacional. B. Los años 50-56: “el aperturismo”, Relaciones
internacionales con EEUU. Las huelgas de Asturias y del País Vasco. C. La caída de la política autárquica y
la llegada de los tecnócratas (1956-1961). D. Los grupos obreros desde 1960. Comisiones Obreras: grupos
integrantes y política interior. La UGT. Los grupos y grupúsculos obreros: católicos, independientes,
radicales. E. Las estrategias del movimiento obrero en los últimos años. De la estrategia de fábrica a la
estrategia de barrio. La progresiva politización de las reivindicaciones económicas. F. Situación actual del
Movimiento Obrero.
5) Análisis de la situación actual española. A) Aproximación a la estructura económica. Situación actual de
la economía. Capitalismo Español y Capitalismo internacional. B. Análisis de la estructura social. El
desequilibrio campo-ciudad. Los desequilibrios regionales. Problemas migratorios. C) Análisis sectorial. El
aumento del sector terciario y secundario en la estructura de clases. El aumento de los obreros cualificados y
su encuadramiento clasista. D) Análisis de la burguesía. Concentración de la alta burguesía. Aparición de la
alta burocracia. Directivos y gerentes. La evolución de la pequeña burguesía: progresiva radicalización de
ciertos sectores. Poder político y poder económico. E) El Estado actual. Forma de gobierno del poder
político. Los colaboradores del gobierno: Iglesia, Ejército, Opus Dei. F) Corrupción y represión en el
régimen español.
326
6) El problema de la multinacionales. A) Conexión con la teoría leninista del imperialismo. B)
Desplazamiento del campo de la lucha de clases al nivel internacional: países burgueses-países obreros. C)
Las multinacionales actuales: su poder y su alcance. D) Planteamiento actual de los movimientos obreros.
Su carácter nacional. E) Situación de la nacionalidades ante la realidad de las multinacionales (decisión
estatal, marcos de referencia nacionales,...) F) Conclusiones y perspectivas.
7) La educación en España. A) Análisis teórico: la educación como expresión de unas relaciones concretas
de producción. B) La situación histórica de la educación en España. C) situación actual. D) Alternativa
socialista global. E) Soluciones para el momento actual. F) Conclusiones y perspectivas.
8) La ciudad, símbolo y marco de la sociedad industrial. A) La ciudad como expresión de unas concretas
relaciones de producción. La estructura urbana como expresión de la estructura de clases. El funcionamiento
urbano como expresión de la ideología de la clase dominante. B) la ciudad como marco de contradicciones.
C) La ciudad como posibilitadora de actitudes revolucionarias. D) Análisis del urbanismo como solución
ilusoria: su carácter ideológico. E) Alternativa socialista global. F) Conclusiones y perspectivas.
9) Situación actual del concepto de clase social. El concepto en Marx. Textos. B) Evolución del concepto en
el marxismo clásico (Lenin, escuela ortodoxa rusa, Stalin, Mao). El concepto de clase social en Rosa
Luxemburgo. El concepto de clase social en la socialdemocracia. C) Variables que han intervenido en la
definición del concepto: económicas, políticas, ideológicas. D) La oposición al concepto: sus alternativas y
su trasfondo ideológico. E) Matizaciones actuales y perspectivas. ¿Es operativo el concepto a nivel de
análisis económico y de planteamientos políticos? F) Conclusiones y perspectivas.
10) El concepto de ideología, el papel de la universidad y del trabajador intelectual. A) El concepto de
ideología en Marx y Engels. Nivel de análisis del concepto. Matizaciones (peyorativa y positiva). B)
Evolución del concepto en la teoría marxista. Evolución y aportación de la sociología del conocimiento.
Ideología y ciencia. C) El marxismo, ¿ideología o ciencia? Las diferentes tesis sobre la ideología en la
sociedad socialista: la tesis de los comunistas españolas (desaparecerá), la tesis de Mao (continuará). D) El
problema ideología-utopía. E) La Universidad y el trabajo intelectual como creadores y difusores de
ideologías del poder o creadores de alternativas críticas a las ideologías del poder. Qué es y qué debiera ser
la educación. F) Relaciones entre ideología y filosofía. Su relación con la teoría científica (Althusser).
11) Los marxismos actuales. A. A.1. El marxismo de los partidos oficiales: Rusia, China. A.2. El marxismo
crítico: la izquierda marxista. El marxismo crítico de los países socialistas. El marxismo crítico de la IV
Internacional (el mayo francés del 68). A.·. Los marxismos europeos con vías propias (Italia, Francia,...) B.
Las teorías: B.1. Los marxismos humanistas (comunistas, cristiano-marxista, marxismo
latinoamericanos,...)B.2. Los marxismos teóricos. B.3. Los marxismos españoles: corrientes y localización.
327
12) La organización del PSOE y de la UGT.
13) Derecho laboral y sindicatos en España549
.
El guión ofrecía un verdadero mapa conceptual de la propuesta socialista que se pretendía
difundir en las escuelas de formación. Trece bloques temáticos detallados en los que se
constataba las inquietudes intelectuales y el sustrato doctrinario de los encargados de la
formación del militante. Trece bloques temáticos que nos dice mucho del PSOE de aquellos
momentos.
A primera vista llama la atención varias cosas: 1) la centralidad concedida al marxismo
como teoría analítica del capitalismo y también como teoría propositiva de la transformación
social; 2) que los bloques sectoriales sobre multinacionales, ideologías o clases sociales se
desarrollaban bajo este enfoque; 3) el peso concedido a la historia del movimiento obrero y de los
marxismos; y 4) el poco peso que en el conjunto del programa tenían los análisis acerca de la
situación concreta (política, social y económica) que atravesaba España en esos momentos. Junto
a lo expuesto expresamente en el guión, también llama poderosamente la atención lo que en él no
aparece, como es, por ejemplo, cualquier bloque dedicado a explicar y promover la estrategia de
oposición del partido a la dictadura, el trabajo que en este sentido deberían de realizar los
militantes socialistas en los movimientos sociales o la política de alianzas con otras expresiones
políticas que deberían desplegar para sumar fuerzas a ese proyecto. Es decir, el guión formativo
adolecía de la exposición detallada de una línea política, algo indicativo en cierta medida de un
partido cuya capacidad de intervención política era muy limitada en aquellos momentos. En el
guión apenas se daban pautas para orientar la actividad del militante. Era una formación poco
práctica, poco operativa, poco política en el sentido de orientadora de la acción.
Por el contrario, la formación planteada consistía más bien en la difusión de esquemas
interpretativos bastante genéricos sobre la realidad en su conjunto. Lo que venían a ofrecer era,
precisamente, una concepción del mundo, una ideología. Se trataba de unos esquemas
interpretativos poco referidos a la realidad concreta de la España del momento, o que transmitían
a veces la sensación de estar forzosamente superpuestos a ésta. Y unos esquemas de los que se
subrayaba insistentemente, por encima de su adecuación a la realidad concreta presente, su
549
“Informe de la Comisión de Formación”, julio 1974, doc. cit.
328
inserción en una tradición concreta de pensamiento: el marxismo. Unos esquemas, por tanto, a
veces más autorreferenciales que indicativos. Ello, sumado al peso atribuido al estudio de la
propia tradición del movimiento obrero, invita a hablar de una formación más identitaria que
práctica, más doctrinaria que operativa, más ideológica que política.
El marxismo como teoría interpretativa de la realidad, como concepción teórica del
mundo, quedaba esbozada en el primer bloque. Con ello se daba a entender que la formación de
cualquier militante socialista debía partir de esta propuesta. Aquí se exponía el marco categorial
con que los militantes socialistas debían interpretar el mundo y su entorno, los grandes conceptos
con los que asir la realidad. El bloque no era una exposición contextualizada, pormenorizada y
secuenciada del pensamiento marxiano conforme a su desarrollo en el tiempo; sino una
esquematización del mismo acompañada de otras nociones elaboradas con posterioridad por la
tradición marxista.
El esquema respondía a una concepción estructuralista del marxismo muy divulgada en
los años sesenta y setenta, según la cual la realidad se estructuraba en distintos niveles
superpuestos que estaban determinados en su funcionamiento por el nivel sobre el cual
descansaban (la estructura ideológica sobre la política, la política sobre la social, la social sobre la
económica). Esta concepción se inspiraba indudablemente en la archiconocida metáfora base –
superestructura que Marx había acuñado para el prólogo a la Contribución de la economía
política550
, con la que pretendió subrayar la dependencia que las instituciones político-jurídicas y
los productos de la conciencia (superestructuras) mantenían con respecto a las relaciones sociales
de producción que constituían la estructura económica (base). Una metáfora que parte de la
tradición marxista había elevado a la categoría de tesis central del marxismo desde una
perspectiva muchas veces determinista y mecanicista. El esquema incluía también el polémico
concepto de “dictadura del proletariado” y concluía con la exposición del materialismo histórico
como ciencia (repárese en el concepto) de las formaciones sociales y de la coyuntura política. En
definitiva, estos conceptos marxianos y marxistas, y muchas de las relaciones que según la
tradición de esta corriente de pensamiento eran susceptibles de establecerse entre ellos,
constituían el marco categorial con que los militantes debían ordenar su experiencia del mundo.
550
Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Moscú, Edit. Progreso, 1989.
329
En este sentido, en los capítulos temáticos sectoriales se aplicaba este marco a ciertos
niveles de la realidad. Así, en el caso de la educación en España se hablaba de “la educación
como expresión de unas relaciones concretas de producción”. Así, en el Bloque sobre la ciudad se
hablaba también de la “ciudad como expresión de unas concretas relaciones de producción”, o de
“la estructura urbana como expresión de la estructura de clases”, o del “funcionamiento urbano
como expresión de la ideología de la clase dominante”.
El guión se preocupaba especialmente de insertar la propuesta teórica del PSOE en la
tradición intelectual del marxismo, con referencias a autores que, lejos de la corriente
socialdemócrata, resultaban fácilmente identificables con la tendencia comunista. El marxismo
del PSOE en estos momentos bebía doctrinariamente de fuentes que distaban no ya de la
socialdemocracia del momento, sino incluso de la socialdemocracia clásica. No había alusión
positiva a autores como Kautsky, y mucho menos como Bernstein, al tiempo que los intelectuales
históricos del socialismo español, como Fernando de los Ríos o Julián Besteiro, brillaban por su
ausencia. No es que el partido socialista estuviera basculando ideológicamente hacia el
comunismo. La razón es que la alusión a estos autores adscritos al pensamiento comunista
resultaba inexcusable para quienes, como el PSOE, pretendían encuadrar sus análisis en el
marxismo, toda vez que en las últimas décadas el desarrollo teórico de la tradición marxista había
corrido sobre todo a cargo de estos autores. Así, para hablar de la traslación de la lucha de clases
a nivel internacional, del papel de las multinacionales y del desarrollo del imperialismo, se citaba
a Lenin. Así, para referirse a las relaciones entre clase y conciencia de clase, se apelaba al criterio
de autoridad de Rosa Luxemburgo. Y así, para hablar del concepto de ideología, se recurrían a las
contribuciones de Louis Althusser, uno de los principales filtros por donde pasaba el marxismo
que llegaba a los militantes socialistas en los setenta.
El peso de los bloques relativos a la historia del movimiento obrero resultaba significativo
en el conjunto del temario. Tres bloques destinados a tratar con sumo detalle la historia del
socialismo desde sus orígenes contemporáneos hasta la actualidad daban fe de la importancia
atribuida por los responsables de la formación a los precedentes inmediatos y remotos del partido.
Las organizaciones políticas socialistas han tenido siempre un sentido fuerte de la historia. No en
vano su proyecto político ha encerrado generalmente un componente teleológico, de acabamiento
y perfección del tiempo histórico, de superación de un pasado a cargo de un sujeto que
procediendo de ese pasado lleva consigo el germen del cambio. Los partidos socialistas no son
330
opciones políticas coyunturales, sino movimientos sociopolíticos proyectados al futuro que se
asientan en una tradición que reporta identidad. La afirmación de la identidad es precisamente
una razón que se nos antoja factible para explicar el peso concedido en esos momentos por el
PSOE a la Historia en sus esquemas de formación. Por una parte, el PSOE había experimentado
en los años centrales del franquismo una profunda desorientación política e ideológica que hacía
dudar de su propia identidad. Recuperarla pasaba en buena medida por referenciarse con
respecto al pasado. Por otra parte, el PSOE se encontraba entonces muy debilitado socialmente.
Apelar a su prolongado y glorioso pasado era una buena credencial que los militantes socialistas
deberían presentar ante la sociedad española, conscientes del peso que la memoria histórica del
socialismo seguía teniendo en esta. Por último, la integración en una tradición de lucha es un
elemento que da un sentido profundo a la lucha presente, en la medida que ese esfuerzo no se
produce en el vacío, sino que se suma ni más menos que a una prolongada corriente de la historia.
Enseñar la historia del socialismo a los militantes socialistas era reforzar el sentido de su
militancia y darles mayor seguridad y confianza. En definitiva el peso de los bloques dedicados a
la historia reafirmaba el sentido de la formación del militante como una formación orientada a
reportar identidad.
Pero los contenidos de la formación que recibieron los militantes en el tardofranquismo
quedó registrada, mejor que en los temarios que se debían desarrollar en los cursillos y escuelas,
en los materiales didácticos elaborados y editados por el propio partido, en los cuadernillos y
folletos que circulaban entre los militantes. El análisis de estos materiales sirve al propósito de
adentrarnos en el universo de conocimientos y valores de la militancia. Por ejemplo, en 1975 la
Secretaría Nacional de Formación del PSOE editó un Cuaderno de Formación del Militante
subtitulado El Marxismo (I) 551
. Se trataba de un manual pedagógico sobre los principios básicos
del marxismo escrito en el mismo tono esquemático y estructuralista del que hablábamos para el
caso del temario. El cuadernillo arrancaba con una nota preliminar que justificaba su edición y
ofrecía una autorrepresentación ideológica del propio partido:
Parece evidente la necesidad de un trabajo como el presente en un Partido como el nuestro que se
considera marxista552
.
551
PSOE-Secretaría Nacional de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”,
Secretaría de Formación, Publicaciones de los órganos centrales de dirección, Monografías, AFPI. 552
PSOE-Secretaría N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc. cit.
p. 3.
331
No cabe duda, por tanto, que lo primero que leía un militante socialista que empezaba a
formarse en el partido era la consideración que éste hacía de sí mismo como partido marxista.
La estructuración del cuadernillo era la clásica y recordaba en cierta forma a la estructura
de los manuales sobre el tema editados por la Academia de Ciencias de la URSS, con su clásica
división del marxismo en DIAMAT y HISMAT, esto es, en materialismo dialéctico y
materialismo histórico. El capítulo sobre materialismo dialéctico arrancaba con una afirmación
que era premonitoria de los debates que aguardaban al partido y sumamente esclarecedora a
posteriori para comprender su desarrollo:
Se podrá criticar algunas de las afirmaciones de Marx, mostrar que sus análisis están desfasados,
exigir las revisiones que se precisen, [...] podremos, a pesar de todo ello, seguir llamándonos
marxistas siempre que dejemos intacto el método marxista, que es – ya lo hemos dicho – el método
dialéctico553
.
Por tanto, la doctrina oficial impartida por el PSOE a la altura de 1975 venía a plantear
que el sentido de ser marxista lo daba la adhesión al método dialéctico sistematizado por Marx,
no el respaldo a cualquiera de sus tesis sustantivas. Un planteamiento contradicho por la
dirección en 1979 en su apuesta por desprenderse del marxismo, y recordado, como veremos, por
muchos de quienes se opusieron.
El materialismo dialéctico era, según se exponía en el manual –pues recordemos que
Marx nunca utilizó esta expresión -, “un método de conocimiento de la realidad y un método para
transformar dicha realidad”. Como método de conocimiento de la realidad se caracterizaba por
cinco cuestiones. La primera, por ser el método de análisis del proletariado. La segunda, por ser
un método de análisis materialista, en el sentido de partir de la materia como primera realidad
dada. La tercera, por ser un método historicista, en el sentido de afirmar la motilidad de la
realidad y su apertura a la novedad. La cuarta, por ser un método de conocimiento totalizador,
esto es, por negar la posibilidad de comprensión aislada de cualquier fenómeno y afirmar su
verdadera comprensión a partir de su relación con la totalidad social. Y quinto, por ser un método
de conocimiento sólo aplicable por la clase obrera en tanto que sujeto total, por afirmar que sólo
553
PSOE-Secretaría N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc. cit.
p. 5.
332
es posible la comprensión total de la realidad a partir de la conciencia de clase, a partir de un
punto de vista clasista total554
.
Cómo método para transformar la realidad el materialismo dialéctico se caracterizaba,
según el texto, por tres cuestiones. Por ser un método materialista de transformación de la
realidad, en el sentido de abogar por la transformación material de la realidad como base para la
transformación de los productos de la conciencia. Por ser un método de transformación de la
totalidad, esto es, por aspirar a la transformación completa del orden social capitalista. Y por
afirmar que esta empresa total sólo podía ser obra de un sujeto total: el proletariado555
.
En definitiva, dos aspectos podían abstraerse de estas nociones que según el cuadernillo
oficial del PSOE constituían la esencia doctrinaria del partido en virtud de su adhesión al
materialismo dialéctico: su perspectiva clasista y su voluntad de cambio total. Las dos cuestiones
que, como veremos, una parte de la militancia sintió que se venían abajo cuando la dirección
propuso renunciar al marxismo en 1979.
La voluntad de cambio total quedaba sobradamente expresada en el cuadernillo, al tiempo
que se decían cosas muy interesantes al respecto. En primer lugar se afirmaba inequívocamente lo
siguiente:
Queremos cambiar toda la sociedad; estamos a favor de un cambio total y no de simples parches al sistema.
Queremos llegar, decíamos, del capitalismo a su contrario, al socialismo556
.
Pero afirmado el socialismo como sistema social completo y sustitutivo del capitalismo
había que pronunciarse sobre el modo de conquistarlo, y pronunciarse sobre ello era pronunciarse
de acuerdo con la clásica disyuntiva de “Reforma o Revolución”. A este respecto se decía lo
siguiente.
554
PSOE-Secretaría de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc. cit. p.
4-17. 555
PSOE-Secretaría de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc. cit. p.
17-20. 556
PSOE-Secretaría N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc.
cit., p. 18.
333
[...] es sumamente complicado saber cuándo se está en una vía reformista y cuándo en una vía
revolucionaria, pues lo que caracteriza el aspecto revolucionario de un movimiento no es la cantidad de
violencia o de sangre vertida, sino más bien si los objetivos- y las posibles conquistas- parciales están en
función de un objetivo total: la sociedad socialista. La táctica de reformas o la táctica de saltos bruscos
pueden ser igualmente revolucionarios si están en función del objetivo. A lo que nos negamos – pues sería
enunciar a nuestra herencia y a nuestra historia – es a renunciar a nuestro objetivo. Ese objetivo de un
cambio total es lo que el PSOE no puede perder de vista si no quiere caer en la política insípida de
reformismo y oportunismo sin norte557
.
En definitiva, se daba una afirmación de la idea de sociedad socialista como objetivo
último a conquistar, pero también como principio regulativo de la práctica política cotidiana,
como objetivo conforme al cual debía ordenarse toda la práctica política presente por
mínimamente tranformadora que pudiera resultar a priori. Se afirmaba, en definitiva, la
indisoluble relación entre objetivos inmediatos y objetivos ulteriores. Otra cosa es que no se
dijera en qué podía consistir a nivel concreto esa relación.
En cuanto al materialismo histórico, éste se exponía en sus aspecto más básicos. Se
planteaba que en el proceso de la producción social de su existencia los hombres establecían una
relaciones sociales de producción entre sí y con el medio. Que estas relaciones de producción se
expresaban jurídicamente en relaciones de propiedad, lo cual daba lugar a una sociedad escindida
entre poseedores de medios de producción y desposeídos de esos medios de producción. Que
estás relaciones de producción constituían la estructura económica que determinaba a su vez las
superestrusctura jurídico-política, ideológica y cultural, pero dentro de un margen de autonomía
que permitía el surgimiento de la conciencia revolucionaria del proletariado. Que la estructura
económica y las supestructuras constituían en su conjunto un modo de producción concreto. Que
en la historia se habían sucedido varios modos de producción: el comunal, el esclavista, el feudal
y el capitalista. Que el paso de un modo de producción a otro se había producido por el empuje
que ocasionaba el desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la estructura económica o por el
desarrollo de la lucha de clases a cargo de movimientos políticos revolucionarios crecidos al
calor de estas circunstancias. Que en la actualidad las condiciones económicas objetivas estaban
facilitando el surgimiento de la conciencia de clase del proletariado, hasta el punto de constituirle
en el sujeto de cambio hacia el socialismo. Y que para abrir paso a este proceso de cambio había
557
PSOE-Secretaria N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc.
cit., p. 18 y 19.
334
que librar la lucha de clases en el frente económico (lucha por la mejora de las condiciones de
vida a través del sindicato), en el ideológico (crítica de la ideología de la clase dominante) y en el
frente político (luchando por el poder político a través del partido)558
. De nuevo los criterios de
autoridad que se movilizaban para fundamentar esta propuesta remitían explícitamente, más allá
de Marx y Engels, a autores comunistas del momento como Althusser559
.
En definitiva, ahí quedaba sintetizada la concepción del mundo en la que se formaban los
militantes socialistas que acudían a las escuelas del partido. Un esquema de inspiración marxista
claro, preciso y didáctico, perfecto en el sentido de acabado, simple y, como diría Ignacio Sotelo,
muy atractivo en su simplicidad560
. Un esquema “poderoso” para entender el mundo y
transformarlo, aunque un esquema más bien ideal en tanto que no se aplicaba a una realidad
concreta. Una concepción del mundo, una ideología, al fin y al cabo, con sus ideas fuerza
procedentes de la remota tradición del movimiento obrero más tarde sistematizadas por Marx.
Ideas clásicas entre las que sobresalían la visión bipolar de la sociedad, la consideración de la
lucha de clases como su verdadero motor, la consideración del proletariado como clase social
esencialmente orientada a la construcción de un nuevo modelo socialista de sociedad, la
consideración de que el individuo sólo se libera cambiando sus condiciones materiales de
existencia, la voluntad de superar la división social del trabajo, la consideración de la propiedad
privada como foco de los males sociales, el propósito de socializarla en una sociedad de iguales,
la consideración ambivalente del Estado como un obstáculo y al mismo tiempo un instrumento
para ello, la idea de que las ideas dominantes en un momento dado son las ideas de la clase
dominante, la consideración de que la lucha también debe librarse a ese nivel además de a los
más determinantes niveles sociales y económico, etc, etc.
Estas ideas básicas fueron las que informaron las resoluciones del XXVII Congreso de
diciembre 1976, las que consagraron oficialmente el paradigma ideológico del tardofranquismo.
Unas resoluciones en las que, como vimos, se hablaba de la distinción entre acceso al gobierno y
posesión del poder, en el sentido de dar prioridad a esto último; de la necesidad consecuente de
articular la lucha parlamentaria con la lucha social, haciendo de ésta el soporte de aquella; de
558
PSOE-Secretaría N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc.
cit., p. 22-31. 559
PSOE-Secretaría N. de Formación de Militante, “El Marxismo I. Cuadernos de Formación del Militante”, doc.
cit., p. 27. 560
SOTELO, Ignacio, “Socialismo y marxismo”, op. cit., pp. 21-23
335
concebir la estrategia al socialismo como una estrategia secuenciada que pasaba en primer lugar
por derribar la dictadura de Franco, para más tarde democratizar todas las estancias de la vida
social española, incluyendo la económica; del impulso en este sentido a la participación de los
trabajadores en las empresas a través del sindicato, para ir abriendo paso a un modelo de
socialismo autogestionario; y de la puesta a punto de un partido de clase, de masas, marxista y
democrático con capacidad para liderar este proceso.
Pues bien, este paradigma ideológico construido en el tardofranquismo y difundido
oficialmente en las escuelas de formación se prolongó durante los primeros años de la transición,
se fue aliviando en su radicalidad en los años centrales y, a partir de la crisis del XXVIII, entró en
un acelerado declive que llevó a su desaparición. La hipótesis al respecto es que, como veremos
en el último capítulo, el proceso de moderación ideológica del PSOE fue estimulado por razones
contextuales de orden internacional, por la propia dinámica política nacional y por los cambios
sufridos en la propia composición sociológica de la militancia. Pero también que este cambio
ideológico se produjo a instancias de una dirección que remó denodadamente en el mismo
sentido al que empujaban estas circunstancias. Una dirección que, consciente de que existían
lastres procedentes del pasado para acometer ese viaje, utilizó los instrumentos de formación del
partido para reeducar a la militancia en otro paradigma ideológico. Semejante movimiento se
aprecia espacialmente analizando en la diacronía las Escuelas de Verano que consecutivamente
se celebraron durante los años de la transición.
IV.2.1.2. Las Escuelas de Verano del PSOE durante la transición: el cambio de paradigma
ideológico.
Las Escuelas de Verano del PSOE fueron de todas las escuelas de formación que
organizaba el partido a lo largo del año, aquellas a las que se destinaron mayores medios, a las
que se le dio una mayor proyección pública y las que revistieron mayor oficialidad. Las escuelas
de Verano reunieron a los grandes ideólogos del partido, a sus principales especialistas en temas
sectoriales y por supuesto a los dirigentes del partido. Las Escuelas de Verano fueron un
verdadero acontecimiento en la vida interna del partido y un espacio en el que se le podía tomar
particularmente bien el pulso en lo que lo que a su orientación ideológica y tendencias de
pensamiento se refiere. Las Escuelas de Verano que el PSOE organizó durante la transición
336
fueron concebidas no sólo como un actividad formativa interna, o como la actividad formativa
interna por excelencia, sino que fueron concebidas también como un acto público para el que se
convocaba a la prensa y para el que los dirigentes socialistas se reservaban algunas de sus más
preparadas declaraciones de coyuntura.
Es en el seguimiento de las Escuelas de Verano donde se percibe con suma nitidez un
cambio progresivo, y a partir de la crisis del XXVIII congreso acelerado, en los presupuestos
doctrinarios y en las inquietudes intelectuales del PSOE. Efectivamente, de 1976 en que se
celebró la primera Escuela de Verano tolerada en el interior hasta, por ejemplo, 1981, año en que
el partido estaba cerrando su proceso de reconfiguración ideológica para optar a la conquista del
gobierno, se aprecia un cambio sustancial en los temarios impartidos, en los materiales repartidos
y en las bibliografías recomendadas. En este intervalo de tiempo se aprecia cómo la formación
del militante fue perdiendo su tono doctrinal genérico en beneficio de análisis más concretos de
coyuntura, cómo se fue especializando y tecnificando, cómo, en definitiva, se fue
“desideologizando”. Analizando los materiales citados se constata cómo la afirmación de
principios fue perdiendo fuerza, cómo el conocimiento teórico y abstracto fue reemplazado por
un conocimiento técnico y especializado, cómo las consignas para la lucha fueron sustituidas por
las orientaciones acerca de la gestión pública, cómo las referencias al pasado del partido se
fueron diluyendo, cómo se fue aliviando el sentido de la historia, y cómo, en definitiva, la
formación doctrinal e identitaria fue progresivamente reemplazada por una formación cada vez
más práctica y pragmática. De esta forma, los temarios genéricos acerca del marxismo cedieron
su lugar a estudios sectoriales. En este sentido, se verá cómo en las primeras Escuelas de Verano
abundaron los seminarios del tipo “estrategias de transición al socialismo” o “Teoría socialista
del Estado”, mientras que en las de 1980 y 1981 los seminarios se correspondieron a áreas
temáticas paralelas a las competencias de los ministerios del Estado: “Seminario sobre políticas
sociales”, “seminario sobre sanidad”, “seminario sobre fiscalidad”, etc. Se trataba de un cambio
lógico en un partido que ya estaba en disposición de ganar las elecciones y que no se proponía
ligar su posible gestión institucional a la concepción del mundo en la que había formado a sus
militantes en los últimos años de la dictadura y en los primeros de la transición.
Si en los contenidos impartidos en las escuelas de formación se establecieran varios
niveles - el de los elementos doctrinarios o las concepciones globales, el de los análisis concretos,
el de la línea política y el de la formación técnica o de gestión – se vería cómo estos niveles
337
experimentaron una evolución muy significativa en las Escuelas de Verano. El nivel de los
elementos doctrinaros o las concepciones de fondo disminuyó en importancia de manera
progresiva, diseñado una trayectoria inversa al de la formación técnica o de gestión, cuya
importancia no dejó de aumentar de manera progresiva. El de los análisis concretos cobró una
importancia destacada en los primeros años de la transición en los que el PSOE se reveló como
una pieza destacada del proceso y necesitaba de una interpretación ajustada de la realidad para
poder intervenir en ella, manteniéndose a partir de entonces. Finalmente el de la línea política
diseñó una parábola a lo largo del proceso. La línea política pasó de estar poco presente en la
actividad formativa de un partido que tenía poca capacidad de intervención política a finales del
franquismo, a ser importante para afirmar socialmente la presencia de un partido que se
constituyó en muy poco tiempo en alternativa de gobierno, para volver a perder fuerza cuando el
PSOE se equiparó a los partidos modernos con opciones de gobierno, en los que la línea política
la desarrollan los profesionales de la organización y la transmiten a la sociedad a través de los
medios de comunicación de masas sin apenas concurso de los militantes de base.
Por último, un indicador fundamental de los cambios que se produjeron en la orientación
y los contenidos de las Escuelas de Verano lo encontramos en sus sucesivos directores. La
sucesión de responsables de estas escuelas marca precisamente el ritmo en el cambio de
orientaciones y contenidos. Las primeras escuelas fueron dirigidas por Luis Gómez Llorente, que
formalmente desempeñó el Cargo de Secretario de Formación desde que se incorporó a la
ejecutiva en 1974 hasta el XXVIII Congreso de 1979. No obstante, ya en 1978 fue Ignacio Sotelo
el encargado de organizarlas. Finalmente, tras su nombramiento como Secretario de Formación a
raíz del Congreso Extraordinario de septiembre del 79, fue José María Maravall el organizador de
los eventos. Se trató, en definitiva, de tres dirigentes e intelectuales que, como se vio en el
capítulo anterior, representaban, concepciones ideológicas diferentes. Tres intelectuales y
dirigentes que personificaron a la perfección el cambio en la orientación y en los contenidos de
las escuelas que dirigieron, y, por extensión de la orientación ideológico-identitaria del partido.
En definitiva, el cambio en la política formativa del PSOE es un indicador del cambio de
las aspiraciones del partido, no en el sentido de que la formación inicial fuera una formación
orientada a educar a los militantes en la lucha inmediata por la transformación social y la del final
de la transición lo fuera para anular este objetivo, sino en el sentido de que la formación inicial
cumplió la función de dotar de identidad a un partido poco influyente dentro de una oposición en
338
buena medida radicalizada y la formación del final de la transición fue un formación pensada
para un partido que había resuelto sus problemas de identidad en beneficio de una orientación
socialdemócrata, y que se disponía a conquistar el gobierno para gestionarlo, en principio, desde
esos presupuestos. Como el cambio de aspiraciones se produjo en poco tiempo, las escuelas de
formación funcionaron como un instrumento importante para reciclar a buena parte de la
militancia que seguía sujeta a los esquemas del pasado.
IV 2.1.2.1. La Escuela de Verano de 1976.
La Escuela de Verano de 1976 se celebró en El Escorial del 16 al 22 de agosto. El
régimen de trabajo para el militante consistió en la asistencia por la mañana a las Conferencias
plenarias impartidas por los dirigentes más importantes de la organización y en la participación
por la tarde en dos de los seis seminarios ofrecidos. El programa de la escuela fue el siguiente:
Seminarios:
1) Fundamentos del marxismo, dirigido por Carlos Cruz y Manuel de la Rocha.
2) Fundamentos de economía política, dirigido por Fernando Balcells y José González.
3) Historia del Movimiento Obrero, dirigido por Enrique Olocal.
4) Tendencias del sindicalismo contemporáneo, dirigido por Jerónimo Saavedra (UGT).
5) Autogestión y control obrero, dirigido por José Rodríguez de la Borbolla.
6) Técnicas de organización y propaganda, dirigido por Equipo ITE (Roberto Dorado, Sánchez Alonso,
Etelvino González, Guillermo Barrero y Alfonso García Pérez).
Conferencias plenarias:
Felipe González: Línea política del PSOE
Nicolás Redondo: Línea sindical de la UGT.
Gregorio Peces Barba: Socialismo y Estado de Derecho.
Miguel Boyer: Estudio para un programa económico.
Pierre Guidoni: Panorama de un socialismo europeo.
Colectivo sobre nacionalidades y regiones del Estado español561
561
PSOE, Socialismo es libertad. Escuela de Verano...op. cit., pp. 9 y 10.
339
El coordinador de la escuela fue Luis Gómez Llorente, en tanto que Secretario de
Formación, quien contó con la estrecha colaboración de Eduardo López Albizu, Carlos de la Cruz
y Etevelino González562
.
Sobre esta escuela de Verano cabe decir varias cosas. En cuanto a los seminarios, en ellos
se aprecia el peso importante (seminarios 1 y 2) de contenidos doctrinarios orientados a aportar a
los militantes una concepción del mundo, marxista en este caso: una ideología, al fin y al cabo, en
el mismo sentido que lo planteado en las escuelas del tardofranquismo. Al igual que en el
tardofranquismo se constata la importancia que se concede a la tradición histórica (seminario 3).
Y al igual que en el tardofranquismo se afirma un paradigma ideológico que pivota sobre la
propuesta de construcción de un socialismo autogestionario en el que las empresas serán objeto
de control directo por los trabajadores (seminario 5). Si embargo, a diferencia de las escuelas del
tardofranquismo hay un seminario eminentemente práctico, orientado a la formación de los
militantes en las técnicas de organización y propaganda demandadas por un partido que, ante la
inminente apertura política, aspira a ser visualizado. En cuanto a las conferencias, estas son un
ejemplo de cómo con la apertura del proceso de cambio el PSOE ha cobrado cierto protagonismo
y dispone de una línea política que aspira a socializar entre sus militantes para que intervengan en
él. Es el momento de recuperar el tiempo perdido en el franquismo, de sacar a los militantes a la
calle para demostrar que existe un partido socialista con aspiración mayoritaria. Es el momento
de la puesta de largo del partido y de la presentación en sociedad de su propuesta de “Socialismo
es libertad”. Es el momento de la línea política de “ocupación de parcelas de libertad” y de la
presión al gobierno para que abra un verdadero proceso democratizador.
La importancia que el partido dio a esta línea política se materializó, en el caso que nos
ocupa, en la publicación de estas conferencias sobre la línea del partido en un monográfico
editado por Cuadernos para el diálogo563
.
Por último, conviene retener que la escuela fue coordinada por Luis Gómez Llorente y su
equipo más cercano, formado por hombres como Carlos de la Cruz o Manuel de la Rocha, porque
será precisamente este grupo ahora encargado de la formación del partido el que encabece la
562
Ibidem. 563
PSOE, Socialismo es libertad. Escuela de Verano del PSOE de 1976, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1976.
340
oposición a la redefinición doctrinaria del partido en 1979 y salga derrotado y apartado de sus
tareas.
IV. 2.1.2.2. La Escuela de Verano de 1977.
En 1977 el PSOE celebró durante una semana una escuela de Verano en el Colegio Mayor
San Juan Evangelista de Madrid. A la misma acudieron en calidad de alumnos 120 militantes de
todos los lugares de España564
. Los seminarios y conferencias impartidas fueron los siguientes:
Seminarios:
1) Economía. A cargo de Luis Carlos Croisser, Josep Borrell, Francisco Fernández Marugán y Francisco
Vera. Monitor: Manuel Ortuño.
2) Teoría socialista del Estado. A cargo de Enrique Gomáriz, Fernando Claudín y Joaquín Leguina.
Monitor: Manuel Ortuño.
3) Organización y sindicalismo. A cargo de Jerónimo Saavedra, Manuel Marín y Carmen García Bloise.
Monitor: Rafael García Blanco.
Conferencias plenarias:
Análisis de las elecciones: Guillermo Galote, Javier Tezanos, J. Félix Tezanos y Roberto Dorado.
Política internacional del PSOE: Luis Yánez, Emilio Menéndez del Valle y José María Yánez.
La coyuntura política del PSOE: Felipe González.
Municipio y Socialismo: Luis Fajardo.
El parlamento: Luis Gómez Llorente, Miguel Ángel Martínez y Francisco González Vilas565
.
El Secretario de la Escuela de Verano fue Carlos de La Cruz Santiago. El responsable
último de la misma en tanto que Secretario de Formación del partido fue Luis Gómez Llorente.
El contenido de algunos seminarios resulta fácil de conocer, por cuanto que la charlas
impartidas por sus ponentes fueron publicadas en varios monográficos. Las ponencias del
seminario sobre Teoría Socialista del Estado, por ejemplo, fueron publicada al año siguiente por
564
“Escuela de verano 1977”, Escuelas de verano, Publicaciones de los órganos centrales de dirección PSOE-JSE,
Monografías, AFPI. 565
El programa de la escuela puede consultarse en la publicación de uno de los seminarios que se desarrollaron:
VVAA, Economía y socialismo, Madrid, Mañana, 1978, pp. 9 y 10.
341
la editorial Mañana, cercana al propio partido566
. Enrique Gomáriz impartió una ponencia sobre
El Estado en la sociedad capitalista, en la que habló del Estado como instrumento de dominación
de la burguesía en el capitalismo, pero también de la posibilidad de ocuparlo por la vía de la
representación parlamentaria para ponerlo al servicio de los intereses de los trabajadores. Trató
igualmente de la relación entre Estado y hegemonía: de la posibilidad de poner el Estado de
Derecho al servicio del socialismo sin antes se ampliaba la hegemonía cultural e ideológica sobre
la sociedad en la que el Estado se asienta567
. Jorge Martínez Reverte y el mismo Enrique Gomáriz
impartieron una ponencia sobre Formación y desarrollo del Estado burgués en España, donde
hablaron de la particular transición del Estado absoluto al burgués en nuestro país, de la regencia
de un Estado de excepción durante el franquismo y de la posibilidad que se daba en esos
momentos de construir una alternativa estatal568
. Fernando Claudín, afamado intelectual
procedente del PCE, impartió una conferencia que llevó por título Superación del estado
Burgués. El viejo escenario, en la que analizó críticamente la vieja estrategia marxista de asalto al
Estado burgués para su inmediata destrucción y posterior reemplazo por un nuevo estado obrero
que respondiera a los principios de la dictadura del proletariado. Concluyó afirmando que en el
nuevo escenario la vía democrática al poder era la única posible y deseable569
. Joaquín Leguina
complementó la ponencia de Claudín con otra que llevó por título Superación del Estado
burgués. El nuevo escenario, en la que planteó que la estrategia de transición al socialismo
pasaba primero por la consolidación de la democracia y más adelante por la profundización en
esa democracia, y que tanto en la transición al socialismo como en el socialismo mismo se
respetaría el juego de mayorías y minorías en la representación del Estado570
. Con el título El
estado en la transición socialista (Sistemas de partido único), Ludolfo Paramio y Enrique
Gomáriz analizaron la realidad de los sistemas políticos del Socialismo Real, denunciando la
perversión que el régimen de partido único representaba con respecto a los ideales socialistas571
.
Finalmente, Enrique Gomáriz, principal protagonista de este seminario, planteó, en una ponencia
titulada El Estado en la transición socialista: Una alternativa, en qué debía consistir la estrategia
566
VV.AA. Teoría socialista del estado, Madrid, Mañana editorial, 1978. 567
Enrique Gomáriz, “El Estado en la sociedad capitalista”, en VV.AA., Teoría socialista del estado, op. cit., pp. 27-
70. 568
Jorge Martínez Reverte y Enrique Gomáriz, “Formación y desarrollo del estado burgués en España”, VV.AA.,
Teoría socialista del estado, op. cit., pp. 71-124. 569
Fernando Claudín, “Superación del Estado burgués. El viejo escenario”, en VV.AA. Teoría socialista del estado,
op. cit. pp., 125-146. 570
Joaquín Leguina, “Superación del Estado burgués. El nuevo escenario”, en VV.AA., Teoría socialista del estado,
op. cit., pp.147-166. 571
Ludolfo Paramio y Enrique Gomáriz, “El estado en la transición socialista: Experiencias (Sistemas de partido
único), en VV.AA., Teoría socialista del estado, op. cit., pp. 167-206.
342
de transición al socialismo y el papel que en ella debía representar el Estado. Según expuso
Gomáriz esta estrategia debía consistir en una profundización progresiva de la democracia en las
estructuras políticas y, lo más destacable, en una extensión de esta democratización al mundo de
la producción y a la esfera social, en la perspectiva de acabar con la división del trabajo572
.
El seminario sobre Teoría Socialista del Estado tuvo, por tanto, un carácter doctrinario y
teórico general, aunque más refinado que el de los temarios del tardofranquismo. En él se formó a
los militantes en una concepción amplia de lo que el Estado representaba en el capitalismo. El
seminario estuvo en este sentido orientado a la afirmación de una finalidad y al diseño de una
estrategia de largo alcance para desarrollarla. La finalidad era la superación inequívoca del
Estado Burgués. La estrategia, un procedimiento de profundización progresiva de la democracia
y de construcción de hegemonía en la sociedad que, respetando los márgenes del estado de
derecho, concluyera con la democratización de todas las esferas de la vida social, incluida la
económica. En el seminario se podía advertir la deuda con las viejas ideas de Marx acerca del
Estado (su consideración como instrumento de dominación de clase que puede y debe revertirse
para ponerse al servició del socialismo), de los planteamientos de marxistas como Gramsci (la
fuerza del Estado radica en la sociedad civil en la que se asienta y es en ella en la que hay que
construir hegemonía) y en planteamientos más recientes lindantes con el eurocomunismo (la
utilización de las instituciones liberales en la estrategia de transición al socialismo y en la propia
sociedad socialista, la dilatación de la democracia a todas las esferas de la vida y la poca
insistencia en la vieja aspiración marxista de extinción del Estado). Por último conviene destacar
que lo que se planteó en el seminario se planteó en función de un objetivo último, que era la
construcción de una modelo diferente de sociedad. Ese seguía siendo en estas ponencias de 1977
el horizonte explícito fundamental de pensamiento.
Por último, el grupo de ponentes que impartió este seminario estaba constituido por el
núcleo principal de la revista Zona Abierta, un grupo que experimentó en sus propias carnes ese
paso acelerado de un socialismo de influencia marxista en los primeros años de la transición al
socialiberalismo. No en vano, dejando de lado a Gomáriz, intelectuales como Leguina, Paramio y
el propio Claudín se expresaría años más tarde públicamente a favor del ingreso de España en la
OTAN.
572
Enrique Gomáriz, “El Estado en la transición socialista: Una alternativa”, en VV.AA. Teoría socialista del
estado, op. cit., pp. 207-225.
343
Más analítico y en el algunos casos técnico, sin dejar por ello de ser crítico, fue el
seminario sobre economía, cuyas ponencias también se publicaron en monográfico editado por
Mañana573
. F.L. de Vera Santana, hizo un esbozo general del sistema económico574
; Francisco
Fernández Marugán subrayó críticamente las contradicciones del capitalismo, insistiendo en su
incompatibilidad con el pleno empleo575
; L. C. Croissier habló de economía internacional,
denunciando el marco vigente de la división internacional del trabajo576
; y Josep Borrell analizó
la evolución de la economía española bajo el franquismo. Finalmente este último, en una
conferencia titulada Socialismo y planificación, aportó mayor carga doctrinaria al hacer una
crítica socialista del sistema de mercado y apostar expresamente por la planificación
descentralizada de la economía y la autogestión de las empresas por los trabajadores, rechazando
eso sí la planificación centralizada al estilo soviético577
.
Por último el seminario sobre organización y sindicalismo reflejó el interés de la dirección
por estructurar un partido en sorprendente crecimiento y por expandir la influencia de la UGT
para competir con unas CCOO que todavía seguían siendo mayoritarias y hegemónicas en el
mundo del trabajo.
En cuanto a las conferencias, estas revelaban cuáles eran realmente las inquietudes del
partido y en qué sentido se estaba dando su intervención política en esos momentos. Se
analizaban las elecciones, que habían sido el gran acontecimiento del año; la política
internacional; la coyuntura política, por el propio Secretario del partido; las política local, en la
perspectiva de una convocatoria de elecciones municipales; y la actividad parlamentaria de los
socialistas. En definitiva, en las conferencias impartidas por los dirigentes el grueso de los
contenidos trataron de la irrupción del partido en el ámbito institucional y de su papel en la
coyuntura, sin mayores dedicaciones a lo que ese intervención suponía para el desarrollo de las
grandes estrategias de transición al socialismo de las que se hablaba en los seminarios.
573
VV.AA., Economía y socialismo, Madrid, Mañana editorial, 1978. 574
F.L. de Vera Santana, “ El sistema económico”, en VV.AA., Economía y socialismo, op. cit., pp. 21-50. 575
Francisco Fernández Marugán, “Las contradicciones del capitalismo”, en VV.AA. Economía y socialismo, op.
cit., pp. 51-86. 576
L. C. Croissier, “Economía internacional”, en VV.AA. Economía y socialismo, op. cit., pp. 87-126. 577
Josep Borrell Fontelles, “Socialismo y planificación”, en VV.AA. Economía y socialismo, op. cit. pp. 189-218.
344
IV.2.1.2.3. La Escuela de Verano de 1978.
La Escuela de Verano de 1978 se celebró en Madrid del 20 al 27 de agosto. El
coordinador de la escuela fue en este caso Ignacio Sotelo, cuya formación ideológica distaba en
cierta medida de la Luis Gómez Llorente. De nuevo la escuela se organizó en seminarios,
desarrollados en este caso por las mañanas, y en conferencias plenarias impartidas por las tardes.
En la documentación disponible aparece la relación de asistentes a la escuela: 195 militantes
procedentes de todos los lugares del país y de los que se precisaba su dedicación. En cuanto a la
procedencia, se estaba produciendo la entrada masiva de nuevos afiliados y el partido no era ya
tan sólo el partido de Madrid, Asturias, Euskadi y Sevilla. Hubo asistentes de prácticamente todas
las provincias españolas. En cuanto a la dedicación, en la documentación disponible figura al
lado del asistente su dedicación laboral. La terminología empleada para reflejar las dedicaciones
no es homogénea y sí bastante detallista, porque probablemente fuera tomada literalmente de la
ficha que rellenaron los propios asistentes. En cualquier caso, unificando los trabajos particulares
en categorías socio-profesionales genéricas y calculando los porcentajes se obtienen resultados
muy significativos. De todo los asistentes sólo un 16 % podrían incluirse dentro de la categoría
de trabajadores manuales u obreros en la acepción clásica (mineros, trabajadores de la
construcción, obreros industriales, etc). Los agricultores, por su parte, apenas llegaban al 1%.
Otro dato significativo es que el colectivo profesional más numeroso era el de los docentes
(maestros de primaria, profesores de secundaria y profesores de universidad): un 24%. Un 13%
de los asistente eran estudiantes o licenciados universitarios a la espera de encontrar empleo. El
dato más llamativo es que, sin tener si quiera en cuenta a los docentes, el 40% de los asistentes
eran técnicos, profesionales liberales o funcionarios de la administración. Había también un
liberado y 9 asistentes de los que no se precisaba su dedicación578
.
El programa de la escuela precisaba además cómo se secuenciaron los contenidos de los
seminarios a lo largo de la semana y quiénes fueron los ponentes encargados de cada uno de los
temas que se tararon en ellos. Las conferencias plenarias se centraron todas en el análisis de la
constitución en sus distintos aspectos, y de nuevo corrieron a cargo de los principales dirigentes
del partido.
578
“Relación de participantes – Escuela de Verano – 78”, Escuelas de verano, Publicaciones de los órganos centrales
de dirección PSOE-JSE, Monografías, AFPI.
345
Seminarios:
1) Clases sociales en España: Lunes (Concepto de estratificación social: casta, estamento, clase; clases
dominantes y clases dominadas), Martes (El concepto decimonónico y el actual de clase obrera, clase
revolucionaria?), Miércoles (La estructura social del campo), Jueves ( El concepto de las clases
medias), Viernes (Nacionalismo y clases sociales. Carácter progresivo o regresivo del nacionalismo);
Sábado (Estructura social de España y perspectiva socialista. Base social de una política socialista).
Expertos: Ignacio Sotelo y Antonio de Pablos. Monitor: Juan Manuel Puente.
2) Política Internacional del PSOE: Lunes (Principios de política internacional, a cargo de Fernando
Morán), Martes (Organismo internacionales a cargo de Manuel Medina), Miércoles (Política de defensa
a cargo de J. Miguel Bueno), Jueves (América latina, a cargo de Mónica Therfall), Viernes ( Mundo
árabe, a cargo de Enrique Gomáriz), Sábado ( Relaciones con países occidentales, a cargo de Manuel
Medina). Monitor: Aurelio de la Cámara.
3) Política municipal: Lunes (organización y funcionamiento de las corporaciones locales, a cargo de Ana
María Vicente-Tutor). Martes (Grandes líneas de la política municipal del PSOE, a cargo de Luis
Fajardo Saavedra), Miércoles( Ley de elecciones locales, a cargo de José Bono), Jueves (urbanismo y
medio ambiente, a cargo de J. Luis Asenjo y Domingo Ferreiro), Viernes (Haciendas locales, a cargo de
Baltasar Aymerch), Sábado ( El transporte público en las grandes ciudades españolas, a cargo de José
Vallés. Se cierra el seminario con una conferencia a cargo de Tierno Galván sobre el municipio y la
democratización de las instituciones. Monitor: Miguel Ortuño.
4) Partido y sindicato. Lunes (Clase y conciencia de clase. Las formas organizativas de la clase trabajadora
y sus medios de lucha), Martes (Relaciones partido sindicato), Miércoles (Los modelos de organización
sindical), Jueves (El papel del sindicato en la sociedad actual I), Viernes( El papel del sindicato en la
sociedad actual (II), Sábado (La presencia organizada de los socialistas en el sindicato. Experto: José
Rodríguez de la Borbolla, Monitor: Etevelino González.
Conferencias plenarias:
1) Lunes: La constitución y los problemas del socialismo. Ponente: Enrique Tierno Galván. Mesa: Enrique
Moral Sandoval, Jorge Enjuto y Manuel Chaves.
2) Martes: Constitución y economía. Ponente: Miguel Boyer. Mesa: Joaquín Leguina, Joaquín Almunia y
Ernest Lluch.
3) Miércoles: Constitución y libertades públicas. Ponente: Gregorio Peces Barba; Mesa: Pablo Castellano,
Antonio Sotillo y Carlota Bustelo.
4) Jueves: Constitución y estructura del Estado; autonomías. Ponente: Alfonso Guerra. Mesa: Txiqui
Venegas, Joan Reventós, Celso Montero.
346
5) Viernes 25: El PSOE ante la Constitución. Ponente: Felipe González. Mesa: Enrique Múgica, Enrique
Barón, Elías Díaz579
.
En cuanto a los seminarios, se advierte la perdida de peso de los contenidos doctrinarios o
teórico-genéricos, en beneficio de contenidos más analíticos y concretos. Se trata de seminarios
que tuvieron un tema general, pero que se desgranaron en múltiples aspectos analizados por
distintos especialistas en la materia. Se habló de la estructura de clases en España, pero no ya de
forma genérica o filosófica, sino en clave sociológica y atendiendo a su evolución reciente y a su
composición actual. Se habló de política internacional y se analizaron distintas realidades
geopolíticas. Se habló del partido y del sindicato y se dieron pautas de intervención sindical. Y,
sobre todo, se habló de política municipal, descendiendo a los niveles de gestión de recursos. Este
seminario en concreto prueba cómo el PSOE se estaba preparando para las inminentes elecciones
municipales en la perspectiva de hacerse con varias alcaldías, y cómo eso desplazaba de la
actividad intelectual y formativa los contenidos genéricos y propiamente ideológicos. Comparado
con los contenidos de los seminarios del tardofranquismo en los que se teorizaba acerca de “la
ciudad como reflejo del modo de producción capitalista”, o del “urbanismo como expresión de la
ideología de la clase dominante”, ahora se formaba a los militantes en la preparación de las
elecciones municipales, en cuestiones de Hacienda local y en la gestión del transporte público. El
componente doctrinal se fue aliviando en beneficio de la gestión, aunque todavía se establecía
una conexión entre ambas dimensiones.
Los seminarios se centraron en la cuestión clave de ese año, la Constitución respaldada
íntegramente por el partido. De estas conferencias cabe destacar dos cosas. Primero, que el
análisis de la Constitución, un texto que huelga decir no era socialista, se siguió realizando en
algunos casos en función de aspiraciones socialistas remitidas al futuro. De eso trató, por
ejemplo, la ponencia de Tierno Galván. Y segundo, que los dirigentes que intervinieron
respondieron a la pluralidad de tendencias ideológicas que – dentro de unos márgenes – se daban
en el PSOE y que sólo un año después se enfrentarán en el XXVIII Congreso. Así, en la primera
conferencia Enrique Tierno compartió mesa con Manuel Chaves; o en la del Miércoles, Gregorio
Peces Barba estuvo acompañado por Pablo Castellano.
579
“Programa – Escuela de Verano – 78”, Escuelas de verano, Publicaciones de los órganos centrales de dirección
PSOE-JSE, Monografías, AFPI.
347
No obstante, aunque los elementos doctrinarios habían perdido un peso considerable en
las Escuelas de Verano, la herencia ideológica del tardofranquismo y los primeros momentos de
la transición siguió siendo considerable en las Escuelas y, más concretamente, en muchos de los
materiales didácticos editados ese año por la secretaria de formación. Ese año de 1978 la
Secretaría de Formación y documentación editó varias carpetas con materiales pedagógicos para
sus militantes. En la primera carpeta, titulada El partido socialista, se reafirmaba el empeño de la
transformación socialista de la sociedad como objetivo que debía guiar la práctica cotidiana y se
hacía abstracción de los valores que debían guiar al socialismo en oposición a los valores
capitalistas (“solidaridad frente a competitividad, análisis frente a ocultamiento, clase frente a
individualidad y acción frente a pasividad”)580
. No obstante, lo más llamativo de esta carpeta, es
que tras enunciar los principios básicos del socialismo se daban cuatro, y sólo cuatro, referencias
bibliográficas: dos para leer sobre lo dicho y otras dos para profundizar en el tema. El primer
texto era de Pablo Iglesias, el fundador del partido de referencia inexcusable. Pero la segunda
autora era Marta Harnecker, discípula aventajada del filósofo marxista, estructuralista y
comunista francés Louis Althusser, entusiasta difusora en versión pedagógica de sus teorías y
planteamientos políticos y una de las autoras más leídas por la izquierda no socialdemócrata y la
extrema izquierda europea y latinoamericana. Los otros dos eran Ralph Miliband, reputado
intelectual marxista londinense y feroz crítico del laborismo británico, y Nicos Poulantzas,
marxista estructuralista greco francés, autodefinido inicialmente como leninista y más tarde como
eurocomunista, y otro de los grandes referentes intelectuales de la izquierda no socialdemócrata
del momento581
.
También ese año de 1978 la Secretaria de formación sacó una carpeta titulada Acción
Socialista en la Empresa, cuyos contenidos seguían girando en torno al concepto central de lucha
de clases. En esta carpeta se afirmaba la inevitabilidad de la lucha de clases en las sociedades
capitalistas y se apostaba por incentivar esta lucha de clases en los tres consabidos frentes de los
que se venía hablando insistentemente desde la clandestinidad: en el ideológico, a partir de la
labor de los intelectuales; en el político, a través del partido; y en el económico, militando en el
580
“Carpeta Nº1: El Partido Socialista”, 1978, Secretaría de Formación, Publicaciones de los órganos centrales de
dirección PSOE-JSE, Monografías, AFPI., p. 12 581
Ibidem, p. 4 y 5.
348
sindicato UGT. En cuanto a este frente en la carpeta se apostaba por un “sindicalismo
revolucionario” que aspiraba al “control obrero de las fábricas”582
.
En definitiva desde 1976 a 1978 se aprecia una cambio progresivo pero lento en los
contenidos y las orientaciones de las Escuelas de Verano, en el sentido de lo planteado al
comienzo del apartado. La aceleración de este proceso se produjo a partir de la crisis ideológica
cerrada en el Congreso Extraordinario, de tal forma que menos de dos años después el cambio
resultaba palmario. A continuación pasamos directamente a analizar la escuela de verano de
1981, aquella en la que las diferencias con respecto a las que se acaban de analizar resultaban ya
elocuentes.
IV.2.1.2.4. La nueva orientación en las escuelas de veranos: José María Maravall y la
escuela de 1981.
La nueva orientación que experimentó la política formativa se personificó en la figura de
José María Maravall, elegido a partir del citado congreso como nuevo Secretario de Formación y
responsable, por tanto, de las Escuelas de Verano. Sus diferencias ideológicas con respecto a
Ignacio Sotelo, organizador de la escuela de 1978, eran pronunciadas, pero sus diferencias
ideológicas con el anterior Secretario de formación, Luis Gómez Llorente, eran abismales. El
paso de Luis Gómez Llorente a José María Maravall al frente de esta responsabilidad es una
personificación del cambio que experimentó la política formativa del PSOE, y del cambio
ideológico en general que sufrió en tan breve periodo de tiempo.
José María Maravall coordinó la Escuela de verano de 1981, celebrada del 22 al 27 de
junio. El cronograma, los ejes temáticos y los ponentes de la escuela fueron los siguientes:
Seminarios:
1) Política sectorial: Lunes (Cambio social y militancia socialista, a cambio de Ciriaco de Vicente); Martes
(Ecología y Medio ambiente, a cargo de Concha Sáez, y Defensa de los consumidores, a cargo de
Felipe Guardiola); Miércoles (Educación, a cargo de Vitorino Mayoral, y Servicios Sociales, a cargo de
582
“Carpeta Nº 2: Acción socialista en la empresa”, 1978, Secretaría de Formación, Publicaciones de los órganos
centrales de dirección PSOE-JSE, Monografías, AFPI.
349
José Miguel Oliva); Jueves (Sanidad y Seguridad social, a cargo de Pablo Recio, y Seguridad Social, a
cargo de Ciriaco de Vicente); Viernes (Feminismo, a cargo de Carmen Mestre).
2) Animación cultural: Lunes (Política cultural del PSOE, a cargo de Ignacio Sotelo), Martes y Miércoles
(Bases teóricas y experiencias de la animación cultural en municipios, a cargo de Eduardo Delgado,
Juan Francisco Marco y Rosa María Dumenjó), Jueves ( Experiencias en la programación cultural de
Asturias y el País Valenciano, a cargo de Emilio Soler); Viernes (Universidades populares. Un proyecto
de formación de adultos y animación sociocultural para los municipios, a cargo de Juan Manuel Puente)
3) Política sindical: Lunes (Composición y sociología de la clase obrera. Composición del partido, a cargo
de José María Maravall; Martes (Actitudes de la clase trabajadora, a cargo de Víctor Pérez Díaz);
Miércoles (Sindicalismo y crisis económica, a cargo de Joaquín Almunia), Jueves (Sindicalismo y
empresa: participación y control de los trabajadores en la empresa y de la negociación colectiva, a cargo
de Jaime Montalvo), Viernes (Sindicalismo y Estado, a cargo de Jerónimo Saavedra).
4) Acción ciudadana y ayuntamientos democráticos. Lunes (Movimiento ciudadano); Martes
(Ayuntamientos democráticos: democracia institucional y democracia participativa); Miércoles
(Descentralización y participación); Jueves (Participación militante), Viernes (La participación en la
nueva ley de régimen local). Los ponentes de este seminario fueron: Luis Fajardo, Ángel Hernández
Craqui, Presentación Fernández y Miguel Sánchez Morón.
Conferencias:
1) Carlos Solchaga: Un programa socialista contra el paro.
2) Mesa redonda sobre seguridad ciudadana y Fuerzas armadas. Federico Manccini (PSI), Rainaldo
Gargana (P. S. Uruguayo), Txiki Venegas y Enrique Múgica.
3) José Luis Corcuera: El sindicalismo y la política de empleo.
4) Alfonso Guerra: La democratización de las instituciones.
5) José María Maravall: Desigualdad, democracia y socialismo.583
Como salta a la vista el cambio es considerable con respecto a los seminarios precedentes,
y tanto más acusado a medida que nos remontamos en el tiempo. Los contenidos doctrinales o
teórico - genéricos han desaparecido por completo y no hay ninguna alusión expresa al
marxismo. En las Escuelas de Verano los militantes ya no se forman en una concepción del
mundo explícita, en una ideología sistematizada, sino en nociones concretas acerca de la realidad
del momento y en la adquisición de rudimentos precisos para desarrollar una actividad cotidiana
fundamentalmente institucional. Del mismo modo han desaparecido los seminarios sobre la
historia del movimiento obrero y del partido. El PSOE ya no es un partido necesitado de afirmar
583
“Programa-Escuela de verano – 81”, Escuelas de verano, Publicaciones de los órganos centrales de dirección
PSOE-JSE, Monografías, AFPI.
350
su identidad apelando al pretérito, y prácticamente ha desaparecido el sentido teleológico de
aspiración a una finalidad histórica que viene abriéndose paso desde pasado. El PSOE ya no es un
partido que se referencia con respecto a la tradición, sino que vive completamente inmerso en el
presente. Por otra parte, también ha perdido peso la difusión sistematizada de una línea de
intervención política a medio o largo plazo. El militante que acude a las escuelas de verano se
forma en conocimientos y en destrezas para desarrollar actividades inmediatas que no se orientan
al desarrollo de una estrategia de largo alcance. Finalmente, el grado de especialización y
tecnificación de los contenidos es notable.
La formación de la escuela es una formación pensada para un partido de gobierno, para un
partido que ya tiene experiencia en el gobierno municipal y para un partido que se encuentra a las
puertas de hacerse con el gobierno de la nación, y tiene que preparar a sus cuadros para ello. Es la
formación de un partido de gobierno que no aspira a ligar su gestión institucional a los grandes
proyectos de cambio sociopolítico que prescribían las concepciones de fondo que se impartían en
las escuelas de formación de hace unos años, sino la formación de un partido que ahora aspira a
consolidar el proyecto de democratización del país en términos que lo homologuen a los países de
su entorno. Es una formación para la democratización y la modernización de España, dicho en el
propio lenguaje del partido.
Se trata, por tanto, en primera instancia, de una formación para la gestión institucional; de
ahí que los contenidos correspondan en muchos casos a líneas de trabajo gubernamental. Se trata
de un temario pensado para formar a unos cuadros que tienen poca o nula experiencia en este
sentido y que, sin embargo, tienen la posibilidad de dirigir el aparato burocrático del Estado. A
este propósito responde, por ejemplo, el seminario de política sectorial (Nº1), con sesiones como
las de Educación, Sanidad y Seguridad Social, tres materias centrales en el desarrollo de una
política socialdemócrata. Llamativo en este seminario con respecto al pasado, y coherente con su
orientación general, es la sesión sobre defensa de los “consumidores”, un nuevo concepto en el
discurso de los socialistas para referirse a los destinatarios de su política, que vendrá a convivir
con la categoría central en estos momentos de “ciudadano” y con el concepto ya menos
subrayado y central en el pasado reciente de “trabajador”. De igual modo en este seminario se
incorporan nuevas temáticas que empiezan a ocupar un lugar en las reflexiones de la izquierda y
el centro izquierda, como las cuestiones de género o las medioambientales.
351
En el mismo sentido del anterior seminario se impartió también otro sobre animación
cultural (Nº2), que, más allá de reflexionar teóricamente sobre lo que la cultura podía representar
para un proyecto socialista de emancipación, estuvo destinado sobre todo a exponer actividades
concretas a desarrollar en el ámbito cotidiano, ya ensayadas en algunas regiones a nivel
municipal. Iniciativas como los grupos de animación sociocultural o la constitución de
universidades populares.
La acción ciudadana y los ayuntamientos democráticos fueron objeto también de un
seminario amplio y detallado (Nº 4). Se cumplía ya algo más de dos años desde la entrada de los
socialistas en los consistorios y el partido contaba con experiencias que trasladar a sus cuadros.
La democratización de las instituciones y la participación ciudadana eran los dos conceptos
centrales de esta línea de trabajo. Se trataba de un proyecto en el que había ciertos ecos de las
anteriores propuestas de implicación en los movimientos sociales de las barriadas obreras, pero
donde se había aliviado sustancialmente la nociones de lucha contra el “urbanismo clasista” y
creación de “organismos de poder popular” a nivel vecinal.
Muy indicativo del cambio que se había producido en estos seminarios fue el perfil de
aquellos que los impartieron. Los responsables de cada sesión ya no eran, salvo excepciones, los
grandes teóricos e ideólogos del partido que antes acaparaban las mesas, sino una variedad de
especialistas en la que se encontraban técnicos cualificados de la administración, profesores
universitarios y muchos cargos públicos municipales del partido que ya tenían una experiencia
que enseñar a sus compañeros.
Los cambios fueron particularmente notorios en el seminario de política sindical (Nº3). La
noción antes central de autogestión de las empresas, de gran carga ideológica, fue reemplazadas
por expresiones más laxas, como la de participación de los trabajadores en la gestión y el control
de esas mismas empresas. De igual modo el seminario ganó en detalle a la hora de exponer los
procedimientos que se debían seguir en la negociación colectiva. El cambio de orientación en este
seminario sobre sindicalismo, que no había dejado de estar presente en las escuelas de Verano, se
puso también y especialmente de manifiesto atendiendo a algunas de las más destacadas figuras
que lo impartieron. En este sentido destaca principalmente la presencia del ya entonces reputado
sociólogo Víctor Pérez Díaz, autor de pioneros estudios sobre las actitudes de los trabajadores en
352
España, pero cuya cultura política remitía en todo caso a un liberalismo progresista muy lejano de
las planteamientos tradicionales del sindicalismo ugetista.
En cuanto a las conferencias plenarias, éstas respondieron a una mentalidad más
gubernamental y fueron impartidas por dirigentes que ocuparían puestos clave en los futuros
gobiernos socialistas: Carlos Solchaga, Enrique Múgica, José Luis Corcuera, José María
Maravall y Alfonso Guerra. Los críticos habían desaparecido completamente de las conferencias
centrales de las escuelas de formación para ser reemplazados por otros dirigentes del partido que
respondían a un perfil ideológico distinto, y por supuesto, mucho más pragmático y moderado.
IV.2.2. La política de formación del militante del PCE.
IV.2.2.1. Consideraciones generales.
Estudiar en profundidad la política formativa del PCE durante la transición es hoy en día
prácticamente imposible. La cuantiosa documentación que el partido debió generar al respecto no
está disponible en su archivo histórico, sino que probablemente se encuentre junto con el resto de
la documentación de la transición a la espera de ser catalogada. Sí existen algunos documentos y
materiales relativos a este aspecto dispersos por distintas secciones del archivo, pero son pocos y
demasiado fragmentarios como para construir a partir de ellos un esbozo fidedigno de la
actividad formativa que desarrollaron los comunistas en este periodo. Por ello el vacío que en
este trabajo hay al respecto no debe interpretarse como sinónimo de una política formativa poco
consistente de los comunistas durante el proceso de cambio político, sino como una incapacidad
momentánea para dar cuenta de una realidad que - a tenor del activismo interno del partido, de la
constatable política formativa que desarrolló en el tardofranquismo y de algunos indicios
concretos - debió ser considerable.
Como se acaba de anticipar sí que disponemos de más documentación - aunque algo
limitada - para el caso de la formación del partido durante el franquismo en una de las regiones
de mayor influencia comunista, como fue Cataluña. Los fondos del PSUC almacenados en el
Archivo Nacional de Cataluña contienen sobre este asunto dos series más o menos amplias, una
353
titulada Base ideològica i formació y la otra Formació. En ellas hay bastantes documentos de los
muchísimos más que debió generar el partido hermano del PCE en Cataluña. A partir de esta
documentación sí resulta posible deducir las concepciones ideológicas de los militantes
comunistas catalanes en el tardofranquismo: perfilar algunos rasgos de una cultura política que
sin duda prevaleció en el partido durante la transición, en la medida que buena parte de los
militantes comunistas durante el proceso de cambio ingresaron, a diferencia de lo que ocurrió en
el caso del PSOE, en esta etapa previa, y fue en ella en que se formaron más apasionada e
intensamente. De igual modo el análisis de la política formativa del PSUC-PCE en el
tardofranquismo es de especial interés, por cuanto que las novedades que el partido experimentó
en sus concepciones de fondo, en sus propuestas estratégicas y en su perfil ideológico, aunque
completadas y divulgadas públicamente en la transición, se formularon en estos momentos. Si en
el caso del PSOE el cambio ideológico más intenso se produjo en la transición, en el caso del
PCE los cambios ideológicos que experimentó en esta etapa fueron el colofón a una trayectoria
que venía del franquismo. Como se verá en el capítulo VI, el cambio ideológico del PSOE - del
PSOE que se reconstituyó en octubre de 1972 - se intensificará a partir de las segundas
legislativas para dar lugar en 1982 a un discurso, el de la modernización, que distaba
extraordinariamente de los presupuestos doctrinarios del tardofranquismo. El PSOE asumió en el
72 de manera repentina y accidentalista un marxismo con fuertes dosis retóricas que fue aliviando
a lo largo del proceso, y del que se desprendió definitivamente a partir de la crisis de XXVIII
Congreso y Congreso Extraordinario. Como se vio en el II capítulo, la formulaciones del PCE
acerca de la vía pluralista al socialismo, la desestimación de la noción de partido vanguardia, la
propuesta de la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura, etc, etc, hundían sus raíces en las
reflexiones del partido a lo largo de la década de los sesenta. En la transición se avanzó más en
esta dirección por las mayores facilidades que se dieron para el debate, pero también, como
venimos insistiendo, porque el tacticismo del partido durante el proceso fue un elemento
acelerador – y en ocasiones desnaturalizador – del cambio ideológico.
En la política formativa del PSUC durante el franquismo es posible, como ha planteado
Giame Pala, distinguir dos momentos, cuya línea fronteriza está, a nuestro juicio, bastante
difuminada. Una primera etapa arrancaría de los cincuenta y con algunos cambios se prolongaría
hasta incluso 1968 – Pala sitúa la crisis de Checoslovaquia como el detonante de este cambio -.
La segunda etapa – que es la que a nosotros nos interesa - se extendería al menos hasta la
354
legalización584
. La formación de la primera etapa fue una formación muy compacta, poco
analítica, bastante esquemática y consistente en buena medida en la trasmisión de consignas. Se
trató de una formación en cierta medida acorde con las posibilidades de un partido que, a pesar de
la influencia social que ya atesoraba, se siguió moviendo en la dura noche de la clandestinidad.
Por el contrario, la formación de esta segunda etapa fue una formación más compleja y
analítica y que se orientó sobre todo a proveer de conocimientos necesarios para la lucha
cotidiana contra la dictadura a activistas que estaban dirigiendo amplios movimientos sociales. La
formación de esta segunda etapa fue una formación más compleja por varios motivos. Porque el
propio partido había experimentado una importante evolución en sus análisis y propuestas
políticas que tenía que divulgar entre sus militantes. Porque la base social del partido también era
más compleja, dado que ya era significativa la presencia en él de intelectuales, estudiantes y
trabajadores profesionales. Y también porque la actividad del partido, sobre todo en la dirección
de los movimientos sociales, era mucho mayor, y precisaba de una formación acorde con esa
responsabilidad.
La formación del PSUC-PCE en esta etapa no fue en ningún caso una formación
excesivamente doctrinaria, en el sentido de dar prioridad a reflexiones teóricas generales o a lo
que venimos denominando como una concepción del mundo explícita. La formación del PSUC-
PCE en estos momentos no fue una formación excesivamente doctrinaria, y fue sin lugar a dudas
mucho menos doctrinaria de lo que fue la formación del PSOE en esos momentos. Si de nuevo
tuviéramos que establecer para el caso de la formación del PCE las mismas categorías que
establecimos para el caso del PSOE – dimensión doctrinaria, análisis concretos, línea política y
formación práctica – el peso de cada una de estas categorías fue el inverso en la formación de los
comunistas de lo que en estos momento fue en la formación de los socialistas. Los elementos
doctrinarios estuvieron presentes, pero estuvieron bastante limitados y un tanto petrificados; los
análisis concretos fueron sin embargo más complejos y ocuparon un lugar fundamental; la misma
centralidad ocupó la transmisión de la línea política del partido, muy definida en esos momentos;
y también fue considerable la atención que se dedicó a la formación en cuestiones prácticas. Esto
es algo que de nuevo se constata analizando los temarios de las escuelas de formación, los
materiales repartidos y la bibliografía recomendada.
584
Giaime Pala, “El PSUC y la crisis de Checoslovaquia”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García,
Historia del PCE... Vol. II., op. cit., p. 311.
355
Las características de esta formación, y el peso que cada una de estas dimensiones tenían
en el conjunto, respondieron entre otras cosas a un hecho fundamental. Se trató de una formación
acorde con un partido que en esos momentos llevaba en gran medida la dirección política del
movimiento de oposición a la dictadura. Se trató de un partido inmerso en esos momentos en una
batalla titánica de lucha diaria contra una dictadura que le absorbía casi todos sus esfuerzos, de un
partido que tenía en esos momentos una capacidad de intervención política importante y de un
partido que, además, seguía sufriendo persecución. La formación de los comunistas respondió en
buena medida a esas circunstancias y a la responsabilidad que en esas circunstancias tuvieron, sin
perjuicio de la influencia que también ejercieron sobre ella otras inercias procedentes de su
tradición intelectual e ideológica o de las sensibilidades incluso personales que se daban en la
dirección.
A tenor de lo planteado cuatro cuestiones básicas deben subrayarse a propósito de la
formación recibida por los comunistas en estos momentos, y que resultan útiles para comprender
las crisis ideológicas que vivió el partido en la transición.
En primer lugar, en la formación recibida por los militantes comunistas tuvo un peso
fundamental la exposición de los análisis acerca de la situación económica, social y política
española; así como la transmisión de una línea política definida para intervenir sobre ella. Por el
contrario los contenidos doctrinarios, aunque siempre presentes de manera significativa,
ocuparon un lugar secundario con respecto a éstos.
En segundo lugar, a lo largo de estos años los contenidos doctrinarios impartidos
generalmente en las escuelas de formación estuvieron bastante petrificados, en contraste con unos
análisis sobre la actualidad y una línea de intervención política que habían experimentado una
evolución importante y que habían incorporado elementos novedosos a su formulación.
En tercer lugar, en las escuelas de formación se acostumbró a situar esas teorizaciones
novedosas relativas a los análisis del momento y a la línea política del partido bajo el patronazgo
intelectual de los clásicos, sobre todo de Marx y de Lenin. Las figuras de las que, esquemática y
veces dogmáticamente, se hablaba en los contenidos doctrinarios de la escuela se
instrumentalizaban para legitimar las nuevas, y a veces heterodoxas, formulaciones el partido
356
En cuarto lugar, la base doctrinal impartida en las escuelas, las grandes reflexiones teórico
generales que allí se enseñaron, estuvieron muy por debajo de la base doctrinal que buena parte
de la militancia había aprendido informal y a veces hasta formalmente en las universidades, en
otros espacios de la cultura o por su propia cuenta de manera autodidacta. Como veremos,
mientras que en algunas escuelas de formación se seguía trabajando con los manuales de
marxismo –leninismo de la Academia de Ciencias de la URSS, muchos militantes comunistas
leían a Gramsci, a los estructuralistas franceses o a los frankfourtianos.
IV.2.2.2.La actividad formativa: escuelas, temarios y documentos.
Estas cuatro cuestiones que se acaban de exponer quedan patentes al analizar los temarios
impartidos, los materiales repartidos y las bibliografías recomendadas en las escuelas de
formación del PSUC. En este sentido el temario de un curso de formación política susceptible de
ser fechado en torno a 1973-1974 se estructuraba en los siguientes puntos:
Tema I.
A. Análisis del régimen franquista.
B. Situación actual
C. Los movimientos de masas.
D. Participación de la juventud.
Tema II. La alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura.
A. La revolución científico técnica: sus consecuencias.
B. La situación actual de los estudiantes y profesionales.
Tema III Esquema del Pacto para la libertad.
La Huelga Nacional
La Huelga General Política.
Tema IV. Vía pluripartidista al socialismo y democracia política y económica.
1. ¿ Qué es el Estado?
2. ¿ Cómo entendemos los comunistas españoles la dictadura del proletariado?
357
3. En esta nueva etapa, ¿ cuál será el papel del partido como dirigente?585
El temario es sumamente esclarecedor de lo señalado. Se trataba de un curso de formación
política en el que los contenidos explícitamente doctrinarios brillaban por su ausencia. No había
en este curso ningún tema dedicado al “materialismo histórico”, a la “dialéctica marxista”, a la
“teoría de la plusvalía” en el Capital o a la consideración leninista del “imperialismo como fase
superior del capitalismo”. Era un curso de formación que se movía en dos coordenadas: el
análisis concreto de la situación del momento y la propuesta de una línea de intervención política.
En este sentido, el primero de los cuatro bloques estaba orientado al análisis actual del régimen
franquista, por un lado, y de los movimientos sociales de oposición al mismo, con especial
mención a la participación en ellos de la juventud, por otro. El segundo tema pivotaba sobre La
Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura, la original propuesta del PCE que descansaba,
por una parte, en los efectos que en la composición sociológica de los países avanzados había
tenido la denominada revolución científico-técnica y, por otra, en una nueva propuesta de alianza
estratégica entre la clase obrera tradicional y los nuevos intelectuales en vías de proletarización.
El tercero ofrecía un esquema del pacto para la libertad, la propuesta de alianza táctica del PCE
con el resto de los partidos y movimientos de oposición orientada a forzar una ruptura
democrática con el régimen de Franco por la vía de la movilización popular. El cuarto tema
esbozaba la propuesta estratégica de transición pacífica y democrática al socialismo. Se trataba,
por tanto, de cuatro niveles complementarios bien definidos. Primero, un análisis del sistema de
dominación política y de las expresiones de oposición al mismo. Segundo, un análisis sociológico
y una propuesta estratégica de alianzas sociales. Tercero, una propuesta táctica de alianza entre
fuerzas políticas para acabar con el régimen. Y cuatro, una propuesta estratégica de transición al
socialismo.
A partir de los contenidos de cada tema se pueden sacar varios corolarios. Del tema 1
destaca el interés central del partido por fomentar los movimientos sociales en una perspectiva de
oposición a la dictadura y por formar a sus cuadros para que asuman las tareas de dirección en
estos. El tema es indicativo de un partido que esos momentos llevaba la dirección política de los
movimientos sociales y se esmeraba por formar a sus cuadros en esa responsabilidad. El segundo
tema pone de manifiesto el grado de elaboración teórica propia del PSUC-PCE, con sus análisis
585
PSUC, “Temari de curs de formación política”, 1972, Base ideolòlica i formació política, Formació, Fons PSUC,
ANC.
358
acerca de la revolución científico técnica y su propuesta consecuente de una Alianza de las
Fuerzas del Trabajo y la Cultura. Se trataba de un propuesta que, como se ha visto, rompía con
formulaciones tradicionales en la cultura comunista y que, pese a sus limitaciones, se adecuaba
más a las transformaciones socioeconómicas que se estaban produciendo en los países del
capitalismo avanzado. El tercero diseñaba la hoja de ruta que el PCE ofrecía al resto de las
fuerzas de la oposición para imponer la ruptura democrática: una línea de intervención política
con todos sus pasos bien definidos que, como sabemos, fracasó en sus aspiraciones máximas. Y
es que la propuesta de tumbar al gobierno heredero de Franco por la vía de la movilización
popular y de reemplazarlo por un gobierno provisional en el que estuvieran representadas todas
las fuerzas políticas democráticas incluidas algunas procedentes del franquismo vio cerrado el
paso por el desarrollo de un proyecto reformista implementado desde el poder y al final
respaldado por la oposición con el propio PCE a la cabeza. Como queda de manifiesto, buena
parte de la militancia comunista debió vivir este viraje de manera traumática, pues no se trató
sólo de un cambio de línea política producido a nivel cupular, sino de un cambio drástico con
respecto a una propuesta en la que los militantes se habían formado concienzudamente y a la que
habían supeditado toda su actividad política en el franquismo.
Por último, el tema cuatro esbozaba una estrategia de transición al socialismo sobre la que
el PCE venía reflexionando desde hacía tiempo, pero que en los últimos años había ganado
mayores niveles de concreción. La propuesta, que más tarde se terminará conociendo con el
nombre de eurocomunismo, representaba una nueva consideración de la democracia, en virtud de
la cual se reconciliaba la perspectiva de transformación social con el respeto a las instituciones y
a los procedimientos liberales. El lugar prioritario que el PCE concedió a esta propuesta en sus
escuelas de formación prueba que la apuesta por un socialismo compatible con los principios
pluralistas de la democracias realmente existente no era simplemente un gesto oportunista de cara
a la galería, como denunciaron algunos partidos hostiles de la propia oposición, sino el resultado
de una reflexión prolongada en el tiempo que había arraigado en el partido. Puede, y en este
trabajo se sostiene, que algunas manifestaciones públicas, decisiones políticas e incluso
reformulaciones estratégicas del partido respondieran al deseo un tanto desesperado del PCE de
publicitarse con un partido democrático en los términos reclamados por la cultura política
hegemónica, a fin de desprenderse así de la imagen autoritaria que la propaganda antifranquista le
había confeccionado en un contexto nacional, pero también internacional, de anticomunismo
exacerbado. Sin embargo, ello no niega que al mismo tiempo el discurso y la mentalidad del PCE
359
fueran claramente democráticos, ya fuera atendiendo a parámetros ideológicos eminentemente
socialistas como a parámetros ideológicos liberal-democráticos.
El PCE apostó por un concepto de democracia que transcendía al concepto liberal de
democracia, pero que al trascenderlo lo contenía al mismo tiempo y de manera explícita. En el
discurso de buena parte de los cuadros y bases del PCE el socialismo era concebido como una
empresa necesitada de la afirmación de la soberanía popular, de la separación de poderes, del
Estado de derecho, del reconocimiento y la garantía de derechos y libertades y de la alternancia
de fuerzas de signo contrario en el gobierno en virtud del resultado en unas elecciones libres.
Pero esa afirmación de principios convivió al mismo tiempo con la voluntad de superarlos.
No obstante, esta afirmación de la democracia pluripartidista se intentó compatibilizar con
las clásicas nociones marxistas y leninistas acerca de la transición al socialismo y se vino a
expresar con el mismo lenguaje de los clásicos. No es, por ejemplo, que se renunciara al concepto
“dictadura del proletariado” para reemplazarlo por el de democracia pluripartidista, sino que se
buscó una complementariedad a veces coherente y otras un tanto forzada entre ambos, o ambos
se fundieron en una nueva formulación que en el lenguaje del PCE ocupó un lugar central: el de
democracia político-social o democracia política y económica. Los materiales formativos decían
en este sentido lo siguiente:
La dictadura del proletariado será un régimen de democracia política, pluralista. En el poder estarán las
grandes mayorías de los nuevos asalariados, integradas también por fuerzas intelectuales: estarán las fuerzas
del trabajo y de la cultura. La fórmula de esta nueva forma de dictadura será: el gobierno del pueblo, por el
pueblo y para el pueblo. La propiedad del pueblo sobre los medios de producción administrados por el
pueblo y en beneficio del Pueblo. Esto, a la vez que dictadura del proletariado, será lo que hemos
denominado democracia política y económica [...] Habrá también otros [partidos] y todos de la misma
ideología. Aquí el papel del PC con respecto a los otros partidos no será el de dominar, sino el de dirigir586
.
El interés que el PSUC demostró por dotar a la militancia de una buena capacidad de
análisis ajustada al momento y operativa para desarrollar una línea política bien perfilada de
lucha democrática contra la dictadura, en perjuicio incluso de otros contenidos más doctrinarios o
ideológicos, se puso especialmente de manifiesto en un test realizado por los responsables de
586
Ibidem.
360
formación a militantes del partido. El preámbulo del test explicitaba precisamente estos
propósitos:
Este test está hecho en función de clarificar cuáles son las deficiencias y necesidades de formación teórica
por parte de los c.c. No se pretende, por lo tanto, contabilizar cuál es el nivel teórico sino cuáles son los
temas o aspectos de nuestra línea que necesitan ser estudiados más profundamente, los que sólo son
conocidos por cuatro frases repetidas, los que necesitan mayor aportación teórica y de experiencia práctica,
etc587
.
El objetivo era, por tanto, procurar que la militancia interiorizase reflexivamente una línea
política compleja que estaba orientada a la lucha contra la dictadura y que debía guiar el proceso
de construcción de la democracia. No se trataba de la mera transmisión de consignas dentro de
una aparato férreamente jerarquizado, como en los tiempos de la más dura clandestinidad en los
que el partido se encontraba aislado, sino de la capacitación de unos militantes que debían
desarrollar a plena luz del día una amplia política de alianzas con la que hacer frente a una
dictadura en declive. El sentido de las preguntas revela cuáles eran las orientaciones concretas
que la dirección pretendía fueran conscientemente asimiladas por los militantes para su mejor
ejecución.
1.- ¿ Qué es el pacto para la libertad?
2.- La Asamblea de Catalunya ¿ Cómo se relaciona con el pacto?
3.- ¿Qué grupo o partidos políticos están interesados o forman parte del Pacto? Detallar los que sí y los que
no.
4.- ¿ Qué dificultades crees que existen entre estos grupos para llegar a acuerdos más concretos.
5.-Recuerdas algún antecedente en la historia de España reciente que pueda servir de precedente
6.-¿Por qué crees, si es así, que la Democracia Cristiana puede estar interesada en el Pacto?
7.-¿Por qué puede interesarle a la burguesía nacionalista catalana la Amnistía?
8.- ¿Crees que el Pacto está abierto a las personas o grupos de la oligarquía?
9.-El Partido plantea que en el régimen de libertades políticas la lucha que se abrirá será la de quitar el poder
político a la oligarquía. ¿Cómo se relaciona esto con la pregunta anterior?
10.-¿Qué es la libertad de expresión?
11.-Idem de reunión
12.-Idem de asociación
13.-¿Es lo mimo derecho de huelga que libertad sindical?
587
PSUC, “Test dórientació per a la formació política dels militants del PSUC”, Base ideolòlica i formació política,
Formació, Fons PSUC, ANC.
361
14.- ¿Qué significa la consigna Amnistía? ¿Es lo mismo que indulto?
15.- Por qué en le [sic] programa del Pacto está la convocatoria a Cortes Constituyentes?
16.- ¿Sabes qué es la Constitución de una Nación?
17.- ¿Sabes qué es una revolución burguesa?
19.- En el programa del Pacto se ve la necesidad de un Gobierno Provisional- ¿ Por qué es necesario o qué
significa?
20.- ¿Qué se entiende por le derecho de las nacionalidades a la autodeterminación?
21.-¿Qué es el estatuto del 32?
22.- ¿Cómo se define el partido respecto a las nacionalidades que existen en España?
23.- No es lo mismo Huelga General Política que Huelga Nacional ¿Qué significa cada una?
24.- Cómo se relaciona la H.G.P., la H.N. y el Pacto. ¿Crees que es necesario el uno para el otro?
25.-¿Crees que el Mayo del 68 en Francia nos sirve de experiencia y enseñanza? ¿Por qué?
26.- Después de los más recientes acontecimientos del Besós, y anteriormente Ferrol, Vigo,...los
documentos del partido plantean encontrar nuevas formas de lucha y organización. ¿Cuáles te parece que
son, y qué debilidades tenemos?
27.- Del Pacto se dice que es un Pacto táctico, ¿sabes qué quiere decir?
28.- Estamos ante un momento de descomposición acelerada del régimen. Sin hacer una historia de la
evolución del mismo –di si sabrías hacerla- cuáles crees que son los síntomas más recientes?
29.- En torno al tema de la H.G.P. se plantea que es necesario saber aprovechar las coyunturas. ¿Cómo lo
explicarías, por ejemplo, con el crimen del Besós?
30.- ¿ Sabes qué es la Alianza de las fuerzas del Trabajo y de la Cultura?
31.- Por qué los estudiantes están interesados en una revolución democrática? Y socialista?
32.- Los movimientos profesionales, reivindicativos y cada vez más organizados son muy importantes en la
lucha antifranquista. Cómo crees que se ha dado este proceso en una sociedad como la española con una
gran diferencia de clases y por tanto con muy pocos (1%) que vengan de la clase obrera vayan a la
Universidad y por tanto a los técnicos, médicos, abogados, etc.
33.- La organización y lucha de los campesinos es muy escasa. ¿Cuáles crees que son los problemas que se
plantean en este terreno?
34.- ¿Cómo definirías las C.C.O.O? ¿Qué es un sindicato de clase (obrero)? ¿Crees que C.C.O.O. lo debe
ser? ¿Cómo tienen que participar las C.C.O.O. en el Pacto? ¿Y en el futuro gobierno democrático? ¿Tienen
que formar parte? ¿Cuáles crees que son los problemas más urgentes que tiene plantados C.C.O.O? –
organizativos – unidad – coordinación nacional – poco desarrollo de otras provincias
35.- ¿Cómo crees que actúa la represión en España? ¿De qué forma se manifiesta?
36.- Qué se entiende por violencia revolucionaria?
37. Nuestra línea la definimos como pacífica, pero como opuesta a ...
38.- ¿Sabrías definir las etapas por las que pasa la revolución en España?
39.- Qué es la coexistencia pacífica
40.- Cómo crees que es la situación chilena. Crees que es una experiencia para nuestra vía al soialismo
362
41.- Las pasadas elecciones francesas con la Unión de las Izquierdas ha puesto de manifiesto aspectos muy
importantes ¿Podrías esquemáticamente señalar lo que opinas?
42.- A medida que nos acercamos más a la última batalla contra el franquismo se hace más urgente la
cuestión del ejército: - cómo ves el problema general – cómo crees que lo abordamos – cómo crees que
deberíamos abordarlo dentro del sector?
Sugiere qué tipos de seminario te interesaría en estos momentos realizar, por ejemplo: Movimiento obrero,
revolución política, marxismo y leninismo, etc...588
El test destaca por su grado de precisión. Los militantes fueron preguntados acerca de
propuestas detalladas, por el sentido que estas tenían en el conjunto de la estrategia del partido o
por las posibles contradicciones que su desarrollo pudiera generar. El test pretendían calibrar la
formación de los militantes en un sentido preciso: en el sentido de determinar los vacíos
existentes en torno a ciertas aspectos de la línea política para fortalecerlos. La propuesta central
que aparecía detallada en sus aspectos más concretos era la del Pacto para la Libertad. La
inclusión en este pacto de fuerzas políticas representativas de la burguesía, la concepción del
pacto como instrumento embrionario de un gobierno provisional, la orientación de las
movilizaciones populares para abrir paso a la formación de este gobierno, etc, etc, eran aspectos
sobre los que se insistía particularmente. Y junto a ellos, otros que también eran objeto de
especial insistencia: el sentido y la acción de Comisiones Obreras, las posibilidades abiertas por
la oleada de movilizaciones laborales en ciertos puntos del país, la ligazón de la lucha por la
democracia a una estrategia más amplia de lucha por el socialismo, los condicionamientos
internacionales, etc. Y de manera trasversal a todos estos contenidos, la insistencia en los
principios democráticos: la preguntas sobre la condición pacífica de la estrategia al socialismo y
las preguntas más inmediatas y concretas sobre el ejercicio de libertades como la de reunión,
asociación y huelga y sobre la constitucionalización de ese régimen de libertades. En definitiva,
el test respondía a la voluntad prioritaria de implicar al conjunto de la militancia en el desarrollo
de una línea política efectiva de lucha por la democracia, una línea política que, sin embargo,
pronto se vendría abajo.
Estos ejemplos son especialmente indicativos de la importancia fundamental que la
dirección del PSUC/PCE dio en su política formativa a la difusión de análisis concretos y de
líneas precisas de intervención política. No obstante, también hay ejemplos del lugar que en esta
588
Ibidem.
363
política formativa ocuparon orientaciones más estrictamente doctrinales y de cómo se
relacionaron estos aspectos doctrinales en un programa formativo que, seguimos insistiendo, se
orientó sobre todo a dotar de rudimentos teóricos y prácticos a la lucha contra la dictadura. En
este sentido exponemos el esquema de un curso de formación básica que hubo de celebrarse entre
1973 y 1975, junto a la muy significativa bibliografía que se recomendaba para cada tema.
Tema I. El manifiesto comunista.
Tema II. Introducción a la economía política.
Tema III. Orígenes del Capitalismo en España.
Tema IV. El capitalismo monopolista de Estado.
Tema V. El objetivo principal hoy.
Tema VI. El movimiento obrero bajo el franquismo.
Tema VII. Problemas actuales del movimiento obrero. Bibliografía: Lenin (¿Qué hacer?, Sobre los
sindicatos, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo), Materiales del VIII Congreso PCE y
III PSUC, Artículos de Traball sobre las últimas huelgas.
Tema VIII. La alianza de las fuerzas del trabajo y la cultura. Bibliografía: S. Carrillo (La lucha por el
socialismo hoy), E. Martín (Las fuerzas de la cultura..., en Nous Horizonts nº 21) y Manuel Azcárate
(Nuevos conceptos de la ciencia, en Realidad nº 23).
Tema IX. La alternativa democrática. Características de la unidad antifranquista.
Tema X. La democracia política y económica y el socialismo. Bibliografía: S. Carrillo (Después de Franco,
¿qué?, Nuevos enfoques a problemas de hoy, Libertad y socialismo, Hacia la libertad), VVAA (Un futuro
para España: la democracia política y social), Lenin, (El estado y la revolución)
Tema XI. Historia del PSUC.
Tema XII. Estructura y funcionamiento del Partido. Cuadernos de educación política (serie B nº1, 2, 4) I.
Bruguera (El reforzamiento del partido y las tareas de organización, informe al VI pleno del CC), Lenin,
(¿Qué hacer?), Santiago Carrillo (Intervención en el III Congreso del PSUC).589
Los contenidos de este curso de formación básica presentan un reparto más equilibrado de
esas distintas categorías con que venimos caracterizando la formación política. Hay temas de
nítido contenido doctrinario o teórico-generalista, como el de “Manifiesto Comunista” o el de
“Introducción a la economía política”. Hay varios temas de índole analítica: como el tema II o el
III. Y hay sobre todo temas orientados a exponer la línea política del partido en sus distintas
ramificaciones y aspiraciones: movimiento obrero (Tema V y VI), propuesta de Alianza de las
Fuerzas del Trabajo y la Cultura (Tema VIII), sobre las tareas inmediatas del partido en la lucha
589
“Esquema general [de un curso de formación básica]”, 1975, Base ideolòlica i formació política, Formació, Fons
PSUC, ANC.
364
por la democracia (Tema V y IX) o la exposición de la nueva estrategia de transición al
socialismo a través de la etapa puente de la democracia político y social. Y también nociones
prácticas acerca de la vida del partido (Tema XII) y esta vez también un tema sobre la historia del
PSUC ( Tema XI).
No obstante, lo que destaca fundamentalmente en este esquema es el uso particular de la
bibliografía para cada tema. Una bibliografía que viene a ser una combinación de dos tipos de
materiales: de los análisis recientes y en cierta forma novedosos que había realizado el partido,
por una parte, y de algunas obras ya clásicas de Lenin, por otra. De este modo la propuesta del
partido de participación en Comisiones Obreras se fundamentaba con las resoluciones del VIII
Congreso del PCE de 1972 y del III Congreso del PSUC de 1973, pero también con el texto sobre
lo sindicatos que Lenin escribió a principios del siglo XX. O así, las reflexiones acerca de la
Democracia político y social se fundamentaba con los planteamientos que Santiago Carrillo venía
formulando desde finales de los sesenta, pero también con El Estado y Revolución, una obra que
Lenin escribió en 1917. Esta conjunción, en virtud de la cual se pasaba de Carrillo a Lenin o de
Lenin a Carrillo sin solución de continuidad, respondía a una práctica muy frecuente en el partido
comunista. Una práctica que consistía en legitimar las nuevas propuestas presentándolas como
derivaciones lógicas de lo planteado en su día por los clásicos. Una práctica que buscaba situar
las nuevas formulaciones bajo el patronazgo intelectual de las grandes teóricos del socialismo.
Una práctica que se afanaba en buscar la coincidencia formal de los nuevos planeamientos con lo
que en su día plantearon las figuras fundacionales del movimiento comunista. Una práctica
consistente en expresar los nuevos análisis y propuestas con el lenguaje de los clásicos o en
establecer analogías entre las nuevas expresiones y las antiguas.
En definitiva, una práctica común del PCE también en el tardofranquismo fue la de
afirmar el carácter eminentemente leninista de sus análisis y propuestas. Algo que a la dirección
le pasó factura cuando en la transición planteó desprenderse del leninismo. Muchos de quienes
entonces se opusieron a la redefinición lo hicieron porque se habían formado en un partido en el
que la exaltación de Lenin como principal valedor intelectual y político del comunismo era
constante y donde Lenin era instrumentalizado como criterio de autoridad para las nuevas
elaboraciones. El PCE había invertido décadas en exaltar la figura de Lenin, y Carrillo pretendió
desprenderse de la definición leninista en unos meses. Como se viene viendo, para ello tuvo
justificar el abandono de esta definición apelando a las enseñanzas del propio Lenin.
365
Las referencias al leninismo se hicieron constantes en los cursos, escuelas y materiales de
formación del PSUC-PCE, ya fuera en capítulos monográficos sobre el tema – que como hemos
visto fueron cediendo terreno a los capítulos de análisis y a la línea política – ya fuera en esos
mismos capítulos de análisis y línea política, en los que se citaba frecuentemente a Lenin para
legitimar los nuevos planteamientos. Así, en un curso de formación dirigido a los nuevos
militantes del PSUC en el que les educaba sobre todo en la línea política del partido había un
apartado cuyo epígrafe rezaba: “El leninismo: doctrina y política del partido”590
. O así en las
secciones de formación se trabajaba con materiales específicos de introducción al marxismo
leninismo que arrancaban afirmando lo siguiente:
La única teoría revolucionaria que puede conducir al proletariado a la toma del poder y el derrocamiento del
capitalismo es el marxismo-leninismo591
.
De igual modo también se organizaron algunos seminarios de carácter eminentemente
doctrinario y teórico generalista. En este sentido en la sección de Formación se encuentra la
documentación de un curso de mediados de los setenta titulado “Fundamentos filosóficos del
marxismo: el materialismo dialéctico”592
, que destaca por su orientación canónica y por su
bibliografía esquemática y ortodoxa. Un curso de formación en el que la explicación del
marxismo respondía a la disociación entre DIAMAT y HISMAT y en el que se recomendaban
como obras de referencia los manuales editados por la Academia de Ciencias de la URSS. Los
materiales que se repartían en el curso giraban en torno a la noción de materialismo dialéctico,
una noción que no fue acuñada por Marx y que pasó, sin embargo, a constituirse en la clave de
bóveda de la filosofía oficial de la Unión Soviética desde la época del estalinismo. Esta visón
esquemática presentaba al marxismo como una revolución epistemológica insuperable y
portadora de explicaciones definitivas no ya para los procesos sociales, que también, sino incluso
para los fenómenos de la naturaleza. Se trataba de una visón esquemática y deshistorizada que se
presentaba a sí misma como ciencia pura. En este sentido en los materiales repartidos se hablaba
del materialismo dialéctico como:
590
PSUC, “Esquema sobre línea política”, 1970, Base ideolòlica i formació política, Formació, Fons PSUC, ANC. 591
PSUC, “Introducción al marxismo – leninismo”, 1970, Base ideolòlica i formació política, Formació, Fons PSUC,
ANC. 592
“Fundamentos filosóficos del marxismo. El materialismo dialéctico”, s/f [por la bibliografía que aporta estimamos
que será de mediados de los 79], Base ideolòlica i formació política, Formació, Fons PSUC, ANC.
366
Ciencia que estudia las leyes más generales del movimiento y desarrollo, comunes a la naturaleza, la
sociedad y la conciencia humana, así como las relaciones entre la conciencia y la materia (mundo material
objetivo)593
.
Lo que se decía en estos materiales era una réplica todavía más esquemática de lo
planteado en los manuales soviéticos de filosofía marxista que se citaban como bibliografía
recomendada y de algunas obras muy específicas de Engels y de Lenin, como Del socialismo
utópico al socialismo científico, escrita por el primero, o Las tras fuentes del marxismo, escrita
por el dirigente bolchevique. Los manuales soviéticos que se recomendaban en los materiales de
este curso eran tres, a cuál más canónico en el movimiento comunista, y todos ellos, aunque con
ciertas diferencias, representativos de la ideología oficial de la URSS. De Víctor Afanasiev,
miembro Comité Central del PCUS a partir 1976 y por entonces director de Pravda, se citaba su
Manual de filosofía marxista, traducido al castellano a principios de los setenta. También se
recomendaban los entonces famosos Fundamentos de Filosofía marxista-leninista, de F.
Konstantinov, miembro destacado de la Academia de Ciencias de las URSS. E incluso se citaba
también el Manual de Marxismo Leninismo de Otto Kuusinen, uno de los más estrechos
consejeros ideológicos de Stalin594
. Tres obras, en definitiva, muy representativas de los
manuales catequéticos de la URSS, en los que se exponía la doctrina oficial del partido a modo
de verdad revelada que debía ser asumida por los militantes.
Néstor Kohan, que ha reflexionado lúcidamente sobre estos manuales, nos plantea que
todos ellos responden a un mismo patrón, elaborado a partir de la exposición entresacada de citas
parciales de Marx, Engels y Lenin. El manual, plantea Kohan, se inicia con la sección DIAMAT.
En ella primero se define la materia y sus propiedades ontológicas, luego la conciencia como
producto del cerebro, más tarde la dialéctica como ciencia general del desarrollo y finalmente se
exponen sus principales leyes. Elucidada la ontología se pasa a la gnoseología, donde se expone
la teoría del reflejo como un cuerpo doctrinario y sin fisuras, generalmente acompañado de la
crítica a algunas filosofías consideradas burguesas, como el positivismo o el existencialismo. En
la sección HISMAT se empieza hablando del papel de la producción material en las sociedades,
de la determinación de las estructura económica sobre las superestructuras ideológicas y
culturales, de la constitución de las clases sociales y sus luchas y de la sucesión de los distintos
modos de producción, en una secuencia en la que el Socialismo Real se suele sugerir como
593
Ibidem. 594
Ibidem.
367
antesala inminente al fin de la historia. En definitiva, se trata de un esquema perfectamente
ensamblado, pero extraordinariamente esquemático, que a la altura de los setenta se seguía
impartiendo oficialmente en algunos cursos de formación del partido595
.
La transmisión en el PCE de la ideología oficial soviética procedía de los años cincuenta y
principios de los sesenta, en los que numerosos militantes del PCE acudieron a la Unión
Soviética a participar en los cursillos de formación. El ejemplo paradigmático de esta actividad
formativa fueron los cursos organizados en torno a la Universidad Patricio Lumumba de Moscú,
a la que en los años de mandato de Kruschev acudieron miles de activistas de todo el mundo,
fundamentalmente latinoamericanos, de países en vías de descolonización y españoles. Muchos
de los militantes que se formaron en estas actividades fueron quienes se encargaron de impartir la
formación en el interior, llevando consigo esos esquemas intelectuales que habían aprendido en la
URSS. La trasmisión de esta ideología oficial también debió mucho a las escuelas formativas que
el Comité Central organizaba en el exilio. Concretamente, a lo largo de la década de los sesenta el
partido mantuvo en funcionamiento una escuela de Formación en la República Democrática
Alemana a la que acudían tanto militantes del exterior como del interior a participar en cursillos
que podían prolongarse hasta los seis meses. Parece ser que la escuela fue infiltrada por un topo
de los servicios de inteligencia franquista que informaba de los participantes a la misma para que
fueran inmediatamente detenidos cuando regresaran a España. Ello motivó su cierre y el
establecimiento de medidas más celosas de seguridad por parte del PCE a la hora de celebrar
futuras actividades formativas en el exilio, pensadas también o especialmente para activista del
interior596
.
A este respecto en su Crónica del antifraquismo, Ramón Jáuregui y Pedro Vega, ofrecen
un apasionante relato sobre una escuela de formación del PCE organizada en Rumanía, a la que
acudieron ocho mujeres y 32 hombres, la mayoría del interior. La escuela trascendió a la opinión
pública cuando en el invierno de 1975 el diario británico The Guardian publicó una sorprendente
noticia: que en esa escuela se había impartido un curso de formación militar basado en el manejo
directo de armas597
. Se trató de una actividad excepcional, efímera y un tanto excéntrica que
respondió en cierta forma al espíritu que siguió al cercenamiento de la experiencia socialita
595
A este respecto véase el capítulo “ La consideración del DIAMAT y la batalla de los manuales” en Nestor Kohan,
Marx en su (tercer) mundo, Biblos, 1998, pp. 43-54. 596
Fernando Jáuregui y Pedro Vega, Crónica del antifranquismo, Barcelona, Planeta, 2007, pp. 861-862. 597
Fernando Jáuregui y Pedro Vega, Crónica del antifranquismo, op. cit., pp. 862-866.
368
democrática chilena. Quienes organizaron ese cursillo militar lo hicieron movidos por una
reflexión que entonces hicieron incluso los partidos comunistas y revolucionarios partidarios de
la vía democrática: que había que estar preparados militarmente para una más que previsible
intentona golpista de los sectores reaccionarios cuando se abriera el proceso de transformaciones
sociales.
Más allá de este hecho, que no supera la categoría de anecdótico, lo importante del relato
de Jauregui y Vega para el tema que aquí se trata es que nos informa de quienes fueron los
encargados de impartir los principales seminarios del curso y prácticamente todos ellos
respondían al mismo perfil. Se trataba de profesores formados en las universidades soviéticas. El
equipo de formación estuvo compuesto básicamente por cuatro miembros: Daniel Petrel, Juan
Ayestarán, Roberto Carrillo y Justino Frutos. Daniel Petrel fue “un niño de la guerra” que estudió
filosofía en la Unión Soviética obteniendo excelentes calificaciones. Posteriormente formó parte
del grupo de profesionales soviéticos que acudió a la Cuba revolucionaria de Fidel Castro para
contribuir a la remodelación de su sistema universitario. Juan Ayestarán, también “niño de la
guerra” en la URSS, había llegado a ser fiscal en su país de acogida, pero dedicó buena parte de
su tiempo a formarse como experto en economía política. Roberto Carrillo, hermano del
Secretario General del partido, se había especializado en historia del movimiento comunista
internacional. Y Justino Frutos se dedicó sobre todo a formar en técnicas de comunicación y
propaganda598
. En definitiva, los encargados de la formación más teórica y doctrinal de esta
escuela oficial del PCE en el exilio eran profesores formados en la Unión Soviética y lógicamente
en el paradigma ideológico que allí se impartía. El caso no es exclusivo de esta escuela, sino que
refleja una orientación general, aunque no exclusiva, de la actividad formativa. Esta orientación
quedaba personalizada en el responsable del Comité Ejecutivo encargado de la Secretaria de
Formación, Santiago Álvarez, un prestigioso dirigente desde los tiempos de la Guerra Civil cuyo
perfil formativo se movía entre el paradigma ideológico antedicho y las nuevas formulaciones
políticas del partido en su expresión más esquemática.
No obstante, como decimos, ésta no fue la orientación exclusiva de todas las escuelas de
formación organizadas en el exterior, ni sus docentes respondieron siempre al mismo perfil. Un
caso distinto fue, por ejemplo, el de los seminarios impartidos por el filósofo y dirigente del
598
Ibidem.
369
PSUC Manuel Sacristán, cuyos rasgos intelectuales, políticos e ideológicos ya se han esbozado
en el capítulo anterior, y que, huelga decir, no podían distar más del espíritu elemental de la
filosofía canónica soviética. Incluso en fechas tan remotas como 1963 Sacristán organizó e
impartió seminarios de formación del militante donde se trataban temas poco frecuentes en la
tradición del partido o donde los temas frecuentes eran tratados desde una perspectiva marxista
original y creativa. El fondo sobre las Fuerzas del Trabajo y la Cultura del Archivo Histórico del
PCE contiene, por ejemplo, el texto íntegro de una conferencia que Sacristán impartió en el
Seminario de la localidad francesa de Arrás sobre teoría de la libertad599
. En ella se hacía una
valoración crítica de las concepciones escolásticas y existencialistas de la libertad, se analizaba la
reorientación que había cobrado el problema a partir de la aportaciones sociológicas de Manhein
o del psicoanálisis freudiano y se enfrentaban las concepciones metafísicas o formalistas de la
libertad con una concepción concreta y material de la misma elaborable a partir de las
contribuciones de Marx y de destacados marxistas600
. En definitiva, se trató de una formación
refinada que convivió, aunque en condiciones minoritarias, con las visiones más ortodoxas y
rudimentarias.
Pero lo importante es que, más allá de las escuelas oficiales del partido, se dieron
procesos formativos continuos en una parte importante de la militancia que desbordaron con
frecuencia el marco intelectual e ideológico de éstas. La militancia comunista -
fundamentalmente, aunque no sólo, la universitaria - evidenció, sobre todo a partir de mediados
de los sesenta, una predisposición a la lectura de los clásicos del socialismo y de los autores
marxistas de la época; así como un gusto a veces demasiado sofisticado por la diatriba y la
polémica ideológica. A medida que el partido se fue nutriendo de las nuevas generaciones que
habían disfrutado de una mejor formación y habían accedido a la universidad su nivel ideológico
se elevó y se volvió más complejo. Las universidades y otros espacios de la cultura juvenil se
convirtieron, más allá de las enseñanzas regladas, en foros permanentes en los que se debatía, de
manera apasionada, acerca de las teorías de tal o cuál autor y donde libros de distinto tipo
circulaban entre los activistas para ser leídos con fruición o exhibidos con orgullo. Estos espacios
académicos o culturales del activismo comunista resultaron ser un hervidero de ideas, teorías y
doctrinas a veces estudiadas con esfuerzo y otras reproducidas esquemáticamente a modo de
599
“Ponencia presentada por Manuel Sacristán Luzón al seminario de Arrás” 1963, Caja 126, carp. 1.9.6, Fondo
Fuerzas de la Cultura (IPA) , AHPCE. 600
Ibidem.
370
consigna, pero en cualquier caso ideas, teorías y doctrinas muy alejados del espíritu de los
manuales catequéticos de las URSS. Quines militaron en estos espacios del activismo comunista
se familiarizaron, por supuesto, con las obras de Marx, Engels, Lenin o Mao; pero leyeron
también a otros clásicos, como Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci; a marxistas de la tercera
generación, como Georg Lukács o Karl Korsch; a pensadores de la escuela de Frankfurt, como
Herbert Marcuse o Walter Benjamin; a sociólogos de la ciencia y a científicos como Radovan
Richta o J. D. Bernal; a existencialistas como Sartre; a intelectuales comunistas italianos como
Rossana Rosanda o Pietro Ingrao; a las principales figuras del pensamiento comunista español,
como Adolfo Sánchez Vázquez y Manuel Sacristán; y, por supuesto, a los estructuralistas
franceses Poulantzas y Althusser.
Esta formación doctrinal y teórica convivió en el interior del PCE con la formación
doctrinal y teórica más canónica de muchas, aunque no todas, las escuelas oficiales de formación,
desbordándola intelectualmente y friccionando incluso con algunos de sus enfoques y postulados.
Y, como se verá, ello se dejó sentir en varios momentos de la transición, por ejemplo, en el
debate del leninismo. Los intentos de Santiago Carrillo de oficializar de manera un tanto forzada
el eurocomunismo serán criticados por quienes consideren que el eurocomunismo, en la versión
canonizada por la dirección y difundida en las escuelas de formación, adolecía de fisuras teóricas
y de numerosas imprecisiones y vaguedades. En esta crítica insistirán, por ejemplo, los
denominados “leninistas” en la crisis del V Congreso del PSUC de 1981. En cuanto al caso
concreto del leninismo, el desarrollo del IX congreso del PCE en 1978 demostrará que la
disyuntiva “leninismo sí, leninismo no” forzada por la dirección no recogía la pluralidad y
complejidad ideológica del partido.
En definitiva, en el PCE del tardofranquismo y la primera transición se constatan
distintos, y a veces contradictorios, estratos teórico – ideológicos. Estos estratos respondieron a
procesos formativos que, en cualquier caso, siempre priorizaron los aspectos relativos a los
análisis concretos del momento y a líneas políticas a desarrollar por encima de los aspectos más
puramente doctrinales.
371
IV.3. Otra forma de aproximación al perfil ideológico de la militancia: la encuesta a los
afiliados socialistas de 1980.
La aproximación al perfil político ideológico de los militantes de base durante la
transición se puede realizar también a partir del análisis de algunos de los testimonios que nos
han llegado de forma indirecta. Es éste el caso, por ejemplo, de las encuestas que el equipo de
sociólogos del PSOE encabezado por José Félix Tezanos realizó a los militantes socialistas en
distintas ocasiones a lo largo del proceso de transición. Se trata, por tanto, de una fuente que
ofrece un nivel superior de precisión a la hora de esclarecer algunos aspectos de la configuración
ideológica de la militancia de base que los materiales relativos a las escuelas de formación. En el
caso de estos últimos hay que hacer un ejercicio a veces arriesgado de deducción de las
concepciones que pudieron sostener los militantes de base a partir de la formación oficial que
recibieron por parte del partido, mientras que en el caso de las encuestas se supone que los
militantes respondieron por sí mismos y directamente a preguntas formuladas sobre estos
asuntos.
En 1980 el Partido Socialista Obrero Español realizó una encuesta a sus afiliados. El
proyecto, denominado “Estudio sociológico de participación”, fue encargado por la Secretaría
Federal de Organización a un equipo de sociólogos dirigido por José Félix Tezanos, y formado
por José Antonio Gómez Yánez, Manuel Casero y Carlos Couto. El trabajo de campo, que se
desarrolló entre los meses de octubre y noviembre de 1980, fue realizado por el propio equipo
investigador con la colaboración como coordinadores de zona y como encuestadores de
militantes del propio partido. En total, según la información de sus autores, se realizaron 1.994
entrevista repartidas en un total de 200 Agrupaciones del partido. Los nombres de los
entrevistados se obtuvieron por medio de un procedimiento aleatorio a partir de los ficheros de la
Secretaría de Organización. Los resultados de la encuesta se presentaron en mayo de 1981. Un
resumen de esta encuesta fue publicado ese año bajo la firma de José Félix Tezanos en la Revista
de Estudio Políticos601
. Dos años más tarde ese mismo resumen aparecía recogido en el volumen
que dicho autor publicó con el título Sociología del socialismo español602
. Pero lo interesante es
que más allá de esas versiones resumidas la Secretaría de Organización editó un dossier mucho
601
José Félix Tezanos, “Estructura y dinámica de la afiliación socialista en España”, Revista de Estudios Políticos
(Nueva Época), núm. 23, septiembre-octubre 1981. 602
José Félix Tezanos, Sociología del socialismo español, op. cit., Cap. “El afiliado socialista”, pp. 89-124.
372
más amplio con los resultados de la encuesta y con las interpretaciones correspondientes de sus
autores. Y esa es la fuente que aquí hemos utilizado, para centrarnos, no obstante, en aquellos
aspectos relativos directa o indirectamente al perfil ideológico y cultural de los militantes603
.
Se trata, por tanto, de una fuente valiosa que facilita el esbozo del perfil ideológico de la
militancia de base, pero que sin duda debe ser, como toda fuente, sometida a un ejercicio
historiográfico crítico. Relativizar la información que nos proporciona esta fuente es obligado por
dos motivos de peso desigual. El primer motivo – que no es el más importante – remite a la
consideración de los procedimientos metodológicos característicos de este tipo de estudios
sociológicos basados en las encuestas de opinión. No es éste el lugar para reflexionar acerca de
este tipo de procedimientos metodológicos, pero sí para recordar que teniendo una validez
considerable presentan también limitaciones a la hora de dar cuenta de realidades, como los
sistemas de valores o los posicionamiento ideológicos, que no pueden capturarse con absoluta
precisión en una serie de preguntas formuladas a priori. La segunda prevención es mayor y se
debe al hecho ineludible de que se trata de una encuesta sobre el PSOE hecha oficialmente por el
PSOE: de una encuesta hecha a instancias de la dirección del PSOE, ejecutada por miembros
afines a la dirección del PSOE y que además nos ha llegado en forma de un dossier editado por el
propio partido para ser divulgado entre toda la militancia. Estas circunstancias no anulan la
validez de la fuente, pero si relativizan su valor. Las encuestas no son procedimientos asépticos
de indagación que nos revelan una realidad objetiva, sino procedimientos de indagación que
construyen representaciones de la realidad en función, entre otras muchas cosas, del tipo de
preguntas que se deciden hacer, del sentido que estas tienen y a veces del tipo de respuesta que se
va buscando. Algunas de estas cautelas se irán explicitando a medida que se exponga las
preguntas que se formularon en la encuesta y la interpretación que se hizo de las repuestas.
IV.3.1. El momento de incorporación al partido.
De los datos revelados por la encuesta sólo nos vamos a centrar en aquellos que más
directa o indirectamente tiene que ver con el perfil formativo e ideológico de la militancia. De
todos estos datos uno que conviene tener muy presente es el de la trayectoria política de los
603
Grupo Federal de Estudios Sociológicos – Secretaría Federal de Organización, “Los afiliados socialistas.
Resultados de una encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, Secretaría de Organización, Publicaciones de los
órganos centrales de dirección PSOE-JSE, Monografías, AFPI, total pp. 226.
373
militantes socialistas y, más concretamente, el de su momento de incorporación formal al partido,
pues como se irá desentrañando en las siguientes páginas la trayectoria política del militante
socialista fue un elemento extraordinariamente condicionante de su perfil ideológico, hasta el
punto de que determinadas concepciones ideológicas se identifican preferentemente con
militantes que ingresaron en el partido en un momento determinado y hasta el punto de que los
conflictos ideológicos se expresaron en cierta medida también en forma de conflictos entre
militantes socialistas que tuvieron trayectorias diferentes e ingresaron en el partido en momentos
distintos. No en vano una de las razones del cambio ideológico del PSOE hay que buscarlas en la
imposición de la mayoría de los militantes que ingresaron más recientemente en el partido sobre
aquellos militantes que lo hicieron principalmente en el tardofranquismo o antes de las primeras
elecciones legislativas. Se trató de militantes que se formaron en paradigmas ideológicos
diferentes construidos al calor de circunstancias políticas muy distintas.
De los encuestados el 13% procedía de los tiempos de la II República y la Guerra Civil,
tan sólo el 5% había ingresado formalmente durante el franquismo y un escaso7% lo había hecho
en el periodo que va de la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975 a la celebración del
XXVII congreso del partido en diciembre de 1975. Por el contrario, las cifras de afiliación
empezaron a aumentar de manera considerable de esta última fecha a la celebración de las
primeras legislativas, con un 25% de los ingresos, y se disparó de manera exponencial después de
las elecciones del 77, con la incorporación del 49% de los afiliados. El 1% no respondió604
.
Los datos son de sumo interés para probar varias cuestiones: el poco peso que el partido
tuvo en el tardofranquismo, la influencia que empezó a tener a partir de la legalidad y cómo su
crecimiento afiliativo se duplicó a partir – y en buena medida con motivo - de los buenos
resultados electorales de 1977. Semejante evolución afiliativa es fundamental, como se verá más
detenidamente, para explicar la trayectoria del partido en la transición, y en concreto para
explicar su trayectoria ideológica. De igual modo, estos datos se prestan a una interesantísima
comparación con los del PCE, cuya evolución afiliativa fue inversa. El PCE creció de manera
intensísima en el tardofranquismo y en los primeros momentos de la transición y a partir de ahí
experimentó un progresivo descenso, cosa que también condicionó su trayectoria durante el
proceso.
604
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 54.
374
IV.3.2. Nivel educativo, formación e información política.
¿Cuál fue el nivel educativo de los afiliados socialistas? La respuesta que ofrece la
encuesta a este interrogante es de especial interés para acercarnos al estudio de sus concepciones
ideológicas, unas concepciones que están hechas sin duda de sistemas de valores, pero también
de conocimientos y de referencias a tradiciones intelectuales. La repuesta a este interrogante es
interesante para deducir cómo pudo encarar la militancia una confrontación ideológica, como fue
la del marxismo, que tenía una dimensión teórica elevada. No obstante, conviene no identificar
mecánicamente el nivel educativo que los militantes socialista tenían en función de las
enseñanzas regladas que habían cursado con el nivel formativo que, aun dependiendo de ello,
respondía también a los conocimientos que el militante se hubiera podido proporcionar de manera
autodidacta, a través de foros de enseñanza no regladas o gracias a la actividad formativa del
partido que se acaba de analizar. A pesar de estos matices los datos que ofrece la encuesta al
respecto son muy orientativos.
El 36% - un porcentaje muy elevado - no tenía ningún estudio, y de ellos el 6% eran
analfabetos. Un 38% tenía estudios primarios, un 4% había cursado algún tipo de formación
profesional, el 9% tenía estudios secundarios, un 5% estudios medios y los que habían realizado
estudios superiores se cifraban en un 6%. No contestó otro 6%. La encuesta planteaba también
que los niveles de analfabetismo eran superiores en las zonas rurales y entre las agrupaciones más
pequeñas. Los datos cobran más sentido si se comparan – como se hizo en el estudio – con el
nivel educativo del conjunto de la sociedad española del momento. De la comparación se podían
reseñar tres cosas: que el porcentaje de los afiliados socialistas que no tenían estudios era superior
a la media nacional de cabezas de familia, que la proporción de analfabetos era ligeramente
inferior y que la proporción de militantes con estudios superiores era bastante más alta605
.
En definitiva, el PSOE de la transición fue un partido con un porcentaje muy elevado de
afiliados que no había cursado estudios reglados, en el que el conjunto de afiliados con estudios
medios era bajo y en el que los afiliados con estudios superiores, aun siendo muy minoritarios en
605
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 34.
375
el conjunto del partido, representaban un porcentaje importante en comparación con el conjunto
de la sociedad. Ambas cosas permiten hacerse una idea de cómo debió desarrollarse entre las
bases un debate, como el del marxismo, que en ciertos momentos tuvo un elevado tono
académico, pero que, como se verá, fue encarado también y en muchos casos de manera
apasionada por los militantes de menor o nula formación académica, y traducido por ellos a unos
códigos ideológicos acordes con su nivel formativo.
La encuesta formuló también varias preguntas orientadas a calibrar el grado de formación
e información política de los afiliados. Las preguntas no se refirieron a cuestiones doctrinarias o
teóricas, sino que fueron relativas al sistema político, al ordenamiento jurídico y a los dirigentes
de los partidos del momento. Los datos revelaron que la desinformación entre los afiliados era
importante y especialmente amplia entre las mujeres, en las zonas rurales y en las agrupaciones
más pequeñas. Atendiendo al momento de procedencia, la desinformación afectaba más a los que
habían ingresado durante la II República o la Guerra Civil –algo comprensible al tratarse de
personas mayores-, a los que entraron después del XXVII Congreso y sobre todo – lo que es un
dato importante - a los que lo hicieron después de las primeras legislativas606
.
Estos datos son importantes porque permiten tomar conciencia de algo que a veces se
olvida, que incluso el nivel de información acerca de los asuntos públicos puede ser también bajo
en el caso de personas que deciden afiliarse a un partido. De igual modo, también debe tenerse en
cuenta que dentro de los afiliados a un partido se dan distintos niveles de formación política. En
este caso concreto los niveles formativos de los militantes del tardofranquismo eran bastante
superiores a los del resto. Ambas cosas nos hablan de un partido que en virtud, entre otras cosas,
de la incorporación masiva de nuevos afiliados estaba pasando a un modelo de partido en el que
la implicación militante empezaba a ser de baja intensidad.
IV.3.3. Los militantes y los medios de comunicación.
Importante también para hacerse una idea del perfil ideológico, de las concepciones, del
sistema de valores y de los niveles de formación intelectual de los militantes es ver cuál fue su
606
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 68-71.
376
relación con los medios de comunicación de masas, una de las principales fuentes – y esto no
debe olvidarse - a partir de las cuales se formaron sus opiniones durante el proceso de cambio
político. En el capítulo relativo a los medios de comunicación de masas profundizaremos en ello
para ver cómo los debates ideológicos centrales de la izquierda se dirimieron en buena medida a
partir de la actitud que al respecto mantuvieron los medios de comunicación de masas, porque fue
en ellos donde buena parte de los militantes se formó una opinión sobre lo que estaba sucediendo
en su propio partido y porque en función de esa opinión se posicionaron al respecto.
La televisión fue durante la transición el medio prioritario de información para los
militantes socialistas: el 40% de los encuestados la situó como su primera fuente de información
y el 28% como su segunda. Después de la televisión, la radio fue el medio más seguido, con un
31% como primera opción y un 34% como segunda. Los periódicos, por su parte, fueron la
primera fuente de información para un 25%, mientras que las revistas sólo fueron señaladas como
tales por un 2%. De nuevo la prioridad concedida a la televisión sobre la radio, y a ésta sobre la
prensa escrita, fue mayor en las zonas rurales, en las agrupaciones de menor tamaño, entre los
militantes de menor nivel educativo y entre los que entraron más recientemente en el partido607
.
En cuanto a los periódicos, El País era leído por un 32% y Diario 16 por un 7%. Luego
aparecía en la encuesta una extensa lista de periódicos regionales que sumados superaban a El
País en índice de lectura entre los afiliados608
.
No se puede cerrar este apartado relativo a los medios de comunicación sin subrayar un
dato particularmente significativo. Preguntados por el hecho de si leía o no revistas, y
preguntados, en el caso de que respondieran afirmativamente, por las revistas concretas que leían,
los afiliados socialistas respondieron lo siguiente. La mayoría de los encuestados, un 38%,
confesó no leer ninguna revista; la revista más leída, concretamente por un 34%, era Intervieu,
luego – aunque el dato debe ser corregido609
- El Socialista, con un 17%, y Cambio 16, con otro
17%. A una distancia ya considerable sólo un 3% reconoció leer la revista Triunfo, todo un icono
de la izquierda intelectual en el tardofranquismo, y finalmente aparecieron una serie de
607
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 73 y 74. 608
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 75. 609
El dato debe ser corregido a tenor de la información más específica que proporcionaron preguntas de la encuesta
referidas exclusivamente a este medio, y que exponemos más adelante.
377
publicaciones periódicas que sólo eran leídas por un 1%. Entre ellas se encontraban revistas de la
prensa rosa, como Hola, Semana, Lecturas y Diez Minutos; pero también dos revistas teóricas y
de pensamiento político, Viejo Topo y Sistema610
.
Varías cosas pueden subrayarse al respecto. La más significativa para el tema que se está
tratando es que sólo un 1% de los militantes leía revistas teóricas y de pensamiento político. Es
decir, sólo una ínfima parte de la organización leía revistas de contenido ideológico complejo. Un
porcentaje que además estaba incluso muy por debajo del de los afiliados con estudios superiores.
Ni siquiera una revista como Sistema, dirigida y desarrollada sobre todo por dirigentes e
intelectuales destacados del partido, superaba ese pobre porcentaje del 1%. Por tanto, los
contenidos doctrinales que consumían los militantes, con independencia de los casos de las
escuelas de formación, no eran los estudios sistemáticos o los ensayos sesudos escritos por los
intelectuales de la izquierda o el centro izquierda, sino los principios y valores menos sofisticados
que se difundían en la prensa de partido, que exponían los dirigentes y cuadros en sus
intervenciones públicas y que se intercambiaban ellos mismo en la actividad cotidiana del
partido, pero también los principios y los valores que recibían de los medios de comunicación de
masas, y, dentro de estos, de revistas como Interviú.
Sobre la mencionada prensa de partido se formularon preguntas específicas que corregían
los datos que habían resultado de su inclusión previa en la encuesta con el resto de las
publicaciones. Los datos fueron los siguientes. Un 44% afirmó leer El Socialista asiduamente,
mientras que un 24% dijo leerlo de vez en cuando. Los porcentajes fueron mucho más bajos en
caso del boletín interno Socialismo es libertad - 35% lo leían asiduamente y 16% de vez en
cuando - y prácticamente insignificantes en el caso de la prensa regional del partido - sólo un 7%
la leía periódicamente y apenas un 3% de manera ocasional -. De nuevo en el caso de los lectores
de la prensa de partido, los porcentajes más altos se dieron, al igual que el caso del resto de la
prensa escrita y de las revistas de contenido teórico-ideológico, entre los afiliados, como es
lógico, de mayor formación académica y en aquellos que entraron en el partido antes de las
610
G. F. Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una encuesta
a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 76.
378
elecciones del 77611
. Sobre estos datos se reflexionará más detenidamente en el capítulo siguiente,
en el que la principal fuente escogida es El Socialista.
IV.3.4. Creencias religiosas.
La encuesta también se refirió a las creencias religiosas de los afiliados, una cuestión que
a veces se ha infravalorado a la hora de dar cuenta del perfil ideológico y de la cultura política de
los militantes de la izquierda. En este sentido un mayoritario 58% declaró no tener creencias
religiosas, un importante 38% reconoció que sí las tenía y un 3% no se pronunció al respecto.
Entre los creyentes, un 71% se declaró católico. De nuevo este posicionamiento ideológico-
cultural guardó cierta relación con la trayectoria política de los entrevistados. Los porcentajes
más elevados de no creyentes se dieron entre los veteranos de la República y también en los
afiliados en el franquismo y los momentos que siguieron a la muerte de Franco. Por el contrario
el porcentaje más elevado de creyentes se encontró entre los afiliados de incorporación más
tardía. También se dio una relación clara entre creencias religiosas y extracción social: el
porcentaje de no creyentes fue mucho mayor entre los obreros que entre los sectores
intermedios612
.
IV.3.5. Actitudes políticas de los afiliados.
La encuesta también se refirió a las actitudes políticas de los afiliados, de una manera, no
obstante, tangencial y poco precisa. Fue en este tipo de preguntas en las que más se evidenciaron
las limitaciones del estudio a la hora de captar el perfil político e ideológico de los militantes, y
en las que se pudo advertir cierta tendenciosidad. Los elaboradores del trabajo reconocieron que
el análisis de las actitudes políticas de los militantes no era una finalidad central del estudio,
dejando entrever que no se habían destinados demasiados esfuerzos a la clarificación de estos
aspectos:
611
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría Federal de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 89-91. 612
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 51-53.
379
Obviamente el Estudio Sociológico de participación no tenía como finalidad la de analizar las actitudes
políticas de los afiliados del PSOE, pero de alguna manera quisimos aproximarnos a toda esta temática613
Más allá de lo llamativo que puede resultar que en una encuesta realizada a los afiliados
de un partido político apenas se les pregunte por sus actitudes políticas, lo cierto es que las
preguntas que se formularon y la forma en que se formularon estas preguntas no fueron las más
idóneas para reflejar las actitudes políticas de los militantes. Incluso algunas de esas preguntas
parecían formuladas para escuchar ciertas respuestas. En primer lugar, los militantes fueron
preguntados acerca de su preferencia por la forma de acceso al socialismo. Literalmente la
pregunta se formuló de la siguiente manera:
¿Cuál es el mejor método para llegar al socialismo, por la vía democrático parlamentaria, o intentando
tomar el poder por la fuerza?614
Como era de esperar el 89% se mostró partidario de la vía democrático-parlamentaria, tan
sólo un 5% se decantó por la toma del poder por la fuerza y un 4% por cierto apostó por conjugar
ambos métodos615
. La pregunta era demasiado simplista, por cuanto que no se sabía si se
preguntaba por lo que los afiliados consideraban mejor o si se les preguntaba por lo que
consideraban posible en función de las circunstancias. La pregunta también era demasiado
simplista porque no se precisaba si el ejercicio de la fuerza se orientaría a la conquista del poder
político o al momento más difícil de construcción del socialismo una vez ocupado el poder o a
ambos momentos a la vez. Y la pregunta también era simplista porque en ella no se planteaban
otras opciones no estrictamente parlamentarias ni por ello violentas. La pregunta, por tanto, no
servía apenas para determinar las diferentes actitudes políticas de los militantes, y parecía más
bien orientada a buscar una suerte de unanimidad al respecto.
La siguiente pregunta que se formuló tampoco pareció demasiado acertada.
En general, en estos momentos, ¿qué te parece mejor para realizar el programa socialista, hacer reformas
613
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 182. 614
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 182. 615
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 183.
380
paulatinamente y de manera progresiva, o una vez llegados al poder intentar cambiarlo todo rápidamente?616
El 76% se decantó por la primera opción, mientras que un 19% lo hizo por la segunda617
.
La pregunta también era bastante simplista porque reproducía con otras palabras una antigua
disyuntiva como era la de “Reforma o Revolución”, que no agotaba en su literalidad las
posibilidades que se le ofrecían a un partido que quisiera aspirar a la construcción del socialismo
en esos momentos. La pregunta, para reflejar distintas actitudes políticas, debería en todo caso
haberse formulado en términos parecidos a cómo vimos que Daniel la Calle se la formuló a
Manuel Sacristán ( ¿cómo considera que se puede vincular una práctica cotidiana, aunque sea
aparentemente reformista, a un proyecto ulterior de cambio radical de la sociedad?) o, sobre todo,
haberse interrogado sobre el hecho de sí los militantes consideraban que las posiciones políticas
mantenidas hasta entonces por el PSOE estaban en armonía con esos objetivos ulteriores
socialistas.
El estudio, a pesar de reconocer lo dificultoso que resultaba determinar el perfil de
quienes se adscribían a planteamientos tan minoritarios, aventuró algunos datos. Planteó que este
grupo radicalizado estaba formado sobre todo por veteranos de la República, por algunos
miembros de las juventudes socialistas y por parte de quienes procedía de otras organizaciones
políticas de la izquierda. En cuanto a su nivel educativo, la mayoría de quienes se decantaron por
estas medidas expeditivas tenían una escasa formación académica. Pero la pregunta, como
decimos, no servía para reflejar la diversidad de actitudes políticas que había en el PSOE. Por
ejemplo, el sector de los ingresados en el partido en el franquismo y los primeros años que
siguieron a la muerte de Franco, que en otros apartados se significaban como un sector más
crítico con la situación del momento y más exigente ideológicamente hablando, se confundió en
buena medida con el resto de los afiliados en su respaldo a estas respuestas mayoritarias sobre la
necesidad de cambios progresivo618
. De este modo el grupo de quienes no compartían el sentir
mayoritario del partido quedaba reducido a una escuálida minoría de apariencia fanatizada.
Más allá de estas preguntas genéricas y de índole estratégica, los afiliados fueron
preguntados por la opinión que tenían sobre las alianzas del PSOE con el PCE a nivel municipal
616
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., p. 186. 617
Ibidem. 618
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 188-190.
381
y de UGT con CCOO en el mundo sindical. Sobre la primera pregunta, el 22% se expresó
partidario de mantener la alianza municipal por encima de todo, el 25% planteó que había que
revisarla y un 46% dijo que dependería de las circunstancias y el lugar. En otro apartado, en el
que no se preguntó por un tema tan concreto como el de los pactos municipales, una abrumadora
mayoría de militantes se expresaron contrarios a desarrollar una estrategia de acción conjunta con
el PCE. En cuanto a UGT, el 18% planteó que había que impulsar la unidad de acción con CCOO
y un 27% que esa unidad de acción debía depender del lugar y el momento, mientras que un 48%
apostó porque se desarrollara por en cima de todo una línea sindical propia619
. En síntesis, la
política de distanciamiento del PSOE con respecto al PCE afirmada por los dirigentes socialistas
estaba, según los datos de la encuesta, respaldada por la mayoría de la afiliación socialista. Los
comunistas eran vistos también en las bases del PSOE más como rivales políticos que como
potenciales aliados, con los cuales se podría llegar a lo sumo a cuerdos coyunturales que no
comprometieran la estrategia independiente del partido. La política de “unidad de la izquierda”
que, como veremos, lanzarán de manera un tanto desesperada los comunistas al PSOE al final de
la transición tendrá pocos visos de prosperar habida cuenta de la negativa de la dirección
socialista, pero también de una cultura política de distanciamiento con el comunismo
generalizada entre buena parte de las bases.
Los afiliados también fueron preguntados por la situación política del momento, a veces
en términos confusos y sin apenas alusiones a la línea que venía desarrollando el partido en esas
circunstancias. Por ejemplo, fueron preguntados sobre si se sentían optimistas o pesimistas con
respecto a la situación política del momento, una pregunta un tanto ambigua por cuanto que el
pesimismo y el optimismo es una pregunta referida más bien a las expectativas que se tienen con
respecto al futuro y no tanto a la valoración que se hace del presente. En cualquier caso, el 58%
se manifestó pesimista o muy pesimista, mientras que un 13% se expresó optimista o muy
optimista. De nuevo entre los más críticos con la situación se encontraban los militantes
procedentes del antifranquismo, los partidarios de una política más atenta al PCE y CCOO y, por
supuesto, los que en las preguntas estratégicas se manifestaron más radicales. Entre los motivos
de pesimismo un 44% de los pesimistas lo eran por el mal gobierno de UCD, un 16% por la crisis
económica, un 8% por la inercia del franquismo, un 7% por el terrorismo y el resto por otro tipo
619
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 191-197.
382
de razones, entre las que se encontraba, con sólo un 1% el peligro militar, lo cual nos invita a
pensar en la escasa percepción del riesgo que tenía la militancia socialista620
.
En un sentido parecido, al ser preguntados por los problemas más importantes del país el
77% señaló al paro como el primero de todos los problemas y un 89% lo situó como el primer o
el segundo problema en importancia de todos los que tenía el país. Un 47% situó al terrorismo
entre el primer y el segundo problema, y después, a una distancia considerable, se habló de otros
problemas como la subida de precios, el estado de la educación o el desarrollo de las
autonomías621
.
Sobre el tema de las alianzas militares, que unos años después se situaría en el centro del
debate político y supondría el colofón a la evolución ideológica del PSOE, los afiliados
socialistas respondieron lo siguiente. El 64% - una abultada mayoría- se manifestó contrario a
participar en cualquier alianza militar, el 9% dijo que se debería promover una alianza militar
europea, tan sólo un 6% se expresó partidario de que el partido ingresara en la OTAN y un 19%
no supo que contestar. Entre los contrarios a la participación en cualquier alianza militar
abundaron muy significativamente los militantes procedentes del antifranquismo, los que
presentaban mayores niveles de estudios y los que pertenecían a las agrupaciones más numerosas
y a las zonas de mayor tradición de lucha en la dictadura, etc622
. En cualquier caso, las respuestas
prueban que a la altura de 1980 el pacifismo y la oposición a la dinámica de bloques seguían
estando bastante generalizados entre la militancia socialista y que los partidarios expresos de
participar en la OTAN eran una minoría muy reducida. De nuevo llama la atención cómo se
invirtió esta relación de posicionamientos ideológicos cinco o seis años después, cuando la
mayoría de los militantes socialistas respaldaron la propuesta de la dirección de apoyar la
permanencia de España en OTAN. Ahora el pacifismo y el no alineamiento seguían siendo
valores importantes heredados sobre todo de un pasado, el de la militancia antifranquista, cuya
prolongación en el presente se iba, no obstante, diluyendo.
620
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 173 y 174. 621
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 176 y 177. 622
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 177-180.
383
La encuesta también recogió un apartado destinado a pulsar el grado de conformidad de
los afiliados con la situación del partido, sin demasiadas preguntas por otra parte a las decisiones
concretas que la dirección había ido tomando a lo largo del proceso de cambio y sin preguntas
expresas acerca de la propia dirección. En cualquier caso, las preguntas dieron unos niveles muy
elevados de conformidad (casi el 60% consideraba que la situación general del partido era buena
o muy buena), que los encargados de la encuesta interpretaron como, no por ello, sinónimo de
autocomplacencia623
. Incluso - y esto es importante para el tema que nos ocupa – preguntados por
la resolución del Congreso Extraordinario de septiembre de 1979 con el que se cerró la crisis
abierta en el XXVIII Congreso de mayo de 1978, en un sentido muy favorable a las tesis y a los
intereses de la dirección, un 76% se manifestó satisfactorio o muy satisfactorio. De nuevo entre
los críticos con la situación general del partido y con la resolución de su crisis en el Congreso
Extraordinario destacaron especialmente militantes del antifranquismo, los que militaban en las
agrupaciones mayores y procedían de federaciones como la de Cataluña, Madrid, Asturias o País
Vasco, y los que tenía un nivel medio o alto de estudios624
.
IV.3.6. Caracterización general de la militancia.
La encuesta se centró especialmente en determinar la composición sociológica de los
afiliados atendiendo sobre todo a variables como el género, la edad, la clase social y la
dedicación profesional, aspectos que, junto a los que hemos visto detenidamente, se sintetizaban
al final del trabajo. De este modo la caracterización sociológica del partido - conviene recordar
que hecha por el partido mismo - era más o menos la siguiente. Se trataba de un partido de masas,
a pesar de contar con una de las ratios de afiliación con respecto al conjunto de la población más
bajas de Europa. Tenía una militancia algo envejecida y en perspectiva de envejecer más aún por
la baja incorporación de jóvenes. Las mujeres eran pocas, algo que por otra parte tampoco distaba
demasiado de la situación que se daba en los países europeos. Era un partido bastante
representativo en su composición sociológica de lo que eran, a juicio de estos investigadores
socialistas, las clases trabajadores en la España del momento, es decir, plurales, diversas y
tendente al aumento de los trabajadores cualificados, al tiempo que se trataba de un partido cada
623
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 135-140. 624
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 178-180.
384
vez más permeable a clases medias. Como se vio los niveles de instrucción no eran muy altos, la
información de los afiliados era escasa y los grados de implicación militante eran variables según
los casos, con una tendencia general a la baja. Por último, el propio informe se expresaba en los
siguientes términos al respecto de la cohesión interna:
Entre el común denominador de los afiliados hay una gran aceptación de la línea política mayoritaria, de la
misma manera que no existe coincidencia de que haya crisis interna, y si hay, sin embargo, bastante
satisfacción de la mayoría de los afiliados sobre cómo van las cosas en el plano de la organización, la
información recibida y el funcionamiento de la democracia interna625
.
La interpretación hecha a partir de los datos obtenidos vino a plantear que el PSOE era en
esos momentos “un partido en transición”. El cruce de los datos y las tendencias a las que
apuntaban permitieron a los investigadores plantear lo siguiente: que la incorporación de las
mujeres al partido estaba aumentando, que se daba también un aumento progresivo de los niveles
educativos con la incorporación de los nuevos afiliados, que el perfil ocupacional tendía a
diversificarse, que la pluralidad religiosa se acentuaba y que los lazos familiares entre los
militantes se iban aliviando. Pero, sobre todo, se reconocieron tres cosas particularmente
interesantes para el estudio del partido en general y de su perfil ideológico en particular: que el
grado de conocimiento tanto de los asuntos internos del partido como de la política en general
tendía a disminuir sobre todo con la entrada de nuevos afiliados, que de la misma manera tendía a
disminuir la implicación militante y los niveles de compromiso interno y que el grado de
exigencia ideológica tendía a ser bastante menor por la incorporación también de nuevos
afiliados.
Lo más importante de la encuesta era que a partir del análisis de estos datos se establecía
una caracterización de la militancia en la que se constataban tres tipos diferentes de afiliados
socialistas, y donde el elemento identificativo fundamental, en torno al cual se ordenaban todos
los demás, era el relativo a la trayectoria política, y más concretamente el relativo al momento de
incorporación a las filas del partido. Estos tres tipos de afiliados eran: “el afiliado histórico”, “el
afiliado del franquismo” y el afiliado de la transición democrática”. Reproducimos literalmente la
descripción que hacía el equipo de sociólogos del PSOE de estas tres categorías de militantes,
625
Grupo Federal de Estudios Sociológicos – Secretaría Federal de Organización, “Los afiliados socialistas.
Resultados de una encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 213 y 214.
385
porque además es significativa de cómo el propio partido se explicaba a sí mismo su propia
composición:
El afiliado histórico que se incorporó al PSOE durante el período de la Segunda República, o antes, y que
tiene un tipo de personalidad política bastante comprometida y utópica (en el mejor sentido de la palabra).
Este tipo de afiliado tiene bastante fe en un tipo de socialismo que se corresponde con el periodo de entre
guerras, y toda su mentalidad ha quedado fuertemente marcada por la dureza con que se produjeron los
conflictos políticos y sociales durante dicho período histórico. De este afiliado veterano puede decirse que
está en el PSOE en cuerpo y alma, que la política ocupa para él un puesto bastante central en su vida y que
tiene para él un significado bastante alto y global [...] Actualmente este afiliado, debido a su edad, no es
muy activista en tareas de proyección externa, pero sí es bastante asiduo de otras formas de participación
interna y está presente en cierta presencia en los locales del partido.
El afiliado del franquismo practica un tipo de militancia más activa e ideologizada, e incluso, en algunos
sectores, bastante intelectualizada. Este afiliado coincide con el anterior en que, para él, la política ocupa un
lugar bastante central en su vida, aunque sus motivaciones políticas son menos emocionales que en el caso
anterior y más cerebrales. Este afiliado se localiza preferentemente en núcleos urbanos y tiene, en mayor
proporción, ocupaciones de “clase media” (profesionales, docentes, oficinistas, etc.) Igualmente se sitúa en
los niveles de edades intermedias y se caracteriza por tener un historial político más “movido” que los
restantes afiliados: es decir, ha pertenecido o simpatizado con otros partidos políticos en mayor proporción
que la media.
El afiliado de la transición democrática, es decir, el que se ha incorporado al PSOE con posterioridad a las
elecciones de 1977, se corresponde ya a una tipología distinta. De él puede decirse que está bastante cercano
a lo que es el “español medio”, y se diferencia, entre otras cosas, de los afiliados anteriores en que, para él,
la política no es el centro de su vida. En gran parte se ha incorporado al PSOE como prolongación de su
compromiso sindical en UGT, o como forma de dar algo más de fuerza a sus simpatías políticas. En general
este afiliado ni es muy activista, ni está muy formado, ni informado políticamente, aun cuando los niveles
de educación y de cualificación ocupacional de algunos de ellos sean superiores a bastantes de los afiliados
que se incorporaron a las filas socialistas en periodos históricos anteriores626
.
Lo más importante al respecto es que las modificaciones en la relación de fuerzas que se
fue produciendo entre estos tres tipos de afiliados representó un factor muy importante de
cambio, sobre todo ideológico, en el Partido Socialista Obrero Español. La intensa transición que
experimentó el PSOE dentro de la transición política española estuvo marcada en buena medida
626
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 216- 218.
386
por el acelerado reemplazo, en tanto que grupo dominante, de los militantes formados en el
antifranquismo por aquellos que se incorporaron después de los buenos resultados de las primeras
elecciones legislativas. La cultura política de los militantes del tardofranquismo fue ahogada por
la nueva mentalidad, mucho más laxa y desideologizada, de los nuevos militantes que entraron en
masa a partir de junio del 77. La crisis ideológica del XXVIII Congreso fue también una
expresión de resistencia a este proceso. Lo que se produjo en cierta forma en el PSOE fue un
choque cultural-ideológico entre sectores que respondían a perfiles ideológicos y culturas
militantes distintas. En este sentido, fueron no sólo, pero sí especialmente muchos de los
militantes formados en el antifranquismo los que de manera más vehemente y beligerante se
opusieron al abandono del marxismo.
Efectivamente, muchos de estos militantes se formaron en el paradigma ideológico que se
analizó en el capitulo anterior. Fueron ellos los que acudieron a los cursos y escuelas de
formación de la clandestinidad en los que se hablaba de la “autogestión de las empresas por parte
de los trabajadores”, de la “lucha de clases a nivel político, social e ideológico”, de la “división
internacional del trabajo y la lógica del imperialismo”, del “urbanismo clasista” o de “la escuela
como centro de reproducción de la ideología dominante”. Fueron estos militantes los que leyeron
los manuales de introducción al marxismo en los que se hablaba del “materialismo dialéctico” y
del “materialismo histórico”, los que leyeron los cuadernillos de Marta Harnecker o los que, más
allá de las versiones pedagógicas, se ilustraron con los trabajos de Miliband o Poulantzas. Estos
militantes se formaron en unos ambientes muy ideologizados y a veces, como se ha visto, muy
ideologizados por efecto de la limitada capacidad de intervención política del partido. En estos
ambientes los militantes cultivaron un apego muy estrecho a las nociones doctrinarias y una
actitud muy apasionada por la afirmación de fórmulas ideológicas.
En este sentido lo que salió derrotado del Congreso Extraordinario de septiembre de 1979
fue, más allá de definiciones ideológicas concretas, la cultura política del tardofranquismo, una
cultura que ni estaba acorde con la nueva composición sociológica del partido ni resultaba
funcional para los nuevos objetivos de poder que el partido estaba en disposición de alcanzar. Las
tesis promovidas por la dirección no triunfaron al final porque resultaran más convincentes a una
militancia de perfil neutro, sino porque además de ser defendidas desde una posición de poder –
algo determinante – estaban también enraizadas en el sustrato sociológico del partido.
387
No obstante, no hay que pensar que el enfrentamiento entre críticos y oficialistas fue un
enfrentamiento puro entre quienes venían del antifranquismo y los que se incorporaron después.
En el caso de los miembros de la dirección la inmensa mayoría de quienes sostuvieron una
postura o su contraria venían militando en el partido desde los tiempos de la dictadura. En
cualquier caso, el cambio ideológico no sólo fue el resultado de un choque cultural entre sectores
que ingresaron en el partido en distintos momentos, sino que también fue el producto, más
fácilmente constatable en la dirección, de la reconversión o el reciclaje ideológico acelerado de
muchos de quienes se formaron en ese paradigma ideológico del tardofranquismo o incluso lo
incentivaron. Fueron estos los que entroncaron con la nueva hornada de militantes, quienes
amoldaron su discurso a la mentalidad de estos sectores y quienes sistematizaron
ideológicamente esta mentalidad hasta el punto de oficializarla.
IV.4. Los testimonios de los militantes.
Los militantes anónimos de la izquierda dejaron registrado su testimonio de manera
escrita en varios momentos de la transición. La posibilidad de acceder a él de manera directa
garantiza la aproximación más fidedigna a lo que realmente sintieron y pensaron, a cómo
vivieron un proceso del que fueron sujetos activos. De estas fuentes, una idónea para el caso que
aquí se trata es la constituida por la correspondencia que nos ha llegado de la época: en concreto,
por aquellas cartas que los militantes del PCE y el PSOE enviaron a las “tribunas abiertas” con
motivo de la celebración de sus congresos por sus respectivos órganos oficiales de expresión. En
ellas se constata con mayor precisión cuáles eran sus rudimentos teóricos, cuál el sistema de
valores y cómo procuraron relacionarse con la tradición ideológica de su partido.
El recurso a esta fuente permite dar la palabra a quienes, expresándose a conciencia y en
muchos casos apasionadamente, no dispusieron de la posición de poder o de prestigio necesaria
para que sus planteamientos se oyeran en voz alta. Los debates sobre la identidad ideológica de
los dos principales partidos de la izquierda no fueron simplemente debates entre las cúpulas
dirigentes o entre los intelectuales, por más que ambos sectores procurasen acaparar la discusión.
Los militantes de base se implicaron en la confrontación y lograron hacer valer su voz rellenando,
e incluso desbordando, con sus planteamientos los espacios que el partido había reservado para
388
los debates. En el caso del PCE puede constatarse, por ejemplo, cómo el envío masivo de cartas a
la “tribuna” de Mundo Obrero superó con creces sus posibilidades de publicación.
Los testimonios analizados en este capítulo nos hablan de una cultura militante intensa, en
la que el grado de compromiso con el partido era muy elevado y dónde los debates ideológicos
acapararon buena parte del esfuerzo de las bases. Los niveles de politización de los afiliados a los
partidos eran todavía en esos momentos altos y la implicación en las discusiones ideológicas fue
un buen indicador de cómo los militantes se afanaron por dar sentido a nivel simbólico a su
compromiso. Tanto es así que estos debates identitarios fueron un revulsivo para muchos
militantes de base que habían visto decrecer su actividad después de los agitados tiempos de la
clandestinidad y los primeros años de la transición. Los debates identitarios agitaron
extraordinariamente la vida interna de los partidos, también, cierto es, porque funcionaron como
catalizador de debates políticos y orgánicos que no se habían producido en la transición o se
habían cerrado en falso. En cualquier caso, la militancia se sintió interpelada cuando desde ambas
direcciones se forzaron los debates acerca de las definiciones ideológicas, poniéndose de
manifiesto toda una variedad de actitudes, que oscilaron entre respaldo entusiasta y la
disciplinada aceptación desapasionada, entre la oposición beligerante y la valoración escéptica,
entre la reproducción de las ideas oficiales y la elaboración propia y creativa. Fue en estos
debates en los que se puso especialmente de manifiesto la compleja relación entre las bases y los
dirigentes.
En definitiva, los testimonios - tanto por su carácter masivo como por su tono y contenido
- nos hablan de un tiempo en el que la militancia seguía siendo para muchos afiliados una
dimensión de primer orden en su vida, de una época en la que el compromiso con el partido
pasaba por implicarse concienzudamente en sus debates ideológicos, de una época en donde la
vida de partido movilizaba a amplios colectivos y se confundía con la vida privada de las
personas. La transición marcó en este sentido también una transición en las culturas militantes. Se
pasó de unos niveles de implicación muy intensos en los que el tiempo de la militancia lo cubría
todo a unos modelos de partido basados en la profesionalización del trabajo: en el monopolio de
una actividad básicamente institucional por parte de los dirigentes y en el respaldo pasivo de unas
bases sólo implicadas verdaderamente en la preparación de las campañas electorales. Los debates
sobre la renuncia al leninismo y el abandono del marxismo reflejaron ese modelo de implicación
389
intensa, que hundía sus raíces en la lucha antifranquista, en un tiempo, el de la transición, en el
que, sin embargo, ya se estaba aliviando el sentido del compromiso partidario.
En el caso del PSOE, la crisis que se abrió con motivo de la propuesta de abandono del
marxismo no fue sólo resultado del proceso de acumulación ideológica que había experimentado
durante su inactividad en el tardofranquismo, aunque sin duda lo fuera en buena medida. La crisis
fue también resultado de la oposición a la propuesta oficial ejercida por una generación de
militantes que se había educado en la diatriba ideológica y en la defensa activa de sus
planteamientos. Esa fue la cultura militante que en buena medida resultó sofocada con la crisis,
entre oras razones por la imposición de una nueva generación de afiliados que, como se vio en el
capítulo anterior, participaban de una cultura militante más laxa y menos beligerante.
En el caso del PCE, resulta obvio que - tanto por tradición política como por su mayor
compromiso en la lucha contra la dictadura – los niveles de implicación militante eran superiores
a los del PSOE. En este sentido, aunque la participación en el debate del leninismo fue intensa y
las muestras de oposición a la propuesta oficial fueron considerables, el debate cogió por sorpresa
a casi toda la militancia y no dejó de resultar para muchos una polémica extraña e inoportuna a la
que no supieron cómo enfrentarse.
Finalmente, también en este caso se da una descompensación considerable en lo que a las
fuentes disponibles se refiere. En el caso del PCE contamos con todas las cartas enviadas con
motivo del IX Congreso, tanto con las publicadas como con las no publicadas, lo cual nos ofrece
una visón más completa y fidedigna de lo que ésta pensó. Por el contrario, en el caso del PSOE
sólo contamos con aquellas que fueron finalmente publicadas, lo cual nos ofrece una visión
amplia, pero previamente filtrada, de los posicionamientos ideológicos de los militantes. A
continuación cuantificamos y contextualizamos las cartas analizadas en cada caso.
IV.4.1. Los testimonios de los militantes del PSOE.
IV.4.1.1. Las fuentes
390
En el caso del PSOE ni el Archivo de la Fundación Pablo Iglesias ni el de Archivo de la
Fundación Francisco Largo Caballero disponen de las cartas que fueron enviadas a las tribunas
que El Socialista abrió los meses anteriores a la celebración del XXVIII Congreso y el Congreso
Extraordinario. Por eso sólo pueden ser objeto de análisis aquellas que fueron finalmente
publicadas en el órgano de expresión del partido. En concreto las cartas que hemos analizado han
sido las publicadas en la “Tribuna Abierta” para el Congreso Extraordinario del 28 y 29 de
septiembre de 1979. Se trata de una muestra amplia que incluye 83 cartas publicadas del 1 de
julio al 23 de septiembre de ese año de 1979.
No obstante, la muestra no es exactamente representativa de las posiciones políticas, de
los conocimientos y valores, de la ideología, al fin y al cabo, de los militantes socialista. No lo es,
sobre todo, porque la publicación de estas cartas fue resultado de un proceso de selección previo
por parte los responsables del periódico. Las cartas que se analizan no son todas aquellas que los
militantes socialistas enviaron, sino aquellas que los responsables del órgano de dirección del
partido eligieron para que fueran leídas por el resto de los militantes. Sin lugar a dudas semejante
criba distorsiona la imagen de lo que debió de ser el perfil ideológico de la militancia, pero aporta
una perspectiva que, aunque sesgada, permite aventurar características importantes de este perfil.
Se trató de una criba que, en primer lugar, debió afectar al nivel de elaboración intelectual
de las cartas enviadas. En este sentido es plausible suponer que las cartas que finalmente se
publicaron tenían un nivel intelectual más elevado que el nivel medio que tenían las que no lo
fueron. La suposición parte de la constatación del alto nivel que presentan la mayoría de las
cartas publicadas en comparación con los niveles educativos que vimos se daban en el conjunto
del partido, pero también de la comparación con el caso del PCE. En el caso del PCE se advierte
cómo las cartas publicadas presentaban un nivel intelectual superior al nivel medio de las no
publicadas. Si no sostenemos que los niveles formativos de la militancia socialista eran
notablemente superiores a los de los militantes comunistas, debemos suponer que en el caso de
las cartas del PSOE se debió dar un proceso selectivo parecido al que, según hemos constatado,
se dio en el caso del PCE. Por otra parte, es de sentido común que ambos periódicos privilegiasen
la publicación de las cartas más elaborados al objeto de ofrecer una imagen más refinada del
partido.
391
No obstante, el proceso de selección que más nos interesa no es este, sino el que tuvo que
ver con los posicionamientos que se expresaban en las cartas, con su contenido y con su tono. En
este sentido, lo que es una limitación para hacerse una idea más ajustada del perfil ideológico de
la militancia supone una oportunidad para valorar otro aspecto de especial interés: el de cómo el
debate en cuestión respondió – expresado en terminología habermasiana – a las pautas de una
comunicación sistemáticamente deformada. Es decir, la criba pone de manifiesto cómo los
instrumentos, en este caso editoriales, del partido privilegiaron una determinada posición frente a
otra. El Socialista fue en este sentido un instrumento que favoreció en cierta medida las tesis
oficialistas.
La influencia que El Socialista ejerció entre la militancia dependió en primer lugar de sus
índices de lectura. Como se ha visto en el apartado anterior El Socialista tuvo unos índices
considerables de lectura: un 44% decía leerlo asiduamente, mientras que un 28% lo leía de vez en
cuando627
. No obstante, la influencia iba más allá de quienes lo leían directamente, porque éstos a
su vez venían a difundir entre quienes no leían el periódico muchas de la cuestiones que en él
pudieran plantearse. La influencia de todo medio trasciende a sus consumidores directos, en la
medida que estos reproducen los contenidos del medio en su entorno. Además el grado de
influencia de un medio depende sobre todo de la credibilidad que recibe por parte de quienes lo
consumen, algo que en buena medida depende de la afinidad ideológica entre el medio y el lector.
En este sentido, la influencia de El Socialista debió ser importante en la medida que se trataba no
ya sólo de un periódico socialista, sino del periódico del partido. Por último, la encuesta citada
prueba que los mayores índices de lectura de El Socialista se dieron en las agrupaciones de más
afiliados, en las zonas de mayor tradición reciente de lucha socialista y, de nuevo, entre los que se
afiliaron al partido durante la dictadura; esto es, justo en los lugares y en el sector en los que la
oposición al oficialismo fue más significativa628
. Lo que en El Socialista se decían podía influir
mas intensamente entre los sectores contrarios o reacios a priori a las tesis oficiales. En definitiva,
la repercusión de lo planteado en El Socialista sobre el debate en cuestión fue considerable, hasta
el punto de que el órgano oficial de expresión del partido funcionó como un instrumento más de
potenciación del discurso oficial.
627
G. F. de Estudios Sociológicos – Secretaría de Organización, “Los afiliados socialistas. Resultados de una
encuesta a los afiliados del PSOE. Mayo 1981”, doc.cit., pp. 89-91. 628
Ibidem.
392
Pero, ¿cómo se puso de manifiesto esta instrumentalización, no obstante relativa, de El
Socialista en el caso de las cartas? En primer lugar con la selección de las cartas se cribaron las
expresiones más duras de oposición a la dirección. El tono ultracrítico hacia el equipo dirigente
que presidió buena parte de las sesiones del XXVIII Congreso apenas resultó perceptible en las
cartas publicadas por el diario. El debate que se reprodujo en el medio fue un debate en cierta
forma despersonalizado y en el que se dieron pocas alusiones a las relaciones de poder. No
obstante, si en algún momento se filtró alguna carta más beligerante fue generalmente para
arremeter contra los críticos, como en el caso que se expone a continuación.
La tribuna de El Socialista se abría todas las semanas con la siguiente cabecera:
Volvemos a insistir en que los artículos serán publicados en su integridad, siempre y cuando su contenido
respete los principios éticos de los socialistas, es decir, que no involucre en la polémica doctrinal cuestiones
personales629
.
Pese a lo cual en el periódico se pudieron leer cosas del siguiente tipo:
Así que ya lo sabéis, Bustelo y compañía…Socialismo sólo hay uno, y el que no esté de acuerdo y conforme
con nuestra ideología…que recoja su carnet de afiliado y se vaya con su música radicalista desestabilizadora
a otra parte, que en nuestro seno no tienen cabida los aristócratas amargados ni vulgares politiquillos
envidiosos y resentidos630
.
No obstante, a la semana siguiente el periódico, ante las denuncias más que probables de
los afectados, ofrecía en una posición marginal en el conjunto de la página (en un recuadro de la
esquina derecha de la página derecha) la siguiente nota:
En la última entrega de El Socialista, en la página 18, tribuna abierta para el Congreso Extraordinario, se
deslizó equivocadamente un artículo que contiene afirmaciones y graves insultos para un compañero del
partido. Esta redacción, reconociendo el error cometido, pide excusas al compañero afectado, al tiempo que
insiste en su posición que consiste en permanecer estrictamente al servicio del partido. Lo que significa que
ni se solidariza con el texto del artículo mencionado ni con ninguno de los que se publican en Tribuna
abierta631
629
“Tribuna abierta”, El Socialista (Madrid), 1-XII-79. 630
T. López, “Socialismo hay uno”, El Socialista (Madrid), 15-VII-79. 631
“Tribuna abierta”, El Socialista (Madrid), 22-VII-79.
393
Pero la inclinación del periódico en un sentido favorable para las tesis oficiales quedó
patente sobre todo en la relación de posiciones político-ideológicas que reflejaron las cartas
publicadas. En este sentido, de las 83 cartas publicadas, 21 de ellas surgieron en defensa expresa
de la condición marxista del partido y/o sostuvieron planteamientos políticos y estratégicos
susceptibles de ser encuadrados en el paradigma del antifranquismo. Frente a esto unos 34
remitentes se expresaron abiertamente a favor de la desestimación del marxismo o expresaron su
firme respaldo a los cambios emprendidos por la dirección sin referirse expresamente a este tema.
El resto de las cartas o trataron de temas sectoriales o secundarios en el Congreso o de sus
palabras no se podía deducir un alineamiento claro a cualquiera de las dos opciones, aunque sí
una actitud generalizada de conformidad con la línea oficial del partido. En definitiva, las
posiciones de los militantes a propósito de la identidad ideológica del partido reflejadas en las
cartas no guardaron relación con las posiciones que tres meses antes se habían dado en el XXVIII
Congreso, en el que los partidarios de mantener a definición marxista fueron mayoritarios
IV.4.1.2. Los militantes de base y el marxismo.
Las posiciones concretas sobre la cuestión del marxismo dependieron también en el caso
de las bases del partido del significado que cada cual dio a este concepto. Para buena parte de
quienes respaldaron las tesis oficiales el marxismo era una teoría sustantiva cuyas tesis habían
quedado desfasadas a tenor de los cambios sociales experimentados a lo largo de la historia. En
sentido contrario se expresaron otros militantes para quienes el marxismo seguía estando vigente
porque en su opinión el sistema de explotación capitalista seguía siendo esencialmente el mismo
y el Estado seguía funcionando como un instrumento de presión clasista. En estos términos se
expresó, por ejemplo, Francisco Cobo Romero, un militante granadino entonces universitario632
.
También hubo militantes para quienes el marxismo era, en el sentido de lo planteado en
los materiales de formación analizados, una método de análisis y transformación de la realidad y
no una teoría sutantiva sobre la misma. En este sentido Francisco J. Rubio, en un artículo
ingeniosamente titulado “Fetichismo y marxismo”, denunció que la consideración del marxismo
632
Francisco Cobo Romero, “El partido que queremos”, El Socialista (Madrid), 19-VIII-1979
394
como una teoría acabada suponía reducirlo a simple ideología en el sentido peyorativo del
concepto, y negar, por el contrario, su verdadera condición científica en tanto que método633
.
No obstante, buena parte de quienes se opusieron a la renuncia del marxismo lo hieron
porque para ellos el marxismo representaba por encima de todo la afirmación de una finalidad, la
apuesta por la construcción de una sociedad socialista. En este sentido se expresaron numerosos
militantes, entre ellos Vicente Escudero Esquer, para quien el marxismo era:
un estilo de pensar, como una concepción del mundo, que tiene como fin último la desaparición de las
clases sociales y la socialización de los medios de producción634
.
Para este militante, como para muchos otros, el marxismo era, más allá de
consideraciones teóricas, la apuesta por un proyecto que daba razón de ser al propio partido:
Si abandonamos la filosofía marxista, la metodología marxista, ¿cuál va a ser nuestra base ideológica?
Tendríamos que inventarla, y cuando se inventa una ideología lo que surge, se quiera o no se quiera es otro
partido político, con todas sus consecuencias635
.
Por tanto, la mayoría de los militantes de base que se declaraban marxistas - y cuya
formación académica venía a responder a la formación académica media del partido, que era más
bien baja - no hacía una consideración teórica o academicista del marxismo. No se trataba de
defender el contenido en concreto de los análisis de Marx, que probablemente se desconocieran
en todo su rigor, ni de preservar su sofisticado método de análisis de la realidad, cuya compresión
podía resultar incluso más difícil que la compresión de sus tesis positivas, sino de defender un
proyecto, un modelo alternativo de sociedad y algunas pautas, más bien genéricas, orientadas a su
conquista. Era exactamente a eso a lo que una parte de los militantes denominaba marxismo, y la
afirmación de eso fue lo que les llevó, más allá de consideraciones teóricas e incluso de apego a
los nominalismos, a defender el concepto de marxismo. En este sentido resultan especialmente
clarificadoras las palabras de Francisco Quesada Caño:
A ver si hay alguien que me diga si por otro procedimiento se puede llegar a terminar con la lucha de clases,
con la explotación del hombre, a que haya una enseñanza igual para todos y una ley igual para todos los
633
Francisco J. Rubio. “Fetichismo y marxismo”, El Socialista (Madrid), 1-VII-1979. 634
Vicente Escudero Esquer, “Primero, forjar el partido”, El Socialista (Madrid), 5-VIII-1979. 635
Ibidem.
395
delitos iguales. Y sobre todo una ley que nos obligue a todos por igual a producir cada uno en su oficio, pero
con el mismo derecho de todos a consumir lo que necesite./ Si hay otro procedimiento capaz de conseguir
todo lo antes dicho y no se llama marxismo vamos a ensayarlo, aunque sólo sea para quitarles el miedo a
esas personas que creen que el marxismo es un tiburón que se como a los hombres vivos./Pero si no lo hay o
nadie lo intenta, vamos a seguir con el que tenemos sin renunciar a que, si algún día podemos lo vamos a
poner en práctica en beneficio de la humanidad636
.
Más allá del tono a veces abstruso y doctrinal, el debate sobre el marxismo fue la
apariencia superficial que adquirió un debate sobre la propia condición socialista del PSOE a la
altura de 1979. Buena parte de los militantes que defendieron la definición marxista del partido
probablemente no supieran mucho de marxismo, pero para ellos el marxismo representaba sobre
todo una garantía de autenticidad socialista, de apuesta por la condición del parido como partido
de clase y de apuesta en última instancia por una finalidad, por un objetivo alternativo a lo
presente. Así fue como lo vivieron, desde su sencillez intelectual y desde la firmeza de sus
principios, militantes como Rafael Jordá Muñoz, cuyas palabras no pueden ser más elocuentes a
este respecto:
Por último, diré: que prescindiendo de los cultos y especialistas del “marxismo” (y, por supuesto,
prescindiendo de ellos sin ánimo discriminatorio,) a los compañeros sencillos y no muy versados en
filosofías como, por ejemplo, el que lo suscribe, lo que nos ha alarmado no ha sido la posible eliminación
del término o palabra marxista (que, por otro lado, pudo ser excluida en el congreso extraordinario, pero no
así en su contenido o definición, si no se le hubiese dado tanto bombo y platillo, cuando menos se debió
dar), sino que de ello pudiera derivarse la desaparición, también, del concepto socialista y de su carácter de
clase. Lo que, implícita o explícitamente, podría suponer la desaparición hasta de la propia finalidad para la
que fue creado nuestro partido y esta sí que creo que debe ser inmutable en el tiempo y en el espacio637
.
El concepto de marxismo tenía para algunos militantes, especialmente para aquellos cuya
formación intelectual era básica, un sentido más simbólico que teórico-doctrinal y estaba tan
arraigado en su imaginario como suelen estarlo los símbolos, en tanto que elementos
fundamentales en la constitución de una identidad. En este sentido se expresó, por ejemplo, el
militante Francisco González Gálvez:
636
Francisco Quesada Caño, “Pregunto lo que no sé”, El Socialista (Madrid), 19-VIII-1979. 637
Rafael Jordá Muñoz, “Aportación”, El Socialista (Madrid), 22-VII-1979.
396
De sincero en nuestra reacción había que para nosotros la palabra marxismo es un símbolo desde el cual
creemos debe partir nuestra identidad de partido revolucionario en el más clásico sentido de la palabra. Es,
así de simple, ya que nuestro conocimiento del marxismo es nulo, y es nulo porque esa mayoría
pertenecemos al proletariado clásico y por lo mismo, como he dicho al principio, seguimos siendo
semianalfabetos638
.
Este mismo militante expresó a El Socialista el estupor que le causó a él y muchos de sus
compañeros la propuesta de González de prescindir de semejante símbolo:
Las declaraciones de Felipe en Barcelona sobre el asunto de la palabra marxismo produjo en la base del
partido casi el mismo efecto que si el Papa se asomara a la ventana de la plaza de San Pedro, en Roma, y le
comunicara a los fieles que había dejado de creer en Dios639
.
La comparación es muy sugerente, porque permite ver cómo las ideologías políticas
operan a veces sobre los colectivos de manera análoga a como lo hacen los sistemas de creencias
religiosas, en los que existe un palabra revelada que tiene un carácter totémico y una autoridad
encargada de interpretarla y servir de guía a la comunidad. En este esquema de elementos
simbólicos y criterios de autoridad el anuncio de Felipe González desconcertó a más de un
militante.
En definitiva, bajo la afirmación de la palabra marxismo había un sustrato de principios y
creencias, de valores y postulados éticos, arraigados en la militancia, y fue conforme a esto
valores y principios, a estas creencias y postulados, como muchos militantes se pronunciaron en
el debate identitatario. Andrés Gimeno, otro militante que envió sus opiniones al periódico,
planteó una cuestión que no conviene perder de vista a la hora de considerar los comportamientos
ideológicos de los militantes:
Estimo que la mayor parte hemos llegado al socialismo por motivos sentimentales: la rebeldía, el ansia de
justicia y de libertad, el amor a la humanidad y al prójimo, etcétera, incluso por frustraciones sociales y
económicas. La teoría viene luego, cuando sentimos la necesidad de apuntalar la fe sencilla que surge de las
vaguedades de lo utópico...640
638
Francisco González Gálvez. “Nuestras características”, El Socialista (Madrid), 5-VIII-1979. 639
Ibidem. 640
Andrés Gimeno, “El inefable encanto de la fe marxista”, El Socialista (Madrid), 26-VIII-1979.
397
En este sentido algunos militantes se movieron en el debate en cuestión primero por el
impulso de sus creencias más básicas e intuitivas, y luego procurando traducir éstas a términos
teóricos a fin de definir su posición. Fue así como algunos militantes se decantaron por respaldar
el marxismo.
IV.4.1.3. La tradición ideológica del PSOE y la memoria histórica del socialismo.
No obstante, en organizaciones como las socialistas, donde el peso de la tradición es tan
importante en las consideraciones ideológicas y en la construcción de los símbolos, cabe
preguntarse qué lugar atribuyeron al marxismo en la tradición del partido los militantes de base y
cómo se pronunciaron con respecto al marxismo en función del peso que según ellos tuvo en la
historia de su organización. Y la verdad es que los pronunciamientos al respecto no sólo fueron
diferentes, sino en ocasiones contradictorios, lo cual vino a poner de manifiesto que,
efectivamente, en la tradición del PSOE se dieron cita distintas influencias ideológicas, a las
cuáles podían agarrase quienes sostenían en el presente planteamientos enfrentados. En este
sentido, un veterano dirigente, afiliado desde el año 32 a la Federación Provincial Socialista de
Badajoz, afirmó tajantemente que el PSOE nunca había sido un partido marxista, porque en caso
contrario no se entendía cómo habían podido militar en él gente como Julián Besteiro o Fernando
de los Ríos641
. En el mismo sentido se expresó Pedro Jiménez, antiguo militante de la JSU, quien
afirmó que el mejor ejemplo de que el PSOE no había sido un partido marxista se encontraba en
la figura de su fundador, Pablo Iglesias, a su juicio – demasiado rotundo - no identificable con
esta tradición ideológica642
.
Pero en sentido contrario se expresaron también veteranos militantes y cuadros del
partido, quienes no dudaban de que el PSOE había sido desde su fundación y hasta entonces un
partido marxista. Así se expresó, por ejemplo, Mario Tanco:
Los que nos sabemos de memoria nuestra declaración de principios y estamos con ella siempre
consideramos que el PSOE era marxista. No había ni que decirlo; le era consustancial, era la esencia de
nuestra ideología643
.
641
R.L. Ramos, “Fracaso o triunfo del socialismo español”, El Socialista (Madrid), 1-VII-1979. 642
Pedro Jiménez Galán, “Reflexión”, El Socialista (Madrid), 15-VII-1979. 643
Mario Tanco, “Consideraciones de un veterano”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
398
En definitiva, la historiografía a la que aludíamos en el capítulo anterior ha planteado que
el PSOE no fue un partido preocupado por mantener una firme orientación marxista, por más que
el marxismo estuviera presente en tanto que organización surgida al calor del movimiento obrero
internacional. En el PSOE siempre convivieron dos almas, una más pragmática y desidiologizada
y otra más doctrinal y revolucionaria. Las alusiones al marxismo siempre dependieron del alma
que aflorase en cada momento. Por eso los veteranos militantes de 1979 podían afirmar, sin que
ninguno de ellos estuviera errado ni reflejara tampoco toda la realidad del PSOE, una cosa y su
contraria: que el partido había sido siempre marxista o que nunca lo había sido. En cualquier
caso, el marxismo que se desestimó en estos momentos era, como venimos insistiendo, un
marxismo repentina y accidentalmente adquirido en los últimos años de la dictadura y no una
tradición nítida que se remontara a tiempos originarios.
Otro aspecto importante que se puso de manifiesto en los testimonios fue el arraigado
sentido de pertenencia a una tradición de lucha. La memoria histórica de los socialista estuvo
muy presente en sus reflexiones. En ellas se habló de las grandes gestas del partido, de sus mitos
fundacionales y de los momentos más duros de lucha y sacrificios. El pasado del partido apareció
como referencia constante a la que había que rendir justicia con la práctica cotidiana: la acción
del partido debía ser la acertada por coherencia con su pasado y en homenaje a cuantos se
sacrificaron en él. La tradición funcionó así como un elemento de legitimación de la política del
momento, y la lucha del pasado como una experiencia de sacrificios que había que redimir en el
presente. Las citas que se pueden sacar a colación son numerosas. Por ejemplo, Enrique Agadía
planteó que había que superar las diferencias en homenaje a quienes les precedieron:
Por todo lo expuesto, aconsejo a todos los compañeros de buena voluntad que alejemos las discordias y
trabajemos por el socialismo; así honraremos a Marx y a tantos que nos precedieron en la lucha644
.
Pablo Blanch hablaba de los cien años de historia del socialismo de la siguiente manera:
Cien años de lucha no se pueden desperdiciar, puesto que representan, muchísimos sacrificios máximos,
muchas miles de horas de cárcel y millares de días de exilio, sin olvidar la cuantiosa separación de familias
que se han esparcido por esos mundos645
.
644
Enrique Agadía, “Experiencia revolucionaria”, El Socialista (Madrid), 26-VIII-1979. 645
Pablo Blach Canals, “¿Se puede desperdiciar cien años de lucha?”, El Socialista (Madrid), 26-VII-1979
399
Y Etelvino Vega insistió también en los momentos de mayor dramatismo en la historia del
partido:
Por eso os pido, compañeros, que penséis bien vuestra labor, no deshagáis lo que tanta lucha y lágrimas
costó al pueblo, porque bien lo ha demostrado en las contiendas que hubo hasta el año 1936, donde la
sublevación fascista se levantó en armas contra el pueblo. Y así se demostró en 1936 el valor, la eficacia y
el coraje que tantas vidas humanas quedaron sobre los campos de batalla. Luego vino la postguerra y fueron
mártires todos aquellos hombres que pensaban en el socialismo, porque quienes hayan vivido durante esos
años saben de la catástrofe que se vivió646
.
En medio de estas referencias al pasado fueron recurrentes las alusiones a las grandes
personalidades del Movimiento Obrero y del partido, a las figuras ejemplares de Besteiro, Largo
caballero, Pietro y, por encima de todos, Pablo Iglesias.
IV.4.1.4. Los militantes de base y el paradigma ideológico de antifranquismo.
No obstante, como se ha planteado también en el capítulo anterior, el marxismo del que se
hablaba en el PSOE a la altura de 1979 no era un marxismo que hundiera sus raíces en la
tradición del partido, sino un marxismo muy característico de los ambientes de la lucha contra la
dictadura, un marxismo entonces hegemónico en las vanguardias antifraquistas que también se
había filtrado a los jóvenes socialistas de la clandestinidad y que además había sido estimulado
desde la dirección a través de sus programas formativos. La mayor parte de quienes defendieron
el mantenimiento del marxismo lo hicieron desde los parámetros ideológicos que constituyeron el
paradigma que hemos denominado del antifranquismo. Y este paradigma, que insistimos se había
estimulado desde las escuelas oficiales de formación, se puso, como es lógico, sobradamente de
manifiesto en las cartas enviadas a El Socialista.
En estas cartas hicieron acto de presencia las concepciones globales, las ideas fuerzas y
los principios básicos de la cultura política del antifranquismo. En ellas se afirmaron los grandes
objetivos en los que se habían educado y las grandes estrategias esbozadas para conquistarlos. En
ellas se pusieron de manifiestos esos horizontes generales de pensamiento, las consideraciones
646
Etelvino Vega Fernández, “Palabras de un socialista”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
400
típicas de que eran objetos cuestiones recurrentes, los temas de reflexión preferentes y los
lenguajes clásicos con que se expresaban. Varias de las cartas enviadas, generalmente avalando la
permanencia del marxismo, fueron extensos decálogos en los que se exponían estas ideas del
antifranquismo. Por ejemplo, José María Puente enumeró las siguientes ideas representativas de
la cultura izquierdista de aquellos años:
1) Que los intereses de los trabajadores debían ser el motor prioritario del programa y la
práctica política del partido (afirmación de la condición de clase); 2) que “ sin la abolición de la
propiedad privada de los bienes de producción no conseguiremos nunca la sociedad por la que
luchamos” (la consideración de la propiedad privada como fuente de los males sociales); 3) que
la lucha parlamentaria había que conjugarla con la lucha en la calle (la consideración de la lucha
social como soporte que da sentido a la lucha institucional y debe orientarla); 4) que además de
luchar por la conquista del poder en la práctica diaria había que ir sumando parcelas de decisión
en manos de los trabajadores (el ideal del socialismo autogestionario); 5) que la lucha por el
socialismo era una lucha a escala mundial (el valor del internacionalismo); 6) “que la lucha por el
bienestar económico y la calidad de vida de las clases populares no podía basarse en el respeto,
apuntalamiento y un mayor “perfeccionamiento de las estructuras capitalistas existentes” (la
apuesta por la transformación total y no parcial de la realidad); 7) que la lucha sindical tenía una
importancia de primer orden; 8) que toda alianza debía tener como objetivo la mejora de los
intereses de clase ( de nuevo la afirmación de la condición de clase del partido); y 8) que el
método de análisis de la realidad para desarrollar todo eso debía ser el marxismo (afirmación del
marxismo al menos como método)647
.
Se trató de los mismos principios expuestos con otras palabras, por ejemplo, por Pere
Felis y Miguel Sánchez, dos militantes del PSC-PSOE. En su texto plantearon 1) que el
marxismo seguía siendo el método por excelencia de interpretación y transformación de la
realidad en un sentido socialista, 2) que el PSOE era un partido de clase, de masas y de cuadros,
4) que era al mismo tiempo un parido de lucha y de gobierno, 5) que apostaba por simultanear la
democracia liberal con formas más avanzadas de democracia, 6) que apostaba por un Estado
descentralizado en la perspectiva última de su desaparición, 7) que para ello había que constituir
un bloque histórico vertebrado por la clase trabajadora, etc.648
647
J. M. Puente, “Lo que yo espero del Congreso”, El Socialista ( Madrid), 5-VII-1979. 648
Pere Felis y Miguel Sánchez, “marxismo y corrientes de opinión”, El Socialista (Madrid), 26-VIII-1979.
401
Estas ideas - fuerza que constituían el paradigma ideológico del antifranquismo se
reiteraron en varias de las cartas enviadas, como prueba de que la herencia ideológica del
antifranquismo seguía pesando en el PSOE a la altura de 1979. En el mismo sentido José Ramón
García Menéndez afirmaba que la razón de ser del partido consistía en representar una esperanza
de sociedad distinta y otra forma de organizar el Estado, y que para ello no había que confundir la
fundamental toma del poder político con el más limitado, y a veces contraproducente, acceso al
gobierno649
. Otro militante, Laureano Gómez Márquez, advertía de los peligros de integración
que se cernía sobre un precipitado acceso al gobierno650
.
Pero, ¿ qué lugar ocupaba en este paradigma ideológico el concepto de democracia?, ¿cuál
fue la noción de democracia que se manejó por parte de los militantes más izquierdistas durante
este proceso de transición a la democracia? De nuevo se constata, ahora en el caso de los
testimonios de las bases, dos cosas: que la democracia ocupaba un lugar central en los discursos
de la izquierda más exigente y que el concepto de democracia que manejaban superaba al
concepto liberal de democracia pero lo comprendía al mismo tiempo. Por tanto, tampoco en el
caso del PSOE había sectores significativos que cuestionase la denominada democracia formal,
en todo caso se consideraba insuficiente aunque necesaria. La lucha por la democracia fue una
prioridad para el conjunto de los militantes de la izquierda, aunque algunos de ellos inistieran
más en la necesidad de ligarla al socialismo. Dos testimonios nos sirven para constatar esta
consideración de la democracia. El primero corrió a cargo de los dos militantes del PSC antes
citados:
Los socialistas creemos en un socialismo democrático, un socialismo donde el pluralismo político, el
sufragio universal, las libertades políticas se mantienen junto a nuevas formas de democracia popular, es
decir, socialismo y democracia son términos indivisibles y serán la base del Estado y la sociedad
socialista651
.
El segundo, perteneciente a Manuel Fernández Zapico, tenía un tono menos refinado pero
venía a plantear lo mismo:
649
José Ramón García Menéndez, “Aportación”, El Socialista (Madrid), 8-VII-1979. 650
Laureano Gómez Márquez, “ Programa realista”, El Socialista (Madrid), 26 – VIII – 1979. 651
Pere Felis y Miguel Sánchez, “marxismo y corrientes de opinión”, op. cit.
402
Queremos un PSOE que camine hacia el socialismo. Claro que se hará por etapas, claro que para hacer la
revolución no son imprescindibles las pistolas y los petardos artesanales; la revolución se puede hacer con
el arma del voto, llevando un número suficiente de diputados al parlamento y desde allí hacer las
transformaciones necesarias que nos lleven al socialismo que apetecemos652
.
El conflicto ideológico que se produjo en el PSOE fue también un conflicto en torno a la
noción de democracia que debía imperar en el discurso socialista. Aquellos que se opusieron a la
renuncia del marxismo hicieron más énfasis en esta acepción avanzada de la democracia. Pero la
democracia, aunque fuera en sus mínimos, era un denominador común y un elemento central en
el ideario socialista.
En definitiva, lo que se planteaba desde los postulados del antifranquismo era una
concepción del mundo explícita, una ideología, al fin y al cabo, que, además de pretenderse
oficial para el conjunto del partido, se enfrentaba expresamente a la socialdemocracia. Y es que
las intervenciones de algunos militantes ponían de manifiesto ese deseo del socialismo
meridional - tanto más acusado en los partidos que acababan de salir de una dictadura y/o
rivalizaban con importantes partidos comunistas - de poner distancias o atacar directamente a los
partidos socialdemócratas con los que por otra parte compartían lugar en la Internacional
Socialista. En este sentido, por ejemplo, el militante Constantino Prol Cid planteó que el
socialismo, a diferencia de la socialdemocracia que a su juicio sólo aspiraba al cambio
cuantitativo reformista, aspiraba a cambios cualitativos que no perdieran de vista la meta final653
.
O, en el mismo sentido, Manuel Ruzafa Montes habló de la necesidad de mejorar la formación en
el partido para que éste no cayera en “la tentación del desviacionismo socialdemócrata”654
.
IV.4.1.5. Los militantes de base y el paradigma ideológico de la moderación.
Pero ahora bien, este paradigma ideológico del antifranquismo no era ni mucho menos
hegemónico en el PSOE - como en cierta medida ha podido verse en el caso de las encuestas -
por más que hiciera oír su voz durante la crisis socialista. El conflicto ideológico que se vivió en
el PSOE no fue un conflicto entre unas bases radicalizadas y una dirección que aspirase a
652
Manuel Fernández Zapico, “Qué se quiere hacer con el PSOE”, El Socialista ( Madrid), 2-IX-1979. 653
Constantino Prol Cid, “Hay que temer más a las personas que a los conceptos” El Socialista (Madrid), 8-VII-
1979. 654
Manuel Rufaza Montes, “Socialismo de laboratorio y socialismo”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
403
moderarlas, sino un conflicto entre diversas tendencias, más moderadas unas y más radicalizadas
otras, que existía en el propio seno de la militancia socialista, y que fue estimulado por la
dirección en un sentido que, por supuesto, apuntaba a la moderación del conjunto del partido.
Tanto es así que en las mismas bases militantes existían actitudes orientadas a sofocar un
radicalismo que se consideraba disfuncional para los objetivos a perseguir, o a desprenderse de
esquemas ideológicos que se consideraban asfixiantes por sus niveles de exigencia o retóricos por
su inviabilidad. Incluso se daba en algunas bases socialistas una actitud de cierto desprecio a los
esquemas ideológicos y las culturas políticas y militantes procedentes del antifranquismo, una
consideración de su obsolescencia desde el convencimiento de que se trataba de realidades
superadas, una conciencia de que esa herencia representaba un lastre para los nuevos tiempos.
Incluso avanzada la transición se dio una cierta mirada de superioridad sobre un pasado, el de la
lucha antifranquista, que se consideraba repleto de actitudes románticas y pueriles. Como se
viene planteando en este trabajo, en la transición se penalizó tanto el franquismo como el
antifranquismo. Esta penalización se dio también en partidos como el PSOE, no sólo por parte de
sus dirigentes, sino también por parte de algunos de sus militantes de bases.
En este sentido resultan clarificadoras las palabras de Luis Salazar, un militante muy
crítico con la ponencia política que se había aprobado en el XXVIII Congreso:
Se ha aprobado una ponencia política cuyos defensores no han sido capaces, a la vista de los
acontecimientos, de asumirla ejecutivamente. Entiendo por tanto que el contenido de dicha ponencia es
inaplicable hoy en nuestro país. / Se ha aprobado una ponencia política cuyo texto, o al menos parte del
mismo, nos trae recuerdos románticos de clandestinidad, lucha antifascista y revolución, pero que denota
una abstracción que dice bien poco a favor de la visión y capacidad política de sus verdaderos autores. Esta
ponencia, siempre bajo mi personal criterio, quizá equivocado, utiliza frecuentemente un idioma y contiene
unos planteamientos que me atrevería a calificar de irreales, demagógicos y, como ya quedó dicho
anteriormente, inaplicables655
.
Existía entre buena parte de las bases del PSOE un cierto hastío hacía radicalismo
doctrinal del antifranquismo y un deseo manifiesto de desprenderse de actitudes que
consideraban ilusorias, o a las que directamente se tachaba de utópicas en la acepción peyorativa
que esta palabra tiene en la tradición socialista y fuera de la tradición socialista. Este rechazo se
655
Luis Salazar, “El socialismo actual”, El Socialista (Madrid), 15-VII-1979.
404
expresaba a veces en un tono paternalista. En este tono se expresó, por ejemplo, Santiago Arres,
un veterano militante del PSOE:
Ocurre, a veces, sobre todo a los jóvenes idealistas de buena fe, pero poco duchos en las astucias de la vida,
que se dejan mecer por las dulces ilusiones: las ilusiones, que la mayor de las veces navegan con rumbos
borrosos por los mares de la utopía ciegan la luz de la realidad656.
Pero este rechazo se expresó en otras muchas ocasiones en un tono más duro. Por
ejemplo, Rodrigo León Ramos habló de la necesidad de orientar todos los esfuerzos del partido,
diciendo, en clara alusión a los críticos, que “otra cosa es y será caminar por las sendas de la
fantasía y de las fábulas”657
.
La oposición expresa al utopismo era el negativo de la apuesta abierta por el
pragmatismo, una actitud más que presente entre buena parte de las bases del PSOE. La apuesta
por aliviar las exgencias ideológicas y postergar los objetivos maximalistas a fin de ampliar el
respaldo electoral estaba implícita y a veces explícitas en muchos de los testimonios de los
militantes. En este sentido se expresó, por ejemplo, el militante Pablo Blach Canals:
Conviene así mismo que las demagogias se dejen para los ilusionistas o utópicos, para entregarnos de lleno
a una labor constructiva digna de todo prestigio, que, sin duda alguna, una opinión pública sabrá apreciar y
otorgar su confianza tan pronto se le presente la ocasión658
.
Se trataba de un razonamiento en el que insistía la dirección del partido y que circulaba
entre sus bases. Por ejemplo, Ángel Cristóbal Montes, a la sazón diputado del PSOE por
Zaragoza, se expresó de la siguiente forma:
El partido tiene que acomodarse a lo que la ciudadanía le pide y su línea debe ser la que en este momento es
posible, conveniente y útil de cara a los intereses genéricos del país y a la lógica instauración de la
democracia659
.
656
Santiago Arres, “El buen camino”, El Socialista (Madrid), 5-VIII-1979. 657
Rodrigo León Ramos, “La conquista del poder político”, El Socialista (Madrid), 12-VIII-1979. 658
Pablo Blach Canals, “¿Se puede desperdiciar cien años de lucha?”, El Socialista (Madrid), 26-VII-1979. 659
Ángel Cristóbal Montes, “La crisis”, El Socialista (Madrid), 1-VII-1979.
405
El testimonio, aunque no proceda exactamente de un militante de base, es de interés por
cuanto que en él se expresaron dos ideas muy generalizadas entre este sector más pragmático de
la militancia de base. Una, que en la compleja relación entre lo que el partido le ofrecía a la
ciudadanía y ésta reclamaba, el segundo polo debía primar sobre el primero. Y dos, que la lucha
por la consolidación de la democracia era un objetivo al cual había que supeditar todos los demás,
cuando no postergarlos o incluso olvidarlos.
Buena parte de la militancia fue muy consciente de los límites entonces existentes para el
desarrollo de una política eminentemente socialista. La alusión a estos límites sirvió también a
muchos militantes para justificar una política más o menos ambiciosa, para justificar un cambio
en las metas del partido y en su propia naturaleza. Estuvieron muy presentes en las cartas las
apelaciones a la necesidad de romper el miedo a la izquierda que sentía buena parte de la
ciudadanía por medio de la revisión del ideario del partido660
. En este sentido el militante Priscilo
del Palacio Gómez hizo en su carta un breve pero preciso recorrido por la historia de los partidos
socialistas para probar, según él, que la aplicación de programas estrictamente marxistas nunca
había sido posible661
. De igual modo, de manera elocuente y con mucho escepticismo, se expresó
otro militante, José Tomero Alarcón. Su testimonio vino a decir que la política socialdemócrata
era la única política posible para un partido socialista, que aspirase, eso sí, a ocupar el gobierno:
Desengañémonos: por muy marxista que pueda ser la ideología del partido, si el PSOE llega al poder en las
próximas elecciones o antes -y hemos de luchar para lograrlo- tendrá que gobernar por la vía
socialdemócrata, porque no le dejarán gobernar de otra manera la bancocracia autóctona, los llamados
“poderes fácticos” y la oligarquía financiera nacional e internacional662
.
IV.4.1.7. El hastío hacia el debate y el cuestionamiento el debate.
No hay que olvidar que en medio de tan apasionada discusión también hubo militantes
que se sintieron fuera de juego o consideraron que la discusión era, por abstrusa, gratuita y
paralizante. El debate sobre el marxismo fue tan intenso que saturó a una parte de la militancia y
tan academicista en muchos casos que desató una cierta reacción contra lo que con frecuencia se
660
Fernando Márquez, “La túnica de Neso”, El Socialista (Madrid), 5-VII-1979. 661
Priscilio del Palacio López, “Socialismo y marxismo”, El Socialista (Madrid), 26-VIII-1979. 662
José Tomero Alarcón, “Las cosas claras”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
406
llamó “el intelectualismo”. Varios fueron los militantes – entre ellos cabe sacar a colación los
nombre de Jesús Esparza, Alfonso G. Delgado o M. Pérez Gómez 663
– que tacharon a este debate
de “bizantino” y que lo despreciaron planteando que se trataba de una discusión acerca del “sexo
de los ángeles” que en nada beneficiaba al partido. La reacción contra la intelectualización del
debate se dejó sentir también en el testimonio de Francisco González Gálvez, que denunció el
monopolio que de la discusión estaba haciendo este sector664
, o en el testimonio de Cruz Merino,
que advirtió de los peligros que representaba para un partido socialista tanto la escasez como el
exceso de intelectuales, sobre todo si estos se consideraban “las únicas testas pensantes”665
. Esta
sensación de desconcierto y al mismo tiempo de hartazgo hacia un debate que para muchos
desbordaba sus capacidades y resultaba poco operativo quedó bien reflejada, por ejemplo, en el
testimonio de Manuel Ruzafa Montes:
En estos días es muy frecuente que los militantes de base nos encontremos con escritos o escuchemos
conferencias en los que el lenguaje empleado resulta tan científico, tan teórico, que la mayoría tenemos que
hacer un esfuerzo mental para entenderlos o pedir explicaciones [...] Al militante sencillo de base le asustan
y le confunden esa larga serie de conceptos y definiciones farragosas puramente científicas[...] Asistimos a
reuniones-debate en las que compañeros “muy doctos” han estado hablando horas y horas sentando
cátedras de marxismo, pero los receptores de estas sapientísimas doctrinas estaban desconcertados y
abrumados con tantos conceptos sutiles [...]El militante de base, “concienciado”( y digo concienciado, no
“instruido”, concienciado en el sentido estricto de la realidad y vivencia de la práctica, no de la teoría), no
tiene duda alguna de cuál es su postura o identidad, y no cae así porque sí en la tentación del
“desviacionismo socialdemócrata”, nunca está de acuerdo “con pactos y con consensos” por muy
“estratégicos” que sean, necesita que se los “expliquen” bien y muy claramente666
.
Finalmente, es importante destacar que muchos militantes no sólo tomaron posición en el
debate sino que intentaron interpretar en esos momentos qué le estaba sucediendo al partido.
Trataron, en definitiva, de elevarse por encima de la discusión para valorar las razones de lo que
estaba sucediendo en esos momentos en concreto y de los cambios en general que se estaban
produciendo dentro del partido. Por ejemplo, Valentín Martínez Campillo planteó que la
transformación en el PSOE obedecía a la entrada masiva de nuevos afiliados que no respondían a
663
Jesús Esparza, “El marxismo, dentro, por el calor”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979, Alfonso G. Delgado,
“Aportación”, El Socialista (Madrid), 1-VII-1979. M. Pérez Gómez, “ Los intelectuales que queremos”, El Socialista
(Madrid), 19-VIII-1979. 664
Francisco González Gálvez, op. cit. 665
Cruz Merino, “La eficacia es lo principal”, El Socialista (Madrid), 12-VIII-1979. 666
Manuel Rufaza Montes, “Socialismo de laboratorio y socialismo”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
407
los mismos criterios ideológicos de quienes se formaron en la clandestinidad o los primeros
momentos de la transición667
. Por ejemplo, Antonio Gómez Serrano planteó que una de las
razones del descontento de las bases hacia la dirección radicaba en la actitud cada vez más
distante y altiva de éstas, tanto más llamativa en un partido que en la clandestinidad había
conocido, a su juicio, la camaradería y el trato igualitario668
. O así, otro militante interpretó del
siguiente modo el debate identitario:
Creo que lo de marxismo y socialdemocracia no es más que un truco, sustentado, en la gran mayoría de los
militantes de base, por la falta de formación y criterio político, por los caracteres emocionales y míticos de
determinadas palabras siguen teniendo, y por los diferentes discursos de nuestra elite política: posibilista en
unos casos (ellos dicen realista), verbalista en otros (ellos dicen crítica)669
.
Sorprendente resulta el hecho de que fueran escasos los testimonios que criticasen
abiertamente la línea política que había seguido el partido durante la transición, al equipo que la
había ejecutado y al proceso mismo, máxime cuando unos meses antes estas críticas habían sido
recurrentes en el plenario del XXVIII Congreso. No obstante, hubo casos, como el de Casimiro
Caballero que describieron la situación del momento de la siguiente manera:
Se hacen nuevas leyes, se aprueban y todo aparentemente sigue igual para el ciudadano medio. Y todo sigue
igual porque nuestro poder de penetración tropieza todavía con obstáculos insuperables y es incapaz aún de
alterar el equilibrio que el fenecido régimen dictatorial estableció670
.
E incluso hubo alguna crítica a Felipe González - muy pocas de todas formas - como la
que le hizo Juan Falces Elorza:
Como todos los diarios burgueses, por progresistas que pretendan ser, ven la postura de Felipe ornada de lo
que denominan “ética socialista”, nosotros, que estamos dentro del partido no sólo mirando desde la ventana
de enfrente, la vemos como una estrategia desesperada para acallar la crítica de la gestión de algunos
compañeros de su equipo671
.
667
Valentín Martínez Campillo, “Información y democracia”, El Socialista (Madrid), 22-VII-1979. 668
P. Antonio Gómez Serrano, “Culpa y autocrítica”, El Socialista (Madrid), 26-VIII-1979. 669
“La claridad de las ideas”, El Socialista (Madrid), 19-VIII-1979. 670
Casimiro Caballero, “Democracia y libertad”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979. 671
Juan Falces Elorza, “En torno a Felipe”, El Socialista (Madrid), 2-IX-1979.
408
IV.4.2. Los testimonios de los militantes del PCE.
IV.4.2.1. Los participación de los militantes de base en la fase precongresual del IX
Congreso.
El debate sobre el leninismo produjo una agitación inusual entre los militantes del PCE.
Aunque la tesis XV fue aprobada en el IX congreso de abril 1978, el conjunto de la militancia no
aceptó sin más la propuesta de redefinición ideológica. De hecho fue la primera vez en mucho
tiempo que una iniciativa de la dirección suscitó un amplio, aunque minoritario, rechazo. Además
de por la sintonía que muchos militantes tuvieron de antemano con la propuesta revisionista de la
dirección, la nueva definición del partido se impuso también por la autoridad de la que todavía
disfrutaba Santiago Carrillo, porque se movilizó todo el aparato para sacar adelante la propuesta y
porque en el PCE no había arraigado del todo una cultura de discrepancia natural con las
iniciativas que venían de arriba.
Las posiciones de los militantes de base sobre la cuestión identitaria pueden analizarse
recurriendo a los resultados de las votaciones que se produjeron en las conferencias sectoriales,
provinciales y regionales preparatorias del IX Congreso de abril de 1978. Si los resultados que
finalmente se produjeron en el cónclave son en cierta forma representativos de lo que la
militancia de base pudo pensar, más representativos aún son los datos de las fases preparatorias,
por cuanto que la escala de observación es más reducida y por tanto más próxima al
comportamiento de los afiliados. Además el análisis de las conferencias preparatorias permite ver
precisamente los importantes esfuerzos de la dirección para lograr un amplio respaldo a sus
planteamientos. Fue en las fases preparatorias del IX congreso en las que la dirección movilizó a
sus figuras más autorizadas y prestigiosas para que acudieran a las conferencias de las principales
ciudades y de todas las provincias y regiones a defender las tesis propuestas, conscientes de que
en la tradición comunista, los congresos suelen ganarse o perderse en los procesos que los
preceden.
En líneas generales varias conclusiones pueden anticiparse del análisis de los resultados
de las fases previas al IX Congreso. Entre ellas quizá la que invita a una mayor reflexión sea la
siguiente: que la oposición a la propuesta oficial de revisión doctrinal fue más amplia y
409
apasionada en aquellas organizaciones regionales o nacionales más fuertes. Efectivamente, fue en
las organizaciones más numerosas del partido, en las mejor organizadas, en las más influyentes
socialmente hablando, en las que tenían una mayor tradición de lucha antifranquista y en las que
ahora en la democracia habían obtenido mejores resultados electorales, fue, precisamente en
ellas, en las que las actitudes críticas tuvieron mayor respaldo y se hicieron oír mas apasionada e
incluso enconadamente. De este modo, Cataluña, Asturias y Madrid fueron, por este orden, las
organizaciones territoriales comunistas donde el rechazo a la propuesta oficial estuvo más
generalizada entre la militancia, aunque en los dos últimos casos los sectores críticos no llegaron
a constituirse en ningún momento en mayoría. Después de estas organizaciones, aquellas en las
que el rechazado a la tesis oficial tuvo unos porcentajes significativos, aunque más reducidos,
fueron organizaciones territoriales de tipo medio o más bien medio alto como Andalucía o
Valencia. Finalmente los niveles de adhesión a la propuesta oficial fueron abrumadoramente
mayoritarios en las organizaciones provinciales o regionales menos numerosas, influyentes y
activas.
El caso del PSUC ya ha sido relatado en el capítulo de los intelectuales. El debate sobre el
leninismo desató en la Conferencia Nacional de los comunistas catalanes preparatoria del IX
Congreso del PCE, celebrada el primer fin de semana de abril de 1978, una crisis coyuntural que
se saldó con el amago dimisionario de Gregorio López Raimundo, como presidente, y de Antoni
Gutiérrez, como Secretario General. Aunque al cabo de una semana ambos fueron ratificados de
nuevo en sus cargos por el Comité Central del partido las tensiones políticas e ideológicas
latentes en el PSUC había hecho acto público de aparición. Las dos votaciones que se realizaron a
propósito de la cuestión identitaria en la Conferencia arrojaron resultados distintos y
contradictorios. En la votación de la Tesis XV, 97 conferenciantes se decantaron por la propuesta
oficial y 87 lo hicieron por una enmienda que definía al PCE como partido fundamentado en “el
marxismo y el leninismo”, que era precisamente la definición del PSUC en esos momentos. Sin
embargo, la relación de fuerzas se invirtió en la votación sobre la definición ideológica que
habría de aparecer en los estatutos. Once de los anteriores votantes favorables a la propuesta
oficial cambiaron el sentido de su voto, de manera que se impuso finalmente la definición
leninista. El cambio de resultado se debió al hecho de que en la primera votación se había
impuesto la disciplina de voto para los miembros del Comité Ejecutivo: los dirigentes críticos con
la propuesta presionaron para que en el debate sobre los estatutos se diera libertad de voto y fue
410
así como cambió finalmente el resultado. Semejante desaprobación a la propuesta oficial fue lo
que provocó la retirada del presidente y el secretario del partido catalán672
.
No obstante, la conferencia del PSUC no conoció una participación destacada de la
militancia de base, porque los asistentes a esta conferencia no fueron elegidos “ex porfeso” en las
agrupaciones de base, como sí sucedió en otras organizaciones provinciales o regionales del
partido, sino que estuvo integrada por los miembros del Comité Central más los secretarios
generales de las agrupaciones de 150 o más militantes673
. De igual modo, el debate sobre el
leninismo en esta conferencia del PSUC encubrió también un debate acerca de la autonomía del
partido catalán con respecto al PCE, en un momento en el que sectores del primero pensaban que
esta independencia estaba siendo vulnerada por el segundo. Por tanto, el debate en torno a la
definición identitaria no se expresó sólo en la disyuntiva “leninismo sí o leninismo no”, sino en
una disyuntiva consistente en acatar una propuesta de revisión doctrinal que venía de Madrid o,
por el contrario, defender para el conjunto del PCE la definición leninista que poco tiempo atrás
se había dado a sí mismo el PSUC. En definitiva, la defensa del leninismo en el caso del PSUC
funcionó también como una forma de afirmación de su autonomía orgánica y política frente al
PCE, en un ejemplo más de cómo los debates ideológicos encubren con frecuencia
confrontaciones en torno a cuestiones más tangibles.
En cualquier caso, aunque atravesado de intereses de distinto tipo, el debate sobre el
leninismo en el PSUC, el referente comunista más consolidado de todo el Estado, se saldó con la
derrota de las tesis oficiales, y eso reflejaba en última instancia un sentir crítico de cariz
ideológico generalizado entre una parte considerable de la militancia.
El caso de Asturias también se ha tratado en el apartado anterior. Al igual que en Cataluña
el debate sobre el leninismo sirvió para expresar un conflicto entre dos sectores que venían
pugnando por el control del partido desde hacía tiempo, y cuyos integrantes respondían a un
perfil sociológico, formativo y militante distinto. El sector minoritario, que al final hizo causa del
mantenimiento de la definición marxista-leninista del partido, estuvo integrado
fundamentalmente por profesionales y universitarios ovetenses que apostaban por una renovación
672
Sobre la conferencia pueden leerse dos relatos: Mundo Obrero (Madrid), nº 14, del 6 al 12 de abril de 1978, p. 6.
o Treball (Barcelona), nº 523, del 7 al 13 de abril de 1978. 673
Ibidem.
411
en los métodos de funcionamiento del partido y expresaban una actitud crítica hacia muchas de
las decisiones que el PCE había tomado durante la transición. El sector mayoritario, que respaldó
la propuesta de revisión doctrinaria, estuvo integrado sobre todo por los militantes de las cuencas
mineras y la industria siderometalúrgica. Se trató de un sector que respondía a una concepción
más clásica de la militancia comunista y que, aunque fuera por sentido de la disciplina, cerró filas
en torno a las decisiones más polémicas adoptadas por la dirección del PCE durante la
transición674
. El debate sobre el leninismo en Asturias fue sobre la naturaleza ideológica del
partido, pero un debate que giró sobre todo en torno a concepciones distintas de lo que debía ser
la práctica política y el modelo organizativo de los comunistas, además de un pretexto en la lucha
por el poder. La relación de fuerzas en Asturias con respecto al debate ideológico resulta difícil
de precisar, porque, como se ha dicho, 113 militantes del sector crítico decidieron salirse de la
conferencia preparatoria del IX Congreso celebrada en Perlora a finales de marzo de 1978,
cuando en un momento determinado de los debates se les negó la palabra desde la mesa. No
obstante, suponiendo, de acuerdo con sus pronunciamientos previos, que en caso de haber votado
sobre la tesis XV todos o casi todos ellos lo habría hecho a favor de la definición “marxista-
leninista”, se puede considerar que el rechazo a la propuesta oficial hubiera sido bastante amplio.
Si sumamos estos 113 votos a los 28 que votaron a favor de la postergación del debate y a los 18
que votaron a favor de la definición marxista - leninista resulta que un 42% de los delegados
elegidos por las agrupaciones de base para representarlos en la conferencia asturiana no
respaldaban la propuesta oficial675
.
La conferencia de Madrid, celebrada del 17 al 19 de marzo de ese año de 1978, no fue tan
agitada como las dos anteriores, pero tampoco resultó ser un paseo triunfal para las tesis oficiales.
Quizá fue en ella donde mejor se evidenció los importantes esfuerzos que hizo la dirección para
sacar adelante sus propuestas con el máximo respaldo posible. No en vano el propio Santiago
Carrillo acudió a la conferencia (algo normal por tratarse de una de las organizaciones
territoriales más importantes del partido) y participó directamente en los debates sobre las tesis
(algo poco habitual en un Secretario General de un partido comunista). Concretamente fue en los
674
Sobre la caracterización de los sectores enfrentados en Perlora y sobre el desarrollo de la conferencia véase Rubén
Vega García. “El PCE asturiano en el tardofranquismo y la transición.”, en Francisco Erice (coord..), Los comunistas
en Asturias...op. cit., pp. 186-200. 675
Los datos de la conferencia pueden verse en 675
“Extracto del acta de resoluciones de la Conferencia
Extraordinaria de la organización del PCE de Oviedo”, El Basilisco (Oviedo), núm. 6, Especial: la crisis del Partido
Comunista de Asturias. Documentos, enero-abril de 1979, pp. 34 y 35. Para analizar este acontecimiento son
fundamentales todos los documentos que El Basilisco publicó en este número.
412
debates de la tesis 1, que analizaba la transición política, y de la tesis 6, que exponía el esquema
eurocomunista de transición al socialismo, en los que el Secretario General descendió al nivel de
los cuadros intermedios y militantes de base para implicarse directamente y de viva voz en la
diatriba. En este sentido, cuando algunos delegados al congreso intervinieron para cuestionar el
respaldo del partido al texto constitucional que se estaba debatiendo, planteando que sería un
freno para futuros proyectos socialistas, Santiago Carrillo intervino de la siguiente forma para
justificarlo:
El marco constitucional que se propondrá al pleno de las Cortes permite nacionalizaciones de sectores de la
propiedad privada en interés general de la sociedad. No será una Constitución socialista, ni mucho menos,
pero no cerrará el camino para que con una mayoría democrática se puedan hacer ciertas transformaciones
socialistas.676
No obstante, para defender la tesis XV Santiago Carrillo tenía reservado a otro peso
pesado de la organización: Simón Sánchez Montero. Y es que Simón Sánchez Montero se
convirtió en el portavoz por excelencia de la propuesta de revisión ideológica durante todo el
proceso congresual. Su defensa del abandono del leninismo se concretó en la publicación de
frecuentes artículos en la prensa del partido y en la prensa de masas, en la defensa de la tesis XV
en conferencias preparatorias como la de Madrid y finalmente en la defensa última de esta tesis
en la sesión plenaria del IX Congreso. No cabe duda que la elección de Simón Sánchez Montero
como portavoz principal de la propuesta oficial fue una decisión muy acertada que contribuye a
explicar su éxito. Sánchez Montero era entonces una de las figuras más prestigiosas, respetadas y
queridas para el conjunto de la militancia. Su biografía política estaba repleta de actos heroicos y
sacrificios extremos por el partido: combatiente en la Guerra Civil sumó posteriormente a sus
espaldas más de 15 años en las cárceles franquistas por su destacado trabajo político en el
interior. De hecho Sánchez Montero fue una de las figuras clave de la reorganización y el
crecimiento del partido en el interior, después del repliegue de los años más duros de la
clandestinidad, y jugó un protagonismo destacado como dirigente en el periodo de máxima
expansión del PCE en los movimientos sociales de oposición a la dictadura en la década de los
sesenta y setenta. Sánchez Montero había sido el miembro del Comité Central en el interior de
referencia de la lucha antifranquista. Además en la conferencia de la que se está hablando
Sánchez Montero fue elegido, en sustitución de Víctor Díaz Cardiel, responsable político de la
676
Mundo Obrero (Madrid), Nº 12, del 23 al 29 de marzo, pp. 1-3.
413
organización comunista madrileña por abrumadora mayoría677
. En definitiva, en su persona se
concentraban todas las legitimidades tipificadas por Weber: la legitimidad histórica (venía de los
tiempos de la República y de la Guerra Civil), la legitimidad carismática (había sido un ejemplo
de coherencia y resistencia en la dura lucha del interior), la legitimidad de ejercicio (había sido un
eficiente organizador de la acción de masas del partido) y la legitimidad democrática (estaba
recibiendo ya en democracia el respaldo masivo de los militantes madrileños como dirigente).
Pocos líderes había que ofrecieran un currículum tan completo, y entre los escasos dirigentes
partidarios del leninismo que, como Armando López Salinas, podían ofrecerlo, ninguno de ellos
asumió un papel especialmente activo en la defensa de su posición, quizá para que ésta no fuera
interpretada como un ruptura interna de la dirección comunista.
Por todo ello, la defensa de la propuesta de abandono del leninismo venía avalada por lo
más excelso del partido, y en un partido donde las posiciones políticas se adoptaban con
frecuencia en función del criterio de autoridad se entiende mejor el respaldo mayoritario que, más
allá de la afinidad ideológica, recibió. En definitiva, no pudo haber defensa más autorizada de la
propuesta que la procedente de dirigentes como Simón Sánchez Montero, y eso redundó
extraordinariamente en beneficio del respaldo mayoritario que obtuvo, más allá de la afinidad
ideológica.
Pero además de ello también fue importante para que prosperase la iniciativa de revisión
ideológica algunas de las estrategias retóricas que se desarrollaron. Entre ellas destacó una
consistente en exaltar la figura de Lenin hasta el punto de situar bajo su inspiración intelectual el
abandono de la definición leninista. En este sentido sería difícil encontrar en la historia del PCE
tantos halagos en tan poco tiempo a Lenin como los que procedieron de los partidarios del
abandono del leninismo en el período del IX Congreso. Con ello la dirección del PCE evitaba a
toda costa que la desestimación del leninismo se interpretara como una revisión o un
cuestionamiento de la tradición en un partido que, como veremos, tenía un fuerte sentido de la
historia. Pues bien, ambas cosas, prestigio del portavoz y habilidad de su estrategia argumental,
se conjugaron perfectamente, pues no hubo intervención de Sánchez Montero en la que no se
rindiera un fervoroso homenaje a la figura de Lenin y en las que no se situasen sus enseñanzas
como fuente de inspiración. Sus palabras en la conferencia madrileña dan fe de ello:
677
Ibidem.
414
[El partido] No está modificando nada esencial de su política, ni está abandonando sus fundamentos teóricos
y revolucionarios. Los está confirmando. Conservamos de Lenin las aportaciones que todavía siguen siendo
válidas hoy, los objetivos finales que son los del marxismo revolucionario, el luchar por la sociedad
socialista y el comunismo, la voluntad insobornable de llegar a esa sociedad, el adecuar nuestra acción
revolucionaria al análisis concreto de la realidad concreta que fue lo que hizo de Lenin el más grande
revolucionario de la historia678
.
En el caso de la conferencia madrileña se produjeron dos votaciones sobre la tesis XV.
Una donde se votó a favor o en contra de la misma, con un resultado de 443 votos a favor y 115
en contra (algo más de un 20%), y otra mucha más reñida sobre la conveniencia o no de postergar
el debate, en la que 228 conferenciantes se pronunciaron a favor de la demora y 334 respaldaron
la idea más oficial de que ese era el momento oportuno para dirimir la cuestión679
.
La correlación de posicionamientos ideológicos fue más favorable a las tesis oficiales en
las conferencia de las organizaciones territoriales de tamaño medio-alto, aunque también en éstas
hubo sectores considerables que se opusieron. En Andalucía votaron en contra de la redefinición
ideológica 51 conferenciantes de un total de 448 votantes, es decir, un 11%. Por otra parte, 65
asistentes se pronunciaron en la misma votación a favor de que el debate se postergase (un 14%),
con lo cual un 25% no respaldó la tesis oficial680
. En el País Valenciano los votos abiertamente
críticos fueron proporcionalmente más elevados: un 17,7% de los votantes lo hicieron
abiertamente en contra de la tesis XV681
.
Sin embargo, la situación fue muy distinta en muchas de las organizaciones provinciales y
regionales de mediana - pequeña o pequeña entidad. En la provincia de Badajoz los críticos no
llegaron al 10% de los votos682
, en la Conferencia del EPK se aprobó por abrumadora mayoría
una resolución que respaldaba la propuesta oficial683
y en organizaciones como Cantabria o
Baleares el rechazo a la propuesta oficial fue insignificante. Por ejemplo, en la conferencia de
678
Ibidem. 679
Ibidem. 680
Mundo Obrero (Madrid), núm. 13, del 30 de Marzo al 15 de Abril, p. 7. 681
Mundo Obrero (Madrid), núm. 15, del 19 al 23 de abril del 78, p. 3. 682
En concreto en la III Conferencia provincial de Badajoz de principios de abril de ese año de 1978 hubo 11 votos
en contra del abandono del leninismo de los 115 emitidos: “Acta de la III Conferencia Provincial de Badajoz”,
Badajoz, 9 de Abril de 1978, Caja 1978: Tercera Conferencia Provincial del PCE en Badajoz, Archivo Histórico del
Partido Comunista de Extremadura (AHPCEx). 683
Mundo Obrero (Madrid), núm. 13, del 30 de Marzo al 15 de Abril, p. 8.
415
esta última organización sólo se dieron 2 votos en contra de los 217 emitidos, un ínfimo
0,92%684
.
IV.4.2.2. Los testimonios directos de los militantes: las fuentes disponibles.
Pero más allá de cuantificar de forma aproximada las posiciones concretas de los
militantes que acudieron a las conferencias precongresuales, resulta posible, al igual que en el
caso del PSOE, conocer el contenido exacto de algunos planteamientos ideológicos de las bases.
También el PCE abrió una “tribuna” en su órgano oficial de expresión, Mundo Obrero, destinada
a publicar las cartas enviadas por los militantes. Pero en el caso del PCE estas fuentes son mucho
más numerosas y fidedignas, porque, además de contar con las cartas publicadas, en el archivo
histórico de este partido se conservan también aquellas que finalmente no lo fueron. En concreto
en la documentación relativa al IX Congreso se pueden localizar unas doscientas cartas enviadas
a la “Tribuna” de Mundo Obrero. La ventaja de disponer de ambas tipos de cartas no radica sólo
en que la suma supone una ampliación considerable de la muestra, sino en dos circunstancias.
Una se debe al hecho de que las cartas no publicadas representan, al no haber pasado por ningún
filtro, un testimonio más fidedigno de lo que pensaba la militancia. Otro tiene que ver con la
posibilidad de comparar las cartas publicadas con las no publicadas para reflexionar sobre cuáles
fueron los criterio de publicación del periódico y si respondieron o no a intereses concretos.
El análisis de una de las dos carpetas en las que aleatoriamente se compilan las cartas
pone de relieve que más del 40% de ellas se refería exclusivamente a la cuestión del leninismo, es
decir, a una de las quince tesis que se proponían a debate, y que casi todas las demás trataban,
cuando menos indirectamente, de esta cuestión, lo cual es una ejemplo de cómo el asunto del
leninismo terminó acaparando la atención de los militantes. Por otra parte, analizadas las
cincuenta y ocho cartas relativas exclusivamente al asunto del leninismo se comprueba que siete
de sus autores no se pronunciaron ni a favor ni en contra, 13 respaldaron la tesis oficial y 36 se
expresaron contrarios a la supresión del concepto. Vistos los resultados finales que se produjeron
en el IX Congreso y la relación de posicionamientos que se dieron en las fases precongresuales,
en la que a excepción de Cataluña la propuesta oficial siempre fue mayoritaria, este dato puede
interpretarse de la siguiente manera: que aun estando en minoría los partidarios de la
684
Mundo Obrero (Madrid), núm. 15, del 19 al 23 de Abril del 78, p. 3.
416
preservación del leninismo fueron más activos en la defensa de su postura que los partidarios de
la tesis oficial. Y es que el análisis de los testimonios de los militantes que se hace a continuación
invita a pensar, por expresarlo en terminología gramsciana, que la propuesta oficial suscitó más
bien un consenso pasivo entre la mayoría de la militancia, mientras que desató una oposición
activa entre una minoría que en algunos lugares fue numerosa. Y ello se puso de manifiesto en el
envío de las cartas a Mundo Obrero.
El caso es que si se comparan las cartas enviadas con las cartas que finalmente se
publicaron la correlación de posicionamientos se invierte: en las cartas publicadas la correlación
de posicionamientos es algo más favorable a las tesis oficialista, al tiempo que las cartas de los
militantes contrarios a estas tesis tienen por lo general un tono menos vehemente que el de las
cartas de los militantes críticos que no se publicaron. También en el caso del PCE los
instrumentos editoriales del partido beneficiaron en cierta forma a la postura oficialista, en un
ejemplo más de cómo el debate ideológico en el PCE siguió también las pautas de una
comunicación sistemáticamente deformada. El debate no se dirimió en función de la fuerza del
mejor argumento, sino de la posición de poder de cada interlocutor.
IV.4.2.3. Los militantes de base y su concepción del leninismo.
De nuevo en el caso del PCE las posiciones a propósito de la propuesta oficial de
abandono del leninismo se dieron en función del significado que para cada cual tenía el concepto.
En el caso de los detractores de la desestimación es cierto que algunos de ellos seguía
considerando a la altura de 1978 que los análisis elaborados setenta u ochenta años atrás por
Lenin seguían dando cuenta sustancialmente de la realidad del momento, y que las pautas de
acción formuladas por el dirigente bolchevique debían seguir inspirando la estrategia actual de
los comunistas españoles. En este sentido Miguel Muñiz, un militante comunista de San
Fernando hizo el siguiente esbozo del leninismo:
El leninismo es un cuerpo teórico de carácter económico, filosófico, social y político, con categoría propia e
inseparable de todo análisis marxista consecuente. Si examinamos aspectos del leninismo como pueden ser,
entre otros, la crítica y el análisis del imperialismo, la distinción tajante entre la interpretación burguesa del
417
marxismo y la interpretación revolucionaria, o el papel del partido como agente de la transformación de la
sociedad, veremos que conserva aún su pleno valor685
.
Desde la perspectiva de este militante, el leninismo era la lectura revolucionaria de un
marxismo que se prestaba a lecturas burguesas, una lectura que incorporaba además análisis
propios imprescindibles. En este mismo sentido se expresó Miguel Astorga, un militante de la
localidad malagueña de Archidona, para quien las principales tesis de Lenin seguían vigentes686
.
Y es que en las concepciones de buena parte de la militancia comunista, sobre todo, pero no sólo,
en la de edad más avanzada, seguían ocupando un lugar central análisis propiamente leninistas o
nociones de Marx enfatizadas o revisadas por Lenin. En este sentido conviene recordar que el
marxismo de buena parte del PCE, sobre todo, pero no sólo, de su militancia más veterana, era un
marxismo leído a través de Lenin y, más frecuentemente, a través de las versiones pedagógicas
del pensamiento de Lenin, reproducidas en los manuales catequéticos ya vistos. En consecuencia
en las cartas se insistió especialmente en la tesis del “imperialismo como fase superior del
capitalismo”, en la “teoría del eslabón más débil”, en la consideración del “Estado como
instrumento de opresión clasista”, en la apuesta por su destrucción, en la idea de la “dictadura del
proletariado” como etapa transitoria al comunismo o en la noción de “internacionalismo
proletario”.
El conjunto de estas propuestas representaba todavía para muchos militantes la piedra
filosofal que todo lo explicaba, así como la guía infalible que marcaba las pautas de la
transformación social. El leninismo, en su formulación sustantiva, seguía siendo para algunos
militantes la ciencia misma de la revolución. En este sentido apuntaron, por ejemplo, las palabras
de Teodomiro Martínez Daza:
Lenin reveló la esencia revolucionaria de la dialéctica marxista, acerca de las leyes generales del
movimiento del mundo y del pensamiento humano687
.
En el mismo sentido, pero de forma más rotunda, se expresó Pedro Robles, un militante
de la organización que el partido seguía teniendo en Moscú:
685
Miguel Muñiz, “Acerca de una sustitución de términos”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 10, del 9 al 15 de Marzo
de 1978. 686
Miguel Astorga, “Cómo cambiar el sistema”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 11, del 16 al 22 de Marzo de 1978 687
Teodomiro Martínez Daza, “El ejemplo de Lenin”, Semana del 23 al 29 de 1979.
418
Renunciar al leninismo equivale a privar al movimiento emancipador del método científico de pensamiento
y análisis que le permite abordar con criterio certero cualquier fenómeno social en medio del encrespado
mar de la política, es dejar el barco sin brújula. Sin duda el barco acabará llegando a puerto por la dialéctica
de la historia, pero el trayecto será más largo y doloroso688
.
Efectivamente, entre una parte de la militancia operaba la confusión ya vista entre ciencia
e ideología. El leninismo no era para estos militantes un proyecto político asentado en la
afirmación moral de una finalidad, sino una teoría que revelaba la necesidad del socialismo y
ofrecía a priori procedimientos para acelerar su venida. En la cultura política de izquierda,
comunista en este caso, seguía operando la confusión también vista entre pronósticos y
programas, el optimismo de tener de su lado la ciencia infalible que alumbraba el camino a la
victoria. En términos muy parecidos, se expresó precisamente Rafael Pla, un militante de la
Agrupación de Ciencias de la organización universitaria de Valencia, para el que el marxismo en
su mejorada versión leninista era exactamente eso, una ciencia, cuando no la ciencia misma:
Por eso es importante dejar claro en qué sentido somos leninistas, afirmando sin ambages que el Partido
Comunista se basa en la ciencia marxista de la sociedad y en la exigencia leninista de un instrumento
político para su transformación [...]689
.
Y de acuerdo con esta planteamiento Pla sostuvo la necesidad de que la condición
científica que el partido atesoraba en virtud de su base doctrinal se recogiera en su misma
definición:
El PCE debe definirse, pues, como un partido científico, democrático y revolucionario, marxista y leninista,
que asume de manera crítica y no dogmática los aspectos que considera válidos de las aportaciones de los
dirigentes históricos del movimiento obrero y de las revoluciones socialistas, al tiempo que intenta superar
los aspectos que la ciencia y la historia han rebasado o mostrado incorrectos690
.
No obstante, este optimismo cientificista había perdido fuerza a la altura de 1978, en una
época en la que también la izquierda había relativizado la idea, de origen ilustrado, de la
omnipotencia de la ciencia y su consideración como fuente inagotable de progreso, y había
688
Pedro Robles, “Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Moscú, febrero-marzo de 1978, IX
Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE. 689
Rafael Pla, “El leninismo y el marxismo hoy”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 7, del 16 al 22 de Febrero de 1978. 690
Ibidem.
419
aliviado, de igual modo, la identificación de su concepción del mundo con la ciencia misma. De
hecho muchos de quienes defendieron la permanencia de la definición leninista no lo hicieron
porque considerasen que el leninismo era una teoría positiva inmune al paso del tiempo, sino más
bien por considerarlo un método dialéctico muy útil para el análisis de realidades concretas; así
como un método genérico igualmente útil de intervención sobre la realidad, cuyo contenido debía
ser modificado al ritmo de los cambios sociales. En este sentido, militantes como Manuel
Nolla691
, de Aranjuez, como Miguel Ángel Linares Valverde692
o como A. Rodríguez693
, de la
Agrupación de Vista Alegre, no dudaron en reconocer la obsolescencia de buena parte de las tesis
leninistas, para afirmar, eso sí, la vigencia de un método que, aun originario de Marx, había sido
refinado y potenciado por el dirigente soviético. Fueron además estos partidarios de la
consideración del leninismo como un método quienes subrayaron una contradicción notoria en la
argumentación de sus oponentes, al plantearles que si el partido debía dejar de denominarse
leninista dada la obsolescencia de buena parte de las tesis de este autor, también debía dejar de
denominarse marxista, porque no cabía duda que buena parte de las tesis de Marx había quedado
superadas por la evolución de la sociedad. La militancia, por tanto, reprodujo, como veremos,
muchos de los argumentos confeccionados desde la dirección o sus intelectuales afines, pero
también contraargumentó por cuenta propia.
Además de una teoría sustantiva o de un método de análisis, el leninismo representó para
muchos militantes la afirmación de una finalidad, que no era otra que la de la transformación
socialista de la sociedad, así como el reconocimiento de una tradición de lucha que había
descartado para ello los procedimientos típicamente reformistas de la socialdemocracia clásica.
Numerosas cartas vinieron a poner de manifiesto que el abandono del leninismo se interpretó
como una dejación del proyecto último del partido y como una aproximación a procedimientos de
intervención política que no le eran propios. Expresiones como “el abandono del leninismo es la
antesala a la socialdemocratización del partido” fueron recurrentes entre quienes insistieron en
que lo que daba sentido al partido era, fundamental y casi exclusivamente, su orientación a la
construcción de un nuevo modelo de sociedad. El abandono del leninismo fue interpretado por
muchos como un distanciamiento con respecto a esa finalidad que debía servir de principio
regulativo de la práctica diaria, como un desplazamiento del horizonte de la sociedad socialista.
691
Manuel Nolla, “Método de análisis”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 7, del 16 al 22 de Febrero de 1978. 692
Miguel Ángel Linares Valverde, “El método leninista”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 14, del 6 al 12 de Abril del
78. 693
A. Rodríguez, “Actualizarse”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 15, del 19 al 23 de Abril de 1978.
420
En definitiva, la afirmación del leninismo era, como lo expresara el militante del PSUC Eduardo
Pérez Villarga, el reconocimiento de una tradición de lucha que desde sus orígenes se venía
proyectado hacía la construcción del socialismo:
Afirmar el leninismo es no renunciar a nuestros orígenes; pensar críticamente sobre todos los desaciertos
pasados y presentes, y es hacer creíble nuestra voluntad de un cambio revolucionario y socialista de las
cosas. Compañeros, no olvidemos que nuestra misión es el comunismo y que fue Lenin su mejor
defensor694
.
IV.4.2.4. La figura de Lenin y la memoria histórica del comunismo.
Pero más allá de su consideración como una teoría sustantiva, o como un método de
análisis o como el reconocimiento a una trayectoria o como la afirmación de una finalidad el
leninismo era para muchos un elemento identitario, muy arraigado en una tradición donde la
identidad se afirmaba en torno a acontecimientos fundacionales y figuras emblemáticas y
ejemplares. En este sentido, la revolución rusa, en tanto que acontecimiento fuerte, y Lenin, como
su figura emblemática, eran dos referentes o las dos caras de un mismo referente identitario
esencial. Es cierto que el comunismo hundía sus raíces en la prolongada tradición del movimiento
obrero decimonónico, pero su configuración como movimiento sociopolítico formalizado remitía
al proceso revolucionario ruso. Aquí estaba el origen de su verdadera historia como entidad
formal, por más que su prehistoria fuera remota. El comunismo era un movimiento político cuya
identidad se afirmaba en buena medida en sus orígenes y que había cultivado desde entonces sus
mitos fundacionales. Lenin era la piedra angular de esa imaginería, su icono por excelencia, la
personificación misma del comunismo. Lenin había sido el gran arquitecto de la revolución, la
mente clarividente que alumbró las posibilidadaes del cambio, la encarnación misma de la
subjetividad revolucionaria que se sobrepuso a la adversidad de las circunstancias. Su
protagonismo en la revolución había sido innegable y las crónicas posteriores erigieron su acción
a la condición de epopeya. La figura de Lenin había venido ocupando, por tanto, un lugar
preferencial en el imaginario colectivo de los militantes comunistas, en una tradición que además
de apelar constantemente a las figuras ejemplares había conocido como política de Estado
(cuando estuvo en el poder) y como política oficial de partido (estando en la oposición) el culto a
694
Eduardo Pérez Villarga, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Barcelona, 22 de marzo de
1978, IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
421
la personalidad. El principio de liderazgo, la exaltación del dirigente y la exigencia consecuente
de culto a sus virtudes eran elementos muy presentes en la tradición comunista. Y esta tradición
de culto a la personalidad, inaugurada durante el estalinismo, tuvo a Lenin de objeto preferente.
En este sentido, las muestras de exaltación de la figura de Lenin fueron abrumadoras en
las cartas enviadas por los militantes, tanto por parte de quienes eran partidarios de la definición
leninismo, como también por parte de quienes respaldaban la revisión. De los muchos casos que
se pueden entresacar sirva de ejemplo el del militante madrileño Sebastián Ruiz Mileno:
Porque no debemos olvidar a aquel genio valiente, audaz, gran dirigente y Revolucionario Comunista
llamado Lenin, que le dio al mundo el ejemplo de su talento y disciplina, saviendo [sic] organizar a las
masas obreras y campesinas, derrotando a la monarquía más rancia [... ]695
.
La centralidad que ocupaba la figura de Lenin en el imaginario colectivo resultaba
especialmente evidente en el caso de los más veteranos. Era ésta un figura omnipresente que tenía
además una fuerza visual extraordinaria para aquellos militantes que se formaron en los tiempo
de la iconografía propagandística, de los homenajes, los desfiles y demás rituales políticos
colectivos. En este sentido, resulta especialmente interesante la descripción que hacía un veterano
militante de los tiempos de la República, Teodomiro Martínez Daza, de su primer encuentro con
los dirigentes del partido:
Mayo de 1936. Calle Galileo. Madrid, Sede del PCE. Una escalera quejumbrosa me conduce a recepción.
Sentado ante una mesa, el camarada Cayetano Bolívar. En pie majestuosa y seria, la camarada Dolores
Ibárruri. Son los días en que se intenta gestionar la libertad del camarada Carlos Luis Prestes, recluido en las
prisiones del Brasil. Como llenándolo todo y debidamente enmarcado, un retrato de Lenin. Guardo en torno
al mismo un recuerdo imperecedero696
.
Desde estas claves se entiende el impacto que para muchos militantes, especialmente para
algunos de los más veteranos, tuvo la propuesta de desestimación del leninismo. Y sobre todo
teniendo en cuenta el fuerte sentido de la historia que se tenía en un partido como el PCE.
Renunciar al leninismo era para muchos no sólo renunciar a los orígenes del movimiento
comunista, sino a toda una trayectoria de lucha que había enarbolado esa bandera ideológica. De
695
Sebastián Ruiz Mileno, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Madrid, febrero-abril de 1978,
IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE. 696
Teodomiro Martínez Daza, op. cit.
422
manera más intensa que en la tradición socialista, en la tradición comunista el pasado se
consideraba también una fuente de legitimación de la acción política presente, y la acción política
presente una acción que debía rendir justicia a ese pasado de luchas y sacrificios, y que debía
estar orientada, al mismo tiempo, a redimirlo. Prescindir del leninismo era para algunos no sólo
prescindir del pasado mismo, sino traicionar una tradición de lucha que había sido informada por
esa base doctrinal. Era, como lo expresaron algunos militantes, desprenderse de la causa por la
que muchos habían dado lo mejor de sus vidas y por la que habían pagado incluso con sangre y
cautiverio. El debate cobraba así un tono más dramático en un partido cuyos militantes habían
tenido un comportamiento heroico y sacrificado en las trincheras, en los pelotones de
fusilamiento, en los montes y en las cárceles durante la mayor parte de su historia: en algunos
momentos de la República y, sobre todo, durante la Guerra Civil y los cuarenta años de dictadura.
La privación y el martirio que los comunistas habían sufrido en la lucha contra la dictadura en
tanto que principal partido de la oposición era una realidad que dramatizó el debate y se utilizó
como razón de peso durante el mismo. En este sentido son elocuentes las palabras de un veterano
militante granadino, Juan Ramos Lorca, como reacción a una declaración de Simón Sánchez
Montero en la que supuestamente había calificado al leninismo de “cascarón sin contenido”:
Al respecto creo que debiera tener en mente el camarada citado, que no solamente le escucha la galería, sino
también el pueblo que trabaja, los hombres de la cultura, los hombres y camaradas que ya actuamos y
colaboramos abiertamente para traer y sostener la II República; que después actuamos decididamente en
puestos de responsabilidad y vanguardia en nuestra guerra civil, dejando atrás sangre y vidas de nuestros
mejores camaradas; que después, sufrimos unos, los riesgos y hambre de las cárceles franquistas y otros, el
exilio, también con sus hambres y desesperación en sus primeros tiempos, que después vivimos la lucha
clandestina del partido en las calles, en los campos y calabozos del martirio y apaleamiento; que después, y
últimamente prestamos nuestra eficaz ayuda y decidida colaboración en las elecciones del 15 de junio
pasado, siendo en todos estos tiempos los abanderados el marxismo-leninismo, guía de todas nuestras luchas
pasadas a contar desde 1920, y que ahora, precisamente ahora, los que tuvimos la suerte de poder salvar la
vida y el ejército de camaradas que llegaron después y últimamente a nuestras filas, tengamos que oír: El
leninismo es un cascaron sin contenido... ¡ Esto cala muy profundo, produciendo heridas a veces de difícil
cicatrización!697
También particularmente significativo de esta relación entre leninismo y tradición de
lucha en el PCE fue el testimonio de otro veterano militante, Clemente Torres:
697
Juan Ramos Lorca, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Madrid, febrero-abril de 1978, IX
Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
423
Los que en el año 36 empuñamos las armas, siendo aún adolescentes, sin tener ideas políticas claras debido
a nuestros escasos o nulos conocimientos, únicamente porque sentíamos en nuestras propias carnes los
efectos de la opresión capitalista, lo hicimos estimulados por la Revolución Socialista de Octubre, cuyo
motor fundamental fue Lenin, admirado y querido por el proletariado universal. Si ahora se nos pide que
abandonemos la expresión “leninista” me parece que vamos haciendo dejación de muchas cosas, entre
ellas, hemos dejado lo mejor de nuestras vidas en las trincheras y entre los muros de las cárceles
franquistas698
.
IV.4.2.6. Los militantes de base y su respaldo a la revisión ideológica.
Los testimonios que se han visto hasta ahora no deben ocultar una realidad insoslayable,
que fueron mayoría, y amplia mayoría, los militantes que al final se pronunciaron a favor de la
desestimación del leninismo, por más que, como vimos, los partidarios de su continuidad fueran
más activos en el envío de las cartas. Las razones que movilizaron quienes respaldaron la
propuesta oficial fueron de distinto tipo, pero de todas ellas una de las que más pesó cobró en las
cartas enviadas a Mundo Obrero fue la que subrayaba la caducidad de las principales tesis
leninistas. Para muchos militantes esas ideas-fuerza eran consideradas obsoletas, y, sobre todo,
superadas por las nuevas formulaciones que el propio partido venía realizando desde los últimos
años. Así, por ejemplo, un militante asturiano llamado Dalmacio Iglesias envió una carta al
Consejo de Redacción en la que enfrentaba los conceptos a su juicio propiamente leninistas de
“partido único”, “dictadura del proletariado” o “internacionalismo proletario” a las propuestas
más recientes de “Reconciliación Nacional”, “Pacto para la libertad” y entendimiento con otras
fuerzas marxistas699
. En definitiva, la contradicción que Dalmacio venía a subrayar era una
contradicción entre la base doctrinal leninista y la línea política que este venía desplegando,
desde la consideración de que la justeza de la primera reclamaba la desestimación de la segunda.
En los mismos términos se expresó por ejemplo Joaquín García Mayo, de la agrupación de
Getafe, parte de cuyo testimonio reproducimos a continuación por ser significativo de la
mentalidad y de las formas de razonamiento de un sector muy amplio del partido:
698
Clemente Torres Blázquez, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Madrid, febrero-abril de
1978, IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE. 699
Dalmacio Iglesias Camblor, “Sobre la tesis XV”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 10, del 9 al 15 de marzo de
1978.
424
La definición del Partido Comunista de España, como marxista revolucionario, renunciando al concepto de
dictadura del proletariado y algunas tesis del leninismo, bajo mi punto de vista como militante, la
comprendo y la defiendo, no como imposición del Partido, sino por un análisis profundo hecho a partir de la
terminación de la segunda guerra mundial hasta nuestros días. [...] Entonces la nueva línea que tomó el
Partido Comunista de España en el año 1956 me parece la más acertada para romper los moldes creados por
los mismos regímenes burgueses, luchando pacíficamente con las mismas armas en el terreno democrático,
por la vía de las urnas. [...] Tenemos que hacer un gran partido de masas que recoja todas las fuerzas del
trabajo y de la cultura, y todos los hombres que quieran una sociedad más justa donde desaparezca todo
signo de explotación. Esta es la línea más concreta para la realidad de la época en que vivimos, para el
triunfo de las fuerzas del trabajo en esta zona del mundo en que nos ha tocado vivir700
.
Sin embargo, para otros militantes que afirmaban la complementariedad entre la base
doctrinal leninista y las nuevas formulaciones del PCE, la contradicción radicaba en el hecho de
pretender desprenderse de una base doctrinal que hasta ese momento se había utilizado desde la
dirección y desde las instancias intelectuales del partido para legitimar precisamente semejantes
innovaciones. Como ya se ha planteado, fue costumbre en el PCE situar bajo patronazgo
intelectual de los clásicos las nuevas teorizaciones, expresar en el lenguaje de las fuentes prístinas
las nuevas propuestas, forzar la coincidencia formal de lo planteado en el momento con lo
planteado tiempo atrás por los clásicos. En este sentido, también se vio que las enseñanzas de
Lenin fueron esgrimidas para legitimar la “Política de Reconciliación Nacional”, la propuesta de
“democracia político-social” o el “Pacto para la libertad”. La propuesta repentina de abandonar el
leninismo, enfrentando el leninismo a las nuevas teorizaciones, fue una incoherencia que no pasó
desapercibida para algunos militante. En este sentido, el militante alicantino Antonio Díaz
González se expresó del siguiente modo:
Toda nuestra estrategia de transformación pacífica, de la diversidad de formas al socialismo, ha estado
abundantemente avalada con citas Lenin. ¿ Se ha justificado una estrategia con él y ahora se le abandona?701
Esa costumbre argumental consistente en apelar a Lenin para justificar una propuesta o
una posición política alcanzó su máxima expresión, por paradójico que resulte, en el caso de
muchos partidarios de la desestimación del leninismo. De hecho, una de las razones - construidas
por la dirección y reproducida por sus intelectuales afines - movilizadas por los militantes
700
Joaquín García Mayo, “La vía democrática”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 9, del 2 al 9 de marzo de 1978. 701
Antonio Díaz González, “Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Alicante, 12 de marzo de
1978, IX Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
425
partidarios de que el PCE dejara de denominarse como partido “marxista-leninista” para
denominarse “marxista revolucionario” fue la que planteaba que definirse de esta nueva manera
era definirse precisamente como el partido de Lenin. Lo que buena parte de los partidarios del
abandono del leninismo sostuvieron fue esa idea en la que tanto insistió Sánchez Montero, según
la cual desestimar el concepto de leninismo era ser especialmente fiel a las enseñanzas del propio
Lenin. La costumbre impuso apelar al propio Lenin incluso para desprenderse de él. Una
expresión de esta práctica la encontramos por ejemplo en un militante de Palos de Moguer
llamado S. Sánchez, para quien el ejemplo de Lenin era la mejor justificación para abandonar una
definición que él entendía como expresión de culto a su personalidad:
Esto es lo que importa y no que nos llamemos de una u otra forma, que vayamos dejando el culto a la
personalidad. Lenin no admitía culto a su persona, pero, por las circunstancias que allí se dieron, no se quiso
o no se pudo hacer otra cosa702
.
Como se acaba de decir el culto a la figura de Lenin procedió también, si acaso no
especialmente, de los partidarios de la desestimación del concepto. En este sentido, hubo un
sector del partido, integrado especialmente por militantes veteranos o formados en los años más
duros de la clandestinidad, que respaldaron la propuesta oficial no por afinidad ideológica, sino
por el principio, muy arraigado en la cultura comunista, de disciplina de partido y cierre de filas
en torno a la dirección. Hubo militantes, cuyo perfil ideológico se seguía encuadrando en los
parámetros de los años cuarenta o cincuenta, que, sin embargo, votaron a favor de la
desestimación del leninismo. La justificación ideológica a esta contradicción vino de la mano de
un argumento poco consistente que la dirección movilizó desde el primer momento: que no se
estaba abandonando “el leninismo” sino “la definición marxista-leninista” del partido por su
raigambre estalinista, y que ese cambio no afectaba a la identidad del partido. El argumento tenía
poca consistencia, pues conviene recordar que lo que Carrillo anunció a los medios fue
exactamente el abandono de “el leninismo”, y no de “el marxismo-leninismo”, y que la
alternativa que finalmente se planteó a la propuesta oficial en el IX congreso, y que salió
derrotada, no fue la clásica definición binaria “marxista-leninista”, sino la propuesta de una
definición que incluyera “el marxismo y el leninismo”.
702
Simón Sánchez, “Partido marxista revolucionario”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 13, del 30 de marzo al 5 de
abril de 1978.
426
Pero más allá de los debates nominales lo cierto es que una parte de la militancia secundó
la propuesta no por sintonía ideológica, sino por ese miedo tan generalizado en la cultura
comunista a que las discrepancias ideológicas con la dirección se interpretasen como una forma
de deslealtad. Este perfil de militante no afín ideológicamente a la revisión doctrinaria, pero que
por sentido de la disciplina la respaldó, se dio en la dirección del partido. Nombres como los de
Francisco Romero Marín, Santiago Álvarez o la propia presidenta del partido, Dolores Ibárruri, -
todos ellos formados durante años en los valores del “marxismo-leninismo” - dan fe de la
naturaleza de este tipo de respaldo. Del mismo modo este perfil también se dio entre un parte de
la militancia. Antes, por ejemplo, se ha citado en un par de ocasiones el nombre de Teodomiro
Martínez Daza, un militante veterano que calificó el leninismo como la forma más elevada de
conocimiento y que describió la extraordinaria seducción que sobre él había ejercido durante
décadas la imagen de Lenin. Pues este militante mostró en la carta que envió a Mundo Obrero su
respaldo a la propuesta oficial, restándola importancia, eso sí, al plantear que se trataba de una
mera cuestión nominal que no afectaba a la identidad del partido703
.
No obstante, las cartas enviadas a Mundo Obrero dan cuenta en su conjunto de una actitud
antidogmática bastante generalizada entre la militancia, que incluyó tanto a partidarios de la
desestimación del leninismo como a partidarios de su continuidad. Y es que ni quienes
respaldaron el abandono al leninismo manifestaron en todos los casos una actitud renovadora, ni
quienes se opusieron lo hicieron siempre desde posiciones nostálgicas y conservadoras. El deseo
de renovación doctrinal fue compartido por buena parte de la militancia y la disyuntiva en torno
al leninismo no expresó exactamente una disyuntiva en torno a la renovación doctrinal. En las
cartas se pusieron de manifiesto buena parte de las teorizaciones que el PCE venía realizando
sobre el impacto sociológico de la revolución científico técnica, sobre las posibilidades que ésta
abría para establecer una alianza en pro del socialismo entre las reiteradamente citadas fuerzas
del trabajo y la cultura, sobre el valor no sólo instrumental que tenían las instituciones liberales,
sobre la apropiación de la política por parte de la ciudadanía durante la etapa de la democracia
político social, sobre el esquema progresivo de la estrategia pacífica y nacional de transición al
socialismo, sobre el lugar del PCE en el movimiento comunista internacional, etc, etc. En
definitiva, se trató de planteamientos ampliamente socializados entre la militancia comunista, que
los había asimilado conscientemente más allá de la mecánica reproducción de consignas. Estas
703
Teodomiro Martínez Daza, op. cit.
427
ideas-fuerza estuvieron en el imaginario de la mayoría de los militantes. Se dio una conciencia
generalizada, y expresada incluso por muchos defensores del leninismo, de que muchas de las
tesis de Lenin estaba caducas, como, por ejemplo, la tesis del “asalto armado al Estado”, la
“teoría del eslabón más débil”, la propuesta de “conversión de la Guerra imperialista en una
guerra revolucionaria” o la “alianza obrero y campesina”. Se dio en el PCE una apuesta
consciente, hasta cierto punto generalizada, por la innovación en la elaboración teórico-doctrinal,
una apuesta que estaba por encima de las actitudes, que también las hubo, de apego a las viejas
certezas y de empecinamiento en lo ya sabido. Se dio, en definitiva, un respaldo militante amplio
a muchas de las innovaciones que mediáticamente luego se agruparon bajo el epígrafe del
eurocomunismo. Es más, muchas de estas formulaciones se abrieron paso en el partido en varias
ocasiones por la presión ejercida en esa dirección desde las bases. En este sentido el marxismo
del Partido Comunista fue un marxismo más complejo, tamizado y abierto a nuevos análisis que
el marxismo generalizado entre una parte importante del PSOE.
En definitiva, la renovación doctrinal había calado en buen parte de la militancia
comunista y los posicionamientos en torno al leninismo no fueron siempre significativos al
respecto. Los testimonios que apuntan en estas direcciones son numerosos. Cartas como las
enviadas por el militante madrileño Agustín Martínez Feliu o por el militante de la organización
de Benelux Ángel Enciso Berge son algunos de los muchos casos reseñables de una tendencia
militante al antidogmatismo y a la actualización de los planteamientos, con independencia,
repárese otra vez en ello, del posicionamiento en torno al leninismo, y con independencia,
también, de que expresaran postulados más radicales o moderados. En este sentido, por ejemplo,
Martínez Feliu incitaba al partido a lo siguiente:
Olvidemos los dogmatismos y las ideas baratas y movámonos con la suficiente claridad de cálculo para que
el marxismo domine primero materialmente [...] Rechazando toda concepción dogmática, bien marxista o
leninista, haciéndola crítica y científica. Para así poder asumir los cambios que se producen en la sociedad
de hoy y contribuir al desarrollo del marxismo704
.
Ángel Enciso, por su parte, sintetizó de forma sistemática los referentes que debería tener
en cuenta una concepción política comunista antidogmática:
704
Agustín Martínez Feliu, “El dogmatismo”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 10, del 9 al 15 de marzo de 1978.
428
Así indicaríamos con claridad en qué se funda nuestro marxismo. Que no puede ser una afirmación fideista
en el socialismo científico de Marx y de Engels, sino el fruto de una confrontación histórica de tres
elementos por lo menos: 1ºLo que Marx, en primer lugar, pero también sus continuadores, han ido
avanzando en el terreno de la teoría. Sabiendo que [...] sus obras no son una serie de teoremas acabados y
aplicables inmediatamente, sino una investigación histórica irremplazable pero inacabada. 2º) Lo que la
práctica de los movimientos obreros y revolucionarios, empezando por la gran experiencia leninista, nos
permite sacar como enseñanza de sus respectivas historias, incluida la nuestra, por supuesto. 3ª) Lo que nos
viene impuesto por la realidad económica, social, cultural y política de nuestro país y del mundo en que nos
toca vivir, para la lucha de clases 705
.
IV.4.2.7. Su concepción de la democracia y su actitud hacia la URSS.
De igual modo, las reflexiones en torno a la democracia ocuparon un lugar central en el
discurso de los militantes. La vieja consideración instrumental de la democracia liberal había sido
reemplazada por una concepción más compleja que aspiraba a la socialización completa del
poder, pero que entendía imprescindible para ello la preservación de buena parte de los
mecanismos y del entramado institucional de los sistemas parlamentarios. La afirmación del
principio de soberanía popular, el constitucionalismo, el Estado de Derecho, el pluralismo
político, la representación parlamentaria a través del ejercicio del sufragio universal directo, la
afirmación de la posibilidad del reemplazo de fuerzas de signo contrario en el gobierno en virtud
de los resultados en unas elecciones libres y el reconocimiento y la garantía de las libertades y
derechos individuales, todos esos principios, fueron principios asimilados por la mayoría de la
militancia comunista. La imagen de un PCE que hacía una defensa oportunista de la democracia
era una imagen propagandista elaborada de manera interesada por los adversarios políticos que
no respondía a la realidad. Es más, como se acaba de ver, el PCE había educado a sus militantes
en los valores de la democracia realmente existente mucho antes de que se educasen en esos
valores, por la inercia de los acontecimientos políticos, los militantes de otras fuerzas adversas
procedentes de la dictadura. Y es que muchos de los dirigentes políticos que cuestionaron la
condición democrática del PCE o bien procedían ellos mismos de la dictadura o bien recabaron
buena parte de sus votos entre el masivo franquismo sociológico.
705
Ángel Enciso Berge, “Tres cuestiones”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 13, del 30 de marzo al 5 de abril de 1978.
429
Los testimonios que prueban esto, correspondientes al momento que estamos analizando,
son numerosísimos. La afirmación de esta “democracia avanzada” fue de una u otra forma
trasversal a casi todas las cartas enviadas y común tanto a partidarios del abandono del leninismo
como a muchos de los partidarios de su permanencia. Por poner algún ejemplo, José Miguel
Pajares, un militante del PSUC entusiasta del eurocomunismo, afirmó lo siguiente:
La relación entre la lucha por la democracia y la lucha por el socialismo debe conllevar también la
definición de un socialismo en libertad que no destruya, sino profundice, todas las conquistas y
transformaciones democráticas.706
Incluso desde posiciones políticas más contundentes, otro militante, Abel Domínguez, de
Melilla, reacio a descartar a priori, como planteaba el eurocomunismo, el recurso a la violencia
en la estrategia al socialismo, afirmaba la indisolubilidad entre socialismo y democracia:
Seguimos creyendo en la lucha de clases y en que ésta hay que seguirla impulsando hasta llevarla a su
término. Seguimos creyendo en la necesidad de la conquista del poder del Estado por la clase obrera, como
paso inicial para llegar al socialismo, y no hemos dejado aún de reflexionar sobre si efectivamente existe
una vía pacífica y “democrática” para llegar al mismo, sin dejar de estar de acuerdo con nuestro programa y
considerar por tanto consustancial socialismo y democracia707
.
Del mismo modo, en este debate sobre el leninismo, las reflexiones expresas acerca de la
democracia se procuraron referenciar con respecto a los planteamientos de Lenin. En este sentido,
hubo militantes, como Miguel Ángel Linares Valverde, de Córdoba, partidario del socialismo
como profundización de la democracia, que señaló las limitaciones de las enseñanzas de Lenin al
respecto:
Pero desde el punto de vista teórico e incluso político, creo que el partido debe conducir la polémica del
leninismo, no al terreno en que está superado – la insurrección violenta, que en buena lógica marxista fue,
según Rosa Luxemburgo, una táctica de toma del poder blanquista, o la liquidación de las libertades, o a la
dictadura del proletariado -, sino que hay que entrar en aquellas parcelas en donde la aportación leninista no
acabó de manifestarse por los condicionamientos históricos de la época, la consolidación y profundización
de la democracia y las libertades, el papel de las distintas fuerzas sociales en la construcción del socialismo,
706
José Miguel Pajares, “Leninismo y eurocomunismo”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 14, del 6 al 12 de abril de
1978. 707
Abel Domínguez, “Cortas reflexiones sobre un congreso”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 15, del 19 al 23 de abril
de 1978.
430
la inserción del conjunto del pueblo en la producción y en la dirección política, el desbloqueamiento
burocrático, etc.708
Pero también hubo militantes, como Carlos Borasteros, de Madrid, que justificaron la vía
democrática con los planteamientos del dirigente bolchevique:
Lenin expresó claramente que en las sociedades occidentales con Estados muy desarrollados, con grados de
consenso importantes alcanzados por la burguesía en el poder, el camino al socialismo sería el del desarrollo
de la democracia709
.
No obstante, también es cierto que en el PCE todavía quedaba algún resabio de esas
actitudes antaño tan generalizadas de desprecio a la democracia parlamentaria, de énfasis en sus
insuficiencias, de denuncia de su carácter sesgado, actitudes que se prestaban a la exageración
por parte de los adversarios. Ni los planteamientos antiautoritarios, ni las propuestas de transición
pacífica al socialismo, ni la revalorización de las instituciones parlamentarias, ni el
eurocomunismo como intento, entre otras cosas, de sistematizar en un corpus doctrinal esas
innovaciones habían sido plenamente asimilados por toda la militancia. Se dio en algunos casos
una aceptación coyuntural de estos planeamientos, como por ejemplo puso de manifiesto Juan
Millán Navarrete, un militante madrileño que escribió lo siguiente:
Para mí, el eurocomunismo es una carretera de tercera clase por la que debemos transitar nada más que en
momentos especiales, pero nunca olvidando nuestros principios, para más tarde volver otra vez al camino
que descubrió el camarada Lenin710
.
Todavía durante la transición se dio en algunos militantes no ya una crítica a las
insuficiencias de la democracia parlamentaria, algo consustancial a cualquier concepción
comunista, sino un desprecio completo de la misma, como se constata, por ejemplo, en otra frase
de este mismo militante:
Los parlamentos burgueses no son más que meros orfeones de percusión que a veces ni armonizan el
espectáculo711
.
708
Miguel Ángel Linares Valverde, “El método leninista”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 14, del 6 al 12 de abril de
1978. 709
Carlos Borasteros, “Eurocomunismo sí, leninismo también”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 11, del 16 al 22 de
marzo de 1978. 710
Juan Millán Navarrete, “No renunciar a los principios”, Mundo Obrero (Madrid) Nº 9, del 2 al 9 de marzo de
1978.
431
El debate sobre la noción de democracia en el discurso del PCE remitió a la consideración
que en dicho discurso tenían los países del Socialismo Real en general y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas en particular712
. No en vano, esos adversarios políticos que cuestionaban la
condición democrática del PCE aducían como prueba lo que a su juicio era una estrecha
vinculación del partido a la Unión Soviética y una incondicional adhesión de sus militantes a este
modelo político. Como ya se ha dicho, la desvinculación con respecto a la URSS por parte del
PCE respondió en cierta forma al deseo a veces un tanto desesperado del partido por restar en
este sentido argumentos a sus adversarios, pero también porque la propia evolución ideológica
del partido, la revalorización de las formas democrático-parlamentarias y, por supuesto, el deseo
de autonomía del partido animaron al distanciamiento. Este distanciamiento, que no ruptura, del
partido con respecto a la URSS tenía ya un recorrido importante, que se remontaba, como poco, a
los sucesos de la Primavera de Praga. El distanciamiento había cobrado su máxima expresión en
las declaraciones del responsable de relaciones internacionales del partido, Manuel Azcárate, y,
en cierta forma, se había oficializado en el discurso del partido. Pero, ¿qué lugar ocupó la Unión
Soviética en el imaginario y en el discurso de los militantes de base durante la transición? De
nuevo la respuesta a este interrogante es múltiple, porque múltiples fueron las actitudes que los
militantes mantuvieron hacia la URSS. Estas actitudes se dieron, entre otras cosas, en función de
la pluralidad de perfiles ideológicos que había en el PCE, unos perfiles que respondieron a
distintas variables, como al momento de afiliación, a la edad, a la dedicación socio-profesional, a
la formación cultural, etc, etc.
Las actitudes de los militantes hacia la Unión Soviética se dieron en una gradación que
fue de la adhesión incondicional a la apuesta abierta por la ruptura y la desaprobación. No
obstante, cada una de estas actitudes contó con respaldos desiguales. La situación que se refleja
en las cartas, y que consideramos representativa del conjunto del partido durante transición, fue
más o menos la siguiente. Para una pequeña minoría los Países del Este, con la Unión Soviética a
la cabeza, eran tiranías no socialistas susceptibles de ser denunciadas oficialmente por el partido
711
Ibidem. 712
Existen distintos trabajos sobre la actitud de los comunistas españoles ante la Unión Soviética y los países del
Este, dentro de los cuales ocupan un lugar central las aportaciones de Magdalena Garrido, que van desde su tesis
doctoral, Las relaciones entre España y la Unión Soviética a través de las asociaciones de amistad en el siglo XX,
Universidad de Murcia, 2006 a varios artículos publicados en revistas y obras colectivas, entre los que cabe citar
“Comunismo y transición: la presencia comunista en la asociación España-URSS”, en Manuel Bueno (coord.),
Comunicaciones del II Congreso del PCE...op. cit.
432
y con las que había que romper relaciones. En sentido contrario, para una minoría prosoviética
más abultada, formada no sólo, aunque sí significativamente, por veteranos, la URSS seguía
constituyendo la patria por excelencia del socialismo. Finalmente para la gran mayoría, la Unión
soviética representaba un modelo de socialismo muy limitado y contradictorio, pero socialismo al
fin y al cabo, producto resultante de las duras condiciones en las que se gestó y desarrolló: un
modelo escasamente democrático y muy distinto al modelo de socialismo al que aspiraban los
comunistas para España. Desde esta consideración se apostaba, aunque tampoco se explicitara
con mucho énfasis, por un prudente distanciamiento no beligerante.
Los testimonios de los incondicionales de la URSS y los sistemas del Este fueron mucho
más numerosos en las cartas no publicadas que en las que finalmente se publicaron, lo cual
evidencia el deseo del partido de minimizar esta realidad. Por ejemplo Julián Galván, de
Canarias, afirmaba enojado en su carta no publicada lo siguiente:
[Hay que] terminar con esa política antisoviética que han llevado algunos miembros de la dirección de
nuestro partido [...]Si a Rusia se le critica por su poder y por falta de libertad, esto está justificado que lo
hagan los imperialistas y adversarios, pero no nosotros. El pueblo ruso es feliz y orgulloso de su progreso en
todos los sentidos, y si ha tenido que ser fuerte y quizá el más fuerte militarmente, ha sido para no sucumbir
a la amenaza imperialista [...] Otra gran aportación que se suele mencionar poco es lo que ha hecho Rusia a
favor de varias naciones en sus luchas de liberación y sus triunfos hacia el socialismo, y toda esta ayuda ha
sido desinteresadamente713
.
En el mismo sentido, José Cuervo, de Asturias, declaraba emotivamente su admiración
por la URSS:
..esa Rusia, en la que tantos trabajadores tenemos los ojos puestos, a la que yo llamo la madre de todos los
esplotados [sic] del mundo, y que a tantos paises [sic] libró del imperialismo capitalista714
.
Pero ésta no era, pese a su destacada presencia, la actitud mayoritaria de la militancia del
PCE a la altura de 1978. Aunque de manera menos explícita y vehemente en la mayoría de los
testimonios en los que se aludía a la relación con la URSS se podía apreciar un distanciamiento
crítico pero no beligerante acompañado de una tolerancia generalmente implícita y a veces
713
Julián Galván, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Madrid, febrero-abril de 1978, IX
Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE. 714
José Cuervo, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna del IX Congreso”, Madrid, febrero-abril de 1978, IX
Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
433
también expresa. En este sentido, por ejemplo, G. Espejel, de la agrupación de París se quejaba
de que en la tesis XIII propuesta al congreso no se calificase de socialistas a la URSS y a los
países del Este – eran mencionados con la fórmula “aquellos países donde el sistema capitalista
se ha destruido” -. Para Espejel la dirección estaba yendo demasiado lejos en su distanciamiento
con la URSS, a pesar de lo cual él mismo consideraba abiertamente que el modelo de socialismo
allí desarrollado no era para nada el modelo que deseaba para España:
Hasta el momento, el partido siempre los ha calificado de tales (haciendo ver, con justa razón, que ese no es
el socialismo que queremos nosotros para España, en el pluripartidimo,en la libertad, etc.)715
IV.4.2.8. Su concepción del partido y el cuestionamiento del debate ideológico.
El debate sobre el leninismo funcionó como un catalizador de varios debates que de
manera latente se venía produciendo en el partido. El polémica sobre el leninismo sirvió para
explicitar debates acerca de las estrategias de transición al socialismo, el lugar de la democracia
en el proyecto comunista o las relaciones con la URSS. En este mismo sentido la diatriba sobre el
leninismo funcionó en cierta forma como catalizador del debate acerca de la concepción del
propio partido. Por ejemplo, un militante de Moratalá, Enrique de la Jara, planteó, como lo
hicieron otros muchos de sus compañeros, que la disyuntiva entre la definición “marxista-
leninista” del partido y la definición “marxista democrática y revolucionaria” del partido era en la
práctica una disyuntiva sobre la apuesta por un partido de cuadros o la apuesta, a su juicio
conveniente, por un partido de masas716
. No obstante, este debate sobrevenido acerca del modelo
de partido fue más bien limitado, en buena medida porque la dirección se preocupó de que el
debate identitario no derivara completamente hacia esos asuntos. La prueba de ello radica, como
ya se ha visto, en el hecho de que la misma dirección que planteó el abandono del leninismo
apostó expresamente por el mantenimiento del más leninista de los principios organizativos de
partido: el del “Centralismo Democrático”. El debate interno fue limitado porque, si bien es
cierto que un sector importante de los militantes aprovechó el momento para exigir una mayor
democratización del partido y la puesta en marcha de nuevas formas organizativas, estas
exigencias no se expresaron con tanto énfasis como lo harían apenas dos años después. El debate
715
G. Espejel, “Países socialistas y ejército”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 14, del 6 al 12 de abril de 1978. 716
Enrique de la Jara Ramón, “Un partido de masas, de lucha y de gobierno”, Mundo Obrero (Madrid), núm. 12 del
23 al 29 de marzo del 78.
434
sobre el leninismo dio cauce en cierta forma al debate ya latente sobre la democratización del
PCE, pero lo ahogó en última instancia con sus “ideologismos”. Es también en este sentido en el
que cabe hablar del debate sobre el leninismo como una cortina de humo que desvió la atención
de los debates más urgentes que el PCE tenía sobre la mesa.
Estos fueron, efectivamente, las posiciones políticas y las concepciones ideológicas que
se pusieron de manifiesto en el fragor del debate. Los militantes se implicaron apasionadamente
en la confrontación dialéctica, tanto más aquellos que consideraron que en la discusión estaba en
juego la misma identidad del partido. Es cierto que el tiempo disponible para reflexionar y los
espacios e instrumentos habilitados para la discusión se quedaron cortos con respecto al
contenido de lo que se estaba debatiendo, pero ello no impidió, sino que incluso estimuló, la
intensidad del debate. No obstante, también hubo una parte de la militancia que más allá de
pronunciarse en el debate se pronunció sobre el debate mismo: algunos militantes que valoraron e
incluso cuestionaron el sentido y la oportunidad de la discusión.
En este sentido, para muchos afiliados se trató de un discusión abstrusa y academicista
que estaba absorbiendo mucha energía militante y paralizando el trabajo social de la
organización, de un debate ensimismado y metaideológico que generaba división y alejaba al
parido de su activismo. Efectivamente, una parte de la militancia vivió estos debates desde la
indiferencia, la incomprensión o el hastío por el alto grado de nivel doctrinal que implicaban y
por su difícil traducción a la práctica inmediata de la organización. Para algunos militantes el
debate sobre el leninismo fue simplemente una pérdida de tiempo y esfuerzo. En estos términos
se expresó, por ejemplo, Alba del Val, una militante del PSUC, trabajadora y madre de cinco
hijos, que reconocía no haber leído nunca a Lenin:
No se [sic] si a alguien le parecerá una barbaridad pero a mí no me importa en absoluto que no nos
llamemos leninistas u otra cosa, para mi de lo que se trata es de ser comunistas y luchadores, defender
nuestros ideales, ante todo siempre muy unidos formar una barrera contra nuestros enemigos, que todos
sabemos quienes son, y por mi [sic] si hemos de dejar las teorías leninistas y recojer [sic] otras nuevas pues
vale adelante, eso lo dejo a la dirección del partido que para eso está, yo como militante procuro dar
orientaciones en lo que puedo para mejorar la marcha de nuestro trabajo aquí en mi localidad. Esto es a mi
435
modesto entender lo que debemos hacer si queremos abanzar [sic] y no quedarnos estancados en que si son
verdes o si son maduras que luego viene el “zorro capitalista” y se lleva las uvas717
.
Más allá de la consideración del debate como un asunto baladí para la actividad práctica
del partido, también hubo militantes que lo consideraron un debate mal planteado de antemano,
falseado en su desarrollo y atento incluso a intereses no confesos. Una parte de la militancia
planteó que el debate sobre el leninismo desplazaba la atención de otros asuntos más acuciantes,
cuando no que el debate había sido concebido expresamente para eso. En cualquiera de los dos
casos para una parte de la militancia la ideologización del debate congresual era un lastre para
encarar los interrogantes que el partido tenía ante sí, una cortina de humo que dificultaba la visión
de los asuntos capitales del momento. En estos términos se expresó, por ejemplo, Manuel
Camiño Torrado, un militante del PSUC que expuso además cuáles eran a su juicio las
principales preguntas que los comunistas debían hacerse en esos momentos:
1) ¿ Quién y en qué condiciones tiene la hegemonía en la formación social español? 2) ¿ Cómo avanzar
hacia la hegemonía de la clase obrera? 3) ¿Con qué política de alianzas y cómo avanzar en ella?, 4) ¿Cómo
consolidar la democracia y renovar el estado? Y 5) ¿Con qué organización de partido garantizar el
proceso?718
Ahí debió encuadrarse para muchos militantes el debate del IX Congreso del PCE
celebrado en el ecuador de la transición. Los análisis acerca de la correlación de fuerzas, de las
estrategias orientadas a corregirla, del curso que estaba siguiendo la transición, de la posibilidad
de modificar la línea política del partido y del modelo de partido preferible para desarrollar esos
proyectos, todos esos análisis, fueron desplazados en la discusión por el debate identitario, y en
pocas ocasiones el debate identitario se ligó al esclarecimiento de esos análisis. El debate sobre el
leninismo se sobreideologizó en buena medida, en el sentido de que cobró vida propia más allá de
la situación política concreta del momento. Fuera o no concebido para ello lo cierto es que el
debate sobre el leninismo funcionó como un elemento de distracción de los análisis que
conducían a una valoración crítica de las circunstancias y que invitaban además a una revisión de
las líneas maestras que el partido estaba desarrollando en esos momentos. El debate sobre el
leninismo fue una forma de esquivar esas cuestiones y un debate que tenía difícil concreción si no
717
Alba del Val, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna al IX Congreso”, Rubí, 12 de marzo de 1978, IX Congreso,
Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE. 718
Manuel Camiño Torrado, “ Carta a Mundo Obrero para la Tribuna al IX Congreso”, febrero-abril de 1978, IX
Congreso, Congresos, Órganos de dirección del PCE, AHPCE.
436
era en relación con esas cuestiones. Así lo expresó Manuel Camiño en su carta enviada, y no
publicada, a Mundo Obrero:
...si simplemente se pone en cuestión la tesis XV, se hace un debate falso, formal y perdido de antemano. El
centro del debate está en la respuesta a las anteriores preguntas. Pero para ello habría que cuestionar las
líneas maestras de la política del partido desde el pleno del CC de Roma hasta hoy. Aquí esta el centro de
gravedad del debate y aquí es donde se dilucida si leninismo sí o no719
.
719
Ibidem.
437
V. EL CAMBIO IDEOLÓGICO EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.
V.1. Introducción.
El estudio de los medios de comunicación resulta fundamental para abordar con garantías
el análisis de los cambios experimentados por los idearios políticos de la izquierda en la
transición. Y ello no tanto porque los medios supongan una fuente de información generosa y
sugerente para aproximarnos a ese pasado, que lo suponen, sino por el hecho de que los medios
de comunicación fueron unos de los agentes destacados de este proceso de cambio político. Esta
circunstancia refuerza, por lo pronto, una de las ideas en las que se basa este trabajo, y en la que
ha venido insistiendo la historiografía reciente de la comunicación social720
, a saber, que los
medios no deben ser considerados tan sólo como una fuente informativa, sino que también deben
ser considerados como un objeto de estudio en muchos casos preferente721
.
La preferencia que frente a otros aspectos cobran en este trabajo los medios de
comunicación se debe a varias circunstancias. En primer lugar, se debe al hecho de que los
medios de comunicación son una parte de la realidad española sobre la cual se predica también el
cambio que aconteció en los años de la llamada transición. Al igual que las instituciones políticas
los medios sufrieron una profunda transformación con el paso de la dictadura a la democracia,
experimentando importantes cambios que les llevaron a vivir su propia transición.
En segundo lugar, la transición política fue un proceso de confrontación y transacción de
concepciones ideológicas formalizadas en una pluralidad de discursos, pues eso es en última
720
Un trabajo escrito en el momento en el que irrumpían las nuevas tendencias en la historia de la comunicación
puede verse en Amparo Moreno Sardá, ““Realidad histórica” y “realidad informativa”. La reproducción de la
realidad social a través de la prensa”, en Tuñón de Lara, Manuel, La prensa de los siglos XIX y XX. Metodología,
ideología e información. Aspectos económicos y tecnológicos, Bilbao, UPV, 1986, pp.1945-1963. Otro más reciente
y con mayor perspectiva que incluye las últimas orientaciones puede verse en Julio Antonio Yanes Mesa, “La
renovación de la historiografía de la comunicación en España”, Historia y Comunicación Social (Madrid), núm. 8,
2003, pp. 241-258. 721
Esta idea es también el punto de partida de otro artículo que guía especialmente nuestro trabajo: Juan Sánchez
González, “La reconstrucción del acontecimiento histórico a través de los medios de comunicación”, en Mario P.
Díaz Barrado (Coord.), Historia del Tiempo Presente. Teoría y Metodología, I.C.E. - Universidad de Extremadura,
1998, pp. 109-120.
438
instancia el discurso: la formalización concreta de una ideología. Los medios de comunicación
fueron el cauce por el que discurrieron buena parte de los discursos de la transición, así como la
plataforma desde la cual se amplificaron unos frente a otros. Los medios fueron, por tanto,
determinantes en la difusión de estos discursos, en la proyección social que durante el proceso de
cambio tuvieron, en definitiva, las propuestas ideológicas de los partidos políticos de la izquierda.
Pero, en tercer lugar, los medios de comunicación no fueron sólo un cauce a través del
cual discurrieron discursos ajenos, sino que también fueron, o fueron sobre todo, instituciones
generadoras de discursos propios. Durante la transición los medios sostuvieron un discurso
propio acerca del proceso de cambio y acerca del papel que en él estaban desempeñando los
partidos de la izquierda, y semejante discurso condicionó de manera importante tanto el curso del
proceso como la orientación de estas formaciones políticas.
Los medios construyen percepciones sociales de la realidad y difunden conjuntamente
sistemas de valores conforme a los cuales los colectivos sociales orientan sus acciones, lo cual les
constituyen en agentes aventajados de la dinámica política de un país. Con la instauración de las
libertades se configuró en España un potente entramado mediático cuya capacidad de influencia
se dejó sentir a lo largo del proceso. Se construyó entonces en España un nuevo espacio público
en el que la influencia de los medios fue mayor a medida que perdieron fuerza otras formas de
socialización política, tanto las promovidas por el Estado como las desarrolladas directamente por
las organizaciones de la oposición. Como se verá, en la transición se experimentó un cierto
proceso de virtualización de la política, en virtud del cual ésta se trasvasó en cierta medida de la
lucha social al debate mediático.
En este contexto se entiende la influencia que cobró la televisión, la radio y la prensa, y
cómo ello condicionó tanto la práctica como la reflexión ideológica de los partidos de la
izquierda. En el caso del PCE se ha venido insistiendo en que buena parte de sus decisiones
políticas fueron concebidas como gestos orientados a la opinión pública con los que contrarrestar
el peso de la imagen autoritaria que la propaganda anticomunista, tan agresiva e insistente, le
había confeccionado. En este sentido, no cabe duda que la propuesta de abandonar el leninismo
fue concebida como un gesto contrapropagandístico: como un golpe de efecto mediático
orientado a transmitir una imagen más benévola del partido. La propuesta fue, más allá de su
trasfondo ideológico, una medida adoptada de cara a los medios de comunicación.
439
En el mismo sentido, los medios pasaron a mediatizar de forma considerable la relación
de los partidos con la sociedad, y ello favoreció extraordinariamente a aquellas opciones cuyo
discurso era convergente con el de los medios, penalizando a aquellas otras que sostuvieron
planteamientos divergentes. Los medios hicieron suyos, con matices no obstante importantes, el
discurso del consenso que presidió la etapa central de la transición, hasta el punto de que el
consenso se convirtió en la ideología cotidianamente difundida a través de la presa, la radio y la
televisión. Los discursos políticos que se salieron de los parámetros del consenso fueron
especialmente penalizados por ellos. Los debates ideológicos del PCE y el PSOE tuvieron,
efectivamente, mucho de ideológicos, pero funcionaron también como un catalizador de debates
relativos al curso que estaba siguiendo la transición y al papel que en ella habían desempeñado
ambos partidos. La oposición, por ejemplo, al abandono del marxismo en el PSOE fue en buena
medida la forma superficial que adquirió la oposición al respaldo del partido a los consensos del
proceso de cambio. Como se verá, la prensa fue implacable con esta forma de disenso.
En definitiva, los medios de comunicación condicionaron tanto las propuestas públicas
como los debates internos de los dos principales partidos de la autodenominada izquierda
española y fueron fundamentales para la proyección social de sus propuestas. La actitud de los
medios influyó en el desigual respaldo electoral que obtuvieron y la actitud de ambos medios
favoreció el proceso de moderación ideológica que en sendos casos logró imponerse.
No obstante, este apartado no se ocupa de los medios de comunicación en general, sino de
uno de ellos en particular: de la prensa diaria. Centrar la atención en la prensa tiene sus ventajas,
pero también sus limitaciones. Entre las limitaciones figura el hecho de que la prensa fue un
medio de comunicación secundario, si se compara con el peso que tuvo la radio, y, sobre todo,
con el seguimiento del que disfrutó el medio de comunicación de masas por excelencia, la
televisión. Incluso en el caso de los militantes de los partidos en cuestión, la radio y sobre todo la
televisión superaron con creces a la prensa en número de seguidores.
Focalizar la mirada en la prensa tiene también sus ventajas para el caso que aquí se trata.
La prensa ejerció una influencia más decisiva entre las elites políticas y mantuvo con diferencia
un tono más intelectualizado que el resto de los medios, lo cual la hace más pertinente para el
análisis de un debate que se pretendió intelectualmente elevado. Pero lo que hace de la prensa el
440
medio de comunicación más interesante para el tema que aquí se trata es que fue el primero de
todos los medios en adecuarse más o menos a la pautas características de los países democráticos
del entorno. Ni las emisoras de radio, que experimentaron un proceso más lento de
desvinculación del aparato estatal, ni por supuesto la televisión, exclusivamente pública e
indirectamente dependiente del gobierno, conocieron el acelerado proceso de reconversión y
diversificación que se dio en el caso de la prensa diaria. Y es que si hubo un medio que
ejemplificó el “boom informativo” que se dio con la progresiva instauración de las libertades éste
fue el de la prensa periódica722
. Por eso el análisis de la prensa resulta más útil para pulsar la
relación entre medios e ideología en el contexto de paso de la dictadura a un sistema político
liberal-parlamentario, más útil para ver cómo el cambio ideológico de la izquierda fue
incentivado por un nuevo contexto en el que los medios vinieron a desempeñar un papel
importante.
V.2. La construcción del consenso.
Como se ha visto, la denominada transición a la democracia en España fue un proceso de
cambio político institucional en virtud del cual se pasó de la dictadura militar presidida por
Franco a la consolidación de la Monarquía Parlamentaria tipificada en la constitución de 1978. El
procedimiento que hizo posible este proceso discurrió por los cauces reformistas que esbozó el
segundo gobierno postfranquista, cierto que bajo la presión movilizadora de la oposición
democrática y atendiendo también a la disposición negociadora de los partidos que la
representaban. Efectivamente, el proyecto de ruptura democrática preconizado desde las fuerzas
de la oposición, que contemplaba la abrogación completa de la legalidad franquista y la apertura
inmediata de un proceso constituyente, se vino abajo por distintas razones. Ante esta situación los
partidos que venían reclamando desde la clandestinidad un marco de libertades para España
decidieron sumarse, más pronto unos y más tarde otros, al proyecto de reforma, con el deseo de
no quedar marginados del futuro sistema político y con la intención sobrevenida de presionar al
gobierno para que este acelerase e intensificase los cambios723
.
722
Sobre esta adecuación más rápida de la prensa a las pautas de los países del entorno véase Alejandro Pizarroso
Quintero, Historia de la prensa, Madrid, Centro de Estudios Ramón Arces, 1994. 723
Más allá de lo descrito y analizado en el Capítulo II existen breves síntesis de interés sobre la dinámica
sociopolítica del proceso. Una de ellas puede verse en Enrique Moradiellos, “La transición política española: el
desmantelamiento de una dictadura”, Sistema (Madrid), núm. 160, 2001.
441
No obstante, la inclusión de la oposición democrática en el proyecto gubernamental de
cambio político estuvo condicionada, además de a la aceptación de la metodología reformista, a
la renuncia a una serie de puntos que habían ocupado un lugar destacado en el repertorio de sus
reivindicaciones. Para la izquierda esta coacción se tradujo, por ejemplo, en el compromiso
expreso de no cuestionar la jefatura monárquica del Estado, en el acuerdo tácito de gestionar las
movilizaciones populares con la prudencia que recomendaba tanto el riesgo a un golpe
involucionista como la limitada tolerancia del propio gobierno, y en la renuncia práctica a
cualquier intento que procurase ligar, a corto plazo, el proceso de cambio institucional a
transformaciones socioeconómicas de peso. De este modo, la izquierda salió de la ilegalidad en
cierta forma maniatada, con espacios vedados a su discurso y con la exigencia de postergar a un
futuro imprevisible sus reivindicaciones más específicas y ambiciosas.
Condicionadas por este arranque se celebraron las primeras elecciones legislativas en
junio del 1977, y estas condujeron a una nueva etapa presidida por el consenso. El consenso -
entendido como la renuncia de cada fuerza política, según su posición de poder, a las aspiraciones
propias que no pudieran ser asumidas por cualquier otra de cara a construir un nuevo edificio
político que gozara del respaldo de todas - se terminó materializando en la elaboración de un
nuevo texto constitucional y en la firma de los Pactos de la Moncloa. En virtud de lo primero, se
consagró legalmente un nuevo sistema político homologable a los del entorno, aunque no exento
de algunos residuos de la dictadura724
. Y en virtud de lo segundo, se encaró la crisis de la
economía española desde parámetros liberales, que contemplaron, no obstante, contrapartidas a
los trabajadores en materia de seguridad social y de derechos sindicales725
.
El compromiso de las elites de los partidos con la política de concertación tuvo su
correlato ideológico en la improvisación de un discurso político de consenso. Así como a nivel de
la práctica política los partidos se vieron forzados por distintas razones a pactar entre ellos, así
también se vieron impelidos a reproducir, consciente o inconscientemente, un discurso coyuntural
de mínimos que racionalizara y legitimara esas operaciones. Por coherencia con el sistema
político que se estaba construyendo este nuevo discurso se movió dentro de parámetros liberales,
724
Sobre este asunto véase Juan Ramón Capella, Las sombras del sistema constitucional español, Madrid, Trotta,
2003. 725
Sobre este asunto véanse los trabajos ya citados de Joan Trullén i Thomas, op. cit. y José María Marín, op. cit.
442
con matices conservadores cuando lo sostuvieron las fuerzas de la derecha o con añadidos
progresistas cuando sus promotores fueron los dirigentes de la izquierda.
Gérad Imbert ha definido el discurso social como “toda práctica significante que,
emanando de un sujeto colectivo, refleja unas determinadas condiciones de producción (los
mecanismos sociolingüísticos que condicionan el discurso) y proyectan una ideología”726
. En este
sentido el discurso del consenso al que se alinearon los partidos más representativos de la
sociedad española sirvió para legitimar el nuevo sistema político en construcción desde
coordenadas ideológicas que no eran las propias de la oposición democrática, sino las resultantes
de la transacción de éstas con las del poder político heredero de la dictadura. El discurso del
consenso supuso así la formalización de una verdadera ideología latente, que en virtud de las
adhesiones tan dispares que logró se convirtió no ya en la ideología hegemónica del proceso, sino
que con frecuencia operó como su ideología única. Y es que el consenso tuvo un efecto
homogeneizador sobre las distintas opciones políticas de la España del momento, hasta el punto
que sofocó identidades históricas de dilatada trayectoria727
. El republicanismo, por ejemplo,
consustancial a la cultura socialista y comunista - y entendido no sólo como una propuesta
relativa a la forma de Estado sino como un sistema de valores cívicos - se difuminó o desvaneció
del discurso de las izquierdas mayoritarias por mor de este proceso de encuadramiento ideológico
en el común denominador de tradiciones ya no distintas sino antagónicas. El consenso produjo un
discurso “de excepción” en el que se disolvieron circunstancialmente identidades políticas y
concepciones ideológicas y que con frecuencia fue blandido para inhibir cualquier planteamiento
alternativo que pudiera surgir del seno de las organizaciones adheridas al mismo.
La adhesión más o menos abierta a este discurso “de excepción” por parte de los partidos
de la izquierda no implicó renunciar expresamente a su especificidad ideológica, pero sí exigió
dejar para más adelante los proyectos de cambio político-social que prescribía su doctrina,
recurriendo al argumento justificativo de que los pequeños avances que se estaban logrando con
el consenso conducirían a cambios mayores en el futuro. El consenso forzó a la izquierda a
profundizar más en ese desdoblamiento que le era tan característico: el de vivir un tiempo
inmediato marcado por las constricciones y especular con un tiempo futuro de redención
726
Gérad Imbert, Los discursos del cambio. Imágenes e imaginarios sociales en la España de la Transición (1976-
1982), Madrid, Akal, 1990, p. 11. 727
Gérad Imbert, op. cit., p. 28.
443
completa nada vinculante para la práctica cotidiana. El consenso resultó ser una onerosa hipoteca
para el desarrollo por parte de la izquierda de una práctica y un discurso específico y diferenciado
que entroncara con su tradición ideológica y se proyectara hacia objetivos ambiciosos que
resultaran creíbles. El consenso, en definitiva, homogeneizó circunstancialmente a buena parte de
la izquierda con el resto de los partidos y erosionó en cierta medida su identidad histórica.
En otro sentido, el consenso sirvió para disimular durante un tiempo el conflicto social y
político. La dictadura en su voluntad de hegemonía se había esforzado en negar el conflicto. Con
la instauración de las libertades el conflicto se pudo expresar, pero quedó disimulado tras el
consenso. La voluntad de cohesión entre las diferentes opciones políticas hizo que los conflictos
no se exhibieran con nauralidad ante la opinión pública, los cual no impidió, por otra parte, que
se dieran enfrentamientos figurativos entre los líderes de los partidos. El conflicto se hizo expreso
en la negociación misma del consenso, pero esta negociación se hizo de espaldas a la opinión
pública y de ella lo que trascendió fundamentalmente fueron los acuerdos resultantes728
. El
consenso, secundado y alentado por la prensa, estrechó sobre manera los límites de lo
políticamente expresable. El caso más significativo en este sentido fue el del debate sobre el
marxismo en el PSOE. El debate ideológico funcionó como un catalizador de debates latentes
más concretos e inmediatos que sobrepasó estos límites e hizo expresos algunos de los
verdaderos conflictos sociales y políticos de la transición. Fue entonces, como se verá en este
capítulo, cuando los principales periódicos de tirada nacional se implicaron apasionadamente en
el debate interno del partido. Consideraron que la actitud de los críticos representaba, en el caso
de imponerse, una explicitación inoportuna de los conflictos sociopolíticos, una ruptura de los
consensos alcanzados y una amenaza para el modelo de la transición. Y fue desde este temor
desde donde cerraron filas en torno a la dirección encabezada por Felipe González.
V.3. Un nuevo espacio público para la democracia.
La reforma democrática abierta por Suárez fue mitigando progresivamente los obstáculos
para el ejercicio de la libertad de expresión; y trajo consigo tanto la proliferación de nuevos
medios de comunicación acordes con algunas de las perspectivas ideológicas hasta entonces
censuradas como el reacomodo acelerado de algunos medios preexistentes a los nuevos valores
728
Gérad Imbert, op. cit., pp. 24-25.
444
democráticos. La medida que impulsó la liberalización efectiva de los medios fue el Decreto de 1
de abril de 1977. Ese mismo año se procedió a la supresión del Ministerio de información y
Turismo - el organismo encargado de definir y salvaguardar los límites del ejercicio periodístico -
y a la conversión de la prensa del movimiento en el organismo Medios de Comunicación Social
del Estado (MCSE) - de vida al final bastante efímera -. A la altura de ese año el panorama
periodístico había experimentado una importante expansión y redefinición. En el caso de la
prensa diaria, a la reorientación de ABC, YA o La Vanguardia había que sumar, por ejemplo, el
surgimiento de El País en mayo de 1976 y de Diario 16 en octubre de ese mismo año, la
aparición un año después de El Periódico de Cataluña o la proliferación de nuevos diarios
provinciales. En definitiva, un nuevo escenario mediático se fue configurando en España al hilo
de los acontecimientos, y fue en este escenario donde se libraron algunas de las batallas decisivas
de la transición.
La irrupción en un marco formal de libertades con potentes medios de comunicación de
masas modificó por completo las pautas de comunicación social del país, así como las formas de
hacer política por parte de los partidos, fundamentalmente de los partidos de la izquierda. La
transición abrió un proceso de construcción de un nuevo y verdadero espacio público, en el
sentido que Jürgen Habermas ha dado a esta expresión729
. El espacio público es el lugar de
mediación entre la sociedad civil y el Estado, el espacio simbólico en el que se produce el
intercambio social y se estructura la expresión colectiva a través del discurso público. El espacio
público es, en tanto que lugar simbólico de mediación entre la sociedad civil y el Estado, un
vínculo entre lo público y lo privado, el lugar estratégico de producción de los actores sociales, el
lugar “de manifestación social de las voluntades individuales (de lo privado) estructuradas
colectivamente en opinión pública”730
.
Durante el Franquismo no hubo un verdadero espacio público, por cuanto que se dio una
imposición del Estado sobre la sociedad civil: una sobrepresencia del Estado y de sus aparatos de
control y propaganda sobre la vida cotidiana. Los organismos encargados de mediar entre el
Estado y la sociedad civil (los sindicatos verticales, las organizaciones juveniles o la institución
729
Las nociones de Habermas acerca de la evolución del espacio público y de la implicación en él de los medios de
comunicación de masas fue desarrollada originariamente en Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión
pública, Barcelona, Gili, 1982. Posteriormente un tema recurrente en su producción, por ejemplo en Jürgen
Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Taurus, Madrid, 1987. 730
Gérad Imbert, op. cit., p. 32.
445
religiosa) no eran sino organismos más o menos vinculados al aparato del Estado731
. No obstante,
la oposición procuró dilatar y liberar este espacio público en pugna directa con los aparatos
ideológicos y represivos del Estado, creando sus propios espacios de socialización en los centros
de trabajo, de estudio, de ocio o en los lugares de residencia. Se trataba de una disputa física por
el espacio público, en forma de manifestaciones, huelgas u ocupación de fábricas, pero también
de una disputa simbólica en la perspectiva de que fuera ganando presencia el discurso alternativo
de la oposición.
Con el inicio de la reforma política se abrió un proceso de construcción y expansión de un
nuevo espacio público, un proceso no exento de dificultades por las inercias y herencias
procedentes del régimen y por la lentitud en el desmantelamiento sus aparatos ideológicos. La
construcción de este espacio público fue paralela a la influencia que sobre él ejercieron los
nuevos o reconvertidos medios de comunicación de masas. En el nuevo clima de libertades
emergieron y cobraron protagonismo nuevos y viejos medios de comunicación que ahora podían,
sin la censura de antaño y con mayor credibilidad, contribuir a la conformación de la opinión
pública. Los medios pasaron a constituirse en un canal fundamental y en expansión de este
espacio de mediación entre la sociedad civil y el Estado. Los medios emergieron como
instituciones que, en virtud de su capacidad de penetración en la vida privada, evidenciaron una
potencialidad extraordinaria a la hora de estructurar estas voluntadas individuales en una opinión
pública.
La irrupción de este nuevo espacio público, en el que la anterior sobrepresencia del
Estado fue reemplazada por la sobrepresencia de los medios de comunicación, modificó las
pautas de actuación de la izquierda. Si durante la clandestinidad la relación entre los partidos de
la izquierda y la sociedad tenía que ser forzosamente una relación directa que esquivara la
censura y se zafara de la represión, en el nuevo marco político en construcción esta relación
devino en cierta forma en una relación mediada a través la televisión, la radio y los periódicos. La
clandestinidad forzó a los partidos de la izquierda a difundir sus ideas y perspectivas, sus valores
y propuestas, bien a través de instrumentos editoriales propios o cercanos que circulaban de
manera soterrada entre la gente, bien a través de la acción proselitista más efectiva de los cuadros
que tenían al frente de los distintos movimientos sociales. El discurso político de la izquierda era
731
Gérad Imbert, op. cit., p. 40.
446
fundamentalmente un discurso residenciado en el conflicto social, un discurso que circulaba por
las fábricas, las pasillos de las facultades y las asociaciones de vecinos. Con el nuevo marco de
libertades se fue construyendo por efecto de los medios de comunicación de masas un nuevo
espacio público que acaparó la atención de los ciudadanos y al que por fin tuvieron acceso los
partidos de la izquierda. Las nuevas perspectivas que se ofrecían eran a priori tremendas: la
comunicación política con sus potenciales adeptos podía ser más efectiva si se realizaba también,
o incluso básicamente, a través de medios tan influyentes en la sociedad, y su labor proselitista se
podría ver amplificada si su proyecto coincidía con la línea editorial de algunos de ellos. El
problema a este respecto fue, obviamente, para aquellas opciones que no recibieron un
tratamiento favorable por parte de los medios más seguidos, y sostuvieron proyectos que
confrontaron abiertamente con la línea editorial de éstos. Y éste fue el caso del Partido
Comunista en general y de los socialistas críticos con la línea oficial del PSOE en particular.
El incremento de la influencia de los medios de comunicación social en el espacio público
fue directamente proporcional a la contracción de los espacios de socialización que la izquierda
había levantado con tesón y laboriosidad durante la clandestinidad. A medida que se fueron
reduciendo estos espacios en los que los partidos - léase fundamentalmente el PCE - entablaban
una relación directa con la sociedad, la relación entre partidos y sociedad pasó a estar en buena
medida mediatizada por los medios de comunicación de masas, lo cuál fue tremendamente
perjudicial para aquellas opciones que no estaban en sintonía con estos medios. Con la transición
se abrió en España ese proceso que Manuel Castells y Jordi Borja han denominado de
reconversión de la política en “comunicación simbólica expresada conflictualmente en el espacio
mediático”732
. En definitiva, en virtud de este proceso los conflictos sociales, políticos y
culturales de la transición se fueron trasvasando paulatinamente al espacio virtual de los medios
de comunicación, y eso fue especialmente desfavorable para aquellas formaciones que, como el
PCE, habían radicado su influencia social en el conflicto mismo, y que, sin embargo, pasaron a
ocupar una posición secundaria en su recreación mediática.
En la clandestinidad la izquierda, con el PCE a la cabeza, había levantado espacios
propios de socialización, espacios comunitarios de relación directa con la sociedad a mitad de
camino entre lo público y lo privado, espacios que escapaban a la influencia del poder y que
732
Jordi Borja y Manuel Castells, Local y global. La gestión de las ciudades en la era de la información, Madrid,
Taurus, 1997, p. 29.
447
resultaban especialmente receptivos para la difusión ideológica. A medida que estos espacios de
socialización de la vida privada se fueron contrayendo la influencia de los medios de
comunicación de masas fue mayor. La historia del declive del PCE en la transición debe
explicarse atendiendo a su falta de referentes mediatos de masas. Pero la historia del declive del
PCE debe explicarse también a partir de lenta auque progresiva desintegración de muchos de los
espacios que había levantado durante la clandestinidad, de su incapacidad para mantener formas
no mediadas de relación con la sociedad en un contexto en el que esta relación pasó a estar
fundamentalmente mediada por medios hostiles.
V.4. La influencia de los medios de comunicación en la transición.
La transición vio como los medios de comunicación de masas amplificaron su influencia
de manera extraordinaria, entre otras razones porque la desaparición legal de la censura les dio
mucho mayor credibilidad ante la mayoría de los ciudadanos.
La influencia que los medios ejercieron sobre los partidos fue notoria: su mera estructura
formal condicionó por lo pronto las formas de hacer política. Los medios de comunicación de
masas alentaron la retórica política y la prestidigitación verbal. En los medios de masas encuentra
mejor encaje discursos directos, sencillos, ingeniosos, efectistas y sincopados, en perjuicio de
formas de trasmisión verbal más extensas, complejas, articuladas y profundas. La primacía de los
medios representa el triunfo de la consigna sobre la exposición prolongada, del slogan sobre el
discurso articulado733
. En este sentido, durante la transición los medios alentaron el desarrollo de
formas efectistas de hacer política, y es desde ese condicionamiento desde el que resultan más
compresibles las propuestas de redefinición ideológica que promovieron las direcciones del PCE
y el PSOE.
La propuesta de abandonar el leninismo fue concebida como un golpe de efecto mediático
con el que mitigar la imagen autoritaria y prosoviética que la propaganda anticomunista le había
confeccionado al PCE. Más allá del trasfondo ideológico de la medida, el abandono público del
leninismo fue una forma efectista de teatralizar un distanciamiento con los países del Este y de
733
Sobre este asunto véase el trabajo de los periodistas y asesores políticos José Miguel Contreras y Juan Cueto,
Política y televisión, Madrid, Espasa Calpe, 1990.
448
probar la condición democrática del partido en el sentido entonces dominante del concepto.
Ambas cosas, distanciamiento de Moscú y revalorización de la democracia liberal, las venías
desarrollando el PCE en su práctica cotidiana y en su producción teórica, pero ni la práctica
cotidiana del partido, circunscrita a ámbitos muy concretos, ni los elaborados escritos sobre el
eurocomunismo, restringidos a ámbitos más reducidos, llegaban a la mayoría del cuerpo
electoral, que era a quien el partido aspiraba a dirigirse en el nuevo marco de libertades. Lo que
se precisaba, por tanto, era un gesto en el que quedaran sintetizadas ambas cosas y que pudiera
ser recepcionado fácilmente por la prensa para que, a su vez, ésta lo canalizara a la opinión
pública. Por sus connotaciones populares la palabra leninismo venía a condensar esas realidades
con respecto a las cuales el PCE pretendía exhibir públicamente su distanciamiento. El abandono
del leninismo fue, por tanto, la manera de representar ante el gran público, vía medios de
comunicación, la nueva naturaleza del PCE. Como se verá, el lugar y el momento elegido por
Santiago Carrillo para proponer al abandono del leninismo - durante su viaje a EEUU en plena
etapa central de la transición - refuerzan la idea de que se trató en buena medida de un gesto
efectista orientado a los medios de comunicación. El caso del leninismo fue el más elocuente y
llamativo de toda una serie de gestos mediáticos con los que el PCE, con su Secretario General a
la cabeza, aspiró a difundir públicamente el eurocomunismo. En cierta medida fue esta actitud la
que unos años después llevó a Manuel Sacristán a plantear que la palabra eurocomunismo no
rebasaba “el grado de precisión del lenguaje publicitario”734
.
Del mismo modo, la propuesta de suprimir la definición marxista del PSOE fue concebida
como un golpe de efecto mediático orientado a atemperar el recelo de potenciales votantes
moderados y como una garantía simbólica a los poderes fácticos de que la práctica
gubernamental del PSOE no se saldría de los cauces por los que discurría en el conjunto de la
Europa capitalista. No se trataba de ningún debate esencialmente ideológico, teórico y doctrinal,
sino de una desestimación terminológica que públicamente, vía medios de comunicación, pudiera
ser concebida de inmediato como una patente de moderación en la perspectiva de ganar las
siguientes elecciones.
734
Francisco Fernández Buey y Salvador López Arnal (edits.), De la primavera de Praga al marxismo ecologista.
Entrevistas con Manuel Sacristán, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004. p. 87.
449
Las dos operaciones estuvieron, por tanto, especialmente orientadas a los medios de
comunicación. No se trató de decisiones internas tomadas de manera independiente y a priori por
los partidos y que los medios transmitieron posteriormente sin más, sino de decisiones que fueron
concebidas para que pudieran ser bien proyectadas públicamente por los medios de comunicación
de masas. No fue tanto que los medios se adaptaran a la decisión de los partidos para reflejarla,
como que los partidos se adaptaron a las exigencias formales del medio para poder proyectarse a
través de ellos.
Por otra parte, la consabida tendencia de los medios de comunicación a la personalización
de la política fomentó la dependencia de los partidos hacia sus líderes735
. El fenómeno del
hiperliderazgo, tan característico de las democracias de los países del capitalismo avanzado y que
en el caso de España entroncó además con la tradición autoritaria de culto a la personalidad de los
dirigentes políticos, tuvo en los medios de comunicación uno de sus principales alicientes. En el
caso concreto del PSOE la dependencia que las bases tenían con respecto a Felipe González fue
determinante para que éstas finalmente respaldaran, aunque corregidas, sus tesis políticas; y esa
dependencia fue reforzada por unos medios de comunicación que, además de sublimar al líder
socialista, le promocionaron públicamente como un capital electoral irrenunciable para el partido.
Pero más allá de las constricciones formales que imponen los medios al discurso político
de los partidos, y más allá de las repercusiones que estas constricciones formales tienen sobre los
propios contenidos de esos discursos, la influencia de los medios en la política radica
fundamentalmente en el hecho de que los medios de comunicación de masas no son sólo
mediadores de discursos ajenos, sino que son al mismo tiempo generadores de discursos propios.
Los medios, por tanto, no son sólo espejos más o menos deformados de la realidad, sino que son
al mismo tiempo constructores y reconstructores de la realidad en la medida que transmiten ideas
y valores que condicionan sobre manera los comportamientos sociopolíticos colectivos736
. Los
735
Sobre cómo los medios condicionan las formas de hacer política véase: Lourdes Martín Salgado, Marketing
político. Arte y ciencia de la persuasión en democracia, Barcelona, Paidos, 2002. 736
Juan Sánchez González, “ La reconstrucción del acontecimiento histórico a través de los medios...”, op. cit., p.
115. Esta dimensión de los medios como constructores de la realidad también ha sido especialmente trabajado por
Alfonso Pinilla García, otro miembro del Seminario de Historia del Tiempo Presente de la UEx. Véase al respecto su
tesis doctoral: Alfonso Pinilla García, Del atentado contra Carrero al golpe de Tejero. El acontecimiento histórico
en los medios de comunicación, leída en la UEx en 2003 y consultable en http://biblioteca.unex.es/tesis/tesistc.html,
pp. 41-70. De manera más divulgativa y didáctica ests planteamientos pueden verse en Alfonso Pinilla García, La
Transición de papel. El atentado contra Carrero, la legalización del PCE y el 23 F. Madrid, Biblioteca Nueva, 2008,
Cap. 1
450
medios constituyen para muchos ciudadanos la fuente principal de información política y son
ellos los que crean el ambiente simbólico y cognoscitivo en el se desenvuelven. No es sólo que
constituyan una fuente de información, sino que son ellos en gran medida los que contribuyen a
crear los marcos de experiencia y las perspectivas culturales globales dentro de los cuales los
ciudadanos organizan la información. Son ellos, como ha trabajado Marshall McLuhan, los que
en buena medida estructuran la percepción que los ciudadanos tienen del mundo, y lo hacen
encubriendo además su autoría, lo cual amplifica su capacidad de influencia737
. Los medios
simulan una labor cotidiana de acogida e interpretación del cuerpo social, al tiempo que
adoctrinan sobre determinados acontecimientos. Es así como la información se trasmuta en un
relato referencial que el receptor identifica con facilidad y que le lleva a adoptar un
posicionamiento moral con respecto a los sucesos informativos. Los medios son por obra de este
procedimiento constructores del “sentido común” desde el cual se valoran los acontecimiento738
.
La capacidad de los medios de comunicación de penetrar en la vida privada y labrar las
ideologías de los ciudadanos es mayor a medida que hegemonizan el espacio público y
reemplazan a las formas directa de interacción social. En este sentido pioneros en el estudio de la
comunicación social como Joseph T. Klapper plantearon que la capacidad de los medios de
comunicación de masas es muy limitada a la hora de modificar ideas, concepciones o visiones de
la realidad cuando estas ideas, concepciones o visiones se las han formado los ciudadanos a partir
de su experiencia directa con la realidad; pero que esta capacidad de influencia es notable cuando
se refiere a asuntos sobre los que los ciudadanos no han tenido una experiencia directa o
vivencial739
. En el contexto ya descrito de construcción consensuada de la democracia por las
elites de los partidos los ciudadanos fueron relegados, hablando en términos generales, a la
condición de espectadores pasivos a través de los medios de comunicación de muchas de las
decisiones que se tomaron. Y fue en los medios donde muchos de ellos se familiarizaron con las
propuestas de la izquierda política y con el discurso de los medios a propósito de esas propuestas,
toda vez que los partidos de la izquierda no alentaron dinámicas de comunicación directa con la
737
Marshall McLuhan y Bruce Powers, La aldea Global: transformaciones en la vida y los medios de comunicación
mundiales en el siglo XXI, Barcelona, Gedisa, 1990. 738
A este respecto puede verse una síntesis de las reflexiones de Michel Foucault, Toni Negri y Slavoj Zizek
remitidas a la transición en Jesús Baca Martín, “Medios de Comunicación y sentido común”, en Rafael Quirosa-
Cheyrouze, Luis Carlos Navarro Pérez y Carmen García Ruiz, Historia de la Transición en España. El papel de los
medios de comunicación. Comunicaciones, Almería, Univ. Almería, 2007, pp. 31-38 739
En estos términos y de forma pionera se expresaba el sociólogo de la comunicación Joseph Thomas Klapper,
Efectos de las comunicaciones de masas, Madrid, Aguilar, 1974.
451
sociedad con tanto ahínco como lo hicieron en la clandestinidad o en los primeros momentos de
la transición.
En definitiva, los medios contribuyeron, más allá de lo que era directamente observable, a
crear los marcos simbólicos y cognoscitivos, las perspectivas culturales e ideológicas, desde las
cuales muchos ciudadanos interpretaron y valoraron lo que estaba sucediendo740
. A medida que
disminuyeron las dinámicas de comunicación directa con la sociedad desarrolladas por las
organizaciones de la izquierda los medios reforzaron su condición de fuente principal de
información y de institución privilegiada en la transmisión de esquemas ideológicos, lo cual
resultó perjudicial para aquellas opciones que, insistimos, no tenía grandes referentes mediáticos.
V.5. La eclosión de la prensa en la transición.
El incipiente marco de libertades dio lugar a un panorama editorial amplio con varios
periódicos de considerable tirada, cada unos de los cuales adscrito a una determinada perspectiva
ideológica, y cada uno de los cuales más o menos afín, en función de esa perspectiva o de otro
tipo de intereses, a alguna de las opciones políticas del momento. Los diarios que han sido objeto
de análisis en este trabajo han sido ABC, Ya, La Vanguardia, Arriba, Diario 16 y El País.
ABC era entonces un periódico de dilatada trayectoria. Había surgido en 1905 bajo el
patrocinio de la familia Luca de Tena con un perfil monárquico conservador que fue modulando a
la largo de los años, pero del que nunca se alejó. Durante la dictadura mantuvo un apoyo claro y
abierto al régimen, matizado, no obstante, por sus convicciones monárquicas. La muerte del
segundo Marqués de Luca de Tena, José Ignacio, en enero de 1975, supuso un giro en la
trayectoria reciente del periódico, coincidente y forzado al mismo tiempo por el
desmantelamiento del régimen al que había servido. La transición fue un periódico complicado
para ABC, hasta el punto de que en los tres años que mediaron entre 1976 y 1979 el rotativo
perdió casi un tercio de su tirada741
.
740
Esta capacidad de los medios para construir los marcos culturales e ideológicos desde los cuales los ciudadanos
interpretan la realidad es analizada en trabajos como Manuel Castells, La era de la información. Economía, sociedad
y cultura, Madrid, Alianza 1999. 741
En concreto el periódico pasó de una difusión de 186000 ejemplares en 1976 a 123000 en 1979. Los datos han
sido tomados de Antonio Alférez, Cuarto poder en España. La prensa desde la Ley Fraga de 1966, Plaza y Janés,
Barcelona, 1986, pp. 263-264.
452
Al diario ABC le costó bastante adaptarse a las nuevas condiciones democráticas que se
fueron abriendo paso con la transición, y a lo largo del proceso no fue capaz de sacudirse ante
importantes sectores sociales el estigma de periódico colaboracionista con el régimen. Los
primeros años de la transición estuvieron marcados por el enfrentamiento entre distintos
miembros de la familia Luca de Tena, cada uno de los cuales con una visón distinta de cómo
debía gestionarse económicamente y orientarse periodísticamente la publicación. El conflicto se
saldó finalmente con el triunfo de Guillermo Luca de Tena, que en octubre de 1977 logró ponerse
a frente del diario para limar sus aristas más reaccionarias y frenar la caída en barrena de las
ventas742
.
En cualquier caso, a lo largo de la transición ABC fue desde el punto de vista ideológico
un periódico eminentemente conservador, nítidamente de derechas y que, a pesar de su apuesta
por la reforma política, no logró reprimir en bastantes ocasiones sus resabios autoritarios. Dentro
de estos parámetros ideológicos varios fueron los discursos que se superpusieron en ABC: el
partidario de la reforma democrática del Estado, el del miedo frente a lo que se consideraban los
excesos de la democracia y también un cierto discurso neofranquista de orientación tecnocrática.
En definitiva, unos presupuesto que le llevaron a identificarse con la opción política representada
en esos momentos por Alianza Popular y a ligar en cierta forma su aceptación social a la de la
formación encabezada por Manuel Fraga.
Finalmente, el periódico recuperó protagonismo con el cambio de ciclo político que
marcó la llegada al poder de los socialistas. Fue entonces, cuando ABC se convirtió, bajo la nueva
y flamante dirección de Luis María Ansón, en la réplica de derechas por excelencia a El País.
Ya fue otro periódico conservador procedente de la dictadura que hizo de su catolicismo
confeso una de sus más notables señas de identidad. Pertenecía a Editorial Católica (EDICA), que
incluía también a La Verdad de Murcia, al Diario Hoy de Badajoz y a El Ideal de Granada. La
muerte del que fuera su director de 1952 a 1974, Aquilino Morcillo, y su reemplazo por
Alejandro Fernández Pombo, que se haría cargo del rotativo hasta 1980, supuso un giro
importante en la línea editorial del periódico, sin duda animado por el curso de los
742
Un relato de estas rivalidades internas puede leerse en Alférez, A., Cuarto poder en España..., .op.cit, pp. 38-40.
453
acontecimientos políticos. Desde la muerte del dictador hasta 1977 Ya experimentó una
trayectoria ascendente, gracias entre otras cosas a una actitud aperturista que le permitió recoger a
sectores de centro derecha repelidos por el tono más autoritario de ABC. A partir de entonces la
mala gestión económica, las luchas internas entre facciones que pugnaban por escorarlo más o
menos a la derecha y el empuje imparable de El País le llevaron a un progresivo declive que se
tradujo en la pérdida de más de 30.000 lectores en apenas tres años743
. A la altura de 1982 el
periódico estaba completamente arruinado, experimentando a partir de entonces un repentino y
confuso giro al reaccionarismo que marcaría su final.
Desde el punto de vista partidario, durante la transición Ya se identificó con la opción
gubernamental, entre otras cosas porque el gobierno de UCD tuvo entre sus filas a varios
miembros del grupo Tácito que se formó tiempo atrás en el periódico744
. Su respaldo a veces
incondicional a la Unión de Centro Democrático de Suárez le granjeó la hostilidad de los
partidarios de Alianza Popular, que consideraron al diario como uno de los principales obstáculos
para recabar mayores votos entre la derecha745
.
La Vanguardia fue otro periódico también procedente de la dictadura, distinto de los
anteriores y que evidenció una mayor capacidad de transformismo ideológico. Se trataba de un
periódico mayoritario en Cataluña y centrado en el lector catalán, hasta el punto de que el 95% de
sus lectores eran catalanes y el 80%, concretamente, de la provincia de Barcelona. La Vanguardia
mantuvo durante la transición una media importante de ventas diarias (en torno a los 200000
ejemplares) y contó con una masa muy fiel de lectores, pues no en vano más de la mitad de la
ventas las hacía a través de suscriptores. El perfil sociológico de sus lectores se mantuvo
prácticamente invariable a lo largo del proceso de cambio. La inmensa mayoría de los seguidores
del diario pertenecían a la pequeña, mediana o gran burguesía catalana, mientras que su
seguimiento era muy escaso entre los trabajadores inmigrantes746
.
Desde el punto de vista ideológico La Vanguardia experimentó una acelerada depuración
de sus rasgos conservadores más rudos para adecuarse a la democracia por la vía de identificarse
743
Antonio Alférez, op. cit., p. 56. 744
Juan Francisco Fuentes y Javier Fernández Sebastián, Historia del periodismo español: prensa, política y opinión
pública en la España contemporánea, Madrid, Síntesis, 1997, p. 321. 745
Declaraciones al respecto de Manuel Fraga aparecen recogidas en Antonio Alférez, op. cit., pp. 59 y 60. 746
Datos tomados de Antonio Alférez, op. cit., p. 73.
454
con la opción gubernamental, primero con la UCD que ocupaba el gobierno de España y más
adelante también con el nacionalismo catalán de centro derecha en expansión747
.
Diario 16 nació el 18 de octubre de 1976 al calor de la exitosa experiencia de la revista
Cambio 16, sin mucha planificación previa ni estudios de mercado, lo cual propició que a
diferencia del semanal el periódico no llegara a consolidarse durante la mayor parte de la
transición. El alma máter del proyecto, Juan Tomás de Salas, que había sido militante del FLP y
se había formado como periodista en varios países extranjeros, entre ellos en Inglaterra, concibió
inicialmente el periódico como la versión española del Herald Tribune, es decir, como una
réplica de inspiración anglosajona a El País, de inspiración más bien latina tipo Le Monde. Sin
embrago, ya en sus inicios el periódico experimentó un giró que le asemejaba al menos serio y a
veces sensacionalista Newsday748
. A los cinco meses de su fundación su director, Ricardo Utrilla,
fue reemplazado por Miguel Ángel Aguilar, que dirigió el rotativo de marzo de 1977 a mayo de
1980. Durante esta etapa Miguel Ángel Aguilar no supo o no pudo hacer frente a la caída
imparable de ventas del periódico, que de una difusión 75.000 ejemplares diarios en 1977 pasó a
la cifra más pobre de 47.000 en 1979749
. El periódico experimentó una transformación importante
a partir de entonces, cuando Tomás de Salas encargó la dirección del rotativo al flamante
comentarista político de ABC Pedro J. Ramírez, que en menos de dos años logró que sus ventas
se duplicaran.
En cualquier caso, durante el período central de la transición en el que se enmarcaron los
debates ideológicos que aquí se analizan el periódico intentó ocupar una posición de centro o
centro izquierda simpatizante con la línea oficial del PSOE y muy benévola, no obstante, con el
gobierno de Adolfo Suárez. Una perspectiva ideológica y una posición política que le situaron en
el difícil brete de tener que disputarse los lectores de centro-derecha con Ya, pero sobre todo de
tener que rivalizar por los lectores de centro izquierda con El País, una verdadera maquinaria
periodística en ascenso imparable.
747
Sobre esta particular evolución ideológica y periodística véase Carlos Barrera y Anna Nogué i Regás, “La
transición, periodística, ideológica y empresarial de La Vanguardia”,
http://www.upf.edu/priodis/Congres_ahc/Documents/Sesio2/BarreraNogue.ht 748
Antonio Alférez, op. cit., p. 210. 749
Datos tomados de Antonio Alférez, op. cit., p. 276.
455
El diario El País salió a la calle por primera vez el 4 de mayo de 1976 con el impulso
empresarial de Promotora de Informaciones S.A (PRISA), constituida cuatro años antes. El
núcleo fundacional de El País estuvo formado por José Ortega Spottorno (hijo del filósofo José
Ortega y Gasset empeñado en hacer del periódico una continuación de El Sol que promovió su
padre), Carlos Mendo ( un periodista autodidacta que había trabajado en ABC), Darío Valcárcel
(un aristócrata muy vinculado a José María Areilza y la causa de Estoril) y Jesús de Polanco (
que se incorporará un poco más tarde como socio financiero). El País, que había sido concebido
inicialmente como un diario liberal conservador elitista, se materializó finalmente en un periódico
liberal progresista o social-liberal identificado con el papel desempeñado por la socialdemocracia
en Europa750
.
Este giro, que distanció a El País de su concepción original y que suscitó resquemores
entre buena parte de las figuras conservadoras que lo había promovido, tuvo que ver con la
elección de Juan Luis Cebrián como director. Juan Luis Cebrián, subdirector de Informaciones a
los 24 años y director de los servicios informativos de Televisión Española con Arias Navarro a
los 29, se hizo cargo de la dirección del periódico apenas cumplidos los 30, imprimiendo su
impronta personal al rotativo, mientras Polanco le cubría las espaldas en los órganos de dirección.
El periódico nació en el momento oportuno: cuando ABC y YA atravesaban un momento
económico y periodístico difícil y después de la muerte de Franco, de manera que no padeció el
estigma del colaboracionismo con el régimen. El diario fue elaborado por un equipo de
periodistas jóvenes y entusiastas y desarrolló una línea editorial propia y alejada del
conservadurismo y los titubeos del resto de la prensa de masas. Todo ello hizo de El País el
periódico de referencia de buena parte de la sociedad progresista democrática.
Desde el punto de vista político El País dio su apoyo al proyecto de reforma abierto por
Suárez y corregido por la oposición democrática, se identificó abiertamente con la línea oficial
del PSOE, fue muy crítico con el PCE, negó la capacidad gubernativa de UCD y fue
especialmente severo con AP751
.
750
Sobre los orígenes de El País véase María Cruz Seoane y Susana Sueiro, Una Historia de El País y el Grupo
Prisa, Barcelona, Plaza y Janés, 2004, pp. 17-78. 751
Las actitudes de EL País ante cada partido político durante la transición han sido también analizadas por María
Cruz Seoane y Susana Sueiro, op. cit., 127-183.
456
V.6. Pluralidad mediática y homogeneidad de contenidos: el consenso en la prensa.
Vista la diversidad de periódicos de amplia tirada que convivieron durante la transición, el
hecho fundamental a tener en cuenta es que todos ellos evidenciaron su compromiso, matizado en
función de sus peculiaridades ideológicas, con los contenidos y los procedimientos del proceso de
transición en curso. El consenso entre los partidos políticas tuvo su correlato mediático, y el
discurso político de mínimos que racionalizaba estas operaciones fue interiorizado y estimulado
por cada uno de estos rotativos752
. Todos ellos manifestaron su apuesta decidida por una
democracia de corte liberal y representativa; coronada por la Monarquía; respetuosa con algunas
instituciones, normas legales y elites de la dictadura; integradora de opciones procedentes tanto
de la oposición como del régimen anterior, y reacia a trastocar los fundamentos socioeconómicos
del país. En definitiva, como se ha dicho, el consenso en torno a estos principios se convirtió en
la ideología cotidianamente difundida a través de la prensa de masas.
En la transición se construyó un nuevo discurso hegemónico orientado a legitimar tanto el
nuevo sistema político en construcción como el procedimiento por el cual se estaba edificando, y
este discurso fue interiorizado y reproducido por todos los periódicos de importante tirada del
país. De ABC a Diario 16, pasando por Ya y La Vanguardia, todos ellos respaldaron y
sublimaron el modelo de transición política. Incluso El País, el periódico teóricamente de
referencia de los sectores progresistas, “... se identifica desde su nacimiento con el proyecto de
reforma política para la democratización de España y con el papel que en él debe desempeñar el
Rey”753
. Lo paradójico de la transición a nivel comunicacional es que los idearios que
mayoritariamente habían informado el movimiento social de oposición a la dictadura en la
clandestinidad no fueron asimilados en la incipiente democracia por ninguno de los periódicos de
gran tirada del país. Ni siquiera el PCE, el partido hegemónico en ese movimiento, logró, incluso
después de dulcificar su ideario para adecuarlo al consenso, que ninguno de estos periódicos se
identificara con él.
La pluralidad de medios de masas se tradujo, por tanto, en una relativa homogeneidad en
lo que a sus contenidos ideológicos básicos se refiere. La pluralidad se vio coartada por la
unanimidad de criterios básicos. Por expresarlo con las categorías conceptuales de Marshall
752
Juan Francisco Fuentes y Javier Fernández Sebastián, op. cit., p. 321. 753
María Cruz Seoane y Susana Sueiro, op. cit., p. 130.
457
McLuhan, la prensa española no conoció una situación de “pluralización intensiva”, sino de
“pluralización epidérmica” que no fue sinónimo de una pluralidad ideológica en el sentido fuerte
de esta expresión754
. Se pasó, en el panorama mediático de masas, de la censura al consenso, es
decir, de la prohibición expresa por parte del poder político de lo que a su entender no se debía
decir, al acuerdo tácito y libre de la prensa en torno a los límites de lo políticamente expresable.
Las opciones que quedaron al margen del consenso no encontraron acomodo en los principales
rotativos del país. Los proyectos alternativos de estas opciones sí se expusieron, a diferencia de lo
que sucedía en el franquismo, en la prensa de masas, pero no se expresaron a través de esta. La
diferencia no es baladí, los proyectos alternativos fueron, a pesar de infravalorados, objeto de
información, pero esta perspectiva nunca fue asumida por los sujetos informantes. Hubo, es
cierto, en algunos periódicos colaboradores asiduos o articulistas circunstanciales que sí
expresaron estas visiones alternativas, pero nunca trascendieron lo que José Vidal Beneyto ha
denominado el “rol de coartada-falso testigo”755
, es decir: el tener una presencia anecdótica que
quedaba sofocada por la abrumadora presencia de planteamientos contrarios y que servía, en
última instancia, de coartada para la homogeneidad.
Durante la transición la denominada izquierda radical, el PCE y las expresiones más
exigentes de la izquierda del PSOE sufrieron la ausencia de grandes referentes mediáticos de
masas. Ni siquiera el PCE, el partido más influyente y conocido durante la clandestinidad, contó
con ningún periódico independiente afín de gran tirada. Incluso la prensa semanal más o menos
cercana, representada especialmente por Triunfo, que a pesar de la censura funcionó como un
referente para los sectores democrático progresistas durante el franquismo, experimentó un
considerable declive en la transición. El caso de esta publicación es elocuente de cómo la
transición marginó los discursos y los medios de reproducción de los discursos que habían estado
a la vanguardia de la lucha por la democracia, y que habían defendido una democracia distinta a
la que finalmente se construyó. El mítico semanario Triunfo, dirigido por José Ángel Ezcurra, y
enriquecido entra otras por las plumas de Eduardo Haro Tecglen o Manuel Vázquez Montalbán,
desapareció en 1982 después de reconvertirse a su pesar en mensual. A propósito de éste y otros
casos José Carlos Mainer ha escrito lo siguiente:
754
Marshall McLuhan y Bruce Powers, op. cit. 755
Sobre el papel de los articulistas en periódicos como El País véase José Vidal Beneyto, “Notas sobre los
colaboradores de Opinión”, en El País o la referencia dominante, Madrid, Mitre, 1986, pp. 147-153.
458
Una primera paradoja, reputada por muchos de injusticia histórica y hasta de negra ingratitud, fue que el
reestablecimiento de la democracia acarreó el desastrado final de los órganos de información que más se
habían destacado por su defensa756
.
Los intentos de fortalecer estos proyectos o de complementarlos o reemplazarlos con otros
durante la transición no surtieron efecto. La Calle, por ejemplo, impulsada desde círculos más o
menos cercanos al PCE en marzo de 1978, y hecha a imagen y semejanza de Triunfo, tuvo una
repercusión muy limitada757
. Más frustrante resultó el caso de Mundo Obrero, con el que el PCE
pretendió ingenuamente cubrir por sí mismo su vacío mediático. El PCE cometió el error de
pensar que el órgano de expresión del partido podría funcionar en España como lo hacían
L´Humanité en Francia o L`Unità en Italia, y se decidió a publicarlo diariamente. La operación
resultó un fracaso colosal, la distribución fue desastrosa, la ventas fueron mínimas y el periódico
acabó completamente arruinado758
.
Vista la influencia creciente de la prensa sobre la sociedad española, tanto más intensa en
la medida que la desaparición legal de la censura le dio verdadero crédito ante los lectores, hay
que atribuir a los periódicos independientes citados una responsabilidad importante en el
apuntalamiento de la democracia que se estaba construyendo; así como un papel proporcional en
el desmoronamiento de los proyectos alternativos de la izquierda. Tanto en el caso del PSOE
como en el caso del PCE, aunque de manera muy distinta, los periódicos en cuestión favorecieron
sendos procesos de moderación ideológica.
No obstante, fue en el caso del PSOE en el que los periódicos se implicaron más
concienzudamente, porque fue en el caso del PSOE en el que el debate ideológico provocó una
verdadera crisis, porque esa crisis afectó al segundo partido más representativo del país y porque
esa crisis se interpretó como una amenaza misma al modelo de transición. El XXVIII congreso
del PSOE liberó las voces críticas con la transición silenciadas durante la etapa del consenso,
hasta el punto de volverse mayoritarias en el principal partido de la oposición, con los riesgos que
ello entrañaba para la viabilidad del proceso. El triunfo de las tesis críticas en el PSOE suponía
que desde el segundo partido del país se cuestionaban los consensos de la transición, lo cual no
756
Santos Juliá y José Carlos Mainer, El aprendizaje de la libertad, 1973-1986, Madrid, Alianza, 2000, p. 208. 757
Santos Juliá y José Carlos Mainer, op. cit., pp. 209 y 210. 758
Sobre la crisis de Mundo Obrero véase el relato de dos de sus colaboradores: Pedro Vega y Peru
Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit, pp. 279-291.
459
resultaba asumible para el nuevo sistema. Por todo ello la prensa concibió la crisis del PSOE
como un problema nacional al que debía hacer frente. El debate sobre el marxismo en el PSOE se
traspuso, en virtud de los debates reprimidos que desató, como un debate de Estado en la prensa.
Todos los periódicos, incluso aquellos a priori más alejados e incluso hostiles con el partido de
los socialistas, cerraron filas en torno a la dirección en los momentos más agudos de la crisis, y
todos ellos evidenciaron una extraordinaria beligerancia hacia el sector crítico.
La implicación de los periódicos en ambos casos fue directa, y en el caso del PSOE
también intensa y apasionada. Y es que en la transición política española los medios tuvieron
implicación en la política inusual en otros países vecinos con democracias consolidadas. Como
ha señalado Susana Sueiro “estos se sintieron copartícipes, coautores de la transición política,
protagonistas del cambio, y no meros cronistas y analistas”759
. En la transición se fraguó una
estrecha alianza entre política y periodismo y se produjo una confusión consecuente en entre una
cosa y otra. Ello llevó a la prensa a funcionar en ocasiones como un verdadero “partido político”,
en la acepción genérica y no formal-institucionalista de este concepto. Esta autoconsideración de
los periódicos como sujetos mismos del cambio, como hacedores de la democracia, multiplicó su
apasionamiento en los debates políticos y, en los casos que aquí se trata, les llevó a sublimar en
exceso a los dirigentes políticos que sostuvieron proyectos afines, así como a atacar con
virulencia a quienes los cuestionaron o pudieron entorpecerlos.
V.7. El cambio ideológico del PSOE en la prensa.
La intervención de la prensa en la crisis del PSOE se desarrolló en tres tiempos. Primero,
cuando Felipe González anunció públicamente que propondría la supresión del marxismo de la
definición del partido, la prensa en su conjunto valoró de manera positiva, pero distante, la
propuesta ideológica, sin renunciar por ello a mantener una visón crítica en cuanto a, por
ejemplo, los motivos no declarados que le habían llevado a formularla. Después, cuando en el
XXVIII Congreso de mayo de 1979 la dirección encabezada por Felipe González salió
ideológicamente derrotada y se vio forzada a no presentarse a la reelección, todos los periódicos
arremetieron de forma virulenta contra los críticos y acudieron de manera vehemente e
incondicional en auxilio de los oficialistas. Finalmente, una vez que las aguas volvieron a su
759
María Cruz Seoane y Susana Sueiro, op. cit, p. 125.
460
cauce en el Congreso Extraordinario de septiembre de ese mismo año, cada periódico analizado
regresó a sus posiciones anteriores de mayor, menor o nula sintonía con el partido de González.
Se trató de tres movimientos con los que la prensa moduló su grado de implicación en los debates
internos del PSOE en función de cómo varió la correlación interna de fuerzas en el partido y de
cómo esta podía o no comprometer el modelo de transición.
V.7.1. Vísperas del congreso: el distanciamiento crítico.
La propuesta de abandonar el marxismo la formuló Felipe González de manera sorpresiva
y sin un debate previo en los órganos de dirección del PSOE el 8 de mayo de 1978. El escenario
elegido para ello fue un debate organizado por la Asociación de la Prensa de Barcelona bajo el
título genérico “La alternativa de poder”. Las palabras exactas del Secretario General socialista
fueron las siguientes:
“En el próximo congreso del PSOE soy partidario de proponer la supresión del término marxismo de la
declaración programática de mi partido”760
.
La principal razón movilizada por González para justificar esta propuesta fue que “ desde
el punto de vista social el término no ha sido aceptado”761
. Se trató, por tanto, de una razón que -
más allá del debate teórico acerca de la operatividad o no del marxismo o del debate ideológico a
propósito su pertinencia como proyecto político - basaba la desestimación del concepto en su
limitada proyección pública. La traducción práctica de la renuncia a esta etiqueta ideológica la
hizo Felipe González en el mismo encuentro al caracterizar el futuro programa económico del
PSOE. La renuncia a esta definición ideológica se concretaría, según palabras del propio
González, en la consideración del proyecto socialista “ no como una quiebra del modelo de
sociedad de economía de mercado...”, sino como una apuesta por la primacía de “lo público sobre
lo privado”762
.
El lugar elegido para proponer el abandono del marxismo - no una reunión de un órgano
de dirección del partido sino un encuentro con la prensa - y lo inesperado de la propuesta
760
El País (Madrid), 9 de mayo de 1979, p.1. 761
Ibidem. 762
Ibidem
461
subrayaron ya entonces la dimensión mediática de la misma. Esto, sumado a las propias razones
expuestas por Felipe González para justificar su decisión, evidenció que la propuesta de
abandono fue concebida como un golpe de efecto mediático orientado a seducir a una parte del
electorado moderado y a atemperar los recelos de los poderes fácticos. Como se ha visto, el
PSOE necesitaba de un golpe táctico que en poco tiempo le permitiera exhibir una imagen más
digerible para electores necesarios en el camino al poder. La propuesta de cambio ideológico
funcionó de este modo como propaganda electoral canalizada a través de los medios de
comunicación de masas.
Al día siguiente la noticia apareció en los principales rotativos del país, y en los días
sucesivos algunos de ellos destinaron un editorial para abordar el asunto. El tono de estos
editoriales guardó cierta distancia con el hecho que se pretendía valorar y la implicación fue
ponderada. El tono empleado, si bien no cayó en la pura asepsia, tampoco evidenció ningún
apasionamiento, y el lenguaje del que se hizo uso, si bien no fue neutro, tampoco resultó
abiertamente valorativo. La propuesta fue en sus términos estrictamente ideológicos bien recibida
por los periódicos analizados, lo que no fue óbice para que en algunos de ellos se expusieran
ciertas dudas al respecto.
ABC hizo una valoración positiva de la propuesta, afirmando que el cambio traería
consigo “una izquierda más racional”763
. El editorial de Diario 16 se centró fundamentalemnete
en dilucidar la dimensión táctica de la propuesta. No en vano esta fue calificada como una
“jugada que [Felipe González] ya tenía en la manga desde hace tiempo”764
. Según Diario 16, una
vez el PSOE había absorbido al resto de los partidos socialistas que rivalizaban con él y una vez
el PCE había abandonado el leninismo, resultaba oportuno que los socialistas hicieran una
revisión análoga, que les permitiera diferenciarse de los comunistas y les sirviera para seducir al
ala socialdemócrata de UCD765
. No obstante, el editorial, favorable a la desestimación del
marxismo, advirtió del riesgo a que la propuesta se quedara reducida a su dimensión táctica y
dejara indemne la ideología del PSOE bajo una nueva fórmula terminológica766
. Por su parte, El
País abrió su editorial comparando la renuncia al leninismo en el PCE con la propuesta de
763
ABC (Madrid), 10 de mayo de 1979, editorial. 764
Diario 16 (Madrid), 10 de mayo de 1979, editorial. 765
Ibidem. 766
Ibidem.
462
abandono del marxismo en el PSOE, y animando de manera indirecta ambas decisiones. En
concreto planteó lo siguiente:
Tanto el señor González como el señor Carrillo se han enfrentado con el dilema de dar satisfacción a sus
militantes o de ampliar su electorado. Sin duda ambos líderes han sido conscientes de que la sugerencia de
abandonar símbolos terminológicos, tan cargados de imágenes y con gran capacidad integradora, daría lugar
a una profunda conmoción y a rechazos airados en el seno de sus organizaciones. Pera también que la
renuncia es condición sine qua non para su crecimiento767
.
Y aprovechó esa comparación para arremeter contra el partido de Carrillo y advertir a la
dirección socialista de los riesgos que podía entrañar el debate. Según EL País la renuncia al
leninismo se impuso en el PCE gracias al ancestral seguidismo acrítico de las bases con respecto
a la dirección, mientras que en el caso del PSOE se corría el riesgo de que una militancia más
libre y acostumbrada a la discrepancia con las iniciativas que venía de arriba pudiera generar un
movimiento de protesta amplio, rompiendo con ello la cohesión del partido. Las palabras exactas
del periódico fueron las siguientes:
El PCE es un partido cuyo grupo dirigente ha sido formado sin solución de continuidad desde la guerra, que
dispone de cientos de cuadros seleccionados con su inquebrantable e incondicional adhesión a quienes les
designaron por cooptación, que conserva los reflejos unitarios y defensivos formados en la época de la II
internacional para defender decisiones tan difícilmente justificables como los procesos de Moscú, en 1936,
o la alianza entre Stalin y Hitler, en 1939,y que puede dar pronunciados virajes sin peligro de
descarrilamiento768
.
Como se verá en el siguiente apartado aquí estaban contenidas muchas de las líneas
básicas del discurso de El País hacia el PCE, su estrategia de desgaste de esta opción política.
Semejante estrategia consistió en cuestionar la condición democrática del PCE, en identificarle
con el totalitarismo de la URSS y en sacar a colación los sucesos más escabrosos de su tradición
histórica para arrojarle públicamente a ese pasado remoto. Esta presentación que hizo El País del
PCE como un partido constituido por militantes incondicionalmente seguidistas de su dirección
puede que cobrara algo de sentido aplicada al caso concreto del debate del leninismo, pero resultó
completamente errónea para caracterizar la supuesta esencialidad de un partido que tan solo dos
767
El País (Madrid), 11 de mayo de 1979, editorial. 768
Ibidem.
463
años después saltó por los aires en una pugna interna cruenta donde se enfrentaron diversas
tendencias, varias de las cuales extremadamente virulentas con la dirección.
No obstante, después de estas primeras valoraciones sobre el anuncio realizado por
González, la polémica ideológica del PSOE se fue disipando en la prensa hasta desaparecer por
completo. El asunto volvió de nuevo a los rotativos cuando se abrió la fase preparatoria del
congreso en las agrupaciones de base socialistas. Surgió entonces un movimiento de rechazo
masivo a la reformulación doctrinaria, que se tradujo en la elevación de numerosas propuestas
para la ponencia política procedentes de las organizaciones de base y bastante críticas con los
planteamientos de la dirección. La mayoría de estas propuestas apostaron por la definición
marxista del partido, así como por formas de intervención política más beligerantes que las
desarrolladas hasta entonces. De manera simultánea la reivindicación del marxismo en las
organizaciones de base fue acompañada por un discurso crítico con la línea política que la
dirección había seguido en los momentos más complicados de la transición. Fue entonces cuando
surgieron las críticas a los consensos que el partido había respaldado, fundamentalmente a
algunas partes del articulado de la constitución y a los Pactos de la Moncloa. El debate sobre el
marxismo había destaponado los debates contenidos acerca de estas decisiones políticas de
calado. La polémica fue subiendo de todo y las críticas empezaron a arreciar contra la dirección
en general y contra sus miembros más moderados en particular. Lo que empezó siendo un
conflicto de naturaleza ideológica terminó derivando en un cuestionamiento abierto a la autoridad
de la dirección.
Los principales periódicos se hicieron pronto eco del conflicto: fueron ampliando
progresivamente la cobertura a las reuniones de las agrupaciones de base, dieron tribuna al cruce
de declaraciones entre los dirigentes socialistas que sostuvieron planteamientos enfrentados y los
colaboradores habituales de los periódicos dedicaron varios de sus artículos al tema. Todos los
periódicos prestaron una atención importante al proceso precongresual socialista, lo cual hizo que
cuando el cónclave se celebró existiera ya una importante expectativa social. El País, por
ejemplo, hizo un seguimiento casi a diario, informando de las reuniones preparatorias de las
principales agrupaciones socialistas y de los acuerdos que allí se tomaron. Toda la prensa
consultada reconoció la dificultad que para prosperar tenía las tesis de la dirección a tenor del
movimiento de oposición a las mismas que se estaba generando desde la base. En sus respectivos
titulares ABC reconoció, por ejemplo, que “Las bases quieren que el PSOE se declare
464
marxista”769
, mientras que El País afirmó que “ Una gran mayoría de propuestas políticas piden
la reafirmación del marxismo”770
.
Por otra parte, las columnas de opinión se abrieron a la publicación de los escritos de los
valedores de unas u otras tesis. El País, por ejemplo, publicó desde artículos de destacados
críticos como Pablo Castellano771
a otros firmados por los partidarios de la supresión
terminológica, como por ejemplo, Ignacio Sotelo772
. No obstante, la presencia mediática de los
defensores de una u otra postura no fue proporcional a la correlación de posicionamientos que se
daba en el seno del PSOE, favorable como reconocieron los propios periódicos, a quienes
apostaban por la definición marxista del partido. Frente a eso en la prensa tuvieron más peso del
que realmente tuvieron dentro del partido los partidarios de las tesis oficiales. Esto, unido al
hecho de que la gran mayoría de los colaboradores habituales de los periódicos ensalzaron la
propuesta de González, eclipsó la presencia de los críticos. El debate ideológico del PSOE
empezaba a responder ya, según la expresión habermasiana, a las pautas de una comunicación
sistemáticamente deformada, donde los planteamientos enfrentados no dispusieron de una
posición simétrica a la hora de hacer oír su voz en el espacio público.
Pero la toma de posicionamiento de los periódicos a favor de la dirección socialista se
dejó ver sobre todo en sus editoriales, y este posicionamiento fue más vehemente a medida que se
aproximó el congreso y el movimiento de rechazo a la tesis de González fue cobrando fuerza
entre la militancia. El País, por ejemplo, plateó que desde el punto de vista teórico el abandono
de la definición marxista del partido resultaba inexcusable, toda vez que el marxismo no era
corpus teórico definido, sino un conjunto de tendencias impulsadas por escuelas distintas cuando
no enfrentadas773
. No obstante, después de un larga disertación teórica acerca de lo que era y no
era el marxismo, el editorial de El País venía a solidarizarse con las razones más pragmáticas que
estimularon el abandono: la voluntad del PSOE de incrementar sus votos a través de los sectores
moderados y la necesidad de despojarse de una etiqueta que el adversario explotaba para
identificarle públicamente con el totalitarismo:
769
ABC (Madrid), 5 de mayo de 1979. 770
El País (Madrid), 27 de abril de 1979, p. 12. 771
Pablo Castellano, “Ante el congreso del PSOE”, El País (Madrid), 12 de abril de 1979. 772
Ignacio Sotelo, “Reflexiones para un congreso”, El País (Madrid), 16 de mayo de 1979. 773
El País (Madrid), 9 de mayo de 1979, editorial.
465
El abandono del término marxista para calificar al PSOE es, desde un punto de vista teórico, un paso
obligado para la clarificación de un organización política en la que militan hombres y mujeres de muy
diversas concepciones ideológicas, que buscan los votos de millones de ciudadanos [...] La definición del
PSOE como marxista no sólo es la respuesta a una pregunta que carece de sentido, sino también un gratuito
regalo a sus adversarios774
.
En este sentido, La Vanguardia hizo una defensa entusiasta de la deseable moderación
del PSOE, planteando de forma maniquea que el socialismo solo podía tener dos referentes: o la
revolución Rusa de 1917 o el giro socialdemócrata experimentado por el SPD en su congreso de
Bad Godesberg de 1959775
. En el caso de ABC los partidarios del marxismo fueron identificados
con posturas antidemocráticas y remitidos a un pasado, el de la II República y la Guerra Civil,
que en opinión de este periódico debía funcionar como un contraejemplo para los socialistas776
.
Este discurso, que identificaba marxismo con totalitarismo y esgrimía el caso del Socialismo Real
como deriva necesaria de toda opción socialista que no reprodujera la evolución del SPD alemán,
fue recurrente en ambos diarios. Tanto ABC como La Vanguardia incidieron insistentemente en
la necesidad que el nuevo sistema político tenía de un partido socialista moderado que evitara la
siempre acuciante tentación totalitaria. ABC por su parte hizo además, también de manera
recurrente, un uso particular de la memoria histórica, que consistió en aludir de manera insistente
a los tiempos de la II República y la Guerra Civil como contraejemplos de lo que debía ser la
práctica socialista. Por debajo de esta alusión estaba la apelación al miedo latente en buena parte
de la sociedad a una reproducción de los enfrentamientos pasados. La apelación a este temor fue
una estrategia desplegada no sólo por los medios, auque especialmente por algunos de ellos, para
condicionar la actuación de los partidos. Para estos periódicos aquellos que no se atuvieran a los
consensos y apelaran a los proyectos históricos de transformación social serían responsables ante
la opinión pública de alentar los viejos enfrentamientos fratricidas que el intento de implantación
de esos proyectos provocó en el pasado.
La voz más ponderada de estos editoriales, y todavía crítica en cierta forma con la
dirección del PSOE, fue la de Diario 16. Sin dejar de expresar su conformidad con la
desestimación del marxismo, el editorial del periódico venía a plantear que la confrontación
774
Ibidem. 775
En dicho congreso el SPD abandonó el marxismo e imprimió un giro político que le llevó al gobierno en la
década siguiente. La disyuntiva expuesta apareció en La Vanguardia (Barcelona), 9 de mayo de 1979, editorial. 776
ABC (Madrid), 9 de mayo de 1979, editorial.
466
ideológica no era en última instancia sino una sublimación de la lucha por el poder entre
oficialistas y disidentes:
...no sólo el ciudadano ajeno a la cuestión sino también infinidad de votantes y no pocos militantes del
PSOE sospechan que tal vez lo que, encubiertamente, se discute es otra cosa y que la discusión no es más
que una escaramuza planeada artificialmente alrededor de un punto doctrinal especialmente sensible, pero
del que ejecutiva, por un lado, y disidencia, por otro, se sirven para afilar sus armas y pulsar las reacciones
de la militancia con objeto de cuantificar sus fuerzas ante el inmediato congreso 777
.
V.7.2. El XXVIII Congreso: la implicación apasionada.
En este contexto mediático se celebró el XXVIII Congreso del PSOE los días 17,18 19 y
20 de mayo de 1979. Como vimos en el segundo capítulo la dirección recibió una tremenda
reprobación ideológica por parte de las bases cuando éstas desestimaron mayoritariamente la
propuesta de retirar el marxismo de la definición del partido. La reacción de Felipe González fue
la de renunciar a la reelección, gesto que fue secundado por todos sus acólitos en la dirección. El
Primer Secretario del PSOE anunció su retirada en un solemne discurso que sería reproducido
insistentemente por los medios de comunicación. La decisión de González generó de inmediato
un sentimiento de orfandad en buena parte de las bases que habían reprobado su propuesta de
revisión, en virtud del cual reclamaron enfática y públicamente su retorno e hicieron propósito de
enmienda ideológica. El órdago de Felipe González sirvió para que una parte de la militancia más
crítica reculase. Pero más allá de los réditos internos, la dirección encabezada por González y la
línea política que defendía salieron tremendamente reforzadas también de puertas afuera. Es más,
el prestigio social que lograron redundó precisamente en beneficio de la batalla interna.
En ambas cosas los medios de comunicación, y concretamente los periódicos que venimos
analizando, jugaron un papel determinante. Los periódicos concibieron la crisis como un desafío
a la viabilidad del modelo de transición que se estaba consolidando y por el que ellos apostaban,
y corrieron, con independencia de su perfil ideológico, en auxilio de la dirección derrotada. Había
surgido una nota desafinada en la partitura de la transición que amenazaba con extenderse a todo
el coro, y resultaba urgente ponerla sordina. El distanciamiento relativo con que abordaron hasta
entonces la polémica se tornó en una implicación apasionada más propia de la prensa de partido.
777
Diario 16 ( Madrid), 11 de mayo de 1979, editorial.
467
En primer lugar, y en virtud de la imagen que de él construyeron y difundieron los medios
de comunicación, González reapareció ante la opinión pública como el prototipo de político
honesto dispuesto a renunciar por firmes convicciones éticas a su puesto de responsabilidad,
como un ejemplo insuperable de coherencia al negarse a encabezar un partido que apostaba por
ideas en las que no creía. En segundo lugar, los críticos fueron objeto de escarnio público en los
medios, apareciendo como un grupo de irresponsables que había generado una crisis de
envergadura en el PSOE, una crisis que amenazaba además con extenderse a todo el país. Y en
tercer y último lugar, las ideas defendidas por los críticos fueron, en tanto trascendieron los
límites del consenso, desprestigiadas e identificadas con planteamientos antidemocráticos.
En cuanto a Felipe González, se desplegó en la prensa un inusitado culto su personalidad
que acentuó la ya de por sí estrecha dependencia de las bases del partido al líder carismático, y
que vendría a reforzar la tradicional tendencia a la personalización de la política tan característica
de la sociedad española del momento. Lo primero que se explotó fue el sentimiento de pérdida.
Había dimitido un líder que era, en opinión de los periódicos, irremplazable en el PSOE e
imprescindible para la consolidación de la democracia en España. Y es que esa fue la
interpretación compartida por los periódicos analizados, que la salida de Felipe al frente del
PSOE representaba una pérdida irreparable para la democracia en su conjunto. El País, por
ejemplo, dejó clara esta interpretación en su editorial del día 20 de mayo al plantear que el PSOE
era un partido indispensable para la consolidación de la democracia y que “esa consolidación
pasa por la permanencia de Felipe González en la secretaría general” 778
. En el mismo sentido,
José Jiménez Blanco, colaborador de Ya, arrancó su artículo con un elocuente título: “Perdió
Felipe, perdió España”. La desaparición momentánea de Felipe González al frente de la
Secretaría General se interpretó como un problema nacional, como una mismísima crisis de
Estado. La democracia, el modelo de democracia que se estaba intentando consolidar, necesitaba
de un PSOE atemperado, y como esta ponderación sólo la garantizaba una dirección socialista
encabezada por González, González había pasado a constituirse en una pieza insoslayable del
modelo, en una institución misma de la nueva democracia en proceso de consolidación.
778
El País (Madrid), 20 de mayo de 1979, editorial.
468
La angustia que vivieron los delegados en el congreso ante la renuncia de González se
proyectó a escala nacional vía medios de comunicación, provocándose así una auténtica
conmoción social. La sensación de orfandad que repentinamente asoló a los delegados se tradujo
en una especie de duelo mediático nacional. Se generó entonces en la prensa un doble fenómeno
de “hiperemoción contagiosa” y de “mimetismo mediático”779
. Atendiendo a lo primero el tono
melodramático de la prensa sensacionalista se trasvasó en cierta forma a la prensa seria.
Atendiendo a lo segundo, cada medio se sintió obligado a hablar tanto o más del tema que
cualquier otro, de manera que al final todos se estimularon entre sí. Y es que efectivamente esas
fueron las coordenadas en que se desenvolvió la cobertura mediática a la dimisión de González,
la de la redundancia informativa y el psicodrama nacional. Todos los periódicos recogieron el
hecho en primera plana, con inmensas fotografías de Felipe González glosadas con titulares o pie
de foto impactantes y abiertamente valorativos. Por ejemplo, ABC, huelga decir que el periódico
por excelencia de la derecha española, encabezó su portada con el siguiente titular: “En defensa
de sus propias convicciones”780
. Debajo aparecía un primer plano de González con un pie de foto
en el que se leía:
González forma parte de esa reducida categoría de políticos que anteponen la defensa de sus propias
convicciones a la ambición del poder por el poder781
.
Pero más allá de los titulares los panegíricos al líder socialista llegaron al paroxismo en
los editoriales de los periódicos. Para El País la dimisión de González lejos de ser “una maniobra
de largo alcance y estudiado diseño” estaba animada por “el deseo de coherencia y de respeto a
los principios”; algo, según el editorial, “poco usual en nuestro libidinoso panorama político”782
.
El editorial interpretaba del siguiente modo la dimisión de González:
Cabe añadir que su acto no debe ser tomado como un abandono, sino como una actitud activa de
compromiso con su partido y con el país783
.
779
Estos conceptos que aquí aplicamos al caso de la crisis del PSOE en los medios de comunicación los hemos
tomado de Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación, Madrid, Debate, 1998. 780
ABC (Madrid), 22 de mayo de 1979, p. 1. 781
Ibidem. 782
El País (Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial. 783
Ibidem.
469
Por su parte ABC tituló su editorial del siguiente modo “ La incoherencia de un congreso
y coherencia de una dirección”784
. El texto concluyó con las siguientes palabras a propósito del
líder socialista:
En cualquier caso su lección de honestidad y coherencia es ya patrimonio de todos más allá de cualquier
ideología785
.
Incluso Diario 16, el periódico hasta ese momento más crítico, se volcó
incondicionalmente en la defensa de González. Bajo el título “Grandeza de un líder” el editorial
dijo lo siguiente:
Un análisis riguroso revela que ha sido precisamente el sentido de la responsabilidad en sus dimensiones
más auténticas el que ha primado en la decisión de Felipe González[...]La apuesta de Felipe tiene un peso de
primer orden y concita el agradecimiento y la solidaridad de cuantos queremos para España la racionalidad
y la democracia estable786
.
Las fervorosas opiniones de la prensa coincidieron con las de destacados miembros de la
patronal. El 22 de mayo bajo el titular “Los empresarios, impresionados por la actitud de Felipe
González”, el diario Ya recogía algunas declaraciones literales de dirigentes de las organizaciones
empresariales a propósito del dirigente socialista. Por ejemplo, José María Figueres, presidente de
la Cámara de Comercio e Industria de Barcelona declaró lo siguiente:
Personalmente me ha impresionado el hecho de que un político de la importancia de Felipe
González haya puesto en tan alto lugar los fundamentos éticos de su actividad política [...]787
En el mismo sentido se expresó José Antonio Segurado, presidente de Comisión
Empresarial Independiente de Madrid (CEIM):
Creo que la figura de Felipe González se ha agigantado. Creo que el esfuerzo que está haciendo por
equilibrar su partido es algo en lo que todos los españoles deberíamos ayudarle, porque como
partido de alternativa me parece fundamental788
.
784
ABC (Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial. 785
Ibidem. 786
Diario 16 (Madrid), 21 de mayo de 1979, editorial. 787
Ya (Madrid), 22 de mayo de 1979. 788
Ibidem
470
La exaltación de la figura de González fue unánime en la prensa y lindó en muchos casos
lo hagiográfico. González había sido erigido por el poder mediático en un verdadero icono de la
transición, según esa tendencia tan característica de la época consistente en personalizar el
proceso en cuatro o cinco figuras emblemáticas. Su desaparición al frente del PSOE atentaba
contra la propia simbología del proceso. Por otra parte, la prensa fue uno de los espacios por
excelencia de construcción de la legitimidad carismática de la que disfrutó González y que
resultó determinante en la resolución de la crisis ideológica del partido. Sin duda alguna muchos
de los militantes que al final escoraron a planteamientos oficialistas lo hicieron abrumados por el
peso de una autoridad que había potenciado el aparato mediático y de la que difícilmente podían
prescindir sin demasiados costes, por lo pronto publicitarios, para el partido.
El apasionamiento con que los medios ensalzaron a González solo fue comparable con el
apasionamiento con que atacaron a los críticos. Los periódicos analizados no escatimaron críticas
a los delegados que votaron a favor del mantenimiento del marxismo y llegaron a ensañarse con
sus representantes más destacados. Las críticas de la prensa a los militantes que votaron en contra
de la propuesta oficial se movieron entre la reprobación paternalista y la reprimenda iracunda. El
País, por ejemplo, vino a defender a la dirección de los ataques de las bases enfrentando a estas
con la voluntad de los electores:
Las acusaciones de las bases contra el secuestro del PSOE por su dirección tienen no obstante fundamentos
más débiles que la crítica al monumental despojo que esos sectores radicales hacen de la voluntad de una
mayoría de electores socialistas789
.
ABC por su parte fue mucho más allá y calificó a los partidarios del marxismo de
burgueses acomplejados que intentaban encubrir con radicalismos verbales su incómoda
condición social, toda vez que, a su parecer, habían sido las agrupaciones de los barrios
acomodados de Madrid las más beligerantes en la defensa del término790
.
No obstante, la militancia de base, y más concretamente los delegados congresuales, no
fueron en ningún momento objeto preferente de información, ni menos todavía un sujeto al que
789
El País (Madrid), 20 de mayo de 1979, editorial. 790
ABC ( Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial.
471
los medios de comunicación dieran voz a diario. En el caso de la crisis del PSOE se puso
especialmente de manifiesto ese fenómeno de elitización de las noticias tan característico de la
prensa en la transición, en virtud del cual los más importantes acontecimientos políticos
resultaron atribuibles, para bien o para mal, no a colectivos sociales, sino a significados dirigentes
políticos. En este sentido, los militantes críticos de base, los verdaderos protagonistas de la
reprobación a la dirección, fueron en algunos casos obviados y en otros reducidos a una masa
despersonalizada fácilmente manipulable por los supuestos artífices de la operación: unos pocos
dirigentes resentidos, en opinión de los periódicos, por su desplazamiento del poder. En este
sentido, las críticas más duras fueron, por ejemplo, para quienes en palabras de ABC habían
estimulado previamente “el fuego jacobino”, en alusión expresa a Francisco Bustelo, Luis Gómez
Llorente y Pablo Castellano791
. En su particular apelación al miedo el periódico monárquico vino
a decir que en el caso de que Bustelo y compañía hubieran forzado un poco más la situación “una
riada hubiera salido el sábado de madrugada del Palacio de Congreso a voz en grito aterrando a
Burgueses”792
.
De este modo la oposición al oficialismo se personalizó en tres o cuatro dirigentes que
enseguida resultaron objeto de escarnio en la prensa, pues una vez reducido el adversario a un
pequeño grupo de individuos conocidos, éste resultó más fácilmente abatible. Durante la crisis - y
por este orden - Enrique Tierno Galván, Luis Gómez Llorente y, sobre todo, Pablo Castellano y
Francisco Bustelo fueron víctimas de insistentes y durísimos ataques por parte de la prensa. Para
El País, estos dirigentes críticos habían manifestado ante todo una voluntad de poder desbocada.
Según expuso en su editorial, la crisis del PSOE se debía a “ los deseos de algunos líderes de
jugar en el tablero de la ideología una partida que, en realidad, tenía el poder como único
botín”793
. Y es que, efectivamente, los críticos fueron acusados de encubrir ideológicamente su
voluntad de poder. Una acusación que tiempo atrás también se vertió sobre los oficialistas y que
ahora brilló por su ausencia. En otro sentido, se lanzaron múltiples y en muchos casos hirientes
descalificaciones contra los críticos, que no eran de uso común en la prensa. Diario 16, por
ejemplo, se refirió a estos como “los ultramontanos marxistas encabezados por Tierno, Bustelo y
Gómez Llorente”794
. Términos abiertamente valorativos como los de “irresponsables”,
“aventureros”, “trasnochados”, “dogmáticos” o “resentidos” constituyeron el lenguaje habitual
791
Ibidem. 792
Ibidem. 793
El País (Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial. 794
Diario 16 (Madrid), 21 de mayo de 1979, editorial.
472
con el que la prensa, de un signo u otro, se refirió a estos dirigentes que gozaban de una dilatada
trayectoria de lucha contra la dictadura.
En definitiva, el acoso a los críticos en la prensa fue de una intensidad nada habitual que
terminó por anularlos públicamente y por desautorizarlos ante buena parte de sus compañeros de
partido. Varios años después Bustelo se lamentaba de esta dura actitud unánime de la prensa:
Ni un solo periódico importante dejó de hacernos duras críticas y de apoyar, en cambio, más o menos
fervorosamente a González795
.
Finalmente, los periódicos analizados atacaron con idéntica virulencia los planteamientos
doctrinales y las impugnaciones al proceso de transición sostenidos por los críticos. Las ideas de
éstos fueron o bien objeto de criminalización o bien motivo de parodia. La disyuntiva “marxismo
sí o marxismo no”, que en la práctica no era sino una disyuntiva entre socialismo y
socialdemocracia, se traspuso en alguno de estos periódicos que no venían de un pasado
precisamente democrático como una polémica en torno a la aceptación o no aceptación de la
democracia en su acepción más básica. Se estableció en estos medios una asociación forzada y
nada rigurosa entre “marxismo”, el concepto de “dictadura del proletariado” y el sistema político
de la “Unión Soviética”. Se trató de una asociación capciosa muy frecuente en este tipo de
periódicos procedentes del régimen: la del descrédito de los proyectos de la izquierda previa
identificación con el Socialismo Real. En su proceso de reconversión a la democracia estos
periódicos no habían depurado sus esquemas anticomunistas tan característicos de los años más
duro de la Guerra Fría, aquellos para los que cualquier enfoque socialista difícilmente podía
zafarse del apelativo de totalitario. Para algunos periódicos el marxismo era, sin mayores matices,
una doctrina totalitaria contraria por otra parte al modo de vida occidental. Las palabras de La
Vanguardia no pudieron ser más clarificadoras al respecto:
Definirse y reafirmarse marxista supone elegir una línea de oposición radical a la sociedad plural en la que
vivimos.”796
.
795
María Cruz Seoane y Susana Sueiro, op. cit. p. 159. 796
La Vanguardia (Barcelona), 22 de mayo de 1979, editorial.
473
Desde estos planteamientos la crisis del PSOE fue para el periódico catalán simplemente
un conflicto entre
...unas corrientes que se adaptan al sistema de convivencia democrática que se ha dado voluntariamente el
pueblo español, en concordancia con el estilo de vida libre y abierto de los países de occidente, en pugna
con otras corrientes de tipo revolucionario disconformes con la Constitución y próximas a sistemas donde
las libertades fundamentales han sido anuladas”797
.
Buena parte de la prensa, especialmente aquella que paradójicamente procedía de la
dictadura, operó con un concepto unívoco y monolítico de democracia en el cual no podía
encontrar encaje cualquier proyecto que aspirase a la transformación social y desde el cual
cuestionó la condición democrática de todos aquellos que no se atuvieron a los consensos de la
transición. La aspiración al cambio social que prescribía el marxismo resultaba para este tipo de
prensa ineluctablemente orientada al totalitarismo de los países del Socialismo Real. La
democracia en España sólo podía ser, para una parte de la prensa, sinónimo de la democracia
realmente existente en España. La disyuntiva entre marxismo y no marxismo del PSOE se
traspuso en una parte de la prensa diaria en una disyuntiva maniquea entre el Socialismo Real y la
democracia realmente existente en España.
Además para estos periódicos conservadores la democracia, a pesar de ser el sistema
político deseable, conllevaba acuciantes peligros si no se hacía un correcto uso de ella. Incluso
para esos medios la democracia no se refería tan sólo a una serie de procedimientos orientados al
autogobirno de una comunidad, sino a la adecuación de las decisiones que se tomaran bajo esos
procedimientos a unos criterios previos. En este sentido para ABC la rebelión de los militantes
socialistas era ante todo el resultado de un mal uso de la democracia en un partido que no estaba
muy acostumbrado a ejercitarla o, dicho con otras palabras, la prueba de que “el correcto uso de
la democracia sólo se asimila con la práctica”798
Más sofisticadas fueron las reprobaciones a los planteamientos de los críticos de
periódicos como Diario 16 y, muy especialmente, El País. Inconsistencia teórica, obsolescencia
doctrinal inoportunidad política, inviabilidad práctica fueron en resumen las valoraciones que
merecieron a estos periódicos las ideas sostenidas por los críticos. El descrédito intelectual del
797
Ibidem. 798
ABC (Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial.
474
grupo encabezado por Bustelo procedió especialmente del periódico más intelectualizado de la
transición y del que, como ha señalado Susana Sueiro, más ostentación hizo de ello durante el
proceso. En este sentido El País subrayó con insistencia que “el radicalismo verbal” de los
críticos era sobre todo “el fruto de una inmadurez intelectual”.
Del mismo modo El País se afanó en subrayar la obsolescencia de los planteamientos
alternativos a los de la dirección. La perspectiva ideológica en la que decían inspirarse los críticos
fue ridiculizada y remitida a un pasado caduco por parte de este periódico. Y es que la disyuntiva
“marxismo sí o marxismo no” del PSOE se reprodujo por parte de El País como una disyuntiva
entre un pasado agotado o un futuro prometedor, entre una nostalgia paralizante o una
modernización que sería socialmente avalada. El discurso “desideologizado” de la
modernización, que haría suyo el PSOE en vísperas de su triunfo electoral del 82, fue alentado
peculiarmente ya entonces por El País, en un ejemplo más de cómo este periódico operó en la
transición como uno de los principales referentes doctrinales del partido. Todo ello, el desprecio
intelectual de El País a los críticos y la consideración de sus planteamientos como irresponsables,
inviables y obsoletos, quedó elocuentemente reflejado en un párrafo del editorial que el periódico
publicó el 22 de mayo. El texto decía lo siguiente:
Al grupo encabezado por el senador Bustelo y a quienes apoyaron su abigarrada y disparatada fórmula
ideológica, hay que echar en cara la obsolescencia teórica y la irresponsabilidad política de sus
planteamientos. Los tonos y contenidos de sus discursos contienen demasiados retales de la oratoria del
primer Lerroux o de Blasco Ibáñez y un exceso de marxismo de manual799
.
Dos días antes en otro editorial el periódico dirigido por Juan Luis Cebriá se refería en
tono jocoso a los planteamientos de los críticos, arrojándolos no ya a un pasado remoto, sino a
otro inmediato que se consideraba igualmente caduco. El texto aludía de la siguiente manera a
algunas de las tesis que los críticos hicieron suyas durante el debate congresual:
Las propuestas de la delegación asturiana, que ha sido fundamentalmente la agitadora del cóctel, habrán
podido retrotraer así sin dificultad a muchos ciudadanos a los debates que en las asambleas universitarias de
los años setenta protagonizaban ardorosamente muchos de los actuales integrantes de la clase política800
.
799
El País (Madrid), 22 de mayo de 1979, editorial. 800
El País ( Madrid), 20 de mayo de 1979, editorial.
475
Esta mirada un tanto despectiva sobre el pasado inmediato de las luchas antifranquistas es
un ejemplo especialmente elocuente de cómo desde el discurso dominante en la transición se
penalizó tanto el franquismo como el antifranquismo, hasta el punto de presentar a éste como un
subproducto de aquel que había que superar igualmente801
. Los lenguajes políticos a través de los
cuales se había expresado la lucha democrática y antifranquista no eran ahora bien recibidos en la
democracia.
V.7.3. El Congreso Extraordinario: la vuelta a la normalidad.
En el período que medió entre el XXVIII Congreso de mayo de 1979 y el Congreso
Extraordinario de septiembre de ese mismo año la prensa no cejó en su ofensiva contra lo críticos
y se hizo escaso eco de las medidas disciplinarias sobre disidentes que la gestora nombrada para
hacerse cargo del partido de manera interina, claramente escorada hacia el oficialismo, promovió
en algunas agrupaciones de base. Los críticos obtuvieron una derrota demoledora en el Congreso
Extraordinario. Aunque algunos de sus planteamientos ideológicos fueron integrados en las tesis
oficiales (al lado de otros planteamientos que los contradecían), ninguno de ellos pasó a formar
parte de la dirección en virtud de unas normas concebidas para su exclusión. De nuevo el triunfo
de unos y la derrota de otros no fue resultado de una confrontación transparente en la que ambos
grupos en litigio dispusieran de los mismos recursos, sino de un debate que, como se viene
insistiendo, respondió a las pautas de una comunicación sistemáticamente deformada, en la que
los oficialistas encararon la confrontación desde una posición de poder, contando con el aparato
del partido a su favor y disponiendo de la cooperación militante de la prensa de masas, aquella
que, por supuesto, leían, por encima incluso de la del partido, los afiliados socialistas.
El ambiente que se respiró en el Congreso Extraordinario distó abismalmente de la
agitación que se vivió en el XXVIII Congreso. La mansedumbre fue la nota dominante en un
congreso que resultó ser un verdadero paseo triunfal para el grupo encabezado por Felipe
González. En este sentido el periódico El País abrió su noticia sobre la sesión inaugural del
conclave con el siguiente titular: “La corriente “felipista” domina claramente el Congreso
Extraordinario”. A continuación el rotativo describía del siguiente modo el escenario socialista:
801
Tom Burns Marañón, Conversaciones sobre el socialismo, Barcelona, Plaza y Janés, 1996, p. 253.
476
[El congreso] discurrió en su sesión inaugural por cauces perfectamente establecidos, con la vaga sensación
en el ambiente de que todo está bastante atado y poco es lo que queda por discutir. Media un abismo entre el
desarrollo del 28 Congreso y el que ayer comenzó sus trabajos802
.
La derrota de los críticos en el Congreso Extraordinario se materializó especialmente en el
hecho de que todos ellos fueron excluidos de los órganos de dirección, en virtud de un sistema de
alección de corte mayoritario aprobado ad hoc. Los periódicos recogieron este desenlace con
titulares impactantes del tipo “Victoria aplastante de la candidatura moderada”803
o “Felipe
arrolló a los críticos”804
. No obstante, las resoluciones aprobadas se encontraban aparentemente
más cerca de las tesis defendidas por estos que de los cambios que en un principio quiso imprimir
Felipe González. Como vimos en el segundo capítulo, la cuestión quedó del siguiente modo a
nivel doctrinario: se asumieron algunas de las nociones marxistas que reivindicaban los críticos
para restarles argumentos en su discurso de oposición, pero se sofocaron estas nociones con otras
ajenas, cuando no abiertamente contrarias, al marxismo. El marxismo desapareció de la
definición del partido pero fue objeto de reconocimiento en otra parte de la resolución política.
No obstante, la perspectiva ideológica de los críticos salió en última instancia derrotada:
la cuestión del marxismo se filtró, aunque degradada, a la resolución política, pero no se permitió
que entrara en la dirección nadie dispuesto a observarla. Esta contradicción, que no fue sino la
forma irónica en la que se expresó la derrota abrumadora de los críticos, fue captada igualmente
por la prensa. El País, por ejemplo, reflejó este hecho con el siguiente titular: “El congreso
aprobó una ponencia de izquierda y eligió una ejecutiva moderada”.
Una vez solucionada la crisis y garantizada la moderación del segundo partido de la
oposición y por ende del proceso de cambio político nacional en su conjunto, los periódicos se
mostraron satisfechos y volvieron a tomar cierta distancia crítica con respecto al PSOE. Superada
la situación de excepción los periódicos aliviaron el tono militante, la pluralidad se intensificó e
incluso arreciaron las críticas procedentes de los periódicos menos afines. ABC, por ejemplo,
manifestó una cierta decepción por lo que pudo haber sido y no fue, por un proceso de
reconversión ideológica que a su juicio se había quedado a medias. Desde su punto de anclaje
802
El País (Madrid), 29 de septiembre de 1979, p. 14. 803
La Vanguardia (Barcelona), 30 de septiembre de 1979. 804
ABC (Madrid), 30 de septiembre de 1979.
477
ideológico el periódico volvió a criticar a un partido que a su entender no había sabido despojarse
de sus resabios izquierdistas:
Aunque los socialistas hayan perdido dogmatismo en sus planteamientos definitorios, y se haya cerrado la
crisis abierta en mayo, el congreso ha resultado menos importante y menos clarificador que lo esperado. El
PSOE ha acallado las diferencias surgidas en su seno, aplastando prácticamente al llamado sector crítico, del
que ha tomado sus planteamientos a la hora de perfilar la ponencia ideológica pero al que ha descartado
absolutamente a la hora de conformar los órganos directivos del partido. Si bien es cierto que no por ello
han acentuado su izquierdismo, con los obligados matices revolucionarios, tampoco ha reforzado sus
fundamentos socialdemócratas805
.
Por su parte Diario 16 concluyó en su editorial lo siguiente: “ se ha aprobado una política
responsable y madura”. Pese a ello el periódico dirigido por Miguel ángel Aguilar puso de
manifiesto una contradicción palmaria en el comportamiento de Felipe González: el hecho de que
al final hubiera asumido unos principios ideológicos próximos a aquellos con respecto a los
cuales en el XXVIII Congreso se había declarado incompatible806
. El tono encomiástico con que
el periódico se dirigió al dirigente socialista cuando este se vio forzado a dimitir cedió terreno a
un enfoque más analítico y crítico cuando acabó por consumarse su abrumadora victoria.
El tratamiento que recibió Felipe González por parte de la prensa varió sustancialmente
una vez se evidenció que no tendría ningún problema para seguir al frente del partido. De ser
presentado por todos los periódico como el prototipo de político honesto dispuesto a abandonar el
poder por firmes convicciones personales, pasó a ser considerado por alguno de ellos como un
político más dispuesto a supeditar sus ideas a la preservación del poder. Felipe dejó de ser
considerado un icono nacional venerado para ser sometido a la crítica y a la parodia cotidiana de
algunos medios. En este sentido en el diario Ya se pudieron leer, por ejemplo, cosas del siguiente
tipo:
En el Partido Socialista se ha consumado el “felipazo”. Felipe González ha salido del congreso
extraordinario montado en el caballo blanco con Alfonso Guerra a la grupa. Ha sido como un paseo militar.
La lucha por el poder, con la retirada táctica de Felipe González en el congreso de mayo, era, según se ha
visto ahora, la cuestión fundamental [...] Ha cedido en la doctrina a cambio de dominar el aparato807
.
805
ABC (Madrid), 2 de octubre de 1979, editorial. 806
Diario 16 (Madrid), 1 de octubre de 1979, editorial. 807
Abel Hernández, “El “Felipazo””, Ya (Madrid), 30 de septiembre de 1979.
478
Finalmente, incluso El País, el periódico más identificado con la línea política del PSOE
encabezado por Felipe González tomó distancias y no escatimó ciertas críticas. El País no dejó de
elogiar la figura de Felipe González, cuyo liderazgo fue considerado como un capital electoral y
político demasiado valioso como para ser desplazado. Pero no tuvo reparo en reconocer que para
afianzar su posición en el PSOE se había promovido la persecución desde el aparato del partido
de los disidentes, en un proceso que el periódico dirigido por Juan Luis Cebrián calificó incluso
como “verano de los cuchillos largos”. Por último el periódico sintetizó desde un distanciamiento
desapasionado y en cierta forma crítico lo sucedido al final en el congreso:
Siguiendo una vieja tradición de las formaciones partidistas de estructura oligárquica, los vencedores han
recogido parte de las ideas de los derrotados y han exiliado a estos de los puestos de responsabilidad808
.
En definitiva, durante la denominada transición a la democracia el PSOE diseñó una
trayectoria marcada por la moderación ideológica, sin la cual no se explica ni el curso del proceso
de cambio institucional que se vivió en la España de la segunda mitad de los setenta ni los
contenidos que cobró el sistema político resultante de ese proceso. El compromiso con la
reforma, primero, la adhesión al consenso, después, y la perspectiva inmediata de acceso al
gobierno, más tarde, fueron estímulos sucesivos y a cuál más intenso en la socialdemocratización
doctrinal del partido. No obstante, esta mutación ideológica alentada por la dirección suscitó el
rechazo mayoritario de sus bases, generándose entonces una crisis de envergadura en el seno del
PSOE que amenazaba con echar por tierra el modelo de transición en curso, toda vez que ese
modelo fue impugnado por los militantes socialistas que se oponía al cambio ideológico. Ante
esta situación los medios de comunicación de masas en general, y los periódicos analizados en
particular, acudieron en auxilio de la dirección del PSOE, favoreciendo el proceso de
moderación ideológica del partido a fin de que éste contribuyera a consolidar la democracia en
los términos que unos años atrás ya habían consensuado las elites de todos los partidos
parlamentarios. Quienes vivieron estos acontecimientos a través de los medios de comunicación
fueron alentados continua y apasionadamente a sumarse a este consenso y a descartar cualquier
camino alternativo.
808
El País ( Madrid), 2 de octubre de 1979, editorial.
479
V.8. El cambio ideológico del PCE en la prensa.
El IX Congreso del PCE tuvo una proyección mediática importante. La prensa española
siguió con sumo interés los debates congresuales y las decisiones que allí se tomaron. Editoriales,
columnas de opinión y páginas enteras se dedicaron a relatar el desarrollo del cónclave comunista
y a pronunciarse sobre él. La propuesta de abandonar el leninismo, el hecho de que se tratara del
primer congreso en la legalidad del PCE tras 46 años y el contexto político nacional en el que se
celebró generaron un expectación considerable. El objetivo de las líneas siguientes es analizar la
imagen que la prensa escrita dio a la sociedad española de lo sucedido en el Hotel Meliá Castilla
los días 19, 20, 21, 22 y 23 de abril.
Cuatro periódicos sirven para reflejar los distintos discursos que se elaboraron a propósito
del congreso comunista desde la prensa de masas, con sus respectivas, eso sí, unanimidades.
ABC, Arriba, Diario 16 y El País han sido los periódicos seleccionados. ABC lo ha sido porque
representa la posición periodística de masas situada más a la derecha y su discurso es de interés
por ser abiertamente hostil al Partido Comunista. Arriba, el antiguo periódico del movimiento
ahora reconvertido en prensa del nuevo Estado democrático, es de todos estos el de menor tirada
con diferencia, pero responde al propósito de ver como trató el conjunto de la prensa
paragubernamental al partido de los comunistas. Finalmente, el análisis de Diario 16 y El País es
pertinente por cuanto que se trató de los dos periódicos de amplia tirada más cercanos
ideológicamente, aunque no demasiado, al PCE, y que sin embargo trataron al partido sin
ninguna benevolencia.
V.8.1. El anuncio del abandono: Santiago Carrillo en Estados Unidos.
La propuesta de abandono del leninismo la realizó por primera Santiago Carrillo, sin un
debate previo en los órganos de dirección y sin consultárselo si quiera a sus más estrechos
colaboradores, durante su visita a los Estados Unidos de América la tercera y cuarta semanas de
noviembre de 1977. La visita que el Secretario General hizo a EEUU fue la expresión más nítida
y extrema de la dinámica gestual un tanto efectista con que Santiago Carrillo estaba llevando las
riendas del PCE. Su propósito fue el de proyectar una imagen renovada del partido que rompiera
con los prejuicios construidos durante décadas de anticomunismo visceral de Guerra Fría en el
480
mundo occidental, más enconado aún en el caso de la España dominada por el Franquismo. Para
ello el Secretario General no escatimó en gestos que simbolizaran ese cambio. Su visita oficial a
EEUU, invitado por varias universidades norteamericanas, era en sí misma todo un gesto. Se
trataba de la primera vez que el Secretario General de un partido comunista acudía pública y
libremente a lo que se consideraba desde la izquierda la sede del imperio y el epicentro del
capitalismo. La visita fue más llamativa aún por cuanto que vino precedida de un encontronazo
que Carrillo había tenido en Moscú con algunos mandatarios soviéticos, cuando al parecer no le
dejaron intervenir en un acto público. La presencia de Carrillo en EEUU cobró más interés, y se
prestó al aprovechamiento de los nortemericanos, en la medida que se trataba de un dirigente
comunista que estaba disintiendo públicamente con la URSS.
En cualquier caso, lo llamativo no fue sólo la visita en sí, sino las situaciones en las que
allí se vio envuelto Carrillo y las declaraciones que hizo. Muy destacado de su visita fue el hecho
de que Santiago Carrillo decidiera romper una huelga de trabajadores de Yale, impartiendo una
de las conferencias que tenía prevista, para lo cual tuvo que superar a un grupo de piquetes que le
abuchearon acaloradamente. La explicación, poco creíble, de Santiago Carrillo fue que decidió
impartir la conferencia porque se trataba de una huelga concebida por un contubernio de agentes
de la CIA y sindicalistas estalinistas que pretendía impedir su libre presencia en el país809
. Entre
las sorprendentes declaraciones de Carrillo destacaron especialmente dos: una en la que dijo
públicamente que el PCE aceptaría la presencia de bases de la OTAN en España mientras la
URSS no retirara las suyas de los países de la Europa del Este y la otra en la que anunció que
pensaba proponer al próximo congreso del partido el abandono del leninismo. Sobre esto último
Carrillo vino a plantear, según reprodujo ABC, lo siguiente:
Hay ciertos postulados leninistas que consideramos superados. Nuestra definición más exacta sería la de
“partido marxista”: precisamente el de Lenin810
.
Los sorprendentes gestos y declaraciones realizadas por Santiago Carrillo eso días
llevaron al periodista de ese diario conservador, José María Carrascal, a escribir lo siguiente:
809
Este hecho ocupó un espacio considerable en casi todos los periódicos analizados. Diario 16, por ejemplo, dedicó
varias noticias con sus respectivas fotografías de Carrillo acosado por los piquetes los días 16 y 17 de noviembre de
1977, en la página 3 ese primer día y en la 5 el siguiente. 810
ABC (Madrid), 27 de noviembre de 1977, p. 7.
481
Su actitud ha sido un modelo de moderación. Hubo momentos en que podía ponerse en duda no ya su
condición de comunista, sino incluso de marxista, y no desaprovechó oportunidad para proyectar una
imagen de patriota, responsable y demócrata [...] Es prácticamente imposible estar en desacuerdo con este
hombre que habla de libertad, paz, concordia, que acepta el multipartidismo, que rechaza la dictadura del
proletariado, que no habla de nacionalizaciones, que quiere que los americanos se queden en España
mientras los Rusos ocupan el Este de Europa [...]811
El caso es que la visita a Estados Unidos suscitó un gran interés en la prensa española,
hasta el punto de que prácticamente todos los rotativos de amplia tirada del país informaron a
diario de las actividades y declaraciones del Secretario General. Carrillo cumplió con su
propósito de situar al PCE en la agenda setting de la prensa en un momento además en el que el
interés de los medios podía ser acaparado por los dos partidos más votados, la UCD y el PSOE.
Tanto es así que por esas mismas fechas también González visitó EEUU y fue, sin embargo, el
Secretario General del PCE el que gozó de mayor cobertura. Por tanto ésta fue la estrategia
publicitaria en la que Carrillo concibió su propuesta de abandono del leninismo. La propuesta no
tuvo, sin embargo, una repercusión excesiva en la prensa en el momento que fue formulada,
porque apareció integrada en el conjunto de actividades y declaraciones de un viaje que en su
conjunto sí que mereció especial atención. Una vez concluido el viaje la propuesta desapareció de
los medios hasta que se convocó para abril de 1978 el IX Congreso, momento en el que se
convirtió en uno de los temas centrales de la prensa.
V.8.2. ABC: el anticomunismo exacerbado.
El discurso de ABC a propósito del PCE tuvo cuatro ejes fundamentales. En primer lugar,
el diario conservador se afanó por presentar ante la opinión pública al partido encabezado por
Santiago Carrillo como una amenaza para el orden público y la convivencia democrática. Según
ABC el PCE era un partido esencialmente orientado a la subversión del orden social que
instrumentalizaba al sindicato Comisiones Obreras para generar inestabilidad y zozobra en el
frágil escenario democrático en construcción. Muy lejos de la imagen de “partido responsable,
“con altura de miras”, capacidad de contención y sentido de Estado que Santiago Carrillo se
esmeró en proyectar ABC no dejó de presentar al PCE como un partido siempre amenazante para
la paz social. Se trataba, en definitiva, de esa apelación al miedo tan característica de un periódico
811
ABC (Madrid), 26 de noviembre de 1977. p. 6.
482
siempre atento a denunciar los peligros derivados de los excesos democráticos, pues en el fondo
el periódico de los Luca de Tena no dejó de considerar implícitamente que la legalización del
PCE había resultado un exceso.
En segundo lugar, la actitud de ABC consistió en negar constante y abiertamente la
condición democrática del PCE en al menos tres sentidos. En el sentido de que se tratara de un
partido que aspirase al establecimiento definitivo en España de un régimen de libertades, en el
sentido de que estuviera dispuesto a atenerse a los cauces democráticos para desarrollar sus
objetivos políticos y en el sentido de su funcionamiento interno. Fue en el caso de ABC en el que
mejor se puso de manifiesto esa paradoja tan propia de la transición, en virtud de la cual
instituciones o grupos sociales procedentes del régimen y comprometidos con él cuestionaron la
condición democrática del partido que más había luchado por las libertades. Una contradicción en
virtud de la cual sectores o instituciones de la dictadura no sólo lograron sobrevivirla, sino que lo
hicieron en calidad de instancias certificadoras de la calidad democrática de otros. Para ABC el
supuesto compromiso que el PCE había sellado con la democracia liberal, incluso a nivel
doctrinal con la propuesta eurocomunista, no era sino una falsa operación de lavado de imagen,
un gesto puramente táctico al que no había que dar mucho crédito. ABC insistirá en que para el
PCE la democracia sólo tenía un sentido instrumental, que el PCE sólo concebía la democracia
como una posibilidad para acabar con ella e instaurar el socialismo, pues para el diario
conservador democracia y socialismo no serán sino términos antagónicos. Y es que va a ser
también en el caso de ABC en el que más nítidamente se ponga de manifiesto esa concepción
unívoca del concepto de democracia como realidad predefinida y clausurada sólo asociable al
modo de producción capitalista. Para ABC todo lo que se salía de esos márgenes era deriva
totalitaria asociable a los países del Este. Y ese fue en buena medida el eje central del discurso de
ABC a propósito del PCE: el de presentar a un partido que, pese a sus cambios discursivos, sólo
aspiraba a instaurar en España un sistema político análogo a los del Socialismo Real. Toda la
trayectoria de elaboración teórica del PCE sobre la vía democrática al socialismo y el socialismo
democrático fue obviada o desacreditada por ABC.
La tercera clave del discurso de ABC, muy relacionada con la anterior, fue la de
considerar al PCE como un partido tutelado políticamente por la URSS. Para ABC el PCE era un
partido que seguía respondiendo ante todo a intereses extranjeros, la vieja sucursal en España de
la Komintern, el Caballo de Troya de la URSS en España. De nuevo toda la elaboración teórica
483
desarrollada por el PCE para afirmar la vía nacional al socialismo, todos los esfuerzos realizados
por el PCE para desmarcarse de la URSS, todos los gestos de reprobación ante ciertos aspectos
de la política exterior soviética, todos los esfuerzos por estrechar relaciones con otros partidos
eurocomunistas para zafarse de la sombra del PCUS y el cruce a veces agrio de declaraciones
entre dirigentes soviéticos y del PCE, todo eso, fue también obviado o desacreditado. Como se
verá, a la hora de considerar estas evidencias, ABC no sólo planteó que se trataba de gestos
insuficientes, sino que llegó a decir incluso que se trataba de gestos previamente ensayados y
convenidos entre ambas partes para ocultar un estrecha relación que pudiera perjudicarles a
ambos coyunturalmente.
Por último, ABC también hizo un uso de la memoria histórica perjudicial para el PCE.
Frente a la Política de Reconciliación Nacional que el PCE aprobó en 1956 el PCE seguía siendo
para ABC el partido de la Guerra Civil, un partido amenazante cuya sola presencia alentaba los
viejos odios fratricidas. No obstante, no fue ABC el periódico que más insistió en esta asociación,
que tuvo a su principal valedor en El País.
Por tanto, el discurso de ABC fue de un anticomunismo rudo, de un anticomunismo propio
de los años más duros de la Guerra Fría. El discurso de ABC ante los cambios del PCE no fue ya
el discurso de la desconfianza, sino el de la denuncia de la treta. Para ABC el PCE era el viejo
lobo conflictivo, totalitario, prosoviético y guerracivilista disfrazado de cordero eurocomunista.
Para ABC lo que el PCE era no lo era por lo que hacía sino por lo que era, porque en tanto que
partido comunista no podía ser otra cosa. Desde el anticomunismo de Guerra Fría de ABC el
comunismo era una esencialidad inmutable que respondía a estos rasgos, porque no podía
responder a otros.
ABC inició la cobertura del congreso con un titular impactante, en el que recogía
literalmente la siguiente declaración de Jorge Semprún: “Carrillo tiene más poder del que tuvo
Stalin”812
. El resto de la noticia reprodujo las razones que el antiguo dirigente del PCE,
expulsado en 1964 junto a Claudín, exponía para llegar a esa conclusión. Semprún decía no
acusar exactamente a Carrillo de ser staliniano, pero sí de haberlo sido, y de intentar terminar con
el stalinismo del PCE por medio de métodos estalinistas. El pragmatismo que el dirigente del
812
ABC (Madrid), 19 de abril de 1978, p. 11.
484
PCE había demostrado en los primeros momentos de la transición y la velocidad en el abandono
de los principios tradicionales sin mediación de debate alguno recordaban, según el escritor, a las
formas de actuación del dictador georgiano. Pero Semprún matizó todavía más sus palabras: a su
parecer el PCE no era staliniano en su estrategia, pero sí en su forma de organización interna. La
aplicación rígida del Centralismo Democrático, al que de ningún modo quería renunciar Carrillo,
y el poder incontestable del aparato que encabezaba suponían los más claros ejemplos. Para
Semprún o el partido resolvía esa contradicción entre su política democrática hacia el exterior y
sus formas tiránicas de funcionamiento interno o lo segundo terminaría invalidando lo primero813
.
No obstante, por más que la elección de un articulista no suele ser casual en un medio,
esta no fue la opinión exacta de ABC, que empezó a quedar reflejada los días siguientes. El día
20 de abril, bajo el título “ El Partido Comunista soviético evita romper puentes con el PCE”814
,
se informaba de los intentos del Partido Comunista Checoslovaco por evitar que las delegaciones
del Este asistieran al Congreso y de la negativa de los soviéticos a reconocer la existencia del
eurocomunismo, pero se subrayaba, por encima de todo ello, la voluntad de los dirigentes del
PCUS de no romper vínculos con los comunistas españoles a pesar de las discrepancias. Sobre
esto último ABC sentenciaba que el PCE estaba plenamente dispuesto a mantener una actitud
recíproca815
.
El día 21 de abril ABC publicó un extenso editorial sobre el Congreso, en el que restó
credibilidad al talante democrático que pretendía proyectar el PCE. El editorial arrancó con las
declaraciones de Carrillo sobre su apoyo incondicional al Proyecto de ley de acción sindical que
en breve aprobarían las Cortes. Según el periódico esto probaba que los comunistas seguían
instalados en su dinámica tradicional de confrontación social y alteración del orden público.
Además, con ello Carrillo pretendía, según el periódico, privilegiar a las CCOO, a las que no se
dudó en calificar de “apéndice – o quizá órgano más relevante – del Partido Comunista”816
. En
las líneas siguientes se planteó que la vía democrática que decía defender el eurocomunismo
respondía tan sólo a una operación de imagen, y que el PCE seguía albergando objetivos
dictatoriales. Sus palabras exactas fueran las siguientes:
813
Ibidem. 814
ABC (Madrid), 20 de abril de 1978, p. 9. 815
Ibidem. 816
ABC (Madrid), 21 de abril de 1978, editorial.
485
El aparencial talante democrático del comunismo español –que de otra manera se disimula en la hábil
definición “eurocomunista” no es consustancial con la ideología comunista. Es puro aprovechamiento
estratégico de las circunstancias en las que tiene que moverse por fuerza [...]817
Finalmente, ABC desmintió que el PCE tuviera la voluntad suficiente para distanciarse de
Moscú. Si no, preguntó el diario, “¿Por qué acata el PCE los términos del saludo que se le
dirige desde la URSS ?”818
, en relación al diplomático saludo que había hecho al congreso la
delegación soviética. La respuesta a este interrogante se ofreció a continuación:
Porque le conviene. Le conviene la capitalización que el PCUS hace en su favor de la génesis de la
democracia en España; porque le constituye en partido guía, asimilándole en la tarea de implantación de
nuestras libertades a la tarea misma que en todo proceso revolucionario reserva la escolástica soviética a los
partidos comunistas819
.
En la página nueve la información sobre la segunda jornada del Congreso arrancó con un
titular alarmista: “Manifestaciones muy radicales de Camacho, Sartorius y Ariza en el congreso
del PCE”820
. De este modo, ABC transmitió la imagen contraria que la dirección comunista se
esmeraba en proyectar. Si la intervención de Carrillo pretendía subrayar la madurez, moderación
y sentido de Estado del PCE, el periódico conservador se agarró a las intervenciones de los
cuadros sindicales del partido para probar su radicalidad. La verdad es que vistas las
intervenciones de los tres dirigentes de Comisiones Obreras no había motivos para llegar a esa
conclusión, más allá de la combativa retórica sindicalista.
El último editorial que el periódico conservador dedicó al congreso durante su celebración
volvió a insistir en las ideas consabidas. En ese editorial del domingo 23 de abril ABC quitó toda
importancia al abandono del leninismo, y lo calificó de mero gesto propagandístico, de pura
maniobra formalista. El cambio, para el periódico, no fue relevante porque sólo afectaba a los
medios que los comunistas intentaría desplegar para la conquista de sus fines tradicionales:
No entendemos, por tanto, que exista garantía alguna de respeto final a las libertades en la renuncia que el
PCE acaba de hacer del leninismo. Cambia el rumbo, pero no el puerto final de la navegación. La sociedad
817
Ibidem 818
Ibidem 819
Ibidem 820
ABC (Madrid), 21 de abril de 1978, p. 9.
486
tanto puede ser conquistada y aherrojada desde la toma previa del Estado, que Lenin proponía, como por
ocupación gradual y directa de la sociedad misma. En definitiva habría de ser el mismo resultado821
.
Finalmente, el periódico concluyó el editorial con una frase penetrante que reducía la
desestimación del leninismo a pura maniobra táctica:
La tesis decimoquinta del IX Congreso del PCE hay que contemplarla a la luz de todas las demás. Los
ropajes del leninismo no servían para deambular por los salones del consenso822
.
V.8.3. Arriba: la crítica paternalista.
El caso de Arriba es uno de los más llamativos de la prensa en lo tocante a su relación con
el PCE, pues no en vano fue el periódico menos hostil de todos ellos con el partido de Santiago
Carrillo. La actitud de Arriba, periódico que conviene recordar formaba parte de la prensa del
Estado y dependía indirectamente del gobierno, fue un fiel reflejo de la actitud que hacia los
comunistas mantuvo durante la etapa central del consenso la UCD, con Adolfo Suárez a la
cabeza. Las diferencias ideológicas eran abismales, pero el consenso reclamaba la cooperación de
ambos y ambos se necesitaban mutuamente para favorecer sus respectivos intereses de partido.
La UCD necesitaba de un PCE fuerte pero atemperado que promoviera el consenso para que el
PSOE se viera impelido a secundarlo y no adoptara una oposición demasiado beligerante, y el
PCE necesitaba de relaciones no demasiado hostiles con UCD para ser reclamado en un consenso
que impidiera que la coalición gubernamental y el PSOE abrieran una dinámica bipartidista que
le arrinconara. Por todo ello la actitud de Arriba fue más bien distante y las críticas, que las hubo,
fueron de baja intensidad.
Desde las profundas diferencias ideológicas Arriba desarrolló un discurso que alababa el
giro moderador del PCE, especialmente sustanciado en la propuesta de abandonar el leninismo, al
tiempo que reclamó al partido que insistiera y se apresurara en esa dirección. Si el discurso de
ABC fue un discurso que restó crédito a los cambios en el PCE, el discurso de Arriba fue un
discurso que incitó al PCE a profundizar en esos cambios para convencer a los incrédulos. Arriba
animó al PCE no sólo a sellar un compromiso definitivo con la democracia liberal, a romper con
821
ABC (Madrid), 23 de abril de 1978, editorial. 822
Ibidem
487
la URSS, a romper con su pasado, a favorecer la paz social y a contribuir al consenso, sino a
ofrecer pruebas a la opinión pública, como la del abandono del leninismo, de que todas esa
decisiones eran sinceras. Desde esta perspectiva Arriba valoró positivamente los cambios
sancionados en el IX congreso, pero insistió en su insuficiencia a fin de estimular al partido para
que fuera, en ese sentido, más atrevido e inequívoco.
El día de la inauguración del Congreso el periódico Arriba señaló en su editorial que el
conclave comunista constituía “un acontecimiento político de la mayor importancia (...) para el
partido mismo, para el socialismo español y para la democracia de este país”823
. Según el diario
el Congreso era el gran momento del cambio formal en el PCE, porque la transformación real,
aunque insuficiente, ya se venía operado en los últimos años. No obstante, el editorial reconoció
que el cambio entrañaba riesgos inmediatos para el PCE, en la medida que difuminaba su línea de
separación con los socialistas:
El retorno a las fuentes marxistas aproxima al Partido Comunista al PSOE. ¿Cuál será la señal de identidad
diferenciadora? Ninguna en el plano doctrinal, todas o ninguna en las respectivas praxis políticas.
Teóricamente, la concurrencia marxiana en origen habría de facilitar la unidad de los socialismos. La vida
dirá824
.
Al día siguiente Arriba publicó un editorial algo más crítico en el que animaba a los
comunistas a demostrar en el futuro inmediato que sus convicciones democráticas eran
plenamente sinceras. Arriba le pidió al partido de Carrillo que especificara cuál era el modelo de
sociedad al que aspiraban, como garantía de que el eurocomunismo no era un mero movimiento
táctico:
¿Qué sociedad quieren los comunistas? La respuesta a esa pregunta es, sin embargo, la única respuesta que
nos podría decir dónde quiere ir el eurocomunismo, la única capaz de disipar las sospechas de que su
“sinceridad democrática” sea simplemente un recurso táctico similar al que otras veces emplearon los
partidos comunistas y a través de ellos la Unión Soviética (recuérdense los frentes populares)825
.
El resto de la cobertura (de la amplia cobertura) que el periódico dio al congreso
comunista los días siguientes, con la reproducción de discursos, los reportajes sobra la historia
823
Arriba (Madrid), 19 de abril de 1978, editorial. 824
Ibidem. 825
Arriba (Madrid), 20 de abril de 1978, editorial.
488
del partido o la información acerca de las votaciones sobre las tesis o para elegir a la dirección,
respondió a estas claves discursivas.
V.8.4. Diario 16: el descrédito.
La actitud de Diario 16 hacia el PCE durante los días que celebró su IX Congreso no fue
nada entusiasta. El periódico dirigido por Miguel Ángel Aguilar mantuvo un distanciamiento
crítico, en ocasiones alterado por muestras más vehementes de oposición expresada a través de
sus colaboradores habituales o de dirigentes políticos de otras opciones a los que se dio tribuna.
Dos fueron las líneas maestras del discurso de Diario 16. La primera, la denuncia del excesivo
poder acumulado por Santiago Carrillo al frente del partido y la interpretación última del
congreso como una operación orientada a acrecentarlo. La segunda, que el eurocomunismo no
podía considerarse un propuesta política sólida por sus lagunas teóricas, por sus ambigüedades al
respecto de algunas cuestiones relacionadas con las libertades en el modelo de transición al
socialismo y en la sociedad socialistas y, sobre todo, por los escasos respaldos internacionales e
incluso nacionales que tenía. Para Diario 16 Santiago Carrillo tenía una voluntad de poder
desbocada y para satisfacerla reproducía las prácticas autoritarias de los partidos comunistas, lo
cual le restaba credibilidad como mentor destacado de la propuesta democrática eurocomunista.
Por otra parte, Diario 16 enfatizó la adhesión a la URSS que todavía existía entre una parte de los
militantes comunistas y subrayó la ausencia en el IX Congreso de George Marchais y Enrico
Berlinguer, para interpretar ambas cosas como un falta de respaldo a una propuesta, la
euromunista, que según el periódico era, sobre todo, una apuesta personal de Santiago Carrillo.
Por otra parte, Diario 16 dio tribuna a dirigentes políticos de la llamada izquierda radical
o ultraizquierda para que se pronunciaran sobre el congreso del PCE, y cuyos artículos se
centraron sobre todo en denunciar la dependencia que según ellos seguía teniendo el PCE con
respecto a la URSS. Al mismo tiempo el periódico publicó el artículo de un acalorado militante
del PCE prosoviético que arremetía contra la dirección por su deslealtad a la URSS. Con la
publicación de ambos artículos el periódico venía a manifestar que la ruptura del PCE con la
URSS, fuera en las bases del partido o en la misma dirección, no era para nada completa.
489
El miércoles 19 de abril Diarío 16 dedicó su primera página a la rueda de presada
impartida por Manuel Azcárate, Pilar Bravo y Jaime Ballesteros para presentar el congreso. El
pie de foto, que servía de titular de la noticia, decía lo siguiente: “Lenin no, Carrillo sí”826
. Con
esta impactante frase el periódico dirigido por Miguel Ángel Aguilar condensaba su opinión
sobre el sentido último de la reunión. Para Diario 16 los delegados comunistas habían sido
llamados a consagrar la omnipotencia de Santiago Carrillo sobre el conjunto de la organización.
La elección no era entre el leninismo y una definición identitaria alternativa, sino entre el
leninismo y lo que Santiago Carrillo había decidido que el partido debía de ser. Con el titular se
sugería además que el culto a la personalidad de que tradicionalmente fue objeto el dirigente
bolchevique se trasvasaría al Secretario del PCE en virtud del cambio de identidad.
Al día siguiente Diario 16 subrayó cuatro cuestiones bastante incómodas para la dirección
comunista. La primera, la ausencia de representantes del PSOE en el Congreso. La segunda, la no
asistencia de Enrico Berlinguer y Georges Marchais. La tercera, que la delegación extranjera más
aplaudida en el congreso fuera la del PCUS. Y la cuarta, las intervenciones poco favorables al
eurocomunismo de los representantes del Partido Comunista Portugués y del Partido Comunista
Cubano. Sobre estas cuestiones, que fueron recogidas también por los demás periódicos y
enfatizadas igualmente por alguno de ellos, insistiría los días siguientes el periódico. Sobre la
ausencia de representantes socialistas, Diario 16 afirmó que la ausencia de Enrique Múgica,
responsable de relaciones institucionales del PSOE, no respondía a problemas de agenda, tal y
como había declarado el político vasco, sino a la voluntad de los socialistas de escenificar su
distanciamiento respecto del PCE. Sobre la ausencia de Marchais y Berlinguer, dio la siguiente
explicación: que para los líderes eurocomunistas italiano y francés Carrillo había ido demasiado
lejos con su rechazo al leninismo, y no estaban dispuestos a que su presencia pudiera
interpretarse como un espaldarazo a esa decisión. Al subrayar el aplauso entusiasta de los
asistentes al congreso a la delegación del PCUS, Diario 16 vino a poner de manifiesto los
vínculos afectivos que todavía ligaban a una parte importante de la militancia comunista con la
URSS. Y con el énfasis dado a las declaraciones de portugueses y cubanos, vino a insistir en las,
a su juicio, escasas posibilidades de que el eurocomunismo se expandiera, y con reservas, más
allá del PCI, el PCF y el Partido Comunista Japonés.
826
Diario 16 (Madrid), 19 de abril de 1978, p. 1.
490
El 21 de abril Diario 16 publicó el artículo de opinión de un militante del PCE, J. Iglesias
Castelao, representativo de las posturas prosoviéticas827
. El artículo, escrito en un tono bastante
agresivo, denunciaba la ilusión que representaba toda vía socialista que descartara la violencia, el
distanciamiento oportunista de la URSS, la similitud entre la estrategia reformista de la
socialdemocracia clásica y la propugnada por el eurocomunismo, y, finalmente, el entreguismo
de la dirección del partido a la vía reformista abierta por Suárez.
Al día siguiente Diario 16 publicó en sus páginas centrales un artículo de opinión de
Amancio Cabrero, miembro de la Secretaría Política de la Organización Revolucionaria de
Trabajadores (ORT), titulado “Vinculaciones PCE-URSS”828
. El dirigente maoísta defendió en su
artículo que, a pesar de las divergencias entre los comunistas españoles y los dirigentes
soviéticos, el PCE seguía manteniendo fuertes vínculos con las URSS; que seguía apoyando al
Estado soviético en tanto no negaba abiertamente su naturaleza socialista; y que respaldaba su
política exterior al declararse favorable a la distensión829
. De este modo, el dirigente izquierdista
minimizaba el distanciamiento entre el PCE y el PCUS, y afirmaba que en última instancia la
dependencia de los comunistas españoles respecto de su tradicional referente seguía intacta.
Finalmente, el 24 de abril Diario 16 publicó un artículo de uno de sus colaboradores
habituales, Justino Sínova, que reproducía el enfoque general del medio. El incisivo título del
artículo “Marxismo Carrillismo” sintetizaba elocuentemente la opinión del autor sobre lo
sucedido en el congreso. Para el periodista, el Secretario General de los comunistas había
apostado fuerte por la renovación ideológica, y había salido victorioso. Que la polémica decisión
no hubiera provocado serias fricciones internas evidenciaba que su autoridad dentro de las filas
comunistas era inquebrantable. Que sus tesis fueran respaldadas por cuadros y militantes de
inmediato pasado ortodoxo evidenciaba su elevado predicamento en la organización. Por ello,
decía Sínova, más que del éxito del eurocomunismo había que hablar del triunfo de su promotor,
de la consagración del “marxismo-carrillismo”. No obstante, en el artículo se recriminaba la
escasa renovación en los cargos directivos, y se recordaba la llamativa ausencia de Berlinguer y
827
J. Iglesias Castelao, "Abandono del leninismo", Diario 16 (Madrid), 21 de abril de 1978. 828
Amancio Cabrero, “Abandono del leninismo”, Diario 16 (Madrid), 22 de abril de 1978. 829
Ibidem
491
Marchais. La explicación al respecto se cifraba, a juicio del periodista, en el deseo de ambos
secretarios generales de distanciarse de los atrevidos planteamientos de Carrillo830
.
V.8.5. El País: la hostilidad incisiva.
La actitud periodística que más repercusiones podía tener sobre el PCE era sin duda la de
El País, pues no en vano el periódico dirigido por Juan Luis Cebrián fue de lectura diaria para
buena parte de los simpatizantes e incluso militantes del partido, a falta de otro diario
independiente situado más a la izquierda. De todos los rotativos de gran tirada, El País fue el más
leído por los votantes, en acto o en potencia, del PCE. Por eso lo que El País dijera del partido
tenía una repercusión que superaba con creces a lo planteado por otros rotativos. En este sentido,
la actitud de El País fue especialmente desafortunada para los comunistas, pues fue
particularmente hostil hacia el PCE como colectivo, y, sobre todo, hacia su dirección. En este
sentido Susana Suerio y M. Cruz Seoane han planteado en su estudio sobre El País que “tenían
más razón los comunistas en sentirse maltratados por El País que los que desde la derecha más o
menos “cavernaria” lo tildan poco más o menos que de criptocomunista”831
.
En definitiva, el problema del PCE no fue sólo que careciera de grandes referentes
mediáticos, sino que aquellos asociados a la izquierda le fueron especialmente hostiles. Esta
hostilidad, que fue constante a lo largo de la transición, se hizo más intensa y hasta explícita con
motivo de la celebración del IX Congreso. Hasta tal punto se enturbió la relación entre el
periódico y el partido que Santiago Carrillo utilizó un momento de su informe al congreso para
arremeter de manera implícita contra el rotativo, y este dedicó al día siguiente un editorial para
atacar de manera expresa al Secretario General.
El discurso de El País a propósito del PCE tuvo cuatro líneas maestras. La primera de
ellas consistió en presentar al PCE ante la opinión pública como un partido obsoleto, caduco y
anquilosado, como un producto envejecido justo en el momento en el que más se afanaba en
proyectar una imagen de renovación. En el discurso de la modernización de España tan
característico de El País y que luego asumiría el PSOE, el PCE representaba poco menos que una
830
Justino Sínova, “Marxismo-Carrillismo”, Diario 16 (Madrid), 24 de abril de 1978. 831
María Cruz Seoane y Susana Sueiro, op. cit., p. 163.
492
rémora: un partido que tiraba de España hacia el pasado frente a la actitud mayoritaria de la
sociedad española que empujaba por insertarlo en la Europa del futuro. Para El País el
comunismo en su conjunto, pese a sus intentos de renovación, era un vestigio de la Europa de
entreguerras y de los años de plomo de la Guerra Fría.
En segundo lugar, y muy relacionado con lo anterior, El País hizo igualmente un uso de la
memoria histórica de España muy perjudicial para el PCE, en un contexto en el que la asociación
del partido a ciertos momentos de la República y la Guerra Civil resultaba perjudicial para la
organización comunista. Y es que conviene recordar que durante la transición se penalizó
socialmente a quienes suscitaban el recuerdo de aquellos años, bien por la carga dramática de lo
sucedido entonces bien por los valores en los que buena parte del país se había socializado bajo el
franquismo832
. En este sentido, El País se preocupó especialmente de asociar al PCE con el para
muchos trágico recuerdo de aquellos momentos. El motivo al que apeló el rotativo para establecer
esta asociación era que el partido comunista, pese a sus operaciones de renovación doctrinal,
seguía dirigido fundamentalmente por quienes habían ocupado puestos clave durante la Guerra
Civil. El País se esmeró en subrayar constantemente este pasado beligerante de dirigentes como
Santiago Álvarez, Francisco Romero Marín, Ignacio Gallego, Dolores Ibarruri y, por supuesto,
Santiago Carrillo, cuatro figuras cuyo pasado, además de estar asociado a nivel nacional a los
dramáticos sucesos de la Guerra Civil, estaba asociado también a nivel internacional al recuerdo
de los tétricos años del estalinismo. Esa, efectivamente, fue la etapa formativa de quienes seguían
llevando en buena medida las riendas del PCE, la de la Guerra Civil y el estalinismo. Y esa fue la
etapa a la que El País los arrojó frecuentemente con su discurso. Lo llamativo a este respecto es
que desde el periódico se hizo poca alusión al pasado más reciente de lucha efectiva y
hegemónica contra la dictadura y por la democracia, un pasado en el que el partido también había
estado dirigido por esa mismas figuras.
Otra clave del discurso de El País a propósito del PCE consistió en presentarlo como un
partido autoritario en su funcionamiento interno, y por eso mismo de dudosa credibilidad en tanto
que portador de un proyecto para la democratización de la sociedad. La falta de democracia
interna era para El País una herencia del pasado estalinista del partido a la que Carrillo no quería
renunciar, porque, según el periódico, en ella basaba su preeminencia dentro de la organización.
832
Sobre este asunto recuérdese el estudio ya citado de Paloma Aguilar, Memoria y olvido de la Guerra Civil, op cit.
493
La preservación del principio organizativo del Centralismo Democrático fue para el rotativo la
prueba evidente de la baja calidad democrática del PCE, por encima de otros gestos, como el del
abandono del leninismo, que poco comprometían la práctica real del partido. ¿Cómo considerar
alternativa democrática a un partido que respondía a formas autoritarias de funcionamiento
interno? Esa fue la pregunta que sobrevoló casi todas las consideraciones de EL País a propósito
de la teoría y la práctica comunistas.
Desde esta perspectiva, otra clave del discurso de El País consistió en reducir buena parte
de los cambios ideológicos impulsados por la dirección del PCE a meros gestos propagandísticos
motivados por el más básico interés electoral. En este sentido la propuesta de abandonar el
leninismo fue considerada por El País como una simple operación de marketing electoral. A
diferencia del tratamiento que dio a la propuesta de abandono del marxismo en el caso del PSOE,
El País no entró en consideraciones ideológicas sobre la cuestión del leninismo, pues no llegó a
reconocerla más entidad que la de un simple movimiento táctico que sólo vendría a seducir a los
ingenuos.
Por último, El País elaboró, junto con todos estos trazos, un retrato grisáceo del PCE. Más
allá de que el PCE fuera un partido envejecido, o precisamente por serlo, más allá de que se
tratara de un partido que hundía sus raíces en la Guerra Civil y el estalinismo, o precisamente por
serlo, más allá de ser un partido autoritario, o precisamente por serlo, el PCE era un partido gris,
apático, con poca vitalidad y sin demasiado pulso. Un partido mortecino que no guardaba
correspondencia con el dinamismo de la sociedad española, y que salía perdiendo al compararlo
con el más juvenil, moderno y democrático PSOE. En este sentido, una de las frases más
repetidas por el periódico a propósito del conclave comunista fue la “falta de emociones fuertes
en el IX Congreso”, para describir a un partido, a su juicio, presa de la rutina y las inercias.
Finalmente, El País enfatizó las actitudes críticas de algunos sectores hacia la dirección,
especialmente las de quienes terminaron conformando el denominado sector eurorrenovador,
aquel que, como se verá en el próximo capítulo, reclamará una mayor profundización en el
eurocomunismo, exigirá mayor democracia interna y terminará cuestionando la propia autoridad
de Santiago Carrillo. La voz de esta sensibilidad que empezaba a conformarse fue amplificada
por el diario dirigido por Juan Luis Cebrián, desde una actitud que parecía orientada a desgastar
al núcleo duro de la dirección comunista. Los complejos conflictos latentes en el PCE terminaron
494
simplificándose entonces en El País en el enfrentamiento entre unas supuestas bases jóvenes,
dinámicas y democráticas y una dirección envejecida, anquilosada y autoritaria que las
constreñía. El País fomentó ya en estas fechas la contradicción entre oficialistas y quienes más
tarde conformaría el grupo de los eurorrenovadores, magnificando sus discrepancias y
atribuyéndoles entonces más peso a los segundos del que realmente tenían. El discurso latente del
El País a propósito de estos militantes críticos era que se trataba de activistas valiosos
desperdiciados en un partido cautivo por una dirigencia burocratizada que había agotado su ciclo
histórico. Sin duda este discurso de El País servirá de puente ideológico a finales de la transición
a cuantos renovadores decidan más tarde arribar al PSOE.
El diario El País no entendió oportuno destinar ningún espacio de su primera página al
congreso comunista el día de su inauguración, en un ejemplo de que la hostilidad del medio al
PCE se tradujo también en una menor atención a la que le prestaron otros periódicos. Si embargo,
en la columna central de opinión recogió un artículo de Fernando Claudín donde este celebraba la
decisión de suprimir la definición tradicional, pero donde subrayaba también la contradicción de
que ello no fuera acompañado de la eliminación del Centralismo Democrático833
. La presencia
ese día en El País de Fernando Claudín, verdadera bestia negra del carrillismo, no fue para nada
inocente. Para el defenestrado dirigente y ex-militante comunista poca credibilidad tendría la
propuesta renovadora eurocomunista si esta no entrañaba la apuesta por un modelo organizativo
auténticamente democrático, que, a su entender, pasaba por el rechazo del modelo teorizado por
Lenin834
. Además de este articulo El País dedicó una página entera al evento. En el centro de la
página, bajo el titular “La polémica del leninismo volverá a ocupar el centro del debate”835
, el
periódico dirigido por Juan Luis Cebrián atribuía la propuesta de abandono al más puro interés
electoral. En la noticia, que no se trataba de ningún editorial o artículo de opinión, se pudo leer lo
siguiente:
Santiago Carrillo, más que en la discusión ideológica en sí misma, está interesado en el abandono del
leninismo, en tanto que juzga que tal abandono puede ampliar la base electoral del partido836
.
833
Fernando Claudín,"La democratización del PCE", El País (Madrid), Miércoles 19 de abril de 1978. 834
Ibidem 835
El País (Madrid), 19 de abril de1978, p. 15. 836
Ibidem.
495
A continuación se decía que el PCE no estaba dispuesto a esperar, como en su día lo
estuvo el PCI, 15 o 20 años para llegar al 30% de los votos, que Santiago Carrillo pretendía hacer
evolucionar al PCE a un ritmo vertiginoso para evitar que el PSOE se consolidara como partido
mayoritario de la izquierda y que con la renuncia los comunistas pretendían ocupar el espacio
tradicional de la socialdemocracia en las sociedades europeas837
.
El diario El País sí que dedicó su portada del jueves 20 de abril al IX Congreso, con un
titular que recogía la idea en la que más había insistido el Secretario General del PCE en su
informe. El titular decía textualmente: “Carrillo: Nuestro partido llegará a ser una alternativa de
gobierno”838
. Para El País el primer día del congreso comunista había estado marcando sin
embargo “por el orden y la falta de emotividad”. Sobre los contenidos del informe El País
destacó las críticas al PSOE, la ausencia de una valoración crítica de los resultados electorales y,
sobre todo, los ataques al propio diario. Y es que en su informe al Congreso Santiago Carrillo
había criticado al El País porque, a juicio, el periódico estaba incitando a los militantes
comunistas a que le depusieran:
La prensa, por lo menos ciertos sectores de ella, ha intervenido directamente en nuestro Congreso. Algunos,
como por ejemplo El País, han indicado claramente en su sección editorial que el Congreso debía deponer a
la dirección839
.
Enojado, Santiago Carrillo arremetió contra el diario cuestionando indirectamente la
condición democrática de algunos de sus miembros, aludiendo para ello a los puestos de
responsabilidad que habían disfrutado durante el franquismo:
Por lo que se ve hay periodistas para los cuales haber sido franquista toda la vida no invalida a nadie para
ser demócrata; pero lo que es imperdonable, inadmisible, es haber sido comunista840
.
El malestar de Santiago Carrillo no se debía exclusivamente a ese editorial, sino que venía
de atrás por lo que se consideraba un trato hostil e injusto por parte del periódico:
837
Ibidem. 838
El País (Madrid), 20 de abril de 1978, p.1 839
“Informe de Santiago Carrillo en nombre del Comité Central Salliente”, en PCE, 9º Congreso del PCE...op. cit. p.
40. 840
Ibidem.
496
Claro que no puede sorprendernos esto en un diario que no obstante su aire “independiente” y respetable,
estuvo durante semanas enteras tratando de dar la impresión de que quien iba a la cabeza, largamente, en
las elecciones sindicales no era precisamente el sindicato de CCOO, y que no ha dedicado con plena
objetividad, ningún comentario a la significación de esas elecciones841
.
Para responder a lo que El País entendió como un ataque intolerable, el rotativo dirigido
por Juan Luis Cebrián destinó ese día un editorial en el que acusó a Santiago Carrillo de no
comprender a esas alturas el papel de la prensa en un país democrático. Ante las críticas recibidas
el periódico arremetió diciendo que en ningún momento había sugerido que la militancia
comunista debiera deponer a su dirección, sino que simplemente se había limitado a constatar la
imagen envejecida de la dirección comunista, su directa vinculación con la Guerra Civil y que
esto indudablemente iba en perjuicio de los intereses electorales del partido. El editorial continuó
diciendo que los intentos de innovación ideológica del PCE se verían lastrados por la
permanencia en los puestos clave de dirección de aquellas personas que más comprometidas
habían estado con el pasado estalinista de la organización. Apoyándose en ello El País
contraatacó a las insinuaciones de Carrillo sobre el pasado antidemocrático de algunos consejeros
y directivos del diario, declarando que el dirigente comunista no estaba precisamente en
condiciones de expedir a nadie certificados democráticos. Santiago Carrillo había roto en ese
momento una de las normas del consenso, presentando como demérito de la clase dirigente
nacional su antigua vinculación con el Franquismo. Se trató de un aspecto del consenso con el
que El País no venía cumpliendo en relación a los dirigentes del PCE, de los que subrayaba con
frecuencia su ligazón a la Guerra Civil y el estalinismo. En definitiva, este cruce de declaraciones
fue un caso poco habitual en ese tiempo de consenso, en el que ambos, líderes mediáticos y
dirigentes políticos, se reprocharon sus respectivos pasados. En las incisivas palabras que el
diario dedicó a este asunto quedaron condensadas buena parte de las claves de su discurso contra
el PCE:
Pero el señor Carrillo no se ha limitado en hacer un juicio de intenciones a este periódico, sino que ha
extraído de su sentencia la siguiente conclusión “Por lo que se ve, hay periodistas para los cuales haber sido
franquistas toda la vida no invalida a nadie para ser demócrata, pero lo que es imperdonable inadmisible es
haber sido comunistas toda la vida”. El País nunca ha mantenido tan peregrina tesis porque entre otras
cosas, no es una oficina para despachar patentes de democracia como la que ha instalado el señor Carrillo en
la calle de Castelló y de la que se ha beneficiado con largueza el propio presidente del gobierno, al que él ha
841
Ibidem.
497
consagrado, urbi et orbi, como un acendrado demócrata. Pero además, el secretario general del PCE, sin
darse cuenta pone una vez más al descubierto, al referirse a franquistas y comunistas de toda la vida, ese
punto flaco que de creerle sólo existe en la malévola imaginación de este periódico. Porque entre los
militantes o cuadros del PCE que entraron en la organización después de la invasión de Checoslovaquia y
los dirigentes que loaron hasta la adulación la figura de Stalin, calumniaron a los comunistas yugoslavos,
justificaron el Gulag, aplaudieron la invasión de Hungría o tomaron por un catecismo el canon sagrado del
“marxismo-leninismo” hay una distancia tan grande como la que separa a José Antonio Girón y Raimundo
Fernández Cuesta de Adolfo Suárez o a Rodolfo Llopis de Felipe González. Es un motivo de reflexión que
el único partido a cuyo frente continúan hombres asociados con la guerra civil sea precisamente el que más
se ha esforzado en su propaganda por borrar de la memoria colectiva ese sangriento conflicto842
.
No obstante, en la columna central de opinión, al lado del editorial, se publicó un artículo
de Simón Sánchez Montero, en el que el dirigente del PCE pretendió mediar en la polémica;
quitar hierro al enfrentamiento; defender, por supuesto, a su Secretario General; y precisar el
significado exacto del Congreso. Para Sánchez Montero la pervivencia en la dirección de líderes
del pasado no entraba para nada en contradicción con las innovaciones ideológicas que se
pretendían aprobar, pues precisamente muchos de esos dirigentes habían sido los principales
impulsores de los cambios. A este respecto, Montero reclamó a El País que reconociera y
celebrara la posibilidad de que un dirigente político pudiera experimentar a lo largo de su
trayectoria cambios ideológicos tan significativos, porque ese era precisamente el espíritu que
estaba garantizando la reconciliación nacional843
.
En esas mismas páginas de opinión figuraba una mordaz viñeta de Máximo en la que
aparecía el salón plenario del IX Congreso del PCE presido por tres gigantescos retratos: el
primero de Karl Marx, el segundo de Frederich Engels y el tercero - que venía a sustituir al
habitual de Lenin - de Santiago Carrillo. La lectura de la viñeta era evidente: Santiago Carrillo
había desplazado a Lenin para ocupar su lugar en el santoral revolucionario.
El día 21 de abril El País tan sólo dedicó un minúsculo y marginal espacio de su portada
al congreso comunista, en el que se informó de los “300 candidatos al Comité Central”844
. Ya en
la página 14 se daba un información más amplia, en la que se recogían las últimas intervenciones
sobre el informe de Santiago Carrillo. Sin embargo, la noticia más llamativa de ese día para El
842
El País (Madrid), 20 de abril de 1978, editorial. 843
Simón Sánchez Montero, " Congreso libre y conflictivo", El País ( Madrid), Jueves 20 de abril de 1978. 844
El País (Madrid), 21 de abril de 1978, p. 1.
498
País eran las declaraciones de Enrique Múgica sobre la intervención del Secretario General del
PCE. Concretamente se dedicaba una columna para recoger las breves palabras del dirigente
socialista, y en cuyo titular se leía “Todo continua igual en el PCE”845
. Para Múgica la
inmutabilidad del Partido Comunista quedaba probada si se observaba la pervivencia del
Centralismo Democrático. Con la importancia concedida a estas breves declaraciones, El País
vino a evidenciar que hacía suyas estas palabras, según ese recurso tan recurrente en los
periódicos de decir indirectamente algo amplificando la voz de quien dice eso mismo.
El día 22 de abril el diario El País tan sólo destinó un pequeño espacio de su página
principal al debate sobre el leninismo. Con el titular “El IX Congreso del PCE aprueba el
abandono del leninismo” en la portada se informaba del resultado de la votación, y se subrayaba
la ausencia de Dolores Ibárruri durante la misma846
. Por otra parte, en el interior dedicó dos
páginas al desarrollo del Congreso. En la página 12 reproducía escuetamente el debate que se
había producido en el plenario sobre el leninismo y varias declaraciones de destacados dirigentes
acerca del resultado y de lo que esta revisión doctrinaria representaba para el partido. En la
misma página y en la siguiente hacía una valoración del resto de las tesis aprobadas. La
valoración que el país hizo ese día de los debates políticos del Congreso difería de la del resto de
periódicos consultados. Bajo el título “Las tesis del Comité Central aprobadas con considerables
modificaciones847
”, el periódico interpretaba los cambios aprobados en las comisiones como
variaciones sustantivas en las tesis propuestas inicialmente por la dirección. De este modo, El
País transmitía la sensación de que en el congreso las bases habían impugnado de manera
considerable los postulados del equipo dirigente, cosa que no era cierta. Basta recordar que a
plenario sólo pasaron cuatro enmiendas (que finalmente fueron rechazadas), lo cual significa que
todas las correcciones a las tesis iniciales fueron asumidas por los ponentes en sus respectivas
comisiones, de manera que no diferirían mucho de los planteamientos esenciales de partida848
.
Ese mismo día el periódico incluía una entrevista con Víctor Afanasiev, director de
Pravda, miembro del Comité Central del PCUS y representante soviético en el congreso. A pesar
845
El País (Madrid), 21 de abril de 1978, p. 14. 846
El País (Madrid), 22 de abril de 1978, p. 1. 847
El País (Madrid), 22 de abril de 1978, p. 12. 848
Esto es algo que puede constatarse viendo la actas del congreso, 9º Congreso del PCE...op. cit. pp. 140-215.
499
del tono diplomático Afanasiev no ocultó el malestar que les despertaba el abandono del
leninismo por parte del PCE y sobre todo algunas de sus críticas a los países socialistas849
.
El domingo 23, en un extremo de página principal, El País tituló “Santiago Carrillo y
Pasionaria reelegidos”, y dedicó un extenso editorial a exponer sus impresiones sobre el IX
Congreso. De nuevo el diario dirigido por Juan Luis Cebrián volvió a insistir en la falta de
emociones fuertes durante el evento y en las sustanciales modificaciones que los delegados
habían logrado imponer a las tesis de partida presentadas por la dirección850
. El País hizo una
lectura exagerada de lo que interpretó como importantes cambios, afirmando que había
“...comenzado la transformación de las relaciones jerárquicas dentro del PCE”851
. Finalmente,
sobre la configuración de la lista presentada al Comité Central el editorial confesaba que
desconocía las claves para poder interpretarla, pero se aventuró a hacer algunas conjeturas. Sobre
este asunto dijo textualmente:
Dada la inexistencia pública de tendencias y la dificultad para descifrar el críptico código que suelen
emplear los comunistas para expresar sus discrepancias, no resulta fácil establecer conclusiones acerca del
significado de altas y bajas en el CC. En cualquier caso parece que la renovación ha empezado. Si los
comunistas tuvieran sentido del humor, podrían bautizar estos acontecimientos como con el nombre de
“espíritu del 19 de abril”852
.
El editorial de El País concluyó cuestionando los respaldos reales de que disfrutaba el
eurocomunismo y su consistencia teórica. Para El País el eurocomunismo era un proyecto difuso
y mal fundamentado que bebía precisamente de las tradiciones ideológicas de las que pretendía
distanciarse:
La ausencia del señor Berlinguer y del señor Marchais en un acontecimiento en que su aparición era de rigor
muestra, por lo demás, que el eurocomunismo, como fenómeno internacional es todavía un proyecto. Las
tesis políticas, el informe presentado por el señor Carrillo los debates del IX Congreso ponen de relieve
también que el eurocomunismo no ha logrado aún unas claras señas de identidad en el terreno teórico.
Tercera vía frente al “marxismo-leninismo” y a la socialdemocracia, se ofrece todavía como un híbrido de
sus dos rivales, más próximo tal vez al segundo que al primero853
.
849
“Entrevista a Víctor Afanasiev”, El País (Madrid), 2 de abril de 1978, p. 13. 850
El País (Madrid), 23 de abril de 1978, editorial. 851
Ibidem 852
Ibidem. 853
Ibidem.
501
VI. LA IZQUIERDA EN (LA) TRANSICIÓN: FIN DE TRAYECTO Y CAMBIO
DE CICLO.
VI.1. El PCE al final del proceso: crisis orgánica, catástrofe electoral y quiebra del
eurocomunismo.
Una vez aprobada la Constitución por referéndum el 6 de diciembre de 1978, el reto más
acuciante del PCE fue la preparación de las siguientes elecciones generales. El escrutinio de la
noche del 1 de marzo ratificó la distribución del voto de las legislativas de junio de 1977, cuyos
resultados, como se ha señalado, fueron considerados provisionales por el PCE. Sin embargo, la
lectura de la dirección comunista fue demasiado autocomplaciente: se había subido un 1´4% y,
además, el total de votos obtenidos por el PSOE - que concurrió a estas elecciones después de
absorber al Partido Socialista Popular de Tierno Galván - no alcanzaba la suma de los sufragios
obtenidos por cada una de las organizaciones, cuando en las pasadas legislativas se presentaron
por separado. En definitiva, según el núcleo dirigente, los resultados señalaban que el PCE estaba
recuperando la hegemonía de la izquierda sociológica a costa de su rival socialdemócrata, y que
ello corroboraba la justeza de la línea política que se venía practicando854
.
El siguiente acontecimiento determinante en la vida política española y, por supuesto,
para la trayectoria del PCE fue la celebración un mes después de las primeras elecciones
municipales. La convocatoria para la elección de consistorios democráticos llegaba con demora
según la izquierda. A su juicio resultaba inconcebible que desde la aprobación para la Ley de
Reforma Política en 1976 los ayuntamientos siguieran regidos hasta ese mes de abril de 1979 por
las mismas autoridades de la dictadura855
. Sin duda este es un hecho que debe tenerse en cuenta a
la hora de valorar el desarrollo de la transición y las opciones que en ella tuvieron las fuerzas de
la izquierda: el de la continuidad de la dictadura en las instancias de poder más cercanas a los
854
La valoración de las segundas legislativas puede verse en Mundo Obrero (Madrid), núm. 88, viernes 2 de marzo
1979, p 1; en núm. 89, Sábado 3 de marzo de 1979, p. 3, donde se recogen las primeras palabras de Santiago
Carrillo; y en el editorial del núm. 90, Domingo cuatro de marzo de 1979. 855
“Informe de Santiago Carrillo en nombre del Comité Central saliente”, en Noveno Congreso...op. cit., pp. 32 y 33.
502
ciudadanos. La concurrencia a unas elecciones municipales representó una gran oportunidad para
el PCE, pues más allá de la posibilidad de conseguir una cuota de poder considerable que
redundaría en beneficio de su capacidad de intervención política e influencia social, suponía la
primera oportunidad de acceso directo a una instancia de gestión pública desde la que hacer, más
allá de los consensos, esa demostración ostensible de su nueva imagen de partido de gobierno y
con sentido de Estado. La campaña electoral de las municipales fue un revulsivo para la
militancia comunista, que se implicó con denuedo en las tareas de propaganda después de unos
años, los del consenso, que conocieron un importante declive de su actividad. La mayor
identificación de las bases comunistas con este proceso más cercano de elección de
representantes se puso sobre todo de manifiesto en los municipios de aquellas provincias que en
las generales tenían poca posibilidad de obtener representación, habida cuenta de las limitaciones
impuestas por la ley electoral. El PCE encabezó la campaña electoral con un sugerente eslogan
propagandístico que rezaba lo siguiente: “quita un cacique, pon un alcalde”, y que en buena parte
de los casos sería premonitorio de su contribución a una vida municipal democrática. Los
resultados obtenidos por el partido estuvieron ligeramente por encima de los cosechados en las
legislativas y, de nuevo, este ligero incremento se interpretó con un aval a la línea política que el
partido venía desarrollando.
Como es sabido, tras las elecciones municipales el PCE firmó un acuerdo con el partido
socialista, en virtud del cual cada una de estas fuerzas políticas se comprometía a respaldar en la
votación de investidura al candidato de la otra si esta había obtenido más votos, para así desplazar
a la derecha y favorecer la formación de consistorios progresistas. Los acuerdos se completaron
generalmente con la decisión de gobernar de manera conjunta. El pacto amplificó la influencia
institucional comunista y, como se ha dicho en capítulos anteriores, esta responsabilidad detrajo a
buena parte de los cuadros más preparados del partido de otros espacios de militancia,
fundamentalmente de los movimientos sociales. Fue también con la entrada en los ayuntamientos
como se intensificó esa tendencia a enfatizar el trabajo institucional por encima, y muchas veces
en menoscabo, del trabajo de base en los movimientos sociales, toda vez que el partido no
demostró demasiado empeño a la hora de vincular ambas dinámicas.
Pero otra cosa importante al respecto es que la firma de acuerdos con el PSOE a nivel
municipal representó una cierta contradicción con respecto a la línea política general del partido a
escala estatal, que seguía siendo la de la Política de Concentración Democrática. La Política de
503
Concentración Democrática reclamaba públicamente la concurrencia de todos los partidos
políticos democráticos con representación institucional en las tareas gubernamentales. Como se
ha visto, ante la imposibilidad de concretarse en su formulación maximalista esta política
encontró un sucedáneo en la dinámica del consenso. Además, la política de concentración tuvo en
la práctica como principal destinatario a la UCD de Suárez, por la conciencia de que al PSOE no
le interesaba emparentar con el partido y por la conciencia también de que a la UCD le interesaba
esta dinámica de acuerdos para evitar que el PSOE pudiera cristalizar en alternativa de gobierno.
Por otra parte, la insistencia en la Política de Concentración Democrática resultó, como se ha
visto, un acicate para la moderación tanto práctica como ideológica del partido. Sólo así,
manteniendo una actitud comedida, el PCE podía ser reclamado en los consensos que se
adoptasen. También en esta etapa de la transición el partido adoptó una actitud de contención
considerable. El caso más elocuente fue la negativa del partido a impulsar la huelga general que
le reclamaron desde algunas significadas instancias de CCOO para hacer frente al paro, a la
pérdida de poder adquisitivo de los salarios en el contexto de las medidas de ajuste ante la crisis
económica y al nuevo Estatuto de los Trabajadores que se estaba elaborando, y que se alejaba de
las bases programáticas de Comisiones y el PCE. A este respecto, el partido no puso demasiados
impedimentos a la conflictividad social, siempre que esta se produjera a nivel de empresa; pero si
se resistió a la dimensión política que esta conflictividad social podría haber cobrado de
unificarse en una movilización más amplia y ambiciosa, como podía ser una huelga general de
carácter también político856
.
856
En sus memorias Marcelino Camacho cuenta cómo Santiago Carrillo se opuso expresamente en esos términos a la
propuesta de Huelga General que él mismo le trasmitió en nombre de buena parte de CCOO. Véase Marcelino
Camacho, Memorias. Confieso que he luchado, Madrid, Temas de hoy, 1990, pp. 424-430. El debate sobre la huelga
general estuvo latente en el partido durante aquellos meses y llegó incluso a los órganos de dirección. En el Comité
Central del partido celebrado en noviembre de 1979 Santiago Carrillo destinó una parte de su informe a criticar a
quienes reclamaban una acción movilizadora de largo alcance más contundente. En este sentido planteó: “Al mismo
tiempo quería decir que esta actitud de lucha no significa llevar la acción a extremos que nos aíslen y puedan incluso
desestabilizar el proceso democrático[...] Quiero llamarla atención sobre el hecho de que algunos compañeros de
CCOO en algunos lugares están diciéndonos que el partido debe retirarse de la comisión parlamentaria en la
discusión del estatuto. Nuestra opinión es que el partido no puede retirarse de la comisión parlamentaria ni de los
órganos parlamentarios por estar en minoría, porque si esto fuera así tendríamos que retirarnos del parlamento, de los
municipios, de todas partes porque estamos todavía en minoría en la inmensa mayoría de las instituciones de este
país. Y a la movilización que hay que llamar es a una movilización más activa y eficaz de las masas y hay que
utilizar esta experiencia para hacer un trabajo comunista en las empresas y educar a los trabajadores para que los
trabajadores sepan a quien hay que votar si quieren que sus intereses estén verdaderamente defendidos. Hay que
decir que ciertas corrientes, aparentemente radicales de un radicalismo estéril y peligroso en una situación de crisis
como ésta, podrían ser tan peligrosas como una política de colaboración de clase con la CEOE y con el Gobierno”.
Este extracto e su intervención puede verse en Mundo Obrero (Madrid), núm. 49, del 15 al 21 de noviembre del 79,
pp. 5 y 6.
504
No obstante, el escenario que siguió a las segundas elecciones generales echó por tierra la
estrategia – o más bien la sucesión de tácticas – del PCE. Efectivamente, si hubo un fenómeno
definitorio de la legislatura 79-82, en comparación con la etapa precedente, éste fue el de la
quiebra del consenso. Y ello porque muchas de las razones que lo forzaron habían decaído a la
altura de 1979. Por una parte, la Constitución, pieza jurídica que debía consagrar legalmente el
nuevo sistema político democrático, ya se había aprobado, y la crisis económica que hizo peligrar
todo el proceso de cambio estaba más o menos encauzada en virtud de lo acordado en la
Moncloa. Es cierto que el problema autonómico aún no se había resuelto, pues apenas estaba
prefigurado por lo establecido en la Carta Magna; pero no lo es menos que la negociación
necesaria para encararlo no reclamaba en exceso la concurrencia de los comunistas857
. Por otra
parte, los conflictos hasta entonces latentes en UCD se desbocaron a partir del 79, lo cual debilitó
sobremanera al ejecutivo. El PSOE entendió que había llegado el momento de poner fin a la
dinámica negociadora y de ejercer sin ambages su papel de partido opositor con vistas a ganar las
siguientes elecciones. La propuesta que hizo Felipe González para que su partido abandonara el
marxismo en su XXVIII Congreso en mayo del 79 iba encaminada, como se ha visto, a sustraer
importantes apoyos electorales a la coalición gobernante, y la moción de censura presentada el 28
de mayo de 1980 pretendía acelerar su desgaste. Por todo ello los principios de negociación,
acuerdo y búsqueda de soluciones comunes entre los distintos partidos habían caducado en esos
momentos, y con ellos la táctica comunista. En definitiva, si el PCE había elaborado la Política
de Concentración Democrática consciente de que el clima de consenso la podía hacer prosperar,
una vez desaparecido ese clima su línea política pasó a ser completamente inviable.
Si esto fue así en lo que se refiere a la línea política, en lo relativo a la vida interna del
partido estos primeros momentos que siguieron a la etapa del consenso estuvieron caracterizados
por los intentos de la dirección encabezada por Santiago Carrillo de intensificar el centralismo
como principio organizativo fundamental, de fortalecer la disciplina interna y de homogenizar las
actitudes, las prácticas y también los planteamientos ideológicos de los militantes. Todo ello en
un contexto de debilitamiento orgánico del partido. Las medidas de Santiago Carrillo
pretendieron ser una respuesta a la crisis interna que ya se advertía en la formación, pero en la
práctica no vinieron sino a acelerarla y enconarla. De todos los propósitos que intentó ejecutar el
857
Sólo en Cataluña pudieron parecer importantes los acuerdos con los comunistas; sin embargo el gobierno de
Suárez ya había restado en este sentido influencia al PSUC con la gestión del retorno de Josep Tarradellas. Véase al
respecto Pere Ysás, “Democracia y autonomía en la transición española”, en Manuel Redero San Román (ed.), Ayer
(Madrid), op cit., pp. 97 y 98.
505
Secretario General el que más interesa para el cometido de este trabajo es el de la uniformización
ideológica. En el pleno del Comité Central reunido en Córdoba a mediados de mayo de 1979
Santiago Carrillo declaró que su intención era homogeneizar al PCE858
:
En esta rara tarea, nos encontramos con que el fortalecimiento del Partido pasa por lo que hemos llamado su
homogeneización. No se trata, naturalmente de volver al monolitismo. Tampoco el problema esencial es
conseguir una unidad de acción sobre una línea política común porque, en general, eso existe ya. Ni siquiera
llegar a una compenetración mayor sobre el concepto de lo que es el partido, aunque en este sentido sea
necesario ir avanzando más. Es todo eso y más859
.
Ello venía a constatar la pluralidad de perspectivas ideológicas que se daban cita en el
partido, perspectivas a veces antagónicas que el Secretario General entendía como un lastre para
la cohesión interna del PCE, para su acción unitaria y - aunque esto no se declarara – para hacer
valer su autoridad sobre el conjunto de la formación. La homogeneización se reveló así, tal como
se expresara en el Capítulo I, como una forma de afianzamiento del poder sobre el colectivo. El
problema es que esta pretensión vino a exacerbar los conflictos políticos e ideológicos latentes y
a desatar las fuerzas centrífugas que existían en el PCE.
Y es que, efectivamente, en apenas algo más de los dos años que van de finales del 79 a
las elecciones generales de octubre del 82 el PCE sufrió una crisis interna de perfiles múltiples y
dimensiones extraordinarias que explican en buena medida su autoliquidación política en el
proceso de transición. Una crisis, en virtud de la cual, el que fuera el partido con más militantes,
mejor organizado y más activo en la lucha contra la dictadura terminó saltando por los aires para
sorpresa de la sociedad española. Una crisis que representó un ejercicio público de suicidio
colectivo durante la incipiente democracia del que fuera el partido por excelencia de la lucha
democrática.
El malestar en las filas comunistas ya venía de tiempo atrás, debido, entre cosas, a los
resquemores que entre una parte de la militancia habían supuesto los cambios ideológicos, ya
fuera por insuficientes, ya fuera por excesivos, ya fuera por inoportunos, ya fuera por haberse
impuesto sin debate previo; debido también a las frustraciones que generaron unos resultados
858
Esta propuesta la hizo Santiago Carrillo ante el Comité Central del partido reunido en Córdoba a finales de mayo
de 1979. Un extracto de sus declaraciones se publicó en Mundo Obrero (Madrid), 24 de mayo de 1979. 859
Mundo Obrero semanal (Madrid), del 24 al 30 de mayo, p. 3.
506
electorales que no rindieron justicia a la contribución del partido a la lucha democrática; debido
también a la impotencia resultante de un proceso al que el partido había contribuido con
constantes cesiones apenas recompensadas; debido también a la constatación del declive orgánico
concretado en la salida de militantes, en la disminución del activismo y en la falta de democracia
interna; o debido también a la exasperación de una militancia fundamentalmente obrera que
estaba sufriendo los estragos de la crisis.
La crisis del PCE se expresó principalmente en tres conflictos que se originaron de
manera sucesiva, pero que terminaron por solaparse en el tiempo: el conflicto de los comunistas
catalanes en el V Congreso del PSUC, la escisión en las filas del Partido Comunista de Euskadi-
EPK y el movimiento de contestación interna desatado en todo el Estado por los llamados
eurorrenovadores.
VI.1.1. La crisis del PSUC y el abandono del eurocomunismo.
La crisis de PSUC resultó ser un duro golpe para el PCE. No se trató simplemente de una
crisis confinada en una de sus partes, sino de una crisis que afectó, y sobre manera, al conjunto
del partido. Y ello por varias razones. En primer lugar, el PSUC era, sin lugar a dudas, el
referente territorial más importante del PCE. La capacidad organizativa, la hegemonía sobre los
movimientos sociales, el arraigo popular y el respaldo electoral del PSUC estaban muy por
encima del peso que cualquiera de estas variables pudiera tener en el conjunto del PCE o en
cualquiera de sus secciones territoriales. En segundo lugar, era en el PSUC donde se daba un
mayor nivel de elaboración ideológica, y donde, por tanto, la desestimación del eurocomunismo
podía traer mayor repercusión. Efectivamente, como se solía decir en el argot de la época, el
PSUC era el más italianizado de los partidos comunistas, aquel en el que un buen anclaje social
iba acompañado de un acervo ideológico considerable en rápida evolución desde los últimos
años. Que fuera aquí, precisamente, donde las bases desestimaran el eurocomunismo vino a
suponer un jarro de agua fría para el PCE en su conjunto. En tercer lugar, la crisis del PSUC tenía
repercusiones prácticas inmediatas sobre el PCE en la medida que, por ejemplo, se venía a
reproducir en el seno del grupo parlamentario comunista en el Congreso de los Diputados,
formado en un porcentaje considerable por diputados catalanes. Y en cuarto lugar, la crisis del
PSUC amenazaba la estabilidad del PCE, por cuanto que podía servir de estímulo a quienes en
507
otros lugares cuestionaban la nueva orientación estratégica eurocomunista, su concreción táctica
en la línea política seguida en la transición y la autoridad de quienes la habían impulsado.
Por otra parte, la crisis del PSUC tuvo lugar en un contexto de tensión añadida con el
PCE. Las fricciones entre los dos partidos hermanos se intensificaron en el momento en el que
Antoni Gutiérrez, Secretario General del PSUC, presentó a la dirección del PCE las que serían las
líneas maestras de las tesis a debatir en el V Congreso de los comunistas catalanes que se
celebraría a principios de enero de 1981. En ellas había dos elementos que desataron el malestar
de la dirección de Madrid, y fundamentalmente de Santiago Carrillo: un tono inusual en buena
medida crítico con la política adoptada por el PCE durante la transición, con alusiones especiales
al fenómeno del consenso y a los pactos de la Moncloa, y la intención de acrecentar la autonomía
tanto táctica como estratégica del PSUC con respecto al conjunto del PCE860
. A este respecto se
ha planteado, a partir de algunos testimonios que se dieron en la época, que la derrota de los
eurocomunistas catalanes encabezados por Antoni Gutierrez en el V Congreso se debió en parte a
la pasividad de Santiago Carrillo, que lejos de mediar en beneficio de la dirección eurocomunista
del PSUC le dejó a la intemperie ante el acoso de los prosoviéticos, por más que esta especie de
venganza resultara un movimiento suicida para el propio Secretario General del PCE861
. Estos
movimientos internos contribuyeron a moldear la crisis del partido, aunque ésta se debió sobre
todo a las razones más profundas que se analizarán más adelante.
En cualquier caso, lo cierto es que el PSUC salió fragmentado de su V Congreso en al
menos tres corrientes, a su vez heterogéneas, que pudieron constatarse con anterioridad, pero que
entonces cristalizaron con virulencia: la tendencia eurocomunista, la llamada indistintamente
prosoviética o afgana y la denominada Leninista. La primera de ellas no era una tendencia
compacta. Estaba encabezada por Antonio Gutiérrez y López Raimundo, pero incluía desde
partidarios de profundizar más intensamente en el eurocomunismo, como los denominados
banderas blancas862
, a otros que asumieron el nuevo fenómeno ideológico de manera más
accidentalista. Con independencia de esta escala de intensidades, desde el punto de vista de los
planteamientos ideológicos este sector que encabezaba la dirección se identificaba con la
860
PSUC, Projecte de Tesis. 5º Congrès, Barcelona, PSUC, 1980, pp. 9-11. 861
Gregorio Morán, op. cit., pp. 594-595. 862
Bandera Blanca fue el nombre que popularmente se le dio al grupo de militantes del PSUC que procedían de la
organización izquierdista Bandera Roja, y que evolucionaron aceleradamente hacia posiciones más moderadas para
constituirse en los máximos valedores del eurocomunismo en Cataluña. Entre sus figuras más representativas cabe
citar a Joan Busquets, Jordi Solé Tura o Jordi Borja.
508
propuesta eurocomunista que se analizó en el primer capítulo. La corriente prosoviética
presentaba perfiles ideológicos definidos y una mayor coherencia interna. Se trataba de sectores
resentidos con la política de cesiones que el partido había desarrollado en la transición y con la
nueva propuesta eurocomunista, sobre todo con dos de los movimientos en los que se había
sustanciado: el abandono del leninismo y los ataques a la Unión Soviética. Su proyecto
ideológico no era otro que el de volver a las viejas esencias de la ortodoxia comunista. Su
alternativa podría ser obsoleta, pero era precisa y fácilmente identificable863
. El tercer grupo en
discordia era el de los leninistas, llamados así porque en la Conferencia preparatoria del IX
Congreso del PCE encabezaron la defensa del leninismo. También críticos, aunque de manera
menos virulenta, con la política seguida por el partido en la transición, respondían sin embargo a
un perfil ideológico distinto y más difuso. Su oposición en el V Congreso al eurocomunismo no
se hizo desde planteamientos nostálgicos prosoviéticos, sino desde la justificación, un tanto
sofisticada intelectualmente hablando, de que el eurocomunismo era un término semánticamente
ambiguo e inconsistente para designar lo que debía ser la propuesta estratégica del partido. Su
perfil ideológico estaba más a la izquierda que el de los eurocomunistas y era mucho más
refinado que el de los prosoviéticos, pero más allá de ambas cosas comportaba demasiadas dosis
de imprecisión para poder erigirse en alternativa864
.
La pluralidad ideológica del PSUC venía de atrás y hundía su raíces en diferencias
generacionales, formativas y socioprofesionales, así como en otras relativas a los diferentes
momentos y cauces de acceso al partido y a los distintos espacios de militancia existentes. El caso
es que esta pluralidad ideológica a veces contradictoria había venido armonizándose
coyunturalmente en virtud de dos factores. El primero, y quizá el más importante, gracias a la
cohesión interna que imponía la intensa y frenética lucha contra la dictadura y en pro de un
objetivo por todos compartidos, el de la conquista de la democracia. El segundo, por mor de una
política de equilibrios practicada desde las altas instancias, consistente en contentar a los
representantes de cada corriente con la distribución más o menos equitativa de poder interno. En
este sentido, la crisis estalló, entre otras cosas, por dos razones. Porque el tránsito a la democracia
disolvió el elemento de cohesión representado por la lucha clandestina, favoreciendo la eclosión
de los antagonismos ideológicos. Y porque la política de precarios equilibrios dio posiciones
863
Entre sus dirigentes se encontraban Pere Ardiaca, Joan Ramos, Josep Serradell, Joan Tafalla o Leopoldo Spuny. 864
Entre los leninistas figuraban, por ejemplo, Francisco Frutos, Andreu Claret, Xavier Folch o Manuel Vázquez
Montalbán.
509
internas de poder a los críticos, desde las cuales plantearse la posibilidad de derrocar al núcleo de
la dirección.
La composición sociológica de cada grupo era plural, aunque en el sector prosoviético
fuera bastante superior el porcentaje de proletariado urbano. Por tanto, tampoco en el caso de la
crisis del PSUC puede establecerse una relación nítida y mecánica entre extracción social y
adscripción ideológica. Finalmente, en cuanto a la correlación de fuerzas, el llamado sector
eurocomunista era el mayoritario, pero la suma de prosoviéticos y leninistas, estos últimos menos
numerosos, los superaba. Y eso fue lo que pasó precisamente el V Congreso de los comunistas
catalanes.
El V Congreso del PSUC se celebró a principios de enero de 1981865
. El desarrollo y
desenlace del cónclave tuvieron que ver en cierta forma con su preparación, pues esta corrió a
cargo de los prosoviéticos, que, como resultado de la política de equilibrios antes descrita,
controlaban el aparato de organización del partido. Ya en la lectura del informe presentado por
Antoni Gutiérrez se advirtió que el congreso sería agitado: el informe fue aprobado, pero con
bastantes votos en contra y numerosas abstenciones. El momento álgido del congreso tuvo lugar
durante el debate de las tesis. En la comisión creada al efecto el término eurocomunismo fue
rechazado gracias a los votos de prosoviéticos y leninistas866
. Por otra parte, más allá del debate
nominal, se aprobaron una serie de enmiendas de cariz prosoviético o, en todo caso, de contenido
muy tradicional. El resultado de estos acalorados debates fue la aprobación de unas tesis
incoherentes y confusas, en las que a la orientación general eurocomunista propuesta por la
dirección se superpusieron modificaciones ortodoxas, procedentes de las enmiendas, que la
contradecían.
Las modificaciones más importantes afectaron sobre todo a la política internacional del
partido, una de las dimensiones en las que más nítidamente se expresaban las innovaciones
eurocomunistas. Por medio de estas enmiendas se volvió a resucitar esa concepción de los
partidos comunistas de obediencia soviética en virtud de la cual el imperialismo era un término
865
Un relato y un análisis recientes y sintéticos sobre el congreso y sus efectos posteriores puede verse en Pere Ysás,
“El PSUC durant el franquisme tardá i la Transició: de l´hegemonia a la crisi (1970-1981)”, en Giaime Pala (ed.) El
PSU de Catalunya, 70 Anys de Lluita pel Socialisme. Materials per a la història, Madrid, FIM, 2008. pp. 175-182. 866
Las tensiones fueron reproducidas día a día por la prensa. Sobre la desestimación del eurocomunismo véase la
amplia cobertura que dio por ejemplo El País (Madrid),6 de enero de 1981.
510
restrictivo a los países capitalistas y en virtud de la cual la dinámica de bloques se interpretaba
como una de las principales expresiones a nivel internacional de la lucha de clases, algo que no
dejaba otro corolario que el de supeditar la acción del partido a la estrategia soviética:
La confrontación entre los países socialistas y el imperialismo es una de las principales manifestaciones de
la lucha de clases a nivel internacional867
La enmienda aprobada rompía con la política de no alineamiento característica del
eurocomunismo, que, por otra parte, aparecía contenida en las misma tesis con frases como la
siguiente:
La dinámica de enfrentamiento entre los bloques es perjudicial para los pueblos de todo el mundo. Alimenta
la carrera armamentística y el clima de guerra868
.
En el mismo sentido, las enmiendas plantearon que era responsabilidad exclusiva de los
países capitalistas la “...ruptura de las tendencias de distensión abiertas trabajosamente por la
política de paz de los países socialistas”. Al mismo tiempo que, contradictoriamente, en la tesis se
expresaba la oposición a la invasión soviética de Afganistán, de la que se decía que “...no sólo no
contribuye a resolver la tensión, sino que la agrava”869
. Las contradicciones resultaban evidentes.
De igual modo, se recuperaron para los estatutos viejas consignas, como la constitución
del partido en “vanguardia del proletariado”, que resultaban disonantes con la política de alianzas
sociales y políticas que el partido venía elaborando desde hacía años, y que igualmente aparecían
recogidas en otros apartados de la tesis.
Finalmente, el término “eurocomunismo” fue sustituido por el de “revolución de la
mayoría”, un concepto con el que se pretendía expresar un proyecto también democrático de
construcción del socialismo a propósito del cual se dijo lo siguiente:
867
Cita tomada de Gregorio López Raimundo y Antoni Gutiérrez Díaz, El PSUC y el eurocomunismo, Grijalbo,
Barcelona, 1981. p. 92. 868
Cita tomada de G. López Raimundo y A. Gutiérrez Díaz, El PSUC y el eurocomunismo, op. cit., p. 93. 869
Ibidem.
511
Esta política de lucha por el socialismo en la democracia por medio de la revolución de la mayoría no puede
interpretarse como una política de concesiones ni de pérdida de la identidad de clase [...]870
El párrafo era muy elocuente del sentir de buena parte de la militancia. Se trataba de
apostar por una vía democrática al socialismo; pero a diferencia de lo que para ellos representaba
el eurocomunismo ésta no debía traducirse en cesiones y moderantismos, ni difuminar, en virtud
de ninguna política de alianzas, el componente esencialmente obrero del proyecto comunista.
En definitiva, la reprobación a la propuesta eurocomunista por parte de las bases había
tenido lugar, y acababa de tener lugar allí donde fue objeto de mayor elaboración y allí donde
supuestamente el partido estaba en mejores condiciones de llevarla a término.
Las consecuencias de todo ello no se hicieron esperar. Antoni Gutiérrez y Gregorio López
Raimundo dimitieron inmediatamente de sus cargos. El vacío de poder fue ocupado por un pacto
entre leninistas y prosoviéticos, en virtud del cual, el prosoviético Pere Ardiaca se hacía con la
presidencia del partido y el leninista Francisco Frutos con la secretaría general. La situación era
desoladora: el partido se había roto por dentro, había roto además la coherencia estratégica e
ideológica con el conjunto del PCE y pasaba a estar dirigido por un equipo inestable formado por
personalidades muy distintas que recelaban entre sí. El pacto duraría poco, los leninistas
terminaron inclinándose hacia los eurocomunistas y los acontecimientos se sucedieron de la
siguiente manera. En mayo el Comité Central a instancias del Comité Ejecutivo recuperó el
término eurocomunismo, cosa que suscitó el rechazo furibundo de propio presidente del partido,
que terminó siendo destituido a principios de junio. Los cambios se confirmaron un poco después
en una Conferencia Nacional, que instó a la celebración de un nuevo congreso en el que se debía
cerrar todo el proceso de rectificación, y que, por supuesto, contó con el rechazo de los
prosoviéticos. El VI Congreso del PSUC se celebró en marzo de 1982. En él se reafirmó el
eurocomunismo y Antoni Gutiérrez y López Raimundo volvieron a ocupar, respectivamente, el
puesto de Secretario General y Presidente del partido. Pero la ruptura se había consumado. En
abril de 1982 los prosoviéticos se escindieron constituyendo un nuevo partido, el Partido de los
Comunistas de Cataluña (PCC), que contó con financiación soviética y que arrastró tras de sí a un
número considerable militantes de las barriadas obreras, a cuadros destacados de Comisiones
Obreras y a cargos públicos municipales y del Parlamento de Cataluña.
870
Cita tomada de G. López Raimundo y A. Gutiérrez Díaz, El PSUC y el eurocomunismo, op. cit., p. 91.
512
VI.1.2. La crisis del EPK: la salida de los eurocomunistas.
La crisis del EPK no tuvo la misma repercusión para el PCE que la de los comunitas
catalanes, porque el partido comunista vasco tenía una entidad muy modesta, como ponía de
manifiesto el 4,6% de los votos que había cosechado en las legislativas de 1979. No obstante, la
crisis también trascendió las fronteras de Euskadi para preocupar a la dirección del PCE. Y ello
por varias razones. En primer lugar, la crisis del EPK desató el debate latente sobre la federalidad
en el partido, una opción a la que la dirección de Santiago Carrillo se oponía radicalmente. En
segundo lugar, porque la crisis del EPK sugirió también un debate que entonces no ocupó un
lugar central, pero que más adelante cobraría fuerza entre algunos sectores del PCE: el de la
posibilidad de intensificar la política de alianzas hasta el punto de que el partido pudiera
disolverse en ella como organización. Y en tercer lugar, porque, como se verá, la crisis del EPK
echó más leña al fuego del conflicto, éste ya estatal, entre renovadores y oficialistas.
La crisis en el EPK hundió sus raíces en un conflicto apenas disimulado entre dos sectores
del partido que, a pesar de presentar cierta heterogeneidad, son también susceptibles de
generalización. Por una parte, estaba el sector encabezado por Ramón Ormazabal, que presentaba
una caracterización más clásica. Este sector respondía a un perfil obrerista, pues no en vano
estaba integrado sobre todo por obreros industriales de la margen izquierda del Nervión;
resistencialista, por cuanto que se había formado en la cultura más clandestina y cerrada de lucha
contra la dictadura; y estatalista, en el sentido de afirmar la adhesión del partido a un proyecto
político de ámbito español. Por otra parte, estaba el sector encabezado por Roberto Lertxundi,
dirigente procedente de ETA VI Asamblea, que respondía a una caracterización muy distinta. Se
trataba de un sector que tenía mayor influencia entre los profesionales del partido, partidario de
profundizar en las tesis eurocomunistas y que arrastraba un cierto nacionalismo vasco que
pretendía traducir, en lo que a su integración en el conjunto del PCE se refiere, en una propuesta
organizativa federal o cuasi confederal. El caso es que a comienzos de la transición Santiago
Carrillo tomó una decisión arriesgada que más tarde le saldría cara: la de respaldar, en perjuicio
513
del sector más fiel de Ormazabal, al sector más dinámico de Lertxundi, que dirigiría al partido de
1977 a 1982871
.
La crisis estalló definitivamente con motivo del IV congreso del EPK, celebrado a finales
de enero 1980. En él el sector encabezado por Lertxundi planteó una atrevida propuesta: la de
abrir un proceso de convergencia con Euskadico Ezquerra (EE) para dar lugar a una formación
política de nuevo cuño. Esta propuesta desató la oposición feroz del otro sector, que ahora ya sí
contó con el respaldo de Santiago Carrillo, quien vio en la propuesta de Lertxundi una verdadera
amenaza para la unidad y la propia entidad del PCE, por cuanto que además podía servir de
ejemplo a otras organizaciones territoriales del partido. El sector encabezado por Lertxundi llevó
el proyecto hasta sus últimas consecuencias en octubre 1981. La respuesta de la dirección del
PCE no se hizo esperar y el sector del Lertxundi fue expulsado del partido. Desde el punto de
vista ideológico que aquí se trata la situación resultó significativa, pues el sector expulsado del
partido en Euskadi estaba formado por los más entusiastas partidarios del eurocomunismo.
VI.1.3. La crisis de los renovadores: eurocomunismo sí, pero no así.
Los renovadores, también llamados eurorrenovadores, fueron un sector del partido que se
empezó a conformar a finales de 1979 y que incluyó a militantes de base, cuadros intermedios y
miembros destacados de la dirección. El punto de partida de este sector fue el malestar por las
disfunciones que el partido venía arrastrando desde el paso a la legalidad y por los estrechos
límites impuestos a la democracia interna. A partir de ahí su actitud terminó derivando en una
crítica expresa y al final vehemente a la gestión, sobre todo interna, realizada por Santiago
Carrillo y sus colaboradores más cercanos. Su alternativa pasaba por profundizar en el
eurocomunismo y en la democracia interna, es decir, por aplicar los preceptos del
eurocomunismo al modelo de partido.
871
Una panorámica sobre la conformación del EPK desde sus orígenes hasta la legalización puede verse en Alain -
Marc Mendaza Vilá, “Hacia una historia del PCE-EPK (1920-1977) y José Ángel Etxaniz Ortúñez, “La
revitalización del Partido Comunista de Euskadi (1970-1975). El ingreso de militantes de ETA VI Asamblea
(Minos)”, ambos en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García (Coords.), en Historia del PCE... Vol II, op. cit.,
pp. 413-426 y pp. 313-334, respectivamente. Sobre el peso del PCE-EPK en la margen izquierda del Nervión véase,
José Antonio Pérez, “ El PCE y la reconstrucción del obrerismo militante en la margen izquierda del Nervión (1947-
1962)”, en Manuel Bueno, José Hinojosa y Carmen García(Coords.), en Historia del PCE...Vol. II,op. cit., pp. 71-86.
514
Los renovadores no representaban ninguna novedad desde el punto de vista táctico,
estratégico e ideológico. Respaldaban la propuesta eurocomunista de largo alcance del partido e
incluso la línea política que éste había desarrollado durante la transición. Sobre lo primero,
criticaban en todo caso que la dirección no avanzara más decididamente en esa dirección. Sobre
la línea política seguida en la transición, criticaban a lo sumo que ésta se hubiera impuesto en
ocasiones de manera autoritaria o que hubiera sido con frecuencia objeto de cierta
improvisación872
. La peculiaridad de este sector se refería a su visión acerca del modelo de
partido y la vida interna. No criticaron el contenido de la política del partido, sino los
procedimientos de la dirección, sus métodos de funcionamiento. Su discurso fue más bien un
discurso orgánico que reclamaba sobre todo más democracia interna. Y esta democracia interna
se sustanciaba a su parecer en tres reivindicaciones: fin del centralismo democrático, apuesta por
un modelo organizativo federal y reconocimiento de la posibilidad de funcionamiento libre de las
corrientes internas de opinión. Esta propuesta de renovación interna se expresó en el “Documento
de los 250”, elaborado por destacados cuadros y dirigentes de la organización de Madrid, y
considerado el texto fundacional de esta sensibilidad. En el texto se terminaba reclamando
finalmente el cambio del equipo dirigente:
Para resolver el desajuste entre el funcionamiento del partido y sus presupuestos políticos, el PCE tiene que
asumir con audacia el reto de su propia renovación. Esta es la tarea prioritaria desde la óptica
eurocomunista. La renovación exige, en primer lugar, una reforma profunda de los Estatutos que fomente al
libertad de discusión y la formación de corrientes de opinión, que asegure el carácter democrático de la toma
de decisiones y que prime el funcionamiento colectivo sobre el individual y la responsabilidad de los
órganos frente a la concentración de poderes [...]Pero no basta con los cambios de los Estatutos. Es
necesario modificar la manera de dirigir el partido y de hacer política eurocomunista en la sociedad española
y, por lo tanto, la renovación significa el cambio del equipo dirigente del partido873
.
En definitiva, lo que reclamaron fue la puesta en marcha de lo que entendían debía de ser
un nuevo modelo de partido acorde con la estrategia eurocomunista oficial del partido. Lo que
defendieron fue un eurocomunismo también de puertas adentro. O dicho de otra manera: lo que
872
En el “Documento de los 250”, considerado el texto fundacional de los renovadores, además del eurocomunismo
como estrategia de largo alcance se afirmaba también la apuesta por la Política de Concentración Democrática. Lo
que sí se criticaba era el tacticismo y la improvisación de la dirección a la hora de desarrollarla: “Documento de los
250”, Madrid, Mayo de 1981, recopilado en Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes..., op. cit., pp. 312. 873
“Documento de los 250”, Madrid, Mayo de 1981, recopilado en Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE,
op. cit., pp. 313.
515
reclamaron fue una mayor coherencia orgánica con los principios ideológicos. Y fue en estos
términos en los que el conflicto de los renovadores fue también un conflicto ideológico.
Lo cierto es que a finales de 1979 la crisis militante y orgánica del partido era ya evidente.
Las bajas no dejaban de sucederse, el trabajo en los movimientos sociales había decaído y las
agrupaciones de base languidecían. De manera paralela la democracia interna se fue limitando.
Las bases recibían poca formación e información y se daba un exceso de dirigismo a cargo de un
potente aparato de partido que hacía y deshacía a su antojo. Este potente aparato estaba integrado
por una serie de hombres formados sobre todo en el exilio, aunque algunos también en el interior,
y aglutinados en torno a la firme autoridad de Santiago Carrillo. El aparato se articulaba en
distintas comisiones (de cuentas, de propaganda, de formación o de organización) e incluía a
otros funcionarios que no tenía un cometido formalizado, pero que intervenían de manera
determinante en los asuntos internos del partido. Un caso significativo al respecto era el de la
Comisión de Organización. Dirigida con mano de hierro por Francisco Romero Marín (El
tanque), un hombre de confianza de Carrillo formado en los tiempos de la Guerra Civil en la JSU,
colaboraban con él una serie de veteranos del exilio, al lado de los cuales dirigentes del interior
como Luis Lucio Lobato o Armando López Salinas tenían poca capacidad de maniobra. Se
trataba de un grupo formado en el exilio que respondía a un perfil distinto al de los militantes del
interior y que a su vuelta a España vino a ejercer un importante control sobre ellos, con mucho
celo, pero a veces también con bastante ineficiencia. A este respecto sirven de ejemplo dos casos
concretos, el de la comisión de Formación dirigida por el veterano Santiago Álvarez, cuya
formación se alejaba bastante de la de las nuevas generaciones de activistas del interior, o la
Comisión electoral, dirigida, por paradójico que pudiera resultar, por José María González Jérez,
otro hombre procedente del núcleo de la JSU y exiliado en Cuba hasta 1973, un país donde las
dinámicas electorales tenían poco que ver con las de occidente874
. La lucha contra este aparato,
bastante endogámico, tendente a su autoperpetuación y celoso de su autoridad, fue una de la
banderas de los eurorrenovadores.
La crisis de los eurorrenovadores se evidenció por primera vez en sus auténticas
dimensiones en el X Congreso del partido celebrado a finales julio de 1981. Con anterioridad a él
fue en la VII Conferencia de los comunistas madrileños en la que los eurorrenovadores dieron
874
Sobre la estructura organizativa del PCE y las personas que la conformaban véase Pedro Vega y Peru Erroteta,
Los herejes del PCE, op. cit., pp. 15-22.
516
públicamente la batalla, haciendo una verdadera demostración de fuerza. No en vano fue en la
organización madrileña en la que se gestó inicialmente y cobró más fuerza esta tendencia, para
irradiarse poco después por el resto del Estado.
El X Congreso del PCE supuso el fin de todo un ciclo en la vida política del PCE. El
clima de cohesión interna y el respaldo mayoritario a las propuestas de la dirección encabezada
por Carrillo, característico de los anteriores congresos, dio lugar a un clima de tensión en el que
abundaron los enfrentamientos políticos, ideológicos, de poder e incluso personales. En el X
congreso cristalizaron tres tendencias también heterogéneas - pero susceptibles, en términos
generales, de una caracterización específica - que no fueron exactamente análogas a las del V
Congreso del PSUC. Estas tres corrientes, no organizadas formalmente pero operantes como
agentes colectivos, fueron la oficialista, la prosoviética y la eurorrenovadora. La primera, y
mayoritaria, fue la nucleada en torno a la autoridad del equipo encabezado por Santiago Carrillo,
e incluía desde eurocomunistas convencidos a sectores ideológicamente ortodoxos, sujetos, no
obstante, por el sentido de la disciplina tan arraigado en la cultura comunista. La segunda, y más
minoritaria, representaba en general la vuelta a “las viejas esencias” del comunismo y la fidelidad
a la URSS, pero incluía también a quienes sin responder a estos parámetros ideológicos
tradicionales tenían una visón crítica y desde la izquierda a la trayectoria reciente del partido. La
tercera respondía a las características recién descritas, y en algunas votaciones lograron conseguir
el respaldo de un tercio de los delegados.
El congreso dio lugar a alianzas momentáneas de distinto signo: en ocasiones renovadores
y prosoviéticos coincidieron, aunque por distintas razones, en la oposición a las propuestas de la
dirección; pero con más frecuencia los prosoviéticos fueron utilizados por los oficialistas de
parapeto ante algunas reivindicaciones de los renovadores.
El informe que Santiago Carrillo presentó al X Congreso en nombre del Comité Central
ensalzó el papel del partido en la transición y reafirmó la línea política que venía desarrollando
desde entonces. Además la intervención del Secretario General estuvo llena de alusiones hostiles
a los críticos. El informe fue finalmente aprobado, pero con un número considerable de votos en
517
contra y, sobre todo, de abstenciones, rompiéndose así la tradición de unanimidad del partido a
este respecto875
.
Desde el punto de vista estratégico se produjo la reafirmación ampliamente mayoritaria
del eurocomunismo, toda vez que en estos términos coincidieron oficialistas y renovadores, así
como la mayoría de la delegación del PSUC, que después de lo que había vivido tras su V
congreso mantuvo una actitud muy cauta y a veces temerosa. Así se aprobaron de nuevo las
líneas básicas de la Alianza de las Fuerzas del Trabajo y la Cultura, completada con la propuesta
del Bloque Social de Progreso; la propuesta de vía democrática al socialismo a través de la
democracia político-social; y la concepción pluralista del socialismo, con mayores referencias, no
obstante, al papel que en él debería jugar el Estado. En cuanto a la práctica política, se respaldó
también la línea seguida por el partido en la transición, aunque con críticas importantes a los
Pactos de la Moncloa. Estas críticas procedieron de los prosoviéticos, que criticaron su contenido,
pero también de algunos renovadores, que criticaron la forma en que estaban siendo gestionados.
El debate más reñido y enconado se produjo a propósito de las cuestiones organizativas y
relativas a la democracia interna. Los renovadores perdieron la batalla de la federalidad y el
reconocimiento de las corrientes, aunque la libraron con fuerza. La dirección oficialista se vio
obligada, no obstante, a reconocer buena parte de las carencias organizativas denunciadas876
.
El mismo tono agresivo presidió los debates sobre la elaboración de candidaturas al
Comité Central del partido. Fue aquí donde el grupo de Santiago Carrillo asestó un duro golpe a
los renovadores. En virtud de su control sobre la comisión de candidaturas y de las peculiares
normas de elaboración de las listas logró que en el futuro órgano de dirección los renovadores
sólo representaran el 15%, mientras que en las votaciones del congreso habían logrado con
frecuencia el 30%. La presencia de éstos sería mínima en la elección que poco después se hizo
para la formación del Comité Ejecutivo, que sólo contaría con la presencia eurorrenovadora de
Manuel Azcárate. La única novedad al respecto fue la aprobación de la figura de los
vicesecretarios, que se suponía estaba orientada a una mayor compartimentación del poder, pero
875
Un relato sobre este momento del congreso puede verse en Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, op.
cit., pp. 212-218. También en Manuel Azcárate, Crisis del Eurocomunismo, op. cit., 225-229. Se trata de dos relatos
interesantes que, no obstante, deben leerse con cautela, porque están escritos por cuadros y dirigentes del partido que
encabezaron el llamado sector renovador. 876
Las tesis presentadas al congreso no sufrieron modificaciones esenciales, véase al respecto: PCE, Proyecto de
Tesis y Estatutos. X Congreso del PCE, Madrid, PCE, 1981, folleto.
518
que en la práctica ejercieron una función más bien ornamental. Estos puestos fueron ocupados
por Jaime Ballesteros, Nicolás Sartorius y Enrique Curiel877
.
A partir del X Congreso, Santiago Carrillo abrió un proceso de depuración de los
renovadores. Las críticas internas de éstos habían pasado del cuestionamiento del modelo de
partido al cuestionamiento de la propia presencia de Carrillo al frente del partido, y eso crispó la
actitud del Secretario General. La persecución fue virulenta y se sucedió más o menos de la
siguiente manera. Santiago Carrillo lanzó un ultimátum para que el grupo de Lertxundi, que en el
X Congreso se había revelado además como el máximo portavoz de la tesis renovadoras, frenara
su proyecto de fusión con EE. El sector mayoritario del EPK no cejó en su empeñó, por lo que
fue objeto de medidas disciplinarias por parte de Madrid, que concluyeron con su expulsión.
Durante este proceso el grupo de Lertxundi obtuvo la solidaridad pública de los renovadores del
resto del Estado, particularmente de los madrileños. Esta solidaridad tuvo su máxima expresión
en la convocatoria en Madrid por parte de los renovadores de un acto público de presentación del
proyecto de Lertxundi en noviembre de 1981. La reacción de la dirección encabezada por
Santiago Carrillo no se hizo esperar. Cinco de los nueve concejales del ayuntamiento de Madrid
que respaldaron la convocatoria - Eduardo Mangada, Luis Larroque, Cristina Almeida, José Luis
Martín Palacín e Isabel Vilallonga - fueron obligados a renunciar a su acta municipal y
finalmente expulsados. En el mismo sentido, Manuel Azcárate, Pilar Brabo, Carlos Alonso
Zaldívar, Julio Segura, Pilar Arroyo y Jaime Sartorius, que también habían respaldado el acto,
fueron destituidos del Comité Central. Lo importante desde el punto de vista ideológico es que
entre los represaliados se encontraban algunos de los dirigentes que más habían contribuido a la
elaboración teórica del Eurocomunismo. Efectivamente, Azcárate, Brabo, Zaldívar, Segura,
Arroyo y Jaime Sartorius formaban parte del núcleo central del consejo de redacción de Nuestra
Bandera, la revista teórica a través de la cual se expresó fundamentalmente, como se vio en el
Capítulo III, la nueva propuesta ideológica en su dimensión más elaborada. Con la defenestración
de estos dirigentes, el eurocomunismo, como propuesta ideológica oficial del partido, salía
seriamente tocado878
.
877
Sobre el proceso de elaboración de candidaturas y los resultados de las votaciones véase también el detallado
relato de Pedro Vega y Peru Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit. pp. 222-231 y el Manuel Azcárate, Crisis del
eurocomunismo, op. cit., pp. 230-240. 878
En perjuicio del partido las medidas disciplinarias contra estos militantes fueron objeto de una importante
cobertura por parte de la prensa, en especial por parte de EL País, muy identificado con los renovadores. Además de
los detallados relatos que hizo la prensa posteriormente esta crisis ha sido objeto de especial dedicación en trabajos
más cronísticos y ensayísticos y menos historiográficos que se vienen citando, como el de Pedro Vega y Peru
519
El caso es que a partir de estos hechos se abrió una dinámica interna de conflictos no
regulados que se tradujo en una cadena de expulsiones, dimisiones y bajas que fue reproducida
morbosamente por los medios de comunicación, dañando de manera irreversible la imagen del
partido.
VI.1.4. Los factores de la crisis y su expresión ideológica.
Hasta aquí el relato de la crisis que desagarró al PCE y la incidencia que tuvo en su
evolución ideológica, pero, ¿cuáles fueron las razones últimas que explican esta crisis
demoledora del que fuera el partido por excelencia de la lucha antifranquista? La respuesta a este
interrogante remite a una pluralidad de factores de distinto tipo y entidad que parcialmente se han
ido subrayando en la historiografía, y a los que conviene sumar otros y ponerlos todos en relación
para explicar un cataclismo de semejantes dimensiones879
. Hubo factores relativos a la línea
política seguida por el partido en la transición y a la valoración que de ésta hizo la militancia;
hubo también factores de carácter interno que tuvieron que ver con los modelos organizativos, la
democracia interna o la diversidad de culturas militantes que se daban en su seno; hubo factores
relativos al duro contexto socioeconómico en el que se encontraban inmersos los militantes
comunistas, que en última instancia fueron los protagonistas de la crisis; y, por último, hubo
también, y éstos son los que aquí más interesan, factores de carácter ideológico, que en parte se
explican por sí mismos, pero que en mayor medida se explican en su relación con los demás.
La línea política del partido ya se ha analizado. Los factores que la propiciaron y las
decisiones que la modelaron también han sido objeto de reflexión. El caso es que se trató de una
línea política bastante moderada para lo que venía a ser la identidad y la trayectoria del partido y
que comportó, por las razones que se han visto, una serie de cesiones a veces prácticas y otras
Erroteta, Los herejes del PCE, op. cit., Cap. X. Finalmente la obra más interesente por la información que aporta, a la
par que parcial, porque está escrita por uno de los protagonistas de la crisis es la de Manuel Azcárate, Crisis del
Eurocomunismo, op. cit., Cap. V. 879
Los factores que se han subrayado en la producción historiográficos han sido de distinto tipo, pero una de las
tipificaciones más completas la realizó Rubén Vega. En su trabajo sobre los comunistas en Asturias durante la
transición Vega esbozó de manera sintética y certera algunas de las líneas de fractura en las que se sustanció la crisis
de los comunistas asturianos y que, con matices importantes, pueden extrapolarse en cierta forma al conjunto del
PCE, sin menoscabo de incluir otras, y de ponerlas todas ellas en relación: Rubén Vega, “El PCE asturiano en el
tardofranquismo y la transición”, en Francisco Erice (coord.), op. cit., pp. 185-188.
520
simbólicas que inevitablemente tuvieron su impacto en buena parte de la militancia. El primer
viraje del partido tuvo que ver con la desestimación del proyecto rupturista y su compromiso
último con la reforma pactada. A éste siguió la aceptación de la Monarquía y sus símbolos a
cambio de la legalización. Hasta aquí las cesiones podían interpretarse como decisiones más o
menos coherentes, aunque no inevitables, con el resultado de la batalla que el partido acababa de
librar. Como vimos, las fuerzas no daban para mucho más y una actitud más flexible podía
resultar, según el partido, más influyente que el mantenimiento tenaz de las antiguas posiciones.
Pero el caso es que ya en la etapa del consenso el partido adoptó una actitud si cabe más
moderada por razones, como también se ha visto, de distinto tipo, algunas de cariz bastante
tacticista. El respaldo íntegro a la Constitución y sobre todo la suscripción del pacto social
firmado en la Moncloa, que entrañaba sacrificios importantes para los trabajadores, fueron los
dos episodios más llamativos de esta línea política de moderación, sazonada además con
frecuentes declaraciones públicas acerca de las bondades del nuevo sistema. Al mismo tiempo el
partido practicó entonces y a partir de entonces una política de contención para ser reclamado en
los consensos, que se tradujo en el freno, o en el no impulso, a aquellas movilizaciones de largo
alcance que pudieran cobrar un contenido político. Finalmente durante todo el proceso el partido
diseñó una tendencia de ponderación del trabajo institucional por encima, y a veces en
menoscabo, del trabajo más combativo en los movimientos sociales. El problema añadido es que
el PCE siguió practicando esta política de moderación orientada a lograr su participación en el
consenso cuando las condiciones que lo favorecían habían decaído. Fue precisamente en este
momento en el que eclosionó la crisis interna.
Para una parte importante de los militantes se trató de cesiones digeribles tomadas una a
una en su momento, pero insoportables vistas en su conjunto después de cinco años. Este
malestar está en la base de la oposición desatada por afganos y leninistas del PSUC y
prosoviéticos y sectores más izquierdistas del conjunto del PCE en un principio, pero de un
malestar que más tarde se apoderaría también de otros militantes adscritos a otras tendencias.
Además un problema añadido, si acaso no superior, fue el de cómo se promocionó por parte de la
dirección esta política, el de cómo fue justificada o más bien racionalizada. Lejos de presentar
algunas de estas cesiones como repliegues impuestos por la adversidad de las circunstancias,
como derrotas en última instancia, el PCE hizo de la necesidad virtud, y las presentó como
decisiones positivas perfectamente coherentes con la estrategia y los valores del partido, lo cual al
final las hizo más insufribles para unos y otros.
521
Relacionado con lo anterior, el PCE no dejó de acumular frustraciones durante la
transición. Su proyecto acerca del cambio político y social no sólo es que no se hubiera cumplido,
sino que con el paso a la reforma pactada el partido perdió buena parte de las posiciones de
influencia de que disfrutaba cuando era el referente del proyecto rupturista. En este sentido, el
problema no sólo fueron las cesiones, sino el hecho de que éstas no se vieran recompensadas.
Además el paso de la lucha en la ilegalidad por la ruptura, en la que el PCE fue hegemónico, a la
lucha legal por la correcta orientación de la reforma, en la que el PCE fue una fuerza política
más, alivió y a veces hasta disipó la pasión militante en beneficio de actitudes más tibias o
resignadas880
. Por último la frustración más sonora vino con los resultados electorales, que
estuvieron por debajo de las expectativas de la militancia comunista y, sobre todo, muy por
debajo de lo que había sido su contribución - pagada con mucho esfuerzo, con años de cárcel y
con la vida incluso - a la conquista de la democracia. Una verdadera sensación de decepción e
impotencia tuvo que apoderarse de los militantes comunistas cuando en la noche del 15 de junio
de 1977 vieron los discretos apoyos recibidos de la sociedad española y el amplio respaldo que,
sin embargo, obtuvieron fuerzas políticas cuya contribución a la lucha por la democracia, sobre
todo en los momentos más duros, fue muy modesta881
.
En definitiva, todo ello generó una insatisfacción en la mayoría de la militancia comunista
que está en la base de los conflictos que desgarraron al partido durante la transición, aunque
muchos de estos conflictos se expresaran, como veremos, y veremos por qué, en términos
ideológicos.
Otra serie de factores que propiciaron la crisis comunista fueron los de índole orgánica,
aquellos relativos al modelo de partido y a la democracia interna. En primer lugar, como se ha
visto, la vuelta de los dirigentes del exilio generó tensiones con la militancia del interior. Y no
880
Este cambio en el imaginario colectivo de los militantes comunistas resultante del paso de un escenario de lucha
“en el que todo era posible” a otro donde las limitaciones se evidenciaron muy severas lo ha subrayado y analizado
en sus trabajos Xavier Doménech, “El cambio político (1962-1976). Materiales para una perspectiva desde abajo”,
op. cit., y especialmente en la ponencia sobre culturas militantes que presentó al II Congreso del PCE y que está
pendiente de publicación. En el mismo sentido es de gran interés el trabajo ya citado de Magdalena Garrido y
Carmen González, “ “El Puente” a la transición y su “Resultado final”. Actitudes del PCE y de la militancia
comunista en la Transición española”, op. cit., 71-87, especialmente atento a partir del análisis de testimonios de
militantes y del discurso cinematográfico de Bardem a este cambio en buena medida dramático en las expectativas de
los comunistas y a los efectos que tuvo en sus formas de compromiso. 881
Reflexiones interesantes sobre las frustraciones electorales en la militancia comunista también pueden verse en
Magdalena Garrido y Carmen González, Ibidem.
522
sólo porque éstos pasaran a ocupar buena parte de los puestos más importantes de dirección o a
encabezar buena parte de las candidaturas electorales, que también, sino porque estos dirigentes
respondían generalmente a una cultura política y organizativa diferente a la de los militantes del
interior, mucho más dirigista y celosa de la disciplina interna. Paradójicamente muchos militantes
vieron limitada la capacidad de iniciativa que tuvieron en la lucha antifranquista con el nuevo
esquema organizativo que se impuso en la legalidad. En segundo lugar, este nuevo esquema
organizativo comportó, como también se ha visto, un rápido proceso de territorialización, en
virtud del cual buena parte de la estructura sectorial del partido, que tan importante había sido
para dinamizar los movimientos sociales, se disolvió. Los más perjudicados en este proceso
fueron los técnicos y profesionales, que al ser encuadrados en agrupaciones genéricas poco
estimulantes para su actividad militante, se fueron distanciando del partido o se constituyeron en
uno foco de inestabilidad al expresar su malestar. En tercer lugar, el reflujo del trabajo militante
en los movimientos sociales condujo a muchos de ellos a una vida endogámica de partido
proclive a los conflictos internos. La reducción de la actividad exterior fue, en cierta forma,
proporcional al incremento de la conspiración interna. En cuarto lugar, como también se ha visto,
los límites a la democracia interna fueron una fuente intensa de conflictos, protagonizados sobre
todo, aunque no sólo, por los eurorrenovadores. Frente al dirigismo y consignismo se reclamó
más información para la militancia y mayores cauces de participación. Frente al centralismo, una
estructura federal más coherente con el sistema de las autonomías que el partido estaba
respaldando para el conjunto del país. Y frente a los intentos de uniformización política e
ideológica, la posibilidad de formar corrientes que garantizaran la libre expresión de la
pluralidad. Por último, conviene tener en cuenta que el PCE atesoraba un importante capital
humano. En él se daban cita, como también se ha visto, numerosos intelectuales y reputados
profesionales que aspiraban a desempeñar un lugar destacado en la gestión de la nueva
democracia. Las limitadas posiciones de poder logradas por el partido hicieron que estos sectores
se sintieran desaprovechados, engrosando las filas del malestar y/o pasando a plantearse la
posibilidad de satisfacer sus proyectos por la vía de otras opciones políticas882
.
En definitiva, estas razones de índole interna generaron un malestar considerable entre la
militancia y estuvieron en la base de los conflictos que agotaron al partido.
882
En esta última razón, junto con otras que se han expuesto relativas al descontento por las cesiones no
recomendadas o al choque entre exilio e interior, insiste Rubén Vega, Ibidem.
523
En otro sentido, conviene no perder de vista que la crisis del PCE tuvo lugar en un
durísimo contexto de crisis socioeconómica, que tuvo repercusiones directas sobre la militancia
comunista. Y es que la crisis económica se cebó en particular con el partido comunista, por
cuanto que estaba integrado, sobre todo, por los sectores que más intensamente sufrían sus
efectos, los obreros urbanos y otras capas pertenecientes a los sectores populares. Efectivamente,
los años de la transición fueron años de pérdida de poder adquisitivo para los trabajadores en un
contexto de inflación desbocada y contención salarial, pero, sobre todo, fueron años de paro
masivo y en aumento. Y esta situación de precariedad material, incertidumbre laboral o de
exclusión social estaba siendo sufrida por buena parte de la militancia comunista. El caso en el
que quizá mejor se apreció esta situación fue el PSUC. El partido de los comunistas catalanes era
un partido, en tanto que partido joven, masculino y obrero, especialmente vulnerable a la crisis.
El momento en el que se celebró el V Congreso buena parte de los militantes del PSUC estaban
inmersos en conflictos laborales defensivos con la espada de Damocles del despido sobre la
cabeza. Esa situación de inseguridad en su sentido más amplio fue un factor tremendo de tensión
y malestar que exacerbó las posiciones políticas e ideológicas de los delegados al agitado
congreso del PSUC883
. El malestar de la crisis fue un factor de radicalización de las posiciones
que se volvió en contra de la dirección y que, como se verá, se expresó también en términos
ideológicos. La dirección se convirtió en el destinatario de muchas de las críticas de los
militantes, porque buena parte de los militantes que estaban sufriendo los estragos de la crisis
interpretaron que la dirección era en cierta forma responsable, por acción u omisión, de su propia
situación. Estas bases acusaron a la dirección de no ser suficientemente combativa ante la crisis al
estar hipotecada por unos pactos económicos, los de la Moncloa, que en sus cláusulas no escritas
contemplaba la contención sindical. Esto es algo en lo que insistió el propio López Raimundo:
[...] lo que sucede en realidad es que la política eurocomunista se ha convertido en algún momento en chivo
expiatorio de una parte de los militantes comunistas de base para expresar su disgusto, su insatisfacción, por
las dificultades que encuentran en este período. Es un hecho que en la medida que pasa el tiempo no sólo no
hay una mejora, sino que empeoran las condiciones de vida de los trabajadores siempre bajo la amenaza,
bajo el avance del paro [...] Ni el partido, ni los socialistas, ni UGT, ni CCOO tenemos la llave para salir de
883
Esta es una de las tesis centrales de Gaime Pala, coincidente en buena medida con la interpretación que hizo
Gregorio López Raimundo en su momento. Gaime Pala, “El PSUC hacia adentro. La estructura del partido, los
militantes y el significado de la política (1970-1981), en Gaime Pala (ed.), El PSU de Catalunya..., op. cit., pp. 189-
201.
524
esa situación angustiosa. Y entonces algunos comunistas reaccionan contra las insuficiencias del partido, de
su dirección, insuficiencias que otros, intencionadamente, achacan a nuestra estrategia eurocomunista.884
En definitiva, para López Raimundo el malestar ante la crisis económica se había
focalizado sobre la dirección y su propuesta ideológica, hasta el punto de que el eurocomunismo
se había convertido en “su chivo expiatorio”. Pero eso es algo que remite ya a los factores
ideológicos.
Qué duda cabe que la crisis que desgarró al PCE tuvo también una evidente motivación
ideológica. No en vano muchos de los agentes que la protagonizaron fueron denominados con
una terminología precisamente ideológica: eurorrenovadores, prosoviéticos, leninistas, etc.
Semejante catalogación da fe, por otra parte, de la pluralidad de sensibilidades ideológicas que
convivían en el PCE, y esa pluralidad, o más bien la incapacidad para regular esa pluralidad, fue
un foco de conflicto interno. La diversidad ideológica del PCE fue resultado de las diferencias
generacionales, formativas y socioprofesionales que se daban cita en el partido; así como de los
diferentes cauces de afiliación y espacios de militancia de sus bases. Por poner algunos ejemplos,
no tenían los mismo referentes políticos y doctrinales los militantes veteranos de la Guerra Civil
formados en el paradigma ideológico de los tiempos del estalinismo que los jóvenes militantes
obreros vinculados a las luchas de Comisiones Obreras y formados en las nuevas elaboraciones
del partido de los años sesenta y setenta o que los miembros del aparato en el exilio o que los
técnicos y profesionales que habían pasado por la universidad y allí habían accedido a otro tipo
de lecturas y debates885
. De esta heterogénea composición sociocultural e ideológica, derivada de
la diversidad de vías de acceso al partido y de las diferentes formas de militancia en él, era muy
consciente la dirección; así como del lastre que esto representaba para el desarrollo de una
política unitaria y de los conflictos internos a que podía dar lugar. En su intervención en el ya
citado Comité Central celebrado en Córdoba en la primavera de 1979 Santiago Carrillo insistió
en ello:
884
G. López Raimundo y A. Gutiérrez Díaz, El PSUC y el eurocomunismo, op. cit., p. 53. 885
La heterogénea composición sociológica y cultural interna el PCE es algo que se ha puesto de manifiesto de un
modo u otro en todos los trabajos sobre el partido que venimos citando y que también se recoge como inquietud en
los análisis e intervenciones de la dirección. Dos trabajos en los que, por ejemplo, se aborda este asunto de manera
específica en sus respectivas regiones son Agustín Millares Cantero y Pilar Domínguez Prats, “Pocos, activos y
abnegados, una tipificación de los comunistas en Gran Canaria (1961-1973)” y Rubén Vega, “Vísperas de libertad,
gérmenes de discordia. La militancia comunista en Asturias en el umbral de la democracia”, ambos en Manuel
Bueno, José Hinojosa y Carmen García (coord.), Historia del PCE...Vol. II., pp. 195-211 y 277-287,
respectivamente.
525
Las exigencias de la clandestinidad han llevado a que el partido se desarrolle por vías de sectorialización,
muy compartimentadas que han dado diversos estilos y diversa formación a los camaradas del partido. Y
todo esto hay que refundirlo a través de un proceso de trabajo y lucha. Estimo que ahora nos encontramos
en unos u otros sitios con una serie de problemas (y a veces conflictos), cuyo origen primordial es la
diversidad de vías seguidas en la formación de unos y de otros, y una cierta cristalización de grupos sobre
esa base, que tiene dificultades para fusionarse886
.
La pluralidad era considerable y si antes no había sido motivo de conflicto interno fue,
entre otras cosas, porque la intensidad y la urgencia de la lucha contra la dictadura fue un
poderoso elemento de cohesión, que además dejaba poco tiempo para la disquisición ideológica.
Pero en el nuevo contexto de la democracia la diversidad ideológica se tornó conflictiva, no sólo
porque desapareciera el elemento de cohesión que representaba para sectores distintos la misma
lucha por la democracia, sino porque la dirección avivó el problema con la misma receta que
elaboró para solucionarlo. Efectivamente, el proceso de homogenización en el que insistió
Santiago Carrillo pivotó sobre su propuesta eurocomunista. En lugar de cohesionar a la militancia
en torno a acuerdos programáticos y líneas de intervención política el Secretario General
pretendió aglutinarla en torno una propuesta con contenidos ideológico-identitarios muy expresos
que además se redefinían constantemente en función de tácticas coyunturales. La dirección vino a
apagar el fuego de la diversidad con la gasolina del eurocomunismo.
Como venimos analizando la dirección del partido acometió un proceso de cambio
ideológico intenso con la apuesta oficial por lo que se dio en llamar el eurocomunismo, que tuvo
uno de sus hitos fundamentales, como hemos visto, en el abandono del leninismo. Este proceso
de cambio ideológico fue en sí mismo un factor de conflictividad interna. Para los llamados
prosoviéticos representaba una renuncia a las señas de identidad del comunismo y una regresión
en beneficio de posiciones socialdemócratas. Efectivamente, importantes militantes sufrieron la
desestimación de nociones hasta entonces referenciales en su universo ideológico, como las de
“partido vanguardia” o “internacionalismo proletario”. Los frecuentes ataques a la URSS y el
abandono del leninismo fueron los gestos que colmaron su paciencia. Lo primero resultaba
intolerable para quienes se había educado en la idea de la URSS como “la patria del socialismo”
y la habían tenido como un referente histórico, como la prueba irrefutable de que su utopía era
886
Mundo Obrero semanal, del 24 al 30 de mayo, pp. 3 y 4.
526
materializable. El abandono del leninismo, como se ha analizado en las cartas, representaba para
muchos un sacrilegio, por el culto de que había sido objeto la personalidad de Lenin, por tratarse
de la figura fundacional del movimiento comunista, porque el leninismo se identificaba con la
afirmación de un proyecto político y con una metodología para su conquista y porque, en última
instancia, el leninismo era un elemento identitario frente a otras opciones políticas. En definitiva,
para muchos militantes el eurocomunismo atacaba su universo de referencia y esa afrenta
simbólica era en sí misma motivo para el conflicto.
En otro sentido, la apuesta ideológica de la dirección fue objeto de críticas por parte de
leninistas y eurorrenovadores. Los primeros la criticaron por inconsistente. Los segundos por
insuficiente. Para los leninistas el eurcomunismo era una ambigüedad que respondía en cierta
medida a la estrategia publicitaria de la dirección, una propuesta que carecía de rigor a pesar de
contener algunos análisis acertados y propuestas oportunas. Para los eurorrenovadores el
eurocomunismo planteado por la dirección necesitaba de mayor recorrido en su compromiso con
la democracia pluralista y de mayor atrevimiento en su distanciamiento de la URSS. Aunque en
menor medida que en el caso de los prosoviéticos, y por razones muy distintas, el planteamiento
eurocomunista de la dirección terminó siendo en sí mismo un motivo de conflicto interno.
Pero más allá de los simbólico, más allá de lo identitario y más allá de lo relativo a las
estrategias de largo alcance, si se desató una oleada de oposición al eurocomunismo, iniciada
sobre todo por los militantes más ortodoxos, pero al final engrosada por otros muchos de distinto
perfil ideológico, fue por razones más palpables. Si aumentó la oposición al eurocomunismo fue
porque pasó a ser considerado por muchos militantes como el paradigma ideológico inspirador y
legitimador de las decisiones y actitudes que habían conducido a la situación de debilidad
orgánica y de pérdida de influencia social en la que el partido se encontraba sumido, así como a
las cesiones políticas que habían tenido lugar durante la transición. Si aumentó la oposición al
eurocomunismo fue porque muchos pasaron a considerar que el eurocomunismo era la ideología
que había inspirado las prácticas políticas que condujeron a muchas de esas situaciones políticas,
organizativas o directamente vivenciales que se acaban de enumerar. Y la verdad es que quienes
así pensaron tuvieron muchas razones para ello.
Efectivamente, y como se ha visto en el II Capítulo, la dirección utilizó la estrategia
eurocomunista para legitimar o racionalizar la línea política seguida durante la transición.
527
Muchas de las decisiones que los militantes interpretaban ahora como cesiones se había
justificado en su momento como pequeños pasos consecuentes tipificados por la estrategia
eurocomunista. Recuérdese a este respecto la justificación del respaldo íntegro a la Constitución
como marco jurídico en el que se podría desarrollar el socialismo pluralista o, sobre todo, la
racionalización ideológica de los Pactos de la Moncloa como un paso insalvable hacia la etapa de
la democracia político-social, etapa capital de la estrategia eurocomunista. El eurocomunismo no
operó sólo a nivel simbólico o como propuesta estratégica de largo alcance desconectada de la
poítica de la transición, sino que fue movilizado constantemente por la dirección para justificar
incluso las pequeñas escaramuzas. No es extraño que el malestar que estaba generando el curso
del proceso en una parte de la militancia se focalizara sobre esta propuesta ideológica.
En un sentido parecido hubo militantes para quienes la dejación del trabajo estructural en
la sociedad y la apuesta insistente por el trabajo electoral e institucional estaba inspirada por una
propuesta ideológica, la del eurocomunismo, que revalorizaba, como nunca se había hecho en la
tradición intelectual comunista, las instituciones liberales en tanto que instrumentos para el
socialismo. Para estos militantes el eurocomunismo conducía además, en su ímpetu electoralista,
a una política de imagen que exigía sacrificios simbólicos y cesiones prácticas que terminarían
con la propia identidad del partido. Incluso para aquellos formados en la cultura militante de la
entrega, el sacrificio y la disciplina, el eurocomunismo introducía formas más laxas e
irresponsables de militancia que se encontraban en la base del debilitamiento y la pérdida de
unidad en el partido.
Por último, es cierto que la crisis económica exacerbó el ánimo de buena parte de la
militancia, como se puso más nítidamente de manifiesto en el caso del PSUC, y que el
descontento se proyectó sobre una dirección a la que se acusaba de no estar haciendo lo suficiente
para que sus efectos más perversos no recayeran sobre los trabajadores. Pero es que además esa
pasividad remitía, según estos militantes, a las hipotecas que el partido había contraído con los
pactos de la Moncloa, a la identificación del partido con la salida que se estaba dando
oficialmente a la crisis y, por tanto, con los efectos más duros de la crisis misma. Esto es algo que
expresó de la siguiente forma Manuel Sacristán en un artículo publicado en El País a propósito
del conflicto en el V Congreso del PSUC:
528
Esa causa [de la oposición de los militantes a la dirección] es el hecho de que su partido se ha identificado
en la crisis con un sistema socioeconómico al que las crisis son inherentes, el hecho de que su partido ha
aceptado una Constitución que consagra una economía que avanza a través de crisis, el hecho de que su
partido ha pretendido demagógicamente hallar salidas progresivas a la crisis estrictamente dentro del
sistema, y ha presentado así la crisis como un extraño resultado de la mala voluntad o de la incompetencia
de los gobernantes. La base obrera del partido comunista no es tan necia como para reprocharle a éste que
el capitalismo sufra crisis (sobre los problemas económicos de las sociedades del Este no tiene ni
información ni instrumentos conceptuales, que no encuentra ni en el partido ni fuera de él); lo que le
reprocha es su adhesión al sistema de las crisis, su complicidad con lo establecido887
.
En definitiva, el partido se identificó con la salida que se estaba dando a la crisis y esa
salida se justificó ideológicamente desde el eurocomunismo. No ya es que el eurocomunismo
fuera, como dijo López Raimundo, “el chivo expiatorio” del malestar de la militancia atenazada
por la crisis, sino que el eurcomunismo funcionó también como el cooperador necesario para
desarrollar una política que buena parte de la militancia interpretó como de connivencia con la
salida antisocial que se estaba dando a la crisis económica.
VI.1.5. Fin de trayecto: catástrofe electoral, cambio en la dirección y desvanecimiento del
eurocomunismo.
La crisis descrita no sólo desgarró internamente al partido, sino que lo desacreditó
públicamente. Durante dos años el PCE practicó un exhibicionismo público autodestructivo que
le alejó todavía más de su base social. Durante dos años el PCE proyectó una imagen pública de
partido en quiebra, deshecho y cainita que repelió a buena parte de sus potenciales votantes.
Además, el contexto político nacional se le puso todavía más a la contra. Como se verá, el 23 F
anuló a la UCD y revalorizó al PSOE como única fuerza con capacidad para consolidar la
democracia en España, y esta situación redundó en perjuicio del PCE. El tirón electoral que en
ese contexto ejerció el PSOE resultó irresistible para muchos votantes de la izquierda, sobre todo
si la alternativa que se ofrecía era la de un partido comunista inmerso en una complicada guerra
fratricida. En este contexto, el PCE intentó un repentino giro táctico que vino a poner de
manifiesto su desesperación, sugiriendo a última hora la clásica propuesta de unidad de la
887
Manuel Sacristán, “ A propósito del V Congreso del PSUC”, El País (Madrid), 22 de enero de 1981.
529
izquierda entre socialistas y comunistas888
. El PSOE, en coherencia con su estrategia de “la vía
nórdica al poder”, con un proyecto político que no podía incluir compañeros de viaje situados en
la izquierda, con su deseo ancestral de marginar al PCE y con la autosuficiencia de saberse la
única opción viable hizo oídos sordos a esta sugerencia.
El resultado es de sobra conocido, el Partido Comunista de España sufrió una auténtica
catástrofe electoral en las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, descendiendo al 4% y
dejándose por el camino más de un millón de votos con respecto a las anteriores legislativas.
El problema, siendo éste extraordinario, no fue sólo la hecatombe electoral, sino todo lo
que el partido había venido perdiendo a lo largo de la transición: su numerosa, entregada y
cohesionada base militante; su penetración en el tejido social con la hegemonía sobre sus sectores
más dinámicos; y su imagen de solidez y prestigio público. Entre las pocas cosas valiosas que le
quedaron al partido apenas se podía citar algo más que su influencia sobre Comisiones Obreras.
En esta dramática situación se produjo la dimisión de Santiago Carrillo de la Secretaría
General el 5 de noviembre de ese año de 1982, siendo sucedido por Gerardo Iglesias, responsable
de los comunistas asturianos y hasta entonces un hombre fiel a su predecesor. Pero la catástrofe
electoral no contribuyó al cierre de filas y a la pacificación interna. En abril de 1985 Santiago
Carrillo - que había intentado retener las riendas del partido - y buena parte de sus seguidores
fueron expulsados. Su intento de consolidación de un nuevo partido, el Partido de los
Trabajadores de España – Unidad Comunista, sería efímero: el colectivo terminaría integrándose
por indicación del propio Santiago Carrillo, pero sin su compañía, en el PSOE. En el otro
extremo, el sector prosoviético, encabezado por el veterano dirigente Ignacio Gallego,
protagonizó otra escisión en enero de 1984 para fundar el Partido Comunista de los Pueblos de
España (PCPE). Más allá de estas salidas colectivas algunos militantes, cuadros intermedios e
incluso dirigentes terminaron pasándose individualmente al PSOE y muchos de ellos yéndose
simplemente a sus casas. Quienes se quedaron empezaron a sentar las bases para la
reconstrucción del proyecto y el inicio de una nueva etapa, que, al calor de un nuevo ciclo de
luchas, tendría como eje central el impulso a un proceso de convergencia con los nuevos
888
Este viraje se sustanció inicial en el slogan de “Juntos Podemos”, con el que el PCE se presentó a las elecciones
andaluzas del 82.
530
movimientos sociales, los restos de la izquierda extraparlamentaria y los sectores desencantados
del PSOE, en lo que será Izquierda Unida. Pero eso ya es otra historia.
Lo que resulta digno de mención es que el eurocomunismo, tal como fue formulado en la
transición, no sobrevivió a estos cambios. El término y buena parte de los contenidos a los que
hacía referencia, no así otros, dejaron de aparecer en las elaboraciones teóricas del partido y en
sus documentos congresuales. Vista la trayectoria del partido es explicable que así sucediera. Por
una parte, algunas de las personalidades destacadas que más contribuyeron a su elaboración,
pertenecientes al sector de los eurorrenovadores, fueron expulsadas por el propio Santiago
Carrillo, y muchos de ellos pasaron luego a integrarse en el PSOE. Por otra, el propio Santiago
Carrillo, que había sido su máximo valedor público, había dejado de militar en las filas del
partido, y también estaba promoviendo una aproximación de sus colaboradores a los socialistas.
Finalmente, y como se ha visto, para muchos militantes el eurocomunismo había sido la ideología
inspiradora de las actitudes y de las prácticas que habían conducido al desmoronamiento del
partido en la transición y, por tanto, uno los principales lastras para su reconstrucción. Para otros
que habían respaldado incluso la propuesta eurocomunista, ésta estaba, se quisiera o no,
inevitablemente asociada a esa etapa y a su catastrófico desenlace. El eurocomunismo había sido
la ideología oficial del PCE en la transición y llevaba la pátina de la derrota del partido en ese
proceso. Ahora era el momento de pasar página y abandonar ese ropaje ideológico, al menos
nominalmente.
Y es que la transición dejaría un recuerdo traumático en el nuevo PCE, que se intentaría
superar con una autocrítica oficial a la política desarrollada por el partido en aquellos momentos.
Varios años después, con motivo del 70 aniversario del partido, el Secretariado aprobó una
resolución sobre su historia en la que muy brevemente se decía lo siguiente de la transición:
Lamentablemente, las limitaciones de la democracia interna impidieron la convivencia interior de
sensibilidades plurales coherente con la forma laica que había ido adquiriendo el partido a lo largo del
combate por la democracia. Circunstancia agravada por el tacticismo con que se desarrollaba el proyecto
político, la extensión de pactos más allá de lo necesario, con preeminencia sobre los programas y, muy
especialmente, por la pérdida de lo que había sido y es un rasgo de nuestro proyecto: su autonomía889
.
889
“Setenta años del PCE. Una función de porvenir”, Aprobado por el Secretariado del PCE el 27 de marzo de 1990,
en PCE, El socialismo, una búsqueda permanente (Materiales del PCE entre el XII y el XIII congreso), Madrid,
PCE, 1991, p. 358.
531
VI.2. El PSOE al final del proceso: triunfo electoral y reconversión ideológica.
VI.2.1. Camino de la Moncloa.
Una vez superada la crisis que desembocó en el Congreso Extraordinario el PSOE invirtió
sus mayores esfuerzos en mostrarse ante la sociedad española como única alternativa viable e
inmediata de gobierno. Dos hechos fundamentales favorecieron este propósito, dos hechos que
correctamente explotados por el partido de González aceleraron su camino a la Moncloa: la crisis
de la UCD y los efectos derivados de la intentona golpista del 23 F.
En cuanto a lo primero, la UCD no dejó de ser a lo largo de toda la transición un
conglomerado difícilmente armonizable de tendencias ideológicas diversas formado en su mayor
parte por figuras más que comprometidas tiempo atrás con la dictadura, y unido sobre todo por la
cohesión que reporta el disfrute compartido del poder y por la autoridad, en este caso pasajera, de
un líder carismático. Sin embargo, fue precisamente el intento de Suárez de transformar esta
coalición variopinta en un partido unitario lo que despertó el recelo de los barones y figuras
preeminentes del partido y lo que desató la crisis interna que terminaría engullendo a la
organización. Eso y la retirada de los determinantes apoyos de la CEOE y de la Iglesia, que a
partir del 79 traspasaron su confianza al proyecto aglutinador de la derecha encabezado por
Manuel Fraga890
. Esta crisis de la coalición gobernante se saldó con la dimisión de Suárez, cuya
imagen ya se había visto debilitada previamente por su apatía hacía los asuntos parlamentarios y
por su desnortamiento en un escenario que ya no era tanto el de la transición a la democracia
como el de la consolidación de la misma frente a los riesgos que la amenazaban. Su sucesor,
Leopoldo Calvo Sotelo, representaba un cierto giro a la derecha y adolecía de carisma y
capacidad de liderazgo, ausencias tanto más notorias si se comparaban con el carisma de su rival
socialista. Todo ello favoreció extraordinariamente al PSOE. El corrimiento de la UCD a la
derecha le dejó algo más libre el espacio del centro electoral. La imagen de impotencia, de
890
Sobre la formación y el desarrollo de la UCD hay dos trabajos de tipo periodístico escritos durante la transición
que resultan de interés: J. Figuero, UCD, La empresa que creo Adolfo Suárez, Barcelona, Grijalbo, 1981 y Fernando
Jáuregui y Manuel Soriano, La otra historia de UCD, Madrid, Escolar editor, 1980. Más recientemente y desde una
perspectiva historiográfica puede verse más el monográfico de Silvia Alonso Castrillo, La apuesta del centro.
Historia de la UCD, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
532
debilitad y de desunión que trasmitió la coalición gobernante en una coyuntura marcada por la
inestabilidad política, la crisis económica y la amenaza golpista contrastó con la unidad en las
filas socialistas, una vez se había superado la crisis interna, y con la imagen de seguridad en sí
mismos que proyectaron sus dirigentes. Finalmente, en un escenario caracterizado por la
personalización de la política y por la adhesión de parte importante del electorado a los partidos
atendiendo a su cabeza de cartel, la imagen de Felipe González se vio realzada al compararse con
el escaso atractivo de Leopoldo Calvo Sotelo.
En este sentido, el partido de González dio una nueva vuelta de tuerca a su imagen
pública en su XXIX Congreso, celebrado en Madrid del 21 al 24 de octubre de 1981. En este
congreso se pusieron ya de manifiesto los rasgos que caracterizarían más nítidamente los
siguientes cónclaves de la organización y que definirían su forma de funcionamiento interno: el
culto a la personalidad de González, el fortalecimiento del aparato del partido, una disciplina
rígida, la prohibición de las tendencias organizadas y la depuración de los disidentes891
. Sin
embargo, en esta coyuntura marcada por la demanda popular de un gobierno firme y compacto
que reemplazara a la descompuesta UCD sin comprometer del todo las conquistas democráticas,
el PSOE supo hacer virtud de estos defectos. Efectivamente, este PSOE compacto, centralizado y
bajo el poder incuestionable de su Secretario General apareció ante importantes sectores sociales,
muchos de ellos antes vinculados a la UCD, como el único partido con la fuerza y la firmeza
necesarias para enderezar una situación que se publicitaba insistentemente en los medios como
caótica892
.
En cuanto al 23 F, sus efectos también favorecieron indirectamente el triunfo electoral de
los socialistas. En primer lugar, la intentona golpista reforzó la imagen de impotencia e ineptitud
de la UCD, situándola como una opción que había que quitarse de en medio lo antes posible por
el bien de la continuidad democrática. En segundo lugar, la fracasada sublevación militar produjo
una cierta vuelta al consenso, pero esta vez restringido, si no formal si de facto, al Gobierno y al
principal partido de la oposición, lo cual dio protagonismo al PSOE y fortaleció su imagen de
partido de gobierno. El acuerdo más significativo en este sentido fue el que se produjo en torno a
la aprobación de la LOAPA, que vendría a dinamizar bajo criterios unitarios el proceso
891
Sobre el afianzamiento de estos contornos en el PSOE véase Richard Gillepie, op. cit., pp. 375 y 378. 892
Salvo en los periódicos más incondicionales de la UCD, como Ya, puede comprobarse durante estos meses en el
resto de la prensa una denuncia constante de la incapacidad del gobierno para hacer frente a la situación.
533
autonómico. En tercer lugar, y más importante, el 23 F afectó de manera general a una parte
importante del electorado, revigorizando en buena medida la demanda popular de seguridad y
penalizando aquellas actitudes más izquierdistas que pudieran interpretarse como una
provocación inoportuna e irresponsable al temido golpismo. Sin embargo, el miedo a un golpe de
Estado y el realce consecuente del valor de la seguridad en el ideario colectivo del electorado no
desplazó los deseos de cambio democrático, eso sí, siempre contenidos y ponderados, de la
mayoría de la ciudadanía. Muy al contrario esta demanda cobró nueva fuerza tras el fallido Golpe
de Estado, que despertó por un tiempo la desencantada conciencia cívica y desató una renovada
preocupación por la política que se tradujo en la amplia participación electoral en las elecciones
del 82. Precisamente en esto se encuentra una de las claves del éxito abrumador del PSOE en
dichos comicios: en su habilidad para conjugar en su discurso ambos polos, el de la seguridad
con el cambio, en su capacidad para presentarse a la opinión pública como la única opción capaz,
por su firmeza y flexibilidad, de consolidar la democracia sin arriesgarla con ningún proyecto
propiamente socialista que no pudiera encontrar encaje en la comedida mentalidad mayoritaria de
la sociedad española893
.
En definitiva, el PSOE supo explotar la crisis terminal de la UCD y supo ocupar en las
elecciones del 82 el espacio político que ésta había dejado vacío, un espacio que representaba un
amplio consenso social en absoluto socialista. El PSOE supo constituirse en esos momentos,
según palabras de E. Malefakis, “en el partido de la mayoría natural de España al subirse al carro
de la moderación y la modernización con una habilidad inusual en los partidos
socialdemócratas”894
. En estas circunstancias el PSOE dio un nuevo giro a su discurso político,
cuyos ejes centrales pasaron a descansar en la propuesta, socialmente contenida, de consolidar la
democracia en su sentido liberal y de modernizar las anquilosadas estructuras del país. Los
objetivos concretos sancionados en este discurso consistían en garantizar la primacía del poder
893
Sobre los valores dominantes en la España del momento pueden verse algunos trabajos como los de Jorge
Benedicto Millán, “Sistemas de valores y pautas de cultura política predominante en la sociedad española”, en José
Felix Tezanos, Ramón Cotarelo y Andrés de Blas (eds.), op. cit., pp. 645-678, que es un resumen de la tesis doctoral
que realizó principalmente a partir de los sondeos del CSIC entre 1976 y 1984, los datos que ofrece Fundación
Foessa, Informe sociológico sobre el cambio político en España, 1975-1981 Madrid, Euramerica, 1982, el trabajo
pionero de Rafael López Pintor, La opinión pública española: Del franquismo a la democracia, Madrid, CIS, 1982 o
los datos más concretos para el caso de los trabajadores que ofrece Víctor Pérez Díaz, El retorno de la sociedad civil,
Madrid, Instituto de estudios económicos, 1987, o los orígenes en el franquismo de estas actitudes en el trabajo de
Manuel Ortiz, “Historia social en la dictadura franquista: apoyos sociales y actitudes de los españoles”, en Spagna
contemporanea, nº 28, 2005, pp. 169-186 o los aspectos relativos a la transición del trabajo de Mario Pedro Díaz
Barrado, La España democrática..., op. cit. 894
Edward Makefakis, entrevista concedida a Tom Burns Marañón, op. cit., p. 268.
534
civil sobre el militar, vertebrar autonómicamente el Estado sin comprometer su unidad y
consolidar en España una suerte de Estado de Bienestar, pero descartando aquellos elementos
más audaces del programa socialdemócrata895
. Se trató de un discurso que incluso se quedaba
corto con respecto a los retos programáticos de la izquierda moderada, un discurso que, como ha
afirmado José Félix Tezanos, contenía además contradicciones insalvables, porque aspiraba a
lograr el apoyo de sectores sociales tan amplios como antagónicos896
. Sin embargo, estas
contradicciones bien reguladas en el contexto político de 1982 favorecieron el triunfo electoral.
Pero, ¿ cómo se gestó este nuevo discurso que facilitó el triunfo electoral del PSOE el 28
de octubre de 1982? Y, lo que resulta de particular interés, ¿cuáles eran los principios ideológicos
en los que se asentaba este nuevo discurso? Una respuesta de coyuntura a este interrogante la
ofrecía Javier Tussel inmediatamente después de las elecciones del 82:
¿Cuál ha sido el ideario y el programa del Partido Socialista durante la campaña electoral de 1982? Se
puede resumir en el último libro del PSOE que se titula “Felipe González, un estilo ético”. La autogestión
ha desaparecido, el socialismo ha desaparecido y la social-democracia ha adelgazado hasta convertirse en un
estilo ético [...] Es decir, se ha producido una desideologización, aparente o real, del Partido Socialista. Esto,
desde luego, constituye el final de un largo proceso y ha contribuido, de forma significativa, ha hacer
posible la victoria socialista897
.
La tipificación ideológica del PSOE tras la resolución del conflicto interno en el Congreso
Extraordinario de 1979 no resulta una tarea fácil, porque lo que caracteriza precisamente desde
entonces al partido es su desinterés, en contraste con la etapa precedente, por la autodefinición
ideológica y los debates doctrinales. No es que la solemnemente afirmada definición marxista del
partido del XXVII y XXVIII congresos diera paso a partir de entonces a unas declaraciones de
principios expresamente socialdemócratas, es que los elementos más puramente ideológicos e
identitarios dejaron de ocupar un lugar central en las resoluciones del partido y dejaron de
afirmase de manera tan rotunda a como lo vinieron haciendo hasta ahora. Lo destacable en el
cambio ideológico del PSOE no serán tanto las cosas nuevas que se digan, que sin duda las habrá,
como las cosas que dejen de decirse. Uno de los indicadores del cambio ideológico del partido
será precisamente el de los silencios en torno las cuestiones más específicamente doctrinarias, y
895
José Félix Tezanos, entrevista concedida a Tom Burns Marañón, op. cit., p. 389. 896
José Felix Tezanos, ibidem. 897
Javier Tusell, El socialismo español de la autogestión al cambio, Madrid, Fundación Humanismo y Democracia,
1983, p. 18.
535
estos silencios fueron tanto más intensos y elocuentes cuanto más amplio fue el auditorio al que
se dirigía el discurso socialista. Si en las resoluciones congresuales o en otros documentos
internos serán apreciables resabios de los años de la densidad ideológica, aunque sea en términos
de una supervivencia residual y cada vez más retórica, en el discurso público serán prácticamente
imperceptibles.
El PSOE, por tanto, dejó de autodefinirse ideológicamente - al menos en los términos tan
rotundos e insistentes de la etapa anterior - para publicitarse de facto como un espacio no ya de
síntesis ideológica de perspectivas convergentes, sino como un espacio de encuentro donde
cabían expresiones ideológicas distintas que no aspiraban siquiera a armonizarse, y que
convivirán, sin mayores problemas, en virtud de la cohesión que reportaba el respaldo a una
acción política bastante pragmática, la unión en torno a un líder carismático y el disfrute
compartido del poder.
Como planteó en su día Gillespie “el Felipismo” no será reductible sin más a la
socialdemocracia, porque su leitmotiv, más que una ideología, fue el pragmatismo y el
realismo898
, en un contexto además de crisis del paradigma de la socialdemocracia de los años
dorados del Welfare State. En torno a esta mentalidad pragmática y a la autoridad creciente del
Secretario General se aglutinaron los sectores a partir de entonces hegemónicos en el partido. Se
trató de una mayoría configurada a partir de grupos con un perfil ideológico moderado más o
menos definido, que pasaron de ocupar una posición discreta en el partido a cobrar un
protagonismo destacado en su orientación política y en el desempeño de cargos públicos. Pero se
trató también de una mayoría conformada a partir de otros sectores que en su día participaron del
radicalismo verbal y que terminaron dejando a un lado sus veleidades ideológicas. En cuanto a
los segundos, la lista de nombres es numerosa, hasta el punto de que esta readaptación merece ser
considerada como un fenómeno general en el conjunto de la formación. En cuanto a lo primero,
con la resolución de la crisis en el Congreso Extraordinario salieron reforzados varios colectivos
del partido que venían funcionando de hecho como corrientes, y que fueron ampliando sus
parcelas de poder interno bajo el padrinazgo de Felipe González. Casos destacados fueron, por
ejemplo, el del grupo procedente de Convergencia Socialista de Madrid, el de los democristianos
898
Richard Gillespie, op. cit., p. 414.
536
vinculados en su momento a Cuadernos para el Diálogo y el de algunas de las figuras más
tempranamente declaradas socialdemócratas, como el ya citado José María Maravall899
.
El caso del grupo procedente de Convergencia Socialista de Madrid es en este sentido
particularmente significativo. Convergencia Socialista de Madrid fue uno de esos partidos
políticos socialistas activos en el tardofranquismo y los primeros años de la transición que se
constituyeron y desarrollaron al margen del PSOE. Perteneció a la Federación de Partidos
Socialistas, el organismo que agrupaba a los referentes socialistas territoriales no integrados en el
PSOE; pero antes incluso de que se celebrasen las primeras elecciones legislativas pasó a
integrarse en el partido de González. Convergencia fue una importante cantera de dirigentes
políticos, que pasaron a ocupar posteriormente un lugar destacado tanto en el PSOE como en el
Gobierno. Entre estos dirigentes cabe señalar, por ejemplo, a Enrique Barón, Miguel Ángel
Fernández Ordoñez, Emilio Lamo de Espinosa o Joaquín Leguina. Desde la integración en el
PSOE, concretamente en la organización madrileña del partido, el grupo no dejó de funcionar de
facto como una corriente organizada. Fue con motivo de la crisis del XXVIII Congreso y
Congreso Extraordinario cuando este grupo logró hacerse con la dirección de la Federación
Socialista Madrileña, gracias en buena medida al apoyo que recibieron del aparato central del
partido. Efectivamente, el grupo de los llamados convergentes, dirigidos por Joaquín Leguina,
logró desplazar de la secretaria general de la federación a Alonso Puerta, que estaba encabezando
un proyecto, el de la llamada “tercera vía”, que pretendía ser un lugar de síntesis entre los críticos
y los oficialistas madrileños. No obstante, la dirección federal tenía previsto un proyecto distinto,
que pasaba por la primacía de los segundos sobre los primeros. Fueron sobre todo los
convergentes los que vinieron a encabezar este proyecto.
El cambio sucedido en Madrid es particularmente significativo desde el punto de vista
ideológico por varias razones. En primer lugar, porque el grupo de los convergentes representaba
una de las tendencias ideológicas más moderadas que se daban cita en la Federación Socialista
Madrileña. En segundo lugar, porque era en la Federación Socialista Madrileña en la que, como
se ha visto, más abundaban las corrientes radicalizadas y, en consecuencia, de la que procedió en
mayor medida el movimiento de oposición al abandono del marxismo; de manera que el triunfo
de los convergentes venía a sofocar un foco bastante incómodo de resistencia ideológica y de
899
Ver a este respecto Richard Gillespie, op. cit., pp. 380-391.
537
oposición interna. En tercer lugar, porque el cambio, en tanto que producido en una de las
federaciones más importantes del PSOE - por numerosa y por incluir la capital del país -, afectaba
al conjunto del partido. Y en cuarto lugar, porque este cambio fue resultado de la apuesta
consciente y decidida de la dirección federal, lo cual es un ejemplo más de cómo el cambio
ideológico en el PSOE fue también resultado de duras batallas internas que se dirimieron en
función de las posiciones de poder que ocupaban cada uno de los bandos en litigio.
El primer posicionamiento explícito de los convergentes se concretó en la elaboración de
las “59 tesis para el Congreso extraordinario del PSOE”, un documento importante porque sirvió
a Felipe González para justificar la apertura del PSOE a cristianodemócratas y socialdemócratas.
El texto es especialmente significativo de cómo se cifró el cambio ideológico del partido. En este
sentido, no es que se pasara de las extremas resoluciones de corte marxista del XXVII Congreso a
otras más cautas de nítido y exclusivo contenido socialdemócrata. Es que en los nuevos
documentos se yuxtapusieron de manera un tanto artificial ambos lenguajes políticos, en
beneficio, no obstante, de este último. Por ejemplo en la tesis 1 de los convergentes se reafirmaba
el famoso programa máximo del PSOE o en la tesis 16 se declaraba literalmente “la aspiración a
una sociedad sin clases”. Pero al mismo tempo el documento contenía tesis menos retóricas y
más desarrolladas. Por ejemplo, en las tesis 45 y 46se apostaba por la coexistencia de la
propiedad privada con la pública, por la intervención reguladora del Estado en la economía de
mercado, por favorecer una dinámica de acuerdos entre empresarios y sindicatos y por desarrollar
políticas asistenciales y redistributivas900
. En concreto en estas tesis de planteaba lo siguiente:
El mercado debe seguir desempeñando un papel esencial en amplios sectores productivos, pero no debe ser
la forma única y absoluta de asignación de los recursos y del producto social. La libertad de empresa debe
existir en un marco en el que no sea posible la explotación. El sector público debe ofrecer un amplio control
sobre sectores claves de la economía, como lo son el sistema financiero y el sector energético, cuyos
recursos han de ser objeto de planificación rigurosa. La actual Constitución permite la realización de esta
política que, junto a la planificación, propugnará la creación y el desarrollo del Consejo Económico y
Social, que será el marco que permitirá concertar las políticas sectoriales entre los sindicatos y las
organizaciones empresariales. // El PSOE propugna que el sector público debe desempeñar un papel
esencial en el reparto equitativo de la renta y la riqueza nacional y de los costes de la crisis, debiendo
responsabilizarse los sindicatos en el diseño y la aplicación de dicha política. El partido socialista considera
que esta política redistributiva no puede realizarse tan sólo por la vía de los crecimientos salariales, sino que
900
“59 tesis para el Congreso Extraordinario del PSOE”, Madrid, 1979, Congresos, Publicaciones de los órganos
centrales de dirección, Monografías, AFPI.
538
ha de basarse en gran parte, en una ampliación y mejora profunda del bajo nivel presente de equipamientos
colectivos, sobre todo los correspondientes a vivienda, seguridad social, educación y transporte público901
.
Este recetario típicamente socialdemócrata fue cobrando presencia y fuerza en los
materiales ideológicos, políticos e incluso programáticos del PSOE pero, como ya se ha
anticipado, no ocupó un lugar central en el discurso que llevó al poder a los socialistas, mucho
más comedido y desideologizado. La perspectiva socialdemócrata, tal como se había configurado
en las décadas de crecimiento económico de los 50, 60 y parte de los 70, se incorporó en buena
medida al discurso socialista, pero no fue sinónimo del mismo en un contexto de crisis
económica en el que esta perspectiva resultaba inviable y en un contexto en el que el proyecto
gubernamental inmediato del partido tenía como prioridad política la consolidación de la
democracia y dependía para ello de un amplio y heterogéneo respaldo social que no se
identificaba nítidamente con dicha perspectiva.
Por tanto, el cambio ideológico en el PSOE fue resultado también de pugnas internas
entre distintos sectores más o menos formalizados que a lo largo de la transición y sobre todo en
la última etapa lograron una mayor o menor posición de poder en la dirección del partido. La
presencia cada vez más numerosa de militantes con un perfil ideológico menos denso que el de
los activistas formados en el paradigma del antifranquismo tuvo su consecuente correlato a nivel
cupular, con la primacía que cobraron los dirigentes que habían dejado a un lado sus veleidades
ideológicas y con la importancia que cobraron corrientes y grupos moderados que unos años atrás
tenían una presencia discreta. El caso es que las posiciones se invirtieron, y quienes a estas
alturas siguieron defendiendo los postulados de la cultura política del antifranquismo pasaron a
configurarse en una corriente de influencia relativa y a la baja en el partido. De este modo,
después de la crisis cerrada en el Congreso Extraordinario los críticos vinieron a constituir
Izquierda Socialista. Izquierda Socialista se situó entonces como el baluarte de los proyectos
eminentemente socialistas y como espacio de crítica y resistencia a los dos males que, su
entender, asolaban al partido: la reducción de la democracia interna y la derechización política e
ideológica. Ambas cosas fueron denunciadas de manera insistente, contundente y simultánea en
los documentos elaborados por la corriente. En el punto XVI de un documento titulado
“Manifiesto a los compañeros socialistas (documento de uso interno)” se leía, por ejemplo, lo
siguiente:
901
Ibidem.
539
El PSOE y en su seno la Izquierda Socialista, frente al intento inocultable de su social-democratización,
peligro de burocratización consiguiente, brote de inaceptables cultos a la personalidad, en suma, frente a la
aparición de los síntomas de una desnaturalización profunda, que acarrea desafiliación y apartamiento del
cuerpo electoral, retomará como primordial objetivo interno y externo la lucha ideológica y la formación
ciudadana, consciente de que dicho esfuerzo, por lento y difícil que sea, fortalece la organización obrera y
hace irreversible cualquier avance, así como impide el abuso que la privatización de la información y de la
formación general al servicio de élites o dirigentes preocupados exclusivamente de su permanencia y
progreso personal902
.
Importante a tener en cuenta, tanto en el caso del PSOE como en el del PCE, es que
sendos procesos de moderación ideológica fueron paralelos a la limitación de la democracia
interna y a la reducción, en muchos casos, del compromiso militante. Los procesos de
moderación o desnaturalización ideológica suscitaron el rechazo de un parte de las bases, y para
sofocarlo, las direcciones tuvieron que recortar la autonomía de sus organizaciones de base.
VI.2.2. El discurso de la modernización.
El nuevo discurso de los socialistas, aquel que les precipitó al gobierno de la nación y que
blandieron durante buena parte de sus años en la Moncloa, pivotó sobre un concepto a veces
latente y otras muchas expreso: el concepto de modernización. Esta fue la noción central que vino
a inspirar la propuesta programática con que los socialistas concurrieron a las elecciones de
octubre de 1982 y con la que encararon sus primeros años al frente del país.
En un artículo publicado en vísperas del triunfo electoral Javier Solana esbozaba los ejes
de lo que se estaba constituyendo en línea argumental básica del nuevo proyecto socialista.
Planteaba Solana en su artículo que el gran reto socialista era el de la consolidación democrática,
amenazada por tres peligros: el de la tentativa golpista, el de la incapacidad histórica de la
derecha española para consolidar un Estado Moderno y el de la presencia lacerante de intereses
corporativos de distinto signo. El riesgo a un golpe militar lo situaba como el peligro más
acuciante que tenía el nuevo orden constitucional. Sobre la derecha española, describía una
902
Corriente de Izquierda Socialista del PSOE, “Manifiesto a los compañeros socialistas. (Documento de uso
interno)”, noviembre de 1980, Carpeta 3, Caja 616, Congresos, PSOE, Arsenio Jimeno, AHFFLC.
540
trayectoria histórica divergente a la diseñada por la derecha europea, que, a su juicio, había sido
en muchos países un factor de cambio político, social y económico903
. Sobre el lastre de los
intereses corporativos Solana se expresaba en los siguientes términos:
Hoy asistimos al espectáculo de ver a corporaciones atribuyéndose el monopolio de la defensa del interés
nacional que casualmente definen como aquel que coincide con sus más estrechos intereses. Así la
corporación médica se siente llamada a definir el modelo sanitario más beneficioso para nuestra sociedad
[...] determinados grupos de la corporación militar se atribuyen el monopolio de los intereses generales más
allá de la voluntad popular expresada en las urnas. O en el sentido patrimonial con que actúan cuerpos de la
administración904
.
Los análisis de Solana eran sintomáticos de los cambios que se habían operado en el
enfoque socialista. El concepto de intereses corporativos, que Solana situaba como una de las
principales rémoras para la democracia, venía a reemplazar al concepto de intereses de clase, que
en el discurso del tardofranquismo y los primeros años de la transición ocupó con frecuencia un
lugar reseñable. Si antes el mayor obstáculo estructural para democratizar el aparato del Estado
era su estrecha sujeción a los intereses de los grandes oligopolios, ahora la democracia tenía uno
de sus mayores lastres en los intereses casi gremiales de los trabajadores del aparato estatal,
militares, funcionarios de la administración e incluso médicos. Si antes los problemas de la
democratización se expresaban con frecuencia en términos sociales, ahora pasaron a expresarse
en términos restrictivamente políticos. Si antes la solución a estos problemas se expresaba con
frecuencia en términos de mayores posiciones de poder para los sectore populares, ahora se
expresaba en términos de mayor racionalidad administrativa.
Precisamente las propuestas de reforma, saneamiento y racionalización de la
administración ocuparon un lugar central y fueron objeto de un amplio desarrollo en el discurso
de investidura de Felipe González el 30 de noviembre de 1982. Lo expresaba de la siguiente
forma el inminente presidente del Gobierno:
Pero no es sólo la justicia, sino toda la administración la que requiere de serias reformas, y con ello quiero
abordar la tercera de las áreas planteadas. Reformas para librar a la administración de trabas heredadas, de
procedimientos anticuados y de corruptelas poco tolerables, a fin de que se convierta en un eficaz ejemplo
903
Javier Solana, “La alternativa socialista”, Leviatán (Madrid), nº 9, otoño 1982, pp. 7-11. 904
Javier Solana, op. cit, p. 9.
541
de servicio. Ya en otro pasaje de esta exposición he insistido en la trascendental importancia de una
maquinaria administrativa capaz de ser la columna vertebral del sector público905
.
Afirmada la importancia de este proyecto González dedicó buena parte de su discurso a
desgranarlo, hablando de la necesidad de una ley de reforma del gasto público para el
saneamiento de la cuentas estatales, de la urgencia de una ley de incompatibilidades para la
moralización de la vida pública y, sobre todo, de lo que consideraba el mejor instrumento para la
reforma y el saneamiento del Estado: su descentralización con la culminación del proceso
autonómico. Como corolario habló también del acuciante reto de “la reforma y
perfeccionamiento de la Administración Local”, el último paso en el proceso de aproximación de
las administraciones públicas a los ciudadanos906
. Encaraba así el presidente en ciernes la ingente
tarea de reforma y modernización de un Estado que, lejos de la retórica del tardofranquismo y la
transición, ya no se interpretaba como un poderoso instrumento de dominación clasista, sino
como una estructura obsoleta resultante de la frustración de seculares intentos de modernización.
Pero la modernización del país no pasaba sólo por la regeneración interna de la vida
pública, sino por su completa integración en el ámbito geopolítico europeo. Y es que otra
dimensión central del totémico concepto de la modernización de España fue la noción de
europeización. Europa pasó a constituirse en el referente fundamental, en el modelo al cual
homologarse, en el parámetro desde el cual valorar el progreso de España, en el lugar último de
destino. El proyecto socialista no era ya, ni siquiera retóricamente, el de un futuro socialismo
autogestionario deducible a partir de la especulación utópica, sino el de las democracias europeas
realmente existentes. Ahí estaban los indicadores políticos, sociales, económicos y culturales que
se debían alcanzar, la brújula que debía guiar la práctica socialista. La voluntad de integración en
Europa vendría a prefigurar en buena medida las pautas económicas y sociales a desarrollar, así
como los discursos que se elaborarían para legitimarlas. El deseo de integración en Europa estaba
recogido desde hacía tiempo en los programas y el discurso del partido socialista, por vocación
europeísta y por interés material, pero iba siempre acompañado de una lectura crítica del curso
que había seguido la convergencia europea y de la propuesta de contribuir a la construcción, en
un sentido socializante, de un proyecto europeo distinto. Este enfoqué lo defendió públicamente
el propio Felipe González ante los delegados reunidos en el XII Congreso en el exilio de 1972:
905
Felipe González Márquez, “Discurso de investidura al Congreso de los Diputados”, 30 de noviembre de 1982, en
http://www.la-moncloa.es/recursoslamoncloa/paginaImprimir.html 906
Ibidem.
542
La Europa unida es hoy día la Europa unida por intereses puramente económicos y fundamentalmente ¿ por
qué no decirlo?, al servicio de intereses capitalistas internacionales [...] El PSOE estará, lógicamente, a
favor del desarrollo de ese proceso de la historia, pero estará con formulaciones netamente socialistas907
.
La diferencia es que ahora Europa no se contemplaba como un proyecto a modificar, sino
como un referente a emular. No es sólo que a España le interesara por razones políticas o sobre
todo económicas integrase en Europa, que también, es que su máxima aspiración era la de llegar
a ser como sus vecinos europeos. Y no es sólo que Europa fuera un referente, es que la
integración en la comunidad europea sería un factor de cambio y modernización del propio país.
Lo destacable de nuevo es que se trataba de un objetivo que el propio partido no reconocía
como específicamente socialista. Lo hacía el mismo Felipe González en su discurso de
investidura de 1982 al definir los principios que debían guiar la política exterior española, uno de
cuyos objetivos principales era “la plena integración en las Comunidades Europeas”908
. A este
propósito planteó lo siguiente:
Debo referirme ahora a la política exterior que ha de estar estrechamente ligada a la evolución interior,
dentro de una orientación política general [...] Dentro de esta opción básica, la actuación exterior debe ser
ajena a concepciones partidistas, y seguir rigurosamente las directrices de una política de Estado, atendiendo
a los intereses permanentes de la nación, tal como resulte de un consenso nacional, si ello es posible, o al
menos, de las aspiraciones expresadas por la gran mayoría de nuestro pueblo909
.
La política exterior dejaba de ser así un campo de batalla entre las distintas concepciones
políticas y se “desideologizaba” para pasar al campo, supuestamente neutro, de la “política de
Estado”, de los nuevos consensos que estaban por venir. No es que se abandonara ya la vieja
retórica del antiimperialismo y el no alineamiento, es que la política exterior pasaba a ser una
cuestión de “sentido común” que no debía contaminarse de visiones partidistas. No se trataba ya
de desarrollar un proyecto político para unos sectores sociales - a pesar de heterogéneos -
determinados, sino de “atender a los intereses permanentes de la nación”910
.
907
Congresos del PSOE en el exilio..., op. cit., p. 186. 908
Felipe González Márquez, “Discurso de investidura al Congreso de los Diputados”, 30 de noviembre de 1982, op.
cit. 909
Ibidem. 910
Ibidem.
543
La europeización de España fue, por tanto, una dimensión fundamental del discurso de la
modernización del país asumido por los socialistas, que, por otra parte, ocupó un lugar central en
el discurso dominante de la transición. Y es que así se explica en buena medida el éxito electoral
de los socialistas: a partir de su capacidad a la hora de identificarse mejor que nadie con un
discurso, el de la modernización y europeización, que había sido interiorizado previamente por
buena parte de la sociedad y estimulado de manera insistente, como ha podido verse, desde los
medios de comunicación.
Este influyente discurso comportaba una relectura de la historia de España, concebida, en
los términos en los que precisamente se expresaba Solana, como una sucesión de fracasos en el
empeño de democratizar y modernizar el país. Según este discurso los fracasos se debían, en
última instancia, a una cultura de tradiciones intolerantes, extremistas e inciviles que había
cobrado su máxima expresión en la Guerra Civil, y que ahora la transición, con su proyecto de
reforma pactada y su espíritu de concordia y reconciliación, venía a sofocar. Esto es algo que ha
analizado con precisión Antonio García Santesmases, que nos recuerda que el objetivo de la
transición, según este discurso, era el de romper con esa España “tierra de idealismos
desmesurados y de luchas fratricidas” para homologarse a Europa, supuesto ejemplo de
“concordia y progreso”911
. Esta relectura, como casi toda relectura de la historia que se hace al
calor de unos intereses políticos urgentes, obviaba aspectos insoslayables del reciente pasado
europeo912
. En este sentido, si la máxima expresión de la cultura cainita y extremista española
había sido la Guerra Civil no se podía olvidar que ésta había tenido una dimensión europea
determinante o que en la propia Europa se alcanzaron pocos años después cotas parecidas o
superiores de barbarie. A lo sumo lo que se podía decir es que España se había quedado anclada
en ese pasado debido a la supervivencia de la dictadura, y que ahora se disponía por fin a recorrer
ese trayecto de paz y prosperidad que los vecinos europeos empezaron a transitar en la segunda
mitad de los años cuarenta.
En cualquier caso, este discurso relativo al pasado, algunas veces sugerido y otras
explicitado, planteaba que la integración en Europa, la modernización del país, exigía superar las
dos famosas Españas: la católica, integrista, intolerante y reaccionaria y la izquierdista, utópica,
moralista y revolucionaria. Esa superación se debía hacer en beneficio de una tercera España que
911
Antonio García Santesmases, Repensar la izquierda. Evolución ideológica..., op. cit., pp. 141-143. 912
Ibidem.
544
se habría visto atenazada en varios momentos de la historia por ambos extremos, pero que estaba
llamada a alumbrar el futuro del país: la España moderna, tolerante, reformista, dialogante,
próspera y civilizada. Una de las claves del éxito del PSOE es que logró identificarse con estos
valores tan genéricos pero operantes en la mentalidad de buena parte de la sociedad española y
que habían sido insistentemente sublimados e inducidos por algunos medios de comunicación de
masas. Como viene analizando Sergio Gálvez la más funcional adhesión del PSOE a este
discurso le permitió erigirse en el partido “elegido” para desarrollar en la España de la transición
la “misión histórica” de la modernización del país913
. Para ello el PSOE pasó también a
reivindicar su contribución a esa tercera España o a apropiarse de expresiones y figuras con las
que en algún momento tuvo relación. En estos años se recuperaron en el discurso y en la
imaginería del partido figuras no estrictamente socialistas como Azaña, Ortega y los
representantes más destacados de la Institución Libre de Enseñanza, y se rescataron del panteón
socialista figuras muy poco reconocidas en los años del tardofraqnuismo y la primera transición,
como Prieto, Besteiro y Fernando de los Ríos, al tiempo que se marginaron otras, como la de
Largo Caballero914
. Se trató de una revisión de la propia historia que resultó útil para dar
consistencia ideológica a los proyectos presentes y legitimarlos desde la tradición. El discurso de
la modernización se presentó así como una continuidad del discurso regeneracionista de
principios de siglo, y figuras como la de Fernando de los Ríos, que ya en su día planteó que el
marxismo era un lastre para el socialismo, fueron objeto de culto por buena parte de la
intelectualidad del partido.
Como se ha dicho en varias ocasiones durante este trabajo, en la transición se penalizó
tanto el franquismo como el antifranquismo. Pues bien, ambos fenómenos fueron asociados
respectivamente a esas dos culturas políticas de las dos Españas, desacreditadas casi por igual en
el discurso dominante de la transición. El PSOE irrumpió ante el imaginario de buena parte de la
sociedad como la alternativa a la disyuntiva representada por estas dos culturas, con la ventaja
añadida de que arrastró también a buena parte de los sectores del antifranquismo gracias, entre
otras cosas, a la crisis que atravesaba el PCE. No importaba demasiado que el PSOE se alejara de
la cultura política del antifranquismo: muchos sectores procedentes de esta cultura sufrieron el
tirón electoral que representaba la posibilidad inmediata del cambio, aunque este no fuera
913
Sergio Gálvez, “Del socialismo a la modernización: los fundamentos de la “misión histórica” del PSOE en la
transición”, Historia del Presente (Madrid), núm. 8. 2006, pp. 199-118. 914
Antonio García Santesmases, Repensar la izquierda..., op. cit, pp. 141-143.
545
exactamente el tipo de cambio por el que se había luchado. La otra opción era hundirse, con el
PCE o la izquierda extraparlamentaria, en la derrota, para abrir un largo e incierto proceso de
reconstrucción de la alternativa. Fue así como se neutralizó todavía más la cultura política
izquierdista del antifranquismo, incorporando a buena parte de sus bases sociales al proyecto de
la modernización de España encabezado ahora por el flamante PSOE de González.
En definitiva, en estos ejes estaban encuadradas las bases del nuevo proyecto del PSOE,
un proyecto con un perfil ideológico muy difuminado que ni siquiera se encuadraba en los
parámetros estrictos de la socialdemocracia europea de las últimas décadas, ni en el proyecto de
nacionalizaciones de los laboristas británicos en la postguerra, ni en las ambiciosas políticas de
expansión de la sociedad del bienestar de los socialdemócratas nórdicos durante los sesenta y
setenta. El proyecto español era otro, de perfiles ideológicos más neutros y asimilable en buena
parte desde perspectivas ideológicas no socialistas. Lo expresaba abiertamente el mismo Felipe
González en el último tramo de su discurso de investidura:
En efecto, mientras preparaba mis palabras he creído a veces percibir, como quizá también mis oyentes
ahora, que algunos de los objetivos, e incluso de los instrumentos propuestos, podrían haber sido igualmente
emitidos desde otras posiciones políticas. Este hecho podría ser satisfactorio, pues nos colocaría en
coincidencia en torno a objetivos como la mejora del bienestar y la eficacia de la administración. Pero esa
coincidencia no impide que nuestra propuesta sea al mismo tiempo distinta en su misma raíz, como lo han
percibido los diez millones de ciudadanos que la han respaldado con su confianza. Y es que la singularidad
del proyecto no se encuentra en la expresión verbal de los detalles cuanto en la manera de ejecutar los
programas y en el énfasis particular que se atribuye a ciertos objetivos en comparación con otros915
.
La diferencia, por tanto, con respecto a otras posiciones políticas tenía que ver más con
las formas que con los contenidos, se trataba más de una diferencia de intensidad que de
naturaleza. El proyecto socialista era así un proyecto aglutinador, no tanto un proyecto de partido
como un proyecto nacional.
Pero, más allá de la subordinación del ejército al poder civil, de la racionalidad y
descentralización administrativa y de la integración europea, con todo lo que ello suponía, ¿qué
contenidos económicos y sociales tenía el discurso socialista? En este sentido conviene no perder
de vista que cuando el PSOE accedió al poder España seguía sumida en una profunda crisis
915
Felipe González, Ibidem.
546
económica que se expresaba en una tasa de paro del 16, 6 %, en un país donde además la
protección social a los trabajadores era muy reducida. La política económica y social del PSOE
estaba a priori muy limitada, por su inclusión en un proyecto que había logrado el respaldo de
sectores sociales diversos e incluso antagónicos y por la urgencia de procurar una salida lo más
rápida posible a una crisis que había acabado con el contexto de crecimiento en el que se
desarrollaron poco tiempo atrás las políticas socialdemócratas916
. En este sentido, el discurso
económico del PSOE no es que no contemplara una salida a la crisis que entrañara algún cambio
en las relaciones sociales de producción, es que no contemplaba tampoco una política de
nacionalizaciones de los sectores estratégicos de la economía, de mayor intervención del Estado
en la economía o de expansión del gasto público para el desarrollo de programas sociales
avanzados. La salida a la crisis estaba prefigurada por los Pactos de la Moncloa, y el PSOE se
atuvo a la disciplina acordada. A cambio el discurso económico y social del PSOE se cifró en el
desarrollo de mecanismos compensatorios a la contención o reducción del salario monetario; en
el desarrollo de una política social y asistencial impulsada desde el Estado. Una política que
debía incluir una mejora de la Seguridad Social, y avances importante en vivienda, sanidad y
educación. Se trataba de una política en buena medida paliativa de los efectos de la crisis sobre
los sectores que más la estaban sufriendo, y que se presentaba también como tendente a futuros
cambios estructurales. En este sentido era en el desarrollo de una educación pública y moderna en
la que se cifraban las mayores expectativas. Lo expresó ya Solana en el artículo citado917
; lo
perfilaría José María Maravall, el encargado de desarrollar ese proyecto desde el Ministerio de
Educación918
; y a ello dedicó buena parte de su discurso de investidura Felipe González. Lo
expuso de la siguiente forma el inminente presidente del gobierno:
De todas maneras, el enfoque y la solución de los problemas del bienestar tiene que empezar en cada uno de
nosotros mediante el enriquecimiento de las posibilidades individuales por la vía de la educación y de la
cultura. Más que en las compensaciones económicas, e incluso en los servicios sociales colectivos, es en
este campo de la formación donde se encuentra la clave del progreso social919
.
916
Sometidas a estas contradicciones se desarrolló a lo largo de los ochenta la política del PSOE y sus posiciones
ideológicas, de las que dio cuenta Donald Share, Dilemmas of social democracy: the Spanish Socialist Workers
Party in the 1980s. Westport,Conn., Greenwood Press, 1989. 917
Javier Solana, “La alternativa socialistas”, op. cit., pp. 14-15. 918
Sus reflexiones más sistemáticas al respecto las publicó en José María Maravall, La reforma de la enseñanza,
Barcelona, Laia, 1985. 919
Felipe González Márquez, “Discurso de investidura al Congreso de los Diputados”, 30 de noviembre de 1982, op.
cit.
547
La pregunta que surgía ante esta propuesta era la de cómo financiar esta política social y
asistencial en un contexto de crisis económica y con el compromiso asumido de no incrementar el
endeudamiento del Estado y de no aumentar demasiado la progresividad fiscal. La respuesta a
este interrogante remitía de nuevo al comienzo del discurso: a la modernización del país. La
modernización de la administración frenaría el despilfarro y perfeccionaría los mecanismos
recaudatorios, hasta entonces muy vulnerables al fraude fiscal. Y la modernización de la
estructura productiva sería la mejor manera para salir de la crisis y recuperar la senda el
crecimiento económico. La innovación tecnológica y la introducción de formas más racionales de
gestión empresarial se constituiría en dos de las recetas más subrayadas de la política económica
socialista, en perjuicio de los anteriores planteamientos acerca de la modificación de las
relaciones sociales de producción o de la más comedidas propuestas de mayor control social de la
economía.
Esto es algo que se puso cotidianamente de manifiesto en las declaraciones públicas de
buena parte de los dirigentes socialistas que ocuparon puestos de responsabilidad en el gobierno,
y también en muchas de las entrevistas que concedieron o en los escritos que publicaron en
revistas con pretensión teórica de distinto tipo. En este sentido, resulta especialmente
esclarecedor hacer un recorrido por los frecuentes escritos que socialistas tan destacados en las
tareas gubernamentales como Carlos Solchaga920
, Ministro de Industria, Miguel Boyer921
,
Ministro de Economía y Hacienda y, por supuesto, Felipe González922
, Presidente del ejecutivo,
hicieron ya en los primeros años de gobierno a una revista como Dirección y Progreso, muy
cercana a los círculos empresariales del país. Más allá de eso, más allá del hecho de que escribir
para una revista de corte liberal y ligada al mundo empresarial estimulara el discurso
tecnocrático, lo cierto es que este discurso se puso de manifiesto incluso en la revistas más
ideológicas vinculadas al partido. A este respecto cabe sacar, por ejemplo, a colación un artículo
de Javier Solana sobre desarrollo económico e innovación tecnológica, en el que después de
advertir que la tecnología no era una panacea, sino que sus potencialidades sociales y económicas
dependerían de cómo se orientase políticamente, puso de manifiesto un desbordante optimismo
cientificista que restaba sentido a la advertencia previa:
920
Carlos Solchaga, “Nuevas tecnologías para incrementar la productividad”, Dirección y Progreso (Madrid), núm.
72, 1983. 921
Miguel Boyer, “Un plan económico a medio plazo”, Dirección y Progreso (Madrid), núm. 68, 1983. 922
Felipe González, “Comparto el desafío de la innovación”, Dirección y Progreso (Madrid), núm. 72, 1983.
548
Hoy cabe imaginar un concepto de desarrollo diferente, con la producción descentralizada de bienes y
servicios personalizados y producidos en pequeñas unidades en las que el trabajo sea variado y enriquecedor
[...]Esta perspectiva, no tan lejana, se nos abre gracias al progreso realizado en informática, miniaturización,
en el campo de los microprocesadores, en el acceso a las fuentes descentralizadas de energía. A la postre,
por el esfuerzo de años de investigación científico-tecnológica [...]Tratemos de resumir. Nos ha
correspondido vivir una época de recesión de la economía internacional, situación que, con analogías y
diferencias, conocieron nuestros antepasados y fueron capaces de superar. Sobre el fondo del futuro
empieza a recortarse un nuevo orden económico que pudiera ser más racional y justo que el presente. A los
científicos y a los técnicos les corresponde un papel preponderante en su configuración. Y a todos, en
general, nos corresponde, más que preocuparnos por lo que empieza ya a ser viejo, colaborar eficazmente al
feliz alumbramiento de lo nuevo923
.
El discurso socialista recaló así en una suerte de tecnocratismo que empezaba a pegar
fuerte en la época, en virtud del cual los problemas socioeconómicos eran susceptible de ser
resueltos por la pericia técnica de expertos supuestamente neutros desde el punto de vista
ideológico. En el sentido de lo desarrollado en el primer capítulo, el discurso del partido
socialista fue en buena medida vulnerable a ese reemplazo de los planteamientos ideológicos por
las recetas técnicas supuestamente neutras, a esa reconversión de la técnica misma en ideología,
tan característica del nuevo decenio. La conciencia técnocrática, en expresión de Jürgen
Habermas, cobró fuerza en el discurso socialista de los ochenta. Los problemas del país dejaron
de expresarse en términos de intereses sociales opuestos para situarse como resultado de un
atraso técnico-burocrático secular que el nuevo impulso modernizador vendría a superar.
En definitiva, el discurso de la modernización realzó los valores de la secularización, la
innovación y la europeización, pero estos valores, en un contexto de acelerada desideologización
y pragmatismo, cobraron una expresión más extrema, la del descreimiento, la tecnocracia y el
eurocentrismo.
VI.2.3. Algunas concepciones ideológicas de fondo.
Este fue, efectivamente, el discurso con que los socialistas accedieron a la Moncloa en
octubre de 1982 y con el que llevaron, al menos durante los primeros años, las riendas del país.
Pero, más allá de “la conciencia tecnocrática” que lo inspiró, ¿qué otras concepciones ideológicas
923
Javier Solana, “Ciencia, tecnología y economía”, Leviatán (Madrid), núm. 6, 1981, pp. 91-93.
549
de fondo había detrás? ¿Qué ideas fuerza subyacían a esta verbalización cotidiana? Responder a
esta respuesta exige hacer un importante y arriesgado ejercicio de abstracción, pues a diferencia
de los tiempos del tardofranquismo y la primera transición, no fue esta última etapa un tiempo de
elaboración de grandes y explícitos decálogos ideológicos. No hubo solemnes declaraciones de
principios y tratados ideológicos más o menos oficiales, y los pocos materiales que se asemejaron
a esto, arrastraron incluso parte de la retórica de los primeros años. La producción socialista en
esta nueva etapa se tecnificó, alcanzó mayores niveles de concreción y se hizo con frecuencia
más compleja. Generalizar las concepciones ideológicas de fondo en el PSOE requiere recurrir a
una base documental dispersa, de diferente entidad y de contenidos a veces heterogéneos:
algunos de los discursos menos coyunturales de los dirigentes, ciertas aportaciones individuales
más teóricas a cargo de personas de relevancia en el partido o encuentros que se convocaron para
que intelectuales afiliados o afines reflexionaran en términos más doctrinarios. Pero todo ello en
un tiempo en el que lo realmente característico fue el desinterés por la diatriba ideológica, en
comparación con la etapa precedente. Para reconstruir sintéticamente este trasfondo ideológico se
han tomado como referencia algunos artículos de los intelectuales socialistas en las revistas a las
que se ha venido prestando atención (Sistema, Zona Abierta o Leviatán), donde se advierten
cambios importantes en los temas a tratar y en el enfoque que se dio a temas clásicos924
; las
contribuciones que se dieron en el I Encuentro sobre el Futuro del Socialismo organizado por la
Fundación Sistema y celebrado en Javea en septiembre de 1985, en el que se aprecia cómo los
cambios también afectaron a los intelectuales situados a la izquierda del partido925
; las
resoluciones aprobadas en los congresos, a pesar de su tono cada vez menos ideológico y sus
tributos frecuentes a la retórica de los viejos tiempos926
; algunas declaraciones con mayores
pretensiones ideológicas de los dirigentes; y los interesantes análisis y reflexiones que al respecto
hicieron intelectuales y militantes del partido como Ignacio Sotelo o Antonio García
924
Son numerosos los artículos que se podrían citar al respecto. Véanse por ejemplo los de dos de los miembros
destacados del grupo de Zona Abierta al que hemos hecho alusión en otros momentos, que serían influyentes en la
trayectoria del partido y que encarnan muy bien el viraje ideológico del PSOE: Joaquín Leguina, Viejas y nuevas
ideas de la izquierda, Leviatán (Madrid), núm. 19, 1985 y Ludolfo Paramio, “Del socialismo científico al socialismo
factible”, Leviatán (Madrid), núm. 21, 1985. 925
Véanse las contribuciones de Alfonso Guerra, Virgilio Zapatero, Manuel Escudero, José Félix Tezanos, Ramón
García Cotarelo, Emilio Menéndez del Valle y sobre todo los trabajos de Andrés de Blas, “transformaciones en la
ideología de la izquierda” y Francisco Laporta, “Los problemas ideológicos del socialismo”, en VV.AA, El futuro
del socialismo, Madrid, Sistema, 1986. 926
“Ponencia de síntesis”, 30 Congreso del PSOE, Congresos, Publicaciones de los órganos centrales de dirección,
Monografías, AFPI.
550
Santesmases927
. En la siguiente exposición se han obviado las citas literales a fin de agilizar la
reconstrucción de unas pautas genéricas de pensamiento y de unas tendencias ideológicas, a
veces poco formalizadas, que no pueden sintetizarse en unos pocos párrafos entresacados.
El cambio más significativo fue el del sentido realmente operativo que cobró el concepto
de socialismo. Si antes, como se vio en las resoluciones del XXVII Congreso, el socialismo era
un objetivo preciso y la práctica orientada a su conquista, ahora el socialismo dejó de remitirse a
una meta predefinida para reducirse a la práctica orientada por unos principios muy genéricos. El
socialismo ya no era un modelo de sociedad con unas características predefinidas e ineludibles
(socialización de los medios de producción, autogestión de las empresas, formación de
organismos de poder popular, etc.) y la práctica dispuesta para su conquista, sino la acción
concreta, y definida día a día, regida por valores más vagos y revisables. En este sentido, el
discurso del PSOE, antes combativo en el plano retórico contra el status quo, derivó en la
aceptación implícita o explícita de las instituciones económicas, sociales y políticas realmente
existentes. Se aceptaron tales instituciones, y las pretensiones se redujeron a aproximarlas a un
rebajado e impreciso ideal de libertad, igualdad y fraternidad.
Desde estos nuevos parámetros, a caballo entre la socialdemocracia y el social-
liberalismo, el capitalismo resultaba más beneficioso que inconveniente si se disponía de un
Estado con la capacidad de intervención suficiente como para defender a los más débiles y
compensar, que no resolver, las injusticias sociales. Las proclamas en contra de cualquier tipo de
acomodación con “el orden económico burgués” dieron por paso a la propuesta clásica de utilizar
las instituciones políticas como instrumento correctivo y paliativo de desigualdades estructurales.
El capitalismo se presentaba así, de facto, como el mejor de los modos de producción posibles,
siempre y cuando existiera un Estado democrático que contuviera su tendencia al desbocamiento
y domesticara sus pulsiones más agresivas. El capitalismo pasó a ser en el discurso del PSOE
sinónimo de generación de riqueza, innovación tecnológica imparable y estímulo a las
potencialidades creativas del individuo, tanto más si se comparaba con las carencias materiales de
los Países del Este, la obsolescencia de sus tecnologías y la reprimida iniciativa individual de sus
927
De Ignacio Sotelo hay dos trabajos que se pueden citar: Ignacio Sotelo, Los socialistas en el poder, Madrid, El
País, 1986 y El Socialismo democrático, Madrid, Tauros, 1980, que incluye una interesantísima, sintética y precisa
caracterización de las diferencias entre socialismo y socialdemocracia que hemos tomado para la siguiente
reconstrucción del trasfondo ideológico de los cambios operados en el discurso del PSOE. Por supuesto el trabajo
que venimos citando de Antonio García Santesmases, Repensar la izquierda,...op. cit. es una obra de referencia
básica para analizar estos cambios en el ideario y las pautas intelectuales de los socialistas.
551
ciudadanos. Cierto que estas pautas de ordenación y gestión económica capitalista generaban
efectos no deseados, daños colaterales sobre los sectores sociales peor situados; pero ese era un
precio a pagar que además se podía rebajar orientando los beneficios fiscales que el Estado
recababa hacia políticas asistenciales paliativas.
No obstante, quizá para que la ruptura con la cultura política precedente no fuera tan
abrupta, se recurrió a fórmulas eufemísticas a la hora de designar la realidad con la que se estaba
produciendo la reconciliación. La menos impactante expresión “economía de mercado” vino a
reemplazar en el léxico socialista al clásico término “capitalismo”. Y esta expresión se hizo
todavía más digerible en la medida que frecuentemente fue acompañada de un adjetivo, el de
“social”, para hablar entonces de la “economía social de mercado”. Esta fórmula fue,
efectivamente, de las más recurrentes en el nuevo léxico socialista, entre otras cosas por su
inclusión en el mismo texto constitucional que el partido había respaldado y situaba como marco
de actuación.
La ideología socialista funcionó, a veces por acción y generalmente por omisión, como
una reificación de las bases estructurales de la España de principios de los ochenta y entrañó una
quiebra de la dimensión utópica que había caracterizado el pensamiento de la izquierda en el
antifranquismo. No fue tanto que se negaran expresamente las posibilidades de grandes
transformaciones estructurales desde el punto de vista de las relaciones de dominación, que con
frecuencia también se negó, como que esas reflexiones acerca de la posibilidad o imposibilidad,
conveniencia o inconveniencia, de cambios de base fueron desapareciendo de la práctica
intelectual del PSOE. El esfuerzo intelectual socialista dejó de dedicarse en buena medida a estos
asuntos para centrarse en aspectos más precisos relativos a las formas inmediatas de intervención
en un modelo socioeconómico que no se cuestionaba.
Por otra parte, el consumismo dejó de ser en el discurso del PSOE una forma de
enajenación socio-cultural, y pasó a situarse como un indicador del bienestar ciudadano. Los
valores de austeridad tan propios de la izquierda dejaron paso a declaraciones sobre la
legitimidad e idoneidad del enriquecimiento personal. La expresión más elocuente de este cambio
se produciría unos años después, cuando el ministro de economía Carlos Solchaga se felicitara
orgulloso ante los medios de comunicación de que España fuera, gracias a los socialistas, el país
donde resultaba más fácil y rápido enriquecerse. Del mismo modo los valores de cooperación y
552
trabajo colectivo fueron cediendo terreno a nuevas nociones, como la de competitividad. El
estímulo para hacer avanzar a la sociedad ya no vendría a descansar tanto en el esfuerzo
compartido y en las formas de trabajo colectivas como en una mayor cualificación individual,
incentivada por la necesidad de rivalizar con el prójimo. Según el nuevo discurso, el trabajo
colectivo daba pie a un corporativismo tendente a la burocratización y al acomodamiento de los
trabajadores, mientras que la rivalidad en la empresa era un aliciente contra la desidia y un
acicate para generar formas más productivas de trabajo. Y es que una parte de las ideas planas y
de las argumentaciones simplistas que trajo consigo la ofensiva neoliberal de los ochenta se
filtraron en el discurso de los socialistas, especialmente en el de aquellos que se encontraba a la
cabeza de la gestión institucional.
En cuanto a otras concepciones de fondo, también a caballo entre la socialdemocracia y el
liberalismo social, se negaba que la sociedad fuera víctima de un antagonismo polar; así como
que estuviera atravesada por una lucha de clases consecuente. Desde esta perspectiva no se
negaban las desigualdades sociales, pero sí se negaba que esta pluralidad de intereses distintos y
opuestos respondiera en última instancia a la hasta entonces considerada determínate
contradicción entre el capital y el trabajo. Efectivamente, se reconocían las desiguales
condiciones de vida y laborales que se daban en el conjunto de la ciudadanía, pero tales
desigualdades se atribuían a diferencias formativas, generacionales, de género u a otras
resultantes de la todavía arcaica y mal gestionada economía de mercado en España; pero ya no se
responsabilizaba de ellas a ese modo de producción capitalista que antes se reconocía
fundamentado, con independencia de su mayor o menor grado de modernización, en la
apropiación del trabajo ajeno por parte de una minoría.
En un sentido concomitante la identificación anterior entre libertad e igualdad perdió
fuerza, incluso en algunos casos llegó a invertirse. En este sentido, la igualdad social en su
acepción más fuerte - la de la desaparición de las clases sociales - pasó a identificarse con el
primitivismo o el totalitarismo. La igualdad extrema se redefinió como sinónimo de
homogeneidad, uniformidad, comportamientos seriados y disolución del individuo, rasgos todos
atribuibles a las sociedades surgidas de las experiencias revolucionarias del siglo XX. La
desaparición absoluta de las diferencias de clase no daría lugar, desde esta perspectiva, sino a una
masa ingente, amorfa y compuesta por la agregación de individuos estandarizados,
despersonalizados, grises, apáticos y desmotivados en sus vidas ante la imposibilidad de ascender
553
socialmente. Por el contrario, una cierta desigualdad bien regulada era sinónimo de una
heterogeneidad que serviría además para mantener a los individuos en activo ante la posibilidad
de experimentar todo tipo de dedicaciones laborales y situaciones personales a lo largo de sus
vidas. Una cierta y bien regulada desigualdad social era condición de libertad, en la medida que
permitía al individuo la posibilidad de aspirar, atendiendo a sus esfuerzos y capacidades, a
mejorar sus condiciones de vida.
Por todo ello desde este nuevo enfoque no se aspiraba a la abolición de los conflictos
sociales, sino a su regulación democrática a través de pactos y compromisos. Se trataba de
generar un marco de convivencia en el que a través de la concertación se pudiera llegar a
acuerdos que no fueran excesivamente lesivos para los asalariados - término que a veces vino a
reemplazar eufemísticamente al concepto de trabajador -, pero que tampoco amenazara la
obtención de beneficios por parte de los empresarios. Se trataba de promocionar un diálogo social
entre patronal y sindicatos arbitrado neutralmente por un Estado encargado de velar por los
intereses de unos y otros. En este sentido el sujeto de la política socialista ya no se definía en
términos de clase, por cuanto que la necesidad de obtener un apoyo electoral socialmente diverso
que garantizara la permanencia en el gobierno descartaba la identificación exclusiva con un
sector social determinado.
A este respecto se venía a decir que la condición de asalariado ya no tenía
sociológicamente el factor unificador que buena parte de la tradición marxista le había atribuido,
y que por tanto no se podía considerar a la clase obrera como sujeto universal de acción política.
Desde esta perspectiva se apeló a las nuevas formas de segmentación social para negar la
existencia de un sujeto político compacto portador de intereses específicos que sólo podían ser
resueltos dentro un nuevo modelo de sociedad. Para esta concepción, la clase obrera, al contrario
de lo previsto por buena parte de la tradición marxista, no tendía a incrementarse, ni a unificarse,
ni a generar una nueva conciencia política que empujara en una dirección transformadora. Muy al
contrario la diversidad social iba en aumento, y en consecuencia, la política socialista, en lugar de
apostar por un nuevo modelo de sociedad acorde con los supuestos intereses específicos de la
clase obrera, debía armonizar en el sistema actual los intereses particulares de sectores sociales
cada vez más diversos. Si no existía un sector social mayoritario que portara y fuera al mismo
tiempo garantía de un nuevo proyecto de sociedad, sino una sociedad heterogénea donde ningún
grupo era lo suficientemente compacto y numeroso como para garantizar una alternativa, el único
554
sujeto universal de acción política podía ser el Estado democrático. Es decir, una instancia que
lejos de comprometerse con las aspiraciones maximalistas de un sector en particular
implementara medidas que pudieran ser aceptadas por todos o por la mayoría de los ciudadanos
al margen de su condición social. En definitiva, el giro socialdemócrata o social-liberal suponía la
primacía de la vertiente institucionalista de la política en perjuicio de su dimensión social. Si en
el anterior discurso del socialismo autogestionario el Estado era un instrumento complementario
a los organismos de poder popular, auténtico motor del cambio que debía garantizar una nueva
democracia directa, ahora el Estado constituía el único cauce de participación de los ciudadanos
en los asuntos públicos por la vía indirecta de la delegación electoral de su soberanía en una elite
política.
Este giro suponía, como ya se dijo, un cambio importante en el concepto de democracia.
Para los dirigentes e ideólogos del PSOE la democracia pasaba a ser la democracia realmente
existente, y no ese horizonte ideal de la abolición de la diferencia entre gobernantes y gobernados
hacia el cual había que avanzar. La noción de democracia participativa fue reemplazada por su
menos ambiciosa concepción representativa. La democracia ya no consistía en ese ejercicio
cotidiano de la soberanía por parte de todos los ciudadanos sobre cada uno de los aspectos vitales
de su existencia, sino una acción pautada e intermitente destinada a elegir a sus representantes
cada cuatro años para que estos gestionasen las instituciones políticas. La democracia quedaba
reducida al espacio de la política en su sentido más restrictivo y vetada en buena medida a las
áreas cruciales de la economía, pues aunque el Estado constituía el sujeto por excelencia de la
acción política, esta acción no debía atentar contra la libertad de mercado.
El cambio en el concepto de democracia fue, como se ha dicho, uno de los hitos más
elocuentes en la evolución ideológica que experimentó el PSOE desde los años de los excesos
verbales en la clandestinidad a la nueva etapa presidida por el “sentido de Estado” y el discurso
de la “modernización”. La denominada transición española a la democracia supuso un cambio en
los significados que la democracia tenía para el que al final fuera el partido encargado de
gobernarla. Los proyectos de ruptura democrática orientados a enlazar la salida a la dictadura con
las denominadas formas de democracia avanzada en la perspectiva última de democratizar todas
las esferas de la vida social y económica cedieron lugar al compromiso último con una forma
concreta de democracia: la democracia parlamentaria tipificada en la Constitución. La
peculiaridad en el nuevo discurso socialista es que esta democracia dejó de ser concebida como
555
un estadio pasajero conducente a otro superior, para ser considerado como estadio permanente
susceptible, eso sí, de perfeccionamiento. Con el fin de la transición se puso fin a ese
desdoblamiento de la acción política en dos tiempos, el de los objetivos inmediatos y el de las
metas ulteriores, el de los programas mínimos y los programas máximos. A partir de entonces el
tiempo de la acción socialista sería sólo uno, el de la política cotidiana al frente del gobierno.
VI.2.4. Fin de trayecto: el sí a la OTAN.
El último y más llamativo viraje ideológico del PSOE con respecto a la cultura política
del antifranquismo tuvo que ver con su cambio de posición en lo relativo a la participación de
España en el Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Es este viraje el que mejor
sirve para cerrar la trayectoria ideológica que el partido venía diseñando desde los últimos años
de la dictadura. El cambio en la política exterior socialista tuvo un profundo significado
ideológico, porque las posiciones sobre la OTAN en un contexto de Guerra Fría tenían una fuerte
carga simbólica. El rechazo a este organismo militar auspiciado y hegemonizado por los Estados
Unidos era una seña de identidad fuerte de las izquierdas más diversas, incluso de aquellas que
vinieron a condenar con igual énfasis el funcionamiento y los propósitos del complejo militar
análogo de los soviéticos. La percepción de la OTAN por parte de estas izquierdas iba de la
consideración de este organismo como un instrumento de dominación al servicio exclusivo de los
intereses imperialistas norteamericanos a su consideración más tenue como una institución sujeta
a la lógica macabra de la Guerra Fría e inserta en la peligrosa dinámica del rearme. Toda estas
consideraciones convivieron en el imaginario de la izquierda antifranquista, y el PSOE participó
naturalmente de ellas e incluso las enfatizó de manera ostentosa de acuerdo con esa necesidad ya
descrita que sentía de homologarse a los sectores más politizados y activos.
Más allá de esta seña de identidad ideológica que el partido arrastraba desde que pasó a
estar dirigido por los jóvenes del interior, lo cierto es que cuando el gobierno de Calvo Sotelo
integró por decisión propia a España en la OTAN, el PSOE reivindicó la convocatoria de un
referéndum en el que defendería el no a la entrada. El posicionamiento se expresó en el famoso
slogan “OTAN, de entrada no”, que más tarde, con el viraje del partido, se prestaría a todo tipo
de interpretaciones. Por entonces el PSOE defendía en sus documentos una neutralidad activa en
el contexto bipolar que favoreciera la distensión y el desarme. Y con estos presupuesto y con el
556
compromiso de convocar un referéndum sobre la permanencia en la OTAN en el que se pediría la
salida el partido de González accedió a la Moncloa. Esta postura se mantuvo en lo esencial
durante los dos primeros años de gobierno, aunque fue objeto de importantes matices con los que
se pretendió una mayor coherencia entre los principios políticos y lo que, en el nuevo lenguaje
del partido, pasaron a llamarse los “intereses de Estado”. Fernando Morán, a la sazón Ministro de
Asuntos Exteriores, fue quien con más rigor conjugó ambos polos, a partir de una serie de
reflexiones y propuestas que ya había esbozado unos años atrás en su libro Una política Exterior
para España928
.
Pero el verdadero giro en la política exterior socialista y en el trasfondo ideológico que la
legitimaba empezó a producirse en 1984. Ya entonces algunos dirigentes socialistas y algunos
intelectuales orgánicos del partido empezaron a defender públicamente la permanencia de España
en la OTAN. Los argumentos que se dieron fueron de todo tipo, y se movieron entre la
afirmación de los intereses materiales que la permanencia en la OTAN tenía para España y la
consideración de este organismo como una institución en sí misma positiva y necesaria para el
mantenimiento de la paz mundial. En cuanto a la primero, se defendió que la permanencia en la
OTAN realzaría el peso diplomático de España en el mundo; que sería el mejor pasaporte, si
acaso no la condición sine qua non, para la integración en la Comunidad Económica Europea; y
que serviría para democratizar al ejército y para consolidar por ende la democracia en el país de
una manera definitiva. En cuanto a lo segundo, se vino a plantear que la OTAN era un necesario
mecanismo de contención ante el verdadero peligro representado por la Unión Soviética, y que la
presencia de España en la OTAN serviría además para refrenar su pulsión belicista y mantenerla
en esa estrategia disuasoria favorecedora de la paz mundial.
Uno de los casos más sonados en los que se movilizaron estos argumentarios fueron los
dos artículos que Fernando Claudín y Ludolfo Paramio firmaron conjuntamente y publicaron ese
año en El País. El caso fue paradigmático de la metamorfosis ideológica que se había operado en
buena parte de la intelectualidad socialista. Fernando Claudín había sido uno de los dirigentes e
intelectuales más destacados del PCE hasta su expulsión del partido en 1964, había seguido
desarrollando después una intensa actividad intelectual en distintos foros de la izquierda y había
terminado integrándose en el PSOE para ser nombrado al poco director de la Fundación Pablo
928
Fernando Morán, Una política exterior para España, Barcelona, Planeta, 1980.
557
Iglesias. Ludolfo Paramio, cuya trayectoria ya se ha expuesto en este trabajo, era también uno de
los intelectuales de referencia en el PSOE que poco tiempo atrás había participado de los cánones
izquierdistas del tardofranquismo. Sobre el interés que España tenía en permanecer en la OTAN
declararon abiertamente lo siguiente:
Si nos marginamos de la OTAN no sólo se puede temer que quedemos marginados igualmente de la
integración económica europea, lo que no sería cosa de broma para nuestros hijos y su nivel de vida, sino
hay razones para sospechar que nuestras opiniones sobre política internacional pesarían más o menos lo
mismo que las de Marruecos, si mantenemos las bases norteamericanas, o que las de Malta, si no las
mantenemos. Va siendo hora de aceptar con crudeza y visión de futuro nuestra situación: como parte de
Europa podemos ser uno entre iguales; fuera de ella no somos nada excepto una referencia cultural para los
países latinoamericanos929
.
Sobre la posibilidad de desarrollar una política exterior pacifista desde la OTAN esto fue
lo que plantearon sin ambages:
En otras palabras: trabajar dentro de la OTAN por la paz, por una Europa unida y autónoma no es sólo la
posibilidad más realista para nuestra democracia, sino una posición moralmente consecuente. // La
pertenencia a la OTAN no impediría tampoco posiciones de colaboración con América Latina, ni una línea
coherente de contribución a la paz en cualquier parte del mundo. Por el contrario, reforzaría el peso de las
iniciativas pacificadoras y a favor del respeto a los derechos humanos que se tomaran desde Europa. En la
OTAN no tenemos nada que perder que no tuviéramos perdido de antemano; hay en cambio, posibilidades,
de avance nada desdeñable para nuestro país y para una política exterior progresista930
.
El primer tipo de razonamiento, el que apelaba a los intereses nacionales, tenía
repercusiones ideológicas tremendas. Se trataba de un ejercicio de pragmatismo y de realismo en
el sentido más estrecho de la expresión. Si en las ideologías, como vimos en el primer apartado,
se establecen relaciones complejas y a veces conflictivas entre herencias culturales, análisis
teóricos, proyectos políticos y principios morales, esta argumentación suponía una evidente
subordinación de los principios a los intereses. Había que respaldar la permanencia de España en
la OTAN porque eso beneficiaba los intereses nacionales, aunque la satisfacción de esos intereses
implicara sumarse a instrumento de dominación sobre terceros países y a una instancia que
contribuía a la peligrosa carrera de armamentos y a la tensión de las relaciones internacionales,
929
Fernando Claudín y Ludofo Paramio, “OTAN: razones para no salir / 1”, El País (Madrid), 16 de junio de 1984. 930
Fernando Claudín y Ludolfo Paramio, “OTAN: razones para permanecer / 2” El País (Madrid), 16 de junio de
1984.
558
según planteamientos todavía presentes entre algunos sectores del partido. Los principios del
pacifismo y de la solidaridad internacional entre todos los pueblos, refinados a partir de la noción
más clásica de internacionalismo proletario, quedaban completamente relegados en beneficio de
la satisfacción de los intereses nacionales.
El segundo argumento, el que intentaba aludir a los principios, resultaba más bien una
racionalización a posteriori en el sentido de lo que se viene planteando en el trabajo. Plantear que
España podía contagiar su pacifismo a la OTAN no parecía entonces más acertado que suponer
que sería la OTAN la que contagiaría a España su belicismo.
No obstante, más allá de estas argumentaciones la integración en la OTAN tenía una
repercusión profundamente estratégica a la par que simbólica para la neutralización de los
grandes proyecto alternativos de la izquierda. La adhesión a la OTAN representaba la integración
ya definitiva e irreversible en la civilización occidental liberal - capitalista. La OTAN era mucho
más que una mera alianza militar frente a enemigos externos, era una poderosa estructura militar,
política y diplomática orientada a preservar y expandir su modelo socioeconómico. La apuesta
del PSOE por la permanencia de España en la OTAN servía al propósito de reconciliar con este
modelo a buena parte de los sectores sociales de la izquierda antes hostiles. Lo expresó ya en
1984 en una frase memorable Víctor Pérez Díaz, un prestigioso intelectual más que favorable a
este proceso:
... El PSOE puede estar hoy cumpliendo la función histórica de asegurar el apoyo de la clase trabajadora a
una política de consolidación de la economía de mercado en medio de una crisis económica muy grave, y de
asegurar el apoyo de la opinión de izquierda tentada por el pacifismo y el neutralismo a una política de
integración en la Alianza Atlántica. Esas dos operaciones históricas, a muy largo plazo, deben ser objeto de
reconocimiento en la medida en que se cumplan931
.
La voluntad de integración no ya en una alianza militar sino en toda una civilización
política la manifestó con frecuencia el propio Felipe González. En una entrevista concedida a
Juan Luis Cebrián en 1985 se expresó en este sentido:
Me tomé dos años, 1983 y 1984, y después de dos años de conocer la Alianza, de estudiar los problemas por
dentro, propuse una política de defensa, el llamado decálogo. Creo que los intereses de España se defienden
931
Cita tomada de Antonio García Santesmase, Repensar la izquierda... op. cit., p.
559
mejor permaneciendo en la Alianza. Nuestra anterior valoración sobre la Alianza y sobre su funcionamiento
no era correcta [...] En la Alianza Atlántica, de verdad, están los países que tienen mayor ejercicio de la
soberanía popular del mundo, mayor nivel de desarrollo económico, de democracia, de libertades y de
respeto a los derechos humanos, y mayor nivel de paz932
.
932
“Entrevista de El País al Presidente del Gobierno”, El País (Madrid), 17 de noviembre de 1985.
561
RECAPITULACIÓN Y CONCLUSIONES.
La izquierda en la transición: cambio ideológico durante el proceso de cambio institucional.
En vísperas de la muerte de Franco el PCE era el partido político más numeroso, mejor
organizado y más influyente en las acciones de oposición a la dictadura. Fue el impulso, la
presencia abrumadora y la dirección política que desempeñó sobre amplios movimientos sociales
lo que le fortaleció y le permitió asumir el liderazgo del antifranquismo.
El proyecto inicial del PCE era encauzar la transición a la democracia en la perspectiva a
largo plazo del socialismo, para lo cual resultaba necesario imponer en primer lugar una ruptura
democrática plena con el régimen anterior. Para ello, según el esquema del PCE, había que
tumbar al gobierno postfranquista por la vía de la movilización popular y reemplazarlo de
inmediato por un gobierno provisional de todas las fuerzas democráticas, cuyo cometido sería
gestionar el cambio institucional hasta que concluyera en unas cortes constituyentes, depurando
mientras tanto cualquier residuo de la dictadura. Este proyecto se vino abajo por los límites de la
movilización social; por la falta de respaldo de la mayoría de los partidos de la oposición; y
porque la iniciativa terminó corriendo a cargo de los reformistas del régimen, que desde el
aparato de poder heredado abrieron un proceso de cambio tutelado y gradual que logró una
adhesión social nada desdeñable y dejó al partido con el paso cambiado.
En este contexto el PCE decidió sumarse a la negociación de la reforma para no quedar
marginado del futuro sistema, con la voluntad sobrevenida de presionar al gobierno para que
acelerase e intensificase los cambios. Este giro en la política del partido fue acompañado de un
nuevo discurso un tanto equívoco y autocomplaciente, en el que se advertían algunas
contradicciones de peso. Por una parte, la consideración de que el proceso en curso no difería en
lo sustancial de lo proyectado tiempo atrás por el partido. Por otra, la ilusión de alcanzar los
contenidos rupturistas ansiados a través de los procedimientos reformistas impuestos, como si lo
segundo no comprometiera demasiado lo primero. Y finalmente, una cierta tendencia a hacer
virtud de la necesidad que se puso de manifiesto, por ejemplo, en la defensa reiterada y a veces
562
entusiasta de una Monarquía que el partido se había visto forzado a aceptar a cambio de la
legalización.
De este modo, el PCE concurrió a las primeras legislativas con la esperanza de traducir
electoralmente la hegemonía que había disfrutado en las acciones de oposición a la dictadura,
pero sus expectativas se vieron al final defraudadas. La dirección pensó entonces que los magros
resultados se debieron, no sólo, pero sí fundamentalmente, al peso de la imagen autoritaria y
prosoviética que la propaganda franquista le había confeccionado, y aprobó una nueva línea
orientada a romper esa imagen a golpe de gestos moderados, ya fuera por la vía de la práctica
política con el apoyo a la Constitución y a los Pactos de la Moncloa, ya fuera desterrando señas
de identidad ideológicas como el leninismo. Como se ha visto, la Política de Concentración
Democrática, traducida en la apuesta por el consenso como sucedáneo del anhelado gobierno de
concentración, tuvo una clara orientación táctica que intentaba evitar la marginación del PCE en
un contexto que podía prestarse al bipartidismo; al tiempo que se racionalizó como el paso
consecuente en una estrategia de largo alcance. Pero además esta misma política tenía también
una clara vocación propagandística, y con ella se pretendió teatralizar la nueva naturaleza
atemperada del partido. Fue en este contexto en el que Santiago Carrillo propuso la desestimación
del leninismo de cara al IX Congreso y fue desde esos mismos parámetros desde los cuales se
explica en cierta medida la propuesta. El abandono del leninismo fue concebido en cierta forma
como un golpe de efecto mediático en clave electoral, como un movimiento táctico en un tiempo
en el que el partido hizo con frecuencia de la ideología un eslogan propagandístico. No obstante,
esta propuesta no la hizo Santiago Carrillo sobre el vacío. Existía en el PCE una tradición
reciente de reformulaciones teóricas e ideológicas que permitieron que esta propuesta cobrara
sentido y pudiera arraigar, una tradición que terminó cristalizando en lo que se dio en llamar el
eurocomunismo.
El eurocomunismo fue un intento de diseñar una estrategia de transición nacional,
democrática e institucional al socialismo para los países del capitalismo avanzado que fuera
alternativa al estatismo soviético y al reformismo socialdemócrata. El eurocomunismo defendía
la posibilidad y la conveniencia de utilizar las instituciones liberales en la transición al
socialismo, así como de respetar una parte sustancial de éstas en la propia sociedad socialista.
Frente a la toma y destrucción inmediata del llamado “Estado Burgués” el eurocomunismo
planteó la posibilidad de su transformación democrática en una perspectiva socialista. El
563
eurocomunismo apostaba por una estrategia de transición al socialismo a través de fases
ordenadas e insalvables, en cada una de las cuales se irían gestando las condiciones necesarias
para enlazar de manera pacífica e irreversible con la siguiente. Las condiciones de posibilidad
para la construcción pacífica de este socialismo democrático y pluralista se cifraron en análisis
relativos a los cambios sociológicos y culturales que se había producido en virtud de la
denominada “revolución científico – técnica”, en la articulación consecuente de una amplia
política de alianzas sociales, en las expectativas cifradas en un aparato estatal cada día más
complejo y socializado y en el papel que vendría a desempeñar un “partido de masas” que había
desistido de su vieja pretensión de “partido vanguardia” para aspirar a dinamizar un frente
sociopolítico más amplio y plural.
Otras señas de identidad del eurocomunismo fueron su rechazo al tutelaje soviético y su
oposición más o menos abierta al modelo del denominado Socialismo Real. En cuanto a lo
primero, la independencia era obligada si los partidos comunistas occidentales no querían seguir
hipotecados a los intereses de Estado soviéticos. En cuanto a lo segundo, el descrédito del
Socialismo Real entre la clase obrera occidental exigía a los eurocomunistas distanciarse del
bloque del Este, si no querían contagiarse de las críticas que este recibía. Si la dramática
experiencia del fascismo había revalorizado en Europa las formas democráticas, la prolongación
de la dictadura en España había tenido en idéntico sentido un efecto amplificador. En el contexto
de la oposición al régimen el PCE no podía ofertar un modelo alternativo a la dictadura que,
aunque sólo fuera en sus aspectos formales, se prestara a comparaciones odiosas. La crítica, no
obstante comedida, al modelo del Socialismo Real vino a funcionar como una garantía de la
autenticidad democrática del proyecto del PCE.
En definitiva, la propuesta eurocomunista respondió en gran medida a la necesidad de
reformulación estratégica que tenían los partidos comunistas occidentales a la altura de la década
de los setenta, toda vez que las viejas recetas de acción y el repertorio cada día más retórico de la
ortodoxia marxista-leninista no conducían a ninguna parte. El reconocimiento de la imposibilidad
de desarrollar una estrategia de confrontación directa con el Estado en el contexto de sociedades
cada vez más complejas; el reconocimiento de los cambios extraordinarios, tanto sociológicos
como culturales, que se habían producido en esas sociedades avanzadas; y la revisión de la propia
tradición comunista, con especial alusión a las desafortunadas experiencias del Socialismo Real,
fueron constataciones acertadas que exigían modificaciones serias en la práctica política
564
comunista. El eurocomunismo surgió en este contexto general y ligado, por tanto, a reflexiones
de largo alcance.
No obstante, el eurocomunismo fue un fenómeno que se fue formulando y reformulando
al calor de las coyunturas políticas que atravesaron sus principales impulsores. En el caso del
PCE el eurocomunismo fue la propuesta doctrinal con la que se fundamentó toda la línea política
de la transición. Esto no significa que el eurocomunismo fuera una estrategia predefinida
conforme a la cual el partido fuera definiendo su línea política cotidiana. Más bien al contrario, el
eurocomunismo fue una propuesta teórica que se construyó en un momento en el que se
necesitaban, es cierto, de nuevas estrategias, pero que se reformuló constante y
contradictoriamente para legitimar una práctica política que debió mucho a la improvisación y al
tacticismo. El eurocomunismo tuvo precisamente su momento de apogeo en la etapa del
consenso. El peso que el partido concedió a la política institucional y la propuesta de formación
de un gobierno de concentración nacional fueron decisiones que encontraron buena justificación
en una estrategia que incitaba a penetrar en el Estado democrático para ponerlo al servicio del
proyecto socialista. La firma de los Pactos de la Moncloa y el respaldo a la Constitución fueron
decisiones que se pudieron racionalizar como pequeños pasos consecuentes prescritos por una
estrategia de largo alcance que contemplaba una evolución lenta y progresiva al socialismo.
En un sentido parecido, el eurocomunismo funcionó también como un recurso
propagandístico para la proyección de una imagen más amable del partido con la que
contrarrestar el peso de la imagen agresiva construida interesadamente por adversarios de todo
tipo. La preocupación por contrarrestar esta imagen no sólo afectó a la práctica política del
partido, sino también a su elaboración doctrinal. La apuesta pública por una estrategia
constitucional y pacífica al socialismo, que obviaba el debate ineludible de la coacción, tenía
mucho que ver con el deseo de contrarrestar la imagen de partido agresivo que sus adversarios se
afanaban, con bastante éxito, en subrayar. Muchas de las contradicciones y de los silencios de la
estrategia eurocomunista se debieron precisamente al hecho de que ésta fuera concebida en
bastantes ocasiones, más que como un proyecto viable de acción a largo plazo, como una garantía
probatoria, para la práctica política presente, de la condición democrática del PCE en la acepción
entonces dominante de este concepto. El eurocomunismo, por tanto, respondió a la necesidad de
replantearse la práctica política de los partidos comunistas y el sentido que habían cobrado sus
concreciones estatales allí donde se habían hecho con el poder, pero funcionó también a modo de
565
eslogan publicitario en un marco de competencia de partidos en el que al PCE se le intentó
desacreditar identificándole con esas concreciones.
Como se ha visto el IX Congreso del PCE, celebrado en abril de 1978, fue el
acontecimiento en el que se visualizaron especialmente todas estas dimensiones del
eurocomunismo, por cuanto que en él se elevó solemnemente a la categoría de doctrina oficial del
partido. De igual modo este cónclave fue el escenario donde más nítidamente se puso de
manifiesto la conflictiva relación que el partido mantuvo en la transición con respecto a su
tradición doctrinaria, el cenit al que pretendió llevar la evolución ideológica que venía
experimentando desde los sesenta y, sobre todo, la instrumentalización de que fue objeto esta
evolución para ponerla al servicio inmediato de sus intereses más coyunturales. El debate sobre el
leninismo fue el momento en el que se condensaron todas estas realidades. La llamativa
propuesta de revisión ideológica de la dirección salió entonces adelante - no sin ciertas
resistencias - con el respaldo de la mayoría de las bases.
Después del IX Congreso el PCE concurrió a las segundas elecciones legislativas,
obteniendo unos resultados también modestos, pero ligeramente superiores a los cosechados en la
anterior convocatoria. Ello llevó a la dirección del partido a proseguir con la línea política que
venía desarrollando. No obstante, el escenario político que siguió a las segundas elecciones
generales echó por tierra la estrategia – o más bien la sucesión de tácticas – del PCE. La nueva
legislatura que se abrió se caracterizó por la quiebra del consenso. Si el PCE había elaborado la
Política de Concentración Democrática consciente de que el clima de consenso la podía hacer
prosperar, una vez desaparecido ese clima su línea política pasó a ser completamente inviable.
Si esto fue así en lo que se refiere a la línea política, en lo relativo a su vida interna el PCE
sufrió durante esta etapa una crisis de perfiles múltiples y dimensiones extraordinarias, que
explica en buena medida su autoliquidación política en el proceso de transición. Una crisis en
virtud de la cual el que fuera el partido más numeroso, mejor organizado y activo en la lucha
contra dictadura terminó roto en pedazos ante los ojos atónitos de la sociedad española. La crisis
del PCE se expresó principalmente en tres conflictos que surgieron de manera sucesiva, pero que
terminaron solapándose hasta conducir a una situación ingobernable: la crisis desatada en
Cataluña a raíz del V Congreso del PSUC, el conflicto que partió en dos al EPK y el movimiento
de contestación interna desatado por los eurorrenovadores.
566
El trasfondo de esta crisis orgánica fue la situación de insatisfacción generalizada entre
la mayoría de la militancia, y esta insatisfacción se debió a varias razones. Se debió a las
frustraciones que generaron unos resultados electorales que no rindieron justicia a la contribución
del partido a la lucha democrática. Se debió también a la impotencia resultante de un proceso al
que el partido había contribuido con constantes cesiones apenas recompensadas. Se debió
también a la constatación del declive orgánico que venía sufriendo el partido, concretado en la
salida de militantes, en la disminución del activismo y en la pérdida de arraigo social en virtud de
una orientación política que pasó a primar el trabajo institucional por encima, y generalmente en
menoscabo, del trabajo de base en los movimientos sociales. Se debió igualmente a la
incapacidad del partido de dar cauce ya en la democracia a las potencialidades de muchos de sus
militantes, habida cuenta de las insuficientes posiciones de poder conquistadas. Se debió también
a la falta de democracia interna resultante en buena medida del choque entre una dirección
procedente en buena medida del exilio que seguía practicando el dirigismo y el consignismo de
antaño y una generación de activistas que venía practicando formas más flexibles y participativas
de funcionamiento. Y se debió, especialmente, a la exasperación de una militancia
fundamentalmente obrera que estaba sufriendo los estragos de la crisis económica.
Pero qué duda cabe que la crisis que desgarró al PCE tuvo una dimensión ideológica
fundamental. Y ello por dos razones. En primer lugar, porque los cambios ideológicos
incentivados desde la dirección fueron en sí mismos un motivo añadido de conflicto interno. Y en
segundo lugar, porque todas las insatisfacciones y frustraciones que se acaban de enumerar se
expresaron con frecuencia en términos precisamente ideológicos.
La pluralidad ideológica del PCE venía de atrás y hundía su raíces en diferencias
generacionales, formativas y socioprofesionales, así como en otras relativas a los diferentes
momentos y cauces de acceso al partido y a los distintos espacios de militancia existentes. Esta
pluralidad ideológica, a veces contradictoria, había venido armonizándose gracias a la cohesión
interna que imponía la intensa y frenética lucha contra la dictadura. Pero el nuevo contexto de la
democracia liberal disolvió este elemento de cohesión, y la diversidad ideológica se tornó
conflictiva, más aún cuando la dirección acometió un proceso de cambio ideológico intenso con
la oficialización del eurocomunismo. Este proceso de cambio ideológico fue en sí mismo un
factor de conflictividad interna, en la medida que generó malestar en varias de las múltiples
567
sensibilidades del partido. Para los llamados prosoviéticos el eurocomunismo representaba una
renuncia a las verdaderas señas de identidad del comunismo y una regresión en beneficio de
posiciones socialdemócratas. Para los leninistas era una propuesta poco rigurosa que tenía una
superflua inclinación propagandística. Para los eurorrenovadores el eurocomunismo planteado
por la dirección necesitaba de mayor recorrido en su compromiso con la democracia pluralista, de
mayor atrevimiento en su distanciamiento de la URSS y de una auténtica aplicación a las formas
de organización interna del partido.
Pero más allá de lo identitario y de lo relativo a las estrategias de largo alcance, si
aumentó la oposición al eurocomunismo fue porque pasó a ser considerado por muchos
militantes como el paradigma ideológico inspirador de las decisiones y actitudes que había
conducido a la situación de debilidad orgánica y de pérdida de influencia social en la que el
partido se encontraba sumido, así como a las cesiones políticas que habían tenido lugar durante la
transición. Ello no es de extrañar si, como se ha visto, se tiene en cuenta que la dirección utilizó
insistentemente la estrategia eurocomunista para legitimar o racionalizar la línea política seguida
durante todo el proceso.
Con esta imagen de descomposición y en un contexto político nacional hostil el PCE
obtuvo unos resultados catastróficos en las elecciones de 1982. A partir de entonces el partido
inició una nueva etapa en la que el eurocomunismo, como propuesta oficial y formalizada, fue
discretamente abandonado por falta de apoyos. Por una parte, muchos de sus más entusiastas
valedores fueron expulsados o salieron por voluntad propia del partido. Algunos de ellos
recalaron en el PSOE, cediendo de esta forma a la tentación socialdemócrata que siempre había
pesado sobre el eurocomunismo. Por otra parte, como se ha dicho, para muchos militantes el
eurocomunismo había sido la ideología inspiradora de las actitudes y de las prácticas que habían
conducido al desmoronamiento del partido en la transición y, por tanto, uno de los principales
enemigos a abatir de cara a la reconstrucción. Para otros que no pensaban así, y que habían
respaldado incluso la propuesta eurocomunista, ésta estaba, se quisiera o no, inevitablemente
asociada a esa etapa y a su desenlace desolador. El eurocomunismo había sido la ideología oficial
del PCE en la transición y llevaba la pátina de la derrota del partido en ese proceso.
El caso del PSOE fue, como se ha analizado, muy distinto. A comienzos de los años
setenta el PSOE era una fuerza desnaturalizada y marginal en el conjunto de la oposición al
568
régimen. Las erráticas decisiones de su vieja dirección en el exilio le llevaron a autoexcluirse del
pujante movimiento de contestación a la dictadura. No obstante, en agosto de1972 las
agrupaciones más activas lograron hacerse con el control del partido, con la intención de
recuperar el tiempo perdido ante el inminente final del régimen. Los nuevos dirigentes diseñaron
entonces una estrategia más flexible para acercarse a los movimientos sociales de oposición y
radicalizaron su discurso con ese propósito. Desde que fue desbancada la dirección de Toulouse
el Partido Socialista experimentó un proceso de radicalización ideológica que llegó al paroxismo
en las resoluciones políticas de su XXVII Congreso, celebrado en diciembre 1976, en las que
solemnemente, y por primera vez en su historia, se definió oficialmente como un partido
marxista.
Las resoluciones doctrinarias del partido tuvieron un tono muy generalista, se movieron
dentro de parámetros bastante vagos, evidenciaron ciertas contradicciones e insuficiencias
teóricas y desprendieron también bastante retórica. Los planteamientos teórico doctrinales del
PSOE no surgieron de una tradición de elaboración teórica de amplio recorrido. Estos
planteamientos adquirieron rango de oficialidad en el partido repentinamente, en un contexto en
el se acababa de destaponar la radicalidad verbal hasta entonces contenida de buena parte de la
militancia del interior, y en el que la radicalidad se incentivó también desde la dirección para
construir una nueva identidad que fuera funcional para el contexto político del momento.
La piedra angular de su discurso era la negación del capitalismo y la desestimación de
cualquier perspectiva meramente reformista, correctiva o atenuante al mismo. El socialismo era
concebido como un proceso de dilatación de la democracia a todas las esferas de la vida social, y
como un proceso de intensificación de esa democracia en cada una de ellas. El PSOE apostaba
por una estrategia de transición al socialismo que tenía dos rasgos definitorios. Por una parte, se
asentaba en una concepción progresiva y secuenciada del proceso de transformación. Por otra, se
enfatizaba la dimensión social que debía tener el proceso, al tiempo que se relativizaba y
reformulaba el papel que debían de jugar en él las instituciones políticas liberales. El propósito
declarado era transferir poco a poco el poder real a los trabajadores autónomamente organizados
y que los organismos de poder popular fueran subsumiendo paulatinamente los cometidos
fundamentales de las instituciones representativas, en la clásica perspectiva de la extinción
consecuente del Estado. Este proceso se desarrollaría por la vía democrática, pero no se
569
descartaba el recurso a la fuerza cuando las circunstancias lo exigieran. Finalmente, el PSOE se
declaraba un partido internacionalista, antiimperialista y opuesto a la dinámica de bloques.
Las resoluciones del PSOE fueron resultado de la adopción urgente de varias ideas
procedentes de distintos momentos históricos y de diferentes tradiciones del socialismo. Había
una presencia importante de concepciones heredadas del socialismo clásico; planteamientos y
revisiones más actualizadas procedentes del socialismo autogestionario de los setenta y de otras
corrientes de la Nueva Izquierda; y también eran palpables los ecos de la tradición
socialdemócrata de la que venía el partido. Se trató de un marasmo de ideas diversas y a veces
contradictorias que, sin embargo, gracias a su esquematismo y simplicidad y a la unidad que les
dio su agrupación bajo la entonces atractiva etiqueta marxista, sirvió de suministro ideológico a la
creciente demanda de los militantes y dio al partido la aureola de radicalidad necesaria para
identificarse con la cultura política más avanzada del antifranquismo.
Pero estas declaraciones doctrinarias del PSOE apenas tuvieron implicación en su línea
política operativa. Si hubo un rasgo definitorio del partido en la primera etapa de la transición fue
el divorcio entre sus ideas oficialmente proclamadas y sus actuaciones políticas concretas. El
izquierdismo del PSOE fue producto de un complejo conjunto de factores de impacto desigual. A
finales de los sesenta todas las fuerzas de la izquierda europea experimentaron una radicalización
más o menos intensa según su perfil ideológico inicial. Ello fue resultado, entre otras cosas, de la
incorporación a sus filas de una nueva generación más aguerrida y entusiasta y de la lectura de
que fueron objeto una sucesión de acontecimientos internacionales, interpretados como
favorecedores de la utopía socialista. Los militantes del PSOE que se hicieron con las riendas del
partido pertenecían a estas nuevas generaciones y participaron en cierta forma de ese entusiasmo.
Por otra parte, las condiciones de la clandestinidad alentaron la contundencia ideológica de la
izquierda, tanto más en un partido que por su marginalidad en las luchas cotidianas no se sintió
demasiado impelido a reconciliar sus declaraciones con las contingencias y limitaciones que se
ponían de manifiesto en esas luchas. En cuarto lugar, hay que tener en cuenta que el marxismo,
en sus distintas formas y grados de rigor, dominaba la cultura política de las vanguardias
universitarias antifranquistas, y debe recordarse que bastantes dirigentes, cuadros y militantes del
PSOE se habían formado en ese hervidero ideológico que fue la universidad española del
tardofranquismo. Pero más allá de todo eso, el marxismo del PSOE funcionó como mera
referencia de identificación interna del colectivo apenas prescriptiva de su práctica política, como
570
el sustrato ideológico necesario para un partido que tenía que reconstruir aceleradamente su
identidad después de varias décadas de marginalidad y desnaturalización. Finalmente la
radicalidad retórica del PSOE y su adscripción al marxismo respondieron también a cuestiones
tácticas. Ambas cosas le sirvieron al PSOE para identificarse con los sectores más activos en la
lucha por la democracia, para cooptar cuadros experimentados y para rivalizar en su terreno con
el PCE y con otros partidos socialistas autodefinidos como marxistas.
Con estos presupuestos doctrinarios, pero con un discurso público más comedido y
ambivalente y una práctica política muy moderada que supo sacar provecho de la dinámica
reformista, el PSOE obtuvo en las primeras elecciones legislativas, celebradas en junio de 1977,
unos resultados excepcionales que le situaron como la segunda opción del país a una distancia
considerable del PCE. El éxito de los socialistas tuvo que ver con los importantes apoyos
internacionales que recibió, con el respaldo que obtuvo de destacados medios de comunicación,
con el carisma personal de su cabeza de cartel o con el desarrollo de avanzadas y eficientes
técnicas electorales. Pero más allá de esto hay dos razones insoslayables de mayor peso. Una fue
la persistencia de la memoria histórica del socialismo en España, que había permanecido latente
durante el franquismo, pero que eclosionó con la instauración de las libertades. La otra tuvo que
ver con la propia capacidad del partido para conectar, frente al resto de las opciones, con la
mentalidad de una parte importante de la ciudadanía que apostaba por la democracia liberal, que
respaldaba incluso la incorporación de contenidos sociales a esa democracia, pero que recelaba
de los proyectos más ambiciosos que representaban otras opciones de la izquierda o que temían la
reacción que pudiera seguir a sus intentos de ejecución.
El caso es que desde esta posición relevante el PSOE intervino en los acontecimientos
más destacados del proceso de cambio. Como se ha visto la correlación de fuerzas entre la
oposición y el gobierno, el temor más tarde probado a que un golpe de estado abortase la
transición y las estrategias que cada partido esbozó para satisfacer sus propios intereses
favorecieron el consenso entre las distintas fuerzas políticas. En este contexto de construcción
consensuada de la democracia el PSOE logró intervenir sin que su perfil ideológico se difuminara
demasiado, sin desnaturalizar su papel de partido de oposición y sin renunciar, por otra parte, a
realizar las concesiones necesarias para evitar tentativas golpistas, lograr ventajas partidarias y
atraerse a sectores sociales hostiles a toda severidad ideológica. En este sentido, el PSOE adoptó
una combinación básica de firmeza y flexibilidad que le permitió aparecer ante la opinión como
571
un partido fiel a sus posiciones y realizar al mismo tiempo las concesiones reclamadas por el
consenso sin demasiado coste político. La táctica del PSOE se ensambló a la perfección en el
ritmo entrecortado del proceso y se acomodó igualmente a las contradictorias tendencias de la
mayoría de la sociedad, deseosa de cambios democráticos pero siempre que estos fueran
controlados y no se desbocaran en los megaproyectos de la izquierda. Esta capacidad
contemporizadora fue hábilmente ejercitada en dos momentos claves de la transición: en la firma
de los pactos de la Moncloa y en la elaboración del texto constitucional. En los debates
constitucionales el PSOE emitió, por ejemplo, su peculiar voto republicano, pero al final respaldó
íntegramente la nueva Carta Magna. Si con lo primero hizo demostración pública de firmeza y
coherencia ideológicas, con el respaldo íntegro a la Constitución puso de manifiesto su
flexibilidad.
Desde el punto de vista ideológico el PSOE adoptó una actitud parecida: moduló el tono
según el auditorio y mantuvo un discurso que por ambiguo resultó ser muy versátil a la hora de
satisfacer a sujetos con convicciones ideológicas distintas cuando no opuestas. Así, conjugó las
beligerantes soflamas para consumo de militantes y simpatizantes más exigentes con las cautas
declaraciones públicas destinadas a un auditorio menos aguerrido. De manera paralela explotó
una forma pseudodialéctica de argumentación, según la cual las pequeñas conquistas
democráticas arrancadas a golpe de consenso eran pasos conducentes e insalvables hacia cambios
socialistas futuros. Esta dualidad de programas máximos y mínimos, esta forzada conexión entre
metas urgentes y objetivos ulteriores, resultó útil por un tiempo. Apelando a lo primero el PSOE
conectó con el electorado moderado que no había sido presa de UCD, e invocando lo segundo
consiguió retener a votantes deseosos de cambios más profundos apaciguando durante un tiempo
sus exigencias.
Tras la etapa del consenso el PSOE pensó que sería la opción vencedora en las segundas
legislativas. Sin embargo, sus expectativas se vieron frustradas, y abrió entonces un proceso de
revisión tanto de su acción como de sus bases ideológicas. Desde el punto de vista ideológico el
PSOE concluyó que las señas de identidad izquierdistas que tan útiles le habían sido para
resituarse en la oposición a la dictadura le hacían sumamente vulnerable a los ataques del
adversario democrático, que las explotaba demagógicamente para generar temores infundados
entre potenciales votantes. La ambigüedad discursiva del PSOE, antes polivalente para sumar
respaldos heterogéneos, devino en una contradicción paralizante en el empeño de alcanzar una
572
mayoría electoral. La dirección consideró que había llegado el momento de poner fin a equívocos
e imprecisiones y de abrir un proceso de adecuación de sus declaraciones, formas y símbolos a la
moderación práctica que le venía caracterizando. Sin embargo, no disponía de mucho tiempo para
acometer este cambio si quería aprovechar una coyuntura política que se prestaba al triunfo. Lo
que se buscaba, en definitiva, era un golpe de efecto ante la opinión pública, y una garantía
simbólica para los poderes reales del país. Y este golpe de efecto, esta garantía simbólica, se
concretó en la propuesta que hizo Felipe González al XXVIII Congreso, celebrado en mayo de
1979, para que el partido renunciara al marxismo.
El debate sobre el marxismo produjo en el PSOE una crisis de envergadura. La dirección
encabezada por González decidió en bloque no presentarse a la reelección cuando la mayoría de
los delegados al XXVIII Congreso se expresaron en contra de la redefinición ideológica. Esta
crisis se solucionó en el Congreso Extraordinario de septiembre de 1979, en el que se logró
neutralizar al sector crítico, se revalidó el liderazgo de González y se abrió la senda a cambios
discursivos pronunciados. Este momento representó el paso del rubicón en la evolución
ideológica del partido, el momento de ruptura con buena parte de la cultura política de los
tiempos del antifranquismo. Para ello hubo de librarse una dura batalla interna.
Después del Congreso Extraordinario tres acontecimientos precipitaron el éxito electoral
del PSOE y favorecieron aun más su moderación ideológica: la descomposición del PCE, la crisis
de UCD y el 23F. La quiebra del partido comunista dejó al PSOE sin un rival consistente por la
izquierda, lo cual le despejó más el camino hacia el centro. La imagen de impotencia y desunión
de UCD contrastó con la imagen de unidad y fortaleza que proyectó el PSOE una vez superada su
crisis, una imagen que se ajustó a la demanda popular de un gobierno firme capaz de imponerse a
los peligros que amenazaban la reciente democrática. El 23F, además de reforzar la imagen de
impotencia e ineptitud de UCD, reavivó los valores de cambio y seguridad en torno a los cuales
se había movido la mayoría del electorado. Y el PSOE supo conjugar en su discurso ambos
polos, ocupando en las elecciones del 82 el espacio político que la UCD había dejado al
descubierto, un espacio que representaba un amplio consenso social en absoluto socialista.
En estas circunstancias el PSOE dio un nuevo giro a su discurso, que pasó a descansar en
la propuesta de consolidar la democracia tal y como había sido tipificada en la Constitución y de
modernizar las anquilosadas estructuras del país en un sentido muy genérico y sin mayores
573
alusiones a contenidos socializantes. Los objetivos concretos sancionados en este discurso
consistían en garantizar la primacía del poder civil sobre el militar, en racionalizar la
administración y en vertebrar autonómicamente el Estado sin comprometer su unidad. Otros dos
propósitos declarados fueron el de superar definitivamente la crisis económica mediante el
perfeccionamiento y la innovación del sistema productivo, pero sin violentar el modelo
socioeconómico ni transgredir lo acordado en los Pactos de la Moncloa, y el de consolidar en
cierta forma un Estado de Bienestar, pero descartando aquellos propósitos más ambicioso del
programa socialdemócrata. El horizonte último de este proyecto era el de la europeización del
país, el de la superación de los lastres atávicos de “las dos Españas” y su integración y
homologación a unas nuevas coordenadas geopolíticas. Se trató, en definitiva, del discurso de la
modernización de España. Este discurso realzó los valores de la secularización, la innovación y la
europeización, pero en un contexto de acelerada desideologización y pragmatismo estos valores
terminaron cobrando una expresión más extrema, la del descreimiento, la tecnocracia y el
eurocentrismo.
En este sentido, la nueva orientación del PSOE no fue reductible a la socialdemocracia
por varias razones: porque la aplicación de un programa netamente socialdemócrata hubiera
entrado en contradicción con los intereses de algunos de sus votantes, porque la motivación de la
dirección del partido no fue tanto una ideología definida como el pragmatismo y porque, además,
el contexto de crisis internacional del capitalismo había entrañado también la crisis del paradigma
de la socialdemocracia, configurado al calor de los años dorados del Welfare State. Las
concepciones netamente socialdemócratas se incorporaron en todo caso a las elaboraciones más
doctrinales, pero ni orientaron la práctica de los socialistas ni estuvieron en la centralidad de su
discurso de acceso al gobierno. Y es que esta última etapa de la transición no fue un momento de
grandes y explícitos decálogos ideológicos. No hubo solemnes declaraciones de principios ni
tratados ideológicos más o menos oficiales, y los pocos materiales que se asemejaron a esto
arrastraron incluso parte de la retórica de los primeros años. El cambio ideológico del PSOE se
advirtió sobre todo en las frecuentes declaraciones de sus dirigentes y en algunas de las
elaboraciones de sus intelectuales más relevantes. De este cambio cabe destacar al menos tres
cosas. Si el socialismo fue inicialmente concebido como un objetivo preciso y como la práctica
política orientada a su conquista, ahora el socialismo dejó de remitirse a una meta predefinida
para reducirse a la práctica orientada por unos principios muy genéricos. Los propósitos más
ambiciosos se cifraban en el desarrollo de políticas redistributivas que compensaran los
574
desequilibrios sociales, pero en un tiempo de crisis en el que no se sabía muy bien cómo
financiarlas. Por otra parte, la acción política dejó de teorizarse en dos tiempos, el de la lucha por
los objetivos inmediatos y el de la orientación a las metas ulteriores. Se rompió la dialéctica entre
los programas mínimos y máximos, y las reflexiones, mucho más complejas, se redujeron a las
posibilidades de intervención en un modelo socioeconómico que no se cuestionaba.
El último viraje ideológico del PSOE se expresó en su apuesta por la permanencia en la
OTAN. Este cambio de posicionamiento tuvo una importante carga simbólica, porque la política
de no alineamiento había sido una seña de identidad fuerte de la izquierda en los tiempos del
antifranquismo. La apuesta por la OTAN supuso una nueva vuelta de tuerca en la imposición del
pragmatismo sobre la afirmación de los principios, en la medida que la permanencia se justificó
sobre todo apelando a los intereses materiales inmediatos de la nación. Pero la apuesta por la
permanencia en la OTAN también tuvo un contenido ideológico expreso y concreto. Entre otras
cosas se defendió la permanencia argumentando que ello era una garantía para la deseada
homologación al modelo sociopolítico de sus principales integrantes.
La problemática relación de la izquierda con su doctrina.
Ésta fue sintéticamente la trayectoria que diseñaron a lo largo de la transición las dos
fuerzas más importantes de la denominada izquierda y éstos algunos de los cambios que
experimentaron en sus presupuestos doctrinarios. Los propósitos centrales de este trabajo han
sido los de analizar la relación que la izquierda mantuvo durante la transición con sus doctrinas y
los cambios que experimentó al respecto. En este sentido, en el primer capítulo se planteó la
virtualidad que para ello ofrecía el concepto de ideología. Efectivamente, el concepto de
ideología entraña una extraordinaria polisemia que le confiere al mismo tiempo una versatilidad
tremenda a la hora de dar cuenta de fenómenos complejos, como fueron las cambiantes
concepciones de la izquierda durante la transición. Muchas de las definiciones de que ha sido
objeto la ideología se han constatado en este trabajo como dimensiones de una misma realidad
multifacética, aquella que tiene que ver con cómo se manifestaron los conflictos sociopolíticos de
la transición en el ámbito de los significados, aquella que tiene que ver con cómo se libraron a
nivel simbólico las batallas políticas que condujeron a un cambio de sistema político en España.
575
En ese primer capítulo se planteó igualmente que las ideologías son resultado de la
conjugación de elementos analíticos, por un lado, y prescripciones morales, por otro, y que en esa
combinación de contenido teórico y de compromiso moral radica en buena medida su capacidad
para orientar el comportamiento de los colectivos. Pero de igual modo también se vio que las
ideologías son resultados de tradiciones más o menos longevas que imponen sus inercias en la
elaboración de esa teorías y en la afirmación de esos compromisos. En las ideologías se dan cita,
por tanto, principios morales, teorías políticas y tradiciones culturales, y el propósito de este
trabajo ha sido el de analizar cómo se manifestaron y conjugaron estas dimensiones en la
izquierda durante la transición.
En el caso de los sistemas de valores, de los contenidos éticos, la casuística fue múltiple, y
conoció variaciones importantes a lo largo del proceso. En la transición se invocaron con
frecuencia principios abstractos que condenaban a una práctica inviable, se invocaron preceptos
por razones de cálculo político que iban más allá de los deseos de materializarlos y se descartaron
otros por la creencia, o so pretexto, de su imposibilidad de concreción. La relación de la izquierda
con sus sistemas de valores fue una relación conflictiva que osciló con frecuencia entre la “ética
de los principios” y la “ética de la responsabilidad” - en el sentido weberino de ambas nociones -
, pero que sobre todo cedió en muchos momentos al pragmatismo desaforado. El cambio más
significativo en lo que a esta relación se refiere se produjo en el PSOE, que pasó del tono
marcadamente moralizante de su discurso del tardofranquismo al pragmático lenguaje de su
discurso de gobierno en 1982.
Por otra parte, las ideologías de la izquierda en la transición estuvieron igualmente
conformadas por teorías políticas. Análisis sociológicos, estudios sobre la dinámica económica,
reflexiones acerca del Estado estuvieron presentes en las concepciones del PCE y el PSOE. La
función básica atribuida a estas teorías era la de determinar el sentido y las condiciones de
posibilidad de los proyectos fundamentados éticamente y la de alumbrar las estrategias e
instrumentos para su desarrollo. La relación entre teorías y principios, entre técnica y ética, debía
ser, en opinión de los propios partidos, una relación dialéctica equilibrada y permanente. No
obstante, en el quehacer de la izquierda en la transición se dio con frecuencia una confusión entre
los principios afirmados éticamente y las teorías elaboradas para facilitar su materialización,
cuando no una reducción de la ideología a la técnica. Durante la transición se dio, por ejemplo, la
confusión tanta veces presente en la tradición marxista entre pronósticos y programas, entre
576
pronósticos acerca de lo que sucedería en el futuro y los programas de acción orientados a
construirlo, entre pseudociencia prospectiva y política transformadora.
El eurocomunismo, por ejemplo, en su obsesión por perfilar una estrategia al socialismo
confundió con frecuencia la deducción intelectual de lo que podría suceder en el futuro con los
programas de lucha que el partido debía elaborar para que sucediera lo que, según su escala de
valores, debía suceder. El eurocomunismo funcionó, en palabras irónicas de Manuel Sacristán,
como la “pseudociencia de la estrategia”. Por otra parte, uno de los indicadores del cambio
ideológico del PSOE durante la transición fue la asunción progresiva de una “conciencia
tecnocrática” en la acepción habermasiana de esta expresión. En el discurso de gobierno del
PSOE, en el discurso de la modernización, los problemas del país dejaron de expresarse en
términos de intereses sociales contrapuestos que exigían la toma de partido a fin de ser resueltos
en un sentido u otro, y pasaron a ser concebidos a modo de problemas cuasi resolubles en virtud
de la pericia técnica. El movimiento “desideológico” que diseñó una parte considerable de la
izquierda sociológica durante la transición se expresó en forma de desencanto o cinismo
postmoderno, pero también en la reconversión a esta incipiente “conciencia tecnocrática” que
ahora abanderaban destacados dirigentes del PSOE.
Finalmente, en las ideologías suelen darse formas pautadas de pensamiento, modos
ritualizados a la hora de interpretar la realidad y defender las posiciones. En los colectivos
políticos suele producirse un estilo corporativo en las argumentaciones, donde muchas veces se
asienta, más allá de los contenidos y de los proyectos compartidos, la propia identidad de grupo.
Estos estilos recurrentes de pensamiento, estos esquemas mentales heredados desde los cuales se
ordena la experiencia política, se asientan generalmente en la tradición ideológica y cultural del
partido, y un propósito del trabajo ha sido el de ver precisamente cómo convivió la izquierda con
su tradición en la transición.
El análisis de la relación de la izquierda con respecto a su legado cultural durante la
transición ha sido una preocupación central del trabajo que se ha proyectado especialmente sobre
dos casos: el debate sobre el marxismo en el PSOE y el debate sobre leninismo en el PCE. Estos
dos debates pusieron de manifiesto con extraordinaria nitidez las distintas formas que los partidos
tienen de insertarse en su tradición intelectual y las muchas maneras con que la izquierda puede
dialogar con sus clásicos. Las figuras de Marx y Lenin fueron entonces objeto de múltiples
577
consideraciones: autoridad infalible, icono sentimental, figura ejemplar, fuente de inspiración o
referente caduco, lastre intelectual y contraejemplo moral.
En este sentido, es llamativo que durante el proceso de cambio político que se desarrolló
en España en la segunda mitad de los setenta la izquierda dedicara buena parte de sus esfuerzos a
reflexionar sobre dos figuras lejanas en el tiempo, la una del siglo XIX y la otra de principios del
XX. Pero cuando entonces se habló de Marx o de Lenin no sólo se estaba hablando de Marx o de
Lenin. Marx y Lenin funcionaron, sobre todo, como dos armas arrojadizas en las batallas
políticas de la transición. Las decisiones de abandonar el leninismo y de renunciar al marxismo se
hicieron desde la agitada situación política del momento, fueron gestos con los que proyectar una
nueva imagen más útil para los proyectos inmediatos de la transición. La mirada sobre la
tradición estuvo así más que condicionada por las urgencias del presente. Fue en ese clima
convulso y en apenas unos meses en los que tanto el PCE como el PSOE decidieron poner
distancias o desprenderse de tradiciones de recorrido más o menos amplio. Como se ha visto la
transición funcionó en este sentido como un acicate para distanciarse o romper con la tradición.
Por otra parte, en el primer capítulo se vio cómo las ideologías admiten usos múltiples,
sirven a muchos fines y funcionan con frecuencia como un socorrido recurso táctico. La ideología
es multidimensional, poliédrica, y muchos de sus caras se ponen de manifiesto cuando son objeto
de esos usos pragmáticos. Las ideologías son utilizadas habitualmente para la consecución de
fines distintos a los que prescribe su contenido expreso, dan cobertura simbólica a proyectos que
responden a otras motivaciones y suelen sublimar pasiones, intereses y luchas de poder. A lo
largo del trabajo se ha visto cómo en la transición se pusieron de manifiesto con mucha
frecuencia estas funciones opacas de las ideologías.
Durante el proceso, y sobre todo en sus prolegómenos, la ideología funcionó
frecuentemente como una forma de evasión, como una compensación ideal ante las limitaciones
de la realidad, como un refugio simbólico ante un entorno hostil. La recurrente especulación
acerca de los grandes metaproyectos que se desarrollarían después de la muerte del dictador
funcionó con frecuencia como un consuelo para colectivos políticos que tenían una capacidad de
intervención política muy reducida. Algo de esto había detrás del radicalismo verbal de algunos
sectores del PSOE.
578
La ideología funcionó también en los partidos de la izquierda como un instrumento
mutable en sus cambiantes relaciones de competencia y cooperación con otras fuerzas políticas.
El caso del PSOE fue en este sentido paradigmático. Declararse marxista le sirvió en los
primeros momentos de la transición para identificarse con la dinámica de oposición tan exitosa
del PCE, el partido marxista por excelencia, y para apropiársela en cierta medida. Con ello
intentaba limitar el protagonismo de los comunistas sobre la lucha contra la dictadura y procuraba
darse a sí mismo un protagonismo mayor al que le correspondía. En el mismo sentido, declararse
marxista facilitaba la interlocución con las vanguardias antifranquistas, en la perspectiva de
cooptar a algunos de sus cuadros más influyentes. Del mismo modo declararse marxista permitió
al PSOE rivalizar con el resto de los partidos socialistas nacionales o regionales, en la medida que
eso suponía no ceder terreno ideológico a partidos que precisamente se definían como tales.
Por otra parte, aunque las ideologías son generalmente una incitación a la acción, con
frecuencia suelen cosificarse y reducirse a meras referencias identitarias. En este sentido, el
marxismo del PSOE funcionó más como mera referencia de identificación interna del colectivo
que como concepción rectora de su línea política. El PSOE había salido del franquismo
extremadamente debilitado y bajo el síndrome de la anomia ideológica. Declararse marxista le
sirvió para cubrir por un tiempo esa falta de identidad con una doctrina entonces atractiva para
los militantes y fácil de identificar para la sociedad políticamente más activa.
La racionalización es otra de las funciones opacas más frecuentes de las ideologías. Éstas
suelen funcionar como una argumentación a posteriori para justificar acciones que han
respondido a motivaciones previas difícilmente digeribles para los miembros de un colectivo. La
racionalización no es el motivo previo de una acción, sino su pretexto subsiguiente, su sustituto
simbólicamente digerible. Los casos de los debates identitarios analizados fueron dos buenos
ejemplos de racionalización ideológica, de los muchos que se dieron en la transición. Tanto la
renuncia al marxismo como el abandono del leninismo fueron racionalizados por parte de las
direcciones del PSOE y el PCE respectivamente como resultado de profundas reflexiones
estratégicas, cuando en mayor medida respondieron a motivaciones más prosaicas. De igual
modo - y por poner un ejemplo que se ha analizado - la firma de los Pactos de la Moncloa fue
racionalizada con frecuencia ante la militancia del PCE como un paso consecuente y casi
insalvable en la estrategia eurocomunista de largo alcance, cuando en realidad fue una decisión
579
adoptada no sólo, pero sí fundamentalmente, para lidiar en una coyuntura que se prestaba a la
marginación pública del partido.
En definitiva, el recurso a la racionalización encontró en la transición su caldo de cultivo
óptimo: un proceso de cambio institucional en el que la izquierda - una vez que sus proyectos
iniciales habían salido derrotados- decidió rebajar sus expectativas, acomodarse al nuevo
escenario en construcción y cambiar incluso de objetivos, llevando a rastras por un tiempo los
sistemas de valores, los presupuestos teóricos y la iconografía incubados en la clandestinidad.
Los repentinos virajes tácticos tenían que justificarse todavía de acuerdo con ese universo
ideológico. Se podían acometer giros moderadores a nivel de la praxis, pero ese viraje había que
justificarlo con la vieja retórica radical, explicárselo a los demás e incluso a uno mismo en
términos ideológicos y no puramente pragmáticos.
En otro sentido, los debates sobre el leninismo en el PCE y el marxismo en el PSOE
fueron buenos ejemplos de lo que Jürgen Habermas llama, en alusión a las ideologías, “una
comunicación sistemáticamente deformada”. Los debates en cuestión no se dirimieron en función
de la fuerza del mejor argumento, sino, sobre todo, de realidades extra-argumentales. Se
dirimieron en función de la capacidad de cada grupo para sumar apoyos atendiendo al control que
ejercieron sobre el aparato del partido. Se dirimieron en función de la capacidad de cada grupo
para amplificar su voz en virtud del control que ejercieron sobre la prensa del partido o de la
cobertura que recibieron por parte de los medios afines de masas. Se dirimieron en función de la
autoridad de quien defendió cada posición y de su habilidad retórica. Y se dirimieron también en
función de la capacidad de las direcciones para penalizar formal o sutilmente a los discrepantes.
Por otra parte, la ideología fue utilizada por las direcciones de los partidos para legitimar,
como es obvio, sus respectivas líneas políticas, pero también su posición de poder dentro de la
organización. Como es sabido, las relaciones de poder requieren siempre de una legitimación
ideológica, y en el caso de los partidos ésta legitimación adquiere una especial densidad, en la
medida que los partidos son organizaciones sobreideologizadas. En la transición los dirigentes de
la izquierda explotaron con frecuencia la ideología del partido para regular el antagonismo que
mantenían con sectores hostiles a su autoridad. En este sentido, la ideología sirvió, por ejemplo,
como recurso de seducción hacia sectores tendencialmente díscolos, como cortina de humo para
desviar la atención de asuntos incómodos o como elemento divisorio sobre quienes podían
580
amenazar su preeminencia al frente de la organización. En cuanto a lo primero, en el caso del
PSOE la dirección estimuló en los primeros tiempos el izquierdismo ideológico para evitar el
ataque por ese flanco de los sectores más radicalizados del partido. En cuanto a lo segundo, la
polémica sobre el leninismo logró eclipsar en el IX Congreso el debate sobre el controvertido
papel del partido a comienzos de la transición, los decepcionantes resultados electorales y la
necesidad de renovación en el equipo dirigente. En cuanto a lo tercero, ese mismo debate en
torno al leninismo estableció una división artificial entre quienes pudieron conformar un grupo
crítico al respecto y cuestionar la capacidad y la autoridad de la dirección.
La ideología funcionó también en la transición como una forma de sublimación de
pulsiones fundamentales que no podían ser satisfechas, como una forma de refinamiento en una
concepción especulativa de inclinaciones reprimidas en la práctica. En este sentido, el
eurocomunismo fue una propuesta estratégica bastante optimista de transición al socialismo que
prescribía cada uno de los pasos conducentes al mismo. Pero, ¿estaban entonces las
circunstancias para semejante optimismo? ¿Se daba realmente la posibilidad en esos momentos
de dar esos “saltos hacia adelante”? A este propósito Manuel Sacristán vino a plantear que el
eurocomunismo, lejos de ser una estrategia viable de transición al socialismo, representaba el
último repliegue del movimiento comunista ante la frustración de las expectativas revolucionarias
en los países del capitalismo avanzado allá por los años 20. Para Sacristán, la naturaleza del
eurocomunismo como ideología engañosa se ponía sobre todo de manifiesto cuando se
presentaba como una entusiasta ofensiva que terminaría conduciendo al socialismo. Pero, ¿por
qué fue esto así? Como se ha planteado en el primer apartado el eurocomunismo fue, en tanto que
movimiento real, un movimiento que ante la imposibilidad de abrir en su momento un proceso de
transformación profunda de la sociedad en una perspectiva socialista profundizó en la práctica de
integración plena en las dinámicas políticas de los sistemas liberales. Semejante integración
exigía renunciar a satisfacer la pulsión revolucionaria que se da en toda organización comunista.
Y esa renuncia no se hizo reprimiendo la pulsión, sino sublimándola en una imaginaria estrategia
de transición al socialismo que, para no distar demasiado de la práctica cotidiana, se presentaba
pacífica, gradual e institucional. Y eso fue también, a nuestro juicio, el eurocomunismo: una
renuncia en la práctica a la transformación radical de la sociedad ante la adversidad de las
circunstancias, sublimada, precisamente, en una estrategia retórica de transición gradual al
socialismo, en una concepción especulativa y casi metafísica de transición pacífica al socialismo
que sirvió, además, para justificar una línea política real muy pragmática y moderada.
581
Por último, en la transición se puso igualmente de manifiesto una función que a veces
también desempeñan las ideologías: la de la naturalización y reificación de la vida social. Esto se
puso en cierta forma de manifiesto en algunos aspectos del discurso que llevó al poder a los
socialistas y con el que legitimaron sus primeros años de gobierno. Este discurso, que permitió al
PSOE identificarse con los valores hegemónicos de la España del momento, entrañó una quiebra
de la dimensión utópica del pensamiento socialista y una reificación de las bases estructurales de
la España del momento. No fue tanto que se afirmara expresamente la imposibilidad de cambios
en el modelo socioeconómico y en las relaciones de poder, que a veces también se afirmó, como
que esas mismas reflexiones acerca de la posibilidad o imposibilidad, conveniencia o
inconveniencia, de cambios de base fueron desapareciendo de la actividad intelectual del partido.
Se produjo un cambio en las inquietudes, en los temas a tratar, en las preocupaciones sobre las
que teorizar que se saldó con la expulsión del universo intelectual de las nociones de cambio
revolucionario, transformación radical o salto cualitativo que antes, aunque fuera retóricamente,
habían poblado esos universos. El cambio se produjo no tanto en las respuestas a las preguntas
tradicionales como en el hecho de que dejaran de formularse esas preguntas. La reificación se
produjo no tanto por acción, aunque a veces también, como por omisión, se puso de manifiesto
no tanto en lo que se dijo como los silencios que se guardaron.
Los intelectuales y el cambio ideológico.
El propósito central de la tesis ha sido analizar la relación problemática que la izquierda
mantuvo con su doctrina durante la transición y los cambios que se produjeron en ésta, pero
tratando de analizar, sobre todo, cómo se vivieron ambas cosas en distintos colectivos de los
partidos. Dentro de estos colectivo una caso digno de análisis ha sido el de los intelectuales, pues
no en vano se trató del colectivo precisamente especializado en la reflexión ideológica.
Como se ha visto, en la tradición de estos dos partidos de la izquierda española no habían
abundado los intelectuales, ni se habían producido grandes contribuciones teóricas y doctrinarias.
Fue avanzado el franquismo cuando estos partidos empezaron a intelectualizarse desde el punto
de vista de la composición de sus direcciones, y, sobre todo, desde el punto de vista de la
composición de sus bases, del impulso a los debates ideológicos y de la creación de una
582
infraestructura de pensamiento con la edición de revistas y la constitución de comités asesores,
grupos de estudios y fundaciones culturales. La incorporación significativa de intelectuales a la
izquierda se produjo en el contexto del antifranquismo y estuvo protagonizada sobre todo por las
nuevas generaciones que accedieron a la universidad y en ella entraron en confrontación con la
dictadura. El PCE fue entonces el partido más influyente en la intelectualidad democrática por
razones de distinto tipo y envergadura. Estas razones tuvieron que ver con cambios en el perfil
sociológico y cultural de los propios intelectuales, con el revulsivo que representó para algunos
de ellos la ignominia de la dictadura, con las tendencias científicas y culturales que se daban en
los círculos académicos y, por supuesto, con la propia política de captación, encuadramiento y
dinamización que diseñó el partido.
Avanzada la transición se advirtieron importantes cambios al respecto. En primer lugar, se
produjo una profunda crisis de la militancia intelectual en el PCE. En segundo lugar, se produjo
también una cierta atracción de intelectuales al PSOE, que sin embargo no llegó a alcanzar la
dimensión que tuvo en el caso del partido comunista y que se expresó en formas más laxas de
compromiso. No obstante, la cronología de este fenómeno no resulta fácil de precisar. En el
último tramo de la transición se solaparon ambos procesos: el de la implicación militante de los
intelectuales que venía del pasado y el del distanciamiento político que empezaba a abrirse paso.
Estos cambios se produjeron, entre otras cosas, por la irrupción de nuevas tendencias culturales
que cuestionaban la noción misma de compromiso intelectual; porque muchos intelectuales
dieron por concluido su compromiso cuando se restauraron las libertades; porque otros
padecieron el desencanto por el incumplimiento de objetivos más ambiciosos; porque el propio
PCE cometió el error de desmantelar parte de la estructura sectorial en la que habían encontraron
buen acomodo sus intelectuales; y porque la institucionalización de la política que trajo consigo
la democracia exigió un cambio en las formas de militancia intelectual que no se supo acometer.
Pero, ¿qué papel desempeñaron realmente los intelectuales del PCE en la orientación
ideológica del partido? Como se ha visto, desde los años sesenta el PCE venía reconociendo en
sus documentos la importancia que tenía la lucha teórica e ideológica en el proyecto comunista y
el papel determinante que, en coherencia, debían jugar en él los intelectuales. Pero este
reconocimiento no fue acompañado de una práctica política consecuente. El partido no promovió
lo suficiente el trabajo teórico de los intelectuales, no favoreció la autonomía de éstos cuando
pudieron ejercer ese trabajo, ni los resultados de ese trabajo se tomaron generalmente como
583
referencia para diseñar la línea política. Por el contrario, la dirección se creyó en varias ocasiones
autosuficiente desde el punto de vista teórico e instrumentalizó con frecuencia las elaboraciones
teóricas para justificar a posteriori su línea política. Además el desdén a la teorización, en un
contexto de moderación y pragmatismo, redujo en muchos casos al intelectual comunista a la
condición de mero gestor o de programador técnico de la acción inmediata del partido, por lo que
su contribución en el plano de las ideas fue al final bastante discreta. Estas limitaciones del PCE
tuvieron que ver con su complicada trayectoria histórica: la guerra civil y los largos años de
clandestinidad no favorecieron precisamente el desarrollo de una cultura de incorporación del
trabajo intelectual a la dinámica del partido. En un sentido parecido, la extracción social y
cultural, la mentalidad y la trayectoria del núcleo dirigente tampoco favorecieron el desarrollo de
esta cultura. Finalmente, el tacticismo frenético y el pragmatismo del partido en la transición
obstaculizaron seriamente la consideración de la necesariamente sosegada reflexión teórica a la
hora de diseñar la acción política.
En definitiva, en el caso de los intelectuales se puso de manifiesto una de las
contradicciones que atenazó al PCE durante el franquismo y la transición: su incapacidad para
rentabilizar de puertas adentro los avances realizados de puertas afuera. El partido había
ampliado de manera extraordinaria su influencia sobre los intelectuales, pero no supo
enriquecerse intelectualmente con su aportación.
Todas estas contradicciones relativas a los intelectuales se pusieron particularmente de
manifiesto en el caso del debate sobre el leninismo. En este debate los intelectuales actuaron más
como simples militantes proselitistas o antagonistas de las tesis elaboradas por la dirección que
como referentes de ésta y del conjunto del partido en la campo de la ideas. La mayor parte de
ellos no habían reflexionado previamente sobre el tema y en sus intervenciones se advirtió mucha
improvisación. Muchos de ellos lo que hicieron fue dar empaque teórico a posteriori a una
decisión, la de abandonar el leninismo, que les cogió por sorpresa. Otros, más allá de aportar
razones para el mantenimiento de la definición tradicional, reclamaron que la decisión se
postergara hasta que no se abriera un debate más sosegado y riguroso. Por otra parte, la cuestión
del leninismo dividió a los intelectuales en los mismos términos que al conjunto del partido,
aunque allí donde el debate fue más conflictivo, en el PSUC y en Asturias, muchos intelectuales
jugaron un papel destacado en la oposición a la propuesta oficial.
584
Los posicionamientos en torno a la cuestión del leninismo se dieron entre los
intelectuales, al menos explícitamente, en función del significado que cada uno de ellos atribuyó
al concepto, y el concepto fue considerado al menos de cuatro maneras distintas.
En primer lugar, el leninismo fue definido como una perversión estalinista de las tesis de
Lenin elaborada para legitimar relaciones de poder. Fue considerado como una cosificación
dogmática de las ideas de Lenin orientada a legitimar el modelo soviético y sus intereses de
Estado y como una doctrina concebida para homogeneizar a los partidos comunistas bajo la tutela
político ideológica soviética. En segundo lugar, el leninismo fue entendido como una estrategia
bien perfilada de asalto al poder y transición al socialismo que las nuevas condiciones del
momento habrían vuelto obsoleta. Desde esta perspectiva el leninismo era una teoría desfasada
acerca del partido, el Estado y la revolución que marcaba una senda ya intransitable para los
partidos comunistas. En tercer lugar, el leninismo fue concebido como un método de análisis de
la realidad y una forma de hacer política. El método descansaba en el análisis concreto de la
realidad concreta, siempre atento a la correlación de fuerzas del momento y a los objetivos
revolucionarios últimos. La forma de hacer política se refería a la superación del vacío habitual
entre política inmediata y los objetivos ulteriores. Y en cuarto lugar, el leninismo fue concebido
como una tradición de lucha del movimiento obrero revolucionario que prescribía metas
irrenunciables y señalaba pautas de intervención política todavía útiles. En este sentido, el
leninismo fue entendido como un ejercicio de afirmación de la voluntad revolucionaria frente a la
actitud claudicante de la socialdemocracia y como un forma de intervención política
caracterizada por una mayor capacidad de antagonismo, un mayor sentido internacionalista y un
arraigo más sólido en la clase obrera.
Los partidarios de la supresión del Leninismo reconocieron la aportación metodológica de
Lenin y la vigencia de su voluntad revolucionaria, pero al plantear que ambas cosas no remitían
exclusivamente a éste no dedujeron de ello la necesidad de llamarse leninistas. No obstante, su
motivo fundamental de rechazo partía de la consideración del leninismo como estrategia de
transformación caduca y corrompida al poco tiempo por el estalinismo. Quienes se opusieron al
abandono plantearon que de estos tres argumentos los dos primeros resultaban suficientes para
definirse como leninistas, y que si bien la estrategia esbozada por Lenin había quedado
globalmente desfasada, el leninismo era, más allá de eso, una tradición de lucha del movimiento
585
obrero que inspiraba formas de intervención política aprovechables y opuestas al reformismo
socialdemócrata.
El debate sobre el leninismo sirvió de catalizador de un debate más tangible: el de la
posibilidad de diseñar en esos momentos una estrategia viable de transición al socialismo y, sobre
todo, una práctica política cotidiana consecuente con esa estrategia. Todo ello en un contexto –
conviene recordar – en el que las expectativas revolucionarias no eran para nada halagüeñas. En
ese contexto adverso la pregunta no era tanto el clásico “¿Qué hacer?” de Lenin, como el más
complejo ¿Qué hacer, mientras tanto? ¿Qué hacer desde un partido que se pretendía
revolucionario cuando no se daban las condiciones a corto o medio plazo para iniciar un proceso
de transformación social? El eurocomunismo dio una respuesta explícita a estos interrogantes con
la construcción a nivel teórico de una estrategia al socialismo pacífica y progresiva que
legitimaba, en tanto que supuesto enlace con medidas más ambiciosas, una política inmediata
bastante pragmática. Sin embargo, en opinión de muchos críticos comunistas esta estrategia
padecía numerosas fisuras teóricas, entrañaba demasiados vacíos, resultaba demasiado idealista,
se confundía con la de la socialdemocracia clásica y conducía a una práctica política cotidiana
posibilista que difícilmente podía interpretarse como antesala de ningún camino al socialismo.
Pero, descartada la estrategia concreta del leninismo por obsoleta y la vía del eurocomunismo por
idealista, qué caminos podía recorrer un partido comunista. Estos interrogantes se condensaron en
la breve correspondencia entre Daniel Lacalle y Manuel Sacristán que se ha analizado.
La clave, según Lacalle, radicaba en cómo prefigurar, en el diseño de una estrategia de
largo alcance, una solución de continuidad entre la lucha por los objetivos inmediatos y la lucha
por los objetivos ulteriores. La contestación de Sacristán fue que no creía en las estrategias,
entendidas como prescripción teórica de las soluciones de continuidad entre lo inmediato y lo
ulterior. Lo único posible para Sacristán era afirmar el comunismo como un principio ético-
jurídico a realizar y articular en cada momento mediaciones que deberían implementarse por la
vía del ensayo – error, sin perder de vista los fines últimos y atendiendo a la correlación de
fuerzas. Pero en un contexto en el que la correlación de fuerzas resultaba cada vez más
desalentadora, ¿qué podían hacer concretamente los comunistas? En este sentido, Sacristán
sugirió la necesidad de recorrer nuevos caminos ante la constatación de que los ya recorridos no
conducían muy lejos. Habló de la implicación en los nuevos movimientos sociales ecologistas,
pacifistas y feministas. Habló, por ejemplo, de la importancia de desarrollar una acción política
586
que, sin renunciar al propósito de la toma del poder o la creación de contrapoderes, desarrollara
también formas alternativas de vida cotidiana a pequeña escala como una anticipación del orden
nuevo que se pretendía construir. Y habló también de la necesidad de recuperar el pulso ético del
movimiento buscando una mayor correspondencia entre el decir y el hacer, sin caer por ello en el
mero trabajo testimonial.
En definitiva, los errores que se venían arrastrando del pasado, los límites que habían
evidenciado las distintas estrategias de los pc´s y los profundos cambios socioeconómicos que se
estaban produciendo en el contexto de una nueva reconfiguración del capitalismo exigían una
profunda revisión de la práctica política comunista. Sin embargo, esta revisión no se quiso, no se
supo o no se pudo acometer, en el momento en el que, además, estos partidos, también el español,
disfrutaban todavía de una posición de fuerza considerable.
Las posiciones de los intelectuales del PSOE sobre el marxismo se dieron también en
función del significado que cada uno dio al concepto. Los partidarios de la continuidad lo
concibieron sobre todo como un método de análisis fundamental para desarrollar un proyecto de
emancipación. Los detractores insistieron en el hecho de que muchas de las tesis de Marx se
habían evidenciado a su juicio falsas, o subrayaron las derivaciones generalmente esquemáticas
y dogmáticas a que habían dado lugar su pensamiento. Por otra parte, algunos intelectuales
reflexionaron especialmente sobre la condición marxista del partido, para llegar a dos
conclusiones: que en la tradición del PSOE se advertía la carencia de un pensamiento
propiamente marxista y que el marxismo que atesoraba en esos momentos el partido era un
marxismo incipiente y rudimentario.
Estos análisis realizados por los propios intelectuales socialistas respaldan una idea en la
que se ha insistido en la tesis: que la renuncia expresa al marxismo en 1979 no debe interpretarse
como el sacrificio de la tradición doctrinaria del partido, sino como el sacrificio del referente
teórico ideológico de la lucha antifranquista. Y es que, efectivamente, fue avanzado el
franquismo cuando el marxismo empezó a penetrar en el PSOE de la mano de las nuevas
generaciones de activistas del interior que se habían formado fundamentalmente en las
universidades al calor de las culturas políticas hegemónicas entre las vanguardias antifranquistas.
Por el contrario, fue en la transición cuando el partido se desmarxistizó.
587
Por otra parte, en estos artículos terminó por aflorar el debate de fondo que se estaba
dirimiendo bajo la apariencia de un debate sobre el marxismo, que no era otro que el de la
política a desarrollar en el caso probable de que el partido accediera al gobierno. El contexto en el
que se produjo este debate - y que no obviaron los intelectuales del PSOE - fue el de la crisis
estructural del capitalismo de los años setenta, que había puesto fin al crecimiento económico en
el que los partidos socialdemócratas habían enraizado sus políticas redistributivas siguiendo las
pautas del keynesianismo. Las respuestas ofrecidas a esta situación fueron de distinto tipo y rigor.
Para Luis Gómez Llorente, por ejemplo, había llegado el momento de desarrollar cambios
estructurales en un sentido socialista, si los partidos socialistas no querían verse obligados a
aplicar ellos mismos impopulares medidas de ajuste. Para Ludolfo Paramio estas medidas, que
sólo podían aplicarse sin entrar en contradicción con las bases del capitalismo, eran necesarias
para recuperar el crecimiento económico, pero a su juicio podían gestionarse de tal forma que las
bases sociales del socialismo salieran fortalecidas. Para Maravall, las medidas de ajuste también
eran inevitables, pero podrían conjugarse con un “reformismo fuerte” en ciertos ámbitos que
sirviera para compensar los sacrificios. En definitiva, el primero dio una orientación maximalista
sin mayores precisiones. El segundo racionalizó ideológicamente desde presuntos parámetros
socialistas las medidas de ajuste concebidas para procurar una salida puramente capitalista a la
crisis. Y el tercero intentó reformular sin mucha concreción una nueva forma de política
socialdemócrata en un momento en el que las recetas socialdemócratas recientes eran ya
inviables. El caso es que en estos dos últimos artículos escritos en 1979 estaban contenidas ya
algunas de las ideas motrices de los primeros años de gobierno socialista.
Los militantes de base y el cambio ideológico.
En el Capítulo III se ha pretendido contribuir a la construcción de una historia de la
izquierda desde abajo, que, más allá de las visiones restrictivamente políticas, prestara atención a
sus dimensiones sociales y culturales. En este sentido, se ha tratado de analizar la compleja
relación que los militantes mantuvieron con las cúpulas dirigentes; se ha intentado tipificar su
universo de valores, conocimientos y actitudes y; sobre todo, se ha procurado reconstruir su
horizonte ideológico en el momento en el que lo expresaron de viva voz. Para ello se han
analizado las políticas de formación del militante, algunas encuestas y, especialmente, los
testimonios que dejaron escritos.
588
Como se ha visto, el estudio de las escuelas de formación contribuye a esbozar el perfil
ideológico de los militantes, y especialmente las pretensiones ideologizadoras de las direcciones
sobre éstos. En el caso del PSOE la formación del militante fue una de las acciones que acometió
la nueva dirección conformada en 1972 para sacar al partido de su vida mortecina. Fue entonces
cuando se configuró en el partido un nuevo paradigma ideológico que se expresó nítidamente en
los contenidos formativos. La centralidad de estos contenidos la ocupaba la historia del
movimiento obrero y un marxismo bastante esquemático y rudimentario, concebido como teoría
analítica del capitalismo y como teoría propositiva de la transformación social. Por otra parte, en
el guión formativo socialista se echaban en falta análisis concretos sobre la situación española;
así como la exposición de una línea de actuación en el movimiento de oposición a la dictadura,
algo indicativo en cierta medida de un partido cuya capacidad de intervención política era muy
limitada en aquellos momentos. En definitiva, atendiendo a las presencias y a las ausencias, la
formación del PSOE en estos momentos fue una formación poco funcional, poco política en el
sentido de orientadora de la acción. Se trató de una formación más autorreferencial que
indicativa, más identitaria que práctica, más doctrinaria que operativa, más ideológica que
política.
Este paradigma ideológico construido en el tardofranquismo y difundido oficialmente en
las escuelas de formación se prolongó durante los primeros momentos de la transición, se fue
aliviando en su radicalidad durante los años centrales del proceso y, a partir de la crisis del
XXVIII Congreso de mayo de 1979, entró en un acelerado declive que condujo a su desaparición.
El proceso de moderación ideológica del PSOE fue estimulado por razones contextuales de orden
internacional, por la dinámica política nacional y por los cambios sufridos en la propia
composición sociológica de la militancia. Pero este cambio ideológico se produjo también a
instancias de una dirección que remó denodadamente en el mismo sentido al que empujaban estas
circunstancias. Una dirección que, consciente de que existían lastres procedentes del pasado para
acometer ese viaje, utilizó los instrumentos de formación del partido para reeducar a la militancia
en otro paradigma ideológico. Semejante movimiento se ha advertido después de analizar en la
diacronía las Escuelas Verano que se celebraron durante transición. En este periodo se ha
apreciado cómo la formación del militante fue perdiendo su tono doctrinal genérico en beneficio
de análisis de coyuntura más concretos, cómo se fue especializando y tecnificando, y cómo se
fue, sobre todo, “desideologizando”.
589
El cambio en la política formativa del PSOE fue un indicador del cambio en las
aspiraciones del partido, no en el sentido de que la formación inicial fuera una formación
orientada a educar a los militantes en la lucha inmediata por la transformación social y la del final
de la transición lo fuera para anular este propósito, sino en el sentido de que la formación inicial
cumplió la función de dotar de identidad a un partido poco influyente dentro de una oposición en
buena medida radicalizada con la que tenía que rivalizar, mientras que la formación del final de la
transición fue una formación pensada para un partido que había resuelto sus problemas de
identidad en beneficio de una orientación más o menos socialdemócrata, y que se disponía a
conquistar el gobierno para gestionarlo, en principio, desde esos presupuestos. Como el cambio
de aspiraciones se produjo en poco tiempo, las escuelas de formación funcionaron como un
instrumento importante para reciclar a buena parte de la militancia formada en los valores de un
pasado, de apenas seis o siete años, que ahora se presentaba lejano.
El estudio de la política formativa comunista ha resultado más limitado por problemas de
fuentes. No obstante, el análisis de la documentación del PSUC en el tardofranquismo relativa a
este fenómeno permite sacar algunas conclusiones más o menos extrapolables al conjunto del
PCE. La formación del tardofranquismo, que marcaría fundamentalmente a los militantes de la
transición, se orientó sobre todo a proveer de conocimientos necesarios para la lucha cotidiana
contra la dictadura a activistas que estaban dirigiendo amplios movimientos sociales. La
formación del PSUC-PCE en estos momentos no fue una formación excesivamente doctrinaria, y
fue mucho menos doctrinaria de lo que fue la formación del PSOE en esos momentos. En
resumen se pueden decir varias cosas al respecto.
En primer lugar, en la formación recibida por los militantes comunistas tuvieron un peso
fundamental los análisis concretos sobre la situación económica, social y política española; así
como la transmisión de una línea política definida para intervenir sobre ella. Por el contrario, los
contenidos doctrinarios, aunque siempre presentes de manera significativa, ocuparon un lugar
secundario con respecto a éstos.
En segundo lugar, a lo largo de estos años los contenidos doctrinarios impartidos
generalmente en las escuelas de formación estuvieron bastante petrificados, en contraste con unos
590
análisis sobre la actualidad y una línea de intervención política que habían experimentado una
evolución importante y que habían incorporado elementos novedosos a su formulación.
En tercer lugar, en las escuelas de formación se acostumbró a situar esas teorizaciones
novedosas relativas a los análisis del momento y a la línea política del partido bajo el patronazgo
intelectual de los clásicos, sobre los que, esquemática y a veces dogmáticamente, se hablaba en
los contenidos doctrinarios de la escuela, lo cual contribuye a explicar el rechazo o el
desconcierto que posteriormente generó en muchos la propuesta de abandonar el leninismo
En cuarto lugar, la base doctrinal impartida en las escuelas, las reflexiones teóricos
generales que allí se enseñaron, estuvieron muy por debajo de la base doctrinal que una parte de
la militancia había aprendido informal y a veces hasta formalmente en las universidades, en otros
espacios de la cultura o por su propia cuenta de manera autodidacta, y esta contradicción
alimentaría también las tensiones ideológicas posteriores.
Otra fuente para la reconstrucción de los imaginarios de la militancia de base han sido las
encuestas realizadas por la dirección socialista en 1980. Estas encuestas constataron la existencia
de tres prototipos de militante, muy condicionados por el momento de ingreso en la formación.
Por un lado, los militantes veteranos, no muy numerosos, formados política e ideológicamente en
los tiempos de la II República y la Guerra Civil, sujetos generalmente a los imaginarios de
aquellos agitados momentos, con un sentido muy fuerte de pertenencia al partido y con una
capacidad de intervención política limitada por razones obvias. Por otra parte, estaban los
militantes que ingresaron en el tardofranquismo y los primeros años de la transición, con un
grado de compromiso muy fuerte, con unos niveles formativos por encima de la media y con un
perfil ideológico intenso y bastante izquierdista. Finalmente estaban los militantes ingresados tras
la instauración de las libertades, con un sentido del compromiso más laxo, un nivel formativo
más precario y un perfil ideológico más tenue y moderado. Como se ha visto, la moderación del
PSOE tuvo que ver mucho con el acelerado reemplazo como grupo mayoritario de los militantes
del antifranquismo por aquellos que de forma masiva ingresaron en el partido tras los buenos
resultados de las primeras legislativas.
Las cartas que los militantes escribieron con motivo de las polémicas identitarias han sido,
de todas las utilizadas, la fuente más interesante y fidedigna para contribuir a la reconstrucción de
591
su horizonte ideológico. Los análisis de las cartas de los militantes han permitido ver cómo éstos
trataron de dar sentido a su compromiso en el plano de los significados, de manera simbólica, a
nivel ideológico. Los debates identitarios en torno al marxismo y el leninismo en los que hemos
focalizado la atención fueron un revulsivo para muchas de las bases que habían visto decrecer su
actividad en la etapa del consenso, y reflejaron formas de implicación intensa en la vida de
partido que hundían sus raíces en la cultura militante del antifranquismo. Los debates sobre la
renuncia al leninismo y el abandono del marxismo reflejaron la pervivencia de ese modelo de
implicación intensa en un tiempo en el que, sin embargo, ya se estaba aliviando el sentido del
compromiso partidario en beneficio de una concepción profesionalizada de la política.
En el caso del PSOE los posicionamientos concretos sobre la cuestión del marxismo
dependieron también del significado que cada cual dio a este concepto. No obstante, la mayoría
de los militantes de base que se declaraban marxistas no hicieron una consideración teórica o
academicista del marxismo. Para ellos el marxismo representaba sobre todo una garantía de
autenticidad socialista y de apuesta por una finalidad, por un modelo de sociedad alternativo. El
concepto de marxismo tenía para algunos militantes, especialmente para aquellos cuya formación
intelectual era básica, un sentido más simbólico que teórico-doctrinal, y estaba tan arraigado en
su imaginario como suelen estarlo los símbolos, en tanto que elementos fundamentales en la
constitución de una identidad.
La mayor parte de quienes defendieron el mantenimiento del marxismo lo hicieron desde
los parámetros ideológicos que constituyeron el paradigma que hemos denominado del
antifranquismo. Fue una prueba de que la herencia ideológica de esta etapa vivida con tanta
intensidad seguía pesando en el PSOE a la altura de 1979. No obstante, este paradigma
ideológico no era ni mucho menos hegemónico en el partido, por más que hiciera oír su voz
durante la crisis de 1979. El conflicto ideológico que se vivió no fue simplemente un conflicto
entre unas bases radicalizadas y una dirección que aspirase a moderarlas, sino un conflicto entre
diversas tendencias, más moderadas unas y más radicalizadas otras, que se daban en el propio
seno de la militancia socialista, y que fue estimulado por la dirección en un sentido que, por
supuesto, apuntaba a la moderación del conjunto del partido. Tanto es así que en las cartas de la
militancia se han constado actitudes frecuentes orientadas a sofocar un radicalismo que se
consideraba disfuncional para los objetivos a perseguir, o a desprenderse de esquemas
ideológicos que se consideraban asfixiantes por sus niveles de exigencia o retóricos por su
592
inviabilidad. Finalmente, en esta discusión tan apasionada también hubo militantes que se
sintieron fuera de juego o que consideraron que la discusión era, por abstrusa, gratuita y
paralizante.
El debate sobre el leninismo produjo una agitación inusual entre los militantes del PCE.
Aunque la tesis XV fue aprobada en el IX congreso, el conjunto de la militancia no aceptó sin
más la propuesta de redefinición ideológica. De hecho, fue la primera vez en mucho tiempo que
una iniciativa de la dirección suscitó un amplio, aunque minoritario, rechazo. Sin negar la
sintonía de muchos militantes con el espíritu revisionista de la dirección, lo cierto es que la nueva
definición del partido logró imponerse también por el prestigio del que todavía gozaba Santiago
Carrillo, porque el aparato movilizó todas sus energías para sacar adelante su propuesta y porque
en el PCE no había arraigado del todo una cultura de discrepancia natural con las iniciativas que
venían de arriba. Por otra parte, la oposición a la propuesta oficial fue más amplia y apasionada
en aquellas organizaciones regionales o nacionales más fuertes y experimentadas, como Cataluña,
Asturias y, en menor medida, Madrid y Valencia. Organizaciones donde los mecanismos de
poder de la dirección central estaban algo más limitados.
En el caso del PCE los posicionamientos a propósito de la propuesta oficial de abandono
del leninismo también se dieron entre los militantes en función del significado que cada cuál tenía
del concepto. Pero más allá de su consideración como una teoría sustantiva, o como un método
de análisis o como el reconocimiento a una trayectoria o como la afirmación de una finalidad, el
leninismo era para muchos un elemento identitario, muy arraigado en una tradición donde la
identidad se afirmaba en torno a acontecimientos fundacionales y figuras emblemáticas y
ejemplares. En este sentido, la revolución rusa, en tanto que acontecimiento fundacional, y Lenin,
como su figura emblemática, eran las dos caras de un mismo referente identitario esencial. Desde
estas claves se entiende el impacto que para muchos militantes, especialmente para algunos de los
más veteranos, tuvo la propuesta de desestimación del leninismo. De igual modo, el fuerte
sentido de la historia que se tenía en un partido como el PCE redundó en beneficio del impacto
que para esta parte de la militancia tuvo una decisión que remitía a la trayectoria histórica del
partido. Y es que en la tradición comunista el pasado se consideraba una fuente de legitimación
de la acción política presente, y la acción política presente una acción que debía rendir justicia a
esa pasado de luchas y sacrificios y que debía estar orientada, al mismo tiempo, a redimirlo.
Renunciar al leninismo significó para algunos no sólo renunciar a los orígenes del movimiento
593
comunista, sino a toda una trayectoria de lucha y sacrificios que había enarbolado esa bandera
ideológica. El debate cobró por ello en algunos casos un tono bastante dramático, porque se
trataba de un partido cuya historia estaba llena de episodios de sacrificio y sufrimiento.
En las cartas analizadas se puso de manifiesto que los partidarios del leninismo fueron
más activos en la defensa de sus posiciones, pero ello no logró ocultar que fueron amplia mayoría
los militantes que al final se pronunciaron a favor de la desestimación del concepto. Las razones
que movilizaron en las cartas fueron de distinto tipo, pero la más recurrente fue la que subrayaba
la caducidad de las principales tesis leninistas, superadas a juicio de muchos de estos militantes,
por las nuevas formulaciones que el propio partido venía realizando desde los últimos años.
Finalmente, hubo una parte de la militancia que cuestionó el sentido y la oportunidad del
debate. Para muchos afiliados se trató de una discusión abstrusa y academicista que estaba
absorbiendo mucha energía militante y paralizando el trabajo social de la organización, de un
debate ensimismado y metaideológico que generaba división y alejaba al parido de su activismo.
Otros lo consideraron un debate mal planteado de antemano y falseado en su desarrollo. Estos
denunciaron que el debate sobre el leninismo estaba desplazando la atención de otros asuntos más
acuciantes, cuando no que el debate había sido concebido expresamente para eso.
Las cartas enviadas a Mundo Obrero dan cuenta en su conjunto de una actitud
antidogmática bastante generalizada entre la militancia, que incluyó tanto a partidarios de la
desestimación del leninismo como a partidarios de su continuidad. Y es que ni quienes
respaldaron el abandono del leninismo manifestaron en todos los casos una actitud renovadora, ni
quienes se opusieron lo hicieron siempre desde posiciones nostálgicas y conservadoras. Las
cartas pusieron de manifiesto cómo habían sido interiorizadas por los militantes buena parte de
las teorizaciones que el PCE venía realizado desde los años sesenta, especialmente las relativas a
la vía pluralista al socialismo. En este sentido, se constató, más allá de algunas resistencias, cómo
la vieja consideración instrumental de la democracia liberal había sido reemplazada por una
concepción más compleja que aspiraba a la socialización completa del poder, pero que entendía
imprescindible para ello la preservación de buena parte de los mecanismos y del entramado
institucional de los sistemas parlamentarios. Desde estos parámetros se entiende la actitud de los
comunistas españoles hacia la Unión Soviética, una actitud a la que tanta alusión se hizo en las
batallas ideológicas de la transición. Estas actitudes, como se puso de manifiesto en las cartas, se
594
dieron en una gradación que fue de la adhesión incondicional a la apuesta abierta por la ruptura y
la desaprobación. Para la mayoría, sin embrago, la Unión Soviética representaba un modelo de
socialismo muy limitado y contradictorio, resultante de las duras condiciones en las que se gestó:
un modelo escasamente democrático y muy distinto al modelo de socialismo que pretendían para
España. Y desde esta consideración apostaron por un prudente distanciamiento no beligerante.
El cambio ideológico en los medios de comunicación.
Los medios de comunicación ha sido también un objeto preferente de estudio en este
trabajo, porque su impacto en la trayectoria ideológica de la izquierda fue importante. La
transición política fue un proceso de confrontación y transacción de concepciones ideológicas
formalizadas en una pluralidad de discursos. Los medios de comunicación fueron el cauce por el
que discurrieron buena parte de los discursos de la transición y una plataforma desde la cual se
amplificaron unos frente a otros. Los medios fueron determinantes en la proyección social que
durante el proceso de cambio tuvieron las propuestas ideológicas de los partidos políticos de la
izquierda. Pero además de ser un cauce a través del cual discurrieron discursos ajenos, fueron,
sobre todo, instituciones generadoras de discursos propios. Durante la transición los medios
sostuvieron un discurso propio acerca del proceso de cambio y acerca del papel que en él estaban
desempeñando los partidos de la izquierda que condicionó de manera importante tanto el curso
del proceso como la orientación de estas formaciones políticas.
Con la instauración de las libertades se configuró en España un importante entramado
mediático cuya capacidad de influencia se dejó sentir a lo largo del proceso. Se construyó en
España un nuevo espacio público en el que la influencia de los medios fue mayor a medida que
perdieron fuerza otras formas directas de socialización política desarrolladas con mucho esfuerzo
por la oposición democrática. En la transición se experimentó un cierto proceso de virtualización
de la política, por el cual ésta se trasvasó en cierta medida de la lucha social al debate mediático,
lo cual fue tremendamente desfavorable para las opciones que, como el PCE, habían enraizado su
influencia en el conflicto social e intervinieron en la transición sin contar con el beneficio de
grandes referentes mediáticos. La historia del declive del PCE en la transición debe explicarse
atendiendo a su falta de referentes mediatos de masas. Pero también a partir de la progresiva
desintegración de muchos de los espacios de socialización que había levantado durante la
595
clandestinidad, de su incapacidad para mantener formas no mediadas de relación con la sociedad
en un contexto en el que esta relación pasó a estar fundamentalmente mediada por medios
hostiles.
Por otra parte, la construcción de este nuevo espacio público modelado por los medios de
comunicación modificó las formas de hacer política, y condicionó también la propia reflexión
ideológica de los partidos de la izquierda. En este sentido, qué duda cabe que la propuesta de
renunciar al marxismo de Felipe González y la iniciativa de abandonar el leninismo de Santiago
Carrillo fueron concebidas en gran medida como golpes de efecto mediático. La fuerza que
cobraron en poco tiempo los medios contribuyó a que los partidos utilizaran los cambios
ideológicos como un recurso propagandístico más.
Los medios pasaron a mediatizar de forma considerable la relación de los partidos con la
sociedad y ello favoreció extraordinariamente a aquellas opciones cuyo discurso entroncaba con
el de los medios, penalizando a aquellas otras que sostuvieron planteamientos divergentes. Los
medios hicieron suyos, con matices importantes, el discurso del consenso que presidió la etapa
central de la transición, hasta el punto de que el consenso se convirtió en la ideología
cotidianamente difundida a través de la presa, la radio y la televisión. Las opciones que quedaron
al margen del consenso no encontraron acomodo en los principales medios del país. Los
proyectos alternativos de estas opciones sí se expusieron, a diferencia de lo que sucedía en el
franquismo, en la prensa de masas, pero no se expresaron a través de ésta. Lo paradójico de la
transición a nivel comunicacional es que los idearios que mayoritariamente habían informado el
movimiento social de oposición a la dictadura en la clandestinidad no fueron asumidos en la
incipiente democracia por ninguno de los periódicos de gran tirada del país, y cuando en algún
momento amenazaron con cobrar protagonismo para transgredir los límites del consenso fueron
duramente penalizados desde estos periódicos.
En definitiva, los medios de comunicación condicionaron tanto las propuestas públicas
como los debates internos de los dos principales partidos de la autodenominada izquierda
española y fueron fundamentales para la proyección social de sus propuestas. La actitud de los
medios hacia estas dos formaciones contribuyó en cierta medida al desigual respaldo electoral
que obtuvieron, y la actitud de estos medios favoreció el proceso de moderación ideológica que
en sendos casos logró imponerse.
596
Todas estas cuestiones se pusieron particularmente de manifiesto en la cobertura que
recibieron los debates sobre el marxismo en el PSOE y el leninismo en el PCE por parte de la
prensa, que han sido objeto central de análisis. La intervención de la prensa en la crisis del PSOE
se desarrolló en tres tiempos. Primero, cuando Felipe González anunció públicamente que
propondría la supresión del marxismo de la definición del partido, la prensa en su conjunto valoró
de manera positiva, pero distante, la propuesta. Después, cuando en el XXVIII Congreso la
dirección salió ideológicamente derrotada, todos los periódicos arremetieron de forma virulenta
contra los críticos, y acudieron de manera vehemente e incondicional en auxilio de los
dimisionarios. Finalmente, una vez que las aguas volvieron a su cauce en el Congreso
Extraordinario, cada periódico analizado regresó a sus posiciones anteriores de mayor, menor o
nula sintonía con el partido de González.
La defensa del marxismo que salió victoriosa en el XXVIII Congreso del PSOE fue un
catalizador del malestar de muchos militantes por el curso que estaba siguiendo el proceso de
cambio político. Por ello los periódicos concibieron la crisis como un desafío a la viabilidad del
modelo de transición que se estaba consolidando, y corrieron, con independencia de su perfil
ideológico, en auxilio del sector encabezado por González. El distanciamiento relativo con que
abordaron hasta entonces la polémica se tornó en una implicación apasionada más propia de la
prensa de partido.
La intervención de los medios se desarrolló en tres niveles. En primer lugar, y en virtud de
la imagen que de él construyeron y difundieron los medios de comunicación, González
reapareció ante la opinión pública como el prototipo de político honesto dispuesto a renunciar por
firmes convicciones éticas a su puesto de responsabilidad. En segundo lugar, los críticos fueron
objeto de escarnio público en la prensa, apareciendo como un grupo de irresponsables que había
generado una crisis de envergadura en el principal partido de la oposición, una crisis que
amenazaba además con extenderse a todo el país. Y en tercer y último lugar, las ideas defendidas
por los críticos fueron, en tanto trascendieron los límites del consenso, desprestigiadas e incluso
identificadas con planteamientos antidemocráticos.
Atendiendo a esto último, la disyuntiva marxismo sí o marxismo no, que en la práctica no
era sino una disyuntiva entre socialismo y socialdemocracia, se traspuso en algunos de los
597
periódicos que no venían de un pasado precisamente democrático como una polémica en torno a
la aceptación o no aceptación de la democracia en su acepción más básica. La disyuntiva entre
marxismo y no marxismo del PSOE se traspuso en periódicos como ABC y La Vanguardia como
una disyuntiva maniquea entre el Socialismo Real y la democracia realmente existente en España,
en virtud de la identificación que hicieron entre marxismo y totalitarismo. Por otra parte, estos
periódicos hicieron uso frecuente de la memoria histórica de la Guerra Civil. Para ABC y La
Vanguardia aquellos que no se atuvieran a los consensos de la transición y apelaran a los
proyectos históricos de transformación social serían responsables ante la opinión pública de
alentar los viejos enfrentamientos fratricidas que, a su juicio, el intento de implantación de esos
proyectos provocó en el pasado.
En otro sentido, la disyuntiva marxismo sí o marxismo no del PSOE se reprodujo en El
País como una disyuntiva entre la sujeción a una concepción agotada que remitían al pasado o la
apertura a planteamientos novedosos y modernos. El descrédito intelectual de los críticos fue
sobre todo la estrategia que desplegó el periódico más intelectualizado de la transición: las
concepciones ideológicas de los críticos fueron tachados por El País de inconsistentes, obsoletas,
inviables y pueriles. La actitud de El País fue también elocuente de cómo desde el discurso
dominante en la transición se penalizó tanto el franquismo como el antifranquismo, hasta el punto
de presentar a este como un subproducto de aquel. A juicio del periódico las concepciones de los
críticos no merecían mucho crédito, porque recordaban demasiado al tono de las asambleas
estudiantiles antifranquistas.
Dos cuestiones se pusieron de manifiesto en el caso de los periódicos analizados que
cubrieron los debates del PCE: la falta de afinidad de todos ellos hacia el partido de Carrillo y el
hecho de que ninguno diera credibilidad al cambio de imagen que pretendía imponer el Secretario
General. El discurso de ABC a propósito del PCE tuvo tres ejes fundamentales. En primer lugar,
el diario conservador se afanó por presentar ante la opinión pública al partido como una amenaza
para el orden público y la convivencia democrática. En segundo lugar, la actitud de ABC
consistió en negar constante y abiertamente la condición democrática del PCE y en presentarlo
como un partido tutelado políticamente por la URSS. Por último, ABC hizo también un uso de la
memoria histórica perjudicial para el PCE. Pese a la Política de Reconciliación Nacional de 1956,
el PCE seguía siendo para ABC el partido de la Guerra Civil, un partido amenazante, cuya sola
presencia alentaba los viejos odios fratricidas. El discurso de ABC fue de un anticomunismo
598
propio de los años más duros de la Guerra Fría. Para ABC el PCE era el viejo lobo conflictivo,
totalitario, prosoviético y guerracivilista disfrazado de cordero eurocomunista.
La actitud de Diario 16 hacia el PCE no fue nada entusiasta. El periódico mantuvo un
distanciamiento crítico, en ocasiones alterado por muestras más vehementes de oposición
expresadas a través de sus colaboradores. Dos fueron las líneas maestras del discurso de Diario
16. La primera, la denuncia del excesivo poder acumulado por Santiago Carrillo al frente del
partido y la interpretación última del congreso como una operación orientada a acrecentarlo. La
segunda, que el eurocomunismo no podía considerarse una propuesta política sólida por sus
lagunas teóricas, por sus ambigüedades al respecto de algunas cuestiones relacionadas con las
libertades en el modelo de transición al socialismo y en la sociedad socialistas y, sobre todo, por
los escasos respaldos internacionales e incluso nacionales que tenía.
Pero la actitud más perniciosa para el PCE fue la de El País, por cuanto se trataba del
periódico nacional de gran tirada más leído por militantes y simpatizantes comunistas. Para El
País el PCE era un partido obsoleto, caduco y anquilosado que no respondía a las avanzadas
tendencias de la sociedad española y que tiraba de esta hacia el pasado. En este sentido, El País
se preocupó especialmente por asociar al PCE con el trágico recuerdo de la Guerra Civil. Del
mismo modo el rotativo presentó al PCE como un partido autoritario en su funcionamiento
interno, y por eso mismo de dudosa credibilidad en tanto que portador de un proyecto para la
democratización de la sociedad. Desde esta perspectiva, la última clave del discurso de El País
consistió en reducir los cambios ideológicos impulsados por la dirección del PCE a meros gestos
propagandísticos motivados por el más puro interés electoral.
En definitiva, el deseo irrefrenable del PCE de proyectar una imagen más mesurada y
digerible para amplios sectores sociales, que tanto condicionó su práctica política y su evolución
ideológica, difícilmente podía ser satisfecho con este escenario mediático. En este sentido, llama
la atención que el partido insistiera de manera obsesiva en escenificar mediáticamente unos
cambios que generaban tensiones internas y en algunos casos hipotecaban su acción y autonomía
cuando además estos cambios eran, con independencia de su autenticidad o no, insistentemente
desacreditados por la prensa.
599
Los factores del cambio ideológico.
Durante la transición la izquierda experimentó un acusado y vertiginoso cambio en sus
planteamientos ideológicos. El PSOE pasó de la afirmación retórica de un socialismo de
influencias marxistas a sostener postulados que se movieron a caballo entre la socialdemocracia y
el liberalismo social. El PCE abandonó la ortodoxia del marxismo – leninismo de influencia
soviética para abrazar un fenómeno, el del eurocomunismo, que entró en bancarrota al final de la
transición. Los hitos fundamentales, los principales puntos de inflexión, de sendos procesos de
cambio fueron la desestimación por parte del PSOE de su definición como partido marxista y el
abandono por parte del PCE de su definición leninista. Uno de los propósitos centrales del trabajo
ha consistido en explicar qué factores favorecieron semejante mutación ideológica. En este
sentido, se ha planteado que la transformación ideológica fue resultado de una multiplicidad de
factores que cabe agrupar en tres planos: el de las bases estructurales que remitían al contexto
internacional, el de la dinámica política de la transición y el de la composición y vida interna de
los partidos. La tesis que aquí se ha sostenido es que cada uno de estos planos fue un acicate para
la moderación o la desnaturaliación ideológicas de la izquierda, y que la suma y la interrelación
de los tres amplificaron los efectos de cada uno de ellos. En definitiva, esta convergencia es la
que explica que el transformismo fuera tan intenso y acelerado.
El acusado cambio ideológico que experimentó la izquierda durante la transición estuvo
en gran medida motivado por un verdadero cambio de ciclo histórico que transcendió, pero que al
mismo tiempo acompañó y condicionó, al proceso de cambio político español. Buena parte de las
variaciones ideológicas y reconfiguraciones programáticas de la izquierda española tuvieron
como trasfondo la quiebra de todo un modelo económico, social y cultural que se había
desplegado - con variaciones importantes, distintas intensidades y ritmos diferentes - en los
países de la Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial. La cesura entre este
modelo y el que estaba por venir fue la crisis estructural del capitalismo de mediados de los
setenta, cuyo primer detonante fue la convulsión energética de 1973. Todo un marco de
referencia en el que las distintas izquierdas europeas, incluidas las españolas, habían tejido sus
identidades y trazado sus líneas programáticas, sufrió una importante sacudida en el momento en
el que precisamente se estaba construyendo en España el nuevo sistema parlamentario.
600
Este escenario internacional europeo, que terminó entrando en crisis, se configuró al calor
de un intenso, continuado y prolongado proceso de crecimiento económico. En la base de dicho
crecimiento se encontraba un modelo de producción capitalista concreto: el denominado modelo
fordista, que gestionado generalmente bajo los principios del Keynesiasimo había favorecido en
muchos países la edificación del Estado de Bienestar. Este modelo de acumulación capitalista,
basado en la producción en serie en grandes unidades de trabajo, la generalización del consumo
entre los sectores populares y la intervención del Estado como instancia reguladora e
incentivadora de la actividad económica, trajo consigo un modelo de sociedad determinado,
configurado también por la naturaleza específica de los sistemas políticos de cada país. Un
modelo de sociedad caracterizado por unas tasas de explotación elevadas, pero también por unos
niveles de empleo bastante altos, por una mayor estabilidad laboral, un cierto incremento salarial,
la expansión del consumo, y, en el caso de determinados países, una cobertura social amplia. Esto
último dependió, sobre todo, de la dinámica política de cada país. Allí donde gobernaron fuerzas
socialdemócratas o donde el empuje del movimiento obrero fue importante los programas
sociales fueron más ambiciosos. El caso es que fue en este contexto en el que se forjaron
ideológica, política y programáticamente las izquierdas. El intenso crecimiento económico
permitió a los partidos socialdemócratas utilizar los beneficios para desarrollar sus políticas
redistributivas, pero también para que otras formaciones situadas más a la izquierda, como
algunos de los más importantes partidos comunistas, presionaran para que estas políticas se
intensificasen o las gestionaran ellos mismo a nivel municipal. Pero más allá de la acción
gubernamental inmediata fue en este modelo de sociedad en el que las izquierdas definieron su
horizonte de expectativas, su dinámica política y sus prácticas cotidianas de lucha, y donde, en
definitiva, se consolidaron y fortalecieron. Este escenario permitió la conformación de una clase
obrera amplia y en aumento que, pese a su heterogeneidad, se constituyó en una colectividad
políticamente operativa, al calor, sobre todo, de una conflictividad social importante que les
permitió obtener mejoras significativas. Y esta clase obrera fue el sujeto fundamental de la
política de los principales partidos comunistas europeos, y esta conflictividad, una variable
fundamental de su dinámica política.
España se insertaba en este contexto, pero difería extraordinariamente de la realidad de la
mayoría de los países europeos por la propia naturaleza del régimen. En España, aunque con
posterioridad y a un ritmo distinto, también se produjo un crecimiento económico intensísimo,
601
conforme a patrones parecidos y con efectos sociales similares. Fueron esos cambios sociales,
como se vio en el primer capítulo, los que generaron las condiciones de posibilidad para que las
organizaciones de la izquierda, con el PCE a la cabeza, desarrollaran una potente acción de
desgaste de la dictadura. No obstante, qué duda cabe, la situación en España era muy distinta. En
primer lugar, las condiciones de trabajo eran, atendiendo a todas sus variables, mucho más
severas que las de sus vecinos europeos democráticos. En segundo lugar, en España, pese al
desarrollo de ciertas políticas sociales resultantes de la presión de los trabajadores, no se llegó a
conformar en sentido estricto ningún Estado de Bienestar. Y en tercer lugar, la naturaleza
antidemocrática y represiva de la dictadura, impidieron que las organizaciones de la izquierda
pudieran enraizar socialmente con la misma solidez con que lo hicieron, por ejemplo, en Francia
e Italia y que el movimiento obrero en su conjunto pudiera madurar en los mismos términos que
en los países vecinos. En este sentido, las expectativas que las distintas tendencias de la izquierda
tenían sobre un proceso democratizador eran muchas. La instauración de las libertades podría
suponer un cambio en la correlación de fuerzas que serviría para desarrollar en España un potente
Estado de Bienestar, para que mejorasen las condiciones de lucha en la perspectiva de ampliar la
influencia social del movimiento obrero o para conquistar nuevas posiciones de poder desde las
cuales plantearse, de acuerdo con los esquemas progresivos analizados, nuevos avances. En
definitiva, en el paso a la democracia se cifraban tanto los programas socialdemócratas como los
proyectos progresivos de la izquierda más combativa. Era en este contexto internacional y en la
esperanza de romper con la dictadura nacional en los que se cifraban buena parte de las
perspectivas políticas del PSOE y el PCE.
Pero este escenario en el que la izquierda había enraizado socialmente, en el que había
desarrollado su dinámica política y en el que había definido sus expectativas se vino abajo justo
en el momento en el que en España se estaba construyendo el nuevo sistema político. La crisis
económica que eclosionó a partir de la subida de los precios del petróleo en 1973 puso en primer
término fin al crecimiento económico. Sus efectos inmediatos se expresaron en términos de
incremento de la inflación y despidos masivos. Pérdida de poder adquisitivo o desempleo fueron
los dos ejes entre los que se movieron desde los primeros momentos los sectores populares. El fin
del crecimiento económico cerró por lo pronto la posibilidad y la expectativa de desarrollar en
España el programa socialdemócrata tal como se había dado en Europa hasta entonces. A falta de
beneficios no se podrían desarrollar políticas redistributivas de la manera a como se había hecho
hasta entonces, con una fiscalidad progresiva, pero limitada, y sin modificar las relaciones
602
propiedad. Este contexto explica en buena medida el acelerado proceso de moderación ideológica
del PSOE, cuando sus expectativas de ocupar el gobierno empezaron a estar justificadas. Como
se vio en el capítulo de los intelectuales y al analizar el discurso de la modernización, en el PSOE
se llegó a la conclusión de que las medidas de ajuste y austeridad serían imprescindibles, cuando
menos para volver a una etapa de crecimiento en la que luego ya se podría pensar en retomar el
programa socialdemócrata. Los cambios ideológicos estuvieron motivados en gran medida por la
necesidad de legitimar y racionalizar esta futura acción de gobierno. La crisis fue, por tanto, un
importante factor de moderación ideológica en el PSOE. No obstante, la salida que finalmente se
le dio a la crisis no permitiría la vuelta atrás. El recetario neoliberal que se impuso (regresión
fiscal, recortes sociales, privatización del sector público, contracción del Estado) no fue
concebido como una medida coyuntural para volver a los tiempos del Keynesianismo, sino para
procurar una verdadera refundación del capitalismo. El PSOE accedió al gobierno en los años en
los que se empezó a imponer este paradigma económico en todo el mundo occidental y asumió,
con matices, esa disciplina, guiado generalmente por el pragmatismo, pero a veces también
participando de algunos aspectos de su ideología.
La crisis económica tuvo efectos brutales para el PCE, que se expresaron también a nivel
ideológico. Aunque de manera menos pronunciada que en el caso del PSOE la crisis funcionó en
algunos momentos como un factor de moderación para el partido de Santiago Carrillo. Detrás de
la firma de los Pactos de la Moncloa había, como se ha visto, muchas razones de carácter táctico,
pero también la sujeción a unas medidas que se entendieron inevitables para recuperar la senda
del crecimiento económico, desde el cual situarse en una mejor posición para desarrollar las
acciones prescritas en sus grandes estrategias. No obstante, los efectos de la crisis fueron en este
sentido ambivalentes. En muchos casos, como se ha visto, la crisis radicalizó también los
posicionamientos de buena parte de los militantes que estaban sufriendo sus estragos y que
exigieron una acción más contundente de la dirección. Pero más allá de eso, la crisis y la salida
que se le dio a la crisis sacudieron los cimientos sobre los que descansaba la consistencia del
PCE. Las modificaciones en las formas de organización del trabajo, los cambios consecuentes en
la composición sociológica de la clase obrera y las variaciones culturales que trajeron consigo la
imposición de un nuevo modelo social exigían una revisión de toda la práctica comunista que no
se supo acometer o que no llegó ni a concebirse. Todo ello tuvo que ver también con la
desestimación formal del eurocomunismo a principios de los ochenta. Ya entonces se estaban
sentando las bases para una nueva etapa de internacionalización del capital, deslocalización de
603
los procesos productivos, desregulación de los mercados, preponderancia de las grandes
multinacionales y devaluación del papel económico del Estado. En definitiva, una serie de
transformaciones que acelerarían el envejecimiento de la propuesta eurocomunista, en tanto que
vía nacional al socialismo que sobredimensionaba las posibilidades ofrecidas por el Estado. El
eurocomunismo fue una propuesta elaborada en un tiempo de transición entre dos modelos
productivos, que sin embargo no fue capaz de captar el sentido de los cambios que se avecinaban.
El eurocomunismo fue una estrategia de transición al socialismo elaborada para un escenario
entonces aparentemente vigoroso, pero cuando ya apuntaba a su declive.
Sin embargo, más allá del contexto internacional, de ese trasfondo de crisis estructural del
marco de referencia tradicional de la izquierda europea, el acelerado y en muchos momentos
convulso cambio ideológico de la izquierda española durante la transición tuvo que ver con la
propia dinámica del proceso de cambio político. Lo que en este trabajo se ha venido sosteniendo
es que tanto la forma como los contenidos que cobró la transición fueron un acicate constante
para la mesura y en muchos casos para la desnaturalización ideológicas de la izquierda. Como se
ha visto, la transición fue un acelerado proceso de desmantelamiento y reemplazo simultáneo del
sistema institucional franquista, que provocó sucesivos e importantes cambios de posición de los
distintos partidos a medida que el nuevo sistema se iba configurando y su antecesor se extinguía.
Estos cambios posicionales animaron al cambio de estrategias y objetivos que cada cual se había
propuesto inicialmente, y estimularon, por tanto, mutaciones en los presupuestos ideológicos que
venían a inspirar, justificar o racionalizar esas estrategias y objetivos. El caso del PSOE fue
paradigmático, pues pasó en un breve periodo de tiempo de ser una fuerza poco influyente en el
conjunto de la oposición durante la clandestinidad a convertirse en alternativa de gobierno en el
reciente sistema democrático. Ya no se trataba de lograr y consolidar una situación de
preeminencia en la oposición, sino de alcanzar el poder. Si en un principio declararse marxista
resultó útil para identificarse con las bases sociales más activas de una oposición muy beligerante
ideológicamente, renunciar al marxismo resultó ser un gesto provechoso para atemperar los
recelos de los poderes fácticos y ganar las elecciones a partir de un electorado en gran medida
moderado. En la misma línea el PSOE radicalizó su discurso en el tardofranquismo para rivalizar
con un PCE socialmente influyente y no ceder espacio ideológico al resto de los partidos
socialistas que se reclamaban marxistas. Cuando el PCE pasó a ocupar un lugar secundario en el
nuevo escenario democrático y el resto de los partidos socialistas se desvanecieron o integraron
604
en el PSOE, los dirigentes de este partido forzaron la moderación de su discurso para atraerse a
los cuadros y bases socialdemócratas de UCD.
El PCE, por su parte, no logró traducir en términos electorales el protagonismo social que
había disfrutado en sus acciones de oposición a la dictadura, pasando a ocupar un lugar
secundario en el sistema parlamentario reciente. La dirección del PCE pensó que el limitado
respaldo electoral del partido obedeció a la imagen de partido agresivo y filosoviético que se le
atribuían por parte de la fuerte propaganda anticomunista sobrealimentada durante el franquismo.
Entonces la dirección del partido aprobó un nueva línea orientada a romper esa imagen a golpe de
gestos moderados, ya fuera desde el punto de vista de la praxis con el apoyo entusiasta a la
Constitución y a los Pactos de la Moncloa, ya fuera desterrando señas de identidad ideológicas
como el leninismo
Desde su arranque la dinámica que rigió la transición ejerció una tentación constante a la
mesura en la izquierda. El fracaso del proyecto de ruptura democrática y la apropiación de la
iniciativa por el gobierno heredero de la dictadura llevaron a la izquierda a negociar con los
postfranquista el ritmo y la intensidad de los cambios, pero también su propia integración en el
futuro sistema. La dinámica reformista gestionada desde el poder funcionó en buena medida
como un filtro ideológico para las izquierdas. Por ejemplo, y este es sólo el caso más sonado, el
PCE sufrió una importante coacción ideológica para obtener la legalización, en virtud de la cual
tuvo que neutralizar su identidad republicana. Posteriormente, el fenómeno del consenso al cual
se adhirieron las izquierdas redundó más en beneficio de su moderación. Si el ejercicio del
gobierno por parte de la izquierda suele sofocar sus pulsiones radicales, el consenso, en tanto que
forma indirecta de gestión institucional, tuvo efectos incluso más severos sobre la izquierda
española. La asunción de responsabilidades gubernativas suele generar la complicidad con las
inercias de la administración, la familiaridad con las presiones de los poderes fácticos y la
búsqueda alternante de apoyos a veces incoherentes con el resto de las elites políticas. Estos
factores de tentación moderadora consustanciales a todas las democracias liberales vieron
multiplicados sus efectos sobre la izquierda en la transición; porque, en este contexto de
desmantelamiento progresivo de una dictadura y reemplazo simultáneo por una Monarquía
Parlamentaria, a la lentitud natural de toda administración se sumaba su ocupación por
funcionarios todavía afectos al viejo régimen, y a la presión obstruccionista habitual sobre las
605
iniciativas de izquierda por los poderes fácticos se sumaba el chantaje golpista de una parte
importante de las Fuerzas Armadas.
El consenso generó un discurso político dominante y de excepción orientado a legitimar
las prácticas políticas del momento, en el cual se difuminó una parte de la identidad ideológica de
las izquierdas. El consenso al cual se adhirieron estas formaciones fue un fenómeno que estrechó
de manera considerable los límites de lo políticamente expresable y que generó mecanismos de
inhibición para los planteamientos que lo pudieran desbordar. Como se ha analizado en el
Capítulo V los medios de comunicación de masas interiorizaron el discurso del consenso y
ejercieron una presión importante sobre la izquierda para favorecer su moderación. Su creciente
poder como instrumentos de socialización contribuye a explicar el repliegue de los
planteamientos más ambiciosos de la izquierda española.
Además, la dinámica consensual del proceso reformista generó un politicismo
desenfrenado en las organizaciones de la izquierda. El recurso a una política velada de pactos y
transacciones entre las elites de los partidos, recluida en los angostos muros del parlamento,
sorprendentemente oscilante en función de las componendas, y que permitió una supervivencia
considerable de instituciones, dirigentes, normas legales y actitudes de la dictadura, desmovilizó
y desencantó a un sector importante de la izquierda social, lo cual alivió en cierta medida su
presión sobre las cúpulas dirigentes de la izquierda política, que se sintieron más libres para
acometer virajes ideológicos.
Además, durante todo el proceso el PCE y el PSOE se animaron mutuamente en sus
respectivos procesos de moderación ideológica. En el nuevo sistema de competencia entre
partidos el giro moderantista de cualquiera de ellos venía a favorecer un corrimiento ideológico
de conjunto. Así, cuando el PCE, el partido situado más a la izquierda del arco parlamentario,
escoró en sentido contrario, el PSOE, aquel que lindaba inmediatamente a su derecha, se sintió
más libre para desplazarse hacia el centro, al tiempo que ese desplazamiento reforzaba aquel otro.
Durante la transición ambos partidos se estimularon en sus respectivos procesos de
apaciguamiento. La renuncia al marxismo en el PSOE fue en cierta forma un movimiento reflejo
del abandono del leninismo en el PCE.
606
Finalmente, la dinámica política del último tramo del proceso de transición fue un
acelerador de la reconfiguración ideológica del PSOE y del colapso, también ideológico, del
PCE. El desmoronamiento tanto por la derecha como la izquierda de los rivales inmediatos del
PSOE le dejaron más libre el terreno para acometer los giros ideológicos que reclamaba la
conquista de un poder que tenía ya al alcance de la mano. En el caso del PCE, al final del proceso
eclosionaron todas tensiones que el partido venía acumulando desde su arranque, y éstas
alimentaron la confrontación ideológica que se saldó con la bancarrota del eurocomunismo.
Como también se ha visto, la memoria histórica de la Guerra Civil funcionó en muchos
momentos como un factor añadido de moderación política e ideológica. El recuerdo de los
tiempos de la guerra, muy mediatizado por cuarenta años de intensa propaganda franquista, llevó
a una parte importante de la sociedad a rechazar durante la transición aquellos comportamientos y
actitudes que se prestaran, aunque fuera previa manipulación, a comparación con los de aquellos
tiempos dramáticos, sobre todo si quienes los protagonizaban eran personas que había participado
en la contienda. En el caso del PCE, la presencia en los principales puestos de dirección de
personas que había tendido un papel relevante en la guerra era un elemento que reactivaba ese
recuerdo para muchos amargo. La continuidad al frente de la dirección de quienes lucharon en la
Guerra fue una hipoteca para el PCE que también intentó contrarrestar a golpe de gestos
moderados.
Finalmente, el cambio ideológico que experimentaron ambos partidos tuvo mucho que ver
con su configuración sociológica y con las variaciones que se produjeron en ella, con las
tensiones entre las distintas culturas militantes que convivían en su seno y con el modo en que se
libraron y resolvieron las batallas internas. Los cambios doctrinarios en el PCE y el PSOE no
fueron el efecto mecánico y necesario de factores exógenos relativos a las estructuras sociales y a
la dinámica política, sino que fueron producto de los combates ideológicos que los militantes,
cuadros y dirigentes - insertos en ese contexto y condicionados por él - libraron dentro del
partido.
En el caso del PSOE las tesis moderadas de la dirección triunfaron porque fueron
defendidas desde una posición de poder, pero también porque estaban enraizadas en buena parte
del sustrato sociológico del partido. En cuanto a lo primero, la dirección socialista movilizó a
conciencia todo el aparato del partido (órganos de expresión, instrumentos formativos, Secretaría
607
de Organización, comisiones de garantía, etc.) para hacer valer entre la militancia sus
orientaciones, y se vio respaldada en este empeño por buena parte del aparato mediático nacional.
En cuanto a los segundo, la moderación del PSOE se debió en buena medida al desplazamiento
de que fueron objeto los escasos militantes formados en la cultura política de la lucha
antifranquista por parte de los nuevos militantes que estaban entrando a raudales a medida que
avanzaba la transición, y que respondían a un perfil ideológico más laxo y comedido. Fue la
combinación de ambas cosas lo que permitió que las batallas internas se saldaran con la
marginación de las posiciones políticas más beligerantes y de los planteamientos ideológicos más
radicales.
Por su parte el PCE aglutinaba desde los años sesenta una militancia muy heterogénea, en
la que se constataba la existencia de culturas militantes y perfiles ideológicos distintos y a veces
contradictorios. La lucha contra la dictadura funcionó como un elemento de cohesión que, sin
embargo, no se supo reemplazar en la transición. Cuando se aliviaron las urgencias de la lucha
por la democracia afloraron las diferencias internas. Pero es que además estas diferencias fueron
avivadas durante el proceso de cambio, sobre todo en su fase final. Por una parte, la pretensión de
la dirección de oficializar a marchas forzadas el eurocomunismo a fin de homogeneizar el partido
desató conflictos y enconó posiciones. Al principio buena parte de las iniciativas de revisión
ideológica de la dirección lograron imponerse porque sintonizaban con las tendencias de una
parte de la militancia, porque otra parte de la misma seguía presa del viejo principio de la
disciplina interna y porque el influyente aparato de partido también se movilizó a conciencia en
esa dirección. Sin embargo, las diferencias se desataron cuando quienes compartían los
contenidos de las propuestas oficiales empezaron a cuestionar la forma de imponerlas, cuando los
discrepantes agotaron su capacidad de tolerancia y cuando se quebró la cohesión dentro de la
propia dirección que controlaba el aparato del partido. Por otra parte, los estragos de la crisis
económica, la frustración que generó el curso de la transición, la decepción de los resultados
electorales o el malestar por la falta de democracia interna se expresaron con frecuencia, sobre
todo al final del proceso, en términos ideológicos, exacerbando las diferencias de partida que
existían en la militancia. Todo ello terminó provocando el colapso, también ideológico, del
partido, más aún si se tiene en cuenta que ninguna de las tendencias o culturas militantes tenía el
respaldo suficiente para imponerse a todas las demás y que las expectativas de futuro para el
partido a finales de la transición eran muy negras.
608
El desenlace de la trayectoria diseñada por la izquierda durante la transición fue en buena
medida sorprendente, máxime si se compara con su particular arranque. Cuando en 1974 los
militantes y dirigentes socialistas reunidos en Suresnes se declaraban “antiimperialistas” y
apostaban por el establecimiento del “socialismo autogestionario”, pocos sospechaban entonces
(aunque algunos había) que unos años después muchos de esos militantes y la mayoría de esos
dirigentes estarían defendiendo desde el gobierno la permanencia de España en la OTAN y la
más comedida “modernización del país”. Cuando por esas mismas fechas el PCE impulsaba las
amplias movilizaciones sociales que, según sus pronósticos, impondrían “la ruptura democrática”
con la dictadura como paso previo en la “vía democrática al socialismo”, pocos sospechaban
entonces (aunque también había alguno) que el partido terminaría roto por dentro y con un
respaldo social muy limitado en el nuevo sistema democrático. En cualquier caso, el propósito de
esta tesis ha sido contribuir a la explicación de una trayectoria que, con independencia de la
mayor o menor coherencia entre su arranque y desenlace, nunca estuvo prefigurada, sino que se
fue tejiendo al calor de un contexto internacional complejo, de una dinámica política nacional
muy agitada y de convulsas batallas internas. La izquierda contribuyó de manera determinante a
la transición política española y esta contribución entrañó al mismo tiempo su propia
metamorfosis. La transición condujo al establecimiento en España de una democracia liberal-
parlamentaria y funcionó al mismo tiempo como un agujero negro para buena parte de los
idearios y los proyectos de transformación social. Ambas cosas dependieron de la trayectoria de
dos partidos, el PCE y el PSOE, que aquí se ha intentado analizar.
609
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA CITADAS.
Archivos
A continuación enumeramos los archivos que se han consultado aludiendo a los
principales fondos y secciones en los que se ubican los documentos citados a lo largo de la tesis.
- Archivo Histórico del Partido Comunista de España (AHPCE).
Documentos.
Órganos de dirección.
Fondo Fuerzas del Trabajo y la Cultura.
Nacionalidades y Regiones (Cataluña y Asturias).
- Archivo Nacional de Cataluña (ANC).
Fondo Partido Socialista Unificado de Cataluña.
Universidad.
Base ideológica y formación.
- Archivo Histórico del Partido Comunista de Extremadura (AHPCEx)
Congresos y conferencias.
- Archivos y Biblioteca de la Fundación Pablo Iglesias (AFPI).
Archivo Comisión Ejecutiva del PSOE en el Exilio (Grupo Prieto-Llopis).
Comisión Ejecutiva.
Comisiones y Secretarías.
Monografías.
Escritos de dirigentes.
Publicaciones órganos centrales de dirección PSOE-JSE.
Congresos.
Escuelas de Verano.
610
Secretaría de Formación.
Secretaría de Organización.
- Archivo Histórico de la Fundación Francisco Largo Caballero (AHFFLC)
Comisión Ejecutiva Confederal de UGT.
Fondo Arsenio Jimeno.
Partido Socialista Obrero Español.
Publicaciones periódicas
- Prensa
A continuación enumeramos los periódicos que se han utilizado como fuente y que han
sido también objeto de estudio. Si los contenidos del periódico han sido trabajados en periodos
bien acotados, constituido por varios días o meses consecutivos, precisamos esos periodos. En el
caso de los periódicos que han sido objeto de referencia constante a lo largo de distintos
momentos de la transición no precisamos esta circunstancia.
Mundo Obrero (Madrid).
Treball (Barcelona), marzo – abril de 1978.
El Socialista (Madrid).
ABC (Madrid), noviembre de 1977, abril de 1978, mayo de 1979 y septiembre – octubre
de 1979.
Arriba (Madrid), abril de 1978.
Diario 16 (Madrid), noviembre de 1977, abril de 1978, mayo de 1979 y septiembre –
octubre de 1979.
El País (Madrid).
611
La Vanguardia (Barcelona), mayo de1979 y septiembre - octubre de 1979.
Ya (Madrid), mayo de 1979 y septiembre - octubre de 1979.
- Revistas
A fin de evitar redundancias en este apartado sólo citamos el título de aquellas revistas
cuyos contenidos han sido en algún momento objeto de estudio en la tesis. Los artículos
concretos publicados en ellas se relacionan en el listado bibliográfico. De igual modo en el
listado bibliográfico se relacionan también aquellas publicaciones que han sido utilizadas como
fuentes por incluir documentos o discursos de los partidos y dirigentes de la izquierda citados a lo
largo del trabajo.
Argumentos (Madrid)
El Basilisco (Oviedo)
Leviatán (Madrid)
Materiales (Barcelona)
Noust Horitzons (Barcelona)
Nuestra Bandera (Madrid)
Saida (Madrid)
Sistema (Madrid)
Viejo Topo (Barcelona)
Zona Abierta (Madrid)
612
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En este listado sólo figura la bibliografía que se ha ido citando a pie de página a lo largo de la tesis. En el listado
no figuran de forma expresa los discursos o intervenciones de coyuntura de los activistas o dirigentes ni los
documentos del partido que se han ido citando a lo largo del trabajo y que aparecen compilados en obras colectivas o
en libros publicados por instituciones. Sólo se expone esa obra colectiva o publicada por la institución
correspondiente. Tampoco figuran las intervenciones, discursos o documentos editados, generalmente por los
partidos, en forma de cuadernillo, dossier o folleto, a excepción de los trabajos agrupados en el cuadernillo Los
intelectuales y la sociedad actual editado por la FIM, porque estos trabajos luego fueron publicados en distintas
revistas y nosotros los hemos referenciado siempre con respecto a esta edición. Finalmente, los artículos o capítulos
incluidos en obras colectivas que se han ido citando a lo largo de la tesis se exponen en este listado indicando la obra
colectiva en la que se encuentran, pero esta obra colectiva no se expone de manera independiente en el listado a no
ser que haya sido citada de forma expresa a lo largo de la tesis.
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