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Lucero Sainz Jesús Alejandro
Reflexiones en torno al personalismo como filosofía
El personalismo, como corriente filosófica, ha sido objeto de múltiples opiniones.
Desde la opinión que niega totalmente la existencia de la misma; hasta los que afirman que se
trata, más que de una doctrina, de una reacción histórica y política que se plasmó en el
movimiento intelectual que tuvo su génesis con Emmanuel Mounier a principios del siglo XX
como respuesta a dos posturas opuestas: el individualismo y el totalitarismo.; y aquellos que
dicen que el movimiento personalista ha sido una interesante y magnífica aportación al
pensamiento filosófico.
Es de considerar que la primera postura está representada básicamente por los autores
que han reducido a las relaciones de las personas humanas como meras interacciones
condicionadas por el inconsciente, los modos de producción o del devenir –Freud, Marx,
Nietzsche y los representantes del racionalismo exacerbado que olvida la dimensión
existencial del hombre-.
En punto a la segunda postura, entraría más la cuestión histórica, es decir, ¿en qué
contexto surgió el personalismo, en específico, el francés? Jacques Maritain, quien por cierto
es un precursor del personalismo comunitario, menciona la complejidad histórica, filosófica y
cultural en que surgió el personalismo, el cual no hubiera surgido con tanta fuerza sin todos
los eventos catastróficos que vivieron los iniciadores de esta corriente. El personalismo, pues
sería
[…] un fenómeno de reacción contra dos errores opuestos y es inevitablemente un fenómeno
complejo. No hay una doctrina personalista, sino aspiraciones personalistas y una buena
docena de doctrinas personalistas que tal vez no tienen en común más que el nombre de
persona, y de las que algunas tienden en mayor o menor grado hacia uno de los errores
contrarios entre los cuales se colocan1.
En efecto, en la época de Mounier, el personalismo se enfrentó a múltiples enemigos
en distintos frentes. En el ontológico: materialismo y nihilismo. El primero reducía a la
persona a un producto de la naturaleza, de la evolución y, por consiguiente, sólo era un
momento del devenir material; el hombre no era más que una cantidad despreciable y, desde
esta óptica, era lícito superponer los intereses del Estado a los intereses individuales -y esto
porque en el Estado se plasmaba la voluntad de la sociedad-. En lo que respecta al segundo,
el nihilismo cerraba al hombre en una inmanencia egoísta, lo cual imposibilitaba la
trascendencia y, por tanto, el encuentro y el diálogo auténtico con el otro –ya que estas
1 J. Maritain, Le personne et le bien común, en Obras completas, IX, p. 170; C. Díaz, “Prólogo”, en Personalismo. Antología esencial, Sígueme, Salamanca, 2002, p. 11
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dimensiones estaban ofuscadas por la sospecha que se le tenía a toda la tradición occidental
en todos los ámbitos; propiciada por el fracaso de la razón y de la ciencia, que se evidenció
con la multitud de genocidios, guerras y crímenes que sucedieron constantemente en la
época-.
Como es de esperar, la postura filosófica, la posición ante lo real –lo ontológico-, que
predomine en cualquier época condicionará notablemente el desarrollo del terreno social, que
es el otro frente de batalla del personalismo. En este caso, el materialismo y el nihilismo se
vieron concretizados en el individualismo y los totalitarismos2.
Pero, volviendo al comentario de Maritain que se citó más arriba, donde se dice que el
personalismo surgió como una “reacción” a los errores del totalitarismo y del individualismo,
¿quiere esto decir que su fuerza principal reside en esta capacidad de rechazo y que, entonces,
no se podría hablar de una doctrina personalista positiva en sentido estricto?3
Lo anterior supone que el personalismo no puede ubicarse como una filosofía; a lo
más, sería una especie de movimiento cultural e intelectual que contribuyó a evitar los
excesos y defectos de las posturas opuestas de la época remarcando la importancia de la
persona; además, puso en circulación conceptos que habían sido desatendidos en los círculos
de reflexión filosófica, tales como: el amor, la donación, la vocación, la llamada, la entrega,
el encuentro, la relación, entre otros4.
Todo esto quedó plasmado en múltiples realidades históricas, como la redacción de la
nueva Constitución italiana, la influencia del pensamiento personalista en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, y las categorías empleadas en el Concilio Vaticano II,
sobre todo, en la Gaudium et spes.
Bastante impresionante el itinerario del personalismo a lo largo de estas décadas, sin
embargo, a pesar de todos estos frutos, ¿podremos considerarla como una corriente
filosófica? Podríamos decir que sí, debido a que este problema fue tratado desde los inicios
del personalismo francés.
Burgos menciona que junto con la multitud de elementos positivos que ha aportado el
personalismo, se debe enfatizar un importante límite del personalismo, al cual se enfrentaron
los personalistas franceses: “[…] su escasa densidad y su poca consistencia especulativa. El
2 C. Díaz, loc. cit.3 Cfr. J.M. Burgos, “¿Es posible definir el personalismo?”, en Primado de la persona en la moral contemporánea: XVII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, edición dirigida por Augusto Sarmiento… [et al.], Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 1997, p. 145. Recuperado de http://dspace.si.unav.es/dspace/bitstream/10171/5564/1/JUAN%20MANUEL%20BURGOS.pdf4 Ibid, p. 142
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personalismo sería una doctrina demasiado lábil, demasiado flexible y genérica, y esto
limitaría notablemente sus posibilidades intelectuales”5.
El personalismo es una filosofía, y no sólo una actitud. Es de insistir que en sí mismo,
no es un sistema, sino una filosofía. El sistema pretende abarcar una totalidad de forma
exhaustiva, de modo que se pueda generar una especie de determinación, previsibilidad y
verificabilidad en las partes que integran el sistema. Ahora bien, una cosa es que el
personalismo se niegue a ser sistema y otra que se niegue a la sistematización.
Entonces, podríamos preguntar lo siguiente: ¿el personalismo huye a la
sistematización? No, ya que el orden es indispensable en la estructuración del pensamiento.
Los conceptos sin intuiciones son vacíos y las intuiciones sin conceptos son oscuras. La
lógica, los conceptos, los esquemas de unificación no sirven solamente para ordenar y
comunicar un pensamiento de forma clara y precisa; sirven para sumergirse en las
profundidades de las intuiciones que están como base de un concepto. “Porque determina
estructuras, el personalismo es una filosofía y no solamente una actitud”6
Sin embargo, como su categoría central es la existencia de personas libres, con
capacidad creativa, esto aporta cierto grado de imprevisibilidad a estas estructuras racionales,
lo cual imposibilita una definitiva sistematización, ya que su categoría principal se va
renovando y actualizando con el paso del tiempo. Pero esto no quiere decir que en sí sea
imposible darle cierta sistematización a esta filosofía. “La ordenación sistemática de la
filosofía personalista no puede emprenderse más que tomando como categoría central la
noción de persona”7.
La persona no es un objeto; es un fin, no un medio. Kant diría: “el ser humano […]
existe como fin en sí mismo, no meramente como medio para uso caprichoso de esta o
aquella voluntad, sino que debe ser considerado siempre al mismo tiempo como fin en todas
las acciones”8. Pero, a pesar de estas palabras tan bellas que ha dicho Kant, cabe decir que la
persona puede y ha sido tratada como objeto de mil maneras. Por ejemplo, la puedo
determinar como un simple ejemplar de “x” o “y” clase con el fin de comprenderla y
analizarla con el fin de manipularle y utilizarle, para saber cómo comportarme ante ella para
que logre mis fines. En cierta forma, esto es lo que ha pretendido la modernidad, con su afán
5 Ibid, p. 6 E. Mounier, El personalismo (1949), en El personalismo. Antología esencial, op. cit., p. 6767 J. Candela, “Cincuenta tesis sobre Mounier y el personalismo”, tesis séptima. Recuperado de http://www.mounier.es/revista/pdfs/003027033.pdf8 I. Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Santillana, Madrid, 1996, pp. 50-51; J.M. Burgos, El personalismo, Palabra (2ª ed.), Madrid, 2003, p. 30
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racionalista y técnico de dominar todas las cosas, inclusive la persona. Ante esta ansia
totalizadora se levanta el personalismo.
La persona es la única realidad que podemos conocer y que, de hecho, lo hacemos al
explorar nuestra interioridad. No obstante, esto no quiere decir que la persona sea un residuo
interno, “un principio abstracto de nuestros gestos concretos”9 sin más, pues esto sería una
especie de objetivación, no tanto material, sino conceptual. La persona es “una actividad
vivida de autocreación, de comunicación y de adhesión, que se aprehende y se conoce en su
acto como movimiento de personalización”10. Como bien refiere Mounier, nadie está obligado
a realizar este proceso; nadie está obligado a escuchar la llamada del otro ni a comprometerse
con el otro. Pero quien haga esto, indudablemente, perdería el sentido de la existencia; he
aquí la principal aportación de la filosofía personalista: el modo personal de existir es la
forma más alta de la forma de la existencia porque es esencialmente relación; y no de
cualquier tipo, sino relación de amor.
Lo que distingue al personalismo de otras filosofías que han tomado en cuenta a la
persona es la centralidad que ocupa la noción de “persona” en el entramado conceptual del
personalismo. En otras palabras, la neoescolástica se preocupa por la persona, por su
realización, su perfeccionamiento, etc., mas el modo de abordar a la persona es desde una
tradición aristotélico-tomista que tiene como conceptos principales la sustancia y los
accidentes, la materia y la forma, la potencia y el acto, la contingencia y la necesidad, etc.
Todo ese bagaje filosófico lo han aplicado a la persona y ha tenido bastante relevancia porque
rescata la dignidad de la misma como síntesis del horizonte espiritual y material.
El personalismo, sin embargo, no se limita a dar esta centralidad genérica a la noción de
persona sino que va más allá y le concede lo que podríamos denominar una centralidad
estructural. El personalismo, en otras palabras, no sólo da importancia a la persona en su
reflexión, sino que se construye técnicamente alrededor de este concepto. La persona no
constituye simplemente una realidad relevante, sino el elemento de experiencia y la noción de
la que depende y alrededor de la cual se construye el andamiaje conceptual de este tipo
particular de filosofía11.
Finalmente, ¿el personalismo se reduce solamente al personalismo francés? A pesar
de que Mounier sistematizó este movimiento intelectual con su revista Esprit a inicios del
siglo XX, la historia sería muy injusta si redujera el personalismo a este pensador o a la
nación francesa. Y es que aunque hablemos por comodidad con el término “personalismo”, lo
cierto es que hay una multitud de personalismos: como el norteamericano (Royce, Howinson,
9 E. Mounier, op. cit., p. 67710 Loc. cit.11 J.M. Burgos, “¿Es posible definir el personalismo?”, op. cit., p. 147
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Brightman); el polaco (Wojtyla); el italiano (Stefanini, Guardini, Buttiglione); el alemán
(Hans Balthasar); el español (López Quintás, Zubiri); personalismos de corte existencialista
(Landsberg, Ricoeur, Nédoncelle); personalismo coincidente con la tradición clásica francesa
(Nabert, Le Senne, J. Lacroix); y muchos más.
A lo mejor lo único que tienen en común es que inician la construcción de su filosofía
a partir de la persona humana. Pero otro punto que tienen en común, son los problemas que
implican a la persona y que, por tanto, a pesar de las divergencias, convergen esencialmente
en los temas de la libertad, la interioridad, la comunicación, la donación, el sentido de la
historia, la vinculación entre persona y acción, entre teoría y praxis, etc.
Puesto que la persona no es un objeto que se pueda separar en una mesa de laboratorio
para analizar sus componentes -por ejemplo, que un científico diga: vamos a separar el alma,
el cuerpo, los sentimientos, la racionalidad, etc., en la mesa y anotemos nuestras
observaciones- sino que es punto de referencia del universo, es preciso analizar las
estructuras que esta realidad personal ha elaborado, pero sin olvidar jamás que estas
estructuras tiene su razón de ser y existir por la persona.