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EL PEZ QUE TENÍA SED - Certificacion de Coaching … · 2016-11-24 · Esta es nuestra propia realidad de dormidos. El pez no sabe que vive en el agua, pues es su medio natural;

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EL PEZ QUE TENÍA SEDCuando uno comienza a sentir sed...

busca la fuente de donde beber

UNA GRAN HISTORIA SOBRE LIDERAZGO INTERIOR

Si cada niño, cada adulto, cada padre, cada jefe, cada empleado...cada ser humano comprendiera y aplicara los principios de esta historia, el

mundo donde vivimos sería diferente... Sería mucho mejor

Juan Silvestre Gabarrón Díaz &

José L. Menéndez

EL PEZ QUE TENÍA SED©Juan Silvestre Gabarrón Díaz©José Luis Menéndez©De las ilustraciones y portada, Ramón González Palazón©Del prólogo: Francisco de Borja Gutiérrez

Depósito legal:

ISBN:

El País Literario EditorialColección AUTOAYUDA

Dirección Editorial, corrección y estilo:© Mercedes González Pérez

Diseño y Maquetación© Óscar Ferreira

©Reservados todos los derechos de los autores.Prohibida la reproducción total o parcial en cualquier tipo de soporte, sin permiso de los autores.Pedidos: P.O. BOX 313 10.080 CACERES-ESPAÑ[email protected]

El País LiterarioEditorial

EL PEZ QUE TENÍA SED

NOTA DEL EDITOR

l día que me encontré por primera vez con José Luis Menéndez me pareció que le conocía de siempre. Su mirada, franca y abierta, su sonrisa abierta y sus palabras directas me llegaron al corazón. En seguida creí en él. Quizás sea ésa la principal virtud del coach, que hace que desde el primer momento se crea en él. El resto de la conversación fue fácil. Nos compene-tramos rápidamente y abordamos la publicación de este libro que tienes en tus manos. Me habló de Juan Silvestre Gabarrón y de las ganas que tenía el ser humano por apaciguar su sed. Para paliar tal circunstancia, sólo había un camino. Que Juan y José Luis se unieran, casaran sus ideas y pusieran en marcha sus conocimientos como expertos y acreditados coachs que son.

El resultado es esta obra, EL PEZ QUE TENÍA SED, para nosotros mag-nífica y útil. Para vosotros, una herramienta eficaz para vuestros fines como personas, para vuestro enriquecimiento integral.

EL PEZ QUE TENÍA SED es el primer libro de la Colección AUTOAYU-DA que El País Editorial pone en marcha con el objetivo de contribuir a que la persona sea más persona debido a los conocimientos que adquiera con éste y otros manuales o libros que son una apoyatura útil, eficaz e imprescindible para ellas, para nosotros mismos.

Con EL PEZ QUE TENÍA SED, de Juan Silvestre Gabarrón y José Luis Menéndez seguro que se consigue. Y si no, al tiempo. El que tardéis en leer y poner en práctica las enseñanzas que atesora este estupendo e imprescindible volumen.

FRANCISCO DE BORJA GUTIÉRREZEditor

JUSTIFICACIÓN

Este libro ha sido creado entre nosotros dos, Juan Silvestre y José L., como si ambos fuéramos una sola persona. Por eso hablamos como si fuéramos una sola persona, y sólo el que nos conoce personalmente y conoce detalles de nosotros podría identificar qué parte del libro pertenece a uno o a otro. Pero eso no es relevante, ya que lo realmente valioso de este libro es la historia de El pez que tenía sed, que no tiene una identidad sino todas las identidades del mundo. La identidad de cada lector.

Una vez abrí un libro que decía: “un buen libro es aquel que se abre con expectación y se cierra con provecho”.

Me suena algo presuntuoso. Me provoca no seguir. Además, ¿cómo me va a crear expectación, si no lo leo? ¿Cómo voy a cerrar algo, si apenas lo he abierto? En este libro puedes encontrar claves para liderazgo-coaching, tanto para el liderazgo interior como para liderar a otros. Pero para ello debes de encontrar el significado de lo que vayas leyendo.

Buscando más allá de las palabras que leerás, podrás observar que se dan dos elementos de manera muy frecuente. Esos dos elementos son: 1) tendrás que observarlo tú; y 2) de esos elementos sale uno de los secretos de todo buen líder, que es conseguir “X” de sí mismo y de a quien lidera.

Es posible que después de leer este libro reconozcas varias de las cualida-des de un buen líder-coach en gente de tu alrededor; también es posible que tú mismo identifiques algunas o varias que ya tengas y que quieras desarrollar. De ti depende hasta dónde quieres llegar y crecer pero, sobre todo, disfruta la lectura sin pensar. Después repasa qué sedimentos te ha dejado la historia y, más adelante, reflexiona sobre ello. La mayoría de las veces, y los grandes líderes te lo pueden confirman, se logra más cuando uno disfruta de lo que hace. Así pues, te invitamos a que te sumerjas en un mar de gozo y, cuando salgas del agua, ponte al sol y reflexiones: “¿qué me ha ofrecido la vida y qué me ofrece a partir de ahora?”.

A todos los que creen en mí; al hijo de Juan, Álvaro, para quien he escrito este libro; a su compañera Juani por su entrega e ilusión. A Pedro, el tío de Juan, tú fuiste para mí un líder al que sin dudar hubiera seguido al último con-

fín de la tierra; a los padres de Juan, Bárbara y Juan, por el consejo que ellos saben. A la compañera, amante, socia, mujer, consejera y coach de José L., Lupita Volio. A Francisco de Borja, que apostó por nosotros dos. A Ramón González, que logró con sus dibujos poner imágenes a nuestros pensamientos. A la vida, que un día nos juntó a los dos, Juan y José L., y que a través de una pregunta se rompió un bloqueo de Juan que duraba meses, e hizo que se des-pertara el sabio interior... y quizás éste también despierte en ti hoy.

JUAN SILVESTRE GABARRÓN Y JOSÉ L. MENÉNDEZ

El camino que nos une a nuestro destino está construido de piedras

que representan nuestras necesidades. Éstas pueden ser

piedrecillas o grandes rocas, todo dependerá de cuáles sean

nuestros valores con los que andemos el camino.

No descubrirás nuevos océanos sin el coraje de perder

de vista la costa.

(anónimo)

índice

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UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN...

¿Qué es lo que quiere usted? ¿Qué es lo que realmente, pero realmente quiere usted? Yo se lo puedo decir. Poder sentir y escuchar a su sabio in-terior. Cuando usted logra escuchar y sentir a su sabio interior, el resto de sus deseos “verdaderos” se cumplen. Nuestro sabio interior es honesto, y lo que es mejor aún, es nuestro subconsciente, el cual es más inteligente que 100 conciencias juntas. Pero lo que desea es anhelado con una insis-tencia que no admite negativas. Casi todos los adultos normales, según Dale Carnegie, queremos salud y la conservación de la vida; otros nece-sitan del alimento; otros, disponer del suficiente sueño, o poseer dinero y las cosas que compra el dinero. Hay quienes desean tener vida en el más allá, tener satisfacción sexual, el bienestar de los hijos y un grupo cada vez mayor desea tener un sentido de la propia importancia, que a veces se traduce en simplemente ser reconocidos por las cosas buenas que ha-cemos. Todos hacemos cosas buenas, pero desgraciadamente a algunos se nos encuentran más las cosas negativas (que todos los seres tenemos) que las positivas.

Podemos pasarnos toda la vida esperando que algo pueda cambiar el rumbo de nuestra vida —para bien o para mal—, o iniciar la búsqueda de algún o algunos de los puntos propuestos por Carnegie, pero tengan en cuenta que la fortuna acude a la llamada de aquellos que deciden dar el gran paso, de los que realmente sienten sed. Todos somos como una pira-gua, o una barca, o un velero, o un gran yate, o un barco inmenso. Todos fuimos creados en un astillero por nuestros padres. Y, como toda piragua o barco inmenso, todos nacimos para navegar, para descubrir, para supe-rar grandes olas, para aprender de la inmensidad del mar. Ninguno de no-sotros nació para quedarse anclado en el puerto. Navegar no es sinónimo de andar distancias, sino de descubrir el mundo interior de cada uno de nosotros, que es mucho más inmenso que cualquier otro mundo exterior.

Para que la fortuna acuda hay que crear oportunidades, y éstas no llegan quedándonos sentados en casa, en la oficina, lamentándonos por nuestra situación. Hay que salir, buscar, proponer, hablar con otros, escu-char y, sobre todo, aceptar de nuestra grandeza, tomar la responsabilidad

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del rumbo que elegimos y desarrollar nuestra sabiduría interior. Había un dicho que decía así:

Me río mucho al ver que el pez en el agua tenía sed.

Esta es nuestra propia realidad de dormidos. El pez no sabe que vive en el agua, pues es su medio natural; algunos hombres no se dan cuenta de la prisión que se han creado a sí mismos llena de negatividad, pues es el medio natural donde se mueven cada día. ¿Y qué hacemos para ello? ¡Nada! No intentamos nada. Al fin y al cabo, ni siquiera son conscientes o no quieren ver dónde o cómo viven.

Lo del pez que tenía miedo a ahogarse sería la mejor definición del ser humano frente a su realidad. Esta es una buena imagen que puede ilustrar nuestra estupidez humana cuando estamos programados para participar en el juego de la vida, a la vez que somos incapaces de ver o decidir por nosotros mismos. Vivimos habituados a unos gestos determinados, a unas acciones, a unas maneras de pensar y de hablar, de no escuchar. De tal manera que no alcanzamos a sentir dónde nos hemos quedado y, por cos-tumbre o por no querer ver más allá del puerto que nos acoge anclados, no crecemos.

Todos tenemos un don, una cualidad, algo que nos hace diferentes a los demás o que nos hace resaltar entre la mayoría. Es algo que podemos enterrar o cultivar para el resto de nuestros días. No importa el tiempo que esa semilla lleve enterrada, lo importante es saber si se quiere culti-var. Quizás haya que desenterrarla un poco para que el riego del agua la alcance y crezca. En esta historia que te voy a contar, nuestro amigo Ja-són no espera mucho para cultivar sus fortalezas, pero se enfrenta a unas vicisitudes que a más de uno le hubieran hecho quedarse o retroceder en su vida. Son precisamente todas las circunstancias que se le presentan en su vida lo que da valor a quien es, a quien él quería ser, y hoy es quien un día quiso (sin saber cómo lograrlo) ser.

Algunos se excusan en la edad. Pero la realidad es que no importa cuándo sientas ganas de navegar, de abrirte al mundo, de conocerte a ti mismo mejor y de crecer. Te puede llegar a los 8, a los 18, a los 38 o los 80 años. Lo triste es que sientas ganas de crecer y no hagas nada por elevar el ancla y descubrir hoy quién puede llegar a ser esa persona grande que

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llevas dentro.

Un día fui invitado a una conferencia sobre coaching y liderazgo. En dicha conferencia se planteó una pregunta que precisamente trataba uno de esos muchos dones: ¿el líder nace o se hace? Mi respuesta fue que si se analizan las palabras nos daremos cuenta de que son muy parecidas, lo que me indica que un líder es un compendio, del líder que nace y después se hace. Nacer líder no le servirá de nada si dicho don (suma de varias cualidades) no se practica o desarrolla. Entrenarse sin cultivar cualidades humanas que todos tenemos tampoco es suficiente. Un líder es como un diamante: antes de convertirse en ese magnífica joya admirada y deseada ha sido una simple roca —que incluso tenía la peculiaridad de ser poco atractiva—, ¡pero esa roca tiene en su interior la cualidad de poder con-vertirse en diamante y ser admirado! Para eso ha de obtenerse el poder de su interior mediante un proceso que le haga relucir, y no relucir para los demás, sino ante sí mismo.

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Primera parte: aprendiendo a escuchar

I

El encuentro con Alber

Amanecía en el más azul de los mares, era una mañana tranquila y apacible, los rayos del sol de Levante penetraban a través del agua. En su interior vivía Jasón, un pececito muy conocido y querido en aquellas aguas, pues provenía de una familia muy querida y admirada. Su inquie-tud, a pesar de su corta edad, le metía en tantos enredos como burbujas podía generar su pequeña boca. Su inquietud le hacía estar pendiente de todas las conversaciones y rumores. Aquella mañana, mientras nadaba en compañía de su amigo Toc, un caballito de mar de la corte del rey Nep-tuno, decidió proponerle pasar por la casa del viejo Tritón, donde como de costumbre solían ir a soñar con las historias tan maravillosas que éste les contaba.

—¿Vamos a ver al viejo Tritón? —dijo Jasón.

—¡No! —exclamó Toc—, hoy tengo un poco de prisa, esta mañana tengo que salir con mis padres, otro día tal vez.

Una vez entró en la casa, vio al anciano leyendo un libro.

—¡Caramba, Jasón! No te esperaba tan pronto.

—¿Qué estas leyendo?

—Es un libro de geografía.

—¿Qué se lee en los libros de geografía?

—Dónde se encuentran las montañas, los mares, los ríos, e incluso los lagos.

—Pero... ¡yo no sé qué es un río o un lago! —exclamó el pequeño—.

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Nunca he conocido otro lugar que en donde vivo ahora.

—¡Hum, hum! —exclamó el anciano.

—Te contaré algo sobre el río y sobre el lago.

Jasón se dispuso a escuchar.

—Una vez, en uno de mis viajes, supe de la existencia de un río que conducía a un lugar maravilloso: un lago mágico. Contaban que aquel que llega, todos sus sueños y deseos se hacen realidad.

—¡Oh! —exclamó el pequeño Jasón un tanto sorprendido—. Cuánto me gustaría llegar a ese lago para poder lograr todos mis sueños. ¿Me puedes contar más? —preguntó al viejo Tritón.

Éste accedió al ver el interés del pequeño.

—El lago se encuentra donde nace el río, cuentan que está repleto de hadas dispuestas a conceder los deseos de todos los que llegan.

—Pero... ¡yo no sé dónde está el río!

—Debes ir a la región de Dos Aguas.

—¡No lograré entender nunca a los mayores! ¡Mis padres dicen que es peligroso ir por allí y tú me dices que debo ir! Mis padres me dicen siem-pre que debo tener cuidado, que debo estudiar antes de tomar decisiones importantes. Yo sé que quieren lo mejor para mí, pero...

—No crecerás nunca si tan sólo piensas y lo razonas todo —interrum-pió el viejo Tritón—. ¡No descubrirás nuevos lugares si antes no decides emprender el viaje y sentir las oportunidades que se te presenten! —ex-clamó Tritón—. Querido amigo, el río es un medio muy diferente a cual vives ahora, todo cambia. En el río deberás aprender, adaptarte a él y, por supuesto, tener mucho cuidado, ya que en él habita un rey muy despiada-do. Muchos son los que se han adentrado en sus dominios pero pocos los que han conseguido superar sus pruebas.

—¡No tengo miedo! —exclama Jasón mientras sus ojos irradiaban alegría. Se había encendido su espíritu aventurero. Loco de contento se dirigió a casa, entrando por la puerta con tanta energía que casi mata a su madre del susto.

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—¿Qué sucede, hijo?

—Madre, he sentido una especie de llamada interior que me dice que debo buscar si quiero encontrar. Escuchando hace un rato al viejo Tritón, sentí como si mirara a un coral lleno de colores sabiendo que hay algo en su interior, como si sintiera la necesidad de nadar alrededor de él, entre sus rocas, algas y escondrijos. ¡Me marcho! Quiero convertir mis sue-ños en realidad, quiero sentirme alguien importante, conocer otros peces, saber cómo piensan, cómo sienten o cómo actúan y poder formar una familia como la nuestra…

—¿Tú? ¡Todavía eres demasiado joven y no conoces nada de la vida! —exclamó su madre—. Dentro de unos años tal vez.

—Pero madre, si no lo vivo ahora no lo descubriré nunca. Los sueños se olvidan cuando pasa un tiempo, y el viejo Tritón me ha contado…

—Viejo carcamal —respondió la madre—. Otra vez metiéndote histo-rias en la cabeza, como si no tuvieras suficiente con las tuyas propias.

A pesar de todo su madre hacía tiempo que había asumido que un día la abandonaría. En ese momento un presentimiento le decía que había llegado ese día, aunque no lo quería reconocer. Sentía que si ahora paraba a su hijo, él se arrepentiría de no haberlo intentado. Se puso a preparar la comida para su viaje con mucha pena, pues sentía que aquel podría ser uno de sus últimos gestos de amor que le ofrecería a su hijo y, mientras lo hacía, sintió una especie de pena-alegría. Aquella tarde Jasón la pasó pre-parando su viaje y pronto se fue a dormir. A la mañana siguiente, cuando se levantó, sus padres le habían preparado su desayuno preferido. Jasón los miró y pudo ver cómo se deslizaban unas lágrimas por sus mejillas, que se desvanecían en el agua. Jasón con voz entrecortada les dijo:

–Papá, mamá, os quiero más que a nadie. Pero siento que debo de conocer algo más que lo que puedo encontrar aquí. Este es mi destino, y cada uno debe de ir tras él. Ahora me toca a mí, como un día vosotros lo comenzasteis.

—No entiendo cómo estáis tristes, cuando yo me muero de ganas de emprender este viaje. ¡He decidido buscar mi futuro! Aunque, si me pon-go a sentir, a mí también me da pena alejarme de vosotros, pero la alegría

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de saber que me queréis y que os quiero es parte de las ganas que me salen de emprender este camino.

—Recuerda todos y cada uno de los consejos que te hemos dado, Jasón.

—Debes escuchar bien, escucha a tu interior antes de lo que otros te puedan decir, especialmente si lo que oyes de los demás te crea un con-flicto interior. Siente primero y luego analiza. Pero no dejes que la razón te anule tu interior. Haz como haces ahora y nunca te fallará, pues trope-zar en el camino no es fallar, sino una oportunidad para crecer. ¿Sabes, pequeño Jasón, qué vas a descubrir?

—No, no lo sé. ¿Qué será?

—No te lo podemos decir pues, aunque te lo describiéramos con mil detalles, nunca sería como vivirlo. Te deseamos todo lo mejor, nuestro queridísimo Jasón —y, con lágrimas en los ojos de ambos papás, se unie-ron en un abrazo aleteado mientras Jasón ya movía su colita con impa-ciencia por emprender su propia aventura.

Nervioso, inquieto y cegado por la idea de comenzar su viaje, se diri-gió al lugar prohibido para algunos peces, se dirigió a la región de Dos Aguas.

Al llegar aquel lugar, despistado, se golpeó con un pez que nadaba por aquel lugar.

—¡Cuidado! Casi nos matamos —exclamó el otro pez.

—¡Perdone! Me llamo Jasón.

—Ya lo sé, te conozco muy bien, pues aunque no hemos llegado a co-incidir, vivimos en el mismo sitio.

—Yo me llamo Alber, pero cuéntame, ¿por qué tienes tanta prisa? Pa-rece que la vida se te acaba mañana.

—Debo emprender un viaje en busca del éxito —dijo con voz firme y contundente, como si de un adulto seguro de sí mismo se tratara.

—¿Cómo pretendes alcanzar tal éxito? —replicó Alber acto seguido.

—No lo sé aún, pero sí sé que lo encontraré cuando llegue al lago de la

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abundancia y de los sueños.

—¿Cómo sabes que existe tal lago? —preguntó Alber.

—El viejo Tritón me lo ha contado y yo creo en ello. Por eso debo buscarlo.

—¿Qué te lleva a buscarlo?

—Yo sé que va a sonarte algo raro, pero necesito sentirme importante, ser reconocido y respetado, alcanzar logros, y algo me dice que debo bus-car fuera de mis propias fronteras.

—¡Hablas como las personas adultas!

—Conozco muy bien a los adultos, pues mi especie tiene el don de es-cucharlos. ¡Bla, bla..., bla, bla...! ¡Todo el día se lo pasan pensando en el futuro, o quejándose del pasado, sin escuchar lo que les dice el presente!

—Eso que me estás contando me recuerda mucho a ellos.

—¿Qué es el presente? —preguntó Jasón.

—Si no lo sabes aún, espera a que llegues a tu meta, mira entonces para atrás y, cuando reconozcas lo que sientes en ese momento, acuérdate tanto de lo que hoy sientes como de lo que sentirás entonces. El presente es la distancia que hay entre el pasado y el futuro. Pero mi presente no es tu presente. Desgraciadamente, muchos adultos viven aún en el pasado, y se lamentan de lo que hoy no son o no tienen. Otros sin embargo viven en el futuro, haciendo cosas para llegar a tener o llegar a ser, pero parece que nunca llegan a algo que les satisfaga.

—Tengo muchas ganas de descubrir muchas cosas —Jasón interrum-pió a Alber, como si no le estuviera prestando mucha atención.

Alber, que se dio cuenta de ello, dijo:

—Creo que te puedo ayudar... Yo ahora soy querido, conocido entre mi gente, pero siento que te puedo aportar en tu viaje. Y algo me dice que, aunque seas más joven que yo, tú puedes servirte de mí y yo de ti.

—Pero yo he de buscarlo en otro lado, tal vez muy lejano —replicó el pequeño Jasón—. Y no sé si tú estas dispuesto a salir de tu zona de con-

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fort, donde has logrado tanto cariño y respeto.

—Jasón —se alzó en vertical Alber mirando a Jasón con cariño y con confianza en sí mismo—, admiro la confianza en ti mismo, la valentía y decisión que tienes. Sin embargo, no subestimes la experiencia y sabidu-ría que te puedo ofrecer y te puede ser útil. Quisiera acompañarte, pero obviamente eso depende de ti, pequeño Jasón. Entonces, ¿puedo acom-pañarte en tu viaje?

Se paró un instante y Jasón se hizo algunas preguntas: “¿qué querrá Al-ber de mí?, ¿me querrá quitar mi sueño?, ¿querrá arrebatarme mi premio cuando lo encuentre? Y... ¿por qué querría hacerlo?”. Quedó pensativo y, de repente, se acordó de algo que le dijeron sus padres, y se hizo otra pregunta, pero esta vez a su interior: “¿qué hace que me sienta así en es-tos momentos?, ¿cómo es que cuestiono esto? No tenía respuestas; Alber permanecía observándole. Transcurridos unos segundos, se dio cuenta de que tenía miedo de sí mismo, de que Alber le inspiraba confianza y que le sentía cercano y genuino. Por ello, aunque no entendía muy bien lo que le estaba pasando, se dio cuenta que su mente estaba siendo incongruente con lo que sentía. Paró en seco sus pensamientos y se dijo: “pero... ¡miedo a qué!”, exclamó en su interior. “Cómo voy a confiar en mí mismo si no puedo confiar en quien me inspira confianza, como Alber”.

No dejaban de venírsele preguntas a la cabeza y se dio cuenta de que si el miedo le creaba esta barrera, iba a sufrir mucho. Por ello decidió seguir a su instinto, que le indicaba que sólo podía ganar aceptando su compa-ñía, pues si era bueno en sus intenciones le ayudaría a lograr su sueño, y si no lo era, aprendería cosas valiosas en el camino. Así pues, halló la respuesta a todas sus dudas y gritó a Alber:

—¡Sí!, si me gustaría que me acompañaras.

Aquella respuesta sin duda cambiaría el sentido de su vida. Alber guar-dó silencio y respondió:

—Hay un dicho que dice: “aceptar los riesgos no es sino una oportu-nidad”. Date gracias a ti mismo por esta oportunidad. Verás cómo no te arrepientes.

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El que llega más lejos es no es el que más distancia recorre, sino el que se atreve a ser uno mismo.

“¿Cuál es tu sueño? ¿Estás esperando a que te digan: “¡ánimo!”? A qué esperas, ve por él...

¿Conoces algún líder que no haya hecho alguna vez algo que otros no hayan dudado? Ellos creen en sus sueños. Escucha a tu corazón y utiliza la mente para guiarlo todo hacia lo que dicte tu corazón. No sigas a tu mente contradiciendo tu corazón, pues eso siempre acaba en resentimientos contigo mismo, lo que a veces incluso se lo achacas a otros.

Escuchar no es oír lo que sale de la boca de otros, sino captar más allá de las palabras que se oyen y sentir lo que nuestro guía interior nos indica.

¿Tienes un dilema en tu vida? ¿A quién o a qué estás escuchando? ¿Prestas atención a tu interior? ¡ESCUCHA!

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Segunda parte: el valor de una pregunta

I

Buscando dos aguas

Decididos y apresurados, nuestros dos amigos se dirigieron hacia su destino. Pasaron varios días hasta que por fin encontraron aquel lugar, pero justo cuando llegaron al lugar Jasón se detuvo.

—¿Por qué te detienes? —preguntó Alber.

—Tengo un ahogo cuando pienso en intentar pasar al otro lado.

—Pero... ¿tú? ¿Cómo es qué tienes miedo ahogarte?

—¡No lo sé! —exclamó como si no pudiera explicar la emoción que corría por su espinoso cuerpo.

—¿Qué es lo que te causa el miedo a ahogarte? —volvió a preguntar Alber, que sabía que expresando los miedos en voz alta era en sí un acto muy poderoso. Siempre hay algo más allá de las palabras que se oyen, y por eso lanzó dicha pregunta, con la esperanza de que quizás así Jasón pudiera comprender mejor a qué tiene miedo realmente y, con ello, poder actuar en consecuencia.

Jasón se detuvo frente a las corrientes que causaban remolinos en la unión de las aguas y, mientras contemplaba de manera pensativa, pasaron por su cabeza recuerdos de su familia, de lo bien que estaba en el mar,

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arropado por los suyos, e incluso disfrutando de las historias del viejo Tritón. Luego respondió:

—Tengo miedo a esas aguas desconocidas que me producen una sen-sación extraña. Es una sensación tan extraña como inexplicable. Pero no es lógico. No es lógico que tenga miedo a lo desconocido.

—¡Para! —gritó Alber—. Deja de racionalizar lo que sientes. Sí, es lógico tener miedo a lo desconocido. Es lógico, porque la mayoría siente miedo a lo desconocido. Lo que no es lógico es que te resistas hacia algo que te atrae con tanta fuerza. Por eso, una vez más te invito a que no ra-zones con tus sentimientos.

—Tu camino se construirá con tus decisiones, las acertadas y las erró-neas. Las acertadas porque te mostrarán tu razón y las erróneas porque te mostraran la suya, y aprenderás de ellas si te mantienes observante.

Y en un acto de valentía, Jasón cruzó la franja que dividía las aguas. Alber le dijo en ese momento:

—¡Bravo! Creo que en esta ocasión has confundido la excitación que sientes de no saber a qué te vas a aventurar en aguas desconocidas con el miedo que producen los pensamientos negativos que a veces tenemos sobre algo desconocido. Son dos sentimientos que muchas veces se nos confunden, y el segundo impide disfrutar de esos nervios positivos y ex-citantes que nos causa las cosas nuevas. Acabas de dar un gran paso. Acabas de comenzar algo grande, pequeño Jasón. Todas tus decisiones son precisamente las que te aparta o te acercan de tu destino. ¿Cómo te sientes ahora, Jasón?

—¡Uaaoooo! Increíble Alber, me siento más cerca.

—Jasón, piensa que si no decides, estás decidiendo no decidir, y ese acto en sí mismo también tiene consecuencias. Con lo cual, de ti depende lo que vaya ocurrir. Puedes dejar que el destino decida por ti, o puedes influir en tu destino. Aquel que no tiene una visión, deja que el destino le vaya marcando, por eso, Jasón, para buscar el destino uno debe mirar ha-cia delante sin volver la vista atrás, excepto para integrar las enseñazas de nuestro pasado, pero nunca para que nos impida avanzar. Los recuerdos no son sino experiencias vividas que nos servirán de guía si observamos

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sus enseñanzas para situaciones futuras. Estimado Jasón, nadie nada en el río dos veces igual porque todo cambia en el río y en los que nadan en él.

—Qué sensación tan extraña. Aquí floto menos —dijo Jasón.

—¿Qué hubiera pasado si no hubieras cruzado? —le preguntó enton-ces Alber.

—Que no habría experimentado esta sensación y, por supuesto, no hu-biera conocido el camino que me llevara hacia el lago —respondió Jasón loco de contento por el logro y por lo que estaba aprendiendo de su nuevo amigo.

Todo ello no era sino la toma de conciencia de las cosas que iba descu-briendo. Alber era para Jasón como un coach personal, que sin decirle lo que hacer, le ayudaba a darse cuenta de lo que le iba ocurriendo y apren-der mucho antes a través de las preguntas de su nuevo amigo Alber.

Este iba a ser un viaje que se aventuraba lleno de descubrimientos, y así fueron pasando los días navegando río arriba, disfrutando de su nueva situación y de los nuevos lugares que estaban viviendo.

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Ningún camino se anda solo, ninguna meta se consigue por sí misma. Presta atención a tu alrededor y busca donde no ves, pues siempre habrá alguien dispuesto a ayudarte.

¿Cuál es esa decisión que aún no has tomado y que no deja de ronronear en tu cabeza? Recuerda: son los momentos en los que tomamos decisiones los que marcan y moldean nuestra vida. ¿Qué decisión vas a tomar hoy?

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Aquel día amaneció cómo de costumbre. Nada nuevo salvo que Jasón se sentía cada vez más feliz junto a su nuevo amigo, no sólo por su com-pañía (pues apenas había pasado unos días desde su encuentro), sino por lo que le había aportado en tan poco tiempo.

Ya iba descubriendo algo que no se esperaba. No eran nuevos lugares, o formas diferentes, ni tan siquiera era la gente tan peculiar. Estaba comen-zando a saborear lo importante que es escuchar y hacer buenas preguntas. Por ejemplo, se dio cuenta de que su amigo Alber no le había hecho ni una sola pregunta que comenzara por “¿por qué...?”, algo que le sorprendió, a la vez que lo sintió como un gran descubrimiento. No comprendía aún la magnitud de lo que estaba descubriendo sin apenas avanzar distancia física, pero ello no era demasiado importante ya que estaba disfrutando de las sensaciones, sabiendo además que poco a poco comprendería todo lo que ahora le iba sucediendo.

Pasaba el día y no dejaba de observar cómo Alber hablaba con todos los seres que encontraba a su paso. Jasón, muy observador, se dirigió a él y le preguntó:

—¿De qué hablas con los demás peces y animales?

—¡No hablo con ellos, querido Jasón! Sólo me limito a preguntarles.

—Y... ¿qué les preguntas? Y...

—¿Qué preguntarías tú? —le interrumpió Alber.

—Tal vez preguntaría: “¿cuánto me queda para llegar al lago?”, o “¿cómo se llega?”.

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Pero Jasón quería obtener respuestas, y volvió a realizar la misma pre-gunta:

—¿Qué les estás preguntando, Alber?

—Querido Jasón, mientras tú preguntas con el corazón sobre nuestro objetivo, yo preguntó qué peligros existen antes de alcanzarlo. He aquí otra cosa que debes de saber. Tú y yo hacemos buen equipo, ya que entre los dos combinamos la razón y el corazón junto a la pasión, yo aporto la parte racional para apoyar a tu corazón. Hoy has descubierto que tienes una nueva inquietud.

—¡Cuál! —exclamó Jasón.

—Que deseas saber lo que te espera antes de llegar y experimentar-lo. También que si aplicas la información que vas obteniendo según vas descubriendo y preguntando a otros, podrás ir creando un lazo más fuerte entre dónde estás y dónde deseas llegar. Además me doy cuenta, gracias a las preguntas, de que para lograr los objetivos uno debe valorar lo que otros conocen bien, y unir todas las pizcas de información. Y nada mejor que ir obteniendo esta información a medida que vamos avanzando. Es importante, querido Jasón, que mantengas la pasión por tu meta a la vez que escuches lo que otros pueden aportarte, y tú mismo vayas filtrando todo.

—Sí, llevas razón, Alber. Ese es un buen consejo. Pero te oí preguntar también sobre qué obstáculos nos esperan. Y eso me hace pensar que tú tienes miedo, y me preocupa eso de ti, Alber.

—¡Ja, ja, ja! Mi querido Jasón, preguntar por los posibles obstáculos no significa que uno se anticipe a cosas negativas, ni que tenga uno mie-do. Todo lo contrario —le miraba Alber con ojos de maestro con cariño para explicarle que eso es anticiparse a lo que nos pueda frenar el curso de nuestro avance por el río—. Así podremos estar más preparados ante los obstáculos que se puedan presentar.

—¡Ah! Ahora me quedo más tranquilo. Hay que ver cómo la ignoran-cia a veces nos hace deducir cosas que se alejan de la realidad, ¿verdad Alber? Me alegro mucho haber podido oír la explicación de por qué pre-guntabas a todo el mundo, pues de no

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saber por qué lo hacías me hubiera contaminado de pensamientos ne-gativos que no hubieran hecho otra cosa que quitarme energías y que sé yo de qué más.

—¿Te das cuenta de lo que acabas de descubrir, Jasón?

—No entiendo.

—Sí, lo que acabas de decir es muy valioso.

—¿Te refieres a que si no te pregunto no me entero de lo que realmente haces?

—No, no solamente eso. Algo mucho más importante. Tú mismo te has dado cuenta de que si asumimos cosas, especialmente cosas que no nos ayudan, entonces perderemos grandes oportunidades. Si hubieras avanza-do asumiendo que lo que yo preguntaba era por miedos, este pensamiento tuyo sobre lo que yo hacía te hubiera ido minando negativamente.

—Sí, es cierto. Y no solamente eso, sino que es posible que me sintiera resentido contigo, y tarde o temprano es posible que mi comportamiento fuera diferente. Me alegro mucho de poder haber aclarado esto. Creo que si no hubiera aclarado, esto que parece tan pequeño se habría convertido en algo muy gordo, en un obstáculo invisible. Según le oí decir una vez al viejo Tritón, los obstáculos invisibles suelen ser los más difíciles de salvar.

Así pues, irguiendo su cabeza, Jasón se dirigió hacia Alber en un gesto de agradecimiento por enseñarle todo eso, moviendo la cabeza de arriba abajo, mordiéndose los labios y levantando las cejas, seguido de otro ges-to con su aleta que indicaba que debían de proseguir.

—Prosigamos el viaje río arriba —comentó Jasón con gran entusias-mo—. ¡Apenas puedo esperar para ver qué me depara el camino! No sé si me anima más el destino, lo que puedo encontrar en el próximo paso que tome, o la siguiente reflexión que haga contigo. Es maravilloso, ¿verdad Alber?

—¡Claro! en la mayoría de los casos es más importante andar el ca-mino que alcanzar tu destino. Pero... sigamos nadando, que en el propio camino es donde puedes aprender y disfrutar, y no tanto en el final como dicen algunos.

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Si quieres una buena respuesta, haz una buena pregunta.

No te preguntes: “¿por qué?”, pregúntate: “¿por qué no?”. No te preguntes: “¿puedo conseguir eso?”, pregúntate: “¿cómo puedo conseguirlo?”...

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La corriente

Navegaban río arriba. Jasón notaba una sensación que aumentaba con-forme avanzaba, que le hacía permanecer mucho tiempo en el mismo si-tio. Es más, si se relajaba podía sentir cómo retrocedía, pero no se dejaba llevar por aquella extraña sensación y luchaba incesantemente contra ella, abrumado y a la vez cansado. Por aquello, dijo:

—¿Qué es esta extraña sensación?

––Es la corriente. La corriente es el flujo natural del río, donde unos nadan a favor y otros en contra y, dependiendo de sus objetivos, puede ser una aliada para lograr tu meta o uno de los muchos obstáculos que te pueden impedir conseguir llegar a tu objetivo. ¡Tú decides! —exclamó Alber—. Si te dejas llevar por ella volverás al mar, a la vida cómoda bajo la protección de tu familia, pero si nadas contracorriente encontra-rás nuevos seres, experimentarás nuevas sensaciones. Te encontrarás con muchos peces que irán corriente abajo y pocos que nadarán como tú, corriente arriba. Tendrás experiencias diversas y, por supuesto, correrás nuevos peligros, pero todo eso es lo que dará sentido y valor a lo que per-sigues, sin importar que lo consigas. El esfuerzo de nadar contracorriente es lo menos que pagarás por conseguir tu objetivo.

—¿Esto es todo lo que debo tener en cuenta para ser un líder, nadar contracorriente? —preguntó Jasón.

—No, no es sólo esto. A veces incluso hay zonas donde, aun nadando a favor de la corriente, algunos te mirarán de manera extraña. La corriente no es más que el flujo de cómo va la mayoría, y no implica para un líder que vaya en contra o a favor de ella. Aunque algunos intentan mostrarlo

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como algo valioso, simplemente porque requiere un esfuerzo.

—Pero Alber, antes dijiste que, según los obstáculos que tuviera, así se valorará la meta alcanzada. No entiendo entonces por qué ahora dices que no tiene valor.

—Lo que quiero decir, Jasón, es que realizar un esfuerzo físico en sí mismo no es dar valor a lo que haces, a menos que ese esfuerzo sea algo que para ti suponga retarte más allá de lo que cabe esperar. Hay peces que nadan contracorriente sin problemas, como el salmón cuando van a deso-var, pero para él eso no supone ningún reto, excepto cuando se encuentran con altos saltos que tienen que superar, y entonces sí, sí que tiene valor lo que hacen pues a veces lo intentan hasta la extenuación por perpetuar su especie, y ahí es cuando cobra sentido lo que hacen. ¿Tú por qué vas contracorriente?

—Voy contracorriente porque creo que al final del río arriba encontraré el lago mágico, y no me importa cuán fuerte sea la corriente en mi contra, que lucharé por llegar allá.

—¿Ves, Jasón? Ahora ya lo das valor. No vas contracorriente por que sí, sino porque tienes un meta, un sueño. Eso significa que si tu sueño es grande, entonces estarás dispuesto a luchar contra las corrientes fuertes, y no tan sólo contra las débiles sólo por el afán de decir: “yo hice eso”. ¿Ahora lo entiendes?

—Sí, creo que sí. Hacer las cosas por hacerlas, por muy difíciles que sean, no es lo que les da sentido, sino el propósito que hay detrás de ha-cerlo.

—Eso es. Y esto no ha hecho más que comenzar, creo que nos esperan algunas aventuras a medida que avancemos. Sigamos pues, mi querido Jasón.

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Todo día comienza con un despertar. Ahora bien, para despertar no solamente hay que abrir los ojos, sino todos los sentidos

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—Las corrientes me están produciendo cansancio, siento que no estoy acostumbrado a ellas y hay que hay que tener una coordinación perfecta para poder aguantar el esfuerzo que supone.

—Hay quienes se consideran perfectos, pero es sólo porque exigen menos de sí mismos. ¿Qué está dificultando tu desplazamiento en la co-rriente?

—Creo que son mis aletas, que son muy pequeñas y tengo que mover-las mucho para avanzar, y ello me produce un gran desgaste.

—Contra una adversidad física, ¿cómo se lucha? —preguntó Alber.

—No sé. ¿Con inteligencia, quizás? —replicó Jasón.

—Exacto. Es como el cuento del pastor David y el gigante Goliat, en el que el poderío de la fuerza bruta de Goliat no fue suficiente contra la inteligencia y destreza del habilidoso David. Y lo mejor de todo, Jasón, es que a pesar de que comenzaste diciendo “no sé” te atreviste a dejar salir lo que creías que podía ser, y fíjate que acertaste. ¿Qué te indica eso?

—¡Mmmm! —“ahora tengo que contestar, pues no puedo decir de nue-vo no sé”, se dijo—, pues que realmente sabemos más de lo que creemos que sabemos, y es quizás nuestras inseguridades las que nos hacen no utilizar el conocimiento que tenemos.

—Eso es, una vez más tú mismo diste con la respuesta adecuada. Eres muy inteligente, Jasón.

—Y tú un gran coach, Alber —le dijo Jasón guiñándole el ojo con una sonrisa de agradecimiento por el cumplido.

—Ahora, si me permites, Jasón, vengo observándote un buen rato y creo que te puedo ofrecer algo que te será de utilidad.

—¿Qué es?

—He visto que nadas todo el tiempo en línea recta, lo que hace que se produzca un mayor desgaste, pues tus movimientos son más cortos. Si nadas en línea recta te cansas, y debes parar para reponer fuerzas. Y si te paras, la corriente te arrastra, lo que hace que avances diez alerones y retrocedas cuatro. Así te va a resultar más duro de lo que debería ser.

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—Llevas razón, Alber. Es como en la escuela, cuando quería darme el atracón de todos los libros de una sola lectura en un solo día. Tenía que hacer mucho esfuerzo y muchas veces sentía que sólo había conseguido retener una cuarta parte de la información, lo que hacía que repitiese lo mismo durante varios días, sintiendo que hacía grandes esfuerzos y a ve-ces sin ser capaz de retener todo. Luego veía a otros amigos de la escuela, quienes se tomaban su tiempo para estudiar y se distraían un poco antes de retomar los libros de estudio. Era como si tomaran un camino más largo, que al final les hacía llegar mejor preparados a los exámenes. No lo entiendo.

—Sí, yo creo que sí que lo entiendes. Es tan sólo que no te has parado a pensar por qué es así. ¿Cuál crees que es la diferencia y cómo lo asocias con lo que estás haciendo?

—Supongo que la diferencia es que no siempre la línea recta es el ca-mino más corto para llegar a tu destino, ¿no?

—Algo así, Jasón. A veces nos dirigimos a un destino de la manera más difícil o por el camino más duro. Esto, a la larga, nos desgasta mucho, y muchos desisten en el camino. Hay destinos, como el que tú has elegido, que requieren poder aguantar, como en un maratón. Por eso es mejor pensar antes y nadar en zig-zag, para ofrecer menos resistencia con la corriente. De esta manera no te desgastarás tanto y podrás soportar mejor el desafío que te ofrece el río.

Entonces Jasón dirigió la mirada hacia su izquierda, levantó las cejas de manera pensativa y, sin voltear la cabeza, comenzó a imaginarse en su mente lo que Jasón quería decir.

—O sea, que debo desplazarme haciendo en zig-zag de un lado a otro del río para que mi resistencia al agua sea menor.

—Así es. Pero para averiguar la mejor manera de avanzar, observa qué resistencias se te anteponen y busca alternativas para solventarlas. Ahora, Jasón, te propongo que paremos a dormir. Hemos tenido un día muy can-sado y algo me dice que mañana necesitaremos estar bien despiertos.

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Tercera parte: para poder crecer hay que aprender

Las enseñanzas de Thor

III

Después de un largo y profundo sueño producido por la agotadora jor-nada anterior, se despertaron nuestros dos amigos en busca de comida y nuevas aventuras. Entonces dijo Jasón:

—Llevamos hablando de ser un líder desde que iniciamos el viaje jun-tos, pero... ¿qué es un líder? ¿Acaso es un héroe?

—¡No! —exclamó Alber.

En ese momento observaron a un grupo de pescados que navegaban desorientados y fatigados. Jasón se dirigió hacia Alber. Éste los miró y le dijo:

—¡No me digas nada! ¡Sólo míralos! —exclamó.

Jasón se dirigió al grupo emocionado, pues le recordaban a su familia y a su estancia en el mar.

—¿Hacia dónde os dirigís? —les preguntó.

En ese momento no supieron qué contestar, pues se encontraban igual

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de sorprendidos que ellos dos. Trascurrido un instante, contestó uno del grupo:

—No sabemos qué nos pasó, navegábamos por el mar y algo nos em-pujó hacia dentro y aquí nos encontramos ahora sin saber a dónde ir.

En ese momento, Jasón sintió algo que le impedía abandonarlos a su suerte. Pero, por otro lado, pensó que si les dedicaba su tiempo podría no conseguir su objetivo. Sus pensamientos fluían muy rápidos, y mientras seguía dándole vueltas a la cabeza, de repente se acordó de cuando se encontró con Alber. “Él me ayuda mucho. De hecho, sin Alber el camino hubiera sido más duro de lo que ha sido hasta ahora”, se dijo. “¿Por qué ellos no podrían hacer lo mismo?”, se preguntó una y otra vez. Pasado un instante, de repente, exclamó en voz alta, sin que el grupo de peces supiera lo que había pasado por su cabeza:

—¡Eso es!

“Compartiré mi sueño con ellos”, volvió a pensar.

—¿Eso es? ¿Qué es eso? —preguntó uno del grupo.

—Mirad —dijo Jasón—, yo tengo un sueño, y mi visión de lograrlo puede ser vuestra si queréis acompañarme. ¿Qué pensáis?

—No sabemos, nos gustaría volver al lugar de donde venimos pero, por otro lado, creo que todo el grupo piensa como yo, que tienes algo, no sé si es pasión o qué es, y que, al permitirnos compartirlo contigo, creo que todos nosotros tenemos también muchas ganas de hacer algo diferen-te, de lograr algo excitante. Y la verdad es que como no sabemos dónde nos dirigimos, sería fantástico poder ir con vosotros dos.

—¡Estupendo! Mi misión será también vuestra misión. Así vosotros también tendréis un propósito para seguir hacia delante.

Jasón se dispuso a contarles la historia del lugar encantador de aguas cristalinas y abundante comida y otras maravillas. Y, de esa forma, sin darse apenas cuenta y compartiendo su visión con el grupo de peces que acababa de conocer, les inspiró con su descripción, y su visión se convir-tió en la visión del grupo entero.

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No se dio cuenta Jasón de que, al hacer esto, acababa de adquirir una responsabilidad extra. La de inspirar, guiar y lograr su objetivo, que aho-ra no era sólo de él, sino de unos cuantos más, para lo que tendría que multiplicar su atención pues, entre otras cosas, él voluntariamente se dio cuanta de que ahora tenía que cuidar no sólo de sí mismo, sino también de sus nuevos compañeros.

Avanzaron todos juntos charlando, conociéndose mejor, haciendo bro-mas y compartiendo las cosas que iban descubriendo río arriba, hasta que la luz que penetraba a través del agua cristalina del río se iba cada disipando cada vez más en el horizonte. Y entonces Jasón, sin pensarlo dos veces, sintió que su primera acción para con el grupo era buscar un refugio donde poder dormir, pues la noche comenzaba hacer su aparición de nuevo.

—¡Aquí dormiremos esta noche! Parece un lugar seguro —exclamó, a la vez que se acomodaba en el lecho.

—Jasón, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo? —preguntó Alber.

—Sí claro, estamos parando para descansar. Se ve cansado al grupo. Y yo también lo estoy.

—No, no me refiero a eso. ¿Te acuerdas de lo que me preguntabas esta mañana, justo antes de encontrarnos con este grupo de peces?

—Sí, te preguntaba lo que era un líder.

—Bien Jasón, un líder es alguien que toma responsabilidades, como acabas de hacer tú con el grupo. Un líder comparte su visión con el grupo para que éstos sepan hacia dónde van y se inspiren en la meta.

—Un líder es... —Alber se calló de repente, mirando a los ojos de Ja-són por unos segundos— bueno, muchas cosas más, pero mejor te dejo que las vayas descubriendo tú mismo por el camino. La vida te pondrá a prueba y, según vayas decidiendo, verás lo que un líder es y lo que hace o deja de hacer.

—Alber, ¿viste cómo al grupo se le puso cara de alegría cuando les conté sobre el lago mágico? Al principio tenía miedo por compartir con tantos peces todo esto, y creo que aún lo tengo, pues no sé si me apoyarán,

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como lo haces tú, cuando nos enfrentemos a otros desafíos o si, por el contrario, serán una carga.

—Mira, Jasón, tú invitaste al grupo a compartir y a perseguir tu sueño. No les forzaste. Ellos eligieron libremente, y se han apasionado con ello. Si respetas sus decisiones igual que lo has hecho ahora, aunque algunas no sean de tu agrado, esto sólo te puede reportar satisfacciones. O quizás algunas lecciones que puedas aprender de ellos, ya que ahora es su sueño también. No olvides esto. Ya no es sólo tuyo, sino de ellos y, por lo tanto, deberás tenerles en cuenta para todo lo que hagas.

—¿Eso quiere decir que si deciden dejar de perseguir mi sueño, bueno, nuestro sueño, debo yo también respetarlo y parar?

—No, no necesariamente. Quiere decir que mientras tú les tengas en cuenta, mientras tú les respetes, ellos te apoyaran para bien o en las difi-cultades. Pero, si en algún momento, ellos lo vieran diferente a ti, enton-ces tú tendrás que decidir si seguir solo o con ellos. Y si decides seguir solo (pero siempre con respeto hacia ellos), te aseguro que te seguirán considerando como un gran líder aunque no te puedan seguir. No te ol-vides de que el destino da muchas vueltas y, si eres coherente con tus decisiones, la vida te recompensará con creces aunque al principio quizás no lo veas así. Bueno, yo creo que ahora es hora de descansar, pues creo que por hoy ya tienes bastante sobre lo que reflexionar.

—¡Sííí, aaahhhh! Me muero de sueño —decía Jasón con la boca abier-ta bostezando—. Que descanses tú también.

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IV

Al día siguiente...

Un radiante sol despertó aquella mañana a todos y pronto descubrie-ron que no habían dormido solos: un extraño animal de piel arrugada y una especie de armadura les hacia compañía. Le picaba la curiosidad por conocer a aquel animal, necesitaba saber quién era aquel animal y, sin pensarlo dos veces, le preguntó mientras le golpeaba su armadura:

—¿Quién eres?

Aquel animal de caminar lento se volvió hacia él y le contestó:

—Me llamo Thor, y soy una tortuga.

Aunque al principio le resultó extraño, pronto recordó haber visto a un ser parecido cuando nadaba por el mar, pero nunca lo había hecho tan de cerca. Su afán por saber le hizo indagar un poco más sobre aquel ani-mal que acababa de conocer, y no tardó mucho tiempo en experimentar cuánto conocimiento atesoraba aquel animal.

—¿Dónde vives? —preguntó Jasón.

—¡Vivo en este río! Soy una tortuga de agua dulce y aquí vivo, aunque también paso parte del día fuera de él —le contestó ella.

Jasón quedó desconcertado pensando en lo que Thor le había dicho.

—¿Agua dulce? ¿Vivir en el río y fuera de él? Estoy confundido.

—¿Acaso no sabías que estás en aguas dulces?

—Pues yo no noté que el agua era dulce. Sí noté que no era tan salada como la de donde vivía, pero no me sabe dulce.

—Qué simpático eres —aseveró la tortuga con su característica sonri-sa—. El agua del río se le conoce como agua dulce, no porque así lo sea, sino por que no es salada como la del mar. Esto, es como a veces deno-minamos a las cosas u otros animales, con un adjetivo opuesto a otro, no

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porque sean como lo segundo, sino porque lo primero es evidente y lo segundo no lo es. Esto a veces confunde a otros, que no se dan cuenta que viven en un mundo sin nombre, pero que lo conocen por contraposición a otro que sí que tiene características realmente propias de sus adjetivos.

—¿Qué quieres decir con eso, Thor?

—Pues que a veces nos dicen que somos malos simplemente porque existen otros que hacen cosas buenas, y no porque lo seamos realmente. O que algunas partes del río se las denomina como que no tienen vida, simplemente porque hay otras zonas con más animales y vegetación. ¿Me entiendes ahora?

—Qué interesante. O sea, que a veces denominamos a otros animales, lugares o zonas con nombres que no tienen nada que ver con ellos simple-mente porque son diferentes de otros.

—Exacto. Por eso, uno debe de observarse y conocerse así mismo ya que, si no lo hacemos, podemos caer en la trampa de creernos lo que otros nos llaman, simplemente porque ellos no ven en nosotros lo que ven en otros.

—Qué inteligente eres, Thor. ¿Dónde has aprendido todo eso?

—Las tortugas vivimos muchos años, hasta un centenar, e incluso más. Y la vida es una gran maestra. Si quieres aprender de ella, claro.

—Ya veo. Realmente veo que debo de aprender muchas cosas, pero que no debo correr, pues debo vivirlas. No puedo pretender conocer cier-tas cosas que no he vivido. Y dime, Thor, ¿cómo es que dices que vives dentro y fuera del río?

—Porque soy un anfibio.

—¡¿Un qué?! —exclamó sorprendido.

—Sí, un anfibio es un animal que puede vivir fuera y dentro del agua.

—¿Para qué quieres vivir fuera del agua? —preguntó Jasón.

—Me gusta estar fuera del agua para poder alimentarme y, a la vez, puedo tener un punto de vista diferente, pues me entero de lo que sucede tanto dentro como fuera del agua.

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Entonces Alber preguntó a Jasón:

—¿Qué lograrías tú si estuvieras fuera del agua?

—Quizás encontrar recursos que me ayuden a llegar antes a mi objeti-vo. O quizás no. Pero suena muy interesante saber que se puede hacer de manera diferente, ¿verdad? ¿Para ello es necesario que cambies el medio en el que vives?

Una nueva curiosidad se le despertó a nuestro amigo Jasón. Se pre-guntaba cómo sería su vida. Era como si, de repente, sintiera que su vida era monótona y algo comenzaba a apoderarse de él, así que le preguntó a Thor:

—¿Cómo puedo salir del agua?

—¿Cómo podrías hacerlo?

—No lo sé. Nunca lo he experimentado. No sé si realmente puedo.

—¿Y cómo puedes descubrirlo?

—Me acercaría hasta la orilla y me impulsaría con mis aletas.

—Y con ello, ¿hasta dónde llegarías? —preguntó Thor.

—Llegaría a salir fuera

—Y luego... ¿que? ¿Acaso tienes patas para caminar fuera de ella?

Jasón quedo desilusionado porque veía cómo se alejaba lo que se esta-ba convirtiendo en un paso hacia su objetivo. Thor, al ver su desilusión, volvió a insistir.

—¿No has respondido a mi pregunta?

—Si, te contesté —dijo Jasón—, ¿acaso no estás pendiente de lo que te digo? Aquella vieja tortuga, curtida en mil batallas, replicó:

—¿Has pensado alguna vez que una pregunta puede tener varias res-puestas y tú sólo me has contestado con una de ellas? —y de nuevo insis-tió con la misma pregunta—. ¿Cómo puedes salir del agua?

Jasón, un tanto disgustado y a la vez sorprendido por lo que le había dicho Thor, pensó, pensó y pensó, y pasado un buen rato exclamó:

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—¡Eso es! Saltando, debo hacerlo saltando.

A lo que Thor le contestó:

—En efecto, querido amigo. Has demostrado paciencia al permitirte pensar en más de una posibilidad, y tu respuesta has encontrado. Recuer-da que la paciencia es una virtud que te sacará de más de un apuro. Los jóvenes debéis esforzaros algo más que los mayores. Son cosas que la vida te enseña, aunque también hay de las que nunca se aprenden.

—Pero... ¿cómo puedo saltar de dentro del agua?

—¿Quién dijo de debes de saltar dentro del agua? Volvió a preguntar Thor.

Jasón se paró a pensar de nuevo durante un instante y exclamó:

—¡Eso es! Fuera, debo saltar hacia fuera del agua. Eres genial Thor, me has hecho pensar como mi amigo Alber. Qué contento estoy, pues sin haberlo dicho me has hecho llegar a una conclusión que sin duda me va a aportar mucho.

—Querido Jasón, si tu respuesta has encontrado mi trabajo contigo ha concluido. Sólo me queda advertirte que estás a punto de entrar en los dominios del rey Salm. Debes estar muy cauteloso. El rey Salm tiene una corte de leales súbditos que ponen a prueba a todos los viajeros.

—Ya había oído de este rey, y estoy preparado para encontrármelo —dijo Jasón con voz segura.

—¡Eres muy valiente! —añadió Thor con voz sosegada—. Quiero que recuerdes que tu valentía no siempre será una buena aliada, pues igual que te puede servir para salir de situaciones peligrosas, también te puede poner en serios compromisos; debes aprender a valorar todas las situacio-nes. A veces el valiente se convierte pierde por no sopesar antes todas las posibilidades.

—Tu primera prueba, si quieres continuar río arriba, será la del hada Lorelay.

—¿Quién? —preguntó Jasón.

—Lorelay es un hada que habita en la roca Lorelay. Si por sus domi-

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nios quieres pasar, su roca deberás saltar. Y al paso lento que le ha llevado a vivir muchos años —así fue como Thor se despidió.

—Siempre te recordaré, gran amiga —dijo con voz triste al verla ale-jarse.

El resto del día Jasón se lo pasó intentando saltar sin lograr su propósi-to. Thor le había enseñado que “la gente sabia la puedes encontrar en to-dos los sitios. Sólo tienes que mirar atentamente, y una enseñanza sacarás de cualquier persona o situación de la que quieras aprender”.

Las enseñanzas, al igual que las oportunidades, no nos llegan así, sin más, se encuentran cuando uno las busca. A veces las provocamos sin darnos cuenta.

Dicen que oportunidad es cuando se nos presenta una ocasión en la que estamos listos. Por eso, no exis-te oportunidad sin estar uno listo. De ahí que uno se deba preparar para estar listo en el momento en que surja la ocasión.

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Entusiasmado por su nueva lección, Jasón descuidó al resto de com-pañeros, incluso a Alber, al que no le prestó atención durante todo el día. Jasón no escuchó nada más que a la vieja Thor. Y el hambre se había apoderado del grupo.

—¿Qué vas hacer para darnos de comer? Tenemos hambre —dijo Al-ber. Jasón recordó en aquel momento que, al pedirles que le acompañara, había adquirido una responsabilidad. No lo pensó dos veces y se lanzó a la búsqueda de comida a pesar de las pocas fuerzas que le quedaban. Trascurrido un buen rato buscando, halló un lugar donde unas ramas de un árbol habían dejado caer unas semillas…

—Venid, aquí tenéis donde comer.

—Pero son pocas —dijeron los demás.

—Comed vosotros que yo estoy rebosante, tanta emoción me ha deja-do sin hambre.

Aquel detalle fue agradecido por los compañeros, pues sabían que no era cierto y que también Jasón debía de estar hambriento. Cuando se fue-ron a dormir, Alber le dijo:

—Hoy has aprendido muchas cosas, pero hay una que quisiera desta-carte en particular. Y es la de cómo has logrado ser aún más querido por tus compañeros. Con esa acción a la hora de la comida te has ganado el respeto de todos, que han visto en ti a un verdadero líder dispuesto a sa-crificarse por ellos.

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Si lo que haces por otros lo haces con amor, no importa lo que te esfuerces: la recompensa será siempre mayor de lo que tú hiciste o dejaste de hacer por ellos

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V

A la mañana siguiente Jasón se levantó muy pronto, pues el no haber comido el día anterior le producía una sensación un tanto extraña. Él no lo sabía, pero el hambre comenzaba a apoderarse de su mente y de su cuerpo. Alber, que se había levantado a la misma vez, al ver su actitud le preguntó:

—¿Qué te sucede?

—Tengo una extraña sensación a la que no logro dar respuesta.

Alber se paró un instante y dijo:

—El hambre suele producir hechos y acciones inmorales. La abundan-cia, únicamente indigestiones y torpezas.

Entonces miró y pudo observar que sus compañeros le habían dejado algunas semillas de la noche anterior. Comió aquellas semillas, y las pa-labras que le dijo Alber fueron como una inyección de moral para Jasón, que se sumergió hasta el fondo y se impulsó hacia arriba, pero había tanta distancia que apenas le quedaban fuerzas para saltar cuando llegaba casi al exterior. De nuevo, y apenas hubo recobrado un poco el aliento, volvió a bajar esta vez un poco menos, se impulsó y logró salir a la superficie.

—¡Lo he conseguido, lo conseguí! —exclamaba una y otra vez mien-tras despertaba a los compañeros—. Mirad, ¡puedo saltar, puedo saltar! —exclamaba incesantemente a la vez que volvía a bajar, para después volver a impulsarse y salir fuera de nuevo.

Los compañeros, sorprendidos y admirados, exclamaron:

—¡Oh!, ¡oh! —repetían una y otra vez.

—¡Ha desaparecido! —exclamaba otro.

Al rato volvió a entrar de nuevo en el agua tras un picado maravilloso. Todos se volvieron locos de alegría; aquel remanso se convirtió en un torrente de alegría y frenesí. Durante la celebración, éste no escuchó a Alber. Cuando los ánimos se calmaron un poco, Alber le dijo:

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—Una nueva necesidad se cierne sobre ti.

—¿Cuál? —respondió enérgicamente.

—¿Tú sabes saltar? Lo has logrado, ¿no?

—Sí, pero... ¡¿Qué me quieres decir con esto, que debo enseñarlos a ellos?! —exclamó Jasón.

Y Alber le respondió con nuevas preguntas:

—¿Quieres que el equipo que te siga sea tan bueno o mejor incluso que tú, o lo quieres incluso a pesar de tener menos habilidades que las tuyas? ¿Qué crees que te será más fácil de liderar, un equipo de gente excelente, o un equipo sin habilidades? ¿Con cuál de estos dos tipos de equipos crees que te desgastarías menos y llegaríais, incluido tú, más lejos? Pien-sa en estas respuestas, Jasón, y estoy seguro que llegarás a respuestas muy poderosas. Luego busca cómo lograrlo.

Ser alguien muy bueno o tener habilidades excelentes no es suficiente para liderar. Un buen líder es aquel que busca igualmente tanto la excelencia de sí mismo como de su equipo o su gente.

La gente no sigue a un líder, sino que se deja liderar cuando ellos mismos sienten que crecen en el camino junto a su líder.

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Cuarta parte: la importancia de motivar

I

El hada Lorelay

Pasaron gran parte del día preparándose hasta que todos lograron sal-tar, y les aseguro que aquello no fue tarea fácil.

—¿Qué te está aportando esta experiencia? —preguntó Alber.

—Siento algo que no logro comprender y que sin embargo me está dando una alegría inmensa.

—Eso, querido Jasón, tiene un nombre: ¡satisfacción! Se consigue cuando se hacen las cosas correctamente.

—Entonces, ¿la satisfacción es alegría?

—Por grandes comodidades que disfrutes o por muchas riquezas que poseas, no te sentirás completo del todo si no cuentas con la estimación de los demás. Recuerda, Jasón, esto que te estoy diciendo. Pues igual que te satisface a ti, así también lo necesitan los demás.

Contento por lo que había aprendido prosiguió su viaje río arriba. Iban saltando y saltando, pero pronto se dio cuenta de que llegaba cada vez más alto, aunque apenas lograba avanzar unos pocos centímetros.

Sin él saberlo, el destino les tendría preparada una nueva aventura que

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les iba a poner a prueba. Una enorme piedra impedía su avance, y pudo observar que no se podía vadear o pasar bajo ella. Al intentar saltarla ar-maron tal estruendo que surgió de las aguas un hada.

—¿Qué sucede? ¿Es que no le han enseñado a respetar el sueño de los demás? Jasón se quedó boquiabierto y pensativo, y después de unos se-gundos observándola, se acordó de lo que le contó Thor y exclamó:

—¡Tú debes de ser el hada Lorelay!

—Estás en lo cierto —exclamó el hada.

—¿En realidad eres tan malvada como cuentan? —dijo Jasón.

El hada esbozó una sonrisa y él continuó con una carcajada burlona:

—¿Por qué te ríes? —dijo Jasón.

—No es cierto que sea malvada, sólo exijo un tributo a la gente que quiere pasar por esta piedra.

—¿Qué es un tributo? —preguntó inocentemente.

—Un tributo para ti será, por ejemplo, un sacrificio.

—¿Y eso acaso no es de ser malvado, el exigir un sacrificio?

—¡No! —exclamó el hada—, en la vida se han de pagar muchos tri-butos.

—Para poder seguir debes dejar aquí a uno de tus amigos, para que sea mi sirviente —dijo Lorelay.

—Pero eso no puede ser —dijo Jasón—, no permitiré pagar tal tributo.

—Si no cumples mi exigencia no podrás seguir, a menos que...

E, inclinando ligeramente su cabeza hacia la derecha mientras alzaba su mirada hacia arriba a la izquierda, con una sonrisa maligna, sabiendo que lo que iba a pedirle era prácticamente imposible para peces como Jasón y su grupo de pececillos, Lorelay dijo:

—Te daré una oportunidad. Si lográis todos saltar la roca, os permitiré pasar sin pediros el tributo. Pero... si no lo conseguís... ¡Je, je, je! Si no lo conseguís TODOS... —remarcó el hada, haciendo notar que las conse-

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cuencias serían peores si elegían intentarlo y no lo lograban—, entonces... ¡TODOS, absolutamente TODOS os quedaréis como mis sirvientes!

Jasón fue a consultar al resto del grupo. Y un par de pececillos se ofre-cieron voluntarios a quedarse con la hada Lorelay.

Alber buscó con su mirada a Jasón para ver qué hacía, y éste, sin titu-bear, dijo con firmeza:

—¡NO! Vosotros habéis apostado por mí y decidido apoyarme. No puedo permitir que uno solo de vosotros se quede atrás. Ahora somos un equipo, y como tal debemos asumir los riesgos, juntos como una unidad.

Entonces todos se miraron entre ellos en primer lugar, para luego diri-gir sus miradas hacia Jasón con igual determinación que las palabras que éste acababa de pronunciar. Y consintieron que esta empresa la debían llevar a cabo todos juntos. Por lo tanto, todos aceptaron que podrían ter-minar ahí su viaje y convertirse en sirvientes de la reina Lorelay.

Pero, a la vez que contemplaron esa posibilidad, un sentimiento de amor propio recorría sus diminutos cuerpos, aceptando el reto y siendo liderados por Jasón (a quien habían observado pegar algunos saltos), aun-que no sabían cómo iban a lograr saltar aquella inmensa roca.

—¡Yo seré el primero! —exclamó Jasón, a la vez que se sumergía se-guro de sí, pues había estado entrenado como le había enseñado Thor a hacerlo.

Tomó impulsó, saltó y logró superar la altura de la roca. Sin embargo, no logró rebasarla. Entonces se dirigió a Alber:

—He logrado saltar más allá de la altura de la roca, pero no he logrado rebasarla. Ayúdame Alber, ¿cómo puedo hacerlo? —le preguntó.

—¿Cómo se puede afrontar un reto del cual desconoces el “cómo” superarlo?

—Puedo saltar en vertical... Puedo nadar en horizontal velozmente... ¡Eureka! Ya sé: si nado velozmente hacia la roca y salto justo antes de estrellarme, el impulso me hará avanzar en el aire.

—¡Eso es! —exclamó Alber.

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Así pues, tomó distancia y aire y se encaramó hacia la roca a toda velo-cidad, cuando de pronto se escuchó un fuerte estrépito, como si dos piezas de madera sólidas chocaran entre ellas. Jasón había arremetido contra la roca. Aquel golpe lo dejó unos instantes aturdido y desorientado. Apenas recobró el conocimiento, volvió a prepararse de nuevo, pero entonces intervino Alber:

—No quiero que te pegues otro golpetazo —comentó con voz firme y ternura—. ¿Qué es lo que no has tenido en cuenta aún?

—¡No lo sé! —exclamó Jasón un tanto aturdido por el golpe.

—No habías empezado a nadar y ya pensabas que estabas al otro lado de la piedra.

—Y... ¿entonces? No he tenido calibrada la distancia para tomar un buen impulso —dijo Jasón un tanto desanimado.

—Debes ser paciente y pensar las cosas antes de ejecutarlas, pierde un par de segundos observando primero y ganarás diez haciéndolo después.

De nuevo analizó la situación anterior y se preguntó a sí mismo, como si las preguntas de Alber le fueran creando un hábito que él mismo iba ad-quiriendo: “¿qué es lo que no he tenido en cuenta?”. Se quedó pensando de nuevo, y trascurrido un rato exclamó:

—¡La altura de la piedra! Pero no pude ser, la altura es la misma y antes logré superarla... ¿Acaso es mi fuerza...? ¡Ya sé! No tomé la suficiente velocidad.

—¿Estás cansado del anterior salto? —preguntó Alber.

—¡No! —exclamó Jasón.

—Pues entonces es porque aplicaste el mismo impulso y la misma fuerza.

—¡Aaahh! —exclamó de nuevo—. No calculé bien la distancia desde donde tomé el impulso para no toparme antes con la roca, por eso no logré superarla.

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La distancias en la mente suelen ser menores que en la realidad. Debemos calibrar bien antes de intentar recorrerlas, para que nuestra percepción sean lo más aproximadas a las distancias reales

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—Ahora te das cuenta de que la distancia hasta el lago es siempre ma-yor cuando se recorre que cuando se piensa —dijo Alber.

Aquéllas palabras le abrieron los ojos a los errores que había cometido y volvió a tomar carrerilla, se encaró a la piedra y, cuando estuvo cerca de la misma, dio un gran impulso y de un salto logró rebasar el obstáculo.

Loco y rebosante de alegría comenzó a saltar y saltar sobre el agua que corría sobre aquella piedra. En ese momento recordó el deber que tenía para con sus compañeros, y se dio cuenta de que desde ahí no podría ayudar a sus compañeros. Y, a pesar del esfuerzo que tuvo que hacer para superar aquel obstáculo, volvió de nuevo a saltarlo en sentido contrario para regresar junto a sus compañeros, que se encontraban admiraros y a la vez temerosos por su suerte.

—Somos un equipo, nos guía el mismo objetivo. Yo he conseguido lle-gar al otro lado y no hemos llegado tan lejos para quedarnos en el primer contratiempo. Y si yo puedo lograrlo, vosotros también. No encuentro, por más que lo pienso, una sola razón para que vosotros no lo logréis... Sois de mismo tamaño que yo, nadáis a la misma velocidad que yo y creéis que podéis hacerlo, entonces... ¡PODRÉIS HACERLO!

Aquellas palabras armaron de valor a los demás.

—¿Cómo lo harás? —le preguntó Alber.

—¿Cómo haré el qué?

—Conseguir que todos nosotros saltemos como tú. Ninguno de noso-tros hemos practicado como tú lo hiciste.

—Alber, no sólo de las reflexiones y de las buenas preguntas aprende uno. Tú me has enseñado también que a través de la observación se puede aprender mucho, y que cuando uno observa que otro puede, uno mismo es capaz de inspirarse y creer que también puede. Además —continuó Jasón—, el viejo Triton creía en mí más de lo que yo creía en mi mismo. Y eso, amigo mío, me hizo creer en mí mismo. No sé realmente cómo funcionamos, pero si sé que cuando alguien te da confianza, uno es capaz de alcanzar metas que por uno mismo no hubiera pensado que era capaz. Y... ¿sabes? Yo estoy convencido que todos vosotros podéis lograrlo, y os

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voy a apoyar hasta el final.

—Jasón, al oírte no sólo me asombro de lo rápido que estás creciendo, sino que realmente me inspiras confianza en mí mismo, y empiezo a creer que yo también puedo lograrlo.

—¡Vayamos pues! —respondió Jasón con seguridad—. Vayamos a practicar antes de intentarlo y que nadie se dañe chocando como a mí me pasó. Yo os enseñaré a saltar uno por uno, hasta que estemos todos lis-tos. Practicaremos primero cómo impulsarnos hacia arriba y hacia fuera del agua. La velocidad ya sabemos cómo tomarla pero, antes de hacerlo, acordaos de calibrar la distancia, y como un equipo saltaremos de nuevo todos a la vez.

Y así fue como lo hicieron. Confrontaron sus miedos primero verbal-mente entre ellos, practicaron durante un rato como les dijo Jasón (mo-delando los movimientos que le habían visto hacer) y, al poco en poco, tiempo fueron sintiendo cómo sus espinosos y diminutos, pero ágiles y veloces cuerpos ganaron la confianza en sí mismos para lograrlo. Antes de prepararse para intentarlo, Jasón se dirigió a todos diciendo:

—Recordad qué es lo que andamos buscando... y en lugar de pregun-taros si podéis o no podéis hacerlo, preguntaos: ¿y por qué no puedo lograrlo?

El grupo parecía como si comenzaran a ser poseídos por unas ganas enormes de comerse el mundo. Y, después de interiorizar sus respuestas visualizando el salto y sintiendo la alegría del logro y lo que les esperaban al conseguirlo, ensayaron unas cuantas veces más, salto tras salto, combi-nándolo con visualizaciones y perfeccionándolo antes en su mente, hasta que todos tenían asimilada la técnica.

Entonces se dirigieron a la roca y dieron todos a la vez un salto enorme, como si quisieran alcanzar el cielo con sus aletas moviéndolas como si fueran alas.

Fue espectacular. En ese momento les podían haber puesto un castillo delante, y también se lo hubieran saltado.

Y así fue como todos lograron superar el obstáculo. La alegría se apo-

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deró del grupo y Jasón no dudó en elogiar y felicitar a cada uno por el esfuerzo tan grande realizado y por el logro obtenido.

Sin duda fue un gran logro a nivel personal, pero el más importante fue el conseguido por el grupo, pues habían aprendido todos a saltar... y muchas cosas más.

El hada se dirigió a Jasón con una mirada que estaba entre el “no me lo puedo creer” y el respeto por lo que acaba de presenciar, y le dijo:

—Estoy admirada por tu valentía, veo que eres una persona respon-sable que confía no sólo en sus posibilidades, sino también en las de los demás. Quiero decirte que todos los que pasaron antes que tú por este lu-gar pagaron su tributo y tú has sido el único que has logrado superarlo sin sacrificar a nadie de tu equipo. Tu decisión ha despertado en mí una gran admiración. He decirte que ya estás dentro de los dominios del rey Salm; no te será fácil el viaje pues, a partir de ahora, deberás afrontar pruebas tanto o más peligrosas que esta. Si me permites un consejo, pequeño gran Jasón, ejerces de líder con mucha entereza y animando a los tuyos mucho para que ellos también crezcan. Eso es de admirar. Ahora bien, recuerda que ellos siguen más al líder que ven en ti que al líder al que escuchan.

¿Qué has aprendidotú hasta aquí?

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Sigue mostrándoles cómo lograrlo, pero si tú no sabes cómo hacer algo, compártelo con ellos. Porque si te muestras humano y les invitas a opinar y ofrecer sus ideas, vuestros recursos serán infinitamente inacabables, ya que el potencial de un equipo no se mide por la suma de cada uno de sus miembros, si no por la multiplicación de todo su potencial.

—Te agradezco mucho tu consejo, reina Lorelay. Y te agradezco la prueba por la que nos has hecho pasar, pues sin este obstáculo no hubié-ramos tenido la oportunidad de conocernos mejor todos nosotros y de crecer. Ahora debemos partir.

Para creer en otros, primero tienes que creer en ti. Para que creer en ti, primero tienes que creer en otros.

Si al principio no crees en ti mismo, entonces pretende creer en ti. Y para pretender creer en ti, primero tienes que creer que puedes pretender creer en ti.

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II

Celebrar los logros

Una vez alejados de la roca, el éxito obtenido cegó momentáneamente a Jasón. Pero Alber detectó algo que era muy importante y se la había pasado a Jasón.

—¿Qué harás ahora?

Jasón no comprendió el significado de aquella pregunta.

—¿Qué quieres decirme con eso? —preguntó en un tono de incredu-lidad.

—¿Recuerdas lo que hacían tus padres cuando sacabas buenas notas en el colegio, o cuando lograbas alguna proeza?

—Sigo sin entender, Alber.

—¿Qué fue lo que creó esa situación? ¿El hecho de haber alcanzado este logro de hoy no es acaso digno de celebración?

—Sí, llevas razón —contestó Jasón.

—Un buen líder reconoce y celebra los éxitos o logros conseguidos por y con su equipo. Y creo que el haber logrado superar esa enorme piedra ha sido algo fantástico y de merecida celebración.

—Sí, es cierto. Pero, ¿no caeremos en el peligro de celebrar victoria antes de llegar a nuestra meta? —preguntó Jasón.

—Jasón, piensa en esto. El gozo de llegar a la meta puede ser enorme. Pero es mucho mayor el gozo de recordar el camino que uno ha tenido que recorrer hasta llegar a la meta. Además, lo que estás aprendiendo y ganando con tus compañeros ya es todo un éxito, independientemente de que llegues o no al final. ¿No lo crees así?

—Sí, la verdad es que ahora veo lo que me dices y es cierto. Tenemos ya muchas razones para celebrar lo que hemos logrado hasta aquí.

—Además, recuerdo que cuando mi papá me reconocía el esfuerzo

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que hacía mientras estudiaba y los pequeños logros que iba consiguiendo antes de final del curso, yo me motivaba aún más y me animaba a seguir trabajando para llegar al final con los mejores resultados. Qué bueno que me lo has recordado. ¡Celebremos pues!

Y así pasaron el resto del día, celebrando aquel extraordinario logro.

Los hechos vividos el día anterior hicieron que aquella mañana se le-vantara tremendamente cansado, como si las fuerzas le estuvieran fallan-do. Alber se había percatado de ello.

—¿Sabes cómo delegar?

Para Jasón aquella palabra, “delegar”, le resultaba tan desconocida como el lugar mismo en el que se encontraba.

—¡No, no he oído nunca esa palabra! —exclamó.

—Ahora te estás dando cuenta de que ya estás comenzando a cansarte. Eso es porque desde el inicio has llevado el peso de la misión tú solo sobre tus aletas.

—Pero... ¿acaso no es eso lo que hace un buen líder? —preguntó Jasón.

—Sí, en parte sí. Pero un gran líder también sabe delegar. Es como lograr que otros adquieran responsabilidades dentro de un equipo. Esto no significa que el líder se exima de las mismas, nada de eso, sino que logra que el equipo asuma parte de ellas, y así ellos también se sentirán responsables del éxito.

—¿Delegando estaré menos cansado?

—Debes saber que delegar facilitará el crecimiento de los que están por debajo de ti e incluso promueve más tu posición en el grupo. Para ello debes definir con claridad los límites y resultados, así como las normas del ejercicio a realizar, y analizar cómo cada individuo de tu grupo llega a su resultado. Nunca infravalores el potencial de los demás. Piensa que, igual que tú tienes ganas de alcanzar metas, ellos también quieren demos-trar que su aportación es valiosa. Debes darles esa oportunidad. Además, fíjate Jasón, si descompones la palabra “delegar” en dos, “de-legar”, lo que obtienes es que cuando delegas consigues dejar un legado. El legado

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de que la gente aprende por sí misma, crece al tomar responsabilidades y se siente orgullosa y feliz compartiendo los logros, pues ya no se los dan hechos, sino que sienten que forman parte y se ven integrados en el proceso que se lleva a cabo para conseguir el objetivo. Se convierte en un objetivo de todos, y no ya de una sola persona.

—¿Cómo debo empezar a delegar? —preguntó Jasón.

—Tienes dos opciones. Para los más tímidos, comienza por ofrecerles pequeños bocados, para que vayan ganando confianza en sí mismos, para posteriormente darles responsabilidades más grandes.

—¿Y para los más atrevidos, qué?

—Pregúntales a ellos qué pueden o de qué quieren hacerse cargo. Ellos mismos irán descubriendo hasta dónde pueden llegar. Verás que poco a poco irás teniendo todo un equipo de líderes junto a ti.

—Creo que ya entiendo. Delegar es dar un poco de mi trabajo a los demás.

—¡No! Delegar no es dejar que otro haga una parte de tu trabajo. Eso es simplemente pedir al otro individuo que haga algo por ti, de tu proyec-to. ¿Dónde está ahí el crecimiento individual o del equipo? Para impli-carlos, el líder debe estimularlos y reconocerles que ellos también pueden hacerlo. Y juntos, hacer cosas más grandes de las que podrías hacer tú solo sin contar con sus talentos. Se trata de compartir tanto lo que te gusta como lo que no te gusta. Delegar —siguió contándole Alber— consiste en asumir riesgos, ya que el trabajo no lo realizas tú, sino otro individuo. ¿Recuerdas cuando tu madre te dejó a cargo de aquellas ánforas que tú admirabas tanto?

—¡Sí, lo recuerdo!

—¿Qué sucedió?

—Que por un descuido, las rompí.

—¿Qué sucedió entonces, Jasón?

—¡Nada! Mis padres no me regañaron.

—¿Y por qué no? —preguntó Alber.

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—Ellos comprendieron que era la primera vez que me habían encar-gado una tarea, y me dieron algunas indicaciones que me sirvieron para evitar los fallos que cometí la primera vez.

—Y entonces, ¿qué deduces de ahí, Jasón?

—¿Que yo debo hacer lo mismo con el grupo?

—Bueno, creo que ya conoces el significado de lo que es delegar. Aho-ra ve y practícalo. Propónselo a ellos.

Y Jasón, mirando al lecho cabizbajo y con un tono de voz tímido, casi murmurando, dijo:

—Tengo miedo. ¿Y si no quieren hacer nada? ¿Y si sienten que pido demasiado y me rechazan? ¿Y si...?

—¡PARA! —dijo Alber, intentando que Jasón no siguiera infectándose con pensamientos negativos que no le aportaban nada—. Jasón, ¿cómo puedes saber si están o no dispuestos a hacer algo, a adquirir o no respon-sabilidades?

—Supongo que preguntándoles.

—¡Exacto! Además, si observas, también encontrarás entre ellos a los que tomen más iniciativas, y a esos no tendrás que preguntarles, sino sim-plemente dejarles que poco a poco vayan aportando lo que sale de ellos.

—Gracias, Alber. Jamás se me hubiera ocurrido que un líder podría hacer eso. Pero... ¿y de mi segunda pregunta?

—¿La de si se sienten que pides demasiado y te rechazan? —confirmó Alber.

—Sí, esa.

—Mira, lo que los demás rechazan de ti, cultívalo, pues eso es parte de tu ser y el camino de tu crecimiento. Si te encuentras en una situación de rechazo, aprovéchala para mirarte dentro de ti mismo y averiguar qué es lo que puede provocar un rechazo al otro pez. Esas son grandes oportuni-dades que te ofrece la vida para crecer.

Y Jasón, algo preocupado y pensativo, se dirigió a ellos y les preguntó:

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—¿Cómo se sentiríais, amigos, con la idea de compartir?

—Esperábamos este momento desde hace tiempo —le contestaron.

Entonces Jasón se dio cuenta, una vez más, de que muchos de sus mie-dos no son más que diálogos internos que uno se crea, y que por no con-trastarlos con otros, pueden llegar a ser muy dañinos.

“Qué suerte tengo de tener a Alber conmigo”, pensó Jasón. “Él me hace reflexionar y darme cuenta de cosas que seguramente me causarían grandes estragos de no contar con él”.

Así fue como comenzó a delegar, ofreció esos pequeños bocados y todos asumieron una parte del proyecto. A partir de aquel momento, el grupo comenzó a comportarse como un equipo.

Los miedos que nos impiden delegar son los mismos que nos convierten en controladores. Y aunque queramos a nuestros hijos, a nuestra gente, a nuestro equipo, si no les permitimos que ellos tropiecen (debido a nuestros propios miedos), igualmente estaremos frenando el potencial para que se desarrollen.

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sexta parte: buscando en tu interior

I

En los dominios del príncipe Salm

Pasaron los días y nuestros amigos continuaban su viaje río arriba; ni el cansancio ni el tiempo les hacían desistir. Durante el viaje escucharon a otros animales hablar del príncipe Salm, del condado de Salm-Salm, un príncipe muy sabio. Contaban que había nadado en todos los mares y remontado los ríos más largos y peligrosos del mundo. El príncipe Salm había establecido sus dominios en aquel río y, para cruzarlos, había que superar su conocimiento y sus adivinanzas.

Iban llegando a un precioso remanso, un lugar en el que la luz abun-daba en la misma medida que la tranquilidad y la comida. Pero de pronto algo les hizo ponerse en alerta. Comenzaron a escuchar una voz, como si tuviera eco dentro del agua, que les decía:

—Si en este remanso del príncipe queréis permanecer, él os lo deberá conceder.

Al mismo tiempo, unos guardias se les acercaban y pronunciaban las siguientes palabras...

—No podrán pasar si el acertijo no logran descifrar.

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—Dejadnos entonces saber cuál será el acertijo —dijo Jasón.

Y uno de los guardines comenzó a formular el acertijo:

— Tiene un principio oscuro y tiene un luminoso fin; una vez que has entrado por él, al otro lado puedes salir.

Jasón se paró un buen rato a pensar y repitió la frase interiormente y de manera pausada: “tiene un principio oscuro y tiene un luminoso fin, una vez entrado por él, al otro lado puedo salir…”.

—¡Ya sé! ¡Es un túnel! —exclamó de alegría, pareciéndole muy sen-cilla tal adivinanza.

—¡No! —exclamó uno de los guardias, añadiendo—, piénsalo y falla-rás, siéntelo y acertarás.

—¡Ah! —sin pensarlo, y como que alguna parte de él sabía la res-puesta, contestó instantáneamente, como si no hubiera fallado antes en su adivinar—, ¡es la tristeza!, porque cuando comienzas a surgir te sientes triste e inmerso en la oscuridad, y el otro lado de la tristeza es la alegría, siempre luminosa.

—Correcto —dijo el guardián—. Pasa, el príncipe te espera.

—¿A mí? ¿Cómo es eso? ¿Cómo sabía que venía? ¿Por qué me espera? —preguntaba Jasón, sin entender nada.

—No hagas más preguntas. Si vuestro objetivo queréis lograr, ante el rey os debéis mostrar —dijo, al tiempo que le acompañaban a lo que pa-recía una cueva.

—Espera —dijeron el resto—, iremos contigo, hemos realizado el via-je hasta aquí contigo y ahora también te acompañaremos.

—¡No! —exclamó uno de los guardianes—. Sólo uno podrá pasar, pues a uno nada más espera el rey.

—No os preocupéis —dijo Jasón—. Os haré saber tan pronto cómo pueda.

“A veces el destino te pone pruebas individuales para poder seguir con tu gente, y parece que esta será una de ellas”, se dijo.

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Adentrándose en una especie de cueva, Jasón observó que ésta era un gran túnel oscuro. Tembloroso y abandonado a su suerte penetró en el interior de aquella oscuridad, sintiendo el profundo y aterrador silencio que reinaba en aquel lugar. Nunca se había sentido tan solo, pues siempre se encontraba acompañado. No conocía lo que era el significado de la pa-labra soledad. Se encontraba inquieto, sentía cómo el miedo se apoderaba de él, cuando de pronto una voz potente y con un eco que hacía temblar las sólidas paredes rompió aquel silencio, diciendo:

—Si no tienes paz dentro de ti, de nada te sirve que la busques por aquí. Es hora de que escuches en tu interior.

Y, de nuevo, volvió aquel silencio.

—¿Eres el príncipe Salm? —gritaba una y otra vez, dando vueltas y mirando en todas las direcciones incesantemente. Pero no veía nada ni nadie contestaba. Pasaron varios minutos, y Jasón seguía buscando el lu-gar de donde salió la voz, gritando más y más. De repente, se volvió a escuchar la misma voz.

—En uno de mis viajes por el lejano Oriente escuché una vez a un pez sabio un dicho que decía: “las grandes almas tienen voluntad; las débiles, sólo deseos”.

—¿Por qué me dices eso? —preguntó Jasón—. ¿Acaso no estoy te-niendo voluntad?

—Sí, pero ahora ardes en deseos, ¿no es así? —preguntó el príncipe.

—¿Cuándo te veré? —gritó Jasón al vacío mientras seguía buscando de dónde salía esa voz.

—¡Ja, ja, ja, ja! —se oyeron unas carcajadas—. ¡Sólo cuando el alum-no esté preparado, el maestro será encontrado! —volvió a escucharse de entre las paredes de aquella cueva inmensa.

Y, acto seguido, como si bombas de frases estuvieran cayendo, sin tiempo a penas a reflexionar sobre la frase anterior, se escuchaba otra que decía:

—No puedes aprender de donde te niegas a escuchar y ver.

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Y otra más:

—No puedes encontrar un sabio si te sientes un necio cerrado.

—…y si miras y escuchas a tu alrededor, maestros y enseñanzas en-contrarán tu corazón.

—Abre tus sentidos, busca como si fueras ignorante de todo y sabio de nada, que el conocimiento que está en los caminos hallarás cuando tu mente sea tu alma...

—No sigas ardiendo en deseos y que tu voluntad te haga ver tus oídos ciegos.

Y cuando ya estaba Jasón aturdiéndose con tanta frase significativa, las últimas palabras hicieron que se le encendiera una luz en medio de aque-lla oscuridad lingüística. Respiró profundamente, se sentó apoyándose en la fría pared y recordó un corto diálogo que una vez leyó en un libro de alguien llamado Ghandi, que decía: “hoy tengo muchas cosas que hacer, así que será mejor que medite un poquito más…”.

Así pues, siguió respirando profundamente para poder ordenar todo lo que aquellas frases le estaban provocando en su interior.

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La curiosidad es la madre del aprendizaje

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II

El sabio interior

A pesar de todo lo que estaba viviendo, los días pasaban en aquella oscura y desconcertante gruta. La falta de luz la suplía mirando hacia su interior, se aferraba a su conciencia para iluminar aquella situación. En-tretanto permanecía en el mismo lugar, no sentía que avanzaba, cuando de pronto, en medio de aquella oscuridad, apareció una luz que se hacia más y más grande conforme se aproximaba hacia él. Era tan resplandeciente que lo cegó por completo. En el interior de aquella luz se podía apreciar lo que parecía una silueta.

—¿Quién eres? —preguntó una y otra vez, sin obtener respuesta—. ¡Diablos…! ¿Es que acaso no sabes hablar? —dijo enojado Jasón.

De nuevo, la voz le interrumpió:

—Ese que tienes ante ti es tu sabio interior y, aunque no te lo creas, te está hablando desde hace un buen rato, lo que pasa es que llevas escu-chando mucho tiempo a tu conciencia y no le has prestado atención a tu sabio interior. Pero han tenido que pasar varios días para que tu concien-cia se acallara y dejara escuchar a tu interior. Por eso es que ahora ya estás listo para escuchar. Aprovéchalo.

Entonces recordó cuando escuchó al viejo Tritón contar la historia del lago, todos los consejos que le había dado Alber, e incluso cuando atendió las enseñanzas de la vieja Thor. En ese momento se dio cuenta que sabia escuchar, pero sólo al sabio interior de los demás, nunca se había parado a escuchar a sus propias voces silenciosas.

—Tu conciencia es quien gobierna a los que te siguen, pero tu sabio interior gobierna el universo. Llevas mucho tiempo dedicándote a los de-más, es hora de que te dediques a ti. Escucha a tu sabio interior —con-tinuó la voz misteriosa—. Debes saber que cuando oímos un estornudo, no es más que el indicio de un resfriado, una alergia o algo que ya nos ha afectado antes de salir el estornudo. Unos lo escuchan y hacen algo al respecto. Otros lo ignoran y caen enfermos. Igual nos pasa con nues-

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tro sabio interior, sólo que éste nos habla constantemente y sólo en los momentos críticos, cuando ya no podemos más, parece que es cuando le prestamos más atención. Escuchemos más a menudo a nuestro sabio interior y seremos capaces de guiarnos mejor y de que otros se inspiren en nuestro caminar.

Después de lo que le había dicho la voz misteriosa, escuchó no sólo a su conciencia, que le orientaba en las decisiones, sino que también es-cuchó a su espíritu, que le alimentaba de esperanza y lo fortalecía. Pero comenzó a sentir una especie de añoranza por el pasado, como si fuera una señal de que su fortaleza no era tan plena. En su cabeza había siempre un pensamiento para Alber, los otros peces, e incluso su familia. A pesar del largo tiempo que había pasado desde que los dejó, aquellos recuerdos eran el motor de su fuerza para aguantar en aquel lugar. Empezaba a pen-sar que su estancia era demasiado prolongada y estaba poco aprovechada. Un tanto desesperado, preguntó:

—¿Cuánto tiempo estaré aquí?

Nadie contestó.

—¡He preguntado que cuánto tiempo estaré aquí!

Al ver que se formulaba una y otra vez la misma pregunta, el príncipe le respondió:

—Las cosas no cambian. Somos nosotros quienes cambiamos.

—Quien pierde su tiempo pierde la vida, las horas no volverán jamás, aquí tienes todo el tiempo del mundo y no estás siendo capaz de gestio-narlo, debes aprender a gestionar tu tiempo en vez de dedicarlo a formu-lar preguntas inútiles —volvió a oír Jasón. Pero esta vez ya comenzaba a confundirse entre la voz del príncipe, la voz misteriosa y sus propios pensamientos—. Si vuelves atrás, tu estancia aquí habrá sido en vano, y tu visión se irá difuminando como la tinta del calamar en el agua. Es el momento de reflexionar. ¡Aprovéchalo!

Aprovechamos el tiempo en el trabajo haciendo muchas cosas. Apro-vechamos el tiempo de las comidas haciendo cosas. Aprovechamos el tiempo con la pareja haciendo cosas. Aprovechamos el tiempo con la fa-

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milia haciendo cosas. Pero… ¿crees que realmente eso es aprovechar el tiempo? El tiempo está ahí. No existe, no se toca, no se ve. Sólo se nota… que pasa rápido o despacio. Entonces, ¿por qué no sientes el AHORA? Nuestra mente muchas veces va del ayer al mañana, como si quisiéramos volver a un tiempo pasado o avanzar en un tiempo futuro. Pero lo único que existe es el hoy, el ahora. ¡Aprovéchalo!

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III

Los anzuelos

Navegando por el túnel se encaminó hacia una luz que le conducía a un hermoso lago.

—¡Es una visión! ¡Debo de estar soñando! Es el lago de los sueños porque… ¡no puede haber un lugar más bonito que este! ¿Cómo puede ser que en medio de esta oscuridad exista un lugar tan, tan…? —exclamó abrumado por tanta belleza.

Mientras su estómago le recordaba lo hambriento que estaba, al tiem-po que una lluvia de objetos caía sobre aquel lugar. Eran unos objetos brillantes y puntiagudos que contenían comida y estaban suspendidos de finísimas cuerdas.

—¡Cuanta comida! Esto debe de ser el lago de los sueños.

Tenía tanta hambre que se lanzó hacia esos objetos casi a la velocidad del sonido.

Entonces, de repente, el príncipe se hizo oír de nuevo.

—Si eres imprudente puedes terminar siendo capturado.

Aquello le frenó y comenzó a retirarse de donde se encontraban aque-llos objetos con desesperación, pues de un lado confiaba en aquella voz, del príncipe Salm (a quien aún no había visto físicamente) y, por otro lado, el hambre que crecía por momentos parecía querer dominar su mente.

El príncipe, al ver su actitud, se dirigió de nuevo a él y le dijo:

—Si eres cobarde nunca conseguirás nada, y mucho menos alimentarte.

Jasón no comprendía qué era lo que pretendía el rey, pero sí sabía que su maravilloso lago era otra prueba. Entonces dijo en voz alta, como si hablara a las paredes:

—Por un lado me dice que no sea imprudente, y ahora que he sido pru-dente no he conseguido nada. ¡Comienzo a estar cansado de este juego y

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también de usted! —exclamó Jasón.

—Si eres impulsivo los nervios terminarán traicionándote —dijo el príncipe.

—¡Cielos! Es que no puedo más, tengo mucha hambre, comienzo a creer que usted no existe, que esto es todo un mal sueño... Que no podré superar esta prueba.

—Si eres compasivo terminarás siendo víctima de tu compasividad. No importa si no esperamos nada de la vida, lo que importa es saber qué espera la vida de nosotros. La vida está llena de posibilidades, tan-tas como anzuelos hay aquí, pero hay que buscarlas. Parado, retraído, o mucho menos compadeciéndote de lo mal que estás no las encontrarás. Tú no vienes de un lugar de caos y oscuridad, tú vienes de la libertad del mar, del amor y la felicidad de tu familia, en ti está la posibilidad de hacer este lugar más bello.

El príncipe, al ver su estado, hizo sacar los anzuelos del agua y, pasado un rato, los dejó caer de nuevo al agua. Entonces le volvió a preguntar:

—¿Qué harás ahora?

—Voy a pensar primero cómo conseguir alimentarme sin ser captura-do. Necesito satisfacer mi necesidad básica de alimentarme, o no podré hacer otras cosas ni pensar coherentemente. Soy consciente de que he malgastado mucho tiempo en este lugar, llenándome la cabeza de voces pensamientos. Necesito comer algo y luego pasar a la acción.

Pasaron lo minutos y, ya alimentado, Jasón alzó la mirada con total convencimiento de lo que había concluido para proseguir, cuando de nue-vo el príncipe alzó la voz de manera sosegada y le dijo:

—¡Alto! No necesitas decir más, acabas de superar la prueba pues tu actitud ha cambiado al pensar en cómo afrontar la situación. Se trataba de que tomaras conciencia de que, aunque las reflexiones son buenas, todo tiene su momento en esta vida. Y, por lo tanto, hay veces en que no basta con pensar en qué quiere decir esto o aquello, sino decidir hacer algo, pues un paso avanzado lleva a otro, y otro a otro, y así sucesivamente. Y ya veo que ahora ya estás en movimiento.

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Es el momento en que nos ponemos en movimiento cuando las cosas cambian realmente. Reflexionar sobre ello es solamente imaginarse cómo pueden ser.

Según la teoría del pensamiento cuántico, el mundo está lleno de posibilidades, que sabemos están ahí. Ahora, en el momento en que observamos un objeto, una circunstancia, una persona, incluso un pensamiento, entonces esto se modifica. La observación afecta el estado de todo ello; por lo tanto, el mero hecho de observarnos a nosotros mismo ya puede ser una manera poderosa de afectar a nuestro propio estado. Y, quién sabe... hasta de abrir nuevas posibilidades.

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IV

Del camino que nos lleva de un punto a otro

Habían pasado ya varios días. Jasón perdió la cuenta. No sabía si era de noche o de día, se guiaba por su intuición y, llegado a un punto donde el camino se dividía en dos, se disponía a decidir por cuál tirar cuando la voz del rey volvió a oírse:

—Si el camino quieres hallar, mi adivinanza deberás descifrar.

—¿Por qué me propones estas adivinanzas a estas alturas? Creí que ya me tocaba andar solo hasta encontrar el final.

—Cuando las descubras te darás cuenta de lo que representan para ti —respondió el rey, formulando a continuación la primera de ellas—. Soy el que jamás descansa, voy y vengo sin cesar. Nunca me puedo secar, Jamás te aburre mi danza. En presencia o añoranza, tú siempre me vas a amar.

Una vez más, Jasón se quedó quieto un momento pensando, y por su cabeza pasaban mil cosas. Analizó todas las frases y, tras un buen tiempo, exclamó:

—¡Ya lo tengo! Me recuerda a mi familia, la actividad nunca cesaba en él, podía ir y venir, era una danza alegre, cuando estaba allí lo amaba y ahora que estoy lejos siento añoranza: ¡es el mar!

—Muy bien Jasón, veo que tienes claro cuál fue tu principio.

Entonces el rey formuló la otra adivinanza.

—Tiene lecho pero no duerme, tiene boca pero no habla.

—Es fácil —respondió Jasón—. En su lecho duermo pero sólo en los remansos, que es donde puedo descansar un poco, y hacia su boca me dirijo. Se trata del río.

—Muy bien, Jasón, he aquí la última adivinanza. Recuerda siempre d

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dónde vienes y hacia dónde vas, y el camino solo se descubrirá. La respuesta aquí está, pero no importa que no lo adivines, pues al final de estos confines, de este libro, la vida misma te lo dirá. ¿Qué es?

UN MOMENTO PARA LA REFLEXIÓN:

¿Sabes cómo has llegado hasta aquí? Hoy has llegado hasta aquí porque eres como eres. Y eres como eres porque has llegado hasta aquí.

Si sabes cómo ha sido que llegaste hasta aquí, estupendo. Pero lo más importante es dónde quieres estar mañana, y qué vas a hacer para llegar ese lugar.

No tiene por qué ser un lugar físico. Puede ser un lugar interior, pero debes de saber dónde o cómo es ese lugar, y entonces sabrás cuándo llegas a él.

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V

El tiempo

Después de la prueba anterior, una sensación de desánimo se abría ca-mino en su interior de manera paulatina. Había recordado sus principios y se sentía perdido en aquel enredoso y enorme laberinto que representaba aquella oscura y fría cueva, y en el laberinto de ideas que a veces parecían tener todo el sentido del mundo, y otras veces no se entendía nada de sus significados. No encontraba ninguna referencia que le guiara para ver la maravillosa luz del día, que ya tanto anhelaba. Los días en la oscuridad le habían inutilizado los ojos.

Pero no todo era malo, pues sintió que realmente había comenzado a escucharse interiormente. Y fue en este momento de estado confuso entre tristeza y alegría cuando volvió a oír la voz del príncipe Salm:

—Hemos pasado mucho tiempo juntos y me gustaría saber qué opinas de todo lo que hemos vivido, Jasón.

A Jasón esta pregunta le enojó, y sin pensarlo dos veces, de manera impulsiva exclamó:

—¡Siento que pierdo el tiempo! No sé para qué me puede servir lo que en principio parecen grandes reflexiones y lecciones. Estoy cansado de tus adivinanzas. Creo que voy a volver sobre mis pasos para llegar hasta donde estaba antes de adentrarme en esta cueva. Parece que me he enfren-tado a una voz más que a alguien que pueda ver. Y si existes realmente, eres un cobarde por no dejarte ver.

El rey, enojado por lo que estaba escuchando, respondió:

—Eres un maldito desagradecido, veo que todavía te quedan cosas por aprender. Escucha esto con atención, pues se trata de la regla tres-uno.

—¿Regla tres-uno? ¿Qué regla es esa? —preguntó Jasón.

—Te lo explicaré, y confío en que, a partir de ahora, antes de lanzar barbaridades puedas considerar esta regla no escrita. Pero antes de con-

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tártelo, quiero decirte que existo realmente. Existo en tu mente y en el mundo. Que no me veas no quiere decir que no sea real. Real es todo aquello que creemos que es real. Has venido escuchando muchas voces durante este capítulo inacabado: algunas han sido mías, otras tuyas, y otras... que son reales también, aunque no identifiques de quiénes son. Toma nota, Jasón, que lo importante no es que algo sea real o no, sino que nosotros nos lo creamos. ¿Cómo sabes si existo o no? ¿Cómo sabes si tú existes o no? ¿Cómo sabes si esta cueva es realmente una cueva o un mero sueño de burbujas? Toma de todo ello lo que te sirva, y lo que no, apártalo de momento. No lo tires, pues quizás algún día te haga bien en creerlo. El mundo no es como es, es como nosotros creemos que es, y acorde a lo que creemos, así actuamos.

Con esto ahora te voy a contar algo sobre la regla tres-uno. Se trata de la manera de relacionarse con los demás. La mayoría de los seres vivien-tes se pasan todo el tiempo criticándose entre sí. Y eso les impide ver las virtudes de los demás. De mí, no te oído más que críticas. Y si hubieras buscado algunas de mis virtudes, te aseguro que tu percepción del paso por esta cueva hubiera sido muy diferente. De echo, hubieras llegado an-tes a conclusiones que harían de tu camino mucho más llevadero, y posi-blemente hasta más rápido. Cuando criticamos a alguien, es como pegarle un mordisco a su ser. Hay quienes se quedan tan débiles por las críticas que hasta las espinas se le ven, y se hacen vulnerables ante el resto de los seres.

Si quieres realmente ayudar a crecer a alguien, recuerda la regla del tres-uno. Se trata de resaltar tres características positivas por cada una que tú creas que no lo es. Fíjate bien en que digo “por la que tú creas que no lo es”, pues bien podría serlo, pero quizás tú no lo veas así. Y cuando resaltes las tres positivas, debes de acompañarlas de detalles, ya que a veces decimos cosas tan genéricas como, “qué bueno que eres”, “qué bien trabajas”, “qué bien hablas”, etc. Eso no aporta nada para crecer, excepto hacerle sentir bien al otro, pero sin saber exactamente qué es lo que hace bien para que se diga de él que es bueno, o que trabaja bien, etc.

Y la una, es decir, la cosa a mejorar, aquello que tú crees que no es tan positivo, debes de expresarlo de manera que suene como algo para

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mejorar, y no como una crítica de algo que no se hace bien. Por ejemplo, no es lo mismo decir: “no sabes mover tu aleta”, que “creo que puedes mover mejor tu aleta”. Y, si además, le aportas algún detalle de cómo con-seguirlo, mucho mejor. Algo así como: creo que puedes mover mejor tu aleta si la agitaras de arriba abajo, en lugar de abajo arriba. ¿Lo entiendes, Jasón?

—Sí, creo que sí. Y creo que me he pasado con usted, pues veo que no he hecho otra cosa que criticarle.

—Sí, efectivamente.

—¿Cómo vas a hacer entonces a partir de ahora?

—Discúlpeme, majestad. Tanto tiempo en esta situación me ha hecho dejarme llevar por una emoción negativa y comportarme como un des-considerado.

Jasón recordó lo importante que era escuchar:

—Reconozco que me he dejado llevar por mi cansancio y quizás no he apreciado las pruebas por las que estoy pasando ahora. A partir de ahora escucharé de nuevo atentamente todo lo que oiga, y miraré más allá de las palabras que se dicen y más allá de mis propias emociones, teniendo todos estos elementos en cuenta.

—Bien —dijo el príncipe—, reflexiona entonces sobre esta nueva lec-ción que pareces ahora aprender, ya que tu estancia aquí esta llegando a su final. Te he de recordar que todos somos parte de un sistema, y lo que hagamos, digamos, dejemos de hacer o de decir afectará a otros. Tú no puedes dejar de afectar a otros, así como no puedes evitar ser afectado por otros.

Sé consciente de ello, y esto te ofrecerá oportunidades de influir po-sitivamente, así como de ser influido positivamente, cuando aprecies las virtudes de los demás.

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VI

El príncipe Salm

Arrastrado por la corriente del río de la cueva, prosiguió túnel adentro. Por aquellas galerías se oía una voz que le decía:

—Hoy es el día...

Pero... ¿qué día? Al tiempo que un rayo de luz cegaba con su resplan-deciente luminosidad toda la galería, Jasón apenas podía ver lo que había unos metros más alante. De aquella cegadora luz apareció un pececito de apenas unos pocos centímetros de longitud.

—¡Póstrate ante el príncipe Salm! —exclamó aquel animalito.

Jasón miró a un lado y a otro, pero no veía nada más que aquel pece-cillo.

—¿A quién buscas? —dijo el pececillo.

—Al príncipe ante el cual me debo postrar.

—¡Yo soy el príncipe Salm, príncipe del condado de Salm-Salm! —ex-clamó el pequeño pez.

Jasón, al verlo, comenzó a reír y reír, hasta que no pudo exhalar más burbujas por su boca.

—¡Tú el principe! —dijo Jasón, sin apenas casi poder hablar—. No me hagas reír. ¿Cómo un pececito tan pequeño, en un reino donde el pez más grande se come al más pequeño, y de aspecto tan débil como el tuyo puede ser príncipe real? Debo reconocer que, por tu voz y tu manera de hablar, realmente aparentas ser inteligente. Pero de ahí a ser príncipe... ¡Ja, ja, ja, hay una buena distancia! Ahora, que no entiendo cómo los otros peces de la cueva parecen respetarte tanto.

—En mí no buscan protección, sino conocimiento.

Y en un abrir y cerrar de ojos, la oscuridad volvió a la cueva, y el prín-cipe Salm siguió hablando:

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—Nuestro cuerpo no es más que una apariencia que distorsiona la rea-lidad, a veces de manera negativa, ocultando el verdadero potencial que hay dentro. Tú, Jasón, has estado hablándome y actuando como si trataras con alguien grande, con un príncipe. Y, por ello, te has dejado guiar inter-namente de manera positiva hacia la búsqueda del conocimiento y hacia las vías que te conducirán en tu camino. Si has adquirido unos conoci-mientos tan valiosos, ¿vas a desecharlos ahora por lo que ven tus ojos, a pesar de que el tamaño de quien lo decía nada tiene que ver con el valor de lo que has recibido?

Antes de que te dañes a ti mismo, te invito a que repases todo lo que has aprendido y reflexiones un momento en cómo todo lo que te llevas de esta parte de tu viaje puede lo puedes ganar o perder si lo desechas por juzgarlo como no válido sólo porque el tamaño de quien vino no es tan grande como esperabas. Recuerda esto, Jasón, el tamaño de un pez no nos lo da el cuerpo en el que vamos metidos, sino el valor que otros nos otorga a través del respeto que nos hacemos ganar. ¿O acaso piensas que serás más grande por estar cerca de peces grandes en tamaño o riquezas? Tienes el poder de elegir en qué creer y cómo utilizar las creencias a tu favor.

Yo sólo soy lo que tú desees ver de mí. Igualmente, tú eres tan sólo lo que tú desees ver de ti mismo. Te sentiste grande e importante durante tu camino, con tus compañeros, ante los obstáculos que has ido superando y, gracias a ese sentir, has llegado hasta aquí. Me escuchaste mientras creías que yo era grande. ¿De qué te servirá lo que aprendiste, si lo asocias a una descalificación por el tamaño de mi cuerpo?

—Príncipe Salm, me doy cuenta que tus palabras están llenas de sabi-duría, y que casi pierdo el valor de esta experiencia por dejar que mis ojos traicionaran a lo que había sentido muy dentro de mí. Te pido que aceptes mis disculpas y me permitas decirte que estos días de silencio profundo y palabras poderosas me has hecho crecer por dentro de una manera sutil pero impactante. Eres un verdadero príncipe, y sin duda no son ni las coronas, ni el tamaño, ni las riquezas lo que te han hecho ganarte ese reconocimiento. Vaya por delante mi más sincera admiración y agradeci-miento por lo que me has permitido aprender hasta el último momento.

—Descansa ahora Jasón, lo necesitas. Veo que has prestado mucha

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atención a tu interior, tanto como a tu mente y a tu cuerpo, y eso también agota. Mañana mismo estarás saliendo de esta cueva, y necesitarás seguir con todos tus sentidos muy despiertos.

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VII

La reina Xana

Amaneció el día, y al levantarse se sintió más cansado y desanimado que de costumbre. Se sentía nostálgico y echaba de menos a su familia y, a pesar de todo lo que había recorrido, crecido y avanzado, la tristeza le hacía sentirse cansado.

—No lo entiendo. Debería sentirme feliz y llego de energía.

—Jasón, fíjate que cuando dices “debería”, está claro que una parte de ti piensa que así debería de ser. En este caso, tu mente es la que piensa eso. Pero hay otra parte de ti, tu alma, que anhela a tu familia. No pode-mos ignorar las emociones, pues estas son las que nos dan o quitan ener-gías. La mente puede influir sobre las emociones, pero cuando hay una contradicción racional, como es tu caso ahora, quiere decir que no estás prestando atención a todo tu ser.

Es importante que tengas en cuenta a esa parte de ti que te pone triste. No la ignores. Reconoce y valida la importancia y todo lo que ganaste con ello. Sin tu familia, la seguridad que te dieron, el goce con que disfrutaste tus días en tu entorno de amor, hoy no hubieras llegado hasta aquí. Pero igualmente, tu valor, tu desprendimiento de esa zona de confort, ha hecho que llegaras hasta aquí.

Aprecia todo lo bueno de haber crecido con tu familia, pero igualmente reconoce lo bueno de lo que hoy estas haciendo. De esta manera puede que tu cuerpo y tu mente se sientan cansados de vez en cuando, pero tu alma estará llena de gratitud y, por lo tanto, de energía. Ahora Jasón, mira que sólo te queda una prueba más.

—¿Cuál, príncipe Salm? Pues a pesar de tus sabias palabras y aunque me siento algo mejor, tengo dudas de por cuánto más podré aguantar en esta situación.

—Recuerda la enseñanza de la corriente del río, ten fe en lo que haces y confía en ti mismo. La respuesta llegará en su momento. Sólo tienes que

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seguir creyendo en tu capacidad y recordar lo que te motiva para conti-nuar hacia tu objetivo.

—Ahora debes dirigirte a la reina Xana, que se encuentra a la salida al río. Deberás someterte al reto que ella te impondrá.

—¿Dónde puedo localizarla?

—Sigue esta corriente —dijo señalando hacia unas algas que se mo-vían en esa dirección a una luz resplandeciente—, el agua te conducirá hasta la reina Xana.

—Es hora de que nos separemos aquí.

—¿Qué quieres decir con eso, príncipe Salm?

—Pues que nuestros caminos se tienen que separar tanto si superas la prueba como si no. Nuestro encuentro ha finalizado. Mira Jasón, en el camino de cada uno siempre aparecerán obstáculos. Siempre aparecerán quienes nos apoyen y quienes intenten impedir que avancemos. Todos son validos, pues si sólo existieran los primeros, no les daríamos el valor que se merecen sin los segundos. Algunos de los segundos pueden que sean conscientes de las trabas que representan para nosotros, y otros ni se darán cuenta. Por ello tú debes de discernir en todo momento cuál es la lección que sacas de cada circunstancia sin fijarte tanto en el “por qué” lo hacen ellos. De esta manera siempre ganarás.

Recuerda que si te quedas quieto como las aguas estancadas de un charco, tan sólo se moverán los posos que hay en el charco cuando algo caiga en él o lo atraviese tocándolo, acumulando simplemente más posos que, a la larga, oscurecerán el charco.

No hay nada más seguro en esta vida que el cambio permanente. Por eso el río, que conoce muy bien esto que te digo, está en constante fluir y movimiento. Y aquellos que reconocen que todo cambia, como el río, serán los que mejor se adapten, pues ellos serán los que busquen las sa-lidas, los recodos y las rutas que les haga sobrevivir y llegar a su meta. Aunque esta meta, el mar, nunca es el final, pues de ahí mismo comienza otro ciclo. El agua se evapora y se convierte en nubes, las nubes hacen llover sobre las montañas, de estas nacen los ríos, y el flujo de la vida se

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vuelve a repetir, aunque nunca una gota de agua pasa por el mismo sitio dos veces. Así pues, Jasón, sigue tu camino y fluye adaptándote a las circunstancias que se te vayan presentando. Este será mi último consejo Jasón, para que puedas afrontar lo que la reina Xana te presente.

Jasón se acercó al príncipe Salm, mirándole con todo el respeto que inspira un pez de su grandeza humana. Y el príncipe le puso una de sus minúsculas aletas sobre el lomo, le miró a los ojos con ternura y, con el coraje que distingue a un príncipe valeroso, le dijo:

—Cuando te encuentres con un reto y no le veas solución, cambia tu manera de pensar. Avanza ahora, querido Jasón, y sigue pues hasta el final de esta galería. Cuídate de los encantos de la reina Xana. Es extre-madamente bella y tiene una larga melena rubia. Habita en la ribera del río, aunque también te puede aparecer en una fuente o en otra cueva. Si puedes, esquívala sin caer en sus encantos. Y, si tienes que combatirla, espera hasta la noche de San Juan, pues es solamente en esa noche cuan-do podrías vencer sus encantamientos. Ella es desconfiada y tiene una pequeña debilidad.

—¿Cuál? —preguntó Jasón.

—Le gusta mucho el oro, pero no la subestimes: sus cantos y sus dan-zas son capaces de enamorar a todo ser que la escuche, cayéndoles mal-diciones si ella se siente engañada. Si eres sincero y avanzas con el alma limpia, será muy difícil que sus encantos te puedan dañar. Ella reconoce y respeta el trabajo y la astucia. Sé pues tú mismo y podrás avanzar sin perder con la reina Xana.

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VIII

La prueba de Xana

Se dirigió Jasón río arriba y, tras un buen rato nadando, llegó a una puerta que se encontraba cerrada. Entonces apareció un animal con forma de ser humano, pequeño, de ropas blancas y floreadas, el cual se estaba pinando sus cabellos dorados con un cepillo de oro.

—¿Dónde crees que vas? —preguntó Xana.

—Estoy buscando a la reina Xana. ¿Sabes donde puedo encontrarla?

—¿Para qué quieres encontrarla?

—Necesito que me entregue la llave de oro que tiene. Con ella podré abrir uno de los obstáculos que me quedan para poder regresar junto a mi equipo de peces, al lago mágico.

—Ja, ja, ja. Yo soy la reina Xana y no tengo ninguna llave de oro.

Jasón se molestó, pues si ella era la reina Xana, debería tener o saber dónde estaba la llave de oro.

—No te burles de mí, reina Xana. Sé que tú sabes dónde está la llave de oro. El príncipe Salm me lo dijo. ¡No tengo tiempo para juegos! —ex-clamó Jasón enérgicamente.

—¡Uuuhhh! —exclamó Xana—. Esto forma parte de la prueba. Es cierto que yo no tengo la llave, pero sé quien la tiene. La prueba que tienes que superar consiste en que tú me la traigas. La llave la tiene Ya-cumama.

—¿Quién es Yacumama?

—Yacumama es la madre de las aguas.

—¿Y qué debo hacer para conseguir la llave de Yacumama?

—Eso depende de ti. Debes respetar a Yacumama, pues es una ser-piente gigante de varias cabezas que cuando sale de las profundidades se transforma en un gran torrente.

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—Y... ¿cómo podré conseguir de ella la llave?

—Te concederé una de las dos posibilidades siguientes: elegir entre la espada mágica, que es capaz de cortar el agua de un solo golpe y con la que podrás seccionar su cabeza y traer la llave, que cuelga de uno de sus cuellos, o bien... —dijo Xana haciendo un silencio en el espacio mientras Jasón le miraba fijamente esperando conocer la segunda posibilidad— te puedo traer a tus compañeros y, junto con ellos, pensar cómo lograr ven-cer a Yacumana.

Aquello, lejos de aclararle la situación, se convirtió en un complejo dilema. Bajó la cabeza, se cruzó de aletas apretándose enérgicamente el estómago, a la vez que sentía la angustia de no encontrar una respuesta acertada. Pero levantó la mirada ligeramente hacia Xana y preguntó:

—¿Puedo meditar la respuesta?

—Claro —dijo Xana—, pero deja fluir a tu instinto. Si lo piensas de-masiado es posible que la razón te traicione, pues tu respuesta será ela-borada, y en estos momentos no se trata de “cómo vas a hacerlo”, sino de “qué decidir”, donde el corazón suele tener más razón que la propia razón.

Jasón comenzó a pasear mientras pensaba... Se hizo muchas preguntas, pues era una gran responsabilidad:

—¿Qué pasaría si lo intento solo? ¿O... mejor con mi equipo? ¿Y si les pasa algo a ellos? ¿O... si yo no lo consigo? Estoy ante la oportunidad de lograr una gran hazaña, y los demás me admirarían.

De repente, se dio cuenta de que estaba racionalizando la situación y no se dejaba sentir qué sería lo mejor. Y escuchó a su interior decir: “¡yo he conseguido grandes cosas con todos! Y lo que siento cuando logro cosas con otros es mucho más reconfortante que cuando las consigo yo solo. ¿Para qué sirven los logros si no los puedes compartir con otros?”. En esos momentos recordó las últimas palabras del príncipe Salm, que le decían que para superar la prueba debía cambiar su manera de pensar.

—¡Eso es, Alber me ayudará a conseguirlo! ¡Ya! —exclamó—, ¡Ya sé lo que voy a hacer! Xana, quiero aquí a mis compañeros.

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Entonces el hada concedió su deseo. Sus compañeros aparecieron y aquello se convirtió en una algarabía, todos saltaron de alegría.

—Jasón, Jasón, ¿dónde te habías metido? Estábamos muy preocupa-dos por ti. Hacía ya varios días que desapareciste, y no sabíamos si entrar en la cueva a buscarte o regresar a casa.

—Gracias por estar ahí, amigos míos. Más tarde os contaré lo que me ha pasado, pues ha sido como haber asistido a una escuela donde no he corrido peligro, pero hubiera perdido mucho de no haber aprendido todo lo que en ella se me ofreció. Tenemos una misión que cumplir para poder llegar al lago mágico. Necesitamos acceder a la llave de oro que tiene la madre de las aguas colgada de uno de sus cuellos.

—¿De uno de sus cuellos? —dijo uno del grupo—. ¿Quién es la madre de las aguas?

—Es una gran anaconda con varias cabezas y, si no logramos esa llave, no podremos salir de aquí. Esta misión es la más peligrosa de las que hemos afrontado. Esta nos puede costar incluso la vida y para vencer tenemos que actuar todos a la vez.

Jasón les dio todos los detalles que conocía y se dispuso a debatir con el grupo sobre cómo iban a hacerlo. Preguntó a todo el grupo:

—¿Cómo pensáis que podríamos conseguir arrancar la llave de oro de uno de los cuellos de tal bestia?

Se debatieron muchas ideas durante varias horas. Uno de los miembros del grupo que menos había hablado durante todo el viaje comentó:

—Yo creo que lo mejor sería despistarla mientras Jasón, que ha demos-trado tener gran habilidad para saltar, intenta arrebatársela. Somos mu-chos, y podríamos organizarnos para tenerla ocupada por un buen rato.

—Me parece buena idea —asintió Jasón—. ¿Estáis todos de acuerdo con ello?

—¡Síííí! —gritaron todos a la vez.

Entonces todos juntos se dirigieron todos hacia el sifón donde, según les contó Xana, habitaba Yacumana. No hizo falta llamar su atención:

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todo fue llegar y surgió una impresionante y espeluznante serpiente. De su cuerpo salían seis cabezas y de una de ellas colgaba la llave de oro. En pequeños grupos y, como habían acordado, se encargaron distraer a las cinco cabezas que no tenían la llave.

Pero, como si fuerzan hojas de papel, la gran serpiente Yacumama fue lanzando latigazo a latigazo, contra las paredes de la cueva a varios metros de distancia, a cada uno de los grupitos que ante sí se habían parado.

Luchar contra aquel animal era como luchar contra algo invisible, apa-recía y desaparecía sin dejar rastro. La reina Xana, que observó todo des-de la distancia, se acerco a Jasón y le dijo:

––Has fracasado, ahora debes pagarme con un sacrificio.

––Ya está, esto es el fin —pensó Jasón.

––Deberás realizar un sacrificio. Elige, ¿tú o tus compañeros?

––Pero... ellos no han fracasado, he sido yo el que ha fracasado. Ellos sólo hicieron lo que yo les pedí. ¡Yo fracasé y yo merezco sacrificarme y morir!

Aquella acción de honradez y sinceridad levantó aún más la admira-ción de sus compañeros y, sin pensarlo, todos se dirigieron hacía Xana diciendo que se quedaban con Jasón.

Xana, al apreciar tal gesto, se quedó tan admirada por cómo ese grupo estaba tan unido que reconoció el valor de todo aquello y dijo:

––Está bien. No habrá muerte, ya que era imposible que vencierais a Yacumana al ser ella una ilusión. Una ilusión que yo os hice creer en vuestras mentes con mis embaucadoras palabras. Era imposible vencerla, ya que a todos os hice creer de su existencia real hasta el punto de que todos llegasteis a imaginaros sus cabezas e incluso sentir sus latigazos. Pero la prueba no consistía en vencerla. Es cierto que no conseguisteis la llave de oro, pero lograsteis otra llave mucho más valiosa, la del compa-ñerismo: el todo por el equipo ante la individualidad. Y esto os concede una llave que abre muchas puertas.

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Entonces Jasón, que sentía curiosidad, preguntó:

––¿Qué habría pasado si les hubiera culpado a ellos?

A lo que Xana contestó:

––Habríais muerto todos. Pero no por mis manos, sino por la maldad que os hubiera caído, por vuestro egoísmo.

Y así fue como Jasón completó todas las pruebas a las que había sido sometido. Abrió la puerta de aquel túnel y salio al río con todos sus com-pañeros en busca del lago.

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IX

El lago

Una vez abierta la puerta de la cueva, continuaron río arriba y no tu-vieron que nadar mucho hasta encontrar el lago mágico. Al llegar al lago todo era maravilloso, como le había contado el viejo Tritón. Era un lugar de aguas cristalinas, de abundantes algas, corales maravillosos y rincones preciosos.

Pero a Jasón algo le hizo cambiar su cara de alegría. Observó que en ese lugar ya habitaban muchos otros peces. Aquello le desilusionó, pues pensaba que sería el primero en llegar a aquel maravilloso lugar. Y mien-tras intentaba asimilar esa desilusión, sus compañeros se acercaron y uno de ellos le dijo:

––Gracias por habernos ayudado, tú has sido nuestra luz y esperanza en el camino, a ti te debemos todo.

––Pero… ¿cómo podéis estar felices? Aún no hemos encontrado las hadas que nos dijeron que encontraríamos aquí.

—¿Qué hadas, Jasón? Nosotros confiábamos en lo que tú creías. Y cierto o no, hemos llegado más lejos de lo que nunca hubiéramos pen-sado. Tú hiciste que creyéramos en nosotros mismos, y apoyándote a ti hemos llegado a crecer y a acceder a este paraíso. Para nosotros el lago mágico ya está alcanzado.

—¡Pero no puede ser, no hemos encontrado a las hadas! —exclamó Jasón con voz cansada y frustrado—. No puede ser todo lo que hemos pasado para llegar hasta aquí y no ver ningún hada.

—No es cierto —contestaron ellos—, nosotros hemos encontrado a la nuestra. Para nosotros el hada fuiste tú. O, mejor dicho, la fe que tú nos inculcaste, que a través de ti logramos ver y llegar tan lejos.

Entonces, Jasón rompió a llorar como un niño pequeño. Sus compañe-ros y amigos parecían darle una última lección.

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—Mira Jasón —dijo uno de los más mayores del grupo—, eres un pez que tiene sed, mucha sed de aprender y de crecer. Creo que si miras hacia atrás te darás cuenta de que has bebido mucha sabiduría y que, al igual que nosotros, creemos que tú has crecido muchísimo.

—¡Sólo tú puedes ver a tu hada! —exclamó otro del grupo—. Lo único que tienes que hacer es saber dónde mirar.

Entonces Jasón sintió cómo un rayo de sol traspasaba el agua por en-cima de él y le tocaba en el corazón. Comenzó a sentir una paz enorme. Y recordó que, a lo largo de su viaje, conoció a peces reales del mundo exterior y a otros, como Alber, de su mundo interior. Todos fueron unos maestros increíbles y de todos pudo aprender.

—Quizás no deba seguir buscando ningún lago mágico. Quizás lo má-gico, el hada, y la sabiduría los encuentre dentro de mí.

En esto, una pez muy linda se le cruzó ante su mirada pensativa y, como si hubiese visto un hada nadando delante de él, se acercó a ella como hipnotizado y ella se paró con una sonrisa, mirándole como si ya le conociera.

—¿Me buscabas a mí? —dijo aquel pez de voz dulce y sonrisa suave.

—¿Tú eres el hada? —contestó Jasón.

—¡Sí! —exclamó ella—. Al menos mi mamá eso me decía a menudo. ¿Es que no lo puedes ver tú?

Entonces Jasón, una vez más, recordó unas palabras del viaje, en que le enseñaron que si el creía en algo, ese algo sería tal y como él lo creyera. Tanto si era así como si no lo era para otros. Y, sonriendo de lo que se acababa de dar cuenta (a la vez que admiraba la belleza que tenía ante sí), contestó:

—Claro. Es obvio que eres un hada. MI hada.

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Reflexiones finales

Los seis hábitos efectivos del liderazgo…

En cada capitulo de este libro has podido aprender un hábito efectivo que debe tener un líder; a continuación te describimos ese aprendizaje de forma resumida.

1. Saber escuchar. Para acercarnos a los demás, el primer paso es tener la capacidad de escuchar. Dios dotó al ser humano de dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que habla.

2. Saber preguntar. Si sabes escuchar ya aprendiste tu primera lección; ahora debes saber utilizar las palabras, es decir, hablar.

Hablar no consiste sólo en articular dos palabras, consiste en articular-las dándoles un sentido, es decir, comunicándose; la comunicación puede

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ser de varios tipos pero de un sólo grado, es decir, excelente. La pérdida de la excelencia en la comunicación nos lleva a ofender a las personas y a apartarnos de ellas.

La excelencia nos da el máximo don humano: la COMUNICACIÓN.

3. Saber motivar (y auto-motivarse). Es la suma de los dos hábitos an-teriores; si en verdad sabemos escuchar y sabemos qué decir, la motiva-ción será lo más fácil. Motivar es fácil, pero con el control sobre nosotros mismos. Para ser amados por la gente necesitamos motivar.

4. Saber manejar las emociones. El manejo de las emociones surge de la práctica de los dos primeros hábitos, cuando uno se escucha y se hace preguntas así mismo que le hacen tomar conciencia.

�. Saber crecer y aprender. Como dice Dale Carnegie en su libro Cómo ganar amigos e influir en los demás:

“Pasaré una sola vez por este camino; de modo que cualquier bien que pueda hacer o cualquier cortesía que pueda tener para con cualquier ser humano, que sea ahora. No la dejaré para mañana, ni la olvidaré, porque nunca más volveré a pasar por aquí”.

Emerson dijo:

“Todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido. En ese sentido, aprendo de él”.

El buen líder va por la vida aprendiendo de los demás, dispuesto a es-cuchar y a hablar con excelencia, de forma humilde.

José L. Menéndez dice:

“Cuando hablas, sólo puedes sacar cosas que ya tenías dentro. Cuando escuchas puedes aprender cosas nuevas”.

Schwab realizó una vez en una entrevista unos comentarios que decían así: .

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“Considero que el mayor bien que poseo es mi capacidad para desper-tar entusiasmo entre los hombres, y que la forma de desarrollar lo mejor que hay en el hombre es por medio del aprecio y del aliento”.

“Nada hay que mate tanto las ambiciones de una persona como las críticas de sus superiores”.

“Creo que se debe dar a la persona un incentivo para que trabaje. Por eso siempre estoy deseoso de ensalzar, pero soy remiso a la hora de en-contrar defectos”.

“Si algo me gusta es ser cálido en mi aprobación y generoso en mis elogios”.

6. Saber ir al interior. Es la suma de los seis hábitos anteriores y nos preparará para superar la muralla más difícil: nuestra muralla interior. Una muralla construida de nuestro conocimiento interno y de la satisfac-ción para con nosotros mismos.

Sólo de nosotros depende nuestro destino, nuestra voluntad, nuestra mente, nuestro cuerpo y, cómo no, nuestra propia vida. Da igual la forma del viaje, pero recuerda que éste debe ir conducido por estas reglas del liderazgo.

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De lo que hablábamos al principio…

Al principio del libro te decía que si observas con atención más allá de las palabras que leerías, notarías que se dan dos elementos con mucha frecuencia. Estos dos elementos son:

1) Las preguntas que te hacen reflexionar y tomar conciencia de ciertas cosas que, hasta el momento antes de ser preguntado, no lo habías presta-do atención (tanto tú como los personajes de esta historia).

2) Por otro lado, a medida que nuestro amigo Jasón iba reflexionando y tomando conciencia de lo que le estaba ocurriendo, se iba responsabi-lizando de los acontecimientos, tanto si ocurrían a su favor como si se tornaban en contra suya. Son CONCIENCIACIÓN y RESPONSABILI-DAD los dos principios fundamentales que recoge esta historia... y cual-quier historia verdadera que nos ocurra. Cuando nos hacemos cargo de lo que nos ocurre, entonces y sólo entonces es cuando podemos cambiar el rumbo de las cosas o bien seguir disfrutándolas.

Estos dos elementos (que no son sino habilidades), que se pueden de-sarrollar perfectamente con entrenamiento y práctica, llevan a provocar lo que todo buen líder busca obtener de quienes lidera. La “X” que te reseñábamos al principio del libro es la responsabilidad, pero responsa-bilidad… ¿para con que? Puede ser hacia un objetivo, proyecto, trabajo, compañeros, familia, etc. En nuestro libro, la responsabilidad se ha con-seguido gracias a las preguntas y reflexiones que intentan provocar una toma de conciencia, tanto en los que se pueden identificar como líderes como en quienes se sienten liderados.

—¿Qué ha significado este relato para ti?

—¿Te has sentido alguna vez en una situación parecida?

—¿Recapacitaste en aquel momento?

Puedo pensar que sí... Como también puedo imaginarme que encontra-rías la respuesta adecuada, porque cuando recapacitas escuchas a tu sabio interior, Él es quien nos da la respuesta correcta buscando en nuestra con-

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ciencia, la respuesta correcta entre los archivos de experiencias vividas, bien parecidas o incluso iguales.

Una vez escuché algo que me impactó y que ahora utilizo en mis cur-sos de formación de coaching: el niño que mama de la teta de su mamá piensa a veces que es su mamá la que le alimenta, cuando en realidad lo hace la leche. No confundas a este libro ni a las personas que te ofrecen enseñanzas con la mamá. Las enseñanzas que recibes es la leche que ma-mas tu conciencia y tu subconsciencia, por lo tanto busca cómo lograr la leche de la sabiduría y no te aferres a la teta que te la da. De lo contrario, no reconocerás la diferencia entre la teta y la leche que mamas.

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¿Sabes cuál es la cosa más fácil…?

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Equivocarse

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¿Y la más difícil…?

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¡No reconocerlo!

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JuanSilvestre Gabarrón

Murcia, España - es titulado su-perior, master en calidad, se-

guridad, medio ambiente y recursos humanos.

Ha sido director de proyectos para la empresa construcciones Canovas Martínez S.A.

Becado por la fundación tierra inte-gral como integrante de programa for-mativo de especialistas en e-Bussines, e-commerce y marketing.

Ha trabajando como auditor espe-cialista en calidad para Bureau Veri-tas.

Desde el 2001 es consultor de Si-nac S.L, consultora especializada en sistemas de seguridad, donde inicio

una progresión que le hizo pasar de ser un trabajador a responsable de departamento planes de emergencia y evacuación un año después de su in-greso y posteriormente fue propuesto como director de calidad cargo que asumió hasta finales del 2006.

En la actualidad compagina su pro-fesión de consultor y formador, con la de escritor e investigador siendo Coautor junto a José L Menéndez del libro El Pez que Tenia Sed, un manus-crito sobre coaching y liderazgo.

Es especialista en formación in-company, donde imparte sobre todo cursos de motivación en el trabajo.

Es formador de cursos de postgra-do a nivel nacional en el área de inte-gración de sistemas en calidad, segu-ridad y medio ambiente, en la Escuela Europea de negocios.

Colaborador de Don consultores y con ALGAMA Desarrollo Empresa-rial empresas puntera en la consulta-ría, selección de personal y formación en ellas ha impartido cursos sobre gestión de la seguridad, calidad, admi-nistración y gestión de empresas mó-dulos sobre desarrollo de habilidades directivas.

En el 200� se formo en los inicios del Coaching por el instituto interna-cional olacoach corporate.

Ha participado en numerosas con-ferencias sobre seguridad, motivación en el trabajo y habilidades directivas.

José luis menéndez

Segovia, España - se marchó a In-glaterra en 1990 después de cur-

sar estudios en la Escuela Superior de Hosteleria y Turismo – Madrid. Allí fue trabajando en diferentes empresas hasta alcanzar el puesto de Director de Ventas de un Tour Operador Inter-nacional, antes de establecerse como Coach Profesional en Enero del 2000, algo que ya llevaba practicando a tiempo parcial desde 1996.

Co-Fundador de ChampionMind Ltd en Inglaterra – www.champion-mind.com.

Co-fundador y Director General de OlaCoach en Inglaterra, 2001 y Espa-ña 2003, www.olacoach.com y www.olacoachcorporate.com, organiza-

ción líder en España de formación de Coaches profesionales con un Progra-ma homologado Internacionalmen-te por la ICF y ASESCO en España, entrenando también habilidades de Coaching, Mentoring y liderazgo en de las organizaciones.

Primer español Coach Profesional Certificado-PCC por la International Coach Federation – ICF. Está certi-ficado como Master en NLP por ITS en Inglaterra y Formado como Trai-ner-Consultan en Programación Neu-ro-Lingüística con la Universidad de PNL en Santa Cruz, California.

Jose L. dejó el Baloncesto activo en el 2002 como arbitro de primera divi-sión en Inglaterra después de haber lo-grado, entre otros gracias al coaching, arbitrar dos finales y un All Star en sus tres últimas temporadas, además de otras muchas finales Nacionales.

Consejero-Coach externo para la FIBA Europe

Autor del libro de Coaching, “Abre el melón”, co-autor del libro “El Pez que tenía Sed”, autor de varios artícu-los y programas de Coaching de reco-nocimiento internacional.

Algunos de sus clientes de Coaching vienen de compañías tales como:

- COCA COLA- SONY- ANDERSEN CONSULTANTS (NOW

ACCENTURE)- TMS- MERRILL LYNCH

12�

- REMAX- MICROSOFT- GFT- Varios empresarios de PYMES y muchos otros no profesionales.

Conferenciante internacional aparecido y mencionado en medios de Comuni-cación tales como:

- Telecinco,- Canal 13 (Chile)- RNE- Cadena SER- La COPE- REE- Radio Íntereconomía- Íntereconomía TV- El País,- El Mundo,- Woman,- 10 Minutos- Elle,- Playboy,- Natural.- Training & Development- El Universal (México) - El Carabobo (Venezuela)- Tip Off Magazine (England)- Economia de Terra.com (Colombia)- Etc.

José Luis Menéndez ha ido progresando de manera natural en el Coaching, desde el mundo de los deportes al mundo empresarial y personal, y actualmente disfruta de una de sus grandes pasiones desacollarando hacía la excelencia a se-res humanos de manera individual y dentro de las organizaciones.