205

(El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

  • Upload
    jldrag

  • View
    58

  • Download
    2

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf
Page 2: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Annotation

'El Pirata Negro', cuyo nombre era CarlosLezama, viajaba a bordo del Aquilón combatiendoa los buques ingleses y holandeses que se oponíanal dominio hispano de los océanos, sobretodo enPanamá, donde el Pirata Negro tenía su moradahabitual. Su ropaje consistía en un traje de pirata, pañuelorojo en la cabeza y un enorme medallón colgadodel cuello. El Pirata Negro se publicó en 85 números, desde1946 hasta 1949. Nº 20 de la colección

Page 3: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf
Page 4: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

ARNALDO VISCONTI Frente a frente Colección El Pirata Negro n.° 20 Impreso en GRAFICAS BRUGUERA BARCELONA

Page 5: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf
Page 6: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO PRIMERO El Tercio de los aventureros A mediados del año de gracia de 1707, y por unriente día del mes de junio, Jean Aumont, elarmador más importante de la ciudad y puerto deBurdeos, dirigíase a su hogar, tras haber sostenidouna acalorada discusión con los hermanos Drieux. Más que personal, la discusión entablada entreJean Aumont, Jerome Drieux y Gastón Drieux,había sido netamente comercial entre dos razonessociales: los astilleros “Aumont” y la “CompañíaExportadora Drieux”. Si las familias Drieux y Aumont eran de las másconspicuas de Burdeos en el gremio de laadinerada burguesía y mantenían estrecha amistadprivada, no por eso Jean Aumont consentía enmezclar lo que al negocio pertenecía con lasconsideraciones de índole particular.

Page 7: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Y fué por eso por lo que tras su agitadaentrevista con los hermanos Drieux no acogió conagrado a su llegada al hogar, la noticia de que enel salón un caballero desconocido deseaba serrecibido por el señor armador. —¿Su nombre?—inquirió secamente Aumont,mientras entregaba su bastón y su sombrero almayordomo. —Dijo que como el señor no le conocía sepresentaría él mismo. Habla un francés correcto,pero con desinencias extranjeras, meridionales,señor. Viste como un caballero. Debe ser marino,porque su tez es bronceada y sufre la amputacióndel brazo izquierdo por el codo. Jean Aumont entró en el salón, y a su llegada, unindividuo alto y de anchas espaldas púsose en pie.El armador saludó con leve inclinación de cabeza,examinando con rápido escrutinio la apariencia yel atuendo del desconocido. Vió un rostro de simpática expresión truhanesca,aumentada no sólo por el brillo burlón de losnegros ojos, sino por la amplitud de la bocasonriente.

Page 8: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Vestía el desconocido una elegante casaca, de laque desbordaba el coleto de encajes, y su pantalónde paño azul hundíase en altas botas mosqueterasde media vuelta, a la altura del muslo. En la manoválida mantenía un tricornio azul... Otras dos características llamabaninmediatamente la atención: el intenso color rojode sus cabellos y su brazo izquierdo manco por elcodo. De una vaina recamada en piedras preciosascolgaba larga espada duelista, y en el cinto, bajola casaca, aparecía la culata de una pistola dedoble cebo. —Permitid que me presente, señor Aumont. SoyDiego Lucientes, capitán sin barco, hombre demar, natural de Avapiés, barrio de la capital de lasEspañas. Vuestro humilde servidor. —Dignaos tomar asiento—y dando el ejemplo,el armador se sentó frente a su visitante—. Tenedla bondad de exponerme en qué puedo serviros. —Os pondré primero en antecedentes de mipresencia en Francia y más particularmente enBurdeos. Hace años contraje matrimonio con

Page 9: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Gabrielle de Civry... —Noble dama a la que tuve el honor de serpresentado. Era gran amiga de la condesa deKerdal, cuyo esposo se dignaba alojarse en micasa en sus visitas a Burdeos. —Jarnac de Lesperruy fué íntimo amigo mío, ypuedo decir que a él le debí el conocer a la quehabía de ser mi esposa. Enviudé y partí a lasAméricas. Sucedieron allí cosas que meinstruyeron e hicieron nacer en mí el deseo demercar algún barco con el que regresar a lasAméricas y dedicarme a la navegación mercante.Vine a Kerdal para entrar en posesión de losbienes de mi difunta esposa. Y al llegar a Burdeos,recorrí sus diques y varaderos. Me he enamoradodel bergantín de tres palos que, recién acabado,aguarda hacerse a la mar en el dique seco devuestro astillero. Este es el motivo de mi visita. Jean Aumont fingió meditar. Íntimamente sentíaun gran regocijo: aquel español, heredero de lafortuna de la casa Civry, estaría en condiciones depagar el exorbitante precio del bergantín, Pero, sobre todo, aquel español parecía un ser

Page 10: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

providencial, ya que con su llana explicación, sinambages ni flanqueos comerciales, declarando su“enamoramiento” por el bergantín..., pagaría loque los hermanos Drieux no podían pagar. El bergantín había sido construido por encargode la “Compañía Exportadora Drieux”, y JeanAumont, si se había acalorado en el curso de suentrevista con los hermanos Drieux, fué porquerazonablemente les expuso que él era un armadorcon un buque terminado y que no podía admitir unanegativa de adquisición, ya que estabaperfectamente construido el bergantín encargado. Los hermanos Drieux habían invocado losrecientes desastres que les impedían no sólo hacerhonor a su palabra, sino adquirir tan siquiera unade las lanchas del bergantín, ya que uno de susbarcos, con todo el cargamento, había sidosaqueado y hundido por barcos piratas, y elprincipal almacén que en costas de la Guadalupeposeían, había sido pasto de las llamas. Y Jean Aumont, al salir de la entrevista, tenía laconvicción acendrada de que así como los Drieuxestaban arruinados, también él veíase en mala

Page 11: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

postura económica, ya que iba a serle muy difícilcolocar el bergantín recién construido. Por eso fué por lo que tendió a su visitante unacopa de su mejor vino de cosecha propia,sonriéndole con gran aprecio repentino. ¿Unhombre de mar? Poco duchos en cosascomerciales... El madrileño no se hizo rogar pararepetir el paladeo del vinillo bordelés, rancio y desuave traición aterciopelada. —¿Os place ese mosto, capitán Lucientes? Escosecha del 67. —Me deleita, señor Aumont. Después del mar,el vino es el líquido en que más a gusto navego. Ydespués de Eva, la línea cuyas estructuras mejorme complace es la de un buen barco como el quemotiva mi visita. —Hay un gran inconveniente, capitán Lucientes.Intentaré pensar cómo podríamos arreglarlo, peroel caso es que el bergantín está apalabrado por losseñores Drieux. Es decir, no está a la venta. Diego Lucientes depositó su copa y se levantó. —En este caso, señor Aumont, he tenido un granhonor en conoceros y...

Page 12: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—No..., no os marchéis, capitán Lucientes—yaunque íntimamente asustado, el armador sonriócon benevolencia—: ¡Estos marinos siempre tanimpulsivos! Ved que os dije que estudiaría unafórmula de arreglo. Los hermanos Drieux mepagarán mañana, por la mañana, doscientos milluises de oro, que es el primer plazo de entrega. Ylos restantes doscientos mil luises, me seríanpagados tres meses después de la fecha demañana. Si vos pudierais mejorar la oferta,quizás... Sentaos, hacedme la merced. Permitid queos escancie un poco más de ese mostoaterciopelado. Diego Lucientes, el hombre que profesaba ellema: “Diez copas para abrir boca; otras diez,para entonar, y nueve más, para alegrar..., sinnunca a la número treinta llegar, porque te puedeapuntillar”..., sonrió picarescamente al apurar pordos veces el líquido dorado que el armadorgenerosamente le servía, para “facilitar” lanegociación. —Cuatrocientos mil luises de oro es mucho oro,señor Aumont.

Page 13: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Ved que es el mejor bergantín que habrásurcado el mar. —Cierto que tiene bella estampa y estásabiamente artillado. Pero es también muy ciertoque nací hace treinta años en una ciudad, donde elmás tonto de los tontos sabe música y latín. —No os comprendo—dijo algo perplejo elarmador. —Vais a comprenderme, señor Aumont. A vecesme enamoro de una jaca o de una espada. Si quieroadquirirlas, no voy directo a su poseedor sin antesenterarme de ciertas peculiaridades que puedenencarecer o abaratar la jaca o la espada. Hablécon varios antiguos marinos, de esos que ya nopueden navegar, pero desentumecen sus ateridos yreumáticos huesos tomando el sol por los muelles.Para oírles hablar de lo que uno desea, debeprimero escucharse la relación de sus hazañas...,pero después os informan abundantemente. Jean Aumont empezó a lamentar su excesivagenerosidad en el derroche del vino “cosecha del67”. No había obscurecido el raciocinio delespañol, que con su sonrisa truhanesca seguía

Page 14: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

explicándose: —Vuestro bergantín, es exacto que fuéconstruido para los señores Drieux. También esexacto que estos caballeros hállanse al borde de laruina. Y es desgraciadamente aún más exacto quevuestro bergantín corre el riesgo de pudrir sucarena en el dique, porque ni el Rey, que tiene susastilleros, ni corsario alguno podrá adquirir barcode tal precio. La cantidad en que fijasteis su preciocon los señores Drieux, fué la de trescientos milluises de oro. Por español no soy cicatero ni sueloaprovecharme de las rachas adversas. No ospagaría en dos plazos, sino que contantes ysonantes amontonaría en vuestra mesa doscientoscincuenta mil luises de puro oro. Quien había bebido las cinco copas era DiegoLucientes y, sin embargo, semejó que las habíaingerido el armador, cuya tez adquirió un tinterubicundo cercano a la apoplejía. —¡Estáis bromeando, señor! ¡Nunca cederé mibergantín a tal precio! —Con vuestro permiso me sirvo una copa más.Yo no sé regatear ni emplear legales artimañas,

Page 15: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

señor Aumont. En cambio, aprendí en una escuelaruda si queréis, pero que a mí me place, dondehablando claro la gente se entiende. He ofrecidodoscientos cincuenta mil luises con la plenaconvicción de que dentro de un mes vos saltaríaisal cuello de quien os ofreciera cien mil luises porvuestro bergantín, y le llenaríais la cala convuestros toneles. Pero me urge hacerme a la mar, ysi no puedo en el bergantín abandonar Burdeos, loharé en otro velero. Me hospedo en la “Posada delMirlo Blanco”. Allí esperaré hasta mañana por lanoche, vuestra decisión. —¡No contéis con mi claudicación! —¿Quién habla de claudicar? Lo que sí osadvierto es que no daré ni un ochavo más allá delos justos y benignos doscientos cincuenta milluises ofrecidos. Eran las siete y media de la tarde del díasiguiente, cuando Jean Aumont visitó a DiegoLucientes. El manco pelirrojo mostró al armadorla mesa que a sus espaldas aparecía cubierta porsacos ventrudos... —Ahí tenéis lo estipulado, a cambio de ese

Page 16: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

papel que supongo será vuestra escritura de venta. —He decidido aceptar vuestra oferta, capitánLucientes. Pero permitidme deciros que pecáis deimprudente. Tanto dinero en una posada de puerto,y sin escolta... y —Escoltar significa que hay algo que se deseaguardar, y eso enciende ávidas cupideces. Yo notiento a nadie. —Cada uno tiene su filosofía, capitán. Fuera meaguarda la carroza y los seis espadachines quetransportaran escoltado ese oro. Os lleváis mimejor barco. —Y vos mi mejor oro. Con una diferencia: vosseguiréis construyendo barcos, y yo no puedofabricar más oro. Al amanecer siguiente, en todas las tabernas delpuerto aparecía un cartel que merecía la intensaatención de los grupos que a su lectura seapiñaban.

“La ruta de las América está pobladade peligros. También vencerlos supone

Page 17: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

riquezas. Yo, Diego Lucientes, capitándel bergantín “Madriles”, anclado frentea la playa du Brigand Mort, enrolo unatripulación de doscientos aventurerosque sepan vencer el miedo y sepanganarse el sustento y una buena paga deembarque.”

En la playa du Brigand Mort se aglomeraronvarios centenares de individuos de todo pelaje yatuendo, mezcla heterogénea y confusa deperdularios, soñadores, asesinos, espadachines ymarineros sin barco. Del bergantín se destacó una lancha, remada porocho robustos bretones, con toda la traza demarineros pescadores, sin otro pasado que lasrecias huellas de un trabajo penoso y constante. Pisó tierra un atildado pelirrojo, de ropasvistosas mosqueteras, cuyo tricornio azul hacíadestacar aún más el rojizo reflejo de sus cabellos. Diego Lucientes había aprendido la ciencia del“enrol” en la escuela de Carlos Lezama, el Pirata

Page 18: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Negro. Tocó levemente en el hombro de uno de losbretones, el cual, llevándose a los labios unsilbato, sopló estridentemente con especialesmodulaciones cortas, alternándose con variasprolongadas. De la masa humana, sin orden ni concierto, losque eran avezados marineros, fueron alineándoseen filas. Imitáronles los demás, y pronto, en laplaya, cinco hileras de hombres mantuviéronse a laexpectativa. —Yo, Diego Lucientes, por mi real gana, os voya dirigir la palabra, y cuanto diga no lo repetiré—dijo el madrileño con voz zumbona, acariciándoselentamente el rasurado mentón. —Necesitodoscientos hombres. Los seleccionaré pormúsculos y por la expresión de sus ojos. Vuestrospasados no existen. Se me da una higa de quiénhabéis podido ser hasta ayer noche. Y también séque tendréis el buen gusto de que os importe unrábano quién haya yo podido ser hasta ayer noche.Antes, cuando los Tercios españoles pedíanbravos, se alistaban los desesperados por penas de

Page 19: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

amor, y los valientes ansiosos de pelea y aventura.Hoy, en mi Tercio de Aventureros, alistaré ahombres que no tienen un ochavo, que no sabendónde caerse muertos y que tienen hambre. Abordo del “Madriles” comerán y beberán comoburgueses, y por cada quince días de navegación ode permanencia a mis órdenes, percibirán cincolibras esterlinas, la moneda de cambio en todas lascomarcas y tabernas del globo. Mi segundo es eserobusto cuarentón que me da sombra a miizquierda; se llama Ankou Kerbrat, y es unexcelente contramaestre, porque sabe manejar conjusticia y vigor el látigo de siete colas. La mayoría escuchaban atenta y respetuosamentea quien les estaba ofreciendo la hospitalidad decomer y beber a diario, teniendo un sitio blandodonde dormir y un techo con que cubrirse. Pero uno de los oyentes llevaba en la sangre unsempiterno deseo de camorra. Destacóse de laformación, y con andares pausados de hombrerobusto y portador de larga espada duelista, vino adetenerse ante Diego Lucientes. 1 —Yo no soy un afamado lacayo ni pienso ser tu

Page 20: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

esclavo de galera, español. ¿Quedas enterado? —No te llamé, buen mozo. Vinistevoluntariamente. —Para enrolarme a las órdenes de un lobo demar, no a las de un lechuguino manco. Diego Lucientes sonrió, pero en su boca habíauna cierta crispación. —No soy un prodigio de listeza, pero supongoque el lechuguino manco seré yo. ¿Quiereshacerme el gran favor de desenvainar? —¿Te sientes fuerte porque te rodean Kerbrat ysus siete perros? —No somos más que tú, con tu pincho, y yo conmi espada. Los demás serán testigos de que a míme molesta tu jaquetona imbecilidad y que sólo yoseré quien te la haga pagar. El espadachín desenvainó con ciertaconmiseración. Trabó contacto contra el acero delmanco y, tras varios tajos y mandobles, tendióse afondo... para saltar apresuradamente hacia atrás. Sintió en su frente cierto sudor frío. Habíaenviado a la muerte a muchos espadachinesfamosos... y se hallaba ante una espada de temple

Page 21: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

excepcional. Diego Lucientes era también discípulo del PirataNegro en el arte de la esgrima... —¡Para en tercia, bellacón!—fue avisando—.¡Traba en cuarta! ¡Sesga, zopenco! ¡Levanta o tepincho! ¡Baja la guardia o te corto!... Me das pena,bravucón. He visto mozas de hostería quesostenían mejor que tú sus brochas...—y de pronto,el madrileño dobló la rodilla lanzándose a fondo. El espadachín dejó caer su espada, gimiendo dedolor. La estocada no sólo había atravesado subrazo derecho por el bíceps, sino que suadversario, con sañuda frialdad, había comunicadoal aceró un movimiento de vaivén... El hueso quedaba al descubierto, y el heridocayó de rodillas, próximo a desvanecerse. DiegoLucientes se acercó a él... —¡Piedad! ¡No me remates!—suplicó angustiadoel herido. —¡Repámpanos! ¿Dónde se fueron tus humosretadores, valentón? Tendrán que cortarte elbrazo... Sí, tendrán que cortártelo. Y cuando tellamen “manco”, verás que no produce

Page 22: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

satisfacción. Pero si quieres, puedes seguiraspirando a una plaza a mí bordo. Por mancopuedo enrolar a mancos. Y Diego Lucientes, volviéndole la espalda alherido, regresó junto a Ankou Kerbrat y los sietebretones Encaróse con las hileras de inmóviles desechoshumanos del puerto de Burdeos. —Zarparemos al atardecer, rumbo al marCaribe. A bordo habrá la disciplina habitual entodo buque. Por el instante, sólo tengo una meta:Dar alcance a un velero pirata, cuyo pabellón esun aguilucho. Lo manda un caballero español:Carlos Lezama, por nombre; Pirata Negro, porapodo. Tengo que enfrentarme yo solo con él,espada en mano, porque uno de los dos sobra en elmar y en la tierra. Donde lo halle, tengo quematarlo. Pero..., atención a mi aviso: Aquel devosotros que, creyendo ganarse mis simpatías,vierta calumnias o hable mal del Pirata Negro,bailará el último rigodón colgado del palo mayorde mi bergantín. Sonrió Diego Lucientes, entreabriendo su casaca

Page 23: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

y apartando los encajes de su almidonada camisablanca. Entre el rojizo vello del pecho, aparecióun surco cicatrizado, ancho..., la huella de unlatigazo. —Tengo que borrar esa humillante marca, y sólopuede borrarse con la sangre que el hidalgoespañol Carlos Lezama derrame generosamenteallá donde le encuentre... o con mi sangre. Otraadvertencia: si en algún puerto obtenéis informesde mi enemigo, al referiros a él emplearéis laspalabras: “El caballero Lezama”... ¿Me creéisloco? Si lo estoy, lo disimulo muy bien. Pero locierto es que no me podríais comprender. Porqueel hombre al que quiero matar, fue el mejor de misamigos..., y es aún el hombre al cual respeto yadmiro. ¡Ankou Kerbrat! Vete, separando a losmás robustos y selecciona cincuenta artilleros oque entiendan del manejo de las piezas. Al atardecer, el vigía apostado en lo alto de latorreta de cofa, repetíase mentalmente su consigna,mientras oteaba el mar y el bergantín cortabamajestuosamente las olas, lejos ya la silueta deBurdeos:

Page 24: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

“—¡Zafarrancho de combate cuando divise elpabellón del aguilucho..., en un velero de ágilestructura y espolón de abordaje!...”

Page 25: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO II Los padrinos celosos Un velero de ágil estructura maniobrera abríapenachos de espuma con su afilada proa, dondedestacábase el espolón de aguda raigambre,construido para impetuosos abordajes... En el agitado mar Caribe, iba el velero en buscade una cala protectora. En lo alto del mástilondeaba un pabellón, y el aguilucho, que grabadoen él parecía cernerse sobre invisibles presas,semejaba aletear a impulsos del viento... Corría el mes de marzo del año de gracia de1708, y a la época de las calmas chichas habíansucedido, en la zona antillana, los días ventosos,que repentinamente convertían el fresco viento enráfagas de huracanada intensidad. En el castillete de proa del velero, un hombre,con los brazos cruzados, miraba a lo lejos, con

Page 26: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

espíritu ausente en pensamientos ajenos a la rutinamaniobrera, aunque, de vez en cuando, suestentórea voz, dominando el silbido del viento,daba alguna orden que inmediatamente traducíaseen el desplegar de una vela o el arriar de otra... Alto y de varonil belleza, Carlos Lezama, elPirata Negro, ostentaba en su semblante de corvanariz aquilina todas las características de untemperamento violento. Los músculos, ejercitadosen continuos combates, distendían la negra seda desu camisa; los aretes de oro colgando de suslóbulos, destellaban con áureos fulgores, quecontrastaban con la cobriza tez; sus nervudosantebrazos, con muñequeras de cuero salpicadasde erizadas pirámides diminutas de hierro,aparecían cortados por alguna que otra cicatriz,huellas de su existencia transcurrida en permanentelucha; en los negros cabellos, blanqueaban estríascanosas, pero el semblante era juvenil y el brillode los ojos denotaba en su intensa negrura unavitalidad exuberante... Silbó por tres veces, con estridente agudez. Unpirata de rostro horrendo, carátula de cicatrices

Page 27: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

mal cosidas, fué corriendo a colocar su corpulentahumanidad vigorosa al pie del castillete. —¡A la sala capitana, “Cien Chirlos”! — ordenóel Pirata Negro—. Atiende al caballerete. El lugarteniente fuése a largas zancadas hacia lasala capitana. Por el camino torció el gesto. ¡Yaestaba el andaluz dándole otra vez a la guitarra! El vasto espacio ocupado por el salón-comedorde la camareta capitana del velero pirata, ofrecíaun espectáculo curioso. Una niña de cinco años, rubio-rojiza, de ojosazules y boca grande, escuchaba embelesada elrasgueo de la guitarra que tañía con arte un piratade largas piernas esqueléticas y tórax atlético. La niña apoyaba sus dos codos en un muslo delandaluz tocador, y en pie frente a él, canturreabaen voz baja, procurando acompasar susimprovisaciones al ritmo de las cuerdas. En un rincón apartado, tendido en el suelo, unniño de unos cuatro años se desentendía porcompleto de la música, atento solamente aimprimir vaivenes a un barquichuelo talladotoscamente en un trozo de madera de cedro, y

Page 28: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cuyas velas estaban deshilachadas. El muchacho, con voz sonora para su edad,vociferó de pronto: —¡Galerna a estribor! ¡Tened los foques! La niña, arrebatada a su abstracción musical,dióse vuelta para mirar con enojo al que acababade gritar. —Tienes poca voz y muy desagradable, Carlos—comentó seriamente. El llamado Carlos simuló un mar proceloso,levantando y descendiendo en el aire elbarquichuelo. Ella insistió: —Te he dicho que tu voz es muy desagradable,Carlos. El muchacho se puso en pie reposadamente,empuñando el barquichuelo por el centro. Era unvigoroso ejemplar de ceñudo y salvaje varón elque avanzó amenazador hacia la chiquilla,agitando en el aire su juguete. —¡Señor Carlos! — exclamó “Cien Chirlos”interviniendo y entrando precipitadamente, paracolocarse entre Gaby Lucientes de Civry y Carlosde Ferblanc y Heredia—. ¿Qué vas a hacer?

Page 29: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Aparta, padrino—replicó convencido elmuchacho—. Esta boba me ha dicho que mi voz esdesagradable, y le voy a romper mi velero en lacresta. —No lo harás, señor—sonrió “Piernas Largas”rasgueando en sordina su guitarra. —¿Me lo vas a impedir tú?—se engalló elmuchacho. —Yo, no, señor. Te lo impedirá tu galantería,porque tu padre nunca pegó a una mujer. Carlos de Ferblanc pareció meditar aquelcontratiempo. Arrojó al suelo con violencia sujuguete. Gaby Lucientes rió suavemente. —¡Qué bruto es ese niño!—murmuró agresiva—. No piensa más que en comer, jugar y gritar. “Piernas Largas” conocía el arte de aplacar elquisquilloso temperamento del hijo del PirataNegro. Pero también, como padrino que era de lahija de Diego Lucientes, tenía qué coordinar lasdos voluntades infantiles. Cogió a la niña, sentándola en una de suspiernas. “Cien Chirlos” sentóse en otro escabel,manteniendo entre sus piernas al muchacho.

Page 30: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—En este velero, señor, sólo manda “él”: tupadre. Y sabes que prohíbe las peleas. Quien riñaa bordo, recibirá veinte latigazos. Y tú eres yatodo un hombre con buenas espaldas para recibirazotes. —Si se los dan a ella, yo... quiero los veintelatigazos. ¡Nunca he visto a una mujer tan odiosa!—vociferó Carlos de Ferblanc—. ¿Y tú, padrino,no estás de acuerdo conmigo? “Cien Chirlos” rascóse la pelambrera confuso.Su cerebro no se distinguía por su agilidad, y sicombatiendo era fértil en artimañas de todasclases, en el terreno dialéctico no brillaba por suelocuencia. —La señorita Gaby no es mala, señor. Pero,verás: yo creo que a las mujeres hay que dejarlashablar, ¿sabes?, porque..., porque no saben nuncalo que se pescan. Carlos rió satisfechísimo, pero Gaby asestó alcorcusido pirata lugarteniente, un relámpago azul. —¡Tú eres un asno!—comentó desdeñosa. —Sí que es verdad—admitió convencido “CienChirlos”—. “Él” me lo dice con frecuencia..., pero

Page 31: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

me tiene aprecio. Y ahora, a ti te hablo, andaluz.¿Por qué rayos tocabas la guitarra? —Porque mi “tocanta” no te tiene que pedirpermiso para cantar como los propios ángeles. Yle gusta a la señorita. —“Él” ha dicho que a esta hora los dos debendormir la siesta. Conque a cumplir. Señor Carlos:tú vas a dar ejemplo de disciplina. Dame la mano El hijo del Pirata Negro permitió obediente quesu mano desapareciera sepultada en la zarpavelluda del lugarteniente, y con él se dirigió haciasu camarote, no sin antes lanzar una mirada pocoamena a la niña, que sonriente asomó por entre loslabios un extremo de lengua sonrosada y burlona. —¡Maldita sea!—vociferó el muchacho—. ¡Meha sacado la lengua, "Cien Chirlos”! —No tienes que darle importancia a eso, señor—aconsejó el pirata arrastrando al perneante mozo—. Los hombre no... no hacemos caso de ellas. Gaby Lucientes, al desaparecer los dos, asió delcuello al andaluz, obligándole a inclinar la cabezay le susurró al oído: —¿¡Sigues dándole a la “tocanta”, padrino? Que

Page 32: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

diga “Cien Chirlos lo que quiera, que él no espadrino mío. —"Cien Chirlos” es el que manda, después deljefe, señorita. Y aunque es brutísimo, te quiere: —Pero siempre defiende al niño. —Porque es su padrino. Ande, señorita, sea usíabuenita, y deje que la lleve a la camita. Coincidieron en la sala los dos piratas, ya sinsus apadrinados. “Cien Chirlos” soltó una letaníade tacos poco compatibles con su anteriordenuncia de léxico. —¡¡.......!!—y ya desfogado, habló roncamente:—Procura educar mejor a tu señorita, porque seestá siempre metiendo con el chaval, y un día cojoyo a él y te lo estrello contra la |jeta de la señorita.Y asunto arreglado. —Yo quisiera, carota fea, que se te pegase algode mi natural inteligencia. Eres un cacho dealcornoque, pero procura aprender de “mi mendagolosa”. ¿No ves cómo arreglo yo siempre lascosas? Con suavidad, con tacto... que “pa” brutono hay quien me gane contra tipejos, pero con lascriaturas hay que tener salero. El señor Carlos es

Page 33: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

irascible. —“¿Iras”... qué?—preguntó “Cien Chirlos”receloso y crispando los puños. —Lo dijo “él” el día en que nos habló de loscaracteres de las criaturas. Irascible quieresignificar que es como los barriles de pólvora conmecha encendida. Siempre tiene la mechaencendida el señor Carlos. —Para eso soy su padrino—aseguró “CienChirlos” arrobado. —Pero recuerda que “él” nos dijo que debíamosprocurar que ambas criaturas se quisieran entre sícomo hermanos de buena ley. ¡También fué malasuerte, "home”!—estalló el chiclanero. “Cien Chirlos” consideraba que su grandiversión era pelearse sañudamente una vez cadasemana con el andaluz, su único amigo. Pero hacíaescasamente cuatro días, que de noche, y tras unescotillón, habíanse administrado un vapuleogeneroso... Prefería pues ahora escuchar losrazonamientos del andaluz, en quien reconocía unainteligencia que él no poseía. —¿Mala suerte de qué y de quién?

Page 34: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Me refiero al señor Lucientes. ¡Irse aenamorar de una pelandusca! —¡Bien que la colgué hasta que sacó toda lalengua! — rebatió “Cien Chirlos” como argumentodefinitivo. —Eso estuvo pero que muy requetebién—aprobó el chiclanero—. Pero no se arregló lacosa. Y a veces me apena pensar en ello. ¡Tan bienque se llevaban los dos señores! Y va el señorLucientes y se pone a balar como un carnerodegollado entre las faldas de la inglesa. No te loconté, carota fea, pero tú sabes que yo le llevé algaleón para atizarle veinte latigazos por orden de“él”, ¿no? —Y que se los diste, porque “él” te lo mandó. —Se los di y fuertes, sin trampa, aunque leapreciaba. Pero lo gracioso es que va el señorLucientes y me pide que le plante otro en el pecho.¡Digo! ¡Ni ná, ni ná, ni ná! Insistió y tuve quepegárselo. —Te excediste en tus atribuciones— dijo elPirata Negro, entrando en la sala. Ambos piratas pusiéronse en pie,

Page 35: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

apresuradamente. El chiclanero, de rostrocaballuno y dientes renegridos, intentó una sonrisahumorística. —El señor Lucientes había sido mi jefe, señor.Y cumplida tu orden, cumplí la suya. El Pirata Negro fué a sentarse tras la mesa. Sesirvió vino y tendió el jarro a “Cien Chirlos”, que,tras servirse, lo depositó en la mesa. —Dale también al chiclanero. Así nos explicarála razón por la que, habiéndole yo ordenado veintelatigazos, dió veintiuno. Curro Montoya apuró con lentitud su vaso,pensando en lo que iba a decir. —El caso es, señor, que me dió pena del señorLucientes. Perdóname, si te digo que yo no quierocon ello significar que tu orden fuera injusta, yaque nunca das tú... —¡Menos jabón y al grano, charlatán! —El señor Lucientes resistió como un bravo lalatigada, y luego me pidió un zurriagazo en elpecho. Yo no quería... pero ¡me lo pidió por suhija! Y yo... pues le he cogido ley a la mocita. Yole di los chupetes y ordeñé la cabra que ese bruto

Page 36: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

pilló en la isla y... —No le estoy preguntando a la nodriza. Te estoypreguntando a ti, Curro Montoya. Dime la razónpor la que quiso el señor Lucientes más castigo. —Dijo, más o menos, que los latigazos en lasespaldas, al no vérselos, le harían quizás olvidar.Y por eso, con una brecha en el pecho, recordaríasiempre. —Muy suyo—dijo el Pirata Negro sonriendocomplacido—. ¿Y qué más dijo? —Nada más, señor—replicó el andaluzprontamente. El Pirata Negro se levantó calmosamente. Sudiestra se alargó por encima de la mesa y asió delcoleto a “Piernas Largas”, al cual zarandeólevemente. —Vacía el saco de mentiras, Curro Montoya.Cuando me ocultas algo, los legañosos ojos quetienes bizquean un poco. Son muchos los años quenavegamos juntos, fulero. Vomita lo que sepas, queno quiero mentiras. No olvides que “entre calé ycalé”... y si en Chiclana naciste, de Sevilla soy pormadre — y con brusco empujón afectuoso, el

Page 37: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Pirata Negro lanzó hacia atrás al chiclanero. —Es que, señor, debes perdonarle, porque dijocosas de las que estará arrepentido ya. Las dijobajo el reciente escozor de la correa. —¡Habla ya, mentecato! —Pues dijo, más o menos, que de vosotros dos,sobraba uno, y que un día te lo diría frente a frente. —Tiene razón — aprobó el Pirata Negro—. Delos dos, uno sobraba, porque tiene demasiadoparecido conmigo. Pero es todo un hombre y hasido mi único amigo. ¿Cómo tomó la noticia deque yo me llevaba a su hija? —Se lo conté tal como me lo ordenaste. “Mira,señor Lucientes, “él” ha dicho que para evitar queun día puedas darle a la señorita una madre comola pirata Ana Honey, “él” educará a tu hija juntocon su retoño”... y apenas se lo dije, tuve pena,señor. Me fui porque en sus ojos vi humedad dellanto y... —¡Cierra la boca! Muy sensiblero te volvistedesde que te convertiste en nodrizón de la hija deDiego Lucientes. Y quiero haceros una advertenciaa los dos. Os comportáis como dos asnos celosos,

Page 38: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

y os he oído discutir que si ella es más bonita, yque si él es brutísimo. En tus labios, el mejorelogio es llamarle “brutísimo” a mi hijo, guapetón’— y el Pirata Negro sonrió a Cien Chirlos—. Y enti, es estúpido hablar de bellezas, comparando unhombre y una mujer. Porque seáis padrinos de losdos mozos, no debéis consentirlos. Quiero queambos se tengan afecto de hermanos y no peleenentre sí. —Yo no soy “chivato”, señor—intervino “CienChirlos”, algo molesto. —Pero la señorita le andasacando la lengua al chaval... al señor Carlos, y ledice que tiene una voz desagradable... —...y el señor Carlos le quería romper el barcoen la cresta a la señorita—atajó el andaluz—. Asídijo: “en la cresta”. “Cien Chirlos” miró torvamente al padrino deGaby Lucientes. —Si dijo “en la cresta” fué porque a ti lo oiría,que bien me cuido yo de que delante de él no seme escapo taco ninguno. Y también dijo: “¡Malditasea!”. —Eso me lo oiría a mí—rebatió el Pirata Negro,

Page 39: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

sonriente—. No es exclamación fea para unhombre de mar. Idos los dos al puente. Siguesoplando el vendaval, y hemos de buscar calasegura mientras amaine. Los dos piratas salieron de la sala capitana. Yaen el entrepuente, “Cien Chirlos” murmuró: —Ahora al trabajo, chiclanero. Pero después dela labor, esta noche te espero en la cabina de popa,para partirte los dientes por “chivato”. —Y a ti te voy a patear por “acusica” y soplón.¿Pues no dice que mi niña le saca la lengua alseñor Carlos? ¡Será embustero! El gruñido de “Cien Chirlos” creó la sensaciónde un bostezo de león hambriento... pero elvendaval rugía, también. Y primero era laobligación, y después la diversión... En la sala capitana, Carlos Lezama dirigióse alcamarote donde dormía su hijo. Le contempló ensilencio. Un sueño de mozo robusto: puñoscerrados, y boca abierta... “Disparan un cañón yno lo oye”, sonrió complacido el Pirata Negro. Apartó la manta que cubría el cuerpo del niño.Carlos de Ferblanc despertóse al sentir, no ya el

Page 40: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

frío repentino, sino la presión de la manomusculada alrededor de su muñeca. —Saltad de la cama, caballerete. Vos y yotenemos que hablar. Carlos saltó del lecho con prontitud y pánico. Supadre sólo empleaba el tratamiento respetuosocuando se proponía castigarle... —¿Qué hice yo ahora, padre?— balbuceóinquieto—. Estaba durmiendo... —Y sentís vuestra conciencia tranquila, porquedormíais, ¿no? Pero antes os oí insultar a unadama. No me miréis con ojos de asombro. Hablode la señorita Gaby. —Es una mocosuela impertinente, que me dijoque yo tenía voz desagradable. —Vanidoso sois, además de descortés. ¿Creéisacaso que vuestra voz es encantadora? —Es como la tuya, padre. Así me dijo elpadrino. —¡Hum! Pasemos por alto ese incidente.Vayamos a otro: ¿es cierto que quisisteis romperel velero contra la cabeza de vuestra hermana? —Es cierto..., pero no pude. No me dejaron—

Page 41: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

quejóse el niño. —¿Es cierto que calificasteis de cresta la cabezade Gaby? —Te oí decir un día que los hombres tienen“testa” y las— mujeres “cresta”—y el niño,abiertas las piernas, con el rostro a la altura demedio muslo del Pirata Negro, le miraba a losojos, ingenuamente. Carlos Lezama le señaló la cama. Obediente,volvió el muchacho a acostarse. Cubrióse, y desdedebajo del embozo miró sonriente a su padre,sonrisa que fué aumentando a medida que su padresonreía. Y ambos estallaron en alegre carcajada,truncada repentinamente en el niño al ver larepentina seriedad que invadía el semblante de supadre. —¡Magnífico, magnífico!—murmuró el PirataNegro—. Te quedas ya muy tranquilo. Hasofendido a una dama, y ya te dispones a roncarcomo si nada hubiese ocurrido. Mírame a mí: ¿quécrees que hacía yo a tu edad cuando una niña mesacaba la lengua? —Le atizabas un puñetazo—afirmó convencido

Page 42: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Carlos de Ferblanc. El Pirata Negro sentóse en el borde del lecho.Cogió un rizo negro de la cabeza infantil y loanilló alrededor de su índice. Habló en voz baja,evocando: —Tu abuelo fue un apuesto y galante condefrancés, Carlos. Era honrado, viril, y todo París lerespetaba; ¿sabes por qué? Porque a los hombreslos tenía siempre a raya y le temían..., perodoblaba la rodilla ante las mujeres. Si ofendía aalguna, le pedía luego perdón. Que no humilla alhombre reconocer sus yerros, y el peor delito esofender a mujer que no lo merezca. Porque en todamujer debes siempre ver la imagen de una madre,Carlos. Ahora duerme... y después, pensando en elconde Humbert de Ferblanc, tu abuelo, ¿qué harás? —Le pediré perdón a la mocosuela... Pero mecuesta, ¿sabes? Ei Pirata Negro acarició la cabeza del rebeldemuchacho. Poco después entró en el camarote deGaby Lucientes. La halló despierta. —¡Hola, hola! ¿No es hora de dormir, señorita? —No tengo sueño, don Carlos. Pienso..., pienso

Page 43: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

en algo que no puedo decirte porque te enfadarías— añadió, indecisa. —Me enfada sólo aquello que se me oculta.Habla, Gaby. —¿Cuándo... cuándo veré a mi padre? El Pirata Negro sonrió con cierta inquietud. —Tu padre... vendrá algún día, Gaby. Pero,mientras, has de tener paciencia. ¿Tanto te molestaestar conmigo? La niña tendió los brazos impulsivamente y,levantándose a medias, colgóse del cuello delpirata. Le besó sonoramente en ambas mejillas. —Te quiero mucho, don Carlos. Mira—y adoptóun aire de profunda reflexión—: si no hubiera sidoprimero mi padre y yo no le hubiera conocido,pues te habría escogido a ti por padre. La carcajada del Pirata Negro fué mezcla dedivertido contento y oculto pesar. —Gracias, adulona. Pero ahora vamos a hablarde Carlos. ¿Por qué le dices que tiene la voz fea ypor qué le sacas la lengua? —Porque... se puso a gritar como haces tú en lastormentas. Y lo hizo mientras padrino tocaba una

Page 44: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cosa muy bonita. —Escucha, Gaby. Tú, por mujer, y porque eresun año mayor que mi hijo, eres más inteligente.Perdónalo y muéstrate amable con él. Quiérelocomo a un hermano. Carlos es bueno..., aunque searudo. ¿Lo recordarás? —Yo ya le quiero, ¿sabes? Pero es que a vecesme asusta... A las cinco de la tarde, el Pirata Negro, sentadotras su mesa, contemplaba el semblante serio conque Carlos de Ferblanc se acercó a GabyLucientes, hacia la que tendió una mano vacilante. —¿Me perdonas, Gaby? Yo... no quiero pelearcontigo. —Yo tampoco—y ella, además de coger lamano, avanzó el rostro. El muchacho la besótorpemente en la mejilla, y quiso especificar sucompleto olvido de la “pelea”. —¿Jugamos, Gaby? Tú vas a ser el caballo, y... —Oye, Carlos—intervino el Pirata Negro—. Elcaballo eres tú y ella es el jinete. Para eso eres túel más fuerte, y ella, mujer y delicada. El muchacho colocó a regañadientes las manos y

Page 45: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

rodillas en el suelo. Ella cabalgó sinmiramientos... De pronto retumbó una explosión y el velerobandeó a babor... —¡Bergantín a proa ¡—gritó la voz del vigía—.¡Zafarrancho de combate!... El Pirata Negro salió corriendo hacia el puente.En la sala, Gaby se impacientó, propinando dostaconazos a su montura... —¡Arre, arre, caballito! Carlos de Ferblanc, desde el suelo volvió haciaarriba un rostro ceñudo. —¿No has oído el cañón? —He oído. Pero eso es juego de mayores,Carlos. Tu padre se ocupa de resolver esos juegos.¡Arre, arre! —¡Maldita sea!—rezongó por lo bajo elpaciente caballo—. Y no hay más remedio. “Él”me lo ha ordenado... El cañón crepitaba estruendosamente, mientrasel velero, obedeciendo a las estentóreas voces delPirata Negro, imprimía a su carena “zigzags” deesquiva al fuego enemigo...

Page 46: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Cuando el velero soltó la primera andanada,trepidaron las maderas de cubierta. En la sala capitana, Gaby Lucientes espoleabafuriosamente, desmelenada, a Carlos de Ferblanc,que, contagiado por el rumor de las explosiones,sentíase todo un potro bravío... y cuando logródesmontar a su jinete, estalló en alegre carcajada. Desde el suelo, frotándose las doloridasposaderas, Gaby Lucientes murmuró entre dientespalabras inaudibles... Al fin sonrió, y amboschiquillos, ajenos al combate que se entablabaentre el “Aquilón” y un bergantín atacante,continuaron sus juegos...

Page 47: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO III Sonsoles de Aguilar o una deuda aplazada A principios del mes de marzo del año de graciade 1708, en la poco concurrida bahía de laespañola isla de Trinidad, vino a recalar unbergantín de majestuosa estampa. Todos sus tripulantes vestían a la usanzamarinera bretona: pantalón a rayas negras sobrefondo blanco; y su “camisola” era tambiénalistada. Cubrían sus cabezas con aplastadosombrero, del que colgaba una cinta negra. Por ambas bordas del bergantín asomaban susbocas los cañones de grueso calibre con queestaba artillado. Su aparición en el horizonte fuéacogida con alarma por los habitantes del puerto,que se aprestaron a la defensa, pero sintiéronsealiviados cuando en lo alto del mástil ondeó elgallardete blanco...

Page 48: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

No por eso depusieron las armas, pues era hechocorriente en buques piratas aparentar pacificasintenciones, y luego, a tiro ya del blanco quehabían elegido para saquear, disparabantraidoramente sus baterías... Pero el bergantín, en cuya proa destacábase unapancarta con la palabra “Madriles”, vino a anclarsin que sus piezas artilleras escupiesen fuego. Subió a bordo una comisión compuesta por losprincipales de la capital, al frente de los cualesiba el gobernador, portando guantes blancos. YDiego Lucientes cubrió su única mano con unguante blanco. Símbolos de paz y cordialintención. Correspondió al saludo del gobernador, yostentó su sonrisa truhanesca de antiguo tahúr, aldecir: —No porque sólo lleve un guante, son medianosmis deseos de paz. Excusadme si cometí la torpezade perder medio brazo, señor gobernador.Supongo desearéis saber los motivos de millegada: Aprovisionarme y hacerme de nuevo a lamar.

Page 49: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¿Mercante, capitán, o estáis delegado por SuMajestad para vigilancia del Caribe? —Navego libremente, y el bergantín es de mipropiedad. Tengo tripulación bretona y persigopor mi cuenta a un determinado caballero queresponde al nombre de Carlos Lezama. ¿Tenéisacaso noticias de él? —¿Carlos Lezama?—meditó el gobernador—.No, no he oído hablar de él nunca. —Le apodan el Pirata Negro.

Page 50: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¡Ah! Sí, le conozco: manda el velero“Aquilón”..., pero hace años que las olas delCaribe no susurran sus hechos. Esta noche,capitán, damos una fiesta en honor de una damaespañola que llegó recientemente. Es la hija delvirrey de Puerto Rico. ¿Nos honraréis con vuestra

Page 51: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

presencia? —Todo el honor será para mí, señor gobernador. Fuese la comisión de principales tranquilizadaya por el aspecto disciplinado de la tripulación, ypor el elegante atuendo del capitán, así como desus modales corteses, aunque levemente burlones. Diego Lucientes les vió dirigirse hacia la playa.Sonrió al acercársele su lugarteniente AnkouKerbrat. —He sido invitado a un festejo palaciego,Kerbrat. Ése es puerto español, y no quierodisturbios en tierra. Zarparemos mañana alamanecer, y sólo bajaréis tú y diez bretones. Unavez aprovisionados, nadie más bajará a tierra.Sólo el habitual equipo de hombres informadores ala caza de noticias del caballero Lezama.

* * *

Sonsoles Ávila, hija del marqués del Aguilar1

era de una exquisita belleza delicada, y su tez,

Page 52: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

sonrosada, enmarcada por los castaños bucles,daba una impresión de romántica fragilidad. Pero los negros ojos miraban altaneros, y lascejas arqueadas complementaban el mohíndesdeñoso de los labios gordezuelos y biendibujados. Si era admirada por los hombres y envidiada porlas mujeres, en un punto, sin embargo, todos seponían de acuerdo; en que la hija del marqués delAguilar era excesivamente orgullosa. Pero era hija del virrey de Puerto Rico, y poreso la casa-palacio del gobernador resplandecíade luces y todos los que iban llegandoinclinábanse ante Sonsoles Ávila, antes que frenteal gobernador. Ella, con displicente ademán, ibacondescendiendo al homenaje tributado a través desu persona a la real alcurnia representada por elmarqués del Aguilar, virrey de Puerto Rico. Hasta entonces, Sonsoles Ávila había sido laperfecta encarnación del distinguido aburrimiento.Su rostro, de pronto, adquirió un sincero gesto deestupor... Nadie se dió cuenta de la mirada

Page 53: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

colérica que lanzó al que, recién llegado,examinaba a su alrededor la disposición de lamorada del gobernador. Cierto que carecía de antebrazo izquierdo, pensóSonsoles Ávila, pero era el mismo sujeto, queprimero en Madrid, con desfachatez estudiantil, ymás tarde en la ciudad pirata, acompañando a uninsolente bandido llamado Carlos Lezama, habíalarequebrado con impertinente indolencia en lasegunda ocasión, si poético se mostró en laprimera, cuando... Diego Lucientes acababa de andar con rapidez yante ella, quitábase el tricornio, inclinando su altatalla... —Maravilla de maravillas... Milagro portentoso,linda Sonsoles... Tú, que fuiste mi ensoñación deadolescente... —¡Señor de Cifuentes!—gritó ella, airada,levantándose del sillón que ocupaba. El gobernador, interpelado, acudió presuroso. —¿Me llamasteis, señora? —¿De cuándo acá toleráis en vuestra casa laentrada de fementidos piratas?—y, tremante de

Page 54: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

indignación, Sonsoles señaló al madrileño. El gobernador pestañeó, mirandoalternativamente a Diego Lucientes y a la hija delvirrey de Puerto Rico. —No... os comprendo, señora. —¡Este hombre es el lugarteniente del PirataNegro!—clamó ella. —Era... era el lugarteniente del caballeroLezama, Sonsoles. No mientas...—rebatiósonriente Lucientes. —¿No hay caballeros en esta mansión?—inquirió, altiva y desdeñosa Sonsoles Ávila—.¿No hay quien eche al arroyo a ese rufián? Dos individuos avanzaron espada en mano.Diego Lucientes desenvainó, y la punta de suespada colocóse en el pecho del aturdidogobernador. Diego Lucientes, dijo, dirigiéndose algobernador: —Deseo advertiros que vos pagaréis los platosrotos, como corresponde a vuestro deber deanfitrión. Decidle a esos señores que enfunden suspinchos, que mi bergantín vino en son de paz, y yo

Page 55: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

vine a bailar y galantear, no a buscar querella. Quesiga el festejo, distinguida concurrencia. Trátasede un error que quedará aclarado inmediatamente.Repetid mis buenos deseos, señor de Cifuentes.Veréis que es error de la señora... El gobernador atendió perplejo a 1a más urgentede las peticiones: la picazón del extremo del aceroen su pecho. Forzó una sonrisa, lamentable,mientras decía: —Prosigan en sus diversiones, señores. Se tratade un error. Diego Lucientes envainó, explicandobrevemente: —Entré por mi pie, señor de Cifuentes, y saldréde la misma, forma, diga lo que diga vuestraencantadora festejada. —¿No tenéis fuerzas armadas para detener a estehombre? — murmuró Sonsoles Ávila, indignada. —No igualan a los treinta cañones de mibergantín, linda doncella tempestuosa— sonrióDiego Lucientes—. No seáis tan desagradecida,que a un festejo apacible dado en vuestro honor,queráis añadir el acompañamiento de un incendio

Page 56: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

y un arrasamiento de la ciudad. Tranquilizaos,señor de Cifuentes. Bien claro os dije que mañanapor la mañana zarparé, y que vine en son de paz.Ignoraba que hija del virrey de Puerto Rico fueseesa señora, con la que tengo una antigua deuda. El gobernador dejóse caer, más que se sentó, enun sillón cercano al en que, erguida, Sonsoles deÁvila, contemplaba iracunda al madrileño. —¿Vais a negar que fuisteis pirata a las órdenesde Carlos Lezama? —Lo fui. Tuve el honor de servir las órdenes delcaballero Lezama. ¿Y qué reproche hay en ello? —¿Os atrevéis a defender...? —¿Queréis callaros un instante, linda hija delvirrey? Tenemos que tranquilizar al señor deCifuentes, que está temiendo por su ciudad. Elcaballero Lezama no me consideró digno de seguira sus órdenes, y partí para Francia. Mi difuntaesposa, Gabrielle de Civry, me nombró herederode muchos bienes, y merqué un bergantín con elque navego sin más fin que dar caza a mi amigoCarlos Lezama... al que tengo que matar. No porpirata, ya que nunca lo fué más que de nombre. Y

Page 57: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

vos me vais a servir de testigo, señora. ¿Cómoconocisteis al Pirata Negro? —Presa estaba con mis padres en una ciudadelapirata. Y allí estabais ambos...—la voz de laabulense habíase dulcificado. —Y con riesgo de su vida, el caballero Lezamasalvó la de vuestro padre; no por él, sino porqueerais dos damas a quienes esperaba la peor de lasmuertes. ¿Miento, acaso? ¿Es o no cierto que sihoy gritáis y os mostráis escandalizada se lodebéis al hidalgo Lezama? Calló el madrileño que en aquella actitud delPirata Negro había influido de por mucho susúplica. —Nos salvó...—reconoció ella—. Pero... no poreso dejáis de ser vos un pirata fullero. —Lo fui... Me refiero al cargo de pirata. Quefullero, sigo siéndolo, porque con mi única mano,me precio de barajar mejor que nunca.¿Olvidasteis acusarme de lo más importante? La conversación no era privada, porque si bienfingiendo desentenderse los concurrentes estabanpendientes del grupo formado por la hija del

Page 58: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

virrey, el gobernador, ambos sentados, y elpelirrojo manco, que permanecía en pie ante ella. —Vuestra desfachatez... —Ésta siempre es visible, linda señora. Merefiero a mi afición antigua por la poesía... Sonsoles de Ávila bajó, la cabeza, para ocultarun repentino rubor. Diego Lucientes se encaró conla reunión. —Deseo que todos me escuchéis, señoras yseñores... Aunque lo estáis haciendo con ciertodisimulo cortesano. Habéis oído que la señora meha acusado de pirata. Tiene razón. Por espacio devarios años navegué bajo un pabellón pirata. Varios comentarios masculinos llegaron a oídosde Diego Lucientes. Sonrió con un ademánapaciguador de su única mano. —¿Insolente, bravucón, retador?.. Nada de eso,señores. No reto a nadie. Y mi bergantín estáquieto y callado. Quiero, sólo, poneros enantecedentes de un hecho que ocurrió hace años enMadrid, mi bella capital de mis amores. Era yopor entonces un honesto estudiante de Leyes. Bebíarico Valdepeñas, tentaba el naipe, poseía mis dos

Page 59: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

brazos, y a nadie perjudicaba. Pero tenía un grandefecto. La poesía me dominaba... y un día en sucarroza vi pasar a una figura de ensueño. Eraapenas una doncella de quince años la que, altiva ydesdeñosa, plasmaba en su rostro toda la belleza aque yo aspiraba. Soñé... y la luna me sonreíabonachona. La luna, mi amiga, me decía: “¿Quédaño hay, Diego Lucientes, en que mandeshonduras de tu corazón a Sonsoles Ávila, hija delmarqués del Aguilar?” Rió el madrileño con áspera entonaciónsarcástica. Prosiguió: —Pero la luna no es torpe. Bien claro me dijo:“Es un amor imposible, Dieguito. Tú eres unbarbián estudiante sin un ochavo, y ella es hija deun marqués.” Supe comprender, y estabaprecisamente en la edad en que por imposible, másapetecemos amar. Cometí un gran crimen, sí, elpeor de los crímenes. Estremeceos, honestosoyentes. Cometí el sangriento crimen de mandaruna poesía a Sonsoles Ávila, marquesita delAguilar. Le hablaba de la veneración que lossalvajes sienten por sus idolillos. También citaba

Page 60: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

la delicia de un aire suave en lo alto de un monteinaccesible. En fin, trovas juveniles. Y... unmayordomo, acompañado de cuatro lacayos, vinoa buscarme a la Universidad. Me amarraron comoa un cortabolsas, y me llevaron a rastras basta elpalacio del marqués de Aguilar. Allí mepropinaron suculentos palos en los lomos, porasno. Recuerdo aún la frase del mayordomo, entrepalo y palo: “¡Osado! ¿Requerir de amores a laseñorita? ¡Malandrín!” No quise rebajarme ahacerle comprender que yo no pedía amores, sinoque mendigaba el derecho a sentir amor, sinaliento de esperanza. No quise explicárselo pordos razones: porque era gordo y estaba demasiadobien alimentado para comprender las exquisitecesquintaesenciadas de las eternas quimeras... yporque mi dejaron sin habla los palos quetundieron mis espaldas. Estallaron algunas risas. Rió más fuerte quetodos el ex estudiante. —Pongámonos ahora serios, amigos. No medolieron los palos. No me dolió la estolidezlacayuna. Me dolió... y sigue quemándome...

Page 61: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

¿sabéis qué?.. Una suave risa dulce y desdeñosa...Una armónica risa femenina... ¡Sonsoles Ávila reíaporque vapuleaban a un poeta ripioso yenamorado! Diego Lucientes acaricióse la barbilla conademán pensativo. —La orden la dió el marqués... pero ella, pormujer, si hubiera sido sensible, habría acortado micastigo, o habría tenido el buen gusto de nopresenciarlo. O, si lo hubiese presenciado, deberíahaber mantenido los labios silenciosos, altivos ydespreciativos como siempre. Y yo soy español ysé perdonar las ofensas..., pero me duelen siemprelas humillaciones. Tuve a su padre al extremo demi espada: pude matarle. No lo hice. Pude besarlaa ella. Preferí intentar olvidarla. Y ésa es toda lahistoria, distinguidos oyentes. Falta tan sólo unepílogo: si yo anduve entre piratas, ¿sabéis porqué fué? Huí de Madrid abochornado por una risafemenina... Vagué por el mundo... Hambriento ydesesperado, formé parte de la tripulación del“Aquilón”, y allí aprendí en dura escuela una granverdad: la nobleza no la dan los blasones, sino el

Page 62: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

temple. Todo un pirata de noble temple como elseñor Carlos Lezama, salvó la vida a un marquésdel Aguilar, pese a las provocaciones e insultosdel que era noble por su cuna. ¿Y por qué lesalvó? Porque, aun bandido, el español olvida lasinjurias si está en peligro la vida de una dama.Ahora, que siga el festejo. Para muchos de los oyentes, era más simpática lafigura del manco pelirrojo que la de la altiva hijadel virrey. Diego Lucientes inclinóse levemente anteSonsoles Ávila. —Teníamos una deuda aplazada, lindaorgullosa. ¡Ésta! Con rapidez imprevisible, el madrileño sujetópor los hombros a la hija del virrey con su únicobrazo y estampó en su boca un sonoro beso. Luego, saltó hacia atrás para evitar el airadobofetón, murmurando: —Ya me dieron bastantes palos tus lacayos...Dile a tu padre que estamos en paz. Por el calor deunos palos, la frialdad de tus labios. Desenvainó al ver acercarse a varios hombres

Page 63: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

amenazadores. —Me voy, distinguidos señores. Dejadme paso,que no quiero lucha... ni quiero que mi bergantíndestruya una ciudad por un beso más o menos... Fué dirigiéndose hacia la puerta, vigilando losmovimientos de los caballeros presentes. Ya en laescalinata, envainó... Anduvo deprisa, hasta quetuvo la certidumbre de que no era seguido, ydespués disminuyó la rapidez de sus pasos, hastadetenerse mirando la luna. —¿Verdad que hice mal, amiga? Te oigo:“Dieguito, has sido torpe. ¿Besar? Besar esreavivar la llama”. ¿Cómo?—y fingió escuchar una voz inexistente—: ¿Que soy enamoradizo? No, amiga. SonsolesÁvila fué mi primer amor de poetastro estudiante...Y el primer amor es el único que cuenta.

Page 64: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPÍTULO IV "El español olvida las injurias...” Eran las dos de la madrugada, y Diego Lucientespaseábase por el recinto lujosamente amuebladode su camareta salón cuando Ankou Kerbrat vino acuadrarse ante él. —El señor gobernador os ruega que le recibáis,capitán. —No creo que venga a que le bese. Hazle pasar:saldremos de dudas. Cosme de Cifuentes entró con talante cohibido,como hombre portador de un mensaje molesto, ocomo embajador de alguna extraña petición. —Larga vida os deseo, capitán Lucientes. —Amable estáis, señor de Cifuentes. Tambiényo os deseo que rebaséis el centenar deNavidades. ¿Os apetece algo sólido o líquido? —No, gracias. Vengo tan sólo a deciros..., en

Page 65: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

fin, primero deberé haceros una pregunta. ¿A quéatribuís la presencia de la hija del virrey de PuertoRico en mi mansión? —Se aburriría allá, o es una escala en su viajede vuelta a España. En el fondo, la razón de suviaje no me quitará el sueño. —Escuchad, capitán Lucientes: Puerto Rico estásitiado por dos naves filibusteras americanas. Ellaha conseguido huir, acuciada por su padre, elmarqués del Aguilar. Vino a Trinidad en peticiónde fuerzas... —Ya. ¿Y a mí qué? —Sois español. ¿No os preocupa la suerte quepuedan correr los infortunados moradores dePuerto Rico? —Francamente, no. Que cada cual se lascomponga como pueda. —Ved que el marqués puede perecer... —Se me da un rábano del marqués. No bailarésobre su tumba, pero podéis estar seguro de quemis ojos no derramarán lágrima alguna. —No debéis ser rencoroso. —Pero, ¡repámpanos!, vemos si nos entendemos.

Page 66: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

¿Para qué venís a contarme cosas que me tienensin cuidado? —Nosotros no estamos en condiciones deprestar ayuda al marqués del Aguilar, hasta que nollegue el galeón español. Y éste no ha de llegarhasta dentro de quince días..., fecha en la que losheroicos defensores de Puerto Rico habránsucumbido. —¡Loor a los heroicos defensores ¿De veras noqueréis algún refrigerio? Aceptadlo, porque yotengo sed y hambre y no voy a esperar a que osmarchéis para saciarlos. Y pasando a la práctica, Diego Lucientes sentósetras la mesa, escanciándose vino, y sirviéndose unalón de pollo de la bandeja repleta. —Capitán Lucientes... Ella me ha enviado... Con la boca llena, masticando deleitosamente,Diego Lucientes parpadeó. —¿Ella? ¿Os referís a ese témpano de orgullobonito pero odioso llamado impropiamente condulce nombre de mujer? ¿Os referís a Sonsoles? —Sí. Aludo a la hija del virrey—dijopomposamente el gobernador.

Page 67: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—El virrey y su hija me dan cincuenta puntapiésen el hígado, querido gobernador. Yo soy mipropio rey y no reconozco autoridades de virreyes,ni de gobernadores ni de hijas de virreyes... Conhumilde cortesía, os invito a que os larguéis, señorgobernador. ¿No comprendéis que sois el colmode la inconsciencia? —¿Y por qué, señor?—engallóse el gobernador. —¿Qué vinisteis a buscar a mi bordo?.. —La ayuda de un español que dispone de unbergantín artillado. —Mi dinero me costó, y para otro fin muydistinto lo reservo. —¿Acaso os da miedo luchar contrafilibusteros? —El miedo que tengo es de que regreséis atierra a nado si continuáis importunándome. Todoel monte no es orégano, señor gobernador. Porqueestudié leyes, aborrezco las leyes... y a susrepresentantes. Y porque me veáis bienhumoradono queráis confundirme con una lechuga dispuestaa aliñarse con todas las salsas. Conque ahuecad,que siempre he tenido el capricho de saber si los

Page 68: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

gobernadores saben o no nadar. —Tal descortesía es impropia de un español. —España está lejos; dejémosla en paz, amigo.¿Os vais o tendré que acompañaros colocando mipie en el fondillo de vuestras calzas? Iba a protestar el gobernador, cuando una vozfemenina habló desde el umbral: —Os pido perdón, señor de Cifuentes, porhaberos impuesto tan ingrata embajada. —Caldero — Diego Lucientes, sentado, agitó el huesodescarnado del alón que sostenía entre los dedos. —Bienvenida, Sonsoles Ávila, hija del marquésdel Aguilar y otras hierbas. ¿Escuchabas trae lapuerta? —Acompañé al señor de Cifuentes —dijo ellacon serio semblante ofendido—. Podríaislevantaros cuando entra una dama. —Tu altivez iguala tu inconsciencia, lindacumbre nevada. No estamos en tu palacio deMadrid. —Os pido respeto para una dama que viene asuplicar...—empezó a decir Cosme de Cifuentes.

Page 69: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

El madrileño echóse hacia atrás riendo acarcajadas, que aumentaban tanto más cuantomayor era el fruncimiento de Sonsoles. —Perdonadme esta hilaridad. ¿Suplicar, ella?¿Estáis ciego, gobernador? ¿¿No veis que ella enla cuna ya le daba severas órdenes a su niñera? —No vengo a suplicar — rebatió ella—. Vengoa deciros que una isla española está en peligro... —Eso lo sabía yo antes de ahora. Hace variosminutos que siento que está en peligro la islagobernada por Cosme de Cifuentes. Porque,¡repámpanos!, ¿creéis acaso los dos que soytodavía el estudiante de capa raída y alma de lila?Ha pasado mucha agua, bajo los puentes, y losaños han hecho del estudiante un bribón. No haya,pues, engaños. Largáos, y os lo indico por últimavez, señor gobernador. Y vos, hija del virrey,seguid la misma senda. ¿O tendré que besaros denuevo? —Vámonos, señora—terció el gobernador—. Esinútil humillarnos ante el grosero sujeto. Diego Lucientes se levantó y Cosme de Cifuentesacercóse presuroso hacia la puerta de la camareta.

Page 70: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Sonsoles Ávila avanzó presurosa,interponiéndose en el camino de Diego Lucientes,en cuyo pecho apoyó una mano. —Vámonos, señora—apremió el gobernador. —Me quedo—replicó ella inesperadamente,mirando con fijeza al madrileño, que se habíadetenido ante ella. —Pero, ved lo que decís, señora. ¿Os vais aquedar con quien nos hace escarnio? —Idos, señor de Cifuentes. Os lo mando. —No me queda más albedrío que el de acatarvuestra orden, señora. En la lancha os aguardo. Diego Lucientes, separándose, volvió a sentarsede nuevo, sirvióse una copa de vino, que paladeógolosamente. Sonsoles Ávila, frágil en su vaporoso y ricovestido de baile, aproximose hasta colocarse enpie frente al madrileño, al otro lado de la mesa. —Deseo repetiros una de vuestras frases, señorde Lucientes. —Repetid cuanto queráis, que vuestra voz meemociona, pero apeadme el tratamiento. Soy DiegoLucientes a secas.

Page 71: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Dijisteis que desde que... abandonásteisMadrid había pasado mucho agua bajo los puentes.También para mí han transcurrido los años... —Si os ha de serenar, debo confesaros que, pesea los años transcurridos, seguís siendo un tiernobrote... de cardo. —Os hago gracia de vuestras chanzas. Olvidadantiguos sucesos y ante vos, un español, ved a unaespañola. —Ya conozco esa canción, Sonsoles. Invocar aEspaña sería muy oportuno en otras circunstanciasy ante otra persona. Yo no soy más que un pobrediablo tundido a palos por orden de vuestropapaíto, y abochornado con la afrenta peor:escarnecido por la risa burlona de la mujer a quienofrendé mi ingenua poesía. —Era yo entonces una niña y no vi en vos másque... un atrevido e insolente cazadotes. Por eso osdije que también para mí ha pasado el tiempo yhoy he cambiado mucho, dándome muchacomprensión y haciéndome capaz de comprenderlo que antes ignoraba. Diego Lucientes sonrióse burlonamente.

Page 72: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Voy a imitaros en vuestras invocaciones aEspaña, Sonsoles. Nuestro refranero es fértil enenseñanzas. ¿Conocéis el dicho: “No se atrapanmoscas con vinagre”? Yo soy el moscardón y vos,por unos instantes, mantenéis cerrada la vinagrera.Y tal sacrificio lo hacéis porque habéis fraguadoel más insensato de los proyectos. —¿Dónde reside mi insensatez? Vengosimplemente a pediros ayuda. Y ya nada tengo dela asustadiza niña que no sabía adivinar que entodos los oficios, sean los que sean, haycaballeros... —¿Quedo ahora investido caballero?Versatilidad femenina. Antes, no hace apenas doshoras, yo era un fementido pirata, un empecatadorufián y un sujeto grosero. Tened constancia envuestras opiniones o tendré que llamaros veleta ycasquivana. —Os citaré de nuevo una frase vuestra: “Unespañol olvida las injurias cuando está en peligrouna dama”. —En pie, os vais a fatigar. Sentaos, porque osvoy a exponer varios razonamientos. Primero: Se

Page 73: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

necesita tener, como tenéis, la arraigadaconvicción de que, con sólo pedir, sois obedecida,para venirme a mí con peticiones. Segundo: SiPuerto Rico arde por los cuatro costados, ya loreedificarán. ¿Os quedaréis sin padre? A mí no meafecta en lo más mínimo. Por un marqués de más ode menos la corte de España no vestirá de luto.Tercero: Mi bergantín no está al servicio más quede mi voluntad y de mi real gana. Cuando paséhambre no fue el rey de España quien me alimentó,ni tampoco el marqués del Aguilar. Hoy que tengobarco, y muy mío es, no lo destino a la imbécilempresa de defender los cofres reales ni los cofresparticulares del marqués del Aguilar. —Ante nadie me he humillado, señor Lucientes.Os... pido perdón por el agravio que en miadolescencia os inferí, sin maldad ni propósito. Diego Lucientes se levantó, descubriéndose. —Vuestro arrepentimiento es insincero e hijo deapremiantes imperativos, que os acucian aaparentar lo que no sentís. Pero, ved que ya no meburlo. Lamento vuestra situación, mas no será mibergantín el que acuda en auxilio del marqués del

Page 74: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Aguilar. Y ahora, señora, si me lo permitís, osescoltaré a tierra. Es lo menos y lo más que, comohombre galante, debo hacer. —Os lo suplico—murmuró ella juntando lasmanos—. Pedidme lo que queráis. A todo estoydispuesta por salvar la ciudad sitiada. Mi padre novacilará en cumplir la palabra que yo empeño ensu nombre de vaciar sus arcas si es preciso pararecompensar la ayuda de vuestro barco y vuestrosdoscientos hombres. Diego Lucientes encasquetóse el tricorniobruscamente. Volvióse a sentar, muequeando consorna. —Mi bergantín vale un cuarto de millón en orofrancés. Como veis es mucho dinero. —Os lo pagará mi padre. —Mis hombres suman doscientos y perciben unapaga crecida desde que salimos de Burdeos. —Mi padre la triplicará. —Y a mí, ¿por cuánto me compra vuestropapaíto? —No empleéis esta palabra—reprochó ellasonriendo esperanzada—. Fijad el precio que

Page 75: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

queráis. —Veamos—y Lucientes fingió meditar—.Aunque me falta medio remo, navegoairosamente... ¿Valgo otro cuarto de millón? —¡Tenéis mi palabra de que mi padre os pagarácuanto pidáis! —Querida niña—dijo con amenazadorasuavidad el madrileño—. Estoy de vos y devuestro padre hasta el mismo occipucio... —¡Oh!—exclamó ella sorprendida y chocada. —No gastéis vuestras exclamaciones tan pronto,porque os queda aún más por oír. Otra de vuestrasideas arraigadas, es que todo se compra si bien sepaga. Sabed, pues, que hay algo en el mundo queno puede comprarse ni con todo el oro del rey. Yes mi real capricho. Ved lo que son las cosas: sien vez de mandarme primero al gobernador ydespués aludir vos al tesoro monetario paterno,hubiéseis simplemente invocado vuestra creenciaen mi dignidad de hombre, quizá me habríaisconvencido. Ahora, ni que os arrastráseis llorosapor los suelos os ayudaría tan siquiera alevantaros.

Page 76: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¡No esperes que te suplique más! —gritó ellacoléricamente—. ¡Pero caiga sobre tu cabeza lasangre de los que van a morir! —¡Repámpanos! ¿Y qué culpa tiene mi pobrecabeza de que los filibusteros americanos se hayanenamorado de los cofres de Puerto Rico? Nohaberlos tenido tan llenos. Además, observa quemis rizos son rojos. No se notará en ellos el colorde la sangre con que injustamente quieres inundarmi inocencia. Cedió ella de pronto en su actitud nerviosa y,sentándose abatida, dirigió hacia Lucientes lavelada luz de sus negras pupilas llorosas. —Olvidad el pasado, señor Lucientes. Yo ossuplico, ya no en nombre de mi padre, ni en elmío... No impetro el poder del oro con cuyamención oh ofendí... Invoco la vida de mi madreen peligro. No quiso abandonar la ciudad, pese ala enérgica orden de mi padre, y, simulando irseconmigo, volvió a tierra... Si Puerto Rico cae enmanos de los filibusteros americanos, no llorarémi pobreza, sino mi orfandad. Diego Lucientes guardó silencio, mirando al

Page 77: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

techo. Sonsoles Ávila, levantóse y comentó sinacritud: —Libre sois de vengar hoy la afrenta que atormentosa vida os lanzó. Pero ya que consideroinútiles mis ruegos, servíos solamente pensar en lofuturo que de la cruel risa de una niña, perdón ospide la mujer que hoy os vino a suplicar. Siguió en silencio el madrileño. Ella, en elumbral, volvió el rostro. Descubrióse DiegoLucientes. —Adiós, señora. Que halléis mejor ayuda que lamía es mi deseo. Sonsoles Ávila acercábase ya a la pasarela delbergantín cuando una mano musculada, de vell0rojizo, se colocó en su antebrazo. Diego Lucientes señaló con el mentón hacia loalto, donde en el negro dosel estrellado el discolunar destacaba su cándida albura. —Ni por vuestros padres, ni por vos, tuerzo mirumbo, señora. Si vamos a Puerto Rico, dad lasgracias a mi amiga la luna. Mientras os veía iros,contemplé a esa fisgona filósofa y su voz, que sóloyo puedo captar me dijo reprobadora; “Dieguito,

Page 78: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

no es de hombre guardar rencorcillos como unamujer. Olvida que ella es orgullosa; olvida que elvapuleo mereció su risa... Piensa sólo que es unamujer que si un día rió hoy ha llorado” Y,¡repámpanos, señora! la luna me ha convencido.Habéis ganado vuestro pleito. Haciéndose portavoz con la mano válida, gritó elmadrileño: —Kerbrat! Leven anclas! ¡Rumbo a Puerto Rico!

Page 79: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO V Escaramuzas Llegó Carlos Lezama a cubierta cuando a proa ypopa del velero dos altos penachos de espumaennegrecida señalaban el estallido de dosproyectiles. Encaramóse de un salto al castillete de proa,gritando: —¡Orzad a todo trapo! ¡Vira a estribor! Por el anteojo comprobó que el bergantínatacante era un poderoso buque de artilleríasuperior a la del “Aquilón”. En el agitado mar dos nuevos cañonazoslevantaron surtidores a proa y popa del velero. —¡Artilleros de babor! ¡Mechas prestas!¡Andanada de aviso! ¡Listos! ¡Fuego! La trepidante deflagración envolvió en humoespeso al velero y los disparos estallaron ante la

Page 80: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

proa del bergantín que a toda vela lanzábase haciael “Aquilón”. Más ágil y de menos tonelaje, el velero rehuyófácilmente la proximidad enemiga, distanciándoseen defensiva huida. Intrigaba al Pirata Negro comprobar que losdisparos del bergantín no iban dirigidos a laarboladura, sino que premeditadamente empleabanel tiro de “aviso” ordenando arriar velas. Depronto, sus manos se crisparon alrededor delanteojo. En la torreta del bergantín acababa de distinguirla inconfundible figura del manco pelirrojo. Silbó con estridente modulación y “CienChirlos” acudió corriendo, olfateando la buenanueva de un cercano abordaje y un combate dondepodría desfogar sus sobrantes energías. —¡Ocúpate de mantener la distancia precisapara que no nos alcance el fuego de sus baterías!¡Rumbo a la cala del islote Verde! Allíesperaremos al amanecer la llegada de ese bravobergantín peleón. ¡Que arríen los contrafoques! Noquiero que el bergantín pierda la estela de mi

Page 81: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

velero. Alejóse el lugarteniente prometiéndoselasfelices al amanecer... El Pirata Negro, observando la persecución delbergantín, murmuró: —Tengo que darte la satisfacción, señorLucientes, de que nos veamos frente a frente.

* * *

Sonsoles Ávila, desde cubierta, calmó lasprotestas de Cosme de Cifuente, que, en la lanchaatracada al costado del bergantín, manoteabadesesperado oyendo el rechinar de los anclotes alser izados. —No temáis, señor de Cifuentes. Es por mipropia voluntad que gustosa y agradecida heaceptado la generosa y caballeresca oferta deayuda del capitán Lucientes. El aludido sonrió, torciendo la ancha boca. —Prodigáis los adjetivos encomiásticos, señora.

Page 82: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Despedid al buen gobernador, que corre el riesgode regresar a nado al zozobrar su lancha, si no daorden de apartarla de mi casco. Instantes después, en el puente de mando,Sonsoles Ávila reunióse con el madrileño.Estremecióse cuando el bergantín, ya en mar libre,era azotado por un viento frío, que penetraba elsutil tejido de sus ropas y atravesaba la escasaprotección que para sus hombros desnudos suponíael leve velo de gasa y encajes. Diego Lucientes dobló el brazo, ofreciéndolo enjarras. —Os acompañaré a la camareta, señora. Allíhay fuego y el viento no penetra. Ella apoyó su mano en el antebrazo y acompasósu marcha al largo paso del madrileño. En la camareta, cerrado el portalón, un tibiocalor invadía el recinto y los llamas de los leñosenrojecían el hogar, empotrado entre rejillasprotectoras en la falsa chimenea marinera. Sentóse ella cerca del hogar, tendiendo susmanos ateridas hacia el llameante cabrilleo. —¿Un ponche caliente, señora? Supongo que no

Page 83: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

os hará torcer el gesto un brebaje compuesto deyema de huevo, un poco de ron, agua azucaradacaliente y unas gotas de limón. —No os molestéis. Me hago perfecto cargo deque no estoy en un galeón de pasaje. Tomaré comovos un poco de vino entibiado a la llama. Diego Lucientes colocó junto al hogar otra copamás con vino de Malvasía. Sentóse a la otraesquina de la chimenea marinera y miró con ciertohumorismo a la bella hija del virrey, que,extendido el vuelo de su falda y esparcidos sobrelos hombros los castaños bucles, tenía todo elaspecto de una niña acariciada por el reflejo delas llamas. —Cuadro enternecedor, señora. Crepita el fuegoen el hogar, cantando las delicias de un buen fuegoamable... Vestís galas de fiesta que tientan almadrigal... Fuera ruge la galerna y aquí hay tibiezay recoleta soledad confortable... Lostemperamentos solitarios como yo son propensos ala ensoñación. Nunca escarmientan porque sueñansolos, sin buscar con quien compartir su soledad...Pero esta noche estáis aquí, y un pintor ignorante

Page 84: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

de nuestras respectivas posiciones, podríatomarnos por modelo de matrimonial pareja... Noes enfurruñéis, Sonsoles. Si valientemente oshabéis mortificado hasta soportar la enojosa ideade viajar a solas en mi compañía, es porque meconceptuáis poseedor de un leve matiz decaballerosidad, y os quiero demostrar que noandáis equivocada. Pero permitidme que mechancee... —Muy libre sois de reíros da mí, señor. Ayer osinsulté y ahora os supliqué. —Lejos de mí la mezquindad de abusar de unaposición favorable que soy el primero en nomencionar. Pero, fijaos en la ambientación; todohace suponer la idea de dos en uno: ¿no es elmatrimonio la fusión completa de dostemperamentos dispares o parejos según loscasos? Vos tenéis de parejo conmigo el orgullo;sólo que el vuestro está a flor de piel y el mío esrecóndito. Vos habéis nacido en Ávila..., y yo, enAvapiés. Aquí termina la semblanza. —¿Cuáles son las disparidades? Notad que ossigo en vuestra charla, simplemente para

Page 85: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

demostraros que en aras a un fin común debemosdeponer toda tiesura. —Si ando erguido es para hacer olvidar que soymanco, no porque tuve costumbre de pasar entrehileras de prosternados lacayos. ¡Torpe de mí!Vuelvo a recordar vuestro altísimo origen..., anteel que sólo se prosternan lacayos o almaslacayunas. —Sois mordaz e hiriente, señor. No es culpa míasi al nacer no hallasteis bordado en vuestra cunaun emblema aristocrático. —Vuestro mérito fué ese: Tener la inteligenciade escoger cuna. —¿Queréis abandonar este tema? Decíais queteníamos disparidades. Apartando la evidentedisparidad de nuestros respectivos nacimientos,¿cuáles son las otras? —Poseéis dos brazos encantadores lianasperfumadas que harán morir de amor al felizmortal que os dignéis aceptar por esposo. Tenéismucha belleza y sólo a ella puede aspirar quientítulo luzca... y mucha paciencia tengo. Yo, alquedar eliminado por completo de ser vuestro

Page 86: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

posible suspirante, puedo hablaros libre yamistosamente. Ante vos sufrí el ridículo queincapacita para siempre a un hombre de hablar deamores. Un vapuleo lacayuno a poetastro reduce alridículo más sublime toda trova y para siempreaniquila toda esperanza. —Preferiría que conversarais de otro tema,señor. —Cortáis en raíz todas mis incipientes charlas. Diego Lucientes tendió una copa a la hija delvirrey. Tomó la otra, que bebió lentamente asorbos. —Interpretáis mal mis palabras, Sonsoles. Os lovoy a demostrar, ¿Sospecháis que pretendo unaespecial recompensa porque el azar me puso envuestro camino con un bergantín que os es de granutilidad? ¿Suponéis que voy a pedir por premio, yaque nada estipulé, ser el yerno de un marqués?Responded con franqueza... Ella veló con los párpados la respuestaafirmativa que en sus pupilas podía leerse. Rió el madrileño alegremente. —Perdonad lo que os voy a decir, señora.

Page 87: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Suponed por un instante que ambos estamos solosen una isla desierta y cercana ronde la muerte.Antes que casarme con vos, me arrojaría al agua...,o si el hambre me acuciara mucho, os comeríaasadita a la parrilla. —Es de muy mal gusto vuestra frase. —Tampoco sé si asada tendríais buen gusto.Quiero especificar que si fuerais la única mujersobre la tierra, yo moriría soltero. Ella sonrió íntimamente ofendida y a todas lucesincrédula. —¿Creéis que lo digo por herido amor propio,comprendiendo que nunca podría yo ser vuestroesposo? No creáis tal; si estipulo como precio demi ayuda vuestra boda conmigo, ¿rehusaríais? —Por mis padres y por la ciudad que el virreydefiende, yo realizaré tal sacrificio. —Gracias; pero soy yo el que no quieresacrificarse. ¿Sabéis por qué? —¿Pensáis seguir ofendiéndome? Mal me estáen decirlo yo misma, pero he sido calificada comouna de las mujeres más hermosas de la Corte. —Me encanta vuestra modestia.

Page 88: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Desgraciadamente tenéis razón; sois bellísima.¿Que no podéis decir lo mismo de mí?Desgraciadamente también tenéis razón. Perotodas estas consideraciones no influyen en midecisión. En mi barrio natal, y perdonadme lavulgaridad, cuando alguien estaba en mi dominanteposición, solíamos decir que “tenía 1ª sartén por elmango”. Lo olvido totalmente... Lo que crea entrevos y mi deseo un abismo infranqueable no es nivuestra alcurnia ni vuestra desdeñosa altivez. Lapalmera más alta cae gimiendo al hachazo delleñador plebeyo, y hay desdenes que encubrenmisteriosos atavismos de anhelante sed debrutalidades. —Habláis con más erudición que la quecorresponde a un simple aventurero. —No olvidéis quo fue en una Universidad dondeme pillaron desprevenido vuestros esbirroslacayos. Ridícula imagen la de un manco trovador;pero menos que la de un hombre con sus dosbrazos, cantándole ternezas a una roca señora. —Quizás hoy supiera yo más agradecer lastrovas de un ingenuo estudiante a los agrios

Page 89: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cinismos de un capitán aventurero. —Escuchad más agriedades, aunque sean en elfondo ingenuas quejas. Nunca podré solicitar devos amores, porque sois mi primer amor... Elmatar a palos mi ideal de que la belleza erabenigna y bondadosa, no fué gran delito. Los paloshieren al momento, después se olvidan. Lo quesiempre quedará es vuestra risa. Las mismascarcajadas oí yo el día en que una niñacontemplaba los inútiles esfuerzos de una tortuga,que sobre su caparazón deseaba tener alas demariposa para recuperar el equilibrio perdido. Yhablando de otra cosa más práctica, ¿qué fuerzassuman los filibusteros? —Cuatrocientos en dos goletas. Sesentacañones. —¡Repámpanos! Me lleváis a un bailedivertidísimo. Al menos estoy cierto de que tendréuna calurosa acogida. —Pienso que lo pertinente sería dar un rodeopor la costa sur, sin enfrentar vuestro bergantín alas dos naves filibusteras. Desembarcando en zonaoculta a la división de los piratas, reforzaríais con

Page 90: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

vuestras piezas y vuestros marinos a la guarniciónsitiada. Y ya mi padre planearía, con vuestragenerosa ayuda, un plan de ataque. —Debo recordaros una cosa: Comoagradecimiento, vuestro padre, al despedirse, nosjuró al caballero Lezama y a mí que nos ahorcaríasi un día nos poníamos a su alcance... —Fué ímpetu momentáneo, porque es decarácter colérico. Pero tened por seguro que no osahorcará, sino que bendecirá al hombre que comovos acude en socorro de una tierra española enpeligro. —Si mal no me engaño, también entonces,aunque piratas, en socorro de un pedazo de barroespañol acudimos, ya que salvamos elaristocrático pellejo del señor marqués, vuestropadre. No quiero bravuconear, pero si entonces,pudiendo perforarle, libre le dejé tras desarmarlo,hoy quizás le cortaría la lengua si se propasaba enaltiveces que en vos tolero por mujer, pero que enél no consentiría. Si a Quijote me he metido, noquiero que Sanchos Panzas me tunden, llámense ono marqueses del Aguilar. Y es tarde ya, señora.

Page 91: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

No debéis trasnochar; disponed de aquella cámara.Nadie la ha usado. La destinaba a la mujer quenunca vos seréis. La destinaba a mi esposa... Sonsoles Ávila levantóse sonriendo, pero en sumueca no había la menor amabilidad. —¿Recordáis, señor Lucientes, cierta fábula?.. —Sí, perfectamente—interrumpió el madrileñoriendo—. Aquella de la zorra, que, no pudiendoalcanzar las dulces uvas, las tildó de verdes... Yono soy zorra..., ni vos sois uva dulce. A vuestrospies señora; felices sueños. * * * Fué al atardecer siguiente cuando Ankou Kerbratdió la voz de: —¡Velero “Aquilón” a proa! Con febril impaciencia, Diego Lucientes corrióal entrepuente. Ordenó disparar estrictamente, como prevenciónde hacer resaltar su superioridad artillera. Durante toda la noche persiguió furioso la esteladel velero que se mantenía a la justa distancia para

Page 92: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

no ser alcanzado por los cañonazos del bergantín. Amanecía, cuando murmuró: —Tú nunca huiste, caballero Lezama. Divisó en una cala rocosa la silueta del veleroinmóvil, como aguardándole. —Comprendo ahora por qué no dabas aire atodas tus velas. Y ahora sabré por qué me hastraído a esta cala. Sonsoles Ávila, temblorosa por el cortante fríode la aurora, renovó sus protestas: —¿Pensáis lanzaros a un combate ahora? Vedque... —Si quedo en vida, señora, cumpliré lo que osprometí. Pero en este instante sólo tengo un anhelo:verme por fin con e] señor Carlos Lezama frente afrente

Page 93: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO VI Frente a frente El sol espolvoreó la ligera bruma matinal, y elmar aparecía limpio y terso en la recoleta cala. Mar y cielo confundíanse en un brillante azul. Elsol inundaba las velas y el negro casco delbergantín, que, disminuyendo su velocidad, ibaacercándose lentamente al inmovilizado velero. El “Aquilón” enfilaba su proa hacia mar abiertay sólo se mantenía quieto retenido por un anclote.Sus velas abiertas demostraban que, al menorsíntoma de ruptura de hostilidades, se lanzaría alcombate... En el castillete de proa, el Pirata Negro llamó a“Cien Chirlos”. —Vete a la sala capitana. Ni la señorita ni mihijo deben salir a cubierta para nada, ocurra lo queocurra.

Page 94: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

El bergantín fué amenguando su marcha... En lasbordas, al igual que en el velero, los artillerosmantenían erguidas sus picas de mechaencendida... Los tripulantes de ambos buquesestaban alineados en orden de zafarrancho decombate, prestos a entrar en acción al menor gritode mando... El “Madriles” lanzó un solo anclote de sujeción,al encontrarse su flanco dando frente al velero, aunos veinte metros de distancia. Bamboleóse la mole del bergantín, y quedódetenida a escasa separación del velero. Eranvisibles los rostros de ambas tripulaciones, tensosy expectantes... La voz de Diego Lucientes fué netamente audibledesde el otro barco: —Ni tus hombres ni los míos tienen por quéluchar, señor Lezama. ¿Puedo ordenar a mis artilleros que depongansus mechas? —En tu barco tú mandas, supongo yo—replicóestentóreamente la burlona voz del Pirata Negro. Los artilleros, obedeciendo la orden,

Page 95: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

apartáronse de las culatas de sus piezas. —¿Puedo tender una triple palanca a modo depasarela entre nuestras bordas, señor Lezama? —Puedes hacerlo, si la posees, señor Lucientes. Tres largos maderos planos sobresalieron de lacubierta del bergantín apoyándose en el pasamanosdel velero, donde se afianzaron con sus ganchosinferiores. Entre los dos buques quedó una pasarelaformada por las tres palancas reunidas entre sí.Por ella avanzó Diego Lucientes, hasta detenerseen el centro de los maderos. —Tengo el honor de saludarte, señor Lezama—ya la vez que hablaba el madrileño desenvainó,besando la hoja de su espada, que mantuvo ante surostro, verticalmente enhiesta. Formaba un curioso espectáculo la imagen delmanco retador, en pie sobre una base de maderossuspendidos entre dos bordas y teniendo por fondoel mar. Carlos Lezama dió un salto y fue a caer en pie, ados pasos de distancia de Diego Lucientes. Las tablas vacilaron y el madrileño recuperó el

Page 96: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

equilibrio, hincando en la pasarela la punta de suacero. —Te saludo, estudiante. Has regresado:quemaste un galeón y apareces dueño de unbergantín de bella estampa. Ambos hombres hablaban con voz suave,crispadas las mandíbulas. Mirábansesarcásticamente, en recta ojeada de duraexpresión. —Paréceme que rehuíste el combatir en marabierta, señor Lezama. ¿Te vuelven prudente losaños? —Sólo acepto combate de quien sepa manejar unbarco, señor Lucientes. Y tú eres un aprendiz demarinero. Además, dijiste bien que, si hayquerella, nuestra es y particular. Aquellos hombresy la bella damita que contemplo cómo nos escuchaansiosa, no deben tener por tumba el mar que tú lesabrirías torpemente, ya que si manejando espada tereconozco cierta clase, como capitán de barco mecausas una leve hilaridad. Rió él Pirata Negro y su risa fué imitada en ecosordo por Diego Lucientes, quien desclavó el

Page 97: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

hincado acero. —He mercado un bergantín con un solopropósito, señor Lezama. Matarte... si puedo. —¿Matarme? Luego, podré consentir en que lointentes, pero excusa mi curiosidad, mozo loco.¿Cuáles son los motivos por los que te inspiro undeseo tan poco caritativo? Diego Lucientes colocóse la espada bajo elsobaco izquierdo, y con la mano derecha, desgarrósu camisa, apartando los jirones con febrilimpaciencia. Quedó al descubierto un hondo surcocicatrizado, que destacaba entre el vello rojizo. —¿Ves esta huella? —Perfectamente. Fué un estupendo latigazo quetú mismo pediste sin mi permiso. —No fué un latigazo; fué y es un símbolo, a losque tanta afición tienes. Símbolo de mihumillación. —¿A qué humillación te refieres? ¿A que antetus ojos colgara a la hiena que te enamoriscó? ¿Alos veinte latigazos que te dió el andaluz por ordenmía? Benévolo castigo fué a tu abyección,

Page 98: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¿Quién eras tú para juzgarme? Si abyectoquise ser, libre era de serlo... —Te dije ya que, por tener una hija, no erashombre libre de revolcarte en la inmundicia. —¡Desenvaina! De los dos uno sobra, y mientrastú vivieras no quedaría yo calmado. —No deseo pelear contigo, estudiante. Que delos dos uno sobraba, te lo demostré dejándoteabandonado en Queleh. Yo seguí mi camino y tedejé seguir libre el que tu eligieras. Ahora, ¿quépretendes? —¡Te llevaste a mi hija robándomela como unvulgar pirata! ¡Si yo fui mal padre para ella, peorlo serás tú! —Tú lo has querido, “Medio-Brazo”. Nuncapensé en matarte, pero... lo estás pidiendo agritos.. —¡Por favor!—imploró una voz femenina,angustiada. Inclinada en el pasamanos del bergantín,Sonsoles Ávila tendía sus brazos hacia los doshombres que, espada en mano, estabandistanciados escasamente por el largo de sus

Page 99: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

brazos. El Pirata Negro, manteniendo su espada con elextremo apoyado en la puntera de su bota, fruncióel entrecejo. —A esta damisela la conozco, yo... “Medio-Brazo”. ¿Dónde diablos tuve el honor de oír antesde ahora tan linda voz? —Cierra los oídos, Pirata Negro— apremióDiego Lucientes con impaciencia—. Lo que urgees que trabes contacto con mi espada, ¡En guardia! “¡Os suplico que me atendáis, Pirata Negro!—gritó Sonsoles Ávila. Carlos Lezama abatió do nuevo la punta do suespada que iba ya a trabar contacto con el acerodel madrileño. Sonrió burlón. —Habrá tiempo para dirimir tu personalquerella caprichosa, señor Lucientes. Seamosahora galantes, ya que nunca tuvimos nada quereprocharnos en este aspecto, ¿verdad, señorbachiller? ¿Quieres explicarme por qué razón teacompaña, voluntaria o forzosamente, estadamisela que me huele a rancia nobleza aunque suestructura sea juvenil. Gime desconsolada...

Page 100: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

¿Teme acaso enviudar de ti? ¿Es tu esposa? —¡Líbreme el Averno de que lo sea! Esimperiosa, ¡orgullosa!... Pero—y dió Lucientes untaconazo violento en las tablas—¿quieres o nodarte cuenta de que no estoy en disposición debromear contigo? —Tampoco tengo yo esos deseos. Pero teadvierto que si das otro botazo como el que acabasde prodigar, tú y yo vamos al charco a remojarnos.Quizás te convendría para mitigar tu ardorcombativo muy desplazado, ya que, al fin y alcabo, es un capricho idiota el que por tupersistencia vayamos a ensartarnos. Repito, ¿quiénes esta doncella que creo conocer? —Sonsoles Ávila, hija del marqués delAguilar... A los dos les diste libertad en laciudadela pirata de la Fraternidad. —Recuerdo. La Fraternidad... Armonía deexplosivos... ¿Sonsoles? Cierto que ahora larecuerdo. ¿No era... tu primer amor poético?Hubo, si mal no recuerdo, solfa de bastonazoslacayunos para premiar tu estrofa madrigalesca.¿Halla ahora mejor métrica en tus rimas? ¿La

Page 101: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

conmueven tus balidos al son de las olas? —¡Vino a pedirme ayuda para libertar PuertoRico de donde su padre es virrey! Pero ¡por cienmil rayos culebreantes! ¡que no vine a discutirnecedades contigo! ¡En guardia, de una vez portodas! —Cálmate, estudiante. La cólera es el soplo queapaga el candil de la inteligencia. Soy mejorespada que tú, y sólo puedes vencerme, quizás, siobras con frialdad. El sol luce... el mar estáreposado... y hay lágrimas en el rostro de la hijadel virrey. ¿Queréis explicarme los motivos devuestra congoja, señora? Ved que el caballeroLucientes me corta el paso. Excusad, pues, que oshable desde lejos sin poder besar vuestra lindamano... —Esto no es un “sarao” palaciego —rezongó elmanco pelirrojo—. ¡Vine a matarte! —Ya me lo dijiste antes—admitió sonriente elPirata Negro—. Y sigo ante ti, vivo y presente,para dejarte luego saciar tu sed canibalesca. —¡Te burlas de mí y no voy a consentírtelo! ¡Nobusques acortar la paciencia que contigo

Page 102: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

manifiesto. Ya en otra ocasión te dije que odiabatus modales de “matón”, con los que respiras lasuficiencia del que se cree un semidiós. Parecesquerer indicarme que soy una criatura sin el templesuficiente para igualar tu endiosada jactancia. —No te confundas. A otro que no fueras tú,habríale ya dado un empellón para que, tragandoagua, se callara. Tampoco a otro le hubieraaguardado. No te menosprecio como enemigo. Teconsidero mi igual porque, como yo, poseesgrandes defectos y eres irritante. Como me quieromucho, quizás en el fondo tenga por ti un ciertoaprecio reflejo. —¡Escuchadme! — gritó de nuevo SonsolesÁvila—. Vuestra querella pone en peligro la vidade muchos seres inocentes... El bergantín acude enauxilio de la guarnición sitiada en Puerto Rico... Siel capitán Lucientes perece, con él morirá miesperanza. —Gratas palabras oigo, “Medio-Brazo”. Eres laesperanza de esta dama, toda ella por entero hijade un marqués español. ¿Vas a defraudarla?Atiende mis razones: a mí no me has de matar,

Page 103: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

porque me asiste la serenidad del que sabe que nopuede morir por una quisquillosa rabieta de unloco poeta y un borrachín como tú. Y escucha,bellaco: si yo te matase, como último castigo a tunecedad de peleón, ¿quién enjugaría las lágrimasde Sonsoles Ávila? —¡Tú!—y el madrileño, con un grito de aviso,lanzóse a fondo, adelantando el brazo en estocadamortal. El Pirata Negro ladeóse en el estrecho espacio ydetuvo la acometida. Enzarzáronse los aceros conviolenta trabazón y Lucientes demostró que habíatenido un excelente maestro en el que ahoraconsideraba su enemigo irreconciliable. Desde ambos barcos, las tripulaciones seguíanatentas el duelo, admirado la experta facilidad conque los dos contendientes, luchando en un espacioreducido, asestábanse mutuas estocadas, parando yatacando incesantemente, y con la misma agilidadconfiada que si se hallasen en una sala de esgrimaen vez de estar suspendidos en una pasarela sobreel abismo líquido. Pero los aceros no tenían la pulcra cadencia de

Page 104: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

un asalto deportivo. Las paradas del Pirata Negro,eran tantas otras esquivas al acero que buscaba supecho. El madrileño dio de pronto un traspiés, y quedóarrodillado, aunque defendiéndose con sañudotesón. El Pirata Negro retrocedió un paso y elmadrileño, levantándose, fintó por debajo de laguardia contraria, saltando hacia delante. La punta de su espada chocó contra el pecho delPirata Negro, y quebrose por la mitad con ruidoseco. Resistió impávido Lezama el choqueviolento, demostrando la potencia elástica de suspiernas. La espada de Lucientes había chocado con laarandela de oro que, rematando una cadena delmismo metal precioso, colgaba del cuello delPirata Negro. Otra espada — aconsejó lacónicamente CarlosLezama—. Con lo que queda de ésta no podríasmatarme. Diego Lucientes arrojó rabiosamente al agua suinservible acero. Volvió la cabeza mirando al

Page 105: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

bergantín. —¡Kerbrat! ¡Trae la panoplia de mi camarote! —¿Una panoplia?—sonrió el Pirata Negro, conlos brazos cruzados, asomando por bajo su sobacola empuñadura de su espada—. Te bastará con unasola... porque ya se me han hinchado las narices,amigo, y puesto que tanto deseas la muerte de unode nosotros dos, voy a complacerte a medias. Túvas a morir, y que les sirvas de buen yantar a lospeces, que la carne de tozudo imbécil nuncareventó a los tiburones. Sonsoles de Ávila subió a la pasarela. Su manose aplicó en el antebrazo del madrileño, quien lamiró airado. —Moderad vuestro ímpetu, señor Lucientes—rogó la hija del virrey. —Idos a vuestra cámara, repámpanos! ¡Os voy aechar al agua si continuáis en este lugar! El Pirata Negro chasqueó, la lengua contra elpaladar, mientras su meñique acariciaba el finotrazo de su bigote. Contempló a la pareja conburlona mueca, que acabó de exasperar a DiegoLucientes.

Page 106: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¡Tttt! ¡Tttt! Me apenas, estudiante. Eres unacaricatura del que yo conocí... —¡Y tú sigues siendo el odioso poseedor de unasonrisa que pondría calor de homicidio en lasvenas de Job si te viera acariciarte el bigote comoun... gato ante un ratón! —No eres ratón, madrileño. Antes eras mássimpático, aun dentro de tu inconsciencia de tahúrelegante. Siempre bienhumorado, eras un alegreborrachín y un sonriente pendenciero. Ahorapareces un matachín sin talento. ¿Quieresensartarme? Conserva la calma e inténtalo... pero,mientras, continúa siendo cortés con las damas quemerecen tu cortesía. —Siempre me han hartado tus reprimendas, máspropias de un dómine de escuela sin pago que delpirata que eres. Siempre me has hablado como aun mocoso párvulo... y ahora tras meses y mesesde seguir tu rumbo, cuando el azar misericordiosome ha permitido tenerte frente a frente, no voy aconsentir que una mujer con sus penillas, que metraen sin cuidado, se interponga entre ambos. —¡Vos empeñasteis vuestra palabra!—exclamó

Page 107: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Sonsoles con vehemencia y enérgica actitud—.Olvidasteis antiguas querellas y rencillas por loque a vos y a mí se refiere... ¿no podéis ahoraaplazar ésta? —La sensatez habla por boca de ella—comentóel Pirata Negro incisivamente—. ¿Conque me hasestado persiguiendo meses y meses? Fué sinsaberlo yo, Diego Lucientes, que nunca rehusé darla cara a quien desea vérmela de muy cerca. Por eltiempo que estuviste conmigo, sabes que nunca hefaltado a mi palabra. Te pro meto ahora que no tendrás por qué perseguirmede nuevo. Termina de cumplir aquello a que tecomprometiste con esta dama. Que en tu vida deloco inútil cuentes en tu haber con una acción deprovecho... y después, cuando hayas satisfecho loque esta dama recaba de ti, no tendrás que ir en mibusca. Al paso te saldré. Ankou Kerbrat, portando una panoplia concuatro espadas entrecruzándose, la tendió hacia sujefe. Diego Lucientes asió la empuñadura de una deella, y, bruscamente, la lanzó contra la cubierta del

Page 108: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

velero. Quedóse vibrando, clavada en un panel deescotilla del “Aquilón”. Diego Lucientes señaló elacero que acababa de arrojar violentamente... —Para que no olvides tu promesa, señor pirata.Si perdí por tu velero el antebrazo que me falta,con el que me queda volveré por tu piel. El Pirata Negro saludó inclinando el torso. —Puede pedir vidas ajenas quien, como tú, estádispuesto a jugarse en la petición su propia vida.Hasta pronto, señor Lucientes. Descuida, que ya notendrás que buscarme. Señora: os deseo buenasuerte. —De un pirata como vos, no acepto tal deseo—rebatió ella orgullosamente—porque si he pedidoayuda al señor Lucientes ha sido contra otrospiratas de vuestra laya. —¡Id a vuestra camareta, señora! No sois vosquién para ofender a este... caballero — reprochósecamente Diego Lucientes, con cierta molestiaevidente. Carlos Lezama rió con alegre carcajada,Colocándose los puños en la cintura, examinó a

Page 109: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Sonsoles Ávila. —Gracias, estudiante, pero ni quiero niagradezco tu defensa. A esta dama le sobra razónpara llamarme pirata, y a mí me sobra razón paraindicarle con poca elegancia, pero ella es quienme obliga a hacerlo, que por pirata pude salvarlade una muerte infamante. Y tened en cuenta,señora, que os equivocasteis al compararme a lospiratas que están cosquilleando de lejos los cofresde vuestro padre. Porque ellos quizás no logren supropósito, y, en cambio, si a mí me interesaran loscofres de Puerto Rico, míos serían. Y ahora, señorLucientes, como final de esta charla que tú meimpusiste, quiero confesarte que te mataré conpena, porque no sólo te debo mi velero, sino quetú y yo juntos vivimos las horas más trágicas denuestras existencias. Y ya, cuando quieras, puedesordenar que desengarfien tus pasarelas. Procuratan sólo una cosa; que tu vinoso pellejo no quedeen manos de los piratas contra los que vas aluchar. Me dolería saberte enterrado sin que fuerayo quien te enviase a la tumba. Hasta la vista. El Pirata Negro dió media vuelta y saltó a la

Page 110: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cubierta del “Aquilón”. Diego Lucientes imitóle en sentido contrario,seguido por Sonsoles Ávila. Los maderos queformaban la triple pasarela, fueron atraídos desdeel bergantín. El madrileño dió orden de izar el anclote. ElPirata Negro, impasible, con los brazos cruzados,fija la mirada en su antiguo lugarteniente, vióempequeñecerse la silueta del manco pelirrojo,junto a la que la figura de Sonsoles Ávila poníauna nota romántica en el bergantín del “Tercio delos Aventureros”. Cuando era aún visible la línea del veleroinmóvil en la cala, con todas sus velas al aire,Sonsoles Ávila susurró: —¿Y si es una añagaza y el pirata ordena abrirfuego a mansalva contra nosotros? Diego Lucientes, cuyo pensamiento estabarememorando antiguos pasajes de su existencia encomún con su actual enemigo, regresó al momentopresente. Se encaró con la hija del virrey, y sin exhibir suhabitual sonrisa de campechana truhanería, silabeó

Page 111: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

duramente: —El hecho de que yo quiera matar al caballeroLezama, no os concede a vos el menor derecho asuponerle capaz de alguna acción cobarde, quenunca cometió ni cometerá. —Pero... ¡vos habéis dicho que él os robóvuestra hija! Vos!... —Yo a él le digo lo que me apetece, pero noquiero oír nada sobre él de quien no sabe nientiende más allá de dar órdenes a criados, osuplica favores de imbéciles como yo. —Pero, ¡él es un pirata y...! —Oídme, linda damisela, hija del virrey: ¿mecreéis, sí o no, hombre galante e incapaz de cerraruna boca femenina de un revés de mano? —¡Oh! Naturalmente que os considero incapazde acción tan rufianesca como es el pegar a unamujer. —Callad entonces, y me evitaréis tal acciónrufianesca, no citando para nada al caballeroLezama. Tenedlo por dicho. Y alejóse a largas zancadas el madrileño haciael puente de mando.

Page 112: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Sonsoles Ávila, desconcertada, fue a lacamareta. Estaba convencida de que en todoaventurero alentaba un germen de locura enincubación...

Page 113: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO VII La horda A fines de febrero del año de gracia de 1708, elgigantesco Long Ben empezaba a cansarse delocioso despilfarro en que sus filibusteros ibanmalgastando los frutos del botín del último saqueo. Gigantesco y barbudo, ancho y desprovisto decuello, Long Ben el americano, poseía una cabezaredonda, monstruosa, un poco deprimida en lacoronilla, que ocultaba cuidadosamente bajo unlargo gorro de lana. Incapaz de experimentar ningún sentimientohumano, era por esta razón por la que se habíaunido a otro filibustero americano: Tex Tracy, conel que emprendía de vez en cuando expedicionespoco arriesgadas. Y por aquella tarde de febrero, Long Benempezó a meditar que se hacía urgente “reponer

Page 114: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

fondos”. Envió a uno de sus dos hombres a que,avisando a Tex Tracy, reuniera a loscontramaestres, para que todos juntos acudiesen asu camarote. Las dos goletas filibusteras anclaron en ladesierta playa de la isla solitaria. Los barraconesinstalados en ella, pertenecían al exclusivodisfrute de las fuerzas filibusteras de Long Ben yTex Tracy. La cabina de Long Ben ofrecía un desordendonde, más qué suciedad, se acumulabanrepugnantes pruebas de que la limpieza no era unfactor importante en el credo filibustero de LongBen. Las mesas y el suelo viscoseaban de alcoholresecado y de abominables manchas. Al andar, lasbotas de Long Ben hacían estallar cascos debotellas y restos podridos de alimentos maldigeridos. Un infecto olor de grasa y vino creabauna atmósfera sofocante, a la que se mezclaba unácido relente de sudores humanos. Poco después, reuníanse doce individuos defacies abyectas, alrededor de la gran mesa central.

Page 115: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Tex Tracy, flaco, de perfil cortante y narizpuntiaguda, se sentaba junto al gigantesco barbudo.Los ojos de Tex Tracy, de un gris sucio, insolente,denotaban su intensa crueldad de malvado instintolibre... A la usanza filibustera, no se abordó desde unprincipio el objeto de la discusión que les habíareunido. Cada uno hablaba de lo que se leantojaba, en espera de lo esencial en toda charla:el líquido con que remojar las gargantas secas. Rictus maquinales, risas groseras descubríandientes verdosos y arrugaban los legañosospárpados por entre los que se filtraban inquietantesmiradas que nada tenían de humanas. Manos deformadas y vellosas golpeaban la mesapara acompasar las palabras, e iba formándose unanube espesa de acre humareda que brotaba de lasdistintas pipas. Se fumaba y se escupía enproporción... Y la llegada de un nuevo filibustero, fué acogidacon grandes exclamaciones de satisfacción. LongBen invitaba y Crocdur servía. Crocdur, un cojo que se bamboleaba al andar

Page 116: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

ladeando las espaldas deformes donde sobresalíauna puntiaguda joroba, llegaba doblándose bajo elpeso de dos grandes cubos repletos de frascos. Antiguo ranchero evadido de galeras, Crocdurcontinuaba su oficio en la coleta de Long Ben. Viejos vinos españoles—dijo depositando sobrela mesa los dos cubos. Y, sentándose a su vez, rompió un gollete contrael borde de la mesa, bebiendo directamente achorro, con tan espantosas muecas devoluptuosidad, que habrían producido náuseas alestómago más sólido. Y empezó la francachela. Los bestiales rostrosse animaron; los

Page 117: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf
Page 118: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

ojos ilumináronse, las voces se elevaron,enronquecidas, y los puños golpearon la mesa con más fuerza. A trechos dominaba la risa de Crocdur, una risaque era como un gorgoteo agudo, parecido alrascar de una paleta de albañil contra la piedra. La risa nada tenía de sincera. Era una especie desúplica que imploraba la benevolencia de losdemás brutos, para quienes el deforme, rancheroservía de diversión. La linterna, suspendida encima de las cabezas,vertía una luz desigual, debilitada por el humo deltabaco de hojas, y su balanceo desplazaba sombrasque matizaban los rasgos bestiales con expresionesdantescas. Las risas semejaban agrias muecas infernales yaquella docena de hombres adquirían semblantescon grandes parecidos a los de la fauna selvática. Long Ben, juzgó, por fin, que había llegado elmomento de iniciar la discusión por cuyo motivohabía reunido a los cabecillas de las fuerzasfilibusteras.

Page 119: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Dió un puñetazo en la mesa, llamando laatención. Los frascos vacíos entrechocaron entresí... —Llevo siete días meditando, camaradas —anunció majestuosamente mientras se hurgaba lapoblada barba con sus dedos morcillados—. Lascosas se han puesto malas, y necesitamos dar ungolpe sonado, ir por oro, donde lo haya y sea fácilatraparlo. Aquella manifestación desencadenó una serie decomplacidos comentarios, reforzados porjuramentos demostrativos de una gran inventiva. —He meditado mucho—siguió diciendo LongBen como pidiendo más muda admiración poraquel esfuerzo agotador—, y he llegado a unaconclusión: no podemos ya atacar como antaño,porque hay demasiada vigilancia. Los ausentes representantes de la vigilanciacitada, fueron objeto de pavorosas amenazas demuertes originalísimas.. Tex Tracy golpeó la mesa con el fondo delfrasco que empuñaba. Como segundo jefe y capitánde la otra goleta, necesitaba exponer también su

Page 120: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

propio punto de vista. —Cuanto dice el camarada Long Ben es cierto¡mal rayo nos parta! El porvenir está cubierto decalma chicha, y aquí nos pudriremos, si no damospronto un golpe sonado. Habla, Long Ben. —Cuanto dice el camarada Tex Tracy es cierto,¡malos dengues coman a quien lo niegue!—manifestó ceñudo Long Ben—. Es preciso quedemos un golpe sonado. Todos estuvieron de acuerdo en manifestar suaprobación por el tan repetido “golpe sonado”. Yempezaron las sugerencias: —¿Los colonos de Boston? —Un abordaje al correo oriental.. —Las capillas de California... —Incendiar el campamento minero de Harlem... Long Ben rió conmiserativamente. Aplicó unsonoro puñetazo en la joroba de Crocdur, quegimió dolorido. —¿Véis este mostrenco contrahecho? ¿Loeligiriáis para pasar una noche de orgía? Crocdur recibió varios salivazos para demostrarque era la antítesis de una buena compañía para

Page 121: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

una noche de orgía. Long Ben siguió hablando doctoralmente. —Pues lo mismo es el proponer cuanto acabáisde sugerir: ir por hierba, cuando podemos nadar enoro. Para eso he meditado. Tex Tracy palmoteó cariñosamente el anchohombro del barbudo. —¡Este Long Ben es una joya—admitió sinenvidia—. Habla pronto, camarada y no nos tengasansiosos... —He enviado un espía en un lanchón para querecogiera informes. Hace tiempo que meditaba enello. Zarpando esta noche y atacando tan prontocomo lleguemos, o sea, dentro de cuatro días,tenemos las de ganar porque mi espía se hainformado de que la guarnición está reducida a lamitad y el galeón de relevos y refuerzos no llegaráhasta dentro de un mes. Y hay cofres reventando deoro... —¿Dónde?, ¡mal rayo nos parta! —¡Dilo ya, Long Ben!... —¿Qué guarnición?.. Long Ben abrió los brazos e impuro silencio.

Page 122: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Hablo de la ciudad-puerto de Rico. —¿Puerto Rico? —¿Españoles? —Son muchos soldados y no se rinden. —Matan... y pelean como salvajes. El auditorio se había enfriado. La mención desaqueos, incendios, pillajes en pobladosindefensos donde pudieran entrar en la proporciónde a diez contra uno, les encantaba y encendía enellos furores bélicos, con gran derroche dearmamento. Pero el atacar un puerto defendido poruna guarnición de soldados combativos, no lesentusiasmaba. Long Ben hizo oscilar la linterna al propinar enel suelo un taconazo airado. —Entre nuestras dos goletas, ¿cuántos cañones ycuántos hombres reunimos en conjunto? —Sesenta cañones y cuatrocientos camaradas—expuso Tex Tracy—. Y en Puerto Rico, ¿cuántocañones y cuantos hombres hay? —Tienen más cañones pero son piezas fijas yquedan anuladas por la movilidad de nuestrasgoletas. Y en cuanto a hombres, tan sólo sumarán

Page 123: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

dos centenares los que pueden combatir.Escuchadme, camaradas: hay mucho oro, mucho.Nos bastará dar ese golpe sonado, y ya podremosdescansar años y años. Hasta el que quiera podráelegir mujer, que en el puerto hay mujeres y sonbonitas. —Dejemos para después eso de las mujeres—comentó Tex Tracy—. Ahora lo que interesa, esque nos expliques cuál es tu plan de ataque. ¿No esverdad, camaradas? Todos aprobaron ruidosamente. Long Ben hurgóentre su piel y su faja. Sacó un tosco pergaminosucio y mugriento, que extendió sobre la mesa conparsimoniosos ademanes. Apoyó en los trazos dibujados en tinta roja,obtenida con polvo arcilloso, un índice quesemejaba una salchicha. —Id estudiando los contornos — aconsejó comoel científico que se dispone a dar una conferencia. Las cabezas se apiñaron encima del tosco plano. —Lo que véis arriba, es la isla. El círculo es elpuerto, el único lugar habitado. Y abajo véis contoda claridad la bahía.

Page 124: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—La vemos como si en ella mojasen ya loscascos de nuestras goletas—aprobó Tex Tracy. —La bahía está artillaba con algunas piezas enla fortaleza d Vieques, que está, como véis, alextremo este de la ciudad y lindante con la PlayaNegra. —¿Por qué la llaman la Playa Negra?—inquirióTel Tracy para dar a entender que estaba en todoslos de talles. —Porque hay hierbajos negruzcos— aclaró LongBen— que la resaca moja haciéndolos desteñir enla arena. Al extremo oeste y al otro lado de laciudad está la fortaleza de Ponce, con unas quincepiezas de pequeño calibre.

Page 125: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¿Cuántos hombres hay en cada fortaleza? —Cuarenta en la de Ponce; treinta en la deVieques. —Pan comido—gruñó uno de los oyentes; yargumentó su confianza, añadiendo: —Somoscuatrocientos camaradas... Tex Tracy golpeó con el pulgar el cuadritoseñalado en el plano con la palabra Santo Tomás. —Aquí, ¿qué hay? —Una loma que domina todos los alrededores.

Page 126: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Allí están las piezas de grueso calibre. Veinte sony servidas por medio centenar de artilleros. Y ahíestán, también, de guarnición, unos cincuentainfantes de reserva y ataque. Los tienen para evitardesembarcos por la espalda, intentando cruzar lazona sur que es lisa como la palma de mi mano. Tex Tracy mostró su frente arrugada en múltiplescontracciones. Golpeó, primero con ella y despuésfué contándose los dedos de la mano izquierda... —Cuarenta españoles en Ponce; treinta enVieques y un centenar en Santo Tomás, hacencerca de los doscientos españoles. —¡La mitad que nosotros!—asintió complacidouno de los filibusteros. Pero de pronto lanzó variasblasfemias seguidas y, al calmarse, expresó elmotivo de su disgusto: —Pero quedan los de laciudad que, aunque no sean hombres de pelea,darán guerra... —No pasan del medio centenar de burgueses ymercaderes—rezongó desdeñoso Long Ben—. Yotras tantas mujeres chillonas e inútiles, que sólosirven para darles miedo a los hombres queintenten defenderlas.

Page 127: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Varias risotadas dieron la razón a Long Ben,que, seguro ya de la aprobación con que eraescuchado, prosiguió: —Ahora pensad en lo bueno que os voy aexplicar. Cada año, un galeón pasa a recoger eloro que de las minas de las demás islas reciben enPuerto Rico, y que allí acuñan en monedas ytroquelan en joyas. Y hace once meses que vanacumulando oro y más oro, piedras preciosas ymontones de plata... El entusiasmo volvió a renacer con calurososcomentarios de enérgica contundencia. Sonaron vivas en honor y loa del talento de LongBen, y éste gruñó para imponer silencio. TexTracy quiso demostrar que él también tenía talento. —¿Por qué no aguardamos un mes más yatacamos el galeón que estará con las calasrepletas? —Es un galeón con cien piezas y navega juntocon varios barcos de protección. Ya lo habíapensado también, Tex, pero no podíamos seguireste plan. En cambio, atacando y sitiando a PuertoPico, todo será nuestro, porque he meditado—y

Page 128: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

recalcó la última palabra—, he meditado un plande ataque que no puede fallar y que nos permitiráaplastar a los españoles. Su índice recorrió en el pergamino e1 espacio enblanco que había entre el trazo designado con elnombre de Rocas del Engaño y el emplazamientode la fortaleza de Santo Tomás. —Desde la playa oeste hasta la loma, hay unespeso bosque. Y por aquí avanzarán ciencamaradas tuyos y cien míos, Tex. El aludido imitó el gesto del índice de Long Ben,haciendo el mismo recorrido sobre el plano con supulgar. Dejó un surco grasiento y preguntó conrecelo: —¿Por qué llaman a la playa del oeste las Rocasdel Engaño? Me huele a trampa sucia. —Las llaman así porque se levantan junto a unasaguas tranquilas, pero muy hondas y llenas detiburones. Las rocas impiden ver la ciudad y, portanto, tampoco desde ahí nos verán cuando,anochecido, desembarquemos la mitad de nuestrasdos tripulaciones. —¿Para qué desembarcar? Cañoneando desde el

Page 129: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

mar y en movimiento, estaremos mejor—dijo TexTracy rascándose la puntiaguda nariz. Long Ben agitó las dos manos con despreciativafuria. —Suerte tenéis de que yo sea un “astrotega”—aclaró con suficiencia—. Por algo luché con losmejores de los bucaneros y aprendí mucho. —Cierto que dices verdad—intervino Crocduradulón—. En las galeras ya oí hablar de ti, ydecían que eras el mejor filibustero con talentoque pisaba barco... —¡Tú te callas cuando los jefes meditan!—reprendió Tex Tracy dando un recio manotazo enel pecho del contrahecho—. Habla, Long Ben. Sieres un “astrotega” nos vas a aclarar qué es eso.No debes tener secretos para tus camaradas. —El “astrotega” es el que sabe cómo atacarsacando el mayor provecho del terreno y buscandoel menor riesgo. Os voy a demostrar cómo se hacepara vencer matando a muchos y muriendo pocos. Long Ben aguardó a que se apaciguara el coro deadmirativas imprecaciones que entrecruzaron susoyentes.

Page 130: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Escuchadme con todos vuestros sentidos,camaradas. Si atacamos desde el mar a PuertoRico, no nos pasará como en nuestras otrasempresas, en que por ser pocas las fuerzasdefensoras, se rendían a nuestros primeroscañoneos. Si invadiésemos la ciudad, siemprequedarían las tres fortalezas que nos cañonearían,hostigándonos y molestándonos el desembarco.Nuestra unión es la que hace nuestra fuerza.Volved la frase al revés y veréis cómo, dividiendoa los otros, los debilitamos y serán pronto pasto decuervos y tiburones, y sus cofres se amontonaránen nuestras calas. El fuerte de Santo Tomás es labase de la defensa de la ciudad. Con sus piezas delargo alcance, cubre la superficie del mar, por laque se llega a la bahía, y sus hombres sirven parareforzar cualquiera de las otras dos fortalezas siflaquean o son vencidas. Ahora comprenderéis quemi plan es genial y que podemos ya considerarnuestro el botín. Pegó dos sonoras palmadas en el planoextendido sobre la mesa. —Forzad los caletres, camaradas. Intentad

Page 131: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

meditar, aunque éste sea un esfuerzo propio dejefes como yo nada más. Imaginaos que ya estamosdando frente a las Rocas de los Engaños. Es denoche y ahora, que entra el cuarto menguante en suapogeo, desembarcaremos sin ser vistos.Doscientos camaradas avanzarán por «el bosquehasta tomar posiciones alrededor de la loma deSanto Tomás. Yo, con cincuenta de mis hombres,quedo en la playa Este, a la que bajaremos veinteculebrinas. Tú, Tex, con cincuenta de los tuyos,acamparás en la Playa Negra con otras veinteculebrinas de tu goleta. —¿Y las goletas? — preguntó Tex Tracy. —Quedarán en ellas nuestros segundos y losartilleros de las diez piensas restantes. —¡Malas fiebres me sacudan el esqueleto!—vociferó Tex Tracy—. ¿No decías que la uniónhace la fuerza? Pues tú lo que buscas esdebilitarnos, ¡maldita sea la peste leprosa! Unosacá, los otros allá... —¡Cierra la boca, Tex Tracy!—reprendió LongBen amenazador—. Estoy hablando como“astrotega” y tú no te das cuenta. Si a un enemigo

Page 132: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

le pegas siempre en la jeta, le dejas los brazoslibres y puede devolverte los golpes. ¡Y todo miplan consiste en pegar en tantos sitios a la vez queno podrán defenderse a gusto! Y losaniquilaremos... Reinó un instante de silencio. Al fin, uno de losfilibusteros cabeceó lentamente. —¡Eso es!—gritó repentinamente—. Siatacásemos de frente nos dispararían encima lastres fortalezas a la vez. Pero así, repartidos, lesvamos a dar un faenón trabajoso, y se volveránlocos no sabiendo a qué brecha acudir parataponar nuestra entrada. Eres listo, Long Ben. —Lo soy. —Lo eres — admitió Tex Tracy—. Pero ¿y quéharán las goletas? —Las goletas abrirán fuego cuando ya estemostodos instalados en nuestros puestos. Y atraerán laréplica de las fortalezas. Y entonces todosnosotros a una, desencadenaremos desde nuestroslugares el ataque conjunto. Y, ¡voto a la muerte pordegollación! Tendremos oro para mil años de vidaque vivamos.

Page 133: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

El plan de ataque “meditado” por Long Benquedó aprobado unánimemente, y Tex Tracyañadió algunos pormenores para acreditar quetambién él era un jefe que, si no igualaba a LongBen, le rozaba. Finalizaba febrero cuando al filo de las cuatrode la madrugada, la escasa población civil dePuerto Rico despertó sobresaltada... En el mar, dando frente a la bahía, divisábanselas llamaradas que, iluminando a dos lejanasgoletas, precedían al estallido de los cañonazosque abrían hoyos en los muros de las casas... Las fortalezas playeras replicaron, tal comohabía previsto lógicamente Long Ben. Un círculo de llameantes proyectiles planeórepentinamente por los aires encendiendo rojizosreflejos en las dos fortalezas de Vieques y Ponce. Las culebrinas desembarcadas estabanvomitando metralla a escasa distancia de losreductos defensores. En la loma de Santo Tomás, un infierno deexplosiones y mosquetería formaba una sinfoníaruidosa, señalando que el ataque por sorpresa de

Page 134: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

los filibusteros americanos ponía en gravesituación a la ciudad de Puerto Rico... Por dos veces fueron rechazados los intentos deasalto a las tres fortalezas, donde los primeroscañonazos inesperados habían abierto anchasbreabas. Pero las reducidas guarniciones defendíanse conuna bravura temeraria y sin igual, y al amanecer,tras cavar rápidamente hondas zanjas, las fuerzasfilibusteras hostigaban con espaciado cañoneo lastres fortalezas, sitiándolas en cerco infranqueable. Las dos goletas reaparecían de vez en cuando enel horizonte lanzando metralla contra las casas dela ciudad... El combate decisivo desarrollábase en la lomade Santo Tomás, clave de la defensa. Pero losintentos de asalto del enemigo, numéricamentesuperior en efectivo, se estrellaban contra lavalerosa y tenaz resistencia de los españoles que,si bien inferiores en número, sabían cubrir lasbrechas con arrollador ímpetu, guareciéndoseoportunamente tras los gruesos muros artillados. Una breve incursión de unos filibusteros

Page 135: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

impacientes hacia la ciudad, ávidos de botín ysaqueo, demostró a los restantes que para entrar enella era ineludible y forzoso aplastar primero laresistencia de las tres fortalezas que, cruzando susfuegos de mosquetería, abatieron heridos demuerte a los asaltantes que pretendían irrumpir enla zona edificada e inerme. Todos los filibusteros admitieron el dobleconsejo de Long Ben y Tex Tracy, de queagazapados en las zanjas y cañoneando desdecuatro emplazamientos distintos, el vencer alsitiado Puerto Rico era sólo cuestión de variosdías. Por las noches, sin luna, lanchas procedentes delas goletas, iban suministrando víveres,municiones y barriles de pólvora y vino a los quemantenían apretadamente el cerco. Tex Tracy visitaba a Long Ben y ambos,amparados por el boscaje y la obscuridad, ibanhasta los sitiadores de la loma. Y confiadamente,repetían hasta la saciedad que pronto el evocadorPuerto Rico estaría reducido a escombros, y noquedaría un solo español para poderlo contar.

Page 136: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO VIII Acuerdos laboriosos El primer virrey de Puerto Rico había ordenadola construcción de una obra en cuyo remate seemplearon muchos años, pero que mereció loselogios de los subsiguientes jefes militares quefueron relevándose en la guarnición de las tresfortalezas. Unos pasadizos subterráneos reunían entre sí lastres fortalezas, las cuales comunicaban por bajotierra con el amurallado edificio del Virreinato,pasadizos previstos para que, en caso de ataque,pudieran mantener una estrecha relación las tresguarniciones y el mando representado por lapersona del virrey. En la presente ocasión, Genaro del Aguilar,virrey de Puerto Rico, demostró que, si bien erasoberbio y tenía un carácter despótico y colérico,

Page 137: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

también poseía serenas dotes de mando y valentía. Al decrecer el ataque en las primeras horas delamanecer, demostró a su esposa y a su hija que,yendo en busca de ayuda a las vecinas islas,prestarían a la ciudad sitiada una más eficazaportación que quedándose a llorar. Por una derivación de los pasadizos queconducía a las fortalezas, marcháronse ambasmujeres desapercibidas hasta salir en la gruta quese abría a una cala entre altos acantilados, dondeun velero de poco tonelaje disponíase a zarpar pororden del virrey, llevando como únicas pasajerasa las dos aristócratas. El regreso de su esposa, desobedeciendo suimposición, encolerizó a Genaro del Aguilar, quesólo se aplacó ante el juicioso razonamiento deque, como representante del virrey, bastaba conSonsoles Ávila, y que el deber de la esposa delvirrey era permanecer junto a las demás mujeresespañolas. Genaro del Aguilar, reclamado por continuasdisposiciones que tomar con respecto a la defensaencarnizada, siguió visitando alternativamente los

Page 138: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

tres puntos vitales de la resistencia. En la fortaleza de Vieques, junto a la PlayaNegra, una pesada barcaza cuyas bordas estabanprofusamente escotilladas, quedaba anclada ydesierta de toda la tripulación. Era la galera queimpulsada a fuerza de remos por presidiariosprocedentes de las otras colonias españolasefectuaba el enlace-correo entre las islas quedependían del virreinato de Puerto Pico. En el interior de la fortaleza, en el sótano,amarrados a los muros por la cadena de losgrilletes que les sujetaban fuertemente los tobillosy las muñecas, cincuenta forzados aguardabanansiosos los acontecimientos. Si vencían los filibusteros, iban a verse libres y,uniéndose a ellos, podrían reanudar sus carrerascriminales. —Al estallar el primer cañonazo —explicó elcapitán jefe de la guarnición de Vieques—mandéque los forzados fueran traídos aquí, excelencia. —Hicisteis bien — aprobó Genaro del Aguilar—. Dejarlos en la galera hubiera supuesto laposibilidad de que los filibusteros les dieran

Page 139: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

libertad para sumarlos a sus fuerzas. Por espacio de varios días, Genaro del Aguilarmantuvo la misma consigna: “Sostenerse en lospuestos sin salir al ataque”... Los muros de las casas de la ciudad ibancayendo abatidos por los disparos de las dosgoletas filibusteras. La población civil que, por su sexo o edad, nopodía reforzar las guarniciones se congregaba enla mansión del virrey. Long Ben y Tex Tracy, encorajinados por latenaz defensa, sentíanse como todos los restantesfilibusteros, acuciados por un doble deseovehemente: El primero y origen de la incursión, saquear laciudad dejándola arrasada; y el segundo deseo quehabía brotado imperativo tras la larga semana deasedio, era pasar a cuchillo a los supervivientesespañoles que no contestaban más que apistoletazos a las exigencias de rendirse que se leshacía a pulmón en grito. A la octava noche de la partida de SonsolesÁvila, el virrey, con visibles huellas de cansancio

Page 140: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

en el rostro y bajo los efectos de los primerossíntomas de desaliento viendo cercana la hora enque los filibusteros iban a conseguir su propósito,cenaba frugalmente en el salón-comedor,acompañado de su esposa. La aparición de Sonsoles Ávila, que entrócorriendo, soliviantó de alegría a Olalla Ávila.Madre e hija fundiéronse en estrecho abrazo. Elvirrey aceptó impaciente el beso de su hija, paraexigir con seca brusquedad: —¿Qué nuevas traes? ¿Dónde están losrefuerzos? Habla..., habla... Sonsoles vaciló indecisa antes de exponer laextraña clase de ayuda que aportaba. —Los refuerzos, padre, son doscientos hombresy un bergantín artillado con treinta piezas. Esperanen la cala de San Vicente. —¿Por qué no ha venido ya su capitán a ponersea mis órdenes? Todo español debe acatar miautoridad, y más que tu presencia, la que necesitoes la del capitán que viene al frente de losrefuerzos. —Es... español, padre, pero no acata el poder

Page 141: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

del Rey. Es dueño de un bergantín y navegalibremente mandando en una tripulación dedoscientos mercenarios, en su mayoría franceses. Genaro del Aguilar frunció las cejas ostentandoen el rostro una expresión desdeñosa. —¿Un aventurero?—preguntó con ceñudaeuforia. Ella asintió mudamente. —¿No le aseguraste que su precio no le seríaregateado? Se le pagará lo que pida. Voy aenviarle un mensajero con la orden de queinmediatamente se presente ante mí. —No lo hagáis, padre—suplicó Sonsoles; y antela manifiesta extrañeza que demostraba el virrey,aclaró precipitadamente: —Es un hombre al quevos y yo agraviamos antaño. Se ha portadocaballerosamente conmigo, pero en él sigue latenteun rencor. Cualquier palabra que vos dijerais, yque él interpreta se mal, nos dejaría sin su ayuda. —Pero si es español, tiene que reconocer miautoridad y, por tanto, acudir a rendirme pleitesía. —Dijo... que os aguardaba a su bordo, y que elúnico Virrey que reconoce es... no me atrevo a

Page 142: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

repetirlo. —Habla. —Que el único virrey que reconoce es su panza. El disgusto ante tal vulgaridad se hizo patente enel semblante adusto del virrey, pero Genaro delAguilar era hombre de prontas decisiones. Cogió el pequeño bastón de oro, insigniaemblemática de su autoridad, y cubrióse la blancapeluca con el tricornio. Levantóse y fué a ceñir su espada. —Acompaña donde espera este hombre. Porvirrey, no debería yo humillarme en ir al encuentrode un aventurero soez, pero por lo que defiendo yrepresento, estoy presto a pasar por todo ytransigir. Doscientos hombres y un bergantínartillado son mucho más de lo que es preciso parano dejar con vida a uno solo de esos canallaspiratas. En el pasadizo y más envalentonada por lapenumbra, Sonsoles explicó, con voz temblorosa: —El capitán del bergantín es un ex corsario y sellama Diego Lucientes. Es madrileño. —¡Ah! Entonces, además de en busca de una

Page 143: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

buena recompensa en oro, vendrá impulsado porcierto sentir patriótico. —No—denegó ella apresuradamente—. Diceque él es su propio rey y que España se lascomponga como pueda y quiera... —No te entiendo. Considero incapaz a unespañol de no atender a la voz de la Patria cuandoésta se halla en peligro. —No sé cómo explicaros el especial carácter deDiego Lucientes. Si acudí a él, fué porque no halléotro recurso para facilitar ayuda a nuestraguarnición, y... —Ya se explicará él, hija mía. Tú has cumplidocon tu deber, y yo te lo agradezco en nombre delRey. Tras media hora de marcha, percibieron alextremo final del pasadizo una zona rectangular demenor penumbra. Y al salir a la gruta donde oíase cercana ydistinta la canción del mar, el marqués, divisandola mole del bergantín anclado entre losacantilados, dirigióse a la lancha que esperaba ycuya posición más que descubrirse, se adivinaba

Page 144: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

por la vacilante y rojiza luz de un farol, envueltoen trapos para1 amortiguar sus resplandores.

* * *

Diego Lucientes, en pie, quitóse el tricorniocuando el virrey se descubrió al entrar en lacamareta del bergantín. El silencio prolongado con que ambos hombresse contemplaban, ceñudo el virrey, sonriente elaventurero, inquietó el ánimo de Sonsoles deÁvila. —Os saludo, capitán Lucientes—dijo, por fin,Genaro del Aguilar—. Creo haberos encontrado enotra ocasión antes de ahora. Creo también, segúnme ha dicho mi hija, que antaño os agravié. No lorecuerdo ni os recuerdo con exactitud, aunquerepito que vuestro semblante no me esdesconocido. ¿Puedo solicitar vuestrasaclaraciones? Diego Lucientes, al ver que el virrey se sentaba,

Page 145: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cubrióse, sentándose al otro lado de la mesa. Seguía sonriendo con expresión sinceramenteregocijada. —Un día fui a vuestro palacio, señor marquésdel Aguilar. No; no era una invitación a compartirun suculento ágape. Fui arrastrado por vuestroslacayos para recibir una tanda de estacazos en loslomos. El virrey pestañeó, mirando al que le hablabacon tranquila entonación zumbona. Empezaba arecordar... Miró severamente a su hija, que estaba en pie asu lado. —Os dije, padre-balbuceó ella—, que no pude... —Está hablando este caballero— atajósecamente el virrey. —Mudanzas de la suerte. En vuestro palacio fuiun borrico de poetastro vapuleado por la solfa delacayos. Ahora, en cambio, os parezco uncaballero... y, sin embargo, continúo siendo DiegoLucientes y, aunque más anchos, mis lomos son losde siempre. ¿O es que donde antes repicaronlacayos, hoy tocáis vos con esta varita mágica que

Page 146: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

lleváis en la diestra, y quedo armado caballerocomo en la venta de La Mancha? —Espero que no habréis venido con la intenciónde burlaros de mí—rebatió el virrey con severotalante—. Represento a Bey. —El Rey no me conoce y yo nunca piensoinvitarle a que se sople en mi compañía un litro deValdepeñas. Genaro del Aguilar volvió a mirar con coléricoreproche a su hija. Ésta intentó explicarse: —No pude hallar otra solución, padre. —La hija del virrey sólo me tenía a mí a mano,señor. Y aunque sea manco y rencorosillo, ellaconfió en mi locura. Genaro del Aguilar hizo un esfuerzo sobre símismo. —Me apremia vuestra ayuda, caballero. Nopuedo daros excusas por lo que antaño sucedió, yaque nada borrarían. —Bien hablado—admitió sinceramente elmadrileño—. No he venido por vuestras excusas...¿Recordáis la segunda ocasión en que tuvisteis elsaludable honor de volver a verme?

Page 147: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Acompañabais a un insolente pirata español... —...que tuvo a bien salvar vuestra vida, que ni aél ni a mí nos importaba un pepino. Si lo hizo, fuéporque su intención era tan sólo la de salvar demuerte infamante a vuestra esposa y a vuestra hija.Y si hoy sois virrey, se lo debéis al caballero donCarlos Lezama. —¿Queréis decirme en qué precio fijáis vuestroprovidencial auxilio? —Tuve el grato honor de exponer a vuestra hijaque no me vendo, señor. Hago fullerías con elnaipe, compongo poesías, aunque me guardaré biesde mandarlas a hijas de marqueses, y hace dosaños habría cantado, si hubiera sido preciso, paraobtener con qué mercar mi diaria ración deveintinueve copas de rascatripas. ¿Arrugáis lanariz, señor virrey? Os expongo estas vulgaridadespara hacer resaltar que quien fué bohemiovagabundo poco aprecio tiene al dinero, aunquehoy le sobre la plata. No he venido, pues, parapediros que aligeréis vuestros cofres, que, por mí,pueden seguir reventando de monedas y emblemasde marquesado.

Page 148: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Recelosamente, con repentina sospecha, Genarodel Aguilar miró alternativamente a su hija y almanco pelirrojo. Diego Lucientes rió con suave zumba, guiñandomaliciosamente hacia Sonsoles Ávila, que erguidala cabeza, no pudo impedir el sonrojarse. —Cierto que vuestra hija es más bella para unpoeta sin escarmiento, que todos vuestros cofresfríos. Pero también tuve el honor de exponer a ellaque no puedo aspirar a su linda mano porque laconsidero lejísimos de mi alcance. Tan lejos comola luna... aunque si estoy aquí, dadle las gracias ala luna. Que ella os pida pago. Genaro del Aguilar crispó la mano alrededor delmango de su bastón de mando. —Os repito que si he venido a humillarme comovirrey, como hombre no puedo tolerar la mofa quealienta en vuestras palabras. ¿Por qué citáis ahoraal astro nocturno? —Para vos la luna es tan sólo un astro nocturno.Para mí, es la mejor amiga, aunque la pobrecitatiene, como yo, los cascos reblandecidos. Si vosos humilláis por virrey, yo me humillo por hombre

Page 149: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

libre al ofrecer ayuda a quien me dió palos, y sicomo hombre no soportáis burlas tampoco yo lasdoy cuando no busco pelea. Abreviemos, señor.Vuestra hija me invitó a atravesar ciertas toperaspor las que al parecer se llega sin riesgo a vuestrapresencia. Pero ir a vuestro encuentro hubiera sidoya un exceso de benévola condescendencia por miparte. Si lacayos me llevaron por vez primera antevos, justo era que vos os presentarais ante mívoluntariamente, porque yo no gasto lacayos. —Las circunstancias me obligan a ello. Que porvirrey yo... —Aquí no hay virrey ni Rey. Estamos tan sólo:vos con prisas para sacudiros de encima lospulgones filibusteros, y yo con prisa por irme,porque tengo que acudir a una cita que no admitemucha espera. Genaro del Aguilar nunca habíase visto ensemejante tesitura, pero, dominando su habitualtemperamento, habló con seca precisión: —Yo siempre cumplo aquello a que mecomprometo, caballero. Debo, pues, antes quenada, saber en qué consiste lo que solicitáis por

Page 150: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

vuestra aportación, ya que no entiendo vuestrasrazones. —Vos voláis a ras de tierra y yo ando con lasesera entre las nubes. Por eso os resulta difícilentender mi lenguaje. Cuando navegaba hacia acá,tentaciones tuve de pediros como recompensasatisfactoria el contemplar desnudas vuestrasespaldas, que supongo rollizas, mientras milugarteniente os atizara sabrosos estacazos con elmango del látigo... No os alborotéis... Tambiénpensaba daros una espada... después. Perointervino de nuevo mi amiga, la luna. Admitidmeuna máxima, excelentísimo señor marqués donGenaro del Aguilar y otras hierbas: si por cunasois nobilísimo de nombre, yo, por acciones, soynoble de vez en cuando y por capricho. Os ayudaréa exterminar los parásitos que asolan Puerto Rico,y después olvidaos de mí como yo piensoolvidarme de vos. Zarparé hacia mi cita. Genaro del Aguilar saludó inclinando el busto. —Admito como exacta vuestra máxima, señorcapitán Lucientes. Y si vos me admitís unfavorable auspicio, os deseo que en vuestra cita

Page 151: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

halléis la ventura que os propongáis. Si sonamores, feliz boda; si son negocios, prósperoresultado. —Gracias por vuestros fraternales votos—dijoLucientes con indolente cabezada—. Ni amores ninegocios. Tengo que ir a ver si consigo matar alque os dió vida salva en la ciudadela pirata de laFraternidad. Renunció el virrey a manifestar con palabras lasacudida de asombro que encogió sus hombros. —Volemos a ras de tierra, ¿queréis? —dijo conadusta sonrisa—. Os expondré la situación de misfuerzas y la de las hordas atacantes. Como porvirrey nada puedo exigir ni ordenar a quien comovos... me presta ayuda libremente y sinrecompensa, vos diréis qué medio se os ocurresugerirme para facilitar la tarea de exterminar aesos piratas americanos. Cuando hubo oído la detallada exposición delvirrey, Diego Lucientes dió su opinión: —Paréceme fácil lo que me toca hacer, señor.Las castañas las sacarán del fuego vuestrossoldados, que para eso lo son. Yo me limitaré a

Page 152: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

soplar. —¿Queréis extremar vuestra caballerosagentileza hasta permitirme que os comprenda? —Con mi lugarteniente al mando de cientocincuenta de mis hombres, podéis reforzar vuestrasfortalezas. Los soldados podrán pasar de ladefensa, al ataque, ya que las tres guarnicionesserán defendidas por los míos. Yo, con elbergantín y los cincuenta artilleros, iré a la caza delas dos goletas que, desguarnecidas en piezas yhombres, están casi inermes. Sólo me queda sabera qué hora pensáis poner en marcha la sorpresaque les espera a esos muchachos que osimportunan. Genaro del Aguilar levantóse. —Para ultimarlo a la perfección, estimo quemañana al anochecer puede desencadenarsenuestra ofensiva. —Como digáis. Ya me enviaréis vuestromensajero con instrucciones escritas, a las que meatendré si no modifican en substancia lo que os heexpuesto. Genaro del Aguilar avanzó un paso tendiendo la

Page 153: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

diestra. Diego Lucientes miró la mano ofrecida, ysacudió sonriente la cabeza, colocandoostensiblemente su única mano tras su espalda. —La luna no me dijo que os estrechara la mano,señor del Aguilar. ¿No oís su voz que dice: “Hastaaquí podíamos llegar, pero no más”? Haysacrificios tan cruentos, que no pueden soportarse.Lo es, por ejemplo, el estrechar vuestra mano. Sonsoles Ávila enlazó su brazo al de su padre,presionando intencionadamente. Genaro del Aguilar volvió a recuperar su colornormal. Inclinóse con severa rigidez: —Os quedo agradecido en el nombre del rey deEspaña, caballero. —Se lo diré a la luna... pero no creo que eso lehaga efecto. Como yo, vive en las nubes. Genaro del Aguilar abandonó la camaretaacompañado de su hija. Una vez que estuvo asolas, Diego Lucientes rió con sorna. —¡Toma vinagre, virrey! — musitó alegremente—. Quizás el desprecio a tu linda diestra te haescocido más que a mí los palos que un día me

Page 154: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

hiciste dar. * * * “Piernas Largas” cuando ya la silueta delbergantín hubo desaparecido rumbo al oeste,aguardó las órdenes, ya que por estar “CienChirlos” al cuidado de Gaby y Carlos, éldesempeñaba momentáneamente el cargo desegundo de a bordo. —Que no se pierda la estela del bergantín,andaluz—advirtió el Pirata Negro—. Pero nodeben vernos desde sus cofas. Quiero evitar que elseñor Lucientes se impaciente por volver aenfrentarse conmigo. Cuando el bergantín se inmovilizó por 1a nocheentre dos acantilados de la isla portorriqueña y ensu zona oriental, el “Aquilón” acogióse al amparode una caleta vecina. Y al amanecer, ocultos por el ramaje de unaarboleda que coronaba una de las lomas de lacaleta, el Pirata Negro cogió de manos de “CienChirlos” el largavista que enfocó hacia el puerto

Page 155: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

sitiado. Las nubecillas blancas de los respectivosdisparos intercambiados entre sitiados ycercadores fueron orientándole sobre la situación. —Tres cercos anillados y dos goletasrepiqueteando desde el mar — comentó en alta voz—. Me temo que el señor Lucientes va aencontrarse con una tarea superior a suexperiencia. Sería lástima que lo matasen, ¿no teparece, guapetón? —Si tú lo dices, señor, lástima será, pues, que lomaten. —Sería lástima porque, en cierto modo, su vidame pertenece. ¿Ves el bosque a babor de laciudad? Podríamos atravesarlo y visitar a nuestroscofrades los filibusteros. Quiero proponerles unacuerdo. “Cien Chirlos” tenía la inveterada costumbre deconceder aplastante fuerza de oráculo a cuantodijera “él”. Asintió, pues, con recios cabezazos. —Sí llegásemos a ponernos de acuerdo, comocreo, daríamos una sorpresa a esa banda de

Page 156: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

filibusteros que se suponen valientes y talentudosporque suman el triple de aquellos a los queatacan. Los vamos a desollar. “Cien Chirlos” cabeceó con redoblado vigor. La palabra “desollar” le sonó a encantadoraperspectiva, y fué con semejante disposiciónesperanzada de ánimo a la de un perrazoolfateando próximo festín de carne, con la quesiguió a su jefe en su cauteloso deslizarse por elbosque.

* * *

Long Ben estaba comiendo un opíparo desayunoen la casucha protegida del tiro de la fortaleza deSanto Tomás por un alto peñasco que era su puestode mando a retaguardia de la zanja principal de lostres cercos. Empezaba a impacientarse el barbudo americanoque en sus “meditaciones” nunca había supuestoencontrar tanta resistencia por parte de “aquellos

Page 157: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

malditos españoles”.

Precipitadas llamadas a la puerta, de la casuchale obligaron a acudir presuroso, desenvainandopor el camino su sable. Un filibustero excitado empezó a murmurarincoherentes explicaciones, pero el barbudogigante lo apartó de un manotazo, avanzando sableen mano hacia la zanja donde otros varios

Page 158: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

filibusteros rodeaban vigilantes a un atezadoindividuo de atuendo pirata, junto al que uncorpulento sujeto de rostro pleno de cicatricesmiraba poco amablemente a los que los rodeaban,apuntándoles con sus pistolas y dirigiendo haciaellos las puntas de sus aceros. —¡Mala peste me confunda!—gritó Long líen—.¿Quiénes son ésos y por dónde han llovido? —Me llamo Lezama.—replicó en inglés elPirata Negro, que de brazos cruzados, vióaproximarse al suyo el rostro barbudo yamenazador—. Tengo por allí mi velero, y cienhombres. ¿Qué parte me dáis del botín si remato loque habéis empezado y no lleváis ni trazas determinar? Sirviéndose del pulgar como palanca, disparó sudedo corazón hasta empujar la barba de Long Ben. —Aparta, camarada. Apestas y tengo el olfatosensible. Long Ben quedóse sin habla, pero su sable seagitó espasmódicamente. Un cañonazo levantópolvareda y dispersó ramas rotas a un extremo dela zanja...

Page 159: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Los sitiadores sitiados. Eso es 1o que sois,palominos—comentó Lezama despreciativo—.Cuando yo con mis propias manos ahorqué alvirrey de Panamá, no abrí zanjas más que paraenterrar a los fiambres españoles, porque hacíamucho calor y abundaban las moscas verdes. Nogastaba mi pólvora en salvas, como vosotroshacéis. —¿Por qué has venido y cómo te has enterado,pirata?—gruñó Long Ben, interiormenteimpresionado por los modales de perdonavidas desu visitante—. ¿Dónde están tu barco y tushombres? —Anclé de noche en una cala protegida. Meenteré por los cañonazos. He venido porque conunos cuantos camaradas más, podemos acabar estanoche la faena, y ando corto de bolsa. —Vienes sólo con este tipo feo, y hablas comosi fueras un rey. No me gusta que me hables así amí, porque yo soy Long Ben. —¿Long Ben?—y el Pirata Negro silbósuavemente con fingida admiración—. Las olas delCaribe cantan tus valerosas hazañas: Razón de más

Page 160: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

para que lleguemos a un acuerdo. Dame la sextaparte del botín y diez mujeres, y al anochecercombinaremos un ataque definitivo, que vosotrossolos no podréis efectuar. Long Ben señaló su casucha. —Ven conmigo. Este tipo horroroso ¿es tusegundo? —Sí. Y tiene malas pulgas, además de que noentiende ni jota de inglés. Es mejor que aconsejesa los camaradas que no lo rocen, porque pegacoces. —Bueno. Creo que llegaremos a un acuerdo—yLong Ben, volviéndose hacia los filibusteros,vociferó: —¡Vosotros! A vuestros sitios, malapuñalada os den en los ojos! Dejad de vigilar aesos dos. Son camaradas piratas. Tex Tracy llegó a punto de oír la última frase deLong Ben. Miró con profundo estupor al PirataNegro, y a “Cien Chirlos”. —¡Por mil demonios ensartados!— exclamó—.Y esos dos tipos ¿quiénes son? —Entra con nosotros, Tex — dijo Long Benabriendo de un puntapié la puerta de su casucha.

Page 161: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Los tres hombres se sentaron alrededor de lamesa, en la que se hallaban aún los restos de lacomida de Long Ben. Tex Tracy continuaba contemplando conasombro al atlético e indiferente pirata. —Es Lezama y pide la sexta parte del botín—aclaró Long Ben—. Trae un velero con cienhombres y fué el pirata que atacó Panamáahorcando al mismo virrey. —¡Quien hizo eso fué el perro de Morgan!—rectificó Tracy. —En la época en que tú y yo éramos bebés,camarada, pero volvieron a reedificar Panamápara que yo lo incendiara, y colocaron a un nuevovirrey para que yo lo ahorcara. ¡Demontres,camaradas! ¿No has oído hablar del Pirata Negro?El que mató al corsario Gars, “El Albino”, el quemató a “Brazo de Hierro” por traidor, el que asolóel templo de los aztecas en la bahía de losTiburones... Ese soy yo. —Caigo ya—y Tex Tracy ondeó 1a manoamistosamente. Carlos Lezama saludó llevándose 1a diestra al

Page 162: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

hombro izquierdo a usanza pirata del Caribe. Tres golletes de botella saltaron en añicos, y lostres jefes bebieron generosamente, brindando porsus respectivas vidas. —No te necesitamos—alardeó Tex Tracy conladina sonrisa dirigida a “ilustrar” a Long Ben—.Pero ya que has venido a echarnos una mano,podríamos discutir. Aunque es absurda tu petición,¿verdad, Long Ben? ¿La sexta parte? ¡Locura!¿Diez mujeres? Pocas hay y serán nuestras.Nosotros fuimos quienes meditamos todo el plan... La mañana entera pasóse en libaciones ydiscusión... Al mediodía arreció de pronto el fuego decañones de la fortaleza. Carlos Lezama no tuvoinconveniente en permanecer junto a Long Ben yTex Tracy mientras éstos vociferaban dandoórdenes a los artilleros filibusteros. Desde la almena de la fortaleza, el anteojo delcapitán español divisó la inconfundible silueta delpirata español... Al atardecer, quedó el acuerdo aceptado por lostres, en plena confraternidad e incipiente

Page 163: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

embriaguez por parte de Long Ben y Tex Tracy.Quedó estipulado que el Pirata Negro percibiría laduodécima parte del botín y tres mujeres... Marchóse Lezama para cumplir lo acordado:reuniría el grueso de sus hombres, que sedistribuirían en tres grupos desde la zanja quedaba frente a Santo Tomás a las otras dosposiciones. Y hacia las dos de la madrugada, “la hora muertay soñolienta”, saldrían todos de las zanjas paraatacar, mientras el velero colaboraría con las dosgoletas simulando un desembarque frontal en labahía. Por el bosque, más que explicarle sus propósitosa “Cien Chirlos”, Lezama argumentó suspensamientos en toz alta: —No es que a mí me venga ni me vaya nada entodo esto. No lo hago tampoco porque me intereseremediar la imprudente alegría con que elmadrileño se lanza a empresas en las que no debemeterse. Es que me urge calmarle su resquemorcontra mí, y su cadáver no lo podría yo atar almástil del “Aquilón” para convencerle de que su

Page 164: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

querella contra mí es absurda. Su silencio fué aprovechado por “Cien Chirlos”. —¿A quién vamos a desollar, señor, y cuándoempezamos? —Esta noche, tú y yo, volveremos al lugar dedonde acabamos de salir. Conozco esta clase deganado filibustero. Si se quedan sin pastores,aúllan de miedo y se dispersan balando. Cuandoyo te lo indique con un breve silbido, tú liquidarásal flaco de nariz puntiaguda que entró conmigo y elbarbudo en la casucha. Yo me quedo con elbarbudo. Traeremos a setenta de mis valientespara que se las entiendan con el resto, y, después,podré mandarle un aviso al “Madriles” para quesu dueño sepa que le aguardo en el mar.

Page 165: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO IX Fatalidad “Piernas Largas” se reservó su opinión cuandorecibió orden de permanecer a bordo del velero,pero su descontento no pasó desapercibido alPirata Negro, que supo interpretarlo. Dióle uno de los empellones brutales que eran lamuestra exterior y poco frecuente de su afecto. —¿No te erigiste en nodriza de la pequeña,andaluz? Pues con ella te quedas y con mi hijo. Enotra ocasión será “Cien Chirlos” el que cuide delos mocosos y tú quien venga conmigo al festejode mandobles, tajos y pólvora que se avecina. Setenta piratas acaudillados por “Cien Chirlos”siguieron a través del bosque los pasos de CarlosLezama. Cada cual sabía a qué.atenerse y cuál era sumisión. Deberían iniciarla cuando “él” silbase.

Page 166: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Los dos filibusteros acogieron la llegada delPirata Negro y sus hombres con disimuladaimpaciencia. Un silencio total se enseñoreaba de todos loscampamentos y la ciudad. Ninguna batería rompíala quietud del principio de aquella noche. Alentaba mudamente un amenazador presagio... —Que tus hombres se distribuyan entre losnuestros—ordenó Long Ben con autoridad—.Después, cuando la noche avance, saldrán areforzar las otras dos posiciones, y esperarán a lasdos de la madrugada para rematar esta endiabladasituación. “Cien Chirlos” acodóse junto a Tex Tracy; losrestantes piratas fueron repartiéndose de buengrado escalonados por entre los filibusteros. Tex Tracy vigilaba la operación, seguido paso apaso por “Cien Chirlos” que pasábase la lenguapor los labios, sin poder evitar su parecido con un“bull-dog” relamiéndose con fruición... Long Ben dió media vuelta hacia la casucha.. —Voy a buscar el plano, Lezama. Tú... El breve y estridente silbido del Pirata Negro le

Page 167: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

extrañó. —¡Por mil culebras!—clamó Long Ben—. ¿Porqué silbas? Retrocedió asombrado al oír el repentinoforcejeo que en las sombras nacía, poblando lazanja de confusas masas que peleaban entre sí. Estallaron pistoletazos y blasfemias... Tex Tracy gimió angustiado debatiéndose entreel feroz abrazo de “Cien Chirlos”, que le clavabalos dientes sin repugnancia... Long Ben corrió aceleradamente hacia lacasucha, cuya puerta cerró tras sí con violencia. Saltó hacia delante el Pirata Negro y su hombroastilló las madera que le impedían entrar. El pistoletazo de Long Ben abrió un surcoluminoso en el umbral de la desquiciada puerta... Con nuevo empujón derribó el Pirata Negro elresto de las maderas y su espada detuvo el sablazode Long Ben... Un intenso clamoreo ensordecedor brotó de lafortaleza... En el mar, un bergantín disparaba por andanadasde ambas bordas contra las dos goletas, dando la

Page 168: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

señal de iniciación... Un torrente humano de españoles salió de lastres fortalezas, acometiendo furiosamente, mientrasen los muros almenados los aventureros de DiegoLucientes disparaban incesantemente. Carlos Lezama atravesó de recia estocada elpecho de Long Ben... Salió de la casucha y las antorchas que lanzabandesde la fortaleza, iluminaron el ataque de losinfantes españoles, que saltaban a la zanjaprorrumpiendo en salvajes gritos deenardecimiento. —¡Retirada! — clamó estentóreamente el PirataNegro, furioso. Lanzóse a detener el primer núcleo deatacantes... “Cien Chirlos” acudió a su lado,procurando también contener la humanaavalancha... —¡Retirada!—ordenó de nuevo Lezama,mientras describía amplios círculos con su espada. Los piratas supervivientes iniciaron la huida,mientras Lezama y su fiel lugartenientemultiplicaban sus esfuerzos para lograr cubrir la

Page 169: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

retirada de los tripulantes del “Aquilón”. Por el suelo, arrastrándose en su agonía, TexTracy enlazó sus brazos alrededor de las botas delPirata Negro. Tiró con fuerza postrera... Lezama quiso evitar la inesperada presa: unculatazo de mosquetón le dió de lleno en la frentey cayó sobre el cuerpo de Tex Tracy... “Cien Chirlos”, con un grito de angustia e iraquiso acudir en auxilio de su semidiós... Un brutalgolpe de plano de una alabarda, le derribó alsuelo... Los privados de sentido y los heridos fueronmaniatados por los triunfantes defensores dePuerto Rico. Azuzados a culatazos, por empuñaduras deespada y a remates de alabarda, los que podíansostenerse en pie fueron conducidos a la galera encaravana. Había cesado la lucha y en tierra elevóse elcanto alegre de los españoles, y las fervorosasplegarias de agradecimiento de las mujeresespañolas... Anchos círculos concéntricos señalaban en el

Page 170: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

mar el lugar donde las dos goletas se habíanhundido... El bergantín vencedor remontaba la costa endirección a la cala donde ancló poco después de lamedianoche. Diego Lucientes fué aguardando en el puente demando el regreso de sus hombres enviados areforzar las guarniciones. Ankou Kerbrat, el último en llegar, al filo de lascinco de la madrugada, manifestó el contento del“Tercio de los Aventureros”. —A cada uno nos ha entregado el virrey unabolsa con cien ducados, mi capitán. Y para vos meentregó este mensaje. Un rectángulo crujiente de papel, en cuyas dosesquinas resaltaba un sello lacrado, quedó en lamano da Diego Lucientes, que vaciló entre tirar almar el mensaje o prenderlo en la antorcha máscercana. Miró hacia la luna, que reducida a su mínimaexpresión, no ofrecía su habitual sonrisabonachona de socarronería indulgente. Una nube rayaba el blanco arco a modo de

Page 171: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

cendal. —¿Leo, amiga, o no leo? A él, no quiero verlemás... Me aguarda el señor Carlos Lezama... Peroella... ¡es tan bonita! Y debe de ser digno devivirse el momento en que, abandonando sureserva, tienda los brazos y ofrezca sus labios...¡Repámpanos! ¡Ya estoy enamoriscándome! Esodiría el señor Lezama... Pero no esenamoriscamiento..., ya que fué mi primer amor... Descendió a su camarote, y apoyó el papelcontra un jarro de vino. Al fin, lo cogió sonriendo —Me dará las gracias... y si ella me manda unarosa marchita... ¡cañoneo lo que queda en pie dePuerto Rico! Rasgó los dos lacres y fué leyendo coa crecienteasombro:

Genaro del Aguilar, virrey de PuertoRico.

”A1 capitán señor don DiegoLucientes. B. L. M.

Page 172: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

’’Liberado este trozo de suelo españolos reitero mi reconocimiento. Por mihija he sabido que vos tenéis tambiénuna hija. Hija que está en poder delPirata Negro. He decidido, pese avuestra negativa, haceros un obsequio,modesto en sí, por mi participación,inconmensurable por lo que para vosrepresentará. ”Un oteador me ha informado que enla caleta vecina a donde ancla vuestrobergantín, está el “Aquilón”. Hay abordo veinte piratas, y está allí vuestrahija. ’’Pude ordenar, como era mi deber,que fuera hundido el velero pirata. Avos os dejo tal misión, con la derescatar a vuestra hija. ”Por si no hubiéramos de vernos más,ya que vuestro orgullo iguala al mío,tengo el placer de comunicaros que alamanecer serán colgados todos los

Page 173: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

filibusteros supervivientes. ”A1 mediodía serán colgados loscadáveres de los jefes filibusteros. ’’Inmediatamente después, tendré elplacer de ver ahorcar a vuestro antiguoamigo y hoy vuestro enemigo, el PirataNegro, en compañía de su lugarteniente. ’’Siempre os recordará con gratitud,

Genaro del Aguilar, ’’virrey de Puerto Rico.”

La única mano de Diego Lucientes estrujó elpapel. Masculló sordas imprecaciones y,poniéndose en pie vaciló unos instantes entre dosinmediatas decisiones. Al fin aplacóse su furor, y sonrió: —Bien, señor Lezama. Sé que me vais aperdonar el que libere vuestro cuello del lazo decáñamo, pero así podremos resolver nuestrosasuntos sin injerencias de virreyes. Salió a cubierta, llamando a Kerbrat.

Page 174: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—A cerrar la salida de la caleta vecina, Kerbrat.Está ahí el velero “Aquilón” y hay en su cala unpequeño tesoro que volverá a ser mío. * * * “Piernas Largas”, al amanecer, esperaba conansiedad el regreso de su jefe... Cuando en la estrecha boca de la caleta aparecióel bergantín, ordenó a los veinte piratas que separapetasen tras los cañones... El “Madriles” fué acortando las distancias hastadetenerse a escasa separación del velero. Viéronsesus doscientos tripulantes en orden de combate. Tendióse de nuevo una pasarela entre ambasbordas, y la voz de Diego Lucientes advirtió: —No ordenes una tonta resistencia, andaluz. Novengo en son de guerra. Y el manco pelirrojo subió a la pasarela,atravesándola y entrando en el velero. “Piernas Largas”, espada en mano, le miróceñudamente. —No está “él”, señor Lucientes.

Page 175: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Pero está ella, señor Curro Montoya. —Y también ésta—replicó el andaluz señalandosu espada. Diego Lucientes frunció el entrecejo. —Me diste veinte latigazos, chiclanero, y te losperdoné porque cumplías órdenes. Vengo ahorapor mi hija, y ni tú ni nadie me impedirállevármela. —Será como dices. Pero primero tendrás quematarme. —No me interesa tu pellejo, chiclanero. ¿No vesmis bordas? Hundirás el velero si me presentascombate. —Vete y vuelve cuando esté quien aquí manda.Mientras, yo sólo te digo que de aquí nada tellevas, ¡“por mi salú”! —Veo tu salud algo quebrantada, CurroMontoya. ¡Kerbrat!—gritó Lucientes—. ¡Disparasi éstos disparan! Amigo chiclanero, ¿puedo ver ami hija? —Puedes verla cuando “él” te dé permiso. —“Él” está preso en poder del virrey. El rostro del andaluz se crispó con ira.

Page 176: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—“Cien Chirlos” también, así como los demás.Vamos a hablar razonablemente, Curro Montoya.Yo puedo conseguir que el virrey no ahorque a tuseñor. El virrey me debe esto y mucho más. Sabesque yo no miento sin necesidad, y ahora no latengo. Dame mi hija, vete con tu velero a la bahíade la Isla Verde y aguarda allí a tu señor. Hastaallá, le daré escolta. Allá, él y yo resolveremosquién de los dos ha vivido ya lo bastante. Vete conel velero, porque las fuerzas españolas os hanavistado y, si os demoráis, os hundirán. —Me iré, señor Lucientes, y, os espero en la IslaVerde. Puedes cuando quieras ir a ver al virrey, ypedirle la libertad de mi señor. Si me mintieras,que no lo creo, o si el virrey hiciera... ¡por laMacarena juro que yo le torturaría!... —No te acalores inútilmente, Curro Montoya.Nada le pasará a “él”, porque yo te doy mipalabra. Pero, ahora, cumple lo que te aconsejo. Yacompáñame a dónde está mi hija. La espada de “Piernas Largas” cerró el paso almadrileño, que avanzaba hacia la cala. Diego Lucientes desenvainó rápido y, por

Page 177: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

espacio de varios minutos ambos se acometieroncon saña... Los veinte piratas manteníanse inmóviles,comprendiendo que era inútil toda resistencia... Kerbrat y treinta bretones, invadieron el velero,colocándose a espaldas de los piratas. Diego Lucientes consiguió desviar la mortalestocada del hábil esgrimista andaluz y, con secólatigazo de la hoja de acero, desarmó a sucontrincante. Colocó su bota encima de la espada caída, yaplicó el extremo de la suya en el cuello delandaluz. —Has cumplido, señor Curro Montoya. Le diréa “él” que te expusiste a que te perforara porcumplir su orden. Y ahora... ¡Kerbrat!, pégale unpistoletazo a este hombre si se mueve o quiereseguirme... Kerbrat, demostró que era hombre precavido.Colocó en la espalda de “Piernas Largas” supuñal, y en su nuca el cañón de una pistola. Diego Lucientes bajó a la cala, y atravesó elvasto compartimiento, hasta llegar a la sala

Page 178: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

capitana, en busca de Gaby. Iba a entrar en el camarote más cercano, cuandouna voz sonora que provenía del suelo exigióimperativa: —¡Maldita sea! ¿Qué buscas aquí, señordesconocido mío? Diego Lucientes sonrió contemplando a Carlosde Ferblanc y Heredia, que pierniabierto y con losbrazos en jarras, apoyados los pequeños puños enlas caderas, le miraba desafiante. —Hola, Carlos. Yo soy Diego Lucientes. Fuigran amigo de tu padre y vengo a recoger a Gaby,mi hija. —¿Te la vas a llevar? Con quién voy yo apelearme entonces? ¿Y quién me servirá decaballo? Diego Lucientes meditó un instante. —Escucha, Carlos. Tu padre... está lejos.Vendrá a mi bergantín. ¿Quieres venir conmigo ycon Gaby a esperarlo allí? —Bueno. Me gustas—dijo concisamente el hijodel Pirata Negro. Y colocó su mano en la delmadrileño, entrando con él en busca de Gaby.

Page 179: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

“Piernas Largas” chispeó los ojos al veraparecer en cubierta al madrileño portando enbrazos a Gaby... y con el hijo del Pirata Negroacompañándole asido de la vuelta de su botamosquetera. —No digas nada, chiclanero. Tu señorencontrará a su hijo en mi bergantín... y el“Madriles” será para él, si pierdo. Si gano... tienesun lugar en mi barco, para cuidar de este mozo. —¡Padre! ¿Por qué le ponen una “pum-pum” enel cuello al señor Curro?—inquirió Gaby enlazadaal cuello del madrileño. —Porque ha sido malo... por valiente que es yque se pasa de raya a veces. ¡Kerbrat! A bordocon los hombres... Cuando la cubierta del velero quedó despejadade sus hombres, Lucientes quedóse vigilando losmovimientos del andaluz. “Piernas Largas” acarició la cabeza de GabyLucientes de Civry. —Te volveré a ver, señorita mía. Y tú, señorLucientes, recuerda tu promesa. A “él” nada lepasará...

Page 180: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Hasta pronto... o hasta nunca si “él” gana:. Y...¿amigos, Curro Montoya? —Amigos... si “él” te gana—dijo el andaluz consincera brutalidad. Rió Diego Lucientes. —¿Y si gano yo? —Estés donde estés, iré a tu encuentro... —¿Nos vamos ya, o no?—inquirió impaciente elhijo del Pirata Negro, propinando un vigorosotirón a la vuelta de la bota que empuñaba. —Tal padre, tal hijo, andaluz. También esemozo tendrá algún día hombres que, como tú, lesean fieles por encima de todo. Instantes después se alejaba el bergantín...‘Piernas Largas” dió la orden de levar anclas einternarse en el mar. Se hizo dos cruces con el puñal sobre el dorsode la mano. Besó las heridas... —¡Por éstas! ¡Cuidado con lo que haces,virrey!... Y ¡cuidado con no cumplir lo prometido,señor Lucientes...!

Page 181: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

CAPITULO X Orgullos enfrentados La galera anclada cerca del destacamento deVieques, sólo tenía dos secciones. Una era la lisacubierta donde en la popa sobresalía la cabina enla que, cuando los remos impulsaban laembarcación podía verse el busto del “cómitre”piloto. El resto del cuerpo dominaba la vasta caladonde los forzados permanecían con la diestraatada en la argolla que se ceñía al remo einmovilizados los tobillos por los grilletesempotrados en la base del banco en que sesentaban noche y día. Cada remo pesaba alrededor del medio millar dekilos y en su larga empuñadura se precisaban sieteremeros que además de mover el leño, de por sívoluminoso, tenían que vencer la considerableresistencia del agua.

Page 182: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

A ambos costados interiores de la calaalineábanse diez bancos fijos. Por el centro, entrecada grupo de bancos, desfilaban los “cómitres”encargados de manipular los largos látigos decorrea rematada en plomo con la que imponíannuevo vigor a los remisos o a los exhaustos,surcándoles los hombros a correazos hábiles quedolían sin inutilizar. Para facilitar el libre juego de los músculos alos que había que sacar el máximo partido, cadaforzado llevaba por toda vestimenta una ancha tirade tela que rodeaba sus riñones y sujetándoles laentrepierna, se anudaba flojamente a la cintura. En el banco comían, dormían, sudabancopiosamente y rechinaban los dientes, crujiendo,los músculos al compás rítmico del remo movido acada voz del “cómitre” piloto. Restallaban los látigo; imprecaban los“cómitres”... y, de vez en cuando, algún forzado semanifestaba totalmente insensible a la cariciaanimadora de la correa. Era una evasión simbólica: había conseguidoque por fin liberasen sus tobillos del cerco de

Page 183: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

hierro y su diestra de la permanente opresión de 1aargolla del remo... para ir a sepultarse eternamenteal fondo del mar. Y entre sus compañeros había alguno que leenvidiaba... Pero desde hacía ocho días la galera “Justicia”estaba desierta, mientras atronaban los espacioslas andanadas artilleras. Los forzados habían sidotrasladados al cercano fuerte de Vieques. Sin embargo, a la décima noche del ataquefilibustero, volvió de nuevo a restallar el látigo delos “cómitres’* y la galera, con toda su anchura danave-cala, resultó insuficiente para contener elalud de maniatados vencidos, que fueronamontonados a empujones, los unos entre losbancos, los otros encima de ellos, y otros en piecontra los tabiques renegridos por la permanenteluz de las mechas de los candiles. “Cien Chirlos” no se atrevía a romper el silencioen que se encerraba Carlos Lezama desde que, sinsentido, cayó preso. Por el rostro del Pirata Negro resbalaba lasangre que manaba de la brecha abierta en su

Page 184: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

frente... Un “cómitre”, llevando un palo en cuyo extremose amoldaba con cordeles una esponja empapadaen vinagre donde se había macerado una mixturade hierbas cicatrizante, frotó rigorosamente con laesponja la herida del Pirata Negro, y repitió lamisma operación con los cortes del cuello de“Cien Chirlos”, quien gruñó torvamente... El Pirata Negro siguió en silencio. Los dosestaban sentados, cuerpo contra cuerpo, en unrincón, junto a la base de un banco. Al amanecer fueron llegando piquetes de infantesespañoles, llevándose a los filibusteros... Sólo quedaron en la nave una cincuentena detripulantes del “Aquilón”. Mirabandisimuladamente hacia el hombre que apoyada lanuca en el asiento del banco, y ensangrentado elrostro, elevaba la frente herida hacia el cóncavotecho de la nave, como si contemplara algoinvisible. Entrada la mañana y al cesar las idas y venidasde los piquetes, el Pirata Negro pareció despertardel letargo silencioso en que se había mantenido

Page 185: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

hasta entonces. —Creo, mis valientes, que os debo algunasexplicaciones. Nos van a ahorcar por culpa mía,ya que os metí en mis juegos malabares. El correazo de un “cómitre” restalló contra elpecho del Pirata Negro. —¡A callar, pirata! —¡No me da la gana, latiguero! Un nuevo trallazo repercutió en el pecho deLezama. —¡Verdugo cobardón! — vociferó “CienChirlos”—. Yo te... —Calla, guapetón. Aquí sólo hablaré yo, pormás correas que tengan esos esbirros, que máscorrea tengo yo. Escucha, latiguero; pega cuantoquieras porque estoy preso y eso te vale. Pero elhablar no se le impide a quien como a mí notardarán en retorcerle el gañote. Pega si quieres. El “cómitre” rió desdeñoso. —Ya se te quitará el galleo cuando cuelgues delcáñamo, pirata. —Ésta es una gran verdad, amigo. Sólo entoncesme callaré. Déjame, mis valientes, recordad tan

Page 186: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

sólo que si os llevé a mal fin, no fué por deseo,sino por torpeza... Entró un capitán de Infantería acompañado dedos suboficiales y dos cabos. —¿Quién de vosotros se llama Lezama?—preguntó hoscamente. —Yo mismo tengo esta dicha. Lezama, Carlos,para nunca servirte. —¿Y quién es de vosotros el apodado “CienChirlos”? —¡Ese soy yo! ¡¡Yo!—clamó el lugarteniente, yañadió mirando sumisamente a Lezama con sonrisade horrenda satisfacción: —Nos van a ahorcarjuntos, señor. —¡Demontres!—murmuró el Pirata Negro conencubierta emoción ante la pueril conformidad dellugarteniente—. Eres bruto con relleno y sobras,guapetón. ¿Tanto te place que nos cuelguen juntos,maldito seas? —Juntos... pues, ¡es como morir quiero, señor! Los dos cabos asieron las manos de “CienChirlos” atadas a sus espalda. Los dossuboficiales hicieron lo mismo con el Pirata

Page 187: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Negro. Ambos piratas pusiéronse en pie... —Hasta la vista, mis valientes. El lugar dondenos veremos, no lo sé: si existe cierta justicia enotro sitio, cada cual tendrá lo que en buena ley lepertenezca.—Y con alegre carcajada animosa,terminó el Pirata Negro: —Procurad bailar elúltimo pateo con elegancia, que morir es cosa debaile y debe ser sabroso, ya que ninguno de losque mueren vuelve a pedir que le devuelvan lacochina vida. * * * En la plaza mayor de la ciudad, en un estradoerigido frente a la larga hilera de patíbulos,Genaro del Aguilar, sentado en dorado sillón, vióacercarse a los dos piratas custodiados. —No te vayas. Tienes que seguir presenciandolas ejecuciones, porque representas a las mujeresque estos canallas pretendieron ultrajar. El capitán saludó al virrey, y Lezama quedóse,junto con “Cien Chirlos”, a dos pasos de distanciadel estrado.

Page 188: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Genaro del Aguilar señaló la viga erecta deremate triangular en escuadra de la que colgabanlos cadáveres de Long Ben y Tex Tracy. —¿Reconoces haberte aliado a esos dos jefesfilibusteros de quienes eres alma gemela y en todoigual a ellos, pirata? —¿Yo igual a ellos? ¡Que no, querido virrey,que no! Soy muy distinto. No sabrías comprendermis razones. Voy a darte la más evidente. Medistingo de ellos en que están muertos... y yo sigoaún vivo. —¡“Él” fué quien matando a Long Ben, esebarbudo del demonio, hizo que vosotros...! —¡Calla, bellacón!—atajó Lezama secamente—.No quieras que, como despedida final, te propineun botazo en el hocico. —Cierto es que tú mataste a Long Ben—admitióel virrey—. ¿Peleas prematuras para evitar unamás en el reparto? —El reparto, siento no podértelo enseñar,virrey, porque iba a ser de puntapiés en tu... ¡Tate!¿No es aquel jinete brioso el sin par DiegoLucientes?

Page 189: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

El madrileño descabalgó de un salto y colocósefrente al virrey dando la espalda al Pirata Negro. —Os anticipásteis, señor del Aguilar—reprochó—. Me escribisteis que al mediodía ahorcaríais alcaballero Lezama y sólo son las once.... —Cualquier hora es buena para mí, estudiantemétomeentodo. Óyeme unas palabras: suspirabaspor mi pellejo porque hice que te dieran latigazos.Y a quien te dió palos, ¿señor le llamas? Tedesconozco. ¿Por qué no meneas el rabo y vas alamerle la mano al señor virrey? Diego Lucientes pegó un taconazo que no pudereprimir, pero sin volverse, señaló con el pulgar alque acababa de hablar. —No hay horca, señor virrey. —¿Vuestra razón? — inquirió el marqués,ceñudo. —La vida de este hombre me pertenece. —También a España, porque es pirata—dijo coninflexible entonación el virrey. —Ni a España, ni a este pelirrojo, ni a ti,pomposo empelucado—exclamó el Pirata Negro—. La vida de cada cual, pertenece a cada cual.

Page 190: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¿De qué acusáis a este hombre? —preguntóLucientes rabiosamente. —Atacó en alianza con los filibusteros... —¡No!—gritó Lucientes—. Afirmo que eso esimposible. Si Carlos Lezama hubiese pensadoatacar a Puerto Rico, lo habría hecho sólo y consus hombres. —Oídme, señor Lucientes—dijo, refrenándoseel virrey—. Hablasteis de la luna comoinspiradora vuestra. Lunático sois, pues, ylunáticas son vuestras razones, que os hacen tomardefensa de quien queríais matar, de quien por bocade mi hija sé que jactóse de haber colgado a lamujer que vos amabais... —Lunático o no, tengo que recordaros que estehombre os salvó la vida y también la de vuestraesposa e hija... —¡Tate, “Medio-Brazo”!—interrumpió el PirataNegro violentamente—. A ti ¿quién te pidió queabogaras sin mi permiso? ¿Yo? No. Vete a colearjunto al virrey, pero a mí nadie ha de defenderme. —Te sobra orgullo—reprendió el virrey dandouna palmada de cólera en el brazo del sillón—

Page 191: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

tanto como te falta honradez. —Con tu honradez no me meto, amigo, y de tuorgullo no me cuido. Manda ya que tu verdugo meeche el lazo al cuello, que estoy harto depalabrería. Sonsoles Ávila inclinóse, hablando al oído de supadre. Éste la miró, escuchándola con atención, yechó una ojeada perpleja hacia el Pirata Negro. —Responde verazmente, pirata. ¿Es cierto quetú permitiste que el capitán Lucientes siguiera sucamino para acudir en socorro de la guarnición dePuerto Rico? —¡Es cierto! — gritó Lucientes—. Duelo amuerte teníamos, y... —El preguntado fui yo, señor estudiante deldemonio—interrumpió el Pirata Negro—. Laguarnición de Puerto Rico, amigo Virrey, paranada pesó en mi aplazamiento de la querella coneste madrileño charlatán. Lo hice por caprichosavoluntad... y porque esta damita lloraba... y osponéis muy fea cuando lagrimeáis, Son-soles.¡Venga ya! Sobran monsergas para ahorcarlimpiamente a quien no pide otra cosa y no quiere

Page 192: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

clemencia. De pronto, el Pirata Negro miró a “CienChirlos”. Le señaló con el mentón, encarándose denuevo con Genaro del Aguilar: —Este mozo fué el que por español me imploróque dejase seguir su ruta al bergantín. Por él os hapodido ayudar el madrileño. Por tanto, si leahorcáis, todos ahorcaréis al que os ha salvado. Sonsoles Ávila volvió a hablar a su padre aloído. “Cien Chirlos” era tardo en comprender,pero, de pronto, cayó en la cuenta del propósito deCarlos Lezama. —¡Señor! Que si a ti te ahorcan y a mí me dejanabandonado en tierra, me rompo la cabeza contralo primero que tope... Diego Lucientes subió al estrado, llamado porSonsoles. —Quiero deciros, señor Lucientes, que mi padreaccede a que esos dos piratas no sean ahorcados,ya que, si después atacaron, primero permitieronque vos pudierais acudir en salvación de PuertoRico. Genaro del Aguilar asintió, y levantando el

Page 193: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

bastón-insignia, habló con solemne entonación: —Queda conmutada la pena de horca que osmerecéis, piratas. De por vida remaréis en lagalera “Justicia”. Por jefe y lugarteniente develero pirata os tenía que ahorcar, pero gracias ala intercesión de mi hija y también a la del señorLucientes, seguiréis la misma suerte que vuestrossecuaces. El Pirata Negro echó hacia atrás la cabeza y susestentóreas carcajadas sonaron sinceras yburlonas. —¿De qué ríes, insolente?—preguntó airado elvirrey. —No hagáis caso, señor — susurró Lucientesapaciguador—. Como yo... es lunático. —Me río, virrey, porque tengo la certeza de queestás loco. Sí, loco. ¿Vas a dejarme junto con mishombres? ¡Imbécil! Remaría porque mis músculosnecesitan siempre ejercicio, pero llegaría un díaen que a ti te colocaría en el remo... y a tu hijatambién. —Habla por orgullo—susurró de nuevoLucientes—. No hagáis caso.

Page 194: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—¡Tú!—interpeló el Pirata Negro. —Loshombres hablan en voz alta. —¿Sí?—y el madrileño crispó su única mano—.Pues vas a oírme. Basta ya de jactancias. Irás agalera, y yo cuidaré de tu hijo. Y no amenaces conimposibles rebeliones, que los grilletes sonfuertes. —¡Tate! Rana me has salido, estudiante. A lomejor quieres con tus palabras evitarme la horcaque deseo más que la humillación de un banco degalera, pero por si acaso no fuera éste tu motivo,déjame que escupa por segunda vez hacia donde tehallas. El salivazo manchó la bota del madrileño que,pálido, guardó silencio. —Se vive bien, ¿verdad, estudiante?, cerquita devirreyes y dulces damiselas soñadoras. Hazlesbuena corte, en espera del día en que yo te cortelas orejas por calzonazos adulón y perfumado. —¡Lleváoslo!—ordenó el virrey—.Recomendadlo al “cómitre”. Llevaos también a susegundo. Juntos, y doblemente vigilados. Pugnaron forcejeando los dos suboficiales para

Page 195: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

intentar arrastrar al Pirata Negro, pero noconseguían mover al hombre, que parecía clavadoen el suelo. “Cien Chirlos” imitó aquella resistencia. —Quiero hablar por última vez, virrey. Diles atus esbirros que me dejen quieto unos momentos. Genaro del Aguilar levantó una mano. —Habla. —Dijiste un día que cuando me vieras meahorcarías. No cumples lo prometido. Yo te juroque te ahorcaré, y cumpliré. Y ahora, contigo voy aentendérmelas, mi aristocrático señor DiegoLucientes. El hecho de que también a ti te ahorquecuando salga de la galera por mi voluntad, noobsta para que, así como yo cuidé de tu hija, ynunca le dije que estábamos reñidos a muerte,hagas lo mismo con mi hijo. Los odios de lospadres no deben envenenar las almas de los hijos.Que ellos dos sigan jugando... en espera delmomento en que yo juegue contigo, con tu virrey, ycon tu damisela lánguida y orgullosa. —¡El patíbulo está aún en pie, pirata! No meencolerices, que suficiente paciencia te he

Page 196: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

demostrado. '—¿A que no?—y rió el Pirata Negro—. Muchoamenazar, y nada en definitiva. Vengo a que meahorques, que es a lo menos a que un hombredecente puede aspirar, y prefieres enviarme a tugalera, para que yo el día en que menos lo pienses,te salte encima y te quite el virreinato a sopapolimpio... —¡Lleváoslo! — rugió Genaro del Aguilar—.¡Que acudan más hombres si es preciso! Varios infantes lograron arrastrar hacia la galeraa los dos piratas. Pero el eco de las carcajadas deCarlos Lezama siguió sonando por espacio devarios minutos... Lucientes secóse disimuladamente el sudor queempapaba su frente y miró ya aliviado los dospatíbulos donde colgaban los cáñamos sincuerpos. Sonsoles Ávila le miró de soslayo. —¿Podemos contar con vos, señor Lucientes,para la fiesta de gala en que celebraremos eltriunfo de las armas españolas?—preguntósuavemente.

Page 197: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Agradecido. Sí, contad conmigo... Me gustaPuerto Rico. Ella rió; y había malicia y encono en su risa. El virrey descendió del estrado. Tras él, formósela escolta. Y Diego Lucientes ofreció su antebrazoa la hija del virrey... —Dulce es vuestra risa, Sonsoles. Pero creípercibir cierta sorna... —Percibisteis bien. Me encanta haberosconocido ya con experiencia, señor Lucientes.Sabéis adivinar... y sabéis disimular... —¿Disimular? No lo creo. ¿Os he fingidoamores? —No hablo de esto—y acercando, sus labios aloído del madrileño, susurró: —A “él” levigilarán... pero a vos también. —¿Temen que os rapte? —No. Sé muy bien defenderme. De lo que estoysegura es dé que vos os vais a quedar en PuertoRico. ¿Estoy en lo cierto? —Sí, linda pitonisa, sibila. Habéis acertado.Pienso permanecer algunas semanas en PuertoRico, si no os oponéis.

Page 198: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

—Por lo que hicisteis en pro de la ciudad, soishuésped de honor. Por lo que pretendéis ahorahacer... huésped vigilado seréis. —¡Repámpanos! ¿Y qué pretendo hacer, pobrede mí, que tanta vigilancia merece? Ella le miró con cierta huraña expresión. —Dios me guarde de locos y aventureros—dijopiadosamente. Y añadió aviesamente: —Id contiento, señor Lucientes. Intentar proporcionar lafuga a un forzado de galera, es castigado con lahorca. Diego Lucientes rió con íntima intranquilidad,pero con exterior zumba. —Sois una imaginativa, linda niña. Un hombreque me ha insultado, un hombre que me haamenazado de muerte, un hombre que raptó a mihija... ¿y voy yo a intentar quitarle la argolla delremo? ¡Locura! —Los amantes de la Luna no se caracterizan porsu sensatez. Pero, en fin, señor Lucientes, nohablemos más de ello. Quedáis avisado... —Inútilmente. Si cien años vive el Pirata Negro,cien años remará si yo he de impedírselo. Y ahora,

Page 199: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

decidme: ¿os gustan las poesías en las que‘frialdad” rima con “ansiedad”? Frialdad lavuestra, ansiedad la mía de verse fundir vuestra... —Callad, por favor. No porque me ofusquen lasgalanterías, sino porque me ofenden losfingimientos. —Sois bella y yo tengo ojos que me permitendesgraciadamente contemplar vuestra belleza. Ella señaló la lejana galera. —“Aquello” no se resuelve haciéndome el amor,señor bachiller. Que si vos sabéis letra, tambiényo leo de corrido. —Es gracioso lo que me ocurre. Moriré deamores y vos creeréis que finjo... —Tratad de no morir ahorcado. —¡Repámpanos! Ya me calentáis los cascos, midamita. De Una vea para todas, os ruego quecuando penséis en el Pirata Negro, no me unáis asu destino. Tiempo ha que de él me separé. —Bien. Quiero creeros. "Mientras..., intentadcomponer rimas menos vulgares

Page 200: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

. —Y los palos de los lacayos ¿están rotos hoy? —Tengo varios años más... y vos también—ellabajó los ojos cautelosamente—. Quizá lograré queolvidéis aquello de antaño..., —Olvidado queda. Sonsoles Ávila levantó los párpados, separandosu mano del antebrazo del madrileño; y en sus ojoshabía rencor al murmurar: —Pero nunca olvidaré que me jurasteis que

Page 201: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

antes me comeríais que casaros conmigo... Tenedcuidado conmigo, señor bachiller. Si los hombresperdonan... ¡Nosotras no olvidamos! Marchóse precipitadamente. Diego Lucientes seacarició la nariz, pensativo. —¡Cuernos!— ¡Y me llama loco..., En fin, elporvenir dirá... * * * Con las diestras encerradas en la argolla que lessujetaba al remo, semidesnudos, tensos losmúsculos en el esfuerzo de impulsar el remo,Carlos Lezama y “Cien Chirlos” bogabansudorosos. Era impresionante la musculatura abultada de“Cien “Chirlos”, y más impresionantes eran lostendinosos y elásticos músculos que poblaban elcuerpo del Pirata Negro. —Si vuelves a mirarme como el perro queespera un hueso, guapetón, esta noche te contaréleyendas de fantasmas, de ésas que te asustan. —Te miro... porque, ¡ea, mejor te viera

Page 202: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

ahorcado en mi compañía, señor! El “cómitre” asestó un doble latigazo que enlazóhábilmente las espaldas nudosas de “Cien Chirlos”y los hombros del Pirata Negro. —Remando no tenéis derecho a hablar. Osagota. —¿Te das cuenta, guapetón? Hablar agota. Cogemal el látigo. ¿No, guapetón? Ya le enseñaremoscómo se maneja... tarde o temprano.

F I N

Page 203: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf
Page 204: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

notes

Page 205: (El Pirata Negro 20) Frente a f - Arnaldo Visconti.pdf

Notas a pie de página 1 Ver Cien vidas por una