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EMILIO MONTARAZ ANA BARROS En tiempos de crisis los multiniveles proliferan. Antes de decidirte a iniciar uno, o si estás ya, no dejes de leer la historia de una pareja que ha tenido éxito en los dos multiniveles más importantes y antiguos del mundo. Amway y Primerica. Después de leer esta mini-biografía, habrás descubierto las razones que mueven a millones de personas a aventurarse en un mundo fascinante en pos de un anhelado éxito. También recorrerás un camino en el que las imperfecciones y los miedos del ser humano, acaban destruyendo lo idílico de un viaje que pudo ser y no fue. ¿Qué ocurre? ¿Estamos preparados para vencer en un mundo repleto de tentaciones? ¿Cuáles son las fuerzas tan poderosas que han llevado al multinivel hacia su ocaso? Y también de la mano de Emilio Montaraz y Ana Barros llegarás a descubrir los valores, que más que en cualquier otro negocio, son necesarios para alcanzar la prosperidad, fundamentando y dando paso al nacimiento y desarrollo de una verdadera Red de Personas, dotándola de sostenibilidad y carácter único cuando la vida pone a prueba sus valores. EL PRECIO DE UN VALOR el origen de la red EMILIO MONTARAZ * ANA BARROS No obstante si no te lo puedes permitir economicamente el coste de los 10 euros de este libro, te informamos que tienes la descarga gartuita del mismo en formato PDF, desde la web: www.elpreciodeunvalor.com La totalidad de los beneficios de la venta del presente libro han sido donados a la “Fundación Huellas de Solidaridad”. www.huellasdesolidaridad.org EL PRECIO DE UN VALOR El origen de la red

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Emilio montaraz

ana Barros

En tiempos de crisis los multiniveles proliferan. Antes de decidirte a iniciar uno, o si estás ya, no dejes de leer la historia de una pareja que ha tenido éxito en los dos multiniveles más importantes y antiguos del mundo. Amway y Primerica.

Después de leer esta mini-biografía, habrás descubierto las razones que mueven a millones de personas a aventurarse en un mundo fascinante en pos de un anhelado éxito. También recorrerás un camino en el que las imperfecciones y los miedos del ser humano, acaban destruyendo lo idílico de un viaje que pudo ser y no fue.

¿Qué ocurre?

¿Estamos preparados para vencer en un mundo repleto de tentaciones?

¿Cuáles son las fuerzas tan poderosas que han llevado al multinivel hacia su ocaso?

Y también de la mano de Emilio Montaraz y Ana Barros llegarás a descubrir los valores, que más que en cualquier otro negocio, son necesarios para alcanzar la prosperidad, fundamentando y dando paso al nacimiento y desarrollo de una verdadera Red de Personas, dotándola de sostenibilidad y carácter único cuando la vida pone a prueba sus valores.

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No obstante si no te lo puedes permitir economicamente el coste de los 10 euros de este libro, te informamos que tienes la descarga gartuita del mismo en formato PDF, desde la web: www.elpreciodeunvalor.com

La totalidad de los beneficios de la venta del presente libro han sido donados a la

“Fundación Huellas de Solidaridad”. www.huellasdesolidaridad.org

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© Emilio Javier Montaraz Castañóny Ana María Barros Tirados, 2014

Depósito Legal: AB-185-2014I.S.B.N.: 978-84-16049-85-1

Impreso en España

[email protected]

La reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, no autorizada por los autoresy editores viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente autorizada.

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EL PRECIODE UN VALOREl origen de la red

EM I L I O JAV I E R MO N TA R A Z CA S TA Ñ Ó N

AN A MA R Í A BA R RO S TI R A D O S

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“Dedicado a nuestros hijos Javier y Lydia y a todas las personas con las que hemos compartido nuestra vida.

Todos nos han ayudado y han sido nuestros maestros.”

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El 100% de los benefi cios generados por laventa de este libro serán donados íntegramente a la

Fundación Huellas de Solidaridad.

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Tienes la descarga gratuita en formato PDF en la web:

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ÍNDICE

Prólogo ............................................................................................... 9Introducción .................................................................................... 17Arrancan nuestros sueños ............................................................ 23El comienzo del camino ............................................................... 29El gran salto defi nitivohacia la inquebrantable decisión .................................................. 35Valores .............................................................................................. 39La dignifi cación de la red ............................................................. 49Propuestas no deseadas ................................................................. 57Prueba de fuego .............................................................................. 69New Net primera parte, el desencanto ...................................... 77Acoso y derribo ............................................................................... 83New Net segunda parte, una nueva decepción ....................... 95Las bases sobre lo que es justo ................................................... 103Las bases de la legalidad ............................................................. 107La transición a nuevas oportunidades .................................... 123La fundación y el sistema ........................................................... 145El regreso del éxito ...................................................................... 153La red se somete a prueba. Los líderes también ..................... 161La cruzada y los valores se encuentran .................................... 175Nace Bárymont ............................................................................ 187Un merecido homenaje ............................................................... 197Sentimientos para un epílogo .................................................... 199Agradecimientos .......................................................................... 201Testimoniosde algunos de los que siempre estuvieron ahí ....................... 207El altruismo de los defensores de la auténtica justicia. Por Alberto Ezquerra ................................................................. 209Un toque argentino. Por Edgardo Firtman ........................... 255Testimonio de Toni y Maribel Cerdán .................................... 259Testimonio de Manuel García Ramiro ................................... 261Testimonio de José Luis Almuedo (El Peli) .......................... 263

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Testimonio de Juan Ramón Carrancio .................................... 265Testimonio de Javier Bolado ..................................................... 269Testimonio de Dani y Ludi González ..................................... 271Testimonio de Rafa y Maricruz Suárez ................................... 275Testimonio de Ángel y Anna Galindo .................................... 279Testimonio de Rafa y Marimar García Bravo ....................... 283Testimonio de Susi y Medar Pérez ........................................... 287Mi paso por el multinivel.Por Juan David Diez Suárez ....................................................... 291El orgullo de honrar a nuestros padres.Por Javier y Lydia Montaraz ...................................................... 297

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PRÓLOGO

Por Fran Ortega

Estar escribiendo el prólogo de un libro fi rmado por Emilio Montaraz y Ana Barros se torna para mí todo un privilegio ines-perado, pues resulta gratifi cante y enorgullecedor que mi nombre quede vinculado a los suyos, aunque sea tan solo por medio de estas páginas.

Mi relación inicial con ellos fue pertenecer a su red de distri-buidores de Amway y más tarde como socio y distribuidor de la empresa New Net. Sí, yo fui distribuidor de Amway, algo que no digo con orgullo pero sí con convicción.

Renegar de tu pasado es como blasfemar de tu presente. Las ex-periencias vividas, una a una, nos llevan al punto en el que nos en-contramos hoy. Lo quieras o no, fueron decisiones que tomaste en su momento del mejor modo que supiste, y tras las bambalinas de cada una de ellas se han escondido las lecciones que habrían de ir conformando la persona en la que te has convertido hoy. Si renie-gas o te avergüenzas de ellas te estarás perdiendo la oportunidad de reconocerte en el tiempo presente y terminar por dejar pasar la coyuntura de saber quién eres y cuál es el destino que persigues. Este modo de pensar no sé si es el acertado, pero es el que yo de-cidí creer y por tanto el que me adentró en los caminos que quise recorrer. Como baremo no nos queda otra que mirarnos al espejo y saber si nos gusta o no la persona que se refl eja ante nosotros. He de confesar que en mi caso me encuentro bastante satisfecho, por tanto agradezco a Amway que me sirviera para forjar un carácter y para un sinfín de cosas más, como por ejemplo conocer a Emilio y a Ana.

Aquellos tiempos traen a mi memoria a un joven inmaduro lleno de ilusiones, esperanzas y sueños que mi mente deseaba,

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pero que mi corazón ni siquiera tenía en cuenta. Claro que eso era algo que desconocía en su momento. Tuve que pasar primero por la gran decepción en la que caí cuando el “sueño americano” se desmoronó ante mis pies y más tarde cuando la falta de un compromiso global no dejó cuajar el sueño renovado bajo el es-tandarte de una “nueva red” (New Net).

Me negué a un tercer intento, pero dejaré claro el por qué.Muchos considerarían que estar tan próximo a la “línea de

auspicio” (terminología a la que estoy acostumbrado, supongo que anticuada en este momento) de Emilio y Ana era toda una suerte; sin embargo apenas los veía como el resto, allá a lo lejos llenando un escenario inmenso con su mera presencia. No sería hasta que formé parte de la empresa New Net que comencé a confi rmar la intuición que me indicaba el tipo de personas ante las que me encontraba. Poco a poco fui viendo los valores que les daban forma a ellos como personas primero, y a los pretendidos para una empresa después, que, aun encontrándose en pañales, partía al menos con un supuesto equipo de personas compro-metidas detrás. Cuando este segundo intento tampoco cuajó, fue cuando hice examen de conciencia.

Como el que más o el que menos, a mí me gustaría disfrutar de una vida fácil llena de comodidades y en la que las inquietudes económicas fueran la última de mis preocupaciones. Por aquel en-tonces, en mi inmadurez y falta de compromiso conmigo mismo creía, ignorantemente, en el dicho “a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. La comodidad me impelía a permanecer cerca de grandes personas como ellos con la esperanza de que, de un modo u otro, algo se posara en mis manos sin tener que hacer nada a cambio. Mi inmadurez me arrastraba a quedarme práctica-mente sentado a la espera de que alguna manzana del árbol cayera en mis manos como si me perteneciera por un derecho que no ha-bía merecido. Ante este reconocimiento de mi posición, me paré en seco y analicé las auténticas motivaciones que me animaban a

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aventurarme en empresas que, según parecía, no terminaban de funcionar (me metí en otras, al margen de las mencionadas). Sim-plemente llegué a la conclusión, en un principio dolorosa, de que ese no era mi camino. Era una persona inexperta que aún estaba buscando el sendero que realmente llenara de ilusión mi corazón. Gracias a Dios y, por qué no decirlo, a mi determinación, hoy lo he encontrado. Fue en ese momento cuando me armé de valor y de sinceridad y renuncié a seguir engañándome, primero a mí mismo y después a esta pareja, que ansiaba rodearse de personas con el mismo nivel de compromiso que ella. Decidí no seguir trai-cionando su confi anza y dejé, por tanto, de ser una carga que ellos llevaban en su mochila, pues hacían su trabajo y el que se suponía que era el mío. Fue entonces cuando pasé de ser un obstáculo para sus sueños de crear algo que benefi ciara a todos aquellos que es-tuvieran dispuestos a pagar el precio, a convertirme en su amigo. Desde entonces mi presencia en su vida se limita a brindarles mi amistad y mi apoyo en todo lo que emprenden, pues unos valores tan arraigados de honestidad y coraje como los que Emilio y Ana siempre me han mostrado no me permiten darle la espalda a algo que hoy en día, y en esta sociedad, se ha convertido casi en un espejismo de los tiempos honorables de la caballería.

Mi búsqueda de la felicidad me hizo adentrarme por vías muy dispares en cualquier tipo de actividad empresarial o económica y bucear por las artísticas y las espirituales. No por ello se produjo un alejamiento, sino todo lo contrario, se reforzó mi empeño por demostrarles mis ganas de ser su amigo todo el tiempo que ellos me lo permitieran.

Sé de primera mano que no lo han pasado bien. Han sufrido, y mucho. Han caído en la decepción, la desolación, el abandono y la soledad, pero por motivos que aún escapan a mi entendimien-to una y otra vez han elevado el vuelo dejando al ave Fénix a la altura de un gorrión de feria insulso y desmotivado. Su determi-nación, llevada a un punto que yo me atrevería a tildar de obceca-

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ción, ha sido el baluarte continuamente enarbolado para resurgir una y otra vez, hasta lo inefable, de unas cenizas avivadas por la incuria de aquellos que un tiempo atrás dijeron, mirándolos a los ojos, “puedes confi ar en mí”, para luego terminar apartándose de su lado.

Por supuesto que cometieron errores, cometerán más, pero dime si hay sinceridad en ti: ¿conoces a alguien que no se haya ba-ñado en barrizales semejantes? Si no hubiese sido así no habrían gozado de mi confi anza, pues yo quiero relacionarme con seres humanos que sepan dar de sí lo mejor que haya en ellos, pero que a la vez acepten sus miedos y limitaciones y asuman las conse-cuencias de sus decisiones. Personalmente no iría a una batalla codo con codo junto a un “guerrero” del cual no conociera su lado oscuro, o al menos parte de él. Para poder darle mi confi an-za plena, primero habría de conocer sus sombras como referente de las mías propias. Y Emilio y Ana las tienen, claro, sería de cínicos negar su existencia, pero una de las más graves de las que se les ha acusado ha sido de deslealtad.

He estado lo sufi cientemente cerca de ellos para saber que ésa, precisamente, no es una de sus manifestaciones lóbregas que pue-dan esconder bajo cualquier tipo de máscara. Siempre he visto lealtad en ellos, primero a su propio sueño y valores, y luego al resto de los que estuvieron en sus fi las. Seguro estoy de que mu-chos de los que les dieron la espalda saben en su fuero interno que son ciertas mis palabras. Las sensaciones que puedan estar invadiéndoles serán algo con lo que tendrán que lidiar mientras así lo deseen, pues nunca es tarde para asumir responsabilidades, aceptar las consecuencias de sus actos y compensar los daños co-metidos. Y los corazones de Emilio y Ana tienen espacio sufi -ciente como para entender que los miedos ciegan a las personas y los arrastran hacia actos que siempre dejarán huella, pero que con el bálsamo del retomar de nuevo la responsabilidad terminarán por quedar en simples cicatrices.

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Soy de la creencia que la opinión que nos formamos de los demás dice mucho de nosotros mismos, o incluso, todo. Por ello me atrevo a decir que las personas que los tildaron de desleales no veían más que el refl ejo de su propia incapacidad interna de serse fi eles a sí mismos y, por ende, a las personas que querían compar-tir con ellos el camino. No podemos ver en los otros lo que no llevamos dentro, y si esos hombres y mujeres vieron tal indigni-dad en Emilio y Ana, apuesto a que fue la falta de compromiso hacia los valores que defendían de cara a la galería lo que los llevó a aceptar esa visión de iniquidad. Es menos doloroso sacar tus sombras fuera y proyectarlas en los que sí se mantienen leales a sí mismos, pues el desgarro de los confl ictos de intereses puede sumirte en un dolor que se torna muchas veces insoportable.

No entraré en juicios, pues no es mi función, ni la quiero, cada cual que decida qué hacer con su vida. Por el contrario, es comprensible, yo al menos les comprendo. Se forjaron una vida a golpe de trabajo, seguramente duro, y perder todo lo conseguido te puede sumir en un terror que prefi eres evitar.

Yo sé lo que es mentir, huir cuando debes quedarte, mirar a otro lado y otras muchas cosas más que he hecho a lo largo de mi vida. Sé que todas y cada una de esas reacciones fueron conse-cuencia de un miedo a algo, a perder, a no ser reconocido, a que no me quisieran, a cualquier cosa que pueda estar perdida en mi memoria; por eso sé de lo que hablo, por eso sé de los impulsos que pueden llevar a una persona a tomar ciertas decisiones. Por eso también sé que no debe juzgarse, pues el juicio a los demás se sustenta en el que te infl iges a ti mismo. Las hice, las asumo, me responsabilizo de ellas y las compenso, ese es ahora mi proceder.

Para mí es, por tanto, lógica la reacción de aquellos que opta-ron por un camino distinto al tomado por Emilio y Ana. Sin em-bargo, es ahí también donde se ve la pasta de la que están hechas las personas que, poniendo en riesgo no solo lo conseguido, sino lo acumulado en toda una vida, dan un paso al frente y luchan

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por unos valores de honestidad y entrega, hasta llegar al borde de la inmolación. Sinceramente, se me estremece el pecho de pensar que algún día tuviera que ponerme ante tamaña tesitura, pues no sé si tengo el mismo valor que ellos. Esto me recuerda a la escena de la película El reino de los cielos en que el rey le ofrece a Valiant heredar el trono de Jerusalén bajo ciertas condiciones y este le responde que un rey o las circunstancias pueden forzar a un hombre a actuar de un modo, pero que siempre uno es dueño de su alma. Los protagonistas de este libro así lo hicieron, mantuvieron su alma intacta y quien no lo sepa reconocer así es porque no se atreve a aceptar el sufrimiento que esa visión le pueda producir.

Llamar infi eles a Emilio Montaraz y a Ana Barros lo entiendo como un modo de ahogar el dolor de no querer confrontar los miedos que les invaden.

Hoy están una vez más al timón de un nuevo sueño, no sé cuántos suman ya, perdí la cuenta, pero están seguros de volver a dar los martillazos necesarios para introducir el clavo hasta la médula de lo que se les ponga por delante. Lo van a conseguir, de hecho lo han conseguido ya; han dejado su huella en el corazón de todos aquellos que supieron, o al menos se atrevieron, ver en Emilio y Ana los mismos valores que los han mantenido a su lado.

Todo ello sustentado en un modo de concebir la vida, de forjar los acontecimientos artífi ces de los cimientos del destino, que me recuerda a esta historia:

Según se cuenta, un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu del África profunda. Colocó un canasto colmado de comida al fi nal del pobla-do. Les dijo que corrieran en su dirección, pues el primero en llegar ganaría todo lo que hubiera en él. Tras dar la señal de salida, todos los niños se cogie-ron de las manos y corrieron juntos para luego sentarse en círculo y disfrutar de su premio. El antropólogo, sorprendido por la falta de competitividad,

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les preguntó por los motivos de su reacción. Ellos respondieron al unísono: “Ubuntu, ¿cómo uno solo de nosotros podría ser feliz si todos los demás se quedan tristes?”. En la cultura xhosa, en Sudáfrica, Ubuntu signifi ca ‘yo soy porque nosotros somos’.

Ya lo he comentado: no es tiempo de juzgar a nadie, pero sí de tomarse el derecho de contar la propia historia. Eso es algo que no podemos negarle a esta pareja de soñadores. Este libro es el testimonio de los que se vieron acorralados y forzados a callar. Es el momento de escuchar lo que tengan que decir.

Para su lectura te invito a abrir el corazón y permitir que sea él, y no las personas a las que decidiste cederles tu poder personal, el que te diga lo que has de pensar con respecto a toda esta histo-ria. Eres libre de ello. Estás siendo invitado a ejercer el derecho a pensar por ti mismo, con los datos de esta otra versión de los acontecimientos.

Para cerrar este prólogo responderé a la pregunta que puede que te estés haciendo: ¿Y quién eres tú en todo esto? Te respondo que mi mayor cota alcanzada en Amway fue el 12%, tras innumera-bles “planes de presentación” (evidentemente no los sufi cientes). No obstante, sufi cientes para legitimarme a dar una opinión. Y es que jamás, repito, jamás, sentí una mirada de superioridad por parte de estos “ejecutivos diamantes”, sino todo lo contrario, una cercanía y una preocupación que trascendían cualquier egocen-trismo y que me hacían sentir, precisamente a mí, el protagonista de cualquier reunión con ellos. Así que ¿cómo no sentir cariño y profundo respeto por los dos y acceder al honor de prologar su libro?

Yo, Fran Ortega, me siento feliz y orgulloso de formar parte de la realidad de estas dos personas ejemplares a las que siempre llevaré en el corazón.

Esta es mi opinión y no tengo por qué dar ni una sola expli-cación más a nadie.

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Y esto va por vosotros, Emilio, Ana: Si hubiera dos o tres personas más como vosotras repartidas

por el mundo, otro gallo nos cantaría a todo el planeta. Segura-mente sería el fi n de las guerras, el hambre y, sobre todo, el de las miserias humanas.

Gracias.

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INTRODUCCIÓN

“Anoche cuando dormía, soñé ¡bendita ilusión! que un ardiente sol lucía dentro de mi corazón.”

(Antonio Machado)

Descubro que aún existe ilusión cuando, pasados más de vein-ticinco años, sigo recibiendo planes de multinivel asiduamente.

Esto me hace recordar aquel 7 de enero de 1989, cuando no pegué ojo en toda la noche mientras me llenaba de sueños que bien pudieran haberse sustentado en utopías.

¿Qué es lo que pasó desde entonces para que ahora surja de mi interior la necesidad de mostrarte aquellas esperanzas rotas y los valores que cobraron vida tras el espejismo de lo que pudo ser? Siento si te desaliento, no es mi intención. Al contrario, recurrien-do a todo lo vivido, hoy me abro a ti y comparto mi camino para que saques de él lo que tu sentir interno se atreva tomar.

Este libro es una puerta que te invito a abrir, pues yo puedo mostrártela, pero solo tú puedes tomar la decisión de adentrarte en lo que se oculta tras ella. Es un mundo que se abre ante ti para ser explorado de la mano de quienes ya estuvimos ahí.

Haber llegado a tan altas cotas en los dos mayores multini-veles conocidos me dan la sufi ciente fortaleza como para poder hablarte con la cercanía que solo el trato humano del que tanto he disfrutado me puede permitir. Es ahí donde guardamos nuestra mayor riqueza, en las personas que compartieron con nosotros sus sueños, las que nos miraron sabiendo que podían hacerlos realidad, y sobre todo aquellas que los perdieron una y otra vez, pero persistieron hasta hacerlos resurgir de sus cenizas.

No pretendo convencerte de nada, solo decirte que si tus úni-cas motivaciones se sustentan en lo que solo el dinero puede com-

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prar, es posible que abandones incluso antes de haber empezado. Una red de personas es eso precisamente, de personas; y obviar las emociones, los sentimientos que anidan en el corazón de cada una de ellas, es un sendero seguro hacia ninguna parte. Te lo cuento así, porque tener la fi rme convicción de que la persona que se encuentra ante mí, es un universo de emociones encontra-das y no un fondo de inversión, me llevó a la ruina económica y a transitar por los más profundos pozos del desengaño.

Pero no cambiaría nada de eso, pues donde hoy me encuentro es el lugar que como ser humano quiero ocupar. Todo lo vivido es ahora el pilar en que se sustenta mi serenidad cuando puedo plantarme ante el espejo y mantener la mirada sabiendo que fui fi el a mí mismo aun a riesgo de perderlo todo.

Es por ello que con este libro quiero desprenderme de una mochila cargada de un dolor que ya no quiero seguir portando, al tiempo que pongo a buen recaudo las enseñanzas que me dieron el sustento para seguir confi ando en las personas.

Por eso, porque aunque no nos conozcamos de nada, sé que puedo confi ar en ti y es por ello que te cuento nuestra historia.

Nunca se me olvidará ese día en el que la vida me sonrió como nunca pudiera haber imaginado. Acababa de ver a la mujer más maravillosa del mundo, a la que más adelante llegaría a conocer y a amar.

Hasta entonces mi vida se rodaba en blanco y negro, aunque trataba de vez en cuando de darle algún tono de color con epi-sodios de pandillero, propios de un muchacho de la época que, con diecinueve años y sin saberlo aún, buscaba su lugar en este mundo.

Podía haber sido un día más, pero no fue así. Las circunstan-cias pusieron en mi camino a aquella chica que me sonreía, y yo tenía que hacer algo. Me impactó y quedó grabada en mi retina aquella imagen, que me hizo sentir como si yo fuera la única per-

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sona que habitaba el planeta. Aquella atractiva chica iba a ser mi nueva compañera de trabajo.

Cada día que pasaba, y según iba conociéndola, más me ena-moraba. Era fascinante porque, al contrario de lo que estaba acostumbrado, deseaba que llegara la hora de ir a trabajar para estar con ella. Los fi nes de semana se me hacían eternos, por lo que tenía que dar un paso más. Debía conseguir que me diera la oportunidad de conocernos fuera del trabajo. Cualquier excusa era buena para hacerlo y planifi caba encuentros fortuitos. Si mi sueño entonces era conseguirla, pronto se convirtió en un deseo ardiente… Sin ella me era imposible concebir mi existencia.

Me esforcé al máximo e hice grandes cambios en mi vida. Confi eso que no fue nada fácil. No tenía ninguna garantía sobre mi pretendido éxito, pero tampoco ninguna duda de que iba a conseguirlo. Aunque Ana ya “salía” con un chico que no se iba a rendir, yo contaba con la ventaja de trabajar con ella… ¡y la aproveché!

Tenía que convencerla de que yo era la mejor opción, por lo que me obligué a resaltar todas mis virtudes, a sacar la mejor versión de mí mismo, al tiempo que debía hacerla ver que lo que ella sentía hacia mi rival no era más que pena. Fue largo el asedio diario al que ambos sometimos a Ana. Aunque no me gustaba, como es lógico, lo permitía por entender cómo podría sentirse el muchacho. Realmente sentía pena por él, pero pasado el tiempo, y para cerrar el capítulo, no tuve más remedio que recurrir a mé-todos menos ortodoxos, pero que consideré complementarios a mi actitud de cambio y mejora.

Un día comprobé que el despecho y el dolor que sentía mi rival no eran tales, sino que su comportamiento obedecía más bien a otras razones. Acabábamos de salir del cine y estaba haciendo la maniobra para salir del aparcamiento cuando, de entre aquella marea de gente, emergió él, que sin dejar de mirarnos con tono retador pasaba con una chica a la que llevaba abrazada. Era mi

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oportunidad. Sin pensarlo dos veces me fui hacia él y tomándole por la solapa le advertí que a partir de ese día no iba a tolerar que volviera a dirigirse a Ana, dando así solución defi nitiva a lo que ya entonces se había convertido en verdadero acoso. Fue un gran avance, pues nunca más volvió a molestarla.

Su inocencia, su amor y su sonrisa me volvían loco. Con la serenidad que otorga el paso de los años, hoy resalta aún más en ella ese atractivo, que además, como es genuino y no artifi cial-mente adquirido, atrae a cuantos la conocen y que a mí me tiene cada día más enamorado. Para llegar a aceptar su entrega a los demás confi eso que necesité años. Los mismos que me hicieron comprender dónde se encuentra la verdadera felicidad. ¿Cómo no ser feliz estando ante una mujer que supo alentar mi carácter solidario con su corazón? Déjame contarte por qué te digo esto.

Siendo niña, Ana comenzó a hacer visitas periódicas al Hos-pital de Pedrosa en Cantabria, por sugerencia de las monjas del colegio al que iba. En ese hospital se acogía a niños y niñas con graves enfermedades hereditarias, y que además carecían de re-cursos económicos. Con el tiempo se fue despertando en la que sería mi mujer una conexión profunda con el dolor ajeno. ¿Cómo era posible que aquellos niños carcomidos por la enfermedad ter-minaran encontrándose en la casi completa soledad? ¿De dónde nacía la indiferencia de las personas ante semejante dolor? Estas preguntas no fueron hechas de manera refl exiva en su momento; Ana era apenas una niña, y a esa edad esas preguntas se quedan en el inconsciente. Solo el pasar del tiempo las provee de forma para poder terminar dándoles palabras. No era la mente la que la invitaba a acudir a aquel lugar, sino el dolor nacido de un corazón que comenzaba a gestarse.

Hoy, muchos años después, descubrimos que en cierto modo las visitas al hospital se sustentaban en un sano egoísmo que la hacía sentir bien. Sabía que de un modo u otro su presencia ayu-

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daba a los niños a sentirse acompañados, y saberlo la llenaba de una creciente alegría. Sin darse apenas cuenta, sus motivaciones se vertían en las dos partes: por un lado ellos ganaban, por el otro, Ana también.

Parece ser que eso terminó por darle sentido a la manera de ser que siempre la ha caracterizado. Desde entonces a Ana siempre le ha resultado fácil sentir empatía con el dolor ajeno, sentir auténti-ca preocupación por la historia de la historia que queda escondida a los ojos de todos.

Sin darme cuenta eso terminaría calando en mí también.

Gracias a ese despertar interno puedo entender por qué aque-lla Navidad de unos cuantos años atrás aprendimos una de las lecciones más valiosas y en la cual sustentamos lo que sería nues-tro modo de actuar en las relaciones humanas, tanto dentro del mundo empresarial como en el social.

Al fi nalizar la jornada de trabajo recogí a Ana en la notaría para acompañarla a casa. Fue entonces cuando lo vimos: en mu-chas ocasiones acampaban allí nómadas sin techo, pero aquel día simplemente nos dimos cuenta de su existencia. A apenas unos metros de nosotros se encontraba un carro al que habían añadido plásticos a modo de techo para dar cobijo a dos o tres familias. Los niños correteaban en harapos, ajenos a la lluvia, entre el ba-rro y la basura, mientras nosotros disfrutábamos de la calefacción del coche. Nos quedamos en silencio intentando comprender la desigualdad que podía poner profundas fronteras entre las per-sonas por el mero hecho de haber nacido bajo distintos amparos.

La pregunta que surgió de nuestro interior fue: ¿Qué puedo hacer ante semejante situación?

La juventud y la ignorancia están cargadas de un gran roman-ticismo. En nuestra inocencia no supimos comprender sus au-ténticas necesidades, y creyéndonos ponernos en sus zapatos, en realidad seguimos en los nuestros y quisimos agasajarlos con lo

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que se suponía que uno recibe en Navidad. Así que con toda la ilusión del mundo llevamos a aquellos niños cantidades ingentes de juguetes. ¡Cuánta inocencia! En vez de jugar con ellos, los uti-lizaron para darse calor con una gran hoguera.

Algo se quebró en nuestro interior. ¡Cuán distintas pueden ser las necesidades de los seres humanos!, que encontrándose a poca distancia unos de otros en el espacio, en el fondo los separa un abismo insondable.

En ese momento tomamos la decisión de aferrarnos a escu-char a las personas mirándolas a los ojos, prestando atención a sus auténticos anhelos, al tiempo que dejábamos de lado nuestras suposiciones de lo que pudiéramos considerar sus necesidades. A raíz de aquella toma de consciencia pudimos comprender por completo la pregunta que mucho tiempo después nos haría nues-tro entrañable amigo Luis Costa: Realmente, ¿qué es lo que desea tu corazón? Una pregunta que no dejamos de utilizar cada vez que conocemos a alguien. Cuando esas personas se abren llenos de confi anza y nos muestran sus auténticas motivaciones, en ese mo-mento sus sueños sirven de combustible para llevar a cabo los nuestros también.

Como persona comenzaba a madurar y prestaba atención al mundo que me rodeaba de manera distinta a como se hace desde la inmadurez. Tener a Ana a mi lado me ayudó a irme moldeando día a día. La vida comenzaba a tener sentido y yo iba encon-trando en ella mi lugar. Mientras Ana permanecía en la notaría, yo empecé a trabajar en Caja Cantabria después de superar unas oposiciones. Teníamos dos buenos empleos, buenos sueldos, dos maravillosos hijos, la casa de nuestros sueños, dos coches, ¿Qué más se puede pedir? ¡Éramos felices! Creíamos que ya todo estaba escrito, que el futuro vendría rodado y que únicamente debíamos interpretar el papel que nos correspondía y para el que sentíamos que estábamos preparados. Efectivamente así fue, pero nadie nos había dicho que el guion también debíamos escribirlo nosotros.

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ARRANCAN NUESTROS SUEÑOS

“El mundo está en las manos de aquellos que tienenel coraje de soñar y correr el riesgo de vivir sus sueños.”

(Paulo Coelho)

Un año nuevo se abría ante nosotros y no podíamos dar crédi-to a lo que estábamos oyendo: ¡Se puede ganar tiempo y dinero!

¿Cómo sería tu vida si tuvieras el control del tiempo y del dinero? era una pregunta que no dejaba de martillearme la cabeza. Acabábamos de estar en Disney (Orlando) y nos prometimos entonces repetir el viaje. Si aquel cubano (Luis Costa) que acabábamos de cono-cer decía la verdad, solo teníamos que ponernos en marcha para conseguirlo.

Aun así, las dudas siempre son razonables. ¿Y si no era verdad? Como siempre que algo bueno se cruzaba en mi camino, lo veía con una etiqueta que decía: Parece tan bueno que no puede ser verdad. ¿No te ha ocurrido a ti alguna vez?

Pero me parecía tan maravillosa esa posibilidad que necesitaba creerlo. Buscaba indicios que me indicaran que, más allá de la ló-gica que yo veía en lo que me habían contado, aquello era cierto. Todo tenía sentido y, además, parecía tremendamente sencillo.

No obstante, algo mucho más grande había ocurrido. No fui-mos conscientes de ello en su momento, pero hoy me atrevo a decir que sí sabemos por qué aconteció.

La posibilidad de obtener tan suculentos tributos no fue en realidad lo que nos motivó a confi ar en aquel “refugiado” (como le gustaba califi carse a sí mismo) que apenas ninguno de los pre-sentes conocíamos. Lo que nos despejó los umbrales hacia la con-fi anza fue su mirada directa y la mágica pregunta: ¿Qué es lo que tu corazón anhela de verdad? Sin saberlo, estábamos conectando con

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las lecciones aprendidas aquella Navidad de tiempo atrás, cuando los niños del campamento hicieron de sus juguetes un modo de calentar sus cuerpos. Un hombre que mostraba auténtica inquie-tud por nuestros sueños no podía defraudarnos jamás. Los años dieron fe de mis sospechas.

Luis dijo que vendría de Madrid expresamente para hablar con nosotros y que regresaría inmediatamente en el tren de la noche, ya que había sufrido un accidente y estaba sin coche. Decidí fi r-mar aquel contrato. ¡Tenía que ser cierto! Si no, ¿qué otro motivo hubiera podido provocar su viaje a Santander? Entonces se me ocurrió ofrecerme a acercarle a la estación, para asegurarme de que sucedía tal como decía. Así lo hice y regresé a casa con la certeza de que, al menos en lo relativo a su viaje, había dicho la verdad.

Nunca había experimentado sensaciones tan extrañas como maravillosas a la par como cuando aquella misma noche comen-zamos a oír cintas con testimonios de personas que hablaban de cómo habían logrado tener éxito. Hablaban de sueños, también de obstáculos que tuvieron que superar para hacerlos realidad.

Esa noche, también sin saberlo, Ana y yo comenzamos a des-cubrir una nueva forma de vivir, un estilo de vida y, sobre todo, algo que encajaba de lleno en nuestras creencias y valores: el ser humano es increíblemente poderoso, tanto para el bien como para el mal. Se trataba de un negocio en el que las personas eran el eje central de la actividad y en el que ayudándonos unos a otros podríamos conseguir un éxito increíble.

Y comenzamos a soñar. También a aprender, a crecer y a cam-biar. Algunas veces oí: Te están lavando la cabeza. Sinceramente, me molestaba tal comentario, al igual que otras frases por el estilo, que fueron los obstáculos más difíciles de salvar en aquellos mo-mentos.

Con el tiempo, y una vez superado, tomé conciencia de que no solo era bueno ese lavado de cabeza, dada la suciedad que iba

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acumulando allí, sino que debería ser obligatorio un buen “lava-do” de vez en cuando.

Hoy los distintos medios a nuestro alcance hacen que sea aún más necesaria tal labor: unos por contener información para cuyo uso hace falta criterio ya que nos llega de forma totalmente in-controlada (Internet); y otros porque su control es ejercido por quienes limitan y canalizan esa información, creando cultura afín a los intereses de quienes tienen su dominio y con ello el poder (TV, prensa, radio, etc., —el “sistema”—).

Pero te estaba contando aquellos inicios y cómo me sentía, o mejor dicho, cómo nos sentíamos.

Era tan maravilloso que debíamos comunicárselo rápidamen-te a nuestros amigos, ya que se iban a llevar una alegría. Al día siguiente, allí estaban sentados en el salón de nuestra casa Chus, Luis, M.ª Eugenia, Anabel y Vicente.

Les expliqué apasionadamente lo que había visto en aquella oportunidad. No sabía en absoluto cómo hacerlo, pero sí el resul-tado del negocio: ganar tiempo y dinero. En cinco minutos, y sin pensar que aquello pudiera ocurrir, todo se me puso en contra. Aún tengo grabada esa imagen de nuestros amigos retorciéndose de risa por el salón: … ¡ja ja ja!, ¡ja ja ja!… ¡vas a ser millonario!… ¡ja ja ja!… ¡qué inocente…, todo te lo crees! Me sentí confundido, no entendía su reacción. ¿Cómo podían estar tan ciegos ante tamaña oportunidad?

En ningún momento me acució la sospecha de estar perdién-dome algo que ellos veían, a juzgar por sus risas, con suma clari-dad. Por el contrario, el desconcierto se trasmutó en un arrebato de rabia, sustentada en el dolor de estar sintiendo una falta com-pleta de confi anza en mi convencimiento. No pude evitar una reacción que marcaría para siempre lo que sería el futuro de mi familia y del de miles de personas. Les dije, literalmente, pensan-do que era a ellos a quienes hablaba, cuando en realidad lo hacía para mí mismo para autoafi rmarme: Reíros cuanto queráis, amigos, porque os juro que si esto es verdad yo me haré millonario…

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No hace mucho, en una de tantas veces que nos reunimos, les mostré mi agradecimiento por aquella tarde que tanto me sirvió para continuar adelante. Lo curioso es que ellos ni se acordaban de lo acaecido, mientras que yo lo he llevado grabado emocional-mente hasta hoy.

Lo cierto es que les dije: En muchas ocasiones estuve a punto de tirar la toalla, y si nunca lo hice fue en gran parte por no regresar a vosotros con la cabeza gacha y derrotado. Cada vez que tenía la tentación, me decía a mi mismo: “¿Qué necesidad tengo de aguantar esto, tantos noes, risas, desprecios, ofensas, kilómetros, desvelos, etc., si tenemos nuestra vida resuelta?”. Pero, seguidamente, os veía a vosotros partiéndoos de risa y a mí claudicando y sin poder levantar la cabeza con dignidad el resto de mi vida.

Este acto de orgullo me servía de excusa para seguir adelan-te, cuando en realidad en mi fuero interno se incubaba algo que terminaría por medrar en los ágapes del éxito. Admito que de no haber tenido cerca a aquellas personas, es posible que ese aliento, en momentos muy puntuales, no hubiese sido sufi ciente.

Te confi eso que yo era una persona tímida e introvertida. Día tras día iba descubriendo el yo distinto que llevaba dentro y que había tenido prisionero, sin posibilidad de desarrollarse ni, por supuesto, de manifestarse.

El contacto con Luis era permanente. Necesitaba oírle decir que yo también llevaba ese gigante dormido que había que des-pertar. Aquel hombre irradiaba entusiasmo y seguridad, hablaba de grandes sueños a voz en grito y también de la necesidad de tener un deseo ardiente que te mueva para hacerlos realidad. Era apasionado y apasionaba a quienes lo rodeaban; creía en lo que hacía. Y yo me entusiasmé, me apasioné y creí.

Pero siempre he tenido carácter. Quizás mi propia timidez me ayudó a forjarlo condensando dentro de mí fuerzas que co-menzaban a afl orar y que me sorprendían muy a menudo. Me encantaba afrontar retos, faceta que desconocía, y no sabía decir no a nada.

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Ese año fue el que hice mayores y más importantes cambios en toda mi vida en el ámbito personal. Aunque hoy me defi no como amigo del cambio, pues tengo total convicción de que es la única constante que existe y existirá, por mucho que nos empeñe-mos en lograr la estabilidad. Fueron conocimientos muy valiosos que entendimos de verdad cuando años después la vida nos puso a prueba y nos obligó a aprehender lo que entonces recibíamos como teoría.

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EL COMIENZO DEL CAMINO

“Encontraremos un camino y si no lo crearemos.” (Aníbal Barca)

Estábamos creciendo y ya teníamos un pequeño equipo. Luis había anunciado que iba a dar una conferencia abierta para invi-tados en Santander y al mismo tiempo me informó que tenía que presentarle. Me sentía orgulloso por tal razón y preparé concien-zudamente la presentación del orador.

No tenía ni idea de qué decir ni de cómo hacerlo, pues era algo nuevo para mí, pero tuve casi un mes para prepararlo y creo que me quedó genial.

Por fi n llegó el día. Había en la sala unas cuarenta personas, aunque mi percepción es que eran unas cuatrocientas. ¡Muchas!

No podía entender lo que me estaba ocurriendo: ¡con la ilu-sión con la que había estado esperando la llegada de Luis y ahora estaba tremendamente nervioso y no quería que llegara el mo-mento! Tenía mis apuntes, todo perfecto y memorizado. Trataba de detener el tiempo cuando oí a Luis decir: Vamos, hermano, em-pezamos ¡ya!

Aún recuerdo cómo inicié el camino hacia el escenario desde la última fi la en la que me encontraba. Iba lentamente, saludando a quien conocía, y no quería llegar nunca. Fue eterno. Llegué, me di la vuelta y, de repente, al ver tantas caras mirándome y espe-rando a que iniciara la presentación, solo alcancé a balbucear: Me llamo Emilio Montaraz…, trabajo en la Caja de Ahorros… y mi mujer (señalando a Ana), Ana, trabaja en una notaría. Os presento al orador de esta noche: ¡Luis Costa!…

¡Y me fui! Dios mío, ¿qué había hecho? ¡Qué mal! Me había quedado en blanco. ¡Qué vergüenza! Deseaba que la tierra me

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tragase y no ver a nadie nunca más. Estaba desolado y ya no fui capaz de escuchar su discurso, pues durante ese tiempo no dejé de repasar y lamentarme por mi nefasta intervención.

Cuando terminó me acerqué a él y le pedí perdón por tan mala presentación. Le dije que de verdad lo había preparado, pero no entendía lo que me había pasado y que por ello no volvería a po-nerme nunca más frente al público, que yo era bueno para otras cosas, pero no para hablar en público, etc. Él me escuchaba aten-tamente sin decir nada y, súbitamente, fi nalmente me dijo:

—¿Has acabado? —¡Sí! —respondí.—Pues, hermano, ¡has estado fantástico! —Y continuó aten-

diendo a otras personas. Me cogió de sorpresa su respuesta, pues yo sabía que no había

estado bien. Prometí sacarme la espina en la próxima ocasión preparándome a conciencia. Tenía un mes para ello y así lo hice.

Llegó de nuevo la oportunidad. Esta vez estaba mucho más tranquilo porque había confeccionado una preciosa presentación de Luis que ya tenía memorizada. Todo iba a salir perfectamente y deseaba que llegara el momento.

Me acerqué al escenario, llegué al atril, miré hacia el público… ¡qué barbaridad!, el salón estaba lleno a rebosar. No sabía cómo empezar, comencé a sudar, y aunque mi deseo era salir corrien-do y perderme, dije rápidamente: Buenas tardes… Me llamo Emilio Montaraz…, trabajo en la Caja de Ahorros… y mi mujer (señalando de nuevo a Ana), Ana, trabaja en una notaría. Os presento al orador de esta noche: ¡Luis Costa!…

¡Dios mío!… ¿Otra vez me había pasado? Defi nitivamente me fui, después de haber recibido a Luis en el escenario, con la fi rme decisión de no volver a ponerme delante del público jamás. Esta-ba de nuevo más que avergonzado y esta vez ya no tenía excusa.

Pobre Luis, ¿qué habría pensado de mi presentación? ¿Cómo podía haberme salido tan mal? Lo que tenía claro es que aquello

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no era lo mío y así se lo hice saber a Luis, previas y sentidas dis-culpas. De nuevo, después de escucharme, me dijo: Hermano… ¡has estado fantástico!

Yo no me creía lo que estaba oyendo… no me esperaba esa respuesta, pero reaccioné rápidamente y le dije que lo sentía y que no me gustaba que me engañara diciéndome lo que no era, etc., y que existían allí personas mejor preparadas que yo, como Ángel, que lo harían perfectamente.

En un tono más serio, mirándome a los ojos, me dijo: Hermano, tienes un problema que no existe al pensar que debías haber dicho lo que no dijiste. La gente no sabe lo que tú no dijiste, solo lo sabes tú, así que lo que dijiste está bien. Por lo tanto, hermano, te repito que ¡has estado fantástico!

Me dio una fuerte palmada en la espalda y siguió atendiendo a quienes se agolpaban a su alrededor.

No sé cómo te hubieras sentido tú, pero a mí me había roto. En buena lógica esperaba que me dijera: Efectivamente, no has estado a la altura de las circunstancias y has desaprovechado tu oportunidad por segunda vez. A partir de ahora quedarás relegado de estos retos y ocupará tu lugar fulanito de tal…, etc., etc., etc.

Yo estaba acostumbrado a vivir en un mundo en el que esta hubiera sido la reacción correcta. Ese día no solo aprendí una gran lección, sino que también entendí la necesidad y el privile-gio de tener un mentor. También entendí que existen ocasiones en que la lógica no es precisamente lo más acertado, cuando las emociones están presentes.

Libros, cintas, viajes, conferencias, no nos perdíamos nada. Alimentábamos nuestra mente continuamente y pagábamos el precio, al mismo tiempo que disfrutábamos del camino.

Iba y venía dos o tres veces por semana a Madrid, y las distan-cias se hacían cada día más cortas y el mundo más pequeño. Nos marcábamos metas y planifi caba con Luis nuestros objetivos. Aprendimos a soñar y a tener un verdadero deseo ardiente, por lo que aquellos viajes de cinco o seis horas, acompañado de mis

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cintas de casete, se llegaban a hacer cortos. Muchos días salía de Madrid a la una o las dos de la madrugada y llegaba a Santander a las siete o las ocho de la mañana, con el tiempo justo para una ducha y un café antes de ir trabajar.

Lo innegable es que todo se desarrollaba al más puro estilo americano. Como dije, nos manteníamos conectados al sistema en todo momento.

Se trataba de un sistema de apoyo inmejorable que, basado en la experiencia de quienes ya habían recorrido un camino de éxito, se nos ofrecía a los distribuidores a través de sus herramientas. Como alimento no estaba mal: dos cintas a la semana, un libro al mes, un seminario también al mes y cuatro convenciones (de dos días) al año. A esto había que sumar distintas reuniones de dis-tribuidores, así como conferencias abiertas (opens), cuyo objetivo era el apoyo para la incorporación de nuevos candidatos a la red.

Nunca antes había conocido algo parecido, y tampoco hasta el día de hoy he conocido nada que lo iguale: en mi opinión, es el sistema de marketing más perfecto del mundo.

Tuvimos el privilegio de ser pioneros del mismo en nuestro país, creamos una cultura de desarrollo personal y movimiento hacia un futuro esperanzador cuando todo sonaba a crisis y pro-blemas. Hoy cientos de miles de familias pueden aprovechar los frutos de aquella siembra con la que, con muchísima difi cultad e incomprensión, fuimos capaces de aportar nuestro granito de arena.

Muchos fuimos quienes decidimos avanzar hacia la realiza-ción de nuestros más grandes sueños, pero solo unos pocos nos comprometimos con aquella decisión. Había que hacer cuanto fuera necesario y no entendíamos de excusas.

¿Alguna vez te has planteado por qué haces determinadas co-sas? Teníamos dos hijos, hecho que para la mayoría sirve como excusa, pero para nosotros era lo que nos motivaba a crear un mejor futuro para ellos. Teníamos dos buenos trabajos, pero

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aprovechábamos nuestro tiempo libre para luchar por recuperar nuestro control del tiempo.

Era muy simple, había que identifi car lo que realmente eran problemas, y haciéndolo así pronto aprendí a transformar las ex-cusas en razones. Es un ejercicio que, si aún no lo haces, a todo el mundo recomiendo.

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EL GRAN SALTO DEFINITIVOHACIA LA INQUEBRANTABLE DECISIÓN

“Todo lo que puedas hacer o soñar comiénzalo. La audacia contiene en sí misma genio, poder y magia.”

(Goethe)

En la primavera de 1990, un día Luis dijo: En agosto vamos a estar en la Convención de Indianápolis (EE.UU.)… Allí os acercaréis a la realidad que pronto habrá en España.

Por supuesto que no dudé ni un instante que yo iba a estar allí. Solo existía un inconveniente, pues seguía trabajando en la Caja de Ahorros y, habiendo disfrutado de las vacaciones como ya había hecho, lo tenía un poco complicado. No obstante iba a solucionarlo como fuese, pues mi compromiso era fi rme.

Pero pasaba el tiempo y no conseguía dar solución a mi pro-blema. Agosto era uno de los peores meses en la Caja para obte-ner un permiso, así que no me lo concedieron. A escasos días del viaje, y dado que no tenía ninguna otra alternativa, en cumpli-miento de mi palabra y compromiso decido romperme un brazo. Como soy diestro elegí el izquierdo para tal objetivo: me informé de cómo minimizar los daños y me preparé, tanto mental como físicamente. Iba a ir a esa convención, aunque fuera con el brazo escayolado.

En aquellos tiempos no habíamos oído hablar de lo que años después conoceríamos como la ley de la atracción. Sin saber, lo lle-vábamos practicando desde hacía tiempo, y ese día, el día de la escayola, pudimos entender su poder cuando vimos actuar tal ley en mí, pues realmente los astros se unieron. No hubo tragedia. Tampoco brazo roto ni dolor.

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Habíamos quedado Ana y yo en aquel polígono con una en-trañable pareja. Ella era enfermera y se apresuró a decirnos algo muy importante: había ingresado en el hospital donde trabajaba un paciente con el brazo izquierdo roto cuya radiografía podía servirme a mí para conseguir lo que quería. Efectivamente, brazo escayolado pero no roto, conseguí la baja y pude estar en aquella inolvidable convención.

Me rodearon multitud de sentimientos encontrados con aque-lla acción. La ilegalidad de mi acto era lo que sinceramente menos me importaba, pues por diversas razones me consideraba “legiti-mado” para ello. Puede resultarte difícil de entender que te esté hablando de valores que nos llevan por los caminos de la au-tenticidad del ser humano cuando reconozco abiertamente haber hecho trampas.

Para diferenciar en pocas palabras los términos legalidad y legi-timidad se hace necesario un libro completo. Solo mentar en esta ocasión que la legalidad, según mi opinión, te hace seguir las situa-ciones, los acontecimientos o las personas supeditado a un temor a incurrir en faltas, mientras que la legitimidad te hace seguir a esas mismas personas o acontecimientos por una razón sustentada en el convencimiento.

Aquel brazo escayolado legitimaba mi decisión de seguir ade-lante, pues estaba completamente decidido a rompérmelo y a asu-mir todas las consecuencias que este acto llevaba implícitas. En el fondo siempre deseé ir con el brazo roto de verdad. Siempre odié la mentira y me sentía sucio por ello, cosa que con el paso de los años he logrado perdonarme, más concretamente cuando unos cuantos años más tarde confesé a mis hijos que, en realidad, no fui con el brazo roto a aquel viaje.

Estábamos en Indianápolis. ¿Puedes imaginarte treinta y cin-co mil personas vibrando en un estadio cubierto? La algarabía llena de emoción contenida se detiene al hacerse el silencio de

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repente y comenzar a sonar el himno de EE.UU., mientras unos marines desfi lan con la bandera hacia el escenario. No entendía-mos, pero sí sentíamos.

Fueron tres días inolvidables. Los pocos que allí estuvimos regresamos llenos a rebosar. Habíamos puesto muchas expecta-tivas en aquel viaje, pero puedes estar convencido de que fueron de sobra superadas.

Fue entonces cuando España comenzó a crecer de verdad. Ese mismo verano, un mes anterior a la de Indianápolis, habíamos hecho una convención en Toledo a la que asistieron novecientas personas. En diciembre, cuatro meses después, celebramos una nueva convención en Madrid en la que ya éramos más de cuatro mil… Y ocho meses después, en agosto de 1991, somos recono-cidos nuevos diamantes en el Palau Sant Jordi de Barcelona ante 21.500 distribuidores que allí acudieron. Además, en ese mismo acto, fueron presentados también como nuevos diamantes dos pa-rejas frontales nuestras: Ángel y Maite, y Joaquín y Marian. Según nos comentó tiempo después Paul Stevens, teníamos el negocio mejor estructurado de Europa.

Crecimos y avanzamos en nuestro tiempo. En 1990 Ana ya había dejado su trabajo en la notaría. El 2 de enero de 1991 llegó mi turno y también dejé la “seguridad” de mi empleo, ante el estupor de mis compañeros. ¡Qué locura! Poco tiempo después, dos de ellos (Carlos y Enrique) siguieron mi camino, aunque las circunstancias que concurrieron años más tarde los hizo regresar a sus puestos en la Caja de Ahorros, pues el barco en el que nos habíamos enrolado se hundía.

Bajo un concienzudo empeño por nuestra parte en reconocer el valor de las personas, su entrega y su dedicación, y de alimentar los genuinos deseos de todos los que se aventuraron a luchar por ellos, la duplicación de nuestro éxito era inevitable en otros países.

El precio fue alto, nuestros hijos saben perfectamente de lo que estoy hablando. En numerosas ocasiones sentíamos el dolor

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de no estar a su lado, permitiendo así que los abuelos sembra-ran en sus corazones semillas de experiencia. Ese complemento esencial y el tiempo marcaron la impronta que hace la diferencia, donde ahora podemos vernos en el espejo que son de nuestros valores. Valores y actitudes que con tanto empeño siguen defen-diendo, cuando ponemos en sus manos el testigo del trabajo y del esfuerzo.

España se nos quedó pequeña, por lo que comenzamos una expansión internacional. Así, tres años después, teníamos nego-cios en Portugal, Italia, Polonia, Francia, Holanda y Alemania, y también en México y Argentina. Viajaba a tres o cuatro países cada mes y nuestra vida entonces se llenaba de experiencias ma-ravillosas, pero que no tenían ningún sentido para Ana y para mí si no podíamos compartirlas con los demás. Y seguíamos avan-zando, aunque con mayor peso internacional.

Ya nos habíamos califi cado como ejecutivos diamantes, y por su-puesto habíamos aprendido una de las lecciones más importantes que todo pionero debe saber si quiere tener éxito: luchar contra el escepticismo es mejor que hacerlo contra la competencia. Nues-tros ingresos anuales superaban los dos millones de euros.

Nunca olvidamos de dónde procedíamos; continuamos vi-viendo en el mismo barrio, en la misma casa (aunque con alguna mejora), y conviviendo con nuestros maravillosos vecinos. Y tam-bién mantuvimos nuestras amistades, disfrutamos de su compa-ñía durante todos esos años. Quizás esto nos resultó tremenda-mente fácil porque Ana no solamente ha mantenido y cultivado la sujeción a nuestras humanas raíces, sino porque con su ejemplo permanente me ha enseñado a estar siempre conectado con aque-llos valores que nunca deben ser olvidados.

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VALORES

“Solía pensar que los dones de Dios estaban en estanterías unas encima de otras, y cuanto más creciésemos,

más fácil nos resultaría alcanzarlos. Después descubrí que están en estanterías unas debajo de otras,

y cuanto más nos rebajamos, más dones obtenemos.”

(F. B. Meyer)

No es el dinero, ni el estilo de vida que te permite, lo que daña al ser humano, sino la ausencia de valores. Las riquezas y todo el disfrute material pueden llegar a cegar a quienes tienen el privilegio de poseerlos, y, como consecuencia, uno puede quedar impedido para ver la realidad que existe a su alrededor.

Como es lógico, el dinero en sí mismo no es bueno ni malo, y aunque sí que puede modifi car conductas y comprar voluntades, no es más que un instrumento de cambio que cumple perfecta-mente para lo que está diseñado, pero nunca para comprar valo-res. Pudimos comprobar cómo el dinero acentúa lo que uno es, si quien lo posee conserva sus valores. Si eres “bueno”, con mucho podrás hacer muchas cosas buenas, y si eres “malo”, muchas co-sas malas.

Construyendo nuestra vida sobre esas premisas, llegué a en-tender que no solamente tenía el derecho, sino también la obliga-ción, de alimentar mis sueños y ambiciones, que por razones de coherencia y en ejercicio de mi responsabilidad nadie administra-ría y compartiría mejor que yo. ¿O no es así? Si en este sentido no te consideras el mejor para decidir sobre tus bienes, dime: ¿quién mejor podría hacerlo que tú? La pregunta que siempre nos tiene que acompañar y que nos hace responsables ante los demás es: ¿Lo compartirías?

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Como consecuencia de esta refl exión, también me he llegado a preguntar si somos realmente solidarios. Y si así nos conside-ramos, ¿por qué no aprovechamos las oportunidades que se nos presentan para ganar dinero y compartirlo en aras de un mundo mejor? En este punto podrías decirme: Todo esto está muy bien, pero, ¿dónde encuentro yo una oportunidad? Y aquí soy contundente en mi afi rmación: ¡En todo momento y en todo lugar!, pero tienes que querer estar preparado.

Seguramente te preguntarás qué signifi ca querer estar preparado. Signifi ca estar dispuesto a abrazar el cambio, a hacerse amigo del cambio. Signifi ca que aquel mundo para el que “nos había-mos preparado” ya no existe y jamás volverá. Signifi ca aceptar que el mundo está en movimiento, que la estabilidad y el empleo para toda la vida ya no retornarán y que, por supuesto, tampo-co volverán a existir como los hemos conocido. Signifi ca tomar conciencia de que las empresas no necesitan empleados, sino “co-laboradores”.

Nos guste o no, esta es la nueva realidad a la que deberemos adaptarnos todos, tanto empleadores como empleados. En una época estable cada uno ocupa un lugar, un sitio determinado en la sociedad y en el mercado. Pero en una época de cambio quedan “libres” muchos lugares, principalmente por inadapta-ción de quienes los ocupaban, por no aprender, crecer y cam-biar.

Como dice John Naisbitt en su magistral obra Macrotendencias, “¡Dios mío, que tiempos tan fantásticos para vivir!”. Estamos atravesando los mejores momentos porque son tiempos llenos de oportunidades. Todo parte de que entendamos que la única constante que a partir de ahora existirá en el mundo será el cambio.

Al igual que ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, den-tro de unos años comprobaremos cómo las mayores empresas fueron creadas en estos años de crisis. Es tiempo de emprender y, por ello, tiempo de emprendedores.

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En el mismo sentido, creo que una postura conformista es tan insolidaria como la de los que se consideran inconformistas pero se limitan a aportar sus gritos y protestas para que sean otros los que se muevan hacia actitudes de solidaridad, dejando de lado la coyuntura de realizar los cambios en sí mismos que les permitan luchar por conquistar cuanto sea necesario para compartirlo des-pués.

En cualquier caso, si no lograses tus objetivos materiales ha-ciendo todo cuanto esté en tus manos, al menos tu derecho a protestar será legítimo.

Debo decirte que durante aquellos años nunca sentí el dolor del alto precio pagado. Esto era debido a que la recompensa ob-tenida día a día la percibíamos por encima del esfuerzo. Recono-cimientos y premios constantes suponían una verdadera fábrica de endorfi nas que el sistema manejaba hasta el punto de hacernos creer que éramos invencibles y, al mismo tiempo, capaces de ha-cer lo imposible. Lo curioso es que no estábamos muy lejos de la realidad. Eso sí, de la realidad que nosotros estábamos creando.

Los acontecimientos que ocurrieron en 1996, gestados en 1995, pero con un caldo de cultivo formado durante los dos años anteriores, me obligan a realizar una breve parada para explicar-te, de la forma más comprensible posible, algunas cosas que, aun siendo de vital importancia, permanecían ocultas para la mayoría.

Si la información es poder y ayuda a los además a ser libres, este libro es un regalo de fuerza y de libertad para quienes bus-cáis la verdad. Pero también, y sobre todo, un aviso a navegantes, para quienes se hayan embarcado o piensen embarcarse en una aventura de multinivel.

Estoy seguro de que nuestro testimonio te permitirá, si no en-tender, al menos valorar como fundamental el cultivo de princi-pios y valores. Estos son los únicos capaces de sostener el comple-jo entramado de una red de personas. Cuando estos se pierden o se olvidan en benefi cio de otros intereses, el edifi cio se derrumba.

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Lo que estábamos desarrollando era un multinivel, network marketing o distribución a nivel múltiple. Un sistema de distribu-ción hasta entonces totalmente desconocido en nuestro país, que encajó en nuestras mentes y corazones y nos llenó de fuerza y convicción para llegar al punto de conseguir que en España, en solo siete años, se fi rmaran unos quinientos mil contratos, lo que implicaba a casi un millón de personas, pues muchas lo hacían en pareja. Esos contratos los vinculaban con esta llamada industria del multinivel a través de la empresa americana Amway, la cual conseguiría un cómputo general de setecientos mil contratos en nuestro país durante ese periodo.

Se trata de un logro histórico, por lo que merece un estudio un poco más detallado que te permita conocer y entender cómo fue posible un movimiento de semejante magnitud y, sobre todo, cuáles fueron los motivos que ocasionaron el ocaso de algo que, en principio, fue tan maravilloso.

Como puedes comprender, algo de tanta magnitud no podía ser fruto de la casualidad. Entonces, ¿en quién crees que podría des-cansar tanta fuerza o poder?: ¿en la empresa Amway o proveedora?, ¿en el multinivel o forma de distribución?, ¿en el sistema de mar-keting o de apoyo?, ¿en el plan de retribución?, ¿en los productos?

Todo ello es importante, pero existe un elemento que es funda-mental, necesario, y que cada vez con mayor frecuencia es el cau-sante tanto del crecimiento y desarrollo de la estructura como de su rápida y fulminante destrucción: las personas y su interrelación.

Sin embargo, durante casi veinticinco años he comprobado cómo la paulatina pérdida de esos valores genuinos ha ido dando paso a un marketing agresivo y engañoso, en el que todo vale si se gana más.

Hoy asistimos a un deplorable espectáculo, a la antítesis del trabajo de un multinivel, en el que más que líderes se desarrollan expertos en manipulación de personas para formar redes. Cam-

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bian de un multinivel a otro con la excusa de mejores productos, o mejor empresa, o mejor plan de retribución, o más facilidad, etc., y rompen amistades por ofertas que creen mejores.

Lo peor de todo es que quienes así actúan lo hacen convenci-dos de que obran correctamente, sin que para ellos sea un freno el dolor causado a aquellos con quienes han convivido, quizás durante años, y con quien han desarrollado lazos de amistad. Es realmente una conducta perversa y solo entendible por una mu-tación de valores.

¡Qué barbaridad! ¿Tan ciego se puede estar? ¡Son las personas quienes hacen la diferencia! El desarrollo y mantenimiento de sus valores determina el crecimiento. Su pérdida supone el fracaso y caída de la red.

Te estoy hablando de una relación ganar/ganar, en la que al-guien con experiencia te ayuda y te lleva de la mano, ¡pero no a otro multinivel! Eso no es ayudar, a eso se le llama manipular y aprovecharse del trabajo de otros. Se trata de unir a las personas a través de liderazgo, de que los demás te sigan por lo que ven en ti, por tu propia legitimación como guía.

Lo que da fuerza a la red son los valores que comparten las personas, que actúan como cemento entre ellas y desde los cuales se pueden entender conceptos de lealtad, compromiso, humildad, servicio, etc.

Ante todo quiero recordarte que no somos unos “teóricos” del sistema. Hemos sido pioneros y por lo tanto introductores del mis-mo con éxito, no solo en España, sino en numerosos países. He-mos vivido situaciones duras, en tiempos en los que el multinivel era atacado y confundido con “pirámides”. Desde 1992 y hasta 1995 se produjeron continuos ataques de desprestigio a través de los medios hacia nosotros, lo cual provocó una caída permanente tanto en imagen como en facturación.

Se instaló la confusión entre las redes y las deserciones estaban a la orden del día. Y, como a río revuelto ganancia de pescado-

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res, se transformó en un atractivo terreno para oportunistas. La degeneración paulatina de aquellas relaciones entre personas, de-bida a las continuas traiciones y deslealtades, se convirtió en una constante, y aquellos años puros y de inocencia extrema nunca regresaron.

En la convención de agosto de 1991, uno de los hombres de mayor éxito en EE.UU., Kenny Stewart, le dijo a Luis que somos todos muy inocentes. Cuando Luis se ríe, Kenny sentencia: “Y tú el que más”.

Y es verdad, pensábamos que los cinco diamantes nos que-ríamos, que nunca nada nos iba a separar y que siempre nos íbamos a sentir como ese día en que, al menos nosotros, éramos inocentes criaturas que, con nuestros hijos en el escenario, pen-sábamos que nuestro proyecto iba a durar porque todos éramos buenos. El tiempo nos iba a demostrar lo equivocados que es-tábamos.

Amway era la empresa de referencia, fue la pionera y, por tanto, la que se llevó todas las fl echas envenenadas. Era nuestra empresa proveedora, a través de la cual estábamos avanzando y haciendo realidad nuestros sueños. Verdaderamente así fue, pero no era la que creaba y desarrollaba la red, sino simplemente la que nos proporcionaba los productos que comercializábamos.

¿Cómo fuimos capaces de unirnos en red, persona a persona, uno a uno? ¿Cómo se logró tanta fuerza y tamaño sin “jefes”? Existe una gran diferencia entre aquellos tiempos de creación y los que hoy vivimos, de claro pirateo. No podíamos, por tanto, enfocarnos en un “pelotazo” al contactar con algún líder “débil” para que se viniera a nuestra empresa con todo su equipo, pues no existían redes hechas a las que tentar, y esa fue la clave de aquel crecimiento nunca superado.

Hoy proliferan los multiniveles y esa época romántica de cons-trucción ladrillo a ladrillo ha desaparecido, precisamente por la

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oportunidad que el mismo mercado ofrece de contactar y arras-trar a equipos completos. Ello supone, por principio, conculcar aquellos valores que son necesarios para su propia formación, de-sarrollo y seguridad. Se trata de una verdadera paradoja en la que están inmersas la mayoría de las redes de multinivel, no solo en este país, sino en todos los países donde operan.

Hoy ese mundo habla un idioma distinto a aquel en el que yo aprendí a construir. Pero creo que ha llegado el momento de preguntar valientemente por qué, a pesar de todos los adelantos tecnológicos en el área de la comunicación, nadie ha llegado nun-ca a acercarse ni de lejos a tamaña gesta en el desarrollo de redes. Quizás sea por temor a que la respuesta más acertada apunte di-rectamente a nosotros, a las personas.

Te puede resultar difícil de entender, pero el que se trate de una u otra empresa, de uno u otro producto y con mejor o peor plan de compensación, en absoluto tiene que ver con el fracaso de lo que podía llegar a ser una maravillosa estructura de mercado, en la que las relaciones de quienes la integran llevan un peso ma-yor que incluso el económico. Es por lo tanto en la red donde se halla la mayor responsabilidad del éxito o fracaso de las personas que la dan forma, y no en las empresas.

Y quien realmente marca la diferencia entre unas y otras redes es el sistema que cada una utilice para alimentar ese “compartir valores”, que supone el verdadero cemento que une a las personas en red a través de líderes. La principal característica de estos debe ser la del ejercicio coherente de aquello que predican.

Las empresas que no lo tienen desarrollado se encuentran en inferioridad y suelen sucumbir por lo general en dos o tres años, bien por no haberle dado tiempo a la red a desarrollar su propio sistema, bien porque sus equipos han sido engullidos por los de otras compañías especializadas en pirateo y pelotazo; lo cual no debe sorprenderles cuando ellos proceden del mismo método, por el que se abren puertas que nunca pueden ya cerrarse.

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Esta práctica ha llevado el multinivel a una nueva era en la que el paso de las empresas es fugaz, cabalgando de país en país y dejando a miles de crédulas personas frustradas, temerosas y confundidas.

En el caso de Amway, también era el sistema de Yager el ele-mento de mejora, y también de poder. Un sistema de marketing al que Amway respetaba y del que indirectamente se alimentaba a través de un mayor crecimiento de red y facturación.

Muy pronto descubrimos la diferencia entre quienes utilizá-bamos el sistema Yager y quienes no lo hacían. No en vano, el sistema era seguido por cerca de dos millones de distribuidores en todo el mundo. Aunque era totalmente independiente de la em-presa Amway, no hacía falta realizar un gran esfuerzo para intuir un cierto poder e infl uencia del sistema sobre la empresa.

Apoyados en él, resultaba relativamente sencillo lograr una gran expansión. El 7 de enero de 1989, cuando Ana y yo fi rma-mos, Luis Costa ya llevaba tres años trabajando para que todo esto sucediera, pero nada había ocurrido. Aún no había sistema en nuestro país.

Es a partir de entonces cuando se inicia la introducción de este en España desde EE.UU. Recuerdo a Luis traduciendo cin-tas de diamantes americanos a las dos o tres de la madrugada. Paul Stevens había iniciado una siembra que luego continuó con el desembarco de diamantes americanos.

Teníamos verdadera sed de aquellas cintas, nos peleábamos por comprarlas, así como por asistir a aquellos seminarios, que fueron el embrión de los espectaculares eventos que, poco después, for-marían parte de aquel maravilloso, práctico y efi caz sistema. En el año 1992 llegamos a tocar el punto más alto en este país, tanto en expansión de la red como en facturación. Como ya te dije en más de una ocasión, nunca más tales cotas fueron igualadas.

Pero era mucho el ruido y pronto comenzaron los ataques, basados en dos pilares: pirámide y secta. Es impresionante el mal

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que se puede ocasionar y la frustración y dolor causados cuando se lanza una campaña destructora, y que con total indefensión se someta un proyecto a juicio de una sociedad desconocedora de otros datos más que los que aportan quienes difaman.

En cuanto a la estructura, si piramidal o no, la población a la que llega esa campaña está lejos en general de saber diferenciar entre una estructura piramidal y otra multinivel, toda vez que desconoce tanto una como otra. No obstante, la fuerza que tie-nen los medios, sumado al morbo de la población en el sentido de que “quiere creer aquello que es malo”, hace demoledora esa ofensiva.

Si bien es cierto que en aquellos tiempos podría haber una cierta laguna legal en España, la Ley 7/1996 regula esta forma especial de comercio, en su artículo 22, recogiendo seguidamente la prohibición expresa de las estructuras piramidales.

Y en cuanto a los lazos que unen esa estructura, si secta o no, poco puedo decirte, salvo que en aquellos tiempos de des-pertar del individuo y de conocimiento y reconocimiento de sus capacidades, era algo extraño. ¿Cómo pueden reunirse miles de personas y aplaudir a quien ha conseguido determinados logros? Hablar de sueños, de amor, de valores, de principios y, en defi -nitiva, de personas, en el terreno de los negocios, no era normal. ¿Dónde encaja esta gente entonces y dónde podemos hacerles más daño?: secta.

Aprovecho para remarcarte la gran hipocresía social de aque-llos tiempos, así como para dar mi mayor enhorabuena, ante ti, a todos aquellos valientes de entonces y de ahora que, independien-temente de sus logros, se han mantenido y perseveran como pio-neros hacia un mundo en el que el ser humano sea el eje central. ¡Ladran, Sancho, luego cabalgamos!

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LA DIGNIFICACIÓN DE LA RED

“Tú has de ser el cambio que quieras ver en el mundo.” (Gandhi)

Ante aquellos ataques, Amway no respondía. Nos sentíamos indefensos y nos costaba entender su estrategia, pues siendo una compañía tan grande y poderosa, ¿por qué no salía al paso de tantas calumnias? Pronto entendimos que quizás el silencio era la mejor respuesta posible, pues así evitaba enfrentamientos y polé-micas que avivaran más aún un fuego que no cesaba.

Era muy difícil la solución, pero algo había que hacer y no se hacía. Creímos entonces que lo más acertado era pasar nosotros a la acción, lo que provocó el nacimiento de Adedem (Asociación de Empresarios de Multinivel). Había que hacer llegar a la socie-dad una información veraz sobre nuestra existencia.

El objetivo era claro. Debíamos salir al paso de todos aquellos ataques a través de la Asociación. Acordamos entre los cinco que cada año nos turnaríamos en la presidencia de la misma y que, quien ocupara tal cargo, se encargaría de promover las acciones pertinentes para tal fi n.

El primer año se encargó de ella Miguel Aguado, el cual fue sucedido al año siguiente por Joaquín Lucas. Poco o nada se hizo y nada sucedió. Al tercer año (1995) alguien debía coger aquella patata caliente que nadie quería. Recuerdo una discusión con mis predecesores sobre su inoperancia.

Mi pensamiento no estaba en hacer frente a un desconoci-do enemigo que se refugiaba detrás de los medios, pues sería un suicidio, sino en mover cuantos recursos pudiéramos a través de Adedem para llevar a la sociedad información y conocimiento de lo que en realidad era el multinivel. De esa discusión sobre las po-

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sibilidades y el cómo, surgió el reto: “Si me hago cargo os aseguro que este año desde Adedem voy a dignifi car el multinivel”.

Y así me hice cargo de la presidencia.Desde 1993 el sistema vendía una revista (ÉXITO Sin Límite)

editada por Iberonet (empresa gestora y administradora del siste-ma, cuya propiedad era de Luis Costa).

Como director de la revista, y al mismo tiempo creador y quien la dotaba de contenido, estaba una persona que habíamos cono-cido como defensor de nuestra actividad ante los ataques que es-tábamos recibiendo: José Luis Briones. No existía en el mercado ninguna otra publicación que llevara tanta fuerza en el mensaje que deseábamos transmitir a la sociedad.

Miembro del Club de Roma, su pensamiento encajaba a la per-fección con el nuestro. Entre otros, había escrito un libro bajo el título Marketing multinivel, y sus artículos no tenían desperdicio.

Conté con él como asesor en Adedem desde el principio y, juntos, comenzamos a marcarnos objetivos y a planifi car acciones que, durante el año de mi presidencia, nos llevarían hasta el reco-nocimiento social y la consiguiente dignifi cación de nuestra ac-tividad. No perdimos ni un minuto, y sin pensar lo más mínimo en lo que nos esperaba, por la confl uencia de distintos factores y acontecimientos en aquel año, nos pusimos en movimiento.

Entretanto, no concebíamos nuestra actividad sin el sistema. Realmente éramos un producto de él, era lo que habíamos elegido y también era lo que deseábamos ser.

Pero este tenía un contenido y no se distribuía solo, sino que éramos nosotros los que nos encargábamos de alimentarlo, así como de su distribución y venta. A cambio percibíamos un ingre-so en función de la categoría que tuviéramos en Amway y del mo-vimiento de dinero en cintas, libros, seminarios y convenciones que llevaran a cabo nuestros equipos. Un porcentaje del precio de esas cintas y eventos repercutía en los bolsillos de los distribui-dores que habían alcanzado ciertos niveles en la propia Amway,

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mientras que el resto era enviado a las cuentas de los diamantes de nuestra línea ascendente de EE.UU.

Cuando el sistema no era más que un medio para ayudar a decenas de miles de personas a alcanzar sus metas, Ana y yo nos sentíamos legitimados para el cobro de tales prestaciones, pero cuando con el paso del tiempo vimos que se perpetuaba la situa-ción y nadie lograba alcanzar nuestra posición, los sistemas de alarma sobre conservación de valores comenzaron a saltar. Tenía-mos que hacer algo para cambiar esa tendencia.

No nos valía como respuesta lo que muchas veces oímos de boca de nuestros “colegas” diamantes: “Tienen que dar más pla-nes”. Teníamos muchos amigos desesperados, trabajando duro y sin conseguir los mínimos resultados de supervivencia. ¿Cómo podíamos tener la desfachatez de pedirles hacer lo mismo una y otra vez a sabiendas de que no era esa la solución? Defi nitivamen-te teníamos muy claro que aquello era insostenible.

Este sentimiento, unido a los más que elevados ingresos que provenían del sistema, nos llevó a Ana y a mí a iniciar una etapa de desprendimiento a favor de nuestros equipos.

La sana locura desatada entre todos los distribuidores en pos de sus sueños comenzó a pesar en nuestros corazones al sentir la necesidad de cambios que facilitaran sus logros. No se avanzaba, pero la respuesta de los diamantes siempre era la misma: más cintas, más libros, más seminarios y más convenciones…

¡Maravilloso! ¿Cómo podían estar tan alejados de la realidad? ¿Qué podíamos hacer nosotros? Éramos parte del sistema, pero también éramos ejecutivos diamantes y, por tanto, nos considerába-mos responsables de cuanto estaba sucediendo a quienes nos se-guían ciegamente. ¡Teníamos que hacer algo!

Como te puedes imaginar, sin darnos cuenta estrechamos aún más los lazos que nos unían con los distribuidores “de a pie”, al tiempo que se afl ojaban aquellos otros que manteníamos con el resto de diamantes; a excepción de Luis, con quien tuvimos siem-

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pre una conexión especial, por lo que le mantuvimos en todo momento al tanto de nuestro hacer y sentir.

Lo que más nos dolía de la situación era descubrir cómo el sistema, que había sido diseñado para reforzar la propia valía de las personas, en realidad estaba generando un bajón de su autoesti-ma, ya que estas se daban cuenta de que, a pesar de incrementar sus conocimientos día a día, no lograban alcanzar las metas que eran fáciles de conseguir, según solíamos repetir hasta la saciedad.

Por la misma razón, el grado de dependencia de sus líderes era total, así como las constantes muestras de sumisión. El poder de aquellos diamantes en relación con la conducta de sus seguidores tenía pocos límites. Se había convertido en una situación per-versa e insostenible por más tiempo. ¿Qué te hace pensar esta situación a ti, lector?…

El sistema generaba mucho dinero. En distintos porcentajes, cobraban de él distribuidores directos, perlas, esmeraldas y diamantes. Todo correcto al principio, sobre todo mientras se está creciendo, pues el aporte que cada distribuidor realiza al mismo es realmente una inversión en una herramienta para conseguir un fi n.

Para que te hagas una idea de lo que estamos hablando, creo que debo explicarte algo que aún no hice, como es defi nir cada una de las categorías que tenían responsabilidades en relación con las herramientas del sistema. Así que muy brevemente te diré que un distribuidor directo se consideraba aquel que de forma regular lograba la asistencia a seminarios de al menos ciento cincuenta distribuidores de su equipo; un esmeralda, la de mil personas; y un diamante, la de cinco mil personas. Todo esto independientemente de la obligatoriedad de unos mínimos en la compra de otras he-rramientas.

Pero desde 1992 la situación se había transformado, y se man-tuvo en recesión durante los siguientes años. Ningún cambio se hizo entonces por parte del sistema, por lo que para los distribui-dores se convirtió en un coste difícil de mantener.

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Aquellos años de crisis del multinivel no fueron reconocidos como tal por parte de los diamantes. Lo triste es que en 1995 aún no lo habían hecho, y lo peor es que nunca lo reconocieron, a pesar de las señales que, día a día, así lo indicaban.

El movimiento genuino de los productos de Amway generaba unos ingresos aceptables ya en esmeralda, y en la categoría de dia-mante algo más que aceptables, gracias a que existían bonos anua-les que incrementaban considerablemente las comisiones percibi-das por diferenciales. Lógicamente, al contener decenas de cate-gorías para el reparto del rappel, los diferenciales eran mínimos y por ello, en categorías superiores, la retribución más importante provenía de los bonos. Para tener derecho al bono de diamante debías cumplir con determinados requisitos, como por ejemplo tener califi cadas seis líneas en España y recalifi car cada año.

El problema se dio cuando en España, desde su califi cación para el pin, ningún diamante recalifi có para el bono.

Únicamente Ana y yo mantuvimos tal requisito desde que en 1991 llegamos a diamantes. Por la misma razón solamente nosotros fuimos acreedores año tras año de aquel bono, cuyo importe, al menos en nuestro caso, multiplicaba los ingresos de todo el año.

El hecho de ser nosotros los únicos que cobrábamos el bono hacía que nos sintiéramos mal. Amway tenía como tradición hacer un reconocimiento especial aprovechando la entrega del mismo delante de cientos de distribuidores directos. Cuando el primer año comprobamos que éramos los únicos en cobrarlo, le pedimos a Amway que no hiciera ese reconocimiento público, por el bien de los demás. Así lo hizo ese año y los sucesivos tam-bién, lo que contribuyó a que no llegara a ningún distribuidor esta valiosa información.

Por supuesto, el resto de la retribución que los diamantes ob-tenían de Amway era considerablemente inferior a esa cantidad, aunque había que sumar también todo cuanto se obtenía de otros países.

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Es muy fácil deducir por ello la importancia de los ingresos del sistema. Cuando este multiplica por veinte o por cuarenta el im-porte generado por el movimiento genuino de productos Amway, ¿qué lugar ocupa el sistema en importancia de negocio?

Lo que antes suponía una actividad secundaria y como medio de ayuda, ahora se había convertido en un fi n en sí misma, ¡y también en el negocio principal! Todo apuntaba a un inevitable confl icto de intereses. Sin embargo, desde el escenario se hablaba a los distribuidores haciéndoles entender que nuestro estilo de vida provenía del negocio de Amway.

Pero volvamos a Adedem, ¿recuerdas?, a aquel momento en que había hecho la promesa de dignifi cación del multinivel en España. Tenía un año para ello y debía actuar con rapidez, para lo cual contaba con una gran y capacitada ayuda que, desde distinto paradigma por su posición externa a la red, tenía una visión más objetiva de la realidad: José Luis Briones.

Juntos realizamos en primer lugar un cambio interno en la Asociación que facilitó la entrada de nuevos asociados, pues hasta ese momento únicamente admitía categorías de distribuidor di-recto hacia arriba. Esta decisión nos daría más peso para afrontar la agresiva campaña de información que planifi camos y decidi-mos llevar a cabo durante el año 1995.

Como podrás entender, había que apostar fuerte y por ello comenzamos desde lo más alto, contactando con los máximos re-presentantes políticos de distintas comunidades y ayuntamientos para abrirnos camino.

Formamos un gabinete de prensa al frente del cual pusimos a un periodista, con lo que logramos decenas de intervencio-nes en distintos medios, por ejemplo entrevistas y debates en televisión y radio. También conferencias sobre el multinivel en las que teníamos como invitados a las principales autoridades, tanto políticas como culturales, con lo que conseguimos abrir

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las puertas de la universidad (Barcelona, Cantabria, UIMP, etc.).

Todo ello envuelto en ruedas de prensa que, con ocasión de tales eventos, facilitaban la expansión de la noticia. En sentido contrario, los ataques que hasta entonces habían sido un goteo continuo, comenzaron a disminuir hasta desaparecer por comple-to al fi nal de ese mismo año. ¡Misión cumplida!

Al mismo tiempo iniciamos el proceso para lograr que el mul-tinivel tuviera su lugar dentro del marco legislativo de este país, aprovechando las magnífi cas relaciones que José Luis tenía.

Un día, nada más regresar de un viaje agotador a las tantas de la madrugada, creo recordar que de México, a las ocho de la ma-ñana suena el teléfono: Soy José Luis… ¿te he despertado?… Perdona pero no podemos esperar porque hoy es el último día para su presentación y necesito que me digas cuál es el texto que tú pondrías para la nueva ley sobre el multinivel.

Así fue como, sentado en la cama de forma poco ortodoxa y con su ayuda, lo redacté. Esa misma mañana, Francesc Homs, economista y diputado de CiU, presentó formalmente el proyecto de ley sobre el multinivel.

No exentos de quebraderos de cabeza, con todos los retoques y enmiendas pertinentes, logramos por fi n que la Ley de Co-mercio nos tuviera en cuenta. Había sido un paso de gigante y nuestra alegría por tales logros era exultante. De nuevo, ¡misión cumplida!

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PROPUESTAS NO DESEADAS

“Nuestra primera reacción a la mayoría de las proposiciones (que oímos en boca del prójimo) es una evaluación o un juicio,

antes que una comprensión.”

(Carl Rogers)

Objetivos cumplidos hasta ahora, sin embargo la caída cons-tante en la facturación de Amway durante ese año parecía impa-rable. En mis conversaciones con José Luis desempolvamos, para volver a estudiarlo, un proyecto que él había diseñado dos años atrás con el propósito de incentivar y relanzar dicha facturación. Por supuesto, los diamantes lo habíamos rechazado entonces. ¿Al-guien “externo” nos iba a dar lecciones de cómo debíamos hacer las cosas?

Recuerdo perfectamente el día en que, unos años antes, Luis lo citó en un parador para conocerle y que nos contara. En cuanto comenzó a hablar de ayudarnos a crear una red de clientes, porque era lo que necesitábamos para no basarlo tanto en el autoconsumo, Luis le cortó y le dijo que nuestros problemas los resolvíamos nosotros internamente; y nos fuimos a comer una paella, así, sin más.

Tres años después, ya a fi nales de 1995, José Luis me confesó con lágrimas en los ojos cómo le hicimos sentir.

Nuestra prepotencia no tenía límites, hasta el punto de que aquella paella la pagó él, pues se le cargó a su habitación. ¡Dios mío! ¿En qué nos estábamos convirtiendo? Teníamos un cierto sentimiento de orgullo, pero ¿se estaría transformando en sober-bia? Aunque ello no nos exime de responsabilidad, quiero con-fesarte que de esto ni Ana ni yo fuimos conscientes, al igual que, me imagino, el resto de los diamantes.

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Como te iba diciendo, hice un repaso a tal proyecto empolva-do y compruebo que es un compendio de genialidad. Al mismo tiempo, encajaba perfectamente como solución a los problemas de facturación, decreciente e imparable en su descenso, que ve-níamos sufriendo desde hacía ya tres años.

Fue denominado New Net y presentado a la compañía, pues su enfoque estaba dirigido exclusivamente al aumento de factura-ción, al margen del crecimiento de la red, por lo que en concreto se trataba de ayudar a los distribuidores en la captación y mante-nimiento continuo de clientes.

Acababa de encontrar la solución, así que ¿te imaginas cómo me sentía? Amway no solo dio su aprobación al proyecto, sino que mostró su entusiasmo por el mismo. Jean Françoise (director general de Amway de España en aquel tiempo) lo único que pe-día era que obtuviéramos también la aprobación de los diamantes para su implementación.

Se lo presentamos a Luis y este nos dijo que hiciéramos una prueba piloto en nuestros equipos. Ya teníamos luz ver-de, así que nos pusimos en marcha. New Net había nacido como un club de fidelización y ayuda a los distribuidores de Amway.

Hubiera bastado simplemente un mínimo de sensibilidad e interés en los diamantes hacia las necesidades reales de sus equi-pos para entender la magnitud del cambio positivo que en su economía podía producir el desarrollo de aquel proyecto.

Aunque el cielo permanecía totalmente cubierto desde hacía mucho tiempo, el hecho de que navegaran por encima de las nu-bes impedía que los diamantes, que tenían en sus manos el destino de decenas de miles de familias, pudieran ver las sombras en las que vivía la mayoría. Vivían demasiado lejos, demasiado alto, y no estaban dispuestos a hacer nada, excepto a seguir abriendo mer-cado internacional, huyendo así de una realidad que era necesario cambiar en España.

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Aún éramos Ana y yo sufi cientemente inocentes como para no ver dónde nos estábamos metiendo. Las lecciones de la experien-cia son caras, por eso lo que ella enseña nunca se olvida.

Cuando lo que sucede no es acorde con tu pensamiento, cuan-do la coherencia en lo que ves falla sin argumento que lo expli-que, cuando nadie te da respuestas… comienzas a hacerte a ti mismo las preguntas, ¡muchas preguntas! Pero las respuestas no son inmediatas, sino que llegan desde lo más profundo del cora-zón con el paso del tiempo, o cuando la vida te pone a prueba.

Me resulta difícil expresarte la complejidad de aquellos mo-mentos. ¿Cómo explicarte los sentimientos y emociones que nos estallaban continuamente? ¿Cómo explicarte la terrible y perma-nente batalla que todo ello supuso en nuestras vidas? Llegó un momento en el que Ana y yo tuvimos que olvidarnos por com-pleto de nuestros propios intereses para velar por los del resto.

Es una característica intrínseca a todo multinivel el que la principal fuente de facturación se base en el autoconsumo, es de-cir, en el consumo de los propios distribuidores. No gusta la ven-ta y, además, tanto la estrategia de la empresa como su capacidad de gestión no están preparadas para ello.

El proyecto New Net (como asociación de servicio y apoyo a las ventas) colisionaba directamente con aquel fundamento de au-toconsumo, pues favorecía el crecimiento de una red de clientes que pudieran hacer el pedido a Amway directamente.

La idea era que los productos fueran facturados, servidos y cobrados directamente por la propia compañía, y más tarde esta pagaría las comisiones correspondientes a la red, cerrando el ciclo de ese modo.

Hasta entonces era inviable el desarrollo de una red de clien-tes, salvo en un entorno muy cercano al distribuidor, puesto que el propio distribuidor debía realizar la compra del producto (ade-lanto de dinero y stock), entregárselo al cliente (¿podrías tener un cliente a doscientos kilómetros de distancia?) y cobrarle.

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Con el nuevo proyecto, a través de una revista llamada Hori-zontes confeccionada por New Net y editada por Punto Crucial, mensualmente se haría llegar un ejemplar de esta revista al do-micilio de los clientes que designara cada distribuidor. Con un contenido atractivo, Amway incluía una promoción distinta cada mes para favorecer al cliente. Campañas de marketing continuas cerraban el proceso. El éxito prácticamente estaba garantizado.

Estábamos dándolo todo y ya comenzábamos a recoger los fru-tos. Sin embargo, algo se estaba cocinando a nuestro alrededor.

Nuestra labor se enfocaba absolutamente en conseguir un fu-turo digno para todos, por lo que no teníamos tiempo de mirar lo que estaba ocurriendo a nuestras espaldas, y además tampoco lo creíamos necesario. Por el camino iban quedando muchas pre-guntas sin respuesta, de las que no nos volvimos a preocupar para permanecer centrados en nuestro objetivo.

Si hubiéramos tenido un mínimo de precaución, quizás hubié-ramos visto la cantidad de fl echas envenenadas que se dirigían hacia nosotros, aunque te aseguro que ello no habría sido moti-vo para que nos hubiésemos desviado del camino elegido. Muy probablemente, y sin necesidad de cambiar de rumbo, hubiera podido, al menos, mitigar el dolor que nos produjeron cuando se clavaron en nuestras espaldas.

Habíamos atentado contra los intereses del sistema, sin darnos cuenta de ello, al posicionarnos en defensa de los intereses de los distribuidores. Cuando tomamos conciencia de ello, las respues-tas a muchas preguntas que nos habíamos hecho comenzaron a llegar con toda claridad.

¿Existía realmente un interés en favorecer la creación de una red de clientes? ¡Ahora lo veíamos claro! Los clientes no com-praban cintas, ni libros. Tampoco asistían a seminarios ni a con-venciones. Si la verdadera fuente de ingresos procede del dinero que genera el sistema, dime ¿cómo permitir poner en riesgo tal negocio?

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¡No! Había que continuar aún con más énfasis en la promo-ción del sistema y sin desenfoques en los distribuidores. Había una premisa estadounidense que decía “a mayor catálogo, menor asistencia a los eventos”. Si nuestra propuesta facilitaba un claro aumento de la facturación, los diamantes, creo yo, temían que la búsqueda de nuevos distribuidores, los cuales sí compraban siste-ma, se parara en seco. ¿Cómo iban a permitirnos ese cambio de enfoque?

Debo recordarte que una mayor facturación, por muy alta que fuera, en muy poco podría afectar positivamente al bolsillo de los diamantes, ya que no tenían derecho a bono. Era obvio que, si aque-llo triunfaba, se corría el riesgo de desenfoque en los distribuido-res al dedicarse a expandir su red de clientes de Amway, y como consecuencia bajaría considerablemente la facturación del sistema.

Y creo que ha llegado el momento de que sepas algo realmente dramático en todo esto. Una cuestión que terminaba por esclavi-zar a todos aquellos que alcanzaban altas categorías en Amway. Había un modo de dejar supeditados a todos ellos bajo los man-datos de los que sustentaban el sistema.

Un distribuidor directo podía ver superados con creces, los ingresos obtenidos por su trabajo normal como distribuidor de productos. Te estoy hablando de que si en su trabajo tradicio-nal ganaba unos mil euros mensuales (en los años noventa), en Amway podía ganar casi lo mismo, pero con el sistema diez mil euros. Un esmeralda podía ingresar dos mil euros más o menos en Amway, pero con el sistema podía superar con creces los quince mil euros.

Lo drástico de esto es que cuando alcanzabas esas cotas eras tentado para dejar tu trabajo tradicional. ¡Dime tú si con estos ingresos no llegarías a dejar tu trabajo! Lo que pasaba es que mientras los ingresos de Amway estaban bien estructurados bajo designios de un acuerdo contractual, los del sistema carecían de contrato escrito alguno.

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Esta circunstancia terminaba esclavizando a los distribuidores directos y a los esmeraldas, que si dejaban de ser buenos chicos quedaban por completo excluidos de los ingresos adicionales del sistema con un simple “te corto el grifo”, como en más de una ocasión alguno pudo escuchar. Sobrevivir de lo que les llegaba de Amway no era tan fácil, por lo que el sometimiento económico al sistema era lo normal.

A petición de todos los distribuidores directos y a través nues-tro se habían realizado unas encuestas que nosotros valoramos mucho, por todo lo que anónimamente se había atrevido a expre-sar cada trabajador. Pero no puedo olvidar el momento en que, mientras leíamos esas encuestas, presenciamos con malestar, Ana y yo, cómo algunos diamantes se tomaban aquellas inquietudes expre-sadas en la sombra con risa de prepotentes. ¡Qué dolor sentimos!

Francamente te invito a que, con criterio, interpretes hasta qué punto lo que pretendíamos amenazaba por completo el statu quo de las cosas. Sin saberlo aún, nos habíamos convertido en los enemigos públicos número uno del sistema.

Pasados los años, en una mirada retrospectiva, Ana y yo pen-samos en aquellos esmeraldas y directos, y aunque surge en nues-tro interior el dolor, también podemos comprender el miedo que los sustentaba. Sus estilos de vida habían quedado atrapados por quienes manejaban el sistema.

Las esperadas llamadas de teléfono de la mayoría de ellos nun-ca llegaron a producirse por el miedo a ser relacionados con no-sotros, lo que haría peligrar sus ingresos (pero nuestros brazos aún siguen abiertos).

Iba tocando a su fi n el año 1995. En ese momento estábamos muy dolidos por una campaña que se estaba realizando contra nosotros y nuestros equipos, orquestada por algunos diamantes y encabezada, según parecía, por Miguel y Pilar Aguado. El enfren-tamiento que estaban provocando era notorio y había que poner

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fi n a lo que Ana y yo veíamos como una absurda y peligrosa situación.

Estábamos en Sevilla atendiendo a nuestros equipos, con una agenda llena a rebosar, cuando recibo una llamada de Luis Costa. Cuatro horas de duración sirvieron para expresarle lo que sentía-mos y las barbaridades y atropellos que se estaban cometiendo con la citada campaña. Estaba próxima la convención de diciem-bre y Luis me prometió, literalmente, que se iba a encargar de poner las cosas en su sitio y de dejar bien claro a todo el mundo quiénes éramos y que lo que hacíamos era en benefi cio de todos, aunque algún diamante no lo entendiera.

Nuevamente la vida te da señales. Una semana después de esta conversación, Luis murió en un accidente de aviación, en su pro-pio avión privado, a la altura de Varsovia.

¡Qué frío en los andenes de Madrid donde llegó el tren con el féretro que portaba el cuerpo de nuestro mentor! (y que nunca pudimos ver, lo que nos hizo concebir falsas esperanzas de que estuviera vivo en algún otro lugar).

¡Qué helador era el ambiente, qué sentimiento de orfandad y soledad en compañía!

El bálsamo llegó en su funeral, de escasa asistencia por deseo expreso de su viuda, cuando a la salida del mismo la asesora de Luis nos comentó, con lágrimas en los ojos, que recientemente le había dicho que solo se fi aba de los Montaraz. Fue lo único que ca-lentó nuestros corazones en una mañana triste de nuestras vidas.

Por supuesto, esa convención se desarrolló por cauces total-mente opuestos a los que Luis tenía previsto.

Miguel tomó las riendas y ante cientos de distribuidores di-rectos, además de la presencia de los máximos representantes de Amway, pidió la defenestración de nuestros equipos.

Ese acto fue revelador, tanto por sus intenciones como por las formas, de su propio espíritu. Aprovechó su intervención para descalifi car uno a uno a los líderes de nuestro equipo. “¡Por Dios!

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¿Qué está haciendo?”, se preguntaban los esmeraldas cuando acu-dieron a nosotros llorando por lo que estaban viendo.

Independientemente de las normas del sistema, que no permi-tían cuestionar al upline, existían también las que dicta el sentido común y el principio de tratar a los demás con todo respeto. Mi-guel se equivocó al considerar a los esmeraldas faltos de la inteli-gencia sufi ciente para comprender la situación.

Y te digo que se equivocó porque para su desacertada alo-cución utilizó una carta que nuestros valientes esmeraldas habían hecho llegar a todos los diamantes, también a nosotros, y de la que no sabíamos nada hasta el momento en que entramos en nuestra habitación del hotel y nos encontramos con la misiva introducida por debajo de la puerta.

¡Qué barbaridad!, habría pensado Miguel, ¿cómo se les podía ocurrir semejante afrenta? Nada más y nada menos nos pedían una ¡reunión con los diamantes!, a ser posible en febrero, para hablar del sistema. ¡Buff! ¿Cómo se atrevían a realizar una propuesta sobre el sistema? ¡Era intolerable!

Posiblemente Miguel debía creer que yo los había animado a hacerlo, pero nosotros la recibimos al mismo tiempo que él y el resto de los diamantes. La diferencia manifi esta era que nosotros aplaudíamos su coraje y defendíamos su libertad; los considera-mos en todo momento nuestros héroes y heroínas.

Creo que te resultará difícil entender la simpleza de todo esto, pero indica claramente el grado de degeneración alcanzado cuan-do distribuidores altamente representativos, como eran aquellos esmeraldas, llegan a tener miedo de escribir una simple y respetuo-sa carta para pedir una reunión con los diamantes.

Aunque los años te facilitan nuevas perspectivas para ver las cosas, hoy aún vemos todo aquello con total perplejidad. Mien-tras escribo sigo buscando razones de peso que justifi quen tama-ños desatinos y aún no las encuentro. Lo cierto es que todo ello toma sentido cuando el destino va sacando sus cartas. Pero esto queda en el futuro y aquello entonces era el presente.

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Viendo el cariz que tomaba el asunto, pedimos protección a Amway. ¡Sí!, así como te lo digo, ¡pedimos protección! Estábamos comprobando el gran poder que tenía el sistema, pues valiéndose de su fuerza y utilizando los recursos de que disponía era capaz de mover a las masas de distribuidores en cualquier dirección has-ta llegar a provocar enfrentamientos entre amigos o desestructu-rar familias, si fuera necesario.

Si bien ni mucho menos se trataba de una secta, determinados y extremos comportamientos sembraban en ocasiones la duda porque asistíamos a episodios en que la razón no tenía cabida. Lo que por entonces no podíamos ni imaginar era la necesidad de habernos hecho una simple pregunta: ¿Podría Amway garantizar-nos tal protección? No teníamos ninguna duda de que sí. ¿Qué razones existían entonces para dudarlo?

Entretanto, mientras se iba fraguando nuestro destino, algo aún más importante estaba sucediendo, algo que tenía crucial in-cidencia en el futuro de miles de personas.

Durante esos años habíamos sido testigos de una desbandada a la conquista del mercado internacional. Muchos distribuidores, que veían que en España se les hacía prácticamente imposible avanzar, optaron por dar el salto a Portugal, en primer lugar, en busca de fortuna. Algunos fi jaron allí su residencia, aunque la mayoría iba y venía como si de otra provincia española más se tratara. Al fi n y al cabo no estaba tan lejos y fue una apuesta en cierta medida razonable.

Y como siempre luce más verde la hierba al otro lado de la orilla, después de Portugal llegó Italia, seguida de otros países. Cuando atravesamos el charco para desembarcar en México y más tarde en Argentina, la locura se había instalado defi nitivamente entre los equipos de distribuidores. Las consecuencias no tardarían en llegar.

Y en este punto me gustaría hacer un paréntesis para remar-car el mayor error que una persona puede cometer cuando está

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envuelta en un negocio multinivel: el cambio a otra línea de aus-picio, o a otra empresa de redes. Especialmente dañino es esto último, el cambio a otra empresa, que “suele ser como la anterior, pero mejor”.

El simple hecho de dar este paso te abre una puerta imposible de volver a cerrar, y pronto, por la misma razón, verás que otros hacen lo mismo en tu propio equipo, sin la más mínima posibili-dad de hacer nada a causa de la autoridad o legitimación perdidas.

El caso más grave se da cuando tratas de “arrastrar” a todo “tu” equipo y, si es posible, a otros equipos más hacia la otra ori-lla. Ahora podrás entender que si así actúas, quedas invalidado de por vida para el genuino desarrollo de redes, cuyo principal valor de unión es la confi anza. Cuando llegue el momento, ¡que llega-rá!, ellos partirán hacia otras orillas, pues tú los has legitimado.

Por desgracia, como en alguna otra ocasión he dicho, son nu-merosas las personas que hoy actúan de esa forma, desentendién-dose de valores éticos sin los cuales es imposible tejer una red, al tiempo que desprestigian con su actuación un sector por el que muchos han dado lo mejor de sus vidas. En el mundo de las redes de personas nunca hay que olvidar que la palabra LIDERAZGO se escribe siempre con mayúsculas, porque los líderes que las te-jen necesariamente están llenos de valores.

Hoy existen numerosos multiniveles en este país. Como ya te dije en otro momento, el boom de cada uno de ellos por lo general dura dos o tres años, después de los cuales prácticamente desapa-recen. En el mejor de los casos quedan unos pocos distribuidores que disfrutan de la renta de aquello que generaron miles de ellos, frustrados y atraídos por una ilusión que nunca pudo llegar a la calidad de sueño.

Suelen tener buenos productos, con buenos planes de retri-bución y con prestigio adquirido en otros países. Sin embargo el caldo de cultivo existente en España, dada la cultura de saqueo y pelotazo que se ha instaurado, hace poco o nada recomendable

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tal negocio a las personas que seriamente deseen aprovechar una oportunidad sobre la que construir un futuro. ¡Es tan fácil desba-ratar aquello que no está construido sobre valores!

Pero la cosecha de hoy es fruto de la siembra de tiempo atrás. Ana y yo teníamos muy clara nuestra postura en relación con la apertura de otros mercados y recomendábamos a nuestros equi-pos que se quedaran en casa hasta que hubieran construido un negocio sólido y rentable en España.

Es importante en este sentido saber que la red se duplicaba en otros lugares manteniendo la misma estructura, por lo que era muy interesante para quienes ocupábamos altos cargos en nues-tro país. Es un momento en el que entran en confl icto tus intere-ses con los de los demás. Es también el instante en que se ponen en juego algunos de esos valores.

Empleos y distintos trabajos, aparentemente sólidos, fueron abandonados por numerosos distribuidores, que veían su oportu-nidad fuera de nuestro país. Algunos de ellos quedaron atrapados en la indigencia poco tiempo después, sin recursos tan siquiera para regresar a España.

En Argentina, durante esos años, Ana y yo aprovechábamos las convenciones que allí organizábamos para paliar cuanto po-díamos las necesidades de todos los que acudían pidiendo ayuda. Literalmente hacían cola con la esperanza de recibir algo de au-xilio. ¿Cómo se podía haber llegado a tal extremo? Nos llenaba de desesperación ver a muchos de ellos en la más completa de las miserias.

No podremos olvidar a uno de ellos, cuyo nombre prefi ero no mentar, que se marchó con su hija en busca de un sueño y solo encontró pesadillas, orquestadas en el asiento de un viejo coche donde hacían vida. ¿Qué será de ellos ahora? Prefi ero no pensarlo.

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PRUEBA DE FUEGO

“Todos los hombres tienen temores, pero los valientes los olvidan y van adelante,

a veces hasta la muerte, pero siempre hasta la victoria.”

(Lema de la Guardia Real en la Antigua Grecia)

Mientras tanto, aquí, en España, aún estaban por suceder algunas cosas. Hacía ya tiempo que el Ministerio de Hacienda había iniciado una investigación sobre la peculiar forma de retri-bución de las comisiones generadas. Los distribuidores directos eran los responsables de repartir y pagar, a cada distribuidor de su equipo, mensualmente, las comisiones correspondientes, tal y como aparecía en el listado que la compañía les enviaba. Existía una cierta confusión en torno al IVA y Amway nunca se había pronunciado al respecto. El caso es que se hacía el pago por el importe refl ejado para cada uno.

Un sábado recibimos una llamada desde Valencia pidiendo ayuda. Hacienda había enviado cartas a decenas de distribuidores directos de aquella comunidad, con aviso de embargo de sus ca-sas y propiedades, si la semana siguiente no hacían frente al pago de una deuda que en total suponía unos quinientos mil euros. Cada distribuidor respondía por distintas cantidades (entre diez mil y cincuenta mil euros); se sentían abandonados por Amway y por los diamantes, en una situación a todas luces injusta para ellos ya que habían actuado siempre con la total confi anza de que si hubieran tenido que realizar los pagos de otra forma, Amway se lo hubiera dicho.

No lo dudamos ni un minuto. Era sábado y no había tiempo que perder. Aquella gente estaba angustiada, y con razón. En ese momento Luis estaba de viaje, así que, mientras algunos diamantes

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miraban hacia otro lado, Ana y yo les dijimos que buscaran un lo-cal donde juntar a todos los afectados a una hora determinada de esa misma tarde. Por carretera nos era imposible llegar a tiempo y no existía combinación aérea que nos permitiera hacerlo, así que alquilamos un vuelo privado.

Aprovechamos aquel vuelo para invitar a dos parejas a acom-pañarnos, que ocuparon las plazas sobrantes, pues aunque la cau-sa del viaje no era de placer, también suponía una buena ocasión para ejercitar su capacidad de soñar volando en un avión sólo para nosotros. ¿Alguna vez has tenido la oportunidad de hacer algo así?… ¿Qué has sentido?…

Mientras esperábamos al avión, que debía recogernos en San-tander, hicimos una llamada a Amway para pedir también la asis-tencia urgente a aquella reunión de los máximos responsables de la empresa, por la importancia del tema.

Y aterrizamos en Valencia. El nerviosismo de todos ellos era enorme. Sinceramente yo no sabía qué podíamos hacer para ayu-darlos en aquella angustiosa situación, salvo involucrarnos en el tema hasta el límite, ponernos al frente y exigir a Amway que se responsabilizara de tal problema.

Por parte de la empresa estaba presente Fernando Corominas, segundo de a bordo de Amway España en aquellos tiempos. Aún recuerdo todas aquellas miradas puestas en nosotros. Nuestro viaje relámpago les hacía concebir esperanzas de solución, pero ¿te imaginas la escena?… ¿Qué hubieras hecho tú en mi caso?… Yo no había hablado con Ana sobre cómo ayudarlos, así que lo supo al mismo tiempo que todos ellos, cuando mi yo más profun-do tomó la palabra.

Fue todo muy breve, pero claro, conciso y contundente. No sé si sería por el mal momento que pasé ante la decisión que estaba dispuesto a tomar, o porque realmente había poca luz en aquel lugar, pero se me quedó grabada la imagen de estar todo ensom-brecido, en penumbra. Subimos al escenario Ana y yo, y pedimos

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que también lo hiciera Fernando. Entonces me dirigí a todos ellos y les dije:

No os preocupéis…, no es vuestra responsabilidad lo que ha ocurrido, sino de Amway. Pongo todo mi patrimonio por delante como garantía de una solución, venderé mi casa si es necesario para hacer frente a las deudas que os reclaman…

Y volviéndome hacia el representante de Amway, continué: Ahora Amway me tiene a mí enfrente.Quizás te preguntes qué nos impulsó a alquilar un avión para

ir hasta allí y poner en juego todo nuestro patrimonio por algo que no era de nuestra responsabilidad. A lo cual solo puedo de-cirte que, después de lo que llevas leído, la respuesta la habrás descubierto con toda probabilidad entre estas páginas. Se trataba de llevar hasta el límite nuestro compromiso con las personas. Su patrimonio era sagrado para nosotros, porque ellos no eran responsables, por lo cual era algo que había que defender hasta las últimas consecuencias.

No hizo falta decir más. Aquellos distribuidores se acercaban llorando a darnos las gracias y mostraban su asombro por la (de-cían) valentía con la que habíamos resuelto la situación. A partir de esa noche ya podían dormir tranquilos. Sin embargo, a noso-tros, desde ese momento, nos costó más conciliar el sueño. Ha-bíamos puesto a Amway en un verdadero compromiso.

Según nos dijeron, el director tomó un vuelo urgente a Lon-dres, donde tenía fi jada Amway su sede europea. Esa semana que-dó resuelto el problema, ya que la empresa se hizo responsable del pago de aquellas deudas, aunque de una forma un tanto peculiar y de la cual unos meses más tarde comprobaríamos Ana y yo su alcance, con amargura.

Amway se hizo cargo de la deuda, pero hizo fi rmar a cada uno de los afectados un contrato de deuda, la cual sería exigible únicamente en el caso de abandono de la compañía (forzosa o voluntariamente).

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Te aseguro que, aunque hoy lo somos más, ya por entonces éramos una pareja feliz. Basamos nuestra felicidad en la coheren-cia y siempre tratamos de ponernos en los zapatos de los demás, por lo que enseguida nos involucramos en lo que les ocurre a nuestros semejantes, entrando en empatía lo máximo posible has-ta llegar a emocionarnos con ellos. Es algo que, en mayor o me-nor grado, va incorporándose a nuestro yo con el paso de los años al tomar conciencia de que, en realidad, las personas de nuestro entorno son parte de nuestras vidas.

Así de sencillo, por lo que tampoco nos atribuimos ningún mérito por tal motivo, ¡nos cuesta tan poco! El problema es que nunca hemos sabido medir esta actitud, sobre todo Ana, y este es nuestro principal tema permanente de discusión y nunca lle-gamos a un acuerdo. ¿No te das cuenta de que con tu bondad ofendes en muchas ocasiones?, le digo a menudo.

En realidad no éramos conscientes del daño colateral que pro-vocábamos cuando actuábamos de esa forma. Nos importaban las personas que nos rodeaban, era un sentimiento genuino. Las queríamos de verdad y no era cuestión de dejar de demostrarlo por el hecho de que algunos no compartieran los mismos senti-mientos con nosotros y, por ello, no pudieran transmitirlos.

Nuestros equipos nos conocían y todas aquellas cosas que es-taban ocurriendo se comentaban y llegaban a oídos de otros equi-pos. Nos sentíamos respetados, admirados y, por qué no decirlo, también queridos por nuestros compañeros más cercanos.

Mientras el sistema ponía barreras y distancia entre los diamantes y los cientos de miles de personas que un día fi rmaron un contra-to, Ana y yo intentábamos derribarlas constantemente para sen-tirnos más cerca de ellos. En este sentido, un día nos advirtieron de que con nuestra actitud estábamos desprestigiando el pin. Tampoco le dimos especial importancia a esto, pero era una gotita más para el caldo de cultivo que se estaba formando.

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Comienza el año 1996. Nuestro mentor había fallecido. Aca-bábamos de vivir una convención que había sido una verdadera pesadilla, no solo para nosotros, sino para todos los directos, perlas y esmeraldas de nuestro equipo base.

Después de la agresiva intervención de Miguel, aquel primer día intentamos reconducir la convención hacia terrenos, al me-nos, no hostiles. Pedimos ayuda a los diamantes que venían de EE.UU., Carlos Marín y Tim Foley, que nos prometieron una reunión con todos nosotros el domingo, una vez fi nalizada la convención.

Así fue. Tuvimos la reunión. Sentados en la primera fi la todos los diamantes, y Ana y yo hacia la mitad de la sala, entre todos los distribuidores. Pasaba el tiempo y Carlos Marín, que fue quien llevó el peso de la reunión, no solamente no sembró para la paz, sino que recalcó aún más y con sutiles amenazas los principios del sistema que había que acatar.

Cuando faltaban diez minutos para el fi nal, Ana y yo decidi-mos hacernos notar para que Carlos nos diera la palabra. Nos levantamos de nuestros sitios, pero “no nos vio”. De pie y con los brazos en alto intentamos llamar su atención, pero “tampoco nos vio”.

Los distribuidores directos no daban crédito a lo que estaban presenciando, y de repente, azuzando a los diamantes que estaban en primera fi la para salir lo más rápido posible de allí, cerró la reunión.

Ana y yo nos dirigimos al escenario mientras, de forma atro-pellada, se marchaban todos por el pasillo haciendo algún que otro comentario. Yo no podía articular palabra. El grado de ten-sión en el que me encontraba no me lo permitió. Ana, aún con fuerzas, tomó el micrófono para decir unas pocas palabras:

Si a eso lleva el sistema, nosotros (Ana y yo) caminaremos solos (sin el sistema), con la verdad y no con ellos (los diamantes) en la mentira y el engaño.

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Cuando acabó, aquella gente estaba de pie, encima de las sillas, emulando aquella escena en El Club de los Poetas Muertos de “¡Oh capitán, mi capitán!”. Nos quedamos paralizados un momento por tantas emociones vividas y que con aquella manifestación de apoyo llegaron a tocar nuestros sentimientos más profundos. Di-mos las gracias y abandonamos el local en silencio.

Entendíamos perfectamente la separación que había entre Amway y el sistema. En cualquier caso, nos sentíamos seguros precisamente por ser los únicos diamantes que, si fuera necesario, podríamos vivir exclusivamente de lo que generaba el negocio genuino del movimiento de productos Amway.

No obstante recurrimos de nuevo a Amway para recordarles la protección solicitada, más aún cuando, faltando la fi gura de Luis, cualquier cosa podía ocurrir después de lo vivido.

Mensualmente teníamos un día fi jado como sesión de trabajo entre los diamantes y Amway. Hacía ya algún tiempo que, en lugar de una, se celebraban dos sesiones. Una con nosotros en San-tander y otra con el resto de diamantes en Madrid, a lo que muy amablemente la empresa había accedido para evitar tensiones. En enero de 1996 Amway nos pidió que presentáramos el proyecto New Net en ADA (Míchigan), ya que era mejor que lo explicára-mos nosotros de primera mano porque al mismo tiempo podía-mos pedir cuanto necesitáramos para ayudar a que el anhelado aumento de facturación se convirtiera en una realidad en España.

Así lo hicimos y ese mismo mes viajamos a Michigan, al Amway Grand Hotel. Cuando caminábamos por los amplios pa-sillos del hotel hacia el lugar donde iba a tener efecto la reunión, comprobamos que algunas salas, con las puertas abiertas, estaban ocupadas por legendarios y conocidos diamantes americanos. Lo que nos llamó la atención y comenzó a preocuparnos fue que en las mesas tenían la documentación del proyecto New Net y, lo más fuerte de todo ello, que una de aquellas personas era el pro-pio Dexter Yager, el padre del sistema.

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¿Qué sucedía?… ¿Qué podría resultar tan interesante como para provocar tamaña movilización de ilustres personajes? Aun-que aquello nos resultó extraño y sorprendente, pronto nos olvi-damos de ello centrando nuestra atención en la cita prevista con la compañía.

La reunión, a la que acudieron dos altos ejecutivos de Amway, además del asesor espiritual de Rick De Vos (presidente) y la presencia muy valiosa entonces para nosotros de Tim Foley, con traductora incluida, fue de lo más cordial. Explicamos nuestra visión del proyecto, y dio la sensación de que lo entendieron per-fectamente, incluso nos ofrecieron la incorporación de algún que otro producto “gancho” para ayudarnos en nuestra labor. Así lo acordamos, y salimos bastante satisfechos del encuentro.

Pero algo no encajaba. Nosotros explicábamos apasionada-mente todo aquello y el asesor espiritual parecía realmente muy emocionado, hasta el punto que lloraba, literalmente, cada vez que interveníamos. ¿Qué estaba ocurriendo? No le dimos más importancia y regresamos a España con una carga de motivación importante. Pensé que la forma apasionada de expresar mis con-vicciones le había impactado positivamente y no podía reprimir su emoción por ello.

Lanzamos el primer número de la revista Horizontes tal y como la habíamos concebido, pero su vida fue efímera y dio paso, al mes siguiente, a otra bajo el nombre de Tendencias de hoy. La pre-sión ejercida por los diamantes logró que le fuera arrebatada a José Luis Briones su autoría, para ejercer así un mayor control del pro-yecto. Editada por Amway al tiempo que dirigida, coordinada y desarrollada por su propio staff, el atractivo y meditado contenido previsto para sus fi nes desde la experiencia de José Luis corría el riesgo de perder en el tiempo gran parte de su efi cacia.

Pero era algo lo sufi cientemente novedoso y esperanzador como para que su demanda fuera más allá de nuestras previsiones más optimistas. Con una tirada inicial de cien mil ejemplares, al

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haberse sumado el resto de diamantes al proyecto que en su inicio debía ser nuestra prueba piloto, New Net demostraba su acerta-da propuesta de cambio hacia caminos que nos acercaran a los clientes. Si ello servía para avanzar más rápido hacia la salida de aquella crisis que a todos afectaba, dábamos por bien pagada la inversión inicial de varias decenas de miles de euros que Ana y yo habíamos realizado, y de la que nunca pasamos factura.

Y comenzó a pasar algo extraordinario, al tiempo que maravi-lloso. New Net comenzó a abrir camino con éxito rotundo.

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NEW NET PRIMERA PARTE,EL DESENCANTO

“El hombre no está hecho para la derrota.” (E. Hemingway)

Desde 1992 la facturación global de Amway había experimen-tado un descenso vertiginoso y ninguna de las numerosas medi-das tomadas para detener su caída lograba ponerle freno.

Acabábamos de iniciar el proyecto New Net y ya en marzo de 1996 conseguimos un aumento considerable de facturación, que se mantuvo durante los meses siguientes. Desde nuestra ofi cina, en la planta baja de nuestra casa, dábamos un servicio para canali-zar los numerosos pedidos que diariamente recibíamos, los cuales volcábamos en Amway al fi nal del día. Numerosos distribuido-res conseguían objetivos que para ellos habían sido inalcanzables hasta entonces. ¡Por fi n cambió la tendencia!

En abril de ese mismo año celebramos nuestra convención con verdadero júbilo, solo empañado por la separación producida dentro del sistema con el resto de diamantes.

Amway reconoció públicamente en aquel evento el éxito del proyecto y la correspondiente subida en ventas. Estábamos eufó-ricos por ello, lo cual fue expresado en el escenario por algunos oradores que, proyectando hacia el futuro su imaginación, soña-ban con que Amway incluyera también en España productos de grandes marcas, como así ocurría en EE.UU. y, en menor medida y desde hacía ya unos años, en Europa.

La vida es una universidad que necesita el paso del tiempo para enseñarte sus magistrales lecciones, siempre que la vivas in-tensamente. No sé ni los años que tienes ni la intensidad con la que los has vivido, pero estoy seguro de que, al igual que yo, ya

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habrás comprobado que tu experiencia es el patrimonio de mayor valor que puedes llegar a acumular a lo largo de tu vida. Otra cosa es que los demás le den el mismo valor que tiene para ti, lo cual es inusual. Solo el paso del tiempo, unido a una mínima dosis de humildad, permite su apreciación.

Pero ¿cómo puedo expresarte las razones que marcan episo-dios de una vida en los cuales tienen más peso los dictados del corazón que los de la lógica? Soy consciente de que ninguna pala-bra puede sustituir a lo que se siente, ni tampoco a las emociones experimentadas. Máxime cuando además, por no esperadas, se producen con impactos que se graban en el corazón.

Habíamos tomado el control de nuestras vidas en coherencia con nuestras convicciones. Ni por lo más remoto pensábamos que el ser guionistas, directores y protagonistas de aquel cambio nos iba a pasar factura y a provocar también un vuelco en nuestro destino.

¡Qué ironía! Siempre habíamos admirado a aquellos oradores que tenían tremendas historias que contar. A nosotros la vida nos había sonreído y poco teníamos que ofrecer como testimonios; al menos, nada extraordinario que impactara. Incluso llegamos a comentar en algún escenario la ausencia de drama en nuestras vidas.

¡En buena hora! La respuesta no se hizo esperar y pronto co-menzaron a sucederse episodios que, a modo de prueba, nos han permitido confi gurar lo que hoy somos: Emilio y Ana.

No había pasado mucho tiempo de aquella intervención en Valencia en la que todo quedó felizmente resuelto. Precisamente allí teníamos programado un seminario en el que Ana y yo par-ticipábamos como oradores y que estaba organizado por los dis-tribuidores del equipo afectado por la reclamación de Hacienda. Con una asistencia esperada de unas cinco mil personas, el even-to prometía ser un éxito total, dadas las recientes circunstancias superadas en la zona.

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Después de aquellos acontecimientos, nos sentíamos aún más vinculados a aquel equipo. Haber plantado cara a Amway por ellos había sido por una causa justa, pero también, por la misma razón, nuestra relación con la empresa, aunque no lo notáramos, se había tensado bastante.

Cuando llegamos a Valencia, desde Santander, se encontra-ban reunidos los principales responsables de la organización del evento, que eran precisamente aquellos distribuidores directos que habían estado a punto de ser embargados no hacía mucho tiempo. Había algo que no encajaba, pues sus caras refl ejaban preocupación. Cabizbajos y poco habladores, distaban mucho de ser aquellos que conocíamos y que, meses atrás, mostraban abier-tamente sus emociones.

—¿Qué ocurre? —pregunté. —Que estamos pensando sobre la conveniencia o no para no-

sotros de que deis Ana y tú el seminario. Es que, como nos han hecho fi rmar el documento de reconocimiento de deuda y voso-tros os enfrentasteis aquel día a la empresa, tenemos miedo de que eso nos perjudique en nuestra relación con Amway.

Sinceramente no sé expresarte cómo nos sentimos Ana y yo en aquel momento. Era surrealista la escena. En silencio, no dá-bamos crédito a lo que estábamos escuchando. El simple plantea-miento que hacían ya nos producía daño.

Como aún no lo tenían decidido, tratamos de mostrarnos lo más fríos posible y les comentamos que íbamos a tomar un café y en media hora volvíamos, para que lo debatiesen con total liber-tad sin estar nosotros presentes. Estaba seguro de que aquello no iba a pasar de la simple manifestación de un miedo que tenían y que deseaban poner en nuestro conocimiento.

Así que nos fuimos, y cuando regresamos media hora des-pués la decisión ya estaba tomada: ¡Ana y yo, efectivamente, no daríamos el seminario, pues lo consideraban arriesgado para sus intereses!

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Nos quedamos sin palabras. No obstante, nos ofrecimos a buscar otros oradores urgentemente, pues el evento debía co-menzar en cuatro horas… y lo logramos. Una pareja de esmeraldas de nuestro equipo de Zaragoza, Rafa Soria y Carmen Burillo, se desplazaron rápidamente e impartieron un maravilloso seminario en Valencia al que asistimos como espectadores.

Han pasado casi veinte años de aquello y aún vivo aquellas emociones, al recordarlo, como si fuera el presente. Todavía hoy continúo buscando respuesta al por qué en mi corazón. ¿Cómo era posible que por haber salido en su defensa, con el riesgo que ello suponía para Ana y para mí, iniciaran un proceso de alejamiento de nosotros?… ¿No eran conscientes de que ese gesto nos debili-taba enormemente? Además, ¿no se daban cuenta de que con ese gesto nos dejaban bajo los pies de los caballos?

Si bien me creía preparado para soportar todo cuanto la vida me impusiera, aquello llegaba a rozar mis límites. Lo aceptaba, pero no lo llegaba a comprender. El día en que tuvo lugar aque-lla reunión en la que aposté nuestro patrimonio, sabía a lo que me exponía. Sabía que si Amway no respondía tendríamos que hacerlo Ana y yo, y estábamos dispuestos a ello aun siendo cons-cientes de que eran altas las probabilidades de perder todo cuanto teníamos.

Pero aquello era otra cosa y por mucho que lo hubiera imagi-nado, la realidad había ido más allá de lo esperado. Este episodio nos ayudó a crecer, a reafi rmarnos más aún en nuestras actitudes y comportamientos, enraizando una promesa en nuestros cora-zones: nadie sentiría nunca por causa nuestra lo que nosotros sentimos aquel día, en el que el miedo de aquellos a quienes ha-bíamos ayudado les condujo a rechazarnos para aquel seminario. Ese miedo de ellos nos hizo más fuertes. Quizás porque pronto íbamos a necesitar serlo.

Lo curioso es que para aquellas personas aquello no debía te-ner nada de importancia. Estoy seguro de que si hubieran imagi-

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nado cómo nos sentíamos ni tan siquiera hubieran planteado el tema. ¡Era tan surrealista! Nunca les llegamos a decir nada.

Aprendimos de aquella lección, y aunque entonces no enten-diéramos nada, hoy se la agradecemos a la vida. Hace muchos años, en aquellas tertulias semanales, oí a alguien decir algo que me sonó fuerte: Cuando te pelees con alguien no lo mates, ¡despelléjale!… y ¡ponte en su pellejo! Luego, actúa. Desde entonces, cada decisión to-mada en nuestra vida siempre ha sido consensuada con el cómo se sentirán antes de atender al cómo nos sentiremos. No quisiéramos que, por nuestra causa, alguien se sintiera alguna vez tan terriblemente mal como entonces nos sentimos.

Siempre tuve espíritu guerrero, de lo cual me imagino que ya te habrás dado cuenta. Creo que las situaciones extremas ac-túan como forjas en las que se hacen más fuertes los principios y los valores que no sucumben ante las mismas. El sentido de la justicia, día a día, iba ocupando un lugar predominante en mis decisiones, al tiempo que marcaba mi carácter y compor-tamiento.

Un día vi una película, creo recordar que era El primer caballero, sobre el Rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda, de la que me impactaron las palabras con las que iniciaban sus sesiones:

Que Dios nos ayude a decidir lo que es justo…, nos dé voluntad para elegirlo… y fuerza para ejecutarlo…

Desde ese momento siempre ha estado presente ese pensa-miento en las numerosas decisiones que la vida me invitó a tomar, como ejercicio continuo y permanente.

Aquí no puedo dejar de recordar el 12 de octubre de 1995, cuando quedamos con nuestro primer frontal, y también primer diamante, Ángel de la Calle, quien, acompañado de su mujer Maite, nos interrogó sobre New Net, el proyecto que estábamos ponien-do en marcha. Después de muchas explicaciones, y cuando pare-cía que lo entendía, nos hizo la siguiente pregunta, que todavía golpea en mi cabeza:

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Tú estás pagando la revista e invirtiendo en el proyecto y yo me estoy ha-ciendo una casa. ¿Cómo quedo yo?

Dios mío, nos estábamos jugando el futuro de muchas fami-lias ¿y su preocupación era esa? Había crecido en el negocio con nosotros, era de nuestro equipo y sabía perfectamente cuáles eran nuestro estilo y nuestra actitud. Habíamos sido sus mentores, hasta que sus intereses dejaron de coincidir con los de aquellos que siempre habíamos defendido, y entre los que tiempo atrás él también estuvo. Pero estaba claro que en este importante capítulo a ninguno de los grandes podía interesarle seguirnos. Ellos ya lo habían conseguido y su mundo era otro.

Cuando la vida te pone a prueba lo hace normalmente en el momento menos oportuno. No era el momento de ninguno de aquellos diamantes, y tampoco el de Ángel y Maite. No obstante, me consta que el Ángel de ahora no es el que se ausentó de noso-tros en 1996. Ya te diré por qué.

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ACOSO Y DERRIBO

“Tu dolor no es más que la ruptura del cascarón que encierra tu entendimiento.”

(Kahlil Gibran)

El grado de deterioro alcanzado desde el fallecimiento de Luis y la caótica convención de diciembre de 1995 habían supe-rado lo imaginable. Los diamantes liderados por Miguel formaron piña para hacer frente común contra nosotros, incluidos Joaquín y Ángel, que, por el hecho de ser frontales nuestros y haberlos tenido tan cerca, sabían de nuestra honestidad, entrega y lealtad. Esto les hizo buscar otro fl anco por donde cuestionar nuestra actitud, lo cual fue fácil, pues simplemente había que confundir estos valores con cierta “ingenuidad” para hacernos parecer fá-cilmente manipulables. Con lo que has podido conocerme hasta aquí, amigo lector, ¿crees que soy una persona “fácilmente ma-nipulable”?

Su enfoque se dirigió principalmente sobre José Luis Briones. Según ellos, él me estaba utilizando para conseguir no sé qué fi nes. La realidad era otra bien distinta, pues gracias a él pude ad-quirir valiosos conocimientos para afrontar un cambio necesario, que ellos nunca tuvieron la voluntad de razonar. Es mi propósito no juzgar sobre la buena o mala fe de aquellos diamantes, pues solo ellos pueden hacerlo, pero de lo que no tengo la más mínima duda es de que sus comportamientos estaban gobernados por un patrón nada aconsejable: el miedo.

Utilizando todos los medios de los que disponían a través del sistema, la campaña de desprestigio y calumnias a la que nos some-tieron durante 1996 fue demoledora. José Luis Briones ya hacía unos meses que me había advertido:

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—Tienen miedo de que el proyecto triunfe, por lo que ven-drán a por mí para destruir el proyecto. Necesito saber si cuento con tu apoyo y defensa.

—Cuenta conmigo, José Luis, no permitiré que nadie te robe lo que es tuyo ni que destruya un proyecto que ayudará a tantos distribuidores —respondí.

—Entonces también irán a por vosotros, Emilio. No pararán hasta echaros… ¡y pueden hacerlo!

¿Cómo que nos podían echar?… ¿De dónde?… ¿Del sistema? En cualquier caso, nosotros vivíamos perfectamente del negocio genuino de Amway, sin necesidad de los ingresos del sistema. Y ellos, los diamantes, nada tenían que ver con la empresa ya que su principal enfoque se dirigía hacia la venta de sistema. Me podía sentir seguro.

Por supuesto, todo esto nos hacía daño. Fueron tiempos de dolor, pero se volvía contra ellos con creces. Muchos distribuido-res se hacían numerosas preguntas, pero nadie se atrevía a plan-teárselas a sus diamantes; al igual que también eran incontables los que deseaban trabajar con el método que habíamos puesto en marcha a través de New Net y su revista.

Aunque, más allá de la táctica, lo que realmente habíamos lo-grado era un estilo de trabajo que nos diferenciaba del resto, por lo que nuestros equipos sentían orgullo cuando les decían: Se nota que sois del equipo de los Montaraz. Y nosotros también lo sentíamos.

Las posturas estaban claras. Nos centramos en la facturación, que se mantenía creciendo, al tiempo que nuestros equipos alcan-zaban metas para ellos olvidadas desde hacía tres años. ¡Por fi n! Su alegría compensaba con creces todos aquellos agravios, a los que cada día dábamos menos importancia.

A fi nales de junio de 1996 estábamos en casa cuando sonó el teléfono. Era Jean Françoise Huertas, director de Amway:

—Tengo que daros una importante noticia y os lo quiero ade-lantar por fax.

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—¿De qué se trata? —pregunté—. ¡Adelántame algo! En un primer momento pensé que iban a introducir ese pro-

ducto “gancho” que esperábamos desde nuestro viaje a Míchigan, pero su tono no estaba en consonancia.

—Lo siento, pero no es cosa mía lo que va en ese fax. Llevo dos días con ello en mi despacho y ya no puedo esperar más. He hecho todo lo posible para evitarlo, pero me han obligado.

—Pero cuéntame, por favor, ¿a qué te refi eres? —Perdonadme… No puedo decíroslo. Os lo mando ahora

por fax y dentro de dos días lo recibiréis por burofax. Así lo hizo. Bajamos inmediatamente al garaje de nuestra casa,

donde teníamos la ofi cina, y nos pusimos a leer el fax que acababa de enviarnos. Después nos sentamos mirándonos llenos de estu-por. ¡Tenía que ser un error! ¡Nos rescindían el contrato!

¡Dios mío! Pero ¿qué había pasado? Intentamos hablar con Jean Françoise, pero aquella fue la última vez que oímos su voz. Nos habían cortado toda comunicación con él y con otros cargos relevantes de la empresa. Era como una pesadilla. ¡No entendía-mos nada!

No te será difícil creer que aquellos fueron momentos muy duros. Quizás de los más fuertes, emocionalmente hablando, que hemos soportado en nuestras vidas. No solamente era algo no esperado, sino que, al contrario, de esa llamada esperábamos una felicitación por parte de Amway por haber conseguido dar vuelta a aquella tendencia a la baja en facturación.

Fue un verdadero choque. En ese mismo momento, mientras yo me revolvía indignado, Ana cayó en una profunda depresión, ¡aquella adorable sonrisa se la habían quitado!

Las razones por las que nos resolvían el contrato eran sim-plistas al límite: Por el uso sin autorización de la marca Amway. ¿Acaso no veníamos utilizando la marca desde el primer día? ¡Éramos ejecutivos diamantes! Seguía sin entender.

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Desde el primer momento nos pusimos en manos de Alberto Ezquerra, nuestro amigo del alma y el cual siempre hemos tenido cerca, y en esta ocasión también lo estuvo, pero en calidad de abogado. Nos transmitió tranquilidad, pues el motivo de nuestra rescisión parecía fácilmente desmontable. Seguramente se trataba de una mera demostración de poder que, por alguna razón que no entendíamos, Amway necesitaba hacer.

En la carta nos daban un plazo de un mes para responder. Y lo hicimos inmediatamente. A los dos días, Amway recibía nuestra contestación: Decidme qué tengo que hacer y lo haré, qué tengo que cambiar y lo cambiaré, qué tengo que deshacer y lo desharé.

Pero de nuevo volvimos a sorprendernos, por la rapidez y el tono de su respuesta, al comprobar que la decisión ya estaba to-mada. Contestaron reiterándonos que quedaba resuelto el contra-to, sin tener para nada en cuenta nuestra clara petición de “cle-mencia”. Como te imaginarás, estábamos totalmente hundidos.

Sentíamos como si la vida se nos fuera de las manos. Nues-tros sueños, nuestros amigos, nuestra relación con tantas y tan-tas personas que sentíamos que ya formaban parte de nuestra vida… Aquellos viajes, que se tornaban maravillosos por hacerlos en compañía… Sentimientos y emociones extremos compartidos durante tantos años con innumerables personas a las que adorá-bamos… Todo ello pasaba rápidamente por nuestra mente, como en una fugaz despedida que no queríamos aceptar.

Ahora comenzaba a tener sentido aquella preocupación inicial mostrada por Jean Françoise sobre si los diamantes estaban ente-rados del proyecto New Net. Luis lo había aprobado y nos pidió que hiciéramos la prueba piloto en nuestros equipos. Pero él ya no estaba, ya no podía interceder por nosotros.

También cobraba sentido el que en enero de ese mismo año, en Míchigan, numerosos y legendarios diamantes americanos, como el propio Dexter Yager, parecieran interesados en aquel proyecto que, con toda la ilusión, presentábamos a Amway.

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Ahora entendíamos también aquellas lágrimas en Míchigan del “asesor espiritual”. Nos veía tan ilusionados y al mismo tiem-po ¡tan inocentes! Muy probablemente ya sabía que, por muy bue-no que resultara lo que estábamos haciendo, nuestra sentencia ya estaba dictada.

Tenía razón Briones. Aquel comentario sobre su temor ahora tomaba sentido. Entre otras razones, me había enfrentado a los diamantes también por su causa, como le había prometido en aque-lla conversación. Poco pude hacer para evitar que fueran contra él.

De hecho, desde enero no había vuelto a ver a ninguno de ellos y nada sabía de sus escaramuzas para acabar con él, como así ocurrió también. Habían estado haciendo campaña contra José Luis, al tiempo que se corría la voz de que “me estaba comiendo el coco” con proyectos en los que él solo buscaba su posiciona-miento. No sé si buscaría su posicionamiento o no, lo cual con-sidero legítimo si es el caso, pero lo que sí fue totalmente cierto y de total relevancia fue su aportación a un proyecto como New Net, que logró frenar y dar la vuelta a aquella imparable caída de facturación.

Todavía me cuesta creer que los diamantes españoles tuvieran que ver con lo que nos estaba ocurriendo. Aunque, a juzgar por su silencio en aquellos momentos cruciales de nuestra vida, así parece que fue. Porque ¿no sería lógico, aunque hubiéramos esta-do enfrentados por distintas estrategias, el haber salido en nues-tra defensa? ¡Nosotros sí lo hubiéramos hecho por cualquiera de ellos!… y ellos lo saben.

¿O es que en realidad esa decisión no partió de la empresa? Quizás se les fue de la mano y en defensa del sistema Yager, del que realmente vivían y que veían peligrar, pusieron el tema en manos tan poderosas que ni tan siquiera Amway pudo impedir la injusticia de aquella “ejemplar ejecución”.

No lo sé. ¡Pero sí sé cómo hubiéramos actuado Ana y yo si hu-biéramos estado en su lugar!, pues nunca hubiéramos permitido

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que se llegara tan lejos contra ninguno de ellos. Sin embargo, se dedicaron a avivar el fuego que iniciaron.

Hoy, cuando la carga emocional ha perdido gran parte de su fuerza por la lejanía en el tiempo y el humo de la explosión se ha disipado, es más fácil acercarse a la verdad sobre aquello.

Hemos esperado dieciocho años para alejarnos lo sufi ciente como para poder ver de forma más objetiva todo cuanto entonces aconteció, al tiempo que esperábamos una justicia que nunca llegó.

Ante los ojos de decenas de miles de distribuidores, a Emilio y Ana se les había rescindido el contrato. ¡Algo muy malo habían tenido que hacer para semejante castigo! Si durante esos siete años habíamos sido admirados y queridos por ellos, el daño producido por lo que suponía una traición a su confi anza tenía que ser enor-me. ¿Cómo se sentirían aquellos inocentes ante tamaña felonía? ¿Cómo crees que nos sentíamos si además del logro de echarnos consiguieron que nos repudiaran aquellos por los que nos había-mos entregado y por cuyo bienestar habíamos luchado?…

La gente necesitaba razones de peso que soportaran tamaña decisión. Sin ellas, el negocio de Amway en España pudiera haber corrido el riesgo de desaparecer. Es entonces cuando los diamantes se inventaron que “estamos vendiendo otras cosas”, que “esta-mos haciendo otro multinivel”. ¡Dios mío!, pero ¿cómo podían acusarnos de algo así quienes tenían un estilo de vida marcado exclusivamente por el dinero procedente del sistema?

Pero lo que les vendieron aquellos poderosos diamantes a través del propio sistema era lo que todo el mundo necesitaba y quería creer, quizás por mantener una falsa seguridad. Era lo más fácil, lo más simple y lo más creíble. De este modo sus conciencias, las de to-dos, quedaban tranquilas.

Por supuesto, salvo nuestros equipos, que sabían la verdad so-bre nosotros, y algunos valientes líderes, que emancipados de sus diamantes se atrevieron a acercarse a nosotros, decenas de miles de personas fueron apartadas de nuestras vidas a través de mentiras y

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calumnias que, también debo decir, fueron cómodamente aceptadas por ellos sin más… Quizás por el gran peso del interés de cada uno.

Muchos prefi rieron creerlo todo, sin tan siquiera preguntarnos por medio de una simple llamada. ¡Por miedo prefi rieron echar-nos de sus vidas!

Habíamos vivido un verdadero sueño. Queríamos a Amway y a sus gentes, sus empleados. Era verdadero amor el que profe-sábamos por aquella empresa. Hoy, a pesar de aquello, aún sigue ocupando un buen espacio en nuestros corazones. Lo mismo po-demos decir del sistema Yager, que aportó tanto a nuestras vidas y sin el cual aquellos años no hubieran existido. Y, por supues-to, el lugar de honor lo ocupan aquellas personas que trabajaban por hacer realidad sus más grandes sueños. Ellas daban sentido a todo, pero fueron engañadas.

Agravada durante el último año y medio por la inversión de gran parte de nuestros ingresos en la dignifi cación del multinivel, así como en el proyecto New Net, nuestra situación económica nos permitiría vivir solo unos pocos meses. No habíamos sido previsores porque, como todos, pensábamos que aquel negocio era para toda la vida y con carácter hereditario. Ahora debíamos replantearnos y reescribir de nuevo nuestro futuro, pero habían machacado literalmente nuestras emociones y con ello también las ganas de vivir.

Realmente, con qué facilidad se pueden deshacer de ti en un multinivel… En el resto de los países, aunque pedimos la reno-vación, se nos negó. Sin más, de la noche a la mañana, vimos cómo todo el esfuerzo, el trabajo, los desvelos, los viajes… Todo a lo que nos habíamos dedicado intensamente durante una buena parte de nuestra vida, y con lo que habíamos construido ¡tanto!, nos lo habían quitado.

Se esfumó todo, dinero y personas, sin ningún derecho ni nada a cambio. Simplemente, se quedaron con todo en todos los países y ahí terminó aquella maravillosa historia.

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Quedaban momentos duros: comunicar a nuestros equipos en todos los países que Amway nos había echado, lo cual quisimos hacer personalmente.

Viajamos a Polonia, México, Argentina, Italia, Portugal, y les recomendamos con quién y cómo debían seguir trabajando ahora que nosotros no podíamos ayudarlos. Protestas y lloros fueron las respuestas más comunes de aquellas personas cuyo futuro deve-nía repentinamente incierto. Muchos de ellos optaron por aban-donar, y tan solo unos pocos se quedaron; aunque todos ellos mantenían viva la esperanza de que Amway nos restituyera y pu-diéramos regresar. Como puedes comprender, a Ana y a mí nos era muy difícil explicar lo que había ocurrido, pues se escapaba de nuestra racional comprensión.

Y ahora permíteme que te haga una pregunta que, pasado un tiempo, yo también me hice: ¿Hacia dónde se canalizaban los ingresos que nosotros aún seguíamos generando a través de aquellos grandes equipos que habíamos construido, tanto en el ámbito nacional como en el internacio-nal? ¿Alguien salía benefi ciado? De nuevo surgen preguntas, pero a diferencia de entonces las respuestas son hoy más fáciles e inme-diatas.

Siempre hemos presumido de un orgullo extremo por los hijos que tenemos. No es casualidad el que hoy sean personas excep-cionales, pues fueron cultivando su ser constantemente ayudados por las pruebas a las que muy a menudo los sometíamos, a las que se sumaban las de la realidad que vivían con nosotros.

Un año atrás aproximadamente, en los inicios del confl icto, un día mientras comíamos les planteamos la siguiente pregunta:

Si un día tuvierais que elegir entre vivir económicamente como hoy el resto de vuestras vidas a cambio de renunciar a vuestros valores, ¿qué elegiríais?

A lo que ambos sin dudarlo respondieron: ¡Los valores! Como te puedes imaginar, me emociona recordar aquel mo-

mento en el que ni Javier ni Lydia dudaron un instante de su

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respuesta. Lo que no sabíamos ninguno en ese momento era que, un año más tarde, íbamos a pasar por la prueba más dura a la que nos podían someter.

La vida nos ponía a prueba sobre el peso de nuestras creencias y convicciones. Las favorables circunstancias en las que había-mos ido desarrollando nuestros conocimientos y actitudes habían cambiado radicalmente.

De un día a otro, literalmente, habíamos pasado de disfrutar del dulce sabor del éxito a experimentar la amargura de aquella derrota. No estábamos preparados para ello, y más aún cuando ni tan siquiera tuvimos la oportunidad de luchar en una batalla que nunca existió.

Solo queríamos regresar a Amway. Era toda nuestra vida. Allí estaban nuestros amigos, aquellos con los que habíamos compar-tido ¡tantos momentos! Lo que nos habían quitado era mucho más que dinero. Eran momentos, sentimientos y emociones vi-vidos muy intensamente. ¿Cómo podía aquello desvanecerse sin más?

Tardamos un tiempo en aceptarlo, el mismo en que llegamos a pensar que todo aquello debía tener algún sentido que aún desco-nocíamos. El caso es que, a juzgar por el dolor sufrido, el destino debía tenernos preparado algo muy importante.

Alberto había tomado inicialmente el control jurídico del caso, al cual Amway deseaba dar una solución amistosa, por lo que pi-dieron que mientras estuviéramos en conversaciones para llegar a un acuerdo no entabláramos ninguna demanda judicial. Acepta-mos esa vía y, desde ese momento, pusimos mente y corazón en plantearnos nuestro futuro.

Aunque por consejo de Alberto no fuimos proactivos en la divulgación de la noticia, en benefi cio de un posible acuerdo, en menos de un mes nos habían escrito unos dos mil distribuidores que, indignados por lo sucedido, declaraban su intención de cau-sar baja en el contrato con Amway si nosotros así lo disponíamos.

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No es que no existiera Internet, ni PC, ni SMS, ni correo elec-trónico ni nada por el estilo, pero eran prácticamente descono-cidos para la mayoría de la gente; por lo que nos enviaban cartas postales por doquier. Era un verdadero bálsamo saber que, has-ta ese punto, importábamos a tantas personas. En sí mismo ese ofrecimiento tuvo un efecto equilibrante e integrador de nuestros sentimientos y emociones, que habían sido los más dañados. Fue como un salvavidas en medio del océano al que nos agarramos para encontrar un sentido para seguir a fl ote. Permíteme que aproveche este libro para agradecer a cada uno de ellos ese gesto, que fue, literalmente, vital para nosotros.

Habíamos alcanzado las cotas más altas de éxito que jamás hubiéramos imaginado y a las que muy pocas personas les están reservadas. Éramos felices recorriendo juntos ese camino, como pareja. Fueron muchos los momentos compartidos con ¡tantos y tantos amigos! ¡Los sentíamos tan integrados en nuestras vidas! ¿Cómo podríamos seguir viviendo sin todo aquello que nos arre-bataban?

Pero lo más terrible de todo fue soportar el inevitable juicio al que decenas de miles de distribuidores nos sometieron. Era muy doloroso sobrellevar lo que algunos de ellos decían de nosotros. Si de algo podemos presumir Ana y yo es de que, hasta el día de hoy, nunca nos hemos enemistado con nadie, y si algún enemigo tenemos posiblemente será porque algún bien grande le hemos hecho.

¿Cómo explicar todo lo ocurrido cuando la estructura y los elementos que envuelven a toda la red son tan difíciles de en-tender? ¿Cómo hacerlo si enfrente tienes un sistema perfecto que, convenientemente usado, te puede dañar aún más manipulando la información? ¿Cómo hacerlo si, además, es tan poderoso que bloquea mentes y voluntades para recibir cualquier otra informa-ción que no sea, exclusivamente, la que provenga del sistema?

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Ante esa descomunal fuerza, muy poco podíamos hacer. Pen-samos entonces que nuestra vida ya estaba llena y que nada más podíamos pedirle. Nos planteamos seriamente, Ana y yo, aban-donar este mundo. Estuvimos hablando horas y horas sobre tal decisión, pues era la única vía capaz de romper aquel cerco del sistema, si al mismo tiempo dejábamos escrita nuestra verdad con el ruego de que fuera publicada. Llegamos a hablar incluso con Manuel Alfaro, gran amigo y excepcional médico, para pedirle consejo sobre la forma menos cruenta de dar el paso. Por supues-to, nos disuadió de tal locura.

En fi n, como te digo, fueron momentos muy crueles y cual-quier cosa podría haber ocurrido. La cordura reinó, gracias a Dios. Teníamos dos hijos, padres, amigos… ¡numerosos amigos! ¿Cómo pudimos plantearnos cometer tal barbaridad? Solo de pensarlo hoy, se nos ponen a Ana y a mí los pelos de punta.

Aquellas cartas tuvieron mucho peso porque nos hicieron ver que no estábamos solos. Su intención fue más que sufi ciente, por lo que les pedimos que no rescindieran su contrato con Amway y que, al menos ellos, mantuvieran sus derechos ya adquiridos por todo aquello que habían aportado a la misma.

Pero no querían continuar en aquella empresa. Habían visto y vivido sufi ciente como para saber que aquel no era su lugar.

Nos pidieron entonces que creáramos una nueva empresa y nos pusiéramos al frente, que ellos nos seguirían. ¡Eso sí que so-naba a locura! ¿Qué empresa? ¿Cómo la gestionaríamos? ¿Con qué productos? ¡Si no teníamos ni idea! Ni tampoco medios, sis-tema informático, modelo de reparto, personal… ¡nada!

No queríamos hacer nada de eso, y menos de tanta enver-gadura. Pero había muchas personas detrás que querían que lo hiciéramos y con las que sabíamos que podíamos contar para su creación. Así que lo transformé en un reto y rápidamente me puse manos a la obra, pues no había tiempo que perder. ¿Qué otra cosa crees que podía haber hecho?

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NEW NET SEGUNDA PARTE,UNA NUEVA DECEPCIÓN

“Hay tanta cosa para gozar y ¡nuestro pasopor la vidaes tan corto…! que sufrir es una pérdida de tiempo.”

(Facundo Cabral)

Como era lógico, debíamos aprovechar cuanto teníamos para facilitar la creación de esa nueva empresa. Según avanzábamos, me iba dando cuenta de que teníamos mucho más de lo que pen-sábamos. Teníamos lo fundamental y más poderoso: las personas. Además todas estaban labradas perfectamente en su espíritu em-prendedor, con actitudes de esfuerzo y entrega fuera de lo normal.

Era el momento de poner en juego y comprobar el verdadero valor de cuantos conocimientos habíamos obtenido. Era el mo-mento de “aprender” poniendo en práctica cuanto sabíamos.

Fue este un episodio muy importante. Sin saberlo aún, se ini-ciaba entonces en mi mente un concepto de “red” que unía a mu-chas personas por algo más que el dinero. Era algo más profundo y comenzaba a forjarse un equipo que, con el tiempo, aunque más pequeño, resultó inquebrantable.

Si poderosas son las personas cuando se unen para la consecu-ción de un sueño, más lo son si el motivo que las une tiene tintes de “causa”. Electricistas, taxistas, albañiles, administrativos, abo-gados, médicos, ingenieros, funcionarios. Un sinfín de especiali-dades con cuya sinergia se podía alcanzar cualquier meta. Se esta-ba formando el embrión de lo que, años más tarde, iba a marcar una gran diferencia, cuando a muchos les llegaría la tentación en forma de dinero y pondría a prueba sus valores.

Desde nuestro inicio con Amway, teníamos dos empleados: Javier Bolado y Ana Cabezón, que se nos unieron. También con-

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tábamos con el garaje de nuestra casa, que convertido en ofi cina servía de centro de gestión para las operaciones que realizábamos con Amway, el sistema y más recientemente New Net. Podíamos empezar ¡ya! Y así lo hicimos.

Aprovechamos el nombre de New Net de Marketing, al es-tar constituida como empresa de servicios exclusivamente para apoyo a los distribuidores de Amway, como así se refl ejaba en su objeto social. Hubo que cambiar el objeto social urgentemente, para poder operar bajo su nombre con otros proveedores.

Curiosamente, una de las tantas calumnias que se lanzaron era que estábamos vendiendo productos de otras empresas y que estábamos haciendo otro multinivel. Por supuesto que a partir de la resolución de nuestro contrato aprovechamos los contactos que muchos de nosotros teníamos con posibles proveedores para la comercializa-ción urgente de sus productos.

En aquel momento no importaba tanto el tipo de productos, sino la logística y el margen comercial, así como la urgencia en su comercialización. Teníamos que comenzar como fuera y más adelante iríamos dándole forma. Estábamos a principios del mes de julio.

Así fue como diseñamos un modelo un tanto peculiar, por el cual la empresa New Net, integrada por “promotores”, gestio-naba y captaba clientes para una cooperativa de consumidores y usuarios: TuNorte (en un primer momento denominada TUCO), que también fue creada al efecto.

Desde un principio pensamos que lo más práctico era que los productos se almacenasen en Madrid para, desde allí, hacerlos llegar al domicilio de los consumidores. Así lo hicimos, para lo cual encontramos una empresa en San Fernando de Henares que nos ponía el almacén y se encargaba de empaquetar, enviar y cobrar los productos. Llenamos aquel almacén de productos de todo tipo, entre los que destacaban cientos de jamones. Comen-zamos la actividad.

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Y aquí llegamos al punto en el que la realidad comienza a su-perar a la fantasía. No había pasado un mes y saltaron todas las alarmas. La empresa encargada de la logística cobraba todos los pedidos pero no nos pagaba.

Sé que te costará creer que realmente sucediera así como te lo cuento, pero pronto sospechamos que era una estafa y así lo denunciamos, al tiempo que intentamos sacar rápidamente todos los productos de aquel almacén.

A través de Rafa Soria, cuyos suegros tenían una empresa de transportes (Transportes Burillo), alquilamos un camión tráiler que se desplazó desde Zaragoza a la nave con el fi n de transportar aquellos productos a Cantabria, al polígono de Guarnizo, don-de habíamos logrado acondicionar una nave para su recepción. Llegó el camión a Madrid, pero la nave permanecía cerrada con cuatro integrantes de la “mafi a” en su interior.

Aunque te resulte chocante que los califi que así, lo hago por-que efectivamente resultaron ser miembros de una mafi a que operaba en la zona y que realizaba este tipo de estafas. Créeme cuando te digo que si no fuera porque estaba en juego el futuro de cientos de familias, aquello que nos pasaba podría califi carse de comedia.

Habíamos convocado para tal operación a numerosos pro-motores. No sabíamos qué hacer, por lo que llamé a Alberto, que en esos días se encontraba en Argentina, y desde allí nos aconsejó sobre cómo actuar, no sin antes haber intentado dis-tintas estrategias. Una de ellas era la de reventar la puerta del almacén con el camión y entrar a saco. Quedó descartada, pues legalmente perdíamos toda posibilidad de que un juez pudiera entenderlo.

Entre nosotros se encontraba un ex inspector de policía, José Antonio, que se ofreció a mediar con quienes estaban dentro de la nave. Con la puerta entreabierta vieron la placa que les enseñó y nos permitieron entrar a él y a mí.

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La escena, ya dentro, era más propia de una película america-na, en la que los gánsteres con trajes oscuros nos tenían rodeados mientras José Antonio dejaba ver indiscretamente la pistola. No se respiraba buen ambiente y la negociación fue rápida: de allí no salía mercancía si no les pagábamos unos millones a cambio (la mercancía ya la habíamos pagado a los respectivos proveedores). Decidimos presentar una denuncia y el camión regresó vacío a Zaragoza.

Días después, por fi n, llegamos a un acuerdo que nos permitió salvar parte de la mercancía. Cientos de personas se ofrecieron a transportar aquellos productos con sus vehículos. Al día siguien-te, decenas de turismos y furgonetas llegaban a Santander desde Madrid cargados de material, donde también numerosos promo-tores esperaban para descargarlo y colocarlo en baldas dispuestas al efecto.

¡Era increíble! Prácticamente en una noche se hizo el traslado de una nave a otra, a más de cuatrocientos kilómetros de distan-cia, gracias a la colaboración de unos cuantos promotores, entre los que se encontraba mi entrañable amigo, generoso donde los haya, Rafa García Bravo.

Se salvaron miles de unidades de distintos productos; todo lo que aquellos individuos nos permitieron. Pero también se per-dieron otros miles que allí se quedaron. Aquel episodio quedó cerrado mucho tiempo después, cuando la mayor parte de los productos ya se habían perdido o desaparecido, la empresa que contratamos ya no existía y los responsables brillaban por su au-sencia. Perdimos muchos millones de pesetas y al fi nal se corro-boró el dicho de que la justicia, si llega tarde, no es justicia.

Mientras todo esto ocurría, el proyecto de lo que iba a ser New Net iba tomando forma. Decidimos fabricar productos propios, marca New Net. Todos los problemas relacionados con el diseño, etiquetado, registros, fabricación, etc., se iban resolviendo rápi-damente.

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Juan David Diez Suárez, gran amigo del alma, de León, y que siempre está allá donde le necesitamos, se había volcado desde el principio en el desarrollo del sistema informático.

De suma complejidad, abarcaba tanto la gestión de productos o la contabilidad, como el pago de comisiones a la red. Su entrega fue total: vacaciones, “moscosos” y fi nes de semana los pasó con nosotros en Revilla de Camargo. Siempre bien informado, nos ayudó en las difíciles decisiones que, constantemente, nos veía-mos obligados a tomar.

El primer fi n de semana de septiembre de 1996, dos meses y medio después de aquel día en que Jean Françoise nos llamó, en el Palacio de Congresos de Madrid celebramos el primer congreso de New Net. Allí dimos a conocer siete productos propios, a los que sumamos decenas de distintos proveedores.

Pero te preguntarás, ¿cómo pudimos hacerlo en tan poco tiempo? Con el mes de agosto de por medio, en el que todo se detiene, es difícil creerlo. Pero así fue, porque contábamos con la fuerza de cada uno de aquellos héroes, que crearon sinergias en red. Sin embargo, ¡qué fácil fue manipular los hechos para hacer creer a todos que el proyecto que empezábamos entonces era con-secuencia de que nos echaran de Amway dos meses antes!

Era la fuerza de la red, difícil de entender para un profano, pero maravillosamente cierta. El que uno entienda o no, el que lo crea o no, es irrelevante ante la realidad que ello supone. El problema surge cuando juzgamos hechos bajo creencias estable-cidas desde un plano muy cercano a lo que se analiza, y más aún cuando somos parte afectada.

Para tranquilidad de todos, lo qué parecía una tarea imposible, terminó cuajándose en tan solo dos meses.

Te confi eso que solo con el paso del tiempo he podido enten-der muchas de las cosas que sucedieron, pues los años me han permitido observar los hechos desde otros paradigmas que me

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permiten una mayor objetividad. Esta es una de las razones por las que ofrecemos una resistencia natural a la “verdad”, y por ello solemos equivocarnos con mayor frecuencia de la que creemos.

En este sentido, tanto en mis conferencias como en cualquier momento en que encuentro la oportunidad de hacerlo, promuevo insistentemente que en las casas y escuelas enseñen a los niños a manejar los cambios, comenzando por el de paradigmas.

Existiría un mejor entendimiento entre nosotros, porque se-ría más fácil llegar a comprender el porqué de los actos de cada persona si fuéramos capaces de observar desde puntos alejados de nosotros mismos. El mundo sería un lugar mejor para vivir si, cuando tomamos conciencia del dicho “piensa el ladrón que to-dos son de su condición”, tratamos de erradicar ese pensamiento de nuestro comportamiento individual.

¿Por qué te cuento esto? Simplemente para recalcar que ¡cla-ro que fue posible! Además, la falta de ingresos desde junio y el aumento de gastos, más la inversión requerida para la puesta en marcha de la nueva empresa, exigían un comienzo rápido.

Debido a la reciente y dolorosa experiencia que sufrimos con Amway, habíamos decidido Ana y yo compartir la empresa con todos los promotores que así lo deseasen. Si bien la capitalización inicial fue nuestra, poco a poco fuimos dando entrada a nuevos accionistas, bien por ampliaciones de capital bien por venta de acciones nuestras.

Un año después, New Net de Marketing, S. A. desarrollaba su actividad con más de setecientos accionistas y con un capital social por encima de 1.200.000 €.

El propósito era que cada persona se sintiera de verdad parte de la empresa, pues ser accionista otorgaba un valor añadido a la fi gura de promotor, al mismo tiempo que tendría un interés ma-yor por el éxito común. Era muy simple. Independientemente de la labor que los aproximadamente cuatro mil promotores hicieran fomentando la venta. El hecho de que cada uno de los accionistas

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fuera al menos cliente, garantizaba un mínimo de ventas capaz de generar unos ingresos mínimos que a su vez cubrieran los cuan-tiosos gastos que, desde el principio, iba a suponer toda la gestión.

El primer mes, aproximadamente, la mitad de nosotros hici-mos al menos un pedido, el cual recibíamos en nuestro domicilio por mensajería en veinticuatro horas. La incorporación de nuevos cooperativistas era la principal labor de los promotores. La em-presa incorporaba mes tras mes nuevos productos, que llegaron a superar las 1.300 referencias en los tres años siguientes.

Pasado un año inauguramos nueva nave. Diez mil metros cúbicos de almacén y ochocientos metros cuadrados de ofi cina daban cobijo a veintiséis empleados. Los gastos fi jos, a los que ahora sumábamos también una hipoteca, superaban los 30.000 €/mensuales.

Pero algo no esperado estaba sucediendo. El número de pe-didos descendía mes tras mes. Si hacía un año habíamos comen-zado con casi dos mil pedidos, ahora estábamos rondando los doscientos al mes. ¿Qué ocurría? La mayoría de los promotores ni tan siquiera hacían su propio consumo en la cooperativa a la que pertenecían y, lo que aún era peor, los accionistas también seguían ese mismo comportamiento.

Adelantarse a los tiempos conlleva sus riesgos. Por eso, per-míteme recordarte que estoy hablando de hace casi veinte años. Realizar un pedido por catálogo vía telefónica y recibirlo en tu domicilio en veinticuatro horas era muy novedoso en aquellos años, y aunque supusiera una comodidad para el cliente, el hábito de hacer la compra in situ estaba muy enraizado.

El cambio era nuestro aliado como pioneros, pero los hábitos arraigados de los clientes precisaban de mucho más tiempo para su modifi cación. Y no teníamos ese tiempo. Salvar ese proble-ma era algo que estaba en nuestras manos si todos hubiéramos respondido, pero la perseverancia no era uno de los valores más ejercitados, como pudimos comprobar en poco tiempo.

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Según pasaban los meses, lo más doloroso era comprobar cómo muchos de aquellos accionistas mostraban dejadez de sus responsabilidades. Tratábamos de paliar al máximo los daños que todo ello producía. Vendimos (mejor dicho, malvendimos) terrenos, una casa en Madrid, un piso en Santander y todas nues-tras propiedades, excepto la casa donde aún hoy vivimos, aunque al fi nal, y por las mismas razones, la hipotecamos para inyectar 150.000 € más a New Net en un último y punzante intento de sacarla de nuevo a fl ote. Imagínate cuál era la situación cuando en el año 2000 no se lograban superar los treinta pedidos mensuales.

Según voy avanzando en la historia, me imagino que, al igual que yo ahora, estarás pensando: ¡Si estaba claro!, ¿qué otra cosa distinta podía ocurrir?… ¡Parece mentira que no lo vieras, Emilio! Pues no, no lo vi. En aquel momento, en aquel lugar, era todo lo que podía ver, y en coherencia con ello intenté de todo.

Abrimos nuevas líneas de negocio que en aquellos años inicia-ban su auge, como la distribución de telefonía móvil, la venta y mantenimiento de PC, los cursos de informática, la importación y exportación, la creación de un genial y nunca igualado proyecto de ayuda a los comercios como fue el Programa Mercurio (que hoy vuelvo a desempolvar), el comercio justo, etc. ¡Qué difícil era en-tender entonces lo que estaba ocurriendo! ¡Qué fácil es visto hoy! Aún no podía ver que el problema, al igual que la solución, no estaba en la empresa ni en los productos, sino en las personas, yo incluido. Todavía no tenía aprendida esa lección.

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LAS BASES SOBRE LO QUE ES JUSTO

“Si no hay justicia para el pueblo,que no haya paz para el gobierno.”

(Emiliano Zapata)

Sin aún tener conciencia de ello, a falta de mentor había ele-gido como guía aquella frase que ya te comenté anteriormente de la película El primer caballero. Las cosas estaban sucediendo tal y como rezaba en esa leyenda que colgué en una de las paredes de mi despacho. Habíamos iniciado la creación de una empresa sobre pilares equivocados, o al menos insufi cientes si queríamos que se sostuviera y pudiera avanzar.

El precio de aceptar lo que es justo y lo que no a veces es de-masiado caro, como pudimos comprobar. Era este un valor que debía estar presente en mi vida, en mis actos, pero no presidiendo los objetivos de una empresa.

Igual que hoy veo claro el porqué de aquel hundimiento, también soy consciente de la importancia que todo fracaso tiene como parte necesaria del camino cuando el destino te prepara para metas más altas. Como suele ocurrir, uno es consciente del valor de las cosas cuando las pierde. ¿Cuántas veces a lo largo de la vida tomamos conciencia de ello? Cuando has estado enfermo, por ejemplo, ¿cómo has valorado la salud? Y si no puedes pagar la hipoteca de tu casa, ¿cómo valoras entonces el dinero?

Realmente deberíamos hacer el ejercicio continuo de sentir su pérdida para valorar justamente todo lo que nos rodea. Si así lo hiciéramos tendríamos menos enfermedades, ya que nos cui-daríamos más por temor a perder la salud. También tendríamos más dinero por temor a perder la casa, y así aprovecharíamos las oportunidades que la vida nos brinda continuamente.

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No eran los productos, ni los servicios, ni lo justo o injusto del sistema de compensación, ni la empresa. ¡No! Sin embargo, estábamos obsesionados en lograr un cambio real en la tendencia modifi cando todos esos parámetros constantemente, sin pensar que el problema podía estar en otro lugar.

¿Cuál era la motivación de cada uno? Y esto me invita a pen-sar… ¿No se trataba de hacer un mundo más justo? ¡Por Dios! ¡No! Si hubiéramos afrontado la situación desde otro paradigma, hubiéramos visto una realidad distinta. Lo que ocurría es que ha-bíamos dejado de alimentar el “sueño”, básico en cualquier per-sona de éxito. Por supuesto que si además obedecía a parámetros de justicia, ¡tanto mejor!, pero esto sería parte del camino, no del objetivo fi nal.

Aquel “sistema” nos había permitido descubrir y desarrollar nuestras capacidades durante algunos años. Nos ayudó a despertar y a construir caminos nuevos por los que discurrir. Éramos felices y llegamos a comprender que el éxito es un camino y no un resul-tado. Aprendimos a soñar y a visualizar nuestra vida como real-mente queríamos que fuera, a establecer metas y planifi car cómo alcanzarlas. Y disfrutábamos porque estábamos ejerciendo como personas. Estábamos avanzando, cada uno en pos de sus sueños.

Aunque en New Net, en honor a la verdad, habíamos hecho un guiño al sistema. Elaboramos herramientas y desarrollamos algún evento, pero creo que en sentido contrario de donde debían conducirnos. Perdimos la alegría, la confi anza, el entusiasmo y, poco a poco, también la esperanza. ¿Cómo podíamos provocar en este estado que alguien nos siguiera?

Pasamos de convenciones de atril en escenario en las que los oradores se entregaban con pasión, a un tipo de congresos de mesa en que el orador era un ponente y la pasión se había conver-tido en argumentos, lógica y papeles. Habíamos permitido que la razón tomara el mando y que el corazón quedara en un segundo plano. ¿Cómo iba a funcionar nada?

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Pero, como desagravio, también te recuerdo que todos no-sotros teníamos una historia detrás que nos mantenía, cuando menos, recelosos y cautos. Aquel sistema que habíamos conocido y del que nos habíamos alimentado generaba un negocio muy poderoso económicamente. Ello había hecho que se convirtiera, para algunos, en un fi n en sí mismo, ya que llegó a ser su prin-cipal fuente de ingresos. En nuestro subconsciente había queda-do grabada la relación del sistema con aquella injusta rescisión de nuestro contrato, por lo que también se rechazaba todo lo que de él provenía.

Fue un tremendo error, porque el sistema en sí mismo no po-día ser objeto de culpa, sino de todo lo contrario, pues sin él nada hubiéramos cambiado y, por tanto, nada o poco hubiéramos conseguido. Si había que buscar actos de irresponsabilidad, los teníamos que buscar entre quienes lo manejaban.

Por tal razón, New Net no solamente intentó desarrollarse sin la fuerza de un sueño, sino que este fue incluso rechazado al tiempo que lo era el sistema. Esto hacía que fuera literalmente imposible que a través de una red de personas se lograra llevar la empresa hacia el éxito, cuando cada uno huía de su propio sueño.

Habían sido años muy intensos, durante los cuales también habíamos iniciado la actividad en Italia, Portugal y Argentina, a través de Edgardo Firtman, con quien desde entonces nos unen fuertes lazos de amistad. También fue una prueba bastante dura a la vez que nos aportaba una gran lección.

Sin embargo, Edgardo mantenía aún viva su capacidad de soñar. Un día me propuso la creación de Campus Digital y nos pusimos manos a la obra. Dada la situación por la que en aque-llos tiempos atravesaba Argentina, pronto decidí cederle toda la responsabilidad, así como todos los derechos sobre la compañía. Era también lo más justo, pues en realidad en él había recaído la mayor parte del peso desde su creación.

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Fue un capítulo muy interesante aquel de Argentina, cuyas en-señanzas no debieran quedar ocultas, por lo que emplazo a nues-tro amigo Edgardo a escribir sobre las mismas en su próximo libro, al tiempo que le he pedido un anticipo de sus pensamientos que incorporo a este que tienes entre manos.

Por eso ahora me atrevo a decirte que, en mi opinión, las ra-zones del fracaso de New Net como empresa no fueron los pro-ductos ni su gestión. Tampoco pueden descansar solamente sobre intangibles perdidos como el sueño de cada uno, tan necesarios para avanzar, sino que hubo otras razones que se sumaron y que, para Ana y para mí, supusieron verdaderas pruebas que nos hi-cieron enfrentarnos continuamente a nuestros propios valores y convicciones.

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LAS BASES DE LA LEGALIDAD

“El orgullo de realizar un trabajo de excelencia es la forma de manifestar nuestra grandeza.”

(Miguel A. Cornejo)

En junio de 1996 nos echaron. Como ya dije, Alberto Ezque-rra se hallaba en conversaciones con los abogados de Amway, quienes habían pedido como condición para llegar a un posible acuerdo amistoso que no iniciáramos ninguna acción contra ellos.

Así se había acordado cuando pasados unos meses nos lle-ga una citación del juzgado para recoger una documentación. Se trataba de una demanda de Amway hacia nosotros. ¡No nos lo podíamos creer!

¿Te puedes imaginar nuestra sorpresa? ¡Increíble! De nuevo no dábamos crédito a aquello que nos estaba ocurriendo, pero por más que nos negábamos a admitirlo, era la realidad.

Rápidamente Alberto les hizo llegar su indignación por tal procedimiento, ya que existía un pacto, a petición de sus aboga-dos y en benefi cio de un acuerdo amistoso, en contra de empren-der acciones legales. Todo apuntaba a que habían estado ganando tiempo para preparar ellos esa demanda, que, sinceramente, no esperábamos. Aunque falta de toda ética, se trataba de una jugada magistral que invertía el orden de la justicia esperada. Te apalean y rápidamente te denuncian por habérseles roto el palo con el que te machacaron.

El caso tomaba notoria envergadura al saber que la demanda también iba dirigida contra personas que habían demostrado una trayectoria y conducta intachables en Amway, pero que habían cometido el error de mostrar su indignación por lo que nos ha-bían hecho a Ana y a mí.

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Eran esmeraldas que, ostentando el mayor liderazgo habido en la empresa hasta entonces, representaban a decenas de miles de distribuidores. Antonio José y Esperanza (historiador y far-macéutica); Hernando y Ana (farmacéutico y médica); Francesc (maestro) y Carmen (secretaria); Ramón y María Teresa (diplo-mado en derecho y maestra); Luis Ruiz Otí (maestro) y Carmen (dependienta); Manuel Alfaro y Titina (médico y maestra); Carlos y Reyes (empleado de caja de ahorros y notaria); Enrique e Isa-bel (empleado de Caja de Ahorros y ama de casa), Rafa Soria y Carmen Burillo (Agente de seguros y empresaria). Todos ellos profesionales cualifi cados que, al igual que nosotros, habían de-jado sus antiguos trabajos para dedicar su vida por completo al negocio Amway.

Fue entonces cuando se incorporó un nuevo abogado al pro-ceso, José Ramón Merino. Era también un gran amigo y un buen conocedor de Amway, ya que había estado involucrado en el ne-gocio hasta entonces. El caso parecía meridianamente claro ante los ojos de quienes conocían desde dentro el negocio del multi-nivel, teniendo en cuenta los intereses y el poder que el sistema representaba.

El problema era cómo hacerle llegar ese conocimiento al juez, cuya tarea iba a resultar bastante complicada, pues, además, se trataba de lograr que este estudiara el caso bajo paradigmas no tradicionales.

Si en un principio la razón de nuestra expulsión era la de haber utilizado la marca y el nombre Amway sin su consentimiento, la de-manda venía con las tintas bien cargadas, puesto que nos hacían a Ana y a mí responsables de la caída de facturación de Amway durante los últimos cuatro años (de 1992 a 1995). Aquello no tenía ni pies ni cabeza. Pero… ¿alguien podría creerse tal barbaridad? Estaba claro que lo que pretendían era que solo una persona lo creyera: el juez.

Con la mayor celeridad posible, nuestros abogados prepararon

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una reconvención en respuesta a la demanda, en la que, por supues-to, además de todas las explicaciones pertinentes relativas a nues-tra actividad, solicitábamos una indemnización acorde con el daño causado, tanto económicamente como por razones de imagen.

Existía una gran difi cultad para nuestra defensa, pues poco o nada se puede entender sin entrar a colación una parte funda-mental del proceso: el sistema. Sin embargo, en la demanda civil nada tenía que ver este con lo que se juzgaba, por lo que nada relacionado con el sistema podía ser llevado al juicio.

Lo más lógico, lo más fácil de entender y de creer era que “nuestra avaricia llegó a romper el saco”. Eso también lo enten-dería perfectamente el juez, pues ¿qué otro motivo habría si no para que Amway actuara así? Sería una estupidez por parte de la empresa echarnos si realmente estábamos actuando de forma correcta. Así que la interacción del sistema, que era precisamente lo que podría aportar esa parte fundamental al juicio para su com-presión y dotarlo de una motivación clara para sentencia justa, no tenía nada que ver en el mismo.

En realidad, lo que menos soportaba era el dolor moral que todo ello provocaba en mí. Esa situación de injusticia que, si al-guna vez la has sufrido, reconocerás, puesto que te hace sentirte totalmente impotente e indefenso. No obstante, al no haber he-cho nada de lo que se nos acusaba, teníamos la total seguridad de que el juicio iba a resolverse a nuestro favor.

¿Has estado alguna vez inmerso en alguna demanda? Para Ana y para mí era nuestro bautizo en ese mundo y confi eso que se nos hizo eterno, ya que suponía un verdadero calvario cada vez que recibíamos alguna citación del juzgado.

Mientras, ella tenía una profunda depresión, por lo que yo debía mantener en lo más alto mi nivel de consciencia. La suce-sión continuada de cosas extrañas durante el proceso nos obligó a poner la máxima atención a detalles, ya que pensar que eran fruto de la casualidad se nos hacía imposible.

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Como puedes suponer, mi indignación, al igual que la de nues-tros abogados por aquel incumplimiento, se hallaba en el punto más alto. Había que hacer algo, pues, a todas luces, si te echan y seguidamente te denuncian, el caso se inclina a favor de la em-presa demandante de cara al examen que del caso hiciera el juez.

El procedimiento formal no admitía profundas explicaciones y, como puedes entender, eran muchos los elementos que el juez debía tener en cuenta para que el juicio fuese justo. Las pregun-tas sobre las que se basaría el juicio eran enviadas al juzgado de paz correspondiente a nuestro domicilio. Serían preguntas frías y correctamente preparadas para inducir a error y buscar contra-dicciones. No teníamos miedo al error en nuestras posibles res-puestas, sino al “error” producido en el juez al carecer de conoci-mientos, que entendíamos necesarios para que se hiciera justicia.

Por tal razón, nuestros abogados pidieron y lograron que el juez encargado del caso fi jara un día para recibirnos en Barcelona y que nos hiciera las preguntas él mismo, en persona y frente a frente. Sabíamos que si nos miraba a los ojos vería dos inocentes diciendo la verdad. Queríamos infl uir en él, ¡por supuesto que sí! Allí quizás tendríamos ocasión de ponerle al tanto de la existen-cia de aquel fundamental “poder” del sistema.

Llegó el día de nuestra comparecencia. Nos acercamos a los juzgados de Barcelona con una hora aproximada de antelación. Minutos antes de ser recibidos por el juez, el procurador nos comenta que justo ese día el juez que instruía el caso no había podido acudir por un problema de lumbago, y que nos tomaría declaración un sustituto. ¡Qué mala suerte! ¡Qué casualidad!

Allí estaban los abogados de Amway y los nuestros. Antes de que el juez comenzara a hacer las prefabricadas preguntas, intenté llamar su atención diciendo que quería poner en su conocimiento que me estaba enfrentando a una mafi a. Sus abogados me advir-tieron de que tuviera cuidado, pues estaba ante el juez. Mi res-

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puesta fue clara: ¡Qué mejor lugar para hacerlo que ante el juez!El juez también me pidió que me atuviera a lo establecido,

como así hice. En diez minutos ya estábamos fuera sin que nada distinto de lo que, efectivamente, estaba establecido pasara.

Dentro del procedimiento era lógico, pues se trataba de una acusación, la que relacionaba el caso con el sistema, que debiera ha-cerse en el foro adecuado, mediante una querella criminal. Como comprenderás, nuestra frustración había subido unos grados más.

Esperábamos como agua de mayo aquella sentencia, pues ne-cesitábamos un balón de oxígeno, y sobre todo pasar página de aquel capítulo de nuestras vidas. Por supuesto, estábamos total-mente seguros de que la sentencia iba a sernos favorable, aunque también sabíamos que el importe con el que nos indemnizarían difícilmente iba a reparar la totalidad del daño que nos habían causado. ¿Cómo se resarce el daño moral? ¿Y el emocional? ¿Cómo devolver una imagen machacada ante decenas de miles de personas? Si la sentencia era favorable, tendrían que abonar-nos algo más de 1.200.000 € más el interés legal sobre el tiempo transcurrido desde nuestra rescisión de contrato.

Y llegó el día. A través de José Ramón conocimos el resultado de la sentencia: no solo no ganamos, sino que ¡nos declararon culpables y nos condenaron a pagar aproximadamente un millón de euros a Amway! ¿Era una broma? ¡No podía ser! ¿Qué había pasado?

Aquel sinsentido debía de tener alguna explicación, por lo que decidimos averiguar el porqué de aquello que considerábamos un atropello. ¡Si no habíamos hecho otra cosa que entregarnos por completo a Amway! ¿Cómo había sido posible aquella sentencia? Al mismo tiempo que la recurríamos, nos pusimos en movimien-to por otro camino.

A los pocos días, José Ramón (el abogado) y yo nos persona-

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mos en los archivos del juzgado de Barcelona para revisar, docu-mento a documento, todo el expediente.

No tardamos mucho en darnos cuenta de que faltaban cientos de folios, precisamente los que contenían todas nuestras pruebas testifi cales y documentales, aquellas en las que se basaba nuestra defensa y posterior demanda en reconvención.

Este descubrimiento, lejos de provocarme alivio, me llenó de preocupación. ¿Era normal que cosas tan extrañas ocurrieran?

Por supuesto, en ese momento denunciamos tal circunstancia ante la encargada del registro. Buscamos por el archivo y, efecti-vamente, en un rincón aparecieron traspapelados todos aquellos importantes documentos que el juez no había tenido en cuenta para la celebración del juicio.

Por pura lógica y sentido común, y pasado un buen tiempo, aquel juicio fue declarado nulo.

Pero su sentencia ya había tenido graves consecuencias para nosotros, pues hubo que refl ejar en nuestras contabilidades tal fallo. Esto se tradujo en una pérdida total del crédito que New Net mantenía hasta entonces.

Poco tiempo después nos vimos obligados a cerrar, previa su-basta de la nave por 400.000 €, cuando su valor en una reciente tasación era de 1.400.000 €. ¿Dónde estaba la justicia? ¿Quién re-sarciría aquel daño añadido? Aquella injusta sentencia, por aquel “error”, había terminado con la vida de New Net.

Hasta entonces, de una forma o de otra, New Net iba sobrevi-viendo. Había que salvar aquel barco, como fuera, pero llegó un momento en el que necesitábamos ingresos para, simplemente, comer.

Recuerdo la primera vez que tuvimos que llevar a empeñar nuestras joyas. Eran nuestra tabla de salvación. Mi Rolex de oro y la pulsera de diamantes que Ana había lucido hasta entonces, junto con numerosas piezas de considerable valor, eran tasados a peso. Lo que nos dieron a cambio fue diez veces menos que

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lo que nos había costado todo aquello, por lo que debíamos re-cuperarlo rápidamente, como así hicimos. Fueron momentos de silencioso dolor, en los que, sin articular palabra, procurábamos mantener nuestra dignidad.

No tardamos mucho tiempo en empeñar las joyas por segunda vez. Y a los dos meses estaban de nuevo en nuestro poder.

Hubo una tercera y última ocasión, en la que ya nos fue im-posible recuperar aquellas joyas, por lo que, a partir de entonces, debíamos buscar otras alternativas que nos permitieran obtener aquella liquidez perdida.

Ana se dedicó, literalmente, a vender productos a los vecinos puerta a puerta. Limpiábamos las alfombras de muchas personas que nos habían conocido siendo millonarios para demostrar las fabulosas características de la aspiradora que intentábamos ven-derles. Lo cierto es que, al contrario de lo que puedas pensar, no nos resultó tan difícil realizar aquellas tareas, quizás porque ya no teníamos anillos que se nos cayeran. La casa de empeños se los había quedado.

No solo uno mismo sufre las consecuencias de estas situacio-nes. Los más allegados, los que guardan silencio tras las cortinas, también tienen que ver cómo un mundo se desmorona ante sus pies. No sé si tienes hijos; no obstante, no es difícil de entender que son lo primero y que siempre es una satisfacción comprobar que ser fi el a tus valores termina por dejar huella en sus corazo-nes, pero no sin un alto precio que pagar.

Lydia, nuestra hija, desde muy pequeñita tenía verdadera pa-sión por los caballos. Por supuesto, le proporcionamos todo cuan-to necesitó para que viviera ese sueño. Ella también había pagado un alto precio por culpa de nuestras ausencias, provocadas para crear un futuro mejor para ella y Javier.

Aprendió a montar y pronto se encontró participando en pruebas de salto en distintos campeonatos celebrados a lo largo

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y ancho de nuestra geografía. Era buena, en un año llegó a ser campeona de Cantabria en su categoría.

Pero los tiempos habían cambiado y uno de los peores mo-mentos de nuestra vida fue cuando no tuvimos más remedio que comunicarle que íbamos a vender su caballo.

Prácticamente habían crecido juntos, se veían todos los días y habían llegado a un grado de complicidad fácilmente compren-sible, aunque difícil de imaginar. Pero no podíamos mantenerlo, necesitábamos el dinero que nos dieran por él.

Llegado el momento no existió consuelo para ella, no entendía cómo podíamos hacerle aquello. Ana y yo sufrimos lo indecible y nos prometimos devolverle con creces semejante pérdida, aunque también sabíamos que ese dolor era inevitable, pues ninguna pro-mesa podía suplir el cariño que profesaba a su caballo.

¡Si supieras cómo entendemos y sentimos a aquellas personas que son desalojadas de sus casas por impago de la hipoteca! La nuestra llevaba meses sin ser pagada cuando se celebró una junta de accionistas para, entre otras cosas, comunicar la situación de la empresa.

La verdad es que hasta entonces cualquier acto para poder reunirnos era bienvenido, ya que eran momentos en los que dis-frutábamos de la mutua compañía. Pocos días antes habíamos es-tado con un pequeño grupo de promotores tomando unos vinos y comentando con ellos lo que una semana después se iba a tratar en dicha junta.

Lo que no podía imaginarme es lo que el día de la junta me esperaba. Se habían acercado desde distintos puntos de España numerosos accionistas. Los recibíamos en el hall de entrada a to-dos, y uno de ellos se acercó a mí y me dijo, un tanto alarmado y señalando a un hombre cuya cara me resultaba familiar:

—¿Sabes quién es aquel que está allí?—¡No! —contesté.

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—Es Txema Montero, el abogado de Herri Batasuna, ¿no te suena? Ha venido con los de Bilbao.

Los de Bilbao eran aquel pequeño grupo con el que había estado la semana anterior riendo y contando chistes.

Su intervención en la junta, en representación de unos cuantos ausentes, fue exclusivamente para expresar su negativa a aceptar que Ana y yo fi guráramos como acreedores de aquel dinero que había-mos inyectado a New Net y por cuyo impago estábamos a punto de perder nuestra casa. ¿Cómo se debe reaccionar frente a algo así?

Era como un golpe bajo. ¡Pero si eran buena gente, nobles donde los haya! ¿Por qué nos hacían eso? Mis sentimientos y emociones estaban muy tocados.

Gracias a Dios, Alberto condujo perfectamente aquella junta y habló con Txema Montero, que entendió que todo estaba per-fectamente en orden y documentado, por lo que nada había que hacer sobre lo que sus representados pretendían.

Fueron inhumanos aquellos tiempos. Los meses iban pasan-do y poco a poco nos habíamos ido quedando solos Ana y yo. A nuestro alrededor aún existían algunos incondicionales, ¡unos veinte! La mayoría de aquellos con los que habíamos iniciado el camino, y por los que realmente habíamos apostado nuestras vi-das, ya no estaban.

Era hasta cierto punto lógico. Los años pasaban, la ilusión se había perdido y la situación de New Net a raíz de la sentencia no era precisamente un buen reclamo. Aún recuerdo la imagen de ambos desmantelando la nave en soledad.

—¿Recuerdas, Ana, cuando ante una situación como esta se acercaban cientos de personas a ayudarnos?… Ni siquiera nos dejaban tocar nada —le dije.

Pero aquello no era sufi ciente, y aunque te cueste creerlo aún nos faltaba alguna prueba más que superar antes de cerrar el ca-pítulo de New Net. Quizás esta prueba ofrece mayor luz para

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un análisis más certero. En cualquier caso, te la relato para tu conocimiento.

Numerosos ex distribuidores de Amway, a raíz de lo aconte-cido con nosotros, habían creado una Asociación de exdistribui-dores de Amway (ASDAM), a través de la cual se facilitaba la defensa de quienes se hubieran considerado dañados.

Al parecer, tal iniciativa contaba con argumentos sufi ciente-mente sólidos, pues la Audiencia Nacional llegó a admitir a trá-mite una querella criminal contra Amway y diamantes, por estafa masiva y continuada, por un importe aproximado de doscientos sesenta millones de euros.

Tomaba como fundamento el que, con el tácito consentimien-to de la empresa, se vendiera desde un escenario un estilo de vida millonaria para quien desarrollara el negocio Amway, cuando la principal fuente de ingresos de aquellos líderes provenía del siste-ma, del cual nunca se hablaba.

Aproximadamente mil personas habían interpuesto su quere-lla desde distintos puntos de España, por lo que fue razón de peso para su admisión a trámite, de cuya noticia se hicieron eco numerosos periódicos y medios de ámbito nacional. Era septiem-bre de 2001.

Había pasado ya algún tiempo cuando recibí una llamada de mi hermano, Ricardo, para comentarme que le había llegado una noticia que desmentía la existencia de tal querella. Le dije que es-taba en un error, por supuesto, o que, seguramente para retrasar en lo posible la expansión de la noticia, las numerosas y también poderosas personas allí encausadas trataban de ganar tiempo ante lo que se les venía encima.

No obstante, una vez colgué el teléfono, llamé a José Ramón para hacerle saber tal comentario. En un tono serio, me dijo:

No es verdad. No solo ha sido admitida a trámite, sino que están muy avanzadas ya las comparecencias de los encausados, incluidas las de los máxi-mos responsables de Amway en EE.UU.

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Una semana después de esta conversación José Ramón me volvió a llamar:

Emilio, ¿recuerdas el comentario que me hiciste hace una semana? Pues efectivamente, ¡no hay nada! Me acaban de informar de ello y mañana he quedado en Madrid con el fi scal.

Al día siguiente, en la reunión con el fi scal, José Ramón no encontraba palabras que expresaran su indignación. Era algo que nunca había visto. El fi scal se limitó, según él, a comunicarle que debido al exceso de casos acumulados en la Audiencia, como por ejemplo los relacionados con terrorismo, habían decidido no con-tinuar con el proceso.

¡Qué barbaridad! Por supuesto, no quiero pensar que el gran peso político que Amway tiene en EE.UU. tuviera que ver con tal decisión. Así que, mejor, yo no lo pienso. Aunque, con todas las historias extrañas que hasta entonces habían sucedido, y como el pensamiento es libre, ¡piensa tú lo que quieras! La realidad es que, de aquello, nunca más se supo.

Mientras todo esto sucedía, la lenta agonía de New Net seguía su cauce. Intentábamos por todos los medios buscar compradores de aquella nave, con cuya transacción hubiéramos podido tener algún respiro, pero no fue posible. La cooperativa seguía gestio-nada por una gran amiga de la infancia de Ana, Carmen Poyo, que altruistamente cada tarde nos ayudaba a poner en orden la contabilidad.

De repente, un día recibimos un comunicado de Amway a través de nuestros abogados para sentarnos en Barcelona con re-presentantes de la empresa procedentes de Míchigan.

Aquello sonaba bien. Habíamos perdido en primera instancia, pero una vez descubierta y denunciada aquella desaparición de documentos estaba aún pendiente el resultado en segunda instan-cia. ¿Querrían ahora llegar a algún acuerdo?

Efectivamente, nos desplazamos a Barcelona junto con Alber-

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to y José Ramón. Al parecer, según nos comentaron aquellos re-presentantes de Amway, venían sin tan siquiera el conocimiento de los responsables de la empresa en Barcelona con una oferta irresistible que esperaban que fuera aceptada por nosotros: Ana y yo seríamos admitidos en Amway en el mismo puesto que ocupá-bamos entonces, como ejecutivos diamantes. Y no solo en España, sino también en aquellos países donde habíamos desarrollado el negocio, como Portugal, Italia, Francia, Polonia, México, Argen-tina, etc.

La tentación era enorme. Nos habíamos desplazado a Barcelo-na en coche prestado y estábamos totalmente arruinados. Nues-tra vida podría cambiar desde ese día.

—Pero nosotros no estamos dispuestos a volver a trabajar para esta empresa ni a promoverla después de todo esto —comenté.

—Eso no sería ningún problema —respondieron—, lo enten-demos. Simplemente debéis retirar vuestra denuncia. Y tampoco podéis intervenir contra Amway en ayuda de nadie.

Fueron solo unos segundos, pero los recuerdo como eternos. Ana y yo, salvo unos pocos amigos, nos habíamos quedado so-los. La mayor parte de aquellas personas que antes nos rodea-ban, ahora ya no estaban, habían seguido su camino. ¿Por qué, en el improbable caso de que nos necesitaran, tendríamos que estar a su lado contra Amway? ¿Acaso estaban ellos a nuestro lado en aquellos malos momentos en que más los necesitába-mos?

No sé qué habrías hecho tú en nuestra situación, pero nuestra decisión fue clara: a nosotros nos podían haber abandonado, ¡allá su conciencia!, pero nosotros no los abandonaríamos nunca en el caso de que nos necesitaran. Si ese requisito era indispensable, no aceptábamos su oferta.

Y ahí terminó todo. Ana y yo volvimos llorando la mayor par-te del camino desde Barcelona hasta Santander.

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¿Habíamos hecho bien? ¿Era justo aquello? ¿Tenían culpa nuestros hijos como para pagar el precio al que les sometíamos?

Múltiples pensamientos se agolpaban en nuestras cabezas ca-mino a casa, como por ejemplo cómo nos sentimos cuando Javier tuvo que disfrazarse de pollo en un centro comercial en pleno verano o dedicarse a buzonear publicidad para ganarse treinta euros, o cuando Lydia fue en Nochevieja a servir copas para ga-narse otro tanto, mientras sus amigos estaban al otro lado de la barra. Ellos venían de un pasado de abundancia y eso lo hacía todo aún más difícil de soportar, aunque eran de una madera especial y eso nos reconfortaba.

Eran momentos de recordar cómo, de vez en cuando, los so-metíamos a una prueba en la que tenían que enfrentarse con sus propios valores. No hacía mucho, en los tiempos en que podía-mos hacerlo, decidimos Ana y yo dedicar todo lo que íbamos a gastar en Reyes para hacerlo llegar a otros que estuvieran nece-sitados.

Así lo hicimos, así que en lugar de los regalos esperados aque-lla noche Javier y Lydia se encontraron con una simple carta en la que les explicábamos tal decisión y les pedíamos que la enten-diesen.

Fueron momentos tensos aquellos minutos que pasaron desde que los oímos acercarse al salón, que tradicionalmente se llenaba de regalos esa noche, hasta que conocimos su reacción. Nosotros, desde la cama y en silencio, nos preguntábamos si habríamos he-cho bien o si sería muy duro para ellos.

Pero se acercaron a nuestra habitación los dos, con la carta en la mano, y nos dijeron simplemente: ¡Estamos de acuerdo! En aquel momento inolvidable, una vez más, comprobamos, llenos de or-gullo, de qué casta estaban hechos nuestros hijos. No solamente lo entendieron, sino que fueron más allá y se alegraron por el destino de “sus” regalos.

Esto, para unos padres, no tiene precio. Podía mantener la

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mirada de mis hijos sabiendo que los sacrifi cios sufridos dejaban grabados en ellos la indeleble fuerza de la congruencia interna entre lo que haces, lo que dices y lo que sientes. Un modo de en-tender las cosas con el que puedes vivir con la fuerza de saberte en el camino.

Desde aquel día en que regresamos de Barcelona habiendo rechazado tan tentadora oferta, yo no podía dormir. Tenía cua-renta y ocho años, una santa mujer por compañera que confi aba plenamente en mí y cuyo amor y entrega no conocían límites, y unos maravillosos hijos que compartían nuestra andadura desde aquel día en que eligieron los valores como mochila. Pero estaba sin trabajo, sin derecho a desempleo, sin dinero, a la espera de que me anunciaran la ejecución de la hipoteca de nuestra casa y, en defi nitiva, a punto de perder también toda esperanza.

Nunca he sido de lágrima fácil, al menos a la vista de los de-más, porque según fui educado no era propio de hombres el llo-rar. Pero se me hacía muy difícil soportar la tristeza de Ana, y quien la conoce sabe por qué lo digo. Su entrega nunca había en-contrado límites y sus risas retumbaban de continuo en muchos de nosotros.

Como te puedes imaginar, me costaba aceptar lo que nos es-taba pasando. Me parecía tremendamente injusto. Desde hacía tiempo todas las noches sentía la necesidad de salir a la terra-za, y contemplando el cielo en silencio lloraba amargamente por la situación en la que nos encontrábamos y pedía ayuda. Sentía vergüenza por aquellos momentos, que consideraba de debilidad, por lo que trataba de ocultarlos. ¿Te has sentido alguna vez tan hundido?

Así es como diez días después del encuentro en Barcelona con los representantes de Amway me sorprendí a mí mismo hablando en alto a las estrellas a las dos y media de la madrugada, pidiendo explicaciones sobre lo que me ocurría, al mismo tiempo que ex-clamaba: ¡Dios mío, ¿qué hago?!

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Había tocado fondo. Pedía a Dios con toda mi alma que se me llevara de este mundo en el que parecía que todo lo malo nos tenía que tocar a nosotros. No entendía por qué todo se había vuelto en nuestra contra, al tiempo que nos íbamos quedando solos. Al menos eso era lo que sentía.

A menudo se hace necesario que la vida te lleve hasta el fondo para contemplar desde tu más profundo interior una nueva reali-dad. Aquella que te enfrenta a lo que realmente eres, sin interfe-rencias de un entorno al que responsabilizar de tus penalidades. Sentí entonces que tenía que salir de nuevo, respirar profunda-mente y plantear la situación desde otros paradigmas, como siem-pre había pensado y aconsejado a tanta gente.

Tenía que reaccionar… ¡y lo hice! Algo en mí comenzó a cam-biar. Noté cómo mis lágrimas cesaron para dar paso a una sensa-ción de paz y alegría que en muy pocas ocasiones recordaba haber sentido. En un instante me encontré fuerte, ¡muy fuerte!, capaz de todo.

Entonces comprendí que había estado siguiendo el camino hacia el enfrentamiento con un entorno hostil, al que culpaba de todas mis desgracias. Es el momento en que descubrí en ese yo interior el gran valor de la coherencia, en el enfrentamiento que mantuve con mis propias convicciones, comenzaron a surgir numerosas preguntas.

¿Qué sabía el mundo de quién era yo? ¿Cómo podía estar allí lamentándome y esperando respuesta del más allá? ¿Qué me ha-bía ocurrido? Las respuestas la tenía yo, ¡estaban dentro de mí y para eso me había preparado durante aquellos años! Sin pensarlo, traduje en palabras lo que en ese momento sentí sobre mi forma de afrontar el confl icto, y asumí que el problema no era lo que sucedía, sino mi reacción cobarde y de derrota ante lo que me estaba pasando:

¡Juro que nunca más me lamentaré de mis desgracias y que volveré a apli-car, coherentemente, aquellos principios que un día nos llevaron hacia el éxito!

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Fue un momento clave en mi vida, pues había tomado con-ciencia de que acababa de aprender lo que creía que ya sabía.

En muchas de mis conferencias, en las que las claves del éxito eran el eje central, hablaba de que lo importante no es lo que te suceda, sino cómo reaccionas ante ello. ¡Qué bonito! Pero algo ocurrió aquel día, ese Kairós en el que te das cuenta de que si no aplicas lo que sabes nunca lo llegarás a aprehender, a hacerlo tuyo. Ello te lleva necesariamente hacia la coherencia como uno de los ingredientes fundamentales que te ayudan a ser feliz. Este mo-mento fue crucial, fue el punto de partida de una nueva andadura.

Dos semanas después de aquel encuentro conmigo mismo se nos presentó una oportunidad a Ana y a mí.

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LA TRANSICIÓNA NUEVAS OPORTUNIDADES

“Que tengan buen viaje los guerreros que son fieles a su pueblo, el dios de los vientos favorezca el velamen de su barco

y a pesar de su antiguo combate encuentren placer en los cuerpos más amantes, llenen redes de deseadas estrellas,

llenos de venturas, llenos de conocimiento. Que tengan buen viaje los guerreros si son fieles a su pueblo…”

(Ítaca)

Ahora quiero que regreses conmigo atrás en el tiempo, aproxi-madamente algo más de un año. A través de José Luis Briones (de quien no tenía noticias desde 1996) me había contactado una per-sona de Puerto Rico, llamada Toni Román, para ofrecerme una oportunidad. Se trataba de una empresa dedicada al mundo fi -nanciero y de seguros que, con mucho éxito probado en EE.UU., pronto iniciaría su actividad en España. Buscaba emprendedores y personas capaces de desarrollar una red, por cuya labor se podía ganar “tiempo y dinero”. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

En aquel momento no solo no reconocí una oportunidad, sino que para mí fue como una ofensa. ¿Cómo se podía alguien atre-ver a acercarse a mí con algo así? Si me había contactado tendría referencias mías, sabría quién era y de dónde venía. Pero aun así lo hizo, como si todo mi pasado no tuviera ningún valor. ¿Es que era tan difícil darse cuenta de que yo estaba hundido? ¿No sabía que me estaba proponiendo regresar a un mundo que fue la causa de todos mis males?

¡Qué tiempos para recibir una oportunidad! Sin dudarlo le contesté muy indignado que no quería saber nada de oportunida-des, ni de sueños, ni de personas, ni de ganar tiempo y dinero, y

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que por favor ¡me dejaran en paz! Así lo hizo, nunca más volvió a dirigirse a mí. Mientras, yo seguí tranquilamente con mi ruina.

¿Tú qué habrías hecho? Mientras no sea cerrar el libro y dejar la lectura…

Ya había olvidado aquel momento cuando recibí a través de correo postal numerosa documentación informativa sobre una oportunidad de negocio. Nos la había enviado Dionisio Martín, Dioni, un entrañable y gran amigo, desde Vitoria para que la estu-diáramos. Aquello fue directamente a un cajón sin preocuparme tan siquiera de comprobar de qué se trataba, con la intención de echarle un vistazo más adelante.

Dioni constantemente nos hacía llegar noticias que podían ser de nuestro interés, lo cual siempre fue para nosotros muy valioso, pero en aquellos momentos de lucha por sostener lo insostenible, mi enfoque estaba al cien por cien en lo urgente. Mucho tiempo después comprobé que aquella información también se refería a la oportunidad que Toni Román me había ofrecido desde Puerto Rico.

Pasados unos meses, María Teresa y Ramón me comenta-ron que les habían hablado de un negocio que había llegado de EE.UU. relacionado con productos fi nancieros y de seguros, que les parecía muy interesante, y que si yo lo consideraba podíamos investigarlo para, en su caso, ponernos a trabajar en él.

Ellos también habían sido unos de aquellos esmeraldas de-mandados en el año 1996. Pertenecían al equipo de Ángel de la Calle, quien a su vez, y como diamante, formaba parte de nuestro grupo.

De nuevo mi reacción fue contundente. Les puse al día sobre la oferta que me habían hecho meses atrás y la respuesta que se llevaron. ¡No quería saber nada de cualquier cosa que oliera a multinivel! ¡¿Tan difícil era de entender que no quería que nadie se molestara en acercarse a mí con propuestas de ese tipo?!

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Sin precisar la fecha, pues no recuerdo bien si fue a fi nales del año 2000 o a principios del 2001, a través del teléfono un día se vuelven a poner en contacto con nosotros una pareja que, en tiempos de Amway, había formado parte también de nuestro equipo. ¡Qué pesadez, otra vez lo mismo! Esta vez de la mano de Juan Manuel Bonis y Mercedes Panizo. Por supuesto, mi reacción fue la misma que en las veces anteriores: un rotundo ¡NO!

Todo esto ocurrió durante el año 2000. Pero a fi nales de abril de 2001 algo había pasado. Las conversaciones nocturnas que tenía conmigo mismo desde “la tentación de Barcelona” habían producido en mí un cambio de cuyo calibre no podía tener con-ciencia hasta que las circunstancias me volvieran a poner a prue-ba. Había hecho una promesa, mi actitud debía ser totalmente distinta.

Suena el teléfono. Hola, Emilio…, soy José Antonio Escribano. ¿Cómo estáis?Era aquel ex inspector de policía con quien, en los inicios de

New Net, habíamos intentado liberar los productos retenidos en la nave de Fuenlabrada. Junto con María, su esposa, formaba una peculiar y alegre pareja, que también había formado parte de nuestro equipo a través de Ángel de la Calle.

¿Cómo estáis de tiempo este fi n de semana? ¿Aceptáis que comamos jun-tos?

Para nosotros era obligado aceptar ese encuentro. Si además pagaban la comida, sería un placer quedar con ellos; y así hicimos.

El sábado nos vemos entonces.Nuestra situación era calamitosa desde hacía casi un año y Ana

se empeñaba en buscar un trabajo que le asegurara un sueldo. Se había movido por notarías, ayuntamientos, gestorías, empresas y particulares buscando una actividad con la que paliar en lo posi-ble nuestro deterioro económico. Incluso se ofreció, sin éxito, a alguna comunidad de vecinos para fregar escaleras.

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Su actitud había incrementado también mi ira durante esos malos tiempos, pero que gracias a Dios, terminé por superar. La disposición de Ana estaba probada. La mía, hasta el momento, era una simple pero fi rme decisión, con promesa incluida, que había que someter a prueba.

Y había llegado el día de enfrentarme a la coherencia. Senta-dos en la mesa nos dijeron que venían por lo mismo que Bonis y Mercedes nos comentaron meses atrás:

Se trata de un negocio en el que hay hipotecas y se gana tiempo y dinero, el cual viene de la mano de la compañía más grande del mundo: Citigroup.

Lo cierto es que no dijeron mucho más en su explicación. Qui-zás, como sabían que yo procedía de una caja de ahorros, creyeron que la palabra hipoteca me iba a atraer. Les hicimos una serie de preguntas pero poco o nada supieron contestar, aunque tampoco era muy importante para nosotros, por lo que sin más les dije:

¿Dónde tenemos que fi rmar? Ana y yo notamos que nuestra reacción les resultó extraña. No

esperaban que se lo pusiéramos tan fácil. Aunque en principio nos habían invitado a aquella comida, con todo el dolor de un bolsillo vacío acabamos pagándola Ana y yo. No los veíamos pre-cisamente sobrados de dinero, y puesto que habían venido desde Madrid creímos que así debía ser. Todavía nos quedaba crédito en alguna tarjeta. Ya lo devolveríamos.

Nuestra vida se reiniciaba entonces. Habíamos aprehendido algo nuevo que también sabíamos: la oportunidad llega cuando uno está preparado. Ahora, debíamos aprovecharla.

Se trataba de una empresa de EE.UU. llamada Primerica y que hacía aproximadamente un año que operaba en España con el nombre de Citisoluciones. Nunca habíamos oído hablar ni de una ni de otra, pero sí del grupo al que pertenecían, Citigroup, el cual en aquellos años ocupaba el número uno del ranking mundial de empresas.

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Si algo tenía claro es que se trataba de un multinivel que, junto con Amway, gozaba de un gran prestigio entre las empresas de esa índole. Pronto enlacé aquello con algunos datos grabados en mi memoria para darme cuenta de que, según me comentó Luis Costa diez años atrás, se trataba de la única compañía que en aquellos tiempos podía hacer sombra a Amway si desembarcaba en España.

Efectivamente, entre aquellos libros de “autoayuda” que el sistema editaba y vendía en España a la red de distribuidores de Amway, se encontraba uno titulado Cómo superarse a sí mismo, de Art Williams. Aquel libro estuvo en venta escasas semanas, las sufi cientes para que Luis descubriera que el autor había sido tam-bién el creador de aquella red que se movía por el sector de los se-guros, comercializándolos a través de una estructura multinivel. Rápidamente lo descatalogó.

El día que descubrimos esta realidad, al reconocer en Citi aquella empresa a la que se refería Luis, para Ana y para mí fue una señal del destino. El mundo se hizo pequeño de repente para nosotros. La única interpretación posible era que todo nuestro pasado, nuestros éxitos y, más aún, nuestros fracasos no habían sido más que pruebas a las que debíamos someternos para, qui-zás, construir sobre pilares más sólidos el resto de nuestras vidas. Aquello no podía haber pasado en vano. No sé tú, pero nunca he creído que las casualidades existan y aquello parecía una prueba más de que estaba en lo cierto.

Ahora empezábamos a encontrar algún sentido a muchas de las cosas que nos habían sucedido y que no lográbamos entender. Gracias a esto íbamos descubriendo la gran diferencia que presio-naba por salir de nuestro interior entre lo que habíamos conocido y lo que, de ello, habíamos aprehendido.

Ciertamente aquellos siete años de gloria en Amway no fueron más que para dejarnos caer desde lo más alto y para que, una vez recibido el golpe, nos pusiéramos a prueba para conocer quiénes

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éramos realmente en relación con nuestras convicciones y com-probar hasta dónde éramos capaces de llevar nuestra coherencia. ¿Sentíamos igual? ¿Habrían salido dañados aquellos “valores” de los que, como todos los diamantes, tanto habíamos hecho gala en los escenarios?

La etapa de New Net aún no había culminado, por lo que to-davía no podíamos saber cuál era la lección que esta nos brindaba para obligarnos a aprender. Unos años después, la vida nos reveló también cuál fue la enseñanza de aquel capítulo.

En el mismo instante en que fi rmamos por Citi comenzamos a trabajar. Sabíamos qué era lo que debíamos hacer y nos pusimos en marcha sin saber tan siquiera de qué productos se trataba. No importaba mucho de momento, pues asumíamos que lo funda-mental, y por tanto sobre lo que se iba a basar el movimiento de los productos, eran las personas.

Nuestro principal activo lo llevábamos en la mochila de la ex-periencia. Necesitábamos avanzar y ganar dinero a mucha velo-cidad si no queríamos ser aplastados por el inevitable y cercano derrumbamiento de New Net. La siguiente pregunta que le hice a José Antonio en el momento de la fi rma fue precisamente si se podía ganar dinero rápidamente, en unos meses. Él me respondió que indudablemente, y sin más límite que el que nosotros fi jára-mos. Si era así, estaba claro… ¡lo íbamos a conseguir!

José Antonio y María nos trajeron una revista editada por Pri-merica en la que fi guraban cientos de fotos y nombres de perso-nas, ordenadas por los ingresos que habían obtenido en el último año, desde cien mil hasta cuatro millones de dólares. En ella apa-recía una dedicatoria que nos había escrito Ramiro Pequeño, uno de los “fundadores” que se había desplazado desde EE.UU. para iniciar el negocio en España y que, con la categoría de RVP (vi-cepresidente regional) conseguida en aquel país, tenía experiencia sufi ciente para hacerlo también aquí.

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En su mensaje, Ramiro Pequeño expresaba su deseo de cono-cernos, así como su confi anza en que íbamos a desarrollar algo muy grande. Desde ese momento formábamos parte de su equi-po, uno de los catorce liderados por otros tantos “fundadores” que habían tenido el coraje de emprender esta aventura lejos de sus raíces.

No hace falta explicarte los recuerdos que se agolparon en nuestra cabeza cuando rápidamente elaboramos una lista de to-das las personas que conocíamos. Aunque sabíamos que para mu-chos seríamos como la peste, no por eso Ana dejaba de llamar constantemente. Muchos noes, algunos síes. ¡No importaba, pues nada nos detendría! En dos días éramos ocho en el equipo, dis-puestos a avanzar.

Efectivamente, habíamos retomado aquella ilusión con la que, hacía ya doce años, habíamos recorrido un camino repleto de éxitos. Pero nuestra propia historia nos mantenía alerta. Nuestro corazón no soportaría que nos pudiera ocurrir algo parecido a lo vivido en la época de Amway, y así se lo hicimos saber a Ramiro. Él nos dio su palabra de que en Citi era distinto, así que no tenía-mos que preocuparnos.

Como comprenderás, para nosotros no era sufi ciente, pues aunque en aquella empresa contábamos con el abrigo de un equi-po, fueron las personas que lo lideraban quienes, en su momento, tensaron la soga que alguien nos puso al cuello.

Por esa razón queríamos conocer más sobre aquella compañía con la que volvíamos a caminar hacia el futuro. Lo mejor para ello era concertar una entrevista con el máximo representante de la misma en España, su presidente, Javier García Monedero. Así lo hizo Ramiro, por lo que tres días después de haber fi rmado el contrato nos presentamos en Madrid.

Aún poseíamos una furgoneta de New Net, completamente rotulada con la marca Vacilón, que unos días más tarde, por eje-cución de embargo, se llevaron los acreedores. Llamaba la aten-

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ción a mucha distancia y no dejaba indiferente a nadie, atraía to-das las miradas de cuanta gente se cruzara en nuestro camino. En ella hicimos el viaje a Madrid ocho personas, que, totalmente ilusionadas, no cesaron de hablar en todo el trayecto sobre la gran oportunidad que tenían en sus manos. ¡La vida nos sonreía de nuevo!

Llegamos a las ofi cinas y nos pidieron que esperáramos, que en-seguida seríamos atendidos. Nos tuvieron esperando un buen rato, hasta que por fi n fuimos recibidos por Javier, quien, después de presentarnos, nos invitó a realizar cuantas preguntas quisiéramos.

Debíamos asegurarnos de que aquello no era igual, de que era una compañía formal y de que no existía un tercer poder que, como el sistema, pudiera tener el sufi ciente peso para infl uir en decisiones propias y exclusivas de la empresa, como es la de mantener la relación contractual con sus asociados. Como pude, le comuniqué nuestra desconfi anza, que era el motivo por el que queríamos comprobar qué era Citisoluciones, así como sus pre-tensiones con relación al futuro.

No hizo falta mucho tiempo. Visto con la perspectiva de los años que han pasado, me doy cuenta del relativo absurdo de aque-llo que pretendía en aquella entrevista.

Pero así sucedió. Allí estábamos, esperando a que “nos dieran garantías de que eran buenos”.

La respuesta no se hizo esperar, y en resumen fue: Citisoluciones pertenece a Citigroup, la mayor empresa del mundo, y por tal razón es so-bradamente conocida. Ahora, permíteme a mí una pregunta, ¿quién eres tú? Por simple precaución, tu contrato estará en suspenso hasta que comprobemos algunos hechos de los que hemos tenido conocimiento con relación a un pleito que tienes con una compañía americana.

Para todos nosotros aquella prepotencia fue ofensiva, y se con-virtió en el tema de conversación que mantuvimos durante el camino de regreso a Santander. ¿Quiénes se habían creído que

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eran? ¡Todas las compañías americanas eran iguales! Eran insen-sibles y prepotentes, así que había que ir olvidando esta oportuni-dad. No merecía la pena.

Estábamos a pocos kilómetros de Santander y ya habíamos dejado atrás el calor de todos aquellos comentarios. Estábamos en silencio, refl exionando, cuando expresé:

¡No!… ¡Estamos equivocados! Es mucho mejor así, pues está claro que se reservan el derecho de admisión, por lo que cuando hayamos hecho grande nuestro trabajo dentro de esta compañía, siempre podremos evitar que sea admitido en Citi algún conocido que pudiera contaminar o hacernos daño…

De nuevo retomamos el debate, aún con mayor pasión que antes, y llegamos a la conclusión de que debíamos continuar en Citi, como así hicimos todos salvo uno (Fernando), que decidió darse de baja.

Durante muchos años he tenido la ocasión de conocer a innu-merables tipos de personas y quiero reconocer que pocas son las que se han detenido a analizar el contrato que las unía a una red de distribución en multinivel. En realidad se trata de un contra-to tipo (lo tomas así o lo dejas) en el que poco o nada se puede cambiar.

Por lo general son renovables anualmente, con lo que de la noche a la mañana puedes quedarte fuera, aunque esta es una cláusula hasta cierto punto lógica para los intereses de la empresa que realiza la oferta.

Yo no era precisamente de los que se leían el contrato, porque estaba seguro de que lo importante de la relación contractual, y donde radica la verdadera seguridad, es el mantenimiento de una relación ganar/ganar, así que, en caso de no renovación, si mi trabajo lo había hecho correctamente, la empresa también tendría algo que perder.

Esto me ha llevado a la fi rme creencia desde el principio de que había que hacer una red fuerte en sí misma, independiente en su totalidad de la empresa a la que sirve.

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Si alguna vez has desarrollado alguna actividad relacionada con el multinivel, fácilmente comprenderás esta sutil distinción, pero que hace una gran diferencia. Mientras que en el multinivel el enfoque de quienes participan es casi exclusivamente económico y las personas un medio para conseguir sus fi nes; en la Red, por su propia naturaleza, las personas que la forman son el eje central.

Ello supone el cultivo de valores que le confi eren un sentido de comunidad mucho más avanzado y profundo que en un simple multinivel, que los utiliza como mera herramienta de marketing para conseguir sus fi nes, sin importar el daño causado. Como te decía en algún momento, el “todo vale” está justifi cado si el bien económico puede ser mayor.

Diferenciar esto es básico para la propia supervivencia de la red. De otra forma está condenada a “romperse” constantemen-te, bien por capricho de cada individuo, que termina cayendo en las tentaciones de otras empresas que muestran nuevas oportuni-dades, en apariencia más brillantes, pero carentes del poder del compromiso en las personas; o bien por iniciativa de la empresa, que tendría que pensárselo dos veces si para rescindir un contrato se viera enfrentada a todo un equipo en bloque.

Como te estaba contando, nuestra admisión defi nitiva había quedado a la espera de que el departamento jurídico de Citi nos aceptara o, por el contrario, nos rechazara. Mi decisión, a pesar de ello, había sido la de avanzar, por lo que tenía que hacerlo rom-piendo todos los esquemas. No sé si tú en mi situación habrías hecho lo mismo, pero Ana y yo teníamos que dejar claro que si la decisión de Citi era la de la anulación del contrato, no solo nos es-tarían cerrando las puertas, sino también desechando el montón de activos promovidos por nuestro trabajo.

Nuestra huida fue por tanto hacia adelante, pues teníamos que desmoronar cualquier intención de prescindir de nosotros.

Si conoces a Alberto, es fácil imaginarte cuál fue su cara cuan-do conoció la noticia de nuestra condicionada admisión. Rápida-

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mente se puso en contacto con el departamento jurídico de Citi y le faltó tiempo para decirle a Guidete (responsable del departa-mento), literalmente, que el caso era como si a ella la violaran y luego le cerraran todas las puertas allá donde fuera por conside-rarla una fulana. ¿Cómo se sentiría entonces?

Pensé que si en cuatro o cinco meses la empresa tomaba la decisión de no admitirnos, debíamos tener algo grande ya cons-truido, para que ella también tuviera algo grande que perder en el improbable caso de que llegara a ejecutar tal medida.

Tardaron cuatro meses en comunicarnos nuestra pertenencia a Citi con todos los derechos de aquel contrato. Un mes más tar-de logramos alcanzar la categoría de RVP (vicepresidentes regio-nales) y nuestros crecientes ingresos ya se acercaban a doce mil euros mensuales, sin dinero que procediera de “sistema” alguno. Nuestro equipo estaba formado por cientos de personas y el ho-rizonte comenzaba defi nitivamente a despejarse.

Estábamos relanzando la compañía y sus responsables lo sa-bían. Durante el año anterior a nuestra llegada, algunos de sus “fundadores” habían regresado a su país y otros estaban a punto de hacerlo. Uno de ellos, Edwin Ortiz, recuerdo que nos hizo un comentario que no olvidamos:

Ustedes nos han devuelto la creencia de que en España es posible.Entonces ya teníamos cierto peso en la empresa, y fue el mo-

mento en que descubrimos la verdadera causa de que nuestro contrato hubiera estado aquellos meses sin ser admitido.

Nuestra relación con Javier se había estrechado y un día nos confesó que un tal Miguel Aguado le había comentado que Emilio Montaraz y Ana Barros fueron los responsables de la caída de Amway España. Ana y yo no queríamos repetir la his-toria. Necesitábamos mantenernos lejos de quienes tanto daño nos habían hecho en el pasado, y cuya actitud, por lo visto, aún perseveraba.

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Aprovechamos para pedirle que tomara nota de algunos nom-bres que, sin nuestro consentimiento, nunca podrían formar par-te de Citi. Así lo hizo, y sin nubes en el horizonte comenzamos a avanzar de nuevo hacia la reconstrucción de un futuro, acompa-ñados esta vez por un selecto grupo de personas cuya confi anza mostrada en nosotros durante años las hacía muy especiales para Ana y para mí.

Trabajamos duro y nada se nos regaló. Al menos dos días a la semana íbamos a Madrid, uno se impartía formación y el otro se realizaba una presentación pública de la oportunidad.

Tanto las herramientas con las que contábamos como los even-tos a los que asistíamos no eran, según mi opinión, más que la versión pobre y obsoleta de lo que habíamos hecho y avanzado en los años de Amway. Por lo que estaba viendo, aquello no llevaba a otro camino más que al que conducía hacia su propia destrucción, según me dictaba mi propia experiencia en aquel mundo de redes.

Habíamos aprendido, crecido y cambiado en un mundo en el que existía “un solo sistema”, que orientaba y ponía orden a la gran complejidad resultante de la actividad de miles de personas funcionando como un todo creciente. Pero lo que ahora observa-ba era la existencia de catorce “sistemas” distintos que pretendían lograr lo mismo. Una locura, pues suponía catorce formas dife-rentes de crear “una red” en torno a Citi, siendo el fi n económico respecto a la empresa lo único que nos unía.

Faltaba lo que Ana y yo siempre consideramos como el único pilar que podía sostener una verdadera red en crecimiento y que, por lo tanto, había que alimentar constantemente: la comunión de valores.

Este era el verdadero lazo de unión de las personas que que-rían aventurarse hacia un objetivo común. La no existencia de jefes a quienes obedecer, ni de sueldos por los que nadie pudiera ser dominado, obligaba a seguir otro camino. Los jefes debían ser

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sustituidos por líderes, y la obediencia obligada a aquellos por su poder debía dejar paso a la voluntad de cada uno de seguir a quie-nes, por sus hechos y coherencia, representaran unos valores que compartir.

Es el principio de autoridad frente al poder lo que propicia la formación de una auténtica red, unidos todos a través de quienes son capaces de ganarse el liderazgo de quienes optan por seguir-los. De aquí tanto la fortaleza como la debilidad de la propia red, pues si uno de sus líderes afl oja, el riesgo de que todos sufran daño es real. Por ello las personas deben ser traspasadas y, más allá de nuestras propias imperfecciones, debemos seguir los valo-res que representan, que son realmente lo que nos une.

Recuerdo aquellos tiempos en Amway, en que más que edi-fi cados éramos casi literalmente “deifi cados”. Sus consecuencias fueron desastrosas, pero también aprendimos de aquella lección, por lo que hoy tratamos de llevar a la práctica el que todos mane-jemos unas buenas dosis de criterio y sentido común.

Aunque todo líder debe dar luz a los demás para facilitarles que le sigan, debemos también estar ojo avizor por si en algún momento se apagara y perdiera su autoridad, en cuyo caso no es a él a quien se debería seguir, sino a la estela que dejó mientras brillaba. Por desgracia para el multinivel, aún son muchos los que viven de aquellas rentas, a pesar de que su llama hace años que se apagó, cuando la vida les obligó a elegir entre sus valores y otros intereses personales que entraban en discordia.

Y te recuerdo que ahora estábamos en Citisoluciones, con ca-torce equipos distintos que ostentaban cada uno sus logros, con-secuencia de su buen hacer. La competencia entre unos y otros siempre es sana, pero en tanto en cuanto las reglas del juego sean comunes para todos, lo cual distaba mucho de ser así. Para ser más claro, te diré que mientras que unos respetaban la integridad del resto de equipos, otros se aprovechaban de tal comporta-miento.

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Llegué a pensar que el tan repetido dicho de que siempre se ve lucir más verde la hierba al otro lado de la orilla era originario precisa-mente de esta empresa, pues con tantas orillas los miembros de cualquier equipo podían ser deslumbrados fácilmente por algún refl ejo o rayo de luz que procediera de otra distinta a la suya.

Sabía que, aunque nos afectara, poco o nada podía hacer para provocar un cambio hacia el desarrollo de una red sostenible, pues en mi posición de recién llegado no estaría bien visto ni tan siquiera insinuar tal posibilidad. Deberíamos enfocarnos, por tanto, en hacer bien lo nuestro creando un equipo con los pilares más sólidos posibles que, llegado el momento, fuera el punto de referencia en Citi. Esas bases contenían también el principio de respeto y edifi cación al buen hacer de los líderes, incluso de equi-pos ajenos.

Para que puedas entender esto con mayor claridad, debo co-mentarte que con anterioridad al desembarco de Primerica en España, con el nombre de Citisoluciones, aquellos fundadores habían sido preparados y formados sobre nuestra cultura. Era muy importante conocer nuestras costumbres, nuestros gustos, nuestras debilidades y fortalezas, nuestro pasado, nuestras dife-rencias. Todo ello como un primer paso para interrelacionarse.

Algunos de aquellos fundadores ya habían tirado la toalla y regresado a EE.UU. un tanto confundidos, pues en España no encontraron el fácil terreno de cultivo que esperaban. Por cierto, uno de aquellos fundadores era Toni Román, ¿recuerdas? Aquel que, desde Puerto Rico, se puso en contacto con nosotros un año antes de que nosotros fi rmáramos el contrato. Toni superó esa primera etapa y se mantuvo en la creación de un gran equipo.

Aunque eran ciudadanos de EE.UU., todos tenían raíces his-panas. Quizás este fue el factor más importante que les indujo a dar el salto a nuestro país, en la creencia errónea de que com-partíamos el mismo carácter que nuestros hermanos allende los mares.

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No tardaron en darse cuenta de que ni los toros corrían a diario por las calles, ni todos los españoles éramos toreros. Sin embargo, años después algunos aún perseveraban y, con el áni-mo de agasajarnos, aparecían en los escenarios de algún congre-so vestidos con las mejores galas de bailaora andaluza o Curro Jiménez.

Aquel carácter abierto y alegre chocaba frontalmente con el serio concepto que la mayoría de los españoles tenían de un nego-cio. Era difícil hacer que entendieran la necesidad de un cambio en las formas adaptado a nuestra cultura. Realmente en EE.UU. estaba probado que era la mejor forma de crecer, al menos la más rápida, pero en España no encajaba. Habíamos desarrollado una gran experiencia en Amway, con cientos de miles de personas, la sufi ciente como para saber lo que iba a ocurrir en poco tiempo si no se realizaban determinados cambios.

Pero nuestro pasado carecía de total interés para quienes, como Javier García Monedero, acababan de descubrir un mundo maravilloso y, en su opinión, muy distinto al mundo de donde procedíamos. Traté constantemente de hacerle ver, a partir de mi experiencia, los peligros que entrañaban aquellas conductas, pero me repitió hasta la saciedad que me olvidara de mi pasado. ¿Te imaginas en mi lugar? ¡Olvidarme de cuanto nos había ocurri-do! Además de imposible, en primer lugar signifi caba renunciar a mi ser más profundo, a aquel por cuya razón había recorrido el camino que me había llevado hasta allí. En segundo lugar, y no menos importante, sabía que el olvido nos condenaría a vivir las mismas experiencias.

Mi orgullo y mi dignidad habían quedado reforzados por todo aquel pasado ya superado. Tanto a Ana como a mí nos había ser-vido para ser quienes entonces éramos, y por tal razón era algo irrenunciable. Según él, Primerica siempre había funcionado así, y aquellos fundadores tenían el conocimiento y la experiencia su-fi cientes para hacer que se duplicara su éxito en España.

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Era obvio, nadie podía negar que aquellos valientes no hu-bieran desarrollado negocios de verdadero éxito en su país. El problema era cómo hacerlo en este, el nuestro, y por lo que estaba viendo el camino no era el adecuado.

La experiencia que nos avalaba no era solamente nuestro éxito en España, sino en aquellos otros países de distintas y variadas culturas donde logramos abrir camino y avanzar en nuestra ex-pansión. Habíamos aprendido entonces que no se trataba tanto de intentar adaptarnos a cada cultura, como de encontrar en cada país a aquellos líderes que fueran capaces de llevar el proyecto adelante de la forma más genuina posible.

Me preocupaba que el mayor responsable de Citisoluciones, Ja-vier, no entendiera este sutil detalle, pues el futuro de la empresa estaba en juego y, por ende, también el nuestro. La solución esta-ba clara, necesitábamos ser escuchados. Solo hacía falta una cosa: Ana y yo ¡teníamos que legitimarnos!, y para ello debíamos hacer que las cosas sucedieran a lo grande de nuevo, para provocar así que los hechos en esta nueva empresa precedieran a nuestras pala-bras. Quizás así podríamos hablar tan alto como para que se nos oyera entre tantas voces.

Gracias a Dios, desde el primer momento Ramiro fue tre-mendamente respetuoso con nosotros y nos permitió siempre actuar conforme a nuestro criterio en cuanto al desarrollo de la red. Aquellos principios y valores sobre los que construíamos hi-cieron que pronto aquel equipo comenzara a ser observado por marcar un estilo propio, mientras se iba formando un verdadero y profundo orgullo de pertenencia.

El concepto de red como ente propio capaz de moverse como un solo cuerpo se deducía perfectamente de su propio compor-tamiento. Ello propiciaba también que los primeros puestos en el ranking estuvieran permanentemente ocupados en su mayoría por miembros de nuestros equipos.

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Por supuesto, todo ello requería el pago de un precio. Había llegado a un acuerdo con Ramiro para facilitar que él liderara por delante de nosotros. De esta forma, no solo mantendríamos el principio de respeto al upline, sino que avanzaríamos con mayor fuerza al hacerlo unidos.

Así fue cómo las estrategias, formaciones, comunicados, even-tos y todo lo que tuviera que ver con la red, aunque tuvieran su punto de partida en nosotros, se centraban en él, y así tratábamos de dotar a nuestros equipos de ese estilo propio de Ramiro en adelante. Esto no siempre fue fácil, como era de suponer, pero sí necesario para apuntar a un futuro, pues teníamos muy claro que para conseguir una construcción de éxito había que darle más peso al futuro que al presente.

Ya estaba todo en orden para iniciar la marcha. Tenía una ne-cesidad imperiosa de ir creando “sistema”, y al mismo tiempo de que fuera entendido y aceptado por todos y cada uno de los promotores. Pero este objetivo no era sencillo, dado que muchas de aquellas personas procedían de Amway.

Como puedes imaginarte, la mayoría de ellos habían resultado afectados negativamente por las frustraciones que el uso del siste-ma Yager les había generado años atrás. El hecho de que nosotros hubiéramos sido ejecutivos diamantes no allanaba precisamente el terreno, máxime cuando nadie sabía esta parte de la historia que hoy te cuento. Todo aquello salía a relucir de nuevo, ralentizan-do el desarrollo natural de herramientas necesarias para el creci-miento y consolidación de la red.

Quienes habían permanecido más cercanos a nosotros sabían que el problema no radicaba en el sistema en sí mismo, sino en el mal uso que se hizo de él para llenar los bolsillos y las cuentas de quienes lo controlaban. En realidad fue el abuso de una confi anza que el propio sistema promovía para que esta fuera depositada por los distribuidores a sus “líderes”.

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Aunque sabía que no iba a ser tarea fácil, con las pertinentes explicaciones debía lograr que todos llegaran a aceptar la crea-ción y el uso de las herramientas que todos necesitábamos. Pero el problema no era realmente este, sino el cómo y el quién. ¿Quién iba a hacerlo? ¿Quién se iba a encargar de su gestión y cómo iba a hacerlo? ¿Quién iba a obtener los “benefi cios económicos” que aquello generara, en el caso de que los hubiera? En defi nitiva, ¿quién iba a ostentar el poder que el sistema otorgaba? Yo no quería aceptar tal responsabilidad, pero tampoco podía permitir que quedara en manos de ninguna otra persona.

Ante esto, se podía pensar en contratar a una empresa externa, pero en la práctica iba a resultar imposible que pudieran darnos un buen servicio, al tiempo que saldría tremendamente caro.

No iba a ser posible, porque el sistema se alimentaba continua-mente de nuestros propios testimonios, ya que nosotros mismos éramos los que directamente transmitíamos nuestras propias vi-vencias, técnicas, retos y sueños. Obstáculos y retos superados por quienes íbamos alcanzando cotas de éxito servían de alimen-to de ese “sistema”, que a través de sus herramientas, principal-mente CD y eventos, llegaban al resto del equipo.

Todo ello nacía de nosotros y para nosotros, lo que creaba una frecuencia de vibración que escapaba del alcance de quien lo veía desde el exterior de la red. Y es aquí precisamente donde se apre-cia con total claridad el verdadero valor añadido de la red hacia el resto de la sociedad.

Aunque suene ambicioso atribuirnos el aportar algo más que ese valor añadido por nuestra participación en el mercado, lo cual cobramos, como es lógico, creo que este punto merece que haga una refl exión contigo sobre aspectos básicos que han determina-do un rotundo cambio cultural y social. Me explico.

No hace muchos años la labor de enseñanza se encomendaba inicialmente al maestro en la escuela, que con un plan específi co

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y adaptado a las edades de sus alumnos les hacía llegar los conoci-mientos preestablecidos por la sociedad. Resultaba relativamente fácil transmitir cultura. Se avanzaba en el aprendizaje construyen-do sobre pilares ya cimentados y se lograba así el llegar a entender y manejar en el tiempo conocimientos realmente complejos.

Hoy estamos acostumbrados a que en nuestro aprendizaje in-tervengan todo tipo de expertos. La tecnología ha facilitado el acceso a un sinfín de conocimientos, inundando todas las men-tes por igual sin control ni planifi cación alguna. Los medios de comunicación han hecho su agosto en este terreno y hoy, una generación después, nos encontramos en una sociedad rota, des-estructurada, confundida y sin “cultura”, pero con muchos cono-cimientos.

¿Quién no ha sentido alguna vez esa barrera real existente en-tre la experiencia del abuelo y los conocimientos del niño? ¿Se-guimos edifi cando al abuelo para que el niño le escuche y aprenda de él? ¿Está el niño preparado para entender y aceptar la cultura del abuelo? ¿Y para discernir entre lo que es mera opinión y una información objetiva?

Cuando el conocimiento asume el control perdemos los lazos que nos unen al pasado, sobre todo a través de la experiencia de nuestros abuelos. Si hemos roto los lazos que nos unen desde nuestros orígenes, si perdemos nuestra memoria ancestral, esta-remos condenados a vagar errantes y sin sentido por un mundo cada vez más extraño a nosotros y sin cultura que nos identifi que. Este sería el resultado de enfrentar o anteponer el conocimiento y la información de un niño a la experiencia de unos padres o abuelos cada vez más distantes.

Si hemos llegado a poner a nuestros hijos en manos de robots, ¿qué esperamos? Para mi generación, el libre acceso a cuanta informa-ción se me antoje llegó cuando ya habíamos construido unos sólidos cimientos, tanto personales como sociales. El honor, la palabra dada y el respeto eran los primeros ingredientes que formaban

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nuestra personalidad, apuntalados por lecturas que, como El Ca-pitán Trueno, nos permitían diferenciar entre buenos y malos, al mismo tiempo que nos divertíamos soñando con que el día de mañana podríamos ser alguno de esos héroes.

La familia era el verdadero núcleo de la sociedad, y esta no era más que el duplicado de los valores que la formaban. Aunque de esto te das cuenta cuando te has hecho mayor y miras hacia atrás buscando alguna explicación a todo cuanto hoy está ocurriendo.

¡Claro que el “sistema” debe cambiar! Por eso debemos ac-tuar, ¡y te aseguro que lo hacemos!, y ayudar a que cada individuo busque en su interior el verdadero poder que le hace persona. Lo que he descubierto es que solamente lo encontrarás a través de tus semejantes. No a través de los conocimientos, tampoco a tra-vés de Internet ni de ningún maravilloso software que te permita el acceso a todo cuanto desees, sino mediante personas que te abran las puertas de sus corazones. Personas honestas, de palabra y de honor. Aquellas cuyos comportamientos sean el refl ejo coheren-te de lo que llevan en su interior y vivan apasionadamente de la misma forma en que creen. Son los líderes que hoy, más que en ningún otro tiempo pasado, esta sociedad necesita.

Y por supuesto, además de la ventana tecnológica que ha revo-lucionado los cimientos de nuestra propia identidad, aún existen profesionales de la formación que, con su mejor intención, se en-cargan de tan importante labor.

Así, tenemos al formador, cuya preparación es totalmente teóri-ca y su “título” depende de lo bien que haya estudiado los libros de la materia que ahora enseñe; el consultor, cuyo activo princi-pal, además de la preparación teórica, se nutre de la experiencia que recoge de las empresas en que ejerce su consultoría; y más reciente y de moda prolifera la fi gura del coach, que se acerca más a las necesidades globales de sus alumnos y que, aunque no pelea en el mismo ring que sus alumnos, los entrena para ayudar a que logren el éxito en sus respectivos campos.

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Pero el “sistema” de enseñanza y de marketing del que te hablo es otra cosa. Es algo que hace imposible ejercer la enseñanza si no se lucha en el mismo campo, manchándose del mismo barro. ¡Es la autoridad la que habla, con la voz de la experiencia! Realmente se trata de un método único y altamente efi caz.

Quien tiene la fruta del árbol, como decía Luis Costa, es quien te enseña y te ayuda en su avance. Solo te habla de cómo llegar a alcanzar tus sueños a través de su testimonio quien ya consiguió los suyos; de valor, quien demostró que lo tiene al haber superado sus miedos; de coherencia, quien ejerce la aplicación de cuanto sabe; y de servicio, quien lo presta y sirve. Es la congruencia pura llevada a la enseñanza. El maestro, o líder, te indica el camino que él ya recorrió o lo recorre en un lugar más avanzado y te lleva hasta donde está agarrado de la mano, al tiempo que te indica con qué alforjas deberás transitar.

Retomando el hilo que nos ha llevado hasta aquí, permíteme cerrar esta refl exión contigo para regresar al punto de partida: ¿Qué empresa o profesional podría darnos tal servicio? ¿Quién, si además debe proveerse continuamente y a nivel nacional? Era imposible encontrar una solución mirando hacia afuera. Éramos nosotros quienes debíamos crear, desarrollar y proveer los servi-cios que la red necesitaba. Estaba claro.

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LA FUNDACIÓN Y EL SISTEMA

“Si quieres hacer una obra maestra, comienza transformando cada pequeño acto cotidiano

en una obra maestra.”

(Sergio Valdivia)

Como comprenderás, a estas alturas de mi vida, y con la inten-sidad con que todo acontecía, ya había llegado a la conclusión de que la experiencia ni es buena ni es mala, sino que la diferencia radica en cómo la administras. Es lo mismo que recordar aquella frase de no es lo que te suceda, sino cómo reaccionas frente a ello.

Te aseguro que es tan simple como el uso del sentido común. Si tú deseas alcanzar algo, posiblemente te vendrán bien los

consejos de quien ya lo ha logrado. De la misma forma que si estás interesado en aprender a jugar al tenis, buscarás la ayuda de un buen maestro de tenis y si tienes una enfermedad acudirás al médico. ¿Es correcto?

Ahora bien, como te dije antes, la experiencia es válida si sa-bemos administrarla correctamente. De la nuestra, seguramente podremos sacar muchos datos sobre lo que no debemos hacer. De la de los demás, seguramente de solo unos pocos, aquello que nos sirva para alcanzar lo que deseemos.

Aunque parezca irrespetuoso, y te aseguro que no es mi inten-ción, te pongo un ejemplo muy gráfi co. Si tú deseas luchar por conseguir tus sueños pero cuando se lo cuentas a tu abuelo este te dice…

Hijo mío, dedícate a lo que sabes, pues la vida te dará muchos golpes para que comprendas cuál es tu camino. Continúa como electricista, al igual que tu padre y yo, pues en eso sí te defi endes, no hagas caso de nadie que no esté en tu mundo y olvídate de esos pájaros que tienes en la cabeza.

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… ¿cuál será tu reacción? La mayoría retrocederá tristemente a lo que considera su lugar, renunciando a sus sueños, pues habló la experiencia del abuelo.

Solo unos pocos serán capaces de valorar algo más en aquel consejo que el abuelo, con su mejor intención, les está ofrecien-do. Las preguntas obligadas ahora son: ¿En qué posición está el abuelo? ¿Apenas sobrevive con una mísera pensión? Si es así, res-póndele alegremente pero con respeto:

¡Gracias, abuelo, por tu experiencia!, pues acabo de darme cuenta de lo que no debo hacer para dentro de cincuenta años estar en tu misma situación.

Ahora imagínate que tu abuelo te lo dice desde la cubierta de su yate. ¿Cuál sería tu respuesta? ¡Por supuesto que seguir sus consejos! Pero debes estar también seguro de que dependiendo del lugar en que se encuentre, la recomendación que te haga será distinta. Su posición también lo es.

Tanto en un caso como en el otro, la mejor forma de honrar a nuestros mayores es vivir más y mejor que ellos; pues dime tú qué mejor regalo podemos hacerles a los ancestros que mos-trarles, tanto si siguen vivos como si no, que estás mejorando el mundo.

Pero todo esto son principios de éxito que, aunque tienen total importancia para la comprensión de cuanto te estoy contando, no son el eje central de esta historia. Es para mí, y espero que tam-bién para ti, muy importante que seas tú mismo quien deduzca esos principios, si los consideras como tal. Permíteme que utilice esta forma de respeto a tu libertad.

Hacía ya muchos años que Ana tenía un sueño y que, por to-das aquellas circunstancias, nunca había podido hacer realidad: la creación de hogares para ancianos sin capacidad económica. En estos momentos, y debido precisamente a nuestra actividad en Citisoluciones, comenzó a revolverse en nuestro interior, de nuevo, la necesidad de tal obra.

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Ana ya había dado unos pasos por ese camino de respeto hacia nuestros mayores, a los que hoy en día dedica gran parte de su tiempo. Un día, años atrás y desde un escenario, sus sentimientos la llevaron a prometer que, si en algún momento podía, haría un monumento a las abuelas en homenaje a su labor callada de educación y cuidado de los nietos en una sociedad tan ajetreada como en la que estamos inmersos.

Ese día llegó, previo encargo del diseño y realización a mi hermano Ricardo, sensible y gran artista. La obra fue inaugurada y donada al ayuntamiento, donde hoy luce un monumento en bronce en memoria de todas las abuelas y que con orgullo presen-tamos en la convención de agosto de 1995.

A partir de los datos que manejábamos, veíamos que con los años se incrementaría el número de ancianos indigentes, y por razones obvias de coherencia interior buscábamos cómo poner nuestro granito de arena para paliar, en la medida de nuestras posibilidades, tan dramática situación.

Con la gente joven no existe ningún problema, pues con tiem-po sufi ciente y un asesoramiento adecuado, como el que nosotros prestamos, cualquier persona puede llegar a alcanzar su indepen-dencia fi nanciera, con un mínimo de disciplina y previa planifi ca-ción adaptada a las circunstancias de cada uno. Otro tema es el de aquellas personas que, por edad, aunque les abriéramos los ojos y lo intentaran, poco o nada podrían hacer para evitar pasar sus úl-timos años por debajo de los umbrales de pobreza, pues carecen del mínimo tiempo necesario para lograr solucionar un problema que nunca se habían planteado.

¡Entonces surgió la idea! De repente le dije a Ana: Tu sueño co-mienza a hacerse realidad. ¡Vamos a crear una fundación para ayudar a los ancianos! ¡La fi nanciará el sistema!

Te puedes imaginar nuestra alegría. Acabábamos de abrir una puerta que solucionaba dos problemas al mismo tiempo y que, hasta entonces, parecían no tener solución. Fue un práctico ejer-

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cicio con el que se demuestra la importancia de un cambio de paradigmas para encontrar soluciones.

Inmediatamente se lo comentamos a Alberto Ezquerra. Sabía-mos también de su preocupación por el tema de los ancianos y no dudó un instante en ponerse en marcha para iniciar su creación.

Fue una tarea ardua por parte de Alberto. La complejidad legal, así como los requisitos y la constatación de una escasa experiencia por parte de cargos públicos que, en principio, debían facilitar el camino hacia su constitución, hubiera doblegado y hecho desistir a cualquier humano normal. Pero era Alberto Ezquerra, y él no es normal. Al fi nal nació la Fundación Huellas de Solidaridad.

Mientras tanto, otro frente no menos complejo estaba abierto. Le había comunicado a Javier García Monedero nuestra intención de crear aquella Fundación, y que sería esta la que se haría cargo del sistema. En un primer momento me indicó que necesitaba la aprobación de EE.UU. Por supuesto, yo no entendía la razón por la cual debía ser así, pero tampoco iba a hacer de ello un problema que no existía aún.

Como sabes, mi propósito era que hubiera un sistema común para todos los integrantes de Citi. Dos razones eran las que, prin-cipalmente, sustentaban tal deseo. En primer lugar, evitar que nadie resultara benefi ciado con un dinero proveniente de una fuente distinta a la que generaba el movimiento de productos ge-nuinos de Citi. La segunda razón era la imperiosa necesidad de crear una sola red, no catorce, para que funcionando como un todo y creando sinergias en bloque esta no perdiera su poder, aquel que por naturaleza le correspondía.

Sin embargo, el poder de Citi sobre la red, al igual que el de todas las empresas de multinivel, se debía en gran medida al ansia de mantener esa separación entre distintas líneas bajo las que se desarrollaban los equipos. Era hasta cierto punto lógico que la empresa no viera con buenos ojos el que tuviéramos vida propia

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y funcionáramos como un solo ente, por así decirlo, en previsión de un futuro cuyo control no quería perder.

El divide y vencerás yo lo entendía únicamente para aquellos ca-sos en que existían enfrentamientos, pero no para cuando deci-dían caminar juntos, empresa y red, hacia ese futuro.

Si además, como es obvio, cada línea en mayor o menor grado desarrollaba su propio “sistema”, el cual generaría a sus respon-sables algún que otro ingreso, estaba muy claro que poco o nada podría hacer para cambiar aquello. Pero tampoco me iba a rendir.

Aunque aún estaban por llegar tiempos que corroboraran la importancia de estos conceptos, presentía que debía esforzarme por conseguir acercarnos a su implementación lo más rápidamen-te posible. ¡La red debía llegar a tener vida propia, sin depender vitalmente de la empresa que la provee de productos!

No había pasado mucho tiempo cuando Alberto me comuni-có que “la Fundación no puede realizar actividad alguna que no esté relacionada con aquella para lo que fue fundada”.

¿Te imaginas? ¡Otro reto! La realización de eventos, así como la confección de herramientas de marketing, no podía ser asumi-da por la Fundación. ¿Qué podíamos hacer?

La práctica de un ejercicio continuo acaba grabándose en uno como un hábito. Como comprenderás, el hecho de cambiar de paradigmas y tomar decisiones ya formaba parte de lo habitual, por lo que tampoco me resultó muy difícil ponerme en marcha para buscar la solución al nuevo panorama.

Desde tiempos de Amway, Ana y yo teníamos una empresa que aún conservábamos llamada Sedecomper. En aquellos tiem-pos el nombre hacía alusión a “SErvicio, DEcisión, COMpromi-so y PERseverancia”, como un permanente recuerdo a principios que no debíamos olvidar. Si la Fundación no podía desarrollar la actividad propia del sistema, esta empresa sí lo podía hacer, por lo que decidimos donarla a la Fundación Huellas de Solidaridad.

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Con esto se solucionó el problema de la actividad, ya que Se-decomper era la que se encargaba del desarrollo y gestión de todo cuanto fuera necesario. Si el sistema llegaba a generar benefi cios, irían todos ellos a la Fundación. Quedaba defi nitivamente cerra-do un capítulo muy importante, por lo que nadie obtendría un solo euro que procediera del sistema.

Ahora solamente quedaba por resolver la unidad de todas aquellas líneas en torno a un mismo sistema. Este era un tema tabú y difícil tan siquiera de exponer. Cuando lo puse en conocimiento de alguno de los fundadores, entendí que era un paso que nin-guno iba a dar, pues ello suponía una aparente pérdida de poder para cada uno de ellos, y sobre todo de los más que probables ingresos que les pudiera generar.

Considerando todo ello, existían tres piezas fundamentales que se interrelacionaban entre sí. Por un lado la empresa (Citiso-luciones), cuyo cometido era ofrecer un buen producto a la vez que una buena gestión. Por otro lado la red, formada por perso-nas y liderada por quienes se habían ganado tal honor. Esta era la encargada de hacer llegar a sus clientes los productos que la empresa proveía. Y por último el sistema, que era no solamente creado, sino generado y modifi cado constantemente por los líde-res que aglutinaban la red.

Como verás, el mapa ya estaba confeccionado, pero los ca-minos que nos llevaban hacia nuestro objetivo no existían, pues aún nadie los había abierto. ¡Teníamos que conseguir aunar los intereses de cuantos estábamos involucrados!

Mientras todo esto ocupaba mi mente, en febrero de 2004 la Audiencia Provincial de Barcelona anuló la condena ini-cial a la que habíamos sido sentenciados tres años atrás, en el 2001. Fallaron a nuestro favor y rechazaron por completo el recurso de apelación de Amway, que fue condenada a pagar las costas.

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Eran buenas noticias, aunque pasaba algo que no entendía-mos, ya que en la sentencia faltaba que el juez incluyera el impor-te de la indemnización que habíamos reclamado a Amway. José Ramón solicitó que se indicara tal circunstancia para la ejecución de la sentencia, y nuevamente nos volvimos a sorprender cuando en la contestación la Audiencia Provincial se limitó a decir que ya estaba todo dicho. Aunque ya poco nos conseguían afectar to-das estas sorpresas, como puedes suponer fue para nosotros otro momento de decepción entre aquel sinsentido que deseábamos acabar y olvidar.

Por supuesto, esto fue motivo de recurso al Tribunal Supremo, el cual cuatro años después, sin saber aún los motivos ni entrar en el estudio del caso, se pronunció en términos de no admisión a trámite por motivos “formales”. Nos acababan de decir que el recurso había sido rechazado sin entrar en el caso. ¡Era incom-prensible! Pero ¿qué estaba ocurriendo?… ¡si habíamos ganado!

Ya habíamos decidido Ana y yo que aquel dinero iría a la Fun-dación, pues muchos de nuestros mayores no lo estaban pasando muy bien que digamos, ¡más aún con la crisis que ya se estaba anclando! Pero parecía que no iba a ser posible, al menos de mo-mento, la realización de ese sueño.

Quedaba un último recurso, el de amparo ante el Tribunal Constitucional, pero también fue rechazado por no sé qué res-tricciones que conducían la mayor parte de los recursos que a este llegaban por la vía de no admisión, ¡sin más!

Esta fue la última respuesta de la “justicia”. Mi sentimiento de dolor inicial pronto dio paso a otro de sufri-

miento, que durante años hemos padecido Ana y yo. Ella siempre había tenido la esperanza, que casi podía traducirse en seguridad, de que se iba a hacer justicia y de que, aunque el padecimiento vivido era impagable, al menos se nos permitiría desprendernos de una carga que hasta hoy hemos llevado en nuestras mochilas.

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No ha sido así y Dios sabrá por qué, pero sea cual fuere esta razón, hoy la vida nos permite plasmarlo en este libro con un sen-timiento que transmutó de dolor a pena por quienes lo causaron, y sobre todo pena por quienes, al igual que nosotros, en algún momento de su vida han sentido el mazazo de un sistema judicial que, en ocasiones, no puede por forma hacer justicia.

De todas maneras, quiero contarte que aunque con la escritu-ra del libro que sujetas en las manos cerramos formalmente este apartado de nuestras vidas, Ana y yo hace mucho tiempo que soltamos el resentimiento que nos unía a todas aquellas personas que se posicionaron tan contundentemente en contra nuestra. No sé si en algún momento tú lo has vivido, pero te aseguro que en aquel momento sentimos la mayor sensación de liberación que jamás hayamos experimentado.

Nuestra vida continuó su curso.

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EL REGRESO DEL ÉXITO

“Si estás ausente durante mi lucha, no esperes estar presente durante mi éxito.”

(Will Smith)

Ya habían pasado siete años desde nuestro inicio en Citiso-luciones. Nuestros ingresos mensuales superaban los cincuenta mil euros y la vida de nuevo hacía tiempo que nos sonreía. ¿Te imaginas cómo podíamos sentirnos? ¿Qué razones podrían ser lo sufi cientemente fuertes como para hacer que nos mantuviéramos en la lucha? Cuáles, sino las que procedían exclusivamente de lo más profundo de nuestros corazones.

También fueron siete años los que pasamos como aprendi-zaje en Amway. Como puedes entender, era inevitable recordar aquellos tiempos. Por supuesto que en aquella ya lejana empresa habíamos ganado mucho más dinero, ya que en esta no existían los que se sumaban procedentes del sistema.

Al igual que en tiempos pasados, disfrutábamos de viajes de ensueño, difíciles de describir: Hawái, Orlando, Boca Ratón, Las Vegas, Puerto Rico, Bahamas, Atlanta, Finlandia, el Caribe, cru-ceros… Eran tremendamente divertidos, y te aseguro que la prin-cipal razón que hacía la diferencia con otros de entre cientos que hicimos en nuestra vida era el estar acompañados de personas muy especiales. Sus caras de felicidad nos llenaban por completo y era la razón fundamental por la que esperábamos ansiosos cada destino.

Muchos de aquellos viajes ya los teníamos prácticamente gana-dos por el hecho de haber alcanzado la máxima categoría (SNSD) en España. Sabíamos que había que mantenerse trabajando, tanto para dar ejemplo y demostrar que podía hacerse como para man-

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tener nuestro liderazgo sin fi suras. La actividad tan maravillosa que realizábamos hacía que no solamente fuera fácil nuestra en-trega, sino que llegó a formar parte del sentido que queríamos dar a nuestras vidas ayudando a los demás.

Fruto de ello habíamos conseguido un equipo formado por dieciocho RVP. Directos o frontales. Es así como también llega-mos a recibir más de doscientos trofeos, que inundaban todas las estanterías, paredes y muebles de nuestra ofi cina.

Cada dos años, Primerica celebraba una convención en Atlan-ta (Georgia) a la que asistían promotores desde todos los puntos de Estados Unidos. La incorporación de España hizo que asis-tiéramos a las que se celebraron en 2003, 2005 y 2007. Si todas resultaban impresionantes por la cantidad de asistentes, así como por la majestuosidad de su puesta en escena, más aún lo fue esta última por lo que supuso para nosotros.

Al igual que en las anteriores, habíamos subido por aquel esce-nario a recoger alguno de los trofeos que, como algunos de nues-tros compañeros, habíamos ganado. Pero lo que no esperábamos era que nos llamaran también para entregarnos, a Ana y a mí, uno muy especial y único: MVP (Most Valuable Player – ‘jugador más valioso’). De todos los que obtuvimos es el único que conserva-mos y que luce aún hoy en mi despacho.

¿Te imaginas recibir tal reconocimiento ante más de setenta mil personas? Es difícil narrar lo que entonces sentimos. Te ase-guro que hacía mucho tiempo que huíamos de recibir premios, porque así tratábamos de evitar que nadie se sintiera menos. No queríamos hacer sombra a nadie, pero nuestros continuos logros hacían que esta se proyectara sobre algunos, y eso no era bueno. Era un sabor agridulce el que Ana y yo compartíamos por este motivo, pero ese pensamiento no evitó que levantáramos llenos de orgullo aquel inesperado trofeo.

Recordábamos cómo años atrás, en el primer año de nuestra andadura en Citi, habíamos ganado un viaje a Hawái. Fue un viaje

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que no hicimos porque, aunque estaban todos los gastos pagados, nuestra economía no nos lo permitía. Más adelante hubo otro al mismo lugar, al que, con nuestra economía algo más saneada, asistimos y lo pudimos disfrutar.

Debido a la ruina que arrastrábamos cuando conocimos Citi, los ingresos obtenidos durante los primeros cinco o seis años los dedicamos a pagar deudas que New Net había dejado a sus proveedores. Aunque no era nuestra obligación legal, Ana y yo habíamos prometido hacerlo si algún día podíamos. ¡Imagínate la sorpresa de algunos que ya daban el dinero por perdido al en-tregárselo previas disculpas por la tardanza!

Entre todas aquellas deudas, hubo algunas a las que dimos prioridad, tanto por la cercanía como por el acto de valor que la confi anza en nosotros había empujado a realizar a esas personas, poniendo en riesgo su propia economía. Te explico.

Cuando ya New Net estaba dando los últimos coletazos con el fi n de salir adelante, varios promotores llegamos al acuerdo de ca-pitalizar, entre todos, un proyecto que consistía en la importación exclusiva de un ron cubano al que dotamos de marca propia (Va-cilón). Éramos veintidós los que así lo acordamos. El problema fue que para iniciar aquello necesitábamos al menos trescientos mil euros y había que acudir al banco a por crédito.

Como era de suponer, este pedía una garantía hipotecaria su-fi ciente. La nave y ofi cinas de New Net, al igual que mi casa, ya estaban hipotecadas, por lo que Ana y yo nada podíamos aportar. Entonces surgieron dos valientes: Toni Cerdán y Maribel García Chamorro, que pusieron como garantía su piso, y Pedro (el ta-xista), que hizo lo propio con el suyo. A ellos se sumaron con su aval Juan Manuel Bonis y Mercedes, junto con otra pareja: Rafa Suárez y Maricruz.

Era aquel un proyecto ajeno a New Net, aunque se les había ofrecido a todos la oportunidad de participar en el mismo advir-

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tiéndolos del riesgo que se corría. Por esa misma razón, si aquello funcionaba repartiríamos las ganancias entre todos por igual. Si fracasaba, entre todos también afrontaríamos las pérdidas. Pen-sábamos sobre todo en aquellos dos pisos hipotecados más el patrimonio de los avalistas.

Como puedes suponer, aquello fue un fracaso total. Era un mundo totalmente desconocido para nosotros y se convirtió en ruina cuando comprobamos, ya muy tarde, que la mayor parte de las distribuidoras no pagaban la mercancía que les hacíamos llegar.

Cuando un año después New Net desaparece, Ana y yo conti-nuamos pagando la parte que nos correspondía para hacer frente a aquellas hipotecas. Aunque estábamos en quiebra, sin coche y con nuestra casa a punto de ser embargada, aquella era la primera responsabilidad que debíamos atender.

El problema comenzó a formarse cuando algunos de los “comprometidos” se olvidaron de tal obligación. Las diferencias entre lo que había que pagar y lo aportado por todos se hacían mayores cada mes, por lo que Ana y yo íbamos pagando una cantidad cada vez más alta para lograr la cuota mensual obligada. Sería terrible permitir que, además de tener la sujeción de una hipoteca, tuvieran que pagar esa diferencia sus titulares. No lo podíamos permitir.

Fueron aproximadamente tres años los que tardamos en can-celar ambas hipotecas de forma anticipada, así como en liberar aquellos avales. Justo el tiempo que tardamos en reunir el capital pendiente. Gracias a Dios habíamos logrado ganar sufi ciente di-nero como para hacerlo.

A estas y otras deudas, propias de aquellos tiempos pasados de New Net, pudimos ir haciéndoles frente, mes tras mes, has-ta quedar totalmente liberados de ellas alrededor del año 2007. Coincidió que ese año precisamente fue el que recibimos aquel entrañable trofeo de MVP. Por fi n la vida nos dibujaba una son-risa. ¡Era el momento de soñar en grande!

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Muchos fueron los sueños que había ido haciendo realidad, pero había uno escondido en lo más profundo de mis deseos por el que nunca me atreví a luchar. Desde pequeño siempre tuve en mi mente la posibilidad de que algún día llegaría a disfrutar de un barquito. Creí que había llegado ese momento, por lo que comen-cé a alimentar el sueño de comprarme uno.

Busqué, vi, olí y probé, hasta que un buen día, con el título de capitán de yate en mi poder, me encontré estrechando la mano que cierra la compra de un Azimut de cuarenta y seis pies de es-lora. Finalizaba el verano de 2007 cuando apalabré la entrada de cien mil euros para antes de febrero de 2008, así como el resto para el cierre de escritura en mayo del mismo año.

Lo que no sabía, aunque ya apuntaba algo, es que al mismo tiempo que se acababa el buen tiempo y se acercaba el otoño también se acababa la época de las vacas gordas, pues la crisis ya amenazaba y muy pronto la íbamos a sentir.

En tres maravillosas ocasiones disfrutamos de aquellos quince metros de barco atracado en Cambrils; tres habitaciones dobles, dos baños con ducha, cocina, salón, dos puestos de mando para gobernarlo, etc. ¿Te imaginas? Sendas salidas por el Mediterráneo con Juan Luis Ortiz, alias Teacher, y su esposa Ana (grandes ami-gos), con pesca incluida, nunca llegaron a justifi car tal inversión.

Fue una lección cara, pero la aprendí. Había realizado una pri-mera entrega de treinta mil euros en concepto de reserva, pero a los tres meses ya había decidido no realizar la compra, pues cada día que pasaba veía con mayor claridad los nubarrones económi-cos que estaban por llegar.

En febrero llamé al vendedor para hacerle saber mi decisión de no seguir adelante. Su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó que, al mismo tiempo que se lo anunciaba, le había hecho llegar una transferencia por los setenta mil euros que aún no le había pagado, como complemento de los cien mil euros totales. Era mi palabra la que le había dado, por lo que no tenía excusa alguna

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para eludir mi responsabilidad. Así, sin yate y sin aquel dinero, me mantuve fi el a unos principios que me permitían mantener mi cara bien alta, reforzando aún más unos valores necesarios para ser cultivados en la red.

Estábamos ya en 2008. Nuestro éxito era notorio y, a su vez, continuado. También ante la empresa nos habíamos legitimado para ser atendidos dada nuestra insistencia. Un día recibimos la noticia de que estábamos invitados a ir a Atlanta con el fi n de que explicáramos nuestras inquietudes a los máximos responsables de Primerica, en aras de un negocio sostenible. Al poco tiempo, acompañados por Ramiro y Javier García Monedero, nos planta-mos allí para hacerlo personalmente ante la plana mayor de Pri-merica.

Mi exposición gráfi camente representaba, mediante tres aros unidos entre sí, las tres fi guras que deben interrelacionarse y, sin perder su independencia, moverse en torno a un objetivo común: empresa, red y sistema. Recuerdo mi apasionada intervención para tratar de hacerles ver lo importante que era lo que decía.

La red, formada por equipos liderados por RVP que generaban herramientas, al tiempo que alimentaban el sistema y movían los productos de la empresa. La empresa, encargada no solo de gestio-nar y proveer de productos a la red, sino también de velar por el uso y desarrollo del sistema, que debía ser común a todos. Y el sistema, como cúmulo de conocimientos y herramientas que na-cen de la red y se adaptan constantemente a los tiempos, siendo el generador que mantiene a sus miembros en avance continuo y en unidad de acción. La sinergia producida por la interrelación de estos tres elementos es, sencillamente, impresionante.

La existencia de la Fundación también jugaba un papel funda-mental, pues era la que tenía la llave del dinero que pudiera llegar del uso del sistema, por lo que nunca nadie podría acercarse con la pretensión de ganar ni un solo euro del mismo. El sistema era un

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medio y como tal generaba un benefi cio indirecto por la creación, mantenimiento y desarrollo de equipos; también su magnífi ca e inmejorable aportación de todo lo que se necesita para duplicar y formar a la red en temas de liderazgo suponía una motivación más que sufi ciente.

Si además de blindar el sistema de posibles interesados le su-mamos el fi n genuino para lo que fue creada la Fundación, el complemento que supone para nuestra cruzada, se cierra y se le da un sentido total y absoluto a nuestra actividad, en coherencia con los valores que cultivamos.

El grado de aceptación parecía bastante alto, por lo que regre-samos de Atlanta con muy buen sabor de boca y, sobre todo, con la esperanza de un cambio que ya se estaba haciendo necesario. Era el año 2008 y la crisis podía llegar a afectarnos, por lo que con este logro se abría un futuro realmente esperanzador.

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Nuestra boda en 23 de octubre.

Familia villar, un gran e íntegro notario,a quien debemos el habernos conocido.

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Amigas de Ana desde la infancia. Amigos todos.

Con mis ex compañeros de Caja Cantabria.

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Con Luis Costa, en El Paular, en Junio de 1989.

El primer viaje en el yate de Amway.

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Con Dani y Ludi desde 1989 hasta hoy, siempre juntos.

Palau Sant Jordi con nuestros hijos en Agosto de 1991.Califi cación Diamantes.

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Nuestro hogar.

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Primera Convención que organizábamos nosotros.

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Ana, el sustento de mi vida, cuidando de sus fl ores.

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Con Gema, quien ha ejercido de hermana mayor de Ana.

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Rafa y Mari Mar, 25 años ininterrumpidos de amistad

Convención con Carlos, uno de nuestros esmeraldas.

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Nuestro altruista y generoso abogado Alberto y su mujer Ana.

Disfrutando de la Navidad.

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Bodas de plata.

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Nuestro hijo Javier.

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Nuestra hija Lydia.

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Lydia y su sueño.

Momentos mágicos de una convención.

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Manu, un joven campeón, hijo de otro campeón Manuel García Ramiro.

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Abriendo una convención.

Haciendo verdaderamente “el indio”.

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Convención 1995, en La Peineta (Madrid)

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Edgardo, nuestro amigo argentino.

Nos tatuábamos con orgullo el nombre de Amway.

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Nuestra califi cación de ejecutivos diamantes.

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Nuestro reconocimiento de ejecutivos diamantes.

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Ana con su hermano. El carisma y el humor de los Barros Tirados.

Ana con Rosa y los niños (Iván y Paula).

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Inauguración del monumento a la abuela, con mi hermano.

Ana charlando con Luis.

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Manuel Alfaro impartiendo sabiduría.

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Juan David, un amigo incondicional.

En Texas con José Antonio y María, Juanka y Rosa, Ramiro y Yolanda.

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Angel y Anna, lideres en Girona.

Convención Primerica. Atlanta 2005.

Convención en Atlanta.

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Con Dwayne, uno de nuestros héroes de Primerica.

En Malasia con Juanka y Rosa.

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Hawaii 2006. Primerica.

Medardo con su mujer Susana y sus hijas Patricia y Elena.

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PELI Z.

En Atlanta, tras recibir el trofeo de M.V.P

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Con Ramiro y Yolanda, en New York.

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Celebrando unas navidades.

ZIPI Y ZAPE (Fernando Pajares y Saúl Martin).

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Inaugurando New Net. 1997.

Javier Bolado, nuestro difunto e incondicional empleado-amigo.

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Rafa y Mari Cruz con sus tres sueños.

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Con Art Williams.

Con nuestros entrañables amigos Juan Luis y Ana

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Disfrutando el sueño.

El sueño de Emilio.

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Enseñanzas del capitán.

En restaurante de hielo en Laponia, con Javier.

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Felicitación de Amway por la labor de Adedem.

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Adedem 1. Carta de Emilio, memoria 1995.

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Adedem 2. Carta de Emilio, memoria 1995.

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Agradecimiento eterno a Manuel Alfaro y Titina.

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En la Boda de Alfonso y Lydia, nuestros amigos Luis y Sole, Victor e Isabel.

Con nuestros cuatro hijos, nuestra bendición.

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LA RED SE SOMETE A PRUEBA.LOS LÍDERES TAMBIÉN

“Ocurra lo que ocurra, aun en el día más borrascoso, las horas y el tiempo pasan.”

(William Shakespeare)

Desde aquellos años de Amway siempre mantuve abierta una lucha por la realización de cambios que consideraba necesarios en relación con lo que era una estructura multinivel, tratando de adaptarla al mundo de las redes que pedían los nuevos tiempos y conforme a la visión que, día tras día, iba tomando una forma concreta en mi mente bajo el dictado de nuestro corazón.

Mi temor se ha ido confi rmando año tras año hasta hoy. Cada vez con mayor frecuencia irrumpía en el mercado alguna empresa que ofrecía ganar más haciendo menos y de la forma más fácil. El sector fi -nanciero y de seguros, que era al que pertenecíamos, no era precisa-mente el más idóneo para el desembarco de este tipo de empresas.

El hecho de pertenencia a Citigroup nos daba una cierta se-guridad, al saber que contábamos con los recursos de la compa-ñía más grande del mundo. Desarrollar nuestra actividad en un sector regulado como lo es este suponía la superación de pruebas y controles que el regulador imponía. Estar al día de todo ello y cumplir con la totalidad de los requisitos exigidos era algo que no nos tenía que preocupar, pues en exigencias Citigroup nos man-tenía muy por delante de otros compañeros y empresas del sector.

Como ya te imaginarás, al igual que en otros sectores y empre-sas, había que trabajar el doble para conseguir lo mismo que en tiempos de bonanza. Era el momento en el que el liderazgo se iba a someter a prueba y la red iba a soportar tensiones que medirían su consolidación como tal.

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Y pronto comenzó a llegar lo que por experiencia parecía in-evitable, pero que nunca era deseado. Quizás fuera por una am-bición desmedida, o por la necesidad de un protagonismo más allá del alcanzado hasta entonces, o por envidias, o ¡sabe Dios por qué!, pero el caso es que dos de los máximos responsables de nuestros equipos se unieron para crear un frente contra mi política de “control del dinero del sistema”. Es decir, y hablándote claro, querían gestionar ellos mismos su sistema en sus equipos.

¿Qué te voy a contar a estas alturas? Tenían la categoría de SVP (una de las más altas) y pertenecían a dos equipos distintos, uno en Andalucía (Ángel) y otro en el País Vasco (Edu). Querían llevar su propio sistema, lo cual era genial pues no hacía mucho tiempo, en una reunión de liderazgo que tuvimos en el incomparable Hotel de La Bobadilla, les había emplazado a que tomaran el control los allí presentes. No lo hicieron entonces, por lo que me sorprendió que ahora sí lo reclamaran, pero más aún por las formas con las que manifestaron sus deseos, con califi cativos muy poco proce-dentes e impropios de quienes ocupan una posición de liderazgo.

Como es de entender, hasta cierto punto es normal que esto sucediera. A nuestro alrededor, en España, existían casi tantos sistemas como fundadores, pero mirando hacia fuera del país proli-feraban los mismos, siendo gestionado el negocio por los líderes que encabezaban los distintos equipos. Realmente era difícil huir de la tentación del negocio qué suponía el sistema y, en defi nitiva, eso fue lo que les impulsó de base.

De nuevo se producía un retroceso en todo lo que habíamos avanzado. Aquella reunión en Atlanta, de la que habíamos regre-sado satisfechos, para lo único que sirvió fue para que aquellos círculos entrelazados que dibujé a sus CEO sirvieran de logo de Primerica un año más tarde. Fue para mí una agradable sorpresa cuando lo descubrí, pues signifi caba que habían tomado buena nota de aquellas explicaciones y, por la misma razón, que habían considerado que tenían sufi ciente peso.

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Pero también para Ana y para mí supuso otra prueba más que superar. ¿Te imaginas? Tienes enfrente a dos de los tuyos que no tienen ningún argumento sostenible que justifi que tal escisión y que tratan de encontrarlo en un enfrentamiento al que nunca llegué. Mi reacción fue precisamente la contraria a la que ellos esperaban, ya que lejos de ofrecer batalla, les tendí la mano para facilitarles su pretensión.

La empresa no era precisamente la que me quitaba el sueño, sino el comportamiento de quienes, utilizando el poder que les daba un pin, ponían en juego y grave riesgo el futuro de cientos de promotores que de ellos dependían.

Aunque a estas alturas de mi vida el genio aún me juega alguna que otra mala pasada, es en estos precisos momentos cuando más templado me siento a la hora de valorar, juzgar y actuar. Ellos ha-bían hecho saber a la empresa su voluntad de escisión del sistema.

Puedes suponer, al igual que yo, que tal noticia fue tomada con agrado por parte de Javier García Monedero, como así observé sin mucha difi cultad, pues el principio ya mentado de divide y ven-cerás suele ser inmutable en las empresas, y Javier era su máximo representante en España. Se constata aún más porque él siempre había reclamado para sí un liderazgo que solo se gana siendo par-te de la red. Javier siempre fue una persona entrañable y querida por todos nosotros, pero le costaba aceptar su posición de ejecu-tivo de una gran empresa, cuyo rol hacía que fuera incompatible con el liderazgo del que hablo. Para entender la red hay que estar dentro de ella, sintiendo, llorando y riendo con cada persona que sienta, llore y ría.

El caso es que, como entenderás perfectamente, de esta forma el “poder” que Emilio y Ana parecían ostentar quedaba equili-brado “para bien de la compañía”. Lo que era muy difícil de en-tender es que Ana y yo no llevábamos galones ni estrellas propias de una jefatura, sino la humilde autoridad de quienes habiendo estado en el lodo parecían ser merecedores de ser seguidos por

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sus hechos y resultados. Javier rápidamente se ofreció a ayudar-los, y los arropó con su “liderazgo de empresa” para así paliar las carencias que probablemente muy pronto comenzarían a afl orar.

Como te dije, mi reacción fue apoyarlos. Ana y yo teníamos claro que lo que no podíamos permitir era que aquellas inocentes personas que formaban parte de sus equipos salieran dañadas. Conocíamos a esa gente, habíamos compartido con ellos muchos momentos de nuestra vida. Momentos maravillosos y otros no tanto, con muchos de ellos habíamos logrado una sincera relación de amistad. ¿Cómo podían reaccionar si descubrían que aquello era una verdadera escisión? ¿Cómo lo harían si descubrían que el principal motivo era el control económico del sistema con un fi n también económico para su provecho?

Estaba claro. También sentí que nuestros “líderes ascenden-tes” consideraban atractiva la fórmula de escisión, a juzgar por su reacción. Aunque me costó aceptarlo, llegué a comprobar que tanto Ramiro como Jim (upline de EE.UU.) habían ofrecido co-bertura y apoyo a Ángel y a Edu en el caso de que decidieran dar el paso, sin que Ramiro me hubiera comentado nada de lo que estaba ocurriendo.

Creo que fue más por desconocimiento de las consecuencias que su apoyo previo iba a acarrear que por otro fi n por lo que declaré mi confi anza en la buena fe de Ramiro. No soy quién y por ello me abstengo de juzgar las motivaciones que tuvieron para hacerlo, pero no podía evitar analizar los hechos. De nuevo el divide y vencerás hacía su aparición, aunque esta vez en el seno de la red. Los intereses personales se enfrentaban a los del colectivo. El poder generado por el lucimiento de un pin en la solapa hacía su aparición de vez en cuando, y esta vez, de nuevo, lo hacía desde lo más alto.

Como puedes comprender, a estas alturas poco o nada nos podía sorprender, pero nuestro dolor fue inevitable cuando llegó el momento. Y también te habrás dado cuenta de que, en realidad,

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no eran aquellas vicisitudes las que iban confi gurando nuestro destino, sino nuestra reacción ante cada una de ellas.

Como norma, ya había desarrollado el hábito de dar respuesta siempre pensando primero en aquellos inocentes, que, sin haber participado en ninguna de las intrigas que les llevaban por sendas no deseadas, serían los principales perjudicados. Al mismo tiem-po, para la toma de decisiones siempre dejaba totalmente a un lado cualquier subjetividad a la que pudiera aferrarme, bien por la ofensa recibida bien por algún interés personal.

Esta forma de pensar ha contribuido a que nunca llegáramos a tener enemigos a quienes enfrentarnos, ya que nunca presen-tábamos batalla. Esto siempre fue muy difícil de entender por parte de quienes en algún momento habían realizado acciones que podían habernos ofendido. En el corto plazo siempre les he visto un tanto despistados por mis reacciones, inesperadas para ellos, pero con el paso del tiempo algunos llegaron a comprender lo que durante años había tratado de explicarles.

La lección que la vida ya me había enseñado es que el poder se pierde en el momento en que lo usas. ¿Comprendes lo que te quiero decir? Cuando lo utilizas descargando tu fuerza contra alguien, te desprendes automáticamente de la energía que utili-zas para ello. Sin embargo, cuando pudiendo hacerlo te reprimes, cuentas hasta diez, te pones en su lugar y le preguntas ¿qué puedo hacer por ti?, acabas de perder una batalla, pero la guerra está gana-da, pues al menos la has evitado.

También en el mismo sentido, cuando me ofenden, nunca tomo una decisión hasta que no tengo la certeza de que tal agravio no me va a afectar. En numerosas ocasiones me he enfrentado a confl ictos complejos de resolver y esto es infalible, aunque quienes me rodean y observan tardan mucho tiempo en comprender el porqué de mis extrañas reacciones. Por ejemplo, ¿te has encontra-do alguna vez en la ruina económica? ¡Cuidado con las decisiones que tomas en ese momento! El ejercicio que te recomiendo hacer

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es el de separar el objetivo que persigues de la situación en la que te encuentras; entonces, sin perder de vista nunca tu objetivo, vete dando solución a los problemas que te impiden alcanzarlo.

Había que lograr, por tanto, que las consecuencias de aquella escisión fueran lo menos dolorosas posibles para la mayoría de los promotores que dependían de Ángel y de Edu. Así, en mar-zo de 2009 anunciamos en un evento, con ellos presentes en el escenario, que por razones prácticas y como prueba piloto iban a desarrollar sus propias herramientas y sistema.

Fue el último que organizamos juntos. Aunque muchos de los asistentes no entendían el porqué de tal decisión, se les vendió como lo más conveniente. Lejos estaban de pensar que habían iniciado un camino sin retorno en el mundo de las redes, sin que Ana y yo pudiéramos hacer nada para evitarlo.

Quizás la mayoría de ellos, al igual que quienes estuvieron en Amway, tomen conciencia de lo ocurrido a través de este libro. Si algo nos han enseñado los años con certeza es que la verdad viaja tan lentamente que a veces la vida se acaba sin que nos haya alcanzado. Por tal razón, lo urgente e inmediato nos lleva a co-meter errores que podríamos evitar simplemente preguntando a quien más ha vivido.

Aunque eran tiempos de crisis, nunca dejamos que esta nos afectara. La compañía nos pidió que volviéramos a tomar la ban-dera para demostrar a todos que se podía hacer, que era posible seguir alcanzando las más altas cotas.

Si bien siempre habíamos estado ahí, en el barro, era algo de lo que no teníamos realmente necesidad, pues nuestros ingresos más cuantiosos provenían de cuanto habíamos creado y no de cuanto personalmente pudiéramos hacer, pues esta era la princi-pal labor de quien comienza. Con el tiempo la responsabilidad se traslada al liderazgo de equipos y en ello estaba nuestro enfoque, que velaba por la integridad de la red.

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Pero nos pedían que hiciéramos algo más que bajar a la arena. Nos pedían que volviéramos a ocupar los primeros puestos en el ranking, para lo que Ana y yo teníamos que entregarnos de lleno para conseguirlo. Ya habíamos alcanzado los más altos logros en la empresa, pero nos pedían que los revalidáramos. ¿Te imaginas? A Ana y a mí no nos preocupaba tanto el trabajo que ello nos iba a suponer como la responsabilidad que teníamos.

Como podrás entender, no existía la posibilidad de una de-rrota, pues muchas miradas estarían puestas en nosotros y si esto ocurriera estaríamos ofreciendo la mejor excusa posible a todos para justifi car sus propios fracasos. Por lo tanto, si aceptábamos el reto ¡estábamos obligados a triunfar! ¿Te imaginas en esa en-crucijada? ¿Tú qué hubieras hecho?

Por supuesto, en coherencia con nuestro sentir respecto a la red, debíamos volver a hablar con hechos, o mejor dicho, con resultados. Era la única forma de que nos escucharan y de ayudar-los a que avanzaran sin miedo, pues habríamos demostrado que sí se podía. Estaba claro que, por el bien de todos, debíamos ha-cerlo. Así que comunicamos tal decisión a nuestros equipos y nos pusimos a trabajar para hacer que las cosas sucedieran de nuevo.

No soy de los que les gusta perder en nada, pero en esta oca-sión no se trataba de si me gustaba o no, sino de una obligación. Estábamos determinados a lograr ser los primeros en cada cam-po. No sé si era de esperar o no, pero los resultados no tardaron en llegar. Nuestro hijo, Javier, que ya contaba con la inestimable compañía de Ana (quien iba a ser su mujer), también se había comprometido con esto desde la categoría de RVP que ocupaba; por lo que nos sentíamos bien acompañados, aunque ellos lo ha-cían desde Madrid y nosotros desde Santander. Muy pronto, y sin tregua durante los siguientes meses, tanto Javier y Ana como no-sotros llegamos a ocupar mes tras mes el primer puesto de cada parámetro que se medía.

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Nos encontrábamos satisfechos por el gran empujón que habíamos dado, por lo que superamos la prueba con éxito. Las aguas volvían a su cauce, pero ocurrió algo inesperado. Era el día 9 de noviembre de 2009, a primera hora de la tarde. Estábamos en la ofi cina cuando recibimos una llamada de EE.UU. Era John Addison, CEO de Primerica, cuya comunicación se realizaba a través de Citisoluciones en Madrid, donde también se encontraba al teléfono Javier García Monedero para intervenir como traduc-tor ante el comunicado que deseaba realizarme el mayor respon-sable de Primerica.

Nunca había recibido una llamada de alguien tan importante durante todos aquellos años en Citi. Claro está que fue una ver-dadera sorpresa, pero en aquellos momentos no quise juzgar el motivo de la misma. El momento era difícil para interpretaciones acertadas, pues por un lado España había iniciado una recesión económica histórica, pero por otro Ana y yo habíamos logrado superar retos que nos acreditaban como punta de lanza en la em-presa.

Rápidamente entré en mi despacho y me senté. John, tras un breve saludo, me dijo:

Te llamo a ti primero como deferencia por ser el más representativo de la red. Y lo hago para comunicarte que mañana haremos pública una decisión que no te va a gustar: Primerica cerrará el negocio en España en los próximos diez días.

En ese momento, en cuestión de segundos vi pasar por mi mente todo cuanto habíamos vivido hasta llegar al lugar donde estábamos. ¡No podía ser verdad lo que estaba oyendo! ¡Tenía que ser una broma!

Pero al mismo tiempo me di cuenta de que aquello era verdad. John Addison no podía realizar esa llamada para gastarme una broma. Sin darme tiempo a reaccionar, enseguida me preguntó:

¿Y tú qué vas a hacer? Mi respuesta tampoco se hizo esperar, tajantemente le dije:

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No sé cómo, pero no abandonaré a cientos de personas que un día confi a-ron en mí cuando les hablé de Citi. A ellos me debo y a ellos me entrego para ayudarlos en todo cuanto necesiten.

Al otro lado del teléfono noté una sensación de alivio. Quizás no se esperaran mi respuesta y eso los liberó de posibles con-fl ictos que podrían difi cultar el alcance de sus propósitos, para mí aún desconocidos, y que motivaron la decisión de cerrar en España. Después, Javier García Monedero tomó un momento la palabra para expresarme su alegría por la decisión que había ma-nifestado tomar.

Cuando John volvió a hablar, lo hizo en un tono de total des-prendimiento en cuanto a la posibilidad de que continuáramos adelante con nuestra cruzada. Se ofreció a ayudarme en todo cuanto necesitáramos, y me hizo saber ya en aquel mismo ins-tante que podíamos utilizar tanto los conceptos como las herra-mientas que hasta entonces habíamos utilizado, sin barreras de derechos reservados ni nada por el estilo.

Iba a cumplir cincuenta y siete años el mes siguiente y la vida nos volvía a golpear. No sé cómo pensarías tú en mi caso, pero te aseguro que solo sentí el golpe durante unos pocos segundos. Una vez superado, tanto mente como corazón ya estaban de acuerdo en volver a abrir camino.

Al día siguiente iban a comunicar a todos los RVP aquello que me habían adelantado. Sabía que iba a ser muy traumático para to-dos, por lo que Ana y yo necesitábamos ser más fuertes que nunca para equilibrar el daño que, irremediablemente, se les iba a causar.

Fueron poco más de cinco minutos el tiempo de aquella llama-da. Solo cinco minutos para desmoronar años y años de entrega de muchos promotores. De nuevo afl oraban en mi mente los innu-merables sueños frustrados que habían movido a aquellos héroes. Para nosotros no había distancia con aquellas personas y familias, pues las considerábamos parte de la nuestra. Las llegamos a querer de verdad, compartíamos con ellas todo lo que emocionalmente

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nos era posible, precisamente por esa cercanía. Algunas incluso habían sufrido con nosotros también el caso Amway.

Cuando colgué aquel teléfono respiré profundamente y salí de mi despacho. La mirada de Ana me pedía a gritos que le contara algo, y aunque intenté disimular, mi rostro debía refl ejar preocu-pación. Simplemente le hice un gesto al que sumé cinco palabras para resumir: Se van y nos dejan.

Esto me hace recordar aquel mal trago ocho años atrás, cuan-do presenté mi solicitud en Citi, en el que se me sugería humildad ante mi situación de litigio con una empresa estadounidense:

Nosotros somos la mayor empresa del mundo… ¿Quién eres tú?, me habían dicho.

Ahora era yo quién debería preguntar: ¿Quiénes sois vosotros que abandonáis un barco en medio del océano, a la

deriva, dejando a un montón de personas que se han dejado la piel por haceros grandes y ahora se quedan sin nada?…

Si bien nos indemnizaron, ni se acercaron a paliar mínima-mente el daño causado a tantas y tantas personas. Muchos nos habíamos entregado de una forma absoluta, familia incluida, en la construcción de un futuro para el que Citi era el vehículo. Em-pleos y otras actividades profesionales que fueron abandonados para tal fi n ya era imposible recuperarlos, pues los años de dedi-cación a Citi también sumaban en la edad de cada uno, al tiempo que la crisis también se sumaba a la creación de barreras, para la mayoría insalvables.

Fue una decisión política la de cerrar en España, pues al pare-cer Primerica debía deshacerse del negocio europeo, ser vendida por Citigroup y salir a bolsa en Nueva York. Todo ello debía estar resuelto en cuestión de días, por lo que fue todo muy precipitado.

Aunque los máximos responsables de la empresa en España sabían desde hacía mucho tiempo que tal medida se iba a tomar, la información permaneció oculta hasta ese día 9 en el que recibí

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la llamada. Desconozco si también fue así para los fundadores, que, como Ramiro, una vez recibida su indemnización en España regresaron a EE.UU. para continuar con el negocio que allí te-nían establecido.

De nuevo estábamos en una situación compleja: el problema era susceptible de ser tratado desde distintos paradigmas. Para nosotros solo existía una premisa inviolable que guiaba nuestra actitud sobre cómo conducirlo, y para ello debíamos olvidarnos de nuestros intereses personales y centrarnos en ayudar a todas aquellas familias a salir adelante.

Por tal razón, nada más conocer el decidido cierre de Citi, comencé a realizar llamadas a los líderes más representativos de nuestro equipo. Debía adelantarles personalmente tal noticia, y al mismo tiempo les transmitiría esperanza en un futuro que el destino ponía en nuestras manos.

Aquellas llamadas, una a una, me confi rmaron la madera con que estaban hechos mis compañeros. Sin poder evitar su descon-cierto inicial, acompañado de algún lloro de impotencia, indig-nación y miedo, pronto iban saliendo del choque a que tal noticia los sometía. No sé si por desconocimiento sobre lo que se nos venía encima, que no lo creo, o por su inocente y a veces irracio-nal confi anza en nosotros, la respuesta fue impresionantemente positiva hacia el desarrollo de un plan B, que se suponía que yo debía tener para emergencias como esta.

Al día siguiente, tal y como me habían adelantado, desde At-lanta hicieron pública la noticia mediante una multiconferencia en la que estaban presentes todos los RVP de la empresa. Re-cuerdo estar escuchándolos en mi casa, acompañado de algunos de nuestros líderes, y no entender el tono ni la forma con la que estaban comunicando una decisión tan trascendental.

Por Dios… ¡¿qué estaban haciendo?! La frialdad con la que se trataba aquello hacía que el dolor causado fuera aún mayor. Inten-

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té en vano ponerme en contacto con la central de Madrid, con el objetivo de que me dejaran intervenir para comunicar algo más que un simple nos vamos en diez días y ahí os quedáis, que era lo único que estaban transmitiendo.

No solamente no hubo interacción, lo cual no dudo que para ellos era la estrategia más razonable, sino que ni tan siquiera per-mitieron una sola pregunta. El micrófono solo estaba para noso-tros en opción de escucha.

Quizás era la última oportunidad que tenía de hablar con mu-chos de ellos y no deseaba que esta se me escapara. A pesar de todos mis intentos, no logré que alguien contestara a mis insis-tentes llamadas a la ofi cina de Madrid. Una vez terminada aquella conferencia, por fi n Javier García Monedero me contestó al otro lado:

Por favor, necesito urgentemente hablar con los RVP a través de multicon-ferencia… ¿me lo gestionáis?

Javier accedió y en pocos minutos pude contactar con ellos para, brevemente y de manera resumida, poder decirles:

Amigos, estamos de enhorabuena… ¡hemos recibido un legado! Seguire-mos con nuestra cruzada.

Ya sé que no es nuevo para ti lo que te voy a comentar, pues paso a paso he tratado de marcar las diferencias entre quienes se unen para un fi n común y aquellos que, además y sobre todo, permanecen juntos por los principios y valores que comparten.

Este fue uno de los momentos clave para medirnos, tanto en coherencia como también en saber si pertenecíamos a un multi-nivel o habíamos llegado a ser parte integrante de una verdadera red. Funcionar como un solo cuerpo, en bloque y unidos a través de la confi anza, la palabra, las promesas y el honor era la prueba más fuerte a la que de forma inmediata íbamos a estar sometidos.

Llegaba la hora de la verdad, pues a partir de ese momento ningún contrato iba a existir entre nosotros y no sabíamos ni cuantos meses iba a durar nuestro viaje, ni tampoco el camino a

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seguir. Solo la palabra y otros vínculos intangibles podían evitar que aquella red se deshiciera.

El destino había querido que no pudiera convocar a todos los que hasta ese momento formaban parte de nuestro equipo. Los acontecimientos ocurridos meses atrás, por el movimiento de Ángel y Edu, habían provocado la separación de gran número de personas con las que siempre habíamos mantenido una buena relación. Habían quedado a merced de ellos y no podíamos su-gerir alternativas a las decisiones tomadas. No obstante, siempre he pensado que la responsabilidad descansa sobre la soberanía de cada individuo cuando este es capaz de tomar decisiones, lo cual me lleva a pensar que cuando cedes tu poder personal a la persona que sigues, la invistes de un poder aún mayor y te des-cargas de tu propia responsabilidad. Una decisión que nos lleva irremediablemente a asumir unas consecuencias que no podemos negar. No es el otro quien te arrebata tu poder, sino tú quien se lo entrega. No aceptar esta tesitura nos sumergirá en mayores decepciones personales.

Quizás sea esta una de las características que mayores diferen-cias aportan a unos y otros, y los obliga a seguir caminos distin-tos. En nuestro estilo de desarrollo de red, la soberanía de cada individuo no solo no se pierde, sino que se refuerza y se asemeja a la actitud de un guerrero frente a la de un soldado. Así, mientras este obedece unas órdenes, que generalmente ejecuta por miedo al poder de un superior, el guerrero se entrega a una causa que, por encima del temor, le mueve a realizar sus actos por convic-ción y voluntad propia.

Si tuvieras que ir al campo de batalla, ¿a quién te gustaría tener al lado? ¿Entiendes mejor ahora por qué Ana y yo estamos bende-cidos? Estar rodeados de verdaderos héroes es lo mejor que nos ha podido ocurrir en nuestras vidas.

Cultivamos la autoridad de un líder que utiliza la coherencia como bandera, al tiempo que huimos del poder que no sea fruto

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de esa autoridad o provenga únicamente del lucimiento de un pin, unas estrellas o un cargo. Es la verdadera autenticidad de las per-sonas, de aquellas que siempre querrías tener junto a ti y con las que compartirías tu vida. Son las que también necesitamos para vivir en sociedad y aquellas con las que iniciamos la construcción de una verdadera red social sobre terrenos más sólidos que las redes que se construyen por otros medios.

Pero debo regresar a la multiconferencia, ¿recuerdas? Tras mis palabras sentí la enorme alegría que mi comentario desbordó, hasta el punto de que algunos brindaron con champán para ce-lebrar lo que iba a ser un momento histórico. Y es precisamente ahora cuando comienza toda la historia.

La historia de recopilación de innumerables lecciones apren-didas, así como la administración idónea de una intensa expe-riencia, adquirida bajo la dirección de unos valores que todo lo presidían. Llegó la hora de la red, la hora de cientos de perso-nas honestas unidas no solamente por principios, sino por un fi n también común, y a la que por su transcendencia personal y social en relación con la actividad desarrollada durante los últimos diez años en Citi llamábamos Cruzada. Veinte años de gestación habían servido para dar a luz a una nueva y atípica empresa, tanto por sus humanos orígenes como por los valores que la fundamentan.

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LA CRUZADA Y LOS VALORESSE ENCUENTRAN

“Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación

es mayor por los demás que por nosotros.” (Albert Einstein)

Durante aquellos quince años que trabajé en la Caja de Aho-rros, nadie me enseñó cómo funciona realmente el dinero. Para serte sincero, creo que nadie en la entidad lo sabía, según constaté unos cuantos años después, y aún hoy lo sigo haciendo. La igno-rancia se imponía como realidad, tanto para aquellos tiempos en los que profesionalmente me dedicaba a asesorar, captar y ges-tionar el dinero de los demás, como cuando la vida nos premió a Ana y a mí con grandes ingresos que tampoco supimos manejar.

Hace más de cuarenta años, un entrenador de fútbol ameri-cano llamado Art Williams revolucionó el sector de seguros y fi nanciero. Simplemente tuvo como espoleta la constatación tras la muerte prematura de su padre de que el mantenimiento inte-resado de una alta ignorancia fi nanciera en los clientes sobre el funcionamiento de los productos que compraban permitía a las compañías del sector la obtención de cuantiosos benefi cios.

Desde su posición de entrenador, tuvo el coraje sufi ciente como para, llevando de boca en boca la realidad que debía ser para los clientes, lograr dar la vuelta al sector en benefi cio de estos mismos, al tiempo que creaba su compañía y en unos po-cos años esta se posicionaba como la número uno del ranking en EE.UU. Fue entonces una verdadera cruzada la que llevó a dece-nas de miles de personas a unirse a él para crear cultura, al mismo tiempo que ayudaba a sus clientes a obtener su independencia

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fi nanciera. En su libro Coach, Art Williams describe una historia que, con tintes de cruzada, fue un éxito rotundo en el sector de seguros y fi nanciero de EE.UU.

Citigroup se interesó por la existencia de tal fenómeno y, con el nombre de Primerica, compró la empresa que, años más tarde, entró en España a través de Citisoluciones.

Me imagino que te estarás preguntando que si en EE.UU. exis-tía ignorancia sobre el mundo fi nanciero y sus productos, ¿qué no pasaría en España? Y, efectivamente, ahí es donde quería llegar para decirte rotundamente que el desconocimiento aquí es supi-no, con el agravante de que hemos institucionalizado que actúen como nuestros asesores quienes están principalmente interesados en que continuemos en nuestra ignorancia. El carcelero nunca entregará la llave de la celda al preso al que custodia.

Así, bancos, cajas de ahorro y aseguradoras han hecho su agosto mientras nos íbamos empeñando y empobreciendo día tras día. Lo peor, créetelo, es que tal situación se ha arraigado en nuestra cultura y ha desarrollado la creencia de que el dinero es perverso y todos los males vienen a través de él. Esto ha dado lu-gar a una terrible paradoja, porque resulta que sin él difícilmente podemos vivir.

Algo que para mí es tan fácil de entender, y espero que para ti también, como que el dinero no puede ser objeto de culpa al no ser más que un medio se ha convertido en el centro de muchas vidas. Atacándolo por un lado y queriéndolo por el otro, el desequilibrio está asegurado, y de esta forma se mantiene un caldo de cultivo apropiado para que se froten las manos los “expertos”, a quienes muchos acuden aún a pedir consejo y a comprar sus productos.

¿Por qué la gente no busca el asesoramiento en el lugar correc-to y acuden al profesional adecuado? Para mí es indignante ob-servar este espectáculo, así que no puedo callarme y esperar cru-zado de brazos. Si la desconfi anza generalizada es la que impera, incluso por encima de la pura lógica, ¿no crees que es el momento

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de retomar primero la confi anza en ti mismo? ¿No crees que para ello tendrás que adquirir un mínimo de cultura fi nanciera que te permita al menos defenderte de tantas agresiones que provienen de este sector? ¡Si supieras lo sencillo que es!

Por no ser el propósito de este libro, permíteme que me abs-tenga de desgranar todo cuanto quisiera sobre lo que nos han enseñado, igual a ti que a mí, en relación con el mundo fi nan-ciero. Solo déjame decirte una cosa que te hará pensar, y espero que coherentemente también te haga actuar: mientras estés atra-pado por las falsas garantías que te ofrecen distintas entidades, nunca podrás llegar a disfrutar de una buena economía, a la que solamente se llega a través de la seguridad que te da un mínimo conocimiento sobre el mundo fi nanciero que te afecta. Se trata de acabar con la garantía de un tercero (bancos, aseguradoras, etc.), que te la ofrece por tu demostrada inseguridad y no por la de él, aprovechándose de tal situación, pues generalmente el precio a pagar es el de tu propia independencia fi nanciera.

Pero, como te dije, si algún fi n pretendo es ayudar a despertar tu propio potencial, el que te hace único y valioso cuando descu-bras tu verdadero yo, y a partir de ese momento nunca más dejes dormir a ese gigante que llevas dentro. Él es quien debe llenarte de seguridad al proveerte de recursos que harán innecesaria la intervención de terceros para garantizarte lo que es tuyo, tanto en el terreno económico como en cualquier otro campo de la vida.

En general, no existen tantos productos buenos o malos en el mercado, sino productos idóneos y otros que no lo son, según las circunstancias de cada uno. Así, un producto que para ti puede ser altamente benefi cioso, para mí puede que no lo sea, y vice-versa. Sin embargo, estamos acostumbrados a que nos vendan los productos por el valor que tienen en sí mismos, en lugar de hacerlo como un medio que, adaptado a tus personales circuns-tancias, te permita conseguir los fi nes que desees a corto, medio o largo plazo.

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Conozco a muchos profesionales de la venta de productos fi -nancieros y de seguros, pero te aseguro que muy pocos saben de lo que te estoy hablando, pues sus jefes y la estrategia de las entidades a las que sirven tienen un claro objetivo, y es lo que les han enseñado y por lo que les pagan: venderte sus productos. ¿No crees que sería más inteligente, en lugar de acudir a profesionales “de la venta”, hacerlo a profesionales “asesores”? Permíteme que en este sentido te recomiende la lectura de un ameno e instructi-vo libro, que con el título Finanzas para un tonto no te dejará indi-ferente. Se trata de una genial obra de Juan Marín, gran amigo y compañero de cruzada.

Hace años leí en algún lugar que ya no recuerdo que un exper-to de treinta años es un profesional que adquirió la experiencia de un año y la repitió (la misma) durante los siguientes treinta años. ¿Te suena? ¿Conoces el principio de Peter? En principio es lógico que quien goza de tanta experiencia no admita lo que él mismo se ha perdido durante los veintinueve años siguientes, en los que el mundo ha seguido avanzando. Es el experto anclado en su zona de comodidad. También lo es en cierta medida que nadie acepte haber llegado a su nivel de incompetencia, pues se producirían consecuencias no deseadas por él.

Pero lo que es inadmisible es que quienes observamos todo esto nos crucemos de brazos esperando a que algo cambie y la cordura vuelva a reinar. También es incorrecto, en mi opinión, que nos dediquemos a protestar bien alto para, a ser posible, pro-vocar la noticia en los medios, así sin más. El que muchos griten para que se mojen otros no hace más que crear un desconcierto del que salen más crecidos y con mayor poder aquellos contra los que se dirige la protesta.

Creo que son tiempos de cambios profundos los que estamos viviendo. Tiempos de revolución, entendiéndola en el sentido de ser aquel guerrero en el que deseas convertirte. Ana y yo siempre hemos luchado por ser lo mejores posible. Ello nos legitima para

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hablarte en alto, al mismo tiempo que te pedimos que también seas lo mejor que puedas ser. Como es lógico, llegados a este pun-to la pregunta que a buen seguro te estés haciendo sea ¿qué interés tenemos en ello?, lo cual es normal porque nos han enseñado a mo-vernos primero por benefi cios personales y directos. Después, si nos sobra, pensaremos en las necesidades de nuestros semejantes.

Quizás no te conozcamos, ni tú a nosotros, ¡o sí!, pero te ase-guro que te sentimos hasta el punto de que si tú no estás bien, nosotros tampoco lo estamos. ¿No te ocurre cuando ves en las noticias tantas tragedias? ¿No es así también cuando ves a alguien necesitado pidiendo ayuda? ¿Qué sentimientos te produce obser-var impotente esas situaciones? ¿A que te gustaría poder hacer algo? Estoy seguro de que ahora me entiendes mejor, así como también el valor de la cruzada de que te hablo.

Durante mi corta pero intensa experiencia, he observado cómo solo unos pocos cambian y crean un nuevo mundo de forma cons-tante. El resto, la mayoría, sencillamente evolucionan y se compor-tan como meros espectadores que tratan de aferrarse a una estabi-lidad que ya nunca volverá, pues se niegan a aceptar la tendencia que el propio ser humano ha creado hacia cambios exponenciales.

Es necesaria la aceptación de esta nueva realidad para realizar un análisis correcto y saber en primer lugar dónde estamos situa-dos, pues nada tiene que ver con la realidad de hace simplemen-te cuarenta años. Tampoco nosotros somos los mismos. ¿No lo crees también así?

Por ejemplo, ¿es normal que aún no hayamos cambiado nues-tros paradigmas sobre el trabajo? O, mejor dicho, sobre nuestra relación laboral. Si el mundo ha avanzado hacia un punto sin retorno en el que las empresas necesitan colaboradores en lugar de empleados, ¿no debemos cambiar el paradigma para encontrar so-luciones reales? ¿No sería mejor cambiar nosotros y aprender qué signifi ca colaboradores? Al mismo tiempo, ¿no deberían las empre-

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sas cambiar su modo de contratación hacia un mayor compartir lo bueno y lo malo con quienes las hacen realidad, es decir, las personas? ¿No deberían los empleados cambiar su mercenaria venta de tiempo a cambio de dinero por colaborar y participar de verdad en la realización de los objetivos de la empresa, para lo bueno y para lo malo?

Ya en la antigua Roma, los esclavos podían llegar a obtener su libertad mediante la llamada manumisión. Por la difi cultad que conllevaba tomar las riendas de su vida, muchos de ellos continua-ron trabajando para sus propietarios, que hasta hoy se han deno-minado patronos. Quizás sea duro decirte esto, pero salvando las profundas consecuencias que conllevaba el hecho de que un ser humano tuviera un propietario, ¿qué diferencia existe hoy entre aquel esclavo y el trabajador por cuenta ajena de hoy? ¿No será úni-camente el nombre del amo, que ha pasado de propietario a patrón?

¿Qué es lo que ha cambiado en el terreno laboral si vendemos la mayor parte de nuestro tiempo consciente a quien nos paga por ello? Insisto en este punto porque la realidad que hemos creado impide a muchos ver con claridad esta situación, y llegan a con-fundir lo que debiera ser meramente un medio, como lo es la ac-tividad laboral que desarrollan, con un fi n en sí mismo, dándole un valor fundamental al dinero en su devenir por esta vida.

Para una mayor comprensión de cuanto intento exponerte, seguramente conocerás, al igual que yo, a alguien que en algún momento se vio impedido de realizar “lo correcto” porque sus obligaciones laborales, su horario o cualquier otra circunstancia derivada de su “contrato” no se lo permitía. Ahora me pregunta-rás, ¿y qué es lo correcto?, a lo que te respondo que lo que tus principios y valores te indiquen, por encima incluso del dinero que pudieras perder.

Recuerdo una conversación que hace tiempo tuve con alguien que, en un tono desesperado, me comentaba que no podía estar con su hijo en el hospital todo el tiempo que le gustaría porque en su empresa no le daban permiso.

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Ya había disfrutado de sus vacaciones, y los días que le corres-pondían por enfermedad grave de un familiar en primer grado, según el convenio, también los había agotado. Solo disponía del poco tiempo que le quedaba al terminar su jornada para dedicarlo a su hijo, que continuaba gravemente enfermo. Los horribles días que pasó en esa situación le ayudaron a tomar una decisión que cambió su vida años más tarde, al tomar él mismo las riendas de su vida para lograr el control del tiempo y el dinero. ¿Has conoci-do a alguien en una situación similar?

Quizás pienses que es un panorama idílico y por ello irreali-zable. Y este es uno de los principales obstáculos con los que la sociedad se encuentra a la hora de realizar los cambios necesarios. Se vive muy rápidamente, estamos imbuidos de lo urgente y de-jamos a un lado lo que es de verdad importante. Nos centramos en el presente, creyendo que necesita de toda nuestra atención, y dejamos de planifi car el futuro por esa misma razón.

Es el mayor error que podemos cometer. ¿No te has dado cuenta ya de que el futuro no es más que el presente del resto de tu vida? ¿No merece, por tanto, un poco de tu atención para que lo planifi ques? ¿O es el miedo a ese futuro lo que te vence? Hace mucho tiempo aprendí que el miedo es saludable y que lo que realmente hace daño es el pánico, que actúa como paralizante. ¿Sabes cómo vencer ese miedo? ¡Actúa!, ¡muévete!, pues la acción siempre vence al miedo.

Seguramente estarás conmigo en que la política de pleno em-pleo es irrealizable. Únicamente sirve como señuelo para que los políticos de turno consigan sus fi nes electorales, prometiendo a sus votantes el regreso al paraíso perdido. Para ellos es más costoso, y por supuesto más impopular, el desarrollo de políticas que cultiven el carácter emprendedor desde las escuelas. ¡Claro!, eso no es políticamente correcto, porque realizan la inversión hoy, pero los frutos no se verán hasta pasados unos cuantos años.

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No obstante, siendo fi el a mi coherencia interna, asumo que tenemos los políticos que nos merecemos, pues no dejan de ser un mero refl ejo de nuestra falta de responsabilidad para asumir las riendas de nuestra propia vida, ya que cedemos el poder a aquellos que prometen sacarnos de la situación en la que estamos. Si to-máramos responsabilidades, nos ocuparíamos de buscar nuestras propias soluciones y nuestra propia formación para darles salida.

Pero, claro, ¿de qué estamos hablando?: ¿de empleo limitante o de trabajo en abundancia?, ¿de esperar soluciones o de pro-piciarlas? Hoy existe trabajo, ¡mucho trabajo! Y también existe dinero, ¡mucho dinero! Pero de lo que ya no estoy tan seguro es de que exista en quienes dirigen los destinos de este mundo el interés conciliador entre el ser humano, como portador de unos valores, y la abundancia con que la madre tierra nos bendice. ¡Por eso tienes que independizarte! No esperes a que nadie cambie el mundo para ti. ¡Hazlo tú! Y me preguntarás cómo, ¿verdad? ¡Cambiando tú mismo!

Por desgracia no puedo decirte que achaco tal situación a la ig-norancia o al mal hacer, incluso a veces intencionado, de nuestros políticos, sino a la de una sociedad que se ha dejado arrebatar su propio carácter humano y social como pilar fundamental sobre el que construir y en la que la mediocridad está bien vista y bien pagada.

Es más fácil dejar que actúen las tecnologías en la creación de redes sociales, ¿verdad?, pues es más cómodo para el logro de determinados fi nes. Además se adapta más a la mediocridad y permite el engaño del que muchos se valen para conseguir cuanto se proponen. No quiero decirte con esto que sea enemigo de las redes sociales, ¡no!, pero sí del mal uso que de ellas se hace, ya que se permite que estas lleguen a sustituir la verdadera relación entre personas, cuando solamente deberían ser un complemento.

Una sociedad que exhibe la noticia de que ochenta y cinco personas en el mundo acumulan el mismo capital del que dispone

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el resto de la humanidad, sin que ocurra nada, es señal de una sociedad enferma. Que el uno por ciento de la población reúna la mitad de la riqueza mundial y el noventa y nueve por ciento restante se reparta la otra mitad es no solamente indignante, sino inhumano. Pero lo peor no es el hecho en sí mismo, sino que la noticia llega a causar en nosotros un efecto vacuna que nos in-muniza contra la posibilidad de discernir entre lo que es bueno y lo que es malo, al tiempo que podemos llegar a creer que la verdadera imagen del triunfador se mide por el dinero acaparado por determinados personajes. Amor y odio, admiración y envidia, cuando son generados por la misma fuente llegan a determinar conductas sociales patológicas en el ser humano, tan peligrosas como incoherentes, cuando nuestras carencias económicas nos “obligan” a pensar y a poner el dinero que nos falta como ob-jetivo prioritario, al mismo tiempo que criticamos con dureza a quienes lo poseen.

Mientras millones de seres humanos sufran y mueran de ham-bre, mi mente y mi corazón nunca llegarán a entender cómo he-mos podido llegar a tal extremo. Lo único que puedo decirte, atendiendo al futuro, es que todo lo que podemos hacer es lo que debemos hacer, así que ¡hagámoslo!

Y cuando digo que actúes lo hago con el respeto más profun-do, y para que encuentres el sentido a tu propia vida, de la que eres soberano. Huye de las etiquetas que te limitan y trabaja para llegar a ser el héroe que todos cuantos te rodean necesitan. Cons-truye tu liderazgo y obtén cuantos más conocimientos puedas de cultura, de tiempo y de dinero, a la vez que trabajas el equilibrio de tu espíritu y tus valores, pues solo de lo que tengas podrás dar y compartir.

También quiero hacerte partícipe de algo que me ayudó a libe-rarme de ataduras. Quizás tuvo infl uencia mi educación religiosa durante los años en que estudié el bachillerato en el Colegio La

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Salle, pero es algo que me persiguió y me hizo sentir incómo-do, hasta que logré descubrir su verdadero signifi cado. ¿Cuántas veces has oído decir el pobre y humilde haciendo referencia a una precaria situación económica? Al igual que los pobres van al cielo y los ricos se condenan, no son más que dichos limitantes de tu poder que debes desechar.

A lo largo de mi trayectoria he tratado de dar la mano a miles de personas para ayudarlas a salir de su estado de pobreza, pero he obtenido de forma muy generalizada el rechazo como respues-ta, sin tan siquiera sentarse a escuchar, independientemente de que después aceptaran o no mi propuesta.

Cuando hacía lo mismo con personas de un mayor nivel, tanto cultural como de riqueza, la respuesta era invariablemente dis-tinta, ya que la mayoría se sentaban a escuchar porque querían saber de qué se trataba. Esto me ayudó a descubrir que existía una cierta incompatibilidad entre ser pobre y ser humilde, o al menos el que se mantuvieran juntos durante mucho tiempo. El ser pobre se refi ere a un estado, a una circunstancia; pero el ser humilde se refi ere a una actitud, a través de la cual quien la posee puede llegar a salir de su estado de pobreza. Quizás por ello no es casualidad que a quienes mejor les va en la vida son precisa-mente los más interesados en escuchar y aprender. ¿No te parece a ti también que tiene sentido? ¿A quién le interesa mantener tal confusión?

Todo esto, la propia esencia de nuestro ser, no solamente posi-bilita nuestra cruzada, sino que le da fuerza desde lo más profun-do. Los conceptos y herramientas que manejamos, ayudados por nuestro espíritu guerrero y una actitud propia de emprendedores, me permiten dejar hoy aquí escrito, con el tono más alto, que si hace veinte años hubiéramos desarrollado nuestra actividad tal y como hoy la estamos llevando a cabo, decenas de miles de fa-milias no hubieran sido afectadas por la crisis hasta el punto de perder sus viviendas y, en miles de casos, quedar en la indigencia.

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Para quienes hemos llegado tarde en su ayuda, a través de la Fundación Huellas de Solidaridad tratamos de paliar cuanto po-demos las míseras condiciones de vida en las que se encuentran muchos de nuestros mayores, a los que nadie ayudó ni preparó para llegar dignamente a este momento.

Pero para quienes aún tienen años por delante, nuestra cru-zada no solo incluye ayudarlos a planifi car y conseguir su inde-pendencia fi nanciera, sino que al mismo tiempo les ofrecemos compartir nuestro camino como emprendedores, no solo como medio para la obtención de ingresos a través de la creación de su propia empresa, sino como estilo de vida en una empresa con alma, de todos y para todos. Nuestra ambición es enorme, pues más allá de la riqueza hablamos de prosperidad en su más amplia concepción.

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NACE BÁRYMONT

“La mejor forma de predecir el futuro es creándolo.” (Peter Drucker)

Estoy acostumbrado a desplazamientos largos por carretera. Hemos recorrido Ana y yo millones de kilómetros y, salvo en contadas ocasiones, nunca me ha vencido la fatiga conduciendo. Mentalmente me preparaba para atravesar la Península, por ejem-plo desde Santander a Chiclana de la Frontera y regresar en el mismo día. Y así lo hacía.

No es algo que recomiende, pues utilizaba mis técnicas y para ello debes estar bien preparado, pero te aseguro que no tenía ne-cesidad de descansar más que lo que sabía que era ineludible por mi seguridad y la de los demás.

Tanto si hacía el recorrido solo, cuando aprovechaba para pen-sar y escuchar algún CD interesante, como si iba en compañía de Ana, al fi nal del largo trayecto buscaba siempre la carretera más sinuosa posible, la que más curvas tuviera entre las posibles para llegar a mis destinos. Lo asemejaba a un viaje por la vida, en la que si todo es recto y sin obstáculos fácilmente el sueño me atraparía.

Recuerdo aquellos tiempos en que, en numerosas ocasiones, al-quilaba una Suburban en Chihuahua (México) para ir hasta Parral por una carretera a través del desierto durante tres horas de tra-yecto. Siempre existía el riesgo de que me atracaran por el camino, por lo que mi adrenalina no dejaba que me durmiera aunque fue-ran muchas las rectas. No se trata del camino, si es recto o curvo, sino de ¡recorrerlo dignamente! y despierto, disfrutando de cada momento, porque es parte de tu proyecto de vida y tu misión es llegar al fi nal. Y allí, en Parral, nos esperaban personas maravillo-sas lideradas por una adorable pareja: Alfonso (Ponchín) y Norita.

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¡Nunca me permití el lujo de ir dormido por la vida! ¿Por qué iba a hacerlo ahora? Con los años parece que es fácil que el can-sancio te atrape, pero no es mi caso y pido a Dios que no lo sea hasta el último día. Lo cierto es que mientras en esta etapa mu-chos inician la maniobra de aterrizaje, buscando su jubilación y descanso, nuestro proyecto de vida nos invitaba a despegar de nuevo.

La tripulación para este nuevo vuelo estaba bien preparada, teníamos un buen motivo, al que llamábamos cruzada, y aunque te parezca pretencioso, existía y existe la necesidad de nuestra aportación al mercado y a la sociedad en general, lo que dota de total sentido a cuantas pruebas hemos superado. ¿Qué podíamos hacer más que seguir el camino que nosotros mismos habíamos trazado?

Citisoluciones anunció el día 10 de noviembre su cierre y el día 20 cesó en su actividad. Desde el primer minuto la intensidad de cada momento marcó nuestra vida durante los cinco meses siguientes. Fue un verdadero desierto por el que cientos de pro-motores nos seguían. ¿Te imaginas la situación? Sin empresa, sin productos, sin ingresos, pero con una voluntad férrea de caminar juntos hacia el futuro.

Paso a paso íbamos construyendo el camino según avanzába-mos. Todo estaba por descubrir, pero aquellos héroes mantenían su confi anza en nosotros, a pesar de no tener ni tan siquiera agua que ofrecerles cuando tenían sed. ¿Cómo crees que podíamos sentirnos Ana y yo cuando todo esto ocurría? No sabíamos el tiempo que nos llevaría atravesar aquel desierto, ni tampoco a qué lugar exactamente llegaríamos, pero de lo que sí estábamos totalmente seguros era de que todo lo que llegáramos a alcanzar lo íbamos a compartir.

Y así nació Bárymont, la empresa que hoy nos une y que cierra una etapa en nuestra vida, y de la que no hablaré, tanto por no ser

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la que motivó el contenido de este libro como por hacer honor a la coherencia, en el sentido de que con los años se es más certero en el análisis y la valoración de las cosas y los sucesos. Mientras tanto, simplemente nos dedicaremos a escribir con Bárymont el cambio hacia una era en la que el ser humano vuelva a ocupar su lugar. Si lo logramos, entonces será leyenda.

Pero este respeto no me impide poder hablarte no solo de todo cuanto dio lugar al nacimiento de Bárymont y Asociados, S. A. como compañía, sino de los cimientos sobre los que está cons-truida, que la dotan de un probado valor diferencial, haciéndola única. En realidad, como puedes suponer, no es más que el com-pendio de cuanto habíamos vivido hasta entonces.

Existía un verdadero equipo, pues estaba siendo sometido a una difícil prueba de la que no se sale airoso si no fuera porque eran personas muy especiales. No es difícil entender que el res-peto y la admiración que siempre han presidido nuestra relación nos unieran aún más a cada uno de ellos durante esos meses de travesía, que, con un destino por crear, vivimos minuto a minuto.

Dos meses después de aquella noticia, el día 9 de enero de 2010 celebramos nuestro primer evento en el Hotel Auditórium de Madrid, como nueva empresa, dispuestos a remontar juntos cuantos obstáculos fueran necesarios.

Ana y yo ya teníamos decidido compartir la decisión con to-dos ellos, pero no era tan sencillo plasmarlo en forma, dada aque-lla experiencia pasada durante la corta vida de New Net. Aquel compromiso fue hecho público ante las aproximadamente ocho-cientas personas asistentes, en un discurso que pronuncié desde la emoción y que, gracias a Ana, pude llegar a terminar. Por su contenido, que creo que defi ne con bastante claridad lo que es Bárymont, así como también por la seguridad de que ese día fue el inicio de una maravillosa historia hoy en construcción, te quie-ro hacer partícipe de su parte fundamental:

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DISCURSO INAUGURAL DE BÁRYMONT,9 DE ENERO DE 2010

Después de tanta información recibida por las magistrales intervenciones de hoy, ¿qué preguntas podríamos hacernos sobre BÁRYMONT relaciona-das con nuestro futuro?

Es curioso observar cómo, por más que desde hace ya muchos años el cam-bio se haya apoderado de nuestro día a día, el “sistema”, gracias a sus celosos guardianes, se empeña en negarnos una oportunidad que siempre viene de la mano de su propia comprensión, ¡del conocimiento del cambio!

¿No sería mejor preguntarnos de qué vale tanta “Historia”? ¿Para qué les vale hoy a las familias saber tanto del “pasado” que aprendieron en la escuela? No está mal saber historia, pero lo que es peor es no saber “futuro”, y ¡nadie se ocupó nunca de incorporarlo como asignatura en nuestras escuelas!

El pasado, la historia, nunca podremos cambiarlo porque nunca estare-mos allí para hacerlo. Pero en el futuro ¡sí estaremos! Allí sí viajaremos. Es el lugar donde nos tocará vivir. La pregunta debe ser: ¿Existe un mapa y un plan que nos guíen, a nosotros y a nuestros hijos, hacia ese futuro?

Las distintas culturas son el fruto de distintas confi guraciones que sumer-gen al individuo en un estado de “dependencia” sistematizada y permanente. Así se han ido creando seres humanos adictos a la “estabilidad” y enemigos del “cambio”, al que tanto teme el propio sistema, por naturaleza.

Ser “empleado”, “autónomo”, “empresario” o “inversor” siempre han te-nido estatus bien defi nidos, que nos condenan al encasillamiento y mantienen diferencias difíciles de conciliar.

Se crea hoy una empresa que reúne, en la mayor medida posible, carac-terísticas de justicia, proyección y capacidad de expansión como seguramente jamás nadie haya conocido:

-Porque su estructuración interna se ha diseñado para que cada socio pueda alcanzar tanto como desee y se esfuerce por conseguirlo.

-Porque su misión, convertida en “cruzada”, está acorde más que nunca con las necesidades de cientos de miles de familias, interesadamente desinfor-madas por un sector que se ha enriquecido a su costa.

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-Porque cuenta con la complicidad de una sociedad castrada culturalmente en cuanto a su participación en un mundo fi nanciero que la oprime, pero que, paradójicamente, ella misma sostiene.

-Porque Bárymont llevará la cultura fi nanciera a cada hogar, con un mensaje sencillo para que cada individuo sepa distinguir entre un producto bancario (…) y un producto fi nanciero (…)

-Y porque Bárymont nace de la grandeza, experiencia y espíritu de per-sonas con corazón de hierro y voluntad fi rme de basar su éxito a favor de la gente, avanzando por caminos donde la ética, la razón y el corazón se dan la mano para hacer historia.

Ana y yo, en esta etapa de nuestra intensa vida, deseamos devolver todo lo que esta nos regaló con la amistad, el apoyo, el cariño y la confi anza del gran número de personas que hoy estáis aquí.

Queremos por ello contribuir de forma extraordinaria a facilitar vuestro propio éxito económico haciendo una declaración expresa de intención:

Hemos transitado juntos por caminos reservados para los valientes. Mu-chos de vosotros os habéis entregado a una vida lejos de la mediocridad, habéis pagado un precio muy alto sin conseguir los objetivos que os habíais propuesto, y habéis llegado a niveles económicos insostenibles.

Declaro expresamente mi intención y la de Ana de destinar cuantos re-cursos disponga Bárymont para vuestro enriquecimiento y no para el de la empresa, pues entendemos que esta nace y se desarrollará gracias a vuestra participación activa, y no solamente por el aporte económico de quienes hoy somos sus dueños legales como accionistas.

Haremos justicia con cuanto esté en nuestras manos para que ello sea una realidad, aun a costa de que ni Ana ni yo lleguemos nunca a ganar grandes sumas de dinero que pudieran provenir de dividendos.

Estaremos con vosotros en el valle siempre que vuestro esfuerzo avale nuestro sacrifi cio. Subiremos juntos a la cima, si no ni Ana ni yo lo haremos, aunque la estructura legal y económica de la compañía nos lo permitiera.

No es una cooperativa ni una ONG, sino una entidad con ánimo de lucro con dos creadores “anormales” que desean vuestro bien tanto como el suyo propio.

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Habrá diferencias entre unos y otros. Algunos se quedarán por el camino, otros se estabilizarán al encontrar su zona de comodidad y unos pocos, ¡o mu-chos!, llegarán a tener cuanto deseen. Trataremos de ser justos según el lema que Marx promulgó: “La justicia está en el trato igual a lo igual y en el trato desigual a lo desigual”.

Mientras tanto, y para comenzar a desarrollar un buen hábito, os invita-mos a seguir una buena práctica que llevaba a cabo el Rey Arturo ante los Caballeros de la Mesa Redonda: “Que Dios nos ayude a decidir lo que es justo, nos dé voluntad para elegirlo y fuerza para ejecutarlo”.

Comencé hablando de la “historia” y el “pasado” para llegar a centrar nuestro interés en el “futuro”.

Quiero acabar deseando que centréis vuestro enfoque en el presente del resto de vuestras vidas ( futuro) y que pongáis alma y corazón en esta nueva empresa del siglo XXI. También deseo que caminemos juntos con un solo corazón gigante, que es Bárymont, y que sus latidos lleguen a resonar por todo el mundo como tambores anunciando que, ¡por fi n!…, ¡AVANZAMOS!

Muchas gracias, amigos.

No debo dejar de decir que Bárymont y Asociados, S. A. ha dado recientemente un paso defi nitivo al transformarse en corre-duría, en agosto de 2013, y que se ha convertido, un año escaso después, en una de las de mayor proyección y prestigio de España.

Tanto por su especialización como por la oportunidad que representa para todo emprendedor, se mantiene en crecimiento continuo al tiempo que avanza hacia el futuro más esperanzador jamás imaginado, acompañando a sus clientes hasta que alcanzan su independencia fi nanciera.

Como un día escuchamos de nuestro amigo y maestro de vida Fidel Delgado, hacía ya un tiempo que Ana y yo estábamos “des-montando” nuestras vidas, las que nos habían sido regaladas y deseábamos compartir con los demás, como aún hoy hacemos, desprendiéndonos así de lo que queríamos que fuera nuestro le-

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gado y deseando que se hiciera historia y el mundo fuera ese lugar maravilloso donde vivir.

Poco tiempo después de aquel discurso inaugural, recibí una llamada de Ángel de la Calle en la que nos pedía perdón por lo sucedido y que, por favor, olvidáramos ese pasado. Tardé en reaccionar, pues la llamada la cogió nuestro hijo Javier, que me pasó el teléfono mientras decía con cara de extrañado: Ponte… es Ángel de la Calle. Te confi eso que me emocionó oír su voz ¡quince años después! de que aquella empresa americana nos echara. Lo sentí realmente conmovido, y le hice saber el gran dolor que nos causaron y que solo pudo mitigar el calor humano de quienes, a partir de entonces, caminaron junto a nosotros.

¡Claro que te perdono, Ángel!, pero lo que no puedo hacer, aunque así lo deseara, es olvidar. La vida nos enriqueció con sus lecciones y no podemos pa-garla con el olvido, le contesté dada su insistencia en olvidar todo lo que sucedió. Y aunque Ana y yo lo deseábamos, como bien dice nuestro también gran amigo Luis Serrano, y que da título a uno de sus libros, ¡La vida nunca olvida!

Las cicatrices sanan y dejan de doler, sin embargo ahí están, no podemos negarlas. Tenerlas presentes nos da la oportunidad de reconocer el bagaje de una vida entregada a los valores que nos llevaron a las contiendas en que se forjaron. Hoy esas cicatrices nos sirven a Ana y a mí para saber quiénes somos y para poder entregar nuestra gratitud a todos aquellos que contribuyeron a su formación. Por eso hoy sabemos que el dolor muere para dar paso al nacimiento de la gratitud.

Solo Dios sabe cuánto agradecí su llamada. A los pocos días nos encontramos y nos dimos un abrazo que ponía defi nitiva-mente fi n a aquel pasado. En media docena de ocasiones nos hemos vuelto a encontrar para tomar café juntos, sinceramente

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Ana y yo deseamos que este hombre sea otro distinto a aquel dia-mante que un día eligió el camino de dejar de ser congruente con su corazón. Gracias por tu gesto, Ángel.

Ana y yo hicimos extensiva aquella suelta del dolor al resto de personas que, en mayor o menor grado, con más o menos inten-ción, golpearon tan fuerte nuestras vidas por acción u omisión.

Con el paso de todos estos años, al fi n hemos comprendido que la vida nos ha estado sonriendo continuamente. Hoy vivimos en plenitud, porque lo hacemos de forma exponencial a través de ¡tantas y tantas vidas! Nuestra mente y nuestro corazón hace tiempo que llegaron al acuerdo de caminar juntos en la misma di-rección, a los que se unieron poco a poco el resto de los sentidos.

No sé si has observado que una gran parte de las personas pasan toda su vida sin saber adónde van, sin un proyecto de vida. ¡Qué triste pasarla así! ¿Dónde perdieron aquellos sueños que de niño sí eran posibles? ¿Qué pócima limitante les pudo adminis-trar el sistema?

Pero no creas que acaba ahí, ¡no! Algunos sí tienen un proyec-to de vida, pero solo como deseo, esperando que algún día el éxi-to los sorprenda a la vuelta de la esquina. ¿Te imaginas el titular?: ¡Éxito ataca y sorprende en una esquina a un hombre que iba tranquilamente paseando! ¡NO! El éxito hay que ir a buscarlo, y cuando menos te lo esperes lo tendrás andando al lado tuyo, compartiendo camino.

Aunque quiero decirte que es algo escogido y no se arrima a cualquiera, ¡qué va! El verdadero éxito exige algo que todos lle-vamos dentro y que lucha por salir de nuestro interior. Exige que primero te pongas de acuerdo contigo mismo, lo que a menudo es complicado. Tu mente te pide que tomes un camino “conve-niente” para ti, al tiempo que tu corazón te indica que elijas lo que más “quieras”, pero tus ojos miran hacia otro lugar, donde parece que hay más “brillo”, y tus piernas te dicen “vamos por ese otro lugar, que es más cómodo”. Respóndete sinceramente: ¿te has encontrado muchas veces en esas encrucijadas?, ¿cómo

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has resuelto el dilema? Quizás en cada ocasión has tomado un camino distinto, según el momento, ¿no es así?

Pues como te estaba contando, tienes que esforzarte por lograr el consenso para que mente, corazón, piernas y ojos apunten en la misma dirección, en coherencia contigo mismo. Cuando lo hagas, verás cómo tus valores toman el control de tu vida y pronto, mu-cho antes de lo que esperas, el éxito te acompañará. Es el precio de ser tú mismo el que te libera de una lucha interna permanente para que, una vez te hayas aclarado, no solamente puedas comprender a los demás, sino que por coherencia te encuentres con muchos amigos que también, sorprendentemente, comparten tus valores.

Este es el origen de una red para la cual el éxito y la prosperidad de quienes se van sumando a ella no tienen límites.

A nosotros, a Ana y a mí, este pasado ha sido simplemente el peso de un valor que ha enriquecido nuestras vidas.

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UN MERECIDO HOMENAJE

Por Ana Barros

“Tus hijos no son tus hijos,son hijos e hijas de la vida (…)

Tú eres el arco del cual tus hijoscomo flechas vivas son lanzados.

Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad.”

(Kahlil Gibran)

Siempre hemos pensado que si hubiéramos diseñado un par de hijos a la medida de nuestras expectativas más exigentes no hubieran sido tan increíbles como los que tenemos.

Un hijo y una hija como los nuestros son el mayor premio que la vida nos ha dado. Siempre estudiaron más o menos, sin dejar nada para el verano, y disfrutaron de sus merecidas vacaciones siempre, porque pagaron el precio del estudio durante el curso.

Terminaron sus respectivas carreras (ingeniero informático y psicóloga), pero lo más importante es lo buenas personas en que se han convertido, buenos hijos, responsables y trabajadores. El transcurrir tan intenso de estos años los puso a ellos también a prueba, moldeándoles de una forma muy exclusiva, al permitirles la obtención de un título mucho más importante que cualquier otro que provenga de la universidad: el de personas repletas de valores.

Pero la guinda al pastel la pusieron el día en que ambos se ca-saron con dos personas igualmente especiales, y aumentamos la familia con dos hijos más. Nuestra “nueruca” Ana es lo más gran-de que puede haber. Hace feliz a nuestro hijo y es una hija más

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para nosotros. Aunque viven en Madrid, ¡los sentimos tan cerca! Y nuestro yerno Alfonso, otro hijo en la familia, ha restaurado la casa de mis padres con sus manos y con su corazón. Es plenitud lo que sentimos viéndoles vivir en la casa con la que compartimos fi nca, y donde también viví yo durante mis primeros veintidós años, donde vi el amor de mis padres y ahora veo el suyo. Tienen animales, era su sueño, y desde casa, cuando vemos el humo de su chimenea, nos llenamos de orgullo al sentir que de nuestro hogar salieron dos hogares más y que, como nosotros, de los retos de la vida hacen un canto al amor en pareja.

¡Con la bendición de sus bodas religiosas nos hicieron tan di-chosos!…

Los cuatro nos acompañan por este camino de emprendedo-res, lo que hace que nos sintamos aún más orgullosos de ellos. Hemos logrado que el alumno supere al maestro, ¡y ese es nues-tro mejor triunfo! Pero nuestra felicidad llega al punto más alto cuando sabemos que nuestro legado quedará en las mejores ma-nos posibles, pues las llevan siempre extendidas para ayudar a los demás. Gracias, hijos.

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SENTIMIENTOS PARA UN EPÍLOGO

“Cuando hemos renunciado a nuestra dicha y nos contentamos en ver dichosos a los que nos rodean, es quizás cuando empezamos a serlo nosotros también.”

(Jacinto Benavente)

Leo el libro de Emilio en que escribe nuestra vida y no puedo dejar de enumerar mis sentimientos para así dejar plasmados en él nuestros más sinceros agradecimientos.

SENTIMIENTOS…-¡De orgullo!, por ser su esposa, compañera de vida de un

hombre de hierro y terciopelo.-¡De pena!, por la envidia que hemos despertado por tantos

sueños cumplidos, por tantos éxitos logrados:¡Sí, éramos los únicos que cobrábamos el bono en Amway!¡Sí, Emilio fue el que dignifi có el multinivel en su época en

Adedem!¡Sí, yo cumplí sueños tan utópicos como el monumento a la

abuela!¡Sí, somos felices como pareja!¡Sí, nos hemos caído las mismas veces de las que nos hemos

levantado!¡Sí, el éxito se repite en nuestra vida después de un fracaso!Cómo no despertar sentimientos encontrados alrededor, ¡con

tantos logros, con tantas misiones cumplidas!:-¡De generosidad!, por la sensación que hemos tenido de

abundancia en la donación y en la ayuda a los demás. Lo mejor de tener dinero es poder darlo; de tener tiempo, poder compartirlo; de tener salud, poder ayudar y servir.

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-¡De despedidas con tiempo! ¡Cómo agradecer el sentimiento de acompañar a tus padres a todos los médicos, de estar con ellos en su lecho de muerte! De no separarte ni un minuto de la ca-becera de su cama porque puedes permitírtelo, porque no tienes jefes que te impidan atender lo importante.

-¡De desolación ante lo injusto!, pero enriquecedor por ines-perado.

-¡De responsabilidad!, por tantas personas que confían en no-sotros.

-¡De dudas!, sobre si lo estás haciendo bien, preguntándonos siempre si escogíamos el camino más difícil.

-¡De impotencia!, cuando no puedes remediar una necesidad. Y ante la injusticia.

-¡De satisfacción!, cuando pude dejar mi trabajo en 1990 para atender a mi madre.

-¡De pertenencia!, cuando mi última ofi cina, donde voy a jubi-larme, está en mis humanas raíces.

-¡De maternidad!, cuando mis hijos son los héroes que ni por encargo hubieran sido tan grandes.

-¡De plenitud!, por ver a mis hijos acompañados de otros dos hijos para nosotros.

-¡De sentir el amor incondicional en los animales que hemos tenido! (Boy, Furia, Lack, Kay,) ¡Cuánto nos han enseñado! Y la nunca olvidada venta de Alice de Rance.

-¡Del desapego que tenemos que practicar a esta edad!-¡De la paz que vamos a sentir cuando este libro vea la luz!-¡De AGRADECIMIENTO!¡A Dios!, en quien creemos profundamente.¡A la vida!, que nos ha dado tanto, como dice la canción.¡A todas las personas que hemos conocido y que han enrique-

cido y oxigenado nuestras vidas!¡Y de AMOR con mayúsculas!Y como dice Lola Herrera en su libro, “¡me quedo con lo mejor!”.

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AGRADECIMIENTOS

“Demos gracias a los hombres y a las mujeres que nos hacen felices, ellos son los encantadoresjardineros que hacen florecer nuestros espíritus.”

(Will Rogers)

A nuestros padres (primeros mentores en nuestras vidas).A nuestros hijos (maestros para nosotros).A la familia Villar Castiñeiras, en cuya notaría nos conocimos

y que tanto nos ayudaron con su ejemplo y sus múltiples detalles. ¡Qué buen recuerdo tenemos los dos de nuestra iniciación en el mundo laboral!, gracias a Don Tomás.

A Luis Costa por ayudarnos a sacar el campeón que todos lle-vamos dentro, sobre todo a Emilio, por guiarnos hasta después de la muerte. Y a Cristina, que nos enseñó en los inicios y que su ausencia nos dolió.

A mi hermano, por saber que cuento con él en cualquier mo-mento. Y a mi cuñada Lourdes, por tenerla siempre dispuesta como médico y como familia.

A Ricardo (hermano de Emilio) porque a pesar de la difi cultad de la situación siempre ha estado ahí.

A mi amiga desde los cinco años “Chus”, incondicional, dis-puesta, generosa, única. Y a su marido Luis.

A mi amiga Anabel, original, auténtica, maestra, alegre. Y a su marido Vicente.

A mi amiga María Eugenia, dulce, cariñosa, detallista, callada.A mi amiga Juli, despistada, aunque recuerda cosas de nuestra

niñez que yo he olvidado.A mi amiga María Ángeles, que a pesar de compartir menos

momentos juntas, sabemos que podemos contar la una con la otra. Y a su marido Valentín.

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A mis primos “Barros” y “Tirados”, porque saben cuánto les quiero.

A la tía Leni y a su familia, por ser tan cercanos y por su ayuda. A nuestro sobrino Carlos y a Normi, su maravillosa esposa

cubana. A mi amiga Tinuca, que con su diversidad funcional me ha

servido de ejemplo durante cincuenta años.A la Peña Gastronómica Deportiva (ex compañeros de Caja

Cantabria).A Tito Mazón y Ramón Pavón, amigos entrañables. A Primi y Soraya, siempre amigos, en cuyo equipo se inició

nuestro yerno. Gracias parejuca.A nuestro párroco Don Jesús González de la Mora, por su

autenticidad.A mi vecina Gema, que siempre fue mi “hermana mayor”.A mi megaestilista capilar Aurora, por su sinceridad.A Paz, nuestra profesora de pilates, por su inmensa paciencia

con nuestras torpezas.A Juan Carlos y María Jesús, valientes en los momentos iniciales.A Dioni, por toda su ayuda y su famosa frase de que no es lo

mismo un negocio con ética que un negocio en Conética (Connecti-cut). ¡Cuánto nos ha ayudado!

A los empleados de la Cooperativa y de New Net y que tanto recordamos (Rubén y Pili, Gema, Ana, y a todos los que aposta-ron hasta el fi nal e hipotecaron sus casas o avalaron con dichas hipotecas: Juan Manuel Bonis y Mercedes, Toni y Maribel, Rafa y Maricruz, Pedro Aguado, Juan David Diez Suárez, Jesús Trapero.

A todos nuestros equipos en Amway, representados por los ya nombrados Ángel y Maite, Joaquín y Marian, Carlos y Reyes, Enrique e Isabel, Rafa y Carmen, Fernando y Mari Fe. A Paco y Carmen, Alberto y Ana, Dani y Ludi, Luis y Sole, Víctor e Isabel, Juanjo y Esther, José Manuel y Elena, César y Ana, Juanjo Men-doza, José y Gloria. Ernesto y Arancha.

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¡Cuántos amigos!, ¡cuántos corazones!, ¡cuántas cosas compar-tidas! ¡Tantos nombres que se agolpan en el corazón! Caras que están grabadas en el alma para siempre.

A los representantes en cada país que vivimos como en el nuestro:

A Edgardo y Estela en Argentina, que estando en el equipo de José Ramón y Encarna, siguen permaneciendo siempre presentes.

A Norita y Alfonso en México, y a todo su equipo, que nos hicieron conocer verdaderos héroes, y que seguimos contando entre nuestros amigos. A Estela Salinas, única diamante que nos apoyó después de la muerte de Luis. Gracias.

A Máximo y Elena en Italia, luchadores y trabajadores, que vieron sus sueños truncados por nuestro despido. ¡Ojalá nos per-donen su decepción!

A Abilio y María Lourdes en Portugal, que nos dieron un ejemplo de señorío y amistad. Y a Carlos Peralta, que siempre cuidó y cuida de nuestras cosas en ese país.

A Esviñez (nunca supimos escribirlo bien y le llamábamos Luis) y Teresa en Polonia. El día que fuimos a despedirnos de ellos a ese apreciado país no lo olvidaremos.

A Toño y Amor, pareja que lideraba junto con Paco y Carmen un equipo en Suiza.

Y a nuestro equipo directo de RVP en Citisoluciones. Juanka y Rosa, Edu y Sonia, Peli, Carlos Tercero, Maricruz y

Rafa, Javier y Ana, Dani y Ludi, Dani y Diana, David y Gema, Medar y Susi, Rafa y Mari Mar, Ángel y Anna, Amador, José Luis Iglesias, Manolo y Titina, Juan y Raquel, Xabier y Nuria.

A Ramiro y Yolanda, por ser nuestros segundos upline, con lo difícil que era por nuestra trayectoria y por el increíble e inimitable Luis Costa, con el que inevitablemente siempre los comparábamos.

A los oradores entrañables que hemos tenido, como:Germán González (como amigo antes en Iberonet y ahora

como escritor) y su mujer Ana.

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Ignacio Mollá, esmeralda de Amway en el pasado y con un hu-mor excepcional.

A Iñigo Sáenz y Blanca, con esa alegría sin límites.A Javier Iriondo, compañero de viaje, hoy escritor.A Manu García Ramiro y a Manu hijo, campeones de kickbo-

xing, pero sobre todo un ejemplo de honestidad y vida.Al gran Mario Conde, que por dos veces sacrifi có su tiempo

en agosto para acudir a nuestra convención altruistamente. A Fernando Calvo y González Regueral, que ha ejemplariza-

do, con la fi gura de su padre y con la suya, el liderazgo.A Emilio Duró, que nos impactó positivamente como orador

y como persona.A Fidel Delgado, nuestro “tititerapeuta” particular, y que, jun-

to con Tesa, nos inspira siempre.A Manuel Martín, por ser un romántico de los negocios.A Paco Gil, por su ayuda. A Esther Pinilla, por su asesoramiento altruista y por todo.A Luis Lobera, por inmortalizar con su cámara tantos mo-

mentos mágicos.A MANOLO ALFARO Y TITINA, por cuidarnos a todos y

por su amistad. Es un honor.A ALBERTO Y ANA, por tantas horas de dedicación y por

su amistad. Es igualmente un honor.A José Ramón Merino, por su dedicación, y por dejarnos esta

frase: Que vuestro libro sea escudo y espada, luz y camino.A nuestro equipo de héroes que ha escrito en este libro y a

otros que no lo han hecho por tener menos historia junta, como:Saúl y Ro, Fernando y María, y tantos otros que componen el

equipo Bárymont, pero eso será otro libro.Y muy especialmente a Fran Ortega, autor de los libros “A la

sombra del olivo”, “Judas”, “Los peluches de Dios, el renacer de la conciencia Crística”, “Los peluches de Dios II, la disolución del ego”, “Ho oponopono y el renacer de El Cristo” y el cuento infantil “Tris-Tras, el reloj que

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se olvidó de ser feliz”, por ayudarnos a poner orden a tantos senti-mientos, a darles forma por medio de las palabras y sobre todo por habernos ayudado a descargar nuestra mochila gracias a este libro. Gracias Fran por tantas ideas con corazón.

A todos nuestros valiosos amigos, vecinas como mi amiga Uchi, Carmina, Niana, Pilarín o Julita, o a mi última heroína, Mila, no puedo nombrarlas a todas, demasiados cariños, dema-siados amores de toda mi vida.

A quien hemos dejado de nombrar, para que nos perdone el olvido, sabiendo que un nombre se puede perder, pero una cara y un corazón nunca. Estáis en nuestra retina y en nuestra alma.

Y mientras escribíamos este libro falleció nuestro querido amigo-vecino-empleado JAVIER BOLADO. ¡Cómo le echamos de menos! Y dado que es imposible describirle, ¡vaya para él todo nuestro cariño y agradecimiento por todo el valor que nos has dejado!

Se nos han ido muchos como Enrique Fernández Regatillo, Carmen Burillo, Kiko Ferrer y su hermana Nati, Pepe Aguilar, José Antonio y Pilar Domenech, Luisfer, etc. ¡Hasta la vista ami-gos!

A Ana González, por su ayuda en New Net y en Bárymont, junto con Lydia y Javier Montaraz, gracias por su sacrifi cio.

Al Colegio San José de Astillero y al Colegio La Salle de San-tander. Ambos colegios educaron nuestros valores.

Gracias por formar parte de nuestra vida y enriquecernos con vuestra amistad. GRACIAS MIL.

Y a ti lector/a, que has dedicado tu valioso tiempo en llegar hasta aquí. GRACIAS.

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TESTIMONIOS DE ALGUNOSDE LOS QUE SIEMPRE ESTUVIERON AHÍ

Nuestra historia tiene otros puntos de vista, otros modos de vivirla, y aquí les ha sido reservado el espacio que merecen para su expresión.

A continuación compartimos testimonios de algunas de las personas que nos acompañaron en nuestro camino, tanto en los momentos álgidos como en los de dolor. Estas son sus palabras, las cuales agradecemos desde lo más profundo de nuestro cora-zón.

Gracias a todos por estar ahí.

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EL ALTRUISMO DE LOS DEFENSORESDE LA AUTÉNTICA JUSTICIA

Por Alberto Ezquerra

LOS COMIENZOS

Corría el año 1989. En aquella época yo era el abogado de una gran empresa del sector alimentario y Ana era jefe de personal de una de las mayores multinacionales farmacéuticas. Un amigo de Santander nos explicó lo que él llamaba una gran oportunidad de negocio. Tenía toda la lógica del mundo y en unos minutos había-mos fi rmado el contrato con Amway, aunque tardamos cerca de un año en ponernos en marcha.

En la vida, cuando abres una puerta, muchas veces no eres consciente de la trascendencia del paso que vas a dar. Yo no lo era entonces, pero hoy, con la perspectiva del transcurso de un cuar-to de siglo, doy gracias a Dios por haberme permitido disfrutar de la gran aventura que viví en los siguientes años con intensidad y con pasión.

Conocimos entonces a dos personas únicas, Emilio Montaraz y Ana Barros, con las que hicimos migas de inmediato. Eran de Cantabria, como yo. Defendían unos valores que coincidían con los nuestros. Eran, y son, una pareja bien avenida, sociable, cer-cana y acogedora. Así que nos involucramos con ellos de lleno en el proyecto. Reímos juntos muchas veces y alguna nos tocó llorar.

Compartimos el camino con otras personas fantásticas que hoy, años después, siguen siendo grandes amigas. ¡Qué afortuna-dos hemos sido transitándolo en tan buena compañía!

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También tuvimos la suerte de conocer las miserias humanas: la avaricia, el egoísmo, la ruindad, la mentira, la envidia… de personas que, precisamente, tendrían que haber dado ejemplo de lo contrario.

Doy gracias por todo ello. Es bueno conocer el mal, mirarlo a los ojos, combatirlo y vencerlo para saborear el bien con los buenos.

El caso es que, una vez que tomamos la decisión, en cuatro meses llegamos al nivel del veintiuno por ciento, seis meses des-pués al nivel de distribuidor directo, y poco más tarde llegamos al nivel perla y estábamos califi cando para el bono esmeralda.

LA CORRUPCIÓN DEL SISTEMA

Todo iba viento en popa, pero el abuso del sistema de apoyo y motivación (cintas de casete, libros, conferencias abiertas deno-minadas open, seminarios, convenciones, etc.), en adelante, el siste-ma, que era positivo, trajo el escándalo y los medios de comunica-ción encontraron un fi lón sensacionalista: ¡la secta!, ¡la pirámide! A partir de entonces fue imposible crecer.

Emilio y Ana comprobaban que, por más que se intentara, no había manera de superar los recelos de la sociedad española, maliciada por los periódicos, la radio y la televisión.

El hecho cierto es que cientos de miles de familias gastaban en el sistema importantes cantidades de dinero y no conseguían resultado alguno.

Años después descubrimos que el negocio fabuloso no era la comercialización de los productos de la compañía, sino el propio sistema, que estaba en manos de los distribuidores que tenían el ni-vel de diamante: cientos de miles de personas que apenas ganaban unas pesetas, unos euros, llenaban todos los meses, sin saberlo, los bolsillos de no más de una docena de “listos”.

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Ante esta situación, Emilio y Ana suplicaron primero y presio-naron después a la compañía para que tomara medidas e invirtie-ra para dinamizar el maltrecho mercado español del multinivel.

Pero ya sabemos cómo son ciertas multinacionales: gigantes lentos de refl ejos y sin alma. Y sus directivos, personas conserva-doras y temerosas de perder su puesto de trabajo.

Y el resto de diamantes, que, según descubrimos al poco tiem-po, no eran tales, tampoco querían tomar medida alguna porque pensaron que podría hacer peligrar su principal fuente de ingre-sos, que era el sistema.

Hubo un momento en que la desbandada de distribuidores fue constante. El desánimo se instaló en la red.

Ana y yo ya habíamos detectado señales de incoherencia en el proceder de la compañía y de los falsos diamantes.

Aclararé el término: digo y diré “falsos diamantes”, y digo bien, porque califi caron como diamantes una vez, en los comienzos, pero en los años sucesivos no volvieron a califi car; es decir, no volvieron a cobrar el bono diamante (salvo Emilio y Ana). Podía llamarles “diamantes de pacotilla” o cualquier otro término des-pectivo, pero prefi ero emplear el adjetivo falso, que, según el Dic-cionario de la Real Academia Española de la Lengua, procede del latín falsus y signifi ca ‘engañoso, fi ngido, simulado; falto de ley, de realidad o veracidad’ en su primera acepción. Y en su segunda quiere decir ‘incierto y contrario a la verdad’.

En numerosas ocasiones nos tocó ser anfi triones de aquellos falsos diamantes y esmeraldas y asistir, en vivo y en directo, a enfren-tamientos de aquellas parejas que parecían transformarse, como por arte de magia, cuando subían a los escenarios, con sonrisas de anuncios de dentífrico y besitos acaramelados.

También comprobábamos que la multinacional defendía unos principios y valores que en el día a día desde el primer directivo al último empleado se los saltaban a la torera, con honrosas ex-cepciones.

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Así que, cuando nos enteramos de que llegó un momento en que casi todo era una mentira monumental, que los diamantes eran de carbón, que los únicos que ganaban el bono diamante eran Emilio y Ana, ya habíamos madurado y estábamos preparados para lo que llegó después. Las armas de la ética y la verdad nos ampararon.

ADEDEM, NEW NET DE MARKETINGY LA LEY DE COMERCIO

Tras mucho guerrear Emilio y Ana por fi n consiguieron que la empresa les autorizara la realización de una experiencia piloto con sus grupos más cercanos. Emilio y Ana correrían con todos los gastos. Si el experimento salía mal, Emilio y Ana perderían lo invertido. Si salía bien, todo el grupo de España, incluidos los grupos de los demás diamantes, se benefi ciaría. Así funcionaban Amway y los otros diamantes, y así eran, y son, Emilio y Ana.

Y así nacieron ADEDEM y NEW NET DE MARKETING.

ADEDEM, Asociación de Empresarios de Marketing Multinivel, se constituyó en 1992. En un corto espacio de tiem-po realizó un esfuerzo enorme por dignifi car el multinivel en España. Emilio apareció en innumerables medios de comunica-ción, dio conferencias ante foros infl uyentes y consiguió que el Congreso de los Diputados incluyera en la Ley 7/1996, de 15 de enero, de Ordenación del Comercio Minorista, publicada en el Boletín Ofi cial del Estado número 15, de 17 de enero de 1996, un artículo, el 22, que contemplaba en España por vez primera y específi camente la venta multinivel. Y, a continuación, en su artí-culo 23 prohibía la venta piramidal. El texto de ambos artículos fue el siguiente:

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Artículo 22. Venta multinivel 1. La venta multinivel constituye una forma especial de comercio en la

que un fabricante o un comerciante mayorista vende sus productos o servicios al consumidor fi nal a través de una red de comerciantes y/o agentes distribui-dores independientes, pero coordinados dentro de una misma red comercial y cuyos benefi cios económicos se obtienen mediante un único margen sobre el precio de venta al público, que se distribuye mediante la percepción de porcen-tajes variables sobre el total de la facturación generada por el conjunto de los consumidores y de los comerciantes y/o distribuidores independientes integra-dos en la red comercial, y proporcionalmente al volumen de negocio que cada componente haya creado.

2. Entre el fabricante o el mayorista y el consumidor fi nal solo será admi-sible la existencia de un distribuidor.

3. Queda prohibido organizar la comercialización de productos y servicios cuando:

a) El benefi cio económico de la organización y de los vendedores no se obtenga exclusivamente de la venta o servicio distribuido a los consumidores fi nales sino de la incorporación de nuevos vendedores, o

b) No se garantice adecuadamente que los distribuidores cuenten con la oportuna contratación laboral o cumplan con los requisitos que vienen exigi-dos legalmente para el desarrollo de una actividad comercial.

c) Exista la obligación de realizar una compra mínima de los productos distribuidos por parte de los nuevos vendedores sin pacto de recompra en las mismas condiciones.

4. En ningún caso el fabricante o mayorista titular de la red podrá condi-cionar el acceso a la misma al abono de una cuota o canon de entrada que no sea equivalente a los productos y material promocional, informativo o formati-vo entregados a un precio similar al de otros homólogos existentes en el merca-do y que no podrán superar la cantidad que se determine reglamentariamente.

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Artículo 23. Prohibición de ventas en pirámide 1. Se prohíbe la venta realizada por el procedimiento llamado “en cadena

o piramidal” y cualquier otro análogo, consistente en ofrecer productos o servi-cios al público a un precio inferior a su valor de mercado o de forma gratuita, a condición de que se consiga la adhesión de otras personas.

2. Se prohíbe proponer la obtención de adhesiones o inscripciones con la esperanza de obtener un benefi cio económico relacionado con la progresión geométrica del número de personas reclutadas o inscritas.

3. Las condiciones contractuales contrarias a lo previsto en este artículo serán nulas de pleno derecho.

Esta redacción estuvo vigente desde el 7 de febrero de 1996 hasta el 31 de diciembre de 2009. A partir de entonces ha sufrido unas pequeñas modifi caciones, pero en lo esencial no ha cam-biado.

Aunque parezca mentira, a lo largo de la tramitación del pro-yecto de ley, Amway intentó disuadir a Emilio de su empeño de conseguir un reconocimiento legal del multinivel. En aquella época la Ley iba a benefi ciar exclusivamente a Amway, ya que su multinivel era el único importante que operaba en España. Inclu-so su abogado me llamó para decirme que lo que pretendíamos era una locura. Sin embargo, Emilio es experto en imposibles y lo consiguió.

Prueba de la miopía y carencias de la compañía y de sus direc-tivos es que ni siquiera cuando se aprobó la Ley en el Parlamento y se publicó en el BOE se dignaron a llamar a Emilio y Ana para agradecerles sus desvelos y esfuerzos. Es de bien nacido ser agra-decido…

NEW NET DE MARKETING se constituyó en marzo del 96. Nació de la mano de Emilio y Ana y de Amway para hacer más atractiva la oferta de la compañía. Amway apenas colaboró

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con algún material publicitario, y puso su logo en los catálogos.Tras meses de esfuerzo titánico por parte de Emilio y Ana con

sus grupos directos para frenar y cambiar la tendencia descenden-te de las ventas de la compañía de los últimos años, y con ambas patas, ADEDEM y NEW NET DE MARKETING, el negocio comenzó de nuevo a caminar. Sus grupos fueron los únicos que crecieron en aquella época.

En enero del 96 Emilio y Ana viajaron a Estados Unidos y expusieron a las altas instancias de la compañía las bondades del proyecto piloto para exportarlo a toda la red. Pero se encontraron con que los falsos diamantes, tanto los españoles como los yanquis, con una visión mezquina y cortoplacista del asunto, interpretaron que su negocio paralelo, el del sistema, podía peligrar y vetaron la implementación del proyecto, sustrayendo a la red las posibili-dades de crecer.

Por su parte, Amway no tuvo el coraje de poner a los diamantes en su sitio e impidió que se trasplantaran a los demás equipos las acciones que tan buenos resultados habían dado en la práctica en la experiencia piloto.

Emilio y Ana con su grandeza pusieron en evidencia a los diamantes y a la empresa, y a partir de ese momento todo fueron desplantes y malos gestos, incluso en público, hacia los únicos distribuidores que cobraban el bono diamante en España.

LA EXPULSIÓN DE AMWAY

Por fi n, en junio de 1996 se consumó la terrible injusticia: Amway resolvió el contrato de distribución de Cántabra de Net-working, S. L., que era la empresa de Emilio y Ana. Y a los pocos días nos llegó la resolución a unos cuantos distribuidores más que nos habíamos destacado por discrepar de la línea inmovilista de los falsos diamantes confabulados con la compañía.

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LAS CAUSAS CIVILES CONTRA AMWAY

Tras la expulsión, Amway pretendió comprar el silencio de Emilio y Ana mediante el intento del pago de una indemnización objetivamente insufi ciente, pero que, sobre todo, no incluía nin-guna compensación a los demás distribuidores. De todos modos, con aquella cantidad Emilio y Ana hubieran vivido bastante bien. La compañía no iba a tardar en descubrir que la verdad y la liber-tad no tienen precio para esta pareja irrepetible.

Tuvimos varias reuniones con los abogados de Amway. Algu-na en Barcelona. Recuerdo perfectamente una cena previa con Emilio y Ana. Las cosas estaban realmente mal, pero aún se las podían arreglar. Ellos eran plenamente conscientes de que, si no había acuerdo, no iban a recibir nada. Y el futuro se pondría muy negro. Aquella noche, a sabiendas de todo lo que iban a perder, se reafi rmaron en su posición de que, o se compensaba a todos, o no había arreglo posible. Como siempre, pusieron sus principios delante de sus intereses.

En la última reunión, rotas ya defi nitivamente las relaciones con la compañía, les avisamos de que íbamos a acudir al amparo de los tribunales de justicia.

DEMANDA DE AMWAY

En abril de 1997, mientras preparábamos nuestra acción legal, recibimos una demanda judicial de Amway que llevaba el juzgado de primera instancia número 34 de Barcelona, en el juicio de ma-yor cuantía número 122/1997. Se habían adelantado. Iba dirigida contra la sociedad de Emilio y Ana, Cántabra de Networking S. L., contra Emilio y Ana, contra New Net de Marketing S. A., y contra varios distribuidores esmeralda porque la multinacional entendía que se les había causado un perjuicio económico como

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consecuencia de que la empresa New Net de Marketing hacía competencia ilícita y agrupaba miles de distribuidores que an-tes pertenecieron a Amway; curiosamente aquellos quienes libre-mente decidieron decantarse a favor de Emilio y Ana después de que Amway los expulsara. Las víctimas eran ahora los verdugos.

A partir de este momento jugó un papel decisivo un distribuidor del grupo de Emilio y Ana, Don José Ramón Merino Ganzo, abo-gado como yo, y cántabro como nosotros. Bellísima persona, gran profesional del derecho y de reconocido prestigio, trabajador incan-sable, concienzudo y meticuloso. Estábamos en las mejores manos.

CONTESTACIÓN A LA DEMANDAY DEMANDA RECONVENCIONAL CONTRA AMWAY

Durante los veinte días que teníamos para contestar, realiza-mos lo que ahora podemos califi car como un estupendo trabajo, porque en tan corto espacio de tiempo no solamente contestamos (a fi nales de mayo de 1997) y descalifi camos punto por punto todos los hechos en los que Amway basaba su demanda, sino que aprovechamos el mismo pleito (no podía ser de otra manera) para formular la demanda que nosotros ya habíamos anunciado mucho antes contra Amway por la injusta expulsión.

Resumiendo mucho las cosas, pedimos que Amway indem-nizase a Cántabra de Networking S. L., a Emilio y Ana, y a va-rios esmeraldas con importantes sumas de dinero por perjuicios de todo tipo, incluyendo la indemnización por daños morales.

Todos nuestros argumentos, tanto para defendernos de la demanda judicial de Amway como para reclamar las indemni-zaciones por su injusta expulsión, fueron extensa y sólidamente acreditados con multitud de pruebas documentales, incluyendo grabaciones de cintas de casete, que en aquel tiempo se usaban frecuentemente dentro del sistema.

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NUEVA DEMANDA CONTRA AMWAY

Aparte de esta contestación y reclamación, las empresas y personas jurídicas que tenían un contrato fi rmado con Amway y que igualmente fueron injustamente expulsadas plantearon po-cos meses después, en diciembre de 1997, su demanda judicial contra Amway para reclamar las indemnizaciones por los daños ocasionados.

Dicha demanda judicial recayó en otro juzgado de Barcelona distinto, el juzgado de primera instancia número 23 (juicio de menor cuantía 1172/97), y en este juicio los distribuidores de-mandantes reclamaron que el juzgado declarase que la no reno-vación de sus contratos de distribución constituyó una resolución unilateral e injusta de los mismos, y que por ello Amway debía indemnizarlos por daños y perjuicios morales, por daños al honor y a la imagen, por la clientela de sus negocios que Amway después aprovechó y por los benefi cios o lucro que hubieran tenido en los próximos años si no se hubiera producido su expulsión, y dejaron la cuantifi cación exacta de tales indemnizaciones para un trámite posterior, el de ejecución de la sentencia favorable a sus intereses.

Posteriormente ambos pleitos se acumularon y se unieron al que llevaba el juzgado de primera instancia número 34 de Barce-lona, porque fue el primero de los procesos judiciales que había empezado a caminar.

El pleito duró casi tres años. Fueron numerosas las pruebas, alegaciones, recursos, incidentes, comunicaciones, etc., que hubo en el curso del procedimiento judicial tanto por una como por otra parte, y el archivo del juzgado llegó a tener a fi nales de 1999 más de 4.100 folios, distribuidos aparentemente (luego lo expli-camos) en nueve tomos o archivadores A-Z de cartón que conte-nían todo aquello.

Quizás es importante resaltar que en aquel entonces aún no se había publicado en España la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil,

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por la que el procedimiento judicial pasaba de ser eminentemente escrito a ser eminentemente verbal, sobre todo a la hora de prac-ticar las pruebas. Por ello, todos los interrogatorios y testimonios de todas las personas que fueron llamadas por el juzgado a de-clarar, que fueron muchísimas y claramente a favor de Emilio y Ana, vertieron sus testimonios en papel en actas de declaración que el juzgado transcribía sobre preguntas previamente escritas por los abogados de cada parte, y en una ofi cina judicial que nada tiene que ver con una sala para juicios, entre todo el caos diario de cualquier ofi cina judicial de entonces, y sin la debida concen-tración ni por supuesto la asistencia del juez que fuera a dictar luego la sentencia.

SENTENCIA DEL JUZGADO

El 17 de febrero del año 2000, el Ilmo. Sr. Magistrado Juez del juzgado de primera instancia número 34 de Barcelona dictó sentencia en los autos de juicio 122/97 seguidos a instancia de la entidad Amway de España S. A., estimando su demanda y de-clarando que Cántabra de Networking S. L. había incumplido el contrato de distribución suscrito con Amway y, en consecuencia, que la resolución del referido contrato aplicada por Amway en julio de 1996 fue ajustada a derecho. También falló que New Net de Marketing S. A. había llevado a cabo actos necesarios para producir tal incumplimiento y que tales hechos habían causado a Amway daños y perjuicios por valor de 949.599 euros.

Además de esas declaraciones y de esa condena económica contra New Net y Cántabra, el juez falló que rechazaba y desesti-maba por completo las demandas judiciales que se habían dirigi-do contra Amway, por lo que absolvía a esta empresa de todas las reclamaciones y peticiones que contra ella habíamos realizado y nos condenaba al pago de todas las costas judiciales.

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RECURSO DE APELACIÓN

Ante lo injusto de la sentencia, Emilio y Ana recurrieron. Amway también, por considerar que tenía derecho a una mayor indemnización. El asunto se tramitó en la Audiencia Provincial de Barcelona, sección número 15, rollo de apelación número 487/2000.

Emilio y José Ramón, que tenían la esperanza de revertir las cosas en la balanza de la justicia, viajaron a Barcelona y fueron al juzgado a revisar el expediente para preparar el recurso de apela-ción que había que defender en la Audiencia Provincial. En una atestada ofi cina del juzgado les atendieron sobre la marcha y les dejaron un huequecito para ir revisando los tomos en los que se dividía el pleito. Con paciencia infi nita y con gran resistencia física, durante horas revisaron, una por una, las partes más des-tacables de los miles de folios en los que se dividía el archivo, y tomaron nota de las distintas cosas que allí vieron. Con absoluta frustración y profunda tristeza, comprobaron, desde su punto de vista, lo desordenado, sucio y apartado que estaba todo. También parecía claro que nadie había leído, con la atención que las vidas de tantas personas merecían, los documentos del expediente.

También descubrieron uno de los principales motivos por los que habíamos perdido esa sentencia: en el folio 1.803 había una nota a mano que indicaba que se apartaba una caja de archi-vo a otro lado de la estantería, con 643 folios, que no estaban numerados correlativamente ni incluidos en los archivos del pleito como los demás, y que contenían los documentos del número 32 al 89, que se adjuntaron con nuestras reclamaciones contra la demanda recibida y que constituían pruebas documen-tales cruciales para acreditar la bondad de nuestras posiciones y la justicia de nuestras peticiones. Esa caja con rótulo en color rojo, al otro lado de las estanterías, apartada y situada, sorpren-dentemente, entre otros archivos de otros pleitos, fue localizada

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por Emilio Montaraz y por José Ramón Merino, que señalaron al personal del juzgado lo ocurrido y consiguieron que, ya en el futuro, dicha caja y dichos documentos de prueba estuvieran al lado y junto a los demás de nuestro pleito.

El juez no había visto esa caja de archivo apartada con todos sus documentos de prueba. La caja contenía las pruebas fundamentales que evidenciaban la injusta expulsión de Emilio y Ana de Amway. De una lectura detallada de la sentencia del juzgado de primera instancia se desprende que el juez no tuvo a la vista ninguna de las pruebas esenciales que se encontraban en dicha caja. Su Señoría no mencionó ni en los hechos ni en los fundamentos de derecho de la sentencia ni una sola de tales prue-bas, que sin embargo, afortunadamente, sí que tuvo en cuenta la Audiencia Provincial a la hora de dictar su sentencia en sentido opuesto a la sentencia del juez de primera instancia.

Don José Ramón Merino Ganzo, nuestro excelente abogado, apoyó el recurso de apelación en aquellos hechos determinantes del pleito que fueron pasados por alto por la sentencia del juzga-do, y que por su importancia para comprobar la realidad de los hechos acontecidos paso a transcribir a continuación:

A.- Emilio y Ana y su Sociedad Cántabra de Networking se sometieron, por escrito pormenorizado con detalles sobre hechos y fundamentos de su posición, a los requerimientos de la multi-nacional norteamericana Amway y le ofrecieron su total y plena cooperación, tanto para aclarar posibles malos entendidos como para acomodar sus actos a las unilaterales pretensiones de aquella.

Así consta en fecha 17/06/1996, antes de producirse la resci-sión del contrato, en el documento número 24 de la Contestación a la Demanda (folios 494 y 495; y 1803/238. También en los folios 107 a 110):

… Defi nitivamente, estamos a disposición de Amway para que de una vez por todas se acaben estas dudas… por supuesto, nuestra respuesta es afi rma-

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tiva de colaboración en tanto malentendido como vemos que tienen. En cuanto a discutir los detalles del cumplimiento, esperamos instrucciones. En cuanto a la carta por parte de nuestra empresa, no tenemos inconveniente alguno en hacerla en los términos que sean necesarios… Y adquirimos el compromiso de poder explicar todo lo que sea preciso en una reunión con dichos distribuidores y con Amway. Estamos abiertos a todo, no tenemos nada que ocultar.

B.- Existía un procedimiento de autorregulación interna de Amway para llevar a cabo las rescisiones y denuncias contractua-les, que Amway no cumplió, en ninguno de los casos de las perso-nas y sociedades mercantiles que, teniendo contrato en vigor con Amway entonces, se enfrentaban a ella en este pleito.

Tal procedimiento se encontraba en el documento número 40 de los incluidos en la caja de archivo, archivada aparte de los tomos de los autos, como adenda o separata del folio número 1.803 (también en el documento número 7 de la contestación a la demanda —folios 677 a 679—). Se trataba del llamado Manual de Referencia (al que se remiten los contratos), y dentro de este, en la página 19 del apartado denominado “Reglas de Conducta”, sección “Ejecución de las Reglas de Conducta”, está la cláusula II-b) Sección A, que disponía que:

La resolución de una organización (de un contrato de distribución, para entendernos) implica la cancelación de un grupo personal (todos los subdis-tribuidores que están asociados al citado contrato) por parte de Amway de España y la disolución de su negocio de distribución. Las principales causas de resolución de contrato son:

1.- Negligencia en la actividad comercial y/o responsabilidad de todo aus-piciador.

2.- Incumplimiento grave del Código de Ética3.- Exposición o descripción errónea del sistema de ventas y marketing

de Amway.La resolución del contrato de distribución se tramitará en la siguiente

forma:

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1.- Notifi cación por escrito al distribuidor en cuestión y a su distribuidor directo.

2.- Cancelación inmediata del derecho a efectuar pedidos directamente a Amway, si lo hubiera.

3.- Asignación de los distribuidores de los que sea auspiciador personal al siguiente auspiciador de la misma línea.

Y en la cláusula II-c) se decía: El distribuidor cuyo contrato vaya a ser resuelto y el distribuidor querellante deberán recibir notifi cación por escrito de la decisión de Amway por correo certifi cado con acuse de recibo. La notifi -cación deberá cumplir las siguientes condiciones:

(…) 2.- La notifi cación deberá contener de forma clara y concisa los motivos

de la resolución del contrato y la indicación de la fecha a partir de la cual la resolución tendrá efectos.

3.- La decisión de la resolución del contrato podrá recurrirse ante el depar-tamento de revisión de Amway.

Y en la cláusula IV se decía: Amway no podrá resolver un contrato de distribución de un distribuidor o distribuidor directo hasta que el proce-dimiento de investigación del incumplimiento haya fi nalizado y haya dado la oportunidad al distribuidor o distribuidores implicados en el incumplimiento la posibilidad de presentar una contestación o subsanar el incumplimiento.

C.- La multinacional Amway, cuando procedió a rescindir el contrato con Cántabra de Networking, modifi có unilateral y ca-prichosamente el motivo o causa de su decisión. Primero, acusó de utilizar su nombre o marca sin consentimiento (carta de re-querimiento de 13/6/1996 —folios 105 y 106—), y luego, cuan-do comprobó por la respuesta recibida que eso no servía a sus espurios propósitos, dijo genéricamente que se habían infringido las reglas de conducta (carta de fecha 21/6/1996 —folios 111 a 114—).

Al no especifi carse otros fundamentos más sólidos basados en causas objetivas, ni hacerse referencias identifi cativas temporales

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y modales de la conducta presuntamente infractora, así como al no ser coherente con sus actos previos, la rescisión unilateral re-sultó arbitraria e inmotivada.

D.- En el contrato de distribución suscrito entre la multina-cional norteamericana y sus distribuidores (cláusula 16) y en el Manual del Distribuidor, cláusula B-9 (folio 380), se le permitía al distribuidor la realización de otros negocios o actividades, así como la pertenencia a otras empresas, incluso comerciales en el mismo ramo o sector de actividad.

Únicamente se prohibía comercializar los productos Amway o usar su marca sin su licencia o autorización, realizar actos que pudieran perjudicar a sus marcas o reputación, así como comer-cializar otros productos amparándose en su buen nombre o sis-tema de ventas, y todo esto nunca aconteció ni, por supuesto, ha podido ser probado.

En esta línea, son destacables, y así está acreditado ya en autos, los siguientes hechos:

-New Net nunca comercializó productos Amway, únicamente promovió su venta a través de sus publicaciones (documentos 51 a 54 de la caja archivo separada en el folio 1803);

-que el uso del nombre comercial de Amway por New Net —fue necesario citarlo con transparencia para su objeto social— ningún perjuicio causaba a Amway;

-que a pesar de lo establecido en los artículos 32 y 33 de la Ley 32/1998, de 10 de noviembre, de Marcas, el nombre de Amway fue eliminado del objeto social de New Net al primer re-querimiento (documentos número 60 y 73 de la caja de archivo asociada al folio 1803);

-que Amway (Catálogo Europeo, folio 785) comercializa-ba cientos de productos de otras marcas y terceras empresas;

-que Amway tenía desde años atrás un mal nombre y una pésima imagen comercial en España (documento número 23

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de la contestación a la demanda —folios 467 a 488—; pregunta 11 del interrogatorio a su director general —folio 1338—; y folios 945 a 983 y 1.341) que perjudicaba la normalidad de sus ventas;

-y que, fi nalmente, el sistema multinivel no es propiedad de ninguna compañía, es un procedimiento o modo de ejercer el comercio, como tantos otros más tradicionales al uso.

Con su demanda, la multinacional Amway exigía para sí una especial lealtad en el aspecto competencial, o de dedicación a otro comercio, que ni siquiera resultaba exigible por el contrato que la unía con sus distribuidores, y mucho menos después de que dicho contrato hubiera sido rescindido o denunciado.

E.- Mediante carta de fecha 20/12/1995 del entonces director general de Amway para España, al responder una carta previa de Emilio y Ana en la que anunciaban sus proyectos de trabajo para el futuro, se reiteró el apoyo de Amway al proyecto que luego fue objeto social de la compañía New Net.

(Así consta en el documento número 22 de la contestación a la demanda —folio número 466— reconocido en la repregunta 26 —folio 1.140— del interrogatorio del Sr. Huertas —director general de Amway—.)

(Así también consta en el interrogatorio del cualifi cado testigo Sr. Briones Ramos, experto en marketing de red, director de pu-blicaciones especializadas y asesor externo de Adedem (Asocia-ción de Empresarios Multinivel.)

(También así consta en la atenta lectura de las cartas personales dirigidas a Amway por algunos distribuidores —folios 520 a 619 de autos— y en la grabación magnetofónica de la intervención del jefe de ventas de Amway de España, Sr. Corominas, en la conven-ción de Fuenlabrada (Madrid) de abril de 1996. Las cintas de ca-sete se encuentran en un sobre en el folio número 4.582 de autos.)

En conclusión, Amway conoció y apoyó, por realizarse para su benefi cio, el proyecto de New Net y su fi nalidad de

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dinamizar las ventas de los productos del catálogo de Amway, para salir de la crisis de ventas en que se hallaba inmersa.

Nuestro abogado argumentó muchos otros motivos de índole técnico-jurídico que no reproduzco, pero merece la pena detener-se en dos más, que son fácilmente entendibles, por su lógica y su sentido común, y que transcribo a continuación:

H.- La disminución en las ventas que utiliza Amway para pro-bar la lesión en su patrimonio está precisamente causada por su injusto proceder.

No solamente la multinacional venía sufriendo en sus años anteriores un desprestigio de imagen y marca por paralelas activi-dades sectarias y continuos confl ictos internos con sus distribui-dores y una tendencia regresiva en sus ventas, sino que además las decisiones de rescindir contratos supusieron, por considerarse un atropello, una frustración generalizada de las expectativas legíti-mas de muchas personas.

Es decir, sus propios actos causaron la desilusión, indignación y desesperación de muchos distribuidores, que, viendo lesiona-dos los derechos de sus compañeros de negocio, comprobaron la increíble debilidad real de su posición contractual y lo inútil que podían ser, a la postre, sus personales esfuerzos de dedicación de tiempo y dinero en el negocio Amway. Su conducta de dar la espalda a Amway fue más que lógica y consecuente.

Se acreditó documentalmente en los autos que la situación del mercado en España venía exigiendo durante unos años a la mul-tinacional americana una implicación más activa en el mercado español que pasara de su pasividad a la implantación de mejoras en su oferta comercial. No hacerlo, y además dejarse llevar por malos entendidos y desencuentros personales de total subjetivi-dad y parcialidad, le supuso tener que afrontar una crisis de ven-tas mucho más fuerte, pero ella fue la única responsable de tal circunstancia, porque a ella, por su superior posición, le resultaba

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exigible una mayor prudencia, rigor y objetividad en la toma de decisiones.

Con su demanda, Amway pretendió trasladar a los perjudicados la total responsabilidad de sus propios actos y de una crisis interna en su negocio, crisis que provocó ella sola con su injusto proceder, cuando haciéndose eco de insidias personales expulsó del negocio a quienes honestamente pretendían ayudarla, porque estaban en el mismo barco que Amway y dependían económicamente de ella.

I.- Tras la ruptura contractual, hubo una negociación entre Amway y Cántabra de Networking con oferta indemnizatoria in-cluida (folios 509 a 511 y 771 y 772 de autos).

Al igual que hace quien es sabedor de su culpabilidad y, para confundir a terceros, denuncia a su víctima para ocultar sus ac-tos tras una aparente legitimidad, a la postre, tal negociación se reveló como una maniobra de entretenimiento mientras se prepa-raba la demanda judicial fi nalmente presentada, para adelantarse procesalmente, aparentando justa causa con la tergiversación de hechos con mala fe y además abusando de sus derechos contrac-tuales de desistimiento y resolución.

SENTENCIA DE LA AUDIENCIA PROVINCIAL EN CONTRA DE AMWAY

El 19 de febrero de 2004 la Audiencia Provincial de Barcelona dictó sentencia determinando lo siguiente:

-Estimó el recurso de apelación interpuesto por Cántabra de Networking S. L. contra la sentencia dictada por el juzgado de primera instancia número 34 de Barcelona.

-Desestimó el recurso de apelación interpuesto contra la mis-ma sentencia por Amway de España, S. A., a la que impuso las costas de la segunda instancia.

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-Dejó sin efecto la estimación de parte de la demanda de Amway de España, S. A., declarada en la sentencia apelada y, en su lugar, desestimó dicha demanda de modo total e impuso a Amway las costas correspondientes de la primera instancia.

Por resumir, la sentencia de la Audiencia Provincial dic-taminó fundamentalmente lo siguiente:

Por un lado, rechazó por completo la demanda que Amway había planteado en contra de Emilio y Ana y que el juzgado ha-bía en principio aceptado, y condenó a Amway a pagar las cos-tas judiciales causadas por dicha demanda. Así dio por completo la vuelta al asunto y anuló la condena inicial del juzgado contra Emilio y Ana.

Y por otro lado, aceptó los recursos de apelación que Emi-lio y Ana habían interpuesto mediante su Sociedad Cántabra de Networking S. L., así como el recurso de apelación de la empresa New Net de Marketing S. A., aunque sin mencionar expresamen-te cantidad alguna en favor de Cántabra de Networking S. L. de las contenidas en su recurso de apelación.

También desestimó y rechazó por completo el recurso de ape-lación que Amway había planteado contra la sentencia del juzga-do, y la condenó en costas.

EMILIO Y ANA GANARONEL PLEITO CONTRA AMWAY

Aquí merece hacer un alto en el relato para recalcar algo que nunca se debe olvidar, para no perdernos en tecnicismos jurídi-cos:

PRIMERO: QUE LA JUSTICIA ESPAÑOLA DIO LA RAZÓN COMPLETAMENTE A EMILIO Y ANA EN SU PLEITO CONTRA AMWAY.

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Y, SEGUNDO: QUE LA JUSTICIA ESPAÑOLA QUI-TÓ LA RAZÓN A AMWAY EN SU PLEITO CONTRA EMILIO Y ANA, Y, ADEMÁS, CONDENÓ EN COSTAS A AMWAY.

La Audiencia Provincial de Barcelona dictaminó que la resolu-ción del contrato de Emilio y Ana por Amway fue injusta.

David ganó a Goliat.Emilio y Ana ganaron el juicio contra Amway, haciendo mala

aquella leyenda urbana que la multinacional se empeña en difun-dir a los cuatro vientos de que Amway ha ganado todos los pleitos que se han interpuesto contra ella en todos los países. Falso.

Un éxito en toda regla para Emilio y Ana, pero una victoria pírrica, como veremos a continuación.

Rápidamente nuestro abogado solicitó el complemento y acla-ración de la primera parte de ese fallo de la Audiencia Provincial, el que se refería a la aceptación de los recursos de apelación que habíamos planteado, en particular el interpuesto por la sociedad de Emilio y Ana, Cántabra de Networking S. L., dado que en el fallo de la sentencia no se incluían las cantidades de indemniza-ción que contra Amway nuestra empresa había reclamado.

Nos parecía claro que si se aceptaba el recurso de apelación de Cántabra de Networking S. L., se tenía necesariamente que con-denar a Amway por las cantidades que dicho recurso de apelación incluía, pero nuevamente estábamos en un error. La Audiencia Provincial de Barcelona contestó que no cabía aclarar y com-pletar su fallo, que ya estaba todo dicho: en otras palabras, justicia a medias; te dan la razón, pero no te pagan.

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RECURSO DE INFRACCIÓN PROCESALY DE CASACIÓN ANTE EL TRIBUNAL SUPREMO

Emilio y Ana recurrieron para que se concretara la indemniza-ción que Amway tenía que pagar. Amway recurrió porque había sufrido el mayor revolcón judicial de su historia.

Cuatro años después, en mayo de 2008 (recurso de casación número 2071/2004), el Tribunal Supremo no entró en el fon-do de la cuestión, sino que, por una decisión formal, no ad-mitió a trámite los recursos de infracción procesal y de casación que habían interpuesto las representaciones procesales de Amway España S. A. y de Cántabra de Networking S. L.

El Tribunal Supremo dijo que por motivos formales no debía entrar a analizar y resolver las cuestiones que los recurrentes ha-bían planteado, considerando los criterios restrictivos que sobre la admisión de recursos de casación había introducido la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil del año 2000, que había entrado en vigor en el curso del procedimiento judicial en segunda instancia. Y por dicha razón o cuestión formal, más bien propia de técnicas jurídicas y reformas legales, nuestro recurso fue rechazado.

Emilio y Ana seguían por lo tanto con una sentencia que les había dado la razón, pero podíamos decir que solo mo-ralmente, ya que faltaban las condenas económicas relacio-nadas con sus recursos, y que formaban parte lógicamente de la justicia material del caso.

RECURSO DE AMPAROANTE EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL

Cántabra de Networking S. L. acudió al Tribunal Constitu-cional para reclamar su amparo, y formuló la correspondiente

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demanda de amparo constitucional, en un último intento de los mecanismos legales para hacer justicia.

Se siguió en la sala segunda del Tribunal Constitucional, sec-ción tercera, recurso de amparo número 6094/2008, el corres-pondiente trámite, hasta que llegó su resolución en forma de auto, que no lo admitió a trámite, sino que lo rechazó debido a las restricciones que ya entonces se estaban empezando a dejar sentir en dicho Tribunal a la hora de admitir a trámite los recursos de amparo, fruto igualmente de reformas legales de la Ley de Funcionamiento del Tribunal Constitucional que habían entrado en vigor en el curso del litigio y que amparaban al Tribu-nal Constitucional para rechazar, como aún hoy sigue haciendo, la inmensa mayoría de los recursos y demandas de amparo que le llegan.

Así pues, nuestro gozo en un pozo. Teníamos una resolu-ción judicial que declaraba que Emilio y Ana habían sido injustamente expulsados, pero no teníamos una resolución judicial que reconociese en su favor el pago de las indem-nizaciones por los perjuicios que habían sufrido debido a dicha expulsión.

Emilio y Ana habían ganado a Amway, pero no recibie-ron indemnización alguna por su injusta expulsión.

LA CAUSA PENAL CONTRA AMWAY

LA ASOCIACIÓN DE EX DISTRIBUIDORESDE AMWAY: ASDAM

Mientras estábamos litigando contra Amway en el juzgado de primera instancia de Barcelona, el revuelo que causó la expulsión

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injusta de Emilio y Ana en toda España motivó una lógica re-acción de repulsa contra la compañía Amway y contra los falsos diamantes que la habían propiciado (los Aguado, de la Calle, etc.).

Muchos distribuidores que vieron un atropello fl agrante en la injusta expulsión se organizaron y constituyeron una asociación para la defensa conjunta de sus derechos e intereses, dado que mi-les de personas se sentían engañadas por lo que tras la expulsión fue revelado sobre el negocio Amway y los negocios de la mayoría de sus distribuidores más afamados.

En diciembre de 1996 se constituyó la Asociación de ex distri-buidores de Amway (ASDAM), que bajo la presidencia de Don Rafael Soria Ciprés aglutinó en los años siguientes importantes y públicos esfuerzos para hacer justicia y trasladar a la sociedad española e internacional la verdad escondida.

Tras debatirlo mucho internamente, ASDAM decidió presen-tar querella criminal en la Audiencia Nacional contra directivos españoles y extranjeros de la compañía Amway y toda una serie de distribuidores relevantes de dicho negocio pertenecientes al llamado sistema Yager, acusándolos de un presunto delito con-tinuado y masivo de estafa, porque ASDAM entendía que enga-ñaron a cientos de miles de ciudadanos españoles para suscribir contrato con Amway y asociarse y comprometerse con el sistema Yager; desembolsando así de forma continua cantidades destina-das a los gastos e inversiones relacionados con ambos negocios, con la promesa de conseguir gran riqueza personal y familiar para hacer realidad los mejores sueños de independencia y libertad, aunque todo esto no era cierto y se había causado en la práctica grandes frustraciones personales y dispendios económicos inúti-les para el lucro y benefi cio solamente de las empresas y directi-vos relacionados con tales negocios.

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EL DELITO DE ESTAFAEN EL CÓDIGO PENAL ESPAÑOL

Para que conozcamos de qué estamos hablando, la Ley Orgá-nica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, con la re-dacción vigente en la fecha de los hechos que narramos, tipifi caba y castigaba el delito de estafa del siguiente modo:

Artículo 248.1Cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaren engaño bastante

para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno.

Artículo 249Los reos de estafa serán castigados con la pena de prisión de seis meses a

cuatro años, si la cuantía de lo defraudado excediere de cincuenta mil pesetas (300 €). Para la fi jación de la pena se tendrá en cuenta el importe de lo de-fraudado, el quebranto económico causado al perjudicado, las relaciones entre este y el defraudador, los medios empleados por este y cuantas otras circuns-tancias sirvan para valorar la gravedad de la infracción.

Artículo 250Circunstancias agravantes 1. El delito de estafa será castigado con penas de prisión de uno a seis años

y multa de seis a doce meses, cuando:(…)6.º Revista especial gravedad, atendiendo al valor de la defraudación, a

la entidad del perjuicio y a la situación económica en que deje a la víctima o a su familia.

7.º Se cometa abuso de las relaciones personales existentes entre víctima y defraudador, o aproveche este su credibilidad empresarial o profesional.

2. Si concurrieran las circunstancias 6.ª o 7.ª con la 1.ª del número ante-rior, se impondrán las penas de prisión de cuatro a ocho años y multa de doce a veinticuatro meses.

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QUERELLA CRIMINALANTE LA AUDIENCIA NACIONAL

A fi nales del mes de noviembre de 1999, ASDAM presentó una querella criminal en la Audiencia Nacional (juzgado central de ins-trucción número 1) (diligencias previas 325/99) en la que acusaba de presunta estafa masiva y continuada a las siguientes personas:

1- STEWART L. MCARTHUR, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de presidente del consejo de administración y consejero delegado de la compañía AMWAY DE ESPAÑA S. A., entre el 21/11/1985 y el 01/05/1993.

2- WILLIAM W. NICHOLSON, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de vicepresidente del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ES-PAÑA S. A. entre el 30/09/1985 y el 31/08/1992.

3- WILLIAM A. HEMMER, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de secretario del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPA-ÑA S. A. entre el 30/09/1985 y el 30/06/1992.

4-THOMAS WARREN EGGLESTON, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de se-cretario del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPAÑA S. A. entre el 30/09/1985 y el 30/06/1992.

5- LAWRENCE MICHAEL CALL, por ser empleado ejecu-tivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de vicepre-sidente del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPAÑA S. A. a partir del día 01/09/1992.

6- DANIEL L. SHUSTER, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de presidente del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPA-ÑA S. A. entre el 01/05/1993 y el 01/12/1994.

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7- JEAN FRANÇOISE HUERTAS, por ser empleado ejecu-tivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de presidente del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ES-PAÑA S. A. entre el 01/12/1994 y el 01/11/1996.

8- ALVIN WAYNE KOOP, por ser empleado ejecutivo de Amway Corporation Inc. y ostentar el cargo de secretario del consejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPA-ÑA S. A. desde el día 01/09/1995.

9- CESAR GUILLÉN TELLO, por ser el presidente del con-sejo de administración de la compañía AMWAY DE ESPAÑA S. A. desde el día 01/11/1996.

10- MIGUEL A. AGUADO VERGUIZAS y su cónyuge M.ª PILAR OCEJA FERNANDEZ.

11- CRISTINA MAE RHORBACH, viuda de Don Luis Cos-ta Pérez.

12- CARLOS Y CARMEN MARÍN.13- TIM Y CONNIE FOLEY.14- WILLIAM (BILL) CHILDERS.15- HAROLD Y SUSAN GOOCH.16- DEXTER Y BERDIE YAGER.

Los citados entre los números 1 y 9 por su condición de eje-cutivos y/o directivos de Amway Internacional Inc., con sede en Míchigan, Estados Unidos, y además de la mercantil Amway de España S. A., con sede en Barcelona. Los citados entre los núme-ros 10 y 16, ambos inclusive, como distribuidores y personas lí-deres de la organización comercial o fuerza de ventas de la citada compañía y principales partícipes del llamado sistema Yager, o el sistema, conjunto de acciones organizativas y comerciales que con-tribuyó ampliamente a la expansión comercial de Amway tanto en España como en el resto del mundo.

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LOS ARGUMENTOS DE LA QUERELLA

ASDAM fundamentó su querella criminal en los siguientes hechos, que por su trascendencia y relación directa con la his-toria que nos ocupa transcribo resumidamente a continuación, reproduciendo el relato de esa parte de la querella, presentada por dicha asociación:

(…)PRIMERO: Amway Corporation (Michigan, USA), en lo sucesivo

Amway, junto con sus participadas Amway Internacional Inc. (Delaware, USA) y Peter Island Hotel Inc. (Michigan, USA), constituye el 29 de agosto de 1985 la sociedad mercantil Amway de España S. A. (Tomo 6.734, Li-bro 6.014, Hoja 80.153, Registro Mercantil de Barcelona), y comienza sus actividades comerciales en España.

SEGUNDO: Al mismo tiempo y siguiendo su costumbre al abrir nue-vos mercados, y durante los meses siguientes, los llamados “distribuidores líde-res de la organización Yager” (todos ellos de nacionalidad norteamericana), es decir, el propio Dexter Yager —por intermedio en España de Peter Matz, otro líder mundial— (Yager Enterprises Inc. / Internet Services Corpora-tion; del Estado de North Carolina, USA), con “sus auspiciados” en línea o nivel descendente Harold Gooch (Gooch Support Systems, Inc.; del Estado de North Carolina, USA), William o Bill Childers (TNT of Charlotte Inc.; del Estado de North Carolina, USA), Tim Foley (Foley & Co.; del Estado de Florida, USA) y Carlos Marín (Marín & Associates Inc.; del Estado de Florida, USA)., “desembarcan” en España para desarrollar junto con Amway sus respectivos negocios, utilizando la técnica del “auspicio internacional”, y constituyen en España para tales fi nes sociedades mercan-tiles instrumentales (Gooch Enterprises S. L., Childers y Asociados S. L., Netpro S. L., entre otras).

Cada uno de ellos, siguiendo lo acostumbrado en su expansión internacio-nal, duplica su estructura de red USA (en el mismo orden descendente desde Yager a Marín) en el territorio español y suscribe el formulario del contrato mercantil con Amway de España S. A.

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TERCERO: Uno de los distribuidores del grupo de Carlos Marín en Miami, llamado Luis Costa Pérez, de nacionalidad cubana y casado con una española, Cristina Mae Rhorbach, decide con su mujer en 1986 venir a vivir y a trabajar “el negocio Amway” a España, aprovechando la oportunidad de que este mercado era nuevo y, en términos del negocio, era “mercado virgen”.

Después de un tiempo, son fi nal y decididamente apoyados en su traba-jo de “auspiciar” o “captar” nuevas personas para la red de distribución Amway por la línea de auspicio constituida por los líderes del grupo Yager a los que antes nos hemos referido, por cuanto ya en Miami estaban en el grupo de Carlos Marín, y al llegar a España y fi rmar su contrato con Amway de España S. A. se mantuvo la misma dependencia.

CUARTO: Tras mucho esfuerzo, Luis Costa y su esposa Cristina (Ibe-ronet S. A. / Exitape S. L. / Exitliber S. L. / L. y C. Asesores S. L. / Redim S. L.) alcanzan en España la califi cación, o “pin”, de distribuidor directo en el año 1989, después de auspiciar en Oviedo a Enrique García González y a su esposa Ángela (García Asesores S. L.), y sobre todo en Cádiz, a Miguel Aguado Verguizas y a su esposa Pilar (MIP Networking S. L.), quienes después de un viaje con Luis Costa a una convención del grupo Yager en EE.UU. asumen el más fuerte compromiso con el sistema para la ex-pansión del negocio Amway en España con la captación de cientos de miles de distribuidores.

Fueron los Aguado quienes, con la inestimable ayuda de sus auspiciadores Luis y Cristina Costa, después auspiciaron en Santander a Emilio y Ana (Cántabra de Networking S. L.), que a su vez auspiciaron o metieron en el negocio a Joaquín Lucas Viejo y su esposa Marian (Delta J.M.I. & Asociados S. L.), y a Ángel De la Calle Villagrán y a su esposa Maite (Acomdeper S.L. / Castellana de Networking S. L.). Todo ello en el breve transcurso de unos meses del año 1989, después del regreso de Luis Costa y Miguel Aguado de aquella convención en EE.UU.

Cada uno de los mencionados se tomó el negocio Amway muy en serio y fue auspiciando a otras personas y trabajó después los diferentes grupos y

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líneas que se iban formando, y así fue creciendo el número de distribuidores de Amway de España S. A. en los años siguientes, hasta quedar estos cinco mencionados (los Costa, los Aguado, los Montaraz, los De La Calle y los Lucas) como los indiscutibles “líderes” de la Organización Yager en España, pues fueron los primeros cinco “diamantes” españoles (de los once que ha llegado a haber en España con esta califi cación privilegiada dentro del grupo Yager) y alcanzaron tal nivel casi al mismo tiempo, allá por el año 1992, trabajando aparentemente en un sano ambiente de unidad y compañerismo.

Sin embargo, durante los años clave en que se construyó el negocio Amway en España (en los que se captó a la inmensa mayoría de los distribuidores de la red), únicamente los querellados, por su experiencia y conocimiento ante-rior, eran conscientes del engaño monumental que se estaba fraguando a nivel, en principio, nacional.

Al menos desde el año 1989, todos los meses, con dedicación exclusiva, bien personalmente (reuniones, conferencias, seminarios, convenciones) bien a través de sus cintas de casete (distribuidas en España por Iberonet y las empresas de su grupo, como Exitape S. L.), los querellados (Sres. Agua-do, D.ª Cristina Mae, Sres. Marín, Sres. Foley, D. Bill Childers, Sres. Gooch, y Sres. Yager) manifestaron públicamente y con el respaldo tácito de Amway, y en las ocasiones más destacadas de forma expresa, con la presencia y el respaldo personal de los directivos y ejecutivos de Amway de EE.UU., Europa y España, en todas las actividades de convocatoria pública para el reclutamiento de nuevos distribuidores y mantenimiento de los ya asociados al negocio (reuniones, conferencias, seminarios, convenciones, en fechas y lugares relacionados en la documentación adjunta a la querella), que realmente con el negocio Amway se hacía uno millonario como lo eran ellos, haciendo lo que ellos hicieron, y que Amway daba la seguridad de una gran empresa y el negocio Amway aseguraba la independencia económica y la libertad personal y familiar, con carácter vitalicio y hereditario.

QUINTO: Casi desde el principio, y en particular desde que alcanzan el nivel de distribuidor directo en Amway, con la protección, el apoyo personal y económico de su línea de auspicio (sobre todo, Carlos Marín y Tim Foley), a Luis y Cristina Costa se les concede y ellos asumen el liderazgo de todo

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el grupo Yager en España, responsabilizándose de la puesta en marcha y el desarrollo efectivo en España del conjunto de materiales y actividades que integran “el sistema”, y producen, comercializan y organizan a través de su sociedad mercantil Iberonet S. A. —con domicilio social en Madrid— sus distintos elementos, duplicando lo existente en EE.UU. y dando la parti-cipación económica en los benefi cios que correspondía a su línea de auspicio ascendente (upline) según las normas y leyes sectarias, no escritas, que rigen tal negocio.

Con el aumento del número de personas “suscritas” o “conectadas” al “sistema” (una o dos cintas de casete a la semana, etc. mediante el pro-grama Standing Order —SO—), este era y fue cada vez más un negocio multimillonario, en el que el dinero fl uía todos los días desde el ignorante y advenedizo distribuidor sin nivel alguno de relevancia (la inmensa mayoría) hasta los distribuidores directos esmeraldas y diamantes y superiores (la in-mensa minoría), a través del generoso ejército de voluntarios que suponían los cientos y cientos de distribuidores directos simples y otros niveles inferiores que, recordemos, carecían de toda la información transparente y compraban las lla-madas “herramientas”: los libros, las cintas de casete, los vídeos, el material promocional y de apoyo al trabajo de “auspiciar” nuevos distribuidores, las entradas o tiques de asistencia a las conferencias locales, los seminarios locales y regionales, las convenciones, etc.

“El sistema” creaba en los distribuidores una dependencia psicológica que conseguía que las personas continuaran en el negocio Amway y en “el sistema” gastando más y más dinero y no lo abandonaran (“rajarse”, en el lenguaje sectario), a pesar de que sus ingresos eran ridículos e inapreciables en el 95% de los casos.

Podemos citar como caso extremo que la Asociación Pro-Juventud, en Barcelona, tuvo que tratar psicológicamente a varias personas que denuncia-ron lo que les pasaba y llegaron a desarrollar patologías.

Nótese que, por ejemplo, un distribuidor “enchufado al sistema” (suscrito al llamado Standing Order y otras herramientas) recibía más de cuarenta horas al mes solamente de información grabada en cintas de casete (unas quinientas horas al año como mínimo).

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SEXTO: La expansión internacional del negocio llegó pronto para el Grupo Costa (subgrupo del Grupo Yager) y sus “líderes indiscutibles”, Luis y Cristina Costa (generalmente a través de otras tantas sociedades instrumen-tales y a sus principales seguidores, y líderes a su vez, como el matrimonio Aguado), que replican la misma situación española en Portugal, Francia, Italia, Polonia, Argentina, México o Chile, por citar los países más impor-tantes donde Amway Corporation también tenía o había abierto fi liales a tal fi n, extendiendo el negocio Amway y sus propias redes o grupos con cientos de miles de personas que también eran introducidas o iniciadas en “el sistema” siguiendo la acostumbrada operativa y la técnica del “auspicio internacional” prevista al efecto por Amway.

SEPTIMO: Al mismo tiempo que se desarrollaba con los mercados nue-vos de Portugal, México y Argentina el negocio Amway en el extranjero, desde sobre todo fi nales de 1993 comenzó a caer progresiva y fi rmemente el mercado español, que alcanzaba cada vez menores facturaciones de productos de los catálogos Amway en los distintos grupos.

Así, los querellados iban sucesivamente percibiendo menos ingresos de Amway y perdiendo las califi caciones inicialmente alcanzadas quienes an-tes fueron directos, perlas, esmeraldas o diamantes, si bien tal situación e información era celosamente guardada en todas sus intervenciones públicas y documentación publicada tanto por parte de Amway como por parte los distribuidores líderes afectados, quienes sabían que su nivel de ingresos del negocio Amway caía en picado y su estatus social y económico era sostenido por los ingresos generados en el negocio paralelo de “el sistema”, con el que sin em-bargo seguían lucrándose, promovían el reclutamiento de nuevos distribuidores y animaban a esforzarse cada vez más a salir a la calle y vender productos y negocio Amway a todo el mundo, para alcanzar el sueño dorado de la liber-tad económica y la seguridad personal y familiar, AUN SABIENDO Y OCULTANDO QUE NO ERA EL NEGOCIO AMWAY LO QUE ERA RENTABLE Y DURADERO, SINO LOS BENE-FICIOS DEL “SISTEMA”.

En ocasiones la farsa llegó a tal extremo que, para califi car como perla, esmeralda o diamante en un año determinado, o bien para mantener el nivel

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alcanzado, se hacían compras masivas de productos Amway (que luego no se vendían y se almacenaban) para “forzar el pin”, incluso con dinero de la línea de auspicio ascendente, que por el egoísmo propio llegaba incluso a proponerlo y fi nanciarlo. El mecanismo funciona más o menos así: “Si yo consigo que aquellos distribuidores nuevos de mi grupo lleguen al 3% en la escala de rápel o descuento, aquel distribuidor de su línea de auspicio ascen-dente alcanzará la califi cación del 9%, este otro la del 18%, y el otro la del 21% el sexto mes consecutivo, con lo que es “distribuidor directo” y así yo soy o mantengo la califi cación de esmeralda o diamante otro año más, soy re-conocido como tal y mantengo mi participación en los benefi cios del “sistema” con mi intervención como orador en conferencias, seminarios, convenciones, etc.”. O bien así: “Si yo presto medio millón de pesetas (3.000 €) a fulanito de tal para que compre productos Amway que no necesita (o bien pido con su número a Amway tal cantidad), entonces será distribuidor directo y yo esmeralda, lo que luego me compensará”. Y es que cuando uno tiene cientos o miles de distribuidores “por debajo” en “su grupo”, el efecto es multiplicador e importantísimo.

También Amway contribuyó decididamente a tal apariencia de prospe-ridad y rentabilidad, ocultando tales hechos e incluso otorgando califi caciones de niveles de altura en el negocio solamente “de título”, sin que llevasen apa-rejados los premios y compensaciones económicas inherentes a tal condición, es decir, otorgando a un distribuidor la califi cación de “doble diamante” compu-tando sus grupos “internacionales” o fuera del país, pero sin darle el dinero correspondiente, por no tener todos sus grupos en España.

OCTAVO: Como hecho importante y adicional a los antes relatados, que son los que ASDAM entendía como constitutivos de los presuntos delitos de estafa masiva y continuada, conoce la querellante que con su califi cación de “ejecutivo diamante”, en el año 1994, Emilio y Ana (testigos de cargo en la querella) alcanzaron un nivel de conocimiento y experiencia en torno al negocio paralelo del “sistema” que repudiaron, sobre todo por la falta de coherencia e información pública y transparencia concerniente a las cuantías y modos de reparto de los benefi cios que tal negocio reportaba y a la carencia de información que se daba sobre la situación real del negocio Amway en

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España y los niveles que realmente tenían el resto de los “diamantes”, que eran presentados y reconocidos públicamente como tal, cuando en verdad ya no lo eran y cada vez cobraban menos dinero del negocio Amway en España, y se mantenían económicamente casi única y exclusivamente de los benefi cios reportados por la comercialización del “sistema” y presionaban en general a la gente para que se gastara e invirtiera cada vez más dinero en este negocio del “sistema”, con la falsa promesa de que su trabajo constante en el negocio Amway, vendiendo y auspiciando, les daría la independencia económica y la consecución de todos sus sueños.

Cuando Emilio y Ana quisieron introducir cambios y trabajar “desde dentro” para que las cosas cambiaran, y hacer partícipes a todos los distribui-dores, con información transparente, de los benefi cios del “sistema”, así como trabajar para hacer mucho más atractiva la oferta comercial de Amway de España S. A., el resto de líderes vieron amenazado su estatus fi nanciero y gestionaron, con la colaboración directa y apoyo de la Corporación Amway en Míchigan (EE.UU.) y sus ejecutivos de Amway Corporation, llama-dos BOB KERKSTRA y ED POSTMA, empleando falsas acusaciones (especialmente dirigidas por los Aguado, una vez que “el gran líder” Luis Costa falleció en accidente de aviación en noviembre de 1995), la expulsión de aquellos del negocio Amway ( junio 1996) y, por ende, excluirlos de todo lo relacionado con “el sistema”, y consiguieron sus fi nes a través de la infl uencia en la Corporación Amway de los líderes mundiales del grupo Yager (Yager, Gooch, Childers, Foley), que constituyen la línea de auspicio ascendente (upli-ne) de los líderes españoles. Una vez más, Amway ejecutó las decisiones de los líderes del grupo Yager, sabiendo lo que se jugaba si no lo hacía, y a pesar de la indignación general que causó entre los distribuidores españoles, y porque el negocio español ya era apenas una gota de agua en el océano del negocio mundial y ya estaba en franca recesión.

(…)

ASDAM revelaba en su querella que la presunta estafa alcanzó a un sinnúmero de españoles, se decía que setecientos mil que fi r-maron contrato con Amway entre los años 1986 y 1996, la inmen-

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sa mayoría consumidores fi nales y sin experiencia en negocios, que invirtieron su tiempo y dinero en una quimera, deslumbra-dos por la Corporación Amway y los líderes del sistema, quienes les aseguraban conseguir su mismo estilo de vida trabajando en el negocio Amway aun sabiendo que el dinero no lo estaban obte-niendo del negocio Amway, sino de los benefi cios que les estaban reportando las personas de buena fe que invirtieron en el sistema.

CUANTÍA. La querella estimó que el desembolso en esos años de tal número de distribuidores había ascendido a la suma de 43.735.000.000 de pesetas (262.855.648,91 eu-ros), destacando, aparte del desembolso económico, el tiempo de dedicación que los perjudicados invirtieron como promedio en las distintas actividades relacionadas tanto en el negocio co-mercial como en el sistema, que siendo prudentes totalizaba un promedio de 151 horas cada mes a ambas actividades, de las que unas ochenta horas mensuales estaban dedicadas directamente a la captación de nuevos distribuidores y el resto a la asistencia, audiencia y visualización de las herramientas del sistema.

DOCUMENTACIÓN DE LA QUERELLA

Estaba acompañada la querella criminal con una prolija docu-mentación que la hacía ciertamente voluminosa, pero que, por la importancia de la cuestión, no podía ser menos. Entre las muchas pruebas documentales de que dicha querella se acompañaba, se encontraban documentos reveladores de las supuestas conductas que ASDAM califi caba en su querella como semimafi osas por parte de líderes destacados del negocio, como lo fueron la carta-circular mundial emitida a fi nales de septiembre de 1995 por Car-los Marín, entonces en el altísimo nivel triple diamante; la circular de la empresa Marketing Multinivel S. L., Casto Antonio Valero y Paloma López, distribuidores de Amway, sobre los problemas

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causados a fi nales de 1991 por las presiones del llamado sistema Yager; un fax manuscrito que el líder del negocio Amway, Miguel Aguado, dirigió en noviembre de 1991 a Joaquín Lucas y Emilio Montaraz sobre sus conversaciones con el disidente Casto An-tonio Valero y las cantidades en juego; un folleto divulgativo de fi nales de 1992 de la empresa Info Sur, con domicilio antes en Sevilla, por su relación mercantil con la empresa Iberonet S. A.; una circular de noviembre de 1992 del líder supremo en España, Luis Costa, ya fallecido, sobre la programación y organización de las actividades públicas divulgativas del negocio Amway; una carta de marzo de 1995 de la empresa del matrimonio Costa, Re-dim S. L., dirigida a los distribuidores españoles Ángel y Maite de la Calle en la que se rendían cuentas sobre los benefi cios de una actividad del llamado sistema, concretamente de la convención de distribuidores de Amway celebrada en Portugal en diciembre de 1994; y así multitud de otros documentos particulares y generales entre los que destacaban publicaciones de todo tipo y grabaciones en cintas de casete, mediante los cuales ASDAM pretendía que la Administración de Justicia española clarifi cara las responsabi-lidades criminales de los autores de dicha presunta estafa masiva y continuada.

EL PROCESO DE LA QUERELLA

La Asociación se topó desde el principio con difi cultades para conseguir que el juzgado la escuchara y se mostrara propicio a estudiar e investigar al menos los hechos que se denunciaban. En un principio el juzgado central de instrucción de la Audiencia Nacional se descolgó con una resolución en la que rechazó la querella por motivos formales relacionados con la competencia territorial, pues pretendía fragmentar y dividir la investigación de los hechos en todos aquellos juzgados y territorios donde los

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hechos habían sucedido y los distribuidores afectados los habían denunciado, en vez de investigarlos a nivel nacional centralizada-mente, como pretendía la asociación.

La Asociación tuvo que recurrir en apelación a la Sala Penal del Tribunal Supremo, que en junio de 2001 le dio la razón y or-denó devolver el expediente al juzgado de instrucción para conti-nuar la investigación de los hechos y admitir a trámite la querella interpuesta.

El juzgado central de instrucción de la Audiencia Nacional no tuvo más remedio que deshacer lo hecho y resolver sobre las medidas de investigación que la Asociación había planteado, pero nuevamente dictó otra resolución en septiembre de 2001, esta vez diciendo de forma increíble que los hechos no tenían trascendencia penal, sino que se limitaban a cuestiones de ín-dole civil o mercantil entre las compañías y los distribuidores en función de los contratos que cada uno había celebrado. Así las cosas, dictaba un auto de sobreseimiento y archivo de la causa después de haber sido obligado a admitir a trámite la querella.

Nuevamente la Asociación planteó recurso contra dicha reso-lución, pero nuevamente, con el Ministerio Fiscal de ayudante, el juzgado mantuvo su decisión y rechazó dicho recurso mediante auto de 23 de octubre de 2001.

La Asociación tuvo que plantear otra vez un recurso de apela-ción contra dicho auto y esforzarse en explicar por qué los hechos denunciados tenían características de hechos delictivos, pero tras una serie de alegaciones por una y otra parte, fi nalmente la Sala Penal de la Audiencia Nacional rechazó a fi nales de octubre de 2001 dicho recurso y mantuvo la decisión del juzgado central de instrucción, en el sentido de que los hechos no tenían caracterís-ticas delictivas, sino que simplemente eran cuestiones de orden civil y mercantil que debían resolverse por otros tribunales no penales.

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De este modo, el proceso penal quedó completamente ar-chivado y terminado en el juzgado central de instrucción de la Audiencia Nacional, y con ello las empresas y personas citadas quedaron liberadas de responsabilidad penal alguna.

Es muy habitual que la jurisdicción penal decline entrar a en-juiciar asuntos de índole económico-penal y remita a los quere-llantes a los juzgados civiles y mercantiles.

ASDAM entendió que, además de lo anterior, el juzgado de-cidió sobreseer y archivar la causa porque su gran prioridad en aquella época era el terrorismo. Los querellantes entendieron que si el juzgado central de instrucción hubiese investigado el presunto delito, otra cosa muy distinta hubiera sucedido, ya que, en su opinión, lo que se relató en la querella fue la verdad, y estaba amparado por muchísimas pruebas documentales y tes-tifi cales.

En el curso de ese proceso, la Asociación también había soli-citado la reapertura del caso que había sido archivado años atrás en la misma Audiencia Nacional, por denuncia que la Unión de Consumidores de España, UCE, había formulado contra Amway, confi ando en que la unión de ambos procedimientos comple-mentaría mejor el conocimiento de todos los hechos y daría más consistencia a la defensa de su querella criminal, pero dicha rea-pertura del caso fue denegada y únicamente se pudo incorporar al proceso como un expediente de documentos adjunto.

Con la última resolución de la Sala Penal de la Audiencia Na-cional fi nalizaron los instrumentos legales que la Asociación dis-ponía para que su querella criminal prosperara, y así las cosas no tuvo más remedio que recomendar a sus afi liados y asociados que siguieran cada uno sus reclamaciones por separado y con carácter individual en cada uno de los juzgados y provincias donde tenían residencia, y que se olvidaran ya de denunciar posibles delitos, sino que debían reclamar a los juzgados civiles en función de los contratos que tenían suscritos con Amway.

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Ninguno de ellos lo hizo, por los costes de tiempo y dinero y la incertidumbre que la resolución fi nal ofrecía en el horizonte. Todos preferían mirar al futuro y dedicarse a otra cosa antes que a remover el pasado y concentrarse en algo doloroso.

Desconozco la existencia de pleito vigente alguno en España contra Amway o alguna de las demás empresas y personas citadas en la querella de ASDAM.

Unos y otros hurtaron a la justicia humana la posibilidad de juzgar con todos los elementos sus indignas conductas. Pero no hay mala acción que no tenga su justo castigo. El que la hace, la paga. Yo, que soy creyente, estoy convencido de que existe una instancia divina ante la que todos deberemos comparecer el día de mañana. De esa justicia superior nadie escapará.

DESESTIMACIÓN DE UNA DEMANDADE MIGUEL AGUADO Y PILAR OCEJA

CONTRA EL DIARIO LA RAZÓN

La causa penal trajo una demanda de los distribuidores falsos diamantes Miguel Aguado y Pilar Oceja contra La Razón, uno de los diarios de mayor tirada en España, que publicó noticias so-bre la querella de ASDAM. Los falsos diamantes entendían que el diario había incurrido en una intromisión ilegítima en el derecho al honor y a su propia imagen, y solicitaban una indemnización de veinticinco millones de pesetas (150.000 € aproximadamen-te), cantidad en la que cuantifi caban los supuestos daños morales sufridos. El juzgado de primera instancia número 8 de Madrid desestimó íntegramente la demanda y además condenó a pagar las costas al matrimonio.

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NEW NET DE MARKETINGY TU NORTE COOPERATIVA DE CONSUMO

Cuando la compañía notifi có la injusta resolución de su con-trato a Emilio y Ana continuaron estos con su calvario particu-lar, penando por haber sido fi eles a sus principios. Lo único que tenían era la sociedad New Net de Marketing, S. L., con la que habían llevado a cabo, de la mano de Amway, el proyecto piloto que tan bien funcionó. También crearon la cooperativa de consu-mo Tu Norte y otra serie de sociedades. Pero, ironías del destino, aquella herramienta no funcionó después. Y no lo hizo porque aquellos por los que Emilio y Ana se jugaron todo, terminaron dándoles la espalda o traicionándolos. No daré nombres para que no se les caiga la cara de vergüenza.

CITISOLUCIONES

Pasaron los años y el destino puso en manos de Emilio y Ana una nueva oportunidad, esta vez de la mano de una compañía del grupo Citi, relacionada con el mundo de los productos y servi-cios fi nancieros, que empezaba en España como Citisoluciones, Primerica en Estados Unidos. Comenzaron la tarea fi rmando el contrato a fi nales de abril de 2001.

Volver a empezar de nuevo. Pero esta vez contaban con los principios de éxito que tenían grabados a sangre y fuego. A esos principios unieron otros que aprendieron con Citi, entonces des-conocidos para la gran mayoría de la población española: cómo invertir correctamente, cómo proteger a la familia hasta alcanzar la independencia fi nanciera, la teoría de la responsabilidad decre-ciente, la magia del interés compuesto. Principios cuyo conoci-miento se está generalizando recientemente en España a través de la Comisión Nacional del Mercado de Valores, del Banco de

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España y de la Organización de Consumidores y Usuarios. Prin-cipios de lógica y de sentido común. Herramientas para que cada persona pueda realizar su análisis de necesidades fi nancieras.

Y se pusieron a la tarea con tesón. A trabajar no les gana nadie. Miles de personas lo acreditan. Y desde cero levantaron el mayor negocio de Citisoluciones en España.

En esta etapa consiguieron consolidar un gran equipo que unía la veteranía de personas procedentes de la etapa de Amway con la juventud de otros componentes sin experiencia en el sector del multinivel.

También se incorporaron al equipo los dos hijos de Emilio y Ana, Javier y Lydia Montaraz Barros, que iban a desempeñar un papel clave a partir de entonces en los negocios de sus pa-dres. Ellos habían mamado desde que nacieron los valores de sus progenitores. Y ellos fueron testigos de excepción y sufrieron la sinrazón de la expulsión de Amway y la traición de muchos de los que alardeaban de la amistad con sus padres.

Todo marchaba muy bien, pero años después llegó la crisis y esta multinacional no tuvo los arrestos necesarios para aguantar y cerró el 20 de noviembre de 2009 su negocio en España.

Y de la noche a la mañana, otra vez sin culpa alguna, se encon-traron en la calle. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. No iba a ser la última.

BÁRYMONT Y ASOCIADOS,AGENTES EXCLUSIVOS DE ALICO-METLIFE

La situación era dramática. Un equipo de héroes, una red de empresarios y profesionales unidos por vínculos de amistad y muchas experiencias y valores compartidos, aglutinados en torno a unos capitanes de talla excepcional, como son Emilio y Ana, se encontraron con las manos vacías de un día para otro.

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Es en las situaciones extremas cuando se crecen los valien-tes. En menos de veinticuatro horas desde el cierre sorpresivo, Emilio ya había sentado las bases de un nuevo proyecto que unía a los principios de éxito adquiridos en la época de Amway los conocimientos fi nancieros aprendidos en la etapa que se cerraba de Citisoluciones.

El 5 de enero de 2010, Emilio y Ana constituyeron Bárymont y Asociados, S. A., y en torno a esta empresa se mantuvo el equi-po con ilusión y sin productos, caso único a nivel mundial en la historia de las redes, hasta que meses después iniciaron su an-dadura como agentes exclusivos de una nueva multinacional del mismo sector fi nanciero y asegurador, Alico, que estaba inmersa en un proceso de fusión con MetLife. En los productos de no vida, también comenzaron a trabajar con Liberty seguros. El cre-cimiento fue espectacular desde el primer momento.

La ventaja de los agentes exclusivos es que cuentan con el pa-raguas protector de la compañía. El inconveniente no tardamos en descubrirlo: la empresa, por la propia esencia de la exclusivi-dad, se empezó a comportar con prepotencia, como un monopo-lio. Y el servicio que prestaban a los clientes de Bárymont llegó a ser tan nefasto que el choque fue inevitable.

MetLife había adelantado unas cantidades a los asociados de Bárymont y quiso hacerlas efectivas de inmediato cuando se en-teró de que Emilio y Ana tenían intención de sacudirse el yugo de la exclusividad. No se les ocurrió otra cosa mejor que retener las comisiones que debían cobrar los asociados. Bajo el chantaje no quedó otro remedio que fi rmar un acuerdo draconiano. Pero la tercera multinacional con la que tropezaron Emilio y Ana había fi rmado su sentencia.

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BÁRYMONT Y ASOCIADOS CORREDURÍA DE SEGUROS

La independencia ansiada, la solución a sus problemas, la encontraron en la vía contemplada por el artículo 26 de la Ley 26/2006, de 17 de julio, de mediación de seguros y reaseguros privados, que prohíbe a los corredores de seguros mantener vín-culos contractuales que supongan afección con entidades asegu-radoras, y que impone ofrecer asesoramiento independiente, pro-fesional, objetivo e imparcial a quienes demanden la cobertura de los riesgos a que se encuentran expuestos sus personas, sus patrimonios, sus intereses o responsabilidades. Justo lo que ha-bían buscado tanto tiempo.

En un tiempo récord, Emilio y Ana variaron radicalmente el rumbo de la sociedad e inscribieron Bárymont ante la Dirección General de Seguros como correduría. Implementaron un siste-ma informático complejo, en el que infl uyó decisivamente Javier Montaraz, capaz de soportar un crecimiento importante a medio y largo plazo, abrieron nuevas ofi cinas, llegaron a acuerdos ven-tajosos con las más importantes empresas del sector asegurador y fi nanciero de España y hoy están asociados a ADECOSE y son una de las mayores corredurías independientes del país.

Hicieron falta veinticinco años de andadura para interiorizar los principios de éxito, para adquirir los conocimientos y alcan-zar, al fi n, la ansiada libertad.

Hoy los asociados de Bárymont disponen de un vehículo para, con trabajo y tesón, desarrollar una prometedora carrera profe-sional y ayudar a las familias de clase media a obtener su inde-pendencia fi nanciera mediante un plan idóneo y adaptado a sus circunstancias y posibilidades, de forma que les permita acumular un patrimonio sufi ciente a largo plazo y, mientras tanto, proteger sus ingresos.

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EL SISTEMA EN BÁRYMONT Y ASOCIADOS.LA FUNDACIÓN HUELLAS DE SOLIDARIDAD

Estoy convencido, por haberlo vivido en primera persona, y por pura lógica, que un sistema de apoyo y de motivación es bueno y necesario. Las personas dedicadas a la venta están en contacto permanente con el no. Es preciso recargar las baterías periódicamente, retomar los sueños y renovar los compromisos.

En un negocio de tipo tradicional, con importantes inversio-nes, hay que trabajar duro y no desfallecer en ningún momento. De lo contrario no se genera el dinero sufi ciente para devolver los préstamos y el banco se queda con todo. Sin embargo, en los negocios que no requieren grandes desembolsos es muy fácil abandonar.

Un sistema de apoyo y motivación no es más que una herra-mienta voluntaria que anima a perseverar hasta que llegan los resultados.

Es un medio, no un fi n en sí mismo. Lo contrario es la corrup-ción del sistema.

¿Cómo impidieron Emilio y Ana que el sistema se corrompie-ra en Bárymont y Asociados? Con amplitud de miras y grandeza de corazón. Hace años crearon una empresa que se encargaba de producir a precio de coste los CD y los eventos, y de gestionar ese sistema. Cuando Bárymont creció donaron dicha empresa a la FUNDACIÓN HUELLAS DE SOLIDARIDAD.

La Fundación tiene por objeto fomentar la solidaridad, la ayuda, la mejora de la calidad de vida y la defensa de los intereses y dere-chos de los mayores necesitados. Cuando el sistema genera benefi -cios, la Fundación ayuda a diferentes residencias de personas mayo-res desfavorecidas. La Fundación también se nutre con aportacio-nes de los asociados de Bárymont y realiza labores de voluntariado.

¡Qué diferente hubiera sido la historia si ciertas personas hu-bieran hecho lo mismo!

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CONCLUSIÓN

Emilio y Ana me pidieron que, con total libertad, redacta-ra unas cuartillas para aportar mi testimonio de lo que viví en primera persona en este turbio asunto, por mi doble faceta de distribuidor de Amway y de abogado. Son mis amigos. Haciendo abstracción de esta entrañable relación, he procurado ser objeti-vo, ceñirme a los hechos desnudos y levantar fi el acta de lo que ocurrió. Lo que he expuesto está respaldado por múltiples prue-bas que están depositadas ante notario con instrucciones precisas de hacerlas públicas si alguno de nosotros o de nuestros familia-res fallece por causas no naturales.

Según hemos visto, Emilio y Ana ganaron su pleito civil con-tra Amway. Pero eso es lo de menos. Entiendo que lo más im-portante es que, con sus hechos, no con sus palabras, siempre se han ganado el respeto profundo de todos los que hemos tenido la fortuna de compartir su camino.

Quiero terminar estas líneas trayendo a colación el fi nal del libro Macrotendencias, de John Naisbitt, que leí en enero de 1991 si-guiendo el consejo de Emilio y Ana; texto que, a causa de la crisis, hoy en día es más vigente, aún si cabe, que entonces:

Aunque el tiempo entre eras es incierto, es un tiempo grande y prometedor, lleno de oportunidades. Si somos capaces de hacernos amigos de la incertidum-bre, podemos llegar mucho más lejos que en eras estables. En eras estables, todo tiene un nombre y un lugar, y podemos cambiar muy poco. Pero en el tiempo del paréntesis tenemos una extraordinaria infl uencia —individual, profesional e institucionalmente— a condición de tener un sentido claro, una concepción clara, una visión clara, del camino que tenemos delante.

¡Dios mío, qué tiempo tan fantástico para vivir!

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UN TOQUE ARGENTINO

Por Edgardo Firtman

“Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros.”

(Groucho Marx)

Eran días turbulentos.

Años atrás, los buscadores de tiempo y dinero hallamos el te-soro. Personas de distintos lugares y profesiones nos reuní amos para ver y escuchar a millonarios. Nos enseñaban e incitaban a lograr lo que ellos ya disfrutaban: bienestar.

Veíamos en vídeos su estilo de vida, sus autos, sus casas, sus viajes, sus barcos… y luego al encenderse la luz allí estaban, a unos pocos metros, diciéndonos: Tú también puedes lograr lo que acabas de ver, porque tienes los mismos sueños dentro de ti y si liberas todos esos sueños los tuyos se pueden convertir en realidad. El mundo está ahí para que lo tomes. Tómalo y decide que es tuyo. Nos vemos en la cima del éxito.

Entre vítores y exclamaciones, el ídolo, la personifi cación hu-mana de nuestra salvación, dejaba las tablas. Salíamos del paraíso con el entusiasmo del testigo de Jehová buscando fi eles. Es po-sible y tú puedes. Semana a semana, mes a mes, refrendábamos nuestros sueños. Al entrar en el templo se olvidaba el estrés de vivir en una ciudad apabullante como Buenos Aires.

En esa isla todo era posible. Allí no podía suceder nada malo. Para hacer nuestro trabajo diario con personas del mundo real nos manteníamos a libros y cintas hasta el próximo encuentro (aprendimos a no llamarlos cassettes para no cambiar ni una coma el éxito español).

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Desde adolescente supe que sufría “dependicitis”, una infl a-mación psicofísica producida por el trabajo en dependencia. Ese mal lo sufrí quince años. Por la comida y la familia bien valía la pena el esfuerzo, y ellos no eran responsables de mi adicción. Por eso, cuando en aquellos tiempos de liberación me hablaron de libertad económica, fue muy sencillo para mí escuchar cualquier propuesta cuyo objetivo fuese “tiempo y dinero”.

Así entré en un negocio maravilloso que, además de prometer resultados extraordinarios, era internacional. Los benefi cios se multiplicarían según nuestras ansias de expansión.

La fe en aquellos hombres, sus logros, el sistema de capaci-tación y el respaldo de la empresa proveedora de los productos transformaron a cientos de personas en miles. Una pequeña sala en una cancha de fútbol. Poco importaba que aún no se ganara dinero. Ya llegaría.

Los dioses del Olimpo eran pocos pero nos acompañaban, nos hablaban en el auto, en nuestras casas o en la ofi cina, y compartía-mos su presencia algunos meses cada año. Etéreos y tangibles a la vez. El tú puedes era un incesante repiqueteo en nuestras neuronas.

El primer gran líder que vi en un teatro habló en spanglish. Explicó magistralmente el ciclo del éxito. Encendió la mecha. Paradójicamente, años después el mismo orador la apagó. Fue mi última convención.

En el escenario, después de su introducción, presentó a su amada esposa, alabada en el negocio y conocida por todos. Pero era una nueva amada esposa, quien sin más comenzó con el men-saje revelador.

Sistema perfecto en el que un elemento que falla es reempla-zado automáticamente por otro sin discontinuidad. Luego, en el cierre de la noche, un sermón pagano que alentaba al seguimiento en voz alta de los fi eles. De aquella reunión mística salí pensando en cantidad de personas y en el costo de la entrada. Síntoma ini-cial de pérdida del paraíso.

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No ganábamos dinero. Entre miles solo unos pocos lograban resultados económicos. ¿Valía la pena continuar? ¿Abandonar era un fracaso? ¿Continuar una ruta sin salida? ¿Persistir o darse cuenta? ¿Culpa del negocio o de las personas? Preguntas en busca de respuestas.

Sin embargo, desde las alturas del monte bajaba un rumor. Uno de los grandes exitosos en el negocio sabía la situación y algo tramaba para ayudar a la mayoría. Otra vez la ilusión. Las metas. Los objetivos. El salir por la mañana con el carretel en el bolsillo hasta entrada la noche, y en vigilia esperaba el nuevo despertar.

Otra vez la mística y los sueños.Pero los cambios, aunque sean para mejorar, generan resisten-

cias temporales en algunos, y en otros oposiciones defi nitivas. Llegaban versiones contradictorias, confusas.

Como comenté, eran días turbulentos.

Emilio Montaraz y Ana Barros, desde la cima decidieron bajar a explicar. Recuerdo una cinta en que Montaraz, priorizando el verdadero liderazgo, dice: Sácate el pin y mira quién te sigue. Sá-cate el pin y entonces sabrás si eres un líder de verdad. Lo escuché y vi en escenarios a kilómetros de distancia. Para mí era inalcan-zable, como el resto de los “dioses”.

En aquella noche del Hotel Savoy lo tenía a escasos metros, con el pin, pero sin usarlo. Sin tarima. Sin escenario. A ras de piso como todos. Habló ante cientos de personas. Al terminar algunos nos quedamos en un reservado donde nos hablaría más personalmente.

De improviso, Emilio Montaraz se acerca y, con esa voz grave y contundente, me dice:

—¿Y tú con quién estas?—Sigo las ideas, no a las personas —le dije.—Eso para mí es sufi ciente.Fue lo único que me dijo esa noche. Desde aquel momento,

hace casi veinte años, compartimos la misma ruta de la vida.

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Argentina también tuvo su New Net, su cooperativa (de la cual mi hijo conserva una bicicleta que sigue rodando imperté-rrita) y todas las secuelas que generó la rápida confabulación de los mitos para que nada cambie “su negocio” en el reino del “tú puedes”.

El matrimonio Montaraz Barros fue expulsado del paraíso. Otros renunciamos. A partir de aquel día prefi ero vivir y soñar en el reino “donde cada uno es cada cual”.

Sé quiénes son Emilio y Ana. Iguales en la cúspide o en el llano. Y yo puedo mirarme en el espejo y reconocer a Stella, que está a mi lado desde la adolescencia.

En defi nitiva, es una simple cuestión de principios. Muchos preferimos mantenerlos. Otros eligieron al gran Groucho Marx.

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TESTIMONIODE TONI Y MARIBEL CERDÁN

Cuando conocimos a Emilio y Ana algo se transformó en nuestras vidas, aunque no nos dimos cuenta inmediatamente.

En aquellos días de 1992 había muchas cosas que cambiaban demasiado deprisa, y una nueva forma de hacer negocios, el mul-tinivel, llegaba a nuestras vidas.

No fuimos ningunos fenómenos en ese plano porque tenía-mos muchos miedos y pocas necesidades importantes. A esta ca-rencia de motivación Ana lo llamaba “el perro”, la falta de un ma-jestuoso perro amenazando con mordernos el trasero. Estuvimos muy apartados (a otras cosas, como vulgarmente se dice), pero algo nos mantuvo siempre “conectados”, sin alejarnos demasia-do. Fue para nosotros un gran aprendizaje la forma que teníais de enfocar vuestra relación con los demás, que nos ayudaba a crecer como personas.

No empezamos a conoceros un poco hasta que vosotros mis-mos, esas personas que habíamos visto siempre “pequeñitas”, siempre de lejos en los escenarios, nos dejasteis ver vuestro ver-dadero tamaño con una muestra de honestidad y humildad. Igual no os acordáis, pero un día nos encontramos con la sorpresa de una llamada vuestra, ¡a nosotros!, unas de esas más de quinientas mil personas que teníais en vuestro equipo, para interesaros por nosotros sinceramente y saber qué problemas teníamos y cómo nos podíais ayudar. Fue algo que nos cautivó para siempre.

A partir de entonces hemos caminado durante casi veinticinco años no demasiado lejos de vosotros (aunque, para ser honestos, ahora nos pesa no haber sabido hacerlo mucho más de cerca) y hemos tenido miles de oportunidades de disfrutar al veros aplicar a vuestras vidas TODOS los valores que defendéis: vuestro gran

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corazón, vuestra honestidad, vuestra humildad, vuestra enorme capacidad de soñar, vuestra entrega, vuestra lealtad, vuestra fuer-za de voluntad, vuestra forma de agradecer, vuestra capacidad de SERVIR, vuestra FE INQUEBRANTABLE en vosotros mis-mos, y vuestro COMPROMISO TOTAL con los proyectos y, sobre todo, con las personas que comparten vuestras vidas. Es un verdadero lujo dejarse contagiar por la PASIÓN de Emilio y dejarse arropar por el CARIÑO de Ana. Para nosotros es un verdadero orgullo poderos considerar, veinticinco años después, nuestros AMIGOS.

Esperamos poder disfrutar al máximo del tremendo proyecto que estamos compartiendo en este momento: BÁRYMONT.

Un abrazo enorme y todo el agradecimiento de nuestra fami-lia.

Belén, Maribel y Toni.

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TESTIMONIODE MANUEL GARCÍA RAMIRO

Conocí a Emilio Montaraz y Ana Barros cuando califi caron diamante en el Palau Sant Jordi de Barcelona, en 1991.

Viví muy directamente la aberración que con ellos cometieron por ayudar a todos los distribuidores de España que no podíamos tener acceso a ciertos ingresos.

Para solidarizarnos con la injusticia que estaban cometiendo con Emilio y Ana, mandamos un escrito a la central de Amway en Estados Unidos. No respondieron.

Fui testigo de cómo cayeron desde la cima hasta lo más pro-fundo del abismo por mantenerse fi eles a sus principios y de cómo pasaron de millonarios a quedarse en la calle por defender a miles de distribuidores.

Hasta el momento en que yo conocí el sistema, era un deportista mediocre, un entrenador del montón y no se me había pasado por la cabeza ser dirigente deportivo. A partir de entonces, aplicando los principios aprendidos en el sistema, llegué a ser campeón del mundo profesional, presidente de la Federación de Kickboxing de Castilla León y técnico de la Selección Española de Kickbo-xing en el año 2000.

Un día me llamó Luis Fernando desde Oviedo para decirme que Primerica estaba en España y que estábamos con Emilio y Ana. No me hizo falta saber más. Me quedé a las puertas de ser RVP.

Y lo más importante es que ellos me hicieron despertar un sueño dormido: tener una escuela de kickboxing de referencia na-cional e internacional, con la que he logrado hasta ahora más de cien medallas internacionales, y actualmente soy vicepresidente y técnico de la Federación Española de Kickboxing.

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Sin haberme motivado y enseñado a soñar, y sin el ejemplo de disciplina, capacidad de trabajo, espíritu de servicio y honestidad de Emilio y Ana, no lo hubiera conseguido, y tampoco mi hijo hubiera sido campeón del mundo con dieciocho años.

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TESTIMONIODE JOSÉ LUIS ALMUEDO (EL PELI)

Siempre que he leído un libro que ha llenado parte de mi vida he admirado al escritor, que con sus palabras logra enriquecer la vida de millones de personas, y a la vez me he contagiado de las palabras de agradecimiento que personas de su entorno más cer-cano han dejado plasmadas en cada uno de esos libros.

Pero nunca hubiera podido imaginar tener el privilegio de plasmar mi sincero agradecimiento a las personas más honestas y coherentes que he podido conocer en lo que llevo de vida: Emilio Montaraz y Ana Barros. Gracias a este libro, millones de perso-nas podrán hoy y en los años venideros enriquecer sus vidas, para Vivir una vida más Feliz.

Gracias Emilio y Ana por permitirme ser parte de vuestra Historia.

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TESTIMONIODE JUAN RAMÓN CARRANCIO

Espero que el amable lector sepa disculpar mi torpeza con la pluma, no soy escritor, ni siquiera amanuense. Mi intervención en esta obra está motivada porque he sido testigo de excepción durante un cuarto de siglo de la aventura vital de la familia Montaraz Barros.

Digo familia porque me consta que, a la hora de tomar deci-siones importantes, el matrimonio siempre consultó con Lydia y Javier, sus dos hijos, quienes desde muy jóvenes, niños casi, se condujeron siempre de acuerdo a unos estrictos valores éticos; de acuerdo con lo que siempre habían visto en casa.

Y digo visto, que no escuchado, ya que si algo diferencia el com-portamiento a lo largo del tiempo, tanto de Ana Barros como de Emilio Montaraz, es la tremenda coherencia con la que conducen su vida; coherencia con un estricto código de valores, que los conduce en multitud de ocasiones a actuar de forma contraprodu-cente para sus propios intereses, teniendo en cuenta que siempre han dado prioridad a lo que consideraban justo en cada momento.

Si no se tiene este hecho en consideración, le será imposible al lector comprender nada de lo que en este libro se cuenta. En rea-lidad es una historia de unas personas que un buen día decidie-ron abandonar el confortable butacón de clase media acomodada para trascender. Trascender sin límites, hasta miles de personas a lo largo y ancho de dos continentes.

En el camino consiguieron ser MILLONARIOS, con mayús-culas, y tener un nivel de vida equiparable al de cualquiera de las grandes fortunas del país. Autos de lujo, joyas, viajes en aviones privados a destinos exóticos, hoteles de lujo, etc. Y todo ello al tiempo que se esforzaban en ayudar a otras personas para que llegaran a disfrutar de su mismo nivel de vida.

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En ese momento es cuando tuve la fortuna de conocerles, al-rededor de 1990. Tuvieron la generosidad de dejarme entrar en su vida, de tenderme la mano para ayudarme. Desde entonces me he mantenido a su lado.

Quien me conoce sabe que soy escéptico por naturaleza, que no puedo evitar buscarle tres pies al gato, y que soy enemigo de la adulación. De hecho, en numerosas ocasiones, después de co-nocer a un líder, ídolo o fi gura social, se me ha venido abajo su imagen “resplandeciente” a medida que me acercaba más e iba conociendo a la persona que se escondía detrás de la máscara.

Pues bien, con Ana y Emilio el proceso ha sido inverso. Si bien en una primera toma de contacto adquieren un brillo poco común (son unos oradores difícilmente superables, su discurso conecta por lo que dicen y por cómo lo dicen), sorprendentemen-te, a medida que te acercas a ellos, a las personas que hay detrás de la imagen pública, y los vas conociendo, no solo no decepcio-nan en absoluto, sino que su brillo es mayor aún, y lo digo con conocimiento de causa, ya que a lo largo de estos años creo que he llegado a conocerlos bastante bien.

Y todo ello es independiente de su situación fi nanciera o per-sonal. Quizás lo más destacable de ellos es que mantienen su línea de comport amiento inalterable ya sople el viento a favor, ya se ponga la vida cuesta arriba.

De hecho, como ya he comentado, cuando yo les conocí esta-ban en la cumbre, donde brillaron durante años; brillaron hasta el momento en que tuvieron que elegir entre seguir con una vida de ensueño o ser honestos y arriesgarse a perderlo todo.

Se arriesgaron, sin un titubeo, ni de ellos ni de sus hijos. Y lo perdieron todo, pasaron de tener una vida de fábula a estar arruinados, totalmente arruinados. Una vez iniciado el proceso, recibieron ofertas para renegar de sus principios a cambio de vol-ver a la vida anterior. Fueron traicionados por quienes se decían sus amigos, por la justicia incluso. Pero en ningún momento va-

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riaron de conducta, es más, su quiebra económica no vino dada solamente por la pérdida de ingresos; a esas alturas disponían de un patrimonio lo sufi cientemente saneado como para haberse po-dido retirar y vivir sin problemas el resto de su vida. Sin embargo quisieron construir un vehículo (una empresa) que nos propor-cionara un futuro igualmente brillante a quienes continuamos a su lado. En el empeño invirtieron su patrimonio y lo perdieron.

Con el cambio de siglo, y totalmente arruinados, descubren otra oportunidad (no para ellos solamente, para todos), arrancan de cero y vuelven a brillar y a hacer brillar a otras personas a su alrededor.

Cuando llega la crisis global, el banco que sustentaba dicho negocio se tambalea, y entre las divisiones que cierra está la que nos ocupa.

Vuelta a empezar, con un nuevo proyecto, más ambicioso, más completo, con más posibilidades para todos.

No entienden el viaje individual, son demasiado leales.En todo este trayecto, de tres líneas y veinticuatro años, los he

visto en todo tipo de situaciones anímicas, económicas… Todo ha cambiado a su alrededor, todo menos su proceder, siempre intachable.

Estoy convencido de que el presente libro va a molestar a mu-chas personas; después de estas pinceladas el lector se hará una idea de mi opinión sobre ellos.

Aunque cuando escribo estas líneas el libro aún no ha visto la luz, y por tanto aún no lo he leído, no duden ni por un momento de la veracidad de lo que en él se incluye, pues gran parte de ello lo puedo corroborar personalmente; y lo que no, lo escribe una de las personas con más credibilidad con las que usted se va a cruzar a lo largo de su vida.

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TESTIMONIO DE JAVIER BOLADO

Javier Bolado redactó este escrito el día 22 de diciembre de 2013 desde el lecho de su cama, con el propósito de continuar más tarde. El destino quiso que no lo pudiera terminar, pues el día 26 de ese mismo mes falleció víctima de una enfermedad. Por ser su deseo y por respeto al mismo, publicamos no obstante su contenido. Vecino nuestro, a quien vimos crecer, colaboró con no-sotros como empleado desde 1989. Fue la alegría de la ofi cina, la confi anza y el amor, y su legado permanecerá siempre con quienes tuvimos el privilegio de compartir la vida con él.

DEP, Javi.

Corría el año 1990 cuando empecé a trabajar en una empresa que se llamaba Cántabra de Networking, S. A.

¿Qué hacia esta empresa? Distribuir productos de una matriz llamada Amway, que básicamente eran productos químicos de limpieza, cosmética, aseo personal, etc. Todo ello con la ayuda de un sistema de marketing muy agresivo llamado el sistema.

Hubo unos años gloriosos en los que la gente ganaba mucho dinero con la venta directa de esos productos (a decir verdad, nunca supe en qué categoría se ganaba X dinero), pero me di cuenta de que este dinero se reinvertía en el sistema.

Llegaron los años 1993-1994 y el negocio matriz no generaba el dinero que se esperaba, se notaba su escasez. Solo una pareja de diamantes cumplían, por lo que cobraban los incentivos que daba Amway. Y esa pareja pensó que había que ayudar a la gente a ganarse un sueldo para poder vivir o complementar lo que tienen (si fuesen otros les daría igual quién gana dinero y quién no), por lo que retomando una idea de José Luis Briones lanzaron New Net de Marketing.

La idea no sé si sería original, era un club de fi delización: yo me hago socio y mis clientes tienen una serie de ventajas. En-

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tonces es cuando me trasladan a otro despacho y empezamos a trabajar en New Net.

Fue un éxito, mucha gente apuntada, muchas esperanzas, pero… si con lo poco que ganaba no compraba el libro ni la cinta que me tocaba, ni iba al seminario o a la convención, etc., mi lí-nea de auspicio se iba a enfadar, pero se les olvidó que el negocio estaba en la rotación de productos, no en que yo escuchase a este o aquel diamante, esmeralda o perla para que me vendiera su cinta.

Así que aquellos que vieron lo que podía pasar, sin ningún tipo de escrúpulo o decencia, hicieron todo lo posible por cargar-se la idea; y no les costó mucho, la verdad…

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TESTIMONIO DE DANI Y LUDI GONZÁLEZ

En el año 1989 comenzó nuestra andadura en la empresa Amway, una compañía diferente en España hasta entonces. La conocimos a través de una llamada de una de mis hermanas, que nos invitaba a una conferencia en el restaurante Ferry de Santan-der. Allí vimos a Emilio Montaraz en sus inicios, cuando decía aquello de mi nombre es Emilio Montaraz, mi mujer Ana Barros, ella trabaja en una notaría… También a Ana, con la que posteriormente fi rmaríamos el contrato.

Ellos han sido nuestros mentores a lo largo de nuestras vidas y las dos personas más integras y honestas que nunca pudimos fi gurarnos tener la suerte de encontrar. Siempre disponibles y con una visión de futuro increíble.

En el año 1991 conseguimos llegar a distribuidores directos y fuimos reconocidos el mismo día de nuestra boda en un congreso al que vinieron personas de todos los lugares de España. Éramos la sexta línea que hacía a Emilio y a Ana diamantes.

No tardaron mucho en hacernos saber que había un dinero que se generaba con el movimiento del sistema. Ahora que éramos distribuidores directos íbamos a cobrar una pequeña cantidad de ese movimiento, y a medida que fuéramos llegando a cotas más altas estas cantidades irían en aumento. La verdad es que aquello nos pareció razonable, el sistema era necesario para el crecimiento de los equipos. Lo que no sabíamos entonces es que muchos de los diamantes recibían la mayor parte de sus ingresos del sistema, y no de la comercialización de los productos Amway, porque sus líneas de diamantes estaban fuera de España. Solo había unos ge-nuinos diamantes que las tenían dentro; y esos eran Emilio y Ana.

Eran buenos tiempos para nosotros, vivíamos experiencias in-creíbles junto a un equipo de personas muy jóvenes y divertidas. Era como estar dentro de una burbuja, donde todo era bueno y

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no había maldad por parte de nadie. Recuerdo que había momen-tos en que alguien del equipo hablaba sobre algo que uno de los diamantes había hecho y no le había gustado, pero cuando se lo comentábamos a Ana ella siempre tenía la palabra perfecta para excusarle y nunca dejarle en mal lugar.

Pero pasó el tiempo y comenzaron a complicarse las cosas. Primero empezó a decaer la facturación, cada vez costaba más que las personas ganaran dinero. Después llegó la televisión ha-blando de sectas y, cómo no, también Hacienda pidiendo expli-caciones a los distribuidores directos de Valencia, para terminar pidiéndolas por toda España.

Precisamente en un trayecto junto a uno de los distribuido-res de nuestro equipo, en el cual íbamos a conocer a los nuevos asesores en asuntos de Hacienda, nos acompañó un esmeralda. En aquel momento nos sacó de la burbuja hablándonos de todos los problemas que tenía con su diamante, Ángel de la Calle, al que le había pegado algún que otro puñetazo, por decirlo de una mane-ra fi na. Hasta aquel entonces nosotros creíamos que los diamantes eran unos superhombres que todo lo hacían bien.

Las cosas cada vez iban peor y el ánimo de las personas cada vez estaba más bajo porque no había manera de avanzar, pero en ese momento Emilio, de la mano de José Luis Briones, decide iniciar New Net, con un solo objetivo: que todos pudiéramos ganar dinero.

Con este nuevo proyecto lo que se pretendía era facilitar, a tra-vés de esta empresa, la venta de productos de Amway con sorteos y promociones para los clientes.

No podemos saber con certeza si fue porque no había sido idea del resto de diamantes, o porque veían peligrar sus benefi cios del sistema, pero el caso es que deciden oponerse a la nueva ini-ciativa y, con mentiras infundadas, denunciarlos a la compañía.

Muere Luis Costa, el único que hasta ahora cuidaba de Ana y Emilio, y todo se precipita.

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Asistimos a una reunión en el Hotel Hilton de Barcelona en la que tuvimos que aguantar las mentiras de un tal Carlos Marín, que nos hablaba de honestidad y lealtad a la familia y al equipo, palabras que solo debía conocer por haberlas buscado en el dic-cionario, pero no por haberlas practicado en su vida.

Al fi nalizar, Ana y Emilio pidieron la palabra y todos los dia-mantes se levantaron y se fueron sin hacerles caso ni dejarles ha-blar. En aquel momento sentimos rabia e indignación ante tanta mentira, así que nos subimos a las sillas para pedir explicaciones a cada uno de los diamantes; explicaciones que no tenían.

Ana y Emilio siempre habían sido distintos al resto, siempre miraban más por los demás que por ellos mismos, y eso la gente lo sabía; y más en nuestro caso, que siempre los habíamos tenido tan cerca. Nunca, nunca, escuchamos una palabra suya en contra de los demás.

En junio de 1996 Amway les rescinde el contrato. Nosotros y casi todas las personas de nuestro equipo pidieron la baja volun-taria en ese momento.

Solo había dos personas que nos habían demostrado todo aquello que nosotros creíamos que era Amway, por lo tanto si esas personas no estaban, nosotros nada teníamos que hacer allí.

Lo doloroso fue descubrir a muchos esmeraldas que, después de que Ana y Emilio hubieran luchado por ellos más que sus propios diamantes, les fueron dando la espalda uno a uno.

Lo más duro de todo esto fue ver a Ana sumida en una depre-sión y aislándose en casa.

Algunas veces se dejaba ver en lo que era la sede de New Net, en el garaje de su casa. Allí la veíamos con la mirada triste, sin arreglarse, y con el ánimo decaído, sin ganas de nada.

Sin embargo, Emilio, a pesar del trago tan malo que estaba pasando, no solo por lo de Amway, sino más bien por ver a Ana en ese estado y por saber que había un montón de familias detrás, cogió la batuta rápidamente y en un tiempo récord capitaneó lo

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que sería la creación de la cooperativa, que en un inicio se llamó TUCO y después TU NORTE.

La verdad es que hubo un montón de personas que se vol-caron en ello. Por ejemplo, yo me encargué de la compra a los distintos proveedores, con alguna metedura de pata por la falta de experiencia. También le dimos forma al catálogo creando cada una de las referencias para que los cooperativistas pudiesen com-prar. Me acuerdo sobre todo de las referencias de las medias, eso me quitó alguna hora de sueño.

También ensobrábamos, todos a una, para mantener informa-do a todo el mundo… Eran tiempos de muchísimo trabajo, pero de una nueva ilusión.

Por todo esto, por nunca doblar la rodilla, por estar siempre un paso más allá que el resto, y por un montón de cosas más, ad-miramos y siempre estaremos agradecidos a Emilio.

El día que nos dimos de baja en Amway, motivado por la ex-pulsión de Emilio y Ana, tomamos la mejor decisión de nuestra vida, y eso lo hemos comprobado a través del tiempo. Ellos han estado con nosotros siempre que los hemos necesitado y, por su-puesto, nunca jamás nos han fallado.

Emilio y Ana sí saben lo que son las palabras HONESTI-DAD, LEALTAD E INTEGRIDAD porque las practican cons-tantemente en su día a día.

Por nuestra parte, nosotros estamos dispuestos a no defrau-darlos y a continuar la vida desde los valores que hemos visto siempre en ELLOS.

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TESTIMONIO RAFA Y MARICRUZ SUÁREZ

¿Cómo plasmar una experiencia decisiva en tu vida, que ocu-rrió hace más de veinticinco años, en un soporte que te inspira tanto respeto como es un libro, en el que se te deja con total libertad un espacio para escribir? Creo que focalizando en los aspectos determinantes, en función de su impacto futuro, privi-legio que nos otorgan los años transcurridos, y esta es la línea que he decidido seguir.

Siento que la vida me brindó el hermoso regalo de poner en mi camino personas maravillosas, muchas de ellas grandes ami-gos con los que sigo relacionándome y compartiendo buenos mo-mentos después de tantos años, a pesar de tomar muchos de ellos senderos diferentes.

Descubrir que la frase El éxito es la realización progresiva de un sueño podía ser real para mí si estaba dispuesta a recorrer ese ca-mino, que no he dejado de transitar desde que nuestro inolvidable Luis Costa, por el que siento un tremendo respeto y gratitud, nos empezó a guiar.

Encontrar, desarrollando el negocio, al hombre con el que ten-go el honor de compartir mi vida y tener tres maravillosos hijos, que son la parte más importante de este sueño hecho realidad.

Empezar a trabajar mis habilidades y mi crecimiento personal, que me han llevado de la persona tímida y callada que era en-tonces a la que soy hoy, segura de que todavía tengo mucho que aprender, descubrir y desarrollar en todas las facetas de mi vida. Podría seguir, pero no ha lugar aquí, pues no es mi historia, sino la de otros, la que nos ocupa.

Conocer a dos personas (hermosa palabra) como Emilio y Ana, a los que todos estos años he tenido el gozo de disfrutar y cono-cer. Compartir su apasionante vida ha sido, sin lugar a dudas, lo mejor que salió de aquella experiencia, y por eso, como perso-

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najes principales de este libro, mi vivencia junto a ellos ocupa el mayor espacio.

Desde su gran humanidad, siempre fueron cercanos, aunque éramos una sexta profundidad de una de sus líneas directas perla. Aprovechábamos cualquier oportunidad que nos brindaba el ne-gocio para escucharlos y observarlos, no solo en los escenarios, sino al bajarse de ellos. Ahí descubrimos muchas de sus cualidades y nos identifi camos con todos y cada uno de los principios que de-fendían, porque sobre todo que les veíamos ponerlos en práctica.

Realmente nos creímos a pies juntillas, como otras muchas personas, que estábamos creando un negocio propio que nos da-ría un día, si lo hacíamos bien, ingresos residuales. En estas dos últimas palabras está la clave de lo que tomó peso cuando deja-mos la compañía después de que echaran a Emilio y Ana acusán-dolos de hacer y decir cosas que nosotros, que éramos de su base directa, nunca, y repito nunca, les vimos hacer ni decir.

Hasta que la compañía los echó jamás les oí hablar de nada que no fuera cómo hacer nuestros negocios de Amway más grandes y fuertes. Cuando se creó la revista para clientes fue con ese mismo objetivo: vender productos de Amway, nunca otros ni con otras compañías. Por eso, cuando se les rescindió, sin el más mínimo respeto, el contrato, los argumentos que se expusieron, que iban por esa línea, no se sostenían, por lo que decidimos pensar por nosotros mismos y actuar en consonancia con lo que habíamos visto y oído directamente.

Independientemente de las críticas y acusaciones, a nuestro juicio, y transcurridos los años, fueron absolutamente inconsis-tentes e infundadas. A lo que no podíamos cerrar los ojos era a que se les estaba quitando, por no decir robando, lo que con tan-to esfuerzo, entrega, entusiasmo y dedicación les habíamos visto construir.

Podíamos aceptar no conocer todos los hechos y que pudiera haber alguna razón por nosotros desconocida que hubiera propi-

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ciado que no se les dejara seguir desarrollando y expandiendo el negocio. A día de hoy, transcurrido el tiempo, fuera de envidias y ganas de poder y protagonismo de los mal llamados “líderes”, no hemos logrado ver otra en todos estos años. Aun así, les regalo a todos el derecho a no enjuiciarles y la duda razonable, porque ¿quién soy yo para hacerlo? Allá cada uno con su conciencia.

El que les quitaran los ingresos que a pulso se habían gana-do destapó la “gran mentira”. No eran ingresos residuales, no era nuestro propio negocio el que estábamos construyendo, so-lamente lo sería hasta que la compañía y sus “líderes adeptos” lo decidieran y yo acatara todo lo que ellos propusieran. Fue un duro golpe llegar a esa conclusión, pero no podíamos cerrar los ojos a esta gran evidencia. Ahora eran ellos, mañana podíamos ser cualquiera de nosotros.

Eso fue lo único que motivó nuestra carta enviada a Míchi-gan, que explicaba nuestra posición y pedía que reconsideraran su decisión o de lo contrario consideraríamos nulo el contrato y dejaríamos el negocio. No fue el afecto, el respeto, la gratitud o cualquier otra cosa que se nos atribuyera lo que nos hizo actuar así, todo eso vendría después. Fueron los hechos reseñados, que además, sin saberlo en ese momento, nos dieron la mayor opor-tunidad de nuestras vidas.

Conocer en profundidad a Emilio y Ana, descubrir lo valio-sos que son por dentro y por fuera y constatar que las palabras escuchadas de sus bocas estaban respaldadas por una profunda coherencia, nos animó a seguir. No fue en el brillo de los escena-rios donde nos conquistaron y ganaron nuestra lealtad y respeto, sino en la dignidad de la derrota y la valentía de volver a levan-tarse desde las embarradas trincheras enarbolando la bandera de los principios y valores que fueron el motor de sus vidas y lo han seguido siendo todos estos años.

El resto de la historia se cuenta en este libro, y conociendo durante tantos años a sus autores y sus altos estándares éticos no

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necesito leerlo para confi rmar cada línea como veraz, porque los hechos han sido probados a sangre y fuego. Solo cuando alguien sale herido, sí, pero reforzado y más fortalecido que nunca de pruebas como las que ellos han superado se debería recibir el título de “líder”, además del de “maestro” de la vida y de los ne-gocios, que hemos tenido el privilegio de compartir ininterrum-pidamente durante todos estos años. A estos dos grandes califi -cativos tenemos el privilegio de poder añadirles el de “amigos”, ya que la vida, Dios o lo que a ti te parezca nos lo regalaron el día que entraron en nuestras vidas, junto con sus hijos Javier y Lydia, dignos sucesores, por lo que han heredado en valores y cualida-des, de sus progenitores.

Quede en estas pocas líneas refl ejada nuestra vivencia perso-nal como parte de una historia, la de Emilio Montaraz y Ana Ba-rros, digna de ser leída y recordada por su ejemplo de cómo vivir una vida apasionante y construir negocios desde los principios y valores que nos hacen a todos ser “humanos”. No todo vale en el camino del éxito si quieres mirar atrás y sentir que valió la pena, tal como ellos nos enseñan cada día. A su lado hemos aprendido a ser “libres”, desde la responsabilidad, aunque duela, y a construir nuestros sueños sobre la base sólida de los principios y valores por los que vale el esfuerzo ¡VIVIR! Gracias por cada momento compartido.

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TESTIMONIODE ÁNGEL Y ANNA GALINDO

Conocimos a Emilio y Ana a los tres meses de fi rmar el contra-to de distribuidor independiente de Amway, en febrero de 1990. Ellos eran nuestros distribuidores directos, los responsables, los que nos enviaban los cheques mensuales de comisión.

Al primero que conocimos fue a Emilio, quien vino a darnos un mini open para todo el equipo que estaba empezando en Gi-rona, y allí se nos reconoció como nuevos 3%. Más tarde cono-cimos a Ana, quien aparte de fi rmar los cheques nos adjuntaba notas de apoyo y motivación.

Ellos fueron nuestros distribuidores directos hasta agosto de 1990, puesto que Joaquín y Marian, de Bilbao, habían conseguido el nivel de distribuidores directos y en diciembre lo consiguieron Francesc y Carmen, de Girona también. En el último cheque en-viado por Emilio y Ana añadieron una carta de despedida como distribuidores directos en la que escribieron: … seguimos juntos, esta-remos como siempre a vuestra disposición. Y lo cumplieron. Ellos siem-pre estaban ahí con buena cara, dispuestos a charlar con nosotros, preocupándose por cómo nos iba tanto en el terreno profesional como en el familiar, pero siempre edifi cando a los que eran nues-tros distribuidores directos y a nuestros esmeraldas. Entendimos que nuestra relación era buena, pero cambiaba de magnitud.

Ellos signifi caban para nosotros la constatación de que con trabajo, tesón, congruencia, coherencia y objetivos los sueños se cumplían. Él había dejado su trabajo en la Caja de Ahorros de Cantabria y ella su trabajo en la notaría para dedicarse exclusiva-mente al negocio y a la familia. Además, habían podido comprar un caballo a Lydia y conseguir que Javier pudiera estudiar en In-glaterra, y también aumentaban las instalaciones de su casa para

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el provecho de todo el equipo, conducían buenos coches, viaja-ban… En defi nitiva, tenían una buena calidad de vida.

En cada viaje que hacían nos enviaban postales, y eso nos gus-taba, servía para entender que era posible que algún día también nosotros pudiéramos estar ahí.

Pero cuando de personas se trata siempre pueden aparecer roces, envidias malsanas… y cuando Luis Costa murió se des-encadenaron una serie de acontecimientos y situaciones bastan-te inverosímiles, que nuestros distribuidores directos y esmeraldas se encargaron de explicar, a su conveniencia, para encarrilarnos, tanto a nosotros como al resto de sus equipos, a desprestigiar a Emilio y Ana. No lo podíamos creer, costaba entender el giro de pensamiento.

Así que decidimos esperar un tiempo para ver cómo se en-cauzaban de nuevo las aguas…, pero al ver que no lo hacían to-mamos la decisión de viajar a Bilbao y a Santander para que de primera mano nos resolvieran las dudas creadas. Primero a Bil-bao, para escuchar a Joaquín y Marian y que nos explicaran cómo avanzaría a partir de entonces el proyecto en el que estábamos; y después a Santander, con Emilio y Ana, para escuchar y po-der entender el proyecto que, junto con otros esmeraldas, estaban preparando sobre una revista que ayudaba a comprar productos Amway a más clientes.

En Bilbao estaba solo Marian y eso no nos gustó demasiado, pues al indicarles la fecha del viaje en ningún momento nos di-jeron que Joaquín no estaría para atendernos. El resultado de la charla con ella fue un poco desolador, puesto que más bien sirvió para prepararnos para ser sus fans incondicionales, pasara lo que pasara, y para que les tuviéramos al corriente de lo que pasara en Cataluña y con nuestros esmeraldas.

El mismo día por la tarde, y sin comentárselo a ella, nos fui-mos para Santander, a casa de Emilio y Ana… ¡y nos quedamos a dormir! Cuando llegamos había un ambiente de trabajo y ale-

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gría, y si no hubiéramos estado preparados nos habría chocado el cambio, pero sabíamos que allí se preparaba algo nuevo y con buenas expectativas. Así que estuvimos un rato escuchando los proyectos y cuando los otros se fueron Emilio y Ana hablaron con nosotros, sin pretender derivarnos sí o sí hacia ellos. Sabían que estábamos allí para tomar decisiones y entender, y también sabían que veníamos de Bilbao. No les importó. Ellos actuaron con aplomo y discreción; no hubo recriminaciones, ni despres-tigios, solo explicaciones objetivas de las vivencias (detalle que agradecimos, pues la procesión iba por dentro pero no la exterio-rizaron) y proyectos de futuro.

De camino a casa no tuvimos que pensar mucho, la decisión estaba tomada: la lógica y la coherencia ganaban la partida a la intriga y la coacción. Defi nitivamente apoyábamos el proyecto de Emilio y Ana.

Al llegar a Girona se lo comunicamos a nuestros esmeraldas y a nuestro equipo. Empezaba una nueva andadura.

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TESTIMONIODE RAFA Y MARIMAR GARCÍA BRAVO

Como explicar las sensaciones que se despertaron hace ahora 23 años, Cuando un familiar, mi primo hermano Silverio, fue a mi casa, en mi estudio y me pinto los círculos en un pedazo de papel. No podíamos saber cuánto cambiaria nuestras vidas ese trozo de papel.

Teníamos 23 años, estábamos llenos de vitalidad, soñar era lo nuestro, construir una empresa grande, viajar por el mundo, crear una familia. Eso era lo importante.

Trabajo, lealtad, compromiso, hacer lo que fuera necesario. Valores que aprendimos de nuestros padres y con el aprendizaje en esta nueva oportunidad se realzaban y te estimulaban al 200%.

Todo era una explosión de nuevas sensaciones y reafi rmar que lo aprendido de nuestros padres, era lo correcto.

Desarrollamos un negocio casi sin saber, con mucho entusias-mo y trabajo, hasta la extenuación.

Estudiábamos en la universidad, trabajábamos por cuenta aje-na, por cuenta propia y hacíamos negocio. (Quien dice que no hay trabajo, nosotros nos lo inventábamos.)

Enseguida formamos un grupo de personas de nuestra misma edad, estudiantes, y otro con personas 10 años más mayores y con hijos.

El equipo se creó formando lazos de amistad y confi anza que aún perduran. El primer equipo de estudiantes lo lideraba Jorge Melero y Yolanda Benito. Éramos como hermanos, les veíamos más que a nuestra familia, que se empezaban a quejar por eso mismo. Y el otro grupo principal eran compañeros de trabajo: María Carmen e Ignacio, José Antonio y Pilar Domenech, Me-dardo y Susana.

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Fueron muchas horas de trabajo pero el crecimiento era rápi-do. Teníamos que demostrar más por la edad. Crecimos juntos aprendiendo a crear empresa, aprendimos a soñar, teníamos una ilusión a largo plazo, grandes expectativas y muchos objetivos que conseguir. Nos creíamos comer el mundo y nosotros lo íba-mos a conseguir todo, con la gente que queríamos.

Viajamos a muchos lugares maravillosos.Para demostrar que aún siendo muy jóvenes se podía confi ar

en nosotros decidimos ser el mejor equipo, el mejor grupo. De-cidimos:

-Ser los primeros en llegar a todas las reuniones, eventos y todos juntos (PUNTUALIDAD)

-Ser los mejor más profesionales.-Ser los primeros en todas las actividades y apuntarse los pri-

meros (no valían morosos)-Ser los más éticos.-Ser los más disciplinados.Creamos unas expectativas de futuro, de unión de grupo, de

sueños e ilusiones; queríamos cambiar el mundo en grupo y con gente dispuesta a ayudar a los demás.

De repente STOP. Todo se acaba. Empieza los problemas. No sabemos porque pero todo se rompe, aparece el egoísmo, la lucha por el poder, los valores se pierden en el infi nito y las ilusiones se diluyen, perdemos la confi anza de los nuestros, nadie entiende, te vuelves “realista” y se acaban los sueños. Empiezas a ver defectos en los demás, a desconfi ar de personas amigas, ¿qué voy a hacer en el futuro? De no querer que te cuenten historias, pierdes ami-gos que antes creían en ti.

Tienes ilusiones que ya no puedes realizar. Aprendimos a trabajar en equipo, a saber trabajar con perso-

nas, a luchar y a tener un sexto sentido, y creer que lo que quieres se puede conseguir. Todo esto después de terminar con el orgullo herido, tu palabra pisoteada, perdida la credibilidad y con muchas

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risas de “amigos”, vecinos y familia, y sobre todo con miedo al futuro realista y desilusionado.

Pero, hay estaban esos valores que nunca se perdieron, los que se aprendieron antes y durante el negocio. Vimos como las perso-nas más validas de la red, iniciaban sus negocios, se desarrollaban profesionalmente y conseguían los mejores puestos dentro de las empresas. No encontré ningún caso de personas representativas de la red que no estuviera agradecida de lo aprendido esos años.

Nos hicimos emprendedores, descubrimos el valor que tiene rodearte de personas, positivas, honradas, entusiastas… Que hoy nos acompañan en nuevos proyectos, llenos de vida, en estos mo-mento de tanto cambio en la sociedad, esas personas que en su día formaban parte de una Red, hoy nos acompañan en un nuevo proyecto, donde la red de personas predomina sobre cualquier otra estructura, apuntando a un futuro exitoso, inimaginable para todos.

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TESTIMONIO DE SUSI Y MEDAR PÉREZ

En 1981, con quince escasas primaveras, decidí unilateralmen-te dedicar mi futuro profesional al mundo empresarial. Recuerdo el propósito pero no las motivaciones que lo provocaron. Cinco años más tarde conocí a quien hoy es mi esposa, y sin duda la per-sona más importante en mi vida: Susana. Se gestaba el embrión de un equipo: dos personas con objetivos comunes. Comenzába-mos nuestras primeras aventuras empresariales. No teníamos ca-pital ni experiencia, pero sobre todo carecíamos de mentores que nos mostraran el camino. Ambos habíamos nacido y crecido en familias sólidas y de principios, pero sin experiencia en el mundo de los negocios.

A fi nales de 1990, y tras varios intentos fallidos en diferentes sectores, nos ofrecieron integrarnos en una, entonces, novedosa oportunidad: una empresa de marketing multinivel (Amway). No nos lo pensamos y nos pusimos en marcha con todo nuestro co-razón y nada más en la mochila. Hoy, con el paso del tiempo, nos damos cuenta de que fue genial y decisivo para nosotros, pero no todo fue tan bonito entonces. Económicamente fue un desastre. Invertimos mucho más dinero y tiempo que los que obtuvimos. Si lo valoramos en dinero: perdimos con creces. Si lo hacemos en tiempo: perdimos aún más (o eso creíamos entonces).

¿Qué lo convirtió en genial?, ¿por qué fue defi nitivo?… Se sembraron muchas cosas en nosotros. La diferencia entre un in-versor y un empresario; el que invierte y el que emprende. Por primera vez nos ofrecían una oportunidad basada en la fe y en el esfuerzo sin que fuera defi nitiva la cantidad de capital arries-gado. Aprendimos, o más bien escuchamos, que con frecuencia había que perder para poder ganar, que se podía obtener el éxito peleando por el éxito de otros, que los principios personales eran la mejor inversión no ya para un negocio, sino para una vida,

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que el éxito no está en el destino, sino en el camino… Todo esto parece hoy muy simple, pero nunca lo habíamos escuchado, y mucho menos habíamos intentado ponerlo en práctica. Aunque nunca hemos vuelto a confi ar nuestro destino a una estructura de este tipo, tenemos que reconocer lo que tuvo de positivo para nosotros.

Todo lo que nos entusiasmó se convirtió en el motivo de nues-tro abandono, seis años más tarde, al comprobar que muchos de los que nos habían lanzado todos esos fantásticos mensajes ha-cían todo lo contrario de lo que predicaban: sobraban los egos desmedidos, la falta de ética, la codicia muy por encima de la am-bición. No había en aquellas personas más que egoísmo e interés propio. Fue demoledor. Personas que creíamos ejemplares tenían los pies de barro y el corazón de lodo. Pero detrás de la más negra de las nubes siempre está el sol: encontramos amigos, personas excepcionales y mentores para los negocios y la vida. Aquellos que se mantuvieron fi rmes frente al dinero y a favor de sus princi-pios dejaron sembrado un camino para un futuro impresionante.

Cuando todo esto ocurrió nos sentimos engañados, defrau-dados, dolidos. No podíamos culpar a nadie de nuestros malos resultados (aunque en aquel momento lo hicimos); como negocio, no nos fue bien, simplemente porque no estábamos preparados y confundimos lo sencillo con lo fácil. Pero sí podíamos hacer responsables a otros de la frustración generada por su falta de coherencia, de generosidad y de su falso mensaje; no porque este fuera erróneo, sino porque lo utilizaron para sus propios intereses (fallaban gran parte de los mensajeros).

Seguimos el camino, fuera de aquella compañía, en una nueva empresa, tras aquellos que sí que habían demostrado coherencia con sus principios y valor para defenderlos por encima de los propios intereses. Nos unimos a Emilio Montaraz, Ana Barros, Rafael García y María del Mar Muñoz en una nueva aventura: New Net de Marketing. Nuestra andadura en este nuevo reto

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duró muy poco. Desde nuestra perspectiva, estábamos abocados a un fracaso prematuro. Habíamos aprendido que la gran diferen-cia entre un camino empresarial sólido y una sociedad económica sin futuro estribaba en las personas que lo llevaban adelante, y aunque las personas que fi guraban al frente nos trasmitían toda la confi anza, había demasiados individuos buscando medrar su bolsillo y pocos dispuestos a trabajar por un futuro común.

Comenzamos, pues, otros proyectos en el mundo de los nego-cios. Algunos ruinosos y otros con cierto o bastante éxito eco-nómico. Pero a fi nales de 2003 se produce otro momento cru-cial. Nuestros negocios (Susana en el sector de la decoración y la confección textil-hogar y yo en el de la automoción) estaban en un punto muerto. Para entenderlo hay que volver la vista atrás: teníamos una forma de ganarnos el pan pero no un proyecto de vida con continuidad. Únicamente ganábamos dinero, algo de di-nero, pero nuestra vida personal y profesional se estaba vaciando día tras día.

Y como la vida es como el eco, que según cómo la llames te responde, aquellos que sí fueron ejemplo volvieron a llamar a nuestra puerta. Ahora tenemos más experiencia. Sabemos mejor lo que no queremos y lo que echamos de menos. Volvemos a tener camino y, sobre todo, mentores; ¡qué importante tener la fi gura del mentor si estás dispuesto a dejarte guiar!

Arrancamos de nuevo, y tras una nueva refriega de seis años, cuando parecía que los planetas estaban en línea y todo el futuro era esperanzador, la compañía, Citisoluciones en este caso, nos abandona. Nos dice que somos unos campeones, pero que la cri-sis no les deja continuar y que nuestro tiempo ya pasó.

Esta vez no hacemos caso de los datos, de los powerpoints, de la lógica de los ejecutivos ni de los cobardes, y sí del liderazgo, de la decisión y del compromiso de nuestros mentores, de las perso-nas que merecen ser seguidas por su trayectoria, su coherencia y su valor fuera de toda duda y de toda implicación desconsiderada

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o narcisista. Y entonces… nos encontramos en la aventura más creativa y llena de nuestras vidas.

Gracias, Emilio y Ana. Gracias, Bárymont. Gracias, equipo de empresarios soñadores. Hoy sabemos que los valores cuentan. Que el trabajo da frutos. Que todo es posible cuando sabemos elegir con valentía.

Al fi nal todo cobra sentido. Nos vemos en la cumbre.

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MI PASO POR EL MULTINIVEL

Juan David Diez Suárez

La casualidad me llevó a ser funcionario.Descubrí la informática cuando tenía quince años, estudian-

do preuniversitario en los Agustinos de León. Era el año 1969. Nuestro profesor de matemáticas (Vicentín) había dedicado dos semanas a hablarnos de un tema nuevo que a él le parecía que podría tener importancia en el futuro.

Fue algo que me impactó, pero no pude encontrar en ningún sitio dónde se podía estudiar aquella materia, hasta que en 1974 una empresa, K Española de Informática, empezó a dar clases, y yo fui de los primeros matriculados.

Al poco tiempo se convocaron unas oposiciones para infor-mático (por primera vez) en el antiguo Instituto Nacional de Previsión (la actual Seguridad Social) y el 6 de julio de 1976 me convertí en funcionario.

Nada más llegar me di cuenta de que aquello no tenía nada que ver conmigo (el mundo de los funcionarios), pero gracias a mi trabajo, que era la informática, pude sobrevivir; eso sí, buscan-do continuamente una alternativa, lo que me llevó a participar en todo tipo de proyectos.

Habían pasado casi veinte años de eso y un día, tomando un café, un compañero me dijo: Anoche me hablaron de un tema que quie-ro que conozcas, para ver qué te parece. Esa misma tarde me senté en una cafetería y una pareja de jóvenes, utilizando un bolígrafo y un papel, me explicaron el negocio de Amway.

Yo fui de los que no pudieron dormir esa noche; nunca había visto algo igual. Escuché varias veces las dos cintas que me deja-

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ron, y aunque no me habían dado los papeles en que me explica-ron el negocio, yo recordaba todos los datos y al día siguiente les volví locos con preguntas de cosas que no me cuadraban; casi no me pudieron responder ninguna, pero me dio lo mismo, así que fi rmé el contrato.

Mi primera sorpresa es que Amway ya llevaba varios años en España, y a pesar de que para mí fue la primera noticia, todos mis amigos, vecinos y familiares ya sabían perfectamente que aquello era una pirámide, o una secta, o algo peor.

Dediqué los siguientes tres años a trabajar a tiempo parcial en el negocio, con bastante poco éxito, por cierto. Oía cintas, asistía a open, seminarios, convenciones, leía libros, daba el plan, etc., pero algo chirriaba, y mucho. Escuchaba a muchas personas que me impactaban, pero otras, con el mismo discurso, no me gustaban nada.

Mi “línea de auspicio” era partidaria de captar gente y más gente y de que compraran cintas y libros y entradas a eventos. Cuando conseguía que alguien de los upline me escuchara le inten-taba explicar que yo creía que se debería cambiar el objetivo. Para mí estaba claro que los productos eran muy buenos, que cuando la gente los descubría los quería; pero casi nadie quería ser “em-prendedor”, y eso era lo único que ofrecíamos.

Aparte del negocio hice amistad con mis esmeraldas y los volví locos con lo que yo pensaba: ofrecer a nuestros conocidos los productos, hacerlos clientes y, con el tiempo y según su demanda, que algunos pasaran de clientes a socios. Me miraban y escucha-ban, se miraban también entre ellos, pero no sabían qué decir.

Así fue pasando el tiempo, yo seguía con las actividades como terapia, porque la verdad es que de algunos eventos salía muy animado, de otros no tanto.

Un día me llamaron los esmeraldas y me dijeron que iba a haber un cambio radical en el negocio de Amway, que se iba a centrar en conseguir clientes para los productos y en utilizar todos los

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recursos para su fi delización. Los promotores captarían clientes y se crearía todo un sistema para atenderlos.

Me enteré de una reunión importante que se iba a celebrar en Santander para poner en marcha el proyecto y di la paliza a todo el mundo para que un 6% pudiera estar allí. Tenía mis razones, yo era informático desde hacía mucho tiempo y había participa-do en muchos proyectos de todo tipo, y era consciente de que la informática es un pilar fundamental en cualquiera de ellos. Me asusté mucho al comienzo porque nos dieron unos disquetes para meter datos de posibles clientes. Al ver el sistema que se utilizaba enseguida pensé que lo había preparado el hijo de alguno de ellos que tenía conocimientos rudimentarios de informática, pero con sorpresa me enteré de que habían contratado una empresa y que además cobraba por ello un dineral.

Cuando llegué a Santander conocí a Emilio Montaraz y Ana Barros. Qué casualidad, eran los oradores que más me gustaban en las cintas y en las convenciones, y resulta que eran ellos los promotores del cambio.

Me recibió una persona que era la encargada del nuevo pro-yecto y le expliqué lo que me preocupaba de lo que había visto de la incipiente informatización; él me dijo que iban a contratar a un informático y que tenían muchas solicitudes para el puesto. Yo me ofrecí como informático, le dije que no creía que entre las solicitudes hubiera nadie con más experiencia que yo y que ade-más no iba a tener competencia en el salario, ya que mi sueldo iba a ser de cero pesetas.

A pesar del “chollo” que le ofrecía no le convencí, así que me las arreglé para hablar directamente con Emilio, que no me cono-cía de nada. Tras diez minutos de conversación con él me conver-tí en el informático del proyecto y en un seguidor incondicional de Emilio Montaraz.

No era muy complicado lo que había que hacer, ya que era Amway la que soportaba la mayor parte del peso informático. En

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los sótanos de la casa de Emilio y Ana, en Revilla de Camargo, instalamos unas ofi cinas con unos pocos ordenadores en red. Mi aplicación gestionaba una central de pedidos, con una base de promotores, otra de clientes y la base de datos de productos de Amway.

Los pedidos se multiplicaron, los promotores por primera vez ganaban dinero, todo iba muy bien, pero esto duró poco más de dos meses.

En aquel momento no sabía lo que estaba pasando en la cú-pula de Amway, aunque sabía que algo ocurría, ya que, aunque entretenido con el mantenimiento y pulido de mi aplicación, veía idas y venidas y caras largas. Entonces me dijeron que Amway había rescindido el contrato de Emilio y Ana.

Hasta entonces yo creía fi rmemente en el negocio de Amway, gracias a él había conocido a personas decentes y a impresenta-bles, pero siempre pensé que Amway estaba por encima de eso. Lo que me había impactado y convencido del sistema eran los in-gresos residuales (en ningún sitio los había visto antes) de por vida y hereditarios. ¿Dónde quedaban entonces los residuales, si se te podía rescindir el contrato?

Fueron días y semanas de una actividad frenética. Siempre he admirado a Emilio, pero sobre todo me impresiona su actitud ante los problemas; mientras todo el mundo estaba lamentando lo ocurrido, él comenzó a preparar el plan B. Me dijo que si podía hacer una aplicación como la que tenía Amway y yo le dije que se-guro aunque no tenía ni idea de por dónde empezar. Pero cuando Emilio te dice que vamos a hacer algo, tú sabes que lo vamos a hacer y lo hacemos.

Así empezó New Net. No he conocido ningún proyecto en mi vida que haya sufrido tantos ataques, sobre todo desde den-tro. Emilio y Ana se sentían responsables de la situación en la que quedaba todo su grupo y se involucraron en este proyecto con toda su alma. Para mí fue muy triste ver que mientras ellos

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ponían todos sus recursos en sacar adelante a toda la gente, unos cuantos de los más próximos enseguida vieron la oportunidad de sacar benefi cio personal y propiciaron “líneas de negocio” para sí mismos, aunque fueran ruinosas para el proyecto global.

Fueron unos años increíbles, yo pasaba cuatro días a la semana en Santander, continuamente reescribiendo el proyecto; llegaba el miércoles y luego de viernes a domingo. No he vivido más inten-samente nunca. No creo que haya un producto o servicio que no se haya tocado desde New Net.

El cerebro humano es muy listo, es capaz de borrar aquellos recuerdos que nos hacen daño y solo quedan los agradables. No obstante, y a pesar del tiempo transcurrido, no me olvido de to-das y cada una de las puñaladas que recibieron Emilio y Ana por parte de los más próximos, que fueron abandonando el barco según se fueron acabando los recursos. La verdad es que a pesar del daño y dolor que provocaron en su momento, ahora ya no importan y han servido para poner a cada uno en su lugar.

El desarrollo de la aplicación de New Net hizo que estudiara a fondo el multinivel, esa oportunidad de negocio que cuando la descubrí me tuvo varios días sin dormir. En teoría cumplía todos los requisitos para ser la actividad más justa que se podía proponer, además de desarrollar el espíritu emprendedor que casi todo el mundo tiene. Todo el mundo partía desde el mismo sitio y contaba con los mismos recursos, no se compraban posiciones. Luego los benefi cios se repartían de acuerdo con lo generado por cada uno, y para ser legal estos benefi cios deberían venir de la venta de productos reales y necesarios.

Pero la clave para que todo funcione es la ética de cada uno de los que participan, y ahí es donde está el problema.

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EL ORGULLODE HONRAR A NUESTROS PADRES

Por Javier y Lydia Montaraz

Es al fi nal del día, en el momento de apagar la luz de la mesita y permitir que se desvanezcan las situaciones y retos que han do-minado mi mente, cuando doy las GRACIAS por todo aquello que tengo y que soy. De entre todos los motivos por los que estar agradecido, grandes y pequeños, tangibles e intangibles, hay uno que durante muchos años ha prevalecido:

GRACIAS por permitirnos, a mí y a mi hermana, llenar la mochila con los valores y principios que siempre nos han enseñado nuestros padres a través de su ejemplo en vida.

AmwayFue en aquella primera etapa, cuando mi hermana Lydia tenía

ocho años y yo doce, cuando comenzaron a instaurarse en nues-tra familia nuevas conductas que, por aquel entonces, estaban bien lejos de los hábitos “normales” de cualquier familia.

Tengo varios recuerdos de esa época:Recuerdo muchas personas, parejas en su mayoría, entrando

y saliendo de casa. Recuerdo a mis padres viajar mucho y dor-mir poco. Recuerdo que el sonido ambiente musical de la radio del Seat Panda de mi madre desapareció repentinamente para dar paso a las voces entusiastas de americanos de pura, y no tan pura, cepa y a la de un cubano llamado Luis Costa, al que luego, también recuerdo, quisimos tanto y al que todavía hoy echamos de menos.

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Recuerdo leer, y agradezco a mis padres por animarme a ha-cerlo, mi primer libro de crecimiento personal (El vendedor más grande del mundo, de Og Mandino), al que después siguieron otros.

Es curioso comprobar que tantos años después, y a pesar de no poseer una memoria privilegiada, basta con echar la vista atrás para revivir como si estuviera allí mismo, ahora, las sensaciones de aquellas convenciones. Volver a sentir el orgullo de ver a mis padres conseguir tantos merecidos reconocimientos y la emoción de comprobar el cariño que miles de personas parecían albergar hacia ellos y hacia nosotros como familia.

Desde luego fue una época en la que pudimos disfrutar de lujos al alcance de pocos. Hoy, con el paso del tiempo, valoro aquellos viajes, coches, etc., como un gran privilegio y les agrade-cemos haber pagado el precio para conseguir disfrutar de ellos. No obstante, su peso resultaría insignifi cante al ponerlos en una balanza junto a la enseñanza que nos dieron al perderlos.

Post-AmwayLa verdad es que tengo sensaciones encontradas cuando re-

cuerdo la siguiente etapa. Siento un absoluto y profundo orgullo de mis padres por man-

tener su compromiso con aquello que ellos sabían que era justo, a pesar de las consecuencias posteriores. Hoy, cuando tengo dudas sobre qué camino tomar ante cualquier situación, procuro que este sea el referente al que mirar para disiparlas.

Siento por otro lado rabia y tristeza al recordar los momentos que pasaron cuando ya la vida les había hecho pagar un precio tan alto. Recuerdo a mi madre escondiéndose para llorar y la im-potencia de mi padre por no encontrar salida. Siento pena hoy al oírles relatar los momentos más bajos, cuando muchos de los supuestos “amigos” presentes en las vacas gordas entonces des-aparecieron. Siento también agradecimiento por aquellos que se mantuvieron fi rmes a su lado.

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Creo que fue por aquel entonces cuando sucedió lo que hoy es para mí la mayor enseñanza que han podido ofrecernos. Supongo que fue cuando realmente mi padre hizo suyo de verdad el lema que tantas veces nos ha repetido y que presidía la mesa redonda dirigida por el Rey Arturo: Que Dios nos conceda sabiduría para distin-guir lo justo, voluntad para elegirlo y fuerza para ejecutarlo.

Solo Dios sabe el valor que tuvieron que lograr acumular para rechazar, en un momento tan duro de sus vidas, aquella suculenta oferta económica que suponía la solución a todos sus problemas. Lydia y yo somos unos privilegiados por observar de tan cerca lo que signifi ca vivir una vida según unos principios y, si hace falta, morir por ellos…

El mundo es de Dios, pero se lo alquila a los valientes. ¡GRACIAS POR VUESTRA VALENTÍA!

CitiA menudo escucho a mi padre decir que decidieron “volver a

aplicar los principios de éxito que habían aprendido”, y sabiendo que poco después lo lograron, una vez más, parece que resulte tan sencillo como decidir lograrlo.

Pero no fue así. Recuerdo que volvieron a pagar un precio muy alto, esta vez sin recursos económicos y bajo la presión de estar a punto de perder lo único que les quedaba (su casa) si no eran capaces de lograrlo velozmente.

Siempre han sido unos maestros en no mostrar las carencias económicas cuando las han sufrido, incluso a sus propios hijos, quienes, en ocasiones, no hemos llegado a saber el alcance de las mismas.

No fue hasta algún año después, cuando ya habían alcanzado el éxito en esta nueva etapa, que personalmente comencé a volver a dejarme afectar por todas aquellas conductas y pensamientos de éxito con los que siempre habíamos convivido. Supongo que el haber sentido de cerca la inestabilidad de esos últimos años me

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hizo tomar caminos más tradicionales durante un tiempo. Aho-ra veo que fue necesario para llegar a tomar la decisión por mí mismo ante la certeza comprobada de que ese no era el camino que quería transitar durante el resto de mi vida. Fue gracias al “seguimiento” de mi madre que decidí hacerlo de forma activa.

Durante los años posteriores tuve la ocasión de aprender de ellos todavía más de cerca. Agradezco a esta etapa de mi vida que me ayudara a forjar en gran medida lo que hoy conforma mi manera de pensar.

Una vez más, al fi nal de esta etapa, otra enseñanza: “Si la vida te da limones, hazte limonada”. Lo que fue una noticia que dejó en choque a todos (Primerica abandonaba el negocio en Espa-ña), en ellos provocó, tras unos minutos en los que digirieron la noticia, la enorme oportunidad que hoy, a toro pasado, sabemos que fue.

Aquello fue el nacimiento de lo que hoy es Bárymont, una gran familia de héroes anónimos que se han mantenido fi eles a esos principios que han defendido Emilio Montaraz y Ana Ba-rros durante toda una vida.

Hace ya veinticinco años, nuestros padres se comprometieron con un SUEÑO y pagaron un precio muy alto por conseguirlo. Durante todo este viaje, han sido, son y serán siempre el faro que nos guía en la oscuridad. Como hijos, sentimos el mayor de los orgullos por nuestros padres.

¡GRACIAS!

Javier Montaraz

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Suscribiendo lo dicho por mi hermano, doy gracias a mis pa-dres porque con ocho años mis frases favoritas eran la acción vence al miedo y si quieres puedes. Por hacer que cumpliera de niña mi gran sueño de tener un caballo, por enseñarme a valorarlo cuan-do hubo que venderlo (aún recuerdo cómo sufrieron por hacerlo) y enseñarme que se puede conseguir de nuevo, como así hicie-ron años después. Gracias por enseñarnos que debemos dar, dar y dar, y por su ejemplo haciéndolo siempre (no solo durante la abundancia). Aún recuerdo cuando siendo una niña me robaron mis conjuntos (entonces jugábamos con esos sobres y hojas de colores). Quise enfadarme pero, aún no se cómo, después de estar con mi madre casi daba las gracias porque me hubiera pasado y esa otra niña tuviera ahora ¡tantos conjuntos! Recuerdo cuando en un curso de líderes (Citi) les preguntaron qué tres cosas hacían falta para el éxito y mi madre contestó: Servir, servir y… servir, el dinero entrará por la puerta de atrás. Nunca olvidaré tantos momentos de mi vida en los que el “enfoque” de mi padre hizo que algo que parecía dramático pasara a ser la experiencia más positiva. Gracias por enseñarnos a vivir con Pasión. Gracias por mostrarnos cada día cómo se vive desde el AMOR (amor a la pareja, amor a las personas, amor a la familia, amor propio…).

Lydia Montaraz

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