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31 NORTE DE SALUD MENTAL nº 33 • 2009 • PAG 31–40 ORIGINALES Y REVISIONES Introducción Hay problemas psicopatológicos que pasan por irresolubles o que sólo ven algo de luz al precio de la adhesión ciega a una determinada teoría o corriente de pensamiento psiquiátrico. Lo cual, si se mira bien, deja al ojo en mala dis- posición de ver, y al juicio con pocas armas para discriminar. Y aunque la coyuntura no parezca, mal que pese a muchos, privativa del conflictivo campo de la ciencia de lo mental, hasta tal punto es crítica en éste que cabría decir que la magnitud de aquellos problemas podría medir- se antes por las preguntas que continúan susci- tando que por el volumen de las respuestas que se le dedican. En efecto, no siempre el estu- dioso es valiente. Y no es menos cierto que se puede argumentar y pensar mucho y bien, pero hacerlo sobre estupideces. Trataremos aquí de una de esas espinosas cuestiones: la de las fronteras comunes de melancolía y paranoia, e intentaremos plantear, si no un conflicto común a ambas, si una de las líneas de fractura de la identidad que estas dos formas de padecer dejan al descubierto. Debe- mos a Freud una bellísima metáfora sobre el alcance de los conocimientos que puede apor- tar la ciencia psicopatológica: la salud, que es el silencio quimérico del cuerpo y el alma, apenas desvela nada sobre nuestra esencia como seres humanos. Sin embargo, la enfermedad, como la guerra o la dialéctica, es capaz de revelarnos, de forma harto dramática a veces, las más profun- das disensiones de nuestra intimidad. En sus palabras: «Allí donde se nos muestra una frac- tura o una grieta puede existir normalmente “El precio de la inocencia” Francisco Ferrández Méndez MIR IV Psiquiatría. Hospital Universitario “Pío del Río Hortega” Centro Asistencial Dr. Villacián. Valladolid Resumen: El presente artículo pretende revisar tres textos clásicos de la psiquiatría a la luz de la teoría psicoanalítica, con especial atención al terreno intermedio entre la paranoia y la melancolía. Palabras clave: Paranoia, melancolía, Superyo, Bleuler, Kretschmer, Conrad. Summary: This article reviews three classical psychiatric texts from the point of view of psychoanalitic theories, with special emphasis in the middle course between paranoia and melancholia. Key words: Paranoia, melancholia, Super–ego, Bleuler, Kretschmer, Conrad.

El precio de la inocencia y la melancolía

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NORTE DE SALUD MENTAL nº 33 • 2009 • PAG 31–40

ORIGINALES Y REVISIONES

IntroducciónHay problemas psicopatológicos que pasan

por irresolubles o que sólo ven algo de luz alprecio de la adhesión ciega a una determinadateoría o corriente de pensamiento psiquiátrico.Lo cual, si se mira bien, deja al ojo en mala dis-posición de ver, y al juicio con pocas armas paradiscriminar. Y aunque la coyuntura no parezca,mal que pese a muchos, privativa del conflictivocampo de la ciencia de lo mental, hasta talpunto es crítica en éste que cabría decir que lamagnitud de aquellos problemas podría medir-se antes por las preguntas que continúan susci-tando que por el volumen de las respuestasque se le dedican. En efecto, no siempre el estu-dioso es valiente. Y no es menos cierto que sepuede argumentar y pensar mucho y bien, perohacerlo sobre estupideces.

Trataremos aquí de una de esas espinosascuestiones: la de las fronteras comunes demelancolía y paranoia, e intentaremos plantear,si no un conflicto común a ambas, si una de laslíneas de fractura de la identidad que estas dosformas de padecer dejan al descubierto. Debe-mos a Freud una bellísima metáfora sobre elalcance de los conocimientos que puede apor-tar la ciencia psicopatológica: la salud, que es elsilencio quimérico del cuerpo y el alma, apenasdesvela nada sobre nuestra esencia como sereshumanos. Sin embargo, la enfermedad, como laguerra o la dialéctica, es capaz de revelarnos, deforma harto dramática a veces, las más profun-das disensiones de nuestra intimidad. En suspalabras: «Allí donde se nos muestra una frac-tura o una grieta puede existir normalmente

“El precio de la inocencia”

Francisco Ferrández MéndezMIR IV Psiquiatría. Hospital Universitario “Pío del Río Hortega”

Centro Asistencial Dr. Villacián. Valladolid

Resumen: El presente artículo pretende revisar tres textos clásicos de la psiquiatría a la luzde la teoría psicoanalítica, con especial atención al terreno intermedio entre la paranoia y lamelancolía.

Palabras clave: Paranoia, melancolía, Superyo, Bleuler, Kretschmer, Conrad.

Summary: This article reviews three classical psychiatric texts from the point of view ofpsychoanalitic theories, with special emphasis in the middle course between paranoia andmelancholia.

Key words: Paranoia, melancholia, Super–ego, Bleuler, Kretschmer, Conrad.

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en intelectuales, afectivas e instintivas. Las des-cripciones de Baillarger y Falret de la locura dedoble forma o circular, futura psicosis maníaco-depresiva, parecen afianzar ya una independen-cia de la psicosis afectiva frente a los trastornosdel juicio que culminará en la separación radi-cal que en la nosografía kraepeliniana se esta-blece entre ésta, la demencia precoz y la para-noia, consideradas ya como “enfermedadesmentales”2.

Sin embargo, a esta corriente disgregadorade la alienación mental en enfermedades diver-sas y estancas se opuso siempre otra, más omenos marginal según el momento histórico,que proponía la unidad de todas las expresio-nes de locura como fases o momentos de unamisma forma de enajenación3. Valgan de ejem-plo la psicosis única (einheitpsychose) de Grie-singer, puesta en marcha por mecanismos afec-tivos, o la frenalgia como dolor del alma y raízde todos los trastornos mentales propuestapor Guislain.

Y es que la clínica se ha obstinado siempreen poner en entredicho la consistencia de cual-quier sistema nosológico. Por muy insidiosaque se pretendiese la patogénesis de la para-noia y por muy larvado que fuera su inicio,pocos tratadistas excluyeron de sus descripcio-nes un período prodrómico teñido de unatonalidad hipocondríaca o depresiva, o, menosveces, maníaca. Al esfuerzo discriminativo deunos clínicos enfrentados a los límites de lalocura debemos hallazgos de capital importan-cia en psicopatología, y a su constancia en laobservación, estudio y descripción de la casuís-tica, la impresión de que paranoia y melancolíase encuentran, de alguna forma, hermanadas.Sirva de ejemplo el testimonio de ClemensNeisser: «No podría entenderse que durantetanto tiempo, y por parte de buenos observa-dores, se haya supuesto la aparición previa deuna melancolía si no hubiesen estado presentesal inicio de la enfermedad, en no pocos casosde paranoia, fenómenos melancólicos reales»4.De ahí su empeño por encontrar el mecanismo

una articulación. Cuando arrojamos al suelo uncristal, se rompe, mas no caprichosamente; serompe, con arreglo a sus líneas de fractura, enpedazos cuya delimitación, aunque invisible,estaba predeterminada por la estructura delcristal»1.

Hablaremos, entonces, del límite entre laspsicosis afectivas y las que atañen al pensa-miento, de los trastornos del humor y los tras-tornos del juicio. Se advierte pronto lo sospe-chosa que habría de resultar cualquierrespuesta apresurada para la solución de unconflicto de tales dimensiones. Punto que sehace aún más patente en los problemas queevoca su sola mención: del distingo entre afec-to y representación al dualismo cuerpo–mente.Incluso los partidarios de una psicosis unitaria,a los que nos adscribimos acaso porque pensa-mos que sería ingenuo no reconocer en la mili-tancia ideológica una necesidad o un vicio antesque una elección libre y sopesada, tienen porreto consolidar el conjunto nosológico de lapsicosis examinando con atención los límitesque aquí se plantean. A nosotros nos bastarápor ahora, para dibujar esa línea de fractura dela subjetividad, con rescatar de entre los textosfreudianos aquellos que, culminando en “El Yo yel Ello”, ponen sobre la mesa el problema delIdeal, y confrontarlos con algunos de los textosclásicos sobre la psicosis que nos legó la clínicaalemana del siglo pasado. Pretendemos asímostrar una de esas cicatrices que jalonan laaventura de ser hombre y que, bien maquilladapor su carácter universal, sólo se reabre y haceaparente cuando el dolor la muestra en su sin-gularidad.

La divergenciaLa cuestión viene, pues, de antiguo. En lo

que hace a la ciencia psiquiátrica, ya la lecturadel Tratado de Pinel nos regala descripcionesde melancólicos que muy a gusto consideraría-mos hoy en día dentro del grupo de los para-noicos. Pero será su alumno Esquirol quiendivida la polémica categoría de las monomanías

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sensitivo de referencia”. Nos inclinamos a pen-sar que el mismo objeto de estudio a que sededicaron es una de las razones de la fertilidadde estos trabajos. El curso agudo, más o menosbreve, de estas formas clínicas facilitaba la aten-ción a sus aspectos más puramente biográficos.Durante un lapso de dos o tres años se podíaasistir a la psicogénesis de cada caso, a cadadetalle de su decurso si se trataba de pacientesingresados en una clínica mental, y a la finaldisolución del delirio o, en su caso, al éxito detal o cual técnica psicoterapéutica. La hipótesisde una génesis psicológica de la paranoia a par-tir de un conflicto vivencial es un punto en queincluso Kraepelin se mostró de acuerdo conlos teóricos de las formas curables o benignas.Veremos hacia dónde apuntan las descripcionesde este conflicto y si la obra de Freud, que esun tratado sobre las guerras intestinas delalma, nos ayuda a elucidarlo.

Tomemos como primer ejemplo la obra deBleuler Afectividad, sugestibilidad, paranoia. Elsuizo señala al delirio como único síntoma dela paranoia, y explica que éste se produce poruna deformidad del juicio causada de formacatatímica por los afectos. Insiste: por más quela práctica muestre indicios de distimias manía-cas o depresivas al inicio o durante el cuadro,no se trata de un trastorno primario del ánimo.Es más, ni siquiera la desconfianza puede tener-se por un verdadero afecto, y tampoco se pre-senta en todos los casos7. Desde una perspec-tiva asociacionista, enjuicia que apenas hayvivencia que no enlace un afecto y una repre-sentación, y define la suspicacia no como unafecto sino como un “sentimiento intelectual”,un modo especial de conocimiento. La génesisdel delirio se debe a que un pequeño grupo derepresentaciones se han cargado de forma cró-nica de un afecto intenso, merced a determina-da vivencia conflictual. La fuerza de esta cargadeja desatendidas a otras representaciones olas sesga para que se enlacen al complejo pató-geno. De ahí, según Bleuler, el sentimiento deautorreferencia: múltiples percepciones sonrelacionadas de forma errónea con el sujeto de

específico de la paranoia, y la solución aporta-da en su célebre conferencia de 1891: para quese pueda hablar de ésta, debe detectarse elfenómeno de la autorreferencia. En sus pala-bras, el sentimiento de significación personalmórbida.

La virtud de Neisser fue aislar para la para-noia este fenómeno clave, la significación per-sonal, al igual que el genio de De Clérambaultdescribió para el otro polo de las psicosis de larazón, el polo esquizofrénico, el síndrome deautomatismo mental como base de las viven-cias de influencia5. Ambos autores subrayan, sinembargo, la neutralidad afectiva de estos fenó-menos iniciales, vengan o no precedidos devivencias depresivas o de cualquier otra natu-raleza emocional. En efecto, parece que nosseparamos de nuestro propósito inicial paraahondar en la divergencia entre la lesión de losafectos y la enfermedad del pensamiento. Sinembargo, esperamos encontrar en la obra deuna serie de autores que recogen en un puntodeterminado el testigo de Neisser la manera devolver a acercar a esas dos formas de vida quela clínica nos presenta a veces de un modobifronte, cuando no indistinguible. Lo que laexperiencia nos revela emparentado pero elanálisis semiológico separa, quizá sepa reunirlola metapsicología freudiana.

La reuniónSe ha dicho que la corriente más fructífera

en la investigación de la paranoia la constituyenlos trabajos que se oponen al dogma kraepeli-niano de su cronicidad6. Neisser estudió casosde paranoia “aguda”, y toda una serie de auto-res harían lo propio en la Alemania de princi-pios del siglo XX. Friedmann, por ejemplo, quehabla de “formas benignas”. También Bleuler,aunque no acierta a explicar el mecanismo porel que el delirio se disuelve en la tibia calma dela realidad compartida. Y la escuela de Tubinga,con las teorizaciones sobre la paranoia aborti-va de Robert Gaupp y, sobre todo, la obra desu alumno Ernst Kretschmer sobre el “delirio

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depresivo y rasgos psicasténicos, sufren de unconflicto similar al presentado por Bleuler10. Enel caso de Wagner, la culpa insoportable quecomportaba una acusación de bestialismo. Puesbien, los sensitivos de Kretschmer son dignoshijos de estos pesarosos perseguidos. En su obrasobre El delirio sensitivo de referencia, el psiquiatray neurólogo alemán traza tres ejes para la com-prensión del desencadenamiento de este deliriode relación: vivencia, ambiente y carácter. El ini-cio de la clínica de estos delirios, mucho másnítido por abrupto que lo insidioso de los casosclásicos de paranoia, permitía analizar los facto-res implicados en el conflicto original. El carác-ter, por un lado: muy lejos de ser hostiles y sus-picaces por naturaleza, como pretendían lasdoctrinas constitucionalistas sobre la paranoia,estas personalidades sensitivas presentan uncarácter asténico. Son hombres o mujeres inteli-gentes y de fina sensibilidad, de marcada escru-pulosidad ética, aunque no están exentos de una“espina esténica” que se exterioriza en una tími-da pero presente ambición y que marca la vive-za de su reactividad a los acontecimientos exte-riores. Es éste un punto muy importante deldelirio descrito por Kretschmer: tales aconteci-mientos, considerados como parte del ambienteen que vive el delirante, tienen que ver con lacultura, las costumbres y la moral de la época.Los casos típicos que aporta muestran ora amasturbadores que, por culpables, se sientenobservados, ora a solteronas de pequeños pue-blos del ambiente rural que han visto puesta enentredicho su honradez. No nos parece nadasuperflua la atención que dedica a este punto.Puesto el sujeto en alerta, activada la sospecha,lo primero que se torna extraño es, precisa-mente, lo más familiar. Lo que otrora unía yaportaba una identidad, es vivido ahora comopersecutorio. La familia, el barrio o el pueblo sonambientes hostiles y vigilantes. Un hermano o lapropia madre hurgan en sus cajones. En la tele-visión, o en internet, nuevas formas de vínculo yfamiliaridad con lo social, se habla de él.

Volveremos más tarde sobre este extraña-miento de lo familiar y lo cotidiano, de tan

aquella vivencia. Pero, ¿cuál es este conflictoque tiene la virtud de despertar en él senti-mientos tan acusados y estables que le lleven adeformar crónicamente su capacidad de juicio?Para el padre de la esquizofrenia, cuya lecturade la obra de Freud se nos antoja superficial yque no había asistido aún a los escritos freu-dianos sobre el narcisismo8, lo que se sitúa enla raíz del problema paranoico es el enfrenta-miento entre una ambición desmedida porparte del sujeto y la impotencia para llevar acabo sus deseos en una realidad algo más durade lo que quisiera. Los casos que presenta seorientan en ese sentido: partiendo de un con-flicto en que el sujeto vive su propia insuficien-cia, la culpa es proyectada al exterior, apare-ciendo como delirio de persecución, y el yo sealtera de manera reactiva, apareciendo los sen-timientos megalomaníacos. La idea de la pro-yección se puede encontrar ya en los primerosescritos de Freud sobre la paranoia9, pero noagota el problema: proyectar la culpa al exte-rior no lleva necesariamente a la persecución.Aún más, la mayoría de los casos nos muestranque no se acusa al prójimo más que de la pro-pia persecución, y no del entorpecimiento delcamino que ha de llevar al paranoico a deter-minado éxito. Volveremos más adelante sobrela raíz metapsicológica que atribuye Freud a lafenomenología que rodea la autorreferencia.Por ahora baste con señalar el conflicto queBleuler propone como origen de la paranoia:una vivencia de insuficiencia, de vergüenza, deculpa, de impotencia para alcanzar un Ideal queal sujeto parece venirle grande, sea porque eldeseo aspira a más de lo que puede, sea porqueel ambiente no le es favorable. Luego, la pro-yección de esa vivencia, su desaparición en elsujeto y su atribución al otro.

Debemos a Robert Gaupp la presentaciónde uno de los casos más clarificadores del acon-tecimiento vital que supone la paranoia, el delmaestro Wagner, que pasa al acto homicida pre-cisamente para limpiar de la faz de la tierra elideal de una estirpe, la suya, que considera dege-nerada. Los paranoicos de Gaupp, de temple

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nuevo la proximidad psicogenética de ambosfenómenos y abundando con nuevas armas enuna polémica de dos siglos de antigüedad11.

Nos acercamos ya al objetivo de nuestrotrabajo: señalar una fractura en el Yo que consi-deramos, con Freud, universal, y que se haceespecialmente patente en determinados cua-dros patológicos. Pero, como no podía ser deotra forma, una pregunta sin respuesta nopuede hacer sino convocar más y más cuestio-nes. La primera y más fundamental, la del límiteentre la neurosis y la psicosis, si hemos desituar la culpa en un lugar tan central. Dehecho, acabamos de hablar de un autor, Krets-chmer, que admite la “neurosis de referencia”como entidad clínica. Aunque esperamos, másadelante, poder decir desde el psicoanálisis algosobre esta cuestión, no podemos hacer otracosa que detenernos y volver a centrar el pro-blema. Fuera de toda intención de formular unahipótesis etiológica, y más aún de enfrentarnosa los límites entre estructuras, se trata aquísolamente de señalar una línea de división en elYo y definir la postura que adoptan frente a ellael melancólico y el paranoico.

Sin embargo, y si nos hemos adscrito desalida a la tesis de una unidad estructural entreparanoia y esquizofrenia, no podemos conti-nuar sin hacer siquiera un breve comentariosobre este segundo polo de las psicosis de larazón. Y precisamente porque apostamos poresa unidad, no habrá de extrañarnos encontraruna vivencia del tipo de las descritas más arri-ba, o al menos de los sentimientos que des-pierta, al principio del proceso esquizofrénico.Habíamos comenzado con un Bleuler asocia-cionista y concluimos el recorrido con un Con-rad que enfoca el problema desde la psicologíade la forma. Su obra La esquizofrenia incipiente,de 1958, supone una verdadera “tercera vía”para la psiquiatría alemana de la época. Negán-dose tanto a aceptar la incomprensibilidad delproceso, como quiere la psicopatología clásica,como a aportar una interpretación cuajada porla filosofía, que es la propuesta de antropología

“siniestra” reminiscencia freudiana. Atendamos,antes de proseguir, a la vivencia típica que lleva alestallido del delirio y que viene determinada porel carácter y el ambiente descritos. Se trata, paraKretschmer, de una situación de orden ético enque el sujeto se siente preso de un sentimientode “insuficiencia vergonzante”. Situaciones comoel cumplimiento del deber en el trabajo o laobservación de la moral sexual favorecen, pues,la aparición de estos cuadros en personas decarácter sensitivo. De nuevo encontramos senti-mientos de la serie de la vergüenza y la culpa enel origen de delirios paranoicos y de nuevopodemos sentir la vecindad del espectro manía-codepresivo. Si los paranoicos benignos deFriedmann eran sujetos exaltados, la personali-dad descrita por Kretschmer no deja de recor-darnos a los rasgos obsesivos que Karl Abrahamdetectó entre fase y fase en pacientes melancó-licos. Más alejado del psicoanálisis, Tellenbachtraza en su monografía sobre la melancolía unperfil caracterial y unas vivencias desencadenan-tes muy similares. Y la tesis doctoral de JacquesLacan, que se inicia precisamente con un reco-rrido por la historia conceptual de la paranoia,aborda este mismo tema y acaba por presentar,siguiendo los esquemas psicogenéticos de Abra-ham, el caso Aimée como el de una mujer queasesina su Ideal en busca del autocastigo. Peroseñalemos ya que los masturbadores o las solte-ronas de Kretschmer, aun viviéndose culpables,no dejan de considerar su persecución y asediodesmedidos, cuando no carentes de sentido. Sesienten, volveremos a ello más adelante, siempreinocentes.

Este último aserto, por sintético y reduc-cionista que pueda parecer, surge de la inter-pretación de hechos clínicos, y no carece devalidez como hipótesis de trabajo. De hecho,recientes estudios de la psicología cognitiva yexperimental dedican sus esfuerzos a contras-tarlo. Fuentenebro y algunos colaboradores delHospital San Carlos de Madrid llevan largotiempo estudiando en virtud de qué “sesgosatribucionales” el sujeto paranoide evacua laculpa que el depresivo asume, subrayando de

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(Neisser) o conciencia de significación anormal(Jaspers). Y este período, como los siguientes,se coloreará a menudo de la tonalidad con quese inició el proceso: la exaltación o la depresióndel ánimo. Leyendo a Conrad, se nos antoja quepodrían rebajarse en mucho los diagnósticosde trastornos esquizoafectivos.

De “Introducción al Narcisismo”a “El Yo y el Ello”

La obra de Freud es, antes que muchasotras cosas, un ejercicio de desconfianza. Y lalabor del psicoanalista, a veces, la de un para-noico amateur. Sospecha e interpretación secuentan entre sus armas principales, la lecturade la transferencia en sentido autorreferenciales una caricatura del principal mecanismo para-noide, y a ratos parece que las sucesivas frac-turas del sujeto en la teoría son la consecuen-cia de una persecución implacable del geniomaligno cartesiano. Muy a gusto aplicarían susdetractores los rasgos principales de la consti-tución paranoica13 a determinadas figuras de lahistoria del psicoanálisis: sobreestimación de símismo, desconfianza, inadaptación social y fal-sedad de juicio. Y no tendríamos que negarlesparte de razón si no fuese porque la tal false-dad de juicio puede imputársele al psicoanálisissólo desde el paradigma de la ciencia positiva.

Uno de los resultados que el insistenterecurso a la sospecha trajo consigo fue el naci-miento de la llamada primera tópica. Pero suejercicio sistemático tiene algo de repetitivo yde insaciable, como la pulsión, y pronto la pri-mera fractura del sujeto dio paso a varias otras.Se invirtió entonces el interés del problema yse convirtió en enigma justamente el juego defuerzas que hace posible la precaria cohesióndel sujeto, hasta entonces apenas puesta enduda más que en el período romántico. De unade esas fracturas vamos a hablar ahora.

Para que esa unidad, espejismo desde su ini-cio, pueda fraguarse, el niño debe alucinar suomnipotencia allí donde sólo hay sujeción al

fenomenológica, Conrad propone el análisisgestáltico del brote esquizofrénico comoforma de explicar de un modo causal los fenó-menos que en él se presentan. El resultado,obtenido en toda su riqueza por el estudiominucioso de más de cien casos sacados de lasenfermerías de la segunda guerra mundial, esquizá uno de los frescos más logrados sobrelos mecanismos y las vivencias puestas en mar-cha en la esquizofrenia. No renuncia, sin embar-go, a la presentación del caso tipo. Un caso que,por ejemplar, pueda servir de molde a toda laelaboración posterior. Rainer es, para Conrad,lo que Schreber para Freud, Wagner paraGaupp o Aimée para Lacan.

Pues bien: Rainer se enfrenta, en efecto, a uncallejón sin salida. Deseoso de seguir la carrerade oficial, aunque consciente de que ello esimposible porque no acabó el bachillerato, vivecierto tiempo sometido a una especie de pre-sión que viene determinada por la sensación deque se espera mucho de él. Esta tensión vivida vaen aumento y despliega todas las característi-cas de un período que Conrad llamó “trema”,y que va bastante más allá de la perplejidad, dela que muchos lo quieren casi sinónimo. Efecti-vamente, el trema12 incluye esta perplejidad,pero es sobre todo una reacción afectiva a unavivencia de aumento de tensión ligada a un estre-chamiento del campo vivencial. Es la sensaciónde la inminencia de un algo indeterminado quetiene que ver con una culpa vaga, de un acon-tecimiento en el que, de alguna forma, se va aver concernido. Y ante ese acontecimiento“sólo cabe la victoria o la derrota”. Las más delas veces, la tonalidad afectiva de este períodoes la depresiva, la de la derrota, pero no faltanlos casos en que el ánimo se presenta más bieneufórico sin una razón aparente. Volvemos,pues, a encontrarnos con el espectro maniaco-depresivo al inicio de la psicosis. Sólo un pocomás tarde en su evolución, dentro ya de losfenómenos delirantes, del período que Conradllama de “apofanía”, el paciente desarrollará deforma estable el sentimiento de autorreferen-cia, esto es, la ya citada significación personal

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su artículo así: «La frecuente causación de laparanoia por una mortificación del yo; esto es,por la frustración de satisfacción en el campodel ideal de yo, se nos hace así comprensible»14.

Un año más tarde este Ideal, que había ser-vido para explicar algunos fenómenos paranoi-cos, forma parte de la patogénesis propuestapara la melancolía: la pérdida de un objeto pro-fundamente amado, esto es, al que el yo se haidentificado en cierta medida, desata amargosreproches por parte del Ideal, que lo culpa de ladesaparición de aquél. Es la tesis de Duelo ymelancolía, y Freud procede igual que con laqueja del paranoico a la hora de dar una entidadverdaderamente positiva a los dichos del pacien-te: en el autorreproche, el melancólico debetener razón, sólo que no se entiende por qué hade enfermar para darse cuenta. En Psicología delas masas…, Freud acaba de asentar la impor-tancia del Ideal en el origen de los estadosmaniacodepresivos: la manía es la negación de lapérdida y el falso triunfo de la identificación conel ideal, mientras que la melancolía es el ahon-damiento de la herida que lo separa del Yo.

Resulta llamativo que, a medida que elSuperyó va cobrando forma y, casi se diría, vidapropia, pierde peso en la concepción freudianade la paranoia. El Superyó censura, culpa yreprocha, casi de forma autónoma, y quedadentro de las “psiconeurosis narcisistas” en lanosografía freudiana posterior a El yo y el Ello15.Las otras dos entidades, neurosis de transfe-rencia y psicosis (parafrenia y paranoia) sonfruto, respectivamente del conflicto entre el yoy el ello, y entre el yo y la realidad.

La paranoia, decimos, queda del lado de unconflicto con la realidad que a la sazón pocotiene que ver con ella16 y mucho con la viven-cia de lo ajeno y lo propio. Así es para el pro-pio Freud, cuando postula la proyección comosu mecanismo principal y la describe así: “locancelado adentro, retorna desde fuera”17. Ytambién para las escuelas que le sucedieron: lomismo el juego de proyecciones e introyeccio-

cuidado materno. Desde que el hombre dejóde andarse por las ramas y levantó la cabeza ensuelo firme, el tiempo de gestación se redujo yel infante nació prematuro, desasistido, necesi-tado. Narcisismo primario no es ni muchomenos autismo ni autosuficiencia. La identidadha de vérselas desde un principio con esadependencia, y se fragua precisamente en esedifícil compromiso: el del sometimiento a larazón que le precede y que explica el compor-tamiento del otro nutricio y amoroso. Por esohay superyó y culpas tempranas en la teoría deKlein y un sometimiento precoz a la ley enLacan: no porque tales acontecimientos se pue-dan explorar, sino porque el rigor especulativoasí lo exige y determinada mirada clínica con-tribuye a sustentarlo en los fenómenos surgi-dos a posteriori en forma de síntoma.

Y por eso el Freud de Introducción al Narci-sismo se acerca al problema de la identidad y elIdeal desde cuestiones más o menos íntimas ydesasidas del vínculo social como son la psico-sis, la enfermedad orgánica y la hipocondría,pero acaba hablando del amor. En efecto, lanostalgia del narcisismo primario, que fue laperfecta comunión con otro que colmabanuestros deseos, tiene como única forma derecuperar lo perdido la identificación o el espe-jismo de la relación amorosa: tareas condena-das al fracaso puesto que lo perdido es, pordefinición, irrecuperable. Y que, además, siem-bran en el núcleo mismo del yo la posibilidadde enloquecer viviendo ese Ideal como intruso,como sedimento de identificaciones que pue-den ser sentidas como extrañas. Así lo afirmaFreud, que va dando pequeños pasos para laconstitución del Superyó. Por ahora, supone,aunque no nombra, una instancia psíquicaencargada de la vigilancia del sujeto y de medirsu altura frente al Ideal, y que se identifica enlas funciones de la censura y de la concienciamoral. Se hace así más comprensible, dice, el“delirio de observación” de los paranoicos, lasquejas de que alguien conoce los propios pen-samientos, la enunciación de actos… “Estasquejas son justas”, señala Freud, que concluye

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no sólo explicamos su vecindad con la melan-colía, sino que muchas de las descripciones clá-sicas sobre el contenido o el mecanismo de losdelirios cobran para nosotros un nuevo relieve.

Las tres funciones que según Freud detentael Superyó23 (observación, censura y sostén delIdeal) recuerdan vagamente a algunos aspectosde la fenomenología delirante, sólo que talescometidos se atribuyen ahora a algo exterior.La observación se da en el sentirse concernido,en la orientación autorreferencial de la reali-dad. O en la enunciación de actos y la difusióndel pensamiento esquizofrénicos. La censura,toda vez que el sujeto ha ganado su inocenciamerced a esa expulsión, en lo persecutorio, enel castigo, más o menos asintótico y relegado alfuturo, que temen se abata sobre ellos y quedicen no merecer. O, en su versión exaltada, enla afrenta ya sufrida que el reivindicador tratade enmendar querellándose. Las alucinaciones,cabe siempre recordarlo, deben parte de supoder perturbador a que insultan o menosca-ban moralmente al sujeto. “Maricón” o “novales nada” se cuentan entre las más frecuen-tes. Finalmente el sostén del Ideal hace delamante o el perseguidor del enfermo paranoi-co un ser encumbrado, monstruosamenteomnipresente e infinitamente poderoso. Poresa cualidad idealizada, sólo en los momentosde mayor angustia se teme su aparición y, en elcaso de los delirios pasionales, apenas sí se leespera, conformándose muchas veces con elplatonismo de un amor que no pasa de mensa-jes cifrados. De ahí que, por ejemplo, Aimée secontentase con la protección calurosa del Prín-cipe de Gales y en ningún momento soñasecon ninguna prosaica realización carnal.

En cuanto a la megalomanía, nos sumamos ala crítica de Freud: el silogismo de Foville nopuede representar una realidad psíquica, sinouna lógica que impone el observador de acuer-do con su forma de comprender las relacionescausales de este lado de la frontera de la psico-sis. La persecución no lleva al orgullo, sino a laangustia, y no es menos cierto que no es nece-

nes kleinianas que la propuesta de Lacan de laforclusión y el retorno en lo real como meca-nismo principal de la psicosis.

Nos acercamos al objetivo de nuestro artí-culo. Como advertimos, no se trata de hacerdel problema de la culpa (en cuanto transgre-sión de la ley que detenta el Ideal) o de la ver-güenza (como distancia que lo separa de él) elorigen de estas dos psicosis que hemos pro-puesto vecinas. Pretendemos tan sólo señalarque, roto el cristal en el momento del desenca-denamiento, las líneas de fractura muestran a unmelancólico que no renuncia a esa entelequia, aesa voluntad de perfección, y que sufre el ahon-damiento de esa herida en forma de culpamonstruosa. Y que el paranoico, por el contrario,verdadero alienado en el sentido literal de lapalabra, paga su incontrovertible inocenciasufriendo no tanto de lo ajeno, lo intruso, en elsentido de la psicopatología clásica, como de lopropio enajenado y no reconocido.

Los mecanismos que se han propuesto paralos dos polos de la psicosis de la razón, xeno-patía y significación personal18, representan elmismo fenómeno de alienación de lo propio.Séglas lo intuyó en sus célebres “alucinacionespsicomotrices verbales”19: Los enfermos musi-taban aquello que decían oír. Y Lacan20 niega enrotundo que las voces sean “percepciones sinobjeto”, como pretende la definición más clási-ca21. Se trata, pues, en la xenopatía, de la inva-sión del cuerpo por fenómenos de influenciaque pueden leerse como el retorno del YoIdeal, imaginario; y en la significación personal, dela alienación de un Ideal del Yo22 que se mues-tra en principio tan sólo como vigilante, paraadoptar con el curso del delirio la forma delamado o del perseguidor.

Esta forma de ver el problema quizá tansólo sirva para hacer patentes las virtudes queaún conserva la segunda tópica freudiana a lahora de exponer los fenómenos de la clínicadiaria, que no es poco. Tomando en cuenta alIdeal como protagonista del drama paranoico

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y el mundo exterior»25. Efectivamente, la psico-sis es el drama del que elige la inocencia al pre-cio de la alienación y de la soledad. Sólo idénti-co a sí mismo, medida de todas las cosas, debedespojarse de todo lo que huela a otro y secondena irremediablemente a no vivir jamásentre iguales. Si el melancólico se duele a lasombra del objeto, el paranoico hace el duelode sus propias identificaciones, de lo que deajeno pueda haber en él. Es el mundo entero elque se llena de sombras, de intrigas, de inten-ciones. Apasionado de la verdad, no acepta elteatro de la neurosis, y se condena a construirel interminable dique que lo separe de lo quealienó. Observador y observado, hasta su pro-pia imagen en el espejo le resulta inquietante.

Ya Freud había señalado la utilidad de inves-tigar el terreno del narcisismo: acercarse a lapsicosis y al fenómeno de las masas. Pues bien,es precisamente en psicología de las masasdonde bosqueja, casi de forma involuntaria, loscampos en que el paranoico muestra su fraca-so y el alto precio que paga por su inocencia.Concebido en principio como una elucidaciónde la relación entre pares, del vínculo que unea los hombres, el texto acaba siendo un estudiosobre los ideales que lo sustentan. Donde pre-tendía hallar la lógica de las identificaciones delgrupo, Freud se encuentra con la identificaciónvertical del líder en la masa, del terapeuta en lahipnosis y del otro en la relación amorosa. Elparanoico, rechazando el Ideal, es tan incapazde amistad como de fe y de amor, y se con-vierte así en un ser solitario, incrédulo y frío26.Rechazando lo único que pudiera humanizarle,despreciando una fraternidad que se funda enun crimen del cual se sabe inocente, se conde-na al autismo, al delirio y al desamparo.

Noviembre de 2008Contacto:

Francisco Ferrández MéndezCentro Asistencial Dr. VillaciánC/ Orión, 2. 47014 Valladolid.

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saria para la elación. A nosotros nos parece queel paranoico, al alienar su Ideal, se fuerza a cons-truirse uno propio y carente de toda referencia.El delirio megalómano no es sino la consecuen-cia lógica de su soledad: él es la única medida desí mismo y, como tal, siempre cumple con la másalta expectativa de esa identidad autista24.

El precio de la inocenciaLa postura del melancólico y el paranoico

frente a la culpa ha sido llamada, con mayor omenor razón, psicótica, porque se aparta de larealidad. Aunque tal criterio carezca de todovalor desde una perspectiva psicoanalítica, con-tribuye a comprender por qué la psicopatolo-gía clásica arroja de buena gana ambas actitudesal terreno de lo psicótico. A la melancolía, por-que hipertrofiando de forma monstruosa elautorreproche, llega al punto de negarse elderecho a la vida, la posibilidad de redención olos mismos intestinos. A la paranoia, por elsesgo irrefutable que da a la realidad paradefender su inocencia. Incluso la esquizofrenia,se podría decir, solventa el problema de formaaún más radical: desapareciendo como sujeto(atomizándose, disgregándose) y llevándose larealidad a la tumba con él (así se pueden leerlas vivencias del fin del mundo o el autismo).

Se me reprochará que ni culpa ni vergüenzason sentimientos privativos de la psicosis. Aúnmás, se me dirá que, de quererlos típicos, habríaque asignarlos al campo de lo neurótico. Y asíes, en efecto. Siguiendo a Lévi–Strauss, la socie-dad se funda en una prohibición, la del incesto,y siguiendo al Freud de Totem y Tabú, ese vetosólo tiene sentido si le precede un crimen: lamuerte del padre como pecado original. Lapostura frente a éste, inocencia o culpabilidad,será entonces toda una forma de vivir. La nove-la neurótica facilita un lugar en el mundo y fren-te al prójimo al precio de entrar en todo unjuego de identificaciones que consiga salvar elescollo de la culpa. En palabras de George Sim-mel: «La mentira no pertenece a los hombresmás que para forjar el límite entre ellos mismos

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BIBLIOGRAFÍA 1 FREUD, S., Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXXI: Disección de la personalidad psíquica, en Obras Completas, 3ªEd, Madrid, Biblioteca Nueva,

1973, p.3133.

2 Sobre el cambio de paradigma psiquiátrico de una psicosis única a diversas “enfermedades mentales”, véase LANTÉRI–LAURA, G., Ensayos sobre los paradigmasde la psiquiatría moderna, Madrid, Triacastela, 2000. Sobre la importancia de la figura de J.P. Falret en este cambio de paradigma, consúltese, antes que cualquier otro,ÁLVAREZ, JM., La invención de las enfermedades mentales, 2ªEd., Madrid, Gredos, 2008. Un resumido pero muy completo recorrido por la historia de la paranoiase puede encontrar en ÁLVAREZ, JM., De nuevo la paranoia, prólogo de libro ÁLVAREZ, JM. y COLINA, F. (Comps.), Clásicos de la paranoia, Madrid, DOR, 1997.

3 HUERTAS, R., Nosografía y antinosografía en la Psiquiatría del siglo XIX: en torno a la psicosis única, en Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 1999, vol. XIX, n.º 69, pp.63–76.

4 NEISSER, C., Disertación sobre la paranoia desde el punto de vista clínico, en ÁLVAREZ, JM. y COLINA, F. (Comps.), Clásicos de la paranoia, Madrid, DOR, 1997, p.98.

5 ÁLVAREZ, JM., Los fenómenos elementales de la psicosis, en “Estudios sobre la psicosis”, Vigo, AGSM, 2006, pp. 110–118.

6 ÁLVAREZ, JM., De nuevo la paranoia, Op. Cit., p.56.

7 BLEULER, E., Afectividad, sugestibilidad, paranoia, Madrid, Morata, 1969, p.204.

8 La primera edición del texto de Bleuler es de 1906.

9 En concreto en los llamados “Manuscrito H” y “Manuscrito K”, pertenecientes a su correspondencia con Wilhelm Fliess (FREUD, S., Obras Completas, Vol. I,Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 246–253 y 260–269), y también en los textos Las neuropsicosis de defensa y Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis dedefensa (FREUD, S., Obras Completas., Vol. III , Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 41–62 y 157–185), todos ellos anteriores a 1896.

10 Un breve recorrido por los teóricos de la llamada “Escuela de Tubinga”, y en especial por las aportaciones de Robert Gaupp y su alumno Ernst Kretschmer, sepuede encontrar en LACAN, J., De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, Barcelona, RBA, 2006.

11 VÁZQUEZ, C., DÍEZ–ALEGRÍA, C., NIETO–MORENO, M., VALIENTE, C., FUENTENEBRO, F. (2006): Atribuciones causales explícitas e implícitas en el delirio:estudio de su especificidad en delirios paranoides y no paranoides. Revista de Psicopatología y Psicología Clínica. 11 (1), 21–36.

12 “Trema” es un término que Conrad toma del teatro y que hace referencia a la angustia vivida por el actor frente a las luces de candilejas. Comporta, así, tantola perplejidad ante el enigma del resultado como una idea anticipada de él: un éxito (aplauso) o un fracaso (abucheo).

13 Tomamos aquí los rasgos del carácter paranoico descritos por la psiquiatría francesa. Véase GENIL–PERRIN, G., Los paranoicos, en ÁLVAREZ, JM. y COLINA, F.(Comps.), Clásicos de la paranoia, Madrid, DOR, 1997.

14 FREUD, S., Introducción al narcisismo, en Obras Completas, 3ªEd, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p.2033.

15 FREUD, S., Neurosis y psicosis, en Obras Completas, 3ªEd, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p.2744.

16 La referencia a una realidad objetiva es rechazada por Freud como criterio diagnóstico diferencial entre neurosis y psicosis en La pérdida de la realidad en laneurosis y la psicosis, en Obras Completas, 3ªEd, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p.2745–2747.

17 FREUD, S., Manuscrito K, en Obras Completas Vol I, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 260–269.

18 ÁLVAREZ, JM., La certeza como experiencia y como axioma, en “Estudios sobre la psicosis”, Vigo, AGSM, 2006, pp. 171–174.

19 Su descripción de las alucinaciones verbales se puede encontrar en la primera de sus lecciones clínicas en SÉGLAS, J., Leçons cliniques sur les maladies mentaleset nerveuses (Salpêtrière 1887–1894), París, Asselin et Houzeau, 1895.

20 LACAN, J., De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis, en Obras Escogidas, Barcelona, RBA, 2006, pp.513–564.

21 Esquirol…Ball. Ver artículo JMª&F. Estévez

22 La distinción de Lacan entre “Ideal del Yo” en el plano simbólico y “Yo ideal” en el imaginario nos parece aquí útil.

23 FREUD, S., Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXXI: Disección de la personalidad psíquica, en Obras Completas, 3ªEd, Madrid, Biblioteca Nueva,1973, p.3138

24 En palabras de Fernando Colina, “el paranoico se identifica con la ley”. Véase “Paranoia y amistad”, prólogo al citado libro ÁLVAREZ, JM. y COLINA, F.(Comps.), Clásicos de la paranoia, Madrid, DOR, 1997.

25 Simmel, G., “El fabricante de mentiras”, en Imágenes momentáneas, Barcelona, Gedisa, 2007, p.44.

26 Una de las primeras hipótesis de Freud sobre la paranoia se basa en la incapacidad de éste para asumir el reproche, para creer en su veracidad: el paranoico“deniega” esa “creencia”. FREUD, S., Manuscrito K, en Obras Completas, Vol. I, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, pp. 266–268.