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Sin lugar a duda, cuando el alemán-judío Hans Jonas, observa la ética propia de la modernidad, sobre la cual se sustenta nuestra edad contemporánea, lo hace desde el prisma eurocentrico, no escapando por tanto al juicio de los modernos pensadores -como Weber -, que sostienen la superioridad de la civilización occidental sobre cualquier otra, porque fue en ella donde la razón instrumental ilustrada, y la técnica aplicada al conocimiento de los fenómenos naturales –y luego sociales-, alcanzaron racionalización y sistematización en los saberes que hasta entonces se encontraban dispersos, lo que primó no sólo al interior de la actividad económica y científica, sino que permeó al interior de la sociedad como acción y modelo humano –paradigma-, y por tanto, como una nueva ética del hombre, y radicalmente distinta a la de los premodernos.
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HANS JONAS: “EL PRINCIPIO DE LA RESPONSABILIDAD: ENSAYO DE UNA ÉTICA PARA LA CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA”
-Miguel Ángel Pardo B.-
Sin lugar a duda, cuando el alemán-judío Hans Jonas, observa la ética propia de la
modernidad, sobre la cual se sustenta nuestra edad contemporánea, lo hace desde el prisma
eurocentrico, no escapando por tanto al juicio de los modernos pensadores -como Weber1-, que
sostienen la superioridad de la civilización occidental sobre cualquier otra, porque fue en ella donde
la razón instrumental ilustrada, y la técnica aplicada al conocimiento de los fenómenos naturales –y
luego sociales-, alcanzaron racionalización y sistematización en los saberes que hasta entonces se
encontraban dispersos, lo que primó no sólo al interior de la actividad económica y científica, sino
que permeó al interior de la sociedad como acción y modelo humano –paradigma-, y por tanto,
como una nueva ética del hombre, y radicalmente distinta a la de los premodernos.
La naturaleza para los antiguos, se manifestaba como “un todo”, con leyes propias en
equilibrio constante en el tiempo –inmutable-, por ende, de incontrarrestable dominio sobre
cualquier especie vital contenida en ella. La naturaleza, por tanto, sujetó al hombre a la acción
cotidiana de sobrevivencia, quedando sus necesidades vitales restringidas al presente. No obstante,
el hombre, distinto al resto de las especies por su capacidad de abstracción y memoria (la
racionalidad), ideó formas concretas (acciones) de burlar los desafíos y límites con los que la
naturaleza intentaba someterlo.
La técnica, que dio paso a los innumerables artilugios y obras, aparece como mecanismo
interruptor del dominio constante de la naturaleza en el presente humano. Nace así el hombre como
rival, rebelde, utilitario y transformador de la naturaleza. El eterno presente de la naturaleza era
abstraído por el hombre, comenzando a perfilarse la historia de la acumulación del saber, la técnica,
y la memoria en función del mañana. La aspiración humana por el futuro nace, por tanto, como
proyección de la capacidad de memoria, y abstracción de la realidad en pos de la sobrevivencia. Por
ello, los objetos y elementos de la naturaleza son sometidos a control y transformación, así, el
hombre se hace un espacio al interior del todo natural. En ese intento del hombre por escapar del
sometimiento y de los límites que la naturaleza impone, crea un espacio propio en la naturaleza: la
ciudad de los hombres.
1 Max Weber, “Introducción”, en: La Ética Protestante, (Buenos Aires, Argentina: Gradifco, 2004).
1
A la ciudad, el hombre pudo otorgar cierta permanencia con las leyes que para ella ideo y
que se propuso respetar. Por tanto, sólo en la ciudad hay cabida para la ética y el desarrollo de la
moralidad necesaria para el orden social y la creación cultural. Por el contrario, en la naturaleza, la
ética no aparece como necesaria, ella tiene sus propias reglas y equilibrios a las que el mismo ser
humano es sometido, por eso ante ella, al hombre sólo le resta ocupar su inteligencia e ingenio para
obtener ventajas sobre tamaña obra del cosmos2.
El hombre, pese a intervenir la naturaleza no comprometía su existencia como objeto, sino
que sólo se limitaba al empleo de ésta a través de sus capacidades técnicas, a razón de satisfacer sus
“limitadas necesidades”, sin proyectar en ellas objetivos finales a ser alcanzados como humanidad,
pues sólo su interés se abocaba a la satisfacción inmediata del presente.
La acción moral de los premodernos, y sus normas de comportamiento sobre el “eterno”
presente ético, comienza a diluirse en la edad moderna. Si bien en Occidente la acción entre
individuos conservaría los valores propios del humanismo-cristiano, la sociedad no resulta
impermeable ante los actores provenientes del mercado y la ciencia, que guiada por nuevos
conocimientos, métodos, y técnicas al compás de la razón instrumental, incorpora formas diferentes
de entender la relación entre los hombres y la de estos con la naturaleza, sobrepasando así los
límites explicativos del mundo conocido, y por ende, los saberes y costumbres sobre los que se
fundaban la antigua ética, quedando obsoleta en ciertas áreas de la vida, mientras en otras -
fundamentalmente en la vida cotidiana y privada-, se niega a desaparecer.
Más tarde, cuando los dioses son desterrados, surge espontáneamente la cuestión sobre su
reemplazo, qué reemplazar de ellos, y si es “conveniente” reemplazarlos. El Estado, el mercado, la
ciencia, la legalidad, etc., resultan candidatos a llenar el espacio vació como “ordenador del mundo
y dador de sentido”. Mientras la disputa no se resuelve, la costumbre, larvada por la modernidad,
“normaliza” la vida de los hombres y la inmediatez de sus prácticas cotidianas. Más tarde, la fuerza
colonizadora de la modernidad en la vida colectiva, alcanzará la esfera cercana de la relación entre
los hombres, imponiendo a la ética, según Jonas, una dimensión inimaginada, la responsabilidad 3.
2 Hans Jonas recurre al coro de Antígona de Sófocles para explicar aquello, destacando la habilidad del hombre para sortear las dificultades que la naturaleza le impone. Cfr. Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana”. En: El principio de la responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica (Barcelona, España: Herder, 1995) 25-26.3 Una ética de la responsabilidad más cercana a la de Hans Jonas y muy distinta a la weberiana, es la de Franz Hinkelammert, entendida ésta como una postura crítica referida a la destrucción ambiental, social y humana que conllevan los proceso de globalización y modernización neoliberal, comprometiendo por tanto la racionalidad reproductiva del ser humano. Y una ética del bien común, contraria a la experiencia de las relaciones mercantiles totalizantes, que distorsionan la vida humana y por ende violan, el bien común, surgiendo en tal sentido exigencias de la ciudadanía relacionada con dichas distorsiones a través de la resistencia, la intervención y la interpelación. Cfr. Franz Hinkelammert, “Asesinato es suicidio,” 176.
2
No mucho más tarde, lo que parecía infinito, la naturaleza, se vuelve inusitada e irremediablemente
vulnerable ante la modernidad, sus técnicas y tecnologías. El ser humano ahora se convertía en un
factor causal en el amplio sistema de las cosas.
La naturaleza, en cuanto responsabilidad humana, es sin duda algo nuevo sobre lo que la
teoría ética tiene que reflexionar. Jonas cita a Hinkelammert, interrogándose sobre cuál es esta
nueva reflexión para la ética política: ¿Se trata simplemente de la prudencia que nos prohíbe matar
la gallina de los huevos de oro o cortar la rama sobre la que uno está sentado? Pero ¿Quién es ese
“uno” que está en ella sentado y que quizás caiga al vacío? Y ¿Cuál es mi interés en que
permanezca en su lugar o se caiga?4
La ética, entendiendo su origen antropocéntrico, es decir, propio de la convivencia y
actividades surgidas de hombres entre hombres, tiene como fin al ser humano, por tal razón, se
delimita a sí misma, excluyendo por tanto a cualquier especie extrahumana. La naturaleza, que
desde el origen del hombre gozó de un dominio incuestionable sobre toda especie viviente,
imponiendo sus leyes, en un equilibrio permanente con toda creatura viviente y no viviente,
encuentra en el afán ilimitado de progreso del hombre moderno su principal amenaza. Nuestra
actual edad contemporánea, desde 1945 con la detonación de la bomba atómica, reconoce que ha
sobrepasado los límites del aniquilamiento de su propia especie al poseer la capacidad de acabar
con la vida en el planeta5. Ello lleva al autor a preguntarse si será necesario entonces comprehender,
dentro de los límites de la ética, a la misma naturaleza, como una exigencia y responsabilidad
tutelar, moral e irrefutable del ser humano. Tal cuestión riñe con las finalidades de la modernidad,
que asocia los límites éticos con los límites al desarrollo, y por ende, los culpa señalando que son
interruptores del progreso, fallas del sistema que impiden el perfecto funcionamiento del sistema
económico global, como sostiene Hinkelammert6.
Con la globalización del mercado, el tiempo y el espacio se convierten en nuevas
dimensiones a ser arrebatadas a la naturaleza, las que aceleradamente serán dominadas por el
4 Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana,” 33
5 La soberbia con que el ser humano reconoce su propio poder destructivo, sin que ello implique una modificación de su modelo comprensivo de la realidad, y por ende, de una nueva ética, sujeta a la intrínseca e inseparable relación con la naturaleza en todas sus formas, desconoce qué de seguir con los niveles de destrucción al planeta, lo más seguro es que es la Tierra quien primero acabara con el ser humano, más allá de la confianza que este tenga en alguna tecnología aún desconocida, “pero por venir”, que de solución a todos los males que la propia humanidad engendra. En tal sentido, se extraña una mayor presencia de la teoría de sistema en la argumentación a favor de una ética de la responsabilidad, toda vez que el concepto de Geosistema recoge las interrelaciones entre los diferentes subsistemas que comprenden el globo desde una perspectiva de equilibrios necesarios a fin de sustentar la vida en el planeta.6 Cfr. Franz Hinkelammert, “Asesinato es suicidio,” 160.
3
hombre. En tal sentido, la posición antropocéntrica de la ética humana -recluida para los
premodernos a la ciudad-, se lanza desbordante por toda la tierra y hacia todo tiempo posible. La
técnica aplicada encontró en la labor humana colectiva, es decir, en el trabajo racionalizado y
sistematizado, un nicho adecuado para someter a los hombres a la rigurosa ética del mundo laboral,
sin dudar en ver al hombre como una pieza más en la reproducción continua de la producción. En
tal sentido, argumenta la teoría Jonesiana, era difícil que la acción más inmediata de los hombres, es
decir, su espacio sociocultural, no terminase siendo digerido por esta voraz ética de producción de
las necesidades a escala infinita.
Tras la colonización de la ética de la producción a la acción humana, resulta absolutamente
necesaria la invasión de la moralidad en la esfera productiva, labor a la que el Estado debería
sentirse responsablemente obligado a participar, utilizando para ello la política pública. Lo anterior
encontraría razón para el autor, en que toda transformación en la acción humana modifica la esencia
básica de la política, tanto en la forma weberiana de control o dominio de hombres sobre hombres,
como la arendtiana, que sólo encuentra sentido como relación de hombre con el hombre7. Ello
evidencia que las transformaciones de las cosas en la modernidad comprometen la condición del
hombre en las distintas dimensiones a las que es llamado a realizarse, y por tanto, sería
responsabilidad del actor y acción colectiva, formalizada e institucionalizada como Estado, la
encargada de procurar una nueva moral que articule la acción humana responsable8.
El saber se transforma en un problema crucial para la determinación de una nueva ética de
la responsabilidad, y más aún cuando el saber predictivo queda rezagado del saber técnico, que
persiguiendo los fines del mercado y la ciencia, tiene un alcance –por ende unos fines-
desconocidos, rebasando los límites sobre los cuales la ética puede dictaminar.
La predicción del “saber”, superada por la acción del “poder” de la técnica moderna,
sugiere tanto la ilimitada y arriesgada capacidad del hombre para aventurarse al incierto futuro9,
como la irresponsabilidad del mismo al desconocer los efectos de su acción que trasciende el
presente y proyecta mil y un fines hacia futuros desconocidos, pero probables. Inmediatamente, la
Historia se retrae hacia el pasado buscando respuestas que el presente es incapaz de resolver. La
modernidad hace imposible cualquier cavilación que detenga el acelerado sistema de producción y
acumulación, sea de conocimiento o de riqueza material. Lo importante no es el pasado, sino el
7 Hannah Arendt, ¿Qué es la Política?, (Barcelona, España: Paidós, 1997) 31.8 Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana,” 36-37.9 Como la Marcha de los Nibelungos, a las que se refiere Hinkelammert. Cfr. Franz Hinkelammert, “Asesinato es suicidio,”.
4
futuro ¿y el presente? sólo un medio para su consecución. Es por ello que toda forma anterior de
ética, incluso aquellas que presuponían un futuro cierto o ideal (escatológico o utópico10) es
sobrepasada por la incertidumbre que supone el desequilibrio entre “saber” y técnica.
Las nuevas clases y dimensiones de la acción exigen una nueva y ajustada ética de la
previsión y la responsabilidad, tan nueva como las circunstancias presentes y futuras a las que se ve
enfrentada. Más aún hoy, en que no sólo “las cosas” son interrogadas por la ciencia, y
transformadas por la técnica, sino que es el hombre mismo quien es estudiado y transformado en
pos de su particular beneficio futuro. El sujeto pasó a ser objeto, pero un objeto desde la
individualidad del beneficio personal que este puede costear. El futuro le sigue permaneciendo a los
más aptos o competentes –según el discurso de la modernidad-. Los fines del hombre siguen sujetos
a sus necesidades, pero ellas se instalan en un futuro hipotecado desde el presente, del que se cuida
con seguros, vacunas, crédito, etc. La sociedad moderna, por tanto, ha quedado intrínsecamente
ligada a las necesidades, aspiraciones y respuestas a las que el mercado y la ciencia se han
comprometido a ofrecer con fe ciega en el progreso11.
La culminación del poder humano supone por tanto, el sometimiento del hombre a la
ciencia humana, es decir, a la razón instrumental. Surge de tal vínculo la necesidad de una nueva
ética ante una nueva condición humana. Lo anterior, urge la teorización en todas las ciencias
humanas sobre el alcance, los límites y la dirección que el mismo hombre debe dar a su poder.
Hans Jonas, llegando casi al final del capítulo, aborda las encrucijadas y trampas que la
ciencia y la tecnología le tiende al hombre, cuando se refiere a la prolongación de la vida humana y
su posible inmortalidad, el control de la conducta humana como etapa posterior de una cura a las
fallas, o “imperfecciones” de los seres humanos, y que muy ligado se halla, por lo demás, a la
manipulación genética. Paradojalmente, los efectos ulteriores que la ciencia y técnica moderna
podrían engendrar, sólo se reducen como problema de estudio al juicio del especialista
universitario, al novelista, al ensayista, y a la producción del cine y televisión. Por ello, los
problemas éticos -que cada día parecen ser más reales y cercanos a nuestras vidas-, son relegados y
reducidos prácticamente a “temas de ciencia-ficción”12.
10 Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana,” 42-48.11 Cfr. Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana,” 49.12 Hans Jonas, “El carácter modificado de la acción humana,” 49-54.
5
BIBLIOGRAFÍA
- Jonas, Hans. El principio de la responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización tecnológica. Barcelona, España: Herder, 1995.
- Arendt, Hannah. ¿Qué es la Política? Barcelona, España: Paidós, 1997.
- Hinkelammert, El Nihilismo al Desnudo. Santiago de Chile: LOM, 2001.
- Weber, Max. La Ética Protestante. Buenos Aires, Argentina: Gradifco, 2004.
- Weber, Max. La ciencia como profesión. Madrid, España: Espasa Calpe, 2001.
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