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EL PROFETA Y EL CABALLERO. EL JUEGO CON LA PROFECÍA EN LA ELABORACIÓN DEL QUIJOTE. O AUGUSTIN REDONDO UNIVERSIDAD DE LA SORBONNE NOUVELLE-CRES Voltaire, en uno de sus ensayos de 1769, Dios y los hombres, al hablar del cura Jean Meslier y de su conocido libelo postumo Mi testamento, escribía lo siguiente: He leído en el Testamento del célebre cura Meslier que, el explicar así las obras de los que llaman nabíes, profetas entre los judíos, había encontrado toda la historia de don Quijote claramente vaticinada (Voltaire, 1994: 98).' De tal modo y desde hace tiempo, se han encontrado vínculos entre el mundo de los profe- tas y el deslino del caballero manchego, vínculos que se comprenden mejor si se relaciona la elaboración del texto cervantino con las tradiciones proféticas de la España de esa época y con aquellas que, gracias al soporte escrito y a la oralidad, están unidas a la materia de Bretaña. Es pues necesario que examinemos rápidamente esas tradiciones antes de adentrarnos en el texto cervantino. 1. En teoría, la profecía pertenece al campo religioso y al universo de lo divino ya que el profeta se halla directamente inspirado por Dios. Sin embargo, lo sobrenatural se manifies- ta en varios contextos y la misma terminología permite expresar predicciones diferentes, situadas en ámbitos controlados por la Iglesia o en sectores que dependen de un orden dife- rente, conectados por ejemplo con la magia, la astrología y hasta el mundo diabólico, como lo demuestra la gran permeabilidad del vocabulario entre los diversos campos. Sea lo que fuere, la profecía ha existido en todos los tiempos y en todos los países, cobrando frecuentemente un valor fundamental relacionado con problemas de identidad y de poder (Reeves, 1969; Vauchez, 1999; Rusconi, 1999; Drévillon, 1996; Prophètes, 1998; Redondo, 2000). 2 Durante los siglos medievales, las profecías que han corrido han tenido muchas veces origen en los vaticinios de los textos bíblicos y en los comentarios que han suscitado. Se han utilizado de manera preferente las predicciones de Ezequiel, Isaías, Daniel y de San Juan Evangelista. Se refieren sobre todo al famoso milenio de los últimos tiempos, anunciado por los primeros, a esos mil años de felicidad que Cristo y sus seguidores habían de instaurar en la nueva Jerusalén terrestre, al establecer un reino de paz y de justicia, después de una época apocalíptica, la del Anticristo, época de sufrimientos y cataclismos necesarios para castigar y purgar a los hombres, prevista por San Juan (Gimeno Casalduero, 1971: 65-66; Delumeau, 1995: 15 ss.; Cohn, 1983: 13 ss.). El cura Jcan Meslier (1664-1729) fue un sacerdote ejemplar pero dejó un manuscrito titulado Mi testamento, que constituye una sátira violenta contra la religión así como contra las instituciones políticas y sociales. Voltairc editó fragmentos de este texto en 1762 y 1768 y se refiere a él en varios de sus escritos. 2 Sobre todos estos problemas, véanse además, Wcinstcin, 1973; Lubac, 1979-1981; Rohland de Langbchn, 2005. EL QUIJOTE EN BUENOS AIRES. Augustin REDONDO. El profeta y el caballero. El juego con la p...

El profeta y el caballero. El juego con la profecía en la ... · profeta se halla directamente inspirado por Dios. Sin embargo, lo sobrenatural se manifies ta en varios contextos

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E L PROFETA Y EL CABALLERO.

E L JUEGO CON LA PROFECÍA EN LA ELABORACIÓN DEL QUIJOTE.

O

AUGUSTIN R E D O N D O

UNIVERSIDAD DE LA SORBONNE NOUVELLE-CRES

Voltaire, en uno de sus ensayos de 1769, Dios y los hombres, al hablar del cura Jean Mesl ier y de su conocido libelo pos tumo Mi testamento, escribía lo siguiente:

He leído en el Testamento del célebre cura Meslier que, el explicar así las obras de los que llaman nabíes, profetas entre los judíos, había encontrado toda la historia de don Quijote claramente vaticinada (Voltaire, 1994: 98).'

De tal modo y desde hace t iempo, se han encontrado vínculos entre el mundo de los profe­tas y el deslino del caballero manchego, vínculos que se comprenden mejor si se relaciona la elaboración del texto cervantino con las tradiciones proféticas de la España de esa época y con aquellas que, gracias al soporte escrito y a la oralidad, están unidas a la materia de Bretaña.

Es pues necesario que examinemos rápidamente esas tradiciones antes de adentrarnos en el texto cervant ino.

1.

En teoría, la profecía per tenece al campo religioso y al universo de lo divino ya que el profeta se halla d i rec tamente inspirado por Dios. Sin embargo , lo sobrenatural se manif ies­ta en varios contextos y la m i s m a terminología permite expresar predicciones diferentes, s i tuadas en ámbi tos controlados por la Iglesia o en sectores que dependen de un orden dife­rente, conec tados por ejemplo con la magia , la astrología y hasta el m u n d o diaból ico, c o m o lo demues t ra la gran permeabi l idad del vocabular io entre los diversos campos .

Sea lo que fuere, la profecía ha exist ido en todos los t iempos y en todos los países, cobrando frecuentemente un valor fundamental re lacionado con prob lemas de ident idad y de poder (Reeves , 1969; Vauchez, 1999; Rusconi , 1999; Drévi l lon, 1996; Prophètes, 1998; Redondo , 2 0 0 0 ) . 2

Durante los siglos medievales , las profecías que han corrido han tenido muchas veces origen en los vaticinios de los textos bíblicos y en los comentar ios que han susci tado. Se han util izado de manera preferente las predicciones de Ezequiel , Isaías, Daniel y de San Juan Evangelista. Se refieren sobre todo al famoso milenio de los úl t imos t iempos, anunciado por los pr imeros , a esos mil años de felicidad que Cristo y sus seguidores habían de instaurar en la nueva Jerusalén terrestre, al establecer un reino de paz y de just icia, después de una época apocalíptica, la del Anticristo, época de sufrimientos y catacl ismos necesarios para castigar y purgar a los hombres , prevista por San Juan (Gimeno Casalduero, 1971: 65-66; De lumeau , 1995: 15 ss.; Cohn, 1983: 13 ss.).

El cura Jcan Meslier (1664-1729) fue un sacerdote ejemplar pero dejó un manuscrito titulado Mi testamento, que constituye una sátira violenta contra la religión así como contra las instituciones políticas y sociales. Voltairc editó fragmentos de este texto en 1762 y 1768 y se refiere a él en varios de sus escritos. 2 Sobre todos estos problemas, véanse además, Wcinstcin, 1973; Lubac, 1979-1981; Rohland de Langbchn, 2005.

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Este temor y esta esperanza han de servir de trasfondo a muchas de las profecías que apa­rezcan poster iormente .

Paralelamente, apoyándose además en la tradición latina, en los escritos de Prudencio y otros, recuperados por San Agust ín y San Gregorio , en particular, se anticipa la l legada de un príncipe nuevo que ha de hacer triunfar al cristianismo en todo el Orbe, anunciando de este modo la fase precedentemente evocada (Gimeno Casalduero, 1971: 66-72; Delumeau, 1995: 73 ss.; Cohn, 1983: 92 ss.). Este soberano regenerador, "mesiánico", rey o emperador de "los últimos días", ha sido identificado con varios soberanos históricos, los cuales, sin embargo, y en varios casos, han invertido su trayectoria, según la coyuntura o los núcleos sociales consi­derados, llegando a ser figuras del Anticristo (Delumeau, 1995:72-80; Cohn, 1983: 113-132). 3

N o obstante, esos príncipes salvadores, "mes ián icos" han podido aparecer como verda­deros "reyes encubier tos" que habían desaparecido y habían de volver, de resucitar en el momen to opor tuno, directamente o por mediación de uno de sus descendientes desconocido, después de una época de tr ibulaciones, para hacer triunfar la justicia, la paz y la felicidad, aún antes de los últ imos t iempos (Bercé, 1995; Milhou, 1982; Durán-Requesens , 1997; Pérez-García-Catalá Sanz, 2000) . El caso más conocido, tal vez, es el del rey don Sebastián de Portugal desaparecido en 1578, en la batalla de Alcazarquivir , cuyo regreso se ha señala­do varias veces (Azevedo, 1984; Bercé, 1995: 17-81 ) . 4

España no ha quedado al margen de esas corrientes proféticas que se han desarrol lado de varias formas.

Lo que l lama la atención es que, desde la época de los Reyes Católicos a la de la expul­sión de los moriscos , en los pr imeros años del siglo XVII , se asiste en los reinos hispanos a un pulular de profecías.

Estas se insertan en el esquema general evocado rápidamente pero t ienen part icularida­des propiamente hispánicas. Cobran visos escatológicos, milenaristas y mes iánicos , que deben m u c h o a San Isidoro (o mejor dicho al seudo San Isidoro) y a su evocación de la des­trucción de España y de la restauración futura de esta, en relación con la invasión árabe y con la Reconquista , pero as imismo son deudoras de la tradición franciscana - e spec ia lmen te catalano-aragonesa, influenciada por los vaticinios de Joachim de F i o r e - y de a lgunos ele­mentos v inculados al profet ismo musu lmán (Milhou, 2000) . Se han de encarnar en los Reyes Catól icos y más precisamente en Fernando de Aragón, visto como el "e leg ido" , el Restaurador, después de la pérdida de Granada por los moros (Milhou, 1992) y posterior­mente en algunos de sus descendientes . De ahí el gran proyecto de la nueva cruzada y de la reconquista de la Casa Santa de Jerusalén, así como el deseo de extender el cr is t ianismo por las tierras musu lmanas y por las nuevas tierras descubiertas en Amér ica (Maraval l , 1952; Milhou, 1983 y 1985; Phelan, 1972; Batail lon, 1959). Estas visiones escatológicas han de transmitirse a Carlos V en quien los erasmistas han visto al emperador mesiánico (Batai l lon, 1966: 226 ss.; Sánchez Montes , 1951: 42 ss.; Maravall , 1960; Redondo, 1985) y algo seme­

jante ha ocurrido, en ciertos momentos , con sus sucesores (Cueto Ruiz, 1982).

3 Se trata en particular, en el siglo XIII, del caso del emperador Federico II, nieto de Federico I Barbaroja. Sobre el tema en general, cf. Rccvcs, 1969: 3 ("Antichrist and lost world Empcror"). 4 Sobre otros casos, en particular en el reino de Valencia, cf. también Durán-Rcqucscns, 1997; Pérez García-Catalá Sanz, 2000.

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No obstante, ese fervor profético se halla fortalecido, a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII , por la situación de crisis que conoce la Península Ibérica. El rey ya no apa­rece como soberano regenerador. No está lejos de convertirse en todo lo contrario y no puede sino ocasionar la pérdida de España. Es lo que ha vaticinado, por ejemplo, la célebre visio­naria Lucrecia de León, en sus sueños proféticos de 1588, cuando la expedición contra Inglaterra de la "Armada Invencible", y ello en relación con la pérdida apocalíptica de los reinos españoles , a la muerte del rey y a la desaparición de la dinastía reinante (Kagan, 1991) . 5 Algo parecido pasa en época de Felipe III (Aguilar-Adan, 2 0 0 0 ) . 6

En esos mi smos años, frente al sentimiento ant i -morisco que va ganando terreno, es cuando se descubren los famosos p lomos del Sacromonte de Granada, "falsificación de la Histor ia" ideada por unos moriscos para intentar salvar a su comunidad y a su identidad, echando puentes entre su cultura y la cristiana (Godoy Alcántara, 1968; Hagerty, 1998; Alonso , 1979; Caro Baroja, 1992; Jauralde Pou, 2000; Delpech, 1998).

Lo que nos interesa en este trabajo es que entre los escombros de la Torre Turpiana que se iba derr ibando, al construirse la catedral granadina, apareció una caja de p lomo. En ella, entre varios objetos había unas reliquias y un pergamino escrito en árabe, en castel lano y en latín. El texto árabe encerraba las Profecías de San Juan Evangelista, acerca de la destruc­ción de las gentes con la llegada del Anticristo, anuncio de numerosos sufrimientos (males , pestes , muer tes , etc.), todo ello firmado por San Cecil io, el pr imer obispo de Granada, en épocas ant iguas.

Hubo otros hallazgos de "p lomos" escritos en árabe y de "reliquias". Como es sabido, todo esto ocasionó un gran debate entre varios humanistas que hablaban de falsificaciones y la mayoría de los hombres de Iglesia, encabezados por el arzobispo de Granada, quienes autenti­ficaban los descubrimientos. Este debate duró bastante t iempo pero aquí no hace al caso.

Lo que queremos resaltar es que en el mi smo momen to histórico las profecías salen por doquier, en sectores diferentes, pero todas conducen a poner en tela de ju ic io la situación de España y se espera a un procer "e leg ido" que pueda regenerar al país, según la conocida orientación del profetismo.

As imismo, la literatura caballeresca, tan impregnada de la mater ia de Bretaña (Alvar, 1991a), ha difundido una serie de discursos proféticos, entre los cuales destacan los del céle­bre sabio, encantador y nigromante Merlín. Este ha venido a ser el profeta por excelencia.

El pr imero que lo introduce en una obra -u t i l i zando posiblemente tradiciones folklóri­c a s - es el prelado gales Geoffrey de Monmouth quien acaba en 1135 su Historia Regum

5 Para los textos de los sueños proféticos de Lucrecia de León y de sus procesos, cf. Sueños, 1987. - El caso de Lucrecia no fue el único como puede verse en el estudio de Kagan, 1991 (piénsese, por ejemplo, en Miguel de Picdrola, tan radical como la visionaria). Véase también Bcltrán de Hcrcdia, 1947. Recuérdese que, con vistas a con­trarrestar esos vaticinios negativos muy frecuentes antes y después del fracaso de la "Armada Invencible", en 1588, Juan de Horozco y Covarrubias, para respaldar la autoridad real y la de la Iglesia, no vaciló en publicar su Tratado de ta verdadera y falsa prophecía. 6 Cabrera de Córdoba, por ejemplo, con fecha 6 de junio de 1609, recoge la profecía de un cura de Arjona: "dice que el Espítritu Santo le había revelado que España se había de perder muy presto..." (Cabrera de Córdoba, 1997, 371). Este tipo de predicción se multiplica en los últimos años de Felipe III, cuando los problemas se acumulan, tanto dentro como fuera del reino y parece que se está llegando al final de la monarquía y a los últimos tiempos. Novoa (XL-XLI: 326) relaciona los pronósticos con el paso del cometa de 1618, habla de fracasos y desdichas, y añade: "...pronosticáronse muertes de príncipes en toda Europa, mudanzas de gobiernos y prevenciones de armas que vimos en breves días". Acerca de la muerte anunciada del soberano español, Aguilar-Adan, 2000.

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Britanniae, fuente de las leyendas artúricas. En este texto salen a relucir las profecías de Merlín, y el personaje surge en el relato, en varias ocasiones. Estas profecías fueron muy conocidas , porque circularon también de manera independiente, tanto más cuanto que el mi smo autor escribió unos doce años después una Vita Merlini en que vuelven a aparecer los vaticinios del encantador, así como otras actuaciones suyas (Zumthor, 2000; Faral, 1969, II: 39-67) . El texto del gales Geoffrey ha de utilizarlo el francés Roberto de Burón aunque éste conduzca su obra hacia una cristianización acentuada que desemboca en el tema y la búsque­da del Grial (Zumthor, 2000: 115 ss.; Alvar, 1991b).

A través de los autores galeses y franceses que han de servirse de esta mater ia aparecen algunos rasgos del personaje de Merlín y unas cuantas características de sus profecías (Zumthor, 2000: 29 ss.).

Merlín es hijo de una virgen y de un demonio íncubo - c o m o ha de decirlo su propia madre - , alcanzando de tal modo una ciencia amplia y diabólica, así como un don augural, pero también puede poner sus dotes al servicio de Dios, y entonces viene a ser la voz del Cielo.

El m a g o desempeña un papel fundamental dado que profetiza y hace posible el nac imien­to y la formación del rey Arturo, el "e legido" , el salvador; el que consigue crear un mundo de paz, just icia y armonía; le asiste con sus consejos, permite la fundación de la Tabla Redonda, el más alto s ímbolo de la caballería, predice el descubrimiento del vaso sagrado por uno de los pares , etc. También vaticina que, después de varias catástrofes, con tonalida­des apocalípt icas, y la desaparición de Arturo, ha de venir un t iempo de felicidad, con la lle­gada de un príncipe "regenerador" , que para algunos no podía ser sino Arturo redivivo, lo que ha de permit ir la reconstrucción de la Tabla Redonda y la recreación de ese m u n d o pací­fico y armónico perdido.

Por lo demás , las profecías merl inianas remiten tanto a los textos sibilinos muy difundi­d o s 7 como a los libros bíblicos proféticos que hemos señalado, y a otros como los de San Agustín. Desde este punto de vista, estas profecías entroncan con las que hemos visto ya. Pero, al m i s m o t iempo, tienen algunas especificidades que se van a encontrar en su descen­dencia: un profet ismo lo suficientemente obscuro como para que pueda recuperarse en otros contextos, un s imbol ismo no siempre fácil de descifrar que utiliza un bestiario bastante amplio, en particular con la figura del león, etc. Estos vaticinios van a tener gran resonancia en Italia, en particular a través de las famosas Profecías de Merlín, oráculos joaquini tas com­puestos por un fraile franciscano italiano hacia 1273, los cuales también van a penetrar en la Península Ibérica. Directa o indirectamente, el ciclo merl iniano no deja de influenciar la lite­ratura española. Piénsese en las adaptaciones castellanas de textos artúricos que se impr imen en España: El Baladro del Sabio Merlín, publ icado en 1498, reedi tado luego con varias modificaciones en 1535, el Merlín y la demanda del Santo Grial, que salió de las prensas bajo este título, según parece, en 1500, y por fin el Tristón de Leonís que vio la luz en 1501 (Enwist le , 1942; Lida de Malkiel , 1966) . 8

' Más allá ele las sibilas clásicas, como la de Cuma, se trata de las llamadas sibilas "cristianas", siendo la más antigua la famosa Tiburtina cuyos oráculos se remontan al siglo IV y anuncian la llegada de un rey mesiánico, después de muchos cataclismos, antes de la fase final con el Anticristo y luego la aprición de Cristo. Véase La fin des temps, 1982: 47 ss.; J. Dclumcau, 1995: 33 ss. De manera más general, cf. Chirassi-Scppili, 1999; Bouquct-Morzadcc. 2004. 8 La edición de 1500 de Merlín y la demanda del Santo Grial sólo se conoce por una referencia de Nicolás Antonio. Lo cierto es que hubo una edición de 1515 y dos de 1535, con el título simplificado: Demanda del Santo Grial

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Lo que importa es que las profecías de Merlín se han util izado en una perspect iva mesiá-nica desde la época de Alfonso X hasta la de los Reyes Catól icos, en diversos textos - c r ó n i ­cas, poemas , historias como El Baladro (Roubaud, 2000; Rousseau, 2 0 0 0 ) - , para afianzar o legit imar la monarquía y dar mayor alcance a la gesta de la Reconquista , s iendo el ciclo mer-liniano de los reinos de Castilla y León el que está relacionado de manera predilecta con el rey, visto c o m o león de España o leo hispanas, tal como figura por pr imera vez en el Poema de Alfonso XI, de 1348 (Catalán, 1953: 60-70). Todavía en 1604, en su Historia del Emperador Carlos V, fray Prudencio de Sandoval , al referirse a la época de disturbios que corresponde a los pr imeros años del reinado del joven soberano, con las Comunidades de Castil la y las Gemianías de Valencia, no deja de aludir a las diversas profecías que corrie­ron por esos años sobre la destrucción de España, por obra de un monarca l lamado Carlos , y entre estos vaticinios están los que se atribuyen a Merlín (Sandoval , 1955, I: 259b-260a) .

Queda claro que la mayoría de los españoles no habían visto entonces en Carlos V al príncipe "e leg ido" regenerador, mesiánico, sino todo lo contrario (a diferencia de lo que pasaba con los erasmistas , como ya lo hemos indicado). De ahí que haya podido surgir el "encuber t i smo" en ese momen to histórico.

Lo que nos interesa subrayar, sobre todo, es que el profetismo merliniano sigue presente a principios del siglo XVII, en particular gracias a la oralidad, y se utiliza en un sentido positivo o negativo, según las circunstancias. Verdad es que, a lo largo de la Edad Media, le han atri­buido a Merlín las profecías que se han forjado acerca de los acontecimientos importantes.

El Quijote nace en un momen to de crisis, de preocupaciones acerca del presente y del futuro de España.

N o es pues extraño que el trasfondo profético evocado y la tradición merl iniana hayan dejado sus huellas en el texto cervantino, que se va const ruyendo en parte en relación con ellos, aunque , como s iempre, Cervantes desvíe esta materia, j uegue con ella y la reelabore, sin dejar de plantear unos cuantos problemas fundamentales. Es lo que vamos a ver ahora, empezando por la pr imera parte de la obra.

2 .

Desde el principio del libro, don Quijote se crea a sí m i s m o y crea a su m u n d o , c o m o si este acto demiúrgico correspondiera a un destino excepcional , como si fuera uno de esos "e leg idos" a los cuales se refieren las tradiciones milenaristas y mesiánicas así c o m o las pro­fecías merl inianas . Es como si, para ello, tuviera que cambiar comple tamente de ser, enaje­narse y renacer de nuevo para alcanzar el estatus singular que ha de ser el suyo.

El Manchego es muy parecido a uno de esos personajes desconocidos , cuya aparición han previsto los oráculos para clausurar la época de catacl ismos que se está viviendo. Ese "encubie r to" se atr ibuye un nombre nuevo, para marcar la ruptura que supone su l legada y la acción que ha de llevar a cabo, regeneradora, sa lvadora . 9

N o olv idemos que la historia del caballero es reciente, como dice el narrador. Y en la rea­lidad histórica de la España contemporánea , los últ imos años del siglo XVI han sido catas­tróficos: cosechas muy deficitarias, hambre por doquier, epidemias de pestes , poblaciones d iezmadas por la muer te , bancarrotas múltiples (1575, 1597, 1607) y quiebra de bancos

J Esto aparece tanto en el caso de los diversos "encubiertos" de las épocas de las Germanías, como en el del sebas-lianismo primitivo (Durán-Rcqucscns, 1997; Bcrcé, 1995: 40 ss.).

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(Redondo, 1998: 57-60). C o m o símbolo de esta caída de España interviene el fracaso de la "Armada Invencible" que tuvo gran repercusión (Redondo, 2005b) . Los procuradores a Cortes hablan de una situación catastrófica y temen que "el Reino venga del todo a acabar­se y consumirse" (Actas de las Cortes, XV: 65 ; Alemán, 1983: 257). Al mi smo t iempo, se desmoronan los valores que exter ionnente se s iguen af irmando, provocando un grave dete­rioro moral y compor tamientos degradados.

Esta conciencia de crisis, ya evocada, gana terreno a finales del reinado de Felipe II y principios del de Felipe III, aún cuando la Corte , en los pr imeros años del siglo XVII , se enfrasca en una serie de diversiones y mascaradas como para olvidar circunstancias tan trá­gicas. Es entonces cuando los arbitristas emprenden una aguda y angustiada reflexión acer­ca de la caída del reino y de la necesidad de su "res tauración" (Vtlar, 1973; Hermann , 1989) mientras se multiplican las profecías y un Miguel de Piedrola, por ejemplo, que pre tende descender de los antiguos reyes de Navarra, recorre las calles de Madrid, en 1587, vaticinan­do la "destrucción de España" y presentándose como el "e leg ido" para suceder a Fel ipe II después de la muerte de éste, poder negociar la paz con Flandes y restaurar el reino, pero la Inquisición le cortará rápidamente el vuelo (Kagan, 1991: 116-122).

Don Quijote experimenta una profunda insatisfacción acerca de la época en la que le ha tocado vivir. A ésta la califica de "edad de h ie r ro" en dos ocasiones (I, 11, 155; 1, 20, 2 3 8 ) . 1 0

Utiliza de tal m o d o la terminología que corresponde a las diversas edades del m u n d o según los clásicos, siendo la de hierro la peor y la últ ima, esa en que la naturaleza suministra pocos frutos y el hombre es mal í s imo (Neyton, 1984) . ' 1 En efecto, dice el caballero, ahora reina el engaño, la malicia, la injusticia (I, 11, 156-157). Por ello tiene una nítida conciencia de su misión: él es el "e leg ido" o, como dirá poster iormente , el " l lamado y escog ido" (I, 46 , 550), pues también sale a las aventuras para "el servicio de su república", como se dice desde el principio (I, 1, 75). De ahí la acción que le incumbe, por decisión del Cielo (alusión velada a las ant iguas profecías): restablecer ese reino de just icia y de felicidad vat icinado por las diversas corrientes proféticas que hemos examinado . El mi smo lo expresa a las claras:

Yo nací por querer del cielo, en nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia...". (I, 20, 2 3 8 ) ' 2

Esta exaltación enfática, subrayada por la repetición del "yo" , del "yo soy" y por el empleo del p ronombre "aque l" es part icularmente significativa. No sólo evoca la literatura artúrica y la tradición merliniana, con esa resurrección de la Tabla Redonda, sino que al mismo t iempo dibuja un programa: el de restaurar, resucitar la Edad de Oro o sea ese paraíso

l u Como en nuestros irabajos anteriores sobre el Quijote, utilizamos la cd. de Luis Andrés Murillo

' ' Recuérdese que las cuatro edades del mundo ideadas por los Antiguos eran la de oro, la de plata, la de bronce y la de hierro; es lo que indica Pedro Mcxía con referencia a Ovidio: "Como dizen que yva creciendo la malicia de los hombres, asi yva menguando la excelencia del metal a que les comparan" (Mcxía, 1989-1990, 1: 397). Por lo demás, esta división y la terminología correspondiente se han utilizado muchas veces en el Siglo de Oro.

' 2 Acerca de la aventura "guardada", coni referencia a los héroes de Chréticn dcTroycs, véase Urbina, 1990: 171-176.

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terrenal, anterior a toda c o r r u p c i ó n . 1 3 De ahí la exaltación tan sentida de dicha edad frente a los cabreros (1, 11, 155-157).

En su discurso recupera la oposición que hemos puesto de relieve "destrucción/restaura­c ión" bajo la forma clásica: "edad de hierro/edad de oro" . A su m o d o , don Quijote también es un "restaurador" , dentro de una perspect iva "milenaris ta", restaurador de ese paraíso per­dido, de un m u n d o auroral y perfecto antes de que la historia lo envileciera (Eliade, 1969: 221). Discurso utópico, por cierto, pero como lo es todo discurso "mi l ena r i s t a " . 1 4

Sin embargo , más allá de la tradición clásica sobre el tema de la "Edad de Oro" , ¿estará Cervantes parodiando casos como el de Miguel de Piedrola, pero pensando, sin embargo , en la si tuación de España, pues no se olvide que don Quijote emprende su gesta con los ojos puestos en "el servicio de su repúbl ica" (I, 1, 75)?

De todas formas, al Manchego, su estrella, la de su destino - n o olvidemos el poder de los astros en el Siglo de O r o - le guía, al principio de su primera salida, a la venta-castillo (I, 3, 8 2 ) 1 5 donde ha de ser armado caballero de manera tan burlesca (Redondo, 1998: 293-305). Consciente entonces de su nuevo estatus y del cometido que ha de ser el suyo, no puede con­cebir la restauración que le incumbe sino gracias primero a la de la caballería andante, en con­formidad con lo que había profetizado Merlín. Para don Quijote, las dos cosas han de ir juntas.

De ahí que el "human i smo de las a rmas" del cual se hablara (Maraval l , 1948) no sea sino el que corresponde a uno de esos caballeros de la Tabla Redonda y, por qué no, al mejor de ellos. De ahí también que don Quijote se refiera con admiración al rey Arturo y a los caba­lleros de esa célebre mesa (I, 13, 169-170), mientras evoca el tema de la vuelta esperada y profetizada del soberano de Bretaña (Cassard, 1989), de ese restaurador, según un esquema que conocemos ya:

...este rey no murió, sino que por arte de encantamiento se convirtió en cuervo y, andan­do los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro (I, 13, 170) 1 6

No es pues extraño que don Quijote quiera imitar a esos caballeros y más directamente a sus sucesores españoles , en particular a Amadís de G a u l a , 1 7 el "progeni tor" y el mejor de ellos. Su recorr ido ha de ser as imismo el de un acendramiento personal para estar a la altu­ra de las circunstancias. En el capítulo 50 de la I a parte, el M a n c h e g o debate con el canóni­go acerca de los libros de caballerías y evoca bri l lantemente la aventura del Lago Hirviente que mucho debe a la mater ia de Bretaña y a los relatos caballerescos españoles posteriores, así c o m o a las narraciones diversas en que se refiere el viaje al Otro M u n d o (I, 50, 584-586) (Lida de Malkiel , 1966; Patch, 1956). Y al acabar su evocación, añade unas palabras muy

-3 Sobre el tema de la Edad de Oro, tan importante desde Hcsíodo y Virgilio, y tan trillado en los siglos XVI y XVII, véase Lcvin, 1972. 1 4 La bibliografía sobre la utopía, tema tan importante desde Tomás Moro en adelante, es abundante. (Ruyer, 1950; Les utopies, 1963; Ciorancscu, 1972; Trousson, 1979). Sobre este tema en el texto cervantino, cf. Maravall, 1976. Acerca de las relaciones entre la utopía, la Edad de Oro y el reino de Arturo en el Quijote, véase, desde otra pers­pectiva que la nuestra, Endrcss, 2000: 39 ss. 1 5 Nótese que como si tratara de guiñarle el ojo al lector, el autor remite al tópico de la estrella que guiaba a los pastores y a los Reyes Magos al portal de Belén. Pero, ¿no fue Cristo el redentor, el restaurador? 1 6 Acerca de la transformación de Arturo en cuervo, cf. el documentado y explícito estudio de Dclpcch, 2002. 17

Acerca de las relaciones entre los textos artúricos (a través de las adaptaciones españolas) y la narrativa caballe­resca, en particular el Amadís de Caula, véase Cuesta Torre, 1997

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reveladoras ya que ponen de relieve hasta qué punto está penetrado de la excelencia caballe­resca que ha a lcanzado, pero as imismo del punto de llegada de su gesta restauradora:

De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisio­nes, de encantos y [...] pienso, [...] favoreciéndome el Cielo y no me siendo contraria la fortuna, en pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda mostrar el agradeci­miento y liberalidad que mi pecho encierra (I, 50, 586).

Por ello, como en el caso de los diversos encubiertos, ha de manifestarse su relación con una estirpe real escondida, lo que además le equipara con los héroes de la literatura artúrica y de los libros de caballerías. Los encubiertos valencianos decían descender de los Reyes Católicos, los portugueses del rey don Sebastián (o ser el mismo soberano) , Miguel de Piedrola afirmaba tener por antepasados a los reyes de Navarra. Paralelamente, en una de sus charlas con Sancho, el Manchego no vacila en indicarle:

...podría ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi paren­tela que me hallase quinto o sesto nieto de rey (I, 21, 262).

Don Quijote ya puede asumir plenamente su misión restauradora y escuchar las profecí­as relacionadas con su destino. Es lo que va a ocurrir en el episodio de la pr incesa Micomicona , que no es sino Dorotea disfrazada (Redondo , 1998: 364 ss.).

Recuérdese que dicha princesa, heredera del reino Micomtcón, viene a pedirle ayuda al héroe porque un malvado gigante, Pandai i lando de la Fosca Vista, le quiere quitar el reino. Pero el padre de la doncella, el rey Tinacrio el Sabidor, un gran mago , ha profetizado antes de morir que un famoso caballero andante español , l lamado don Azote o don Gigote, "mar­cado" con un lunar peloso, había de ser el remedio de sus males ( I , 30, 373-374) . Se trata de un episodio part icularmente burlesco, pero don Quijote no puede sino tomarlo muy en serio.

En su Genealogía de los dioses paganos, Boccaccio , apoyándose en la autoridad de Solino, escribe que Sículo o Trinacrio (los dos remiten al nombre de la isla de Sicilia, al moderno y al antiguo) fue hijo de Neptuno, reinó sobre esa isla y enseñó muchas cosas a los hombres incultos, s iendo pues un sabio (Boccaccio , 1983: 6 2 1 ) . 1 8 También dice Boccaccio , util izando varias fuentes antiguas, que el cíclope Polifemo fue otro de los hijos de Neptuno, aunque de madre diferente, que " tuvo un único ojo y que fue un hombre de enorme estatu­ra, que cuidaba un gran rebaño en los bosques de Sicil ia" (Boccaccio, 1983: 588). Acerca de Polifemo, tan conocido por la Odisea y por la obra gongorina, añade el italiano que vino desde Cerdeña (donde vivía su madre , hija del rey de esa isla) a Sicilia (Boccaccio , 1983: 589). Nótese que el autor de la Genealogía a lude al episodio de Ulises y Polifemo, indican­do que este úl t imo, al verse burlado por el griego, se hubiera referido al vaticinio de otro cíclope sobre el particular (Boccaccio , 1983: 589).

Cervantes ha t ransformado a Trinacrio el Sabio en Tinacrio el Sabidor (es de suponer que su reino será también una isla, tal vez la de Sicilia) y al cíclope Polifemo, el del único ojo, en el gigante de la Fosca Vista, de vista perturbada como aquél, y tan malo como él. Y si bien Polifemo está enamorado de la blanca ninfa Galatea, el otro j ayán lo está de la pr incesa

Solino, geógrafo latino del siglo III después de Cristo, en su Polyhistor. o, según el título dado por Boccacio, Sobre los maravillas del mundo, utilizó diversos materiales, especialmente los que le suministraba el libro VII de la Historia natural de Plinio.

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Micomicona , la burlesca moza dos veces mona , la cual debe tal vez su nombre a una extra­ña relación de suceso, publ icada hacia 1600, acerca de un "niño m o n o " , verdadero monst ruo nacido en Sicilia, en la ciudad de Mesina, fruto de los amores de una m o z a y de un m i c o . 1 9

Por otra parte, el tema del vaticinio conduce al de la profecía enunciada por el padre de la princesa, no sólo sabio sino mago , como Merlín, el de las islas de Bretaña.

La profecía le comunica verdaderamente a don Quijote su dimensión- de héroe "elegido", salvador, restaurador. Pero además, ha de estar "marcado", como vamos a verlo, a modo de buen "encubierto", para alcanzar la corona del reino, después de haberse casado con la princesa.

En efecto, el "e l eg ido" ha de tener, según el vaticinio de Tinacrio, una marca de naci­miento , c o m o en el caso de diversos caballeros de sangre real en la l i teratura cabal leresca (por e jemplo, Amadís de Grecia y Esplandián) y también de varios héroes de cuentos folkló­r i c o s . 2 0 De tal m o d o , la marca se transforma en signo identificador de un destino excepcio­nal y profet izado, unido a la realeza.

Resulta muy significativo que, más allá del aspecto físico, sean marcas de este tipo las que haya utilizado alguno de los encubiertos portugueses para demostrar que era el rey don Sebastián. 2 1

En el texto cervantino se trata de "un lunar pardo con ciertos cabellos a modo de cerda" que ha de estar en el lado izquierdo, debajo del hombro izquierdo (I, 30, 374). Esta señal hace pen­sar en la que ostentaba, de manera parecida, el infante don Fernando, hijo de Alfonso el Sabio, de quien se afirmaba que descendía el linaje de La Cerda (Covarrubias, 1943: 4 0 9 b ) . 2 2

Este tipo de marca , el "lunar pe loso" , parece remontarse a antiguas tradiciones mít icas y a rituales indoeuropeos, que han sido vinculados al furor heroico y a un destino real anun­ciado profét icamente (Delpech, 1990). Desde este punto de vista, se puede relacionar el caso de don Quijote con el de Tariq, el conquis tador árabe de Andalucía , quien, según la Historia del Rey don Rodrigo, escrita por el mor isco Miguel de Luna y publ icada en 1592 (pr imera parte) y 1600 (segunda parte) , tenía este tipo de lunar y a quien se había pronos t icado el des­tino heroico y soberano que fue el suyo (Delpech, 1990: 2 4 2 - 2 4 8 ) . 2 3

Conocedor de la tradición alfonsí, del texto de Miguel de Luna y de una serie de relatos orales sobre el pa r t i cu la r , 2 4 Cervantes utiliza y reelabora fest ivamente estos mater ia les , lo que es una manera de reírse de las patrañas y profecías al uso.

1 ' Conocemos el texto francés de esta relación impresa en París, hacia 1600 (Courtinc, 2005: 529, n. 1). Todo deja pensar que dicha relación salió también en italiano y en español, por las mismas fechas. 2 0 Para la literatura caballeresca, véanse las aportaciones de Diego Clcmcncín en sus comentarios al Quijote (Cervantes, 1980,1, 30, I301b-I303a, n. 12). Para el cuento folklórico, véanse Thompson, 1966, motivos T 563 (birth-markx); Propp, 1974: 61-62, 70, 72 (el héroe recibe una marca, luego es reconocido, se casa y asciende al trono). 2 ' Tal fue el caso de Sebastián de Vcnccia, quien, en diciembre de 1600, enseñó algunas marcas de nacimiento a unos portugueses muy al tanto de las características del rey don Sebastián (Castro, 1602: 126; Bcrcé, 1995: 56). 2 2 Véase lo que escribe el lexicógrafo: "El apellido de la Cerda es ilustrísimo y le tomaron los dcccndicntcs de un infante, que nació con un lunar en la espalda, de donde le colgava un cabello largo y gruesso, como cerda. Este se llamó don Femando de la Cerda, hijo legítimo del rey don Alonso el Sabio y de la rcyna doña Violante" Cj. tam­bién lo que dice Clcmcncín en uno de sus comentarios al Quijote (Cervantes, 1980, 1, 30: 1301b, n. 12) 2 3 También habla Delpech de un vínculo con el "sello de la profecía", marca semejante que tenía Mahoma, según diversas crónicas y leyendas (ibidem: 249-250). 2 4 Véase, por ejemplo, el cuento de la princesa que tiene un lunar en el pecho del cual sale un cabello de oro. Al descubrirle un pretendiente, puede casarse con ella y acceder a la realeza (Aarnc-Thompson, 1973: 284-285, tipo 850, The birihmarks qfthe Princess). Aunque incompleto (falta el motivo central), véase este tipo de cuento en Espinosa, 1924-1926, II: 390-393, tipo 178. Cj. asimismo Camarcna-Chcvalicr, 2003: 19-20, cuento tipo 850.

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En efecto, como don Quijote no sabe si tiene la señal indicada por el vaticinio y quiere desvestirse para cerciorarse de ello, el astuto Sancho le toma la delantera, af irmando que su señor tiene dicho lunar a mitad del espinazo (1, 30, 375) , lo que, a su entender, permite expli­car la ignorancia del caballero. La burlona y discreta Dorotea, al ver que el tema del lunar viene a ser resbaladizo, afirma entonces: "Basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una misma carne" (I, 30 , 375). Así , don Quijote queda convencido de ser el caballe­ro profetizado.

La aventura - o mejor dicho la b u r l a - podría pues proseguirse. Sin embargo el Manchego , que está persuadido del exaltador dest ino que le espera, según lo vaticinado, no puede pen­sar en casarse con la princesa ya que Dulcinea está presente en su memor ia (I, 30, 377) . Esto le parece muy mal a Sancho porque, de ser así, no podría alcanzar el esperado condado o marquesado . Se atreve entonces a decir que la hermosura de Micomicona sobrepasa la de la dama de su señor de modo que es preferible que éste se una a la princesa, lo que provoca una reacción violenta del caballero quien no vacila en apalearle.

Recuérdese que dicha aventura burlesca no podrá ir hasta el final porque a don Quijote (que desea restablecer a la princesa en su trono, cortándole la cabeza al gigante: I, 46 , 550-551), le van a "encantar" los que están reunidos en la venta y se han disfrazado, aprovechan­do el sueño del caballero para poder enjaularle (I, 46 , 554-555) .

Verdad es que Sancho tenía sus dudas acerca de la identidad de la princesa Micomicona a quien había visto "hoc icándose" - c o m o él d i c e - con don Fernando (I, 46 , 551). De la misma manera , anter iormente, se había burlado del estatus de caballero "e leg ido" que se había otorgado don Quijote. En efecto, a raíz del episodio de los batanes , al darse cuenta de lo que había sido esa aventura tan t remenda, el escudero, muer to de risa, había recuperado las propias palabras del Manchego , diciéndole a modo de fisga: "Haz de saber ¡oh Sancho amigo! que yo nací, por querer del Cielo. . . ." (I, 20, 248). Don Quijote, corrido y enojado, le había asentado entonces dos palos.

O sea que el campes ino sirve de contrapunto cómico a la exaltación profética del caba­llero. Y si éste es un "desfacedor de tuertos", Sancho viene a ser un "desfacedor de profecí­as" , lo que no llega a invertir, sin embargo , la trayectoria del héroe.

Elect ivamente , al salir del aposento, encerrado en la jaula y l levado en hombros por los disfrazados, don Quijote y sus acompañantes oyen una voz temerosa que es en realidad la del barbero, buen conocedor de la literatura caballeresca y de los rumores , cuentos , vatici­nios que corrían por doquier, c o m o lo hemos indicado en otro trabajo (Redondo, 2005a) .

Esta voz, que va a predecir, parece ser la voz del Cielo, pues hace pensar en la de Jehová, en la Biblia, pero as imismo y sobre todo, en la voz profética de M e r l í n . 2 5 Es que en los vati­cinios que se van a oír, aparece la misma oscuridad, el mismo bestiario s imbólico, el m i s m o estilo enrevesado que en las profecías del mago bretón.

Aquí se vaticina que el caballero llevará a cabo en un plazo de dos años la gran aventu­ra, es decir la gran empresa restauradora que le está asignada. Esta ha de acabarse "cuando el furibundo león manchado con la blanca paloma toboseña yoguieren en u n o " (I, 46 , 555) .

El autor está j u g a n d o con la oposición entre " león manchado" y "blanca pa loma" , sir­viéndose del mot ivo clásico de los adynala, lo que conduce a la paradoja semánt ica al jun-

Por lo demás, las profecías aparecen en diversos libros españoles de caballerías: véase el comentario de Diego Clcmcncín (Cervantes, 1980: 1429, n. 31). Por lo que hace más directamente a Amadis de Gaula, cf. González, 1996.

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tar los ex t remos y, as imismo, introduce en un m u n d o al revés, m u n d o de los or ígenes, de la Edad de Oro , en que reinaban la paz y la armonía entre todos los seres (Civi l -Gri l l i -Redondo, 2002; Lafond-Redondo, 1979), m u n d o que es el que corresponde al héroe "e leg ido" , rege­nerador, restaurador, a don Quijote. Pero al m i s m o t iempo, a este j uego se añade el que implica la uti l ización pol isémica del adjetivo manchado (Redondo , 1998: 227-228) , el cual no deja de remitir también a manchego. Paralelamente, al calificar a Dulc inea de blanca, bien se manifiesta la ironía cervantina pues sabemos quién es Aldonza Lorenzo y cuáles son sus part icularidades eróticas (Redondo, 1998: 232-240) . El j uego se prosigue además con el empleo de los arcaísmos lingüísticos tan característicos de las profecías de Merl ín.

Sin embargo , al designar a don Quijote por "león manchado" , con el sentido de "man­chego" , Cervantes está ent roncando de manera divertida al protagonista con la tradición mer-liniana del leo hispamts, s ímbolo de la realeza cas t e l l ana , 2 6 lo que no puede sino confortar al cabal lero (que toma todo esto en serio) en la cer t idumbre de su dest ino excepcional , tal como lo hemos visto ya.

Al mi smo t iempo, al héroe se le presenta como fundador de un linaje, pues se alude, en la profecía, a "los bravos cachorros , que imitarán las rampantes garras del valeroso padre" ( I , 46 , 555) . Desde este punto de vista, don Quijote será c o m o Amadís , igualará al rey de Gaula que ha tenido tan larga descendencia , tanto física como literaria. N a d a podía entusias­marle más al Manchego .

Por otra parte, hablar de " rampantes garras" , es aludir otra vez al león, bajo la forma del león de la heráldica, representado erguido sobre las patas traseras, como figuraba precisa­mente en las armas de los reyes de Castilla y León. Es aludir también al escudo del héroe y a los leoncillos sus hijos, como se hizo en más de una ocasión, s iguiendo la tradición de la profecía merl iniana, con los infantes herederos del t rono (Rousseau, 2000: 180-181). Todo remite, una vez más , a la estirpe real y al príncipe "e legido" , regenerador. ¿Se estará perfi­lando de nuevo , detrás de la orientación paródica, el caso de España?

Pero hay más . Siguiendo por la vía de la parodia, Cervantes implica as imismo a Sancho en el vaticinio, lo que ya es una festiva transgresión. Además aparecen burlescas alabanzas del escudero, como las siguientes: " ¡Oh, el más noble y obediente escudero que tuvo espa­da en cinta, barbas en rostro y olfato en las nar ices!" ( I , 46 , 555) . De la m i s m a manera , la que rige estos oráculos es nada menos que la sabia Ment i roniana, o sea la m a g a ment i rosa , lo que es una manera divertida de poner en tela de juic io la verdad de todas las profecías.

A Sancho se le pronostica que ha de medrar y llegar "tan alto y tan subl imado que no se conozca" ( I , 46 , 555), pero para ello ha de seguir a su señor.

Bien se comprende la satisfacción del caballero - y del escudero, en este c a s o - frente a tan exal tador destino, aunque de momen to el Manchego esté encantado.

Dicho de otra manera, las aventuras de don Quijote y Sancho no pueden acabar con el retor­no a la aldea. El héroe tiene que salir imperativamente de nuevo para que se cumpla la profecía.

^"Acerca del "león de España", véase supra. Por otra parte, la princesa Micomicona dice socarronamente, acerca del caballero profetizado en el pasaje analizado anteriormente: "Yo he acertado en encomendarme al señor don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales del rostro vienen con las de la buena fama que este cabal­lero tiene no sólo en España, pero en toda la Mancha..."

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El autor, consciente de ello, habla de la tercera salida de don Quijote al final de la primera parte, aunque parece clausurar sus correrías, pues no ha encontrado ningún rastro auténtico de las aventuras correspondientes y la caja de p lomo hallada en los cimientos derribados de una anti­gua ermita (I, 52, 604) - recuerdo irónico de lo que pasa en tantos libros de caballerías (Cervantes, 1980, I, 52, 1499-1500, n. 50; Delpech, 1998) y tal vez de los famosos "p lomos" granadinos (Castro, 1967) - ha suministrado muy poca materia acerca de lo que le ocurrió.

N o obstante, queda en el aire esa tercera e indispensable salida que, después de una larga maduración y en relación con la publicación del Quijote apócrifo, Cervantes p lasmará en el libro de 1615.

3. La segunda parte depende pues directamente de la profecía que acabamos de analizar. Es indispensable que don Quijote dé una corporeidad a Dulcinea para que le sea factible

unirse con ella, para que pueda adquirir una nueva dignidad, la que corresponde al héroe res­taurador, y llegue a crear una nueva estirpe.

A lo largo del segundo libro, el caballero va a tener una verdadera obsesión: ha de des­encantar a Dulcinea. El también, a su modo y como Galaz o Perceval , está buscando el Grial , aunque en su caso éste sea de otro tipo.

Además , si la tradición profética corre a lo largo de la pr imera parte, en particular gra­cias a las profecías de Merlín, aunque al m a g o no se le nombre nunca, en la segunda, ocurre algo diferente y hasta aparece directamente el profeta bretón.

Ya desde el capítulo I, el héroe asume p lenamente su papel de "e legido" , de "pr íncipe res­taurador". En efecto, cuando se evoca la posible bajada del Turco, él indica a las claras que es capaz de salvar al reino, con palabras explícitas:

...Dios mirará por su pueblo y deparará alguno que, si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, a lo menos no les será inferior en el ánimo; y Dios me entiende y no digo más (II, 1, 44).

¿Será pura casualidad si en el mismo capítulo, acerca de dos versos del Ariosto, evoca el Manchego la tradición que hace de los poetas los transmisores de la voz del Cielo, a m o d o de verdaderos profetas? He aquí lo que indica el caballero: "Y sin duda que esto fue c o m o profecía; que los poetas también se llaman vates, que quiere decir adivinos" (II, 1, 52).

Pero el verdadero contacto con el mundo profético lo tiene en pr imer lugar don Quijote en el episodio de la cueva de Montes inos que se ha anal izado desde perspect ivas a veces muy diferentes (Percas de Ponsetti , 1975, II: 448-583 ; Egido, 1994: 137-178; Redondo , 1998: 403-420; Moner, 1994; etc.).

Al penetrar en la cueva, ¿estará buscando la voz profética de Merlín acerca del desencan­to de Dulcinea? N o se olvide que el m a g o va unido a una cueva, donde Viviana consiguió encantarlo y encerrarlo en un sepulcro, como lo cuenta El Baladro del Sabio Merlín ( 1 9 6 1 , III: 70-80) , y que corren leyendas acerca de diversas cuevas que pasaban por ser la del mago bretón (Sébillot, 1968, I: 464) . En la cueva de Merlín está el hermoso sepulcro de los leales amadores con los restos del hijo de un rey bretón y de la doncella a quien amaba (El Baladro, 1961, III: 64-70) .

La hispanización de la tradición merliniana, ¿habrá conducido al episodio de la cueva de Montes inos con desviaciones m u y del gusto de Cervantes?

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De ser así, hubiera t rocado los leales amadores en Durandar te y Belerma, con sus bur les­cas part icular idades, y al propio Merl in encantado lo hubiera recuperado bajo la forma de Montes inos quien, especie de doble y de portavoz del profeta bretón, va a servir de guía ini­ciador al cabal lero manchego y revelarle los vaticinios que le atañen. Estos e lementos los hubiera combinado con otros que proceden de Las sergas de Esplandián, l ibro de caballerí­as en que al autor le había ocurrido una aventura semejante a la de don Quijote (Eisenberg, 1973: 519-520; Egido, 1994: 199-200).

Sea lo que fuere, en el texto cervantino se evoca primero a Merlin como hijo del diablo, sabio y encantador (II, 23 , 214), en consonancia con la tradición merliniana. Ha encantado a todos los que están en ese "Otro m u n d o " al cual ha bajado el Manchego, estructurándose el epi­sodio según el esquema de un proceso iniciático regenerador (Redondo, 1998: 403-420) .

Luego Merlin viene a ser el profeta, el que ha vat icinado la venida de don Quijote el "ele­g ido" y la acción res tauradora que ha de llevar a cabo, como lo indica Montes inos :

...y abrid los ojos y veréislo aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetiza­das el sabio Merlin: aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayo­res ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencan­tados; que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas (II, 23, 217).

Ya anter iormente había dicho "Luengos t iempos ha, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que es tamos en estas soledades encantados esperamos ver te" (II, 2 3 , 212).

O sea que el héroe se halla confirmado en su estatus de "e leg ido" y, a él, como a Tristán, el perfecto caballero que había de sacar a Merl in de su encantamiento (El Baladro, 1961, III; 77) , le toca desencantar a los paladines mít icos y a todos los que están en la cueva. Entre ellos está Dulcinea, a quien ha visto de manera fugaz y desconcertante bajo la apariencia de la campesina (II, 23 , 220) que en otros t iempos le enseñara su escudero (II, 10, 107-112).

Pero el encantamiento de la dama y de los demás acabará, "andando el t iempo", como lo dice Montesinos (II, 23 , 221), y se le avisará al caballero de qué manera habrán de ser desen­cantados. Bien se ve que el autor está preparando el episodio posterior de los capítulos 34 y 35.

Para volver a don Quijote, la bajada al "Otro m u n d o " le ha proporcionada al héroe, gra­cias a las profecías de Merl ín /Montes inos una serie de confirmaciones y conocimientos nue­vos. Bien aparece c o m o el "e legido" , que tiene un deslino excepcional , el de ser el "restau­rador" por excelencia, lo que reconocen las voces proféticas. Le incumbe pues cont inuar tal restauración, avalada por los encantados y modél icos paladines, y esperar a que nuevas pro­fecías merl inianas le indiquen cómo desencantar a Dulcinea. U n a fuerza nueva le an ima para ir adelante en la mis ión que se le ha asignado.

Claro está que la aventura de la cueva tiene aspectos eminemente bur lescos y extrava­gantes , de manera que se puede decir en el título de este capítulo 2 3 : " D e las admirables cosas que el ex t remado don Quijote contó [...] cuya imposibi l idad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa", lo que implica que las profecías enunciadas son ellas mis ­mas apócrifas. Son tan apócrifas como las predicciones que figuraban en los p lomos descu­biertos en las cuevas granadinas o como los vaticinios que corrían por España a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII .

Es pues todo el s is tema de las profecías al uso el que se halla pues to en tela de ju ic io y rechazado por Cervantes , en un m o m e n t o histórico en que pululaban.

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Nótese que el pr imero en poner en duda lo referido por el caballero es el socarrón de Sancho, autor del encantamiento de Dulcinea, y en este caso, portavoz de la cordura.

Por otra parte, don Quijote sale de la cueva profundamente dormido y lo que cuenta puede ser el resultado de las visiones percibidas entre sueños , tanto mas extravagantes cuan­to son los de un enajenado. Sin embargo , no hay que olvidar que muchas profecías se han expresado gracias a los sueños por más excéntr icos que éstos fueran. Es lo que demuest ran los vaticinios de una larga serie de "profe tas" desde Daniel , el de la Biblia, hasta Lucrecia de León, la contemporánea de Cervantes .

De todas formas, el caballero no puede sino adherirse a lo indicado por las profecías, ya que autentifican y legitiman su empresa y le permiten esperar con confianza el desencanto de Dulcinea. N o obstante, de vez en cuando, frente a las dudas de Sancho, él también se plan­tea el p roblema de saber si estuvo soñando o no.

El segundo mom en to de ese contacto con el mundo de la profecía corresponde a una de las burlas ideadas durante la estancia en casa de los duques de don Quijote y Sancho, los cua­les, t ransformados en verdaderos bufones, tienen que sufrir el escarnio de los grandes arago­neses y de sus acompañantes .

Aquí y en relación con el tema que nos interesa, a ludimos directamente al episodio del bosque , cuando está anocheciendo, después de la cacería a la cual han part icipado el caba­llero y su escudero.

Este episodio se compone de varias partes. Al principio, se ven luces extrañas, se oyen instrumentos guerreros y se percibe el ruido

de una tropa a caballo (11, 34, 308). Todo hace pensar en el paso de una estantigua, de una cacería salvaje salida del infierno y capi taneada por Helequín, el j inete negro, el Diablo. C o m o si esto no bastara, la misma escena, con características parecidas, pero con una mayor intensidad, vuelve a repetirse poco después (II, 34 , 310) . Los que están presentes , llenos de miedo , no pueden sino estar persuadidos de que se trata, de nuevo, de la hueste salvaje, de la estantigua, verdadera intrusión del universo diabólico en el mundo de los vivos, con acom­pañamien to de estruendo y furor (Redondo, 1998: 118).

La introducción del héroe en ese universo mágico, diabólico, le está preparando a oír las voces del Más Allá, las voces proféticas vinculadas a la suerte de Dulcinea.

Aparece entonces el Diablo - " e n traje de d e m o n i o " dice el t ex to - , el cual va a indicar que viene de parte de Montes inos , precediendo a "seis tropas de encantadores" (II, 34, 309) .

Siguen en efecto varios encantadores conocidos con referencia a los libros de caballerí­as (Lirgandeo, Alquife, Arcalaus) y luego, al son de "una suave y concertada música" , se adelantan dos carros: en el uno está la hermosís ima Dulcinea del Toboso y en el otro el m i smo Merlín.

Este, refiriéndose a "las historias", se presenta como hijo del diablo, aunque - a f i r m a - sea una "ment i ra autorizada de los t iempos" . Declara ser "príncipe de la mág ica" y tener gran cariño "a los andantes bravos cabal leros" (II, 35 , 313).

En medio de una serie de alabanzas dirigidas a don Quijote ("valiente", "discre to" , "esplendor de la Mancha" , "estrella de España") , señala Merlín que, condol ido por la suerte adversa y las lágrimas de Dulcinea, ha resuelto ayudarla. Después de revolver cien mil libros de su "ciencia endemoniada", ha encontrado el remedio. Viene entonces la burlesca solución: que Sancho se dé tres mil trescientos azotes en las posaderas y se desencantará Dulcinea (II, 35, 314).

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Y como Sancho protesta y dice que eso no ha de hacerlo, la hermosís ima doncel la le reconviene con palabras tan burlescas como la solución ideada (II, 35 , 315) . Todos los pre­sentes insisten, hasta Merlín, para que el escudero acepte lo que se le pide y por fin el bueno de Sancho accede a ello.

Todo el episodio es part icularmente festivo (Redondo, 1998: 182-185), pero aquí no hace al caso analizarlo en esa dirección.

Por segunda vez en el libro de 1615, don Quijote (que toma todo esto en serio), se halla reconocido por la voz profética de Merlín como el excelso caballero. Además ha tenido por fin la ocasión de contemplar la hermosura de Dulcinea, la cual ya no es una dama etérea (se trata en realidad de uno de los mozos que rodean a los duques , disfrazado de doncel la) . La gran esperanza que exper imentaba el Manchego crece todavía más porque al m i s m o t iempo ha visto confirmadas por otras nuevas las profecías de la cueva de Montes inos .

Sin embargo , se asiste a una ruptura clave en la orientación de las úl t imas profecías, pues irrumpe otro e lemento que, en cierto modo , desvía la mis ión de don Quijote e invierte las perspect ivas. Ahora el "e leg ido" no es él, el " res taurador" no es él sino Sancho aunque éste lo sea de manera paródica, tanto más paródica cuanto que él era anter iormente el "desface­dor de profecías" , como lo hemos visto. Bur lescamente , el escudero ha susti tuido al cabal le­ro que, sin embargo , es el amador de Dulcinea y además el l lamado "don Azote" , c o m o lo había nombrado Dorotea /Micomicona (I, 30, 374), lo que bien corresponde a un "Cabal lero de la Triste Figura", s ímbolo del t iempo cuaresmal , el de los azotes.

Por otra parte, nótese que en muchos cuentos aparece un ayudante del héroe que facilita su trayectoria heroica y le permite alcanzar su meta. Este personaje es con frecuencia un trikster-lo que a su m o d o también es S a n c h o - , pero en ningún caso susti tuye verdaderamen­te al héroe: el héroe sigue siendo el héroe (Propp, 1974: 241 ss.)

Aquí , para que la profecía enunciada al final del pr imer libro pueda realizarse, es nece­sario que sea el escudero el que cumpla lo indicado en la últ ima predicción merl iniana. A él le incumbe el obrar y llevar a cabo las "hazañas" que le han asignado, por muy degradadas que éstas sean.

No obstante, a partir del momento en que el caballero "e legido" ya no lo es, ¿cómo va a poder seguir con su heroísmo, por muy paródico que éste sea? Si anteriormente había podido triunfar del Caballero de los Espejos (II, 14), ahora ya se está perfilando el encuentro con el Caballero de la Blanca Luna y la decepcionante derrota (II, 65). Y efectivamente, no será él quien proporcione el gobierno de la ínsula al escudero sino el duque, no será él quien resucite a Altisidora sino Sancho. Efectivamente, los jueces infernales, Minos y Radamanto , han pro­fetizado la misión que le incumbe al escudero, el nuevo "e legido" (Redondo, 1999: 60-61).

Conforme pasa el t iempo, el caballero ha de sentirse día tras día más desi lusionado y melancól ico. Ya no han de existir para él las hazañas exaltadoras anteriores, aunque paródi­cas, sino todo lo contrario (piénsese por ejemplo en la cerdosa aventura: II, 68). Además tiene que host igar a Sancho para que éste cumpla su promesa . Sabido es que, gracias a su astucia, el r edomado escudero llegará al final de sus azotes. Pero esto ha de ocurrir muy tarde, casi al té rmino de la obra (II, 72, 579-580) . Y a pesar de ello, Dulcinea no aparece lo que, para don Quijote, es señal de su fracaso y de la falsedad de las profecías.

Tampoco queda la vía de los agüeros, que resultan falaces (ahí está el episodio de la lie­bre, II, 7 3 , 581), tan ilusorios como las ambiguas adivinaciones del m o n o de maese Pedro

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(II, 26 , 238-239) y los divertidos pronóst icos de la cabeza encantada (II, 62, 514-516; Redondo , 2 0 0 1 : 506-507) .

Ni siquiera puede ya entusiasmarse con la vida de los pastores (en la pr imera parte de la obra le había permit ido evocar la añorada Edad de Oro que deseaba restaurar) ni con la pro­yección utópica correspondiente presentada hacia al final de la segunda parte como un modelo de vida. El t iempo del héroe regenerador, el t iempo de esa restauración anunciada por las profecías ya no es el suyo. Sólo le queda el t iempo de la renuncia. El héroe tiene que retirarse y desaparecer.

4. Las profecías que corren por la España en crisis de finales del siglo X V I y de principios

del siglo XVII , así como las de la tradición merl iniana, han dejado su rastro en el texto cer­vantino. La obra se elabora en parte en relación con ellas aunque cobren aquí aspectos bur­lescos evidentes.

Sin embargo , le comunican al héroe "e l eg ido" un ímpetu, una fuerza que le conduce a emprender sus paródicas proezas para realizar su propio dest ino, ya descubier to, para restau­rar los valores que habían imperado en los siglos dorados, lo que ha de permitir la regenera­ción de los reinos españoles . Leo hispanas, don Quijote puede asumir tal trayectoria, la que corresponde al pr íncipe regenerador de la tradición profética, y, unido a Dulcinea, crear un nuevo linaje.

Merlín desempeña un papel importante, desde este punto de vista. Es el que inspira indi­rectamente las predicciones de la pr imera parte y el que profetiza directamente en la segun­da. Pero al desviar bur lescamente la elección heroica en la persona de Sancho, va a provo­car el der rumbamiento de las esperanzas del cabal lero quien no ha de conseguir ver a su dama desencantada. La trayectoria de don Quijote se invierte, pasando de la exaltación a la desilusión y al fracaso, lo que provoca la puesta en tela de juic io de las profecías, pero asi­mi smo la desaparición del héroe.

No obstante, en su errante caminar, entre seudoprofecías, entre burlas y veras , don Quijote adquiere un nuevo poder, el de ser él m i smo un visionario que revela otra faz del mundo, otra verdad, como buen poeta que es, lo que le permite alcanzar una nueva dignidad, una capacidad nueva de liberarse de las constricciones al uso y de dominar los desórdenes de una época de crisis, provocando de tal modo , más allá de la carcajada, la reflexión del lector.

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