El Reto Catalán de Felipe IV

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    Raquel Camarero, autora de La Guerra de recuperacin de Catalua 1640-1652 (Actas, 2015)

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    El alojamiento en te-rritorio cataln de las tropas hispnicas que haban luchado en Sal-ses en el invierno de 1639 fue la chispa que desat el levanta-miento popular en Catalua, el Cor-pus de Sangre, a partir de la primavera de 1 6 4 0 , y que tiene como uno de sus hitos ms conocidos el ase-sinato del conde de Santa Coloma, virrey en Barcelona el da del Corpus. La reaccin desde Madrid fue la de enviar una expedicin militar para controlar y pacificar Catalua. Pero la derrota sufrida en Montjuc en enero de 1641 frus-tr completamente las intenciones del gobierno de Felipe IV de sofocar la revuelta de una forma inmediata y evitar una situacin muy peligrosa en aquella parte por la condi-cin fronteriza con Francia del territorio cataln. La campa-a idlica que no deba durar ms de quince das o un mes diseada sobre el papel en Madrid en el verano de 1640, acab provocando el efecto contrario al que se pretenda: a medida que el ejrcito hispnico se aproximaba a Barce-lona, Catalua se iba acercando cada vez ms a Francia, y el proceso desemboc en la apertura de un nuevo frente de guerra donde la monarqua de Felipe IV no solo combata contra Francia en el marco de la pugna abierta entre ambas coronas a partir de 1635, sino que a la vez luchaba por re-cuperar la obediencia y el control sobre un territorio que perteneca a una de las dos partes esenciales sobre las que se haba fundado el edificio estatal hispnico y que adems afectaba de forma directa a la seguridad interior del ncleo central de la Monarqua Hispnica.

    Durante los aos 1641 y 1642 permanecieron vivas las esperanzas de solucionar a corto plazo el conflicto cata-ln, pero la unin de catalanes y franceses as como su

    empuje militar, mediante el cual consiguieron anticiparse en todo momento e imponer su propio ritmo durante esa primera fase de la guerra, anulando la voluntad de iniciati-va del gobierno espaol, destruyeron dichas esperanzas. En este periodo, la lenta maquinaria gubernamental de Felipe IV se vio superada por los acontecimientos que tuvieron lu-gar en el Principado, reaccionando siempre a posteriori a las continuas urgencias que gener la iniciativa constante de las fuerzas franco-catalanas. Cuando se quiso reaccionar des-pus del imprevisto fracaso de Montjuc, Tarragona ya haba sido sitiada por tierra y por mar, y su socorro se convirti en la prioridad nmero uno durante la campaa de 1641. La ac-cin se sald con xito, pero a costa de posponer el auxilio al Roselln, la principal pieza estratgica que controlaban las armas felipistas en Catalua, donde aquel mismo ao los franceses pondran las bases para su conquista total al ao siguiente.

    LA DISPUTA DEL ROSELLNTarragona se salv en 1641, pero en 1642 la experiencia en el frente cataln sera un desastre. La campaa militar gir en torno al Roselln, centro de atencin prioritario, cuyo socorro se convirti en una carrera desesperada llena de obstculos y con una planificacin deficiente que desemboc en la prdida completa de la Catalua transpirenaica y el mayor retroceso de la posicin hispnica en el Principado, y que adems tuvo unos efectos muy destructivos sobre el ejrcito de Felipe IV tras su derrota en las inmediaciones de Lrida y la retirada apresurada

    "EL CORPUS DE SANG" (Antoni Estruch, 1907). "Viva la fe de Cristo!", "Viva la tierra, muera el mal gobier-no!" fueron los lemas de los segadores que originaron la revuelta popular catalana del 7 de junio de 1640, da conocido como el Corpus de Sangre.

  • a tierras aragonesas. El balance a finales de 1642 era especialmente negativo, so-bre todo comparado con las inversiones realizadas desde 1640, y esto se produ-ca en medio de una situacin econmi-ca y hacendstica muy crtica. Asimismo, la medida excepcional de Felipe IV de acercarse en persona al frente cataln aquel ao no sirvi para el progreso de sus armas, aunque s para que el rey to-mase por primera vez contacto directo con aquella guerra, hecho que repercu-tira en su percepcin de aquel proble-ma e iniciara un cambio en su actitud a partir de entonces. Le hizo tomar mayor conciencia de su responsabilidad como monarca, a la vez que tambin le dot de una cercana, mejor conocimiento y ma-yor preocupacin por aquel conflicto en particular y por el estado de su monar-qua en general. El triste resultado de aquella campa-a gener en el gobierno una reflexin profunda sobre cmo deba plantearse la guerra en la pennsula y fuera de ella, tomando conciencia de que el enfrenta-miento iba a ser largo y asumiendo que no se podan abarcar los innumerables compromisos abiertos en aquellos mo-mentos con los medios y la intensidad que requeran, sino que era imprescin-dible pisar el freno y establecer priori-dades empleando criterios realistas y moderados ms acordes con las capaci-dades y la disponibilidad de recursos de la monarqua. La puesta en prctica de esta nueva forma de afrontar el futuro inmediato se vio facilitada por la salida del Conde Duque de Olivares del poder, que hasta el ltimo momento mantuvo su consigna de no renunciar a ningn objetivo, aun a costa de poner al lmite la capacidad, los recursos y la paciencia de todos los elementos territoriales y socia-les de la Monarqua Hispnica. En 1643 se inici una nueva etapa en el conflicto en Catalua, una etapa de desgaste marcada por la incapacidad de ambos contendientes para imponerse de una forma definitiva o contundente sobre el otro. La guerra se estancara en el frente catalano-aragons en torno a la posesin de Lrida, objetivo primero de

    Felipe IV. Sus tropas la recuperaran en 1644. Los generales franceses intenta-ron recobrarla sin xito en 1646 y 1647. En esta etapa se fue consolidando el sistema de planificacin anual de las campaas, una mejor organizacin de todo el aparato logstico y de abas-tecimiento del ejrcito y de la direc-cin estratgica de la guerra, se trat de controlar y fiscalizar en lo posible todo el proceso de ejecucin de r-denes y actuacin de los diferentes ministros implicados en la administra-cin militar y el aparato de guerra, y se intent buscar soluciones vlidas a los diferentes problemas que conllev la movilizacin masiva de recursos du-

    rante estos aos y su progresivo des-censo y deterioro.

    LA FASE DECISIVA DE LA GUERRALa conquista de Tortosa en 1648 fue el ltimo de los logros militares del ejrci-to franco-cataln en el Principado y ce-rr la segunda etapa del enfrentamiento restableciendo a las tierras tarraconen-ses como principal escenario del mismo. En 1649 comenzara la fase final de la guerra, en que la iniciativa blica sera monopolizada por las armas hispnicas, algo que no ocurra desde la conquista de Lrida en 1644. En la campaa de 1650 acometieron la recuperacin de toda la lnea del Ebro incluida Tortosa y

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    EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES (Velzquez, 1636), preocupado por re-partir los esfuerzos para mantener un sistema imperial entre los territorios de la Monarqua Hispnica, plante unas reformas que desencadenaron la sublevacin catalana de 1640.

  • de las armas hispnicas en Catalua. La empresa de Barcelona no se acometi hasta 1651, y lo que una dcada antes se hubiera resuelto en un tiempo relati-vamente breve, entonces cost ms de un ao, durante el cual el asedio estuvo a punto de fracasar en varias ocasiones. Por fin, en octubre de 1652, las armas hispnicas consiguieron el objetivo esencial en aquella guerra: la recupera-cin de Barcelona y con ella el retorno a la obediencia de Felipe IV de prctica-mente todo el Principado, aunque el en-frentamiento entre Espaa y Francia an se prolongara hasta 1659 y uno de los escenarios del mismo continuara sien-do Catalua.

    LOS FRENTES DE LA LUCHALa lucha en Catalua se desarroll en torno a tres mbitos: los Condados del Roselln y la Cerdaa, el rea tarraco-nense y la frontera catalano-aragonesa. Cada uno de ellos manifest una im-portancia y caractersticas especficas determinadas por factores como su si-tuacin geoestratgica, su cercana res-pecto a otros territorios de la Monarqua Hispnica, su accesibilidad, estructuras defensivas y su capacidad de resisten-cia, o el grado de adhesin y colabora-cin de la poblacin catalana.Los Condados englobaban los territorios catalanes transpirenaicos y representa-ban una pieza estratgica clave para la seguridad de Catalua y de Espaa en general frente a cualquier ataque o in-tento de penetracin proveniente de Francia. Contaban con una buena in-fraestructura defensiva, pero requeran un importante nmero de soldados para garantizar su seguridad, soldados que, a su vez, era vital que estuviesen regu-larmente abastecidos. En circunstancias normales esto se haca por mar a travs de las fuerzas navales hispnicas que podan hacer escala en cualquier puerto del litoral cataln, y por tierra a travs del Principado. Pero con el levantamien-to cataln la nica va de acceso posible fue la martima, que poco a poco se fue complicando por la presencia de la ar-mada francesa y porque entre Tarragona

    y Collioure slo permaneci bajo con-trol felipista el puerto de Rosas. De este modo, la comunicacin con los Conda-dos fue cada vez ms irregular y difcil. Por otra parte, el nico puerto de acceso acondicionado y seguro a los Condados era Collioure, que distaba bastante de las principales fortalezas rosellonesas, Perpin y Salses, y desde el cual haba que distribuir por va terrestre la ayuda que llegase. Los franceses supieron leer bien todos estos puntos dbiles: prime-ro cortaron la comunicacin entre las diversas plazas rosellonesas y despus slo tuvieron que acometerlas una por una, empezando por la puerta de entra-da a los Condados, Collioure, para aho-gar al resto de las plazas. La devastacin del territorio que haba sido el escenario de los primeros enfrentamientos entre Espaa y Francia a partir de 1637, la pre-sencia permanente y masiva de tropas durante esos aos con sus alojamientos y excesos, las difciles y violentas rela-ciones entre los mandos del ejrcito y las instancias de gobierno de aquella zona y de sus poblaciones, y la degrada-cin progresiva desde 1640 de la situa-cin de las tropas hispnicas destacadas all, hicieron que las plazas rosellonesas tuvieran que afrontar el empuje francs sobre los Condados en unas condiciones de inferioridad, indefensin y falta de preparacin.

    ROSAS: EL LTIMO REDUCTO La plaza fuerte de Rosas era una pieza importante del frente rosellons. Era la plaza catalana que posea las mejores defensas junto con Perpin, tena el mejor puerto natural de todo su mbi-to, estaba situada en la retaguardia de las plazas rosellonesas y era una base de apoyo logstico fundamental de las mismas, pero a la vez era tambin un so-porte esencial para mantener la fluidez de las comunicaciones entre Espaa e Italia. Durante los dos primeros aos de la guerra, Rosas adquiri ms relevancia si cabe por su condicin de nica escala posible en el litoral cataln desde Tarra-gona para las fuerzas martimas hispni-cas en su tarea de auxiliar al ejrcito de

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    al ao siguiente se plantearon por fin acabar la guerra como se haba empe-zado, yendo contra Barcelona, pero en unas circunstancias muy diferentes, ya que la situacin de los tres implicados en aquel enfrentamiento doce aos despus de su inicio haba cambiado sustancialmente. La unin entre Francia y Catalua se haba resquebrajado a lo largo de los aos centrales de la guerra y a partir de 1648 el distanciamiento de la poblacin y de las instituciones cata-lanas respecto del dominio francs fue definitivo e irreversible, mientras los apoyos profelipistas no hacan sino cre-cer, eran cada vez ms visibles y activos, y representaran un arma auxiliar funda-mental para facilitar el avance del ejr-cito hispnico. Otro de los factores de-cisivos que contribuiran al xito de las armas de Felipe IV en Catalua fueron las graves dificultades internas por las que atraves la monarqua francesa du-rante esos aos, la llamada Fronda, que comprometi seriamente los esfuerzos que esta poda emplear en los diversos frentes de la guerra que mantena con Espaa, entre ellos Catalua. Francia apenas recibi tropas de refuerzo en ese periodo ni recursos para el sustento de las escasas que permanecieron en su territorio. En el Principado, la sensacin de abandono y el desencanto hacia el dominio francs cada vez se hizo ms fuerte, sentimientos potenciados por factores como la peste y el hambre, su-mados a la devastacin y el cansancio producidos por la guerra, combinacin que resultara decisiva para acabar con la capacidad de resistencia de Catalua.La Monarqua Hispnica se benefici de toda esta coyuntura favorable para resolver el conflicto en el Principado, aunque sus circunstancias internas no fueron mejores que las de sus oponen-tes, con los que comparti la inestabi-lidad social interna, la extensin de la peste, la crisis de subsistencias y una situacin hacendstica depauperada por la guerra y por las medidas econmicas extremas a las que se recurri para su sostenimiento. Todo esto contribuira a retrasar y ralentizar el avance definitivo

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    los Condados. Pero tambin era el nico punto de apoyo y partida para cualquier tentativa de abrir la comunicacin con el Roselln por los pasos pirenaicos catala-nes. Sin embargo, a partir del otoo de 1642, Rosas quedara como resistencia ltima de las armas felipistas en el norte de Catalua, cuya principal tarea hasta su prdida en 1645 sera entorpecer los esfuerzos que franceses y catala-nes concentraban en el Ampurdn, para canalizarlos hacia el frente aragons, donde se situ el principal escenario de la guerra a partir de 1643. Poco ms pudo hacer una plaza que comparti las mismas caractersticas de aislamiento y desasistencia que los enclaves de los Condados. Los soldados de su guarni-cin vivieron en una especie de sitio permanente rodeados completamente por territorio enemigo, sin ningn do-minio felipista cercano, situacin agu-dizada por la proximidad de Castelln de Ampurias, que se haba constituido como el centro defensivo franco-cataln de la comarca, con el mar como nica va de contacto con el exterior, pero con la presencia de las embarcaciones france-sas cuya base estaba en el cercano puer-to de Cadaqus. La guarnicin de la villa ampurdanesa tuvo que establecer una relacin intensa y hostil con su mbito cercano en la que se fund gran parte de sus posibilidades de supervivencia. Incluso lleg a desarrollar una actividad ofensiva a pequea escala que contribu-y a fomentar una situacin de inestabi-lidad interna en aquel mbito. Y no slo a travs de las armas; Rosas se convirti en casi la nica referencia, apoyo y alien-to de los partidarios felipistas del norte del Principado. Pero su prdida para las armas de Felipe IV sera slo cuestin de tiempo, el que tard Francia en empe-arse seriamente en la conquista de un enclave valiossimo estratgicamente que fue uno de sus objetivos primordia-les en Catalua, junto al Roselln, desde el primer momento.

    TARRAGONALos Condados compartieron protagonis-mo durante gran parte de los dos prime-ros aos de la guerra con el mbito ta-rraconense. La atencin militar se centr en torno al frente martimo, hacia donde se canalizaron la mayor parte de los re-cursos blicos de la monarqua por las obligaciones exigidas por la iniciativa ofensiva franco-catalana y porque era en el litoral cataln donde se encontra-ban los principales objetivos de ambos bandos. Al comenzar la guerra, las armas hispnicas haban logrado mantener el control de los principales puntos es-tratgicos de Catalua: las plazas rose-llonesas, Rosas, Tarragona y Tortosa. El rea tarraconense comparta con Rosas y los Condados algunas caractersticas, como su funcin en el mantenimiento de las comunicaciones con Mallorca e Italia por el Mediterrneo. Al iniciarse la guerra, Tarragona y el puerto cerca-no a Tortosa de Los Alfaques, junto con Rosas, seran los nicos puertos catala-nes bajo control hispnico. A la vez, Ta-rragona y Tortosa suponan una barrera defensiva vital respecto al vecino reino de Valencia. Adems, en un territorio abierto al mar como Catalua, el control del mismo se hizo fundamental para lle-var a cabo cualquier ofensiva martima o terrestre sobre Barcelona. Tambin era esencial para obstaculizar la ayuda que tratase de alcanzar la Ciudad Condal por mar, y las plazas tarraconenses eran los enclaves felipistas ms prximos a dicha ciudad. Por ltimo, se comprob que era mucho ms fcil y econmico abastecer a las tropas desde el mar que por va terrestre, y en caso de que estas plazas fuesen atacadas o se encontrasen en una situacin delicada siempre podran ser socorridas por la costa.Durante los aos siguientes el mbito tarraconense cedi su protagonismo al frente aragons y esto hizo que Tarra-gona y Tortosa pasaran por un periodo delicado. Gran parte del dinero y los sol-

    dados destinados se desviaron al frente occidental, incluso algunas unidades de sus guarniciones tuvieron que despla-zarse de forma temporal a Aragn para reforzar aquel ejrcito, lo que contribu-y al debilitamiento de su capacidad de-fensiva de forma alarmante en algunos momentos. Asimismo, las relaciones de los gobernadores con los representan-tes polticos de las dos ciudades fueron tensas y problemticas, se descubrieron varias tramas y conspiraciones, y la ines-tabilidad social interna fue la norma. La prdida de Tortosa en 1648 pondra de manifiesto la degradacin defensiva a la que haba llegado esta zona, con una preocupacin aadida: el reino de Valencia quedaba completamente des-guarnecido ya que no posea casi ningn tipo de defensas. De ah que se hiciera urgente la actuacin del ejrcito hisp-nico en toda la lnea del Ebro, desarro-llada durante el ao 1650.Tras la desaparicin del frente rosello-ns a finales de 1642, la guerra se si-tu en la frontera catalano-aragonesa. Lrida, junto con Barcelona, era la nica poblacin catalana de entidad que al co-menzar la guerra qued fuera del control de las tropas felipistas y su recuperacin era importante para eliminar la peligro-sidad del frente occidental, garantizar la proteccin del reino de Aragn y poder avanzar con seguridad hacia Barcelona. Pero la empresa contra Lrida se pospu-so durante la primera fase del enfren-tamiento porque las urgencias blicas estuvieron situadas en el litoral, y esto imposibilit que en el frente aragons hubiese una presencia considerable de tropas hasta 1642, ao en que Aragn se convirti en una base militar para la con-centracin de soldados cuya actuacin en aquella frontera estuvo supeditada al objetivo primordial que era socorrer al Roselln. Adems, la importancia estra-tgica que se dio en un primer momento a la capital ilerdense por parte del go-bierno de Felipe IV no fue la que ms

    En el Principado, la sensacin de abandono y el desencanto hacia el dominio francs se hizo ms fuerte, sentimientos potenciados por la devastacin de la guerra, la peste y el hambre

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    tarde se reconocera en ella. Se infra-valoraron sus defensas y su capacidad de resistencia; haca siglos que haba perdido toda relevancia geoestratgica al ser una ciudad interior, alejada de las zonas fronterizas, y no formaba parte del entramado defensivo peninsular. Pero segn avanzaba la guerra, Lrida fue adquiriendo una relevancia notable que residi en una razn de seguridad y defensa interior: su recuperacin sera el primer paso para crear una barrera defensiva marcada por el ro Segre para alejar a Aragn de la primera lnea de guerra. Tras la prdida de los Condados, se asumi en el gobierno de Madrid el fracaso de las vas rpidas para recupe-rar el control sobre Catalua, la nece-sidad de concentrar los esfuerzos para aprovecharlos al mximo y, sobre todo, se impuso el criterio de la prioridad de la seguridad interior peninsular. Enton-ces, Lrida acapar el protagonismo del enfrentamiento en Catalua como obje-tivo primero de Felipe IV y despus de los generales franceses. Y es que el con-trol de Lrida, y por extensin de toda la lnea del Segre, tambin tena como fin permitir la conexin del ejrcito situa-do en la parte de Aragn con las tropas felipistas del mbito tarraconense para facilitar el avance sobre Barcelona.

    LA DIFICULTAD DE ALOJAR A UN EJRCITOPero igualmente, el inters en pene-trar en el Principado por esta parte te-na motivaciones logsticas y prcticas, como dominar uno de los principales graneros de Catalua, el rea de la Plana de Urgell y la Segarra, y disponer de zo-nas en el mismo territorio cataln donde alojar al ejrcito y aliviar de esta carga al reino aragons. El grueso del ejrcito hispnico que luch en Catalua estu-vo situado a partir de 1642 en Aragn. Estas tropas no sufrieron la situacin extrema de aislamiento, hostilidad del territorio circundante e irregularidad en

    PLANTA DE LA FUERZA DE ROSAS (arriba) hecha por Agustn de Alberti en 1643 y PLANTA DE TORTOSA (abajo) con sus fortificaciones antiguas "y las modernas que agora se han resuelto" (ao 1642).

    La condicin fronteriza con Francia de Catalua impuls a lo largo del siglo XVI la QDLNCDK@BHMCDRTRUHDI@RENQSHB@BHNMDRLDCHDU@KDRXK@DCHB@BHMCDMTDU@Rconstrucciones abaluartadas adoptando las pautas de la trace italienne. As surgieron

    las dos grandes fortalezas catalanas: Perpi-n y Rosas. Durante la guerra de separa-cin del siglo XVII todas las grandes plazas catalanas experimentaron un proceso BNMSHMTNDHMSDMRHUNCDENQSHB@BHMO@Q@ampliar, reparar y mejorar sus defensas.

    FORTALEZAS EN CATALUA

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    la implicacin de personas e instancias muy diversas que deban desarrollar una actividad coordinada, eficiente y or-ganizada para que el sistema funciona-se de forma eficaz. El suministro de las tropas hispnicas que lucharon en Ca-talua se ejecut mediante dos vas, la terrestre y la martima, que funcionaron en ocasiones de forma interrelaciona-da y complementaria. El entramado de asistencia de la parte del litoral ya tena una experiencia importante debido al crecimiento de la presencia militar en el Roselln en las ltimas dcadas y al inicio de las hostilidades con Francia en aquel territorio a partir de 1637, con lo

    y logstica militar, obligaron a diversifi-car los esfuerzos y mediatizaron el avan-ce de las armas hispnicas en Catalua, contribuyendo as a alargar el conflicto blico y a agravar el desgaste progresivo de los contendientes.

    LOS MEDIOS DE LA GUERRA:DINERO Y GENTEEl abastecimiento del ejrcito era uno de los captulos esenciales para su man-tenimiento y efectividad, y exiga una inversin monetaria y un despliegue de medios muy importante, junto con

    las asistencias en la que tuvieron que vivir las guarniciones que se encontra-ban en el Roselln y en el litoral cataln, pero aqu las dificultades eran otras. En el frente catalano-aragons todos los elementos y asistencias para el ejrci-to tenan que ser canalizados por tierra, con el enorme despliegue de medios, tiempo y dinero que haba que invertir en ello. Adems, Aragn ni contaba con una infraestructura defensiva adecuada, ni con capacidad suficiente para abaste-cer a un gran ejrcito, ni tena industria militar alguna. La mayor parte de los re-cursos blicos haba que traerlos de fue-ra, en ocasiones de zonas muy alejadas. Por otra parte, la capacidad y la pacien-cia de los aragoneses para acuartelar un ejrcito de dimensiones considerables ao tras ao no eran infinitas. La llegada del invierno y la necesidad de alojar las tropas representaban un autntico cal-vario para los militares, para los oficia-les reales, para el gobierno y sobre todo para la poblacin aragonesa, lo cual fue motivo de disputas y protestas conti-nuas durante toda la guerra. Para obviar este problema, las intenciones siempre fueron buscar cuarteles en las propias tierras del Principado, pero fue un in-tento infructuoso. La franja de tierra situada en la margen derecha del Segre era muy limitada espacialmente, qued muy despoblada y era una zona devas-tada y con unas condiciones deficientes para acuartelar a los soldados. Adems, el dominio de Balaguer por parte de los franceses durante gran parte del con-flicto, as como los principales enclaves de la Castellana, la Segarra, la Conca de Barber y parte de la Plana de Urgell, po-nan en serio peligro la seguridad de las tropas. El ro Segre tuvo una importancia estratgica vital desde el punto de vis-ta defensivo, pero era un arma de doble filo: antes de cruzarlo hacia el interior del Principado haba que pensar en pre-parar la forma y el tiempo de volverlo a traspasar en caso de retirada, porque se poda convertir en una trampa muy peli-grosa. Y es que las condiciones geogr-ficas del Principado cataln generaron importantes problemas de intendencia

    Los generales franceses sometieron a L-rida a dos cercos fallidos en los aos 1646 y 1647, siguiendo estrategias diferentes. El conde de Harcourt trat de rendirla a largo plazo por hambre, pero se top con el nico elemento de la infraestructura de-fensiva hispnica del frente aragons que estaba bien guarnecido y abastecido. El Prncipe de Cond pretendi tomar Lrida al ao siguiente por la va rpida mediante

    ataques contra la fortaleza que dominaba la ciudad. En esta ocasin choc con la resistencia tenaz y ofensiva de la escasa guarnicin militar y de prcticamente toda la poblacin civil, de forma que hasta los clrigos y frailes pelean, segn un testigo. El gobernador de la ciudad en ambos asedios, Gregorio Brito, se gan la fama de brujo entre unos soldados franceses completamente desmoralizados.

    LOS ASEDIOS FRANCO-CATALANES A LRIDA DE 1646 Y 1647

    PLANTA DE LOS ATAQUES EFECTUADOS POR EL PRNCIPE DE COND contra Lrida en 1647.

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  • tinuo de soldados, y la irregularidad de las cosechas elevaron los precios en el reino. As, hubo que recurrir de forma inevitable a las zonas castellanas ms o menos prximas al frente aragons para cubrir el suministro del ejrcito. Y lo mismo en cuanto al armamento y los pertrechos de guerra, ya que en Aragn no haba ninguna industria blica.El entramado de asistencia para las tro-pas hispnicas en Catalua se vio las-trado continuamente por lo irregular de su financiacin, que provocaba retrasos en la concertacin de los asientos y las compras, y esto tuvo consecuencias a veces decisivas en el inicio o el de-sarrollo de las campaas. La penuria monetaria en el frente fue habitual y generalizada, lo cual afect a la capaci-dad ofensiva y defensiva del ejrcito y las plazas, al rendimiento de las levas y reclutas, o a la conservacin de las tro-pas y al mantenimiento de su discipli-na, por ejemplo. Todos los ministros de Felipe IV coincidan y repitieron hasta la saciedad que la disponibilidad de ca-pital era lo primero que tena que estar garantizado, pero los aos de la guerra de separacin catalana coincidieron con uno de los peores momentos econmi-cos y fiscales de la Monarqua y con una situacin de "guerra total" que oblig a establecer prioridades y a valerse cada vez ms de arbitrios extraordinarios para poder hacer frente a los mltiples compromisos blicos. La capacidad de respuesta de la corona espaola en los aos centrales del siglo XVII se fue ha-ciendo ms lenta con el tiempo y menos eficiente, pero dicha respuesta se aca-baba produciendo y en la mayor parte de los casos con resultados en absoluto negativos. El dinero era fundamental para que todo el aparato de guerra ope-rase bien, pero su carencia no parece que colapsase su funcionamiento.

    EL PROBLEMA DE LAS DESERCIONESJunto a la financiacin de la guerra y su abastecimiento, la preocupacin de Felipe IV y su gobierno se centr en las reclutas de soldados para el ejrcito cataln. Todos los aos hubo que hacer

    que desde 1641 se fueron completando y adaptando algunos de sus elementos a las restricciones y nuevas circunstan-cias impuestas por el surgimiento del conflicto cataln. Principalmente fueron las plazas catalanas del litoral bajo do-minio hispnico las que se beneficiaron del aparato de asistencia martimo, cuyo centro organizador se situ en el reino valenciano. El virrey desde la ciudad de Valencia y un grupo de oficiales reales desde Vinaroz fueron los mximos res-ponsables de acudir a las necesidades logsticas de toda la franja martima catalana. A Valencia y Vinaroz llegaban por mar y por tierra todos los gneros, vveres, pertrechos y tropas que tenan como destino las plazas catalanas orien-tales, y all se organizaba su distribucin final. Adems, el protagonismo de los ministros reales en Valencia respecto de la vigilancia y seguridad de las plazas catalanas creci especialmente durante los aos centrales de la guerra, en que los sucesivos capitanes generales del ejrcito permanecieron en la parte de Aragn concentrados en las operaciones blicas que tuvieron lugar all y no po-dan ejercer un control tan directo e in-mediato sobre los dominios hispnicos de la parte de la marina.Desde Vinaroz tambin se encaminaron hacia el frente de Aragn los recursos que necesariamente tenan que venir por mar, como los granos y soldados provenientes de Italia o del sur penin-sular. Pero el ejrcito de la frontera catalano-aragonesa se abasteci pre-ferentemente desde el interior de la Pennsula, por va terrestre, un recurso ms lento, ms caro y que requera gran cantidad de medios de transporte. La participacin de Aragn en el acopio de suministros para el ejrcito fue impor-tante, pero no suficiente para cubrir la demanda del ejrcito, sobre todo de de-terminados productos como la cebada. Adems, la presencia militar masiva, as como la del rey y el aparato de gobierno durante los largos periodos que perma-necieron en Zaragoza, la devastacin de algunas zonas por las hostilidades de la guerra o el trnsito y alojamiento con-

    esfuerzos titnicos porque de una cam-paa para otra la Monarqua slo pudo contar con unos efectivos fijos y perma-nentes en torno a los 5.000 infantes y los 2.000 soldados de caballera. El res-to de los que haban servido bien eran soldados pertenecientes a unidades cuyo servicio era temporal y durante el invierno regresaban a sus lugares de origen o bien eran soldados que deser-taron. Las fugas representaron un au-tntico cncer y era un fenmeno que afectaba al ejrcito y a todo el proceso de reclutamiento de las tropas y trnsi-tos hasta el frente. A lo largo de la gue-rra se pusieron en prctica diversas me-didas para reducir las deserciones, pero los resultados fueron prcticamente nu-los y los efectos de las fugas se acaba-ron tratando de contrarrestar mediante un incremento del volumen de soldados que se planificaba movilizar.La mayor parte de las deserciones fue-ron protagonizadas por los espaoles, que fueron la base mayoritaria del ejr-cito cataln. Pero las intenciones del gobierno, consciente del incremento de las fugas, la disminucin de la volunta-riedad para el servicio militar en la so-ciedad espaola y la limitada capacidad humana de los territorios peninsulares, siempre fueron las de nutrir al ejrcito de soldados de fuera principalmente, tal y como ocurra en los frentes exte-riores. En Catalua lucharon italianos, alemanes, valones e irlandeses, pero su participacin siempre fue inferior a la de los espaoles. Las necesidades y urgencias de los frentes europeos en cada momento influyeron en la llegada de estos soldados a Espaa, as como la situacin interna de sus territorios de origen, la marcha de las gestiones de los ministros que tenan que negociarlas o el dinero disponible para financiarlas. Los refuerzos ms regulares procedie-ron de Italia, de donde llegaba todos los aos algn contingente de soldados de infantera y caballera. El recurso a los irlandeses qued interrumpido por la rebelin de la isla contra el dominio in-gls hasta 1649, fecha a partir de la cual empezaron a llegar importantes aportes

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    EL RETO CATALN DE FELIPE IV

    humanos al frente cataln procedentes

    de Irlanda. Los alemanes y valones vi-nieron a lo largo de toda la dcada de los aos cuarenta, pero de forma muy irregular y en cantidades poco impor-tantes. La firma de la paz con Holanda y el fin de la guerra de los Treinta Aos en 1648 permitieron que se incrementasen ligeramente los soldados trados de Ale-mania y Flandes.En cuanto a los combatientes espao-les, prcticamente todos los territorios de las coronas de Aragn y Castilla participaron de forma ms o menos in-tensa y continuada con hombres para la guerra de Catalua. Desde los ms inmediatamente afectados como fue-ron Aragn y Valencia, pasando por aquellos cuya condicin fronteriza les obligaba a ocuparse tambin de su pro-pia defensa y seguridad como Navarra

    o los territorios de la costa cantbrica,

    y hasta zonas tan alejadas de Catalua como eran las islas Canarias. La impli-cacin de Aragn y Valencia, aun con las restricciones y condiciones impues-tas por ambos reinos, fue fundamen-tal y se consigui que fuese anual, no slo a travs de servicios otorgados en Cortes, sino por medio de levas de vo-luntarios y servicios extraordinarios de particulares, corporaciones y ciudades.Sin embargo, fueron las dos mesetas castellanas y Andaluca las que acapara-ron el grueso de la participacin espao-la en la guerra de Catalua. Las milicias castellanas se movilizaron desde 1640 y constituyeron la base fundamental de la recluta de los tercios de espaoles del ejrcito hasta que en 1647 se permiti su permuta por dinero, frmula que fue adoptada de forma generalizada. A par-

    tir de ese momento hubo que recurrir a otros procedimientos que llenasen el vaco dejado por las milicias, como las levas concertadas con personas parti-culares por asiento o por comisin. Pero sobre todo se recurri a la ejecucin de reclutas, en teora de voluntarios, por medio de diferentes miembros de la ad-ministracin real, como los corregidores, que ante el descenso de la voluntariedad tuvieron que recurrir de forma intensiva a los miembros de los sectores socia-les marginales, aquellos denominados como "gente ociosa y malentretenida".La guerra de Catalua de mediados del siglo XVII, unida a la que estall en Por-tugal, conllev la movilizacin general de la poblacin de todo el territorio peninsular y puso a prueba el estado de su sistema y elementos defensivos, caracterizados por un cierto abandono y falta de renovacin y adecuacin a las exigencias concretas de aquel momen-to. Para todas estas dificultades hubo que buscar diferentes expedientes que en muchos casos no tuvieron el efecto deseado o slo lo tuvieron temporal o parcialmente. Fue muy difcil dar una solucin satisfactoria a un problema que hubiese requerido tiempo, dinero y un periodo pacfico para llevar a cabo una reforma profunda de las estructu-ras defensivas peninsulares, la admi-nistracin de guerra y la implicacin de la poblacin en el servicio militar, cuando no se reunan ninguna de esas condiciones. A pesar de todo, la Monarqua Hispni-ca sera capaz de hacer frente a uno de los mayores retos del reinado de Felipe IV de una forma bastante satisfactoria. En medio de un desgaste palmario y de unas circunstancias polticas, econmi-cas y sociales realmente adversas, la monarqua de Felipe IV dio muestras todava en la segunda mitad de su rei-nado de una persistente capacidad de respuesta, aunque esta fuese ms lenta y costosa que en periodos precedentes, exigiese el debilitamiento de determi-nadas zonas e infraestructuras defensi-vas y conllevase unos costes humanos y materiales muy elevados.

    FELIPE IV (Velzquez, 1644) Durante doce aos, la regin de Catalua permaneci bajo BNMSQNKEQ@MBRG@RS@PTDDKM@Kde la Guerra de los Treinta aos y el enfriamiento del choque hispano-francs permiti a Felipe IV recuperar el territorio perdido, menos Roselln.