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El sabueso de los Baskerville Arthur Conan Doyle Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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El sabueso de losBaskerville

Arthur Conan Doyle

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Este es un libro de dominio público en tanto que losderechos de autor, según la legislación españolahan caducado.

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2) Luarna sólo ha adaptado la obra para quepueda ser fácilmente visible en los habitua-les readers de seis pulgadas.

3) A todos los efectos no debe considerarsecomo un libro editado por Luarna.

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EL SABUESO DE LOS BASKERVILLE

La idea para este relato me la proporcionómi amigo, el señor Fletcher Robinson, que me haayudado además en la línea argumental y en losdetalles de ambientación.

1. El señor Sherlock Holmes

El señor Sherlock Holmes, que de ordinariose levantaba muy tarde, excepto en las ocasionesnada infrecuentes en que no se acostaba en toda lanoche, estaba desayunando. Yo, que me hallaba depie junto a la chimenea, me agaché para recoger elbastón olvidado por nuestro visitante de la nocheanterior. Sólido, de madera de buena calidad y conun abultamiento a modo de empuñadura, era deltipo que se conoce como «abogado de Penang»1.Inmediatamente debajo de la protuberancia elbastón llevaba una ancha tira de plata, de más dedos centímetros, en la que estaba grabado «A Ja-mes Mortimer, MRCS2, de sus amigos de CCH», yel año, «1884». Era exactamente la clase de bastónque solían llevar los médicos de cabecera a la anti-gua usanza: digno, sólido y que inspiraba confianza.

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Veamos, Watson, ¿a qué conclusiones lle-ga?

1. Bastón de paseo de cabeza abultada quese fabrica con el tallo de Licuala Acutifida, una pal-ma dé Asia oriental.

2. Member of the Royal College of Surgeons(Miembro del Real Colegio de Cirujanos).

Holmes me daba la espalda, y yo no le hab-ía dicho en qué me ocupaba.

¿Cómo sabe lo que estoy haciendo? Voy acreer que tiene usted ojos en el cogote.

Lo que tengo, más bien, es una relucientecafetera con baño de plata delante de mí me res-pondió. Vamos, Watson, dígame qué opina delbastón de nuestro visitante. Puesto que hemos teni-do la desgracia de no coincidir con él e ignoramosqué era lo que quería, este recuerdo fortuito adquie-re importancia. Descríbame al propietario con losdatos que le haya proporcionado el examen delbastón.

Me parece dije, siguiendo hasta donde meera posible los métodos de mi compañero que eldoctor Mortimer es un médico entrado en años y

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prestigioso que disfruta de general estimación,puesto que quienes lo conocen le han dado estamuestra de su aprecio.

¡Bien! dijo Holmes. ¡Excelente!

También me parece muy probable que seamédico rural y que haga a pie muchas de sus visi-tas.

¿Por qué dice eso?

Porque este bastón, pese a su excelentecalidad, está tan baqueteado que difícilmente ima-gino a un médico de ciudad llevándolo. El gruesoregatón de hierro está muy gastado, por lo que esevidente que su propietario ha caminado mucho conél.

¡Un razonamiento perfecto! dijo Holmes.

Y además no hay que olvidarse de los«amigos de CCH». Imagino que se trata de unaasociación local de cazadores', a cuyos miembroses posible que haya atendido profesionalmente yque le han ofrecido en recompensa este pequeñoobsequio.

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1. La deducción de Watson se explica por-que la inicial H sirve en inglés tanto para la palabrahunt, una de cuyas acepciones es «asociación decazadores», como para «hospital».

A decir verdad se ha superado usted a símismo dijo Holmes, apartando la silla de la mesadel desayuno y encendiendo un cigarrillo. Me veoobligado a confesar que, de ordinario, en los relatoscon los que ha tenido usted a bien recoger mis mo-destos éxitos, siempre ha subestimado su habilidadpersonal. Cabe que usted mismo no sea luminoso,pero sin duda es un buen conductor de la luz. Haypersonas que sin ser genios poseen un notablepoder de estímulo. He de reconocer, mi queridoamigo, que estoy muy en deuda con usted.

Hasta entonces Holmes no se había mos-trado nunca tan elogioso, y debo reconocer que suspalabras me produjeron una satisfacción muy inten-sa, porque la indiferencia con que recibía mi admi-ración y mis intentos de dar publicidad a sus méto-dos me había herido en muchas ocasiones. Tam-bién me enorgullecía pensar que había llegado adominar su sistema lo bastante como para aplicarlode una forma capaz de merecer su aprobación. Actoseguido Holmes se apoderó del bastón y lo examinó

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durante unos minutos. Luego, como si algo hubieradespertado especialmente su interés, dejó el cigarri-llo y se trasladó con el bastón junto a la ventana,para examinarlo de nuevo con una lente convexa.

Interesante, aunque elemental dijo, mientrasregresaba a su sitio preferido en el sofá. Hay sinduda una o dos indicaciones en el bastón que sirvende base para varias deducciones.

¿Se me ha escapado algo? pregunté concierta presunción. Confío en no haber olvidado nadaimportante. Mucho me temo, mi querido Watson,que casi todas sus conclusiones son falsas. Cuandohe dicho que me ha servido usted de estímulo merefería, si he de ser sincero, a que sus equivocacio-nes me han llevado en ocasiones a la verdad. Aun-que tampoco es cierto que se haya equivocadousted por completo en este caso. Se trata sin dudade un médico rural que camina mucho.

Entonces tenía yo razón. Hasta ahí, sí.

Pero sólo hasta ahí.

Sólo hasta ahí, mi querido Watson; porqueeso no es todo, ni mucho menos. Yo consideraríamás probable, por ejemplo, que un regalo a unmédico proceda de un hospital y no de una asocia-

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ción de cazadores, y que cuando las iniciales CCvan unidas a la palabra hospital, se nos ocurra en-seguida que se trata de Charing Cross.

Quizá tenga usted razón.

Las probabilidades se orientan en ese sen-tido. Y si adoptamos esto como hipótesis de trabajo,disponemos de un nuevo punto de partida desdedonde dar forma a nuestro desconocido visitante.

De acuerdo; supongamos que «CCH» signi-fica «hospital de Charing Cross»; ¿qué otras con-clusiones se pueden sacar de ahí?

¿No se le ocurre alguna de inmediato? Us-ted conoce mis métodos. ¡Aplíquelos!

Sólo se me ocurre la conclusión evidente deque nuestro hombre ha ejercido su profesión enLondres antes de marchar al campo.

Creo que podemos aventurarnos un pocomás. Véalo desde esta perspectiva. ¿En qué oca-sión es más probable que se hiciera un regalo deesas características? ¿Cuándo se habrán puesto deacuerdo sus amigos para darle esa prueba de afec-to? Evidentemente en el momento en que el doctorMortimer dejó de trabajar en el hospital para abrir su

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propia consulta. Sabemos que se le hizo un regalo.Creemos que se ha producido un cambio y que eldoctor Mortimer ha pasado del hospital de la ciudada una consulta en el campo. ¿Piensa que estamosllevando demasiado lejos nuestras deducciones sidecimos que el regalo se hizo con motivo de esecambio?

Parece probable, desde luego.

Observará usted, además, que no podíaformar parte del personal permanente del hospital,ya que tan sólo se nombra para esos puestos aprofesionales experimentados, con una buena clien-tela en Londres, y un médico de esas característi-cas no se marcharía después a un pueblo. ¿Quéera, en ese caso? Si trabajaba en el hospital sinhaberse incorporado al personal permanente, sólopodía ser cirujano o médico interno: poco más queestudiante posgraduado. Y se marchó hace cincoaños; la fecha está en el bastón. De manera que sumédico de cabecera, persona seria y de medianaedad, se esfuma, mi querido Watson, y aparece ensu lugar un joven que no ha cumplido aún la treinte-na, afable, poco ambicioso, distraído, y dueño de unperro por el que siente gran afecto y que describiré

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aproximadamente como más grande que un terrierpero más pequeño que un mastín.

Yo me eché a reír con incredulidad mientrasSherlock Holmes se recostaba en el sofá y enviabahacia el techo temblorosos anillos de humo.

En cuanto a sus últimas afirmaciones, ca-rezco de medios para rebatirlas dije, pero al menosno nos será dificil encontrar algunos datos sobre laedad y trayectoria profesional de nuestro hombre.

Del modesto estante donde guardaba los li-bros relacionados con la medicina saqué el directo-rio médico y, al buscar por el apellido, encontrévarios Mortimer, pero tan sólo uno que coincidieracon nuestro visitante, por lo que procedí a leer envoz alta la nota biográfica.

«Mortimer, James, MRCS, 1882, Grimpen,Dartmoor, Devonshire. De 1882 a 1884 cirujanointerno en el hospital de Charing Cross. En pose-sión del premio Jackson de patología comparada,gracias al trabajo titulado "¿Es la enfermedad unaregresión?". Miembro correspondiente de la Socie-dad Sueca de Patología. Autor de "Algunos fenó-menos de atavismo" (Lancet, 1882), "¿Estamosprogresando?" (Journal of Psychology, marzo de

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1883). Médico de los municipios de Grimpen, Thors-ley y High Barrow».

No se menciona ninguna asociación de ca-zadores comentó Holmes con una sonrisa malicio-sa; pero sí que nuestro visitante es médico rural,como usted dedujo atinadamente. Creo que misdeducciones están justificadas. Por lo que se refierea los adjetivos, dije, si no recuerdo mal, afable, pocoambicioso y distraído. Según mi experiencia, sóloun hombre afable recibe regalos de sus colegas,sólo un hombre sin ambiciones abandona una ca-rrera en Londres para irse a un pueblo y sólo unapersona distraída deja el bastón en lugar de la tarje-ta de visita después de esperar una hora.

¿Y el perro?

Está acostumbrado a llevarle el bastón a suamo. Como es un objeto pesado, tiene que sujetarlocon fuerza por el centro, y las señales de sus dien-tes son perfectamente visibles. La mandíbula delanimal, como pone de manifiesto la distancia entrelas marcas, es, en mi opinión, demasiado anchapara un terrier y no lo bastante para un mastín.Podría ser..., sí, claro que sí: se trata de un spanielde pelo rizado.

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Holmes se había puesto en pie y paseabapor la habitación mientras hablaba. Finalmente sedetuvo junto al hueco de la ventana. Había un tonotal de convicción en su voz que levanté la vista sor-prendido.

¿Cómo puede estar tan seguro de eso?

Por la sencilla razón de que estoy viendo alperro delante de nuestra casa, y acabamos de oírcómo su dueño ha llamado a la puerta. No se mue-va, se lo ruego. Se trata de uno de sus hermanos deprofesión, y la presencia de usted puede serme deayuda. Éste es el momento dramático del destino,Watson: se oyen en la escalera los pasos de al-guien que se dispone a entrar en nuestra vida y nosabemos si será para bien o para mal. ¿Qué es loque el doctor James Mortimer, el científico, deseade Sherlock Holmes, el detective? ¡Adelante!

El aspecto de nuestro visitante fue una sor-presa para mí, dado que esperaba al típico médicorural y me encontré a un hombre muy alto y delga-do, de nariz larga y ganchuda, disparada hacia ade-lante entre unos ojos grises y penetrantes, muyjuntos, que centelleaban desde detrás de unos len-tes de montura dorada. Vestía de acuerdo con suprofesión, pero de manera un tanto descuidada,

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porque su levita estaba sucia y los pantalones, raí-dos. Cargado de espaldas, aunque todavía joven,caminaba echando la cabeza hacia adelante yofrecía un aire general de benevolencia corta devista. Al entrar, sus ojos tropezaron con el bastónque Holmes tenía entre las manos, por lo que seprecipitó hacia él lanzando una exclamación dealegría.

¡Cuánto me alegro! dijo. No sabía si lo hab-ía dejado aquí o en la agencia marítima. Sentiríamucho perder ese bastón.

Un regalo, por lo que veo dijo Holmes.

Así es.

¿Del hospital de Charing Cross?

De uno o dos amigos que tenía allí, conocasión de mi matrimonio.

¡Vaya, vaya! ¡Qué contrariedad! dijo Hol-mes, agitando la cabeza.

¿Cuál es la contrariedad?

Tan sólo que ha echado usted por tierranuestras modestas deducciones. ¿Su matrimonio,ha dicho?

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Sí, señor. Al casarme dejé el hospital, y conello toda esperanza de abrir una consulta. Necesi-taba un hogar. Bien, bien; no estábamos tan equi-vocados, después de todo dijo Holmes. Y ahora,doctor James Mortimer...

No soy doctor; tan sólo un modesto MRCS.

Y persona amante de la exactitud, por loque se ve.

Un simple aficionado a la ciencia, señorHolmes, coleccionista de conchas en las playas delgran océano de lo desconocido. Imagino que estoyhablando con el señor Sherlock Holmes y no...

No se equivoca; yo soy Sherlock Holmes yéste es mi amigo, el doctor Watson.

Encantado de conocerlo, doctor Watson. Heoído mencionar su nombre junto con el de su amigo.Me interesa usted mucho, señor Holmes. No espe-raba encontrarme con un cráneo tan dolicocéfalo nicon un arco supraorbital tan pronunciado. ¿Le im-portaría que recorriera con el dedo su fisura parie-tal? Un molde de su cráneo, señor mío, hasta quepueda disponerse del original, sería el orgullo decualquier museo antropológico. No es mi intención

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parecer obsequioso, pero confieso que codicio sucráneo.

Sherlock Holmes hizo un gesto con la manopara invitar a nuestro extraño visitante a que tomaraasiento. Veo que se entusiasma usted tanto con susideas como yo con las mías dijo. Y observo por sudedo índice que se hace usted mismo los cigarrillos.No dude en encender uno si así lo desea.

El doctor Mortimer sacó papel y tabaco y lióun pitillo con sorprendente destreza. Sus dedos,largos y temblorosos, eran tan ágiles e inquietoscomo las antenas de un insecto.

Holmes guardó silencio, pero la intensidadde su atención me demostraba el interés que des-pertaba en él nuestro curioso visitante.

Supongo dijo finalmente, que no debemosel honor de su visita de anoche y ésta de hoy exclu-sivamente a su deseo de examinar mi cráneo.

No, claro está; aunque también me alegrode haber tenido la oportunidad de hacerlo, he acu-dido a usted, señor Holmes, porque no se me ocultaque soy una persona poco práctica y porque meenfrento de repente con un problema tan gravecomo singular. Y reconociendo, como yo lo reco-

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nozco, que es usted el segundo experto europeomejor cualificado...

Ah. ¿Puedo preguntarle a quién correspon-de el honor de ser el primero? le interrumpió Hol-mes con alguna aspereza.

Para una persona amante de la exactitud yde la ciencia, el trabajo de monsieur Bertillon tendrásiempre un poderoso atractivo.

¿No sería mejor consultarle a él en ese ca-so?

He hablado de personas amantes de laexactitud y de la ciencia. Pero en cuanto a sentidopráctico todo el mundo reconoce que carece ustedde rival. Espero, señor mío, no haber...

Tan sólo un poco dijo Holmes. No estará demás, doctor Mortimer, que, sin más preámbulo,tenga la amabilidad de contarme en pocas palabrascuál es exactamente el problema para cuya resolu-ción solicita mi ayuda.

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2. La maldición de los Baskerville

Traigo un manuscrito en el bolsillo dijo eldoctor james Mortimer.

Lo he notado al entrar usted en la habita-ción dijo Holmes.

Es un manuscrito antiguo.

Primera mitad del siglo XVIII, a no ser quese trate de una falsificación.

¿Cómo lo sabe?

Los tres o cuatro centímetros que quedan aldescubierto me han permitido examinarlo mientrasusted hablaba. Una persona que no esté en condi-ciones de calcular la fecha de un documento con unmargen de error de una década, más o menos, noes un experto. Tal vez conozca usted mi modestamonografía sobre el tema. Yo lo situaría hacia 1730.

La fecha exacta es 1742 el doctor Mortimersacó el manuscrito del bolsillo interior de la levita.Sir Charles Baskerville, cuya repentina y trágicamuerte hace unos tres meses causó tanto revueloen Devonshire, confió a mi cuidado este documentode su familia. Quizá deba explicar que yo era amigopersonal suyo además de su médico. Sir Charles,

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pese a ser un hombre resuelto, perspicaz, práctico ytan poco imaginativo como yo, consideraba estedocumento una cosa muy seria, y estaba preparadopara que le sucediera lo que finalmente puso fin asu vida.

Holmes extendió la mano para recibir el do-cumento y lo alisó colocándoselo sobre la rodilla.

Fíjese usted, Watson, en el uso alternativode la S larga y corta. Es uno de los indicios que mehan permitido calcular la fecha.

Por encima de su hombro contemplé el pa-pel amarillento y la escritura ya borrosa. En el enca-bezamiento se leía: «Mansión de los Baskerville» y,debajo, con grandes números irregulares, « 1742».

Parece una declaración.

Sí, es una declaración acerca de cierta le-yenda relacionada con la familia de los Baskerville.

Pero imagino que usted me quiere consultaracerca de algo más moderno y práctico.

De inmediata actualidad. Una cuestión enextremo práctica y urgente que hay que decidir enun plazo de veinticuatro horas. Pero el relato es

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breve y está íntimamente ligado con el problema.Con su permiso voy a proceder a leérselo.

Holmes se recostó en el asiento, unió lasmanos por las puntas de los dedos y cerró los ojoscon gesto de resignación. El doctor Mortimer volvióel manuscrito hacia la luz y leyó, con voz aguda,que se quebraba a veces, la siguiente narración,pintoresca y extraña al mismo tiempo.

«Sobre el origen del sabueso de los Bas-kerville se han dado muchas explicaciones, perocomo yo procedo en línea directa de Hugo Baskervi-lle y la historia me la contó mi padre, que a su vez lasupo de mi abuelo, la he puesto por escrito conven-cido de que todo sucedió exactamente como aquíse relata. Con ello quisiera convenceros, hijos míos,de que la misma Justicia que castiga el pecadopuede también perdonarlo sin exigir nada a cambio,y que toda interdicción puede a la larga superarsegracias al poder de la oración y el arrepentimiento.Aprended de esta historia a no temer los frutos delpasado, sino, más bien, a ser circunspectos en elfuturo, de manera que las horribles pasiones por lasque nuestra familia ha sufrido hasta ahora tanatrozmente no se desaten de nuevo para provocarnuestra perdición.

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»Sabed que en la época de la gran rebelión(y mucho os recomiendo la historia que de ella es-cribió el sabio Lord Clarendon)' el propietario deesta mansión de los Baskerville era un Hugo delmismo apellido, y no es posible ocultar que se trata-ba del hombre más salvaje, soez y sin Dios quepueda imaginarse. Todo esto, a decir verdad, podr-ían habérselo perdonado sus coetáneos, dado quelos santos no han florecido nunca por estos contor-nos, si no fuera porque había además en él un gus-to por la lascivia y la crueldad que lo hicieron triste-mente célebre en todo el occidente del país. Suce-dió que este Hugo dio en amar (si, a decir verdad, auna pasión tan tenebrosa se le puede dar un nom-bre tan radiante) a la hija de un pequeño terrate-niente que vivía cerca de las propiedades de losBaskerville. Pero la joven, discreta y de buena repu-tación, evitaba siempre a Hugo por el temor que leinspiraba su nefasta notoriedad. Sucedió así que,un día de san Miguel, este antepasado nuestro, concinco o seis de sus compañeros, tan ociosos comodesalmados, llegaron a escondidas hasta la granja ysecuestraron a la doncella, sabedores de que supadre y sus hermanos estaban ausentes. Una vezen la mansión, recluyeron a la doncella en un apo-sento del piso alto, mientras Hugo y sus amigos

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iniciaban una larga francachela, al igual que todaslas noches. Lo más probable es que a la pobre chi-ca se le trastornara el juicio al oír los cánticos y losgritos y los terribles juramentos que le llegabandesde abajo, porque dicen que las palabras queutilizaba Hugo Baskerville cuando estaba borrachobastarían para fulminar al hombre que las pronun-ciara. Finalmente, impulsada por el miedo, la mu-chacha hizo algo a lo que quizá no se hubiera atre-vido el más valiente y ágil de los hombres, porquegracias a la enredadera que cubría (y todavía cubre)el lado sur de la casa, descendió hasta el suelodesde el piso alto, y emprendió el camino hacia sucasa a través del páramo dispuesta a recorrer lastres leguas que separaban la mansión de la granjade su padre.

1 Referencia ala guerra civil que con-cluyó con la condena a muerte y la ejecución deCarlos I, rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en1649. Lord Clarendon, Primer Conde de Clarendon(16091674), fue primer ministro en la Restauración,pero en 1667 tuvo que huir a Francia, al acusárselede traición. En el exilio terminó de escribir su Histo-ria de la rebelión y de las guerras civiles en Inglate-rra.

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»Sucedió que, algo más tarde, Hugo dejó asus invitados para llevar alimento y bebida junto,quizá, con otras cosas peores a su cautiva, en-contrándose vacía la jaula y desaparecido el pájaro.A partir de aquel momento, por lo que parece, elcarcelero burlado dio la impresión de estar poseídopor el demonio, porque bajó corriendo las escaleraspara regresar al comedor, saltó sobre la gran mesa,haciendo volar por los aires jarras y fuentes, y dijo agrandes gritos ante todos los presentes que aquellamisma noche entregaría cuerpo y alma a los pode-res del mal si conseguía alcanzar a la muchacha. Yaunque a los juerguistas les espantó la furia deaquel hombre, hubo uno más perverso o, tal vez,más borracho que los demás, que propuso lanzar alos sabuesos en persecución de la doncella. Al oírloHugo salió corriendo de la casa y ordenó a gritos asus criados que le ensillaran la yegua y soltaran lajauría; después de dar a los perros un pañuelo de ladoncella, los puso inmediatamente sobre su pistapara que, a la luz de la luna, la persiguieran por elpáramo.

»Durante algún tiempo los juerguistas que-daron mudos, incapaces de entender acontecimien-tos tan rápidos. Pero al poco salieron de su perpleji-dad e imaginaron lo que probablemente estaba a

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punto de suceder. El alboroto fue inmediato: quiénpedía sus armas, quién su caballo y quién otra jarrade vino. A la larga, sin embargo, sus mentes enlo-quecidas recobraron un poco de sensatez, y todos,trece en total, montaron a caballo y salieron trasHugo. La luna brillaba sobre sus cabezas y cabalga-ron a gran velocidad, siguiendo el camino que lamuchacha tenía que haber tomado para volver a sucasa.

»Habían recorrido alrededor de media leguacuando se cruzaron con uno de los pastores queguardaban durante la noche el ganado del páramo,y lo interrogaron a grandes voces, pidiéndole noti-cias de la partida de caza. Y aquel hombre, segúncuenta la historia, aunque se hallaba tan dominadopor el miedo que apenas podía hablar, contó por finque había visto a la desgraciada doncella y a lossabuesos que seguían su pista. "Pero he visto másque eso añadió, porque también me he cruzado conHugo Baskerville a lomos de su yegua negra, y trasél corría en silencio un sabueso infernal que nuncaquiera Dios que llegue a seguirme los pasos”.

»De manera que los caballeros borrachosmaldijeron al pastor y siguieron adelante. Pero muypronto se les heló la sangre en las venas, porque

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oyeron el ruido de unos cascos al galope y ensegui-da pasó ante ellos, arrastrando las riendas y sinjinete en la silla, la yegua negra de Hugo, cubiertade espuma blanca. A partir de aquel momento losjuerguistas, llenos de espanto, siguieron avanzandopor el páramo, aunque cada uno, si hubiera estadosolo, habría vuelto grupas con verdadera alegría.Después de cabalgar más lentamente de esta gui-sa, llegaron finalmente a donde se encontraban lossabuesos. Los pobres animales, aunque afamadospor su valentía y pureza de raza, gemían apiñadosal comienzo de un hocino, como nosotros lo llama-mos, algunos escabulléndose y otros, con el peloerizado y los ojos desorbitados, mirando fijamente elestrecho valle que tenían delante.

»Los jinetes, mucho menos borrachos ya,como es fácil de suponer, que al comienzo de suexpedición, se detuvieron. La mayor parte se negó aseguir adelante, pero tres de ellos, los más audaceso, tal vez, los más ebrios, continuaron hasta llegar alfondo del valle, que se ensanchaba muy pronto y enel que se alzaban dos de esas grandes piedras, queaún perduran en la actualidad, obra de pueblosolvidados de tiempos remotos. La luna iluminaba elclaro y en el centro se encontraba la desgraciadadoncella en el lugar donde había caído, muerta de

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terror y de fatiga. Pero no fue la vista de su cuerpo,ni tampoco del cadáver de Hugo Baskerville queyacía cerca, lo que hizo que a aquellos juerguistastemerarios se les erizaran los cabellos, sino elhecho de que, encima de Hugo y desgarrándole elcuello, se hallaba una espantosa criatura: unaenorme bestia negra con forma de sabueso peromás grande que ninguno de los sabuesos jamáscontemplados por ojo humano. Acto seguido, y ensu presencia, aquella criatura infernal arrancó lacabeza de Hugo Baskerville, por lo que, al volverhacia ellos los ojos llameantes y las mandíbulasensangrentadas, los tres gritaron empavorecidos yvolvieron grupas desesperadamente, sin dejar delanzar alaridos mientras galopaban por el páramo.Según se cuenta, uno de ellos murió aquella mismanoche a consecuencia de lo que había visto, y losotros dos no llegaron a reponerse en los años queaún les quedaban de vida.

»Ésa es la historia, hijos míos, de la apari-ción del sabueso que, según se dice, ha atormenta-do tan cruelmente a nuestra familia desde entonces.Lo he puesto por escrito, porque lo que se conocecon certeza causa menos terror que lo que sólo seinsinúa o adivina. Como tampoco se puede negarque son muchos los miembros de nuestra familia

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que han tenido muertes desgraciadas, con frecuen-cia repentinas, sangrientas y misteriosas. Quizápodamos, sin embargo, refugiarnos en la bondadinfinita de la Providencia, que no castigará sin moti-vo a los inocentes más allá de la tercera o la cuartageneración, que es hasta donde se extiende laamenaza de la Sagrada Escritura. A esa Providen-cia, hijos míos, os encomiendo ahora, y os aconse-jo, como medida de precaución, que os abstengáisde cruzar el páramo durante las horas de oscuridaden las que triunfan los poderes del mal.

»(De Hugo Baskerville para sus hijos Rod-ger y John, instándoles a que no digan nada de sucontenido a Elizabeth, su hermana.) »

Cuando el doctor Mortimer terminó de leeraquella singular narración, se alzó los lentes hastacolocárselos en la frente y se quedó mirando aSherlock Holmes de hito en hito. Este último bos-tezó y arrojó al fuego la colilla del cigarrillo que hab-ía estado fumando.

¿Y bien? dijo.

¿Le parece interesante?

Para un coleccionista de cuentos de hadas.

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El doctor Mortimer se sacó del bolsillo unperiódico doblado.

Ahora, señor Holmes, voy a leerle una noti-cia un poco más reciente, publicada en el DevonCounty Chronicle del 14 de junio de este año. Es unbreve resumen de la información obtenida sobre lamuerte de Sir Charles Baskerville, ocurrida pocosdías antes.

Mi amigo se inclinó un poco hacia adelantey su expresión se hizo más atenta. Nuestro visitantese ajustó las gafas y comenzó a leer:

«El fallecimiento repentino de Sir CharlesBaskerville, cuyo nombre se había mencionadocomo probable candidato del partido liberal en Mid-Devon para las próximas elecciones, ha entristecidoa todo el condado. Si bien Sir Charles había residi-do en la mansión de los Baskerville durante un pe-riodo comparativamente breve, su simpatía y suextraordinaria generosidad le ganaron el afecto y elrespeto de quienes lo trataron. En estos días denuevos ricos es consolador encontrar un caso en elque el descendiente de una antigua familia venida amenos ha sido capaz de enriquecerse en el extran-jero y regresar luego a la tierra de sus mayores para

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restaurar el pasado esplendor de su linaje. Sir Char-les, como es bien sabido, se enriqueció mediante laespeculación sudafricana. Más prudente que quie-nes siguen en los negocios hasta que la rueda de lafortuna se vuelve contra ellos, Sir Charles se detuvoa tiempo y regresó a Inglaterra con sus ganancias.Han pasado sólo dos años desde que establecierasu residencia en la mansión de los Baskerville y sonde todos conocidos los ambiciosos planes de re-construcción y mejora que han quedado trágica-mente interrumpidos por su muerte. Dado que ca-recía de hijos, su deseo, públicamente expresado,era que toda la zona se beneficiara, en vida suya,de su buena fortuna, y serán muchos los que ten-gan razones personales para lamentar su prematuradesaparición. Las columnas de este periódico sehan hecho eco con frecuencia de sus generosasdonaciones a obras caritativas tanto locales comodel condado.

»No puede decirse que la investigaciónefectuada haya aclarado por completo las circuns-tancias relacionadas con la muerte de Sir Charles,pero, al menos, se ha hecho luz suficiente comopara poner fin a los rumores a que ha dado origen lasuperstición local. No hay razón alguna para sospe-char que se haya cometido un delito, ni para imagi-

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nar que el fallecimiento no obedezca a causas natu-rales. Sir Charles era viudo y quizá también personaun tanto excéntrica en algunas cuestiones. A pesarde su considerable fortuna, sus gustos eran muysencillos y contaba únicamente, para su serviciopersonal, con el matrimonio apellidado Barrymore:el marido en calidad de mayordomo y la esposacomo ama de llaves. Su testimonio, corroborado porel de varios amigos, ha servido para poner de mani-fiesto que la salud de Sir Charles empeoraba desdehacía algún tiempo y, de manera especial, que leaquejaba una afección cardíaca con manifestacio-nes como palidez, ahogos y ataques agudos dedepresión nerviosa. El doctor James Mortimer, ami-go y médico de cabecera del difunto, ha testimonia-do en el mismo sentido.

»Los hechos se relatan sin dificultad. SirCharles tenía por costumbre pasear todas las no-ches, antes de acostarse, por el famoso paseo delos Tejos de la mansión de los Baskerville. El testi-monio de los Barrymore confirma esa costumbre. Elcuatro de junio Sir Charles manifestó su intenciónde emprender viaje a Londres al día siguiente, yencargó a Barrymore que le preparase el equipaje.Aquella noche salió como de ordinario a dar su pa-seo nocturno, durante el cual tenía por costumbre

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fumarse un cigarro habano, pero nunca regresó. Alas doce, al encontrar todavía abierta la puerta prin-cipal, el mayordomo se alarmó y, después de en-cender una linterna, salió en busca de su señor.Había llovido durante el día, y no le fue dificil seguirlas huellas de Sir Charles por el paseo de los Tejos.Hacia la mitad del recorrido hay un portillo para saliral páramo. Sir Charles, al parecer, se detuvo allíalgún tiempo. El mayordomo siguió paseo adelantey en el extremo que queda más lejos de la mansiónencontró el cadáver. Según el testimonio de Barry-more, las huellas de su señor cambiaron de aspectomás allá del portillo que da al páramo, ya que apartir de entonces anduvo al parecer de puntillas.Un tal Murphy, gitano tratante en caballos, no seencontraba muy lejos en aquel momento, pero,según su propia confesión, estaba borracho. Murp-hy afirma que oyó gritos, pero es incapaz de preci-sar de dónde procedían. En la persona de Sir Char-les no se descubrió señal alguna de violencia yaunque el testimonio del médico señala una distor-sión casi increíble de los rasgos faciales hasta elpunto de que, en un primer momento, el doctor Mor-timer se negó a creer que fuera efectivamente suamigo y paciente, pudo saberse que se trata de unsíntoma no del todo infrecuente en casos de disnea

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y de muerte por agotamiento cardíaco. Esta expli-cación se vio corroborada por el examen post mor-tem, que puso de manifiesto una enfermedad orgá-nica crónica, y el veredicto del jurado al que informóel coroner 1 estuvo en concordancia con las prue-bas médicas. Hemos de felicitarnos de que hayasido así, porque, evidentemente, es de suma impor-tancia que el heredero de Sir Charles se instale enla mansión y prosiga la encomiable tarea tan triste-mente interrumpida. Si los prosaicos hallazgos delcoroner no hubieran puesto fin a las historiasrománticas susurradas en conexión con estos suce-sos, podría haber resultado difícil encontrar un nue-vo ocupante para la mansión de los Baskerville.Según se sabe, el pariente más próximo de SirCharles es el señor Henry Baskerville, hijo de suhermano menor, en el caso de que aún siga convida. La última vez que se tuvo noticias de estejoven se hallaba en Estados Unidos, y se estánhaciendo las averiguaciones necesarias para infor-marle de lo sucedido.»

1. Funcionario público cuyo principal deberes investigar, en presencia de un jurado, cualquierdefunción cuando hay motivos para suponer que lascausas no han sido naturales.

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El doctor Mortimer volvió a doblar el periódi-co y se lo guardó en el bolsillo.

Ésos son, señor Holmes, los hechos en co-nexión con la muerte de Sir Charles Baskerville quehan llegado a conocimiento de la opinión pública.

Tengo que agradecerle dijo Sherlock Hol-mes que me haya informado sobre un caso quepresenta sin duda algunos rasgos de interés. Re-cuerdo haber leído, cuando murió Sir Charles, algu-nos comentarios periodísticos, pero estaba muyocupado con el asunto de los camafeos del Vatica-no y, llevado de mi deseo de complacer a Su Santi-dad, perdí contacto con varios casos muy interesan-tes de mi país. ¿Dice usted que ese artículo contie-ne todos los hechos de conocimiento público?

Así es.

En ese caso, infórmeme de los privados re-costándose en el sofá, Sherlock Holmes volvió aunir las manos por las puntas de los dedos y adoptósu expresión más impasible y juiciosa.

Al hacerlo explicó el doctor Mortimer, queempezaba a dar la impresión de estar muy emocio-nado me dispongo a contarle algo que no he reve-lado a nadie. Mis motivos para ocultarlo durante la

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investigación del coroner son que un hombre deciencia no puede adoptar públicamente una posi-ción que, en apariencia, podría servir de apoyo a lasuperstición. Me impulsó además el motivo suple-mentario de que, como dice el periódico, la mansiónde los Baskerville permanecería sin duda deshabi-tada si contribuyéramos de algún modo a confirmarsu reputación, ya de por sí bastante siniestra. Poresas dos razones me pareció justificado decir bas-tante menos de lo que sabía, dado que no se iba aobtener con ello ningún beneficio práctico, mientrasque ahora, tratándose de usted, no hay motivo al-guno para que no me sincere por completo.

»El páramo está muy escasamente habita-do, y los pocos vecinos con que cuenta se visitancon frecuencia. Esa es la razón de que yo viera amenudo a Sir Charles Baskerville. Con la excepcióndel señor Frankland, de la mansión Lafter, y delseñor Stapleton, el naturalista, no hay otras perso-nas educadas en muchos kilómetros a la redonda.Sir Charles era un hombre reservado, pero su en-fermedad motivó que nos tratáramos, y la coinci-dencia de nuestros intereses científicos contribuyó areforzar nuestra relación. Había traído abundanteinformación científica de África del Sur, y fueronmuchas las veladas que pasamos conversando

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agradablemente sobre la anatomía comparada delbosquimano y del hotentote.

»En el transcurso de los últimos meses ad-vertí, cada vez con mayor claridad, que el sistemanervioso de Sir Charles estaba sometido a una ten-sión casi insoportable. Se había tomado tan excesi-vamente en serio la leyenda que acabo de leerleque, si bien paseaba por los jardines de su propie-dad, nada le habría impulsado a salir al páramodurante la noche. Por increíble que pueda parecer-le, señor Holmes, estaba convencido de que pesabasobre su familia un destino terrible y, a decir verdad,la información de que disponía acerca de sus ante-pasados no invitaba al optimismo. Le obsesionabala idea de una presencia horrorosa, y en más deuna ocasión me preguntó si durante los desplaza-mientos que a veces realizo de noche por motivosprofesionales había visto alguna criatura extraña ohabía oído los ladridos de un sabueso. Esta últimapregunta me la hizo en varias ocasiones y siemprecon una voz alterada por la emoción.

»Recuerdo muy bien un día, aproximada-mente tres semanas antes del fatal desenlace, enque llegué a su casa ya de noche. Sir Charles esta-ba casualmente junto a la puerta principal. Yo había

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bajado de mi calesa y, al dirigirme hacia él, advertíque sus ojos, fijos en algo situado por encima de mihombro, estaban llenos de horror. Al volverme sólotuve tiempo de vislumbrar lo que me pareció unagran ternera negra que cruzaba por el otro extremodel paseo. Mi anfitrión estaba tan excitado y alar-mado que tuve que trasladarme al lugar exactodonde había visto al animal y buscarlo por los alre-dedores, pero había desaparecido, aunque el inci-dente pareció dejar una impresión penosísima en suimaginación. Le hice compañía durante toda la ve-lada y fue en aquella ocasión, y para explicarme laemoción de la que había sido presa, cuando confióa mi cuidado la narración que le he leído al comien-zo de mi visita. Menciono este episodio insignifican-te porque adquiere cierta importancia dada la trage-dia posterior, aunque por entonces yo estuvieraconvencido de que se trataba de algo perfectamen-te trivial y de que la agitación de mi amigo carecíade fundamento.

»Sir Charles se disponía a venir a Londrespor consejo mío. Yo sabía que estaba enfermo delcorazón y que la ansiedad constante en que vivía,por quiméricos que fueran los motivos, tenía unefecto muy negativo sobre su salud. Me pareció quesi se distraía durante unos meses en la gran metró-

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poli londinense se restablecería. El señor Stapleton,un amigo común, a quien también preocupaba mu-cho su estado de salud, era de la misma opinión. Yen el último momento se produjo la terrible catástro-fe.

»La noche de la muerte de Sir Charles, Ba-rrymore, el mayordomo, que fue quien descubrió elcadáver, envió a Perkins, el mozo de cuadra, a ca-ballo en mi busca, y dado que no me había acosta-do aún pude presentarme en la mansión menos deuna hora después. Comprobé de visu todos loshechos que más adelante se mencionaron en lainvestigación. Seguí las huellas, camino adelante,por el paseo de los Tejos y vi el lugar, junto al porti-llo que da al páramo, donde Sir Charles parecíahaber estado esperando y advertí el cambio en laforma de las huellas a partir de aquel momento, asícomo la ausencia de otras huellas distintas de lasde Barrymore sobre la arena blanda; finalmenteexaminé cuidadosamente el cuerpo, que nadie hab-ía tocado antes de mi llegada. Sir Charles yacíaboca abajo, con los brazos extendidos, los dedoshundidos en el suelo y las facciones tan distorsio-nadas por alguna emoción fuerte que difícilmentehubiera podido afirmar bajo juramento que se trata-ba del propietario de la mansión de los Baskerville.

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No había, desde luego, lesión corporal de ningúntipo. Pero Barrymore hizo una afirmación incorrectadurante la investigación. Dijo que no había rastroalguno en el suelo alrededor del cadáver. El mayor-domo no observó ninguno, pero yo sí. Se encontra-ba a cierta distancia, pero era reciente y muy claro».

¿Huellas?

Huellas.

¿De un hombre o de una mujer?

El doctor Mortimer nos miró extrañamentedurante un instante y su voz se convirtió casi en unsusurro al contestar:

Señor Holmes, ¡eran las huellas de un sa-bueso gigantesco!

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3. El problema

Confieso que sentí un escalofrío al oír aque-llas palabras. El estremecimiento en la voz del doc-tor mostraba que también a él le afectaba profun-damente lo que acababa de contarnos. La emociónhizo que Holmes se inclinara hacia adelante y queapareciera en sus ojos el brillo duro e impasible quelos iluminaba cuando algo le interesaba vivamente.

¿Las vio usted?

Tan claramente como estoy viéndolo a us-ted. ¿Y no dijo nada?

¿Para qué?

¿Cómo es que nadie más las vio?

Las huellas estaban a unos veinte metrosdel cadáver y nadie se ocupó de ellas. Supongo queyo habría hecho lo mismo si no hubiera conocido laleyenda.

¿Hay muchos perros pastores en el pára-mo?

Sin duda, pero en este caso no se tratabade un pastor.

¿Dice usted que era grande?

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Enorme.

Pero, ¿no se había acercado al cadáver?

No.

¿Qué tiempo hacía aquella noche?

Húmedo y frío.

¿Pero no llovía? No.

¿Cómo es el paseo?

Hay dos hileras de tejos muy antiguos queforman un seto impenetrable de cuatro metros dealtura. El paseo propiamente tal tiene unos tresmetros de ancho.

¿Hay algo entre los setos y el paseo?

Sí, una franja de césped de dos metros deancho a cada lado.

¿Es exacto decir que el seto que forman lostejos queda cortado por un portillo?

Sí; el portillo que da al páramo.

¿Existe alguna otra comunicación?

Ninguna.

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¿De manera que para llegar al paseo de losTejos hay que venir de la casa o bien entrar por elportillo del páramo?

Hay otra salida a través del pabellón de ve-rano en el extremo que queda más lejos de la casa.

¿Había llegado hasta allí Sir Charles?

No; se encontraba a unos cincuenta metros.

Dígame ahora, doctor Mortimer, y esto esimportante, las huellas que usted vio ¿estaban en elcamino y no en el césped?

En el césped no se marcan las huellas.

¿Estaban en el lado del paseo donde seencuentra el portillo?

Sí; al borde del camino y en el mismo lado.

Me interesa extraordinariamente lo quecuenta. Otro punto más: ¿estaba cerrado el portillo?

Cerrado y con el candado puesto.

¿Qué altura tiene?

Algo más de un metro.

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En ese caso, cualquiera podría haber pasa-do por encima.

Efectivamente.

Y, ¿qué señales vio usted junto al portillo?

Ninguna especial.

¡Dios del cielo! ¿Nadie lo examinó?

Lo hice yo mismo.

¿Y no encontró nada?

Resultaba todo muy confuso. Sir Charles,no hay duda, permaneció allí por espacio de cinco odiez minutos.

¿Cómo lo sabe?

Porque se le cayó dos veces la ceniza delcigarro.

¡Excelente! He aquí, Watson, un colega deacuerdo con nuestros gustos. Pero, ¿y las huellas?

Sir Charles había dejado las suyas repeti-damente en una pequeña porción del camino y nopude descubrir ninguna otra.

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Sherlock Holmes se golpeó la rodilla con lamano en un gesto de impaciencia.

¡Ah, si yo hubiera estado allí! exclamó. Setrata de un caso de extraordinario interés, que ofre-ce grandes oportunidades al experto científico. Esepaseo, en el que tanto se podría haber leído, haceya tiempo que ha sido emborronado por la lluvia ydesfigurado por los zuecos de campesinos curiosos.¿Por qué no me llamó usted, doctor Mortimer? Hacometido un pecado de omisión.

No me era posible llamarlo, señor Holmes,sin revelar al mundo los hechos que acabo de con-tarle, y ya he dado mis razones para desear nohacerlo. Además...

¿Por qué vacila usted?

Existe una esfera que escapa hasta al másagudo y experimentado de los detectives.

¿Quiere usted decir que se trata de algosobrenatural?

No lo he afirmado.

No, pero es evidente que lo piensa.

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Desde que sucedió la tragedia, señor Hol-mes, han llegado a conocimiento mío varios inciden-tes difíciles de reconciliar con el orden natural.

¿Por ejemplo?

He descubierto que antes del terrible suce-so varias personas vieron en el páramo a una cria-tura que coincide con el demonio de Baskerville, yno es posible que se trate de ningún animal conoci-do por la ciencia. Todos describen a una enormecriatura, luminosa, horrible y espectral. He interro-gado a esas personas, un campesino con gran sen-tido práctico, un herrero y un agricultor del páramo,y los tres cuentan la misma historia de una espanto-sa aparición, que se corresponde exactamente conel sabueso infernal de la leyenda. Le aseguro quese ha instaurado el reinado del terror en el distrito yque apenas hay nadie que cruce el páramo de no-che.

Y usted, un profesional de la ciencia, ¿creeque se trata de algo sobrenatural?

Ya no sé qué creer.

Holmes se encogió de hombros.

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Hasta ahora he limitado mis investigacionesa este mundo dijo. Combato el mal dentro de mismodestas posibilidades, pero enfrentarse con elPadre del Mal en persona quizá sea una tarea de-masiado ambiciosa. Usted admite, sin embargo, quelas huellas son corpóreas.

El primer sabueso era lo bastante corpóreopara desgarrar la garganta de un hombre sin dejarpor ello de ser diabólico.

Ya veo que se ha pasado usted con armasy bagajes al sobrenaturalismo. Pero dígame unacosa, doctor Mortimer, si es ésa su opinión, ¿porqué ha venido a consultarme? Me dice usted que esinútil investigar la muerte de Sir Charles y al mismotiempo quiere que lo haga.

No he dicho que quiera que lo haga.

En ese caso, ¿cómo puedo ayudarle?Aconsejándome sobre lo que debo hacer con SirHenry Baskerville, que llega a la estación de Water-loo el doctor Mortimer consultó su reloj dentro dehora y cuarto exactamente.

¿Es el heredero?

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Sí. Al morir Sir Charles hicimos indagacio-nes acerca de ese joven, y se descubrió que sehabía consagrado a la agricultura en Canadá. Deacuerdo con los informes que hemos recibido setrata de un excelente sujeto desde todos los puntosde vista. Ahora no hablo como médico sino en cali-dad de fideicomisario y albacea de Sir Charles. ¿Nohay ningún otro demandante, supongo?

Ninguno. El único familiar que pudimos ras-trear, además de él, fue Rodger Baskerville, el me-nor de los tres hermanos de los que Sir Charles erael de más edad. El segundo, que murió joven, era elpadre de este muchacho, Henry. El tercero, Rodger,fue la oveja negra de la familia. Procedía de la viejacepa autoritaria de los Baskerville y, según me hancontado, era la viva imagen del retrato familiar delviejo Hugo. Su situación se complicó lo bastantecomo para tener que huir de Inglaterra y dar con sushuesos en América Central, donde murió de fiebreamarilla en 1876. Henry es el último de los Basker-ville. Dentro de una hora y cinco minutos me reunirécon él en la estación de Waterloo. He sabido por untelegrama que llegaba esta mañana a Southampton.Y ésa es mi pregunta, señor Holmes, ¿qué meaconseja que haga con él?

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¿Por qué tendría que renunciar a volver alhogar de sus mayores?

Parece lo lógico, ¿no es cierto? Y, sin em-bargo, si se considera que todos los Baskerville quevan allí son víctimas de un destino cruel, estoy se-guro de que si hubiera podido hablar conmigo antesde morir, Sir Charles me habría recomendado queno trajera a ese lugar horrible al último vástago deuna antigua raza y heredero de una gran fortuna.No se puede negar, sin embargo, que la prosperi-dad de toda la zona, tan pobre y desolada, dependede su presencia. Todo lo bueno que ha hecho SirCharles se vendrá abajo con estrépito si la mansiónse queda vacía. Y ante el temor de dejarme llevarpor mi evidente interés en el asunto, he decididoexponerle el caso y pedirle consejo.

Holmes reflexionó unos instantes.

Dicho en pocas palabras, la cuestión es lasiguiente: en opinión de usted existe un agentediabólico que hace de Dartmoor una residenciapeligrosa para un Baskerville, ¿no es eso?

Al menos estoy dispuesto a afirmar queexisten algunas pruebas en ese sentido.

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Exacto. Pero, indudablemente, si su teoríasobrenatural es correcta, el joven en cuestión estátan expuesto al imperio del mal en Londres como enDevonshire. Un demonio con un poder tan localiza-do como el de una junta parroquial sería demasiadoinconcebible.

Plantea usted la cuestión, señor Holmes,con una ligereza a la que probablemente renunciar-ía si entrara en contacto personal con estas cosas.Su punto de vista,

por lo que se me alcanza, es que el jovenBaskerville correrá en Devonshire los mismos peli-gros que en Londres. Llega dentro de cincuentaminutos. ¿Qué recomendaría usted?

Lo que yo le recomiendo, señor mío, es quetome un coche, llame a su spaniel, que está ara-ñando la puerta principal y siga su camino hastaWaterloo para reunirse con Sir Henry Baskerville.

¿Y después?

Después no le dirá nada hasta que yo tomeuna decisión sobre este asunto.

¿Cuánto tiempo necesitará?

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Veinticuatro horas. Le agradeceré mucho,doctor Mortimer, que mañana a las diez en punto dela mañana venga a visitarme; también será muy útilpara mis planes futuros que traiga consigo a SirHenry Baskerville.

Así lo haré, señor Holmes.

Garrapateó los detalles de la cita en el puñode la camisa y, con su manera distraída y un tantopeculiar de persona corta de vista, se apresuró aabandonar la habitación. Holmes, que recordó algode pronto, logró detenerlo en el descansillo.

Una última pregunta, doctor Mortimer. ¿Hadicho usted que antes de la muerte de Sir Charlesvarias personas vieron esa aparición en el páramo?

Tres exactamente.

¿Se sabe de alguien que la haya visto des-pués? No ha llegado a mis oídos.

Muchas gracias. Buenos días.

Holmes regresó a su asiento con un gestosereno de satisfacción interior del que podía dedu-cirse que tenía de lante una tarea que le agradaba.¿Va usted a salir, Watson?

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Únicamente si no puedo serle de ayuda.

No, mi querido amigo, es en el momento dela acción cuando me dirijo a usted en busca de ayu-da. Pero esto que acabamos de oír es espléndido,realmente único desde varios puntos de vista.Cuando pase por Bradley's, ¿será tan amable depedirle que me envíe una libra de la picadura másfuerte que tenga? Muchas gracias. También leagradecería que organizara sus ocupaciones parano regresar antes de la noche. Para entonces meagradará mucho comparar impresiones acerca delinteresantísimo problema que se ha presentadoesta mañana a nuestra consideración.

Yo sabía que a Holmes le eran muy necesa-rios la reclusión y el aislamiento durante las horasde intensa concentración mental en las que sope-saba hasta los indicios más insignificantes y elabo-raba diversas teorías que luego contrastaba paradecidir qué puntos eran esenciales y cuáles carec-ían de importancia. De manera que pasé el día enmi club y no regresé a Baker Street hasta la noche.Eran casi las nueve cuando abrí de nuevo la puertade la sala de estar.

Mi primera impresión fue que se había de-clarado un incendio, porque había tanto humo en el

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cuarto que apenas se distinguía la luz de la lámparasituada sobre la mesa. Nada más entrar, sin embar-go, se disiparon mis temores, porque el picor quesentí en la garganta y que me obligó a toser proced-ía del humo acre de un tabaco muy fuerte y áspero.A través de la neblina tuve una vaga visión de Hol-mes en bata, hecho un ovillo en un sillón y con lapipa de arcilla negra entre los labios. A su alrededorhabía varios rollos de papel.

¿Se ha resfriado, Watson?

No; es esta atmósfera irrespirable.

Supongo que está un poco cargada, ahoraque usted lo menciona.

¡Un poco cargada! Es intolerable.

¡Abra la ventana entonces! Se ha pasadousted todo el día en el club, por lo que veo.

¡Mi querido Holmes! ¿Estoy en lo cierto?

Desde luego, pero ¿cómo...?

A Holmes le hizo reír mi expresión de des-concierto. Hay en usted cierta agradable inocencia,Watson, que convierte en un placer el ejercicio, acosta suya, de mis modestas facultades de deduc-

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ción. Un caballero sale de casa un día lluvioso en elque las calles se llenan de barro y regresa por lanoche inmaculado, con el brillo del sombrero y delos zapatos todavía intacto. Eso significa que no seha movido en todo el tiempo. No es un hombre quetenga amigos íntimos. ¿Dónde puede haber estado,por lo tanto? ¿No es evidente?

Sí, bastante.

El mundo está lleno de cosas evidentes enlas que nadie se fija ni por casualidad. ¿Dónde seimagina usted que he estado yo?

Tampoco se ha movido.

Muy al contrario, porque he estado en De-vonshire.

¿En espíritu?

Exactamente. Mi cuerpo se ha quedado eneste sillón y, en mi ausencia, siento comprobarlo, haconsumido el contenido de dos cafeteras de buentamaño y una increíble cantidad de tabaco. Des-pués de que usted se marchara pedí que me envia-ran de Stanford's un mapa oficial de esa parte delpáramo y mi espíritu se ha pasado todo el día sus-

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pendido sobre él. Creo estar en condiciones derecorrerlo sin perderme.

Un mapa a gran escala, supongo.

A grandísima escala Holmes procedió adesenrollar una sección, sosteniéndola sobre larodilla. Aquí tiene usted el distrito concreto que nosinteresa. Es decir, con la mansión de los Baskervilleen el centro.

¿Y un bosque alrededor?

Exactamente. Me imagino que el paseo delos Tejos, aunque no está señalado con ese nom-bre, debe de extenderse a lo largo de esta línea,con el páramo, como puede usted ver, a la derecha.Ese puñado de edificios es el caserío de Grimpen,donde tiene su sede nuestro amigo el doctor Morti-mer. Advierta que en un radio de ocho kilómetrostan sólo hay algunas casas desperdigadas. Aquíestá la mansión Lafter, mencionada en el relato queleyó el doctor Mortimer. Esta indicación de una casaquizá señale la residencia del naturalista..., si norecuerdo mal su apellido era Stapleton. Aquí vemosdos granjas dentro del páramo, High Tor y Foulmire.Luego, a más de veinte kilómetros, la prisión dePrincetown. Entre esos puntos desperdigados se

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extiende el páramo deshabitado y sin vida. Tal es,por lo tanto, el escenario donde se ha representadola tragedia y donde quizá contribuyamos a que serepresente de nuevo.

Debe de ser un lugar extraño.

Sí, el decorado merece la pena. Si el diablode verdad desea intervenir en los asuntos de loshombres...

¿Se inclina usted entonces hacia la explica-ción sobrenatural?

Los agentes del demonio pueden ser decarne y hueso, ¿no es cierto? Hay dos cuestionesque aclarar antes de nada. La primera es si se hacometido algún delito; la segunda, ¿qué delito ycómo? Por supuesto, si la teoría del doctor Mortimerfuese correcta y tuviéramos que vér

noslas con fuerzas que desbordan las leyesordinarias de la naturaleza, nuestra investigaciónmoriría antes de empezar. Pero estamos obligadosa agotar todas las demás hipótesis antes de recurrira ésa. Creo que podemos volver a cerrar esa ven-tana, si no tiene usted inconveniente. Es muy curio-so, pero descubro que una atmósfera cargada con-tribuye a mantener la concentración mental. No lo

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he llevado hasta el extremo de meterme en una cajapara pensar, pero ése sería el resultado lógico demis convicciones. ¿También usted le ha dado vuel-tas al caso?

Sí; he pensado mucho en ello durante todoel día. ¿Ha llegado a alguna conclusión?

Es muy desconcertante.

Sin duda tiene unas características muy pe-culiares. Hay puntos muy sobresalientes. El cambioen la forma de las huellas, por ejemplo. ¿Qué opinausted de eso?

Mortimer dijo que el difunto recorrió de pun-tillas aquella parte del paseo.

El doctor se limitó a repetir lo que algúnestúpido había dicho en la investigación. ¿Por quétendría nadie que avanzar de puntillas paseo ade-lante?

¿Qué sucedió entonces?

Corría, Watson..., corría desesperadamentepara salvar la vida; corría hasta que le estalló elcorazón y cayó muerto de bruces.

Corría..., ¿alejándose de qué?

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Eso es lo que tenemos que averiguar. Hayindicios de que Sir Charles estaba ya obnubiladopor el miedo antes de empezar a correr.

¿Cómo lo sabe usted?

Imagino que la causa de sus temores vinohacia él atravesando el páramo. Si es ése el caso, yparece lo más probable, sólo un hombre que haperdido la razón corre alejándose de la casa enlugar de regresar a ella. Si se puede dar crédito altestimonio del gitano, corrió pidiendo auxilio en ladirección de donde era menos probable que pudierarecibir ayuda. Por otra parte, ¿a quién estaba espe-rando aquella noche, y por qué esperaba en el pa-seo de los Tejos y no en la casa?

¿Cree usted que esperaba a alguien?

Sir Charles era un hombre enfermo y deedad avanzada. Es comprensible que diera un pa-seo a última hora, pero, dada la humedad del sueloy la inclemencia de la noche, ¿es lógico pensar quese quedara quieto cinco o diez minutos, como eldoctor Mortimer, con más sentido práctico del queyo le hubiera atribuido, dedujo gracias a la cenizadel cigarro puro?

Pero salía todas las noches.

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Me parece improbable que se detuviera to-das las noches junto al portillo. Sabemos, por elcontrario, que tendía a evitar el páramo. Aquellanoche esperó allí. Al día siguiente se disponía asalir para Londres. El asunto empieza a tomar for-ma, Watson. Se hace coherente. Si no le importa,páseme el violín y no volveremos a pensar en ellohasta que tengamos ocasión de reunirnos con eldoctor Mortimer y con Sir Henry Baskerville mañanapor la mañana.

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4. Sir Henry Baskerville

Terminamos pronto de desayunar y Holmes,en bata, esperó a que llegara el momento de laentrevista prometida. Nuestros clientes acudieronpuntualmente a la cita: el reloj acababa de dar lasdiez cuando entró el doctor Mortimer, seguido deljoven baronet, un hombre de unos treinta años,pequeño, despierto, de ojos negros, constituciónrobusta, espesas cejas negras y un rostro de rasgosenérgicos que reflejaban un carácter batallador.Vestía un traje de tweed de color rojizo y tenía la tezcurtida de quien ha pasado mucho tiempo al airelibre, si bien había algo en la firmeza de su mirada yen la tranquila seguridad de sus modales que pon-ían de manifiesto su noble cuna.

Sir Henry Baskerville dijo el doctor Mortimer.

A su disposición dijo Sir Henry, y lo más ex-traño, señor Holmes, es que si mi amigo, aquí pre-sente, no me hubiera propuesto venir a verlo hoypor la mañana, habría venido yo por iniciativa pro-pia. Según creo, resuelve usted pequeños rompe-cabezas y esta mañana me he encontrado con unoque requiere más sustancia gris de la que yo estoyen condiciones de consagrarle.

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Haga el favor de tomar asiento, Sir Henry.¿Si no entiendo mal ya ha tenido usted alguna ex-periencia notable desde su llegada a Londres?

Nada de importancia, señor Holmes. Tansólo una broma, probablemente. Se trata de unacarta, si es que se la puede llamar así, que he reci-bido esta mañana.

Sir Henry dejó un sobre en la mesa y todosnos inclinamos para verlo. Era de calidad corriente ycolor grisáceo. Las señas, «Sir Henry Baskerville,Northumberland Hotel», estaban escritas toscamen-te, en el matasellos se leía «Charing Cross» y lacarta se había echado al correo la noche anterior.

¿Quién sabía que fuese usted a alojarse enel Northumberland Hotel? preguntó Holmes, miran-do con gran interés a nuestro visitante.

No lo sabía nadie. Lo decidí después de co-nocer al doctor Mortimer.

Pero, sin duda, el doctor Mortimer se aloja-ba allí con anterioridad.

No dijo el doctor; estuve disfrutando de lahospitalidad de un amigo. No existía la menor indi-cación de que fuésemos a elegir ese hotel.

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¡Hummm! Alguien parece estar muy intere-sado en sus movimientos Holmes sacó del sobremedio pliego doblado en cuatro que procedió a abriry extender sobre la mesa. Una sola frase, escritapor el procedimiento de pegar en el papel palabrasimpresas, ocupaba el centro de la hoja y decía losiguiente: «Si da usted valor a su vida o a su razón,se alejará del páramo». Tan sólo la palabra «pára-mo» estaba escrita a mano.

Ahora dijo Sir Henry Baskerville quizá pue-da usted decirme, señor Holmes, cuál es, por milpares de demonios, el significado de todo esto yquién es la persona que se interesa tanto por misasuntos.

¿Qué opina usted, doctor Mortimer? Tendráusted que reconocer, al menos, que no hay nada desobrenatural en ello.

No, desde luego, pero podría venir de al-guien convencido de que existe una intervenciónsobrenatural.

¿De qué están hablando? preguntó Sir Hen-ry con aspereza. Tengo la impresión de que todosustedes, caballeros, están más al tanto que yo demis propios asuntos.

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Le haremos partícipe de todo lo que sabe-mos antes de que abandone esta habitación, SirHenry, se lo prometo dijo Sherlock Holmes. Peropor el momento, con su permiso, nos ceñiremos aeste documento tan interesante, que debe dehaberse compuesto y echado al correo anoche.¿Tiene usted el Times de ayer, Watson?

Está ahí en el rincón.

¿Le importa acercármelo..., la tercera pági-na, con los editoriales? Holmes examinó los artícu-los con rapidez, recorriendo las columnas de arribaabajo con la mirada. Un editorial muy importantesobre la libertad de comercio. Permítanme que leslea un extracto. «Quizá lo engatusen a usted paraque se imagine que su especialidad comercial o suindustria se verán incentivadas mediante una tarifaprotectora, pero si da en utilizar la razón compren-derá que, a la larga, esa legislación alejará del paísmucha riqueza, disminuirá el valor de nuestras im-portaciones y empeorará las condiciones generalesde vida en nuestras tierras.» ¿Qué le parece, Wat-son? exclamó Holmes, con gran regocijo, frotándo-se las manos satisfecho. ¿No cree usted que setrata de una opinión admirable?

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El doctor Mortimer miró a Holmes con in-terés profesional y Sir Henry Baskerville volvió haciamí unos ojos tan oscuros como desconcertados.

No sé mucho sobre tarifas y cosas semejan-tes dijo, pero me parece que nos estamos apartan-do un poco de la cuestión.

Pues yo opino, por el contrario, que la es-tamos siguiendo muy de cerca, Sir Henry. Watson,aquí presente, sabe más que usted acerca de mismétodos, pero me temo que tampoco él ha captadodel todo la importancia de esta frase.

No; confieso que no veo la relación.

Y, sin embargo, mi querido Watson, existeuna conexión muy estrecha, dado que la primeraestá sacada de ésta. «Usted», «su» «su», «vida»,«razón», «valor», «alejará», «del». ¿Ve usted ahorade dónde se han tomado esas palabras?

¡Por todos los demonios, tiene usted razón!¡Que me aspen si no es de lo más ingenioso! ex-clamó Sir Henry. Y por si quedara alguna duda, nohay más que ver cómo «alejará» y «del» están en elmismo recorte. Cierto, ¡así es!

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A decir verdad, señor Holmes, esto sobre-pasa cualquier cosa que hubiera podido imaginardijo el doctor Mortimer, contemplando a mi amigocon asombro. Entendería que alguien dijera que laspalabras han salido de un periódico, pero precisarcuál y añadir que se trata del editorial, es una de lascosas más sorprendentes que he visto nunca.¿Cómo lo ha hecho?

Imagino, doctor, que usted distinguiría entreel cráneo de un negro y el de un esquimal.

Sin duda.

Pero, ¿cómo?

Porque es mi pasatiempo favorito. Las dife-rencias son evidentes. El borde supraorbital, elángulo facial, la curva del maxilar, el...

Pues éste es mi pasatiempo favorito y lasdiferencias también son evidentes. A mis ojos estanta la diferencia entre el tipo de imprenta grande ybien espaciado de un artículo del Times y la impre-sión descuidada de un periódico de la tarde de me-dio penique como la que pueda existir para ustedentre sus negros y sus esquimales. La detección decaracteres de imprenta es una de las ramas máselementales del saber para el experto en delitos,

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aunque debo confesar que, en una ocasión, cuandoera muy joven, confundí el Leeds Mercury con elWestern Morning News. Pero un editorial del Timeses inconfundible y esas palabras no se podíanhaber tomado de ningún otro sitio. Y puesto que sehizo ayer, era más que probable que las encontrá-ramos donde las hemos encontrado.

Hasta donde soy capaz de seguirle, señorHolmes dijo Sir Henry Baskerville, afirma usted quealguien cortó ese mensaje con unas tijeras...

Tijeras para uñas dijo Holmes. Se puede verque eran unas tijeras de hoja muy pequeña, ya quequien lo hizo tuvo que dar dos tijeretazos para «ale-jará del».

Efectivamente. Alguien, entonces, recortó elmensaje con unas tijeras muy pequeñas, lo pegócon engrudo...

Goma dijo Holmes.

Con goma en el papel. Pero me gustaríasaber por qué tuvo que escribir la palabra «pára-mo».

Porque el autor no la encontró en letra im-presa. Las otras palabras eran sencillas y podían

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encontrarse en cualquier ejemplar del periódico,pero «páramo» es menos corriente.

Claro, eso lo explica. ¿Ha descubierto ustedalgo más en ese mensaje, señor Holmes?

Hay uno o dos indicios, aunque se ha hechotodo lo posible por eliminar cualquier pista. La direc-ción, si se fija usted, está escrita con letra muy tos-ca. The Times, sin embargo, es un periódico queprácticamente sólo leen las personas con una edu-cación superior. Podemos deducir, por consiguiente,que quien compuso la carta es una persona educa-da que ha querido hacerse pasar por inculta y quesu preocupación por ocultar su letra sugiere quequizá alguno de ustedes la conozca o pueda llegara conocerla. Fíjense, además, en que las palabrasno están pegadas con precisión, sino unas muchomás altas que otras. «Vida», por ejemplo, se hallacompletamente fuera de su sitio. Eso puede indicardescuido o tal vez agitación y prisa. En conjunto meinclino por esto último, ya que se trata de un asuntoa todas luces importante y no es probable que elredactor de la carta descuidara su tarea voluntaria-mente. Si es cierto que tenía prisa, surge la intere-sante pregunta de por qué tenía tanta prisa, dadoque Sir Henry habría recibido antes de abandonar el

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hotel cualquier carta que se echara al correo por lamañana temprano. ¿Acaso temía su autor una inte-rrupción y, en ese caso, de quién?

Estamos entrando en el terreno de las con-jeturas dijo el doctor Mortimer.

Digamos, más bien, en el terreno donde so-pesamos posibilidades y elegimos la más probable.Es el uso científico de la imaginación, pero siempretenemos una base material sobre la que apoyarnuestras especulaciones. Sin duda puede ustedllamarlo conjetura, pero estoy casi seguro de queestas señas se han escrito en un hotel.

¿Cómo demonios puede usted saberlo?

Si las examina cuidadosamente descubriráque tanto la pluma como la tinta han causado pro-blemas a la persona que escribía. La pluma ha em-borronado dos veces la misma palabra y se ha que-dado seca tres veces en muy poco tiempo, lo quedemuestra que había muy poca tinta en el tintero.Ahora bien, raras veces se permite que una pluma oun tintero personales lleguen a esa situación, y lacombinación de las dos ha de ser bastante rara.Pero todos ustedes conocen las plumas y los tinte-ros de los hoteles, donde lo raro es encontrar otra

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cosa. Sí: afirmo casi sin lugar a duda que si pudié-ramos examinar el contenido de las papeleras delos hoteles de los alrededores de Charing Crosshasta encontrar el resto del mutilado editorial delTimes podríamos descubrir a la persona que envióeste singular mensaje. ¡Vaya, vaya! ¿Qué es esto?

Sherlock Holmes estaba examinando cui-dadosamente el medio pliego con las palabras pe-gadas, colocándoselo a pocos centímetros de losojos.

¿Y bien?

Nada respondió Holmes, dejándolo caer. Esla mitad de un pliego totalmente en blanco, sin fili-grana siquiera. Creo que hemos extraído toda lainformación posible de esta carta tan curiosa. Aho-ra, Sir Henry, ¿le ha sucedido alguna otra cosa deinterés desde su llegada a Londres?

No, señor Holmes, me parece que no.

¿No ha observado que nadie lo siguiera o lovigilara?

Tengo la impresión de haberme convertidoen personaje de novela barata dijo nuestro visitante.

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¿Por qué demonios habría de vigilarme o de se-guirme nadie?

Estamos llegando a eso. ¿No tiene ustedque informarnos de nada más antes de que hable-mos de su viaje?

Bueno, depende de lo que usted consideredigno de mención.

Creo que todo lo que se salga del curso or-dinario de la vida es digno de mención.

Sir Henry sonrió.

No sé aún mucho acerca de la vida británi-ca, porque he pasado la mayor parte de mi existen-cia en los Estados Unidos y en Canadá. Pero su-pongo que tampoco aquí perder una bota es partedel curso ordinario de la vida. ¿Ha perdido una bo-ta?

Mi querido señor exclamó el doctor Morti-mer, tan sólo se ha extraviado. Estoy seguro de quela encontrará a su regreso al hotel. ¿Qué sentidotiene molestar al señor Holmes con insignificanciascomo ésa?

Me ha preguntado por cualquier cosa quese saliera de lo corriente.

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Así es intervino Holmes, aunque el incidentepueda parecer completamente estúpido. ¿Dice us-ted que ha perdido una bota?

Digamos, más bien, que se ha extraviado.Anoche dejé las dos fuera y sólo había una por lamañana. No he conseguido sacar nada en limpiodel sujeto que las limpia. Y lo peor de todo es quelas compré precisamente anoche en el Strand y aúnno las he estrenado.

Si no se las había puesto, ¿por qué las dejófuera para que se las limpiaran?

Eran unas botas de cuero y estaban sincharolar. Por eso las saqué.

¿Tengo que entender entonces que al llegarayer a Londres salió inmediatamente a la calle y secompró un par de botas?

Compré muchas cosas. El doctor Mortimer,aquí presente, me acompañó. Compréndalo usted,si voy a ser un terrateniente destacado, he de ves-tirme en consonancia con mi categoría social, ypuede ser que me haya hecho un poco descuidadoen América. Compré, entre otras cosas, esas botasmarrones (pagué seis dólares por ellas) y he conse-guido que me roben una antes de estrenarlas.

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Parece un robo particularmente inútil dijoSherlock Holmes. Confieso compartir la creencia deldoctor Mortimer de que la bota aparecerá dentro depoco.

Y ahora, caballeros dijo el baronet con deci-sión me parece que he hablado más que suficientede lo poco que sé. Ya es hora de que cumplan us-tedes su promesa y me den una información com-pleta sobre el asunto que a todos nos ocupa.

Su petición es muy razonable respondióHolmes. Doctor Mortimer, creo que lo mejor seráque cuente usted la historia a Sir Henry tal comonos la contó a nosotros.

Al recibir aquel estímulo, nuestro amigo elhombre de ciencia se sacó los papeles que llevabaen el bolsillo y presentó el caso como lo habíahecho el día anterior. Sir Henry le escuchó con lamás profunda atención y con alguna exclamaciónde sorpresa de cuando en cuando.

Vaya, parece que me ha tocado en suertealgo más que una herencia comentó, una vez termi-nada la larga narración. Por supuesto, llevo oyendohablar del sabueso desde mi infancia. Es la historiapreferida de la familia, aunque hasta ahora nunca

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se me había ocurrido tomarla en serio. Pero, por loque se refiere a la muerte de mi tío..., bueno, todoparece arremolinárseme en la cabeza y todavía noconsigo verlo con claridad. Creo que aún no handecidido ustedes si hay que acudir a la policía o aun clérigo.

Exactamente.

Y ahora se añade el asunto de la carta queme han mandado al hotel. Supongo que eso encajacon lo demás.

Parece indicar que hay alguien que sabemás que nosotros sobre lo que pasa en el páramodijo el doctor Mortimer.

Y alguien además añadió Holmes que estábien dispuesto hacia usted, puesto que lo previenedel peligro.

O que quizá quiere asustarme en beneficiopropio. Sí, por supuesto, también eso es posible.Estoy muy en deuda con usted, doctor Mortimer, porhaberme presentado un problema que ofrece variasalternativas interesantes. Pero tenemos que resol-ver una cuestión práctica, Sir Henry: la de si es

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aconsejable que vaya usted a la mansión de losBaskerville.

¿Por qué tendría que renunciar a hacerlo?

Podría ser peligroso.

¿Se refiere usted al peligro de ese demoniofamiliar o a la actuación de seres humanos?

Bien; eso es lo que tenemos que averiguar.

En cualquiera de los dos casos, mi respues-ta es la misma. No hay demonio en el infierno nihombre sobre la faz de la tierra que me pueda im-pedir volver a la casa de mi familia, y tenga usted laseguridad de que le doy mi respuesta definitivafrunció el entrecejo mientras hablaba y su rostroenrojeció vivamente. No cabía duda de que elcarácter fogoso de los Baskerville aún seguía vivoen el último retoño de la estirpe. Por otra parte con-tinuó, apenas he tenido tiempo de pensar sobretodo lo que me han contado ustedes. Es muchopedir que una persona entienda y decida a la vez.Me gustaría disponer de una hora de tranquilidad.Vamos a ver, señor Holmes: ahora son las once ymedia y yo voy a volver directamente a mi hotel.¿Qué le parece si usted y su amigo, el doctor Wat-son, se reúnen a las dos con nosotros y almorza-

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mos juntos? Para entonces estaré en condicionesde decirle con más claridad cómo veo las cosas.

¿Tiene usted algún inconveniente, Watson?

Ninguno.

En ese caso cuenten con nosotros. ¿Debollamar a un coche de alquiler?

Prefiero andar, porque este asunto me hapuesto un poco nervioso.

Y yo le acompañaré con mucho gusto dijo eldoctor Mortimer.

En ese caso volveremos a reunirnos a lasdos. ¡Hasta luego y buenos días!

Oímos los pasos de nuestros visitantes enla escalera y el ruido de la puerta de la calle al ce-rrarse. En un instante Holmes había dejado de serel soñador lánguido para transformarse en el hom-bre de acción.

¡Enseguida, Watson, póngase el sombrero ylas botas! ¡Ni un momento que perder! Holmes sedirigió a toda prisa hacia su cuarto para quitarse labata y regresó a los pocos segundos con la levitapuesta. Descendimos apresuradamente las escale-

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ras y salimos a la calle. El doctor Mortimer y Bas-kerville eran todavía visibles a unos doscientos me-tros por delante de nosotros en dirección a OxfordStreet.

¿Quiere que corra y los alcance?

Ni por lo más remoto, mi querido Watson.Su compañía me satisface plenamente, si a ustedno le desagrada la mía. Nuestros amigos han acer-tado, porque sin duda es una mañana muy adecua-da para pasear.

Sherlock Holmes aceleró la marcha hastaque la distancia que nos separaba quedó reducida ala mitad. Luego, siempre manteniéndonos unos cienmetros por detrás, seguimos a Baskerville y a Mor-timer por Oxford Street y después por Regent Stre-et. En una ocasión nuestros amigos se detuvieron amirar un escaparate y Holmes hizo lo mismo. Uninstante después dejó escapar un leve grito de sa-tisfacción y, al seguir la dirección de su mirada, vique un cabriolé de alquiler que se había detenido alotro lado de la calle reanudaba lentamente la mar-cha.

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¡Ahí está nuestro hombre, Watson! ¡Venga!Al menos tendremos ocasión de verlo, aunque nopodamos hacer nada más.

En aquel momento me di cuenta de que unapoblada barba negra y dos ojos muy penetrantes sehabían vuelto hacia nosotros por la ventanilla delcoche de alquiler. Inmediatamente se alzó la trampi-lla del techo, el cochero recibió una orden a gritos yel vehículo salió disparado Regent Street adelante.Holmes buscó ansiosamente con la vista otro cochedesocupado, pero no había ninguno. Luego echó acorrer desesperadamente entre la corriente del tráfi-co, pero la ventaja era demasiado grande y muypronto el cabriolé se perdió de vista.

¡Qué contrariedad! dijo Holmes con amargu-ra al apartarse, jadeante y pálido de indignación, delflujo de vehículos. ¿Ha existido nunca peor suerte ytambién mayor torpeza? Watson, Watson, si esusted honesto ¡tendrá que apuntar esto en el debe,contraponiéndolo a mis éxitos!

¿Quién era ese individuo?

No tengo la menor idea.

¿Un espía?

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Por lo que hemos oído era evidente que aBaskerville lo han estado siguiendo muy de cercadesde que llegó a Londres. De lo contrario, ¿cómohabría podido saberse tan pronto que se alojaba enel hotel Northumberland? Si lo habían seguido elprimer día, era lógico que también lo siguieran elsegundo. Quizá se percató usted de que me lleguédos veces hasta la ventana mientras el doctor Mor-timer leía el texto de la leyenda.

Sí, lo recuerdo.

Quería ver si alguien merodeaba por la ca-lle, pero no he tenido éxito. Nos enfrentamos con unhombre inteligente, Watson. Se trata de un asuntomuy serio y aunque no he decidido aún si estamosen contacto con un agente benévolo o perverso,constato siempre la presencia de inteligencia y de-cisión. Al marcharse nuestros amigos los seguí alinstante con la esperanza de localizar a su invisibleacompañante, pero nuestro hombre ha tenido laprecaución de no trasladarse a pie sino utilizar uncoche, lo que le permitía rezagarse o adelantarlos atoda velocidad y escapar así a su detección. Esemétodo tiene la ventaja adicional de que si hubierantomado un coche ya estaba preparado para seguir-los. Pero tiene, sin embargo, una desventaja.

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Lo pone a merced del cochero.

Exactamente.

¡Es una lástima que no tomáramos el núme-ro!

Mi querido Watson, aunque haya obradocon torpeza, no pensará usted seriamente que heolvidado ese pequeño detalle. Nuestro hombre es el2704. Pero por el momento no nos sirve de nada.

No veo qué más podría usted haber hecho.

Al descubrir el coche de alquiler deberíahaber dado la vuelta y haberme alejado, para, acontinuación, alquilar con toda calma un segundocabriolé y seguir al primero a una distancia prudenteo, mejor aún, trasladarme al hotel Northumberland yesperar allí. Después de que el desconocido hubie-ra seguido a Baskerville hasta su casa habríamostenido la oportunidad de jugar a su mismo juegoyver a dónde se dirigía él. Pero, debido a una impa-ciencia indiscreta, de la que nuestro contrincante hasabido aprovecharse con extraordinaria celeridad yenergía, nos hemos traicionado y lo hemos perdido.

Durante esta conversación habíamos se-guido avanzando lentamente por Regent Street y ya

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hacía tiempo que el doctor Mortimer y su acompa-ñante se habían perdido de vista.

No tiene objeto que continuemos dijo Hol-mes. La persona que los seguía se ha marchado yno reaparecerá. Hemos de ver si disponemos deotros triunfos y jugarlos con decisión. ¿Reconoceríausted el rostro del hombre que iba en el cabriolé?

Sólo reconocería la barba.

Lo mismo me sucede a mí, por lo que de-duzco que, con toda probabilidad, era una barbapostiza. Un hombre inteligente que lleva a cabo unamisión tan delicada sólo utiliza una barba para difi-cultar su identificación. ¡Venga conmigo, Watson!

Holmes entró en una de las oficinas de re-caderos del distrito, donde el gerente lo recibió demanera muy afectuosa.

Ya veo, Wilson, que no ha olvidado el casoen que tuve la buena fortuna de poder ayudarle.

No, señor; le aseguro que no lo he olvidado.Salvó usted mi reputación y quizá también mi vida.

Exagera usted, amigo mío. Si no recuerdomal, cuenta usted entre sus empleados con un mu-

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chacho apellidado Cartwright, que mostró ciertotalento durante nuestra investigación.

Sí, señor; todavía sigue con nosotros.

¿Podría usted llamarlo? ¡Muchas gracias! Ytambién me gustaría que me cambiara este billetede cinco libras.

Un chico de catorce años, de rostro despier-to y mirada inquisitiva, se presentó en respuesta ala llamada del encargado y se quedó mirando alfamoso detective con aire reverente.

Déjeme ver la guía de hoteles dijo Holmes.Muchas gracias. Vamos a ver, Cartwright, aquí tie-nes los nombres de veintitrés hoteles, todos en lasinmediaciones de Charing Cross. ¿Los ves?

Sí, señor.

Vas a visitarlos todos, uno a uno.

Sí, señor.

Empezarás, en cada caso, por dar un chelínal portero. Aquí tienes veintitrés chelines.

Sí, señor.

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Le dirás que quieres ver el contenido de laspapeleras que se vaciaron ayer. Dirás que se haextraviado un telegrama importante y que lo estásbuscando. ¿Entiendes?

Sí, señor.

Pero, en realidad, lo que vas a buscar es unejemplar del Times de ayer en cuya página centralse hayan hecho unos agujeros con tijeras. Aquítienes el periódico. Ésta es la página. La recono-cerás fácilmente, ¿no es cierto?

Sí, señor.

El portero te mandará en cada caso al con-serje, a quien también darás un chelín. Aquí tienesotros veintitrés chelines. Es posible que en veinte delos veintitrés hoteles los papeles desechados deldía de ayer hayan sido quemados o eliminados. Enlos otros tres casos te mostrarán un montón de pa-pel y buscarás en él esta página del Times. Lasposibilidades en contra son elevadísimas. Aquí tie-nes diez chelines más para una emergencia.Mándame un informe por telégrafo a Baker Streetantes de la noche. Y ahora, Watson, sólo nos quedadescubrir mediante el telégrafo la identidad de nues-tro cochero, el número 2704; luego pasaremos por

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una de las galerías de Bond Street y ocuparemos eltiempo viendo cuadros hasta el momento de nuestracita en el hotel.

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5. Tres cabos rotos

Sherlock Holmes poseía, de manera muynotable, la capacidad de desentenderse a voluntad.Por espacio de dos horas pareció olvidarse del ex-traño asunto que nos tenía ocupados para consa-grarse por entero a los cuadros de los modernosmaestros belgas. Y desde que salimos de la galeríahasta que llegamos al hotel Northumberland hablóexclusivamente de arte, tema sobre el que teníaideas muy elementales.

Sir Henry Baskerville los espera en su habi-tación dijo el recepcionista. Me ha pedido que leshiciera subir en cuanto llegaran.

¿Tiene inconveniente en que consulte suregistro? dijo Holmes.

Ninguno.

En el registro aparecían dos entradas des-pués de la de Baskerville: Theophilus Johnson yfamilia, de Newcastle, y la señora Oldmore con sudoncella, de High Lodge, Alton.

Sin duda este Johnson es un viejo conocidomío le dijo Holmes al conserje. ¿No se trata de unabogado, de cabello gris, con una leve cojera?

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No, señor; se trata del señor Johnson, pro-pietario de minas de carbón, un caballero muy acti-vo, no mayor que usted.

¿Está seguro de no equivocarse sobre suocupación?

No, señor: viene a este hotel desde hacemuchos años y lo conocemos muy bien.

En ese caso no hay más que hablar. Pero...,señora Oldmore; también me parece recordar eseapellido. Perdone mi curiosidad, pero, con frecuen-cia, al ir a visitar a un amigo se encuentra a otro.

Es una dama enferma, señor. Su esposofue en otro tiempo alcalde de Gloucester. Siemprese aloja en nuestro hotel cuando viene a Londres.

Muchas gracias; me temo que no tengo elhonor de conocerla. Hemos obtenido un dato muyimportante con esas preguntas, Watson continuóHolmes, en voz baja, mientras subíamos juntos laescalera. Sabemos ya que las personas que siententanto interés por nuestro amigo no se alojan aquí.Eso significa que si bien, como ya hemos visto,están ansiosos de vigilarlo, les preocupa igualmenteque Sir Henry pueda verlos. Y eso es un hecho muysugerente.

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¿Qué es lo que sugiere?

Sugiere... ¡vaya! ¿Qué le sucede, mi queri-do amigo? Al terminar de subir la escalera nos tro-pezamos con Sir Henry Baskerville en persona, conel rostro encendido por la indignación y empuñandouna bota muy usada y polvorienta. Estaba tan furio-so que apenas se le entendía y cuando por fin hablócon claridad lo hizo con un acento americano mu-cho más marcado del que había utilizado por lamañana.

Me parece que me han tomado por tonto eneste hotel exclamó. Pero como no tengan cuidadodescubrirán muy pronto que donde las dan las to-man. Por todos los demonios, si ese tipo no encuen-tra la bota que me falta, aquí va a haber más quepalabras. Sé aceptar una broma como el que más,señor Holmes, pero esto ya pasa de castaño oscu-ro.

¿Aún sigue buscando la bota?

Así es, y estoy decidido a encontrarla.

Pero, ¿no dijo usted que era una bota nue-va de color marrón?

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Así era, señor mío. Y ahora se trata de otranegra y vieja.

¡Cómo! ¿Quiere usted decir...?

Eso es exactamente lo que quiero decir.Sólo tenía tres pares..., las marrones nuevas, lasnegras viejas y los zapatos de charol, que son losque llevo puestos. Anoche se llevaron una marrón yhoy me ha desaparecido una negra. Veamos, ¿la haencontrado usted? ¡Hable, caramba, y no se mequede mirando!

Había aparecido en escena un camareroalemán presa de gran nerviosismo.

No, señor; he preguntado por todo el hotel,pero nadie sabe nada.

Pues o aparece la bota antes de que seponga el sol, o iré a ver al gerente para decirle queme marcho inmediatamente del hotel.

Aparecerá, señor..., le prometo que si tieneusted un poco de paciencia la encontraremos.

No se le olvide, porque es lo último que voya perder en esta guarida de ladrones. Perdone,señor Holmes, que le moleste por algo tan insignifi-cante...

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Creo que está justificado preocuparse.

Veo que le parece un asunto serio.

¿Cómo lo explica usted?

No trato de explicarlo. Me parece la cosamás absurda y más extraña que me ha sucedidonunca.

La más extraña, quizá dijo Holmes pensati-vo.

¿Cuál es su opinión?

No pretendo entenderlo todavía. Este casosuyo es muy complicado, Sir Henry. Cuando lo rela-ciono con la muerte de su tío dudo de que entre losquinientos casos de importancia capital con que mehe enfrentado hasta ahora haya habido alguno quepresentara más dificultades. Disponemos de variaspistas y es probable que una u otra nos lleve hastala verdad. Quizá perdamos tiempo siguiendo unafalsa, pero, más pronto o más tarde, daremos con lacorrecta.

El almuerzo fue muy agradable, aunque ensu transcurso apenas se dijo nada del asunto quenos había reunido. Tan sólo cuando nos retiramos a

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una sala de estar privada Holmes preguntó a Bas-kerville cuáles eran sus intenciones.

Trasladarme a la mansión de los Baskervi-lle.

Y, ¿cuándo?

A finales de semana.

Creo que, en conjunto dijo Holmes, su deci-sión es acertada. Tengo suficientes pruebas de queestá usted siendo seguido en Londres y entre losmillones de habitantes de esta gran ciudad es dificildescubrir quiénes son esas personas y cuál puedaser su propósito. Si su intención es hacer el malpueden darle un disgusto y no estaríamos en condi-ciones de impedirlo. ¿Sabía usted, doctor Mortimer,que alguien los seguía esta mañana al salir de micasa?

El doctor Mortimer tuvo un violento sobre-salto.

¡Seguidos! ¿Por quién?

Eso es lo que, desgraciadamente, no puedodecirles.

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Entre sus vecinos o conocidos de Dartmoor,¿hay alguien de pelo negro que se deje la barba?

No..., espere, déjeme pensar..., sí, claro,Barrymore, el mayordomo de Sir Charles, es unhombre muy moreno, con barba.

¡Ajá! ¿Dónde está Barrymore?

Tiene a su cargo la mansión de los Basker-ville.

Será mejor que nos aseguremos de que si-gue allí o de si, por el contrario, ha tenido ocasiónde trasladarse a Londres.

¿Cómo puede usted averiguarlo?

Déme un impreso para telegramas. «¿Estátodo listo para Sir Henry?» Eso bastará. Dirigido alseñor Barrymore, mansión de los Baskerville. ¿Cuáles la oficina de telégrafos más próxima? Grimpen.De acuerdo, enviaremos un segundo cable al jefede correos de Grimpen: «Telegrama para entregaren mano al señor Barrymore. Si está ausente, de-volver por favor a Sir Henry Baskerville, hotel Nort-humberland». Eso deberá permitirnos saber antesde la noche si Barrymore está en su puesto o se haausentado.

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Asunto resuelto dijo Baskerville. Por cierto,doctor Mortimer, ¿quién es ese Barrymore, de todasformas?

Es el hijo del antiguo guarda, que ya murió.Los Barrymore llevan cuatro generaciones cuidandode la mansión. Hasta donde se me alcanza, él y sumujer forman una pareja tan respetable como cual-quiera del condado.

Al mismo tiempo dijo Baskerville, está bas-tante claro que mientras en la mansión no hayanadie de mi familia esas personas disfrutan de unexcelente hogar y carecen de obligaciones.

Eso es cierto.

¿Dejó Sir Charles algo a los Barrymore ensu testamento? preguntó Holmes.

Él y su mujer recibieron quinientas librascada uno.

¡Ah! ¿Estaban al corriente de que iban a re-cibir esa cantidad?

Sí; Sir Charles era muy aficionado a hablarde las disposiciones de su testamento.

Eso es muy interesante.

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Espero dijo el doctor que no considere us-ted sospechosas a todas las personas que hanrecibido un legado de Sir Charles, porque también amí me dejó mil libras.

¡Vaya! ¿Ya alguien más?

Hubo muchas sumas insignificantes paraotras personas y también se atendió a un grannúmero de obras de caridad. Todo lo demás quedapara Sir Henry.

¿Y a cuánto ascendía lo demás? Setecien-tas cuarenta mil libras. Holmes alzó las cejas sor-prendido.

Ignoraba que se tratase de una suma tanenorme dijo. Se daba por sentado que Sir Charlesera rico, pero sólo hemos sabido hasta qué punto alinventariar sus valores. La herencia ascendía entotal a casi un millón.

¡Cielo santo! Por esa apuesta se puede in-tentar una jugada desesperada. Y una preguntamás, doctor Mortimer. Si le sucediera algo a nuestrojoven amigo aquí presente (perdóneme esta hipóte-sis tan desagradable), ¿quién heredaría la fortunade Sir Charles?

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Dado que Rodger Baskerville, el hermanopequeño, murió soltero, la herencia pasaría a losDesmond, que son primos lejanos. James Desmondes un clérigo de avanzada edad que vive en West-morland.

Muchas gracias. Todos estos detalles sonde gran interés. ¿Conoce usted al señor JamesDesmond?

Sí; en una ocasión vino a visitar a Sir Char-les. Es un hombre de aspecto venerable y de vidaíntegra. Recuerdo que, a pesar de la insistencia deSir Charles, se negó a aceptar la asignación que leofrecía.

Y ese hombre de gustos sencillos, ¿sería elheredero de la fortuna?

Heredaría la propiedad, porque está vincu-lada. Y también heredaría el dinero a no ser que elactual propietario, que, como es lógico, puede hacerlo que quiera con él, le diera otro destino en su tes-tamento.

¿Ha hecho usted testamento, Sir Henry?

No, señor Holmes, no lo he hecho. No hetenido tiempo, porque sólo desde ayer estoy al co-

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rriente de todo. Pero, en cualquier caso, creo que eldinero no debe separarse ni del título ni de la pro-piedad. Esa era la idea de mi pobre tío. ¿Cómosería posible restaurar el esplendor de los Baskervi-lle si no se dispone del dinero necesario para man-tener la propiedad? La casa, la tierra y el dinerodeben ir juntos.

Así es. Bien, Sir Henry: estoy completamen-te de acuerdo con usted en cuanto a la convenien-cia de que se traslade sin tardanza a Devonshire.Pero hay una medida que debo tomar. En ningúncaso puede usted ir solo.

El doctor Mortimer regresa conmigo.

Pero el doctor Mortimer tiene que atender asus pacientes y su casa está a varios kilómetros dela de usted. Hasta con la mejor voluntad del mundopuede no estar en condiciones de ayudarle. No, SirHenry; tiene usted que llevar consigo a alguien deconfianza que permanezca constantemente a sulado.

¿Existe la posibilidad de que venga ustedconmigo, señor Holmes?

Si llegara a producirse una crisis, me esfor-zaría por estar presente, pero sin duda entenderá

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usted perfectamente que, dada la amplitud de miclientela y las constantes peticiones de ayuda queme llegan de todas partes, me resulte imposibleausentarme de Londres por tiempo indefinido. En elmomento actual uno de los apellidos más respeta-dos de Inglaterra está siendo mancillado por unchantajista y únicamente yo puedo impedir unescándalo desastroso. Comprenderá usted lo impo-sible que me resulta trasladarme a Dartmoor.

Entonces, ¿a quién recomendaría usted?Holmes me puso la mano en el brazo.

Si mi amigo está dispuesto a acompañarle,no hay persona que resulte más útil en una situa-ción dificil. Nadie lo puede decir con más seguridadque yo.

Aquella propuesta fue una sorpresa total pa-ra mí, pero, antes de que pudiera responder, Bas-kerville me tomó la mano y la estrechó cordialmen-te.

Vaya, doctor Watson, es usted muy amabledijo. Ya ve la clase de persona que soy y sabe deeste asunto tanto como yo. Si viene conmigo a lamansión de los Baskerville y me ayuda a salir delapuro no lo olvidaré nunca.

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Siempre me ha fascinado la posibilidad deuna aventura y me sentía además halagado por laspalabras de Holmes y por el entusiasmo con que elbaronet me había aceptado por compañero.

Iré con mucho gusto dije . No creo que pu-diera emplear mi tiempo de mejor manera.

También se ocupará usted de informarmecon toda precisión dijo Holmes. Cuando se produz-ca una crisis, como sin duda sucederá, le indicaré loque tiene que hacer. ¿Estarán ustedes listos para elsábado?

¿Le convendrá ese día al doctor Watson?

No hay ningún problema.

En ese caso, y si no tiene usted noticias encontra, el sábado nos reuniremos en Paddingtonpara tomar el tren de las 10,30.

Nos habíamos levantado ya para marchar-nos cuando Baskerville lanzó un grito de triunfo y,lanzándose hacia uno de los rincones de la habita-ción, sacó una bota marrón de debajo de un arma-rio.

¡La bota queme faltaba! exclamó.

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¡Ojalá todas nuestras dificultades desapa-rezcan tan fácilmente! dijo Sherlock Holmes.

Resulta muy extraño de todas formas se-ñaló el doctor Mortimer. Registré cuidadosamente lahabitación antes del almuerzo.

Y yo hice lo mismo añadió Baskerville.Centímetro a centímetro.

No había ninguna bota.

En ese caso tiene que haberla colocado ahíel camarero mientras almorzábamos.

Se llamó al alemán, quien aseguró no sabernada de aquel asunto, y el mismo resultado negati-vo dieron otras pesquisas. Se había añadido unelemento más a la serie constante de pequeñosmisterios, en apariencia sin sentido, que se suced-ían unos a otros con gran rapidez. Dejando a unlado la macabra historia de la muerte de Sir Char-les, contábamos con una cadena de incidentes in-explicables, todos en el espacio de cuarenta y ochohoras, entre los que figuraban la recepción de lacarta confeccionada con recortes de periódico, elespía de barba negra en el cabriolé, la desapariciónde la bota marrón recién comprada, la de la viejabota negra y ahora la reaparición de la nueva. Hol-

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mes guardó silencio en el coche de caballos mien-tras regresábamos a Baker Street y sus cejas frun-cidas y la intensidad de su expresión me hacíansaber que su mente, como la mía, estaba ocupadatratando de encontrar una explicación que permitie-ra encajar todos aquellos extraños episodios sinconexión aparente. De vuelta a casa permaneciótoda la tarde y hasta bien entrada la noche sumer-gido en el tabaco y en sus pensamientos.

Poco antes de la cena llegaron dos tele-gramas. El primero decía así:

«Acabo de saber que Barrymore está en lamansión. BASKERVILLE.»

Y el segundo:

«Veintitrés hoteles visitados siguiendo ins-trucciones, pero lamento informar ha sido imposibleencontrar hoja cortada del Times. CARTWRIGHT.»

Dos de mis pistas que se desvanecen, Wat-son. No hay nada tan estimulante como un caso enel que todo se pone en contra. Hemos de seguirbuscando.

Aún nos queda el cochero que transportabaal espía. Exactamente. He mandado un telegrama

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al registro oficial para que nos facilite su nombre ydirección. No me sorprendería que esto fuera unarespuesta a mi pregunta. La llamada al timbre de lacasa resultó, sin embargo, más satisfactoria aúnque una respuesta, porque se abrió la puerta y entróun individuo de aspecto tosco que era evidentemen-te el cochero en persona.

La oficina central me ha hecho saber que uncaballero que vive aquí ha preguntado por el 2704dijo. Llevo siete años conduciendo el cabriolé y nohe tenido nunca la menor queja. Vengo directamen-te del depósito para preguntarle cara a cara qué eslo que tiene contra mí.

No tengo nada contra usted, buen hombredijo mi amigo. Estoy dispuesto, por el contrario, adarle medio soberano si contesta con claridad a mispreguntas.

Bueno, la verdad es que hoy he tenido unbuen día, ¡ya lo creo que sí! dijo el cochero con unasonrisa. ¿Qué quiere usted preguntarme, caballero?

Antes de nada su nombre y dirección, por sivolviera a necesitarle.

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John Clayton, del número 3 de Turpey Stre-et, en el Borough. Encierro el cabriolé en el depósitoShipley, cerca de la estación de Waterloo.

Sherlock Holmes tomó nota.

Vamos a ver, Clayton, cuénteme todo lo quesepa acerca del cliente que estuvo vigilando estacasa a las diez de la mañana y siguió después ados caballeros por Regent Street.

El cochero pareció sorprendido y un tantoavergonzado.

Vaya, no voy a poder decirle gran cosa,porque al parecer ya sabe usted tanto como yo res-pondió. La verdad es que aquel señor me dijo queera detective y que no dijera nada a nadie acerca deél.

Se trata de un asunto muy grave, buenhombre, y quizá se encontraría usted en una situa-ción muy difícil si tratase de ocultarme algo. ¿Elcliente le dijo que era detective? Sí, señor, eso fuelo que dijo.

¿Cuándo se lo dijo?

Al marcharse.

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¿Dijo algo más?

Me dijo cómo se llamaba.

Holmes me lanzó una rápida mirada detriunfo.

¿De manera que le dijo cómo se llamaba?Eso fue una imprudencia. Y, ¿cuál era su nombre?

Dijo llamarse Sherlock Holmes.

Nunca he visto a mi amigo tan sorprendidocomo ante la respuesta del cochero. Por un instanteel asombro le dejó sin palabras. Luego lanzó unacarcajada:

¡Tocado, Watson! ¡Tocado, sin duda! dijo.Advierto la presencia de un florete tan rápido y flexi-ble como el mío. En esta ocasión ha conseguido unblanco excelente. De manera que se llamaba Sher-lock Holmes, ¿no es eso?

Sí, señor, eso me dijo.

¡Magnífico! Cuénteme dónde lo recogió ytodo lo que pasó.

Me paró a las nueve y media en TrafalgarSquare. Dijo que era detective y me ofreció dosguineas si seguía exactamente sus instrucciones

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durante todo el día y no hacía preguntas. Aceptécon mucho gusto. Primero nos dirigimos al hotelNorthumberland y esperamos allí hasta que salierondos caballeros y alquilaron un coche de la fila queesperaba delante de la puerta. Lo seguimos hastaque se paró en un sitio cerca de aquí.

Esta misma puerta dijo Holmes.

Bueno, eso no lo sé con certeza, pero ase-guraría que mi cliente conocía muy bien el sitio. Nosdetuvimos a cierta distancia y esperamos durantehora y media. Luego los dos caballeros pasaron anuestro lado a pie y los fuimos siguiendo por BakerStreet y a lo largo de...

Eso ya lo sé dijo Holmes.

Hasta recorrer las tres cuartas partes deRegent Street. Entonces mi cliente levantó la tram-pilla y gritó que me dirigiera a la estación de Water-loo lo más deprisa que pudiera. Fustigué a,la yeguay llegamos en menos de diez minutos. Después mepagó las dos guineas, como había prometido, yentró en la estación. Pero en el momento de mar-charse se dio la vuelta y dijo: «Quizá le interesesaber que ha estado llevando al señor SherlockHolmes». De esa manera supe cómo se llamaba.

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Entiendo. ¿Y ya no volvió a verlo?

No, una vez que entró en la estación.

Y, ¿cómo describiría usted al señor Sher-lock Holmes?

El cochero se rascó la cabeza.

Bueno, a decir verdad no era un caballerofácil de describir. Unos cuarenta años de edad yestatura media, cuatro o seis centímetros más bajoque usted. Iba vestido como un dandi, llevaba bar-ba, muy negra, cortada en recto por abajo, y tenía latez pálida. Me parece que eso es todo lo que re-cuerdo.

¿Color de los ojos?

No; eso no lo sé.

¿No recuerda usted nada más?

No, señor; nada más.

Bien; en ese caso aquí tiene su medio sobe-rano. Hay otro esperándole si me trae alguna infor-mación más. ¡Buenas noches!

Buenas noches, señor, y ¡muchas gracias!

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John Clayton se marchó riendo entre dien-tes y Holmes se volvió hacia mí con un encogimien-to de hombros y una sonrisa de tristeza.

Se ha roto nuestro tercer cabo y hemosterminado donde empezamos dijo. Ese astuto gra-nuja sabía el número de nuestra casa, sabía que SirHenry Baskerville había venido a verme, me reco-noció en Regent Street, supuso que me había fijadoen el número del cabriolé y que acabaría por locali-zar al cochero, y decidió enviarme ese mensajeimpertinente. Se lo aseguro, Watson, esta vez noshemos tropezado con un adversario digno de nues-tro acero. Me han dado jaque mate en Londres.Sólo me cabe desearle que tenga usted mejor suer-te en Devonshire. Pero reconozco que no estoytranquilo.

¿No está tranquilo?

No me gusta enviarlo a usted. Es un asuntomuy feo, Watson, un asunto muy feo y peligroso, ycuanto más sé de él menos me gusta. Sí, mi queri-do amigo, ríase usted, pero le doy mi palabra deque me alegraré mucho de tenerlo otra vez sano ysalvo en Baker Street.

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6. La mansión de los Baskerville

El día señalado Sir Henry Baskerville y eldoctor Mortimer estaban listos para emprender elviaje y, tal como habíamos convenido, salimos lostres camino de Devonshire. Sherlock Holmes meacompañó a la estación y antes de partir me dio lasúltimas instrucciones y consejos.

No quiero influir sobre usted sugiriéndoleteorías o sospechas, Watson. Limítese a informar-me de los hechos de la manera más completa posi-ble y deje para mí las teorías.

¿Qué clase de hechos? pregunté yo.

Cualquier cosa que pueda tener relacióncon el caso, por indirecta que sea, y sobre todo lasrelaciones del joven Baskerville con sus vecinos, ocualquier elemento nuevo relativo a la muerte de SirCharles. Por mi parte he hecho algunas investiga-ciones en los últimos días, pero mucho me temoque los resultados han sido negativos. Tan sólo unacosa parece cierta, y es que el señor James Des-mond, el próximo heredero, es un caballero virtuosode edad avanzada, por lo que no cabe pensar en élcomo responsable de esta persecución. Creo since-ramente que podemos eliminarlo de nuestros cálcu-

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los. Nos quedan las personas que en el momentopresente conviven con Sir Henry en el páramo.

¿No habría que librarse en primer lugar delmatrimonio Barrymore?

No, no; eso sería un error imperdonable. Sison inocentes cometeríamos una gran injusticia y sison culpables estaríamos renunciando a toda posi-bilidad de demostrarlo. No, no; los conservaremosen nuestra lista de sospechosos. Hay además unmozo de cuadra en la mansión, si no recuerdo mal.Tampoco debemos olvidar a los dos granjeros quecultivan las tierras del páramo. Viene a continuaciónnuestro amigo el doctor Mortimer, de cuya honradezestoy convencido, y su esposa, de quien nada sa-bemos. Hay que añadir a Stapleton, el naturalista, ya su hermana quien, según se dice, es una jovenmuy atractiva. Luego está el señor Frankland de lamansión Lafter, que también es un factor descono-cido, y uno o dos vecinos más. Esas son las perso-nas que han de ser para usted objeto muy especialde estudio.

Haré todo lo que esté en mi mano.

¿Lleva usted algún arma?

Sí, he pensado que sería conveniente.

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Sin duda alguna. No se aleje de su revólverni de día ni de noche y manténgase alerta en todomomento. Nuestros amigos ya habían reservadoasientos en un vagón de primera clase y nos espe-raban en el andén. No; no disponemos de ningunanueva información dijo el doctor Mortimer en res-puesta a las preguntas de Holmes. De una cosaestoy seguro, y es que no nos han seguido durantelos dos últimos días. No hemos salido nunca sinmantener una estrecha vigilancia y nadie nos hubie-ra pasado inadvertido.

Espero que hayan permanecido siemprejuntos.

Excepto ayer por la tarde. Suelo dedicar undía a la diversión cuando vengo a Londres, de ma-nera que pasé la tarde en el museo del Colegio deCirujanos.

Y yo fui a pasear por el parque y a ver a lagente dijo Baskerville. Pero no tuvimos problemasde ninguna clase.

Fue una imprudencia de todas formas dijoHolmes, moviendo la cabeza y poniéndose muyserio. Le ruego, Sir Henry, que no vaya solo a

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ningún sitio. Le puede suceder una gran desgraciasi lo hace. ¿Recuperó usted la otra bota?

No, señor; ha desaparecido definitivamente.

Vaya, vaya. Eso es muy interesante. Bien,hasta la vista añadió mientras el tren empezaba adeslizarse. Recuerde, Sir Henry, una de las frasesde aquella extraña leyenda antigua que nos leyó eldoctor Mortimer y evite el páramo en las horas deoscuridad, cuando se intensifican los poderes delmal.

Volví la vista hacia el andén unos segundosmás tarde y comprobé que aún seguía allí la figuraalta y austera de Holmes, todavía inmóvil, que con-tinuaba mirándonos.

El viaje fue rápido y agradable y lo empleéen conocer mejor a mis dos acompañantes y enjugar con el spaniel del doctor Mortimer. En pocashoras la tierra parda se convirtió en rojiza, el ladrillose transformó en granito y aparecieron vacas ber-mejas que pastaban en campos bien cercados don-de la exuberante hierba y la vegetación más frondo-sa daban testimonio de un clima más fértil, aunquetambién más húmedo. El joven Baskerville mirabacon gran interés por la ventanilla y lanzó exclama-

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ciones de alegría al reconocer los rasgos familiaresdel paisaje de Devon.

He visitado buena parte del mundo desdeque salí de Inglaterra, doctor Watson dijo, pero nun-ca he encontrado lugar alguno que se pueda com-parar con estas tierras.

No conozco ningún natural de Devonshireque reniegue de su condado hice notar.

Depende de la raza tanto como del condadointervino el doctor Mortimer. Una simple mirada anuestro amigo permite apreciar de inmediato la ca-beza redonda de los celtas, que se traduce en elentusiasmo céltico y en la capacidad de afecto. Lacabeza del pobre Sir Charles pertenecía a un tipomuy raro, mitad gaélica, mitad irlandesa en suscaracterísticas. Pero usted era muy joven cuandovio por última vez la mansión de los Baskerville, ¿noes eso?

No era más que un adolescente cuando mu-rió mi padre y no vi nunca la mansión, porque viv-íamos en un pequeño chalet de la costa sur. De allífui directamente a vivir con un amigo norteamerica-no. Le aseguro que todo esto es tan nuevo para mí

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como para el doctor Watson y ardo en deseos dever el páramo.

¿Es eso cierto? Pues ya tiene usted su me-ta al alcance de la mano, porque se divisa desdeaquí dijo el doctor Mortimer, señalando hacia elpaisaje.

Por encima de los verdes cuadrados de loscampos y de la curva de un bosque, se alzaba a lolejos una colina gris y melancólica, con una extrañacumbre dentada, borrosa y vaga en la distancia,semejante al paisaje fantástico de un sueño. Bas-kerville permaneció inmóvil mucho tiempo, con losojos fijos en ella, y supe por la expresión de su ros-tro lo mucho que significaba para él ver por primeravez aquel extraño lugar que los hombres de su san-gre habían dominado durante tanto tiempo y en elque habían dejado una huella tan honda. A pesar desu traje de tweed, de su acento americano y deviajar en un prosaico vagón de ferrocarril, sentí másque nunca, al contemplar su rostro, moreno y ex-presivo, que era un auténtico descendiente deaquella larga sucesión de hombres de sangre ar-diente, tan fogosos como autoritarios. Las cejasespesas, las delicadas ventanas de la nariz y losgrandes ojos de color avellana daban fe de su orgu-

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llo, de su valor y de su fortaleza. Si en aquel páramoinhóspito nos esperaba una empresa difícil y peli-grosa, contaba al menos con un compañero porquien se podía aceptar un riesgo con la seguridadde que lo compartiría con valor.

El tren se detuvo en una pequeña estaciónjunto a la carretera y allí descendimos. Fuera, másallá de una cerca blanca de poca altura, esperabauna tartana tirada por dos jacos. Nuestra llegadasuponía sin duda todo un acontecimiento, porque eljefe de estación y los mozos de cuerda se arracima-ron a nuestro alrededor para llevarnos el equipaje.Era un lugar sencillo y agradable, pero me sorpren-dió observar la presencia junto al portillo de doshombres de aspecto marcial con uniforme oscuroque se apoyaban en sus rifles y que nos miraroncon mucho interés cuando pasamos. El cochero, unhombrecillo de facciones duras y manos nudosas,saludó a Sir Henry y pocos minutos después volá-bamos ya por la amplia carretera blanca. Ondulan-tes tierras de pastos ascendían a ambos lados yviejas casas con gabletes asomaban entre la densavegetación, pero detrás del campo tranquilo e ilumi-nado por el sol se elevaba siempre, oscura contra elcielo del atardecer, la larga y melancólica curva del

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páramo, interrumpida por colinas dentadas y sinies-tras.

La tartana se desvió por una carretera late-ral y empezamos a ascender por caminos muy hun-didos, desgastados por siglos de ruedas, con talu-des muy altos a los lados, cubiertos de musgohúmedo y carnosas lenguas de ciervo. Helechosbronceados y zarzas resplandecían bajo la luz delsol poniente. Sin dejar de subir, pasamos sobre unestrecho puente de granito y bordeamos un ruidosoy veloz torrente, que espumeaba y rugía entre gran-des rocas. Camino y curso de agua discurrían des-pués por un valle donde abundaban los roblesachaparrados y los abetos. A cada vuelta del cami-no Baskerville lanzaba una nueva exclamación deplacer y miraba con gran interés a su alrededorhaciendo innumerables preguntas. A él todo le pa-recía hermoso, pero para mí había un velo de me-lancolía sobre el paisaje, en el que se marcaba contoda claridad la proximidad del invierno. Los cami-nos estaban alfombrados de hojas amarillas quetambién caían sobre nosotros. El traqueteo de lasruedas enmudecía cuando atravesábamos monto-nes de vegetación podrida: tristes regalos, en miopinión, para que la naturaleza los lanzara ante el

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coche del heredero de los Baskerville que regresa-ba a su casa solariega.

¡Caramba! exclamó el doctor Mortimer,¿qué es esto?

Teníamos delante una pronunciada pen-diente cubierta de brezos, una avanzadilla delpáramo. En lo más alto, tan destacado y tan precisocomo una estatua ecuestre sobre su pedestal, vi-mos a un soldado a caballo, sombrío y austero, elrifle preparado sobre el antebrazo. Estaba vigilandola carretera por la que circulábamos.

¿Qué es lo que sucede, Perkins? preguntóel doctor Mortimer.

El cochero se volvió a medias en su asiento.

Se ha escapado un preso de Princetown,señor. Ya lleva tres días en libertad y los guardianesvigilan todas las carreteras y las estaciones, perohasta ahora no han dado con él. A los agricultoresde la zona no les gusta nada lo que pasa, se loaseguro.

Bueno, según tengo entendido, se les re-compensará con cinco libras si proporcionan algunainformación. Es cierto, señor, pero la posibilidad de

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ganar cinco libras es muy poca cosa comparadacon el temor a que te corten el cuello. Porque no setrata de un preso corriente. Es un individuo que nose detendría ante nada.

¿De quién se trata?

Selden, señor: el asesino de Notting Hill.

Yo recordaba bien el caso, que había des-pertado el interés de Holmes por la peculiar feroci-dad del crimen y la absurda brutalidad que habíaacompañado todos los actos del asesino. Se lehabía conmutado la pena capital en razón de algu-nas dudas sobre el estado de sus facultades menta-les, precisamente por lo atroz de su conducta.Nuestra tartana había coronado una cuesta y en-tonces apareció ante nosotros la enorme extensióndel páramo, salpicado de montones de piedras y depeñascos de formas extrañas. Enseguida se nosechó encima un viento frío que nos hizo tiritar. Enalgún lugar de aquella llanura desolada se escondíael diabólico asesino, oculto en un escondrijo comouna bestia salvaje y con el corazón lleno de malevo-lencia hacia toda la raza humana que lo había ex-pulsado de su seno. Sólo se necesitaba aquellopara colmar el siniestro poder de sugestión delpáramo, junto con el viento helado y el cielo que

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empezaba a oscurecerse. Hasta el mismo Baskervi-lle guardó silencio y se ciñó más el abrigo.

Habíamos dejado atrás y abajo las tierrasfértiles. Al volver la vista contemplábamos los rayosoblicuos de un sol muy bajo que convertía los cur-sos de agua en hebras de oro y que brillaba sobrela tierra roja recién removida por el arado y sobre laextensa maraña de los bosques. El camino queteníamos ante nosotros se fue haciendo más deso-lado y silvestre por encima de enormes pendientesde color rojizo y verde oliva, salpicadas de peñas-cos gigantescos. De cuando en cuando pasábamosjunto a una de las casas del páramo, con las pare-des y el techo de piedra, sin planta trepadora algunapara dulcificar su severa silueta. De repente nosencontramos ante una depresión con forma de taza,salpicada de robles y abetos achaparrados, retorci-dos e inclinados por la furia de años de tormentas.Dos altas torres muy estrechas se alzaban por en-cima de los árboles. El cochero señaló con la fusta.

La mansión de los Baskerville dijo.

Su dueño se había puesto en pie y la con-templaba con mejillas encendidas y ojos brillantes.Pocos minutos después habíamos llegado al portónde la casa del guarda, un laberinto de fantásticas

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tracerías en hierro forjado, con pilares a cada ladogastados por las inclemencias del tiempo, mancha-dos de líquenes y coronados por las cabezas dejabalíes de los Baskerville. La casa del guarda erauna ruina de granito negro y desnudas costillas devigas, pero frente a ella se alzaba un nuevo edificio,construido a medias, primer fruto del oro sudafrica-no de Sir Charles.

A través del portón penetramos en la aveni-da, donde las ruedas enmudecieron de nuevo sobrelas hojas muertas y donde los árboles centenarioscruzaban sus ramas formando un túnel en sombrasobre nuestras cabezas. Baskerville se estremecióal dirigir la mirada hacia el fondo de la larga y oscu-ra avenida, donde la casa brillaba débilmente comoun fantasma.

¿Fue aquí? preguntó en voz baja.

No, no; el paseo de los Tejos está al otrolado.

El joven heredero miró a su alrededor conexpresión melancólica.

No tiene nada de extraño que mi tío tuvierala impresión de que algo malo iba a sucederle en unsitio como éste dijo. No se necesita más para asus-

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tar a cualquiera. Haré que instalen una hilera delámparas eléctricas antes de seis meses, y no reco-nocerán ustedes el sitio cuando dispongamos en lapuerta misma de la mansión de una potencia de milbujías de Swan y Edison.

La avenida desembocaba en una gran ex-tensión de césped y teníamos ya la casa ante noso-tros. A pesar de la poca luz pude ver aún que laparte central era un macizo edificio del que sobre-salía un pórtico. Toda la fachada principal estabacubierta de hiedra, con algunos agujeros recortadosaquí y allá para que una ventana o un escudo dearmas asomara a través del oscuro velo. Desde elbloque central se alzaban las torres gemelas, anti-guas, almenadas y horadadas por muchas troneras.A izquierda y derecha de las torres se extendían lasalas más modernas de granito negro. Una luz mor-tecina brillaba a través de las ventanas con gruesosparteluces, y de las altas chimeneas que nacían deltecho de muy pronunciada inclinación brotaba unasola columna de humo negro.

¡Bienvenido, Sir Henry! Bienvenido a lamansión de los Baskerville!

Un hombre de estatura elevada había salidode la sombra del pórtico para abrir la puerta de la

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tartana. La figura de una mujer se recortaba contrala luz amarilla del vestíbulo. También esta última seadelantó para ayudar al hombre con nuestro equipa-je.

Espero que no lo tome a mal, Sir Henry, pe-ro voy a volver directamente a mi casa dijo el doctorMortimer. Mi mujer me aguarda.

¿No se queda usted a cenar con nosotros?

No; debo marcharme. Probablementetendré trabajo esperándome. Me quedaría paraenseñarle la casa, pero Barrymore será mejor guíaque yo. Hasta la vista y no dude en mandar a bus-carme de día o de noche si puedo serle útil.

El ruido de las ruedas se perdió avenidaabajo mientras Sir Henry y yo entrábamos en lacasa y la puerta se cerraba con estrépito a nuestrasespaldas. Nos encontramos en una espléndidahabitación de nobles proporciones y gruesas vigasde madera de roble ennegrecida por el tiempo queformaban los pares del techo. En la gran chimeneade tiempos pretéritos y detrás de los altos morillosde hierro crepitaba y chisporroteaba un fuego deleña. Sir Henryyyo extendimos las manos hacia élporque estábamos ateridos después del largo tra-

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yecto en la tartana. Luego contemplamos las altas yestrechas ventanas con vidrios antiguos de colores,el revestimiento de las paredes de madera de roble,las cabezas de ciervo, los escudos de armas en lasparedes, todo ello borroso y sombrío a la escasa luzde la lámpara central.

Exactamente como lo imaginaba dijo SirHenry. ¿No es la imagen misma de un antiguohogar familiar? ¡Pensar que en esta sala han vividolos míos durante cinco siglos! Esa simple idea haceque todo me parezca más solemne.

Vi cómo su rostro moreno se iluminaba deentusiasmo juvenil al mirar a su alrededor. Se en-contraba en un sitio donde la luz caía de lleno sobreél, pero sombras muy largas descendían por lasparedes y colgaban como un dosel negro por enci-ma de su cabeza; Barrymore había regresado dellevar el equipaje a nuestras habitaciones y se detu-vo ante nosotros con la discreción característica deun criado competente. Era un hombre notable porsu apariencia: alto, bien parecido, barba negra cua-drada, tez pálida y facciones distinguidas.

¿Desea usted que se sirva la cena inmedia-tamente, Sir Henry?

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¿Está lista?

Dentro de muy pocos minutos, señor. En-contrarán agua caliente en sus habitaciones. Mimujer y yo, Sir Henry, seguiremos a su servicio conmucho gusto hasta que disponga usted otra cosa,aunque no se le ocultará que con la nueva situaciónhabrá que ampliar la servidumbre de la casa.

¿Qué nueva situación?

Me refiero únicamente a que Sir Charles lle-vaba una vida muy retirada y nosotros nos bastá-bamos para atender sus necesidades. Usted querrá,sin duda, hacer más vida social y, en consecuencia,tendrá que introducir cambios.

¿Quiere eso decir que su esposa y usteddesean marcharse?

Únicamente cuando ya no le cause a ustedningún trastorno.

Pero su familia nos ha servido a lo largo devarias generaciones, ¿no es cierto? Lamentaríacomenzar mi vida aquí rompiendo una antigua rela-ción familiar.

Me pareció discernir signos de emoción enlas pálidas facciones del mayordomo.

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Mis sentimientos son idénticos, Sir Henry, ymi esposa los comparte plenamente. Pero, a decirverdad, los dos estábamos muy apegados a SirCharles; su muerte ha sido un golpe terrible y hallenado esta casa de recuerdos dolorosos. Muchome temo que nunca recobraremos la paz de espírituen la mansión de los Baskerville.

Pero, ¿qué es lo que se proponen hacer?

Estoy convencido de que tendremos éxito siemprendemos algún negocio. La generosidad de SirCharles nos ha proporcionado los medios para po-nerlo en marcha. Y ahora, señor, quizá convengaque los acompañe a ustedes a sus habitaciones.

Una galería rectangular con balaustrada, ala que se llegaba por una escalera doble, corríaalrededor de la gran sala central. Desde aquel puntodos largos corredores se extendían a todo lo largodel edificio y a ellos se abrían los dormitorios. El míoestaba en la misma ala que el de Baskerville y casipuerta con puerta. Aquellas habitaciones parecíanmucho más modernas que la parte central de lamansión; el alegre empapelado y la abundancia develas contribuyeron un tanto a disipar la sombríaimpresión que se había apoderado de mi mentedesde nuestra llegada.

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Pero el comedor, al que se accedía desdela gran sala central, era también un lugar oscuro ymelancólico. Se trataba de una larga cámara con unescalón que separaba la parte inferior, reservada alos subordinados, del estrado donde se colocabanlos miembros de la familia. En un extremo se halla-ba situado un palco para los músicos. Vigas negrascruzaban por encima de nuestras cabezas y, másarriba aún, el techo ennegrecido por el humo. Conhileras de antorchas llameantes para iluminarlo ycon el colorido y el tosco jolgorio de un banquete detiempos pretéritos quizá se hubiera dulcificado suaspecto; pero ahora, cuando tan sólo dos caballerosvestidos de negro se sentaban dentro del pequeñocírculo de luz que proporcionaba una lámpara conpantalla, las voces se apagaban y los espíritus seabatían. Una borrosa hilera de antepasados, atavia-dos de las maneras más diversas, desde el caballe-ro isabelino hasta el petimetre de la Regencia, nosmiraba desde lo alto y nos intimidaban con su com-pañía silenciosa. Hablamos poco y, de manera ex-cepcional, me alegré de que terminara la cena y deque pudiéramos retirarnos a la moderna sala debillar para fumar un cigarrillo.

A fe mía, no se puede decir que sea un sitiomuy alegre exclamó Sir Henry. Supongo que llega-

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remos a habituarnos, pero por el momento me sien-to un tanto desplazado. No me extraña que mi tío sepusiera algo nervioso viviendo solo en una casacomo ésta. Si no le parece mal, hoy nos retiraremospronto y quizá las cosas nos parezcan un poco másrisueñas mañana por la mañana.

Abrí las cortinas antes de acostarme y mirépor la ventana de mi cuarto. Daba a una extensiónde césped situada delante de la puerta principal.Más allá, dos bosquecillos gemían y se balancea-ban, agitados por el viento cada vez más intenso.La luna se abrió paso entre las nubes desbocadas.Gracias a su fría luz vi más allá de los árboles unafranja incompleta de rocas y la larga superficie casillana del melancólico páramo. Cerré las cortinas,convencido de que mi última impresión coincidíacon las anteriores.

Aunque no fue la última en realidad. Prontodescubrí que estaba cansado pero insomne y dimuchas vueltas en la cama, esperando un sueñoque no venía. Muy a lo lejos un reloj de pared dabalos cuartos de hora, pero, por lo demás, un silenciosepulcral reinaba sobre la vieja casa. Y luego, derepente, en la quietud de la noche, llegó hasta misoídos un sonido claro, resonante e inconfundible.

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Eran los sollozos de una mujer, los jadeos ahoga-dos de una persona desgarrada por un sufrimientoincontrolable. Me senté en la cama y escuché conatención. El ruido procedía sin duda del interior dela casa. Por espacio de media hora esperé con losnervios en tensión, pero de nuevo reinó el silencio,si se exceptúan las campanadas del reloj y el rocede la hiedra contra la pared.

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7. Los Stapleton de la casa Merripit

Al día siguiente la belleza de la mañanacontribuyó a borrar de nuestras mentes la impresiónlúgubre y gris que a ambos nos había dejado elprimer contacto con la mansión de los Baskerville.Mientras Sir Henry y yo desayunábamos, la luz delsol entraba a raudales por las altas ventanas conparteluces, proyectando pálidas manchas de colorprocedentes de los escudos de armas que decora-ban los cristales. El revestimiento de madera brilla-ba como bronce bajo los rayos dorados y costabatrabajo convencerse de que estábamos en la mismacámara que la noche anterior había llenado nues-tras almas de melancolía.

¡Sospecho que los culpables somos noso-tros y no la casa! exclamó el baronet. Llevábamosencima el cansancio del viaje y el frío del páramo,de manera que miramos este sitio con malos ojos.Ahora que hemos descansado y nos encontramosbien, nos parece alegre una vez más.

Pero no fue todo un problema de imagina-ción respondí yo. ¿Acaso no oyó usted durante lanoche a alguien, una mujer en mi opinión, que so-llozaba?

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Es curioso, porque, cuando estaba mediodormido, me pareció oír algo así. Esperé un buenrato, pero el ruido no se repitió, de manera que lle-gué a la conclusión de que lo había soñado.

Yo lo oí con toda claridad y estoy seguro deque se trataba de los sollozos de una mujer.

Debemos informarnos inmediatamente.

Sir Henry tocó la campanilla y preguntó aBarrymore si podía explicarnos lo sucedido. Mepareció que aumentaba un punto la palidez del ma-yordomo mientras escuchaba la pregunta de suseñor.

No hay más que dos mujeres en la casa, SirHenry respondió. Una es la fregona, que duerme enla otra ala. La segunda es mi mujer, y puedo asegu-rarle personalmente que ese sonido no procedía deella.

Y sin embargo mentía, porque después deldesayuno me crucé por casualidad con la señoraBarrymore, cuando el sol le iluminaba de lleno elrostro, en el largo corredor al que daban los dormi-torios. La esposa del mayordomo era una mujergrande, de aspecto impasible, facciones muy mar-cadas y un gesto de boca severo y decidido. Pero

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sus ojos enrojecidos, que me miraron desde detrásde unos párpados hinchados, la denunciaban. Eraella, sin duda, quien lloraba por la noche y, aunquesu marido tenía que saberlo, había optado por co-rrer el riesgo de verse descubierto al afirmar que noera así. ¿Por qué lo había hecho? Y ¿por qué llora-ba su mujer tan amargamente? En torno a aquelhombre de tez pálida, bien parecido y de barbanegra, se estaba creando ya una atmósfera de mis-terio y melancolía. Barrymore había encontrado elcuerpo sin vida de Sir Charles y únicamente contá-bamos con su palabra para todo lo referente a lascircunstancias relacionadas con la muerte del an-ciano. ¿Existía la posibilidad de que, después detodo, fuera Barrymore a quien habíamos visto en elcabriolé de Regent Street? Podía muy bien tratarsede la misma barba. El cochero había descrito a unhombre algo más bajo, pero no era impensable quese hubiera equivocado. ¿Cómo podía yo aclararaquel extremo de una vez por todas? Mi primeragestión consistiría en visitar al administrador decorreos de Grimpen y averiguar si a Barrymore se lehabía entregado el telegrama de prueba en propiamano. Fuera cual fuese la respuesta, al menostendría ya algo de que informar a Sherlock Holmes.

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Sir Henry necesitaba examinar un grannúmero de documentos después del desayuno, demanera que era aquél el momento propicio para miexcursión, que resultó ser un agradable paseo deseis kilómetros siguiendo el borde del páramo y queme llevó finalmente a una aldehuela gris en la quedos edificios de mayor tamaño, que resultaron ser laposada y la casa del doctor Mortimer, destacabanconsiderablemente sobre el resto. El administradorde correos, que era también el tendero del pueblo,se acordaba perfectamente del telegrama.

Así es, caballero dijo; hice que se entregaraal señor Barrymore, tal como se indicaba.

¿Quién lo entregó?

Mi hijo, aquí presente. James, entregaste eltelegrama al señor Barrymore en la mansión la se-mana pasada, ¿no es cierto?

Sí, padre; lo entregué yo. ¿En propia mano?

Bueno, el señor Barrymore se hallaba en eldesván en aquel momento, así que no pudo ser enpropia mano, pero se lo di a su esposa, que prome-tió entregarlo inmediatamente.

¿Viste al señor Barrymore?

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No, señor; ya le he dicho que estaba en eldesván. Si no lo viste, ¿cómo sabes que estaba enel desván? Sin duda su mujer sabía dónde estabadijo, de malos modos, el administrador de correos.¿Es que no recibió el telegrama? Si ha habido algúnerror, que presente la queja el señor Barrymore enpersona.

Parecía inútil proseguir la investigación, pe-ro estaba claro que, pese a la estratagema de Hol-mes, seguíamos sin dilucidar si Barrymore se habíatrasladado a Londres. Suponiendo que fuera así,suponiendo que la misma persona que había visto aSir Charles con vida por última vez hubiese sido elprimero en seguir al nuevo heredero a su regreso aInglaterra, ¿qué consecuencias podían sacarse?¿Era agente de terceros o actuaba por cuenta pro-pia con algún propósito siniestro? ¿Qué interéspodía tener en perseguir a la familia Baskerville?Recordé la extraña advertencia extraída del editorialdel Times. ¿Era obra suya o más bien de alguienque se proponía desbaratar sus planes? El únicomotivo plausible era el sugerido por Sir Henry: si seconseguía asustar a la familia de manera que novolviera a la mansión, los Barrymore dispondrían demanera permanente de un hogar muy cómodo. Perosin duda un motivo así resultaba insuficiente para

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explicar unos planes tan sutiles como complejosque parecían estar tejiendo una red invisible entorno al joven baronet. Holmes en persona habíadicho que de todas sus sensacionales investigacio-nes aquélla era la más compleja. Mientras regresa-ba por el camino gris y solitario recé para que miamigo pudiera librarse pronto de sus ocupaciones yestuviera en condiciones de venir a Devonshire y deretirar de mis hombros la pesada carga de respon-sabilidad que había echado sobre ellos.

De repente mis pensamientos se vieron in-terrumpidos por el ruido de unos pasos veloces y deuna voz que repetía mi nombre. Me volví esperandover al doctor Mortimer, pero, para mi sorpresa, des-cubrí que me perseguía un desconocido. Se tratabade un hombre pequeño, delgado, completamenteafeitado, de aspecto remilgado, cabello rubio ymandíbula estrecha, entre los treinta y los cuarentaaños de edad, que vestía un traje gris y llevabasombrero de paja. Del hombro le colgaba una cajade hojalata para especímenes botánicos y en lamano llevaba un cazamariposas verde.

Estoy seguro de que sabrá excusar mi atre-vimiento, doctor Watson me dijo al llegar jadeando adonde me encontraba. Aquí en el páramo somos

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gentes llanas y no esperamos a las presentacionesoficiales. Quizá haya usted oído pronunciar mi ape-llido a nuestro común amigo, el doctor Mortimer.Soy Stapleton y vivo en la casa Merripit.

El cazamariposas y la caja me hubieranbastado dije, porque sabía que el señor Stapletonera naturalista. Pero, ¿cómo sabe usted quién soyyo?

He ido a hacer una visita a Mortimer y, alpasar usted por la calle, lo hemos visto desde laventana de su consultorio. Dado que llevamos elmismo camino, se me ha ocurrido alcanzarlo y pre-sentarme. Confío en que Sir Henry no esté dema-siado fatigado por el viaje.

Se encuentra perfectamente, muchas gra-cias. Todos nos temíamos que después de la tristedesaparición de Sir Charles el nuevo baronet noquisiera vivir aquí. Es mucho pedir que un hombreacaudalado venga a enterrarse en un sitio comoéste, pero no hace falta que le diga cuánto significapara toda la zona. ¿Hago bien en suponer que SirHenry no alberga miedos supersticiosos en estamateria?

No creo que sea probable.

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Por supuesto usted conoce la leyenda delperro diabólico que persigue a la familia.

La he oído.

¡Es notable lo crédulos que son los campe-sinos por estos alrededores! Muchos de ellos estándispuestos a jurar que han visto en el páramo a unanimal de esas características hablaba con unasonrisa, pero me pareció leer en sus ojos que setomaba aquel asunto con más seriedad. Esa historiallegó a apoderarse de la imaginación de Sir Charlesy estoy convencido de que provocó su trágico fin.

Pero, ¿cómo?

Tenía los nervios tan desquiciados que laaparición de cualquier perro podría haber tenido unefecto fatal sobre su corazón enfermo. Imagino quevio en realidad algo así aquella última noche en elpaseo de los Tejos. Yo temía que pudiera sucederun desastre, sentía por él un gran afecto y no igno-raba la debilidad de su corazón.

¿Cómo lo sabía?

Me lo había dicho mi amigo Mortimer.

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¿Piensa usted, entonces, que un perro per-siguió a Sir Charles y que, en consecuencia, el an-ciano baronet murió de miedo?

¿Tiene usted alguna explicación mejor?

No he llegado a ninguna conclusión.

¿Tampoco su amigo, el señor SherlockHolmes? Aquellas palabras me dejaron sin respira-ción por un momento, pero la placidez del rostro demi interlocutor y su mirada impertérrita me hicieroncomprender que no se proponía sorprenderme.

Es inútil tratar de fingir que no le conoce-mos, doctor Watson dijo. Nos han llegado sus rela-tos de las aventuras del famoso detective y no podr-ía usted celebrar sus éxitos sin darse también aconocer. Cuando Mortimer me dijo su apellido, nopudo negar su identidad. Si está usted aquí, sesigue que el señor Sherlock Holmes se interesatambién por este asunto y, como es lógico, sientocuriosidad por saber su opinión sobre el caso.

Me temo que no estoy en condiciones deresponder a esa pregunta.

¿Puede usted decirme si nos honrará vi-sitándonos en persona?

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En el momento presente sus ocupacionesno le permiten abandonar Londres. Tiene otros ca-sos que requieren su atención.

¡Qué lástima! Podría arrojar alguna luz so-bre algo que está muy oscuro para nosotros. Peropor lo que se refiere a sus propias investigaciones,doctor Watson, si puedo serle útil de alguna mane-ra, confío en que no vacile en servirse de mí. Y sicontara ya con alguna indicación sobre la naturale-za de sus sospechas o sobre cómo se proponeusted investigar el caso, quizá pudiera, incluso aho-ra mismo, serle de ayuda o darle algún consejo.

Siento desilusionarle, pero estoy aquí úni-camente para visitar a mi amigo Sir Henry y no ne-cesito ayuda de ninguna clase.

¡Excelente! dijo Stapleton. Tiene usted todala razón para mostrarse cauteloso y reservado. Meconsidero justamente reprendido por lo que ha sidosin duda una intromisión injustificada y le prometoque no volveré a mencionar este asunto.

Habíamos llegado a un punto donde un es-trecho sendero cubierto de hierba se separaba de lacarretera para internarse en el páramo. A la derechaquedaba una empinada colina salpicada de rocas

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que en tiempos remotos se había utilizado comocantera de granito. La cara que estaba vuelta hacianosotros formaba una sombría escarpadura, encuyos nichos crecían helechos y zarzas. Por encimade una distante elevación se alzaba un penacho grisde humo.

Un paseo no demasiado largo por esta sen-da del páramo nos llevará hasta la casa Merripit dijomi acompañante. Si dispone usted de una hora,tendré el placer de presentarle a mi hermana.

Lo primero que pensé fue que mi deber eraestar al lado de Sir Henry, pero a continuación re-cordé los muchos documentos y facturas que aba-rrotaban la mesa de su estudio. Era indudable queyo no podía ayudarlo en aquella tarea. Y Holmesme había pedido expresamente que estudiara a losvecinos del baronet. Acepté la invitación de Staple-ton y torcimos juntos por el sendero.

El páramo es un lugar maravilloso dijo mi in-terlocutor, recorriendo con la vista las ondulanteslomas, semejantes a grandes olas verdes, con cres-tas de granito dentado que formaban con su espu-ma figuras fantásticas. Nunca cansa. No es posibleimaginar los increíbles secretos que contiene. ¡Estan vasto, tan estéril, tan misterioso!

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Lo conoce usted bien, ¿no es cierto?

Sólo llevo aquí dos años. Los naturales dela zona me llamarían recién llegado. Vinimos pocodespués de que Sir Charles se instalara en la man-sión. Pero mis aficiones me han llevado a explorartodos los alrededores y estoy convencido de quepocos conocen el páramo mejor que yo.

¿Es difícil conocerlo?

Muy difícil. Fíjese, por ejemplo, en esa granllanura que se extiende hacia el norte, con las ex-trañas colinas

que brotan de ella. ¿Observa usted algo no-table en su superficie?

Debe de ser un sitio excepcional para galo-par.

Eso es lo que pensaría cualquiera, pero yale ha costado la vida a más de una persona. ¿Ad-vierte usted las manchas de color verde brillanteque abundan por toda su superficie?

Sí, parecen más fértiles que el resto. Staple-ton se echó a reír.

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Es la gran ciénaga de Grimpen dijo, dondeun paso en falso significa la muerte, tanto para unhombre como para cualquier animal. Ayer mismo via uno de los jacos del páramo meterse en ella. Novolvió a salir. Durante mucho tiempo aún sobresalíala cabeza, pero el fango terminó por tragárselo.Incluso en las estaciones secas es peligroso cruzar-la, pero aún resulta peor después de las lluvias delotoño. Y sin embargo yo soy capaz de llegar hastael centro de la ciénaga y regresar vivo. ¡Vaya porDios, allí veo a otro de esos desgraciados jacos!

Algo marrón se agitaba entre las junciasverdes. Después, un largo cuello atormentado sedisparó hacia lo alto y un terrible relincho resonó portodo el páramo. El horror me heló la sangre en lasvenas, pero los nervios de mi acompañante parec-ían ser más resistentes que los míos.

¡Desaparecido! dijo. La ciénaga se lo hatragado. Dos en cuarenta y ocho horas y quizá mu-chos más, porque se acostumbran a ir allí cuando eltiempo es seco y no advierten la diferencia hastaquedar atrapados. La gran ciénaga de Grimpen esun sitio muy peligroso.

¿Y usted dice que penetra en su interior?

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Sí, hay uno o dos senderos que un hombremuy ágil puede utilizar y yo los he descubierto.

Pero, ¿qué interés encuentra en un sitio tanespantoso?

¿Ve usted aquellas colinas a lo lejos? Sonen realidad islas separadas del resto por la ciénagainfranqueable, que ha ido rodeándolas con el pasode los años. Allí es donde se encuentran las plantasraras y las mariposas, si es usted lo bastante hábilpara llegar.

Algún día probaré suerte. Stapleton me mirósorprendido.

¡Por el amor de Dios, ni se le ocurra pensar-lo! dijo. Su sangre caería sobre mi cabeza. Le ase-guro que no existe la menor posibilidad de que re-grese con vida. Yo lo consigo únicamente gracias arecordar ciertas señales de gran complejidad.

¡Caramba! exclamé. ¿Qué es eso?

Un largo gemido muy profundo, indescripti-blemente triste, se extendió por el páramo. Aunquellenaba el aire, resultaba imposible decir de dóndeprocedía. De un murmullo apagado pasó a conver-tirse en un hondísimo rugido, para volver de nuevo

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al murmullo melancólico. Stapleton me miró con unaexpresión peculiar.

¡Extraño lugar el páramo! dijo.

Pero, ¿qué era eso?

Los campesinos dicen que es el sabueso delos Baskerville reclamando su presa. Lo había oídoantes una o dos veces, pero nunca con tanta clari-dad.

Con el frío del miedo en el corazón con-templé la enorme llanura salpicada por las manchasverdes de los juncos. Nada se movía en aquellagran extensión si se exceptúa una pareja de cuer-vos, que graznaron con fuerza desde un risco anuestras espaldas.

Usted es un hombre educado: no me digaque da crédito a tonterías como ésa respondí.¿Cuál cree usted que es la causa de un sonido tanextraño?

Las ciénagas hacen a veces ruidos extra-ños. El barro al moverse, o el agua al subir de nivel,o algo parecido.

No, no; era la voz de un ser vivo.

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Sí, quizá lo fuera. ¿Ha oído alguna vez mu-gir a un avetoro?

No, nunca.

Es un pájaro poco común; casi extinguidoen Inglaterra actualmente, pero todo es posible enel páramo. Sí; no me sorprendería que acabáramosde oír el grito del último de los avetoros.

Es la cosa más misteriosa y extraña que heoído en toda mi vida.

Sí, estamos en un lugar más bien extraño.Mire la falda de esa colina. ¿Qué supone usted queson esas formaciones?

Toda la empinada pendiente estaba cubier-ta de grises anillos de piedra, una veintena al me-nos.

¿Qué son? ¿Apriscos para las ovejas?

No; son los hogares de nuestros dignos an-tepasados. Al hombre prehistórico le gustaba viviren el páramo, y como nadie lo ha vuelto a hacerdesde entonces, encontramos sus pequeñas cons-trucciones exactamente como él las dejó. Es elequivalente de las tiendas indias si se les quita eltecho. Podrá usted ver incluso el sitio donde hacían

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fuego así como el lugar donde dormían, si la curio-sidad le empuja a entrar en uno de ellos.

Se trata, entonces, de toda una ciudad.¿Cuándo estuvo habitada?

Se remonta al periodo neolítico, pero sedesconocen las fechas.

¿A qué se dedicaban sus pobladores?

El ganado pastaba por esas laderas y ellosaprendían a cavar en busca de estaño cuando laespada de bronce

empezaba a desplazar al hacha de piedra.Fíjese en la gran zanja de la colina de enfrente. Esaes su marca. Sí; encontrará usted cosas muy pecu-liares en el páramo, doctor Watson. Ah, perdónemeun instante. Es sin duda un ejemplar de Cyclopides.

Una mosca o mariposilla se había cruzadoen nuestro camino y Stapleton se lanzó al instantetras ella con gran energía y rapidez. Para conster-nación mía el insecto voló directamente hacia lagran ciénaga, pero mi acompañante no se detuvo niun instante, persiguiéndola a saltos de mata enmata, con el cazamariposas en ristre. Su ropa gris yla manera irregular de avanzar, a saltos y en zigzag,

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no le diferenciaban mucho de un gran insecto alado.Contemplaba su carrera con una mezcla de admira-ción por su extraordinario despliegue de facultadesy de miedo a que perdiera pie en la ciénaga traicio-nera, cuando oí ruido de pasos y, al volverme, vi auna mujer que se acercaba hacia mí por el sendero.Procedía de la dirección en la que, gracias al pena-cho de humo, sabía ya que estaba localizada lacasa Merripit, pero la inclinación del páramo me lahabía ocultado hasta que estuvo muy cerca.

No tuve ninguna duda de que se trataba dela señorita Stapleton, puesto que en el páramo noabundan las damas, y recordaba que alguien lahabía descrito como muy bella. La mujer que avan-zaba en mi dirección lo era, desde luego, y de unahermosura muy poco corriente. No podía darsemayor contraste entre hermanos, porque en el casodel naturalista la tonalidad era neutra, con cabelloclaro y ojos grises, mientras que la señorita Staple-ton era más oscura que ninguna de las morenasque he visto en Inglaterra y además esbelta, elegan-te y alta. Su rostro, altivo y de facciones delicadas,era tan regular que hubiera podido parecer frío deno ser por la boca y los hermosos ojos, oscuros yvehementes. Dada la perfección y elegancia de suvestido, resultaba, desde luego, una extraña apari-

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ción en la solitaria senda del páramo. Seguía conlos ojos las evoluciones de su hermano cuando medi la vuelta, pero inmediatamente apresuró el pasohacia mí. Yo me había descubierto y me disponía aexplicarle mi presencia con unas frases, cuando suspalabras hicieron que mis pensamientos cambiaranpor completo de dirección.

¡Váyase! dijo. Vuelva a Londres inmediata-mente. No pude hacer otra cosa que contemplarla,estupefacto. Sus ojos echaban fuego al mismotiempo que su pie golpeaba el suelo con impacien-cia.

¿Por qué tendría que marcharme?

No se lo puedo explicar hablaba en voz bajay apremiante y con un curioso ceceo en la pronun-ciación. Pero, por el amor de Dios, haga lo que lepido. Váyase y no vuelva nunca a pisar el páramo.

Pero si acabo de llegar.

Por favor exclamó. ¿No es capaz de reco-nocer una advertencia que se le hace por su propiobien? ¡Vuélvase a Londres! ¡Póngase esta mismanoche en camino! ¡Aléjese de este lugar a todacosta! ¡Silencio, vuelve mi hermano! Ni una palabrade lo que le he dicho. ¿Le importaría cortarme la

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orquídea que está ahí, entre las colas de caballo?Las orquídeas abundan en el páramo, aunque, porsupuesto, llega usted en una mala estación paradisfrutar con la belleza de la zona.

Stapleton había abandonado la caza y seacercaba a nosotros jadeante y con el rostro encen-dido por el esfuerzo. ¡Hola, Beryl! dijo; y tuve laimpresión de que el tono de su saludo no era exce-sivamente cordial.

Estás muy sofocado, Jack.

Sí. Perseguía a una Cyclopides. Es una ma-riposa muy poco corriente y raras veces se la en-cuentra a finales del otoño. ¡Es una pena que nohaya conseguido capturarla!

Hablaba despreocupadamente, pero susojos claros nos vigilaban a ambos sin descanso.

Se han presentado ya, por lo que observo.

Sí. Estaba explicando a Sir Henry que elotoño no es una buena época para la verdaderabelleza del páramo. ¿Cómo? ¿Con quién crees queestás hablando? Supongo que se trata de Sir HenryBaskerville.

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No, no dije yo. Sólo soy un humilde plebeyo,aunque Baskerville me honre con su amistad. Mellamo Watson, doctor Watson.

El disgusto ensombreció por un momento elexpresivo rostro de la joven.

Hemos sido víctimas de un malentendido ennuestra conversación dijo la señorita Stapleton.

En realidad no habéis tenido mucho tiempocomentó su hermano, siempre con los mismos ojosinterrogadores.

He hablado como si el doctor Watson fueraresidente en lugar de simple visitante dijo la señoritaStapleton. No puede importarle mucho si es prontoo tarde para las orquídeas. Pero, una vez que hallegado hasta aquí, espero que nos acompañe paraver la casa Merripit.

Tras un breve paseo llegamos a una tristecasa del páramo, granja de algún ganadero en losantiguos días de prosperidad, arreglada despuéspara convertirla en vivienda moderna. La rodeabaun huerto, pero los árboles, como suele suceder enel páramo, eran más pequeños de lo normal y esta-ban quemados por las heladas; el lugar en conjuntodaba impresión de pobreza y melancolía. Nos abrió

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la puerta un viejo criado, una criatura extraña, arru-gada y de aspecto mohoso, muy en consonanciacon la casa. Dentro, sin embargo, había habitacio-nes amplias, amuebladas con una elegancia en laque me pareció reconocer el gusto de la señoritaStapleton. Al contemplar desde sus ventanas elinterminable páramo salpicado de granito que seextendía sin solución de continuidad hasta el hori-zonte más remoto, no pude por menos de pregun-tarme qué podía haber traído a un lugar así a aquelhombre tan instruido y a aquella mujer tan hermosa.

Extraña elección para vivir, ¿no es eso? dijoStapleton, como si hubiera adivinado mis pensa-mientos. Y sin embargo conseguimos ser acepta-blemente felices, ¿no es así, Beryl?

Muy felices dijo ella, aunque faltaba el acen-to de la convicción en sus palabras.

Yo llevaba un colegio privado en el norte di-jo Stapleton. Para un hombre de mi temperamentoel trabajo resultaba monótono y poco interesante,pero el privilegio de vivir con jóvenes, de ayudar amoldear sus mentes y de sembrar en ellos el propiocarácter y los propios ideales, era algo muy impor-tante para mí. Pero el destino se puso en contranuestra. Se declaró una grave epidemia en el cole-

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gio y tres de los muchachos murieron. La instituciónnunca se recuperó de aquel golpe y gran parte demi capital se perdió sin remedio. De todos modos, sino fuera por la pérdida de la encantadora compañíade los muchachos, podría alegrarme de mi desgra-cia, porque, dada mi intensa afición a la botánica y ala zoología, tengo aquí un campo ilimitado de traba-jo, y mi hermana está tan dedicada como yo a lanaturaleza. Le explico todo esto, doctor Watson,porque he visto su expresión mientras contemplabael páramo desde nuestra ventana.

Es cierto que se me ha pasado por la cabe-za la idea de que todo esto pueda ser, quizá, unpoco menos aburrido para usted que para su her-mana.

No, no replicó ella inmediatamente; no meaburro nunca.

Disponemos de muchos libros y de nuestrosestudios, y también contamos con vecinos muyinteresantes. El doctor Mortimer es un erudito en sucampo. También el pobre Sir Charles era un com-pañero admirable. Lo conocíamos bien y carezco depalabras para explicar hasta qué punto lo echamosde menos. ¿Cree usted que sería una impertinencia

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por mi parte hacer esta tarde una visita a Sir Henrypara conocerlo?

Estoy seguro de que le encantará recibirlo.

En ese caso quizá quiera usted tener laamabilidad de mencionarle que me propongo hacer-lo. Dentro de nuestra modestia tal vez podamosfacilitarle un poco las cosas hasta que se acostum-bre a su nuevo hogar. ¿Quiere subir conmigo, doc-tor Watson, y ver mi colección de Lepidoptera? Creoque es la más completa del suroeste de Inglaterra.Para cuando haya terminado de examinarlas elalmuerzo estará casi listo.

Pero yo estaba deseoso de volver junto a lapersona cuya seguridad se me había confiado. To-do la melancolía del páramo, la muerte del desgra-ciado jaco, el extraño sonido asociado con la sombr-ía leyenda de los Baskerville contribuía a teñir detristeza mis pensamientos. Y por si todas aquellasimpresiones más o menos vagas no me bastaran,había que añadirles la advertencia clara y precisade la señorita Stapleton, hecha con tanta vehemen-cia que estaba convencido de que la apoyabanrazones serias y profundas. Rechacé los repetidosruegos de los hermanos para que me quedase aalmorzar y emprendí de inmediato el camino de

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regreso, utilizando el mismo sendero crecido dehierba por el que habíamos venido.

Existe sin embargo, al parecer, algún atajoque utilizan quienes conocen mejor la zona, porqueantes de alcanzar la carretera me quedé pasmadoal ver a la señorita Stapleton sentada en una roca alborde del camino. El rubor del esfuerzo embellecíaaún más su rostro mientras se apretaba el costadocon la mano.

He corrido todo el camino para alcanzarlo,doctor Watson me dijo y me ha faltado hasta tiempopara ponerme el sombrero. No puedo detenermeporque de lo contrario mi hermano repararía en miausencia. Quería decirle lo mucho que siento laestúpida equivocación que he cometido al confun-dirle con Sir Henry. Haga el favor de olvidar mispalabras, que no tienen ninguna aplicación en sucaso.

Pero no puedo olvidarlas, señorita Stapletonrespondí. Soy amigo de Sir Henry y su bienestar esde gran importancia para mí. Dígame por qué esta-ba usted tan deseosa de que Sir Henry regresara aLondres.

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Un simple capricho de mujer, doctor Wat-son. Cuando me conozca mejor comprenderá queno siempre puedo dar razón de lo que digo o hago.

No, no. Recuerdo el temblor de su voz. Re-cuerdo la expresión de sus ojos. Por favor, sea sin-cera conmigo, señorita Stapleton, porque desde queestoy aquí tengo la sensación de vivir rodeado desombras. Mi existencia se ha convertido en algoparecido a la gran ciénaga de Grimpen: abundanpor todas partes las manchas verdes que cedenbajo los pies y carezco de guía que me señale elcamino. Dígame, por favor, a qué se refería usted, yle prometo transmitir la advertencia a Sir Henry.

Por un instante apareció en su rostro unaexpresión de duda, pero cuando me respondió sumirada había vuelto a endurecerse.

Se preocupa usted demasiado, doctor Wat-son fueron sus palabras. A mi hermano y a mí nosimpresionó mucho la muerte de Sir Charles. Lo co-nocíamos muy bien, porque su paseo favorito eraatravesar el páramo hasta nuestra casa. A Sir Char-les le afectaba profundamente la maldición quepesaba sobre su familia y al producirse la tragediapensé, como es lógico, que debía de existir algúnfundamento para los temores que él expresaba. Me

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preocupa, por lo tanto, que otro miembro de la fami-lia venga a vivir aquí, y creo que se le debe avisardel peligro que corre. Eso es todo lo que me pro-ponía transmitir con mis palabras.

Pero, ¿cuál es el peligro?

¿Conoce usted la historia del sabueso? Nocreo en semejante tontería.

Pues yo sí. Si tiene usted alguna influenciasobre Sir Henry, aléjelo de un lugar que siempre hasido funesto para su familia. El mundo es muy gran-de. ¿Por qué tendría que vivir en un lugar dondecorre tanto peligro?

Precisamente por eso. Esa es la manera deser de Sir Henry. Mucho me temo que si no me dausted una información más precisa, no logrará quese marche.

No puedo decir nada más preciso porque nolo sé.

Permítame que le haga una pregunta más,señorita Stapleton. Si únicamente era eso lo quequería usted decir cuando habló conmigo por vezprimera, ¿por qué tenía tanto interés en que suhermano no oyera lo que me decía? No hay en sus

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palabras nada a lo que ni él, ni nadie, pueda ponerobjeciones.

Mi hermano está deseosísimo de que lamansión de los Baskerville siga ocupada, porquecree que eso beneficia a los pobres que viven en elpáramo. Se enojaría si supiera que he dicho algoque pueda impulsar a Sir Henry a marcharse. Peroya he cumplido con mi deber y no voy a decir nadamás. Tengo que volver a casa o de lo contrario Jackme echará de menos y sospechará que he estadocon usted. ¡Hasta la vista!

Se dio la vuelta y en muy pocos minutoshabía desaparecido entre los peñascos desperdiga-dos por el páramo, mientras yo, con el alma llena devagos temores, proseguía mi camino hacia la man-sión de los Baskerville.

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8. Primer informe del doctor Watson

Apartir de ahora seguiré el curso de losacontecimientos mediante la transcripción de miscartas a Sherlock Holmes, que tengo delante de mísobre la mesa. Falta una página, pero, por lo de-más, las reproduzco exactamente como fueron es-critas y muestran mis sentimientos y sospechas delmomento con más precisión de lo que podría hacer-lo mi memoria, a pesar de la claridad con que re-cuerdo aquellos trágicos sucesos.

«Mansión de los Baskerville,13 de octubre

»Mi querido Holmes:

»Mis cartas y telegramas anteriores le hanmantenido al día sobre todo lo que ha ocurrido eneste rincón del mundo tan olvidado de Dios. Cuantomás tiempo se pasa aquí, más profundamente semete en el alma el espíritu del páramo, su inmensi-dad y también su terrible encanto. Tan pronto comose penetra en él, queda atrás toda huella de la In-glaterra moderna y, en cambio, se advierte por do-quier la presencia de los hogares y de las obras delhombre prehistórico. Se vaya por donde se vaya,siempre aparecen las casas de esas gentes olvida-das, con sus tumbas y con los enormes monolitos

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que, al parecer, señalaban el emplazamiento de sustemplos. Cuando se contemplan sus refugios depiedra gris sobre un fondo de laderas agrestes, sedeja a la espalda la época actual y si viéramos a unpeludo ser humano cubierto con pieles de animalessalir a gatas por una puerta que es como la boca deuna madriguera y colocar una flecha con punta depedernal en la cuerda de su arco, pensaríamos quesu presencia en este sitio está mucho más justifica-da que la nuestra. Lo más extraño es que vivierantantos en lo que siempre ha debido de ser una tierramuy poco fértil. No soy experto en prehistoria, peroimagino que se trataba de una raza nada belicosa yfrecuentemente acosada que se vio forzada a acep-tar las tierras que nadie más estaba dispuesto aocupar.

»Todo esto, sin embargo, nada tiene quever con la misión que usted me confió y probable-mente carecerá por completo de interés para unamente tan estrictamente práctica como la suya.Todavía recuerdo su completa indiferencia en cuan-to a si el sol se movía alrededor de la tierra o latierra alrededor del sol. Permítame, por lo tanto, quevuelva a los hechos relacionados con Sir HenryBaskerville.

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»El hecho de que no haya usted recibidoningún informe en los últimos días obedece a quehasta hoy no tenía nada importante que relatarle.Luego ha ocurrido algo muy sorprendente que lecontaré a su debido tiempo, pero, antes de nada,debo ponerle al corriente acerca de otros elementosde la situación.

»Uno de ellos, al que apenas he aludidohasta este momento, es el preso escapado querondaba por el páramo. Ahora existen razones po-derosas para creer que se ha marchado, lo quesupone un considerable alivio para aquellos habi-tantes del distrito que viven aislados. Han transcu-rrido dos semanas desde su huida, y en esos quin-ce días no se le ha visto ni se ha oído nada relacio-nado con él. Es a todas luces inconcebible que hayapodido resistir en el páramo durante tanto tiempo.Habría podido esconderse sin ninguna dificultad,desde luego. Cualquiera de los habitáculos de pie-dra podría haberle servido de refugio. Pero no haynada que le proporcione alimento, a no ser quecapture y sacrifique una de las ovejas del páramo.Creemos, por lo tanto, que se ha marchado, y elresultado es que los granjeros que están más aisla-dos duermen mejor.

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»En esta casa nos alojamos cuatro varonesen buen estado de salud, de manera que podemoscuidarnos sin ayuda de nadie, pero confieso que hetenido momentos de inquietud al pensar en los Sta-pleton, que se hallan a kilómetros del vecino máspróximo. En la casa Merripit sólo viven una criada,un anciano sirviente, la hermana de Stapleton y elmismo Stapleton, que no es una persona de granfortaleza física. Si el preso lograra entrar en la casa,estarían indefensos en manos de un individuo tandesesperado como este criminal de Notting Hill.Tanto a Sir Henry como a mí nos preocupa muchosu situación, y les sugerimos que Perkins, el mozode cuadra, fuese a dormir a su casa, pero Stapletonno ha querido ni oír hablar de ello.

»Lo cierto es que nuestro amigo el baronetempieza a interesarse mucho por su hermosa veci-na. No tiene nada de sorprendente, porque para unhombre tan activo como él el tiempo se hace muylargo en este lugar tan solitario, y la señorita Staple-ton es una mujer muy hermosa y fascinante. Hay enella un algo tropical y exótico que crea un contrastesingular con su hermano, tan frío e impasible. Tam-bién él, sin embargo, sugiere la idea de fuegos es-condidos. Stapleton tiene sin duda una marcadainfluencia sobre su hermana, porque he comproba-

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do que cuando habla lo mira continuamente, comosi buscara su aprobación para todo lo que dice.Espero que sea afectuoso con ella. El brillo seco delos ojos de Stapleton y la firme expresión de suboca de labios muy finos denuncian un carácterdominante y posiblemente despótico. Sin duda serápara usted un interesante objeto de estudio.

»Vino a saludar a Baskerville el mismo díaen que lo conocí y a la mañana siguiente nos llevó alos dos al sitio donde se supone que tuvo origen laleyenda sobre el malvado Hugo. Fue una excursiónde varios kilómetros a través del páramo hasta unlugar que pudo, por sí solo, haber sugerido la histo-ria, dado lo deprimente que resulta. Encontramos unvalle de poca longitud entre peñascos escarpados,que desembocaba en un espacio abierto y verdesalpicado de juncias. En el centro se alzaban dosgrandes piedras, muy gastadas y bien afiladas porla parte superior, de manera que parecían losenormes colmillos, en proceso de descomposición,de un animal monstruoso. El lugar se correspondeen todos los detalles con el escenario de la antiguatragedia que ya conocemos. Sir Henry manifestógran interés y preguntó más de una vez a Stapletonsi creía realmente en la posibilidad de que los pode-res sobrenaturales intervengan en los asuntos

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humanos. Hablaba con desenfado, pero no cabeduda de que sentía mucho interés. Stapleton semostró cauto en sus respuestas, aunque se com-prendía enseguida que decía menos de lo que sab-ía y opinaba, y que no se sinceraba por completo enconsideración a los sentimientos del baronet. Noscontó casos semejantes de familias víctimas dealguna influencia maligna y nos dejó con la impre-sión de que compartía la opinión popular sobre elasunto.

»A la vuelta nos detuvimos en la casa Me-rripit para almorzar, y fue allí donde Sir Henry cono-ció a la señorita Stapleton. Desde el primer momen-to Baskerville pareció sentir una fuerte atracción y,si no estoy muy equivocado, el sentimiento fue mu-tuo. Nuestro baronet habló de ella una y otra vezmientras volvíamos a casa y desde entonces ape-nas ha transcurrido un día sin que veamos en algúnmomento a los dos hermanos. Esta noche cenaránaquí y ya se habla de que iremos a su casa la se-mana que viene. Cualquiera pensaría que semejan-te enlace debería llenar de satisfacción a Stapletony, sin embargo, más de una vez he captado unamirada suya de intensísima desaprobación cuandoSir Henry tenía alguna atención con su hermana.Sin duda está muy unido a ella y llevará una vida

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muy solitaria si se ve privado de su compañía, peroparecería el colmo del egoísmo que pusiera obstá-culos a un matrimonio tan conveniente. Estoy con-vencido, de todos modos, de que Stapleton no des-ea que la amistad entre ambos llegue a convertirseen amor, y en varias ocasiones he observado susesfuerzos para impedir que se queden a solas. Lediré entre paréntesis que sus instrucciones, encuanto a no permitir que Sir Henry salga solo de lamansión, serán mucho más difíciles de cumplir siuna intriga amorosa viniera a añadirse a las otrasdificultades. Mis buenas relaciones con el baronetse resentirían muy pronto si insistiera en seguir alpie de la letra las órdenes de usted.

»El otro día el jueves, para ser más precisosalmorzó con nosotros el doctor Mortimer. Ha reali-zado excavaciones en un túmulo funerario de LongDown y está muy contento por el hallazgo de uncráneo prehistórico. ¡No ha habido nunca un entu-siasta tan resuelto como él! Los Stapleton se pre-sentaron después, y el bueno del doctor nos llevó atodos al paseo de los Tejos, a petición de Sir Henry,para mostrarnos exactamente cómo sucedió la tra-gedia aquella noche aciaga. El paseo de los Tejoses un camino muy largo y sombrío entre dos altasparedes de seto recortado, con una estrecha franja

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de hierba a ambos lados. En el extremo más distan-te se halla un pabellón de verano, viejo y ruinoso. Amitad de camino está el portillo que da al páramo,donde el anciano caballero dejó caer la ceniza de sucigarro puro. Se trata de un portillo de madera, pin-tado de blanco, con un pestillo. Del otro lado seextiende el vasto páramo. Yo me acordaba de suteoría de usted y traté de imaginar todo lo ocurrido.Mientras Sir Charles estaba allí vio algo que seacercaba atravesando el páramo, algo que le aterro-rizó hasta el punto de hacerle perder la cabeza, porlo que corrió y corrió hasta morir de puro horror yagotamiento. Teníamos delante el largo y melancó-lico túnel de césped por el que huyó. Pero, ¿dequé? ¿De un perro pastor del páramo? ¿O de unsabueso espectral, negro, enorme y silencioso?¿Hubo intervención humana en el asunto? ¿AcasoBarrymore, tan pálido y siempre vigilante, sabe másde lo que contó? Todo resulta muy confuso y vago,pero siempre aparece detrás la oscura sombra deldelito.

»Desde la última vez que escribí he conoci-do a otro de los habitantes del páramo. Se trata delseñor Frankland, de la mansión Lafter, que vive aunos seis kilómetros al sur de nosotros. Es un caba-llero anciano de cabellos blancos, rubicundo y colé-

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rico. Le apasionan las leyes británicas y ha invertidouna fortuna en pleitear. Lucha por el simple placerde enfrentarse con alguien, y está siempre dispues-to a defender los dos lados en una discusión, por loque no es sorprendente que pleitear le haya resul-tado una diversión costosa. En ocasiones cierra underecho de paso y desafia al ayuntamiento para quele obligue a abrirlo. En otros casos rompe con suspropias manos el portón de otro propietario y afirmaque desde tiempo inmemorial ha existido allí unasenda, por lo que reta al propietario a que lo lleve ajuicio por entrada ilegal. Es un erudito en el antiguoderecho señorial y comunal, y unas veces aplicasus conocimientos en favor de los habitantes deFernworthy y otras en contra, de manera que perió-dicamente lo llevan a hombros en triunfo por la callemayor del pueblo o lo queman en efigie, de acuerdocon su última hazaña. Se dice que en el momentoactual tiene entre manos unos siete pleitos que,probablemente, se tragarán lo que le resta de fortu-na, por lo que se quedará sin aguijón y será inofen-sivo en el futuro. Aparte de las cuestiones jurídicasparece una persona cariñosa y afable y sólo hagomención de él porque usted insistió en que le envia-ra una descripción de todas las personas que nosrodean. En el momento actual su ocupación es bien

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curiosa ya que, por su afición a la astronomía, dis-pone de un excelente telescopio con el que se tum-ba en el tejado de su casa y escudriña el páramo dela mañana a la noche con la esperanza de ponerlela vista encima al preso escapado. Si consagrara aesto la totalidad de sus energías las cosas irían apedir de boca, pero se rumorea que tiene intenciónde pleitear contra el doctor Mortimer por abrir unatumba sin el consentimiento de los parientes máspróximos del difunto, dado que extrajo un cráneoneolítico del túmulo funerario de Long Down. Con-tribuye sin duda a alejar de nuestras vidas la mono-tonía y nos proporciona pequeños intermedioscómicos de los que estamos muy necesitados.

»Y ahora, después de haberle puesto al díasobre el preso fugado, sobre los Stapleton, el doctorMortimer y el señor Frankland de la mansión Lafter,permítame que termine con lo más importante yvuelva a hablarle de los Barrymore y en especial delos sorprendentes acontecimientos de la noche pa-sada.

»Antes de nada he de mencionar el tele-grama que envió usted desde Londres para asegu-rarse de que Barrymore estaba realmente aquí. Yale expliqué que el testimonio del administrador de

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correos invalida su estratagema, por lo que carece-mos de pruebas en un sentido u otro. Expliqué a SirHenry cuál era la situación e inmediatamente, consu franqueza característica, hizo llamar a Barrymorey le preguntó si había recibido en persona el tele-grama. Barrymore respondió que sí.

»¿Se lo entregó el chico en propia mano?preguntó Sir Henry.

»Barrymore pareció sorprendido y estuvopensando unos momentos.

»No dijo; me hallaba en el ático en aquelmomento y me lo trajo mi esposa.

»¿Lo contestó usted mismo?

»No; le dije a mi esposa cuál era la respues-ta y ella bajó a escribirla.

»Por la noche fue el mismo Barrymorequien sacó el tema.

»No consigo entender el objeto de su pre-gunta de esta mañana, Sir Henry dijo. Espero queno signifique que mi comportamiento le ha llevado aperder su confianza en mí.

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»Sir Henry le aseguró que no era ése el ca-so y lo aplacó regalándole buena parte de su anti-guo vestuario, dado que había llegado ya el nuevoequipo encargado en Londres.

»La señora Barrymore me interesa mucho.Es una mujer corpulenta, no demasiado brillante,muy respetuosa y con inclinación al puritanismo. Esdifícil imaginar una persona menos propensa, enapariencia, a excesos emotivos. Y, sin embargo, talcomo ya le he contado a usted, la oí sollozar amar-gamente durante nuestra primera noche aquí y des-de entonces he observado en más de una ocasiónhuellas de lágrimas en su rostro. Alguna hondaaflicción le desgarra sin tregua el corazón. A vecesme pregunto si la obsesiona el recuerdo de algunaculpa y en otras ocasiones sospecho que Barrymorepuede ser un tirano en el seno de su familia. Siem-pre he tenido la impresión de que había algo singu-lar y dudoso en el carácter de este hombre, pero laaventura de la noche pasada ha servido para darcuerpo a mis sospechas.

»Y, sin embargo, podría parecer una cues-tión de poca importancia. Usted sabe que nunca hedormido a pierna suelta, pero desde que vivo enguardia en esta casa tengo el sueño más ligero que

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nunca. Anoche, a eso de las dos de la madrugada,me despertaron los pasos sigilosos de alguien quecruzaba por delante de mi habitación. Me levanté,abrí la puerta y miré. Una larga sombra negra sedeslizaba por el corredor, producida por un hombreque avanzaba en silencio con una vela en la mano.Se cubría tan sólo con la camisa y los pantalones eiba descalzo. No pude ver más que su silueta, perosu estatura me indicó que se trataba de Barrymore.Caminaba muy despacio y tomando muchas pre-cauciones, y había un algo indescriptiblemente cul-pable y furtivo en todo su aspecto.

»Ya le he explicado que el corredor quedainterrumpido por la galería que rodea la gran sala,pero que continúa por el otro lado. Esperé a queBarrymore se perdiera de vista y luego lo seguí.Cuando llegué a la galería ya estaba al final del otrocorredor y, gracias al resplandor de la vela a travésde una puerta abierta, vi que había entrado en unade las habitaciones. Ahora bien, todas esas habita-ciones carecen de muebles y están desocupadas,de manera que aquella expedición resultaba todavíamás misteriosa. La luz brillaba con fijeza, como siBarrymore se hubiera inmovilizado. Me deslicé porel corredor lo más silenciosamente que pude hastaasomarme apenas por la puerta abierta.

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»Barrymore, agachado junto a la ventana,mantenía la vela pegada al cristal. Su rostro estabavuelto a medias hacia mí y sus facciones manifes-taban la tensión de la espera mientras escudriñabala negrura del páramo. Por espacio de varios minu-tos mantuvo la intensa vigilancia. Luego dejó esca-par un hondo gemido y con un gesto de impacienciaapagó la vela. Yo regresé inmediatamente a mihabitación y muy poco después volví a oír los pasossigilosos en su viaje de regreso. Mucho más tarde,cuando estaba hundiéndome ya en un sueño ligero,oí cómo una llave giraba en una cerradura, pero mefue imposible precisar de dónde procedía el ruido.No soy capaz de adivinar el significado de lo suce-dido, pero sin duda en esta casa tan melancólicaestá en marcha algún asunto secreto que, máspronto o más tarde, terminaremos por descubrir. Noquiero molestarle con mis teorías porque usted mepidió que sólo le proporcionara hechos. Esta maña-na he tenido una larga conversación con Sir Henry yhemos elaborado un plan de campaña, basado enmis observaciones de la noche pasada, que notengo intención de explicarle a usted ahora mismo,pero que sin duda contribuirá a que mi próximo in-forme resulte muy interesante. »

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9. La luz en el páramo

[Segundo ínforme del doctor Watson]

«Mansión de los Baskerville, 15 de octubre

»Mi querido Holmes:

»Aunque durante los primeros días de mimisión no prodigara demasiado las noticias, ahorareconocerá usted que estoy recuperando el tiempoperdido y que los acontecimientos se suceden sininterrupción. En mi último informe di el do de pechocon el hallazgo de Barrymore en la ventana y ahoratengo ya una excelente segunda parte que, si noestoy muy equivocado, le sorprenderá bastante. Losacontecimientos han tomado un sesgo que yo nopodía prever. En ciertos aspectos las cosas se hanaclarado mucho durante las últimas cuarenta y ochohoras y en otros se han complicado todavía más.Pero voy a contárselo todo, y así podrá juzgar por símismo.

»A la mañana siguiente, antes de bajar adesayunar, examiné la habitación que Barrymorehabía visitado la noche anterior. La ventana orienta-da al oeste por la que miraba con tanto interés, tie-ne, según he podido advertir, una peculiaridad quela distingue de todas las demás ventanas de la ca-

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sa: es la que permite ver el páramo desde más cer-ca, gracias a una abertura entre los árboles, mien-tras que desde todas las otras se vislumbra condificultad. De ahí se sigue que Barrymore, dado quesólo esa ventana se ajusta a sus necesidades, bus-caba algo o a alguien que se encontraba en elpáramo. La noche era muy oscura, por lo que esdifícil comprender cómo esperaba ver a nadie. A míse me ocurrió la posibilidad de que se tratara dealguna intriga amorosa. Ello explicaría el sigilo desus movimientos y también el desasosiego de suesposa. Barrymore es un individuo con muchoatractivo, perfectamente capacitado para robarle elcorazón a una campesina, de manera que estateoría parecía tener algunos elementos a su favor.La apertura de la puerta que yo había oído despuésde regresar a mi dormitorio podía querer decir queBarrymore abandonaba la casa para dirigirse a unacita clandestina. Así razonaba yo conmigo mismopor la mañana y le cuento la dirección que tomaronmis sospechas, pese a que nuestras posterioresaveriguaciones han demostrado que carecían porcompleto de fundamento.

»Pero, fuera cual fuese la verdadera expli-cación de los movimientos de Barrymore, considerésuperior a mis fuerzas la responsabilidad de guardar

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el secreto sobre sus actividades hasta que pudieraexplicarlas de manera satisfactoria, por lo que des-pués del desayuno me entrevisté con el baronet ensu estudio y le conté todo lo que había visto. SirHenry se sorprendió menos de lo que yo esperaba.

»Sabía que Barrymore andaba de nochepor la casa y había pensado hablar con él sobre ellome dijo. He oído dos o tres veces sus pasos en elcorredor, yendo y viniendo, más o menos a la horaque usted menciona.

»En ese caso quizá visite precisamente esaventana todas las noches sugerí.

»Tal vez lo haga. Si es así, estaremos encondiciones de seguirlo y de ver qué es lo que setrae entre manos. Me pregunto qué haría su amigoHolmes si estuviera aquí.

»Creo que haría exactamente lo que acabausted de sugerir le respondí. Seguiría a Barrymore yvería qué es lo que hace.

»Entonces lo haremos juntos. »Pero sin du-da nos oirá.

»Es bastante sordo y de todos modoshemos de correr el riesgo. Aguardaremos en mi

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habitación a que pase Sir Henry se frotó las manosencantado, y era evidente que acogía aquella aven-tura como un agradable descanso de la vida excesi-vamente tranquila que llevaba en el páramo.

»El baronet ha estado en contacto con elarquitecto que preparó los planos para Sir Charles ytambién con el contratista londinense que se en-cargó de las obras, de manera que quizá muy pron-to empiecen a producirse aquí grandes cambios.También han venido de Plymouth decoradores yebanistas: sin duda nuestro amigo tiene grandesideas y no quiere escatimar esfuerzos ni gastospara restaurar el antiguo esplendor de su familia.Con la casa arreglada y amueblada de nuevo, sólonecesitará una esposa para que todo esté en orden.Le diré, entre nosotros, que hay signos muy eviden-tes de que eso no tardará en producirse si la damaconsiente, porque raras veces he visto a un hombremás prendado de una mujer de lo que lo está SirHenry de nuestra hermosa vecina, la señorita Sta-pleton. Sin embargo, el progreso del amor verdade-ro no siempre se produce con toda la suavidad quecabría esperar dadas las circunstancias. Hoy, porejemplo, la buena marcha del idilio se ha visto per-turbada por un obstáculo inesperado que ha causa-

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do considerable perplejidad y enojo a nuestro ami-go.

»Después de la conversación acerca de Ba-rrymore que ya he citado, Sir Henry se caló el som-brero y se dispuso a salir. Como la cosa más natu-ral, yo hice lo mismo.

»Cómo, ¿viene usted conmigo, Watson? mepreguntó, mirándome de una forma muy peculiar.

»Eso depende de que se dirija usted alpáramo le respondí.

»Sí, eso es lo que voy a hacer.

«Bien; sabe usted cuáles son mis instruc-ciones. Siento entrometerme, pero sin duda recuer-da usted lo mucho que Holmes insistió en que no lodejase solo y sobre todo en que no se internara porel páramo sin compañía.

»Sir Henry me puso la mano en el hombroacompañando el gesto de una cordial sonrisa.

»Mi querido amigo dijo; pese a toda su sa-biduría, Holmes no previó algunas de las cosas quehan sucedido desde que llegué al páramo. ¿Meentiende? Estoy seguro de que no desea ustedconvertirse en aguafiestas. He de salir solo.

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»Sus palabras me colocaron en una situa-ción muy incómoda. No sabía qué hacer ni qué de-cir, y antes de que tomara una decisión Sir Henrycogió el bastón y se marchó.

»Pero cuando empecé a reflexionar sobre elasunto, mi conciencia me reprochó amargamenteque lo perdiera de vista, cualquiera que fuese elpretexto. Imaginé cómo me sentiría si tuviera quepresentarme ante usted y confesarle que habíasucedido una desgracia por no seguir sus instruc-ciones al pie de la letra. Le aseguro que se me en-cendieron las mejillas ante semejante idea. Quizáno fuera aún demasiado tarde para alcanzarlo, demanera que me puse al instante en camino hacia lacasa Merripit.

»Me apresuré todo lo que pude carreteraadelante sin encontrar rastro alguno de Sir Henryhasta llegar al punto en que nace el sendero delpáramo. Una vez allí, temiendo que quizá, despuésde todo, había seguido una dirección equivocada,trepé por una colina utilizada en otro tiempo comocantera de granito negro, desde donde se divisa unpanorama bastante amplio. Una vez en la cima vi deinmediato a Sir Henry. Se hallaba en el sendero delpáramo, a unos cuatrocientos o quinientos metros

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de distancia, y le acompañaba una dama que sólopodía ser la señorita Stapleton. Estaba claro queexistía un entendimiento entre ellos y que se habíandado cita. Caminaban despacio, absortos en la con-versación que mantenían, y vi que ella hacía rápi-dos movimientos con las manos como si pusieramucha vehemencia en sus palabras mientras élescuchaba con atención, y una o dos veces movíala cabeza en un gesto enérgico de desacuerdo.Permanecí entre las rocas contemplándolos, sinsaber en absoluto lo que debía hacer a continua-ción. Acercarme e interrumpir una conversación taníntima parecía inconcebible; mi deber, sin embargo,era muy claro: no perder de vista a Sir Henry. Ac-tuar como espía tratándose de un amigo era unatarea odiosa. No fui capaz de encontrar mejor líneade acción que seguir observándolos desde la colinay luego descargarme la conciencia confesando a SirHenry lo que había hecho. Es cierto que si le hubie-ra amenazado algún peligro repentino, habría esta-do demasiado lejos para serle de utilidad, pero sinduda convendrá usted conmigo en que mi situaciónera muy difícil y no estaba en mi mano hacer otracosa.

»Nuestro amigo el baronetyla dama se hab-ían detenido en la senda y seguían hablando absor-

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tos, cuando observé de repente que no era yo elúnico testigo de su entrevista. Una mancha verdeque flotaba en el aire atrajo mi atención y, al mirarlacon más detenimiento, vi que iba sujeta a un mangoy que la llevaba un hombre que avanzaba por terre-no accidentado. Era Stapleton, con su cazamaripo-sas. Estaba mucho más cerca de la pareja que yo, ydaba la impresión de moverse hacia ellos. En aquelinstante Sir Henry atrajo de repente a la señoritaStapleton hacia sí y le pasó la mano por la cintura,pero a mí me pareció que ella se esforzaba porsepararse y que apartaba el rostro. Nuestro amigoinclinó la cabeza y ella alzó una mano como paraprotestar. Un instante después vi que se separabany se volvían bruscamente. Stapleton, que corríavelozmente hacia ellos con el absurdo cazamaripo-sas a la espalda, era la causa de la interrupción. Alllegar a su lado empezó a gesticular y casi a bailarde excitación delante de los enamorados. No en-tendí bien el sentido de la escena, pero me parecióque Stapleton insultaba a Sir Henry a pesar de susexplicaciones, y que este último se enfadaba cadavez más al comprobar que el otro se negaba aaceptarlas. La dama se mantenía a un lado en altivosilencio. Finalmente Stapleton se dio la vuelta yllamó de manera perentoria a su hermana, quien,

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después de mirar indecisa a Sir Henry, se alejó ensu compañía. Los gestos coléricos del naturalistaponían de manifiesto que también la señorita Sta-pleton había incurrido en su desagrado. El baronetlos siguió unos momentos con la vista y luego re-gresó lentamente por donde había venido con lacabeza baja, convertido en la imagen misma deldesaliento.

»Yo no lograba entender lo que significabatodo aquello, pero estaba muy avergonzado porhaber presenciado una escena tan íntima sin que miamigo lo supiera. De manera que corrí colina abajohasta reunirme con él. Sir Henry tenía el rostro en-cendido por la cólera y fruncía el ceño como alguienque no sabe en absoluto qué hacer.

»¡Vaya, Watson! ¿De dónde sale usted? mepreguntó. ¿No irá a decirme que me ha seguido apesar de todo? »Le expliqué lo sucedido: cómo mehabía parecido imperdonable quedarme atrás, cómole había seguido y cómo había presenciado todo loocurrido. Por un instante los ojos le echaron llamas,pero mi franqueza lo desarmó y al foral se echó areír de una manera bastante triste. »Cualquierahubiera creído que el centro de esa llanura era unsitio suficientemente apartado dijo, pero, voto a

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bríos, se diría que todos los habitantes de la zonahabían salido a verme cortejar..., ¡y además conmuy poco acierto! ¿Dónde tenía usted reservado elasiento?

»Estaba en esa colina.

»Una de las últimas filas, ¿no es cierto? Pe-ro Stapleton estaba mucho más cerca. ¿Lo vioacercarse a nosotros?

»Efectivamente.

»¿Ha tenido alguna vez la sensación de queesté loco? »No; nunca lo he pensado.

»Yo tampoco. Siempre me había parecidoque estaba en su sano juicio hasta hoy, pero mepuede usted creer si le digo que a él o a mí deber-ían ponernos una camisa de fuerza. ¿Qué es lo queme pasa, de todos modos? Usted lleva varias se-manas viviendo conmigo, Watson. Dígamelo consinceridad ahora mismo. ¿Hay algo que me impidaser un buen esposo para la mujer que ame?

»Yo diría que no.

»Sin duda Stapleton no desaprueba mi po-sición social, de manera que se trata de mi persona.Pero, ¿qué tiene contra mí? Que yo sepa nunca he

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hecho daño a nadie. Sin embargo, no está dispues-to siquiera a permitir que roce la mano de su her-mana.

»¿Es eso lo que ha dicho?

»Eso y mucho más. Pero le aseguro, Wat-son, que a pesar de las pocas semanas transcurri-das, desde el primer momento comprendí que esta-ba hecha para mí y que yo, también..., que la seño-rita Stapleton era feliz cuando estaba conmigo, yeso puedo jurarlo. Hay un brillo en los ojos de unamujer que habla con más claridad que las palabras.Pero Stapleton nunca nos ha dejado a solas y hoytenía por fin la primera oportunidad de decirle unaspalabras sin testigos. Ella se ha alegrado de verme,pero no quería hablar de amor, y me habría impedi-do mencionarlo si hubiera estado en su mano. Noha hecho más que repetirme que este sitio es muypeligroso y que sólo será feliz cuando me hayamarchado. Entonces le dije que desde que la vi notengo ninguna prisa por marcharme y que si real-mente quiere que me vaya, la única manera de lo-grarlo es arreglar las cosas para acompañarme. Acontinuación le pedí sin más rodeos que se casaraconmigo, pero antes de que pudiera responder apa-reció ese hermano suyo, corriendo hacia nosotros

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con cara de loco. Se le veía lívido de rabia y hastaesos ojos suyos tan claros echaban fuego. ¿Quéestaba haciendo con Beryl? ¿Cómo me atrevía aofrecerle unas atenciones que ella encontraba su-mamente desagradables? ¿Acaso creía que por serbaronet podía hacer lo que me viniera en gana? Deno tratarse de su hermano habría sabido mejorcómo responderle. Pero dada la situación le dije quemis sentimientos hacia su hermana eran tales queno tenía por qué avergonzarme de ellos y que espe-raba que me hiciera el honor de casarse conmigo.Aquello no pareció contribuir a mejorar la situación,de manera que también yo perdí la paciencia y lerespondí quizá con más acaloramiento del debido,si se piensa que estaba ella delante. Y la cosa haterminado con Stapleton marchándose con su her-mana, como usted ha visto, y quedándome yo tandesconcertado como el que más. Haga el favor deexplicarme qué significa todo esto, Watson, y que-daré tan en deuda con usted que nunca podré ter-minar de pagársela.

»Intenté hallar una o dos explicaciones, pe-ro, a decir verdad, también yo estaba desconcerta-do. El título nobiliario de nuestro amigo, su fortuna,su edad, su manera de ser y su aspecto están a sufavor, y no me consta que haya nada en contra

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suya, si se exceptúa el triste destino que pareceperseguir a su familia. Que su propuesta de matri-monio se rechace de manera tan brusca, sin refe-rencia alguna a los deseos de la propia interesada,y que la dama misma acepte la situación sin protes-tar es de todo punto sorprendente. Sin embargo lasaguas volvieron a su cauce gracias a la visita queStapleton en persona hizo al baronet aquella mismatarde. Se presentó para pedir disculpas por su com-portamiento grosero de la mañana y, después deuna larga entrevista privada con Sir Henry en elestudio, la conversación concluyó con una reconci-liación total; como prueba de ello cenaremos en lacasa Merripit el viernes próximo.

»Tampoco es que ahora me atreva a afir-mar que está del todo en su sano juicio me comentóSir Henry después de la entrevista, porque no olvidocómo me miraba mientras corría hacia mí esta ma-ñana, pero tengo que reconocer que nadie podríadisculparse con más elegancia. »¿Ha dado algunaexplicación por su conducta?

»Su hermana lo es todo en su vida, dice.Eso es bastante lógico, y me alegro de que se décuenta de lo mucho que vale. Siempre han estadojuntos y, según lo que Stapleton cuenta, siempre ha

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sido un hombre muy solitario sin otra compañía quesu hermana, de manera que la idea de perderla leresulta terrible. No se había percatado, ha dicho, demis sentimientos hacia ella, y cuando ha visto consus propios ojos que era efectivamente así y quepodía perderla, la intensidad del sobresalto hahecho que durante algún tiempo no fuera responsa-ble ni de sus palabras ni de sus acciones. Lamentamucho lo sucedido y reconoce lo estúpido y loegoísta que es imaginar que podrá retener toda lavida a una mujer como su hermana. Si ella tieneque dejarlo, prefiere que se trate de un vecino comoyo antes que de cualquier otra persona. Pero detodos modos es un golpe para él y le llevará algúntiempo prepararse para encajarlo. Dejará por com-pleto de oponerse si yo le prometo mantener lascosas como están por espacio de tres meses y con-tentarme durante ese tiempo con la amistad de suhermana sin exigir su amor. Eso es lo que le heprometido y así han quedado las cosas.

»De manera que eso aclara uno de nues-tros pequeños misterios. Ya es algo tocar fondo enalgún sitio de esta ciénaga en la que estamos meti-dos. Ahora sabemos por qué Stapleton miraba condesagrado al pretendiente de su hermana, pese atratarse de un partido tan conveniente como Sir

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Henry. Y a continuación paso a ocuparme de otrohilo que ya he separado de esta madeja tan enre-dada: me refiero al misterio de los sollozos noctur-nos, de las lágrimas en el rostro de la señora Ba-rrymore y de los viajes secretos del mayordomo a laventana con celosía que da a occidente. Felicíteme,mi querido Holmes, y dígame que no le he defrau-dado como agente suyo; que no lamenta la confian-za que me demostró al enviarme aquí. Todos estospuntos han quedado completamente aclarados gra-cias al trabajo de una noche.

»He dicho "el trabajo de una noche", pero,en realidad han sido dos las noches, porque la pri-mera nos llevamos un buen chasco. Estuve con SirHenry en su habitación hasta cerca de las tres de lamadrugada, pero no oímos otro ruido que las cam-panadas del reloj en lo alto de la escalera. Fue unavelada sumamente melancólica y los dos nos que-damos dormidos en nuestras sillas. Por fortuna nonos desanimamos y decidimos intentarlo de nuevo.A la noche siguiente redujimos la luz de la lámparay fumamos cigarrillos sin hacer el menor ruido. Eraincreíble lo despacio que se arrastraban las horas y,sin embargo, nos ayudaba el mismo tipo de pacien-te interés que debe de sentir el cazador mientrasvigila la trampa en la que espera que acabe por

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caer la pieza. El reloj dio la una, luego las dos y,desesperados, casi habíamos renunciado ya porsegunda vez cuando nos inmovilizamos de repente,olvidados del cansancio y una vez más en tensión.Habíamos oído el crujido de una pisada en el corre-dor.

»Sentimos pasar a Barrymore por delantedel cuarto con mucha cautela y perderse luego en ladistancia. Después el baronet abrió la puerta sinhacer ruido y salimos en su persecución. El mayor-domo había atravesado ya la galería y nuestro ladodel corredor estaba completamente a oscuras. Nosdeslizamos en silencio hasta la otra ala. Llegamos atiempo de vislumbrar la alta figura de barba negra yhombros arqueados que avanzaba de puntillas has-ta entrar por la misma puerta donde yo le habíavisto dos noches antes, y también cómo la vela, consu luz, hacía que el marco destacara en la oscuri-dad, al tiempo que un único rayo amarillo iluminabala oscuridad del corredor. Nos acercamos cautelo-samente, probando las tablas del suelo antes deapoyarnos con todo nuestro peso. Habíamos tenidola precaución de quitarnos las botas, pero inclusoasí el viejo entarimado crujía y chascaba bajo nues-tros pies. A veces parecía imposible que Barrymoreno advirtiera nuestra proximidad, pero afortunada-

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mente está bastante sordo y se hallaba absorto enlo que hacía. Cuando por fin llegamos a la habita-ción y miramos dentro, lo encontramos agachadojunto a la ventana, la vela en la mano, y el rostropálido y ensimismado junto al cristal, exactamenteigual que dos noches antes.

»Habíamos preparado un plan de campaña,pero para el baronet las formas de actuar más direc-tas son siempre las más naturales, de manera queentró sin más preámbulos en la habitación. Barry-more, jadeante, se irguió de un salto de su sitiojunto a la ventana y se inmovilizó, lívido y tembloro-so, ante nosotros. Sus ojos oscuros, que resaltabanmucho sobre la máscara blanca que era su rostro,nos miraron, a uno tras otro, llenos de horror y deasombro.

»¿Qué está usted haciendo aquí, Barrymo-re? »Nada, señor su agitación era tan intensa queapenas podía hablar y la vela que empuñaba letemblaba tanto que las sombras saltaban arriba yabajo. Es por el viento, señor. Por la noche hago laronda para ver si las ventanas están bien cerradas.

»¿En el piso alto?

»Sí, señor, todas las ventanas.

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»Mire, Barrymore dijo Sir Henry con granfirmeza: estamos decididos a que nos diga usted laverdad, de manera que se ahorrará molestias sin-cerándose cuanto antes. ¡Vamos! ¡Basta de menti-ras! ¿Qué hacía usted junto a esa ventana?

»El mayordomo nos miró con aire desvalidoy se retorció las manos como alguien que se halla allímite de la duda y del sufrimiento.

»No hacía nada malo, señor. Sólo estabadelante de la ventana con una vela encendida.

»Y, ¿por qué estaba usted con una vela en-cendida delante de la ventana?

»No me lo pregunte, Sir Henry, ¡no me lopregunte! Le doy mi palabra de que el secreto nome pertenece y no me es posible decírselo. Si sólodependiera de mí no trataría de ocultárselo.

»De repente se me ocurrió una idea y re-cogí la vela del alféizar donde la había dejado elmayordomo.

»Debe de servirle como señal dije. Veamossi hay respuesta.

»Sostuve la vela como lo había hecho él, almismo tiempo que escudriñaba la oscuridad exte-

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rior. Como las nubes ocultaban la luna, sólo distin-guía vagamente la hilera de árboles y la tonalidadmás clara del páramo. Pero enseguida se me es-capó un grito de júbilo, porque un puntito de luzamarilla había traspasado de repente el oscuro veloy después siguió brillando de manera uniforme en elcentro del rectángulo negro que enmarcaba la ven-tana. »¡Ahí está! exclamé.

»No, señor, no; no es nada..., nada en ab-soluto intervino el mayordomo. Le aseguro que...

»¡Mueva la luz de un lado a otro de la ven-tana Watson! exclamó el baronet. ¿Ve? ¡La otratambién se mueve! ¿Qué nos dice ahora, bribón?¿Sigue negando que es una señal? ¡Vamos, hable!¿Quién es su compinche y qué fechoría es la quese traen entre manos?

»La expresión de Barrymore se hizo desa-fiante. »Es asunto mío y no suyo. No se lo diré.

»En ese caso deja usted de estar a mi ser-vicio ahora mismo.

»Muybien, señor. Si así ha de ser, así será.

»Y se marcha deshonrado. Por todos losdemonios, ¡tiene usted motivos para avergonzarse

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de sí mismo! Su familia ha vivido con la mía durantemás de cien años bajo este techo, y he aquí que loencuentro metido hasta el cuello en alguna siniestraintriga en contra mía.

»¡No, señor, no! ¡No en contra de usted!

»Era la voz de una mujer: la señora Barry-more, más pálida y más asustada aún que su mari-do, se hallaba junto a la puerta. Su voluminosa figu-ra, envuelta en un chal y una falda, podría haberresultado cómica de no ser por la intensidad de lossentimientos que se leían en su rostro.

»Tenemos que marcharnos, Eliza. Esto esel fin. Ya puedes hacer el equipaje dijo el mayordo-mo.

»¡John, John! ¿Voy a ser yo la causa de turuina? Todo es obra mía, Sir Henry..., yo soy laresponsable. Todo lo que ha hecho lo ha hecho pormí y porque yo se lo he pedido. »¡Hable, entonces!¿Qué significa todo esto?

»Mi desgraciado hermano se está muriendode hambre en el páramo. No podemos dejarlo pere-cer a las puertas mismas de nuestra casa. La luz esuna señal para decirle que tiene comida preparada,

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y él, con su luz, nos indica el lugar donde hemos dellevársela.

»Entonces su hermano es ...

»El preso escapado, señor..., Selden, elcriminal. »Así es, señor intervino Barrymore. Comole he dicho, el secreto no era mío y no se lo podíacontar. Pero ahora ya lo sabe, y se dará cuenta deque si había una intriga no era contra usted.

»Ésa era, por tanto, la explicación de las si-gilosas expediciones nocturnas y de la luz en laventana. Tanto Sir Henry como yo nos quedamosmirando a la señora Barrymore sin esconder nues-tro asombro. ¿Cabía imaginar que aquella personade respetabilidad tan impasible llevara la mismasangre que uno de los delincuentes más tristementecélebres del país?

»Sí, señor; mi apellido de soltera era Seldeny el preso es mi hermano pequeño. Le consentimosdemasiado cuando niño y le dejamos que hiciera entodo su santa voluntad, por lo que llegó a creer queel mundo no tenía otra finalidad que proporcionarleplaceres y que podía hacer lo que le apeteciera.Más tarde, al hacerse mayor, frecuentó malas com-pañías y el diablo se le metió en el cuerpo, hasta

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que a mi madre le destrozó el corazón y arrastrónuestro apellido por el barro. De delito en delito fuecayendo cada vez más bajo, hasta que sólo la cle-mencia de Dios lo ha librado del patíbulo; pero paramí nunca ha dejado de ser el niñito de cabellosrizados al que cuidé y con el que jugué, como cual-quier hermana mayor. Ésa es la razón de que seescapara, señor. Sabía que yo vivía en esta casa yque no me negaría a ayudarlo. Cuando se arrastróuna noche hasta aquí, agotado y hambriento, conlos guardianes pisándole los talones, ¿qué podía-mos hacer? Lo recogimos, lo alimentamos y cuida-mos. Luego regresó usted, señor, y mi hermanopensó que estaría más seguro en el páramo que encualquier otro sitio hasta que amainara la persecu-ción, de manera que allí se escondió. Pero cada dosnoches nos comunicábamos con él poniendo unaluz en la ventana y, si respondía, mi marido le lleva-ba un poco de pan y carne. Todos los días vivíamoscon la esperanza de que se hubiera marchado, peromientras tanto no podíamos abandonarlo. Soy unabuena cristiana y ésa es toda la verdad; comprendausted que si hemos hecho algo malo, no es mi ma-rido quien tiene la culpa, sino yo, porque todo lo queha hecho lo ha hecho por mí.

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»Las palabras de la mujer estaban llenas deuna vehemencia que las hacía muy convincentes.

»¿Es ésa la verdad, Barrymore? »Sí, SirHenry. Del principio al fin. »Bien; no puedo culparlopor apoyar a su esposa. Olvide lo que le he dichoantes. Vuelvan los dos a su habitación y mañanapor la mañana seguiremos hablando de este asun-to.

»Cuando se marcharon miramos de nuevopor la ventana. Sir Henry la había abierto, y el fríoviento nocturno nos golpeaba en la cara. Muy lejosen la oscuridad brillaba aún el puntito de luz amari-lla.

»Me sorprende que se atreva a descubrirsetanto dijo Sir Henry.

»Tal vez sitúa la vela de manera que sólosea visible desde aquí.

»Es muy posible. ¿A qué distancia cree quese encuentra?

»Calculo que a la altura de Cleft Tor. »Nomás de dos o tres kilómetros. »Menos, probable-mente.

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»No puede ser muy lejos si Barrymore teníaque llevarle la comida. Y ese canalla está esperan-do junto a la vela. ¡Voy a salir a capturarlo!

»La misma idea me había pasado por la ca-beza. No era como si los Barrymore nos hubieranhecho una confidencia. Les habíamos arrancado elsecreto a la fuerza. Aquel individuo era un peligropara la comunidad, un delincuente implacable queno tenía excusa ni merecía compasión. No hacía-mos más que cumplir con nuestro deber al aprove-char la oportunidad de devolverlo de nuevo a dondeno pudiera hacer daño. Debido a su carácter brutaly violento, otros tendrían que pagar las consecuen-cias si nos cruzábamos de brazos. Cualquier noche,por ejemplo, podía atacar a nuestros vecinos losStapleton, y tal vez esa idea hizo que Sir Henry seinteresara tanto por aquella aventura.

»Le acompañaré dije.

»Entonces recoja su revólver y póngase lasbotas. Cuanto antes salgamos mejor, porque eseindividuo puede apagar la luz y marcharse.

»Cinco minutos después habíamos iniciadoya nuestra expedición. Apresuramos el paso entrelos oscuros arbustos, en medio de los apagados

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gemidos del viento del otoño y del crujir de las hojascaídas. El aire nocturno estaba cargado de olor ahumedad y a putrefacción. De cuando en cuando laluna se asomaba unos instantes, pero las nubescasi cubrían el cielo por completo y en el momentoen que salíamos al páramo empezó a caer una llu-via ligera. La luz seguía brillando delante de noso-tros.

»¿Está usted armado? pregunté. »Tengouna fusta.

»Hemos de caer sobre él rápidamente, por-que se dice que es un hombre desesperado. Debe-mos cogerlo por sorpresa y tenerlo a nuestra mer-ced antes de que se resista.

»Escuche, Watson, ¿qué diría Holmes deesto? ¿Qué diría sobre esta hora de oscuridad en laque se intensifican los poderes del mal?

»Como en respuesta a sus palabras se alzóde repente, en la inmensa tristeza del páramo, elextraño sonido que yo había oído ya cerca de lagran ciénaga de Grimpen. Nos llegó traído por elviento a través del silencio de la noche: un murmullolargo y profundo, luego un aullido cada vez máspoderoso y finalmente el triste gemido con que aca-

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baba. Resonó una y otra vez, todo el aire palpitandocon él, estridente, salvaje y amenazador. El baronetme cogió de la manga y palideció tanto que el rostrole brilló tenuemente en la oscuridad.

»¡Cielo santo! ¿Qué ha sido eso, Watson?

»No lo sé. Se trata de un sonido que se oyeen el páramo. Es la segunda vez que lo escucho.

»Los aullidos cesaron y un silencio absolutodescendió sobre nosotros. Aguzamos el oído, perosin el menor resultado.

»Watson dijo el baronet, eso era el aullidode un sabueso.

»La sangre se me heló en las venas, porquela voz se le quebró de una manera que ponía demanifiesto el terror repentino que se había apodera-do de él.

»¿Qué dicen de ese sonido? preguntó.»¿Quiénes?

»Los habitantes de la zona.

»Bah, son gente ignorante. ¿Qué más le dalo que digan?

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»Cuéntemelo, Watson. ¿Qué es lo que di-cen? »Vacilé un momento, pero no podía escabu-llirme. »Dicen que es el aullido del sabueso de losBaskerville. »Sir Henry dejó escapar un gemido yluego guardó silencio unos instantes.

»Era un sabueso dijo por fin, pero parecíavenir de una distancia de varios kilómetros en aque-lla dirección, según creo.

»Es dificil saber de dónde procedía.

»Subía y bajaba con el viento. ¿No es ésala dirección de la gran ciénaga de Grimpen?

»Sí, es ésa.

»Bien, pues era por allí. Dígame la verdad,¿a usted no le pareció también que era el aullido deun sabueso? Ya no soy un niño. No tenga reparosen decirme la verdad.

»Stapleton se hallaba conmigo la otra vez.Dijo que podía ser el canto de un extraño pájaro.

»No, no; era un sabueso. Dios mío, ¿habráalgo de verdad en todas esas historias? ¿Es posibleque esté realmente en peligro por una causa tanmisteriosa? Usted no lo cree, ¿no es así, Watson?

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»No, claro que no.

»Y sin embargo una cosa es reírse de elloen Londres y otra muy distinta estar aquí en la oscu-ridad del páramo y oír un aullido como ése. ¡Y mitío! Encontraron las huellas del sabueso muy cercade donde cayó. Todo concuerda. No creo ser co-barde, Watson, pero ese sonido me ha helado lasangre. ¡Tóqueme la mano!

»Estaba tan fría como un bloque de mármol.»Mañana se encontrará usted perfectamente.

»No creo que la luz del día consiga sacarmeese aullido de la cabeza. ¿Qué le parece quehagamos ahora? »¿Quiere que regresemos?

»No, voto a bríos; hemos salido a capturar anuestro hombre y eso es lo que haremos. Nosotrosvamos tras el preso y es probable que un sabuesodel infierno vaya tras de nosotros. Adelante. Hare-mos lo que nos hemos propuesto hacer aunquecorran por el páramo todos los demonios del aver-no.

»Proseguimos lentamente nuestro caminoen la oscuridad, con la borrosa silueta de las colinascubiertas de peñascos a nuestro alrededor y el pun-to de luz amarilla brillando delante de nosotros. No

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hay nada tan engañoso como la distancia de unaluz en una noche oscura como boca de lobo, y unasveces el resplandor parecía estar tan lejano como elhorizonte y otras encontrarse a pocos metros. Perofinalmente vimos de dónde procedía y entoncessupimos que estábamos muy cerca. Una vela yamuy derretida estaba clavada en una grieta entrelas rocas que la flanqueaban por ambos lados paraprotegerla del viento y también para lograr que sólofuera visible desde la mansión de los Baskerville.Una roca de granito nos ocultó mientras nosacercábamos y pudimos asomarnos por encimapara contemplar la luz de la señal. Era extraño veraquella vela solitaria ardiendo allí, en mitad delpáramo, sin el menor signo de vida a su alrededor:tan sólo la llama amarilla y el brillo de las rocas aambos lados.

»¿Y ahora qué hacemos? susurró Sir Hen-ry. »Esperar aquí. Tiene que estar cerca. Quizápodamos verlo.

»Apenas pronunciadas aquellas palabras lovimos ambos. Sobre las rocas, en la grieta dondeardía la vela, surgió un maligno rostro amarillo, unaterrible cara bestial, toda ella marcada y arrugadapor las pasiones más viles. Manchada de cieno, con

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una barba hirsuta y coronada de cabellos enmara-ñados, podía muy bien haber pertenecido a uno deaquellos antiguos salvajes que habitaban en losrefugios de las colinas. La luz de abajo se reflejabaen sus ojillos astutos, que escudriñaban con fierezala oscuridad a derecha e izquierda, como un animaltaimado y salvaje que ha oído pasos de cazadores.

»Sin duda algo había despertado sus sos-pechas. Puede que Barrymore acostumbrara a darlealguna señal privada que nosotros habíamos omiti-do, o bien nuestro hombre tenía alguna otra razónpara pensar que las cosas no marchaban comodebían: en cualquier caso el miedo era visible ensus perversas facciones y de un momento a otropodía apagar la luz de un manotazo y esfumarse enla oscuridad. Salté hacia adelante y Sir Henry meimitó. En el mismo instante el preso nos lanzó unamaldición y tiró una piedra que se hizo añicos contrala roca que nos había cobijado. Aún vislumbré porun momento su silueta rechoncha y musculosamientras se ponía en pie y giraba en redondo paraescapar. Por una feliz coincidencia la luna salióentonces de entre las nubes. Alcanzamos a todaprisa la cima de la colina y vimos que nuestro hom-bre descendía a gran velocidad por la otra ladera,saltando por encima de las rocas que hallaba en su

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camino con la agilidad de una cabra montés. Consuerte tal vez habría podido detenerlo con un dispa-ro de mi revólver, pero la finalidad de aquel armaera tan sólo defenderme si se me atacaba y no dis-parar contra un hombre desarmado que huía.

»Tanto el baronet como yo somos acepta-bles corredores y estamos en buena forma, peropronto descubrimos que no teníamos posibilidadalguna de alcanzarlo. Seguimos viéndolo durante unbuen rato a la luz de la luna, hasta que se convirtióen un puntito que avanzaba con celeridad entre lasrocas que salpicaban la falda de una colina distante.Corrimos y corrimos hasta quedar completamenteagotados, pero la distancia era cada vez mayor.Finalmente nos detuvimos y nos sentamos, jadean-tes, en sendas rocas, desde donde seguimos vién-dolo hasta que se perdió en la lejanía.

»Y en aquel momento, cuando nos levantá-bamos de las rocas para darnos la vuelta y regresara casa, abandonada ya la inútil persecución, ocurrióla cosa más extraña e inesperada. La luna quedabamuy baja hacia la derecha, y la cima dentada de unrisco de granito se alzaba hasta la parte inferior desu disco de plata. Allí, recortada con la negrura deuna estatua de ébano sobre el fondo brillante, vi,

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encima del risco, la figura de un hombre. No pienseque fue una alucinación, Holmes. Le aseguro queen toda mi vida no he visto nada con mayor clari-dad. Hasta donde se me alcanza, era la figura de unhombre alto y delgado. Mantenía las piernas unpoco separadas, estaba cruzado de brazos e incli-naba la cabeza como si meditara sobre el enormedesierto de turba y granito que quedaba a su espal-da. Podía haber sido el espíritu mismo de aquelterrible lugar. Desde luego no era el preso. Aquelhombre se hallaba muy lejos del sitio donde el otrohabía desaparecido. Además era mucho más alto.Con una exclamación de sorpresa quise mostrárse-lo al baronet, pero durante el momento en que mevolví para agarrarlo del brazo, la figura desapareció.La cima dentada del risco seguía cortando el bordeinferior de la luna, pero ya no quedaba el menorrastro de la figura silenciosa e inmóvil.

»Quise marchar en aquella dirección e in-vestigar los alrededores del risco, pero quedababastante lejos. Los nervios del baronet seguían entensión a consecuencia de aquel aullido que le hab-ía recordado la oscura historia de su familia y noestaba de humor para nuevas aventuras. Tampocohabía visto al hombre solitario sobre el risco y nosentía la emoción que su extraña presencia y su

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aire de autoridad me habían producido. "Un vigilan-te del penal, sin dudó' dijo. "Abundan en el páramodesde que se escapó ese sujeto". Cabe que esaexplicación sea la justa, pero me gustaría tenerpruebas más concluyentes. Hoy nos proponemoshacer saber a las autoridades de Princetown dóndetienen que buscar al huido, pero sentimos no haber-lo capturado nosotros. Tales son las aventuras de lapasada noche y tendrá usted que reconocer, miquerido Holmes, que no le estoy fallando en materiade información. Mucho de lo que le cuento no tiene,sin duda, mayor importancia, pero sigo pensandoque lo mejor es transmitirle todos los hechos y de-jarle que elija usted los que le resulten más útiles.No hay duda de que estamos haciendo progresos.Por lo que se refiere a los Barrymore, hemos des-cubierto el motivo de sus acciones, y eso ha aclara-do mucho la situación. Pero el páramo con sus mis-terios y sus extraños habitantes sigue tan inescruta-ble como siempre. Quizá en mi próxima comunica-ción esté también en condiciones de arrojar algunaluz sobre eso. Aunque lo mejor sería que vinierausted a reunirse con nosotros.»

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10. Fragmento del diario del doctor Wat-son

Hasta este momento he podido utilizar losinformes que envié a Sherlock Holmes durante losprimeros días de mi estancia en el páramo. Pero hellegado ya a un punto en mi narración en el que meveo obligado a abandonar ese método y recurrir unavez más a mis recuerdos, con la ayuda del diarioque llevaba por entonces. Algunos fragmentos deeste último me permitirán enlazar con las escenasque están indeleblemente grabadas en mi memoria.Continúo, por lo tanto, en la mañana siguiente anuestra infructuosa persecución de Selden y anuestras extrañas experiencias en el páramo.

«16 de octubre.Día brumoso y gris con algode llovizna. La casa está cubierta de nubes en mo-vimiento que se abren de vez en cuando para mos-trar las monótonas curvas del páramo, con delgadasvetas plateadas en las faldas de las colinas y rocasdistantes que brillan cuando sus húmedas superfi-cies reflejan la luz. Reina la melancolía fuera y de-ntro. El baronet ha reaccionado mal ante las emo-ciones de la noche pasada. Yo mismo me noto unpeso en el corazón y el sentimiento de la inminencia

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de un peligro siempre al acecho, precisamente másterrible porque no soy capaz de definirlo.

»Y, ¿acaso no está justificado ese senti-miento? Piénsese en la larga sucesión de incidentesque delatan las fuerzas siniestras que actúan anuestro alrededor. Primero, la muerte del anteriorocupante de la mansión, en la que se cumplieroncon toda exactitud las condiciones de la leyendafamiliar, y, en segundo lugar, las repetidas afirma-ciones por parte de los campesinos de la zona deque ha aparecido en el páramo una extraña criatura.En dos ocasiones he escuchado ya un sonido querecuerda el aullido distante de un sabueso. No pue-de tratarse de algo ajeno a las leyes ordinarias de lanaturaleza. Un sabueso espectral que deje huellasvisibles y que llene el aire con sus aullidos es sinduda impensable. Quizá Stapleton acepte esa su-perstición y a Mortimer tal vez le suceda lo mismo;pero si yo tengo una cualidad es el sentido común ynada logrará convencerme de una cosa así. Hacerlosería rebajarse al nivel de esos pobres campesinosque no se contentan con un simple perro asilvestra-do, sino que necesitan describirlo arrojando fuegodel infierno por ojos y boca. Holmes nunca prestaríaatención a semejantes fantasías y yo soy su repre-sentante. Pero los hechos son los hechos y ya he

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oído dos veces ese aullido en el páramo. Suponga-mos que hubiera realmente un enorme sabueso enlibertad; eso contribuiría mucho a explicarlo todo.Pero, ¿dónde se escondería, dónde conseguiría lacomida, de dónde procedería, cómo sería posibleque nadie lo hubiera visto durante el día?

»Hay que confesar que la teoría del perrode carne y hueso presenta casi tantas dificultadescomo la otra. Y además, dejando de lado al sabue-so, queda la intervención del individuo del cabrioléen Londres y la carta en la que se advertía a SirHenry del peligro que corría. Eso por lo menos esreal, pero tanto podría ser obra de un amigo deseo-so de protegerlo como de un enemigo. ¿Dónde estáahora ese amigo o enemigo? ¿Se ha quedado enLondres o nos ha seguido hasta el páramo? ¿Podr-ía ser..., podría ser el desconocido que vi sobre elrisco?

»Es verdad que sólo lo contemplé unos ins-tantes, pero hay algunas cosas de las que estoycompletamente seguro. Como conozco ya a todosnuestros vecinos puedo afirmar que no es ningunode ellos. El individuo que estaba sobre el risco eramás alto que Stapleton y más delgado que Fran-kland. Cabría que se tratara de Barrymore, pero lo

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dejamos en la mansión, y estoy seguro de que nopudo seguirnos. Por lo tanto hay un desconocidoque nos sigue aquí de la misma manera que undesconocido nos siguió en Londres. No nos hemoslibrado de él. Si pudiera ponerle las manos encima,tal vez resolviéramos todas nuestras dificultades. Aesta única finalidad debo consagrar todas misenergías a partir de ahora.

»Mi primer impulso fue contar mis planes aSir Henry. El segundo y más prudente ha sido hacermi juego y hablar lo menos posible. El baronet estásilencioso y distraído. El aullido en el páramo lo haconmocionado extrañamente. No diré nada quecontribuya a aumentar su ansiedad, pero tomaré lasmedidas oportunas para lograr lo que me propongo.

»Esta mañana tuvimos una pequeña esce-na después del desayuno. Barrymore pidió permisopara hablar con Sir Henry y se encerraron en elestudio del baronet durante unos minutos. Desde miasiento en la sala de billar oí más de una vez cómoambos alzaban la voz y reconozco que tenía unaidea bastante exacta del motivo de la discusión.Finalmente Sir Henry abrió la puerta y me llamó.

»Barrymore considera que tiene motivos pa-ra quejarse dijo. Opina que no hemos sido justos al

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dar caza a su cuñado cuando él, libremente, noshabía revelado el secreto.

»El mayordomo se hallaba delante de noso-tros, muy pálido pero muy dueño de sí mismo.

»Quizá haya hablado con demasiado calordijo y, en ese caso, le pido sinceramente que meperdone. Pero me ha sorprendido mucho enterarmede que han regresado ustedes de madrugada y deque han estado persiguiendo a Selden. El pobrecilloya tiene suficientes enemigos sin necesidad de queyo contribuya a crearle más.

»Si nos lo hubiera usted revelado por deci-sión propia, habría sido distinto dijo el baronet. Peronos lo contó (o más bien lo hizo su mujer) cuando leobligamos y no tuvo otro remedio.

»Nunca pensé que se aprovechara de ello,Sir Henry; nunca lo hubiera creído.

»Ese hombre es un peligro público. Hay ca-sas solitarias repartidas por el páramo y Selden nose detendría ante nada. Basta con ver su rostro uninstante para darse cuenta. Piense, por ejemplo, enla casa del señor Stapleton, sin nadie excepto élpara defenderla. Todo el mundo correrá peligrohasta que se le vuelva a poner a buen recaudo.

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»Selden no entrará en ninguna casa, señor.Le doy solemnemente mi palabra. Ni volverá a mo-lestar a nadie en este país. Le aseguro, Sir Henry,que dentro de muy pocos días se habrán tomadolas medidas necesarias y estará camino de Américadel Sur. Por el amor de Dios, señor, le ruego que noinforme a la policía de que mi cuñado sigue aún enel páramo. Han abandonado la persecución y seráun buen refugio hasta que el barco esté preparado.Y si lo denuncia nos causará problemas a mi mujery a mí. Se lo suplico, señor, no diga nada a la polic-ía.

»¿Qué opina usted, Watson? »Me encogíde hombros.

»Si Selden saliera del país sin causar pro-blemas los contribuyentes se verían libres de unacarga.

»Pero, ¿qué me dice de la posibilidad deque asalte a alguien antes de marcharse?

»No hará una locura semejante, señor. Lehemos proporcionado todo lo que necesita. Cometerun delito sería lo mismo que proclamar dónde estáescondido.

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»Eso es cierto dijo Sir Henry. Bien, Barry-more... »¡Que Dios le bendiga! ¡Se lo agradezco detodo corazón! Mi pobre mujer se moriría de pena silo capturasen otra vez.

»Supongo que estamos haciéndonoscómplices de un delito, ¿no es eso, Watson? Perodespués de lo que acabamos de oír no me creocapaz de entregar a ese hombre, de manera quepunto final. De acuerdo, Barrymore, puede ustedmarcharse.

»Con unas inconexas palabras de gratitudel mayordomo se dirigió hacia la puerta, pero luegovaciló y volvió sobre sus pasos.

»Se ha portado usted tan bien con nosotros,señor, que, a cambio, quisiera hacer por usted todolo que esté en mi mano. Sé algo, Sir Henry, quequizá debiera haber dicho antes, pero sólo lo des-cubrí mucho tiempo después de terminada la inves-tigación. Nunca lo he comentado con nadie. Y tieneque ver con la muerte del pobre Sir Charles.

»Tanto el baronet como yo nos pusimos enpie. »¿Acaso sabe usted cómo murió?

»No, señor, eso no lo sé.

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»¿De qué se trata, entonces?

»Sé por qué estaba en el portillo a aquellahora. Se había citado con una mujer.

»¿Citado con una mujer? ¿Sir Charles? »Sí,señor.

»¿Sabe usted quién era?

» No le puedo decir el nombre, señor, perosí las iniciales: L. L.

¿Cómo ha sabido usted todo eso, Barrymo-re?

Verá, Sir Henry, su tío recibió una cartaaquella mañana. De ordinario recibía muchas adiario porque era un hombre conocido y todo elmundo se hacía lenguas de su buen corazón, asíque las personas con problemas recurrían a él. Peroaquella mañana, por casualidad, sólo recibió unacarta, de manera que me fijé más en ella. Venía deCoombe Tracey y la letra del sobre era de mujer.

»¿Y?

»Verá, señor; yo no hubiera vuelto a pensaren ello de no ser por mi mujer que, hace tan sólounas semanas, cuando estaba limpiando el estudio

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de Sir Charles (no se había tocado desde su muer-te), encontró las cenizas de una carta en el hogarde la chimenea. Aunque las cuartillas estabanprácticamente carbonizadas había un trocito, el finalde una página, que no se había disgregado y aúnera posible leer lo que estaba escrito, en gris sobrefondo negro. Nos pareció que se trataba de unapostdata y decía lo siguiente: "Por favor, por favor,como es usted un caballero, queme esta carta yesté junto al portillo a las diez en punto". Debajoalguien había firmado con las iniciales L. L.

»¿Ha conservado ese trocito de papel?

»No, señor; se deshizo cuando lo movimos.

»¿Había recibido Sir Charles otras cartascon la misma letra?

»A decir verdad, no me fijaba mucho en suscartas. Y tampoco me hubiera fijado en ésa de nollegar sola. »¿Y no tiene idea de quién pueda ser L.L.?

»No, señor. Estoy tan a oscuras como us-ted. Pero creo que si pudiéramos localizar a esadama sabríamos más acerca de la muerte de SirCharles.

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»Lo que no entiendo, Barrymore, es cómoha podido ocultar una información tan importante.»Compréndalo, señor; nuestros problemas empeza-ron inmediatamente después y, por otra parte, comoes lógico, si se piensa en todo lo que hizo por noso-tros, los dos sentíamos un gran cariño por Sir Char-les. Revolver en ese asunto no podía ayudar ya anuestro pobre señor, y conviene andar con tientocuando hay una dama por medio. Hasta los mejoresde entre nosotros...

»¿Cree usted que podría dañar su reputa-ción? »Verá, señor: pensé que no saldría nada bue-no. Pero después de haberse portado usted tanbien con nosotros, me parece que le trataría injus-tamente si no le contara todo lo que sé.

»Muybien, Barrymore; puede marcharse.

»Cuando el mayordomo nos hubo dejadoSir Henry se volvió hacia mí.

»Bueno, Watson, ¿qué piensa usted de estanueva pista?

»Me parece que sólo sirve para aumentar laoscuridad. »Eso pienso yo. Pero si pudiéramos en-contrar a L. L. se aclararía todo este asunto. Al me-nos algo hemos ganado. Sabemos que hay una

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persona que conoce los hechos y lo único que ne-cesitamos es encontrarla. ¿Qué cree que debemoshacer?

»Informar a Holmes inmediatamente. Leproporcionará el indicio que ha estado buscando. Yo mucho me equivoco o eso hará que se presenteaquí.

»Regresé inmediatamente a mi habitación yredacté para Holmes el informe sobre nuestra con-versación matutina. Era evidente que mi amigo hab-ía estado muy ocupado últimamente, porque lasnotas que me llegaban de Baker Street eran pocasy breves, sin comentarios sobre la información quele había suministrado y casi sin referencia alguna ami misión. No había duda de que el caso del chan-taje absorbía todas sus facultades. Y, sin embargo,este nuevo factor debería con toda seguridad llamarsu atención y renovar su interés. Ojalá estuvieseaquí.

»17 de octubre.Ha llovido a cántaros todo eldía, y las gotas resuenan sobre la hiedra y caendesde los aleros. Me he acordado del fugitivo en elfrío páramo desolado, sin sitio donde guarecerse.¡Pobrecillo! Sean cuales fueran sus delitos, estásufriendo para expiarlos. Y luego me acordé del

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otro: del rostro en el cabriolé, de la figura recortadacontra la luna. ¿También el que vigilaba sin servisto, el hombre de la oscuridad, se hallaba a laintemperie bajo aquel diluvio? A la caída de la tardeme puse el impermeable y paseé hasta muy lejospor el páramo empapado de agua, lleno de imáge-nes oscuras, con la lluvia golpeándome el rostro y elviento silbándome en los oídos. Que Dios tenga desu mano a quienes se acerquen a la gran ciénagaen tales momentos, porque incluso las tierras altas,firmes de ordinario, se están convirtiendo en unpantano. Encontré el Risco Negro sobre el que hab-ía visto al vigía solitario y desde su cima dentadacontemplé las melancólicas lomas. Ráfagas de llu-via iban a la deriva sobre sus superficies rojizas ylas densas nubes de color pizarra colgaban muybajas sobre el paisaje, cayendo en jirones grises porlas laderas de las fantásticas colinas. En la lejanaconcavidad hacia la izquierda, escondidas a mediaspor la niebla, se alzaban por encima de los árboleslas dos delgadas torres de la mansión de los Bas-kerville. Eran los únicos signos visibles de vidahumana, si se exceptúan los refugios prehistóricosque tanto abundan en las faldas de las colinas. Enningún sitio había rastro alguno del extraño vigía delpáramo.

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»Mientras regresaba a la mansión me al-canzó el doctor Mortimer que conducía su coche dedos ruedas por un tosco sendero, de regreso de laremota granja de Foulmire. Ha estado siempre pen-diente de nosotros y apenas ha pasado un día sinpresentarse por la mansión para ver cómo nos va.Me insistió para que subiera al coche y le acompa-ñara hasta la casa. Lo encontré muy preocupadopor la desaparición de su pequeño spaniel, que sehabía adentrado por el páramo y no había vuelto. Loconsolé como pude, pero al acordarme del ponisepultado en la ciénaga de Grimpen, temí que novolviera a ver a su perrito.

»Por cierto, Mortimer le dije mientrasavanzábamos a saltos por aquel camino tan des-igual, supongo que serán muy pocas las personasde la zona que usted no conozca.

»Prácticamente ninguna, creo yo.

»¿Puede usted, en ese caso, decirme elnombre de alguna mujer cuyas iniciales sean L. L.?

»El doctor Mortimer estuvo pensando unosminutos. »No dijo. Hay algunos gitanos y jornalerosde los que no puedo responder, pero entre los gran-jeros o la burguesía y pequeña nobleza no hay na-

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die con iniciales como ésas. Espere un momentoañadió, después de una pausa. Está Laura Lyons,sus iniciales son L. L., aunque vive en Coombe Tra-cey.

»¿Quién es? pregunté.

»Es la hija de Frankland.

»¿Cómo? ¿Frankland el viejo chiflado?»Exactamente. Se casó con un artista llamadoLyons que vino a hacer unos bocetos en el páramo.Resultó ser un sinvergüenza y la abandonó. Aunquequizá la culpa, por lo que he oído, no fuera toda delpintor. Su padre se negó a tener nada que ver conella porque se había casado sin su consentimiento yquizá también por una o dos razones más. De ma-nera que entre los dos pecadores, el viejo y el jo-ven, la pobre chica lo ha pasado bastante mal.

»¿Cómo vive?

»Imagino que su padre le pasa una asigna-ción, pero debe de ser una miseria, porque la situa-ción económica de Frankland deja mucho que de-sear. Por mal que se hubiera portado, no se podíaconsentir que se hundiera definitivamente. Su histo-ria llegó a saberse y varias personas de los alrede-dores colaboraron para permitirle que se ganara la

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vida honradamente. Stapleton fue uno de ellos y SirCharles otro. También yo contribuí modestamente.Se trataba de que pusiera en marcha un servicio demecanografía.

»Mortimer quiso saber el motivo de mis in-vestigaciones, pero logré satisfacer su curiosidadsin decirle demasiado, porque no hay razón paraconfiar en nadie. Mañana por la mañana me pondréen camino hacia Coombe Tracey y si puedo ver a laseñora Laura Lyons, de dudosa reputación, sehabrá dado un gran paso para aclarar uno de losincidentes de esta cadena de misterios. Sin dudaestoy adquiriendo la prudencia de la serpiente, por-que cuando Mortimer insistió en sus preguntas has-ta extremos inconvenientes, me interesé como porcasualidad por el tipo de cráneo de Frankland, demanera que sólo oí hablar de craneología durante elresto del trayecto. De algo ha de servirme habervivido durante años con Sherlock Holmes.

»Sólo tengo un último incidente que anotaren este melancólico día de tormenta. Se trata de miconversación con Barrymore de hace unos instan-tes: el mayordomo me ha proporcionado un triunfomás que podré utilizar en su momento.

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»Mortimer se ha quedado a cenar y el baro-net y él han jugado después al écarté. El mayordo-mo me ha llevado el café a la librería y he aprove-chado la oportunidad para hacerle unas preguntas.

»Bien dije, ¿se ha marchado ya ese inapre-ciable pariente suyo o sigue todavía escondido en elpáramo? »No lo sé, señor. Le pido a Dios que sehaya ido, porque a nosotros no nos ha causado másque problemas. No he sabido nada de él desde quele dejé comida la última vez, y de eso hace ya tresdías.

»¿Usted lo vio?

»No, señor; pero la comida había desapare-cido cuando volví a pasar por allí.

»Entonces, ¿es seguro que sigue en elpáramo?

»Parece lo lógico, señor, a no ser que se lahaya llevado el otro.

»No terminé de llevarme la taza a la boca ymiré fijamente a Barrymore.

»Entonces, ¿usted sabe que hay otro hom-bre? »Sí, señor; hay otro hombre en el páramo.»¿Lo ha visto?

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»No, señor.

»¿Cómo sabe de su existencia?

»Selden me habló de él hace una semana opoco más. También se esconde, pero no es un pre-so, por lo que he podido deducir. No me gusta nada,doctor Watson; le digo con toda sinceridad que nome gusta nada hablaba con repentina vehemencia.

»Ahora escúcheme usted, Barrymore. Yo notengo otro interés en este asunto que el de su se-ñor. Estoy aquí para ayudarlo. Dígame, con todafranqueza, qué es lo que no le gusta.

»Barrymore vaciló un momento, como silamentara su arranque o le resultara difícil expresarcon palabras sus sentimientos.

»Son todas estas cosas que están pasandoexclamó por fin, agitando la mano en dirección a laventana que daba al páramo, golpeada por la lluvia.Se está jugando sucio en algún sitio y se está tra-mando alguna maldad muy negra, ¡eso lo puedojurar! ¡Me alegraría mucho de que Sir Henry volvieraa Londres!

»Pero, ¿qué es lo que le inquieta?

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»¡Fíjese en la muerte de Sir Charles! Aque-llo ya fue terrible, a pesar de todo lo que dijera elcoroner. Fíjese en los ruidos que se oyen en elpáramo por la noche. No hay una sola persona quequiera cruzarlo después de ponerse el sol ni aunquele paguen por hacerlo. ¡Fíjese en ese desconocidoque se esconde, que vigila y espera! ¿Qué es loque espera? ¿Qué significa todo eso? Seguro queno significa nada bueno para cualquiera que sellame Baskerville, y me marcharé con mucho gustoel día que los nuevos criados puedan hacerse cargode la mansión.

»Pero, en cuanto a ese desconocido dije.¿No sabe usted nada más acerca de él? ¿Qué lecontó Selden? ¿Había descubierto dónde se es-condía o qué era lo que estaba haciendo?

»Lo vio una o dos veces, pero es muy astu-to y no enseña su juego. Al principio mi cuñadopensó que era de la policía, pero pronto comprendióque trabaja por su cuenta. Alguien muy parecido aun caballero, por lo que a él se le alcanzaba, perono consiguió averiguar qué era lo que estabahaciendo.

»Y, ¿dónde le dijo que vivía?

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»En los viejos refugios de las colinas; losviejos refugios de piedra donde vivían los antiguos.

»Pero, ¿cómo se las arregla para comer?

»Selden descubrió que tiene un chico quetrabaja para él y le lleva todo lo que necesita. Ima-gino que va a buscarlo a Coombe Tracey.

»Muy bien, Barrymore. Quizá sigamoshablando de todo esto en otro momento.

»Después de que el mayordomo se marcha-ra me acerqué a la ventana y, a través del cristalempañado, contemplé las nubes veloces y las silue-tas estremecidas de los árboles agitados por elviento. Es una noche terrible dentro de casa, pero¿cómo será en un refugio de piedra en el páramo?¿Qué intensidad en el odio puede hacer que unhombre aceche en un sitio así en semejante mo-mento? ¿Y qué puede ser lo que se propone que leexige someterse a semejante prueba? Allí, en esehabitáculo que se abre al páramo, parece hallarse elcentro mismo del problema que tantos disgustos meestá causando. Juro que no pasará un día más sinque haya hecho todo lo que esté en mi mano parallegar al fondo del misterio.»

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11. El hombre del risco

El fragmento de mi diario que he utilizadoen el último capítulo sitúa la narración en el 18 deoctubre, momento en que los extraños aconteci-mientos de las últimas semanas se encaminabanrápidamente hacia su terrible desenlace. Los inci-dentes de los días que siguieron han quedado inde-leblemente grabados en mi memoria y estoy encondiciones de relatarlos sin recurrir a las notas quetomé en aquel momento. Comienzo, por lo tanto, undía después de que lograra establecer dos hechosde gran importancia: el primero que la señora LauraLyons de Coombe Tracey había escrito a Sir Char-les Baskerville para citarse con él precisamente a lahora y en el sitio donde el baronet encontró la muer-te; y el segundo que al hombre al acecho en elpáramo se le podía encontrar en los refugios depiedra de las colinas. Con aquellos dos datos en mipoder, llegué a la conclusión de que si no me halla-ba completamente desprovisto ni de inteligencia nide valor, tendría que arrojar por fin alguna luz sobretanta oscuridad.

No encontré momento para contar al baro-net lo que había averiguado la noche anterior acer-ca de la señora Lyons, porque el doctor Mortimer se

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quedó jugando con él a las cartas hasta muy tarde.A la hora del desayuno, sin embargo, le informé demi descubrimiento y le pregunté si quería acompa-ñarme a Coombe Tracey. Al principio se mostródeseoso de hacerlo, pero al pensarlo con más cal-ma llegamos ambos a la conclusión de que el resul-tado sería mejor si iba yo solo. Cuanto más oficialhiciéramos la visita, menos información obtendría-mos. Dejé, por consiguiente, a Sir Henry en casa,aunque no sin ciertos remordimientos, y me puse encamino para emprender la nueva investigación.

Al llegar a Coombe Tracey le dije a Perkinsque buscara acomodo a los caballos e hice algunaspreguntas para localizar a la dama a la que me pro-ponía interrogar. Encontré sin dificultad su aloja-miento, céntrico y bien señalado. Una doncella mehizo pasar sin muchas ceremonias y, al entrar en elsalón, la dama que estaba sentada delante de unamáquina de escribir marca Remington se puso enpie con una agradable sonrisa de bienvenida. Suexpresión cambió, sin embargo, al comprobar quese trataba de un desconocido; acto seguido sesentó de nuevo y preguntó cuál era el objeto de mivisita.

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Lo primero que impresionaba de la señoraLyons era su extraordinaria belleza. Tenía los ojos yel cabello de un color castaño muy cálido, y susmejillas, aunque con abundantes pecas, se veíanagraciadas con la perfección característica de lasmorenas: la delicada tonalidad que se esconde enel corazón de la rosa. La admiración era, como digo,la primera impresión. Pero a la admiración sucedíade inmediato la crítica. Había un algo muy sutil queno funcionaba en aquel rostro, una vulgaridad en laexpresión, quizá una dureza en la mirada, un rictusen la boca que desvirtuaba belleza tan perfecta.Pero todas estas reflexiones son, por supuesto,tardías. En aquel momento no hice más que darmecuenta de que tenía delante a una mujer muy her-mosa que me preguntaba cuál era el motivo de mivisita. Y hasta entonces yo no había entendido bienhasta qué punto era delicada mi misión.

Tengo el placer dije de conocer a su padre.

Era un presentación muy torpe y la señoraLyons no la pasó por alto.

Mi padre y yo no tenemos nada en comúnrespondió. No le debo nada y sus amigos no lo sonmíos. Si no hubiera sido por el difunto Sir CharlesBaskerville y otras personas de buen corazón podr-

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ía haberme muerto de hambre sin que mi padremoviera un dedo.

He venido a verla precisamente en relacióncon el difunto Sir Charles Baskerville.

Las pecas adquirieron mayor relieve sobreel rostro de la dama.

¿Qué puedo decirle acerca de él? preguntó,mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente conlos marginadores de la máquina de escribir.

Usted lo conocía, ¿no es cierto?

Ya le he dicho que estoy muy en deuda consu amabilidad. Si soy capaz de mantenerme, se lodebo en gran parte al interés que se tomó al cono-cer mi desgraciada situación.

¿Se carteaba usted con él?

La dama levantó rápidamente la vista, conun brillo de cólera en los ojos de color de avellana.

¿Cuál es el objeto de estas preguntas? qui-so saber, con tono cortante.

El objeto es evitar un escándalo público. Esmejor hacerlas aquí, y evitar que este asunto esca-pe a nuestro control.

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La señora Lyons guardó silencio al tiempoque palidecía. Por fin alzó de nuevo los ojos con unalgo temerario y desafiante en su actitud.

Está bien, responderé dijo. ¿Qué es lo quequiere saber?

¿Se carteaba usted con Sir Charles?

Le escribí por supuesto una o dos veces pa-ra agradecerle su delicadeza y su generosidad.

¿Recuerda usted las fechas de esas car-tas?

No.

¿Lo conoció usted personalmente?

Sí, estuve con él una o dos veces, cuandovino a Coombe Tracey. Era un hombre muy reser-vado y prefería hacer el bien con mucha discreción.

Si lo vio tan pocas veces y le escribió contan poca frecuencia, ¿qué fue lo que le impulsó aayudarla, como usted asegura que hizo?

La señora Lyons resolvió mi objeción con lamayor facilidad.

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Eran varios los caballeros que estaban altanto de mi triste historia y que se unieron para ayu-darme. Uno de ellos, el señor Stapleton, vecino yamigo íntimo de Sir Charles, fue muy amable con-migo, y el baronet supo de mis problemas por me-diación suya.

Yo estaba enterado de que Sir CharlesBaskerville había recurrido en diferentes ocasionesa Stapleton como limosnero suyo, de manera que laexplicación de mi interlocutora tenía todos los visosde ser cierta.

¿Escribió usted alguna vez a Sir Charles pi-diéndole una cita? continué.

La señora Lyons enrojeció unavez más,movida por la ira. A decir verdad, señor mío, se tratade una pregunta singular.

Lo siento, señora, pero debo repetírsela. Enese caso respondo: desde luego que no.

¿Ni siquiera el mismo día de la muerte deSir Charles? El rubor desapareció en un instante ytuve ante mí una palidez mortal. La sequedad quese apoderó de su boca le impidió pronunciar el«No» que yo vi más que oí.

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Sin duda la traiciona la memoria le res-pondí. Podría incluso citar un pasaje de su carta.Decía así: «Por favor, por favor, como es usted uncaballero, queme esta carta y esté junto al portillo alas diez en punto».

Pensé que se había desmayado, pero serecuperó gracias a un esfuerzo supremo.

¿Es que ya no quedan caballeros? jadeó.

Es usted injusta con Sir Charles, que síquemó la carta. Pero a veces una carta puede serlegible incluso después de arder. ¿Reconoce que laescribió?

Sí, lo hice exclamó, volcando el alma en untorrente de palabras. La escribí. ¿Por qué tendríaque negarlo? No hay motivo para avergonzarme deello. Quería que me ayudara. Estaba convencida deque si me entrevistaba con él conseguiría que meayudara, de manera que le pedí una cita.

Pero, ¿por qué a esa hora?

Porque acababa de enterarme duque salíapara Londres al día siguiente y quizá tardara mesesen regresar. Había motivos que me impedían llegarantes a la mansión.

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Pero, ¿por qué una cita en el jardín en lugarde una visita a la casa?

¿Cree usted que una dama puede entrarsola a esa hora en el hogar de un soltero?

Bien; ¿qué sucedió cuando llegó usted allí?No fui.

¡Señora Lyons!

No, se lo juro por lo más sagrado. No fui.Sucedió algo que me impidió acudir.

¿Qué fue lo que sucedió?

Es un asunto privado. No se lo puedo con-tar. Entonces, ¿reconoce que concertó una cita conSir Charles a la hora y en el lugar donde encontró lamuerte, pero niega que acudiera a ella?

Así es.

Seguí interrogándola para comprobar sihabía dicho la verdad, pero no logré sacar nadamás en limpio. Señora Lyons dije mientras me poníaen pie, después de terminar aquella larga entrevistatan poco satisfactoria, incurre usted en una granresponsabilidad y se coloca en una posición muyfalsa al no confesar todo lo que sabe. Si tengo que

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solicitar el auxilio de la policía, descubrirá lo grave-mente que está usted comprometida. Si es ustedinocente, ¿por qué empezó negando que hubieraescrito a Sir Charles en esa fecha?

Porque temía que se sacaran conclusioneserróneas y me viera envuelta en un escándalo.

Y, ¿por qué tenía usted tanto interés en queSir Charles destruyera la carta?

Si la ha leído sabrá el porqué.

Yo no he dicho que hubiera leído la carta.

Ha citado usted un fragmento.

He citado la postdata. Como ya he dicho, lacarta ardió y no era legible en su totalidad. Le pre-gunto una vez más por qué insistió tanto en que SirCharles destruyera esa carta.

Se trata de un asunto muy privado.

Una razón más para que evite usted una in-vestigación pública.

Se lo contaré, en ese caso. Si ha oído algoacerca de mi desgraciada historia, sabrá que hiceun matrimonio imprudente y que he tenido motivospara lamentarlo.

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Estoy enterado de eso.

Mi vida ha sido una persecución incesantepor parte de un marido al que aborrezco. La justiciaestá de su parte, y todos los días me enfrento con laposibilidad de que me fuerce a vivir con él. En elmomento en que escribí la carta a Sir Charles seme informó de que existía una posibilidad de reco-brar mi libertad si se podían atender ciertos gastos.Eso lo significaba todo para mí: tranquilidad, dicha,propia estimación..., absolutamente todo. Sabía dela generosidad de Sir Charles y pensé que si escu-chaba la historia de mis propios labios me ayudaría.

En ese caso, ¿cómo es que no acudió a lacita? Porque mientras tanto recibí ayuda de otrafuente.

¿Por qué, entonces, no escribió a Sir Char-les explicándoselo?

Lo habría hecho así si no hubiera leído lanoticia de su muerte en el periódico a la mañanasiguiente.

Su historia tenía coherencia y no conseguíque se contradijera a pesar de mis preguntas. Sólopodía comprobarla averiguando si, de hecho, en el

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momento de la tragedia o poco antes, había iniciadolos trámites para conseguir el divorcio.

No era probable que mintiera al decir queno había estado en la mansión de los Baskerville,dado que se necesitaba un cabriolé para llegar has-ta allí, y que tendría que haber regresado a CoombeTracey de madrugada, lo que hacía imposible man-tener el secreto sobre una expedición de tales ca-racterísticas. Lo más probable era, por consiguiente,que dijera la verdad o, por lo menos, parte de laverdad. Me marché desconcertado y desanimado.

Una vez más me tropezaba con la mismabarrera infranqueable que parecía interponerse enmi camino cada vez que trataba de alcanzar el obje-tivo de mi misión. Y, sin embargo, cuanto más pen-saba en el rostro de la dama y en su actitud, másseguro estaba de que ocultaba algo. ¿Por qué hab-ía palidecido tanto? ¿Por qué se resistió a recono-cer lo sucedido hasta que se vio forzada a hacerlo?¿Por qué tendría que haberse mostrado tan reser-vada en el momento de la tragedia? Con toda segu-ridad la explicación no era tan inocente como pre-tendía hacerme creer. De momento no podía avan-zar más en aquella dirección y debía regresar a losrefugios del páramo en busca de la otra pista.

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Pero se trataba de un rastro sumamentevago, como advertí en el viaje de regreso al com-probar que, una tras otra, todas las colinas conser-vaban huellas de sus antiguos pobladores. La únicaindicación de Barrymore había sido que el descono-cido vivía en uno de aquellos refugios abandona-dos, pero existían cientos de ellos a todo lo largo yancho del páramo. Contaba, sin embargo, con miexperiencia como guía, puesto que había visto aldesconocido con mis propios ojos en la cima delRisco Negro. Aquel lugar, por lo tanto, debía ser elpunto de partida de mi búsqueda. Allí iniciaría laexploración de todos los refugios hasta que dieracon el que buscaba. Si aquel individuo estaba de-ntro, sabría de sus propios labios, a punta de revól-ver si era necesario, quién era y por qué nos habíaseguido durante tanto tiempo. Quizá podía darnosesquinazo entre el gentío de Regent Street, pero leiba a resultar imposible en la soledad del páramo.Por otra parte, si encontraba el refugio y su ocupan-te no estaba dentro, me quedaría allí, por larga queresultara la espera, hasta que regresase. Holmes lohabía perdido en Londres. Sería para mí un verda-dero triunfo lograr capturarlo después del fracaso demi maestro.

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La suerte se había vuelto una y otra vezcontra nosotros en el curso de aquella investigación,pero ahora vino por fin en mi ayuda. Y el mensajerode mi buena suerte no fue otro que el señor Fran-kland que se hallaba de pie, con sus patillas grises ysu tez rojiza, junto a la puerta del jardín de su casa,que daba a la carretera por la que yo viajaba.

Buenos días, doctor Watson exclamó coninsólito buen humor; permita que sus caballos dis-fruten de un descanso y entre en casa a beber unvaso de vino y felicitarme.

Mis sentimientos hacia Frankland distabanmucho de ser amistosos después de lo que habíaoído sobre su manera de tratar a la señora Lyons,pero estaba deseoso de enviar a Perkins y la tarta-na a casa, y aquélla era una buena oportunidad.Descendí del coche y envié un mensaje a Sir Henrycomunicándole que regresaría a pie, a tiempo parala cena. Después seguí a Frankland hasta su co-medor.

Es un gran día para mí, uno de los días demi vida escritos con letras doradas exclamó, inte-rrumpiéndose varias veces para reír entre dientes.He conseguido un doble triunfo. Me proponía ense-ñar a las gentes de esta zona que la ley es la ley, y

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que aquí vive un hombre a quien no le asusta recu-rrir a ella. He establecido un derecho de paso quecruza por el centro de los jardines del viejo Middle-ton, que atraviesa la propiedad a menos de cienmetros de la puerta principal. ¿Qué me dice de eso?Vamos a enseñar a esos magnates que no se pue-de pisotear los derechos de los plebeyos, ¡y queDios los confunda! Y también he cerrado el bosquedonde iba de excursión la gente de Fernworthy.Esos infernales pueblerinos parecen creer que noexiste el derecho de propiedad y que pueden me-terse por donde les apetezca y ensuciarlo todo conpapeles y botellas. Ambos casos fallados, doctorWatson, y los dos a mi favor. No recuerdo un díaparecido desde que conseguí que condenaran a SirJohn Morland por cazar en sus propias tierras.

¿Cómo demonios consiguió usted eso?

Mírelo en la jurisprudencia, señor mío. Me-rece la pena leerlo: Frankland contra Morland, lle-gamos hasta el Tribunal Supremo. Me costó dos-cientas libras, pero conseguí que se fallara a mifavor.

¿Le reportó algún beneficio?

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Ninguno, señor mío, ninguno. Me enorgulle-ce decir que yo no tenía interés material alguno enaquella cuestión. Siempre actúo por sentido deldeber. No me cabe la menor duda, por ejemplo, deque los habitantes de Fernworthy me quemaránesta noche en efigie. La última vez que lo hicierondije a la policía que deberían impedir espectáculostan lamentables. La incompetencia de la policía delcondado es escandalosa, señor mío, y no se meproporciona la protección a la que tengo derecho.Mi pleito contra la Reina servirá para atraer la aten-ción del público sobre este asunto. Les dije quetendrían oportunidad de lamentar la manera en queme tratan y mis palabras se han hecho ya realidad.

¿Cómo así? pregunté.

El anciano hizo un gesto de complicidad.

Porque podría decirles lo que están dese-ando saber, pero nada ni nadie me persuadirá paraque ayude a esos sinvergüenzas en lo más mínimo.

Yo había estado tratando de encontrar al-guna excusa para escapar a su charla incesante,pero ahora sentí deseos de saber más. Sin embar-go había tenido suficientes pruebas de su tendenciaa llevar la contraria como para comprender que

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cualquier manifestación de vivo interés sería la me-jor manera de poner fin a las confidencias de aquelviejo excéntrico.

Algún caso de caza furtiva, imagino dije,con aire indiferente.

Ja, ja; ¡algo mucho más importante que eso,caballerete! ¿Qué me dice del preso escapado?

Me sobresalté.

¿No querrá usted decir que sabe dónde seesconde? le pregunté.

Quizá no sepa exactamente dónde se es-conde, pero estoy completamente seguro que podr-ía ayudar a la policía a echarle el guante. ¿Nuncase le ha ocurrido que la manera de atrapar a esesujeto es descubrir dónde consigue la comida yllegar después hasta él?

El señor Frankland daba toda la impresiónde hallarse incómodamente cerca de la verdad.

Sin duda dije; pero, ¿cómo sabe que estáen el páramo?

Lo sé porque he visto con mis propios ojosal mensajero que le lleva la comida.

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Se me cayó el alma a los pies pensando enBarrymore. Era un grave problema estar en manosde aquel viejo entrometido y rencoroso. Pero susiguiente observación me quitó un peso de encima.

Le sorprenderá saber que es un niño quienle lleva la comida. Lo veo todos los días gracias altelescopio que tengo en el tejado. Siempre pasa porel mismo camino a la misma hora y, ¿cuál puedeser su destino excepto el refugio del huido?

¡Una vez más la suerte me sonreía! Y sinembargo evité dar muestras de interés. ¡Un niño!Barrymore me había dicho que al desconocido loatendía un muchacho. Frankland había tropezadopor casualidad con su rastro y no con el de Selden.Si me enteraba de lo que él sabía, quizá me ahorra-ra una búsqueda larga y fatigosa. Pero la increduli-dad y la indiferencia eran sin duda mis mejores ar-mas.

En mi opinión es mucho más probable quese trate del hijo de uno de los pastores del páramo yque se limite a llevar la comida a su padre.

El menor signo de oposición bastaba paraque el viejo autócrata echara chispas por los ojos.Me miró con malevolencia y se le erizaron las pati-

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llas grises como podría hacerlo el lomo de un gatoenfurecido.

¿Así que eso es lo que usted piensa? dijo,señalando al páramo que se extendía delante denuestros ojos. ¿Ve allí el Risco Negro? Bien; ¿ve lapequeña colina de más allá en la que crece un es-pino? Es la parte más pedregosa de todo el páramo.¿Le parece probable que un pastor se sitúe en unlugar así? Su sugerencia, señor mío, es completa-mente absurda.

Le respondí mansamente que había habla-do sin conocer todos los datos. Mi docilidad leagradó y ello provocó nuevas confidencias.

Puede tener la seguridad de que siemprepiso terreno firme antes de llegar a una conclusión.He visto una y otra vez al muchacho con su hatillo.Todos los días, y en ocasiones dos veces al día, hepodido... un momento, doctor Watson. ¿Me enga-ñan los ojos, o hay en este momento algo que semueve por la falda de aquella colina?

La distancia era de varios kilómetros, perovi con claridad un puntito oscuro sobre la monotoníaverde y gris.

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¡Venga, señor mío, venga conmigo! ex-clamó Frankland, subiendo las escaleras a todaprisa. Va usted a verlo con sus propios ojos y podrájuzgar por sí mismo.

El telescopio, un instrumento formidablemontado sobre un trípode, se hallaba sobre la azo-tea de la casa. Frankland se acercó para mirar ydejó escapar un grito de satisfacción.

¡Deprisa, doctor Watson, deprisa antes deque pase al otro lado!

Allí estaba, sin la menor duda: un pilluelocon un hatillo al hombro, subiendo sin prisas por lapendiente. Cuando llegó a la cresta vi, recortada porun momento contra el frío cielo azul, la figura des-aseada y rústica. El chiquillo miró a su alrededorcon aire furtivo y cauteloso, como alguien que temeser perseguido. Luego desapareció por la laderaopuesta.

Bien, señor mío, ¿estoy en lo cierto?

Se trata sin duda de un muchacho que pa-rece tener una ocupación secreta.

Y cuál sea esa ocupación es algo que hastaun policía rural podría adivinar. Pero no seré yo

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quien les diga una sola palabra, y a usted le exijotambién que guarde el secreto, doctor Watson. ¡Niuna palabra! ¿Entendido?

Como usted desee.

Me han tratado vergonzosamente, ésa es laverdad. Cuando salgan a la luz los hechos en mipleito contra la Reina me atrevo a creer que un es-calofrío de indignación recorrerá el país. Nada meimpulsará a ayudar a la policía. Por lo que a ellos serefiere, les daría lo mismo que esos tunantes delpueblo me quemaran en persona y no en efigie. ¡Noirá a marcharse ya! ¡Tiene que ayudarme a vaciar labotella para celebrar este gran acontecimiento!

Pero desoí todas sus súplicas y logré querenunciara también a acompañarme andando acasa. Seguí carretera adelante hasta perder de vistaa Frankland y luego me lancé campo a través por elpáramo en dirección a la colina pedregosa en dondehabíamos perdido de vista al muchacho. Todo tra-bajaba en mi favor y me juré que ni por falta deenergía ni de perseverancia desperdiciaría la opor-tunidad que la fortuna había puesto a mi alcance.

Atardecía cuando alcancé la cumbre de lacolina; los largos declives que quedaban a mi es-

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palda eran de color verde oro por un lado y grisoscuro por otro. En el horizonte más lejano las for-mas fantásticas de Belliver y del Risco Vixen sobre-salían por encima de una suave neblina. No habíasonido ni movimiento alguno en toda la extensióndel páramo. Un gran pájaro gris, gaviota o zarapito,volaba muy alto en el cielo. El ave y yo parecíamoslos únicos seres vivos entre el enorme arco del cieloy el desierto a mis pies. El paisaje yermo, la sensa-ción de soledad y el misterio y la urgencia de mitarea se confabularon para helarme el corazón. Almuchacho no se le veía por ninguna parte. Pero pordebajo de mí, en una hendidura entre las colinas,los antiguos refugios de piedra formaban un círculoy en el centro había uno que conservaba el techosuficiente como para servir de protección contra lasinclemencias del tiempo. El corazón me dio un vuel-co al verlo. Aquélla tenía que ser la guarida dondese ocultaba el desconocido. Por fin iba a poner elpie en el umbral de su escondite: tenía su secreto alalcance de la mano.

Mientras me acercaba al refugio, caminandocon tantas precauciones como pudiese hacerlo Sta-pleton cuando, con el cazamariposas en ristre, seaproximara a un lepidóptero inmóvil, comprobé queaquel lugar se había utilizado sin duda alguna como

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habitación. Un sendero apenas marcado entre lasgrandes piedras conducía hasta la derruida aberturaque servía de puerta. Dentro reinaba el silencio. Eldesconocido podía estar escondido en su interior omerodear por el páramo. La sensación de aventurame produjo un agradable cosquilleo. Después detirar el cigarrillo, puse la mano sobre la culata delrevólver y, llegándome rápidamente hasta la puerta,miré dentro. El refugio estaba vacío.

Signos abundantes confirmaban, sin em-bargo, que había seguido la pista correcta. Se trata-ba del lugar donde se alojaba el desconocido. Sobrela misma losa de piedra donde el hombre neolíticohabía dormido en otro tiempo se veían varias man-tas envueltas en una tela impermeable. En la toscachimenea se acumulaban las cenizas de un fuego.A su lado descansaban algunos utensilios de cocinay un cubo lleno a medias de agua. Un montón delatas vacías ponía de manifiesto que el lugar llevabaalgún tiempo ocupado y, cuando mis ojos se habi-tuaron a la relativa oscuridad, vi en un rincón unvaso de metal y una botella mediada de algunabebida alcohólica. En el centro del refugio, una pie-dra plana hacía las veces de mesa y sobre ella sehallaba un hatillo: el mismo, sin duda, que habíavisto por el telescopio sobre el hombro del mucha-

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cho. En su interior encontré una barra de pan, unalengua en conserva y dos latas de melocotón enalmíbar. Al dejar otra vez en su sitio el hatillo des-pués de haberlo examinado, el corazón me dio unvuelco al ver que debajo había una hoja escrita.Alcé el papel y esto fue lo que leí, toscamente gara-bateado a lápiz:

«El doctor Watson ha ido a Coombe Tra-cey».

Durante un minuto permanecí allí con lahoja en la mano preguntándome cuál podía ser elsignificado de aquel escueto mensaje. El descono-cido me seguía a mí y no a Sir Henry. No me habíaseguido en persona, pero había puesto a un agenteel muchacho, tal vez tras mis huellas, y aquél era suinforme. Posiblemente yo no había dado un solopaso desde mi llegada al páramo sin ser observadoy sin que después se transmitiera la información.Siempre el sentimiento de una fuerza invisible, deuna tupida red tejida a nuestro alrededor con habili-dad y delicadeza infinitas, una red que apretaba tanpoco que sólo en algún momento supremo la vícti-ma advertía por fin que estaba enredada en susmallas.

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La existencia de aquel informe indicaba quepodía haber otros, de manera que los busqué portodo el refugio. No hallé, sin embargo, el menorrastro, ni descubrí señal alguna que me indicara lapersonalidad o las intenciones del hombre que vivíaen aquel sitio tan singular, excepto que debía detratarse de alguien de costumbres espartanas y muypoco preocupado por las comodidades de la vida. Alrecordar las intensas lluvias y contemplar el techoagujereado valoré la decisión y la resistencia nece-sarias para perseverar en alojamiento tan inhóspito.¿Se trataba de nuestro perverso enemigo o mehabía tropezado, quizá, con nuestro ángel de laguarda? Juré que no abandonaría el refugio sinsaberlo.

Fuera se estaba poniendo el sol y el occi-dente ardía en escarlata y oro. Las lejanas charcassituadas en medio de la gran ciénaga de Grimpendevolvían su reflejo en manchas doradas. Tambiénse veían las torres de la mansión de los Baskervilley más allá una remota columna de humo que indi-caba la situación de la aldea de Grimpen. Entre lasdos, detrás de la colina, se hallaba la casa de losStapleton. Bañado por la dorada luz del atardecertodo parecía dulce, suave y pacífico y, sin embargo,mientras contemplaba el paisaje mi alma no com-

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partía en absoluto la paz de la naturaleza, sino quese estremecía ante la imprecisión y el terror deaquel encuentro, más próximo a cada instante quepasaba. Con los nervios en tensión pero más deci-dido que nunca, me senté en un rincón del refugio yesperé con sombría paciencia la llegada de su ocu-pante.

Finalmente le oí. Desde lejos me llegó elruido seco de una bota que golpeaba la piedra.Luego otro y otro, cada vez más cerca. Me acurru-qué en mi rincón y amartillé el revólver en el bolsillo,decidido a no revelar mi presencia hasta ver al me-nos qué aspecto tenía el desconocido. Se produjouna pausa larga, lo que quería decir que mi hombrese había detenido. Luego, una vez más, los pasosse aproximaron y una sombra se proyectó sobre laentrada del refugio.

Un atardecer maravilloso, mi querido Wat-son dijo una voz que conocía muy bien. Créame sile digo que estará usted más cómodo en el exteriorque ahí dentro.

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12. Muerte en el páramo

Durante unos instantes contuve la respira-ción, apenas capaz de dar crédito a mis oídos. Lue-go recobré los sentidos y la voz, al mismo tiempoque, como por ensalmo, el peso de una abrumadoraresponsabilidad pareció desaparecer de mis hom-bros. Aquella voz fría, incisiva, irónica, sólo podíapertenecer a una persona en todo el mundo.

¡Holmes! exclamé. ¡Holmes!

Salga dijo y, por favor, tenga cuidado con elrevólver.

Me agaché bajo el tosco dintel y allí estaba,sentado sobre una piedra en el exterior del refugio,los ojos grises llenos de regocijo mientras captabanel asombro que reflejaban mis facciones. Mi amigoestaba muy flaco y fatigado, pero tranquilo y alerta,el afilado rostro tostado por el sol y curtido por elviento. Con el traje de tweed y la gorra de pañoparecía uno de los turistas que visitan el páramo y,gracias al amor casi felino por la limpieza personalque era una de sus características, había logradoque sus mejillas estuvieran tan bien afeitadas y suropa blanca tan inmaculada como si siguiera vivien-do en Baker Street.

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Nunca me he sentido tan contento de ver anadie en toda mi vida dije mientras le estrechaba lamano con todas mis fuerzas.

Ni tampoco más asombrado, ¿no es cierto?

Así es, tengo que confesarlo.

No ha sido usted el único sorprendido, se loaseguro. Hasta llegar a veinte pasos de la puerta notenía ni idea de que hubiera descubierto mi retiroprovisional y menos aún de que estuviera dentro.

¿Mis huellas, supongo?

No, Watson; me temo que no estoy en con-diciones de reconocer sus huellas entre todas lasdemás. Si se propone usted de verdad sorprender-me, tendrá que cambiar de estanquero, porquecuando veo una colilla en la que se lee Bradley,Oxford Street, sé que mi amigo Watson se encuen-tra por los alrededores. Puede usted verla ahí, juntoal sendero. Sin duda alguna se deshizo del cigarrilloen el momento crucial en que se abalanzó sobre elrefugio vacío.

Exacto.

Eso pensé y, conociendo su admirable te-nacidad, tenía la certeza de que estaba emboscado,

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con un arma al alcance de la mano, en espera deque regresara el ocupante del refugio. ¿De maneraque creyó usted que era yo el criminal?

No sabía quién se ocultaba aquí, pero esta-ba decidido a averiguarlo.

¡Excelente, Watson! Y, ¿cómo me ha locali-zado? ¿Me vio quizá la noche en que Sir Henry yusted persiguieron al preso, cuando cometí la im-prudencia de permitir que la luna se alzara pordetrás de mí?

Sí; le vi en aquella ocasión.

Y, sin duda, ¿ha registrado usted todos losrefugios hasta llegar a éste?

No; alguien ha advertido los movimientosdel muchacho que le trae la comida y eso me haservido de guía para la búsqueda.

Sin duda el anciano caballero con el teles-copio. No conseguí entender de qué se trataba laprimera vez que vi el reflejo del sol sobre la lente selevantó y miró dentro del refugio. Vaya, veo queCartwright me ha traído algunas provisiones. ¿Quédice el papel? De manera que ha estado usted enCoombe Tracey, ¿no es eso?

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Sí.

¿Para ver a la señora Laura Lyons?

Así es.

¡Bien hecho! Nuestras investigaciones hanavanzado en líneas paralelas y cuando sumemoslos resultados espero obtener una idea bastantecompleta del caso.

Bueno; yo me alegro en el alma de haberloencontrado, porque a decir verdad la responsabili-dad y el misterio estaban llegando a ser demasiadopara mí. Pero, por el amor del cielo, ¿cómo es queha venido usted aquí y qué es lo que ha estadohaciendo? Creía que seguía en Baker Street, traba-jando en ese caso de chantaje.

Eso era lo que yo quería que pensara.

¡Entonces me utiliza pero no tiene confianzaen mí! exclamé con cierta amargura. Creía habermerecido que me tratara usted mejor, Holmes.

Mi querido amigo, en ésta, como en otrasmuchas ocasiones, su ayuda me ha resultado ines-timable y le ruego que me perdone si doy la impre-sión de haberle jugado una mala pasada. A decirverdad, lo he hecho en parte pensando en usted,

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porque lo que me empujó a venir y a examinar lasituación en persona fue darme cuenta con todaclaridad del peligro que corría. Si los hubiera acom-pañado a Sir Henry y a usted, mi punto de vistacoincidiría por completo con el suyo, y mi presenciahabría puesto sobre aviso a nuestros formidablesantagonistas. De este otro modo me ha sido posiblemoverme como no habría podido hacerlo de vivir enla mansión, por lo que sigo siendo un factor desco-nocido en este asunto, listo para intervenir con efi-cacia en un momento crítico.

Pero, ¿por qué mantenerme a oscuras?

Que usted estuviera informado no nos habr-ía servido de nada y podría haber descubierto mipresencia. Habría usted querido contarme algo o,llevado de su amabilidad, habría querido traermeesto o aquello para que estuviera más cómodo y deesa manera habríamos corrido riesgos innecesarios.Traje conmigo a Cartwright (sin duda recuerda us-ted al muchachito de la oficina de recaderos) que haestado atendiendo a mis escasas necesidades: unabarra de pan y un cuello limpio. ¿Para qué más?También me ha prestado un par de ojos suplemen-tarios sobre unas piernas muy activas y ambas co-sas me han sido inapreciables.

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¡En ese caso mis informes no le han servidode nada! me tembló la voz y recordé las penalida-des y el orgullo con que los había redactado.

Holmes se sacó unos papeles del bolsillo.

Aquí están sus informes, mi querido amigo,que he estudiado muy a fondo, se lo aseguro. Hearreglado muy bien las cosas y sólo me llegabancon un día de retraso. Tengo que felicitarle por elcelo y la inteligencia de que ha hecho usted gala enun caso extraordinariamente dificil.

Todavía estaba bastante dolorido por el en-gaño de que había sido objeto, pero el calor de loselogios de Holmes me ablandó y además com-prendí que tenía razón y que en realidad era mejorpara nuestros fines que no me hubiera informado desu presencia en el páramo.

Eso ya está mejor dijo Holmes, al ver cómodesaparecía la sombra de mi rostro. Y ahora cuén-teme el resultado de su visita a la señora LauraLyons; no me ha sido difícil adivinar que había idousted a verla porque ya sabía que es la única per-sona de Coombe Tracey que podía sernos útil eneste asunto. De hecho, si usted no hubiera ido hoy,es muy probable que mañana lo hubiera hecho yo.

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El sol se había ocultado y la oscuridad seextendía por el páramo. El aire era frío y entramosen el refugio para calentamos. Allí, sentados en lapenumbra, le conté a Holmes mi conversación conla dama. Se interesó tanto por mi relato que tuveque repetirle algunos fragmentos antes de que sediera por satisfecho.

Todo eso es de gran importancia en esteasunto tan complicado dijo cuando terminé, porquecolma una laguna que yo había sido incapaz dellenar. Quizá está usted al corriente del trato íntimoque esa dama mantiene con Stapleton.

Lo ignoraba por completo.

No existe duda alguna al respecto. Se ven,se escriben, hay un entendimiento total entre am-bos. Y esto coloca en nuestras manos un arma muypoderosa. Si pudiéramos utilizarla para separar a sumujer...

¿Su mujer?

Déjeme que le dé alguna información acambio de toda la que usted me ha proporcionado.La dama que se hace pasar por la señorita Staple-ton es en realidad esposa del naturalista.

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¡Cielo santo, Holmes! ¿Está usted segurode lo que dice? ¿Cómo ha permitido ese hombreque Sir Henry se enamore de ella?

El enamoramiento de Sir Henry sólo puedeperjudicar al mismo baronet. Stapleton ha tenidobuen cuidado de que Sir Henry no haga el amor asu mujer, como usted ha tenido ocasión de compro-bar. Le repito que la dama de que hablamos es suesposa y no su hermana.

Pero, ¿cuál es la razón de un engaño tancomplicado? Prever que le resultaría mucho más útilpresentarla como soltera.

Todas mis dudas silenciadas y mis vagassospechas tomaron repentinamente forma con-centrándose en el naturalista, en aquel hombreimpasible, incoloro, con su sombrero de paja y sucazamariposas. Me pareció descubrir algo terrible:un ser de paciencia y habilidad infinitas, de rostrosonriente y corazón asesino.

¿Es él, entonces, nuestro enemigo? ¿Es élquien nos siguió en Londres?

Así es como yo leo el enigma.

Y el aviso..., ¡tiene que haber venido de ella!

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Exacto.

En medio de la oscuridad que me había ro-deado durante tanto tiempo empezaba a perfilarseel contorno de una monstruosa villanía, mitad vista,mitad adivinada.

Pero, ¿está usted seguro de eso, Holmes?¿Cómo sabe que esa mujer es su esposa?

Porque el día que usted lo conoció cometióla torpeza de contarle un fragmento auténtico de suautobiografía, torpeza que, me atrevería a afirmar,ha lamentado muchas veces desde entonces. Escierto que fue en otro tiempo profesor en el norte deInglaterra. Ahora bien, no hay nada tan fácil de ras-trear como un profesor. Existen agencias académi-cas que permiten identificar a cualquier persona quehaya ejercido la docencia. Una pequeña investiga-ción me permitió descubrir cómo un colegio se hab-ía venido abajo en circunstancias atroces, y cómosu propietario (el apellido era entonces diferente)había desaparecido junto con su esposa. La des-cripción coincidía. Cuando supe que el desapareci-do se dedicaba a la entomología, no me quedó nin-guna duda.

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La oscuridad se aclaraba, pero aún queda-ban muchas cosas ocultas por las sombras.

Si esa mujer es de verdad su esposa, ¿quépapel corresponde a la señora Lyons en todo esto?pregunté. Ese es uno de los puntos sobre los quehan arrojado luz sus investigaciones. Su entrevistacon ella ha aclarado mucho la situación. Yo no teníanoticia del proyecto de divorcio. En ese caso, y cre-yendo que Stapleton era soltero, la señora Lyonspensaba sin duda convertirse en su esposa.

Y, ¿cuando sepa la verdad?

Llegado el momento podrá sernos útil.Quizá nuestra primera tarea sea verla mañana, losdos juntos. ¿No le parece, Watson, que lleva dema-siado tiempo lejos de la persona que le ha sido con-fiada? En este momento debería estar usted en lamansión de los Baskerville.

En el occidente habían desaparecido losúltimos jirones rojos y la noche se había adueñadodel páramo. Unas cuantas estrellas brillaban débil-mente en el cielo color violeta.

Una última pregunta, Holmes dije, mientrasme ponía en pie. Sin duda no hay ninguna necesi-

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dad de secreto entre usted y yo. ¿Qué sentido tienetodo esto? ¿Qué es lo que se propone Stapleton?

Mi amigo bajó la voz al responder:

Se trata de asesinato, Watson; de asesinatorefinado, a sangre fría, lleno de premeditación. Nome pida detalles. Mis redes se están cerrando entorno suyo como las de Stapleton tienen casi apre-sado a Sir Henry, pero con la ayuda que usted meha prestado, Watson, lo tengo casi a mi merced.Tan sólo nos amenaza un peligro: la posibilidad deque golpee antes de que estemos preparados. Undía más, dos como mucho, y el caso estará resuel-to, pero hasta entonces ha de proteger usted alhombre que tiene a su cargo con la misma dedica-ción con que una madre amante cuida de su hijitoenfermo. Su expedición de hoy ha quedado plena-mente justificada y, sin embargo, casi desearía queno hubiera dejado solo a Sir Henry. ¡Escuche!

Un alarido terrible, un grito prolongado dehorror y de angustia había brotado del silencio delpáramo. Aquel sonido espantoso me heló la sangreen las venas.

¡Dios mío! dije con voz entrecortada. ¿Quéha sido eso? ¿Qué es lo que significa?

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Holmes se había puesto en pie de un salto ysu silueta atlética se recortó en la puerta del refugio,los hombros inclinados, la cabeza adelantada, es-cudriñando la oscuridad.

¡Silencio! susurró. ¡Silencio!

El grito nos había llegado con claridad debi-do a su vehemencia, pero procedía de un lugarlejano de la llanura en tinieblas. De nuevo estalló ennuestros oídos, más cercano, más intenso, másperentorio que antes.

¿De dónde viene? susurró Holmes; y supe,por el temblor de su voz, que también él, el hombrede hierro, se había estremecido hasta lo más hon-do. ¿De dónde viene, Watson?

De allí, me parece dije señalando hacia laoscuridad.

¡No, de allí!

De nuevo el grito de angustia se extendiópor el silencio de la noche, más intenso y más cer-cano que nunca. Y un nuevo ruido mezclado con él,un fragor hondo y contenido, musical y sin embargoamenazador, que se alzaba y descendía como elmurmullo constante y profundo del mar.

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¡El sabueso! exclamó Holmes. ¡Vamos,Watson, vamos! ¡No quiera Dios que lleguemostarde!

Mi amigo corría ya por el páramo a gran ve-locidad y yo le seguí inmediatamente. Pero ahorasurgió, de algún lugar entre las anfractuosidades delterreno que se hallaba inmediatamente frente anosotros, un último alarido de desesperación y lue-go un ruido sordo producido por algo pesado. Nosdetuvimos y escuchamos. Ningún nuevo sonidoquebró el denso silencio de la noche sin viento.

Vi que Holmes se llevaba la mano a la fren-te, como un hombre que ha perdido el dominio so-bre sí mismo, y que golpeaba el suelo con el pie.

Nos ha vencido, Watson. Hemos llegadodemasiado tarde.

No, no, ¡es imposible!

Mi estupidez por no atacar antes. Y usted,Watson, ¡vea lo que sucede por dejar solo a SirHenry! Pero, el cielo me es testigo, ¡si ha sucedidolo peor, lo vengaremos!

Corrimos a ciegas en la oscuridad, trope-zando contra las rocas, abriéndonos camino entre

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matas de aulaga, jadeando colinas arriba y preci-pitándonos pendientes abajo, siempre en la direc-ción de donde nos habían llegado aquellos gritosespantosos. En todas las elevaciones Holmes mira-ba atentamente a su alrededor, pero las sombras seespesaban sobre el páramo y no había el menormovimiento en su monótona superficie.

¿Ve usted algo?

Nada.

¡Escuche! ¿Qué es eso?

Un débil gemido había llegado hasta nues-tros oídos. ¡Y luego una vez más a nuestra izquier-da! Por aquel lado una hilera de rocas terminaba enun farallón cortado a pico. Abajo, sobre las piedras,divisamos un objeto oscuro, de forma irregular. Alacercarnos corriendo la silueta imprecisa adquiriócontornos definidos. Era un hombre caído bocaabajo, con la cabeza doblada bajo el cuerpo en unángulo horrible, los hombros curvados y el cuerpoencogido como si se dispusiera a dar una vuelta decampana. La postura era tan grotesca que tardéunos momentos en comprender que había muerto alexhalar aquel último gemido. Porque ya no nos lle-gaba ni un susurro, ni el más pequeño movimiento,

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de la figura en sombra sobre la que nos inclinába-mos. Holmes lo tocó y enseguida retiró la mano conuna exclamación de horror. El resplandor de unfósforo permitió ver que se había manchado losdedos de sangre, así como el espantoso charco quecrecía lentamente y que brotaba del cráneo aplas-tado de la víctima. Y algo más que nos llenó dedesesperación y de desánimo: ¡se trataba del cuer-po de Sir Henry Baskerville!

Era imposible que ninguno de los dos olvi-dara aquel peculiar traje rojizo de tweed: el mismoque llevaba la mañana que se presentó en BakerStreet. Lo vimos un momento con claridad y ense-guida el fósforo parpadeó y se apagó, de la mismamanera qué la esperanza había abandonado nues-tras almas. Holmes gimió y su rostro adquirió untenue resplandor blanco a pesar de la oscuridad.

¡Fiera asesina! exclamé, apretando los pu-ños. ¡Ah, Holmes, nunca me perdonaré haberloabandonado a su destino!

Yo soy más culpable que usted, Watson.Con el fin de dejar el caso bien rematado y comple-to, he permitido que mi cliente perdiera la vida. Es elpeor golpe que he recibido en mi carrera. Pero,¿cómo iba yo a saber, cómo podía saber, que fuese

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a arriesgar la vida a solas en el páramo, a pesar detodas mis advertencias?

¡Pensar que hemos oído sus alaridos, y quéalaridos, Dios mío, sin ser capaces de salvarlo!¿Dónde está ese horrendo sabueso que lo ha lleva-do a la muerte? Quizá se esconda detrás de aque-llas rocas en este instante. Y Stapleton, ¿dóndeestá Stapleton? Tendrá que responder por estecrimen.

Lo hará. Me encargaré de ello. Tío y sobrinohan sido asesinados: el primero muerto de miedo alver a la bestia que él creía sobrenatural y el segun-do empujado a la destrucción en su huida desespe-rada para escapar de ella. Pero ahora tenemos quedemostrar la conexión entre el hombre y el animal.Si no fuera por el testimonio de nuestros oídos, nisiquiera podríamos jurar que existe el sabueso,dado que Sir Henry ha muerto a consecuencia de lacaída. Pero pongo al cielo por testigo de que a pe-sar de toda su astucia, ¡ese individuo estará en mipoder antes de veinticuatro horas!

Nos quedamos inmóviles con el corazónlleno de amargura a ambos lados del cuerpo des-trozado, abrumados por aquel repentino e irrepara-ble desastre que había puesto tan lamentable fin a

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nuestros largos y fatigosos esfuerzos. Luego, mien-tras salía la luna, trepamos a las rocas desde cuyacima había caído nuestro pobre amigo y contem-plamos el páramo en sombras, mitad plata y mitadoscuridad. Muy lejos, a kilómetros de distancia en ladirección de Grimpen, brillaba constante una luzamarilla. Únicamente podía venir de la casa solitariade los Stapleton. Mientras la miraba agité el puño ydejé escapar una amarga maldición.

¿Por qué no lo detenemos ahora mismo?

Nuestro caso no está terminado. Ese indivi-duo es extraordinariamente cauteloso y astuto. Nocuenta lo que sabemos sino lo que podemos probar.Un solo movimiento en falso y quizá se nos escapeaún ese bellaco.

¿Qué podemos hacer?

Mañana no nos faltarán ocupaciones. Estanoche sólo nos queda rendir un último tributo anuestro pobre amigo. Juntos descendimos de nuevola escarpada pendiente y nos acercamos al cadá-ver, que se recortaba como una mancha negra so-bre las piedras plateadas. La angustia que revela-ban aquellos miembros dislocados me provocó un

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espasmo de dolor y las lágrimas me enturbiaron losojos.

¡Hemos de pedir ayuda, Holmes! No es po-sible llevarlo desde aquí hasta la mansión. ¡Cielosanto! ¿Se ha vuelto loco?

Mi amigo había lanzado una exclamación altiempo que se inclinaba sobre el cuerpo. Y ahorabailaba y reía y me estrechaba la mano. ¿Era aquélel Sherlock Holmes severo y reservado que yo co-nocía? ¡Cuánto fuego escondido!

¡Una barba! ¡Una barba! ¡El muerto tienebarba!

¿Barba?

No es el baronet..., es..., ¡mi vecino, el pre-so fugado! Con febril precipitación dimos la vuelta alcadáver, y la barba goteante apuntaba a la luna,clara y fría. No había la menor duda sobre los abul-tados arcos supraorbitales y los hundidos ojos deaspecto bestial. Se trataba del mismo rostro que mehabía mirado con cólera a la luz de la vela por en-cima de la roca: el rostro de Selden, el criminal.

Luego, en un instante, lo entendí todo. Re-cordé que el baronet había regalado a Barrymore

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sus viejas prendas de vestir. El mayordomo se lashabía traspasado a Selden para facilitarle la huida.Botas, camisa, gorra: todo era de Sir Henry. La tra-gedia seguía siendo espantosa, pero, al menos deacuerdo con las leyes de su país, aquel hombrehabía merecido la muerte. Con el corazón rebosan-te de agradecimiento y de alegría expliqué a Hol-mes lo que había sucedido.

De modo que ese pobre desgraciado hamuerto por llevar la ropa del baronet dijo mi amigo.Al sabueso se le ha entrenado mediante algunaprenda de Sir Henry (la bota que le desapareció enel hotel, con toda probabilidad) y por eso ha acorra-lado a este hombre. Hay, sin embargo, una cosamuy extraña: dada la oscuridad de la noche, ¿cómollegó Selden a saber que el sabueso seguía su ras-tro?

Lo oyó.

Oír a un sabueso en el páramo no habríaasustado a un hombre como él hasta el punto deexponerse a una nueva captura a causa de susfrenéticos alaridos pidiendo ayuda. Si nos guiamospor sus gritos, aún corrió mucho tiempo después desaber que el animal lo perseguía. ¿Cómo lo supo?

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Para mí es un misterio todavía mayor porqué ese sabueso, suponiendo que todas nuestrasconjeturas sean correctas...

Yo no supongo nada.

Bien, pero ¿por qué tendría que estar sueltoese animal precisamente esta noche? Imagino queno siempre anda libre por el páramo. Stapleton no lohabría dejado salir sin buenas razones para pensarque iba a encontrarse con Sir Henry.

Mi dificultad es la más ardua de las dos,porque creo que muy pronto encontraremos unaexplicación para la suya, mientras que la mía quizásiga siendo siempre un misterio. Ahora el problemaes, ¿qué vamos a hacer con el cuerpo de este po-bre desgraciado? No podemos dejarlo aquí a mer-ced de los zorros y de los cuervos.

Sugiero que lo metamos en uno de los refu-gios hasta que podamos informar a la policía.

De acuerdo. Estoy seguro de que podremostrasladarlo entre los dos. ¡Caramba, Watson! ¿Quées lo que veo? Nuestro hombre en persona.¡Fantástico! ¡No cabe mayor audacia! Ni una pala-bra que revele lo que sabemos; ni una palabra, omis planes se vienen abajo.

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Una figura se acercaba por el páramo,acompañada del débil resplandor rojo de un cigarropuro. La luna brillaba en lo alto del cielo y me fueposible distinguir el aspecto atildado y el caminardesenvuelto del naturalista. Stapleton se detuvo alvernos, pero sólo unos instantes.

Vaya, doctor Watson; me cuesta trabajocreer que sea usted, la última persona que hubieraesperado encontrar en el páramo a estas horas dela noche. Pero, Dios mío, ¿qué es esto? ¿Alguienherido? ¡No! ¡No me diga que se trata de nuestroamigo Sir Henry!

Pasó precipitadamente a mi lado para aga-charse junto al muerto. Le oí hacer una brusca ins-piración y el cigarro se le cayó de la mano.

¿Quién..., quién es este individuo? tartamu-deó. Es Selden, el preso fugado de Princetown.

Al volverse hacia nosotros la expresión deStapleton era espantosa, pero, con un supremoesfuerzo, logró superar su asombro y su decepción.Luego nos miró inquisitivamente a los dos.

¡Cielo santo! ¡Qué cosa tan espantosa!¿Cómo ha muerto?

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Parece haberse roto al cuello al caer desdeaquellas rocas. Mi amigo y yo paseábamos por elpáramo cuando oímos un grito.

Yo también oí un grito. Eso fue lo que mehizo salir. Estaba intranquilo a causa de Sir Henry.

¿Por qué acerca de Sir Henry en particular?no pude por menos de preguntar.

Porque le había propuesto que viniera a micasa. Me sorprendió que no se presentara y, comoes lógico, me alarmé al oír gritos en el páramo. Porcierto sus ojos escudriñaron de nuevo mi rostro y elde Holmes, ¿han oído alguna otra cosa además deun grito?

No dijo Holmes, ¿y usted?

Tampoco.

Entonces, ¿a qué se refiere?

Bueno, ya conoce las historias de los cam-pesinos acerca de un sabueso fantasmal. Segúncuentan se le oye de noche en el páramo. Me pre-guntaba si en esta ocasión habría alguna prueba deun sonido así.

No hemos oído nadadije.

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Y, ¿cuál es su teoría sobre la muerte de es-te pobre desgraciado?

No me cabe la menor duda de que la ansie-dad y las inclemencias del tiempo le han hechoperder la cabeza. Ha echado a correr por el páramoenloquecido y ha terminado por caerse desde ahí yromperse el cuello.

Parece la teoría más razonable dijo Staple-ton, acompañando sus palabras con un suspiro quea mí me pareció de alivio. ¿Cuál es su opinión, se-ñor Holmes?

Mi amigo hizo una inclinación de cabeza amanera de cumplido.

Identifica usted muy pronto a las personasdijo.

Le hemos estado esperando desde quellegó el doctor Watson. Ha venido usted a tiempo depresenciar una tragedia.

Así es, efectivamente. No tengo la menorduda de. que la explicación de mi amigo se ajustaplenamente a los hechos. Mañana volveré a Lon-dres con un desagradable recuerdo.

¿Regresa usted mañana?

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Ésa es mi intención.

Espero que su visita haya arrojado algunaluz sobre estos acontecimientos que tanto nos handesconcertado. Holmes se encogió de hombros.

No siempre se consigue el éxito deseado.Un investigador necesita hechos, no leyendas nirumores. No ha sido un caso satisfactorio.

Mi amigo hablaba con su aire más sincero ydespreocupado. Stapleton seguía mirándolo congran fijeza. Luego se volvió hacia mí.

Les sugeriría que trasladásemos a este po-bre infeliz a mi casa, pero mi hermana se asustaríatanto que no me parece que esté justificado. Creoque si le cubrimos el rostro estará seguro hastamañana.

Así lo hicimos. Después de rechazar la hos-pitalidad que Stapleton nos ofrecía, Holmes y yonos dirigimos hacia la mansión de los Baskerville,dejando que el naturalista regresara solo a su casa.Al volver la vista vimos cómo se alejaba lentamentepor el ancho páramo y, detrás de él, la mancha ne-gra sobre la pendiente plateada que mostraba elsitio donde yacía el hombre que había tenido tanhorrible fin.

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¡Ya era hora de que nos viéramos las caras!dijo Holmes mientras caminábamos juntos por elpáramo. ¡Qué gran dominio de sí mismo! Extraordi-naria su recuperación después del terrible golpe quele ha supuesto descubrir cuál había sido la verdade-ra víctima de su intriga. Ya se lo dije en Londres,Watson, y se lo repito ahora: nunca hemos encon-trado otro enemigo más digno de nuestro acero.

Siento que le haya visto, Holmes.

Al principio también lo he sentido yo. Perono se podía evitar.

¿Qué efecto cree que tendrá sobre sus pla-nes?

Puede hacerle más cauteloso o empujarlo adecisiones desesperadas. Como la mayor parte delos criminales inteligentes, quizá confíe demasiadoen su ingenio y se imagine que nos ha engañadopor completo.

¿Por qué no lo detenemos inmediatamente?

Mi querido Watson, no hay duda de que na-ció usted para hombre de acción. Su instinto le llevasiempre a hacer algo enérgico. Pero supongamos,como simple hipótesis, que hacemos que lo deten-

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gan esta noche, ¿qué es lo que sacaríamos en lim-pio? No podemos probar nada contra él. ¡En esoestriba su astucia diabólica! Si actuara por medio deun agente humano podríamos obtener alguna prue-ba, pero aunque lográramos sacar a ese enormeperro a la luz del día, seguiríamos sin poder colocara su amo una cuerda alrededor del cuello.

Estoy seguro de que disponemos de prue-bas suficientes.

Ni muchísimo menos: tan sólo de suposi-ciones y conjeturas. Seríamos el hazmerreír de untribunal si nos presentáramos con semejante histo-ria y con semejantes pruebas.

Está la muerte de Sir Charles.

No se encontró en su cuerpo la menor señalde violencia. Usted y yo sabemos que murió demiedo y sabemos también qué fue lo que le asustó,pero, ¿cómo vamos a conseguir que doce juradosimpasibles también lo crean? ¿Qué señales hay deun sabueso? ¿Dónde están las huellas de sus col-millos? Sabemos, por supuesto, que un sabueso nomuerde un cadáver y que Sir Charles estaba muertoantes de que el animal lo alcanzara. Pero todo eso

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tenemos que probarlo y no estamos en condicionesde hacerlo.

¿Y qué me dice de lo que ha sucedido estanoche?

No salimos mucho mejor parados. Una vezmás no existe conexión directa entre el sabueso y lamuerte de Selden. No hemos visto al animal enningún momento. Lo hemos oído, es cierto; pero nopodemos probar que siguiera el rastro del preso. Nohay que olvidar, además, la total ausencia de moti-vo. No, mi querido Watson; hemos de reconocerque en el momento actual carecemos de las prue-bas necesarias y también que merece la pena co-rrer cualquier riesgo con tal de conseguirlas.

Y, ¿cómo se propone usted lograrlas?

Espero mucho de la ayuda que nos prestela señora Laura Lyons cuando sepa exactamentecómo están las cosas. Y cuento además con mipropio plan. No hay que preocuparse del mañana,porque a cada día le basta su malicia 1, pero nopierdo la esperanza de que antes de veinticuatrohoras hayamos ganado la batalla.

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No logré que me dijera nada más y hastaque llegamos a las puertas de la mansión de losBaskerville siguió perdido en sus pensamientos.

¿Va usted a entrar?

Sí; no veo razón alguna para seguir escon-diéndome.

1. Alusión a San Mateo 6,34.

Pero antes una última advertencia, Watson.Ni una palabra del sabueso a Sir Henry. Para élSelden ha muerto como Stapleton quisiera quecreyéramos. Se enfrentará con más tranquilidad a ladura prueba que le espera mañana, puesto que seha comprometido, si recuerdo correctamente suinforme, a cenar con esas personas.

Yo debo acompañarlo.

Tendrá que disculparse, porque Sir Henryha de ir solo. Eso lo arreglaremos sin dificultad. Yahora creo que los dos necesitaremos un tentempiéen el caso de que lleguemos demasiado tarde parala cena.

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13. Preparando las redes

Más que sorprenderse, Sir Henry se alegróde ver a Sherlock Holmes, porque esperaba, desdevarios días atrás, que los recientes acontecimientoslo trajeran de Londres. Alzó sin embargo las cejascuando descubrió que mi amigo llegaba sin equipajey no hacía el menor esfuerzo por explicar su falta.Entre el baronet y yo muy pronto proporcionamos aHolmes lo que necesitaba y luego, durante nuestrotardío tentempié, explicamos al baronet todo aquelloque parecía deseable que supiera. Pero antes mecorrespondió la desagradable tarea de comunicar aBarrymore y a su esposa la noticia de la muerte deSelden. Para el mayordomo quizá fuera un verdade-ro alivio, pero su mujer lloró amargamente, cubrién-dose el rostro con el delantal. Para el resto delmundo Selden era el símbolo de la violencia, mitadanimal, mitad demonio; pero para su hermana ma-yor seguía siendo el niñito caprichoso de su adoles-cencia, el pequeño que se aferraba a su mano. Muyperverso ha de ser sin duda el hombre que no tengauna mujer que llore su muerte.

No he hecho otra cosa que sentirme abatidodesde que Watson se marchó por la mañana dijo elbaronet. Imagino que se me debe reconocer el méri-

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to, porque he cumplido mi promesa. Si no hubierajurado que no saldría solo, podría haber pasado unavelada más entretenida, porque Stapleton me envióun recado para que fuese a visitarlo.

No tengo la menor duda de que habría pa-sado una velada más animada dijo Holmes consequedad. Por cierto, no sé si se da cuenta de quedurante algún tiempo hemos lamentado su muerte,convencidos de que tenía el cuello roto.

Sir Henry abrió mucho los ojos.

¿Cómo es eso?

Ese pobre infeliz llevaba puesta su ropadesechada. Temo que el criado que se la dio tengadificultades con la policía.

No es probable. Esas prendas carecían demarcas, si no recuerdo mal.

Es una suerte para él..., de hecho es unasuerte para todos ustedes, ya que todos han trans-gredido la ley. Me pregunto si, en mi calidad dedetective concienzudo, no me correspondería arres-tar a todos los habitantes de la casa. Los informesde Watson son unos documentos sumamente com-prometedores.

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Pero, dígame, ¿cómo va el caso? preguntóel baronet. ¿Ha encontrado usted algún cabo quepermita desenredar este embrollo? Creo que niWatson ni yo sabemos ahora mucho más de lo quesabíamos al llegar de Londres.

Me parece que dentro de poco estaré encondiciones de aclararle en gran medida la situa-ción. Ha sido un asunto extraordinariamente difícil ycomplicado. Quedan varios puntos sobre los queaún necesitamos nuevas luces, pero llevaremos elcaso a buen término de todos modos.

Como sin duda Watson le habrá contado ya,hemos tenido una extraña experiencia. Oímos alsabueso en el páramo, por lo que estoy dispuesto ajurar que no todo es superstición vacía. Tuve algunarelación con perros cuando viví en el Oeste ameri-cano y reconozco sus voces cuando las oigo. Si esusted capaz de poner a ése un bozal y de atarlo conuna cadena, estaré dispuesto a afirmar que es elmejor detective de todos los tiempos.

No abrigo la menor duda de que le pondréel bozal y la cadena si usted me ayuda.

Haré todo lo que me diga.

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De acuerdo, pero le voy a pedir además queme obedezca a ciegas, sin preguntar las razones.

Como usted quiera.

Si lo hace, creo que son muchas las proba-bilidades de que resolvamos muy pronto nuestropequeño problema. No tengo la menor duda...

Holmes se interrumpió de pronto y miró fi-jamente al aire por encima de mi cabeza. La luz dela lámpara le daba en la caray estaba tan embebidoy tan inmóvil que su rostro podría haber sido el deuna estatua clásica, una personificación de la vigi-lancia y de la expectación.

¿Qué sucede? exclamamos Sir Henry y yo.Comprendí inmediatamente cuando bajó la vistaque estaba reprimiendo una emoción intensa. Susfacciones mantenían el sosiego, pero le brillaban losojos, jubilosos y divertidos.

Perdonen la admiración de un experto dijoseñalando con un gesto de la mano la colección deretratos que decoraba la pared frontera. Watsonniega que yo tenga conocimientos de arte, pero noson más que celos, porque nuestras opiniones so-bre esa materia difieren. A decir verdad, posee us-ted una excelente colección de retratos.

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Vaya, me agrada oírselo decir replicó SirHenry, mirando a mi amigo con algo de sorpresa.No pretendo saber mucho de esas cosas y soy me-jor juez de caballos o de toros que de cuadros. Eignoraba que encontrara usted tiempo para cosasasí.

Sé lo que es bueno cuando lo veo y ahoralo estoy viendo. Me atrevería a jurar que la damavestida de seda azul es obra de Kneller y el caballe-ro fornido de la peluca, de Reynolds. Imagino quese trata de retratos de familia.

Absolutamente todos.

¿Sabe quiénes son?

Barrymore me ha estado dando clases par-ticulares y creo que ya me encuentro en condicio-nes de pasar con éxito el examen.

¿Quién es el caballero del telescopio?

El contraalmirante Baskerville, que estuvo alas órdenes de Rodney en las Antillas. El de la ca-saca azul y el rollo de documentos es Sir WilliamBaskerville, presidente de los comités de la Cámarade los Comunes en tiempos de Pitt.

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¿Y el que está frente a mí, el partidario deCarlos I con el terciopelo negro y los encajes?

Ah; tiene usted todo el derecho a estar in-formado, porque es la causa de nuestros proble-mas. Se trata del malvado Hugo, que puso en mo-vimiento al sabueso de los Baskerville. No es pro-bable que nos olvidemos de él.

Contemplé el retrato con interés y ciertasorpresa.

¡Caramba! dijo Holmes, parece un hombretranquilo y de buenas costumbres, pero me atrevo adecir que había en sus ojos un demonio escondido.Me lo había imaginado como una persona más ro-busta y de aire más rufianesco.

No hay la menor duda sobre su autentici-dad, porque por detrás del lienzo se indican el nom-bre y la fecha, 1647.

Holmes no dijo apenas nada más, pero elretrato del juerguista de otros tiempos parecía fasci-narle, y no apartó los ojos de él durante el resto dela comida. Tan sólo más tarde, cuando Sir Henry sehubo retirado a su habitación, pude seguir el hilo desus pensamientos. Holmes me llevó de nuevo alrefectorio y alzó la vela que llevaba en la mano para

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iluminar aquel retrato manchado por el paso deltiempo.

¿Ve usted algo especial?

Contemplé el ancho sombrero adornadocon una pluma, los largos rizos que caían sobre lassienes, el cuello blanco de encaje y las faccionesausteras y serias que quedaban enmarcadas portodo el conjunto. No era un semblante brutal, sinoremilgado, duro y severo, con una boca firme delabios muy delgados y ojos fríos e intolerantes.

¿Se parece a alguien que usted conozca?

Hay algo de Sir Henry en la mandíbula.

Tan sólo una pizca, quizá. Pero, ¡aguardeun instante! Holmes se subió a una silla y, alzandola luz con la mano izquierda, dobló el brazo derechopara tapar con él el sombrero y los largos rizos.

¡Dios del cielo! exclamé, sin poder ocultarmi asombro.

En el lienzo había aparecido el rostro deStapleton.

¡Ajá! Ahora lo ve ya. Tengo los ojos entre-nados para examinar rostros y no sus adornos. La

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primera virtud de un investigador criminal es ver através de un disfraz.

Es increíble. Podría ser su retrato.

Sí; es un caso interesante de salto atrás enel cuerpo y en el espíritu. Basta un estudio de losretratos de una familia para convencer a cualquierade la validez de la doctrina de la reencarnación. Eseindividuo es un Baskerville, no cabe la menor duda.

Y con intenciones muy definidas acerca dela sucesión.

Exacto. Gracias a ese retrato encontradopor casualidad, disponemos de un eslabón muyimportante que todavía nos faltaba. Ahora ya esnuestro, Watson, y me atrevo a jurar que antes demañana por la noche estará revoloteando en nues-tra red tan impotente como una de sus mariposas.¡Un alfiler, un corcho y una tarjeta y lo añadiremos ala colección de Baker Streef

Holmes lanzó una de sus infrecuentes car-cajadas mientras se alejaba del retrato. No le heoído reír con frecuencia, pero siempre ha sido unmal presagio para alguien.

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A la mañana siguiente me levanté muypronto, pero Holmes se me había adelantado, por-que mientras me vestía vi que regresaba hacia lacasa por la avenida.

Sí, hoy vamos a tener una jornada muycompleta comentó, mientras el júbilo que le produc-ía entrar en acción le hacía frotarse las manos. Lasredes están en su sitio y vamos a iniciar el arrastre.Antes de que acabe el día sabremos si hemos pes-cado nuestro gran lucio de mandíbula estrecha o sise nos ha escapado entre las mallas.

¿Ha estado usted ya en el páramo?

He enviado un informe a Princetown desdeGrimpen relativo a la muerte de Selden. Tengo laseguridad de que no los molestarán a ustedes.También me he entrevistado con mi fiel Cartwright,que ciertamente habría languidecido a la puerta demi refugio como un perro junto a la tumba de suamo si no le hubiera hecho saber que me hallabasano y salvo.

¿Cuál es el próximo paso?

Ver a Sir Henry. Ah, ¡aquí está ya!

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Buenos días, Holmes dijo el baronet. Pare-ce usted un general que planea la batalla con el jefede su estado mayor.

Ésa es exactamente la situación. Watsonestaba pidiéndome órdenes.

Lo mismo hago yo.

Muy bien. Esta noche está usted invitado acenar, según tengo entendido, con nuestros amigoslos Stapleton. Espero que también venga usted.Son unas personas muy hospitalarias y estoy segu-ro de que se alegrarán de verlo.

Mucho me temo que Watson y yo hemos deregresar a Londres.

¿A Londres?

Sí; creo que en el momento actual hacemosmás falta allí que aquí.

Al baronet se le alargó la cara de maneraperceptible.

Tenía la esperanza de que me acompaña-ran ustedes hasta el final de este asunto. La man-sión y el páramo no son unos lugares muy agrada-bles cuando se está solo.

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Mi querido amigo, tiene usted que confiarplenamente en mí y hacer exactamente lo que yo lediga. Explique a sus amigos que nos hubiera encan-tado acompañarlo, pero que un asunto muy urgentenos obliga a volver a Londres. Esperamos regresarenseguida. ¿Se acordará usted de transmitirles esemensaje?

Si insiste usted en ello...

No hay otra alternativa, se lo aseguro.

El ceño fruncido del baronet me hizo saberque estaba muy afectado porque creía que nosdisponíamos a abandonarlo.

¿Cuándo desean ustedes marcharse? pre-guntó fríamente.

Inmediatamente después del desayuno. Pa-saremos antes por Coombe Tracey, pero mi amigodejará aquí sus cosas como garantía de que regre-sará a la mansión. Watson, envíe una nota a Staple-ton para decirle que siente no poder asistir a la ce-na.

Me apetece mucho volver a Londres con us-tedes dijo el baronet. ¿Por qué he de quedarmeaquí solo?

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Porque éste es su puesto y porque me hadado usted su palabra de que hará lo que le diga yahora le estoy ordenando que se quede.

En ese caso, de acuerdo. Me quedaré.

¡Una cosa más! Quiero que vaya en cochea la casa Merripit. Pero luego devuelva el cabriolé yhaga saber a sus anfitriones que se propone regre-sar andando.

¿Atravesar el páramo a pie?

Sí.

Pero eso es precisamente lo que con tantainsistencia me ha pedido usted siempre que nohaga.

Esta vez podrá hacerlo sin peligro. Si no tu-viera total confianza en su serenidad y en su valorno se lo pediría, pero es esencial que lo haga.

En ese caso, lo haré.

Y si la vida tiene para usted algún valor,cruce el páramo siguiendo exclusivamente el sende-ro recto que lleva desde la casa Merripit a la carre-tera de Grimpen y que es su camino habitual.

Haré exactamente lo que usted me dice.

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Muy bien. Me gustaría salir cuanto antesdespués del desayuno, con el fin de llegar a Lon-dres a primera hora de la tarde.

A mí me desconcertaba mucho aquel pro-grama, pese a recordar cómo Holmes le había dichoa Stapleton la noche anterior que su visita termina-ba al día siguiente. No se me había pasado por laimaginación, sin embargo, que quisiera llevarmecon él, ni entendía tampoco que pudiéramos ausen-tarnos los dos en un momento que el mismo Hol-mes consideraba crítico. Pero no se podía hacerotra cosa que obedecer ciegamente; de manera quedijimos adiós a nuestro cariacontecido amigo y unpar de horas después nos hallábamos en la esta-ción de Coombe Tracey y habíamos despedido alcabriolé para que iniciara el regreso a la mansión.Un muchachito nos esperaba en el andén.

¿Alguna orden, señor?

Tienes que salir para Londres en este tren,Cartwright. Nada más llegar enviarás en mi nombreun telegrama a Sir Henry Baskerville para decirleque si encuentra el billetero que he perdido lo envíea Baker Street por correo certificado.

Sí, señor.

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Y ahora pregunta en la oficina de la esta-ción si hay un mensaje para mí.

El chico regresó enseguida con un telegra-ma, que Holmes me pasó. Decía así:

«Telegrama recibido. Voy hacia allí con or-den de detención sin firmar. Llegaré a las diecisietecuarenta. LESTRADE».

Es la respuesta al que envié esta mañana.Considero a Lestrade el mejor de los profesionalesy quizá necesitemos su ayuda. Ahora, Watson, creoque la mejor manera de emplear nuestro tiempo eshacer una visita a su conocida, la señora LauraLyons.

Su plan de campaña empezaba a estar cla-ro. Iba a utilizar al baronet para convencer a losStapleton de que nos habíamos ido, aunque enrealidad regresaríamos en el momento crítico. Eltelegrama desde Londres, si Sir Henry lo menciona-ba en presencia de los Stapleton, serviría para eli-minar las últimas sospechas. Ya me parecía vercómo nuestras redes se cerraban en torno al luciode mandíbula estrecha.

La señora Laura Lyons estaba en su despa-cho, y Sherlock Holmes inició la entrevista con tanta

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franqueza y de manera tan directa que la hija deFrankland no pudo ocultar su asombro.

Estoy investigando las circunstancias rela-cionadas con la muerte de Sir Charles Baskervilledijo Holmes. Mi amigo aquí presente, el doctor Wat-son, me ha informado de lo que usted le comunicó ytambién de lo que ha ocultado en relación con esteasunto.

¿Qué es lo que he ocultado? preguntó laseñora Lyons, desafiante.

Ha confesado que solicitó de Sir Charlesque estuviera junto al portillo a las diez en punto.Sabemos que el baronet encontró la muerte en eselugar y a esa hora y sabemos también que usted haocultado la conexión entre esos sucesos.

No hay ninguna conexión.

En ese caso se trata de una coincidencia detodo punto extraordinaria. Pero espero que a lalarga lograremos establecer esa conexión. Quieroser totalmente sincero con usted, señora Lyons.Creemos estar en presencia de un caso de asesina-to y las pruebas pueden acusar no sólo a su amigo,el señor Stapleton, sino también a su esposa. Ladama se levantó violentamente del asiento.

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¡Su esposa! exclamó.

El secreto ha dejado de serlo. La personaque pasaba por ser su hermana es en realidad suesposa.

La señora Lyons había vuelto a sentarse.Apretaba con las manos los brazos del sillón y vique las uñas habían perdido el color rosado a causade la presión ejercida.

¡Su esposa! dijo de nuevo. ¡Su esposa! Noestá casado.

Sherlock Holmes se encogió de hombros.

¡Demuéstremelo! ¡Demuéstremelo! Y si lohace... el brillo feroz de sus ojos fue más elocuenteque cualquier palabra.

Vengo preparado dijo Holmes sacando va-rios papeles del bolsillo. Aquí tiene una fotografía dela pareja hecha en York hace cuatro años. Al dorsoestá escrito «El señor y la señora Vandeleur», perono le costará trabajo identificar a Stapleton, ni tam-poco a su pretendida hermana, si la conoce ustedde vista. También dispongo de tres testimonios es-critos, que proceden de personas de confianza, condescripciones del señor y de la señora Vandeleur,

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cuando se ocupaban del colegio particular St. Oli-ver. Léalas y dígame si le queda alguna duda sobrela identidad de esas personas.

La señora Lyons lanzó una ojeada a los pa-peles que le presentaba Sherlock Holmes y luegonos miró con las rígidas facciones de una mujerdesesperada.

Señor Holmes dijo, ese hombre había ofre-cido casarse conmigo si yo conseguía el divorcio.Me ha mentido, el muy canalla, de todas las mane-ras imaginables. Ni una sola vez me ha dicho laverdad. Y ¿por qué, por qué? Yo imaginaba que lohacía todo por mí, pero ahora veo que sólo he sidoun instrumento en sus manos. ¿Por qué tendría quemantener mi palabra cuando él no ha hecho másque engañarme? ¿Por qué tendría que protegerlode las consecuencias de sus incalificables accio-nes? Pregúnteme lo que quiera: no le ocultaré nada.Una cosa sí le juro, y es que cuando escribí la cartanunca soñé que sirviera para hacer daño a aquelanciano caballero que había sido el más bondadosode los amigos.

No lo dudo, señora dijo Sherlock Holmes, ycomo el relato de todos esos acontecimientos podr-ía serle muy doloroso, quizá le resulte más fácil

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escuchar el relato que voy a hacerle, para que mecorrija cuando cometa algún error importante. ¿FueStapleton quien sugirió el envío de la carta?

Él me la dictó.

Supongo que la razón esgrimida fue que us-ted recibiría ayuda de Sir Charles para los gastosrelacionados con la obtención del divorcio.

En efecto.

Y que luego, después de enviada la carta, ladisuadió de que acudiera a la cita.

Me dijo que se sentiría herido en su amorpropio si cualquier otra persona proporcionaba eldinero para ese fin, y que a pesar de su pobrezaconsagraría hasta el último céntimo de que disponíapara apartar los obstáculos que se interponían entrenosotros.

Parece una persona muy consecuente. Y yano supo usted nada más hasta que leyó en el perió-dico la noticia de la muerte de Sir Charles.

Así fue.

¿También le hizo jurar que no hablaría anadie de su cita con Sir Charles?

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Sí. Dijo que se trataba de una muerte muymisteriosa y que sin duda se sospecharía de mí sillegaba a saberse la existencia de la carta. Measustó para que guardara silencio.

Era de esperar. ¿Pero usted sospechabaalgo? La señora Lyons vaciló y bajó los ojos.

Sabía cómo era dijo. Pero si no hubiera fal-tado a su palabra yo siempre le habría sido fiel.

Creo que, en conjunto, puede considerarseafortunada al escapar como lo ha hecho dijo Sher-lock Holmes. Tenía usted a Stapleton en su poder,él lo sabía y sin embargo aún sigue viva. Lleva me-ses caminando al borde de un precipicio. Y ahora,señora Lyons, vamos a despedirnos de usted por elmomento; es probable que pronto tenga otra veznoticias nuestras.

El caso se está cerrando y, una tras otra,desaparecen las dificultades dijo Holmes mientrasesperábamos la llegada del expreso procedente deLondres. Muy pronto podré explicar con todo detalleuno de los crímenes más singulares y sensaciona-les de los tiempos modernos. Los estudiosos de lacriminología recordarán los incidentes análogos deGrodno, en la Pequeña Rusia, el año 1866 y tam-

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bién, por supuesto, los asesinatos Anderson deCarolina del Norte, aunque este caso posee algunosrasgos que son específicamente suyos, porquetodavía carecemos, incluso ahora, de pruebas con-cluyentes contra ese hombre tan astuto. Pero mu-cho me sorprenderá que no se haga por completo laluz antes de que nos acostemos esta noche.

El expreso de Londres entró rugiendo en laestación y un hombre pequeño y nervudo con as-pecto de bulldog saltó del vagón de primera clase.Nos estrechamos la mano y advertí enseguida, porla forma reverente que Lestrade tenía de mirar a micompañero, que había aprendido mucho desde losdías en que trabajaron juntos por vez primera. Aúnrecordaba perfectamente el desprecio que las teor-ías de Sherlock Holmes solían despertar en aquelhombre de espíritu tan práctico.

¿Algo que merezca la pena? preguntó.

Lo más grande en mucho años dijo Holmes.Disponemos de dos horas antes de empezar. Creoque vamos a emplearlas en comer algo, y luego,Lestrade, le sacaremos de la garganta la niebla deLondres haciéndole respirar el aire puro de las no-ches de Dartmoor. ¿No ha estado nunca en el

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páramo? ¡Espléndido! No creo que olvide su prime-ra visita.

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14. El sabueso de los Baskerville

Uno de los defectos de Sherlock Holmes sies que en realidad se le puede llamar defecto era lomucho que se resistía a comunicar sus planes antesdel momento mismo de ponerlos por obra. Ello obe-decía en parte, sin duda, a su carácter autoritario,que le empujaba a dominar y a sorprender a quie-nes se hallaban a su alrededor. Y también en partea su cautela profesional, que le llevaba siempre areducir los riesgos al mínimo. Esta costumbre, sinembargo, resultaba muy molesta para quienes ac-tuaban como agentes y colaboradores suyos. Yohabía sufrido ya por ese motivo con frecuencia, peronunca tanto como durante aquel largo trayecto en laoscuridad. Teníamos delante la gran prueba; pero,aunque nos disponíamos a librar la batalla finalHolmes no había dicho nada: sólo me cabía conje-turar cuál iba a ser su línea de acción. Apenas pudecontener mi nerviosismo cuando, por fin, el frío vien-to que nos cortaba la cara y los oscuros espaciosvacíos a ambos lados del estrecho camino meanunciaron que estábamos una vez más en elpáramo. Cada paso de los caballos y cada vuelta delas ruedas nos acercaban a la aventura suprema.

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Debido a la presencia del cochero nohablábamos con libertad y nos veíamos forzados aconversar sobre temas triviales mientras la emocióny la esperanza tensaban nuestros nervios. Despuésde aquella forzada reserva me supuso un gran aliviodejar atrás la casa de Frankland y saber que nosacercábamos a la mansión de los Baskerville y alescenario de la acción. En lugar de llegar en cochehasta la casa nos apeamos junto al portón al co-mienzo de la avenida. Despedimos a la tartana yordenamos al cochero que regresara a CoombeTracey de inmediato, al mismo tiempo que nos pon-íamos en camino hacia la casa Merripit.

¿Va usted armado, Lestrade?

Siempre que me pongo los pantalones dis-pongo de un bolsillo trasero respondió con una son-risa el detective de corta estatura y siempre quedispongo de un bolsillo trasero llevo algo dentro.

¡Bien! También mi amigo y yo estamos pre-parados para cualquier emergencia.

Se muestra usted muy reservado acerca deeste asunto, señor Holmes. ¿A qué vamos a jugarahora?

Jugaremos a esperar.

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¡Valgame Dios, este sitio no tiene nada dealegre! dijo el detective con un estremecimiento,contemplando a su alrededor las melancólicas lade-ras de las colinas y el enorme lago de niebla quedescansaba sobre la gran ciénaga de Grimpen. Veounas luces delante de nosotros.

Eso es la casa Merripit y el final de nuestrotrayecto. He de rogarles que caminen de puntillas yhablen en voz muy baja.

Avanzamos con grandes precauciones porel sendero como si nos dirigiéramos hacia la casa,pero Holmes hizo que nos detuviéramos cuandonos encontrábamos a unos doscientos metros.

Ya es suficiente dijo. Esas rocas de la dere-cha van a proporcionarnos una admirable protec-ción.

¿Hemos de esperar ahí?

Así es; vamos a preparar nuestra pequeñaemboscada. Lestrade, métase en ese hoyo. Ustedha estado dentro de la casa, ¿no es cierto, Watson?¿Puede describirme la situación de las habitacio-nes? ¿A dónde corresponden esas ventanas enre-jadas?

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Creo que son las de la cocina.

¿Y la que queda un poco más allá, tan bieniluminada?

Se trata sin duda del comedor.

Las persianas están levantadas. Usted esquien mejor conoce el terreno. Deslícese con elmayor sigilo y vea lo que hacen, pero, por el amordel cielo, ¡que no descubran que los estamos vigi-lando!

Avancé de puntillas por el sendero y meagaché detrás del muro de poca altura que rodeabael huerto de árboles achaparrados. Aprovechandosu sombra me deslicé hasta alcanzar un punto queme permitía mirar directamente por la ventana des-provista de visillos.

Sólo había dos personas en la habitación:Sir Henry y Stapleton, sentados a ambos lados de lamesa redonda. Yo los veía de perfil desde mi puntode observación. Ambos fumaban cigarros y teníandelante café y vino de Oporto. Stapleton hablabaanimadamente, pero el baronet parecía pálido yausente. Quizá la idea del paseo solitario a travésdel páramo pesaba en su ánimo.

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Mientras los contemplaba, Stapleton se pu-so en pie y salió de la habitación; Sir Henry volvió allenarse la copa y se recostó en la silla, aspirando elhumo del cigarro. Luego oí el chirrido de una puertay el ruido muy nítido de unas botas sobre la grava.Los pasos recorrieron el sendero por el otro lado delmuro que me cobijaba. Alzando un poco la cabezavi que el naturalista se detenía ante la puerta de unade las dependencias de la casa, situada en la es-quina del huerto. Oí girar una llave y al entrar Sta-pleton se oyó un ruido extraño en el interior. El due-ño de la casa no permaneció más de un minuto allídentro; después oí de nuevo girar la llave en la ce-rradura, el naturalista pasó cerca de mí y regresó ala casa. Cuando comprobé que se reunía con suinvitado me deslicé en silencio hasta donde meesperaban mis compañeros y les conté lo que habíavisto.

¿Dice usted, Watson, que la señora no estáen el comedor? preguntó Holmes cuando terminé mirelato.

No.

¿Dónde puede estar, en ese caso, dadoque no hay luz en ninguna otra habitación si seexceptúa la cocina?

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No sabría decirle.

Ya he mencionado que sobre la gran ciéna-ga de Grimpen flotaba una espesa niebla blancaque avanzaba lentamente en nuestra dirección yque se presentaba frente a nosotros como un murode poca altura, muy denso y con límites muy preci-sos. La luna la iluminaba desde lo alto, convirtiéndo-la en algo parecido a una resplandeciente lámina dehielo de grandes dimensiones, con las crestas delos riscos a manera de rocas que descansaran so-bre su superficie. Holmes se había vuelto a mirar laniebla y empezó a murmurar, impaciente, mientrasseguía con los ojos su lento derivar.

Viene hacia nosotros, Watson.

¿Es eso grave?

Ya lo creo: la única cosa capaz de desbara-tar mis planes. El baronet no puede ya retrasarsemucho. Son las diez. Nuestro éxito e incluso la vidade Sir Henry pueden depender de que salga antesde que la niebla cubra la senda.

Por encima de nosotros el cielo estaba claroy sereno. Las estrellas brillaban fríamente y la me-dia luna bañaba toda la escena con una luz suave,que apenas marcaba los contornos. Ante nosotros

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yacía la masa oscura de la casa, con el tejado den-tado y las enhiestas chimeneas violentamente re-cortadas contra el cielo plateado. Anchas barras deluz dorada procedentes de las habitaciones ilumina-das del piso bajo se alargaban por el huerto y elpáramo. Una de las ventanas se cerró de repente.Los criados habían abandonado la cocina. Sóloquedaba la lámpara del comedor donde los doshombres, el anfitrión criminal y el invitado despreve-nido, todavía conversaban saboreando sus cigarrospuros.

Cada minuto que pasaba la algodonosa lla-nura blanca que cubría la mitad del páramo seacercaba más a la casa. Los primeros filamentoscruzaron por delante del rectángulo dorado de laventana iluminada. La valla más distante del huertose hizo invisible y los árboles se hundieron a mediasen un remolino de vapor blanco. Ante nuestros ojoslos primeros tentáculos de niebla dieron la vueltapor las dos esquinas de la casa y avanzaron lenta-mente, espesándose, hasta que el piso alto y eltecho quedaron flotando como una extraña embar-cación sobre un mar de sombras. Holmes golpeóapasionadamente con la mano la roca que nos ocul-taba e incluso pateó el suelo llevado de la impa-ciencia.

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Si nuestro amigo tarda más de un cuarto dehora en salir la niebla cubrirá el sendero. Y dentrode media hora no nos veremos ni las manos.

¿Y si nos situáramos a más altura?

Sí; creo que no estaría de más.

De manera que nos alejamos hasta unosochocientos metros de la casa, si bien el espesomar blanco, su superficie plateada por la luna, segu-ía avanzando lenta pero inexorablemente:

Hemos de quedarnos aquí dijo Holmes. Nopodemos correr el riesgo de que Sir Henry sea al-canzado antes de llegar a nuestra altura. Hay quemantener esta posición a toda costa se dejó caer derodillas y pegó el oído al suelo. Me parece que leoigo venir, gracias a Dios.

El ruido de unos pasos rápidos rompió el si-lencio del páramo. Agazapados entre las piedras,contemplamos atentamente el borde plateado delmar de niebla que teníamos delante. El ruido de laspisadas se intensificó y, a través de la niebla, comosi se tratara de una cortina, surgió el hombre al queesperábamos. Sir Henry miró a su alrededor sor-prendido al encontrarse de repente con una nocheclara, iluminada por las estrellas. Luego avanzó a

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toda prisa sendero adelante, pasó muy cerca dedonde estábamos escondidos y empezó a subir porla larga pendiente que quedaba a nuestras espal-das. Al caminar miraba continuamente hacia atrás,como un hombre desasosegado.

¡Atentos! exclamó Holmes, al tiempo que seoía el nítido chasquido de un revólver al ser amarti-llado. ¡Cuidado! ¡Ya viene!

De algún sitio en el corazón de aquella ma-sa blanca que seguía deslizándose llegó hasta no-sotros un tamborileo ligero y continuo. La niebla sehallaba a cincuenta metros de nuestro escondite ylos tres la contemplábamos sin saber qué horrorestaba a punto de brotar de sus entrañas. Yo meencontraba junto a Holmes y me volví un instantehacia él. Lo vi pálido y exultante, brillándole los ojosa la luz de la luna. De repente, sin embargo, sumirada adquirió una extraña fijeza y el asombro lehizo abrir la boca. Lestrade también dejó escapar ungrito de terror y se arrojó al suelo de bruces. Yo mepuse en pie de un salto, inerte la mano que sujetabala pistola, paralizada la mente por la espantosa for-ma que saltaba hacia nosotros de entre las sombrasde la niebla. Era un sabueso, un enorme sabueso,negro como un tizón, pero distinto a cualquiera que

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hayan visto nunca ojos humanos. De la boca abiertale brotaban llamas, los ojos parecían carbones en-cendidos y un resplandor intermitente le iluminabael hocico, el pelaje del lomo y el cuello. Ni en lapesadilla más delirante de un cerebro enloquecidopodría haber tomado forma algo más feroz, máshorroroso, más infernal que la oscura forma y lacara cruel que se precipitó sobre nosotros desde elmuro de niebla.

La enorme criatura negra avanzó a grandessaltos por el sendero, siguiendo los pasos de nues-tro amigo. Hasta tal punto nos paralizó su apariciónque ya había pasado cuando recuperamos la san-gre fría. Entonces Holmes y yo disparamos al uní-sono y la criatura lanzó un espantoso aullido, lo quequería decir que al menos uno de los proyectiles lehabía acertado. Siguió, sin embargo, avanzando agrandes saltos sin detenerse. A lo lejos, en el cami-no, vimos cómo Sir Henry se volvía, el rostro blancoa la luz de la luna, las manos alzadas en un gestode horror, contemplando impotente el ser horrendoque le daba caza.

Pero el aullido de dolor del sabueso habíadisipado todos nuestros temores. Si aquel ser eravulnerable, también era mortal, y si habíamos sido

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capaces de herirlo también podíamos matarlo. Nun-ca he visto correr a un hombre como corrió Holmesaquella noche. Se me considera veloz, pero mi ami-go me sacó tanta ventaja como yo al detective decorta estatura. Mientras volábamos por el senderooíamos delante los sucesivos alaridos de Sir Henryy el sordo rugido del sabueso. Pude ver cómo labestia saltaba sobre su víctima, la arrojaba al sueloy le buscaba la garganta. Pero un instante después,Holmes había disparado cinco veces su revólvercontra el costado del animal. Con un último aullidode dolor y una violenta dentellada al aire, el sabue-so cayó de espaldas, agitando furiosamente lascuatro patas, hasta inmovilizarse por fin sobre uncostado. Yo me detuve, jadeante, y acerqué mi pis-tola a la horrible cabeza luminosa, pero ya no servíade nada apretar el gatillo. El gigantesco perro habíamuerto.

Sir Henry seguía inconsciente en el lugardonde había caído. Le arrancamos el cuello de lacamisa y Holmes musitó una acción de gracias alver que no estaba herido: habíamos llegado a tiem-po. El baronet parpadeó a los pocos instantes e hizoun débil intento de moverse. Lestrade le acercó a laboca el frasco de brandyy muy pronto dos ojos lle-nos de espanto nos miraron fijamente.

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¡Dios mío! susurró nuestro amigo. ¿Qué eraeso? En nombre del cielo, ¿qué era eso?

Fuera lo que fuese, ya está muerto dijoHolmes. De una vez por todas hemos acabado conel fantasma de la familia Baskerville.

El tamaño y la fuerza bastaban para conver-tir en un animal terrible a la criatura que yacía tendi-da ante nosotros. No era ni sabueso ni mastín depura raza, sino que parecía más bien una mezcla delos dos: demacrado, feroz y del tamaño de una pe-queña leona. Incluso ahora, en la inmovilidad de lamuerte, de sus enormes mandíbulas parecía seguirbrotando una llama azulada, y los ojillos crueles,muy hundidos en las órbitas, aún daban la impre-sión de estar rodeados de fuego. Toqué con la ma-no el hocico luminoso y al apartar los dedos vi quebrillaban en la oscuridad, como si ardieran a fuegolento.

Fósforo dije.

Un ingenioso preparado hecho con fósforodijo Holmes, acercándose al sabueso para olerlo.Totalmente inodoro para no dificultar la capacidadolfatoria del animal. Es mucho lo que tiene ustedque perdonarnos, Sir Henry, por haberlo expuesto a

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este susto tan espantoso. Yo me esperaba un sa-bueso, pero no una criatura como ésta. Y la nieblaapenas nos ha dado tiempo para recibirlo como semerecía.

Me han salvado la vida.

Después de ponerla en peligro. ¿Tiene us-ted fuerzas para levantarse?

Denme otro sorbo de ese brandy y estarélisto para cualquier cosa. ¡Bien! Ayúdenme a levan-tarme. ¿Qué se propone hacer ahora, señor Hol-mes?

A usted vamos a dejarlo aquí. No está encondiciones de correr más aventuras esta noche. Sihace el favor de esperar, uno de nosotros volverácon usted a la mansión.

El baronet logró ponerse en pie con dificul-tad, pero aún seguía horrorosamente pálido y tem-blaba de pies a cabeza. Lo llevamos hasta una ro-ca, donde se sentó con el rostro entre las manos yel cuerpo estremecido.

Ahora tenemos que dejarlo dijo Holmes.Hemos de acabar el trabajo y no hay un momentoque perder. Ya tenemos las pruebas; sólo nos falta

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nuestro hombre. Hay una probabilidad entre mil deque lo hallemos en la casa siguió mi amigo, mien-tras regresábamos a toda velocidad por el camino.Sin duda los disparos le han hecho saber que haperdido la partida.

Estábamos algo lejos y la niebla ha podidoamortiguar el ruido.

Tenga usted la seguridad de que seguía alsabueso para llamarlo cuando terminara su tarea.No, no; se habrá marchado ya, pero lo registrare-mos todo y nos aseguraremos.

La puerta principal estaba abierta, de mane-ra que irrumpimos en la casa y recorrimos veloz-mente todas las habitaciones, con gran asombro delanciano y tembloroso sirviente que se tropezó connosotros en el pasillo. No había otra luz que la delcomedor, pero Holmes se apoderó de la lámpara yno dejó rincón de la casa sin explorar. Aunque noaparecía por ninguna parte el hombre al que perse-guíamos, descubrimos que en el piso alto uno delos dormitorios estaba cerrado con llave.

¡Aquí dentro hay alguien! exclamó Lestrade.Oigo ruidos. ¡Abra la puerta!

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Del interior brotaban débiles gemidos y cru-jidos. Holmes golpeó con el talón exactamente en-cima de la cerradura y la puerta se abrió inmedia-tamente. Pistola en mano, los tres irrumpimos en lahabitación.

Pero en su interior tampoco se hallaba elcriminal desafiante que esperábamos ver y sí, encambio, un objeto tan extraño y tan inesperado quepor unos instantes no supimos qué hacer, mirándoloasombrados.

El cuarto estaba arreglado como un peque-ño museo y en las paredes se alineaban las vitrinasque albergaban la colección de mariposas diurnas ynocturnas cuya captura servía de distracción aaquel hombre tan complicado y tan peligroso. En elcentro de la habitación había un pilar, colocado allíen algún momento para servir de apoyo a la granviga, vieja y carcomida, que sustentaba el techo. Aaquel pilar estaba atada una figura tan envuelta ytan tapada con las sábanas utilizadas para sujetarlaque de momento no se podía decir si era hombre omujer. Una toalla, anudada por detrás al pilar, lerodeaba la garganta. Otra le cubría la parte inferiordel rostro y, por encima de ella, dos ojos oscurosllenos de dolor y de vergüenza y de horribles pre-

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guntas nos contemplaban. En un minuto habíamosarrancado la mordaza y desatado los nudos y laseñora Stapleton se derrumbó delante de nosotros.Mientras la hermosa cabeza se le doblaba sobre elpecho vi, cruzándole el cuello, el nítido verdugón deun latigazo.

¡Qué canalla! exclamó Holmes. ¡Lestrade,por favor, su frasco de brandy! ¡Llévenla a esa silla!Los malos tratos y la fatiga han hecho que pierda elconocimiento.

La señora Stapleton abrió de nuevo losojos.

¿Está a salvo? preguntó. ¿Ha escapado?

No se nos escapará, señora.

No, no; no me refiero a mi marido. ¿Está SirHenry a salvo?

Sí.

¿Y el sabueso?

Muerto.

La señora Stapleton dejó escapar un largosuspiro de satisfacción.

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¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! ¡El muycanalla! ¡Vean cómo me ha tratado! retiró las man-gas del vestido para mostrarnos los brazos y vimoscon horror que estaban llenos de cardenales. Peroesto no es nada, ¡nada! Lo que ha torturado y pro-fanado han sido mi mente y mi alma. Lo he soporta-do todo, malos tratos, soledad, una vida de engaño,todo, mientras aún podía agarrarme a la esperanzade que seguía queriéndome, pero ahora sé quetambién en eso he sido su víctima y su instrumentounos sollozos apasionados interrumpieron sus pala-bras.

Puesto que no tiene usted motivo algunopara estarle agradecida le dijo Holmes, infórmenosde dónde podemos encontrarlo. Si alguna vez le haayudado en el mal, colabore ahora con nosotros yexpíe el pasado de ese modo.

Sólo hay un sitio a donde puede haber es-capado respondió ella. Existe una vieja mina deestaño en la isla que ocupa el corazón de la ciéna-ga. Allí encerraba a su sabueso y también allí hizopreparativos por si alguna vez necesitaba un refu-gio. Habrá ido en esa dirección.

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La niebla descansaba sobre la ventana co-mo una capa de lana blanca. Holmes acercó lalámpara a los cristales.

Vea dijo. Esta noche nadie es capaz deadentrarse en la gran ciénaga de Grimpen.

La señora Stapleton se echó a reír y em-pezó a dar palmadas. Sus ojos y sus dientes brilla-ron con una alegría feroz.

Tal vez haya conseguido entrar, pero nosaldrá exclamó. No podrá ver las varitas que sirvende guía. Las colocamos juntos para señalar la sen-da a través de la ciénaga. ¡Ah, si hubiera podidoarrancarlas hoy! Entonces seguro que lo tendríanustedes a su merced.

Evidentemente era inútil proseguir labúsqueda antes de que levantara la niebla. Deja-mos a Lestrade para que custodiara la casa y Hol-mes y yo regresamos a la mansión con el baronet.Ya no podíamos ocultarle por más tiempo la historiade los Stapleton, pero encajó con mucho valor lasrevelaciones sobre la mujer de la que se habíaenamorado. De todos modos, la impresión produci-da por las aventuras nocturnas le había destrozadolos nervios y poco después deliraba ya con una

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fiebre muy alta, atendido por el doctor Mortimer. Losdos estaban destinados a dar la vuelta al mundoantes de que Sir Henry volviese a ser el hombrerobusto y cordial que fuera antes de convertirse enel dueño de aquella mansión cargada con el pesode la leyenda.

Y ya sólo me queda llegar rápidamente aldesenlace de esta narración singular con la que hetratado de conseguir que el lector compartiera losmiedos oscuros y las vagas conjeturas que ensom-brecieron durante tantas semanas nuestras vidas yque concluyeron de manera tan trágica. A la maña-na siguiente se levantó la niebla y la señora Staple-ton nos llevó hasta el sitio donde ella y su esposohabían encontrado un camino practicable para pe-netrar en el pantano. El interés y la alegría con queaquella mujer nos puso sobre la pista de su maridonos ayudó a comprender mejor los horrores de suvida con Stapleton. La dejamos en la estrechapenínsula de suelo firme de turba que acababadesapareciendo en la ciénaga. A partir de allí unasvaritas clavadas en la tierra iban mostrando el sen-dero, que zigzagueaba de juncar enjuncar entre laspozas llenas de verdín y los fétidos cenagales quecerraban el paso a cualquier intruso. Los abundan-tes juncos y las exuberantes y viscosas plantas

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acuáticas despedían olor a putrefacción y nos lan-zaban a la cara densos vapores miasmáticos, mien-tras que al menor paso en falso nos hundíamoshasta el muslo en el oscuro fango tembloroso que, avarios metros a la redonda, se estremecía en sua-ves ondulaciones bajo nuestros pies, tiraba contenacidad de nuestros talones mientras avanzába-mos y, cada vez que nos hundíamos en él, se trans-formaba en una mano malévola que quería llevar-nos hacia aquellas horribles profundidades: tal erala intensidad y la decisión del abrazo con que nossujetaba. Sólo una vez comprobamos que alguienhabía seguido senda tan peligrosa antes de noso-tros. Del centro del matorral de juncias que lo man-tenía fuera del fango sobresalía un objeto oscuro.Holmes se hundió hasta la cintura al salirse delsendero para recogerlo, y si no hubiéramos estadoallí para ayudarlo nunca hubiera vuelto a poner elpie en tierra firme. Lo que alzó en el aire fue unabota vieja de color negro. «Meyers, Toronto» estabaimpreso en el interior del cuero.

El baño de barro estaba justificado dijoHolmes. Es la bota perdida de nuestro amigo SirHenry.

Arrojada aquí por Stapleton en su huida.

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En efecto. Siguió con ella en la mano des-pués de utilizarla para poner al sabueso en la pistadel baronet. Luego, todavía empuñando la bota,escapó al darse cuenta de que había perdido lapartida. Y la arrojó lejos de sí en este sitio durantesu huida. Ya sabemos al menos que logró llegarhasta aquí.

Pero no estábamos destinados a saber na-da más, aunque pudimos deducir muchas otrascosas. No existía la menor posibilidad de encontrarhuellas en el pantano, porque el barro que se alza-ba con cada pisada las cubría rápidamente y, aun-que las buscamos ávidamente cuando por fin lle-gamos a tierra firme, nunca encontramos ni el me-nor rastro. Si la tierra nos contó una historia verda-dera, hay que creer que Stapleton nunca llegó a laisla que aquella última noche trató de alcanzar entrela niebla y en la que esperaba refugiarse. Hundidoen algún lugar del corazón de la gran ciénaga, en elfétido limo del enorme pantano que se lo había tra-gado, quedó enterrado para siempre aquel hombrefrío de corazón despiadado.

En la isla del centro del pantano donde es-condía a su cruel aliado hallamos muchos rastrosde su presencia. Una enorme rueda motriz y un

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pozo lleno a medias de escombros señalaban laposición de una mina abandonada. Junto a ella seencontraban los derruidos restos de unas chozas;los mineros, sin duda, habían terminado por mar-charse, incapaces de resistir el hedor apestoso quelos rodeaba. En una de ellas una armella y unacadena, junto a unos huesos roídos, mostraban elsitio donde el sabueso permanecía confinado. Entrelos demás restos encontramos un esqueleto quetenía pegados unos mechones castaños.

¡Un perro! dijo Holmes. Sin duda un spanielde pelo rizado. El pobre Mortimer nunca volverá aver a su preferido. Bien; no creo que este lugar con-tenga ningún secreto que no hayamos descubiertoya. Stapleton escondía al sabueso, pero no podíaimpedir que se le oyera, y de ahí los aullidos que nisiquiera durante el día resultaban agradables. Enlos momentos críticos podía encerrarlo en una delas dependencias de Merripit, pero eso significabacorrer un riesgo, y sólo el gran día, la jornada enque Stapleton iba a culminar todos sus esfuerzos,se atrevió a hacerlo. La pasta que hay en esa lataes sin duda la mezcla luminosa con que embadur-naba al animal. La idea se la sugirió, por supuesto,la leyenda del sabueso infernal y el deseo de dar unsusto de muerte al anciano Sir Charles. No tiene

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nada de extraño que Selden, aquel pobre diablo,corriera y gritara, como lo ha hecho nuestro amigo,y como podíamos haberlo hecho nosotros, cuandovio a semejante criatura siguiendo su rastro a gran-des saltos por el páramo a oscuras. Era una estra-tagema muy astuta, porque, además de la posibili-dad de provocar la muerte de la víctima elegida,¿qué campesino se atrevería a interesarse de cercapor semejante criatura en el caso de que, como lesha sucedido a muchos, la viera por el páramo? Lodije en Londres, Watson, y lo repito ahora: nuncahemos contribuido a acabar con un hombre tanpeligroso como el que ahí yace y extendió su largobrazo hacia la enorme extensión de la ciénaga,cubierta de manchas verdes, que se prolongabahasta confundirse con el color rojizo del páramo.

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15. Examen retrospectivo

En una fría noche de niebla, a finales delmes de noviembre, Holmes y yo estábamos senta-dos a ambos lados de un fuego muy vivo en nuestrasala de estar de Baker Street. Desde la trágica con-clusión de nuestra visita a Devonshire, mi amigo sehabía ocupado de dos asuntos de extraordinariaimportancia; en el curso del primero puso de mani-fiesto la conducta atroz del coronel Upwood en rela-ción con el famoso escándalo de los naipes del ClubNonpareil, mientras que con motivo del segundodefendió a la desgraciada Mme. Montpensier de laacusación de asesinato que pesaba sobre ella enrelación con la muerte de su hijastra, Mlle. Carère,una joven que, como se recordará, apareció seismeses más tarde en Nueva York, después de habercontraído matrimonio. Mi amigo se hallaba de exce-lente humor debido a los éxitos conseguidos en unasucesión de casos difíciles a la vez que importantes,y no me fue difícil empujarle a que repasara conmi-go los detalles del misterio de Baskerville. Yo habíaesperado pacientemente a que se presentara laoportunidad, porque sabía muy bien que Holmes nopermitía nunca la superposición de casos, y que sumente, tan clara y tan lógica, no abandonaba nuncael trabajo presente para ocuparse de recuerdos.

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Pero Sir Henry y el doctor Mortimer se hallaban enLondres, a punto de emprender el largo viaje reco-mendado al baronet para restablecer sus nerviosdestrozados, y nos habían visitado aquella mismatarde, lo que me permitió sacar a relucir el tema contoda naturalidad.

Desde el punto de vista de la persona quese hacía llamar Stapleton dijo Holmes, el plan quehabía urdido era de una gran sencillez, si bien paranosotros, que al principio carecíamos de mediospara averiguar el motivo de sus acciones y sólodisponíamos en parte de los hechos, resultara ex-traordinariamente complejo. Yo he tenido además lasuerte de hablar en dos ocasiones con la señoraStapleton, por lo que el caso está totalmente acla-rado y no queda ya secreto alguno. En el apartadoBertha de la lista de mis casos, que llevo por ordenalfabético, encontrará algunas notas sobre esteasunto.

Quizá sea usted tan amable como para es-bozarme de memoria el curso de los acontecimien-tos.

Claro que sí, aunque no le garantizo queconserve todos los datos en la cabeza. Es curiosocómo la intensa concentración mental consigue

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borrar el pasado. El abogado que cuando conoce uncaso con pelos y señales es capaz de discutir conlos expertos en el tema, descubre que le bastan unasemana o dos de un trabajo nuevo para que olvidetodo lo que había aprendido. De la misma maneracada uno de mis casos desplaza al anterior y Mlle.Carère ha desdibujado mis recuerdos de la mansiónde los Baskerville. Mañana quizá se me pida queme ocupe de otro problema insignificante que, a suvez, eliminará a la hermosa dama francesa y alinfame Upwood.

Por lo que se refiere al caso del sabueso, leexpondré lo más exactamente que pueda los acon-tecimientos y siempre podrá usted interrogarmesobre cualquier punto que haya olvidado.

»Mis investigaciones han demostrado sinlugar a dudas que el retrato familiar no mentía y quenuestro hombre era efectivamente un Baskerville,hijo de Rodger, el hermano menor de Sir Charles,que escapó, ya con una siniestra reputación, aAmérica del Sur, donde se dijo que había muertosoltero. La verdad es que contrajo matrimonio y quetuvo un único hijo, nuestro personaje, que recibió elnombre de su padre, y que a su vez se casó conBeryl García, una de las beldades de Costa Rica;

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luego de robar una considerable suma de dinero delEstado, pasó a apellidarse Vandeleur y huyó a In-glaterra, donde creó un colegio en la zona este deYorkshire. Su interés por este tipo particular de ocu-pación obedecía a que durante el viaje de vuelta aInglaterra conoció a un profesor, enfermo de tuber-culosis, cuya gran competencia profesional utilizópara que la empresa tuviera éxito. Pero al morirFraser, el profesor, el colegio se desprestigió prime-ro para caer después en el descrédito más absoluto,por lo que los Vandeleur juzgaron convenientecambiar de nuevo de apellido, y así el hijo de Rod-ger Baskerville se trasladó, como Jack Stapleton, alsur de Inglaterra con los restos de su fortuna, susplanes para el futuro y su afición a la entomología.En el Museo Británico he podido saber que se leconsideraba una autoridad en ese campo y que elapellido Vandeleur ha quedado identificado concierta mariposa nocturna que él describió por vezprimera durante su estancia en Yorkshire.

»Llegamos ya a la parte de su vida que haresultado de tan gran interés para nosotros. Staple-ton hizo sin duda investigaciones y descubrió quesólo dos vidas le separaban de una cuantiosaherencia. Creo que cuando se trasladó a Devons-hire sus planes eran aún extraordinariamente va-

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gos, aunque el carácter delictivo de sus intencionesqueda de manifiesto desde el principio por el hechode que hiciera pasar a su esposa por su hermana.La idea de utilizarla como señuelo estaba ya en sumente, aunque quizá no supiera aún con claridadcómo iba a organizar todos los detalles del plan. Alfinal del camino se hallaba la herencia de los Bas-kerville, y estaba dispuesto a utilizar cualquier ins-trumento y correr cualquier riesgo para lograrla. Elprimer paso fue instalarse lo más cerca que pudo desu hogar ancestral y el segundo cultivar la amistadde Sir Charles Baskerville y de sus vecinos.

»El mismo baronet le contó la historia delsabueso, preparándose, sin saberlo, el caminohacia la tumba. Stapleton, como voy a seguirllamándolo, sabía que el anciano estaba enfermodel corazón y que cualquier emoción fuerte podíaacabar con él, información que le había facilitado eldoctor Mortimer. También llegó a sus oídos que SirCharles era supersticioso y que se tomaba muy enserio la macabra leyenda del sabueso. Su ingenio lesugirió de inmediato una manera para acabar con lavida del baronet sin que existiera en la práctica lamenor posibilidad de descubrir al culpable.

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»Concebida la idea, Stapleton procedió allevarla a la práctica con notable astucia. Un intri-gante ordinario se habría dado por satisfecho conun animal suficientemente feroz. La utilización demedios artificiales para convertir al animal en diabó-lico fue un destello de genio por su parte. El perro loadquirió en Londres, acudiendo a la firma Ross yMangles, que tiene su establecimiento en FulhamRoad. Era el más fuerte y el más feroz de que dis-ponían. Para transportarlo hasta el páramo Staple-ton utilizó la línea de ferrocarril del norte de Devon yrecorrió luego a pie una gran distancia, con el fin deno despertar sospechas. Para entonces, y gracias asus expediciones a la caza de insectos, ya se habíaadentrado en la ciénaga de Grimpen, lo que le per-mitió encontrar un escondite seguro para el animal.Después de instalarlo allí esperó a que se le pre-sentara una oportunidad.

»La ocasión, sin embargo, tardó algún tiem-po en aparecer. De noche no era posible sacar desus propiedades al anciano caballero. A lo largo delos meses Stapleton acechó por los alrededores consu sabueso, pero sin éxito. Durante esos intentosinfructuosos lo vieron, o vieron más bien a suacompañante, algunos campesinos, gracias a locual la leyenda del perro demoníaco recibió nueva

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confirmación. Stapleton confiaba en que su esposaarrastrase a Sir Charles a su ruina, pero en esepunto Beryl resultó inesperadamente independiente.No estaba dispuesta a provocar un enredo senti-mental que pusiera al anciano baronet en manos desu enemigo. Ni las amenazas ni, siento decirlo, losgolpes lograron convencerla. Se negó siempre deplano y durante algún tiempo Stapleton se encontróen un punto muerto.

»Finalmente halló la manera de superar susdificultades por conducto del mismo Sir Charles,quien, por el afecto que le profesaba, delegó en élpara todo lo relacionado con el caso de esa mujertan desventurada que es la señora Laura Lyons. Alpresentarse como soltero, adquirió muy pronto ungran ascendiente sobre ella, y le dio a entender quesi conseguía divorciarse de Lyons se casaría conella. La situación llegó a un punto crítico cuandoStapleton supo que Sir Charles se disponía a aban-donar el páramo siguiendo el consejo del doctorMortimer, con cuya opinión él mismo fingía estar deacuerdo. Era preciso actuar de inmediato, porquede lo contrario su víctima podía quedar para siem-pre fuera de su alcance. De manera que presionó ala señora Lyons para que escribiera la carta, pidien-do al anciano que le concediera una entrevista la

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noche antes de emprender viaje a Londres y luego,con falsas razones, le impidió acudir, logrando así laoportunidad que esperaba desde hacía tanto tiem-po.

»Al regresar de Coombe Tracey a últimahora de la tarde tuvo tiempo de ir en busca del sa-bueso, embadurnarlo con su pintura infernal y lle-varlo hasta el portillo donde tenía buenas razonespara confiar en que encontraría al anciano caballe-ro. El perro, incitado por su amo, saltó el portillo ypersiguió al desgraciado baronet que huyó dandoalaridos por el paseo de los Tejos. En ese túnel tansombrío tuvo que resultar especialmente horriblever a aquella enorme criatura negra, de mandíbulasluminosas y ojos llameantes, persiguiendo a gran-des saltos a su víctima. Sir Charles cayó muerto alfinal del paseo debido al terror y a su corazón en-fermo. Mientras el baronet corría por el camino elsabueso se había mantenido en el borde de hierba,de manera que sólo eran visibles las huellas del serhumano. Al verlo caído e inmóvil es probable que elanimal se acercara a olerlo; fue después, al descu-brir que estaba muerto, cuando, al dar la vuelta paramarcharse, dejó la huella en la que más tarde habíade reparar el doctor Mortimer. Stapleton llamó alperro y se apresuró a devolverlo a su guarida en la

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ciénaga de Grimpen, dejando atrás un misterio quedesconcertó a las autoridades, alarmó a todos loshabitantes de la zona y provocó finalmente que sesolicitara nuestra colaboración.

»Es posible que Stapleton ignorase aún laexistencia del heredero que vivía en Canadá, pero,en cualquier caso, lo supo muy pronto de labios desu amigo el doctor Mortimer, que le comunicóademás todos los detalles sobre la llegada a Lon-dres de Sir Henry Baskerville. La primera idea deStapleton fue que, en lugar de esperar a que sepresentara en Devonshire, quizá fuera posible aca-bar en Londres con la vida del joven extranjero.Como desconfiaba de su esposa desde que se ne-gara a ayudarle a tender una trampa al ancianobaronet, no se atrevió a dejarla sola por temor aperder su influencia sobre ella. Esa es la razón deque vinieran juntos a Londres. Se alojaron, segúndescubrí, en el hotel privado Mexborough, en Cra-ven Street, uno de los que de hecho visitó mi agenteen busca de pruebas. Stapleton dejó allí encerradaa su esposa mientras él, ocultando su identidad bajouna barba, seguía al doctor Mortimer a Baker Streety más tarde a la estación y al hotel Northumberland.Su mujer tenía barruntos de los planes de su mari-do, pero era tanto su temor temor fundado en los

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brutales malos tratos a los que la había sometidoque no se atrevió a escribir para advertir a Sir Henrydel peligro que corría. Si la carta caía en manos deStapleton también su vida se vería amenazada.Finalmente, como sabemos, recurrió al expedientede recortar palabras impresas y de escribir la direc-ción deformando la letra. El mensaje llegó a manosdel baronety fue el primer aviso del peligro que corr-ía.

»Stapleton necesitaba alguna prenda devestir de Sir Henry, para, en el caso de que se vieraobligado a recurrir al sabueso, disponer de los me-dios que le permitieran seguir su rastro. Con la cele-ridad y la audacia que le caracterizaban puso deinmediato manos a la obra y no cabe duda de quesobornó al limpiabotas o a la camarera del hotelpara que le ayudaran en su empeño. Casualmente,sin embargo, la primera bota que consiguió era unade las nuevas y, por consiguiente, sin utilidad parasus planes. Stapleton hizo entonces que se devol-viera y obtuvo otra. Un incidente muy instructivo,porque me demostró sin lugar a dudas que se trata-ba de un sabueso de verdad: ninguna otra explica-ción justificaba la apremiante necesidad de conse-guir la bota vieja y la indiferencia ante la nueva.Cuanto más outré y grotesco resulta un incidente,

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mayor es la atención con que hay que examinarlo, yel punto que más parece complicar un caso es,cuando se estudia con cuidado y se maneja de ma-nera científica, el que proporciona mayores posibili-dades de elucidarlo.

»A la mañana siguiente recibimos la visitade nuestros amigos, siempre espiados por Staple-ton desde el coche de punto. Dados su conocimien-to del sitio donde vivimos y también de mi aspecto,así como por su manera general de comportarse,me inclino a creer que la carrera criminal de Staple-ton no se redujo al asunto de Baskerville. Resultainteresante saber que durante los tres últimos añosse han producido en esa zona cuatro robos confractura de considerable importancia y que en nin-guno de los casos se ha detenido a los culpables. Elúltimo, en el mes de mayo, con Folkestone Courtcomo escenario, fue notable porque el ladrón en-mascarado, que actuaba en solitario, disparó a san-gre fría contra el botones que lo sorprendió. No mecabe la menor duda de que Stapleton renovaba deese modo sus menguados recursos económicos yque era desde hacía años un individuo desesperadoy sumamente peligroso.

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»Lo sucedido aquella mañana en que senos escapó tan hábilmente, así como su audacia aldevolverme mi propio nombre por medio del coche-ro, es un buen ejemplo de sus muchos recursos. Apartir de aquel momento, sabedor de que me habíahecho cargo del caso en Londres, comprendió queno tenía ya ninguna posibilidad de éxito en lametrópoli y regresó a Dartmoor para esperar la lle-gada del baronet.

¡Un momento! dije yo. No hay duda de queha descrito usted correctamente la sucesión de loshechos, pero hay un punto que no ha mencionado.¿Qué se hizo del sabueso durante la estancia de suamo en Londres?

He reflexionado sobre ese asunto, porqueno hay duda de que tiene importancia. Es evidenteque Stapleton tenía un confidente, aunque no esprobable que se pusiera por completo a su mercedcomunicándole todos sus planes. En la casa Merri-pit había un anciano sirviente llamado Anthony. Suasociación con los Stapleton se remonta a añosatrás, a los tiempos del colegio, por lo que debía desaber que su señor y su señora eran en realidadmarido y mujer. Este hombre ha desaparecido,huyendo del país. Dese usted cuenta de que Ant-

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hony no es un nombre frecuente en Inglaterra,mientras que Antonio sí lo es en España y en lospaíses americanos de habla española. Ese indivi-duo, como la misma señora Stapleton, hablabainglés correctamente, pero con un curioso ceceo.Tuve ocasión de ver cómo ese anciano cruzaba laciénaga de Grimpen por el camino que Stapletonmarcara. Es muy probable, por tanto, que en au-sencia de su señor fuese élquien se ocupara delsabueso, aunque quizá sin saber nunca la finalidadpara la que se lo destinaba.

»Acto seguido los Stapleton regresaron aDevonshire, seguidos, muy poco después, por SirHenry y usted. Un breve comentario sobre mi situa-ción en aquel momento. Quizá conserve usted elrecuerdo de que, cuando examiné el papel en elque estaban pegadas las palabras impresas, loestudié con gran detenimiento en busca de la fili-grana. Al hacerlo me lo acerqué bastante y advertíun débil olor a jazmín. El experto en criminología hade distinguir los setenta y cinco perfumes que seconocen y, por lo que a mi propia experiencia serefiere, la resolución de más de un caso ha depen-dido de su rápida identificación. Aquel aroma suger-ía la presencia de una dama, por lo que mis sospe-chas empezaron a dirigirse hacia los Stapleton. Fue

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así cómo averigüé la existencia del sabueso y dedu-je ya quién era el asesino antes de trasladarme aDevonshire.

»Mi juego consistía en vigilar a Stapleton.Era evidente, sin embargo, que no podía hacerloyendo con usted, porque en ese caso mi hombreestaría siempre en guardia. De manera que engañéa todos, usted incluido, y me trasladé secretamenteal páramo cuando se daba por sentado que seguíaen Londres. Los apuros que pasé no fueron tangrandes como usted imagina, aunque cuestiones detan poca importancia no deben nunca dificultar lainvestigación de un caso. Pasé la mayor parte deltiempo en Coombe Tracey y únicamente utilicé elrefugio neolítico cuando era necesario estar cercadel escenario de la acción. Cartwright, que me hab-ía acompañado, me fue de gran ayuda con su dis-fraz de campesino. Dependía de él para la comida ylas mudas de ropa. Mientras yo vigilaba a Stapleton,era frecuente que Cartwright lo vigilara a usted, demanera que controlaba todos los resortes.

»Ya le he explicado que sus informes mellegaban enseguida, porque de Baker Street losenviaban inmediatamente a Coombe Tracey. Mefueron de gran utilidad y en especial aquel fragmen-

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to verídico de la biografía de Stapleton. Así pudeaveriguar la identidad de la pareja y saber por fin aqué carta quedarme. El caso se había complicadobastante debido al incidente del preso fugado y desu relación con los Barrymore. También eso loaclaró usted de manera muy eficaz, aunque por miparte hubiera llegado a la misma conclusión.

»Cuando me encontró usted en el páramotenía ya un conocimiento completo del caso, perocarecía de pruebas que pudieran presentarse anteun jurado. Ni siquiera el intento criminal contra SirHenry la noche en que quedó truncada la vida deldesventurado preso nos hubiera servido de ayudapara acusar a Stapleton de asesinato. No parecíaexistir otra alternativa que sorprenderlo con las ma-nos en la masa y para ello teníamos que utilizarcomo cebo a Sir Henry, solo y sin protección enapariencia. Así lo hicimos y, a costa de un terriblesobresalto para nuestro cliente, logramos coronarnuestro trabajo y provocar el fin de Stapleton. He deconfesar que supone un desdoro para mi forma dellevar el caso el hecho de que Sir Henry se vieraexpuesto a semejante peligro, pero carecíamos demedios para prever el aspecto, terrible y sobreco-gedor, que presentaba el animal, como tampocopodíamos predecir la niebla que le permitió apare-

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cer ante nosotros casi de improviso. Logramosnuestro objetivo a un costo que, según me han ase-gurado tanto el especialista como el doctor Morti-mer, será sólo momentáneo. Un viaje largo permitiráque nuestro amigo se recupere no sólo de sus ner-vios destrozados sino también de sus sentimientosheridos. Su amor por la señora Stapleton era pro-fundo y sincero y para él lo más triste de todo esteasunto tan tenebroso es que ella lo engañara.

»Sólo queda ya dilucidar el papel de la se-ñora Stapleton. No hay duda de que su maridoejercía sobre ella una influencia que puede habersido amor, miedo, o muy posiblemente ambas co-sas, dado que no son, desde luego, sentimientosincompatibles. En cualquier caso esa influencia eraabsolutamente eficaz. Al ordenárselo él, consintióen hacerse pasar por su hermana, aunque tambiénes cierto que Stapleton descubrió los límites de supoder cuando quiso convertirla en cómplice de unasesinato. Beryl estaba dispuesta a prevenir a SirHenry aunque sin descubrir a su marido, y trató dehacerlo una y otra vez. Es evidente que tambiénStapleton era capaz de sentir celos, de manera quecuando vio cómo el baronet cortejaba a su esposa,pese a que formaba parte de su plan, no pudo evitarinterrumpir el idilio con un estallido de pasión que

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puso de manifiesto el alma fogosa que tan inteligen-temente escondía bajo sus modales reservados. Alfomentar la intimidad entre ambos se aseguraba deque Sir Henry acudiera con frecuencia a la casaMerripit y de que más pronto o más tarde se presen-tase la oportunidad que esperaba. El día de la crisisdefinitiva, sin embargo, su mujer se revolvió inespe-radamente contra él. Había llegado a sus oídos lanoticia de la muerte de Selden, y no ignoraba, lanoche en que habían invitado a Sir Henry a cenar,que el sabueso estaba en una de las dependenciasde la casa. Beryl acusó a su marido de querer ase-sinar al baronet y eso provocó una escena violenta,durante la cual Stapleton reveló por vez primera asu mujer que tenía una rival. La fidelidad de la seño-ra Stapleton se transformó inmediatamente en odiointenso y nuestro hombre comprendió que su mujerestaba dispuesta a traicionarlo. Entonces procedió aatarla para que no pudiera avisar a Sir Henry, sinperder la esperanza de que cuando todos los habi-tantes de la zona atribuyesen la muerte del baronesa la maldición familiar, como sin duda sucedería, sumujer aceptara los hechos consumados y guardasesilencio sobre lo que sabía. Por lo que a eso serefiere tengo la impresión de que calculó mal y que,aun sin contar con nuestra presencia, su caída era

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inevitable. Una mujer de sangre española no perdo-na fácilmente semejante afrenta. Y ya, mi queridoWatson, no estoy en condiciones de hacerle unrelato más detallado de este interesantísimo casosin recurrir a mis anotaciones. Ignoro si ha quedadosin explicar algo esencial.

Stapleton tenía que saber que no iba a serposible matar a Sir Henry de miedo, con el sabuesofalsamente infernal, como sucediera en el caso desu tío.

Era un perro muy feroz y estaba hambrien-to. Si su apariencia no acababa con la víctima, elmiedo podía al menos paralizarla, de manera queno ofreciese resistencia.

Sin duda. Queda tan sólo una dificultad. SiStapleton hubiese llegado a tomar posesión de laherencia ¿cómo habría explicado el hecho de queél, el heredero, hubiese vivido sin darse a conocer ycon otro nombre en un lugar tan próximo a la man-sión de los Baskerville? ¿Cómo podría reclamar laherencia sin despertar sospechas ni provocar inves-tigaciones?

Se trata de un problema muy arduo y temoque espera usted demasiado al pedirme que lo so-

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lucione. El pasado y el presente se hallan dentro delcampo de mis investigaciones, pero lo que una per-sona vaya a hacer en el futuro es algo muy difícil deprever. La señora Stapleton oyó a su marido anali-zar el problema en varias ocasiones. Eran tres lassoluciones posibles. Podía reclamar la propiedaddesde América del Sur, demostrar su identidad antelas autoridades consulares británicas y obtener asíla fortuna sin aparecer nunca por Inglaterra; podíatambién adoptar un disfraz que lo hiciera irreconoci-ble durante el breve periodo de tiempo que necesi-tase permanecer en Londres y, finalmente, podíasuministrar a un cómplice las pruebas y los docu-mentos, haciéndolo pasar por el heredero, peroreteniendo el derecho a un porcentaje de sus ingre-sos. Por lo que sabemos de él, tenemos la seguri-dad de que habría encontrado algún modo de solu-cionar ese problema. Y ahora, mi querido Watson,permítame decirle que llevamos varias semanastrabajando con mucha intensidad y que, por unavez, no estaría de más que nos ocupáramos decosas más placenteras. Tengo un palco para LesHuguenots. ¿Ha oído usted a los De Reszke? 1.¿Le importaría en ese caso estar listo dentro demedia hora, para que podamos detenernos en Mar-

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cini's de camino hacia el teatro y tomar un bocadoantes de la representación?

1. Jan (18501925), tenor, y Edward(18531917), bajo, los hermanos De Reszke, nacidosen Varsovia, cantaron juntos en algunas de las re-presentaciones de Les Huguenots, la ópera de Me-yerbeer, estrenada en París en 1836.