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SESIÓN DE FORMACIÓN DE LA VII VICARÍA EPISCOPAL El Sacerdote y la Pobreza Evangélica ¿Cómo vivir la pobreza como sacerdote diocesano? Arquidiócesis de México México, D.F; 26 de mayo de 2015.

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¿Cómo vivir la pobrezacomo sacerdote diocesano?El Sacerdote y la Pobreza Evangélica

SESIÓN DE FORMACIÓNDE LA VII VICARÍA EPISCOPAL

El Sacerdote y la Pobreza Evangélica

¿Cómo vivir la pobreza comosacerdote diocesano?

Arquidiócesis de MéxicoMéxico, D.F; 26 de mayo de 2015.

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SESIÓN DE FORMACIÓNDE LA VII VICARÍA EPISCOPAL

El Sacerdote y la Pobreza Evangélica

¿Cómo vivir la pobreza comosacerdote diocesano?

Arquidiócesis de MéxicoMéxico, D.F; 26 de mayo de 2015.

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EL SACERDOTE Y LA POBREZA EVANGÉLICA¿Cómo vivir la Pobreza como Sacerdote Diocesano?

Querido padre y obispo, queridos hermanos sacerdotes:

Agradezco y aprecio la invitación para estar entre ustedes y hacer eco de la Palabra de Dios. Estoy especialmente contento por el tema que se me ha asignado, es uno al que siempre he prestado mucha atención, aun cuando continúa siendo para mí una llamada urgente de mis respuestas insuficientes y contradictorias; parafraseando a San Pablo diría: doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de confianza, llamándome a estar hoy aquí ante ustedes, a pesar de mis blasfemias e insolencias (cf. 1, Tm 1,13).

El Papa Francisco, con sus palabras, gestos y testimonio personal, ha retomado como una urgencia para todas las iglesias el testimonio de la pobreza evangélica. Su: "¡Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!" al inicio de su ministerio apostólico está atravesando la Iglesia y despertando preguntas, promoviendo un cambio de corazón después de una temporada de tentativas, de signos relevantes, de contradicciones y también del olvido de este tema.

En cuanto a la pobreza y el ministerio, también existe un referente muy significativo cuando Juan XXIII, un mes antes de iniciarse el Concilio, el 11 de septiembre de 1962, pronunció un discurso difundido por la Radio Vaticano en el que dijo: "De cara a los países pobres, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres”.

En el aula conciliar fue el Cardenal Lercaro quien retomó la palabra de Juan XXIII con su intervención memorable

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sobre el servicio sacerdotal y la pobreza en la que pidió enfáticamente a los padres conciliares "colocar en el centro de este Concilio el misterio de Cristo en los pobres, una verdad esencial y primordial en la Revelación"; y al mismo tiempo pedía una Iglesia evangelizadora de los pobres: "Estamos en una época en la cual, en comparación con otras, los pobres parecen menos evangelizados y espiritualmente alejados y extraños al misterio de Cristo y de la Iglesia. Es una época en la que la pobreza de las mayorías (dos tercios del género humano) es ultrajada por las inmensas riquezas de una minoría". Para el Cardenal Lercaro, "La evangelización de los pobres no debería ser uno de los tantos temas del Concilio, sino la razón central incluso para la unidad de los cristianos. El gran tema del Concilio ha de ser la Iglesia en tanto que es, esencialmente, la Iglesia de los pobres". Y añadió: "La práctica cristiana de la pobreza no es exclusiva de la conducta moral de los cristianos, sino que toca el misterio íntimo y personal de Cristo: esto no es una apariencia, incluso sublime, de moral y filantropía, sino un momento esencial de la revelación misma de Cristo, una parte central de la Cristología".

A pesar de la indicación de esta vía, en el periodo post-conciliar la espiritualidad sacerdotal buscó justamente sus raíces en el ejercicio mismo de su ministerio, sin recurrir a la espiritualidad del genitivo o las diversas escuelas de espiritualidad. Este cambio en la dirección de la vida espiritual para encontrar las bases de lo que el sacerdote es está en la escucha y anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y el cuidado pastoral de la Iglesia. Su eje es la caridad pastoral que, sin embargo, no se cruza con el tema de la pobreza si no es por una revisión de temas clásicos residuales de los consejos evangélicos.

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Pero en realidad la conexión entre el ministerio y la pobreza es mucho más radical y encuentra su razón en el vínculo entre la pobreza y el discipulado, entre la pobreza y la fe, entre la configuración con Jesucristo y Jesucristo pobre. El sacerdote como creyente vive su ministerio en "forma de discípulo de Cristo".

Después de esta premisa, presento el itinerario de mi reflexión:

1. El tema "pobres y pobreza"

2. Jesús y la pobreza

3. Pobreza del Sacerdote

1. POBRES Y POBREZA.

"Pobre" y "pobreza" son palabras muy comunes en nuestro lenguaje, son términos que se relacionan con situaciones y realidades bastante diferentes. Especialmente en la tradición cristiana, parece necesario hacer un discernimiento, hacer distinciones y comprender las diferentes formas de pobreza con las que nos encontramos cuando nos referimos a hombres y mujeres, o cuando nos consideramos a nosotros mismos.

Antes de leer la pobreza bajo la inspiración del Evangelio, es bueno hacer algunas aclaraciones sobre la misma. Podemos distinguir:

- una pobreza antropológica,

- una pobreza como condición material y

- una pobreza espiritual, interior.

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1.1 Pobreza antropológica.

La pobreza más evidente es, sin duda, la antropológica, la inseguridad, la fragilidad que tiene su vértice en la mortalidad inherente a la condición humana. Nacemos en desnudez, vivimos en la inseguridad, morimos en la soledad. La muerte, por encima de todo, nos asusta, "aliena" nuestra condición (cf. Heb 2,15), y en esta fragilidad sufrimos un vacío. El hombre es radicalmente pobre, siempre necesitando al otro, y constantemente intentando escapar de esta pobreza, no verla y retirarla, desarrollando estrategias para evadirla. ¿Por qué vamos acumulando riqueza?, ¿por qué somos presa del frenesí de consumo?, ¿por qué nos tienta el vértigo del placer?, ¿por qué buscamos el poder y el éxito? Debido a que nuestra pobreza radical nos hace sufrir, porque la perspectiva de la muerte parece injusta y tratamos de luchar contra ella, de negarla, para que sea tan ineficaz como sea posible.

Muchos textos bíblicos expresan efectivamente esta pobreza. Éstos son sólo dos ejemplos:

“Toda carne es como hierba

y toda su gloria es como una flor del campo...

La hierba se seca, la flor se marchita,

pero la palabra de nuestro Dios permanece

para siempre” (Is 40,6.8).

“Hazme saber, Señor, mi final,

cuál es la medida de mis días,

y cuán frágiles son” (Sal 39,5).

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1.2 Pobreza como condición material.

La pobreza real, material, es una que se puede medir en el plano cultural, social, económico. Para entenderlo, es mucho mejor hablar de los pobres, o de las personas que están en un estado de indigencia, a quienes les faltan los bienes necesarios (vivienda, vestido, alimentación, salud) y también los bienes esenciales, aunque no sean "cosas", como la libertad, el reconocimiento, la justicia. Reconocemos también a los pobres sólo cuando están en nuestra proximidad, cuando hay posibilidad de estar cara a cara, escuchando sus necesidades y nos sentimos corresponsables de ellas.

Los pobres son siempre un signo de la injusticia, de la opresión del hombre sobre el hombre, se crean a partir de relaciones interpersonales: que miden justicia e injusticia, y donde no hay reconocimiento a la fraternidad. Siempre los pobres son víctimas de la falta de reconocimiento por parte de otros. Los pobres son el signo de la injusticia que reina en la historia, un signo del pecado del mundo; y son una presencia necesaria en la Iglesia como una provocación. Si los pobres no están presentes en la Iglesia, entonces esto significa que la iglesia no está cerca de los pobres, que la iglesia no es capaz de verlos y de discernir. Al respecto, las palabras de Jesús dicen: "¡A los pobres siempre los tendrán con ustedes" (Mt 26, 11), y las del Salmo: "Bienaventurado el que discierne entre los pobres y los necesitados" (Sal 41 [40],2). Las formas materiales de la pobreza son muchas y variadas, y el descubrimiento de los pobres no es una tarea fácil en nuestra sociedad.

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Estos pobres reales, en el lenguaje del Nuevo Testamento y en la traducción griega del texto hebreo de la Biblia, son especialmente designados con el término ptochoí, personas sin medios que deben recurrir a la ayuda de los demás, que están en una situación de dependencia. Estos son los pobres a quienes se dirige la primera bienaventuranza de Jesús en el Evangelio de Lucas: "Bienaventurados ustedes los pobres, porque suyo es el reino de Dios" (Lc 6,20). Estos son los pobres que claman a Dios en su condición de sufrimiento, de privación, de injusticia, de opresión por otros hombres o por los poderes de este mundo.

1.3 Pobreza espiritual, interior.

Pero hay otra pobreza, revelada principalmente en las Escrituras: es la pobreza interior, espiritual, que se nutre de un desapego de los bienes y riquezas, del poder, del éxito, no debido a una filosofía cínica o estoica, ni siquiera en paralelo al desapego budista, sino a la gran fe-confianza en el Señor. En esta pobreza interna, de hecho, no se busca una "paz", una "ataraxia" para no sufrir, sino que se desea ser llenado por la presencia del Señor, se desea tener a Jesucristo como Señor para seguirlo, para amarlo y para servir y amar a los otros. Es una pobreza animada y sostenida por el Espíritu Santo, que con su energía permite la confianza en Dios y una desconfianza en las mercancías del poder y del éxito.

En el Antiguo Testamento se evidencia esta consistencia espiritual que alcanza el umbral del Nuevo Testamento y que vivían los anawim, que son los creyentes que viven una condición precaria, insatisfecha, sin tierra, sin casa, sin templo, sin

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culto y sin institución de ayuda para vivir. He aquí su confesión: "Nos hemos convertido en lo más pequeño, somos humillados, no tenemos ni reyes ni jefes… sólo tenemos un corazón contrito y humillado... te seguimos con todo corazón, perseguimos, oh, Dios, tu rostro" (cf. Dn 3,37-41).

Estos pobres son los anawim, señalados por los profetas como el resto, la parte fiel al Señor y a su expectativa; son "un pueblo humilde y pobre" (Sof 3,12) que confía en el Señor, un pueblo que Dios conduce en la justicia (cf. Sal 25,9), su pobreza se convierte en fe ilimitada y humilde, esperando al Señor y confiando sólo en él (cf. Sal 131). En el lenguaje del Nuevo Testamento son los tapeinoí, los pobres, los humildes. En su cántico, María glorifica al Señor porque ha reconocido su propia tapeinosis, "pobreza, humildad" (Lc 1,48), condición en la cual el reino de Dios es absoluto, lo único buscado y necesario (cf. Mt 6,33). El Reino relativiza todo: posesión de bienes, familia y relaciones, la vida y la muerte.

Después de estas breves aclaraciones, ahora podemos tratar de entender el vínculo entre la pobreza, así entendida, y el Evangelio.

2. JESÚS Y LA POBREZA

2.1 Pobreza experimentada por Jesús.

La Pobreza —como veremos más adelante— es un tema cristológico, es decir, no se puede dar una identidad a Jesús de Nazaret sin pobreza. No es casualidad que el apóstol Pablo sintetice la venida de Jesús el Hijo de Dios en la tierra como un descenso de la riqueza a la pobreza: "Ya conocen

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la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9).

Pero comencemos a preguntarnos acerca de la pobreza en su vida, su condición social, su posición económica. Jesús no pertenecía a las clases más pobres de la sociedad palestina, no era miserable, indigente. La familia en la que nació y se crió con el apoyo de su padre José, un artesano de la localidad, no era una de las últimas de la sociedad. No sabemos nada con certeza acerca de sus "años oscuros", desde su juventud hasta su aparición pública como predicador itinerante, pero podemos saber con bastante grado de certeza que asistió a las escuelas de los rabinos (todas de pago), y aunque no obtuvo títulos, sí consiguió reconocimiento.

Este reconocimiento venía de hombres y mujeres, se debió a su ser carismático, a su autoridad (exousía: Mc 1,22.27) derivada de la coherencia; no a los grados ni títulos ni afiliaciones conseguidas. Vivía, como dicen los Evangelios, como discípulo de Juan el Bautista en el desierto. A partir de esto es posible adivinar la pobreza ascética de su vida, como la de su maestro y profeta Juan. ¿Poseía una casa? Difícil decir. Los Evangelios hablan de una "ama de casa" de Jesús, y por devoción se ha deducido que era la casa de Pedro en Cafarnaum, pero tal vez fue el hogar de su compañía donde vivía con sus discípulos. Su vida fue itinerante, sencilla, sobria, y su nivel de vida se determinaba por la pesca realizada por sus discípulos, por las hospitalidades recibidas en casa de sus amigos y simpatizantes, por un "fondo común" (Jn 12,6; 13,29) de la comunidad en el que fluían incluso regalos

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(Lucas nos dice que algunas mujeres le ayudaron con sus productos: cf. Lc 8,2-3) y por invitaciones que Jesús no desdeñaba a la mesa de ricos, jefes o pecadores públicos.

En pocas palabras, Jesús no era acomodado, mucho menos rico, pero en su vida no sufrió el hambre o la pobreza extrema: su vida fue la de las personas pobres, simple pero decorosa... Una vida marcada por la precariedad, la inseguridad material relativa, la incertidumbre en el futuro por vivir el abandono confiando en Dios su Padre. Esta pobreza de Jesús hace evidente su postura de alguien que había "roto" con su familia, el clan de origen, que en esa sociedad era crucial, sin reconocer en ella el límite último e intransitable del sistema de valores propio. El parentesco para él significaba solamente un vínculo que no podía ser la última referencia de intereses, ni tener pertenencia más fuerte que las demás: la pobreza, por lo tanto, ofrecía oportunidades para la ayuda y solidaridad familiar. ¡Su pobreza se convierte en la cuna de su libertad! Es significativo que se le presentó en el templo cuarenta días después del nacimiento, con la ofrenda de los pobres ("un par de tórtolas o pichones": Lc 2,24; cf. Lv 12,8), y a su muerte: en un juicio injusto en el que nadie lo defendió, donde a cambio hubo falsos testigos pagados por aquéllos que tenían dinero y poder, nadie hizo manifestaciones o protestas públicas en su favor. La pobreza de la soledad de los abandonados, que tiene algo de esclavitud, y por lo tanto es digna de la cruz.

Esta es la forma paupérrima de Jesús de Nazaret, que fue crucificado y que asumió la pobreza radical. Él como Hijo de Dios "tenía una condición

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divina" de poder, gloria y honor, y en lugar de mantenerla celosamente como un privilegio, la abandonó para asumir la condición humana radical de pobreza y marginación, de esclavitud. "Se despojó de sí mismo" (verbo kenóo), olvidó, puso entre paréntesis esos privilegios, esas prerrogativas divinas y se hizo hombre ordinario, frágil y con carne mortal. No sólo se hizo hombre en la pobreza existencial, asumió la pobreza del esclavo, del alienado, reducido a oprimido y condenado por los hombres, “hasta la muerte y muerte por cruz" (cf. Flp 2,6-8). Es esta pobreza la que define el ser de Jesucristo. Esta lógica de la encarnación es reveladora y entenderla es gracia según Pablo (cf. 2 Cor 8,9). Para dar un regalo, Jesús no quería hacerlo desde lo alto sino desde abajo, junto a los hombres, convirtiéndose en un hombre entre hombres, que no se avergüenza de llamarlos hermanos (cf. Hb 2,11). No es un "regalo-concesión" hecho por un rico, superior, sino un regalo hecho por el hermano... se despoja, ahora es pobre.

En esta existencia humana, Jesús aceptó la forma paupérrima material, asumió la desnudez humana, existencial, y vivió la pobreza interior del creyente que confía sólo en el Señor, de los anaw, los hombres empeñados en que reine sólo Dios.

¿Cuál es la pobreza de Jesús? Se definiría como:

• la de un hombre como nosotros, • la de un pobre entre los pobres, • la de un "Mesías al contrario", que se manifestó como un "siervo del Señor", I”ebed Jhwh.

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En Jesús contemplamos:

• la elección de su auto-despojo (la kénosis), para convertirse en un hombre ordinario según la carne (cf. Jn 1,14),

• su lealtad a la comunidad de los humildes que se afianzan en Dios (anawim) y

• su opción por la pobreza de vida y de misión, bien expresada en la historia de la tentación, donde Jesús negó la posesión de bienes y el éxito mesiánico (cf. Mt 4,1-13; Lc 1,13).

Debemos volver más a menudo al verbo “despojarse” (kenóo) y al sustantivo derivado auto- despojo (kénosis), para aprender de la acción de Cristo Jesús; acción que te vacía, te desnuda (heautón ekénosen: Flp 2,7), que pierde lo que tienes.

También debemos reflexionar sobre el verbo tapeinóo, "agacharse, humillarse" (etapeínosen Heautón: Flp 2,8), hasta una sumisión obediente a Dios (eulábeia: Hb 5,7) y la plena solidaridad con los hombres, con nosotros (cf. Hb 2,17-18; 4,15).

El vacío y la humillación de Jesús significan que él no se afirma a sí mismo —el Papa Francisco nos ha hablado de no ser autorreferenciales—, incluso si esto era lo que la gente esperaba de él como Mesías, al precio de entrar en contradicción con sus seguidores (los Doce y sobre todo Pedro: cf. Mc 8,33). ¡Siervo en vez de jefe, profeta en lugar de rey, humildad en vez de imposición!

Y en esta lógica de la encarnación, la pobreza es una semilla que muere sin ver sus frutos. Todo pasa por la ¡aparente inutilidad del regalo! Jesús

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ve el rechazo del regalo de sí mismo, el fracaso aparente, ve que lo que tenía en el corazón, su misión, fue negada.

Es con esta pobreza de Jesús que se juega nuestra fe cristiana, con esta contemplación sabemos que la pobreza no es sólo tema de ética o moral, sino altamente cristológico. La pobreza es, de hecho, la “forma incarnationis”, la “forma ostensionis Christi”, la forma en la que Jesús, el Hijo de Dios, nos ha salvado. Pablo declara esta pobreza "palabra de la cruz" (ho lógos ho toû stauroû: 1Cor 1,18), la pobreza extrema a la cruz. Cuando el Apóstol proclama: "En medio de ustedes yo no quiero saber más que de Jesucristo, y éste crucificado" (1 Cor 2,2), es como si dijera: "Yo sólo quería conocer a Jesucristo, pobre en extremo".

2.2 Mensaje de Jesús a los pobres.

Todos los evangelios contienen testimonios sobre la atención de Jesús a los pobres, su discernimiento de los pobres como los primeros destinatarios de la Buena Nueva del Evangelio, pero es especialmente Lucas quien recuerda con frecuencia las palabras y acciones de Jesús para con ellos.

En el horizonte de la predicación de Jesús está el reino de Dios, es el anuncio de que el Señor viene a reinar en el corazón del oyente, y en medio (entós: Lc 17,21) de aquéllos que aceptan el yugo el reino de Dios, donde los creyentes niegan cualquier otro reino por encima de ellos y sólo permiten reinar y determinar en sus vidas a Dios. Ésta es la verdadera recepción en el reino de Dios, los pobres (tapeinoí) son elevados, los poderosos (dynástai) volcados, los ricos son enviados con las manos

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vacías y los hambrientos son colmados de bienes (cf. Lc 1,52-53). El citado Magnificat de María canta esta venida del reino de Dios, que trae a los pobres alegría mesiánica y la salvación esperada.

Ya el Bautista preparó el camino para la venida del Señor, pidiendo un cambio de corazón y mente, capaz de producir gestos concretos de repartición y justicia. Cuando se le preguntó: “¿Qué debemos de hacer?”, la respuesta fue concreta: "El que tiene dos túnicas darle al que no tiene, y el que tiene qué comer que haga lo mismo" (Lc 3,10-11). He aquí la repartición necesaria, en vista de la equidad, de la justicia que permite a los hombres sentirse realmente solidarios y hermanados.

Jesús, el anunciador definitivo de la venida del reino de Dios, fue consagrado por el Padre con la unción del Espíritu que está siempre con él para traer buenas nuevas a los pobres (euangelísasthai ptochoís: Lc 4,18-19; cf. Is 61,1-2). Estos pobres, pobres de pobreza material, son los que tienen mejor oportunidad de acoger el Reino: no viven bien, esperan otra situación, están a la espera de ser liberados de su condición, sufren y no están satisfechos, por lo que están más dispuestos a aceptar la predicación de Jesús. Por ello son los primeros beneficiarios y destinatarios del Evangelio: como los enfermos, los que sufren, y los pecadores conscientes de serlo. Como consecuencia, estos pobres son bendecidos: "Bienaventurados ustedes los pobres, porque suyo es el reino de Dios" (Lc 6,20). Su situación está a punto de terminar, de acuerdo a la voluntad de Dios; esta injusticia no debe continuar, y es que Dios interviene para elevarlos del estiércol (cf. 1 S 2,8; Sal 113,7), para darles la liberación.

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Y si son pobres no sólo materialmente, sino también en el "aliento", en el corazón (ptochoì tô pneumáti: Mt 5,3), entonces son bendecidos aún más, porque saben cómo leer su situación como paso previo a la salvación. Jesús da a los pobres un futuro, dice que su pobreza no está bien y no es la última palabra para ellos, proclama que a ellos va la atención de Dios y la predicación del Mesías. Y si bien: Jesús no promete a los pobres enriquecerse o una venganza contra los ricos, la clase dominante, sí les asegura que su sufrimiento tiene un plazo y que les será más fácil desear y acoger al Señor que viene con su Reino de justicia y de paz.

Como resultado, Jesús dirige a los ricos a un "problema": "¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo" (Lc 6,24). Con la llegada del Reino, la situación de los ricos cambiará: serán despojados, serán rebajados y, porque han vivido aquí sin notar a los pobres, a los mudos inocentes, a todos los Lázaro, que están a su puerta, serán privados de la salvación, desprovistos del Reino, donde en cambio están Abraham y los verdaderos creyentes (cf. Lc 16,19-31). Jesús dice en voz alta a sus discípulos: "¡Qué difícil es para los que tienen riquezas entrar en el reino de Dios!" (Lc 18,24 y par). Apegados a su riqueza y sus posesiones, no necesitan de los demás o de la ayuda de Dios, seguros de los bienes de su vida cotidiana, se convierten en idólatras de Mammon, depositan su confianza en el dinero (Mamon, de la raíz verbal aman: cf. Mt 6,24; Lc 16,13), los ricos no conocerán aquí en la tierra la alegría de compartir, no conocerán la gloria de haber sido "salvados" por el Señor.

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Así, ptochoí y tapeinoí-‘anawim son los primeros destinatarios de la predicación de Jesús y de su Reino. Esta proclamación de Jesús implica, sin embargo, que los que aceptan el Reino y su yugo sobre sus hombros se enfrentan a un camino de conversión, de volver a Dios, de asemejarse a lo que Dios quiere, a su voluntad. Y Dios, en vista de la equidad y la justicia que establece la fraternidad, quiere el compartir. Si la vocación de los hombres es la comunión, también deben compartir lo que tienen, los productos y regalos que tienen. Por lo tanto, algunos de los que siguen a Jesús abandonan la propiedad, renuncian a ella (cf. Lc 5,1; 18,28); le piden a los demás y a los ricos que vendan y den a los pobres (cf. Lc 18,22). Para Zaqueo es una señal de cambio en el comportamiento, por lo que da la mitad de sus bienes a los pobres y restaura cuatro veces a los que él había robado (cf. Lc 19,8). Jesús pide que entre los discípulos que le siguen se instaure una compartición dinámica, por el Reino y el reino de justicia y paz, y fraternidad entre los hijos de Dios y hermanos de Jesús.

Pablo lo dice así, interpretando esa enseñanza: "Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, a fin de enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8,9). Para lograr esto necesitamos compartir: "No es para avergonzar al prójimo, sino para que haya equidad" (ex isótetos: 2 Co 8,13). La equidad en la comunidad cristiana es signo de la intención de fraternidad, de la búsqueda de comunión, y para ello es absolutamente necesario esta opción de compartir lo que se tiene, porque los bienes son para todos, porque no debe haber pobres en la comunidad del Señor (cf. Act 4,34; Dt 15,4), porque "hay más felicidad en dar que en recibir"

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(Act 20,35). No hay demonización de los bienes, pero sí desconfianza de su acumulación, porque los bienes esclavizan, las riquezas enajenan y esclavizan, la acumulación de riqueza entumece el espíritu y hace duro el corazón.

Sello de la predicación de Jesús por los pobres y necesitados es su profecía del juicio (cf. Mt 25,31-46). El juicio al final de la historia, del mundo, pero la realidad es que ese futuro se consume en nuestras vidas todos los días, ¡hoy! Entonces sólo habrá la epifanía de lo que hicimos o no en nuestra vida cotidiana: sabremos que dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar a un preso, encargarse del enfermo y dar la bienvenida a un extraño es hacer lo que el Señor quiere, porque él nos ama a los hombres como a él mismo. Lo que hemos o no hecho a un hombre se lo hicimos o no a Cristo. Ese día vamos a ver las caras de los pobres y necesitados en el rostro de Cristo que nos llama al Reino o nos excluye del mismo: pero es, aquí y ahora, en nuestra vida diaria, que decidimos nuestro destino final, nuestro resultado eterno.

3. POBREZA DEL SACERDOTE

Si el ministerio sacerdotal es la participación en la misión de Cristo, entonces la relación con Cristo sólo puede estar en el centro de la persona del sacerdote. Contra la deriva funcionalista a veces de nuestra pastoral y vivencia del ministerio, Jesús estableció como apóstoles a los que tenían una relación estable con él: "Jesús designó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios" (Mc 3,15). La misión es primero y ante todo una relación con el remitente, incluso antes que con los destinatarios

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de la misión. Olvidar este elemento fundamental del ministerio apostólico en el Nuevo Testamento significa pérdida, porque entonces, en el ejercicio del ministerio sacerdotal, el papel funcional tiene prioridad sobre la relación, y el hacer cosas sobre el dinamismo del Espíritu. La pobreza del sacerdote no está, por tanto, simplemente diseñada para hacer que el sacerdote sea más asequible para los pobres y débiles, sino que tiene que ver con su calidad humana, con la estructuración de su humanidad, con la construcción de su persona en relación con Cristo. Y, por supuesto, en relación con la gente de su comunidad y con todos los que encuentra.

En resumen, en el problema de la pobreza se juega la calidad de la humanidad y la fe del sacerdote. La pobreza pide entrar en las casas, ir a las periferias: tenemos que ser pobres para ser recibidos sin miedo, como necesitados. Los sacerdotes que van a los periferias, a los entrecruces de los caminos, se vuelven huéspedes, ofrecen hermandad, ofrecen el misterio del Reino mediante sus manos: "A ustedes se les ha dado el misterio del reino de Dios" (Mc 4,11).

La pobreza que el sacerdote está llamado a vivir es frágil. Frágil por el contexto en el que vivimos socialmente y porque la Iglesia tiene medios de vida que a no pocos les parecen ricos. Frágil porque la pobreza sacerdotal no está conectada a un voto como la vida religiosa, ésta depende sustancialmente de la buena voluntad de la persona. Incluso para un sacerdote no es fácil ser pobre. Se debe optar por ser pobre.

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Así que la pobreza es sobre todo una pregunta antes que una respuesta. Una pregunta para la Iglesia, para cada sacerdote diocesano y para cada sacerdote individual. Es una pregunta acerca de la presencia de la Iglesia (y los sacerdotes) en el mundo, entre los hombres. Frente a las rigurosas exigencias de Jesús sobre la misión de los apóstoles, San Jerónimo llegó a decir que eran enviados "casi desnudos", y que sería más rápido decir lo que pueden llevar con ellos en lugar de lo que no pueden, entonces debemos hacernos la pregunta: ¿cómo proclamar el Evangelio, es decir, si es en primer lugar para los pobres que evangelizamos, para qué utilizar medios de gran alcance, con despliegue de posibilidades, con una demostración de fuerza? ¿No estamos aquí hoy ante una falta de fe de la Iglesia y tal vez uno de los factores de la infertilidad y la ineficacia de los esfuerzos de evangelización? Las indicaciones de Jesús sobre la misión (Mt 9,35-10,42; Mc 6,7-13; Lc 9,1-6; 10,1-16) significan que el enviado evangeliza mediante su misma presencia, con su propia persona, con su forma de vida.

Aquí algunos otros aspectos de la pobreza sacerdotal:

La pobreza no se debe confundir con la dejadez, el descuido al vestir, la falta de higiene personal, la falta de autocuidado, el decoro del alojamiento, la calidad de los alimentos diarios. Tampoco debe confundirse con la ignorancia y la indiferencia a la vida interior e intelectual. La vida de Jesús ha mostrado el camino hacia una sobriedad que deja espacio para la belleza, las relaciones libres, la capacidad de la contemplación.

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La transparencia de las cuentas, la cuestión de la administración con criterios profesionales de la parroquia, el orden en materia fiscal (ahora que estamos en una nueva legislación) y el destino de una suma para los pobres o para las iglesias más pobres son algunos de los elementos que contribuyen a la necesaria sobriedad del sacerdote, a mantener su conciencia recta, sabiendo que en la relación con el dinero la Iglesia se juega gran parte de su credibilidad con el pueblo.

El sacerdote debe medirse al menos en tres frentes: el uso de su dinero personal, el dinero de la comunidad parroquial, el dinero pagado por ley o norma al Estado y a la misma Iglesia. Pablo, en su testamento espiritual dirigido a los ancianos de Éfeso, dice con orgullo: "En cuanto a mí, no he deseado ni plata ni oro ni los bienes de nadie. Ustedes saben que con mis propias manos he atendido a mis necesidades y a las de mis compañeros. De todas las maneras posibles, les he mostrado que así, trabajando duramente, se debe ayudar a los débiles, y que es preciso recordar las palabras del Señor Jesús: «La felicidad está más en dar que en recibir»" (Act 20, 33-35). La pobreza está estrechamente ligada a la vida de fraternidad y comunión. Jesús envió a sus discípulos en condiciones extremadamente precarias, prohibiéndoles tomar hoy lo que podría servirles mañana, pero los envió de "dos en dos", está claro que su propia hermandad, su caridad, es el primer anuncio del Reino de Dios. En los casos de las parroquias en las que hay dos o más sacerdotes, o incluso en un decanato, sin duda, un fondo común puede ser una forma de compartir y de implementar el uso evangélico de los bienes.

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La capacidad de hospitalidad, de hacer espacio a los pobres, de dar tiempo y escuchar a los que lo piden, hacen posible ser pobre, como Jesús.

El decreto conciliar Presbyterorum ordinis núm. 17 (que se ocupa de la pobreza voluntaria y la actitud hacia los bienes terrenales) exhorta a los sacerdotes: "No tengan, por consiguiente, el beneficio como una ganancia, ni empleen sus emolumentos para engrosar su propio caudal. Por ello los sacerdotes, teniendo el corazón despegado de las riquezas, han de evitar siempre toda clase de ambición y abstenerse cuidadosamente de toda especie de comercio”. La codicia, la avaricia, el deseo de poseer y acumular bienes y dinero puede introducirse en la vida de un sacerdote: con la edad puede emerger cada vez más la tentación. El miedo al futuro surge de la idea de la vejez, de la incertidumbre de lo que puede deparar el futuro, de eventuales enfermedades y hospitalizaciones, de la angustia de tener que depender de otros. Todo esto puede llevar a un deseo de acumulación que va más allá de la buena providencia, y se convierte en una forma de evitar el futuro y la muerte.

Es necesario separar absolutamente la administración de los sacramentos y de las celebraciones litúrgicas que anuncian la gratuidad de Dios en Jesucristo, de toda apariencia de lucro al solicitar pagos como condición. Se trata de algo esencial por la verdad de lo que se celebra y por la credibilidad del celebrante. Emerge como la gratuidad del ministerio ("gratuitamente recibiste, gratuitamente da" (Mt 10,8), no sólo personal sino eclesialmente.

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En la sesión del Concilio de Trento (trasladado a Bolonia) de 1547 sobre la reforma de los sacramentos, se discutió sobre la legalidad o no del pedir y del recibir: ¿se puede pedir o simplemente recibir algo con motivo de la administración de los sacramentos? Si nadie reclamó la legalidad de pedir, los hilos del recibir eran delgados, pero hay que recordar la posición del Cardenal Jerónimo Seripando que quería cortar de raíz el problema: "ya no podemos decir al paralítico: ponte de pie, porque estamos cargados de oro y plata". De todo esto se mantuvo prácticamente nada al final del Concilio.

Cada sacerdote sigue siendo hoy ejemplo de los fundamentos de Cristo, de su desnudez para conocer al hombre y revelar el rostro de Dios y seguir siendo ejemplo para los Apóstoles (1 Co 4,6). Sigue siendo una misión ineludible de la vocación evangélica del sacerdote, pero también de las iglesias locales y de los obispos. Y eso exige creatividad e inteligencia de los individuos y las comunidades. Nos jugamos con la credibilidad de la Iglesia.

CONCLUSIÓN

Todo lo que está escrito y es testimonio en los evangelios sobre Jesús, sus palabras y su vida, fue escrito para aquéllos que quieren seguir a Jesús, para la comunidad de Jesús, la Iglesia. Los discípulos y las comunidades cristianas están llamados a ser cristianos, es decir, a conformar su vida con la de Jesús, su estilo con el de Jesús.

Para Jesús, la pobreza ha sido una característica esencial de su misión: por lo tanto, el de la pobreza es un tema cristológico decisivo, y en primer

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lugar con su pobreza la Iglesia jura su fidelidad al Señor. Para ello nos encontramos en los evangelios palabras claras y abundantes de Jesús en su estilo de discípulo-enviado-apóstol, estilo de pobreza, estilo que debe mostrar la debilidad del evangelizador, la gratuidad y el desinterés del predicador, la simplicidad y la libertad del anuncio de la venida del reino de Dios (cf. Lc 9,1-6 y par.; 10,1-20).

Las directivas sobre la misión son las que han sido procesadas, traicionadas, incluso hipócritamente pervertidas por los cristianos, sobre todo por aquéllos que tenían la misión de evangelizar. Sólo aquéllos que son libres y desinteresados del dinero y de los bienes muestran que Dios reina sobre ellos, no parecen tener intereses personales en su ministerio, muestran la generosidad de la Buenas Noticias a todos, pero dando preferencia a los pobres.

El Papa Juan primero de nuestros días, durante el Concilio, señaló proféticamente a la Iglesia que ésta era la hora de los pobres, la Iglesia de los pobres, y el Concilio ha intentado aquí y allá traducir esta intención, retomando las palabras del Evangelio y de los Padres de la Iglesia como cruciales para nuestro presente. El Papa Francisco ahora nos urge. Nos corresponde a nosotros no olvidar este mensaje y recordar que la Iglesia nacida de Pentecostés intentó primero (en la iglesia se busca y se trata siempre, pero ¡nunca se llega!) ser la asamblea del Señor donde reina Dios y su Reino significa compartir, dinámica de la comunión entre los cristianos. La Iglesia está sujeta a la lógica de la “comunión” (koinonía), y cada día decide ver a Cristo en los pobres,

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decide establecer la justicia y la equidad, sentar bases comunes de lo que se tiene, enseñando la verdadera forma de la comunión (koinonía), de la celebración eucarística.

La celebración de la eucaristía es realmente la enseñanza primera y decisiva para la comunión (koinonía) de la Iglesia: en la misma está también el misterio de la pobreza y la presencia de los pobres a quienes el Señor ama. No olvidar tampoco el mensaje del libro de los Hechos de los Apóstoles ni al apóstol Pablo: si los cristianos no saben compartir (cf. Act 2,42-47; 4,32-35), entonces "no reconocen el Cuerpo del Señor, por lo que comen y beben su propia condena" (cf. 1 Co 11,29) y "desacreditan a la Iglesia de Dios, haciendo avergonzar a los pobres" (cf. 1 Co 11,22).

A nadie, ni siquiera a la Iglesia, se le permite estar en silencio ante el tema de la pobreza, ya que es un tema cristológico antes de ser un tema de ética cristiana. Precisamente por esta razón, me gustaría concluir citando un pasaje de la Lumen Gentium que, quizás, en las últimas décadas se ha olvidado: "Así como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, así la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino en la comunicación a los hombres de los frutos de la salvación" (§ 8).

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Manuel Rodrigo Zubillaga Vázquez.Pbro.

El presente trabajo es una compilación de textos del Monasterio de Bose, principalmente de la conferencia que dictó el prior del Monasterio, Enzo Bianchi, a los obispos y sacerdotes de la Región de Calabria, Italia,

en el año 2014.

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