El señor del cero María Isabel ... senor del cero... · El señor del cero María Isabel Molina Llorente Colaboración de Sergio Barros 2 Preparado por Patricio Barros Reseña

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  • El seor del cero www.librosmaravillosos.com Mara Isabel Molina Llorente

    Colaboracin de Sergio Barros 1 Preparado por Patricio Barros

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    Colaboracin de Sergio Barros 2 Preparado por Patricio Barros

    Resea

    Debido a su facilidad para el clculo y al recelo que esto despierta entre sus

    ignorantes vecinos, Jos se ve obligado a abandonar su tierra. Es el

    comienzo de una apasionante aventura.

    La intolerancia es el principal obstculo que encuentra nuestro protagonista

    all donde va.

    El seor de Cero es una novela histrica de lectura muy amena. Pero, sobre

    todo, es un hermoso canto a la amistad, sin barreras de religin o ideologas.

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    ndice

    Introduccin

    1. Crdoba: Escuela del Califa Ao 355 de la Hgira

    2. Crdoba: Corte del Seor de los Creyentes Ao 355 de la

    Hgira

    3. Monasterio de Santa Mara de Ripoll Primavera del 968

    4. Crdoba: Tribunal del Califa Ao 357 de la Hgira

    5. Camino del Norte Mayo del 968

    6. Santa Mara de Ripoll Junio del 968

    7. Un nuevo monje Septiembre del 968

    8 Las preocupaciones de Emma Noviembre del 968

    9. Intermedio Noviembrediciembre del 968

    10. El arzobispo de Narbona Enero del 969

    11. Final que es principio

    Eplogo

    Notas

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    Colaboracin de Sergio Barros 4 Preparado por Patricio Barros

    Introduccin

    En el siglo IV despus de J.C., en una de esas afortunadas coincidencias de

    pensamiento con que nos sorprende tantas veces la historia, los sabios de

    dos pueblos muy alejados entre s, los mayas y los hindes, inventan un

    signo para el concepto del vaco, de la nada: el cero. Los rabes, que

    llegaron en sus conquistas a la India en el siglo VIII, lo aprendieron de los

    hindes, junto con sus nmeros, y lo adoptaron a su alfabeto combinando el

    rigor y los conocimientos de los grandes matemticos griegos con la facilidad

    de clculo del sistema hind. As se convirtieron en los creadores de las

    matemticas, tal como han llegado a nosotros, las divulgaron por todo el

    mbito de su imperio y, a travs de Crdoba, se conocieron en los

    monasterios cristianos y despus en Europa, aunque no se aceptaron.

    El gran poder cultural del Califato de Crdoba durante los siglos IX y X no se

    ha estudiado apenas y casi siempre se ha comprendido mal. La ciudad de

    Crdoba, convertida en capital y embellecida con jardines y fuentes, tuvo

    una poblacin de 500.000 habitantes, mientras las grandes ciudades de

    Europa no alcanzaban ni la dcima parte. La tolerancia de los musulmanes,

    que dejaban practicar su culto tanto a los judos como a los cristianos, atrajo

    a los sabios de todo el mundo y produjo una gran expansin cultural,

    amparada por la gran biblioteca de la ciudad y los centros de estudio de

    todas las ciudades del Califato. En ellos, hasta los muchachos sin dinero

    podan estudiar porque el califa destinaba la cuarta parte de sus ingresos

    personales a limosnas para los pobres y becas para los estudiantes

    inteligentes y sin recursos.

    El Seor del Cero es la historia de un mozrabe (un cristiano que sigui

    viviendo en las tierras dominadas por los rabes sin renunciar a su religin),

    buen matemtico, que recorre el camino que segua la ciencia y la cultura

    que llegaba a Europa: de Crdoba a los monasterios del Norte, castellanos y

    leoneses, navarros y catalanes. En sus bibliotecas atesoraron, junto con las

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    copias de la Biblia y los escritos de los Santos Padres, la valiosa cultura

    rabe, sus traducciones de los antiguos sabios griegos y latinos y sus libros

    de medicina y matemticas. Desde all se transmitieron a una Europa de

    pueblos todava semibrbaros y que, en muchos lugares, adoraban a los

    dioses germnicos, y todava no estaban muy preparados para

    comprenderla.

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    Captulo 1

    Crdoba: Escuela del Califa

    Ao 355 de la Hgira*

    (Primavera del 966 para los cristianos)

    [Las palabras con asterisco figuran por orden alfabtico al final del libro.]

    La habitacin destinada a clase era cuadrada, grande y estaba encalada. Un

    par de ventanas estrechas y veladas con celosas comunicaban con la calle.

    En el centro de la sala, el techo se elevaba en una cpula rodeada de

    ventanas que formaban una gran linterna y por las que siempre pasaba el sol

    que iluminaba toda la sala. Por un lateral, se abra sin puertas a un patio

    grande, baado por el sol con dos naranjos y dos limoneros algo esculidos y

    una fuente que borboteaba en el centro.

    El suelo era de barro rojo y los muchachos se sentaban en hileras, con las

    tablillas ante ellos; eran ya adolescentes y atendan silenciosos al maestro,

    que llevaba un turbante oscuro como signo de su categora y paseaba entre

    las filas de los chicos, mientras dictaba.

    Tomad notas si lo necesitis. En cuanto alguno tenga la solucin, que

    levante una mano. Tendr un punto extra para la nota final. Por supuesto,

    slo cuentan las soluciones exactas. Empez a recitar:

    Un ladrn, un cesto de naranjas,

    del mercado rob

    y por entre los huertos escap;

    al saltar una valla,

    la mitad ms media perdi;

    perseguido por un perro,

    la mitad menos media abandon;

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    tropez en una cuerda,

    la mitad ms media desparram;

    en su guarida, dos docenas guard.

    Vosotros, los que buscis la sabidura,

    decidnos: cuntas naranjas rob el ladrn?

    Los muchachos agacharon la cabeza sobre sus tablillas; muy pronto, un

    chico moreno, de pelo rizado, levant la mano.

    El maestro pregunt:

    Jos, cul es el resultado?

    Ciento noventa y cinco naranjas, seor.

    Est bien. Los dems, guardad el problema para resolverlo en casa. Ya

    conocis la solucin.

    Hubo un murmullo entre los otros chicos.

    Entre las hileras de estudiantes se escuch un nombre

    Otra vez ha sido Sidi Sifr!*

    Silencio! Debis recordar que slo los mejores alumnos pueden concursar

    al premio del Califa. Y los que terminan los estudios de las cuatro ciencias*

    con el premio del Califa, Al guarde su vida!, le servirn en la secretara de

    palacio.

    Contempl las caras, atentas, levantadas hacia l. El tambin deseaba que

    uno de sus alumnos obtuviese el premio del Califa. Era un honor para

    cualquier maestro. Y all, en la cuarta fila del centro, estaba Jos, aquel chico

    cristiano, alto y delgado, que pareca jugar con los nmeros. Iba a ser un

    buen matemtico! Al maestro le recordaba a s mismo cuando era joven.

    Claro que Jos era cristiano y eso era un obstculo. Tambin estaba Al Ben

    Solomon*, buen estudiante y muy ambicioso y su padre era uno de los

    comerciantes ms ricos de la ciudad. Mucho tendra que esforzarse Jos

    para que los examinadores olvidasen su religin! Aunque era el mejor, sin

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    duda. Dentro de unos aos dominara todo el clculo mucho mejor que

    algunos maestros.

    El murmullo de la clase le sac de sus pensamientos. Orden:

    Tomad nota de otro problema!

    Comenz a dictar:

    Un collar se rompi* mientras jugaban

    dos enamorados,

    y una hilera de perlas se escap.

    La sexta parte al suelo cay,

    la quinta parte en la cama qued,

    y un tercio la joven recogi.

    La dcima parte el enamorado encontr

    y con seis perlas el cordn se qued.

    Vosotros, los que buscis la sabidura,

    decidme cuntas perlas tena

    el collar de los enamorados.

    En la clase se hizo el silencio; se escuchaban los leves crujidos de las vigas y

    los lejanos rumores de los mercaderes que recogan sus mercancas en las

    tiendas.

    En esta ocasin la mano de Al se alz primero:

    Son treinta y cinco perlas, seor.

    No es el resultado exacto. No por mucho apresurarse se consiguen mejores

    resultados.

    La mano de Jos ya se alzaba en el aire.

    Treinta perlas, seor.

    Exacto. Los que no lo hayan resuelto, que lo terminen en casa.

    La voz del muezzin que llamaba a oracin desde la mezquita se col por

    todas las ventanas de la sala. El maestro dio una palmada y los muchachos

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    se levantaron y del arcn que haba al fondo de la sala sacaron sus pequeas

    alfombras de plegaria disponindose para la oracin. Jos y otros cinco

    muchachos se dirigieron a un rincn y se quedaron de pie. No todos ellos

    eran cristianos; dos eran judos, pero todos estaban dispensados de la

    oracin.

    El muezzin gritaba:

    Dios es el ms grande! Creo que no

    existe ningn Dios aparte de Al! Creo que

    Mahoma es el profeta de Al! Acudid a la

    oracin! Acudid con diligencia!

    El maestro, de rodillas tambin en su

    alfombra, comenz la oracin:

    En el nombre de Al, el Benefactor, el

    Misericordioso! Todas las alabanzas le

    corresponden a Al, Seor de los Mundos, el

    Creador, el Misericordioso, el Soberano en el

    da del Juicio Final. nicamente a ti, Seor,

    servimos y nicamente a ti acudimos en

    peticin de ayuda.

    Los muchachos contestaron a coro:

    Dios es grande! Gloria a mi Seor, el Todopoderoso! Gloria a mi Seor,

    el Altsimo!

    Jos dej de atender a las voces de los que rezaban. Estaba ordenado que

    asistiesen a la oracin en un respetuoso silencio, pero nadie le ordenaba que

    atendiese. No se le haba escapado la mirada irritada de Al cuando rectific

    su error en el problema. Jos no quera enemistades entre sus compaeros

    de clase y la mayor parte de las veces lo consegua a costa de ayudar a unos

    y a otros; pero siempre tropezaba con los que se molestaban ante su

    facilidad con los clculos; entonces procuraba no hacer caso.

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    Colaboracin de Sergio Barros 10 Preparado por Patricio Barros

    La oracin termin y los muchachos recogieron sus alfombras de plegaria y

    las guardaron junto con los otros objetos de clase. Saludaron al maestro y

    salieron de la sala.

    Jos y los otros muchachos no musulmanes salieron los primeros. Cuando

    llegaban junto a la fuente, Al Ben Solomon grit:

    Espera, Sidi Sifr!

    Jos esper, algo molesto porque le llamase a gritos por el apodo que le

    haban adjudicado sus compaeros.

    Qu quieres?

    Al estaba sofocado como si hubiese corrido mucho.

    Escucha, asqueroso cristiano: si crees que voy a consentir que un cerdo

    como t me quite el premio del Califa, ests muy equivocado. Ni mi padre ni

    yo estamos dispuestos a consentirlo.

    Y qu pinta tu padre en esto, Al? interrumpi uno de los chicos

    judos. Lo que tienes que hacer es calcular mejor y ms deprisa.

    El premio del Califa es para buenos creyentes, no para perros como

    vosotros.

    Uno de los chicos musulmanes se acerc al grupo a tiempo de escuchar la

    ltima frase.

    El premio del Califa es para el mejor estudiante, la religin no tiene nada

    que ver en esto..., y el dinero de los padres, tampoco. O me vas a decir a

    m otra cosa?

    El rostro de Al enrojeci an ms.

    No, Mohamed; pero estars de acuerdo conmigo en que no hay derecho a

    que un buen creyente tenga que soportar...

    No hay derecho a que un buen creyente tenga que soportar personas tan

    mezquinas como t, Al interrumpi el llamado Mohamed, que era hijo de

    un funcionario del gobierno de la ciudad y todos los chicos lo saban.

    Dio media vuelta y se alej. Al aguard a que Mohamed estuviese lejos y no

    pudiese orle y entonces, en un tono bajo y rabioso, dijo:

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    Colaboracin de Sergio Barros 11 Preparado por Patricio Barros

    Me da igual lo que diga Mohamed! No siempre estar para defenderte,

    perro! Te juro que no consentir que nadie me arrebate el premio del Califa!

    Ests avisado, Sidi Sifr!

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    Colaboracin de Sergio Barros 12 Preparado por Patricio Barros

    Captulo 2

    Crdoba: Corte del Seor de los Creyentes

    Ao 355 de la Hgira

    (Julio del 966 para los cristianos)

    La ceremonia comenzaba en las murallas. Desde la puerta de la ciudad hasta

    Medina Azhara el camino estaba cubierto de alfombras. A derecha e

    izquierda de la ruta una doble fila de hombres vestidos de rojo y azul

    montaba la guardia; el sol arrancaba chispas de luz a los alfanjes

    desenvainados de aquellos soldados que parecan estatuas.

    En la puerta aguardaba tambin Rezmundo, el obispo cristiano de Crdoba,

    junto con el cad* de los cristianos y algunos servidores. Junto a Rezmundo,

    con una vasija con agua bendita en la mano, estaban Jos y otros

    muchachos vestidos con tnicas blancas y preparados para ayudar al obispo

    en la ceremonia de bienvenida. Rezmundo hubiese deseado recibir a los

    extranjeros del Norte con la cruz, pero los musulmanes no consentan la

    exhibicin de las imgenes cristianas.

    Los transentes se paraban a ver la comitiva de los extranjeros del Norte;

    los cordobeses estaban acostumbrados a las embajadas de otros pases que

    venan a rendir vasallaje al Califa, pero siempre despertaban cierta

    curiosidad.

    Mucha ms curiosidad sentan los visitantes. Si no hubiese sido por el

    protocolo y por el riguroso orden de la comitiva, ms de uno se hubiese

    perdido por las calles empedradas y bordeadas de casas encaladas.

    El obispo Rezmundo se adelant. Para la ocasin se haba vestido las viejas

    ropas episcopales de tiempos de los godos que slo se usaban ya en las

    ceremonias importantes; alz la mano enguantada de rojo y el ancho anillo

    antiguo que era el signo de su dignidad brill al sol.

    En nombre de la comunidad cristiana de Crdoba, nosotros, el cad de los

    cristianos de esta ciudad y yo, el obispo, os damos la bienvenida, hombres

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    Colaboracin de Sergio Barros 13 Preparado por Patricio Barros

    de los condados catalanes. Que Nuestro Seor Jesucristo os bendiga y os

    gue en vuestra embajada.

    Jos se acerc con el agua bendita y el obispo introdujo el hisopo en la vasija

    y roci a los hombres del Norte pasando entre las filas de caballos. Luego se

    volvi y abri la comitiva.

    Tras el obispo avanzaba el capitn y gobernador rabe de Tortosa que

    ejerca de embajador del Califa en los condados catalanes. Para la ocasin

    haba elegido un caballo blanco de gran alzada, con las crines tan largas y

    cepilladas que parecan hilos de plata. Las

    riendas y la montura eran de cuero rojo

    repujado, trabajado primorosamente por los

    artesanos cordobeses.

    Detrs del embajador vena la comitiva de

    los obsequios para el Califa en carros tirados

    por mulas enjaezadas: veinte eunucos*

    vestidos con largas tnicas, veinte quintales*

    de pelo de marta, cinco quintales de estao,

    cien espadas francas...

    Detrs de los regalos, en filas separadas,

    caminaban los hombres de armas. A pesar

    de la sombra de los altos rboles que

    bordeaban el camino y formaban un tnel de

    follaje, los catalanes, agobiados por sus

    ropas de lana, brillaban de sudor.

    Desde su llegada se haban resentido del calor. Fijaron el campamento en La

    Almunia, a la orilla del ro, en una pequea alameda, y Djawar, el introductor

    de embajadores, les envi todos los das grandes cestos de frutas

    desconocidas en las tierras del Norte. Y el obispo Rezmundo les remiti ropas

    de algodn de vistosos colores, regaladas por los cristianos de la ciudad para

    que se cambiaran.

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    Colaboracin de Sergio Barros 14 Preparado por Patricio Barros

    Pero a pesar de todo algunos haban enfermado. Miraban con recelo las

    frutas desconocidas y aquellos tejidos livianos. Y ni sus ropas de lana

    ajustadas al cuerpo, ni su alimentacin a base de legumbres secas, carne y

    pan, ni su poca costumbre de lavarse que levantaba las burlas de los

    cordobeses eran lo ms indicado para el clido verano del Sur.

    Tras los obsequios y los hombres de armas, en sus mejores monturas, iban

    los caballeros catalanes. Y algo separado, en el centro, sobre un gran caballo

    de guerra y vestido con un manto rojo, cabalgaba Bonfill, el embajador de

    los condes.

    Atraa todas las miradas por su gran corpulencia, su cara blanca y redonda

    salpicada de pecas color canela y sus cabellos casi tan rojos como el manto.

    En la mano, ostentosamente, llevaba un estuche de cuero labrado y cerrado

    por sellos de lacre rojo: era el mensaje que el conde Borrell y el conde Mir,

    seores de Osona, Girona Urgell y Barcelona*, dirigan al Califa.

    Djawar, el introductor de embajadores, cabalgaba a la derecha de Bonfill.

    Bajo el turbante de seda, sus ojos tenan una expresin entre irnica y

    aburrida que el resto de su cara no dejaba traslucir. Djawar se senta algo

    cansado de aquella procesin de embajadas de todo el mundo que venan a

    inclinarse ante el seoro del gran Califa. Djawar admiraba profundamente la

    sabidura de su seor. El Califa Al-Hakam*, Seor de los Creyentes en Al,

    no era un guerrero como su padre, sino un gran sabio. La biblioteca de

    Crdoba haba aumentado durante aquellos aos hasta convertirse en la

    primera del mundo; de todos los pases llegaban los sabios y se haban

    creado nuevas escuelas donde enseaban los mejores maestros; se haban

    establecido premios a los mejores alumnos y el Seor de los Creyentes

    pagaba de sus propios bienes los estudios de aquellos muchachos pobres que

    los maestros recomendaban por su inteligencia y su trabajo, sin importarle la

    raza o la religin, como aquellos que delante de l, acompaaban al obispo

    Rezmundo.

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    Colaboracin de Sergio Barros 15 Preparado por Patricio Barros

    Todo aquel protocolo, todas aquellas alfombras estropeadas por las patas y

    el estircol de los caballos, todo aquel derroche de riqueza y poder que

    dejaba sin habla a los extranjeros, resultaba mucho menos costoso que una

    guerra que horrorizaba al Califa. Al-Hakam prefera los tributos a las

    conquistas y los libros de filosofa a la espada. Sin embargo, cuando a la

    muerte de su padre Abderramn, los prncipes de los reinos cristianos del

    Norte haban credo posible conseguir tierras y botn, Al-Hakam no haba

    desdeado dirigir personalmente la campaa contra Castilla y, el ao

    anterior, uno de sus generales haba asolado los condados catalanes, para

    recordar a los francos que el poder militar de Crdoba no haba menguado.

    Esta embajada era el resultado de la campaa. No slo se consigui la

    victoria, botn y cautivos, sino que ahora los condes enviaban regalos y

    ofertas de paz que significaran mayores tributos.

    Djawar se senta satisfecho de que los cristianos del Norte, con sus

    costumbres brbaras, sus cabellos claros, sus burdas ropas pardas y sus

    espadas de hierro, admiraran la riqueza, las refinadas maneras y la superior

    civilizacin del imperio cordobs. Al haba bendecido a sus fieles con la

    riqueza y la sabidura. No haca tantos aos que el rey de Len haba venido

    a suplicar la curacin de su gordura desmesurada.

    Djawar estaba orgulloso de su seor y de su pas.

    La comitiva lleg a las puertas de Medina Azhara. Hisham, el gobernador de

    Tortosa, descabalg y entreg las riendas a uno de los criados que

    aguardaban en la puerta. Todos los caballeros siguieron su ejemplo. Ya a pie,

    atravesaron los patios del palacio. El camino estaba sealado por las piezas

    de brocado que cubran el suelo de mosaicos de mrmol. Los catalanes

    pisaban de puntillas; los hombres de armas de la comitiva no haban visto

    nunca tejidos semejantes, los caballeros estaban dispuestos a pagar las

    rentas de la cosecha de una comarca por una pieza de aquellas que pisaban

    con la que hacer el traje de novia de su dama.

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    Colaboracin de Sergio Barros 16 Preparado por Patricio Barros

    En el saln de audiencias, vestido de seda verde y blanca, y sentado sobre

    almohadones de raso colocados en una alta tarima de mrmol, debajo de la

    gran perla que el emperador de Bizancio regalara a su padre Abderramn y

    que penda de una cadena de oro como si fuese una lmpara, Al-Hakam,

    Califa de Crdoba, Seor de los Creyentes, sucesor de Mahoma, el Profeta,

    reciba a sus visitantes.

    A la mitad del saln los catalanes se inclinaron con las tres reverencias del

    protocolo. Mientras los hombres de armas y los portadores de los obsequios

    quedaban de rodillas a la mitad de la sala, Hisham, el gobernador y Djawar

    se adelantaron junto con Bonfill, el embajador de los condes y el cad de los

    cristianos. El obispo y sus acompaantes quedaron en un lado del saln. Jos

    se puso de puntillas para ver lo que suceda en el centro.

    Djawar se inclin profundamente de nuevo, antes de hablar:

    Seor de los Creyentes, Al aumente tus das!, ante tus ojos est Bonfill,

    hombre de los condados francos* de la frontera; lo han enviado sus seores,

    los condes Borrell y Mir, hijos del conde Sunyer. Trae un mensaje de paz y

    amistad.

    Al-Hakam asinti con una sonrisa.

    Los condes de Barcelona, Osona, Girona y Urgell son muy estimados por

    nosotros. Han buscado la paz y la unin de sus tierras en lugar de la guerra.

    Rogamos a Al que los guarde con salud. Deseamos escuchar su mensaje.

    Bonfill se adelant con el estuche de cuero labrado. Se inclin y lo tendi a

    uno de los secretarios que estaban sentados en el escaln inferior de la

    tarima.

    El secretario comprob los sellos antes de romperlos y abrir el estuche

    delante de todos. Desenroll el pergamino y lo ley de una ojeada antes de

    entregarlo, con una reverencia, al Califa. Si contena algo ofensivo, Al-Hakam

    no deba verlo.

    El Califa examin muy detenidamente el mensaje. Los monjes de Santa

    Mara de Ripoll se haban esmerado en la caligrafa, que resplandeca de

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    Colaboracin de Sergio Barros 17 Preparado por Patricio Barros

    dorados y rojos. El pergamino estaba tan cuidadosamente trabajado que era

    suave como la seda. Al-Hakam enroll de nuevo el pergamino y se lo entreg

    a los secretarios. El Califa conoca la mayor parte de las lenguas cristianas,

    aunque en las audiencias, por el protocolo, se serva del traductor.

    Se recost en los almohadones y contempl en silencio a los catalanes hasta

    que Bonfill y sus hombres se sintieron incmodos.

    Sois bienvenidos, hombres de los condados francos de la frontera. Mis

    servidores os atendern como merecis; deseo que vuestra estancia en

    Crdoba os resulte inolvidable. Os darn nuevos vestidos, ya que los

    vuestros no son muy apropiados para nuestro clima. Acepto la paz y la

    amistad que me ofrecen vuestros seores; a partir de ahora ya no sern

    necesarias las fortificaciones de la frontera; el rey de los francos, vuestro

    seor natural, estar satisfecho y, como leales amigos, vuestros seores los

    condes me darn cuenta de cualquier traicin que se prepare en Castilla,

    Len o Navarra. Yo he olvidado ya la guerra que los condes nos hicieron y en

    la que fue voluntad de Dios que nuestros hombres alcanzasen el triunfo, y

    ruego a Al, el Misericordioso y el Compasivo, que los conserve con salud y

    que gobiernen en paz sus tierras durante muchos aos hizo una larga

    pausa antes de seguir. Mis notarios se encargarn de los escritos

    necesarios y evaluarn con justicia y equidad los tributos que los condes

    debern enviar a Crdoba.

    El cad de los cristianos tradujo a Bonfill las palabras del Califa; luego se

    inclin profundamente e hizo una seal a los catalanes para que hiciesen lo

    mismo.

    La audiencia haba terminado. Lo que faltaba, el regateo para conseguir

    mejores condiciones en los tributos que el Califa exiga, se tratara con los

    secretarios. Caminando hacia atrs para no dar la espalda al Seor de los

    Creyentes, los catalanes salieron del saln del trono como el que sale de un

    sueo. Todava deslumbrados por el lujo y la magnificencia de la corte,

    dejaron que los llevaran a sus habitaciones.

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    Colaboracin de Sergio Barros 18 Preparado por Patricio Barros

    Tras ellos fue Jos, que hablaba el latn mejor que los otros chicos, con un

    mensaje del obispo Rezmundo para el obispo de Vic.

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    Colaboracin de Sergio Barros 19 Preparado por Patricio Barros

    Captulo 3

    Monasterio de Santa Mara de Ripoll

    Primavera del 968

    (Primeros del 357 de la Hgira para los creyentes del Islam)

    Se estaba bien en el claustro. Un tibio sol de primavera daba calor a los

    corredores, ola a hierba nueva y a plantas en flor y el olor a moho del

    invierno pareca haberse refugiado en los sillares interiores de las esquinas.

    Como un lejano rumor se escuchaba el ruido de las herramientas de los

    canteros y los albailes que trabajaban en la nueva iglesia. Dos hombres

    paseaban despacio por el lado del claustro en el que daba el sol. Llevaban el

    largo hbito negro de los monjes y su pelo entrecano brillaba al sol que

    arrancaba destellos a los gruesos anillos episcopales que los dos llevaban en

    el dedo.

    El ms alto dijo:

    La bendicin del Seor me ha acompaado durante el viaje. El tiempo fue

    bueno y en los pasos de las montaas la nieve estaba ya casi fundida.

    Ser un buen ao para las cosechas coment el ms bajo.

    El monje alto sonri.

    Vayamos a las cosas importantes. No hay por qu perder el tiempo

    hablando de las cosechas.

    No es perder el tiempo. Acaso podemos tratar de otra cosa?

    Puede que s. Durante el viaje a la corte tuve ocasin de hablar con

    tranquilidad con nuestro buen conde Borrell. Puedo afirmar que, aunque por

    distintos motivos, est de acuerdo con nosotros y apoyar nuestras

    peticiones.

    Con permiso del rey Lotario?

    No lo digis con tanta amargura, querido abad Arnulf*; el buen conde

    Borrell debe rendir vasallaje y besar las manos del rey Lotario, su seor

    natural. La esposa del conde, Doa Letgarda, es una bella dama franca; el

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    Colaboracin de Sergio Barros 20 Preparado por Patricio Barros

    conde pidi al rey Lotario su bendicin para el matrimonio. Yo estuve

    presente y aprovech para visitar al arzobispo de Narbona*.

    Era necesario?

    Es nuestro arzobispo, recordadlo, Arnulf. Tuvimos una entrevista cordial y

    me entreg una donacin para nuestras nuevas iglesias. Eso es bueno.

    Nuestros monasterios son muy pobres.

    El abad Arnulf se detuvo en su pasear y su

    compaero se par con l. Arnulf era de

    mediana estatura, fornido, y daba una falsa

    sensacin de gordura. Sus manos eran

    anchas y fuertes, ms de guerrero o

    campesino que de monje.

    At*, escuchad; no es que sea impaciente,

    es que creo que ha llegado el momento de

    afirmar nuestra personalidad. La provincia

    tarraconense era en los tiempos de los

    antiguos romanos un arzobispado

    importante, nuestros abuelos crean que su

    iglesia estaba fundada por el mismo San

    Pablo. Por qu dependemos ahora de

    Narbona? Porque tras la invasin de los rabes se contest a s mismo con

    disgusto no tenemos gentes ni bienes suficientes para sostener nuestras

    iglesias, poner manteles en los altares y leer en las celebraciones en libros

    dignos. Y encima somos sospechosos de hereja! Ya s que por el momento

    Tarragona no ser dominio cristiano, tiene demasiado poder el Califa de

    Crdoba. Pero vuestro obispado de Vic es tan importante como Narbona!

    Por eso creo que es bueno hablar del tiempo. Si Dios nos bendice con buenas

    cosechas vendrn ms hombres a estos valles, repoblaremos la tierra y

    nuestras iglesias florecern.

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    Colaboracin de Sergio Barros 21 Preparado por Patricio Barros

    Con una breve risa, ante la irritacin de su compaero, el obispo At volvi a

    su pasear; todava sofocado, Arnulf le acompa.

    Los tiempos son difciles, Arnulf. Difciles para todos los hombres de la

    Marca Hispnica, sean condes, monjes, guerreros o siervos.

    Crdoba es el imperio ms fuerte del mundo y nosotros somos la frontera

    entre Crdoba y los francos. Una frontera despoblada. Y cmo vamos a

    atraer hombres a estos valles si no tienen seguridad de lograr la cosecha?

    Cmo van a trabajar? Con una mano en el arado y los ojos en el

    horizonte? Por eso, hace dos aos, los condes enviaron su mensaje de paz al

    Califa. Nos cuesta buenos tributos, pero necesitamos paz para trabajar y

    prosperar.

    Cmo han aceptado eso en la corte?

    Han disimulado su disgusto. Al rey Lotario no le agrada que sus condes de

    la Marca enven tributos al Califa en su propio nombre, pero no tiene fuerza

    para oponerse. Su situacin en el reino no es muy firme desde su segundo

    matrimonio y el conde Borrell es el seor ms poderoso de la Marca. No

    depende del nombramiento del rey; heredar el condado de su hermano, el

    conde Mir, y dejar el gobierno y las tierras a sus hijos. Si ofreciera

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    Colaboracin de Sergio Barros 22 Preparado por Patricio Barros

    vasallaje a otro seor, el rey Lotario perdera la Marca. Y por otra parte el

    rey comprende la ventaja de que la paz en la frontera del Sur se pague con

    un tributo que sale de los propios bienes del conde en lugar de pagarse del

    tesoro del rey. Cede soberana a cambio de paz y beneficios econmicos. Y la

    familia del conde Borrell ha sido siempre leal al rey. No ha apoyado jams ni

    a los sublevados ni a los intrusos.

    El abad Arnulf suspir.

    Todo es muy complejo.

    Y mientras tanto continu el obispo At a nosotros nos queda ganar

    prestigio y demostrar al mundo nuestra piedad, nuestra cultura y nuestro

    saber. Y para ello son buenos los viajes; recuerdan a los poderosos nuestra

    existencia. Cuando estemos preparados, debemos ir a Roma a rezar ante los

    sepulcros de los apstoles San Pedro y San Pablo y a presentar nuestro

    respeto y obediencia al Papa.

    Y aprovechar para pedir una bula de exencin.

    Y pedir una bula de exencin de impuestos y de servidumbre, en efecto.

    Pero tenemos que tener paciencia. Entre nuestros monjes hay algunos que

    no ven con simpata una mayor autonoma del gobierno de los francos, ya

    sean obispos o reyes.

    El abad Arnulf afirm:

    Tenis razn. Incluso entre mis monjes se encuentran partidarios de los

    francos. Y luego estn esos que ven al diablo detrs de cada libro y que

    encuentran pecado en cada pergamino.

    No todos son as; os quiero presentar a un muchacho que ha venido con

    nosotros. Es un monje del monasterio de San Geraud d'Aurillac*. Es muy

    inteligente, ha estudiado la gramtica en su monasterio, pero quiere

    aumentar sus conocimientos de matemticas y de astronoma en Santa

    Mara. Yo tambin le ensear algo de aritmtica. Veis, Arnulf? Hasta el

    monasterio de d'Aurillac ha llegado la fama de vuestra biblioteca y de su

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    Colaboracin de Sergio Barros 23 Preparado por Patricio Barros

    ciencia. Ese es el buen camino para conseguir nuestra autonoma de

    Narbona.

    Ser bienvenido.

    Hizo un gesto a un muchacho que, hasta entonces, haba estado sentado en

    uno de los arcos del claustro. Tendra unos veinte aos y era moreno, de

    mediana estatura, con los rasgos de la cara afilados y ntidos, como si se la

    hubiesen tallado con una herramienta. Vesta hbito y se inclin a besar el

    anillo del abad Arnulf.

    Arnulf, este es Gerbert d'Aurillac. Desea estudiar en vuestra biblioteca.

    Arnulf apoy la mano sobre la cabeza inclinada:

    Eres bienvenido, Gerbert. Que Dios te bendiga.

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    Colaboracin de Sergio Barros 24 Preparado por Patricio Barros

    Captulo 4

    Crdoba: Tribunal del Califa

    Ao 357 de la Hgira

    (Primavera del 968 para los cristianos)

    Ibn Rezi atraves con paso ligero la sala de espera repleta de gentes que

    aguardaban y a su paso se apagaron las conversaciones y se hizo un silencio

    de plomo, pero aparent no advertirlo. Estaba acostumbrado a las muestras

    de respeto y en ocasiones de servilismo.

    Entr en la sala de audiencias y respondi con brevedad a los saludos de la

    guardia y a las reverencias de los funcionarios que despachaban asuntos tras

    sus mesas bajas.

    Se acerc a una de las ventanas y mir al exterior a travs de las celosas; el

    cielo era de color azul fuerte y el sol haca brillar el blanco de cal de los

    muros de las casas; ola bien, los limoneros estaban en flor en todos los

    patios.

    Con un suspiro, Ibn Rezi se apart de la ventana y se dirigi a su asiento

    guarnecido de almohadones; le apeteca ms pasear con su hijo bajo los

    rboles que atender los aburridos asuntos que aquel grupo de escribientes le

    habra preparado. Hoy era da de audiencia. Los sbditos del Califa podan

    exponer sus quejas ante su trono un da a la semana, sin intermediarios ni

    obstculos. Slo necesitaban un escrito para solicitar audiencia.

    Bien, qu hay?

    El secretario se acerc con una caja llena de rollos.

    Esto es lo ms urgente, seor.

    Ibn Rezi comenz a leer y a firmar y sellar documentos; desde que la

    poblacin de Crdoba haba aumentado tanto, el Califa no poda atender

    personalmente a los que deseaban presentarle sus problemas y haba

    nombrado cuatro jueces elegidos especialmente para que atendieran al

    pueblo. Ibn Rezi, cad elegido por el Califa para su divn o consejo, era un

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    Colaboracin de Sergio Barros 25 Preparado por Patricio Barros

    hombre respetado por su virtud y su justicia; conoca las distintas lenguas y

    alfabetos y poda leer las leyes de otros pueblos en su idioma original.

    Tras la firma de los documentos el secretario hizo pasar a los primeros de los

    que aguardaban. A pesar de los cuatro jueces, hombres y mujeres hacan

    cola desde las primeras horas del da.

    Durante dos horas, Ibn Rezi escuch a dos mujeres que discutan por su

    derecho a un puesto en el lavadero pblico, a un hombre que tena una

    herida en la cabeza por la cada de una maceta y resolvi un litigio por la

    prioridad en el uso del agua de riego. El cad era un hombre justo, consciente

    en todo momento de que estaba en el lugar del Califa y que hasta los ms

    pobres tenan derecho a una justicia rpida, barata y clara, sin trmites ni

    esperas, ejercida por su seor, al que l representaba.

    El secretario avis en un susurro:

    Seor, est aqu el poderoso Solomon Ben Zahim.

    Ibn Rezi se irrit ante la presentacin.

    Y quin es el poderoso Solomon Ben Zahim?

    Seor! Sus huertos se extienden hasta la sierra y sus caravanas llevan

    mercancas hasta Bagdad. Dicen que es uno de los hombres ms ricos y

    piadosos de Crdoba. Ha entregado cuantiosos donativos para la mezquita.

    Lo s. Pero en este tribunal Solomon Ben Zahim es tan poderoso como

    esas dos mujeres que discutan por un puesto en el lavadero.

    El secretario se inclin en una sumisa reverencia:

    Perdn, seor. No he querido decir...

    S lo que no has debido decir cort seco el cad. Haz pasar a Ben

    Zahim y sepamos qu le trae al tribunal del Califa.

    Solomon Ben Zahim era un hombre de unos cuarenta aos, bajo y

    corpulento, que haba acumulado grasa en el vientre. Hizo una trabajosa

    reverencia en el umbral, avanz por la sala y se inclin de nuevo en una

    profunda zalema ante el estrado del cad.

    Ibn Rezi hizo un gesto con la mano.

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    Colaboracin de Sergio Barros 26 Preparado por Patricio Barros

    Habla.

    Solomon Ben Zahim adopt un tono de voz suave y obsequioso, aunque la

    colrica expresin de sus ojos desmenta su voz.

    La fama de tu justicia se comenta por todas las calles de Crdoba, ilustre

    cad. Por eso he venido a tu tribunal a presentar una denuncia a la que me

    obliga mi conciencia de creyente.

    Ibn Rezi alz las cejas.

    Y a qu te obliga tu conciencia de creyente?

    He odo maldecir del Profeta. Su nombre sea bendito!

    Sea bendito! repiti el cad.

    He odo a un cristiano expresar su desdn hacia el Profeta con palabras

    tales que mi devocin me impide repetirlas.

    La desaprobacin de Ibn Rezi se transparentaba en su voz a pesar de todo

    su control.

    A quin oste tan terrible blasfemia?

    A Jos Ben Alvar, un muchacho estpido y vanidoso que progresa en la

    ciencia gracias a las escuelas y la bondad del Seor de los Creyentes. Al le

    aumente los das!

    Ese cristiano merece un severo castigo, desde luego, pero, si es un

    muchacho, tal vez todo sea una imprudencia debida a los pocos aos.

    Es un cristiano, hijo de cristianos! Hay que acabar con esa raza maldita!

    Son pueblos del Libro*. El Profeta nos ordena respetarlos.

    Hacen propaganda de su idolatra por calles y plazas.

    Eso est castigado por la ley. Cmo sabes t tanto de ese cristiano?

    Mi hijo estudia en la misma escuela que ese ingrato muchacho. Toda la

    escuela ha escuchado sus insultos hacia nuestro Profeta. No ser difcil

    encontrar testigos si se investiga.

    As se har. Te avisaremos si hay otros interrogatorios. Confa en la justicia

    del Califa, Solomon Ben Zahim.

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    Colaboracin de Sergio Barros 27 Preparado por Patricio Barros

    Con un gesto, Ibn Rezi despidi al mercader, que sali entre reverencias. Y

    con una seguridad hija de su experiencia y sabidura, dijo a su secretario:

    Ese hombre miente.

    Es poderoso, seor, y afirma que tiene testigos.

    Es rico y poderoso y puede tener testigos de cualquier cosa que le

    beneficie. Pero no dice verdad.

    El secretario contempl dudoso al cad.

    T eres ms sabio, seor. Pero la blasfemia contra el Profeta es asunto

    grave en estos cristianos que viven y prosperan por la benignidad del

    Califa*. Al prolongue sus das!

    Ibn Rezi se levant de su asiento.

    Ordena que se enve por ese muchacho y por los testigos para tomarles

    declaracin. No creo que me tengas que ensear cmo hacer justicia. Yo

    velar por el respeto al Profeta, su nombre sea bendito!, como cad del

    Califa que soy.

    * * * *

    Cul es tu nombre?

    Jos trag algo invisible y muy duro antes de responder. Estaba asustado y

    se le notaba; intentaba disimularlo con una juvenil altanera un punto

    insolente, pero no lo consegua.

    Mi nombre es Jos Ben Alvar, seor.

    Edad?

    Dieciocho aos, seor.

    Ibn Rezi consult un pergamino sin perder de vista al muchacho. Jos Ben

    Alvar era alto, haba crecido de prisa y ya tena ms estatura que muchos

    hombres, moreno de piel, con el pelo oscuro y rizado y los ojos negros;

    estaba bastante delgado, se le marcaban los huesos.

    Eres cristiano.

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    Colaboracin de Sergio Barros 28 Preparado por Patricio Barros

    No era una pregunta, sino una afirmacin. En realidad Ibn Rezi no necesitaba

    preguntar nada. Todo lo que le haca falta saber estaba ya escrito en sus

    informes. Pero las preguntas formaban parte de la tcnica del tribunal.

    Jos volvi a tragar su propio miedo, pero su voz fue firme.

    S, seor.

    Qu estudias?

    Las cuatro ciencias, seor. Mi maestro cree que puedo progresar en

    aritmtica, geometra y astronoma. Yo me esfuerzo en aprovechar sus

    enseanzas y sabidura.

    Tras la cortesa de la expresin, el brillo de sus ojos negros mostraba que se

    senta orgulloso de s mismo.

    Ibn Rezi sonri levemente.

    Eso mismo dicen tus maestros hizo una pausa. Te llaman Sidi Sifr, el

    seor del cero?

    Una oleada de sangre encendi el rostro del muchacho y el cad comprob

    satisfecho que haba perdido el aplomo.

    Es una broma de mis compaeros, una broma de estudiantes, seor. Me

    llaman Sidi Sifr porque tengo mucha facilidad para el clculo segn lo ensea

    en sus libros el sabio AlKowarizmi*.

    Ibn Rezi hizo una pausa, mir sus pergaminos y dio mayor seriedad a su

    expresin.

    Sabes por qu ests aqu?

    No, seor.

    Has sido acusado ante el divn del Califa, Jos Ben Alvar.

    Guard silencio y contempl fijamente al muchacho tomando nota de su

    sobresalto. Hasta la sala llegaba el suave murmullo del jardn. El cad sigui:

    Te han acusado ante el Califa, Al alargue sus das!, de blasfemar de

    Mahoma el Profeta, su nombre sea bendito! Te han acusado con suficientes

    testigos que han declarado ante este tribunal, Jos Ben Alvar.

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    Colaboracin de Sergio Barros 29 Preparado por Patricio Barros

    Jos mir en derredor. Pareca acorralado y la sangre haba huido de su

    rostro.

    Esta denuncia que me hacen y que puedo jurar que es falsa, no tendra

    que juzgarla el cad de los cristianos?

    Ibn Rezi sonri. Apreciaba la estrategia del acusado. En Crdoba haba un

    juez y un gobernador especial para los cristianos.

    Por supuesto, Jos Ben Alvar. Y as se har despus de mi sentencia.

    Juzgar tu acusacin el cad de los cristianos

    en presencia del gobernador de los de

    vuestra religin. Yo slo atiendo esta

    denuncia, la compruebo y si lo creo preciso,

    juzgo y la resuelvo. Ten en cuenta que este

    es el divn del Califa, Al le guarde!, y no

    est sujeto a muchas formalidades. Es la

    justicia de nuestro buen seor que, como un

    padre, presta odo a sus sbditos sin ninguna

    discriminacin de raza y religin y sin

    ninguna espera y protocolo.

    Seor, puedo hablar en mi defensa?

    Habla.

    Seor, soy cordobs y mi familia ha vivido

    en esta ciudad desde los antiguos tiempos de

    los romanos. Somos cristianos desde hace ms de trescientos aos y todos

    hemos seguido la fe de nuestros padres. Creemos firmemente que es la

    verdadera, pero no ofendemos a los que buscan el paraso que promete el

    Profeta y llaman a Dios con el nombre de Al. Mi padre tiene clientes y

    amigos entre los fieles del Islam y siempre hemos pagado nuestros

    impuestos sin mezclarnos en rebeliones. Seor, estoy orgulloso de ser

    cordobs y mi familia es respetada en la ciudad. Creo que el Califa, Dios le

    guarde!, es un gobernador justo y clemente, el mejor seor de la tierra, y

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    Colaboracin de Sergio Barros 30 Preparado por Patricio Barros

    rezo a Cristo para que le aumente los das. Nadie puede testimoniar con

    verdad que yo he ofendido al Profeta ni he hecho burla de los que siguen sus

    leyes.

    Call, anhelante. Ibn Rezi se levant de su asiento y se acerc a la celosa.

    Atardeca sobre la ciudad y la luz del poniente pintaba las casas con reflejos

    rosas y azules. Cada vez estaba ms seguro de la inocencia del muchacho.

    Su juicio era seguro. Al elegir jueces para su divn el Califa se fijaba, por

    encima de todo, en la sabidura y en la rectitud de criterio de los jueces que

    le haban de representar en el contacto directo con el pueblo. Un hombre

    poda conocer muy bien las leyes, pero el instinto de la justicia y la

    valoracin de la honradez de los hombres, la recta visin del corazn y el

    criterio para distinguir la verdad de la mentira bien disfrazada era ms difcil

    de conseguir. Ibn Rezi tena una justa fama de claridad de visin y buen

    juicio.

    Volvi lentamente a su asiento sin perder de vista a Jos Ben Alvar. No crea

    que hubiese maldecido a Mahoma y, por otra parte, aunque creyente

    fervoroso y sincero, estaba seguro de que Mahoma estaba por encima de las

    palabras buenas o malas de un cristiano. Pero no todos entendan eso y los

    enemigos del muchacho eran poderosos.

    Lentamente se acomod en los cojines y coloc minuciosamente los pliegues

    de su ropa de seda. Tena un plan.

    Como ya te he dicho, varios testigos declararon concertadamente contra ti

    y tu acusador es persona de gran prestigio. Pese a eso, yo creo que dices la

    verdad y desestimar la acusacin. Represento al Califa y mi palabra es la

    palabra del Califa. Pero despus de mi sentencia, las cosas no se te van a

    arreglar; el delito del que te acusan se castiga con la muerte y tu acusador

    es demasiado poderoso. Tus maestros temern su poder, te consideran de

    otra forma y ya no podrs continuar los estudios como protegido del Califa.

    Tus progresos cientficos se detendrn. Es una lstima porque dicen que eres

    muy inteligente y podras ser un gran sabio. Y hay que contar con que tu

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    Colaboracin de Sergio Barros 31 Preparado por Patricio Barros

    acusador no se conforme con mi sentencia y te vuelva a denunciar ante los

    tribunales regulares y a la denuncia de blasfemia aadir otra de magia y de

    encantamiento para justificar que yo haya fallado a tu favor. Los

    procedimientos de los jueces ordinarios son largos y tendrs que aguardar la

    sentencia en la crcel.

    Jos Ben Alvar levant vivamente la cabeza; segua plido, pero atenda con

    todos los sentidos. Ibn Rezi se sirvi agua en una copa de plata y cambi de

    tema.

    Los condes catalanes quieren hacer su propia poltica y ser seores en sus

    tierras; enviaron embajadores al Califa y le rindieron vasallaje. Pagan

    tributo; no un tributo muy cuantioso, porque son pobres, pero es uno ms

    que unir al tesoro del Califa. Sin embargo, el seor natural de los condes

    catalanes es el rey franco. Qu habr dicho el rey Lotario cuando haya

    sabido que los catalanes, por propia iniciativa, se inclinan ante el Seor de

    los Creyentes?

    Jos guard silencio. La pregunta del cad no esperaba respuesta.

    Ibn Rezi continu:

    Convendra mucho al Califa conocer las verdaderas intenciones de los

    condes catalanes; ninguno de los reinos del Norte es lo bastante fuerte para

    crear un verdadero problema al Califa y los gobernadores de Toledo, Lrida,

    Zaragoza y Tortosa tienen buenos hombres y buenas murallas, pero es sabio

    no dejar crecer a los enemigos.

    Volvi a contemplar fijamente a Jos; luego baj la vista al anillo de sello

    que llevaba en el dedo y que era la insignia de su cargo y juguete un

    momento con l.

    No debes olvidar que tus enemigos no lo son de tu fe, sino de tu

    inteligencia y de tu prestigio en los estudios. La envidia anida entre

    musulmanes y cristianos, en todas las razas y en todas las religiones... Un

    muchacho inteligente y leal que se siente cordobs aunque sea cristiano y

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    Colaboracin de Sergio Barros 32 Preparado por Patricio Barros

    que huye de su ciudad perseguido por su fe, podra ser un buen informador

    de su seor.

    Los ojos de Jos reflejaban toda su sorpresa. Dijo:

    Seor, puedo preguntar?

    Pregunta.

    Cundo se ha preparado todo esto?

    Ibn Rezi ri.

    No pienses que todo ha sido una trampa, Sidi Sifr Jos se ruboriz ante

    su apodo. No creas que la denuncia es falsa. Todo ha sucedido como te he

    dicho. Pero cuando me trajeron los informes sobre ti y sobre tu familia...

    pens que este enojoso asunto poda tener una solucin satisfactoria para

    todos.

    Para todos? pregunt amargamente Jos.

    Mira, Sidi Sifr, ya no volvers a estudiar las cuatro ciencias en Crdoba; ya

    no obtendrs el premio del Califa para el mejor alumno. Ya te he dicho que

    creo que eres inocente, pero la acusacin es sencilla y est bien tramada.

    Aunque yo declarara tu inocencia, tus maestros no propondrn para el

    premio a un alumno cristiano sospechoso de blasfemia, ni querrn que sigas

    en su escuela. Ya no eres bien visto. Tu vida ha cambiado, te la han

    cambiado tus enemigos. Vete a casa y consulta con tu padre; hoy no hay

    secretarios que levanten acta; oficialmente esta tarde t no has estado aqu.

    Maana dar orden de que te busquen y te traigan ante el tribunal; si te

    encuentran, sabr que no ests de acuerdo con mi plan y repetiremos esta

    audiencia sonri como si conociese los pensamientos de Jos. No te pido

    que seas un espa de los que tienen tu misma fe, sino que nos enves

    noticias desde las tierras de la frontera del Norte. Noticias que completen los

    informes de los gobernadores. Nuestro Califa, Al le bendiga!, no quiere

    guerras. Cree que un mediano pacto con escaso tributo es mejor que una

    gran victoria con cuantioso botn; no quiere ser la causa de la muerte de un

    hombre sea cual sea su fe, amigo o enemigo. Si escapas y no escribes, no

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    Colaboracin de Sergio Barros 33 Preparado por Patricio Barros

    tomar represalias contra tu familia; ste es un acuerdo entre t y yo. En

    cualquier caso, decidas lo que decidas, este tribunal decretar tu inocencia,

    porque yo soy un juez justo, pero ya te he explicado lo que ocurrir.

    Jos se inclin dispuesto a marcharse. Luego record...

    Seor, si me fuese al Norte, adonde ira?, y cmo podra yo...?

    Un gesto de aprobacin de Ibn Rezi le interrumpi.

    No se equivocaron tus maestros al ponderar tu inteligencia, Sidi Sifr. No

    quiero decirte dnde puedes ir; tal vez a uno de vuestros monasterios del

    Norte que vuestro obispo te puede recomendar. Un muchacho como t debe

    escribir con frecuencia a sus padres para tranquilizarles sobre su salud y

    destino. Ya te he dicho que no quiero que seas un espa al uso. El Califa ya

    los tiene, expertos y bien pagados. Se le dir a tu padre a quin debe

    entregar tus cartas una vez ledas. Yo mientras tanto dictaminar tu

    inocencia. Si no ests para ser el mejor estudiante, el ms digno del premio

    del Califa, el premio ir a parar a otro estudiante y tus enemigos se

    aplacarn.

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    Colaboracin de Sergio Barros 34 Preparado por Patricio Barros

    Captulo 5

    Camino del Norte

    Mayo de 968

    (357 de la Hgira para los creyentes en el Islam)

    La caravana viajaba sin prisa hacia el Norte. El sol poniente incendiaba de

    rojo la altiplanicie que se extenda hasta ms all del horizonte. La deban

    atravesar por completo. Al caer la noche, entre dos luces, se buscaban

    refugios o se acampaba bajo las estrellas. Entonces los muleros, despus de

    agrupar los animales en improvisados corrales, encendan hogueras para

    cenar y cantaban viejas canciones de amor que traan ecos de un pueblo que

    haba viajado durante mucho tiempo por el desierto y haba dormido bajo las

    estrellas de todo el mundo conocido.

    Jos no se una a los cantos. Se sentaba contemplando la hoguera, con su

    cuenco en la mano y, en ocasiones, se le llenaban los ojos de lgrimas.

    Nadie le deca nada. Los hombres de la caravana no le conocan y l no haba

    sido amistoso; su padre le haba confiado al jefe de la caravana con

    instrucciones muy precisas y sin decir el verdadero motivo de la partida del

    muchacho.

    Jos llevaba un cinturn lleno de monedas de buena plata cordobesa pegado

    a la piel y cartas de presentacin de Rezmundo, el obispo de Crdoba, para

    At, obispo de Vic; Gar, obispo de Osona, para Adelaida, la abadesa de Sant

    Joan*, y Arnulf, el abad de Santa Mara de Ripoll*, donde le daran posada y

    que en principio era su destino final. Recordaba la reunin en su casa y la

    bendicin de despedida del obispo:

    Los caminos del Seor son extraos, Jos Ben Alvar. Tienes que salir de tu

    patria y, no sers un sabio maestro cordobs en las cuatro ciencias, no sers

    Sidi Sifr, el Seor del Cero, pero tal vez te est reservado un destino ms

    alto. Acurdate de Daniel en la corte de Nabucodonosor y de los otros

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    Colaboracin de Sergio Barros 35 Preparado por Patricio Barros

    personajes de la Biblia. T eres inocente, hijo. La bendicin del Seor te

    acompaar.

    Siendo espa?

    Tu conciencia te aconsejar lo mejor. haba dicho su padre El cad ha

    sido muy generoso al fiarse de tu palabra. Tu patria es Crdoba, hijo. T has

    nacido aqu, y aqu nacieron tus abuelos y bisabuelos. El resto es poltica.

    Nosotros somos cordobeses; nuestra familia ha vivido en esta ciudad desde

    los tiempos de los antiguos romanos, ms de lo que el ms viejo puede

    recordar. No hemos querido nunca emigrar porque sta era nuestra tierra,

    gobernase quien gobernase. Da llegar en que podamos adorar a nuestro

    Dios libremente en nuestro pas; tambin los romanos y los godos en los

    primeros tiempos perseguan a los de nuestra fe. Bajo los musulmanes...

    nuestro pariente lvaro* fue mrtir por su fe en tiempos de Eulogio y ahora

    mi hermano goza de la confianza del Califa y es uno de sus embajadores en

    la corte de Bizancio; sin traicionar nuestra fe, siendo veraces y honrados,

    haremos lo que podamos para sobrevivir.

    El obispo Rezmundo le dijo:

    Te irs con una caravana que va a Sant Joan de Ripoll. No hemos podido

    encontrar otra posibilidad con las prisas. Desde all, la abadesa te enviar al

    monasterio de monjes de Santa Mara. Dios te guiar.

    Jos Ben Alvar no se senta en absoluto aliviado por esas palabras. Todava

    senta la presin de los brazos de su madre, que luchaba por retener las

    lgrimas.

    Dios te bendiga, hijo. Maldita envidia que te manda fuera de nuestra casa!

    Te he guardado todos tus libros y pergaminos. Por favor, hijo, no nos dejes

    sin tus noticias.

    Mientras la caravana atravesaba la llanura en largos das iguales y luego

    buscaba el mejor paso entre los montes, Jos, angustiado, reflexionaba.

    Estaba confundido. Su vida haba dado una solemne voltereta, le haban

    lanzado al aire y todava no saba de qu postura iba a caer. Hasta el

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    Colaboracin de Sergio Barros 36 Preparado por Patricio Barros

    momento, su existencia haba transcurrido feliz. En su casa, todos: sus

    padres, sus hermanos, los criados, los abuelos, le haban querido y se haban

    enorgullecido de su inteligencia. Su proyecto de vida se extenda ante sus

    ojos tan plcidamente como la pgina de un libro. Le gustaban las

    matemticas; las comprenda y le apasionaban, y su gran facilidad para el

    clculo asombraba hasta a sus maestros y haba motivado su apodo: Sidi

    Sifr, Seor del Cero. Quera investigar los nmeros y sus posibilidades

    segn lo que AlKowarizmi haba enseado en su libro; estaba seguro de que,

    con una enseanza apropiada, todos podan conseguir tan buenos resultados

    en el clculo como l. Aquel ao habra obtenido el premio del Califa al mejor

    alumno y lo habran propuesto para ensear a los ms jvenes; quera

    continuar enseando y en su momento se habra casado con alguna

    muchacha cristiana y hubiese tenido hijos y envejecido con honores. Y ahora,

    esos planes tan simples de una vida feliz, por culpa de la envidia de Al, el

    hijo de Solomon Ben Zahim, se haban deshecho como los nmeros que

    escriba en la arena cuando utilizaba el baco de arena para resolver

    problemas.

    Descansaron en Tortosa, donde la caravana entreg una gran parte de sus

    mercancas y donde el gobernador les recibi en persona y les proporcion

    una guardia para protegerlos de los ladrones que merodeaban la frontera.

    Recibi las cartas que le enviaban de Crdoba y prometi encargarse de

    remitir las cartas que Jos le entreg.

    A la salida de Tortosa, el jefe de la caravana le dijo:

    A partir de ahora, ya estamos en tierra de cristianos. En tres o cuatro

    jornadas estaremos en Sant Joan de Ripoll. Yo entregar los pellejos de

    aceite al monasterio y t seguirs tu camino.

    Jos asinti sin protestar; no tena prisa por llegar a ninguna parte. A su

    pena y su nostalgia de los primeros das haba sucedido una tristeza y

    depresin intensa.

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    Colaboracin de Sergio Barros 37 Preparado por Patricio Barros

    Sant Joan era un hermoso monasterio con sillares de piedra que todava

    tena el brillo y el matiz de recin cortada. Jos entreg las cartas de

    recomendacin que llevaba a la hermana portera y despus, mientras el jefe

    de la caravana diriga la descarga de los pellejos de aceite y reciba el precio

    de la hermana despensera, Jos pase por el oscuro zagun donde tropez

    dos veces con los descargadores. Abri una puertecilla estrecha y se

    encontr en el huerto del monasterio.

    Soplaba un vientecillo fro que estremeca y los rboles tenan los brotes

    color verde tierno de la primavera. Busc un rincn abrigado y se sent al sol

    arrebujado en su capa; tena fro y se senta melanclico. El paisaje, que

    mostraba todos los tonos del verde era muy distinto del de su aorada

    Crdoba.

    Eh, t! Qu haces aqu? Los mozos de la caravana se quedan al otro

    lado de la puerta! Jos se volvi. Tras l, y vestida con las ropas de lana

    parda de las monjas, haba una adolescente, casi una nia todava. De las

    tocas blancas escapaban rizos de un tono de cobre bruido; tena los ojos

    asombrosamente verdes y la cara sembrada de pecas. Haba hablado en la

    lengua de los francos* como la gente del pueblo y Jos no entendi. Se

    levant y se inclin en un saludo antes de preguntar en latn.

    Qu me decs, seora? Ella comprendi que no era uno de los mozos y

    tambin cambi al latn.

    No est permitido a los extraos entrar al huerto. Quin sois? Cul es

    vuestro nombre?

    Soy Jos Ben Alvar, de Crdoba, mi seora; he venido con la caravana. No

    saba que estaba prohibido el paso a este sitio. Este es el lugar de las

    mujeres?

    Es el lugar de las monjas! Sois rabe?

    No, mi seora; mi familia viva en Crdoba desde los tiempos de los

    antiguos romanos y somos cristianos.

    Si sois cristianos, por qu no habis huido al Norte?

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    Colaboracin de Sergio Barros 38 Preparado por Patricio Barros

    Jos estuvo a punto de contestar que era una impertinencia preguntar acerca

    de lo que no era asunto suyo, pero l era all el forastero y aquella monja le

    hablaba con altivez, como quien est acostumbrada a mandar.

    Seora, Crdoba es nuestra patria y all estn las tierras de la familia y los

    sepulcros de nuestros abuelos. Por qu tendramos que huir?

    Ella no respondi y pregunt de nuevo:

    Y a qu vienes al Norte? Eres mercader?

    Jos no saba exactamente lo que era ni cmo contestar a esa pregunta.

    No, mi seora. He llegado con la caravana pero me dirijo a Santa Mara de

    Ripoll. Vuestra abadesa me facilitar un gua para el camino.

    Vas a ser monje?

    Lo tengo que pensar. No estoy seguro todava, mi seora. De momento, lo

    que quiero es estudiar.

    Yo ya lo tengo pensado y estoy muy segura. Yo quiero ser monja y

    entregar mi vida a Dios, nuestro Seor.

    Es una decisin digna de alabanza dijo cortsmente Jos. Debo

    marcharme.

    Ella le detuvo.

    Perdonad, no queris quedaros un poco ms? Ya que habis entrado... No

    partiris para Santa Mara hasta maana y yo tengo tan pocas ocasiones de

    hablar con alguien diferente... seal un banco. Nos sentamos?

    Jos contempl el banco con aire de duda. Luego extendi el faldn de la

    capa y se sent en el suelo con las piernas cruzadas.

    Perdonad, mi seora. Estoy ms cmodo aqu.

    Al uso rabe? su risa levant ecos en los rboles. Sois muy divertido,

    Jos Ben Alvar.

    Ella escondi las manos en las amplias mangas del hbito y sonri con algo

    de expectacin.

    Qu me vais a decir?

    No s quin sois, mi seora.

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    Colaboracin de Sergio Barros 39 Preparado por Patricio Barros

    Ah, claro! Yo soy Emma; me llamo as en recuerdo de mi ta abuela, la

    hija del conde Guiar*, que fue la primera abadesa de este monasterio. Qu

    hacais en Crdoba?

    Estudiar, seora; las tres ciencias de la gramtica, la retrica y la filosofa

    y las cuatro ciencias de la aritmtica, la geometra, la astronoma y la

    msica.

    Yo tambin estudio en este monasterio, pero no he podido llegar ms que

    a los principios de la msica. La aritmtica es tan difcil!

    No, tal como la explicaba mi maestro. Queris escuchar un problema de

    aritmtica?

    Y sin aguardar respuesta comenz a recitar:

    Un collar se rompi mientras jugaban

    dos enamorados,

    y una hilera de perlas se escap.

    La sexta parte al suelo cay,

    la quinta parte en la cama qued,

    y un tercio la joven recogi.

    La dcima parte el enamorado encontr

    y con seis perlas el cordn se qued.

    Dime cuntas perlas tena el collar

    de los enamorados.

    Emma sac las manos de las mangas para aplaudir divertida.

    Qu bonito! Cuntas perlas haba?

    Jos tambin rea

    Yo conozco ya el resultado, pero lo podemos calcular ahora. Vais a ver qu

    fcil y rpido. Sabis sumar?

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    Colaboracin de Sergio Barros 40 Preparado por Patricio Barros

    S, pero me equivoco muchas veces. No s manejar bien el baco.

    Adems, no podis calcularlo ahora! Se tardarn das en calcular algo tan

    complicado.

    No, como lo explica el sabio cordobs AlKowarizmi. Veris.

    Jos busc una ramita rota y dibuj un cuadro en el suelo que luego dividi

    por rayas verticales como una reja.

    Con este sistema se opera ms rpido que con el baco latino* explic.

    Dibuj varios signos en los pequeos cuadros de la reja antes de anunciar:

    El collar tena treinta perlas.

    Emma estaba fascinada

    Esos signos son mgicos!

    Jos rea alegremente por primera vez desde haca tiempo.

    No, nada de magia! Slo son los nmeros rabes. Se calcula mucho ms

    deprisa con los nmeros rabes que con nmeros romanos. Y se calcula

    mucho mejor con un baco de arena como ste y seal el dibujo del

    suelo que con el baco que usis vosotros.

    Me gustara aprender! Si vais a Ripoll, puedo pedir permiso para que me

    enseis esa ciencia. Como voy a ser monja, puedo estudiar todo lo que

    quiera, no es como si fuese a casarme.

    Cul es la diferencia?

    Si me fuese a casar, slo debera aprender lo que complaciese a mi

    marido. Si yo fuera una mujer del pueblo, aprendera a cocinar y a limpiar la

    casa; tambin tendra que ayudar a mi marido en el campo o en su oficio;

    como soy hija de un conde, si me casara, tendra que administrar el castillo

    en las ausencias de mi esposo, pero como l slo sabra poner su nombre al

    pie de los documentos, no consentira mayor ciencia en su mujer. No quiero

    casarme nunca! No quiero depender de un hombre que no me deje estudiar,

    que me domine, que a lo mejor me pegue, y estar pendiente de sus deseos y

    tener hijos, uno tras otro, todos los aos y ver cmo mueren por falta de

    cuidados hasta que yo misma muera!

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    Colaboracin de Sergio Barros 41 Preparado por Patricio Barros

    Los hijos de los condes no pasan hambre.

    Pero aqu, en la frontera, mueren de enfermedades, sin mdicos que los

    cuiden! Varios de mis hermanos murieron antes de que naciese yo. Mi madre

    era una mujer triste, sin alegra, que languideca solitaria en el castillo, y eso

    que mi padre era un buen hombre que la respetaba. Cuando muri mi padre

    se trastorn su razn. Yo prefiero ser libre y servir a Dios.

    Y el amor?

    Prefiero el amor de Dios! Yo voy a ser monja.

    Se levant con un revolotear de las faldas del hbito y se alej muy deprisa

    y andando muy derecha. Sus frases no eran las de la nia que aparentaba.

    Jos la sigui con la vista, interiormente divertido, y pens en que la vida de

    aquella muchacha, hija de condes, no deba de haber sido muy fcil. Luego

    volvi hacia la puerta del monasterio.

    Ninguno de los dos advirti que, en el suelo, quedaban las huellas de los

    clculos de Jos.

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    Colaboracin de Sergio Barros 42 Preparado por Patricio Barros

    Captulo 6

    Santa Mara de Ripoll

    Junio del 968

    (357 de la Hgira para los creyentes del Islam)

    Bienvenido al monasterio, Jos Ben Alvar.

    Gracias por vuestra acogida, seor.

    El abad Arnulf sonri ante el suave acento rabe con que hablaba latn el

    muchacho. Se notaba que no hablaba en su idioma materno. Lo contempl

    con curiosidad. La carta del obispo de Crdoba lo recomendaba muy

    calurosamente. Encareca su piedad y su gran inteligencia. A primera vista,

    no se diferenciaba demasiado de los novicios del monasterio. Tal vez algo

    ms moreno, tal vez ms maduro, ms adulto.

    Te encuentras bien? Necesitas algo?

    Vuestra acogida ha sido muy generosa, seor. No necesito nada; gracias.

    Estaban en la sala capitular*, rodeados de todos los monjes del monasterio.

    Atardeca y los ltimos rayos del sol se colaban por la puerta que daba al

    claustro. Jos haba llegado al monasterio a primera hora de la tarde,

    acompaado de dos servidores del monasterio de Sant Joan. Luego, el

    hermano portero haba conducido a Jos a la casa de huspedes, y all,

    ayudado por el monje, haba colocado su equipaje en la amplia habitacin

    que aquel da slo le tena a l de habitante y se haba tumbado sobre la

    paja fresca y limpia que estaba amontonada para servir de cama. Segua

    dominado por una sensacin de vrtigo. Se senta en el aire, sin estabilidad.

    El abad en persona haba ido a buscarle para los rezos y Jos haba besado el

    anillo colocado en aquella mano grande y huesuda, ms propia de un

    labrador o de un soldado que de un monje, y le haba seguido a la capilla.

    Haban rezado vsperas* y luego, ya en la sala capitular, el abad Arnulf haba

    hecho salir al centro a Jos y se lo haba presentado a los hermanos.

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    Colaboracin de Sergio Barros 43 Preparado por Patricio Barros

    Deberas decirnos algo de lo sucedido en Crdoba, Jos. Servir de

    meditacin a los hermanos.

    No hay mucho que decir, seor. Yo era estudiante de las cuatro ciencias;

    mis maestros estaban muy satisfechos de mis progresos en aritmtica y

    clculo. Hubiese alcanzado la distincin al mejor alumno de este ao; un

    compaero me envidiaba, l tambin progresaba y quera el premio y su

    padre me acus de maldecir a Mahoma.

    Lo hiciste?

    No, seor. Nunca.

    Un monje grueso y sonrosado, que haba ejercido de sacristn durante el

    rezo, intervino:

    Y presumes de ello?

    Jos se volvi con sorpresa:

    No presumo, slo digo la verdad.

    El abad aclar:

    El hermano Hugo se extraa porque aqu no se censura un insulto a

    Mahoma, el infiel que Dios confunda.

    Jos Ben Alvar levant la cabeza con viveza.

    Perdonadme, seor. Soy un cristiano fiel, cristianos son mis padres y

    cristianos fueron mis antepasados. De mi familia era lvaro, el gran amigo

    de nuestro santo mrtir Eulogio, que tambin muri por nuestra fe. Hemos

    sido fieles al Seor en los buenos y en los malos tiempos; hemos soportado

    impuestos injustos y persecuciones. Yo he huido de mi tierra y de la casa de

    mi padre, he perdido mis estudios, mi casa, mis compaeros, todo lo que era

    mi vida. Lo he hecho por salvar mi vida, pero, si hubiese llegado la ocasin,

    estaba dispuesto a morir por mi fe. Como los otros cristianos que viven bajo

    el gobierno del Califa. El obispo Rezmundo puede garantizarlo. Sin embargo,

    debo deciros que Mahoma era un hombre justo que buscaba a Dios por otros

    caminos. No tuvo la gracia de la fe en Nuestro Seor Jesucristo, pero tena

    buena voluntad. Dios nuestro Seor se lo habr tenido en cuenta.

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    Colaboracin de Sergio Barros 44 Preparado por Patricio Barros

    Eso es una hereja.

    Jos Ben Alvar inclin la cabeza en una forzada cortesa hacia el monje y se

    dirigi a todos.

    Hermanos, all en Crdoba las cosas son diferentes. No todos nuestros

    amigos o parientes llaman a Dios de la misma forma que nosotros, pero eso

    no significa que no sean buenos o que no los amemos. Nosotros defendemos

    nuestra fe con la mayor y ms arriesgada fidelidad, pero tal vez sin mucha

    ciencia. Las cartas del Papa no llegan con facilidad a aquellas tierras y

    nuestros obispos no tienen muchas oportunidades de acudir a snodos con

    sus hermanos en la fe. Tampoco tenemos muchos monjes ni tantos

    monasterios como en el Norte.

    El monje que haba ayudado a Jos a acomodar su equipaje intervino:

    Has trado objetos mgicos desde Crdoba.

    No, hermano. Slo algunos bacos de arena y latino y otros instrumentos

    para observar las estrellas. Son herramientas de mi ciencia. Yo s utilizarlos.

    Y libros llenos de signos diablicos.

    Son libros en rabe. El alfabeto no es ms que la representacin de los

    sonidos de una lengua.

    Si esa lengua la hablan los servidores del diablo, sus signos conjurarn a

    su seor, el diablo dijo el hermano Hugo, el sacristn.

    Cuando en Crdoba escribimos el padrenuestro en rabe, lo hacemos con

    signos del diablo? replic Jos.

    S. Con los signos del diablo. Y es una grave hereja escribir el

    padrenuestro en rabe.

    Muchos de los nuestros apenas comprenden ya el latn. Cuando se dirigen

    al Seor, lo hacen en la lengua en la que hablan todos los das. Si yo tuviese

    ms edad y sabidura, preguntara a los venerables monjes por la santidad

    de la lengua latina, que si bien es cierto que la hablaron muchos santos y

    mrtires, tambin fue la lengua de los emperadores romanos que

    persiguieron hasta la muerte a los santos.

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    Colaboracin de Sergio Barros 45 Preparado por Patricio Barros

    Un monje alto, de cara redonda y colorada y fuerte acento franco intervino:

    No es ms importante rezar el padrenuestro que la lengua en que se

    reza?

    El abad terci con suavidad:

    La lengua no es ms que el instrumento con que el hombre se dirige a

    Dios, que domina y entiende todas las lenguas, porque l conoce el interior

    de las personas. Hermanos, debemos brindar nuestra mejor hospitalidad a

    nuestro hermano Jos, que ha llegado a nuestra casa a causa de la

    persecucin por la fe de Nuestro Seor Jesucristo.

    Se levant de su sitial para dar la bendicin de despedida a los hermanos y

    Jos sali camino de la casa de huspedes. Un muchacho algo mayor que l

    y que llevaba hbito de monje se emparej con l.

    Me llamo Gerbert. Me dejars ver esos libros llenos de signos diablicos?

    * * * *

    Despus de laudes*, los monjes salan a sus trabajos; la huerta, los campos

    y los animales ocupaban las horas de la mayor parte de los hermanos. Otros

    iban a la biblioteca a copiar pgina tras pgina de los viejos y valiosos

    cdices, y los ms fuertes ayudaban en la construccin. El rumor de las

    herramientas de los albailes y los canteros que labraban los muros de la

    iglesia poblaba el ambiente y no dejaba olvidar que Santa Mara de Ripoll era

    un monasterio sin terminar.

    El abad Arnulf esper a que Jos saliese de la iglesia y se emparej a su

    lado.

    Has rezado con mucha devocin.

    Jos enrojeci.

    Tal vez, seor. Necesito aclarar mi vida y slo Dios puede ayudarme.

    Llmame padre, Jos. Soy el abad. Debes confiar en que el Seor te est

    ayudando. Conoces ya el monasterio?

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    Colaboracin de Sergio Barros 46 Preparado por Patricio Barros

    No, padre abad. Slo he estado en el refectorio*, en la iglesia, en la sala y

    en la habitacin de huspedes.

    Ven, te lo ensear.

    Arnulf le gui a travs de las construcciones del monasterio. Le ense

    despus la despensa, donde se guardaban los quesos, el pescado seco, las

    manzanas, la sal y la miel, el aceite y la harina para hacer el pan, que era el

    principal alimento de los monjes y de los servidores del monasterio.

    Pasaron por las cocinas y los establos y Jos se sorprendi ante el gran

    nmero de caballos que se guardaban. Tres novicios estaban ocupados en

    limpiar los pesebres y cepillar los animales. Eran grandes animales, de

    mucha alzada y fuertes patas. Caballos de guerra, de gran vala. Jos

    pregunt:

    Para qu utilizis estos animales? Son caballos de guerra.

    Arnulf sonri:

    Son los caballos del buen conde Borrell; los ha confiado al monasterio y

    nosotros los cuidamos.

    Pero veinticuatro grandes caballos de guerra deben de consumir mucho

    forraje..., es un gran gasto para el monasterio.

    Arnulf le contempl sorprendido.

    Cmo sabes que hay veinticuatro caballos?

    Jos contest, casi sin pensar.

    Los he contado.

    Tan pronto?

    Jos se sonroj como siempre que le sorprendan en su habilidad.

    S contar muy rpido, padre abad.

    Arnulf le contemplaba muy fijamente. De pronto llam a uno de los novicios

    que ponan paja y grano en los pesebres limpios.

    Bernat, ven!

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    Colaboracin de Sergio Barros 47 Preparado por Patricio Barros

    El novicio dej la horca que tena en la mano y se acerc. Llevaba el hbito

    recogido en la cintura y enseaba las piernas desnudas, calzadas con

    abarcas y bastante sucias.

    Decid, padre.

    Cuanto forraje necesita cada caballo para alimentarse?

    Bernat mir pensativamente al abad.

    No lo s, padre abad, unas veces ms y otras menos. Depende del caballo.

    Cunto pienso vas a colocar en cada pesebre?

    El novicio se rasc la cabeza.

    Bueno, padre..., depende del caballo. Pero si me peds una cantidad...

    levant un dedo de una mano, yo creo que un haz de paja y levant otro

    dedo y luego lo dobl por el segundo nudillo y medio ms. Y volvi a

    levantar otro dedo y lo dobl de inmediato otra media medida de grano,

    padre.

    Puedes irte, Bernat. Cumples muy bien tu tarea alab el abad.

    La cara del novicio se ilumin con una sonrisa de satisfaccin.

    Muchas gracias, padre.

    Arnulf se volvi a Jos.

    Cunto pienso necesitamos?

    Jos sonri. Le gustaban aquellas pruebas tan fciles y que sorprendan a los

    que no conocan los nmeros.

    Es sencillo, padre abad: treinta y seis haces de paja y doce medidas de

    grano. Aunque depende de los caballos aadi ligeramente burln.

    Arnulf le contempl admirativamente.

    Dios te bendiga, hijo! De verdad sabes calcular muy bien. Vamos hacia la

    biblioteca...

    Le condujo hasta la estancia dedicada a biblioteca; no era muy grande; la

    mayor parte de los armarios de recia madera oscura que cubran las paredes

    estaban medio vacos. En los pupitres, cinco monjes se afanaban en las

    tareas de la copia.

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    Colaboracin de Sergio Barros 48 Preparado por Patricio Barros

    Arnulf pase entre los copistas sealando a Jos los trabajos de alisado y

    pautado de pergaminos, los miniaturistas que iluminaban las vietas y los

    calgrafos que trazaban las pesadas letras carolingias*. Y le present

    formalmente al monje alto de cara redonda que haba intervenido en el

    captulo.

    Este es nuestro bibliotecario, el hermano Ral. Le podrs ayudar en las

    copias de los volmenes.

    El hermano Ral le salud con una sonrisa y Jos inclin la cabeza en

    reconocimiento.

    El abad le llev a una de las mesas de la sala de lectura, se sent e indic a

    Jos otro asiento.

    He ledo las cartas de presentacin del obispo Rezmundo. Cules son tus

    planes?

    Jos contempl al hombre fornido que gobernaba el monasterio, hasta

    resultar descorts. Los ojos de Arnulf eran afectuosos y sinti que se aliviaba

    su inquietud.

    No lo s, padre abad. Tuve que salir de Crdoba en una noche; los

    proyectos de mi padre sobre mi vida se vieron cortados de raz; mi hermano

    mayor se encargar de los negocios de mi padre. Yo estudiara. Estaba

    contento con sus planes. Me hubiera gustado tanto poder ensear clculo...!

    Poner al servicio de mis alumnos mi don, mi gran facilidad para los nmeros.

    Sabis? se sonroj Me llamaban Sidi Sifr, El Seor del Cero. Me

    hubiera casado con una muchacha cristiana y hubiera criado a mis hijos.

    Todo muy bien planeado. Ahora... extendi las manos en un ademn

    desolado tengo que confesaros que estoy desconcertado.

    Rezmundo me escribe que escapaste antes de que se formalizase una

    acusacin contra ti. Eso quiere decir que el gobernador de Tortosa no tiene

    orden de perseguirte. Segn la ley de Crdoba, no has huido, slo viajas. De

    todas formas, corres un riesgo; habra una buena solucin: has pensado en

    entrar a formar parte del monasterio?

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    Colaboracin de Sergio Barros 49 Preparado por Patricio Barros

    Alguna vez, padre. Pero no creo que Dios me llame para tanta perfeccin.

    Pero no puedes seguir siempre en la casa de huspedes y tampoco debes

    estar como un siervo del monasterio. Tal vez como un postulante, o un

    converso o penitente...; tendras que seguir la vida y las oraciones de los

    monjes, pero si algn da deseas marcharte, podras hacerlo. Siempre

    pueden ofrecerte ser el administrador o el secretario de un conde.

    Firmaramos un pacto. Es un uso antiguo en los monasterios hispanos.

    Jos miraba al suelo sin decidirse. Arnulf sigui:

    No te censuro porque no puedas decidir. Mientras tanto, podras repasar

    las cuentas del monasterio, ayudar al despensero con los inventarios y

    seal con la mano al monje alto de cara redonda que se mova entre las

    mesas de los copistas y ayudar al hermano Ral, que siempre necesita

    quien conozca bien las letras. Ah! Y traducir esos libros rabes que has

    trado. Con eso recompensaras de forma cumplida nuestra hospitalidad.

    He trado conmigo los volmenes del sabio AlKowarizmi sobre el clculo de

    los nmeros positivos y negativos, lo que l llama alger*. Es lo que ms

    he estudiado. Tambin tengo copias de los libros de Len el Hispano sobre la

    multiplicacin y la divisin. S calcular con el cuadro rabe* en el baco de

    arena y con el baco latino*. Tambin conozco la manera de construir

    esferas en las que estn representados todos los planetas.

    Arnulf palme la espalda de Jos.

    Gracias, Jos Ben Alvar! Estoy seguro de que es Dios el que te ha

    conducido a este monasterio. Tenemos ya sesenta libros en nuestra

    biblioteca, pero, aparte de los libros religiosos, la mayor parte son de

    gramtica, poesa y filosofa. Necesitamos libros de aritmtica y astronoma.

    T nos los vas a proporcionar. Tambin puedes escribir resmenes de lo que

    tus maestros te ensearon en Crdoba.

    El abad se levant de su asiento. Estaba contento.

    En este monasterio no opinamos como Mayeul, el abad de Cluny, Dios le

    perdone!, que arranca con sus propias manos las pginas de los libros que

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    Colaboracin de Sergio Barros 50 Preparado por Patricio Barros

    tienen poesas de los antiguos autores latinos

    y que no admite en el monasterio ms que

    los escritos de los Santos Padres.

    Y ante el gesto asombrado de Jos continu:

    En estas tierras, los libros son demasiado

    valiosos para romperlos suspir y dijo casi

    para s mismo, pero entre mis propios

    monjes, ya los has odo, hay algunos que

    mandaran quemar todo lo que no fuese la

    Biblia. Y no todo est escrito en la Biblia. En

    el Paraso, no sujet Dios a todos los

    animales y a todas las cosas a la autoridad

    del hombre? Y no debe el hombre progresar

    en el conocimiento y en las ciencias para ser

    mejor?

    Y sin esperar respuesta, sali de la biblioteca y se fue hacia las obras donde

    los canteros tallaban los capiteles de las columnas de las nuevas naves de la

    iglesia.

    * * * *

    Gerbert y Jos se refugiaron en la huerta, bajo un peral cargado de fruta

    todava verde. Antes, y con permiso del hermano Ral, se haban instalado

    en la sala de copistas contigua a la biblioteca, pero despertaron la curiosidad

    de los monjes que copiaban en los altos pupitres, que interrumpieron el

    trabajo y, adems, Jos se encontraba muy incmodo en los bancos. Le

    haban dado una tnica oscura y, con el pelo corto, no se distingua

    demasiado de los otros monjes.

    En el suelo, sobre una piel tan delicadamente curtida que se doblaba como

    una tela, Jos extendi los libros de AlKowarizmi y un baco latino fabricado

    en madera con incrustaciones de ncar.

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    Colaboracin de Sergio Barros 51 Preparado por Patricio Barros

    Gerbert lo acarici con mano de conocedor.

    Qu hermoso es!

    Jos sonri.

    Ya no es tan til como hace un tiempo. Ahora se calcula mucho ms aprisa

    con otros mtodos.

    Gerbert cambi de postura.

    T no ests cmodo en los bancos y a m se me dislocan los huesos de las

    piernas de sentarme as. Cmo puedes calcular tan deprisa?

    El Seor me ha concedido un don especial, pero de todas formas, en las

    tierras de lengua rabe se calcula mucho mejor y ms deprisa. Su sistema

    numrico es mucho ms til.

    Cmo?

    Gerbert, escribe aqu mismo en el suelo el nmero cincuenta.

    Con una ramita, Gerbert traz la L que, en la numeracin romana, significa

    el nmero cincuenta.

    En los nmeros rabes, cincuenta se escribe as: 50.

    Gerbert coment:

    No veo la ventaja. Necesitas dos signos para lo que en los nmeros de los

    antiguos romanos se necesita slo uno.

    Jos sonrea.

    Y el nmero quinientos?

    Gerbert dibuj en el suelo la D. A su lado, Jos escribi: 500.

    Sigues escribiendo ms signos que yo.

    S, Gerbert, pero son los mismos. No te has fijado? Con slo diez signos

    podemos escribir hasta el nmero ms alto que se pueda imaginar. Y ser un

    nmero diferente que no se confunde con otro. En la numeracin romana

    hay que repetir los signos y cuando los nmeros son altos, o se escriben con

    todas las letras o se depende en muchas ocasiones de subrayados que crean

    confusin. Sabes la historia de la tacaera del emperador Tiberio?

    Gerbert rea.

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    Colaboracin de Sergio Barros 52 Preparado por Patricio Barros

    No, cuntame!

    En el testamento de Livia, la madre del emperador Tiberio, haba un legado

    para el general Galba. Livia mandaba que se entregase a Galba la cantidad

    de escribi en el suelo CCCCC sextercios. De qu importe era la

    herencia de Galba, Gerbert?

    Es claro, cincuenta millones de sextercios. En los nmeros de los antiguos

    romanos, el rectngulo abierto multiplica la cantidad por cien mil.

    Eso entendi tambin Galba, pero el escribano no lo haba escrito a

    continuacin con todas las letras y el emperador Tiberio no consider los

    pequeos trazos verticales y slo entreg a Galba quinientos mil sextercios,

    es decir, slo se fij en la barra superior que multiplica por mil. Dijo que lo

    escrito era CCCCC y que si Galba quera cinc