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El signo esta vaciado y, aún así, funciona (Curatoria Forense - Goethe Institut Cordoba

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EL SIGNO ESTÁ VACIADO, Y AÚN ASÍ, FUNCIONA. Artículo de Jorge Sepúlveda T. e Ilze Petroni para la publicación BICENTENARIO del Instituto Goethe de Córdoba, Argentina

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EL BICENTENARIO COMO ESPECTÁCULO

El signo está vaciado y, aún así, funciona A partir de las proyecciones que se realizaron sobre el Cabildo y el Teatro Colón (en Buenos

Aires), con motivo de los festejos del Bicentenario, y de la rehabilitación del Centro Cultural

Gabriela Mistral (en Santiago de Chile), los autores sostienen que en estas intervenciones se

privilegió la comunicación mediática y espectacular por sobre los contenidos.

Por Jorge Sepúlveda e Ilze Petroni

Every sha-la-la-la Every wo-wo-wo

Still shines Every shing-a-ling-a-ling

That they're starting to sing's So fine

Yesterday Once More The Carpenters

Si damos por entendido que el sistema de la moda1 y la sociedad del espectáculo2 atraviesan –sino

constituyen– nuestros sistemas de significación (la forma en que estamos entendiendo lo que está

pasando y, por tanto, el modo en que actuamos sobre ello) podemos juzgar de inútiles y distractivas

a la mayoría de las reclamaciones en torno a las celebraciones de Bicentenario.

Estas reclamaciones se construyen desde una indignación moral basada en la idea de que aquello

que se celebra es un hecho objetivo al que habría que hacerle justicia (actuar en consecuencia). Esto

niega en primer lugar su condición de producción cultural, hace como si desconociera los procesos

de selección intencionada para sostener y reproducir la confianza en el discurso dominante y, por

último, obtura que la noción es permanentemente reestructurada en las negociaciones políticas.

La cuestión es que la utilización mediática de la conmemoración de la independencia ocurre del

mismo modo (y tiene el mismo valor) que el fútbol, la farándula o la inseguridad ciudadana:

organiza su eficiencia editorial de acuerdo a eso que llamamos “las 3 S”: sangre, sudor y semen.

Las líneas editoriales de los medios de comunicación masiva han logrado su máxima eficiencia en

la construcción de un mensaje continuo que se replica y se reproduce a sí mismo. Nos

encontramos con variaciones sobre un tema con la inclusión de un juego predeterminado de

variables que son organizadas para mantener la tensión, el ritmo del relato.

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Se cumple, en la utilización mediática de los contenidos, el establecimiento de un rango y la

selección –muchas veces aleatoria– de un caso. Esto produce modelación y modulación del

contenido. Incluso la disidencia es funcional. Estas líneas, por ejemplo, aunque diagnostican y

explicitan el modelo, sostienen la confianza en que la comunicación mediatizada es un modo de

hacer que las cosas ocurran3.

Este prólogo pretende establecer que las condiciones sobre las que se ha creado la noción de

celebración del bicentenario son simultáneamente el hecho y su visibilidad. Desde mucho antes

de McLuhan, la distinción entre medio y mensaje (reproducida en o trasladada a la dicotomía

virtual y real) se ha demostrado como categorización inútil en su uso.

Es decir, lo que es virtual actúa efectivamente como si hubiera ocurrido ante nuestros ojos; lo que

es real se realiza en su divulgación. Hemos llegado al asunto de este artículo: el Centenario fue

constructor de edificios y el Bicentenario los resignifica como escenografías.

En otras palabras: hace cien años se festejaba la independencia a través de intervenciones que

(re)diseñaban el espacio urbano en la creencia de la perdurabilidad y trascendencia del estado de

constante progreso. Construir edificios era construir la posibilidad de la existencia de las

instituciones que iban a alojar.

Ahora el problema es otro, las instituciones están construidas y habitadas, han desplegado su

diagrama de acción y evidenciado sus debilidades. Pero la desconfianza que han generado no es

suficiente para transformar el malestar en acción. Por ello las intervenciones del bicentenario son

explícitamente cosméticas.

Las proyecciones sobre el Cabildo y el Teatro Colón (en Buenos Aires) y la rehabilitación del Centro

Cultural Gabriela Mistral (en Santiago de Chile) son claros ejemplos de este ejercicio teatral.

En los dos primeros casos, el edificio es el soporte donde se imprime en imágenes superpuestas una

historia de la patria. El edificio es un telón cuyo uso se unifica para el espectador de una narrativa

espectacular. En rigor es una cuestión de ritmo y secuencialidad de imágenes referenciales

vaciadas pero todavía reconocibles.

El enunciado Cultura es Historia enfatiza la confianza iconográfica de las pedagogías básicas al

estilo Billiken. La única reacción posible es “Mirá, ese es San Martín, ¡qué grande! ¡Cómo brilla!”.

Se ha perdido uno más de los derechos del espectador: el del zapping. La única forma de huir es la

distracción o el tedio.

El Centro Cultural Gabriela Mistral es un lugar de fantasmas: este edificio fue construido por el

Estado de Chile durante el gobierno de Salvador Allende para la realización de la UNCTAD en

1972 (que luego sería utilizado como Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral). Tras el

Golpe de Estado –inutilizado el Palacio de La Moneda por el bombardeo– funcionó como sede del

Poder Ejecutivo y Legislativo (la unión hace la fuerza) y su torre principal como Ministerio de

Defensa (hasta la fecha) y el sector Alameda como centro de convenciones.

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Luego del incendio del 5 de marzo de 2006 se llamó a concurso público para rehabilitarlo

arquitectónicamente y re-instituirlo como Centro Cultural. Lo que diríamos un enchulamiento, un

pimp my building. De este modo se genera un ciclo de habilitación de espacios de exhibición (de

agentes políticos) con el soporte de la producción artística funcionalizada donde todo dura lo que

dura el olor a nuevo. Esto genera “una política de inauguraciones grandilocuentes que hagan visible

los efectos del discurso: es decir, somos una cultura del sobresalto, la indistinción y el abandono”4.

La publicidad es nuestro arte político.

Otro ejemplo es la ampliación del Museo de Bellas Artes de Santiago, que es en realidad el desalojo

del Museo de Arte Contemporáneo, que a su vez se traslada a otro edificio desalojado en Quinta

Normal. Todos estos edificios fueron construidos en las dos primeras décadas del S. XX.

Bajo la apariencia del reciclaje (o refuncionalizacion), bajo la idea de la puesta en valor preservación

del patrimonio, se esconde la incapacidad de desarrollar institucionalidad suficiente para consolidar

el Estado y sus promesas.

El Estado y sus instituciones siguen prometiendo la igualdad, la justicia, la libertad de acceso, etc.

pero ya no tienen como objetivo su cumplimiento efectivo. Descubrieron que el solo hecho de

prometerlas es suficiente ante una ciudadanía que privilegia el interés privado, que se siente más

cómoda con un Estado ausente o débilmente regulador.

Sostenemos que el modelo aprende mucho más rápido que los individuos, en parte porque éstos

siguen actuando en un modo moral que antecede a los conocimientos a los que acceden. El

modelo entendió que la ambigüedad de la promesa le permite actuar tal como si existiera pero sin

cargar los costos políticos y económicos que implicaría hacerlo.

Las instituciones que participan del modelo sólo tienen la obligación de la eficiencia en el ejercicio

efectivo del poder. Entienden y utilizan la noción generalizada de que la Historia la escriben los

vencedores, construyendo así la validación de su lugar de enunciación. Pero además, se basan en

los supuestos y las confianzas implícitas que (a)parecen como verdades. La redacción entonces sería

“como podemos (re)escribir la Historia es que somos vencedores”. Una escritura de la Historia

que, por cierto, los demuestra como su consecuencia inevitable. O lo que es lo mismo: la capacidad

de nominación legítima de aquello que debe ser considerado Historia reproduce la asimetría del

orden social.

Es allí donde se produce el efecto de poder del discurso hegemónico de las instituciones: los

márgenes de maniobra y los intersticios para colocar en la arena de lo público/masivo otras

versiones –otros enunciados– sobre los hechos son desactivados, invisibilizados o circunscriptos a

un ámbito de circulación estrecho. ¿O se imaginan en Billiken –en Wikipedia– sacar a la luz la

forma en que murió Güemes o los gustos sexuales de Sarmiento? La Historia necesita del discurso

totemizador.

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Las celebraciones del Bicentenario ocurren en y para los medios de comunicación dentro de esta

asepsia programática: la razón de las concentraciones populares ha trasladado su eje desde el

discurso hablado (la arenga política)5 hacia la sucesión espectacular de imágenes, independizándose

de los contenidos y haciendo énfasis extremo en el espíritu de grupo.

Un espíritu imaginario que asume por momentos el nombre de pueblo, en otros, patria; a veces,

nación. Pero que siempre tienden al cierre semántico inclusivo –de un nosotros homogéneo– cuyo

objetivo es clausurar las diferencias y por lo tanto la conflictividad social. El Estado administra la

violencia, pero esta vez lo hace circunscribiendo el goce.

El modelo ha aprendido que es precisamente la emocionalidad lo que hace a los individuos

vulnerables y que esa vulnerabilidad los hace expectantes. Mejor incluso: el golpe bajo, la búsqueda

del efecto afectivo los convierte en material deseoso y siempre disponible a la contemplación

desinvolucrada. Satisfecha en su autocomplacencia.

Entonces ocurre lo que adelantamos en la primera parte: los contenidos son irrelevantes debido a

que son constituidos por significantes magnéticos (o que se magnetizan). Esto es, el sentido (de

una enunciación) se ha independizado de toda posible relación entre significado y significante y

actúa como si el signo fuera un objeto cargado magnéticamente. El signo actúa con la

contundencia del objeto. Y los sentidos posibles quedan anulados en función de la pervivencia de la

transmisión.

Es el uso ideológico el que ha eliminado a la necesidad de significado para la eficiencia de su

enunciación. Igualar u homologar el significante con el sentido es un ejercicio de poder que

podríamos denominar la fe del carbonero. Esta es una renuncia en la total confianza entregada al

modelo, que facilita y hace eficiente la toma de decisiones pero que desertifica cualquier posible

enunciación fuera de esa confianza.

La celebración, entonces, sea la del Bicentenario, la del fútbol o la del triunfo del tribunal popular,

ocurre como un síndrome: una organización posible de los signos privilegiados por la moda (su

reiteración) pero que no necesita una lógica organizadora interna o externa. Usa los significantes

magnéticos que se potencian y reserva para más tarde los que se repelen.

Los objetos (y no sus significados) son los que inducen las conductas de los sujetos. Los signos están

vacíos, ya nadie se pregunta cuál es el razonamiento que los sostiene. La Historia es innecesaria, su

celebración demuestra su inutilidad.

Notas

1 Roland Barthes, El sistema de la Moda. 1967. 2 Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo. 1967.

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3 Señala Slavov Žižek en De Joyce-el-Síntoma al Síntoma del Poder. “… (en la actitud cínica contemporánea) la ideología puede poner sus cartas sobre la mesa, revelar el secreto de su funcionar, y aún continuar funcionando”. Versión web en http://textosdezizek.blogspot.com/2010/05/de-joyce-el-sintoma-al-sintoma-del.html 4 Jorge Sepúlveda T. “Centro Cultural Islas Galápagos :: evolution has mysterious ways” en http://www.curatoriaforense.net/niued/?p=178. Texto publicado el 26 de diciembre 2007. 5 Una relación que presumía la existencia de sujetos a ambos lados: tanto el emisor como el receptor; además de un código compartido.

RESEÑAS BIO-BIBLIOGRÁFICAS Jorge Sepúlveda T. es curador independiente y crítico de arte. Ha realizado y asesorado más de 25 exposiciones colectivas e individuales de artistas visuales contemporáneos sudamericanos. Sus artículos y comentarios sobre arte están disponibles en www.curatoriaforense.net. Ha realizado publicaciones y charlas sobre artes visuales contemporáneas, circuito de arte, fondos culturales públicos, imaginario artístico e imaginario social en diversos medios entre los que destacan Documenta 12 Magazine, Artenlinea, Arte y Crítica y Revista Plus. Ilze Petroni es Investigadora en Artes Audiovisuales. Ha trabajado en la Cátedra de Movimientos Estéticos y Cultura Argentina, en el Seminario de Cultura Popular y Cultura Masiva y en el de Problemas de la Sociedad Contemporánea, en la Escuela de Ciencias de la Información de la Universidad Nacional de Córdoba. También ha participado en equipos de investigación dedicados a la problemática del cine argentino actual, con el que ha publicado Poéticas del cine argentino actual y Cine y dictadura. Actualmente realiza su tesis doctoral del Doctorado en Artes de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC) y es becaria del Conicet.