El tercer reich (Capitulo 1) - Roberto Bolaño

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  • 8/14/2019 El tercer reich (Capitulo 1) - Roberto Bolao

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    20 de agosto

    Por la ventana entra el rumor del mar mezclado con lasrisas de los ltimos noctmbulos, un ruido que tal vez sea

    el de los camareros recogiendo las mesas de la terraza, devez en cuando un coche que circula con lentitud por el Pa-seo Martimo y zumbidos apagados e inidentificables queprovienen de las otras habitaciones del hotel. Ingeborgduerme; su rostro semeja el de un ngel al que nada turbael sueo; sobre el velador hay un vaso de leche que no ha

    probado y que ahora debe estar caliente, y junto a su almo-hada, a medias cubierto por la sbana, un libro del inves-tigador Florian Linden del que apenas ha ledo un par depginas antes de caer dormida. A m me sucede todo locontrario: el calor y el cansancio me quitan el sueo. Ge-neralmente duermo bien, entre siete y ocho horas diarias,aunque muy raras veces me acuesto cansado. Por las maa-nas despierto fresco como una lechuga y con una energaque no decae al cabo de ocho o diez horas de actividad.Que yo recuerde, as ha sido siempre; es parte de mi natu-raleza. Nadie me lo ha inculcado, simplemente soy as y

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    con esto no quiero sugerir que sea mejor o peor que otros;la misma Ingeborg, por ejemplo, que los sbados y domin-gos no se levanta hasta pasado el medioda y durante la se-mana slo una segunda taza de caf y un cigarrillo con-

    siguen despertarla del todo y empujarla hacia el trabajo.Esta noche, sin embargo, el cansancio y el calor me quitanel sueo. Tambin, la voluntad de escribir, de consignar losacontecimientos del da, me impide meterme en la cama yapagar la luz.

    El viaje transcurri sin ningn percance digno de

    mencin. Nos detuvimos en Estrasburgo, una bonita ciu-dad, aunque yo ya la conoca. Comimos en una especie desupermercado en el borde de la autopista. En la frontera, alcontrario de lo que nos haban advertido, no tuvimos quehacer cola ni esperar ms de diez minutos para pasar al otrolado. Todo fue rpido y de manera eficiente. A partir de

    entonces conduje yo pues Ingeborg no confa mucho enlos automovilistas nativos, creo que debido a una mala ex-periencia en una carretera espaola, hace aos, cuando anera una nia y vena de vacaciones con sus padres. Adems,como es natural, estaba cansada.

    En la recepcin del hotel nos atendi una chica muy

    joven, que se desenvuelve bastante bien con el alemn, yno hubo ningn problema para encontrar nuestras reser-vas. Todo estaba en orden y cuando ya subamos divis enel comedor a Frau Else; la reconoc de inmediato. Arregla-ba una mesa mientras le indicaba algo a un camarero que,a su lado, sostena una bandeja llena de botellines de sal.Iba vestida con un traje verde y en el pecho llevaba engan-chada la chapa metlica con el emblema del hotel.

    Los aos apenas la haban tocado.La visin de Frau Else me hizo evocar los das de mi

    adolescencia con sus horas sombras y sus horas lumino-

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    sas; mis padres y mi hermano desayunando en la terrazadel hotel, la msica que a las siete de la tarde comenzabana esparcir por la planta baja los altavoces del restaurante,las risas sin sentido de los camareros y las partidas que se

    organizaban entre muchachos de mi edad para salir a na-dar de noche o ir a las discotecas. En aquella poca culera mi cancin favorita? Cada verano haba una nueva, enalgo semejante a la del ao anterior, tarareada y silbadahasta la saciedad y con la que solan cerrar la jornada to-das las discotecas del pueblo. Mi hermano, que siempre ha

    sido exigente en lo musical, seleccionaba con esmero, an-tes de comenzar las vacaciones, las cintas que habran deacompaarlo; yo, por el contrario, prefera que fuese elazar quien pusiese en mis odos una meloda nueva, inevi-tablemente la cancin del verano. Me bastaba con escu-charla dos o tres veces, por pura casualidad, para que sus

    notas me siguieran a travs de los das soleados y de lasnuevas amistades que iban festoneando nuestras vacacio-nes. Amistades efmeras, vistas desde mi ptica actual,concebidas slo para ahuyentar la ms mnima sospechade aburrimiento. De todos aquellos rostros apenas unoscuantos perduran en mi memoria. En primer lugar, Frau

    Else, cuya simpata me conquist desde el primer instan-te, lo que me vali ser el blanco de las bromas y chirigotasde mis padres, quienes incluso llegaron a burlarse de m enpresencia de la mismsima Frau Else y de su marido, unespaol cuyo nombre no recuerdo, haciendo alusionesacerca de unos pretendidos celos y de la precocidad de los

    jvenes, que consiguieron ruborizarme hasta las uas yque en Frau Else despertaron un tierno sentimiento de ca-maradera. A partir de entonces cre ver en su trato con-migo un calor mayor que el dispensado al resto de mifamilia. Tambin, pero en un nivel distinto, Jos (se

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    llamaba as?), un chico de mi edad que trabajaba en el ho-tel y que nos llev, a mi hermano y a m, a lugares que sinl no hubiramos pisado nunca. Cuando nos despedimos,tal vez adivinando que el prximo verano no lo pasara-

    mos en el Del Mar, mi hermano le regal un par de cintasde rock y yo mis viejos pantalones vaqueros. Diez aoshan pasado y an recuerdo las lgrimas que de pronto sele saltaron a Jos, con el pantaln doblado en una mano ylas cintas en la otra, sin saber qu hacer o decir, murmu-rando en un ingls del que mi hermano constantemente

    se burlaba: adis, queridos amigos, adis, queridos ami-gos, etctera, mientras nosotros le decamos en espaolidioma que hablbamos con cierta fluidez, no en baldenuestros padres llevaban aos pasando sus vacaciones enEspaa que no se preocupara, que el prximo veranovolveramos a estar juntos como los Tres Mosqueteros,

    que dejara de llorar. Recibimos dos postales de Jos. Yocontest, a mi nombre y de mi hermano, la primera. Lue-go lo olvidamos y de l nunca ms se supo. Hubo tambinun muchacho de Heilbronn llamado Erich, el mejor na-dador de la temporada, y una tal Charlotte que preferatomar el sol conmigo aunque mi hermano estaba loco de

    remate por ella. Caso aparte es la pobre ta Giselle, la her-mana menor de mi madre, que nos acompa durante elpenltimo verano que pasamos en el Del Mar. Ta Giselleamaba por encima de todo el toreo y su voracidad por estaclase de espectculo no tena lmites. Imborrable recuerdo:mi hermano conduciendo el coche de mi padre con ente-ra libertad, yo, a su lado, fumando sin que nadie me dije-ra nada, y ta Giselle en el asiento trasero contemplandoembelesada los acantilados cubiertos de espuma bajo la ca-rretera y el color verde oscuro del mar, con una sonrisa desatisfaccin en sus labios tan plidos, y tres psters, tres te-

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    soros, en su regazo, que daban fe de que ella, mi hermanoy yo habamos alternado con grandes figuras del toreo enla Plaza de Toros de Barcelona. Mis padres, ciertamente,desaprobaban muchas de las ocupaciones a las que ta Gi-

    selle se entregaba con tanto fervor, al igual que no les re-sultaba grata la libertad que ella nos conceda, excesivapara unos nios, segn su manera de ver las cosas, aunqueyo por entonces rondaba los catorce. Por otra parte siem-pre he sospechado que ramos nosotros quienes cuidba-mos de ta Giselle, tarea que mi madre nos impona sin

    que nadie se diera cuenta, de forma sutil y llena de apren-siones. Sea como fuere, ta Giselle slo estuvo con no-sotros un verano, el anterior al ltimo que pasamos en elDel Mar.

    Poco ms es lo que recuerdo. No he olvidado las risasen las mesas de la terraza, los supertanques de cerveza que

    se vaciaban ante mi mirada de asombro, los camareros su-dorosos y oscuros agazapados en un rincn de la barra con-versando en voz baja. Imgenes sueltas. La sonrisa feliz ylos repetidos gestos de asentimiento de mi padre, un tallerdonde alquilaban bicicletas, la playa a las nueve y media dela noche, an con una tenue luz solar. La habitacin que

    entonces ocupbamos era distinta a esta que ocupamosahora; no s si mejor o peor, distinta, en un piso ms bajo,y ms grande, suficiente para que cupieran cuatro camas, ycon un balcn amplio, de cara al mar, en donde mis padressolan instalarse por las tardes, despus de comer, a jugarinfinitas partidas de naipes. No estoy seguro de si tenamosbao privado o no. Probablemente algunos veranos s yotros no. Nuestra habitacin actual s que tiene bao pro-pio, y adems un bonito y espacioso closet, y una enormecama de matrimonio, y alfombras, y una mesa de hierro ymrmol en el balcn, y un doble juego de cortinas, unas

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    interiores de tela verde muy fina al tacto y otras exteriores,de madera pintada de blanco, muy modernas, y luces di-rectas e indirectas, y unas bien disimuladas bocinas quecon slo apretar un botn transmiten msica en frecuen-

    cia modulada... No cabe duda, el Del Mar ha progresado.La competencia, a juzgar por el rpido vistazo que pudedar desde el coche mientras enfilbamos el Paseo Marti-mo, tampoco ha quedado rezagada. Hay hoteles que no re-cordaba y los edificios de apartamentos han crecido en losantiguos descampados. Pero todo esto son especulaciones.

    Maana procurar hablar con Frau Else y saldr a dar unavuelta por el pueblo.

    Tambin yo he progresado? Por supuesto: antes noconoca a Ingeborg y ahora estoy con ella; mis amistadesson ms interesantes y profundas, por ejemplo Conrad,que es como otro hermano para m y que leer estas pgi-

    nas; s lo que quiero y tengo una perspectiva mayor; soyeconmicamente independiente; al revs de lo que habi-tualmente suceda en los aos de adolescencia hoy jamsme aburro. Sobre la falta de aburrimiento Conrad dice quees la prueba de oro de la salud. Mi salud, segn esto, debeser excelente. Sin pecar de exagerado creo que estoy en el

    mejor momento de mi vida.En gran medida la responsable de esta situacin es In-geborg. Encontrarla es lo mejor que me ha sucedido. Sudulzura, su gracia, la suavidad con que me mira hacen quelo dems, mis esfuerzos cotidianos y las zancadillas que meponen los envidiosos, adquieran otra proporcin, la justaproporcin que me permite enfrentarme con los hechos yvencerlos. En qu terminar nuestra relacin? Lo digoporque las relaciones entre parejas jvenes son hoy tan fr-giles. No quiero pensarlo mucho. Prefiero la amabilidad;quererla y cuidarla. Por cierto, si acabamos casndonos,

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    tanto mejor. Una vida entera al lado de Ingeborg, podrapedir, en el plano sentimental, algo ms?

    El tiempo lo dir. Por ahora su amor es... Pero no ha-gamos poesa. Estos das de vacaciones sern tambin das

    de trabajo. He de pedir a Frau Else una mesa ms grande,o dos mesas pequeas, para desplegar los tableros. Tan slode pensar en las posibilidades que ofrece mi nueva apertu-ra y en los diferentes desarrollos alternativos que se puedenseguir me entran ganas de desplegar el juego ahora mismoy ponerme a verificarlo. Pero no lo har. Slo tengo cuer-

    da para escribir un rato ms; el viaje ha sido largo y ayerapenas dorm, en parte porque era la primera vez que In-geborg y yo iniciaramos unas vacaciones juntos y en parteporque volvera a pisar el Del Mar despus de diez aos deausencia.

    Maana desayunaremos en la terraza. A qu hora? Su-

    pongo que Ingeborg se levantar tarde. Haba un horariofijo para los desayunos? No lo recuerdo; creo que no; encualquier caso tambin podemos desayunar en un caf delinterior del pueblo, un viejo local que siempre estaba llenode pescadores y turistas. Con mis padres solamos hacer to-das las comidas en el Del Mar y en ese caf. Lo habrn ce-

    rrado? En diez aos ocurren muchas cosas. Espero que anest abierto.

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