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La experiencia de pecado: punto de partida para una vida más profunda y verdadera El término pecado, definitivamente no está de moda y no está del todo mal que así sea, ya que no pertenece, o no debería pertenecer, al lenguaje cotidiano ya que hace referencia, entre otras cosas, al terreno íntimo y personal (aunque las consecuencias derivadas del mismo puedan involucrar a otros). De hecho es un término que tampoco pertenece al campo de la ética, ya que en este campo sólo podemos hablar de cuestiones en última instancia morales, referida a la conciencia, al vínculo con la sociedad y las respectivas normas morales y las culpas o no culpa de la trasgresión de las mismas, que se derivan. Pero el término, la idea y la realidad del pecado existe y no deja de ser, por lo dicho anteriormente, una cuestión a repensar. En primera instancia, refiere otra experiencia y es a la certeza de vivir la vida, no sólo frente a uno mismo y a la sociedad a la que pertenece, sino también frente a Dios. Así, éste, puede no coincidir con las definiciones de las reglas y /o culpas morales personal o socialmente estipuladas. Entrando en este tema, ya podemos afirmar que, por supuesto dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, esta manera de mirar el “pecado” es decir, siendo consciente de que la propia existencia transcurre frente a Dios, nos da una gran esperanza. Esperamos en su misericordia. Voy a intentar explicarme. En un mundo en el que no se habla de pecado, lo que está mal es aquello que es de mal gusto o es patológico. El pecado, en cambio, es el mal que se provoca deliberadamente. No se justifica ni por una cuestión de gusto y tampoco de enfermedad. Algo así, en el campo de la ética, sólo lleva a un análisis de la culpabilidad moral que le cabe a dicha acción. En cambio en el campo religioso, la culpa moral es superada, reconocimiento y arrepentimiento por medio, por el perdón. Y está novedad absolutamente cristiana del perdón me da la posibilidad de crecer como persona y de transitar la culpa y la enmienda a partir de la experiencia del “amor de Dios que es Misericordia”. En cuanto al “término” existen varias acepciones diferentes. Entre ellas vamos hablar de dos: la falta de orden en uno mismo, en su entorno, etc, y “fallar el recto punto”. Estas dos acepciones están fuera del campo de la ética y de lo estrictamente religioso y justamente por eso, nos pueden ayudar a aclarar la cuestión. Hay una experiencia de pecado que es existencial, previa a las consideraciones éticas y religiosas, lo cual le da un alto grado de realidad por pertenecer a las experiencias más básicas de los seres humanos. No sería, entonces algo que depende de donde se considere, ni siquiera que merezca juicio todavía, cuando sólo refiere a una realidad irrefutable: “la experiencia nos muestra que hay cosas que no están en orden y en las que hay fallos, defectos, etc.” En el caso de la segunda acepción “Fallar al recto punto, lo que “ no está en orden” ciertamente nos sería el dallo en sí ( considerando el arte de tiro el blanco) sino las reglas utilizadas para realizarlo. Entrando un poco más en el tema, en el campo de lo religioso, para que haya experiencia de lo que en este ámbito se denomina pecado, tiene que entrar en juego la voluntad: el haber querido libremente, o por acción o por omisión, y estar referido al fin de la existencia en si mismo.

El Término Pecado

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La experiencia de pecado: punto de partida para una vida más profunda y verdadera

El término pecado, definitivamente no está de moda y no está del todo mal que así sea, ya que no pertenece, o no debería pertenecer, al lenguaje cotidiano ya que hace referencia, entre otras cosas, al terreno íntimo y personal (aunque las consecuencias derivadas del mismo puedan involucrar a otros).

De hecho es un término que tampoco pertenece al campo de la ética, ya que en este campo sólo podemos hablar de cuestiones en última instancia morales, referida a la conciencia, al vínculo con la sociedad y las respectivas normas morales y las culpas o no culpa de la trasgresión de las mismas, que se derivan.

Pero el término, la idea y la realidad del pecado existe y no deja de ser, por lo dicho anteriormente, una cuestión a repensar. En primera instancia, refiere otra experiencia y es a la certeza de vivir la vida, no sólo frente a uno mismo y a la sociedad a la que pertenece, sino también frente a Dios. Así, éste, puede no coincidir con las definiciones de las reglas y /o culpas morales personal o socialmente estipuladas. Entrando en este tema, ya podemos afirmar que, por supuesto dependiendo de la imagen de Dios que tengamos, esta manera de mirar el “pecado” es decir, siendo consciente de que la propia existencia transcurre frente a Dios, nos da una gran esperanza. Esperamos en su misericordia.Voy a intentar explicarme. En un mundo en el que no se habla de pecado, lo que está mal es aquello que es de mal gusto o es patológico. El pecado, en cambio, es el mal que se provoca deliberadamente. No se justifica ni por una cuestión de gusto y tampoco de enfermedad. Algo así, en el campo de la ética, sólo lleva a un análisis de la culpabilidad moral que le cabe a dicha acción. En cambio en el campo religioso, la culpa moral es superada, reconocimiento y arrepentimiento por medio, por el perdón. Y está novedad absolutamente cristiana del perdón me da la posibilidad de crecer como persona y de transitar la culpa y la enmienda a partir de la experiencia del “amor de Dios que es Misericordia”.

En cuanto al “término” existen varias acepciones diferentes. Entre ellas vamos hablar de dos: la falta de orden en uno mismo, en su entorno, etc, y “fallar el recto punto”. Estas dos acepciones están fuera del campo de la ética y de lo estrictamente religioso y justamente por eso, nos pueden ayudar a aclarar la cuestión. Hay una experiencia de pecado que es existencial, previa a las consideraciones éticas y religiosas, lo cual le da un alto grado de realidad por pertenecer a las experiencias más básicas de los seres humanos. No sería, entonces algo que depende de donde se considere, ni siquiera que merezca juicio todavía, cuando sólo refiere a una realidad irrefutable: “la experiencia nos muestra que hay cosas que no están en orden y en las que hay fallos, defectos, etc.” En el caso de la segunda acepción “Fallar al recto punto, lo que “ no está en orden” ciertamente nos sería el dallo en sí ( considerando el arte de tiro el blanco) sino las reglas utilizadas para realizarlo. Entrando un poco más en el tema, en el campo de lo religioso, para que haya experiencia de lo que en este ámbito se denomina pecado, tiene que entrar en juego la voluntad: el haber querido libremente, o por acción o por omisión, y estar referido al fin de la existencia en si mismo. También hay que tener en cuenta que el pecado, entendido como una acción que “falla el tiro”, no refiere a lo que le hombre es, sino a lo que el hombre hace y más específicamente la alteración de un orden por medio de una “conducta determinada” querida voluntariamente. Desde una perspectiva religiosa no somos dueños del fin, sino de la elección de los medios. Entiéndase bien: no podemos elegir ser plenos a través del no-amor, porque (por creación) sólo nos realizamos a través de la experiencia del amor. En todo caso somos realmente nosotros mismos, plenos y libres, cuando (a través nuestras opciones) nos conformamos con esta enorme y bendita capacidad de amar que Dios- amor nos regaló. Esto es preciso tenerlo en cuenta para no confundir las cosas. La libertad, en sentido religioso, no está en la elección del fin de la existencia, sino en elección de los medios con que para tal fin contamos. Entre todo lo que podríamos hacer, elegir aquello que “a mayor amor, por lo tanto más a nuestra verdad, nos lleva”. Cada uno a sus tiempos y a sus modos. No hacernos responsable de estas cotidianas opciones es caminar en el ámbito del pecado que nos lleva a “ fallar el tiro” por no respetar, en cada elección, las reglas (“en todo amar y servir”) y así producir el desorden en el que muchas veces vivimos y obligamos a vivir a otros dañando el núcleo de la existencia propia y ajena. Nótese que el pecado no es así, en primera instancia, una cuestión moral, sino existencial. Quede claro: para que haya pecado, incluso en este nivel existencial, tiene que haber una “intención consciente”.

Ahora bien, si bien el pecado no refiere a lo que “el hombre es” sino a sus acciones, a nivel existencial, al dañar nuestro núcleo más íntimo, no nos hace malos, sino heridos y debilitados, tanto más cuanto, cuanto más elijo ( aún en las pequeñas decisiones cotidianas)aquello que atenta a mis más profunda verdad: Que vivo para amar. Y esto es indiscutible, aún desde el campo de la psicología, la sociología y todas las ciencias humanas, aunque pretendan muchas veces huir de una visión religiosa del mundo y del ser humano.

Por todo esto, en cuanto pecar es ir en contra de nuestra más profunda verdad, nuestra naturaleza (por lo tanto es un acto antinatural) nunca podemos pecar con la fuerza integra de nuestra voluntad, sin cierta reserva, nunca de todo corazón. Desde acá se comprende lo que comúnmente llamamos “cargo de conciencia”. No es más que el llamado a la salud de lo que en nosotros ha quedado sin dañar, que pide compasión atención y cuidado.

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Ahora, a veces el daño que nos hemos causado es tan intenso, profundo y doloroso, que no alcanza con lo que nos queda de salud para salir adelante. Y acá viene la buena noticia de que no sea el pecado en primera instancia una cuestión moral que merece castigo. Gracias a que tenemos un Padre Dios que nos ama incondicionalmente ese daño profundo lo toma en sus manos y con inmenso cariño cura nuestras heridas. Esto sólo si lo dejamos, si le entregamos aquello de nosotros que hemos lastimado. Sólo después de esta “sanación del corazón” (que sólo Dios puede hacer y para lo cual nos dejó el inmenso don del Sacramento de la reconciliación entre otras cosas) volvemos a ser quienes somos, capaces de entregarnos por amor nuevamente y listos para reparar aquellos daños que hemos hecho a otros cuando nos alejamos de nosotros mismos y en definitiva de Dios y de los demás.

Y todo esto es posible porque creemos en Dios. Sin la fe en Dios habría sólo “fallas morales” de las que posiblemente no podríamos nunca despegar y nos harían sentir profundamente solos y desvalidos.

Sirve, para conocer más a nuestro buen Dios, la parábola del buen samaritano. LA misma, como en el fondo todas las parábolas, es antes una definición de Dios que un imperativo de actuar moralmente. Ella nos dice cómo ha encontrado y encuentra Dios al hombre, cómo nos encontró bajo el pecado, temor a la muerte, irreconciliación entre nosotros, desatención de unos con otros; y cómo nos trató al vernos heridos y enfermos, otorgándonos perdón, sanación ,esperanza ,libertad.

Es curioso que los hombres, atenazados por los límites de la finitud y por el cargo de conciencia que nos produce nuestro propio pecado, NOS ATREVEMOS CASI A TODO, MENOS A CREER QUE DIOS SEA BUENO HASTA PERDONARNOS, EN UN AMOR ABSOLUTO, TODO, INCLUSO AQUELLO QUE NOSOTROS MISMOS CREEMOS Y SABEMOS IMPERDONABLE.

Llegados hasta acá, cabe hacernos la siguiente pregunta “¿como hacer comprensible este pensamiento terrible de que una acción consciente puede atentar contra el sentido de la propia existencia?