1
VIDAS QUE HACEN BARRIO El tren que me traía del pueblo me dejó en la estación de Chamartín a las nueve de la mañana. Mi destino no era Pueblanueva, sino el barrio de Tetuán. Recuerdo que el metro terminaba en la estación de Tetuán y a partir de allí las aceras eran de tierra, como muchas de las calles laterales de la parte izquierda, que eran las casas bajas conde vivían los traperos que a diario salían de madrugada con sus carros para recoger las basuras de Madrid en las calles y casas que cada uno tenía asignadas. Conocí a un trapero, el señor Juan, que después de retirar la basura trabajaba a jornal en una huerta y también vendían él y su mujer los productos del campo. Tuvo que pasar tiempo para que me acostumbrase al ruido de sus carruajes, que en procesión, como almas en pena, pasaban por la calle de Pinos Alta. La vida social de los adultos, como la de los chicos, dado lo precario de muchas viviendas, se hacía en la calle, donde sacaban las sillas bajas de asiento de enea y se charlaba de todo, lo divino y lo humano, eso sí, a grandes voces, porque hay que reconocer que fuimos bastante ruidosos. Con el calor del verano más de una sacaba el colchón al patio para dormir al fresco. Hay quien recuerda todavía el gitano con sus grandes bigotes y su chuzo en la mano con un enorme oso pardo sujeto con una cadena al que le decía: “baila, baila Nicolás”, y cuando el pobre animal daba unas cuantas vueltas le arreaba un palo y le decía “siéntate Nicolás que se te ven las angulas”. Ángel Fernández

El tren

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Taller literario. Cepa Tetuán. Proyecto Vidas que hacen Barrio.

Citation preview

Page 1: El tren

VIDAS QUE HACEN BARRIO

El tren que me traía del pueblo me dejó en la estación de Chamartín a las nueve de la mañana. Mi destino no era Pueblanueva, sino el barrio de Tetuán.

Recuerdo que el metro terminaba en la estación de Tetuán y a partir de allí las aceras eran de tierra, como muchas de las calles laterales de la parte izquierda, que eran las casas bajas conde vivían los traperos que a diario salían de madrugada con sus carros para recoger las basuras de Madrid en las calles y casas que cada uno tenía asignadas. Conocí a un trapero, el señor Juan, que después de retirar la basura trabajaba a jornal en una huerta y también vendían él y su mujer los productos del campo.

Tuvo que pasar tiempo para que me acostumbrase al ruido de sus carruajes, que en procesión, como almas en pena, pasaban por la calle de Pinos Alta.

La vida social de los adultos, como la de los chicos, dado lo precario de muchas viviendas, se hacía en la calle, donde sacaban las sillas bajas de asiento de enea y se charlaba de todo, lo divino y lo humano, eso sí, a grandes voces, porque hay que reconocer que fuimos bastante ruidosos. Con el calor del verano más de una sacaba el colchón al patio para dormir al fresco.

Hay quien recuerda todavía el gitano con sus grandes bigotes y su chuzo en la mano con un enorme oso pardo sujeto con una cadena al que le decía: “baila, baila Nicolás”, y cuando el pobre animal daba unas cuantas vueltas le arreaba un palo y le decía “siéntate Nicolás que se te ven las angulas”.

Ángel Fernández