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El Ultimo Invierno - Raul Montilla
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Durantelamadrugadadel24deenerode1939,Miquelsientequecasiyanotiene fuerzas para empuñar su fusil,mientras permanece escondido en unoscuro sótano. Es consciente de que el ruido de los proyectiles no va acesar,nielrumordelospasosdelosmorosquerecorrenlaviviendaensubusca.Juntoaél,elBachiller,quellevayatresañosdeguerra,yelteniente;lostresocultosyconunúnicodeseo:sobrevivir.Nolejosdeallí,haymuchospersonajesmás:unaparejademilitantesdelPOUMqueahoratemequelosllantosdesubebépuedanalertardesupresenciaalrestodelosvecinos;oVicenç,quienporfinvuelveacasa,huyendodelaguerra,juntoasumadre;oelcapitánde losregularesMatíasPuig,quienrecién llegadoaBarcelonapasadesermilitardecarreraainvestigadoralabúsquedaderojos;mientrassu suegro, don Jacinto, se reúne en el Zúrich con sus amigos, en lo quetendríaquehaber sidounacelebracióndecarizmuydistinto.Y tambiénelviejocoronel,dobladoporellumbagoydesahuciadoenunaviejapensióndeLaRambla,queconlaguerraesperaqueacabetodolodemás.
DurantelasúltimashorasdelaGuerraCivilenBarcelonaylasprimerasdelrégimenfranquista,sepasódelacreenciadelosmásconvencidosdequeelLlobregatseríaunnuevoJaramaaunamultitudinariamisaenelcorazóndeBarcelona.El último invierno no es una novelamás sobre la Guerra Civil,sinoqueMontilla fijael acentoenel cambiobrutal ymoralquesignificóelfinaldelacontienda,unatransicióndeapenasundía.
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RaúlMontilla
ElúltimoinviernoePubr1.0
ugesan6409.08.14
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Títulooriginal:ElúltimoinviernoRaúlMontilla,2013
Editordigital:ugesan64ePubbaser1.1
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Unaexperienciaesencialenlaguerraeslaimposibilidaddelibrarse,enningúnmomento,
delosmalosoloresdeorigenhumano.Hablardeletrinasesunlugarcomúndelaliteraturabélica,
yyonolasmencionaríasinofueraporquelasdenuestrocuartelcontribuyeronadesinflar
elglobodemisfantasíassobrelaGuerraCivilespañola.
HomenajeaCataluña,GEORGEORWELL
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24DEENERODE1939
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—Sinonosencuentranlosdearriba,nosiremosdirectamentealinfiernocuandosehundaestamierda—murmuróelteniente.
Permanecía quieto y sujetaba con fuerza su Star, con el dedo en el gatillo.Silencio.Unafina lluviadepolvocayósobresuscabezas.El tenientesegiróhaciaMiquelyelBachiller,conlamiradaqueempleabaparaadvertirlesdequeelpeligroacechaba, que estuviesen preparados paramorir. Como si uno se pudiera prepararparaeso.
Arriba se oían pasos que recorrían los tablones demadera.Con cada uno, otrafinalluviadepolvo.Miquelllegóapensarporunossegundosqueestabaapuntodedesmayarse.Sedejócaertodavíamássobrelapared.
Lavelaestabaapuntodeextinguirse.Laceragoteabalentamentehastaelsuelo.La humedad de aquel lugar hacía difícil hasta respirar.Hacía calor, pero no comocuandoelsollucecontodasufuerzaenundíacalurosodejulio.No.Eraotraclasedecalor:frío.Miquelsentíaquesusudorsemezclabaconelvahoquenopodíadejardeexhalaryconelaguadeaquellapequeñacueva.Unsudorheladolorecorría.Semareóunossegundos.Erapocomásdemedianoche.
Notó la mano del Bachiller encima de su hombro. Se sentía débil; aguantabagracias al fusil que sujetaba con lasmanos, unmáuser con un cargador con cincocartuchosquenosabíasiseríacapazdedisparar.Habíadisparadoantes,perosiempreenelfrente.Ysiempredesdelejos.
Llevaban más de tres noches sin dormir, andando sin parar. Sin comida,disparandoaciegasdevezencuando.DenadahabíaservidodinamitarelpuentedelLledonerdeVallirana,apocomásdeveintekilómetrosdeBarcelona.Yesoqueelmandodecíaquesinelpuente losfascistasnopodríancruzaraquel torrente…,queasí lograrían detener el avance del enemigo y contraatacar. Pero la DecimoterceraDivisiónde losnacionalesdeshizo losplanesrepublicanosensolounashoras.Aunsin puente, habían conseguido llegar a Vallirana, ese mismo día, y pisándoles lostalones.
Miquel, junto con el Bachiller y el teniente, había sido testigo de cómo losfascistascreabanunapistaenelladoderechodeaqueltorrenteimposibledecruzar,alavezquemontabanlasbateríasde88milímetros.SusproyectilesyasilbabanenlaciudaddeBarcelona.Ellos,por lomenos,habíanpodidooírlos.Lamayoríadesuscompañerosestabanmuertos.Losnacionalesnoseentreteníanhaciendoprisioneros.Aunqueellostampoco.
El teniente dio un paso en la oscuridad y apagó la vela, que ya casi se había
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extinguido.Miquel trataba de respirar sin hacer ruido. El Bachiller desenfundó subayonetayseacercóalatrampilla.
—¿Quéhaces?Sinosdescubren,¿creesqueconesecuchillovasapoderhaceralgo?—murmuróelteniente.
El Bachiller no le hizo caso y siguió apuntando con la bayoneta hacia arriba,como si fuera la Hotchkiss, que permanecía desmontada junto aMiquel. ¿Qué secreía aquel capullo? ¿Que iba a montar una ametralladora de siete milímetros envertical? La mejor opción, la única en realidad, era la bayoneta. El teniente, tanimbécilcomosiempre.Porsuestupidez,porquererresistirpasaraloquepasara,yahabíaperdidoatodossushombres.
Lospasosdearriba,entodomomentolentosypausados,sevolvieronaceleradostras un grito. Hasta que desaparecieron. Parecía que el peligro ya había pasado.Miquelsedejócaer,deslizándoseporlapared,sintiendoquesuespaldaseensuciabamásconaquella tierraarcillosaque llegabaapenetrar,enpequeñosgrumos,porsucamisa. Aunque parecía que los de arriba se habían ido, optaron por quedarse enaquellabodegaexcavadaenlatierramediahoramás.Aoscuras,sinmoverse,casisinrespirar hasta que el teniente levantó la trampilla y asomó la cabeza en el pisosuperior.ElBachillernolequitabalosojosdeencima.Alamínimaquepudiera,noibaadesaprovecharlaoportunidaddeutilizarsumalditabayoneta.
Miquelobservabatodalaescenatiradoenelsuelo,apoyadoenaquellaparedquesedeshacíapocoapocoasuespalda.
—Nohaynadie—dijotodavíaenvozbajaelteniente,antesdeimpulsarsehaciaelpisodearriba.
Miquel se levantó lentamente y siguió en la oscuridad los pasos del Bachiller.Arriba, como abajo, era de noche. Todo parecía muerto. Sin vida. Nervioso, eltenientesemovíadeunladoaotrodelpasillo,dondepermanecíaabiertalatrampilladelabodega.
—Seguroqueeranmoros—dijodeprontoelBachiller,apoyándoseenunapareddelacasa,mientrasseencendíauncigarrillo.
Miquelsedejócaerdenuevoanteél.—¿Sí?Teveomuyseguro…—respondióelteniente.Nosesoportaban.Aningunodelosdoslesgustabademasiadoqueelotrofuera
unodelospocossupervivientesdelacampañadelOrdal,elúltimopasomontañosoantesdellegaraBarcelona.
EloficialseenfundósuStaryseacercóalosdosúnicossoldadosquequedabanasumando,concaradivertida,comosielnerviosismodehacíatansolounosminutoshubiera desaparecido. Sonreía.Miquel lo veía gracias a la fría luz de la luna quepenetrabaporlasventanas.
—No hablan. Son así. Andan en silencio, no hablan entre ellos—continuó el
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Bachillermientrassuvahosemezclabaconelhumodelcigarrillo.—Sontantraidorescomolossoldadosderetaguardia.ElBachillersellevólamanoalabayoneta.—También hablarán, supongo—dijo Miquel tratando de cortar la tensión. Se
sentíamástranquilo.Menosmareado.—Nohablan—insistióelBachiller,molesto.Eloficial seapoyóenunode losmarcosde lapuertaquedabaalpasillodonde
estabanlosdossoldados,enlaentradadelcomedordelacasa.—Sí que hablan, soldado. Dímelo amí, que luché contra ellos en Annual. En
África.Perocaminanensilencioparasorprenderaimbécilesconfiadoscomotú,parapodercortarleselcuelloasugusto.Perohablan.
ElBachillersefrotósuincipientebarba.—Puesloquedecía,eranmoros.Ynomuyinteligentes.Erafácilencontrarnos.
Malditosmoros.Eltenientesequedómirandofijamenteasusoldado,comosihubierarecordado
algo. Abrió los ojos de golpe. De forma instintiva, Miquel levantó su máuser. Eltenientecayóalsuelo.Bocaabajo.Teníauncuchilloclavadoenlaespalda.Miqueldudó unos segundos y después abrió fuego. En unos segundos descargó los cincocartuchos del fusil en la oscuridad. Como respuesta: un gemido desgarrador.Hablabanysequejaban.
El Bachiller se echó inclusomás atrás de lo que le permitía la pared. Palpabanerviosamente el suelo buscando un arma. Solo tenía aquel inútil machete. Habíadejadoabajolaametralladora,desmontada,enunaesquinadelabodega.
—Corre—gritó.Miquel buscó en su cartuchera otro cargador. Lo colocó y disparó de nuevo.
Sintiócomootrasbalassilbabanasulado.ElBachillerteníalacarablanca,aunqueyaestabasaliendodelacasa.Miquelcogióconfuerzasufusilysiguiósuspasos.Alsalir,tropezóconelcuerpodelteniente.Seguíaconlosojosabiertos.
Selevantórápidamenteyempezóacorrercomonuncaanteslohabíahecho.Losdoscorríansinmiraratrás,sintiendoque laszarzasheladasseabríancaminoensupiel. El sudor mezclado con la sangre. «¿Me habrán herido?». Algunas balas lehabíanpasadomuycerca.Yteníamuyfrescaslasimágenesdealgunoscompañerosque seguían hablando antes de morir, como si nada, aunque una bala les hubieraatravesadolacabezaoelcorazón.Ydeprontomorían.«¡Mierda!».Yatendríatiempodepensareneso.
Corrieronhastamuchodespuésdeperderelaliento.Alcabodeunamediahora,elBachiller,queibaelprimero,separóysedejócaeralsuelo.
—Quevengansiquierenyquemematen.Yonocorromás—dijo,todavíaconelmachete en la mano, mientras trataba de recuperar el aliento respirando
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nerviosamente.Miqueldejócaersumáuseralsueloytambiénsetumbó.Hacíatantofríoqueel
airecalientequeexpulsabaporlagargantalehacíadaño.Parecíaqueyanolosseguíanadie,aunquenilosmorosnilosfachasdebíandeestardemasiadolejos.Elrumordelasbateríaseraconstante.
—Estánmuycerca.—¿Losmoros?—Losmorosylosquenosonmoros.¿Nolooyes?Songranadasrompedoras.Su
metrallaesmuyjodida,mucho.Esmejorquetepeguenuntiroytevuelenlacabezaaquetepilleunadeesas.Hijosdeputa.
Miquelasintió.No llevaba tanto tiempoenelejércitocomoparadistinguirquéeraunabombarompedorayquéno.Paraéltodasrompíanalgo.Ytodassonabanmal.Muymal.Lasconocíadesdehacíatiempo.Lasprimeras,lasquedurantemásdedosañoshabíancaídosobreBarcelona.Ylasdelasúltimassemanas.Todoslosdíaslasoía,desdequesalíaelsolhastaquelohacíalaluna.
—Porcierto,buenapuntería,chico.Sonlosprimerosquetecargas,¿no?Miquel no respondió.Ni siquiera se había fijado en si habíamuerto alguien, a
pesar de que había oído aquel grito desgarrador. Él solo había disparado a laoscuridad.Suspiró.Denuevoestabamareado.Nosabíasihabíasidoporlacarreraomásbienporelmiedoquesentíaenaquellosmomentos.Respirabanerviosamenteytratóde relajarse, aunqueseencontraraallí, enmediodelbosque,conungrupodemorosque lesseguían lospasosyconel ruidodefondode lasbateríasnacionales,cada vez más cerca. Y estaban machacando Barcelona. Todo aquello parecía unsueño.Másbien,unapesadilla.
—¿Quéhacemos?—preguntó.ElBachillersepusoenpiecuandooyeron,atansolounoscentenaresdemetros,
elimpactodeunproyectilquedebíadeserdecientoveintemilímetros.Elresplandorllegó hasta el cielo. Miquel se acercó al Bachiller, que permanecía quieto. Otroresplandor iluminólazonaboscosadondeestabaaquellapequeñacasaenlaquesehabían escondido.Un segundo estallido, al que siguieron los aullidos aterrados dealgunos de los perros salvajes, que avanzaban con la guerra, buscando comida enaquelfríoinvierno.
—Esas últimas bombas eran de las nuestras —apuntó el Bachiller—. Losproyectiles de este tipo se utilizan en acciones de contrabatería. Estas eran de losnuestros,aunquecasinosmatan.Todavíaquedaresistencia.
Miquelasintió.—Adiós,teniente—continuóelBachiller,alavezqueseponíafirmesyhacíael
saludomilitarconciertasorna.Traselúltimoimpactosonaronvariasráfagasdeametralladora.Muycerca.Las
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bateríascallaronunossegundos,aunqueinmediatamentecontinuaronconsumelodíamortalsobreBarcelona.
—Perolasametralladorassondeellos.Miquel se acercó hasta donde había dejado el fusil. Aquellas metralletas no
podíanhacernadacontraproyectilesdecientoveintemilímetros,perosícontraellos.—LomejorquepodemoshaceresreplegarnoshaciaBarcelona.EnMolinsyen
Rosestienenquequedaralgunossoldadosdel905Batallón.CruzaremoselLlobregathastaMolinsoRoses.YdesdeallínosdirigiremoshaciaBarcelona,oadondeseestéorganizandolaresistencia…Olafuga.Sinosquedamosporaquí,nosobreviviremos.Si nos tienen que coger, mejor incluso que no sea en el campo de batalla. Si noqueremos morir. Y yo no nací para ser un mártir, y supongo que tú tampoco—concluyóelBachiller.
Miquel asintió y cogió el máuser. No iba a ponerse a discutir nada de lo quedecidiera.Élnosabíaquéhacer.Nuncaantessehabíasentido tanperdido,entre lainmensidad de la noche. Lo que podría haber sido un paisaje bucólico ahora eraterrible.
—Seguiremosporlamontaña.Tenemosquellegarantesdequesehagadedía;sino,corremoselriesgodequeunaviónnosagujereeelculoolaspelotas.Vamos.
ElBachiller conocía los caminos de todas aquellasmontañas. Era donde habíalibradolaúltimapartedesuguerra,entrabajosdevigilancia,delogística,deordenpúblico.En la retaguardia.Cercade su casa.Él erade allí.Ese tipode trabajos lohabíanconvertido,alosojosdelteniente,enuntraidor.
Miquel lo había conocido unas semanas antes. No era mucho mayor que él,aunquellevabacasitodalaguerraenelejército.SehabíanencontradoenelfrentedelOrdal. El Bachiller, Joan, no era una persona a la que le gustara relacionarse. Almenos no en la trinchera. Iba a lo suyo, pero no había rechazado la compañía deMiquel,demasiadojoveneinexpertoparaservaliente.ElBachillerlohabíatratadocomo a un amigo, aunque no lo tuviera por tal.Le había contado que, durante losprimerosmesesdelaguerra,habíasidodelosprimerosencogerelautobúsdelíneareutilizado como transportemilitar para llegar hasta el frente.Había combatido enTeruel,comounidealistamás.Hastaquelapolítica,decía,habíaacabadocontodo.Desdeentonceshabíadecidido,ylohabíaconseguido,permanecerenlaretaguardia,en trabajos de logística y cosas así. La guerra, para él, como para otros, se habíaconvertidoenunnegocioparavivirunpocomejorquelosdemás.Alfinyalcabo,setratabadesobrevivir.
—Venga,niño,continuemos.Yahemosdescansadobastante—dijoelBachiller.Con el ruido de fondo de la guerra, avanzaron a través de la montaña por
pequeñoscaminosdetierra.Enalgunostramoseradifícilnoresbalarporculpadelasmalditasplacasdehielo.Anduvierontambiénentre lamaleza,dejandoatrásmasías
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sinvida,conalgunosenseresinútilestodavíaenlacalle,lospocosquesusdueñosnohabíanpodidovenderantesdeintentarfugarsedelfuturo.Alaluzdeunatímidalunallegaronaunapequeñaermitadecolor rojo,encaramadaaunode loscerrosdesdedonde se vislumbraban algunas luces huérfanas; debían de pertenecer al pueblo deMolins. Detrás de la montaña, se reflejaban los destellos de las bombas queexplotabanaunoyotroladodelLlobregat,másalsur.
ElBachillerobservabaensilencio,peroMiquel,alpasarporlapequeñapuertadela iglesia,miró hacia lamaleza que los rodeaba. Se sentía observado. En silencio,mientrassucompañeroyasedirigíaaotropequeñocaminoquenacíaaunode losladosdelaiglesia,eljovensoldadodescolgódenuevosufusil.Comprobósinningúnnerviosismo el cargador y llevó el dedo al gatillo. Lomás normal habría sido quehubiera corrido para esconderse detrás del Bachiller. Pero ahora no, ahora notemblaba.Sequedóquietoyapuntóhacialosmatorralesheladosquenacíanentrelaspiedrasde loqueparecían lasruinasde lasacristíade lapequeña iglesiarománica.Ruinasenmohecidasdeladrillosarcillosos,desnudos,decolorrojo.Laoscuridadnoledejabavernada,peroallíhabíaalguienoalgo.Acechando.
—¿Quépasa?—preguntóelBachiller,extrañadoalverquenoleseguía.Miquelnolecontestó.—¡Digoquequétepasa!¿Meoyes?—preguntódenuevo,deshaciendosuspasos
hastaponersealladodeMiquel.Contemplólosmatorralesenlosquesucompañeroteníaclavadalamirada.
—Hayalguien.—Debedeserunzorro.Haymuchosenestazona.Ounatortugagigante.Vamos,
quesenosvaahacerdedía.Sifueseelenemigo,yaestaríamosmuertos.—Tedigoqueahíhayalguien.Losé.—Coñoconelpipiolo.Haceunosdíasparecíaquetodotedabamiedoyahorate
hasvueltodegatillofácil.El Bachiller se quedó mirando a Miquel, que seguía apuntando a la nada,
completamenteserio.Aquelchicosehabíavueltoadultoen tansolounosdías.Eraalgoquesolíapasarconlaguerra.Todosacababandejandodellorar,siemprequenomurieranantes.
—Siestástanseguro,dispara.—¡No!ParasorpresadelBachiller,unhombresaliódeentrelamaleza,conuntrajegris,
abrazandocontraelpechounamaletadecartón,comosiestafueraunescudocapazdepararunabala.Eldesconocidosequedóquietoyempezóatemblar.No.Yaestabatemblandoantes.
—¿Quiénesusted?—preguntóelBachillerconelcuchilloenlamano.Miquel seguía apuntándolo con el fusil, como si en cualquiermomento fuera a
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vaciarelcargador.—¿Puedobajar?—¿Quiénes?—ÀlexFont.—¿Yquéhaceaquí?Eldesconocidopermanecióinmóvil,apretandotodavíaconmásfuerzasumaleta.Miquelserelajódepronto,comosidespertaradeunapesadilla.Cuandocomenzó
abajarsumáuser,elBachillerse lo levantóconungolpedebayoneta.Variassietemilímetrospasaronsilbandoporencimadelacabezadeaquelhombre,llevándosesusombreropordelante.
—¿¡Qué hace aquí!? —gritó el Bachiller, aprovechando el desconcierto quehabían creado los disparos fortuitos (si es que en las guerras hay realmente tirosfortuitos).
Elhombresedejócaerderodillasyempezóallorar.—Estabarezando—respondióconvozentrecortada.A suspalabras las siguió el silencio.Solo seoían los estallidosde lasbombas,
kilómetros más abajo, a ambos márgenes del Llobregat. Las de las baterías deValliranahabíanenmudecido.SedebíandehabercansadodebombardearlamontañadelTibidabo,a laespaldadeBarcelona.ElBachillerbajóel fusildesucompañeroconsubayonetayguardódenuevoelmacheteenlafunda.
—Siesasí,recetambiénpornosotros.Vamos.Miquelsecolgóelmáuserysiguióasucompañero.Nosegiró,aunquedealguna
manera sintió que parte de él se quedaba en esamontaña, en esa pequeña iglesia.También en aquel hombre, que, finalmente, se había separado de sumaleta y queseguíallorando,entrelosmatorrales,comosifueraunniño.
Laspobreslucesdeunamasíaricaygrandeseapagaronalintuirsupaso.«Si se creen que la oscuridad los librará de los que vienen detrás, están muy
equivocados»,sedijoelBachiller.«CanSala», leyóMiquel.Penetraron enunbosque todavíamás cerrado, donde
losárbolesnodejabanpasarlaoscuraluzdeaquellanoche.Unbosquetanprofundoque, en algunos instantes, lo único que se oía eran sus pasos, que rebotaban hastaproducir una especie de eco al chocar con los troncos alargados y delgados de losaltos pinos. Allí ni siquiera llegaba el rumor lejano de las bombas. Subieron,caminaron,giraronaladerechaenunpequeñocruceysiguieronconbuenpaso.
—PoraquísevaaTorrelles.Eselpuebloquequedaalotroladodeestoscerros.Ahora estamos en Cervelló. Rodearemos la montaña para bajar al río —dijo elBachiller, como si no existiera una guerra y de pronto estuviera haciendo de guíaexcursionista.
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—¿NoestaráMolinsocupadocuandolleguemos?—Esperemosqueno.Maloserásillegamoscuandoesténentrandolosfascistas,
peropeorseráqueesténdentro.Detodosmodos,lomejoresnopensardemasiado.Siel tipo de la iglesia estaba allí, esperando a los que vienen detrás de nosotros, esporquetodavíanohanllegadohastaaquí.
Miquel se frotó las manos. No iba lo bastante abrigado: unos pantalones desoldado y una vieja camisa de color azul, posiblemente de algúnmiliciano que nohabía tenido demasiada suerte en algún frente. Su camisa reglamentaria habíaquedadodestrozadaenlatrincheradelOrdal.SuprimeracamisadelEjércitoPopular.
Se había alistado justo después de la batalla del Ebro. Hasta aquel momento,aunque lo había intentado, no lo había logrado. Demasiado joven. Ahora ya noimportaba.Undíadecidióqueeraelmomentodedejarse«lasangreporlalibertad»,abandonó su casa, en el barrio barcelonés de la derecha del Eixample, y al díasiguiente ya estaba recibiendo instrucción. Cuarenta y ocho horas más tarde, yaestaba preparado para luchar, según le dijo su sargento. Aun así, hasta hacía unassemanassutrabajosiemprehabíaestadoenlaretaguardia.NohabíadisparadohastapocodespuésdeconoceralBachiller.Enelfrente,cercadeVilafrancadelPenedès.
—Miquel,amenosdeunkilómetrohayotramasía,máspequeña.Conozcoalosdueños.Entraremosparapedirunaescopeta,¿deacuerdo?Sinosencontramosalosfascistas,pocacosapodréhacerconesto—dijo,poniendolamanosobrelabayonetaenfundada.
—¿Tendránunaescopeta?¿Yuncoche?—No—contestósindudar—.Además,tampoconosserviríademasiadoporestos
caminos.Detodasformas,aellosselorequisóelsindicatoalprincipiodelaguerra.Tambiénloscaballos.Pediremosalgoderopa.
Miquel no se había fijado hasta aquel momento: la camisa del Bachiller eratodavíamásfinaquelasuya.Eradeseda,delasquesellevanconcorbataenverano.
—Enmidespachotengocaldera.Meenviaronalfrentedeprisaycorriendo,ynopudecogermuchomás.Algúnhijodeputaalquenoledebiódegustarelvodkaquelevendí—dijo,comosisupieraenquéestabapensandosujovencompañero.
Eracurioso;aunquellevabanjuntosvariosdías,nosehabíafijadoeneldetalledelacamisa.
Algirarporunapequeñaelevación,distinguieronlamasía.Nohabíaluz.—Seguro que hay alguien. Estuve aquí antes de que me movilizaran. Y
conociendoaquiénviveahí,dudomuchoquehayabajadoalpueblo.ElBachillerseadelantóyentróenelrecintodepiedraquerodeabalaviejamasía.
Se acercó a la casa y golpeó la puerta. Miquel se quedó a un par de metros. Seagachó,apoyándoseenlarodilla,ydirigióelcañóndelfusilhacialapuerta.
—Hola,soyJoan,elfilldelTomàquet.Abre,tieta.
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«¿ElfilldelTomàquet?».Miquel,apesardelfríoylatensión,nopudoevitarqueen sus labios se dibujara una pequeña sonrisa. El hijo del Tomate. El Bachillerinsistióotravezconsupresentaciónhastaquealguienseacercóalapuertaylaabrió.
—¿Joan?Eraunamujerdeunoscincuentaaños,peroalaquelaguerrahabíaconvertidoen
unavieja.—Tía.Ibavestidacomounhombreysujetabasobrelamanoderechaunavela.—¿Podemospasar?—¿Yahanllegadolosnacionales?—Estánmuycerca.—Entrad.Túytuamigo,elqueestáescondidoallí.CuandoelBachillersegiróparallamaraMiquel,esteyacaminabaconelmáuser
colgadodelhombro.Eltiempoenelcomedordeaquellacasa,iluminadotansoloporunapequeñavela
y las pocas brasas que quedaban en el fuego, parecía que no existía. La ancianacaminóconpasocalmadoaunapartedelasala,dondeteníaunaespeciededespensaexcavadaenlapared.
—¿Queréiscomer?«Desdeluego»,pensóMiquel.—No,tía.Nostenemosqueircorriendo.Faltapocoparaelalbayaúnnosquedan
unoscuatrokilómetrosapie.Porunossegundos,Miquelestuvoapuntodedescolgarsufusilyutilizarlo.—Pero,sinoleimporta,nospodemosllevaralgoparaircomiendoporelcamino
—dijoeljovensoldadomientrasmirabaalamujer,casirogándole.—Nohaytiempo—insistióelBachiller.AMiqueldenuevoselepasóporlacabezausarsumáuser,perosololedebíade
quedarunabala,siesquelequedabaalguna.Habíapuestoelúltimocargadorynoestabaentero.Mejorahorrarparaelenemigolaspocasbalasquelequedaran.
—¿Tieneslaescopetadeltío?Lamujer cogió un poco de tocino seco, lo envolvió en un papel y se lo dio a
Miquel.—Tienescaradehambre,chico.Hacíamuchotiempoquenosesentíatanfeliz.—Necesitolaescopetadeltío.Laqueletrajecuandoempezólaguerra.—Estáallí.Yencontrarás loscartuchosenelcajóndelmueble—dijo lamujer,
señalandounpequeñoarmariodemadera.ElBachillerloabrióyencontrólacarabinaqueañosatráslehabíaregaladoasu
tío.Comprobósiestabacargada.Miquelnuncahabíavistoningunaigualantes.
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—Esunacarabinatigre.Cógela—dijoalavezqueselalanzaba.Pesabamuchomenosquesumáuser—.Esamericana.Unadelasqueseusabanenlasguardias,alprincipiodelaguerra.Tambiénlasllevabanlosguardas.Vanmuybien.Elproblemaesquenosecomprómuniciónsuficienteysedejarondeusar.
Miquelasintió,máspreocupadoporcuándopodríadesenvolverelpaquetedelacomida que por otra cosa. El tocino era una tentación demasiado poderosa. ElBachillerseacercóadondeestabasutía.
—¿Puedocogerestachaqueta?—preguntóseñalandocon lamiradaunsayodecueroquecolgabadeunaparedde la sala.Debíade serdeEnric, suprimo.Su tíaasintió—.¿PorquénobajasaCervelló?Enelpuebloestarásmejor.
LamujerseacercóalBachillerylediounbeso.—Yanomequedanada.TusprimosmurieronenAragón.TambiénEnric.Yde
Anna no he sabido nada después de que él muriera. Por lo visto, desapareció enTeruel.Tutíomurióencasa,alenterarsedesusmuertes,comobiensabes.DeberíabajarundíaaSantFeliu,aRoses,comolollamanahora,averamihermana,peroloharécuandopasetodoesto.Mientrastanto,estoymejorencasa.
El Bachiller se giró hacia Miquel. «Vamos», le dijo con la mirada. El jovensoldadocogióelfusilysedespidiódelamujersindecirnada.Teníalabocallena.Alsalir,vioqueelBachillerabrazabaasutía.Yanosevolveríanaver.
—¿Por qué a tu padre le llamanTomate?—dijoMiquel,mientras ofrecía a sucompañerountrozodetocino.
ElBachiller, a su lado, se lo quedómirandoy rehusó el ofrecimiento.Tenía elestómagorevuelto.Lachaquetalehabíaayudadoaentraralgoencalor,peroestabaagotado.Aunquenopodíaparecerdébil.Enrealidad,nuncahabíapodidodejarversudebilidad;además,esoera loque le faltabaaaquelchicoparamorirsedemiedo,apesardequeahoraparecíamuchomástranquilo.
—Legustabanmucholostomates,yyasabescómosonenlospueblos.Losdosseguíanunpequeñocaminoquecasinosedistinguíaenmediodeaquella
fríaoscuridad.Alcabodepocosminutos, llegaronaunabifurcaciónygirarona laderecha.ElhijodelTomateconocíabienaquelloscaminos.
—¿Noseráparaarriba?—No. Por allí se va a Can Sala de Dalt. Es otra masía. Es por aquí. Vamos.
Prontoseharádedía.Debemosestaracubiertoantesdequelosavionessobrevuelenloscaminos.
Miquel cerró los ojos cuando los primeros rayos de sol llegaron a su caraatravesando aquel bosque frondoso de pinos entrecruzados. En aquel momento,todavíaconlabocallenadetocino,parecíaquelaguerrayahabíaacabado.Peronoeraasí.Dehecho,aquellamañana,ladel24deenerode1939,lastropasfranquistas
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sepreparabanparaatravesarel ríoLlobregat, elgranobstáculoantesde llegara laciudaddeBarcelona.ElgeneralDávila,jefedelEjércitodelNorte,habíadejadoclarocómoseríaelavancedelCuerpodelEjércitodeNavarraydelCuerpodelEjércitoMarroquí.
EldeNavarraavanzaríadesdelapoblacióndeMartorellhastalasdeRubíySantCugat para preparar el ataque sobre Barcelona, desde la montaña sobre la que seapoyalaciudadyquequedaasuespalda,elTibidabo.Mientrastanto,elCuerpodelEjército Marroquí ocuparía Molins, Sant Feliu de Llobregat, por aquel entoncesRoses,yCornellà,paraconstruirunpuentehastaElPratyenfrentarsealenemigoenEspluguesdeLlobregaty enL’Hospitalet, la última ciudad antes deBarcelona.LaartilleríasetrasladaríadeMartorellhastaSantCugatconelapoyodelasbateríasde88milímetrosalemanasylaaviacióndelaLegiónCóndor.QueBarcelonacayeraerasolocuestióndehoras.
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Las pocas páginas que llevaban los periódicos de los últimos días estabandesparramadasencimade lapequeñamesadeldespacho, improvisadaentre lasdoscamas.Cadavezelpapelerapeor.Ylatinta.Leercualquieradeaquellosdiariosdepocomásdecuatropáginastecondenabaaestarvariosdíasconlosdedosmarcados.Noseveía amuchagentecon losdedosmanchadosdenegro,por loque sepodíadeducir que no mucha gente leía los periódicos. Ni en la calle ni en la pensión.QuizásaquellodelatintaeraunaartimañadelGobiernoparadetectaraloslectoresdediarios y a los intelectuales, si es que leer unode esos periódicos implicabaunmínimosignodeinteligencia.ParaelGobiernoseguroquesí.Ydelosburócratassepodíaesperarcualquiercosa.
—¿Coronel?Llamaronalapuerta.EraelsargentoRíos.Y,comosiempre,noesperóaquele
dieran permiso para entrar. Comprensible. Ahora era sargento; seguramente, unosmesesatrás,habíasidomiliciano;antes,camarero,oalgoasí.DetascadelParalelo,como mucho. Era agradable, pero poco educado. Un poco tosco, aunque leal ycompletamenteignoranterespectoalprotocolo…Inteligente.
El coronel se había vuelto a acostar después de recoger la prensa que cadamañana le dejaban en la puerta, cortesía delMinisterio. No funcionaba casi nada,pero, al parecer, aquel reparto sí. ¿Tenía que levantarse denuevo?Estaba agotado.Llevabasemanassindormir,pensandoqueestabapreparandolaresistenciagloriosadeBarcelona.Gloriosaolibertaria.Tantoledaba.Muchosdíasymuchashoras,hastaque el día antes el Ministerio y el Estado Mayor le habían dejado claro queprescindían de sus servicios. Así, de la noche a la mañana. Lo que había estadohaciendo no había servido para nada. Horas quemadas: al final no se iba a poderhacer nada. Quizá por eso lo habían relevado de sus ocupaciones…No estaba enFigueres, como lamayoría; de hecho, prefería seguir enBarcelona. Por lomenos,aquellanochehabíaconseguidodormiralfinunascincohorasseguidas.Nosabíasihabíansufridoalgúnbombardeo.Nosehabíamovidodelacamaentodalanoche,yjuraríaquenohabíancaídobombas.Yesoque lamediadebombardeosdurante laúltima semana había sido de una decena cada día. Los alemanes y los italianos seesforzaban a fondo, debían de tener ganas de volver a casa. Eran unos malditosdiablos, pero también eran humanos. Los diablos humanos… Había conocido abastantesdeesosenelministerio.
—Sargento.—Señor.
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—¿Hanbombardeadoestanoche?—Yoduermocomounamarmota,coronel.Supongoquesí.¿Noselevanta?¿Levantarse?Siaquelmomentoeraelmástranquilodeldía…Lositalianosylos
alemanesestaríandesayunando,alejadosdesusaviones,bienestacionados.—¿Algointeresanteenlaprensa?—Unbandodeguerra.El primeroque se dicta en toda la guerra.Almenos el
primeroquereconocelaRepública.Yasesabe,lospolíticossonasí.Cuandoquedapocoparaqueacabe…Enfin,ahorasedancuentadequeestamosenguerra.
ElsargentoRíoscogióLaVanguardiadeaqueldíay,tomándosesutiempo,leyóenvozaltaunrecuadroqueaparecíaenlaprimerapágina:
Españaenestadodeguerra.Bandodelaautoridadmilitar.JuanHernándezSaravia, general delEjército, comandantedelGrupode
EjércitosdelaRegiónOriental.
HAGOSABER:QueelGobierno,envirtuddelafacultadqueconfiereelartículo42dela
ConstituciónymediantedecretopublicadoenLaGacetadehoy,haacordadodeclararelestadodeguerraentodoelterritoriodelaRepública.
Quedansuspendidosenelcitadoterritoriolosderechosygarantíasqueseconsignan en los artículos 29, 31, 34, 38 y 39 de la Constitución de laRepública.
DuranteeltiempodeestasuspensiónregirálaLeydeOrdenPúblico.Lasautoridadescivilescontinuaránactuandoentodoslosnegociosdesu
respectiva competencia que no se refieran al orden público, limitándose encuantoaestealasfacultadesquelamilitarlesdelegareydejeexpeditas.
Transcurridas veinticuatro horas de la publicación de este bando, seaplicaránlaspenasdelCódigodeJusticiaMilitar.
Enmipuestodemando,aveintitrésdeenerodemilnovecientos treintanueve.
ElgeneralcomandantedelGrupodeEjércitosdelaRegiónOriental.Firmado:
JUANHERNÁNDEZSARAVIA
—Loqueledigo,sargento…LosdelGobiernodebíandeserlosúnicosquenosehabíanenteradodequeestábamosenguerra.Yasesabeque,aunqueenlasguerrashaysangre,tambiénpuedesencontraramuchagentequesaledeellasinmancharse.
—Esosuenaasediciónoalgoasí…Bueno,laverdad,micoronel,esquenoséquéquieredeciresapalabra…¿Quierequeleleaeleditorial?
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Aquello sehabíaconvertidoenuna rutina.Hacíamuchosmesesqueel coronelsolomostrabainterésporloseditorialesdelosperiódicos,unavancedetodoloqueestabapasando realmente.Eran loúnicoquemerecía leerse, si se eracapazdeverentrelíneas.
—Adelante.El sargento se preparó para leer la noticia, con tono sobrio y serio.Le gustaba
aquel ademán, dramatizar, como si fuera uno de aquellos intelectuales que leíanpoemasdeLorcaenalgunasesquinasdelasRamblas,entrelasputasylossoldadosqueyanosabíancuálerasudestino.
ElGobiernohadictadoelestadodeguerra.Conello,ynosonnecesariaslasaclaraciones,poneadisposicióndelfueromilitarcuantoesteprecisaparasalirlealpasoalasituación.QuenoexisteotromotivonipuedendeducirseotrasconsecuenciasquelasprevistasporlaleyestáclaroenelhechodequeelGobiernoseharesistidoatomarestaresolución,mientrashasidoposible.Ahora se trata de militarizar íntegramente las funciones civiles, porque lapresióndelenemigonosexigequetodaslasactividadesciudadanasseponganenpiedeguerra.Hacedíasdijimosquelasituacióneragrave,peronocrítica.YañadimosqueelGobiernocontabaconposibilidadesparaafrontarlas.Hoyrepetimosquelasituaciónesgrave,peronocrítica,yqueelGobiernoposeerazonesparanosentirsepesimista.Estasrazones,porsuíndoleysuentidad,nopuedenhacersepúblicas,yaquealdivulgarseperderíanlaeficaciaquelassazonayquesolopuededarsufrutoenelinstanteoportuno.Porotraparte,elGobierno no quiere que la divulgación de sus medios de actuar atenúe laprestacióndelosciudadanos.Lasdificultadesdeahoradebenservencidas,enprimerlugar,porunmovimientoenardecidoyconscientedelaciudadanía.LaPatria está en peligro. Y también la libertad y la existencia de cuantosprofesanunamor sinceroa lavidadignadelhombrecivilizado.En losdosañosymediodeguerra, el puebloha realizadoesfuerzosgrandiosos.Sehaderramado mucha sangre y se ha padecido mucho dolor. ¿Por qué debecomprometerseelresultadodeestaepopeyaensustrancesmáspróximosalasolución? Todo el mundo debe estar en su puesto. Frente a los ataquesimpacientesyallujodematerialdelosfacciososeinvasores,elpueblodebemultiplicar su entusiasmo. En ello le va todo lo que es y aspira a ser.Barcelona debe ser defendida como lo fueMadrid. El valor simbólico y elpodermoraldelaresistenciadelacapitaldeEspañadebeseremuladoporlacapitaldeCataluña.Hayquepensarenlasuertequeelenemigolereservaaestahermosacapitaly,conestaideaconvertidaenfuego,templarlosnerviosyendurecerelespíritu.Barcelonaesdemasiadaentidadparaseresclava.Sus
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habitantes están obligados a auxiliar al Ejército, a quitar hasta loscombatientes el concepto confortante de una colaboración apasionada. Hayque pensar en lo que la urbe representa y en que su lección debe serproporcionadaasurango,asusvirtudes,asugrandeza.ElGobierno,queestápresente, que no deja de estar presente, aunque se hayan efectuado ciertasprevisiones para que los organismos del Estado no vean interrumpidas susfunciones,haexaminadohoylasituaciónyúnicamenteesperaquetodoloquesevienehaciendoytodoloqueaúnsepuedehacernoseveaenprecarioporun defecto de estimación. Las eventualidades son al par penosas y ricas.Penosasporelacopiodeelementosy laprisaqueelenemigoempleaensuofensiva,yricasporqueconeladecuadousodenuestrosrecursos,inmediatosy futuros, pueden despejar el horizonte. El mundo nos mira y espera denosotrosquelatenacidadyelgenioquenoshanpermitidollegaraestosdías,gracias a improvisaciones y alardes magníficos de autodisciplina, nodesfallezcan. Y al hablar del mundo no es que fundamentalmente nosimporten sus juicios, sino que los intereses espirituales que en nosotros hadepositado son nuestros mismos intereses. Los de la dignidad humana. Elestadodeguerraimprimiráalaresistencialaseveridadyeltonoesforzadoyrígido que son indispensables. Todos los ciudadanos deben obediencia yayudaa los finesdelMando.Los trabajos, las fortificaciones, el ritmocivildebenllevarelsellodeladisciplinamásrigurosa.Estamossegurosdequelascosasnopuedenpasardeotramanera.
—¿Quéquieredeciresto?—preguntóelsargento,preocupado.—Que, si tiene familia, salga inmediatamente de Barcelona y trate de llegar a
Francia.Y,sino,también.Loliberodelservicioydesusocupaciones.El coronel se dio la vuelta en la cama, después de hacer la señal de la cruz al
suboficial, y se tapó con la manta, a pesar de que llevaba puesto el uniforme,incluidas las botas y las polainas. Hacía frío. Aquel maldito invierno…Cerró losojos.Intuyóquesusubalternotratódeabrirlaboca,perocallóenelmomentoenquepronunciabalaprimerasílaba.Noqueríamolestar.
Habíansidotansolounassemanas,perolehabíaenseñadobien.—Dígame,sargento.—¿Tanmalestálacosa?—preguntóeste,sorprendido.Elcoronelpermanecíaconlosojoscerrados.Debajodelamanta.—Mirelasiguientepágina.—«El pueblo y el ejército en la defensa del país contra la invasión italo-
germánica».—No,esono.Lacolumnaquequedaalaizquierda.
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—«Ordendepresentacióndejefes,oficialesyclasesdelejército…».Elcoronellecortó.—¿Lalistaesmáslargaqueladeayer?—Sí…,sí,señor.—Bien,losquesalenenestalistatambiénsabenqueladefensadelalibertadestá
complicadaydebendeestarenPortbou.Eloficialsegiróhaciaelotroladodelacama,todavíasinabrirlosojos.Oíalos
pasos cada vez más nerviosos del sargento. Incluso notó que le costaba respirar.Abriólosojos.Nolepasabanada.
—Señor,¿ustednoescapará?—preguntónervioso.—No.—Pero¿porqué?Estabamuyexcitado.El coronel se levantó y se sentó en la cama. No es que quisiera darle a la
conversaciónunaposeheroicaysolemne:laespaldaleestabamatando.—Nopuedohuirporquesoymilitar.Nohuiel17dejulioaCanarias,niaÁfrica,
nianingunaotraparte.Fuileal,pormisprincipios.Pormisjuramentos.Quequedeclaroquenosoydelosquepidenlarevoluciónoquesemetenenpolíticaoennoséqué tonterías más. Yo solo soy un soldado —dijo, hablando cada vez másaceleradamente,nervioso,agitadotambiénporunaspunzadasdedolorenlaespalda;asupesar,aquelloparecióunaarengaentodaregla.
—Demonios,yotampocomevoy—sentencióelsargento.—Noseaimbécil.Realmenteyanotieneobligacionesconmigo.Yoyanotengo
oficionibeneficio.Asíqueinsisto:noseaimbécil.—Suspiró.Eldolorcomenzabaasubirporlacolumna,aunquelopeoryahabíapasado.—Nolosoy.Nosoyimbécil.Soyleal.—Sealealconsigomismoymárchese.—No,señor,soyunsoldado.Elcoronelselevantóyacariciósublancobigote.—Ríos,¿quéeraantesdelaguerra?—Tabernero.«Loacerté»,pensóelcoronel,tratandodedisimularunasonrisa.—PuespiensequecontinúasiendotaberneroymárcheseaLyon.—Señor,Leónesdelosnacionales.El coronel pensó por unos segundos en volverse a la cama. Pero, finalmente,
abandonó tal idea. Aunque no tenía demasiadas ganas, cada día a esa hora iba alMinisterio.Aunque allí ya no le esperaba nadie.Aquel podía ser su último paseo.Teníaclaroqueaquellatardenovolveríaalapensión.TansololequedabaesperarlamuerteenalgunacalledeBarcelona.
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—Lyon,enFrancia—puntualizó.—Tantomeda.Nomevoy—insistióelsargento.—Comoquiera.Sinsaberporqué,elsargentosecuadróantesusuperiorylosaludóconelpuño
en alto. El coronel prefirió no empezar de nuevo con aquello de que a él lasideologíasletraíanalpairo.
El coronel se estiró el traje y fue hasta la puerta.Cuando llegó, el sargento yahabíaconseguidoadelantarseágilmente,dispuestoaabrirlepaso.
—¿Vamosaldespacho?—preguntó.Siemprelamismapregunta,desdequehabíaentradoasuservicio.Laverdades
quecuando teníacocheoficialy trabajabacomosuchófer teníacierta lógica.Perohacía cuatro días que el ejército le había requisado su magnífico Citroën B10 de1924,concarroceríatotalmentedeaceroycapazdeponerseanoventakilómetrosporhora por la Diagonal. Además, lo del despacho en el Ministerio… Allí ya no leesperaba nadie. Hacíameses que ni siquiera era la sede delMinisterio, aunque laseguíanllamandoasí.
—Hoynovamosatrabajar.—¿No?—No.ElMinisterionomenecesita.Ya lo intuía,peroayerme lodejaronbien
claro.Asíquemárchese.—Amíesomedaigual.Juréserlealausted,coronel.YconlaRepública.—¿Cómoqueledaigual?¿Yesalealtadconmigo?—Señor,notengonadaquehacer.Mevabienestarconusted.Elcoronelsuspiró.—Buenosdías,Montse.Elviejomilitarseacercóalmostradordelaentradadelapensión.Detráshabía
unamujer, que, a pesar de estar encima de un taburete, quedaba por debajo de él.Teníaunpuroenlabocaylosojoscerrados.Losabrió,comosipercibieralallegadadelmilitar,ylemostróunapequeñasonrisa.
—¿Temarchas?—Sí.Peroestavezcreoqueparasiempre.—Yalosuponía.Lamujerbajódeltaburete,saliódelmostradorylealargólamano.—Quetengassuerte,coronel.—Gracias.—¿ViajarásaFrancia?El militar sacó un pequeño encendedor de mecha que tenía guardado en un
bolsillo de la chaqueta y lo acercó al puro del ama de la pensión, que aspiró confuerzahastaqueelcigarroempezóahumear.
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—Mequedoaquí.Eldeber:hayqueponérselodifícilalenemigo.Nopuedohuir.Aquellarespuestatomóalamujerporsorpresa.Sabíaqueelmilitaryanotenía
podernisoldadosasumando,despuésdeunadelasúltimasdepuracionesdelejércitorepublicano, en la que le habían declarado «apolítico y apátrida». Había salidoincluso en losdiarios.Eraunhéroede laguerravenidoamenos, amuchomenos.Pero siempre había demostrado ser un hombre de principios, como buen militar;quizá por eso lo habíanmantenido como uno de los asesores delMinisterio hastapocashorasantes.Peroyanohacíafalta.
—Loentiendo.—¿Ytumarido?¿Hasbuscadoalgunavíadeescapequeseasegura?Lamujeraspiróconfuerzaelpuroyexpulsóelhumohaciaelsuciotechodela
pensión.—No.HaidoalaModelo.—Siyanodebendequedarpresos.—Yalehedichoquealamayoríaloshabríanfusilado.Peroresultaqueallíhay
unhijodeun amigo suyo,unguardia civil de la épocadePrimodeRivera.Sehaacercadoparaaveriguarsiestámuertoosilequedapocoparaestarlo.
Elcoronelnosonrió.Lamujernotratabadesergraciosa.—Entonces,¿noosiréis?—La verdad, coronel, es que no tenemos adónde ir. Y debemos seguir con el
negocio.Elcoronelnosuposisereferíaalapensión,utilizadaporelGobiernoparaalojar
asusfuncionarios,oalprostíbulo,porloqueerarealmentefamosoaquellugar.Hacíaunosmeses habían tenido que abandonar ese último servicio, cuando encontrar unlugarconparedesytechoparatratardedormirhabíaganadoenimportanciaalplacer.Enépocadeguerra, sepodíahacerelamorencualquierparte,yademásnoestabamalvisto.Todolocontrario,almenosenBarcelona.Losrefugiosantiaéreosen losquelagenteseguarecíacuandolaciudaderabombardeadaeranunosejemplosbienclaros.
Elcoronelsuspiró.Laverdadesquelasputasylosprostíbulosseguiríansiendonecesarios,aunqueFrancohubieracatalogadoaquellarebelióndecruzadaespiritual.Losfachastambiénfollaban.
—Muchasuerte.Elcoronelsedoblócasiporcompletoparabesaraaquellamujer,quesonrióante
lamuestradeafectoespontáneay,comobiensabía,tambiéndolorosa.El viejo militar ordenó a su asistente que pagara con el pequeño bolso de
monedas que custodiaba y se dirigió a la puerta. Sin girarse, empezó a bajar poraquellasestrechasescalerasquedabanaunacéntricayestrechacallede laciudad,muypróximaalasRamblasdeBarcelona.Alpisarconelpieizquierdoeldestrozado
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pavimentonotócómoelambientehúmedoqueseextendíapor toda laciudadse lemetíaenloshuesos.Empezabaasubirporsupiernayllegabaasuespalda,alavezqueahogabaunpequeñogemidosordodedoloralsentirsucolumnaretorciéndose.Elmalditolumbago.Otravezelmalditolumbago.
Seabrochóelúltimobotóndesucasacayobservóaunancianosuciohastalasentrañasquecargabaconunamultituddeobjetosestúpidosentrelosquehabíaunajaulaconunlorodecolores.Consuinútilcargamentocruzabarápidamenteunacalleempapeladapor todaspartesdecartelesen losque laRepúblicay laGeneralitatdeCataluñaanimabanatodoelmundoalucharporlalibertad.Arengabaninútilmenteaunosciudadanosmasacradosporlasbombas,quesehabíancobradoyacercadetresmilvidasenaquellaBarcelonagrisyoscura,demasiadoacostumbradaalossilbidosdelosproyectiles,alasangreyalaguerra.
Elrumordelasbateríasalemanasseoíamásfuerteysesentíamuchomáscercade Barcelona, donde los proyectiles retumbaban entre los más de mil quinientosedificiosen ruinas.Lamayoríade lascasasquesobrevivíanen laciudadno teníanvidrios; muchas ni siquiera conservaban todas las paredes. Aquella se habíaconvertidoenunaciudadtristeenlaquenoquedabanárbolesnienlosparquesnienlasmontañasmáspróximas, comoelTibidabo.Hacía fríoy lamadera siempre ibabienparaconseguiralgodecalor,unpequeñorefugiodevidaentrelamuerte.
—¿Adóndevamos?Elcoronelsellevólasmanosalaespalda,lasbajódespacioypalpóporencima
del abrigo la cartuchera. Parecía que estaba vacía; debía de haberse olvidado suRepública —una pistola hecha a imagen y semejanza de la Astra 400— en lahabitación de la pensión.No pensaba volver a buscarla.Ahora que había decididosaliralacalle,no.ElsargentollevabacolgadoasuespaldaunsubfusilRU-35.Conesoseríasuficiente;además,noleimportabamorir.
—¿Adóndevamos?—insistióelsargento.Elcoronelsegiró.Loteníadetrásdeél,parado,frotándoselasmanosyespirando
vaho.Noentrabaencalor.Seacariciósubigoteblanco.Negrín, el jefe del Gobierno, había ordenado el traslado del aparato
administrativodeBarcelona.Yéldebíade seraparato«administrativo»,porquenoestaba en el frente, aunquenadie le había pedido que se fuera.Tampoco le habíandichoquesequedara.Parecíaquenoleimportabaanadie.
—Notengoórdenesniministerio—contestó.—Algopodremoshacer—protestósuasistente,quebajóelescalónquehabíaala
entradadeledificio.«Tienerazón»,pensóeloficial.—Vamosalpuerto.Allísiemprehayvida.CaminaronhacialasRamblas,aaquellahoracasivacías:muchossehabíanido,
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otroshabíanhuidoy lamayoríade losque sehabíanquedadopermanecíanen suscasas, si estabanenteras,con losojoscerrados, imaginandoqueaquelmomentodepaz y de tranquilidad no se acabaría nunca. También estaban los muertos, que nihuían ni se escondían. De pronto, un tiznao, uno de aquellos camiones blindadosartesanalmente, lo llenó todo de ruido mientras avanzaba a toda velocidad por elcentro del gran paseo de Barcelona. Al parecer bajaba desde el paseo de Gracia,camino, seguramente, de Montjuïc. A su paso, levantaba sin compasión polvo decenizaytrozosdealgunoscarnésdelaCNT,cuyospropietariosloshabíanrotoantesde emprender la fuga. Los dos hombres lo observaron indolentes y siguieron sucamino.
Al llegar a la fachadamarítima de la ciudad, el coronel se sentó en el suelo yobservóen silencio losmástilesde losbarcoshundidos,que tratabande llegara lasuperficie.
—Coronel,meparecequeseacercanaviones—dijoelsargento.Su superior siguió callado, aguzando el oído. Eran alemanes, pero no pudo
reconocerelmodelo.
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—AquellodeallíesSantVicençdelsHorts,¿no?—dijoMiquel.Estabarealmentecansado.—HortsdelLlobregat.—Pueseso.Descargaronlasarmasdelaespaldaysesentaron.Estabanapocoskilómetrosde
aquelpuebloqueobservabandesdelamontaña.Parecíadesierto.Erayamañanabienentrada. Desde la montaña observaban en silencio cómo el humo de la guerra seacercaba. Se oían ráfagas de disparos intermitentes, aunque no se veía a nadie.SentadosenaquellacolinavieronpasarunStukaalemánquesedirigíaaCervelló,yquegiróalllegaralrío.Otramontañapróximalesimpidióversudestinofinal,peroalospocosminutosoyeronungran truenoprecedidodeun silbidomortífero.No semovieron.ElBachillerbuscóenlachaquetaalgúncigarrillo,yenvanoofrecióunoaMiquel,quelorechazó.Estabademasiadocansado,inclusoparafumar.
—Estos cabrones están muy cerca, y no creo que el Llobregat sea un nuevoManzanares.
Miquelpensóensuspadres,ensiestaríanbienenlacasaqueteníanenPortbouytambiénenporquéhabíasidotanestúpidoderechazarlasúplicadesumadredequelos acompañara. Quería luchar. Quería hacer algo en aquella guerra. Y lo habíahecho: el imbécil. Aunque meses atrás había sido muy diferente. Entonces estabacansado de recibir las noticias de las batallas en su casa, de la guerra que hacíanotros.Sufamilia,aunquemásadineradaquelamayoría,siempresehabíadeclaradode izquierdas. Socialista. Por eso, aunque a principios de la guerra habíancolectivizado la fábrica de pan de su padre, al poco tiempo, de nuevo estuvo a sucargo, cuando había pasado primero a disposición de la Generalitat, y después amanosdelaRepública.
Miquelhabía seguidoestudiando,mientrasmuchosde sus conocidos se ibanalfrente.Nolosoportaba.Quizáporeso,cuandosuspadresdecidieronquelomejoreramarcharsealacasadesusabuelosenPortbou,éldecidióalistarse.
Durantelasprimerassemanasestuvoenlaretaguardia,viendolacaradetristezadesumadrehastaquesemarcharonaGirona.Aldíasiguiente,elejércitolomovilizóalfrente.AlOrdal,alasmontañasquehayentreBarcelonayVilafrancadelPenedès,aesperaralosfascistas.
—Vamos.Tenemosquecruzaralotroladodelrío.TenemosqueiraRoses.Aquelmargenesmásseguro.Tenemosquesalirdeaquílomásrápidoposible.Hortspuedeserunabomba.
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—Aunqueconsigamoscruzarelrío,conelfríoquehaceylaropamojada,sinoacabamos ahogados, moriremos de una pulmonía —se atrevió a decir el jovensoldado.
—Sinosquedamosaquí,síquemoriremos.Acuérdatedelosmoros.Nodebendeestartanlejos.
ElBachiller se levantó y se cargó de nuevo la carabina a la espalda.Apagó elcigarrillo y empezó a andar montaña abajo, en dirección al Llobregat. Aquellamañananoseoíanieltrinardelospájaros.
—Podríamoshaber ido aCervelló.Quizás allí quedaba algún camarada conuncamión—dijoMiquel.
ElBachillersiguióandandodelantedeél.—Ya has visto a los moros. Deben de haber llegado a Cervelló, y no me
extrañaríanadaquehoyestuvieranyaenMolins.Asíqueserámejorquenosdemosprisa.
Siguieron andando montaña abajo durante horas, mientras oían cómo seacercabanlasbombas;devezencuando,losStukaalemanesqueibanaBarcelonalossobrevolaban.Enelcamino,primeronoencontraronanadie,despuésapersonasquecomo ellos andaban buscando la salvación y a otros muchos que, realmente, nosabían adónde ir. Anduvieron entre ellos como si fueran fantasmas. Al llegar a laorilladel río,cuandoelsolestabaenelpuntomásalto,encontraronaungrupodesoldadosarmadosconfusiles,algunosvestidosconcamisasazulesdelaviejamilicia.No eran más que cuatro jóvenes, de la edad de Miquel, con cara de miedo, quetratabandezamparseunbocadillodepannegro,duroyvacío.Sinnisiquieratomate.
—Camaradas—dijoelqueparecíaelcabecilla.No llevaba fusil, pero sí una pistola en la cintura. El Bachiller se lo quedó
mirandoyseacercóadondeestaba,sinfuerzaparaalzarelpuñoizquierdo.Cuandollegó a su lado, se dejó caer al suelo, se frotó las manos y miró aMiquel, comodiciéndole que se acercara. Él estaba ya en medio de los soldados, junto a unapequeña hoguera con la que hacían más soportable la espera. El que parecía elcabecillanosedioporofendidoalnohaberrecibidoelsaludo;seacercóalBachilleryleofrecióuncigarrillo.Enfrente,alotroladodelrío,estabaRosesdelLlobregat,yasolodiezkilómetros,Barcelona.
—Gracias —dijo el Bachiller, que aceptó el cigarrillo y lo prendió con suencendedordemecha.
—¿Venísdelfrente?—preguntóelcabecilladelapandilla.Era un niño. Más joven que Miquel. Era el único que parecía que no estaba
asustado.—¿Elfrente?—Sí,elfrente.
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—Camarada,todosestamosenelfrente—dijoelBachillermientrasexpulsabalaprimerabocanadadehumo.
Miquelsesentó juntoasucompañero.Se fijóen lacaradeniñodeunode lossoldados.No debía de tenermás de quince años. Se había equivocado, lamayoríaeranmásjóvenesqueél.
—¿Yquéhacéisaquí?El cabecilla continuaba de pie, siguiendo con la mirada cada uno de los
movimientosdelBachiller.—Noshanordenadoquevigilemosestapartedelrío.ElBachillerlanzócontraelsueloelcigarrillo,conrabia.Lacolillarebotóyacabó
enlahoguera.—¿Quevigiléiselqué?ElBachillerselevantóyseencaróaél,enloquecido.Elchicoperdióelequilibrio,
asustado por aquel arrebato. Sus tres compañeros continuaban sentados, sin nisiquieraacercarsealosfusiles.
—¡¿Quevigiléiselqué?!—gritóelBachiller,alavezqueibaempujandoporelsueloaaqueljovenpatriota,cadavezmásnerviosoydesconcertado.
Miquelselevantó.—Joan, tranquilo —le dijo, pero sus palabras no frenaron los empujones que
recibíaeljovensoldado,queacabótropezando.Enelsuelo,desenfundósupistolayapuntóalBachiller.Miqueltratódesujetara
sucompañero,pero,enel intento,este loempujóy lo tiró también.Lasalmasquecaminabandeun ladoaotro, ciudadanosacostumbrados ademasiadasmuertesporcausasestúpidas,nohicieronelmenorcasoalarefriega.Nohicieronelmenorcaso.Condecisión,Miquelcogiósumáuseryapuntóasucompañero.
—¡Quieto!—gritó.Pero el Bachiller seguía encarándose con el soldado que lo apuntaba
nerviosamente con su pistola. Ahora sí que sus compañeros parecían asustados.Miquelapretóelgatillo.Undisparoseperdióenelaire.Casialinstante,unpatodecuelloverdecayóentreelmilicianoyelBachiller.Todosdirigieronlamiradahaciaelcadáver.Encompletosilencio.
—¿Quéhaceunpatoaquí, coneste frío?—preguntóelBachiller,que sehabíacalmadoderepente.Eracomosinohubierapasadonada.
El soldado que estaba en el suelo también había bajado la pistola. Miquel selevantó,conlaayudadesufusil,yseacercóalpato.
—Sernuestracomida—dijo.Sindecirnadamás,empezóadesplumaralanimalcomomuchasveceslohabía
vistohaceralaseñoraFerrer,lamujerquelespreparabalascomidasencasa.Todossesentarondenuevo.Miquelpelóelpatoyloacercóalfuego.
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***
Despuésdecomer,aunariesgodesufriruncortededigestión,sedesnudaronycruzaronelríohastalaotraorilla.ElBachillerguardósilenciotodoelrato.Miquelencendióunpequeño fuegopara recuperarsede lasaguasgélidasantesdevestirse.Estabanatiro,peronopodíantenertantamalasuerte.
—Vigilad—murmuróelBachillermientrasarmabadenuevosucarabinatigre.Lahabíadesmontadoconcuidadoparaquenosemojara.—Eraloqueleshabíanordenado.—Leshanordenadomorir.Noloentiendo.Seestáorganizandoladefensadelrío,
peroenElPrat.Dudomuchodequelosplaneshayancambiado.YlosquenoestánenElPratdebendeestarenBarcelona.Ydejansolosaestosdesgraciados…
Miquelpermanecióensilencio.Noteníanadaquedecir.Ycontinuaronasí,enunsilencioquepodríahabersidocasiabsolutosinohubierasidoporlosbombardeosyporelruido,aveceslejano,avecesmáspróximo,delosavionesalemanes.
—Estosseestánpreparandobien—dijoelBachilleraloírqueunStukadejabacaersucargamortalenunazonaquetodavíadebíadeserpartedeMolins.
Miquel,otravez,noteníanadaquedecir.Pasadas las seis de la tarde, entraron en Roses del Llobregat. Ya era noche
cerrada.Caminaronporaquellascallesaparentementevacías.Muchosdelosqueseteníanque irya lohabíanhecho.Otrosmuchosesperabanencerradosensuscasas.Algunosvagabanporlascallesdeunladoaotro,condenadosamuerteantesdequeentrara el enemigo: sindicalistas, políticosde estar por casaygentequedurante laguerra y antes habían hablado más de la cuenta. También ancianos y mujeresdesesperadasdesdequehabíanconocidolamuertedesushijosydefamiliasenteras.Algunoscargabanencarrostodasuvidaytratabandesalirdelaciudadlomásrápidoposible,sindestino,conelrumordelaguerrapisándoleslostalones.
—Solopodemospresentarnosanteeloficialqueestéacargodetodoesto.Aversi nos dan algo de comida y continuamos hacia Barcelona. Nos ponemos a susórdenesparanoparecerdesertoresymañananosvamos—dijoelBachiller,comosinada.
—Sinosvenhuyendo,nocreoquenosdigannada.—Porsilasmoscas.Nuncasesabe.Había soldados en las calles. Pocos. Algunos venían del frente del Llobregat;
otroshuíansindarlasensacióndequelohacían.Parecíaquelasórdenesnoescritaseran replegarse donde fuera y luchar por la propia supervivencia. Eso pensabaMiquel,antelavisiónoscuradeaquellascallessinluzquedevezencuandocruzabaalgúnsoldadoperdido.
—VamosalAyuntamiento—añadióelBachiller.
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Miquelasintió,aunquelaverdadesquesilehubieradichoquesemarcharandeallíloantesposibletambiénlohabríaaceptado.¿Cobardía?Nolocreía.
—Porcierto,¿hoyquédíaes?—preguntóelveterano.—Creoqueesmartes.—Vaya. Hoy tenía que estar con un camión lleno de niños en Figueres. Con
refugiados…yconotrascosasquemehabríanhechomás fácil lavidaenFrancia.Malditoteniente…,oquiendemoniosfuera.Alguienhaidoapormí,ajoderme.Lodescubriré.
—PuesestonoesFigueres.—Yaloveo.Hacíaunassemanasquehabíanordenadoatodoslossoldadosdisponiblesquese
enfrentaran a los carlistas y a losmoros, a uno y otro lado del Llobregat y en lasmontañasdelOrdal.TeníanqueevitarlaentradadelosfascistasenBarcelona;delocontrario,laguerraestaríamásperdidadeloqueyaestaba.
Las órdenes habían cogido por sorpresa alBachiller en su almacén.Aquello leobligóadejarsusnegocios.Nohabíapodidopresentarningunaexcusacreíblenilediotiempodetirardeningúnhilo.Habíasidovíctimadeunaencerrona…
—ElAyuntamientoestáallí.Peroparecequenohaynadie—apuntóelBachiller.—¿Tambiénconocesestepueblo?—Esmiáreadetrabajo.—¿Tuáreadetrabajo?—Déjalo.Vamos.Sihayunbarabierto,seguroquelosmandosestaránallí.Antes de llegar, justo delante de una iglesia destrozada, pero que todavía
conservaba su majestuosidad, pasaron por delante del casino, donde vieron a unpequeñogrupodesoldados,con lamismaquietudysilencioquese imponíaen lascalles.Algunoserantansoloniños.Laformadesujetarlosfusileslosdelataba.
—Soldado, ¿dónde está el oficial al mando?—preguntó el Bachiller con vozdura.
—Dentro,creo—respondióelsoldado,quenopareciósorprendido.ElBachillerse loquedómirandosindecirnada.Siaquelchiconohabíahuido,
debíadeserporquesucasaestabademasiadolejos.Enunadelasmesasdelcasino,prácticamentevacío,encontróaunsargentocon
elsayodesabrochadoyconsuStarencimadelamesa.Elsuboficialteníaunapiernasobre lamesa; la otra, casi todo el rato en alto,mientras se balanceaba adelante yatrásenunsólidotaburete.Bebíaunvasodevinotrasotro;subigoteysubarbayaeranprácticamentedecolorrojo,asícomolapecheradesuchaqueta.
—Sargento—dijoelBachiller.Miquelsequedódetrás,conelfusilafianzadoensusbrazos.Elsuboficialdejóde
balancearse. En aquel momento movió la cabeza adelante. Entornó los ojos, para
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identificar a aquel desconocido que llevaba en las manos una de aquellas míticascarabinastigre.
—¿Tienne…munnición?—preguntóelsargentoconlalenguatrabada.—Sí,señor.—Vayya,yocasssinotenngoparramipisstola.—Lo siento. Señor, venimos desde más allá de Vilafranca. Somos los que
quedamosdenuestracompañía.¿Quéórdenestieneparanosotros?Elsuboficialseechóatrás,sorprendido.—¿Órdenes?—Señor…—VayyyanaBarcelona.El Bachiller se lo quedó mirando.Miquel tenía razón. Realmente, ¿necesitaba
órdenes? La guerra estaba a punto de acabar; los fascistas los iban a descuartizar,dijeranloquedijeranlospolitiquillosquenohabíanpisadoelfrenteensuvida.Yélhabía estado en muchas batallas, aunque en los últimos meses hubiera decididovolveracasaahacertrabajoslogísticosycosasparecidas.
—¿ABarcelona?—OaFrancia.OaFinlandia.Sssuerte—dijoelsargentovolviendoasuvasoya
susbotellasdevino.ElBachillerdiomediavuelta,yMiquelconél.Novalíalapenadiscutir.Conseguiralgodecomidaallíseríadifícil.Dudabainclusoquehubierauncuartel
oalgoparecido.Enlapuertalosparóotrosoldado.Teníacicatricesdelaguerra,ynoapestabaa
vino.LesofrecióuncigarrilloqueelBachilleraceptó,agradecido.—Nolehagáiscasoalsargento.Estáloco,ademásdeborracho.—Esoparece.—¿Dedóndevenís?—Hace unos días estábamos en el Ordal. Hemos ido bajando la montaña
buscandomássoldados.—¿NohabéispasadoporMolins?—Lohemosrodeado—contestóelBachiller—.Hemoscruzadoelrío.Elsoldadolosobservóunrato,comosisospecharaquepudieranserespíasdelos
fascistas.Nosepodíadescartar.Estabanmuycerca,ysecreíaquealgunosyahabíanatravesadolaslíneas.ElfrenteestabaalasafuerasdeMolins,dondepocomásdeuncentenarderepublicanosesperabanlallegadadelCuerpodelEjércitoMarroquí,queyahabíaocupadoCervelló.
El margen izquierdo del Llobregat estaba lleno de trincheras, donde algunossoldados esperaban la llegada de los fascistas, a oscuras. Soldados republicanos se
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movíandeunladoaotrosinsabermuybiensiteníandelanteaenemigosoaamigos.—¿Cómo?—Nadando.Y no sospeches de nosotros, porque somos republicanos—dijo el
Bachiller, sereno—.Aunque entiendo tus recelos. Yo también los tendría, pero nosomosmoros;yporsicreesquesoycarlista,tedigoquemecagoenMontserrat.
—Mira,medaigual.—Mejor.ElsoldadofijólamiradaenlosojosdeMiquelymostróunasonrisa.—Aunqueestéloco,hacedcasoalsargento.Marchaosdeaquí.Huid.Lascosas
estánmuymal.Vosotroslosabréismejorqueyo:elLlobregatnoseránielJaramanielManzanares.Aquísolamentehayrefugiosllenosdeniñosllorandoyvecinosquehansidorequeridosparairalfrenteyqueestánescondidosenmasíasyenalgunascuevasdelamontaña,esperandoqueacabetodo.Yodebobuscarlos,perocreoqueesperaréalamanecerparasalircorriendodeaquí.IdaBarcelona—insistiódenuevoelsoldado,antesdeapagarelcigarrillocontralapareddelcasinoyvolveraentrarenellocal.
—Serámejorquenosvayamos—dijo elBachiller, condecisión—.Aquínadienosvaadarpordesertores.
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—Coronel,¿podemosdescansarunrato?Elviejomilitarmiróasuasistente.Estabacansadodeandartodalanochedeun
lado a otro de la ciudad, sin dormir, sin comer, sin parar. Solo habían caminado ycaminado.LasalidadelsolloshabíapilladoenelbarriodelPoblenou,muycercadedondehastaundíaantesestabalafábricadegas.Todavíaardía,ynadiehacíanadaporapagarla.Lahabíanbombardeadoa las5.10horasde lamañana,enunode losataquesquehabíandejadomutiladounpocomásunode losprincipalescentrosdefabricacióndearmasdeBarcelonay,también,delaRepública.
Laciudadparecíamásgrisquenunca.Su imagenera lade laderrota, ladeunlugaragotadopor laguerra.EstabaclaroqueBarcelonanoseríaunnuevoMadrid.Erancercadetresañosdesufrimiento,dehambre,demuerteydebombardeos.
Antes de llegar allí habían dejado atrás calles vacías, algunos soldadosparapetadosenbalconesaislados,algunastrincherasyalgúnqueotropequeñogrupode tanques rusos, en el norte de la ciudad, atentos a unas bombas que cada vezexplotabanmáscerca.
—Descansemos—dijofinalmenteelcoronel,mientrassedirigíaalaentradadeun edificio en ruinas. Se sentó sobre parte de los restos de la fachada y estiró laspiernas.Estabaagotado,aunquenuncaloreconocería.
El sargento Ríos permaneció de pie y se quedómirando a un grupo de cuatrosoldadosquemontabanguardiaenunatrincheradelaquesobresalía,amenazador,uncañón contracarro de más de cuatrocientos cincuenta kilos de peso. Los cuatrohombresalmorzabanhablandoanimadamente,quizáparaocultar elnerviosismodesumásqueinmediatobautismodefuego.
—Señor.—Ríos.—¿Medapermisoparairabuscaralgoquellevarnosalaboca?Elcoronelobservóasusargento,arqueandolevementelascejas.—¿Tienehambre?—Sí,señor.—Esustedmuydelicado.Hubierasidomuymalsoldadoenelfrente.—Losé,coronel.Poresosiempreheintentadonoir.—Adelante.Tienemipermiso.Consigaelmaná—dijoelviejomilitar,a lavez
queseapoyabaencimadeuntrozodefachadaquetodavíasobrevivíadeledificio.—¿Elmaná?—Lacomida.
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Elsargentosecolocóbienelsubfusilquesiempre llevabacolgadodecualquiermanera a la espalda y se acercó al grupo de soldados. Al advertir su presencia,dejaron las tazasqueconteníanelsucedáneodecaféyvariosbizcochosdulcesquedebíandehaberconseguidoenalgunapasteleríadedicadaalestraperlourbano.
—Soldados—dijoelsargentoconvozruda.—Señor—respondióunode loschicos, alque leempezabaanaceruna tímida
barbabajolasorejasyalrededordelmentón.Losotrospermanecieroncallados.Elsargentolosrepasóconlamirada.—¿Cómosellama?—preguntóalquesehabíaatrevidoahablar.—ManelGandía.—Muybien,Manel.¿Quéhacenaquí?Eljovenseloquedómirandocomosilarespuestafueraevidente.—Esperaralossoldadosfascistas.—Asímegusta—contestóelsargento.Eljovensoldadomostróunasonrisadesatisfacción.—¿Estándesayunando?—Sí,señor.—Muy bien. Chicos, ¿ven a aquel hombre de allí? —dijo, señalando con la
miradaalviejocoronel,queteníalavistaperdidaenelcielogrisceniza.Asintieron.—Elcoronelllevatodalanocherecorriendolaciudad,preparandolaresistenciay
elcontraataque,ynohatenidotiempoparadesayunar.Éldicequecomedelvalordelosrepublicanosqueharánfrentealosfascistas…,esascosas.Paramíqueestáalgoloco—murmuró—.Perodeberíacomeralgo…
Manelmiróelcaféylosbizcochos.Temíaqueselosrequisaranalcabodeunossegundos,comoelloshabíanhechosolounosminutosantes.Semascabalatragedia.
—Señor, nosotros también llevamos bastantes días sin comer nada… —dijomirandofijamentealosojosdelsargentoRíos.
Elantiguotaberneroserascóelbigote.—Bien,noloquierotodo;soloalgoparaquedesayune.Dosdelossoldadossedirigieronrápidamentehaciaelviejomilitarylellevaron
algodecaféyunosbizcochos.Elmilitarrecibiólacomidaconunasonrisa,aunquesiempre habría asegurado que no tenía hambre. Podía ser el abuelo o, incluso, elbisabuelodeaquelloschicos.Elsargento,másrelajado,setomójuntoconlosotrosdossoldadosunapequeñatazadesucedáneodecafé.
—Gandía, ¿tiene alguna noticia del frente? —preguntó mientras ofrecíacigarrillosliadosalosjóvenesvoluntarios.
—DicenqueenExtremaduralacosaestácomplicada,porelmaltiempo.—¿Extremadura?
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—Sí.—Merefieroanuestrofrente,soldado.Eljovenmilitarseloquedómirando.Lasórdeneseranclaras,resistiryenarbolar
el gritomadrileñode «Nopasarán».El sargentoRíos tenía claro, aunquenunca loreconoceríadelantedelcoronel,queéltambiénpensabaqueenBarcelonanohabríaningúnpuentedelosFranceses,CasadeCampooCiudadUniversitaria,esosfrentesmadrileños que los fascistas no habían conseguido atravesar en años. El coronelllevabavariosdíasinsistiendoenquesefuera,pero¿adónde?Sumisiónestabaallí,conél.Eraloúnicoqueteníadespuésdequeunabombalegionariademásdecienkilos de explosivos hubiera hecho desaparecer en cuestión de segundos a toda sufamilia,enlatascadondeéltambiéndeberíahaberestado.
—Señor,ustedessonlosquehanestadopreparandoladefensadelaciudad.Ríossediocuenta.Seestabaponiendoaldescubierto.—Ytodovabien,muchachos.Vabiengraciasaheroicossoldadoscomoustedes.—Gracias,señor—contestaronloscuatrojóvenesalmismotiempo.Losdosque
habíanidoallevarelalmuerzoalcoronelyahabíanvuelto.CuandoelsargentoRíosseacercóasusuperior,estabacanturreando.—¿Quierequevayamoshastaalgúnlugarenconcreto,coronel?Elviejoseloquedómirando,molesto.AquelmalditoRíoslehabíaestropeadoun
momento magnífico, en medio de un Poblenou destruido en el que habíadesaparecidolaguerra,auncuandolasbombasdelaartilleríaestabancadavezmáscerca. Suspiró y trató de recuperar la calma antes de hablar con su asistente. Laverdadesquenomerecíaqueseenfadaraconél.
—Sargento.—Señor.—Estandoenelbarrioenelqueestamos,lomásseguroseríabuscarunrefugio
antiaéreo.¿Sabequeaquíhansufridohastacuatrobombardeosenunamismanoche?—preguntó,irónico.
—Señor.—Sargento.—¿Adóndevamos?—insistióelsuboficial,alavezqueseapoyabatambiénenla
pareddeshechadeledificio.—¿PorquénosevaaFrancia?Laguerraestáperdida.—¿Yusted?¿Porquénoabandona?—Porque es mi obligación servir el Gobierno leal de España hasta el final.
Cuestióndehonor.Yaselohedicho.—Mideberesestarconusted.ElviejofijósumiradaduranteunossegundosenelsargentoRíos,ensilencio,sin
decirnada.Despuésesbozóunapequeñasonrisa.Aquelhombredebíadeestarmás
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locoqueél.Elmilitaradelantóunamanoesperandoquesuasistenteselarecogiera,paraayudarloaincorporarse.
—Puestoquenomequieredejar,vamosahacerunavisita.El oficial se puso en pie y comenzó a andar, con las manos en los bolsillos,
mientras sumirada buscaba una dirección o una casa entre las ruinas y las callesvacías.Cuandollevabanunosminutoscaminando,separarondelantedeunaviviendade una sola planta, ennegrecida por la guerra; la puerta y parte del techo habíandesaparecido.
—Podemos entrar. Alguien que tenía más frío que nosotros se debe de haberllevadolapuerta—bromeóelcoronel.
El sargento Ríos siguió sus pasos y entró en lo que fuera un comedor a cieloabierto;aúnquedabanalgunosmueblesyfotografías.Allídentrohacíamásfríoqueenelexterior.
—Coronel.—Sargento.—¿Quéhacemosaquídentro?—Meestoydespidiendo,Ríos.Unapequeñalágrimarodóporlamejilladelviejomilitar.Elsargentoseloquedó
mirandoydecidiósalir.Aquellacasaolíaarecuerdos,muerteytristeza.Lomejoreradejarlosolo,allí,llorandoohaciendoloquetuvieraquehacer.
Élseacordótambiéndesufamilia.Deldíadelbombardeoquesególavidadesumujerydesushijas,cuandoélestabaenunmitin,enlaplazadeCatalunya.Todossalieroncorriendopor la llegadade losavionesalemanes.Seescondióenelmetrohasta que pasó todo. Cuando salió fue corriendo hacia la taberna. El local y suvivienda,justoencima,habíanquedadototalmentedestrozados.Ensolounosminutossehabíaquedadosinvida.Poresoaéltambiénledabaigualmorir.Dehecho,habíamuertoaqueldía.
***
El coronel salió de la casa mostrando una tímida sonrisa. Estaba totalmenteblanco,peronoeraporelfrío.
—¿Perdióaalguienenestacasa?Elviejomilitarmiróasuasistenteylemostróunasonrisa.—Perdímivida.Eran las ocho de la mañana. A aquella hora, la artillería fija del castillo de
Montjuïc empezó a disparar contra El Prat, en un último intento desesperado pararepelerlallegadadelosfascistas.
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Miquel y el Bachiller se pararon a descansar al salir de Roses en un pequeñogranero que quedaba cerca de la carretera, donde durmieron un poco. Al alba,siguieron la marcha hacia Barcelona. En su camino se encontraron con soldados,algunos que iban al frente y otros que huían.Había soldados catalanes y soldadosprocedentesdeotrosbatallones,deotrascompañíasdetodaEspaña.Muchos,esedía,yadabanlaguerraporperdida.Aveces,eranmáslosquehuíanquelosqueibanenbusca de las tropas de los nacionales. Ya quedaban pocos soldados en Barcelona,apenasunoscentenares.LagranmayoríaestabadecaminoaFrancia,comomilesdeciudadanos anónimos en busca de refugio, aun cuando sus fronteras permanecíancerradas.Granpartedelejército,asícomolamayoríadelospolicíasylosguardiasdeasalto, se había trasladado con Negrín a Figueres, donde había establecido suGobierno.Con él se habíamarchado también el presidente de laGeneralitat,LluísCompanys,molestopornohabersabido,casihastaalfinal,eldesastrequesecerníasobreelbandorepublicano.De locontrario,seguramentenohabríapronunciadosuúltimaarengadedefensadelaciudadel20deenero,tresdíasantesdeabandonarlaplazaSantJaumeparasiempre.
LasrelacionesdeNegrínconelpresidentedelaRepública,ManuelAzaña,yconCompanysnoeranbuenas.Elprimeroeraquienostentabaelpoderreal,quienteníabajo su mando al Ejército comunista, el de la República, aunque Stalin ya hacíatiempoquesehabíadesentendidodeEspaña.Dehecho, laúltimacompradearmashabía quedado paralizada durante semanas en la frontera por orden del Gobiernofrancés,asustadoporlallegadadetantosrefugiados.
Negrínerapartidarioderesistircostaraloquecostara,ymirabaconreceloaloscatalanes.Corríaelrumordequeaspirabanalseparatismo,quelohabíanhabladoconFrancia y que tenían a su lado a Mussolini. De todas formas solo eran rumores.Franco,quequeríaunfinaldelaguerrasincondiciones,nuncalohabríapermitido.
Las relaciones entre la Generalitat y el Gobierno central eran tensas, por lasaspiraciones nacionalistas de ambas partes. Siempre había habido críticas hacia lapocaimplicacióndeunaCataluñaqueteníasuestatutosuspendidoyalaqueacogeraunmillónderefugiadoshabíaacabadodeagotar.
AlossoldadosdefueradeCataluñaselesteníaporextraños.Parecíanunejércitodeocupación,unavisiónquehabíaperduradoduranteelúltimoaño,elmástrágico.
MiquelobservóaungrupodesoldadosquecorríanhaciaBarcelonatrasdejarsusfusiles en medio de la carretera. Se acercó a unmáuser y comprobó que tenía elcargadorcompleto.Nodudóencogerlo.
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—Creoque,aunque lleguemosaBarcelona, laciudadnoseránuestrasalvación—dijoelBachiller,alavezquedirigíalamiradaaRosesdelLlobregat—.Estánmuycerca.
Aqueldía,aprimerahoradelamañana,elCuerpodelEjércitoMarroquíocupabaVilaboi, el actual Sant Boi. Un grupo de legionarios tomaba la ciudad casi sinresistencia, repartiendo bebidas y tabaco entre la ciudadanía desde camiones concalaveraspintadas.Tambiénporlamañana,la105DivisiónfascistatomabaElPratyponía orden ante el asalto de los almacenes de comida, una escena que se repetíapueblo a pueblo.Mientras tanto, la artillería nacional descargaba con fuerza sobreCornellàylospueblosdealrededor,losmáscercanosalagranciudad.
—Mira—dijoMiquelseñalandohaciaelcielo.Elruidoeraensordecedor.Nohacíafaltamirarhaciaarribaparasaberquéestaba
pasando. Una veintena de bombarderos se dirigían a Barcelona. Avanzabanlentamente hacia la ciudad sin que casi se oyera la respuesta de las unidadesantiaéreas.Elcielocrujía.
—Barcelona tampoco será un buen refugio. De todas formas, ya lo sabíamos,¿no?—dijoMiquel.
—Sí.Con el rumor constante de los aviones continuaron andando hasta llegar a Just
Desvern.Allíseencontraronconalgunossoldadosasustados,queesperabanensusposiciones,juntoaviejaspiezasdeartillería,mientrasvecinosdelapoblaciónydelacercana Esplugues se movían nerviosamente entre los militares buscando algo decomida; habían entrado dentro del depósito de Intendencia de Aviación buscandolegumbresylatasdecarnerusabajolamiradapasivadelossoldados.
—¡Quietos!—gritóuntenienteconbarbadevariosdíasyconlaropatotalmentesucia.
MiquelyelBachillersecuadraronantelapresenciadeloficial.—¿Adóndevan?—preguntó.—ABarcelona,teniente—contestóelBachiller.—¿Tienenórdenes?—No,señor.—¿Ustedes tampoco? Yo quiero órdenes… ¿Están huyendo? Estoy hasta los
cojones de los maricones que huyen del frente. Llevo toda la mañana viendo asoldadosqueseescapancomoratas.Yaestoyharto—dijo,alavezquedesenfundabalapistola.
Delfríocielogriscomenzóacaerunafinalluviadecolornegroprovocadaporlapólvoraquemada.Noeraagua.Eranpequeñaspartículasoscurasqueolíanapolvoyescombros,yqueprovocaronqueMiquelmirarahaciaarriba,olvidándosedeloficialque en aquelmomento los estaba apuntando con su nuevemilímetros. Tomó aire.
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Desdequesehabíaincorporadoalfrentenohabíatenidotiemponipararespirar.EloficialdirigióelcañóndelapistolahaciaelBachiller,quenotóunsudorfríoquelerecorríalaespalda.Élnoqueríamorir,ymenosallí,comounperro.
—Señor—dijo,tratandodeconservarlacalma.—Sondesertores.Traidores.Yestoyhastaloscojones.¡Todoshuyen!Miquelsegiróhaciaelmilitar.Elgrupodesoldadosqueteníaasusórdenesen
unabateríapróximahablabaagitadamentemientrasobservabanlaescena.Nosabíanquéhacer.Lamiradamutilada de unmilitar que tenía una venda, tapándole el ojoizquierdo,seencontróconlosojosdeMiquel.
—Teniente—dijo de prontoMiquel, a la vez que levantaba sumáuser y se loclavabaenelpecho.
Estecerró losdientesconfuerzayacercóelcañóndesupistola todavíamásalBachiller.
—Miquel,¿quécoñohaces?—preguntóelBachillerconlabocapequeña.Estabamuynervioso.
—Baje el armao le reventaré el corazón—amenazóMiquel sinpensárselo.Sesentía furioso, fuera de sí, con ganas de saltar, de moverse. Era como si todo sucuerpo se hubiera cargado de energía. Ya no tenía frío. Una lengua de calor seextendíaporsuespaldahastallegaraldedoíndicedelamanoizquierda,conelquepalpabaelgatillodesufusil.
El oficial se giró haciaMiquel y lemostró una pequeña sonrisa.Acto seguidoapartólapistolaconlaqueestabaencañonandoalBachilleryladirigióasucabeza.Un trueno retumbó enmedio de la carretera.Miquel cerró los ojos para evitar lassalpicadurasde la sangredeloficial.Yacía enel suelo, con losojos abiertosyunasonrisa,rodeadodeuncharcodesangrenegra.
Los militares que estaban en la batería saltaron de la trinchera que habíanconstruidoyseacercaroncorriendoalcuerpoinertedelteniente.
—Estabaloco.Comoloestamoslosquetodavíanonoshemosidodeaquí—dijounsoldadomirandoaloficialconindiferencia.
Miquelysucompañeronodijeronnada.ElBachillersesecóelsudordelafrente.Poruninstante,habíapensadoqueaquelloseransusúltimosmomentos.
—¿VaisaBarcelona?—preguntóotrodelosmilitares.Eraunhombredeunoscuarentaaños,conacentoandaluz.Seguramente,erauno
de los integrantes de las tropasmutiladas en otros frentes que se habían replegadohaciaBarcelonayquenohabíanhuidoaFrancia.Pocomásdedosmilrepublicanosfrenteaunejércitodecientosdemilesdesoldadosbienentrenadosyalimentados,conarmasmodernasylaayudamaterialyhumanadelosfascistaseuropeos.
—Sí—contestósecamenteelBachiller,queempezabaarecuperarelcolordelacara.
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—Pero¿tenéisuncamiónoalgoparapodersalir?—continuóelandaluz.—No.El hombre bajó lamirada.Decepcionado. Su última escapatoria se acababa de
esfumar.—Puesentoncesmequedoaquí—dijo,antesdevolveralatrinchera.ElotrosoldadosequedómirandoaMiquelconunasonrisatriste:—Suerte.Elgrupodesoldadosvolvióasuposición,llevándoseconsigoaloficialmuerto.
MiquelyelBachillersemiraronycontinuaronsuviaje,sindecirnada.
Al cabo de poco rato llegaron a Esplugues. La imagen del lugar era parecida:calles sin rastro humano, aparte de pequeños, muy pequeños, grupos de soldadosparapetadosenalgunascallesybalcones.Callesdondetodavíaquedabanrastrosdeuna fuga en la quemuchos habían dejado objetos abandonados que, en un primermomento, habían creído necesarios. La lluvia de ceniza iba cubriéndolo tododespacio.Caminaronhasta llegaraunacasa,decuyopatiosalíaun tentadoroloraasado.Aquelloeraunreclamodifícilderechazar.
—¿Creesquenosdaránalgo?—preguntóelBachillerrelamiéndose.Miquellomiró,indiferente.—Vamosaprobarlo.Y,Miquel,graciasporlodeantes.Eljovenesbozóunapequeñasonrisa.Nohabíadejadodepensarenesoenningún
momento.Sesentíaculpabledelamuertedelteniente.—Nomeencuentromuybien—dijofinalmente.—Si son remordimientos, olvídate. En una guerra no hay lugar para
remordimientos,pueselenemigonolostiene.Silostuviera,nohabríaguerra.En el patio de la casa, un grupo hablaba de forma animada. El Bachiller se
adelantóygolpeó lapuerta.Dosgolpessecoscontra lapequeñapuertadecastaño,queseabrióporcompleto.Susojos,desde laentrada,contemplaronaungrupodesietehombresqueestabanjuntoauntúneldondeteníanbrasasyvariosconejossobreunaplanchademetal.Enmudecieronalnotar supresenciay segiraronhaciaellos.Erantodosoficiales,habíaunteniente,varioscapitaneseinclusouncoronel.MiquelyelBachillersecuadraron.
—Descansen—dijoelcoronel,sentadoencimadeuntroncoquehabíaenmediodeldescuidadopatio.
Hastasuspiesllegabanrestosdeescombrosdelascasasdestrozadas.MiquelyelBachiller relajaron los músculos mientras sus estómagos rugían ante el aromacautivadordelosconejosasados.
—¿Quéquieren?—preguntóuntenientebarbudo.—Comernoestaríamal—contestóMiquel,sinapartarlamiradadelosconejos.
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Al teniente no le gustó la respuesta. Sin embargo, el coronel soltó una sonoracarcajada.
—Pasen, soldados, serán nuestros invitados. ¿Son de algunos de ustedes? —preguntó,mientrasobservabacomolosdemásoficialesnegabanconlacabeza.
—Señor, venimos del frente del Ordal. Nuestra compañía era la del capitánFresnedo.Todosmurieron—continuóelBachiller.
Elcoronelseloquedómirando.—Entonces,¿adóndevanahora?—No lo sabemos con seguridad. Primero buscábamos a otros soldados, pero,
viendocómoestálasituación,habíamospensadoiraBarcelona.—Bien.Quédenseaquíyrecuperenfuerzas.Todavíaquedamuchaguerra.Insisto:
sonnuestrosinvitados—añadióelhombre,conunasonrisapaternal.MiquelyelBachillerseacercaronalasbrasasyextendieronlasmanos.Unode
loscapitaneslesofrecióunabotadevinoavinagradoqueprobaroncongusto.—Y ustedes que vienen del frente, ¿cómo ven nuestra guerra?—preguntó un
capitán,alavezquellenabasupipadetabaco.—Perdida—repusoMiquelsecamente.Losoficiales sequedaronen silencio,mirandoal coronel, que,depronto, soltó
otrafuertecarcajada.Latensiónhabíadesaparecido.Eltenienteempezóatrocearlosconejos,todavíaencimadelasplanchas.Miquelcerrólosojosyaspiróelaroma.
—¿Tanmalvenlacosa?Handichoantesqueperdida,no…—dijoelcoronelconcaradivertida.
—Loquequeríadecirmiamigoesquellevamosdemasiadosdíasconelenemigomuycerca,micoronel.
De pronto, un sargento entró corriendo en el patio. Se apoyó en una de lasparedes,paratratarderecuperarelaliento.
—Los fascistas ya están en Molins y muy cerca de Roses. Los vecinos hanempezadoacolgarsábanasblancasenlosbalcones.
—Peroallítodavíahaysoldados.—EnRosessí,perolosvecinosyaestándandoporperdidoelpueblo.—Mierdadecatalanes—dijounodeloscapitanes.—Tranquilo,capitán.¿Ustedquéharía?—soltóelcoronel,tratandoderecuperar
lacalma.—Lucharía—contestóelotro,alavezquedesenfundabasupistola.Elcoronelsepusoenpie.—No perdamos más tiempo. Hay que ofrecerles resistencia. Vamos —dijo
mientrassalíadelpatioseguidodelosotrosoficiales.ElcapitánquehabíadesenfundadolapistolasegiróhaciaMiquelyelBachiller,y
losmiróconodio.
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—Soldados,¿quéhacentodavíaahí?Miquel y el Bachiller se miraron y después observaron a los conejos, todavía
encimadelasbrasas.Elcapitánintuyósuspensamientos.—Venimos a salvar laRepública enCataluña, y los catalanes se esconden.Me
cago en sus muertos, cobardes —dijo antes de salir al patio, mascullando otrosinsultos.
El Bachiller se acercó hasta donde estaban los conejos y, con cuidado de noquemarse,cortóuntrozo.
—¿Comemos?
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Vicenç llegó corriendo a su casa, muy cerca del Ayuntamiento de Roses deLlobregat.Había dejado atrás su fusil, su gorra e, incluso, granparte del uniformerepublicano.Corríacasisinaliento.Golpeóconenergíalapuertaparaquesumadreleabriera.Leesperabacadadía,desdequeunassemanasatrássehabíamarchadoalfrente.
—Vicenç.Lamujerabrió lapuertacon losojosenrojecidos.Rojos,perosin lágrimas.No
habíalloradoentodalaguerra.—Los nacionales están a punto de llegar —dijo el adolescente, nervioso,
completamentepálido,asustado.Alentrar,ellalepidióquedejaraloquelequedabadeluniformeyquesefueraa
suhabitaciónacambiarsederopa.Maríacogiólospantalonesdesuhijo,lacamisaylas insignias y las echó en la chimenea; luego avivó el pequeño fuego para quepudieraborrar aquellos rastros incómodos.Seoíanalgunasexplosionescerca,perotambiénvecinosquesalíanalacalleyquesemovíandeunladoaotro.Todavíaconlacarallenadeceniza,Vicençfueadondeestabasumadre.
—Notengasmiedo,hijo;nopiensoperderte—dijoella,totalmenteserena.La muerte de su marido en el frente del Ebro la había endurecido. No estaba
dispuestaaperderasuúnicohijo,quesoloteníadieciséisaños.—Yallegan—insistióél,nervioso.—No te preocupes. Lávate la cara y vete a la cocina. Cómete la sopa. Debes
recuperarfuerzas.—Sí,madre.CuandoVicenç entraba en la cocina, alguien golpeó de nuevo la puerta.María
tomó aire, para seguir manteniendo la calma, y fue rápidamente hacia la entrada.Antesdeabrir,seaseguródequellevaba,dentrodelbolsillodeldelantal,lapequeñanavajaqueempleabaparapelarpatatas.Tomóaireotravez.
Mientrasabríalapuerta,unabombacayónomuylejosdelpueblo.—Nosdejaránsordosantesdematarnos,María.Eraelmaestrodelpueblo,donGregori.Llevabaalborotadoslospocospelosque
lequedabanenlacabeza,conunabufandarojamalatadaalcuelloyuntrajedepañogrisdesgastadoporeltiempoyporlaguerra.
—DonGregori.¿NoseibaustedaFrancia?Elviejoselaquedómirandohaciéndoleunapequeñamueca:—¿Quéharíaallíunviejocomoyo?
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Maríaledevolviólasonrisa,aunquesupresenciaenlacasalapreocupaba.Todoelmundosabíaqueunodelosprincipalesobjetivoscuandollegabanlosfascistasaunpuebloeranlosprofesores.
—Vicençhavuelto—dijoMaría.—¿ElpequeñoVicenç?—Sí.—¿Se ha deshecho de su uniformey de todo lo que lo pueda identificar como
soldado?—Sí.Perolagentedelpueblohablará.—Dígalesalosmilitaresqueloobligaron.—Pero en elAyuntamiento deben quedar los papeles de su reclutamiento.Allí
dicequesealistó.—NienelAyuntamientoni enningunapartequedanpapeles.Los soldados los
han quemado casi todos antes de huir. Tranquila, señoraMaría. Ya verá como nopasaránada.
—OjaláqueleescucheDios,ytambiéneldemonio.Siempreesbuenoteneralosdosdetulado.
Elprofesorsonrióysacóunpapeldesupequeñobolso.SindecirnadaselodioaMaría,queloleyórápidamente:«¡VivaFranco!¡VivaEspaña!Casahabitadaporsudueño».
—¿Yesto?—preguntólamujer,mirandoalmaestroconcaradecircunstancias.—Losestoyrepartiendoporlascasas.Paraquelagenteloscuelgue.Lossoldados
puedenentrarencualquiercasayllevarseloqueencuentren,yhacerloquequieransicreen que está abandonada. Ya sé que su marido se revolvería en su tumba si loviera…
—Gracias,donGregori.Mimaridonoloverá.Lamujercogióelpapelyloenganchóenlapuerta,conlaayudadelpegamento
quetambiénllevabaelmaestro.—Y,usted,¿quéharáahora?—Seguiré repartiendo más papeles. Algunos vecinos también han colgado
sábanasblancas.—DonGregori,quierodecirquequéharácuandolleguenlosfranquistas.El viejo se la quedó mirando, mientras se pasaba la mano por la cabeza y se
peinabalospocospelosquelequedaban.—Yaselohedicho.Seguirérepartiendopapeles.SeñoraMaría,cuidedesuhijo.
Eraunodemisalumnosfavoritos.Ycuídeseustedtambién.—Gracias,donGregori.Elmaestroinclinólevementelacabezaparadespedirseysemarchócalleabajo.Sinpoderevitarlo,María,quenohabíaderramadoniunasolalágrimaenlostres
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añosanteriores,sedejócaeralsueloyempezóallorar.Nosabíamuybienporqué:porsumarido,porelfuturoqueleesperabaaVicençyadonGregori,portodo…
—Madre.Maríaseapartólasmanosdelosojosymiróasuhijo,quelaobservabaconuna
sonrisa,agachado,juntoaella,abrazándola.—Madre.Nollores.Yahaacabadotodo.Maríasesecólaslágrimasysepusodepie,cogiendoasuhijodelamano.—Vamos junto a la chimenea.Nos queda algo de leña.Está húmeda, pero nos
calentará.DebemosdargraciasaDiosporella,hijomío.Almenos,tenemosleña.Vicenç siguió a su madre tras cerrar la puerta. Cada uno cogió una silla de
mimbreysesentaron,esperandosufuturo.Estuvieronallí,sindecirnada,hastamásalládelastresdelatarde.
Mientras tanto, algunos ciudadanosdeRoses, que enpocashoras se volvería aconvertir en Sant Feliu, fueron hasta elAyuntamiento, que los soldados ya habíanabandonado.Decidieron formar un consistorio provisional para recibir a las tropasnacionales. En el balcón de la sala de plenos colgaron una sábana blanca. Otrosvecinosdelaciudadhicieronlomismoensuspropiascasas,esperandolallegadadelejército. Los estallidos de las bombas se oían cada vez más cerca, aunque losproyectiles de las baterías de 88milímetros, bajo el mando de los soldados de laLegiónCóndor,secentrabanenBarcelonaysusalrededores.
ElruidodelosproyectilesatravesabalaciudaddesdelamontañapróximadeSantAntoni hasta Just Desvern y Esplugues, mientras numerosas bombas caían sobreRoses.
—Prontopasará—dijoVicenç,paratranquilizarasumadre.Sinembargo,loqueaMaríalepreocupabadeverdaderaloquepasaríaentonces:
cuandolasbombascallaran.
ElCuerpodeEjércitoMarroquíencontróunapequeñaresistenciaalaentradadelpueblo,aunque,alascincodelatarde,labanderaespañola,rojaygualda,yaondeabaenelbalcóndelasaladeplenosensustitucióndelasábanablanca.Losmorosquehabían entrado en la ciudad se habían dispersado por todas sus calles y por lasmontañasquerodeabanelmunicipio,antesaladelaentradaaBarcelona.UnalférezdelosmarroquíesordenabaquesedeshicieraelAyuntamientocreadoparaentregarlaciudad. Algunos moros entraron en las casas de una ciudad vacía, donde, poco apoco,losvecinoscomenzaronasalirdelosrefugios,encontrándoseconunejércitovestido de blanco sucio y con algunos soldados montados a caballo, desde dondesujetaban lanzas amenazadoras contra los curiosos ciudadanos que se atrevían aacercarse y que, tras el encuentro, acababan sin su reloj de oro u otros objetospersonalesdevalor.Algunasquejassepagabanconlavida.
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Conlallegadadeloslegionariosydeltercio,algunosbalconesyasemostrabanengalanadosconlasbanderasquealgunoshabíanguardadoduranteañosyqueotroshabíantratadodeconseguirdíasantes.Losgritosde«Nopasarán»fueronsustituidosporlosde«VivaFranco».
Tres golpes secos sonaron en la puerta de la casa donde María y su hijopermanecían casi inmóviles, viendo cómo se consumía, lentamente, la leña.En lasúltimashoras,apesardelrumordelaguerra,aquellasalaparecíahaberlosdejadoalmargen.Maríamiróasuhijo,quesehabíaquedadodormido.Estabacansado,llevabamuchos días sin parar; y la pólvora y el olor a sangre agotan. Los dos tienen lafacultaddeacabarconlaviday,aunquepasenlejosdeti,deabsorberlapocoapoco.
—Vicenç—dijoMaría,alavezquedespertabaasuhijotocándolesuavementeelbrazo—. Ya están aquí. Han llamado a la puerta. Rápido, sube al piso de arriba,escóndeteeneldoblefondoquehayenelarmariodelahabitacióndelaabuela.
Eladolescentesepusodepieysubiólasescalerassindecirnada.Maríaseestiróeldelantalysedirigióhacialapuerta.Alguienlagolpeódenuevo.Cuandolaabrióseencontrócondossoldados,firmes;delantedeellosvioalqueparecíasersuoficial.Maríasequedómirandoaaquelcapitánsindecirnada.Depronto,abriólaboca:
—LlegaEspaña.VivaFranco.Mientrasdecíaaquellaspalabrasalgo se removiódentrode suestómagoehizo
queinclusounaarcadallegaraasuboca.—¡Viva!—gritaronalmismotiempolosdossoldados,quepasarondentrodela
casacasisinmiraralamujer,quesequedóaunladodelapuerta.EloficialsequitólagorraymiróaMaría.Parecíaqueseacababadeafeitary,por
lovisto,suropanohabíasufridolasbatallasporlasquerealmentehabíapasado.—Buenos días, señora. Soy el capitán Puig, del Tercio. ¿Hay alguien en casa,
además de usted? —preguntó el militar, mientras sus dos soldados empezaban aremovertodoloqueencontrabanasupaso.
Maríaseloquedómirando;debíadetenerlaedaddesusobrinomayor,Enric,eldesuhermanadeCervelló.
—Mihijo.Estáescondido.Elmilitarnosesorprendió.Maríahabíadecididoenelúltimomomentoqueera
mejordecirlaverdad,que,detodosmodos,tardeotempranolohabríanencontradoyquizáshabríasidopeor.
—¿Estáarmado?—preguntóeloficial,impasible.—No.—Mejor.Eloficialsequedómirandoaaquellamujerpequeñaqueteníadelante,envejecida
prematuramenteporlaguerraylamuerte.
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—Señora,tengohambre.¿Puedecocinaralgoparamíyparamisescoltas?—Sí,señor.—Bien.Soldados, vayan a la cocina, que hoyvamos a poder alimentarnos con
comidacasera.Porsuhijonosepreocupe;obajaahora,yserámejor,oyasubiremosabuscarlo—dijoeloficial.
—¡Vicenç!¡Bajaaayudarme!Dentrodelarmario,elchiconodudóniunsegundoenhacercasoasumadrey
bajó rápidamente las escaleras. Cuando llegó vio a un oficial sentado a la mesa,flanqueado por dos militares. Su madre había empezado a calentar sopa en lachimenea.AVicenç le impactó la imagendeaquelmilitar, afeitadodehacíapocashoras, con el uniforme totalmente limpio, como si lo acabara de recoger de latintorería.Brillabaninclusolosbotones,queparecíandeorodeverdad.Aunasí,ensucara,en lasheridas todavíanocicatrizadasy,sobre todo,ensumirada,se intuíaquellevabaañosenelfrente.
—¿TúeresVicenç?—preguntóelmilitara lavezqueaceptabauncigarrillodeunodesusescoltas.
—Sí,señor.Maríaretirólasopaqueteníaenelfuego;conlaayudadeunostraposlallevóa
lamesa, donde sirvió a losmilitares.Lo hizo en silencio, casi sinmirar a su hijo.Volviójuntoalachimenea.Sieranecesarioylascosasseponíanmal,cogeríaesostroncos en llamas y se los echaría a aquellos soldados, para que su hijo pudieraescapar.
—Esto está buenísimo, señora —dijo el capitán Puig tras tomar la primeracucharadadesopa.
Aquelloscubiertoseranlosdesuajuardeboda.Teníanmásdetreintaañosyerandeplatadelabuena.Eraloquequedabadevalorenaquellacasa,apartedelavidadesu hijo. No los había sacado como deferencia a los soldados, sino porque habíavendidolosotroscubiertos,oloshabíadadoparafundir.
—Gracias.—Aver,Vicente,mehandichoenelpuebloqueeresrepublicano.El chico sequedó sindecirnada.Nopodía soportar lamiradade losotrosdos
militares,quebuscabansusojos.Elcapitáncontinuabatragandolasopasingirarse.—Dialgo,¿osetehacomidolalenguaelgato?—Notenemosgato—respondióVicenç,casisinpensárselo.—Comprendo.Yaséquelosrojoshabéispasadomuchahambre—dijoeloficial
consorna.Aquelloprovocólascarcajadasdelosescoltas.Maríaseretiródelachimeneaparaponersejuntoasuhijo,alquerodeóconlos
brazos.
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—Capitán,nolehaganada—insistió.Elhombresegiróyapartósumiradadelplato.—Parahacérselohabrátiempo,señora;parahacérselohabrátiempo—dijo,poco
antesdevolverdenuevoalplato.Maríafuehastalachimenea,preparadaparacogeraquellostroncoshumeantesy
lanzarloscontralossoldados.Peroalllegarjuntoalfuegosedetuvo.—¿Noeresmuyjovenparasersoldado?—Señorcapitán,esqueloobligaron—interrumpiólamujer.Elmilitarselaquedómirando.Yahabíaacabadolasopa.—Siendoustedviuda,yavedeloqueseenterauno,yesoqueacabamosdellegar
al pueblo… En fin, ¿no es muy extraño que reclutaran a su hijo pequeño para elejército?—continuóelmilitar.
—Señor,hagaloquequieraconmigo,perodejetranquilaamimadre.Elmilitarselevantódelamesayseacercóalchico,quelevantólamiradayse
cruzóconlosojosdelexperimentadomilitar.—Muybien,chico,veoquetienescojones.Sargento.Unodelosdosescoltasselevantódelamesayseacercóasulado.—Demeunodeesospapeles.—Sí,micapitán.Elsuboficialvolvióalamesaysacóunbloquedepapelesdeunpequeñobolso
quellevabacolgadoalacintura.Elsargentolollevóaloficial,quelofirmó.—Mira,chico:estepapelteidentificacomoamigomíoydeFranco.Tesalvarála
vida, porque, si no, estás condenado—dijo el capitán, a la vez que entregaba eldocumento—.Selodebesatumadreyasusopa.
Maríaseacercóalcapitán,setiróasuspiesyrompióallorar.—Gracias,gracias—repitióentresollozos.—Levántese,señora—ordenóelhombre.Lamujer sepusodepiey se secó las lágrimascon lasmanos.El capitán se la
quedómirandosinmostrarenningúnmomentoelmenorrastrodesentimentalismo.—De nada, señora. Que sepa que esto es lo que hace Franco por la España
oprimida. ¡VivaEspaña! ¡VivaFranco!—gritó elmilitar, seguidoen losgritosporsusescoltas.
—¡VivaFranco!—gritóentredientesVicenç.Elgestonopasódesapercibidoparaelcapitányparasussuboficiales.—Nosvamos,señora—dijodenuevoeloficial.Ysinmássedirigióalapuerta
seguidoporsusescoltas.Al salir,dejó lapuertaabiertayoyócomodenuevoaquellamujer seechabaa
llorar.Madreehijosehabíandejadocaeralsuelo,entrelágrimas.—Sargento.
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—Micapitán.—InformealosdelaFalangeoalosquevayanaserlaautoridadmilitardeeste
puebloqueenestacasahaydossospechosos,dosrojos.Quecojanpresoalhijo,peroquealamadreladejentranquila.
—Sí,señor.—YahoravamosaBarcelona.MañanaquieromearmesobrelatumbadeMacià.
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—Noshemosquedadodormidos.Miquel y el Bachiller habían pasado la noche en el cobertizo de una de las
pequeñasmasíasquetodavíaquedabanenpie,enL’HospitaletdeLlobregat.—Sí,mientrasotroscombatían—añadióMiquelconciertoremordimiento.—Yonocombatocontranadie.Duranteaquellanoche,elejércitofascistahabíaultimadolospreparativosparala
entradaenBarcelona.LositalianosteníanlaordendecerrarelpasoacualquieraqueintentarahuirporlamontañadelTibidabo,desdeallíhastaelríoBesòs,queflanqueaBarcelonaporelladoopuestoalLlobregat.Desdeallí,algunossoldadosdescenderíanlamontañadeCollserola,mientraselCuerpodeEjércitodeNavarraestrangularíalaciudad desde las montañas de Vallvidrera, como una parte ya lo estaba haciendodesdeelLlobregat,conelapoyodelCuerpodeEjércitoMarroquí.
—Noseoyenada.Lasbateríassehabíanquedadomudas.Miquelsaliódelcobertizoymiróalcielo.
Estaba completamentegris por la gran cantidaddepólvoraquemada aquellosdías.Buscó el sol, que permanecía difuso en un extremo del cielo, como si se hubieracubiertodenubesparaevitarverquéestabapasandoalláabajo.Aguzóeloído.Oyólloraraunniño.Noeraungemido,simplementeunllanto.
Ante él tenía la carretera que unía Esplugues y L’Hospitalet con Barcelona.Estabadesierta.Enaquelmomento, tuvo la sensacióndequesoloélyelBachillercontinuabanconvidaeneselugar.Ellosyelniño.
Se alejó del cobertizo y caminó lentamente hacia el borde de la carretera,destrozadaporelpasodesoldadosyhombres.Elpasodelaguerra.
—¡A ver si es que ha acabado la guerra!—gritó con una sonrisa el Bachillerdesdedentrodelcobertizo.
Depronto,unrugidoempezóasonardesdeunodelosextremosdelacarretera,elmismopordondehabíanllegadoellos,deEsplugues,deJustDesvern,deRoses.Ydeallí solopodíavenirelenemigo.Miqueldiounpasoatrásycon lamano izquierdabuscólacorreaconlaquesecolgabaelmáuser,peronoestaba.Sehabíadejadoelfusilenelcobertizo,desdedondeelBachillerleseguíadiciendofrasesininteligibles.Tratódemoverse,peronopudo.Elrugidodelextremodelacarreteraseacercaba;selevantóunagranpolvaredaruidosa.Fueraloquefueraibamuyrápido.
Solo pasaron unos segundos, pero le parecieron eternos. ¿Ahora se quedaba
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inmóvil? ¿Después de todo lo que había pasado los días anteriores? ¡Pero quédemoniosleestabapasando!
Expulsó el aire que había retenido en los pulmones cuando vio que lo que seacercabaeraunBA-10 ruso,uncamiónblindadoarmadoconuncañónen lapartetraseradelvehículoycondosametralladoras.Deprontonotóqueperdíaelequilibrioy que caía con violencia al suelo. Se giró y vio a su lado al Bachiller, tumbado,respirandonerviosamente.
—¿Estásloco?—murmurósucompañero,enfadado.—Esdelosnuestros.—Delosnuestros.—EsunBA-10.—¿Ysilohancapturado?—dijoelBachiller,negandoconlacabezaytratando
deobligarasucompañeroaquerecularahaciaelcobertizo.Miquel se negó y, cuando el vehículo llegaba a su altura, se puso de pie en el
arcénycaminóhaciaél.Elpequeñocamiónblindadoparóenseco,levantandomáspolvareda.
—¿Qué demonios hace, soldado?—dijo un sargento con acento andaluz, trasabrirlapuertalateraldelblindado.
Miquelseloquedómirandosindecirnada.—¿Estáloco?—continuóeltiposinbajardelvehículo.—Perdone,sargento—dijoelBachiller,quetambiénselevantó,provocandoque
elsuboficialrepublicanosellevaraotrosusto.—¿Mequierenmatar?—preguntó,demalhumor.—¿Estáncerca?—preguntóMiquelignorandoelenfado.Elsargentosegiróhaciaél.—Mucho. Nosotros vamos hacia la Diagonal. Huyan o busquen algún lugar
dondeesconderse—continuóel sargentoantesdecerrar lapuertayordenarqueelvehículosepusieradenuevoenmarcha.
MiquelseloquedómirandomientrassealejabahaciaBarcelona.Nosemovió,nisiquieracuandoelBachillerllegóasuladoylepropinóunasonoracolleja.
—¿Ytumáuser?—lepreguntó.—Enelcobertizo.—Cógelo,seguimoslamarcha.—¿Adónde?—ABarcelona.Paranosotrosnadahacambiado.Venga.Miquel no discutió la orden ni se planteó otra opción. Simplemente no había
alternativa. Entró en el cobertizo, cogió su fusil y la fina chaqueta que le habíaservidodemantaaquellanoche.CuandosaliósefijóenqueahoraeraelBachillerelquepermanecíainmóvilenlacarretera,conlavistafijaenellugarporelquehabía
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aparecidoelBA-10.Miquelcaminólentamentehaciaél,mirandohaciaaquellapartedelhorizonte.De
pronto,elrumorcontinuodelasbombassedejóoírdenuevo.—¿Serándelasnuestras?—preguntóMiquel.—Si no lo son, sí que era cierto eso de que están muy cerca —contestó el
Bachillerconvozcalmada,mientrasempezabaa registrarsusbolsillosenbuscadeuncigarrilloyaliado.Nohubosuerte.
El rumor era fuerte y avanzaba despacio. Se quedaron mirando hasta que, depronto,vieronunabanderarojaygualda.
—Nosondelosnuestros.—¡Corre!—gritóelBachiller,queyahuíacaminodeBarcelona.Aquelruidoseaproximabamásymás.Alcabodepocossegundos,yapudieron
veraunnutridogrupodesoldadosfascistas.Ycadavezestabanmáscerca.—Vienen pisándonos los talones—advirtió elBachiller,mientras no dejaba de
acelerarelpasoporlacarreteradeCollblanc,enL’Hospitalet.Delantedeellos,vieronelpuentedepiedraqueuníaestaciudadconBarcelona.
Enunadelasmasíasdelmargenderechodelacarreteravieronunatrincheramontadacon sacos de arena. Había una ametralladora preparada, pero los soldados que ladebíandecustodiarnoestaban.Miquellamirófijamente.
—Nilopienses.Noestálacosaparahacernosloshéroes.A unos centenares de metros, en dirección al Llobregat, se oían de nuevo,
intensos, losestallidosde losobusesqueestabanacabandoconlospequeñosrestosde la resistencia republicana que quedaban más atrás. Tenían a los fascistaspisándoles los talones, pero no debía de ser el grueso del ejército. Los combatescontinuabanmásatrás,enunadesesperadayfrágilresistencia.AMiquelselecayóelmáuserquesujetabatodavíaconlasmanos.Separóparacogerlo.ElBachiller,alverqueseatrasaba,volviólacabezasindejardecorrer.
—Vamos, recógelo de una vez, por Dios. Date prisa. ¿A qué esperas? ¿A queFrancolorecojaporti?—legritó,alverqueMiquelaprovechabaparacogeraire.
Seagachóycogióelfusil,perosiguiósincorrer.—¿Dóndedemoniosvamos?—preguntóenmediodelanada.Delante de él, un grupo de mujeres ondeaban trapos viejos de color blanco;
sostenían unos cuantos cestos vacíos que esperaban llenar con la llegada de losnacionales. Miró hacia atrás. A tan solo unos centenares de metros tenía una deaquellas malditas tanquetas italianas de más de tres toneladas, que se acercabaescoltadapordosvehículosypor,almenos,uncentenardesoldadosfascistas.
ElBachillersequedóconlabocaabierta,peronodijonada.Nohacíafaltaquevolviera apedir aMiquelque siguiera con sumarcha.El ruidodeunabalaque lepasó a unos centímetros de la oreja izquierda le dio la fuerza que necesitaba para
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continuar. Aceleraron el paso. Llegaron a aquel barrio de L’Hospitalet, la últimafrontera antes de llegar aBarcelona. Lo conocían como la pequeñaMurcia.Habíanacidoaprincipiosdesigloconlafuerteinmigracióndeobrerosdellevanteespañol,que habían llegado para trabajar en las obras delmetro y en las de la ExposiciónUniversal.
Entrarondentrodesusestrechascalles,girandoprimerohaciaun lado,despuéshaciaelotro.Anduvierondurantediezminutossinencontraranadiepor lascalles.Parecíaqueestabansolosenaquelmundo.
—¿Y si pedimos a alguien que nos esconda en su casa? —preguntó Miquel,tratandoderecuperarelaliento.
ElBachillerseapoyóenlapareddeunviejoedificio.—Nonospodemosfiardenadie.Talveznostiendanunatrampa,onosmaten,o
nosentreguen.Ysiencontráramosaalguienleal,estaríamosfirmandosusentenciademuerte.
Miquelsintióquenopodíamás.Inclusoselepasóporlacabezalaideadedejarelfusilybuscaralgunabanderablanca.Aunqueesoseríaunamuertesegura.
Variosbombarderositalianossobrevolaronsuscabezas,endirecciónalcentrodeBarcelona.
—Seguroque sehaorganizado la resistenciaen laplazadeCatalunya.Allí losdetendremos —dijo Miquel, eufórico, tratando de disimular su pesimismo; ni élmismocreíaensuspropiaspalabras.
—Seguro.—Yalohicimosenjuliodel36.ElBachillercargódenuevosuarmaalhombro.—Lodudo,peropuedeserunasalida.—Pero¿cómollegamos?¿Ysinosencontramoselenemigo?—Iremos en el Transversal —dijo el Bachiller mostrando una de sus escasas
sonrisas.«¿Elmetro?»,pensóMiquel.En aquella época, Barcelona contaba con dos líneas de metro. El Gran
Metropolitano, con un trazado de 5,3 kilómetros, nueve estaciones y dos ramales(estos últimos se bifurcaban en la estación de Aragón), que unía la estación deLesseps con Liceo y Correos, al final de las Ramblas. Y el Transversal, que seconstruyócomounenlacequepermitieralaunióndelasestacionesdeferrocarrildeBarcelona; por eso los carriles eran de ancho ibérico y los túneles de dimensionesmás grandes.Contaba con 6,5 kilómetros de vías y trece estaciones, y enlazaba elbarriodeSantaEulaliadeL’HospitaletconlazonadeMarinadeBarcelona,atravésde la plaza de Catalunya. Con la guerra, la mayoría de las estaciones se habíanacondicionadocomorefugiosantiaéreos.
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—EstamosamuchosmetrosdelaestacióndeSantaEulalia,yparairdeberemosvolver sobre nuestros pasos. ¿No has visto las tanquetas? —preguntó Miquel,enfadado,desesperado.
ElBachillerempezóacorrer,peroendirecciónalbarriodeSantsdeBarcelona,justoadondellevabalacarreteradeCollblancquehabíanabandonadominutosantes.
—¿Y los fachas? —preguntó Miquel, alarmado, siguiendo las pasos de sucompañero.
—Lasmujeresquenoshemosencontradonoslosretienenpidiéndolescomida.—SantaEulalia está hacia allí—dijo señalando al lado contrario de por donde
estabancorriendo.—Yalosé.VamosalaplazadeEspaña.Miquelnoentendíanada,peronoestabadispuestoadetenerseparadiscutir,así
quedioporbuenasudecisión.AlBachilleraquellaslíneasleeranfamiliares.Habíavigiladomuchasnocheslas
estaciones,ytambiénconocíalavíadeserviciodelaplazadeEspaña,transformadaencocheraparaevitarquelasbombaspudieranafectaralostrenes.Podíanentrarporallá y después ir andando por las vías. El servicio estaba suspendido y tampocohubiera sido muy recomendable coger un metro en aquel momento. Conocía lostúneles,losescondrijos;allípodríanestarsegurossiBarcelonayaestabaperdida,almenos,durantealgúntiempo.
—Vamos,deprisa.Queloquetenemosencimasonbombarderositalianos.El ejército fascista comenzó a desplegarse por los barrios de Collblanc y La
TorrassadeL’Hospitalet,paradirigirsedespuéshastalaszonasdeLaBordeta,SantsyHostafrancs,haciadondecorríanahoralosdossoldados.Asupaso,seencontraronmásnidosdeametralladorasvacíos.
Ladefensaestabadesmoralizadaymalorganizada.—¿Qué quieres hacer en la plaza deEspaña?—preguntóMiquel, a la vez que
avanzabaporlascallesdesiertas.—Entraremosdentrodelaestación,hayunavíaquehacedecocheradetrenes—
contestó elBachiller, que sehabíaparadopara recuperar algoel alientoyobligóahacerlomismoasucompañero.
—¿Vamosaescondernos?—Sí.LodelaplazadeCatalunya…Enfin,nitúniyonoslocreemos.—Peroallínotendremosformadesalir,huyamosdelaciudadoescondámonos
encualquierotrositio.—¿Aquépartedelaciudad?¿AlaplazadeCatalunya?¿Ysiyahanllegadolos
fascistas?Nosabemossihanentradoporalgúnotrolugar.—Perodentrodeltúnelnospuedenatraparcomoratas.—Oye, mira, no lo sé. Necesito tiempo para pensar, y allí no entrarán a
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buscarnos. Primero se tienen que ocupar de la superficie. Vamos —continuó elBachiller,alavezqueseponíadenuevoacorrerhacialaplazadeEspaña.
Cargados con sus fusiles pasaron ante las chimeneas de Sants hasta llegar a laplazadeEspaña.CorrieronporlaizquierdadelaplazadetorosdeLasArenas,enlaqueyanoquedabaningunodelossoldadosquedurantelaguerrahabíanestadoallíacuartelados.
ElBachiller no pudo evitar lanzarle unamirada. «Esto se ha acabado», pensó,mientrasacelerabatodavíaalgomássupaso.
—Vamosdentro—dijo,señalandolaentradaalaestación.Nohabíanadie.Nadiehabíaidoarefugiarse.Talveztodospensabanquelomás
seguro era permanecer escondidos en sus casas.Un comportamientomuyhumano:buscarlaproximidad,laseguridaddelhogar.
Elmetro llevabavariosdíassin funcionarpor faltadeelectricidad.ElBachillerbajó corriendo las escaleras; Miquel iba detrás de él, avanzando prácticamente atientas.
—Ven.Cógeteamí.—Joan,¿adóndevamos?—Aunacochera.Allínosesconderemos.Siqueremos,nospodemosmoverpor
laciudadatravésdelostúneles,peroyatehedichoquenosabemosdóndeestáelenemigo.Ymejorasí.
Miquelasintióensilenciosinque loviera sucompañero.ElBachiller tampocoesperabauna respuesta.Bajaron lasescalerasy llegaronal andén.Miquelcerró losojos,paraversiasíseacostumbrabamásrápidoalaoscuridad.ApretóconfuerzalamanosobreelhombrodelBachiller,quesemovíaconmásagilidadqueél.
Nuncasupocuántotiempoanduvieronhastaquellegaronaunagrancámara; lonotaba por el aire, menos viciado, aunque igual de rancio. Tal vez fuera,simplemente, el aire gélido de la muerte, que se le acercaba sin avisar.Mejor nopensarlo.Tras aquellos días, tras aquella guerra, todo elmundo se acostumbraba aella.Anadie legustaba,perosuomnipresenciahacíaqueno importasedemasiado.Encualquiermomentopodíatocaraquienfueraconsuguadaña,peroeramejornodarlevueltas.
—Espera.Miquel se quedó quieto unos instantes, mientras el Bachiller se perdía en la
oscuridad.Abrió los ojos.Distinguió algo. En la cámara, a través de una pequeñagrieta que se abría similar a una cúpula, entraba algo de luz.Vio variasmáquinasparadas.Parecíaqueestuvierandormidas.
—Ven—dijo de nuevo el Bachiller. Estaba en el extremo de uno de aquellosconvoyesdemaderaquesobrevivíanapesardelfríoinvernalyelolvido.
Miquelcaminólentamente,descolgándoseelmáuserycogiéndoloporelcañón.
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ElBachillerhabíaentradoen lacabinadeunadeaquellasviejasmáquinas.Estabasentadoenelsuelo,juntoasucarabinatigreycondoslatasdecarnerusa.
—Escondíestoaquí.Sitedigolaverdad,nuncapenséquelofueraanecesitar.Laverdad.
Miquel se sentó.Teníahambre.Aquellacomida lehabíahechohastaolvidarelmiedo.
—¿Lasescondistetú?—Sí. Antes de ir al frente estuve aquí unos días. En las cocheras. También
teníamosunpequeñodepósitodealimentos,peroyanoquedanirastro.Soloesto,yporqueloescondíentrelosraíles.
—Hasestadoenmuchossitios—dijoMiquel.Sucompañerolepasóunalata,quehabíaabiertoconlabayoneta.—Yesperoestarenmuchosmás.
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—¡Coronel!—gritó el sargento Ríos mientras se lanzaba sobre su superior y loempujabacontraelsuelo.
Lapareddeunedificiopróximoestallóenmilpedazosalrecibirelimpactodeunproyectildeunabatería fascista.Losdoshombresquedaroncubiertosdelpolvodeloscascotesquevomitabaelmurodestrozado.
El sargento cogió al coronel por las axilas y lo arrastró entre el barro y losescombros hasta el portal de una casa que parecía abandonada. El suboficial sedescolgóelsubfusilyapuntóalanada.Elimpactodelproyectilhabíasumergidoenneblina la estrecha calle. Ya no se oían los nidos de ametralladora próximos quedescargabansumuniciónhastapocoantes.
—¿Coronel?—preguntóelsargentoobservandoalviejooficial.Estaba tumbadoenel sueloy respirabacondificultad.Porsunarizsalíapolvo.
Respirabadespacio.Suuniformeestabasucioylospocospelosdesucabezaestabanrevueltos.
—Gracias,mehasalvadolavida.Elsargentosonriósinabandonarsuposición,vigilante.—Nostendríamosquehabermarchado.Tardeotempranonosmatarán—dijo.—Yaledijequesefuera.—Ustednoquiso,yyoestoyasusórdenes.—Peroleordenéquesefuera.Ahoranovayaahacermesentirculpable.El coronel tosió, sepuso enpiey se sacudió el polvo.El sargento se loquedó
mirando,agachado,consuarmafirme.—Agáchese,señor.—Debendehaberentradoenlaciudad,perotodavíaestánlejosdeaquí—dijo.—Nocreoqueesténtanlejos,sargento,porlomenosnotodos.Acabadeexplotar
unnidodeametralladoras;sisabíandóndeestaba,esporquetienenvigíasqueleshanmarcadolascoordenadas.
ElcoronelbuscóensuchaquetaunpaquetedeLuckyStrike.Nofumabadesdehacíameses.Habíaguardadoaquelpaquetedecontrabandoparaunaocasióncomoesa.
—¿Quiereuno?—Gracias, señor.No estoy acostumbrado a tantos lujos.Y lo cierto es que ese
tabacodepicaduramezcladaconmierdameestádestrozandolagarganta.Losdoshombresseapoyaronenlapared,quetodavíaresistía.Yacasinoseoíael
fuegodeartillería,aunquesíalgunaametralladoradevezencuando.
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—¿Quécreequeharánconnosotros?—preguntóelsargento.—Nosmatarán.Onosharánprisionerosydespuésnosmatarán—dijoelviejosin
apartarlamiradadelanada—.Usted,sicorremucho,quizátodavíaestéatiempodehuir.
—Yaledijequeno,señor.—Pero¿porquéno?—Porqueestaesmiguerra.—Debedeserdelospocosquepiensaasí.¿Ysufamilia?—Ellosnohanluchado.—Quierodecirquedóndeestán,sargentoRíos.—Murieronenunbombardeo—dijoelsuboficial,mientrasexpulsabalentamente
elhumodelcigarrillo.El coronel apagó la colilla enel suelo.Seoíanalgunasdetonacionespróximas,
perodebíandeserdealgúntanqueruso.—La casa a la que fuimos ayer… ¿Era la suya? —preguntó el sargento,
conscientededóndeseestabametiendo.—Sí.—¿Muriósumujer?—preguntóconsuavidad.—No.Mimujermurióalprincipiodelaguerra,porcausasnaturales.Meimpactó
lavisiónde lacasaporqueeraunrecuerdodemipasado.Yestabadestrozada.Porsuertenodebopreocuparmepormishijos,porquenotengo.
—¿Nohuyeporeso?Quierodecir,¿porquenadieleespera?Eloficialseloquedómirando.Aquellaobservacióneradesgarradora.—No.Nohuyoporquenunca lohehecho.Nohuiel18de julionidurante las
purgasanterioresa lacreacióndelEjércitoPopular.CuandoseprodujoelgolpedeEstado,casiloprimeroquehicefueinstalarmeenelcuartelLenindelosmarxistas,para supervisar las instrucciones que se daban durante dos días a niños de quinceañosquesemanasdespuésviajabanalfrenteparamearseensuspantalonesllenosdepiojos. Lo hice porque pensaba que era mi obligación. Como lo es quedarme enBarcelona. Pase lo que pase. Quizá sea también lo que dice usted: realmente, notengomotivosparahuir.
—Yotampocohuyo,coronel.Elviejofruncióelentrecejoyseapretólacasaca.Aqueldíahacíabastantefrío.
Elcieloencapotadodetodoslosdíasanterioresapenashabíadejadopasarhastaallíabajoundébilrayodesolconquecalentarseenaquellaciudadagónica.
—¿Adóndevamos?—preguntódenuevoelsargento.Elviejomilitar sacóde subolsillounpañuelogris, limpióunagranpiedraque
habíaalladodedondeestabanysesentóencima.—Ahorasolonosquedaesperar.
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Elsargentosonrióyvolvióamostrarsealerta,apuntandoalanada.Elcoronelextrajootrodesuscigarrillosyseloofrecióasuguardaespaldas,que
volvióaaceptar.Paraelsargento,trasbastantesdíasymuchoscigarrillosdetabacopicado,aquelloeraunverdaderolujoamericano.Tansoloaspirabaapodertomarunatazadecaféantesdemorir.Esosíqueleharíafeliz.
Enlaotrapuntadelaciudad,soldadosdelEjércitoPopularhuíanporlafaldadelamontañadeMontjuïc,trassersorprendidosporelenemigocuandolevantabanlasúltimasbarricadas.Justoenaquelmomento,loslegionariosylossoldadosdela105División del Cuerpo de Ejército Marroquí empezaban a escalar la montaña endirecciónalcastillo,dondesoloaguantabaunamínimaresistenciaquenodisparóniunsolotiro.Alastresdelatarde,lastropasdelaQuintaDivisiónNavarra,bajoelmando del general faccioso Juan Bautista Sánchez, tomaban la otra montaña queobservaBarcelona:elTibidabo.
En ese momento, el grueso de las tropas fascistas comenzaba a bajar hacia laciudad,estrangulandolapocaresistenciaquequedaba.
A las cinco de la tarde, los tanques entraban en la ciudad y daba comienzo unimprovisadodesfiletriunfalporlaGranVía.
«Mierda»,pensóelcoronel.Ynoseequivocaba,tantanicotinadegolpelehabíarevuelto el estómago y el esfínter, y eso que estaba, en teoría, completamenteestreñidodesdequehacíaunosdíaslehabíadadoelúltimoataquedelumbago.
—Creo,sargento,quenecesitounratodeintimidad.El suboficial sequedómirandoconcuriosidadalviejo.Noentendíaqué era lo
queleestabapidiendoahora.—¿Señor?—Meestoycagando,sargento.Ycreoque,aunquemeduelalaespalda,lopodré
hacersinsuayuda.—Sí,coronel.Enmediodelosescombrosdeaquellacasaderrumbadacreoquees
unbuensitio.—Gracias.Nosepreocupe.Noeslaprimeravezquetengoqueiracagarenel
frentedebatalla.El frente debatalla…Aquello era en lo que, teóricamente, se había convertido
Barcelona, a pesar de que ya no se oían tiros y de que hacía casi un día que lasbombas de los aviones no caían sobre la ciudad. Seguían sobrevolándola, pero losavionesselimitabanaobservarladesdeelaire.
El coronel entró dentro de lo que quedaba de la casa, se agachó, no sindificultades,ysepreparó.Sinoseequivocaba,todoseríamuyrápido.Ysinduda,si
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eraasí,aquelloseríaunabuenanoticia:elfríoenaquellaparteinferiordelaespaldano era demasiado bueno, y casi le preocupabamás el lumbago que el final de laguerra.«Detodosmodos,yahehechotodoloquedebíahacer,yhesidolealamisprincipios»,pensómientras,todavíaagachado,buscabaunapiedralosuficientementenobleparasutrasero.
—Alto—dijo una voz a su espalda,mientras sentía como se clavaba cada vezmáselcañóndeunfusilensunuca.
Elcoronelsequedóquieto.Debíandeserfascistas,yacasinoquedabansoldadosdelossuyos.ElgrupomáspróximoestaríaamásdetreintakilómetrosdeBarcelona,másalládeSabadell.
—Levantalasmanos—dijodenuevoaquellavoz.Noestabasolo.Elviejooyóelcrujidodealgunasbotassobrelosescombrosdela
casa.—¿Medejanacabarantes?Hubounsilencio,hastaqueunavozmás lejanaconun fuerteacentodeLleida
hablótambién:—Acabe,coronel.Tampocoesquetengamosyademasiadaprisa.El viejo militar acabó y se irguió con mucho cuidado, con las dos manos
levantadas.Ellegionarioquelehabíaclavadoelfusilbuscóelarmadelacartucheradelcoronel,peronolaencontró.
—¿Ylapistola?—preguntó.—Semeolvidó.—¿Seleolvidó?—preguntódenuevolasegundavoz.ErauntenientedelCuerpodeEjércitoMarroquí,debigoteafiladoyrostromuy
delgado.—Elotrodía,cuandosalídelapensión.—¿De la pensión?—repitió el soldado, que, como si se lo hubieran ordenado
antes,cargóelfusilyapuntódirectamentealacabezadelviejomilitar.—Soldado,nodispare.AestenoslollevamosaMontjuïc.Tenemosunaprisión
paramildoscientasratasqueahorahaquedadototalmentevacía.ElsargentoRíosobservabatodalaescenadelejos.Desdesuposiciónhabíavisto
cómodelaneblinadelatardeceraparecíaungrupodesoldadosfascistasquellegabana la casadonde estaba el coronel.Al principio, inclusohabíapensadodescargar elsubfusilsobreelenemigo.Pero,depronto,sediocuentadequetampocoteníatantasganas de morir. Quizás el sentido común de su época de tabernero le habíaconvencidodequelomásrecomendablepodíaserhuir.¿Adónde?Esoeraotracosa.
En el momento en que vio que podía salir corriendo, lo hizo, en dirección alcentro de la ciudad. No sabía por qué, pero intuyó que debía evitar las callesprincipales; estaría un pocomás seguro en los barrios obreros de las Ramblas. Se
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esconderíahastaquetodoaquellopasara;hastaque,deunavez,Franciasedecidieraaintervenir.LasmismascallesdondeelrecibimientoalossoldadoshabíasidomássilenciosoqueenlapropiaplazadeCatalunyaoenlaGranVía,ydondehabíanvistopasar las columnas de moros casi sin presta atención. Las mismas calles dondetodavía centenares de personas semovían nerviosas con sus pertenencias.Algunashuían. Otras llegaban. El sargento Ríos corría sin descanso, hasta que encontrórefugio en un pequeño sótano cerca de la pensiónMontseny.En esemomento, lastropasfascistasllegabanalaantiguaplazaSantJaume,tomabanelAyuntamientoylaGeneralitat,yredactabanlasiguientenota:
A las cuatro y media de la tarde del día de hoy han sido tomados laGeneralidad y el Ayuntamiento por el capitán de la Legión, Víctor FelipeMartínez.Barcelona.
26deenerode1939.ActuandocomotestigosRafaelGarcíaAroca,MiguelVergésOller,yJosé
Suñé,comosecretario.
La leyeron delante de la gente que, poco a poco, fue llenando la plaza.Así, elperiodistaJoséMaríaJunyenthacíaunodelosprimerosdiscursosdelnuevorégimenenlacapitalcatalana.
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ElcoronelandabaconciertadificultadporlaplazadeEspaña,escoltadoporvariossoldados.Comoél, en ungoteo constante,miembros delEjércitoPopular llegabanconlosbrazosenaltoydesarmados.Aparecíandepronto,deentrelaoscuridad.Eraunafríaygélidanochedeinvierno,deunacalmayunsilenciotenebroso.Parecíaqueenlaciudadtansoloquedabaelecotrágicodelassirenasydelosdíasanteriores.Afaltade farolasque funcionasen, estaba llenade sábanasy traposblancoscolgadosjunto a las banderas rojigualdas que habían recibido a los soldados, que habíanentradosinapenasresistencia.EraunaBarcelonadormida,sinalma,trastresañosdeguerra.
—¿Muchos traidores,capitán?—seatrevióapreguntarelcoronelaloficialqueparecíaestaralmandodelgrupodelegionariosquelehabíanhechoprisionero.Sabíaqueeracatalán, lehabíaoídohablarconel tenientequeencabezaba lamarchaconacentodeLleida.
—No demasiados, coronel. Haymucha gente que ha huido a Francia. Hoy hahabidomuy poca resistencia; ya veremos en los próximos días. Dependerá de lascausaspendientesconlasquenosencontremosenlaciudad.
—¿Causaspendientes?—Republicanos, socialistasysindicalistas.Yaveremoscuántoscaenapartirde
ahora.Deesoyaseocuparánlostribunalesmilitaresylosfalangistas.ElcapitándelosregularescogióelpaquetedeLuckyStrikequeasomabaporunodelosbolsillosdelachaquetadelcoronel.
—¿Ustedquiereuno?—No,gracias,capitán.Laúltimavezquemefuméuno,alpoco,caíprisionero.El militar se encendió el cigarrillo y ofreció el paquete al teniente y a dos
soldados moros, más preocupados en seguir con la mirada la cadena de oro quecolgabadelcuellodelcoronelquedeltabaco.
—¿Quéhacíasolo?Esdelospocosoficialesquehemosencontrado…—Resistir…—Coronel,ustedparecemilitardecarrera.Elviejomiróalcapitán.Debíadetenerpocomásdetreintaaños,lamitadqueél.
SurostroendurecidoporelsolylasangredelSáharalohacíanparecermuchomayor.—Másquedecarrera,digamosque llevomuchosañosenelEjército.También
estuveenÁfrica.—¿EstuvoenAnnual?—YenNador,yenladefensadeMelillaantelosrifeños.
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—¿Ycómohaacabadoasí?Elviejolomiró,indiferente.—Me entraron unas ganas irresistibles de evacuar después de fumar.Entonces,
¿vamosaMontjuïc?Elcapitánafirmóconlacabeza.—Esaeslaorden.La plaza de España se iba llenando de más y más soldados y ciudadanos
anónimos, espontáneos, que acudían con las banderas rojigualdas y con cestas ybolsosvacíos,queesperabanllenar.Lossoldadosrepartíansuspropiasracionesylacomidaquehabíanconseguidodelossaqueosdelosdepósitosrepublicanos.VariostanquesbajaronporlaavenidaMaríaCristina,pordondeelcoronelsubíaescoltadohaciaelcastillodeMontjuïc,tantasvecesutilizadoparabombardearlaciudad,másqueparadefenderla.
Alavez,ibanllegandomássoldadosprisioneros,chicosdequinceaños,concarademiedoydehambre.
—Aquí lo dejo, coronel. Suerte —dijo el capitán de los regulares antes deestrecharlelamanoalviejo.
—Gracias—contestóelotromilitar.Elcoronelseloquedómirandohastaqueelteniente,quesehabíaquedadoasu
lado,selepusoenfrenteylogolpeóconelpuñoenelestómago.—Paramí eres un rojo, unmierda y lo que temereces, y lo que te harán será
pegarte un tiro en los huevos.Y dame el tabaco—dijo, antes de empujar al viejomilitarparaquecontinuaraelcamino.
El capitán de los regulares,Matías Puig, volvió por la avenidaMaría Cristinahasta llegar a laplazadeEspaña, donde empieza el recintode laExposición.Allí,entre lamultitudqueofrecíamuestrasdeentusiasmo,habíacuatro tanquesyvarioscamiones.TambiénelcomandanteGarriga,connuevasórdenes.
El capitán no dejaba de pensar en aquel viejo. Desde que había empezado laguerra siempre había evitado pensar. Solo cumplía órdenes. E intuía que aquelcoronel había hecho lo mismo. Si no, seguramente, habría sido general, y no lohabríandetenidodefecandocuandotodounregimientodemorosestabatomandoelbarriodelPuebloNuevo.
Elcapitánsesentíacontento.Porfinhabíavuelto.Porunmomentoselepasóporlacabezalaideadeirseasucasa,enlacallePelayo.Seguramentetodosestaríanenesemomentoenlacalle,participandoenunadelasmanifestacionesespontáneasderecibimientoalastropasfranquistas.Estabanapuntodeacabarmásdedosañosdehambreydesufrimiento.
—Comandante—dijoelcapitánMatíasPuiglevantandoelbrazoderechoconlamanoextendida.
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—Capitán Puig. Me alegro de verle. Ha sido un éxito—respondió el oficial,olvidándosedecualquiersaludoreglamentario.
—LaverdadesquehasidomuyfácildesdequeelotrodíallegamosaSantFeliude Llobregat. Solo tres de mis hombres han disparado contra un nido deametralladorasque,además,estabavacío.HemoshechoprisioneroauncoronelenelPuebloNuevo.
Elcomandanteseloquedómirandosindecirnada,mientrasseacomodabaenunasillaqueunujierlehabíatraído.Noeralahabitualsilladecampaña.Erademaderasólida, con un recuadro dorado en la parte superior.AMatías le recordó a las queteníanenunadelassalasdevisitasdesuprincipaldelacallePelayo.
—Excelente, capitán. Las órdenes son establecer a un grupo de soldados en laciudadyqueelgruesocontinúehaciaFigueresparacazara esemierdadeNegrín.UstedsequedaráenBarcelona,juntoalrestodemishombres.Elmandodelaciudadmehapreguntadoquiéneramimejoroficialparauntrabajoderesponsabilidadyleshedadosunombre.Notengomuchainformaciónalrespecto,cuandosepaalgoselodiré.Pero,almenos,sepodráquedarencasa.
—Sí,señor.Gracias,señor.—¿Algunapregunta?—¿Tengopermisoparairaveramimujer?—Lotiene,capitán.—Gracias,señor.Cuandoseiba,elcomandanterequiriódenuevosuatención.—Matías,unacosa.Antesdemarcharse, envíea algunosde sus soldadosa los
túnelesdelmetro.Quelosrecorran.Especialmentelosquetenemosaquídebajo.Solonos faltaba que las ratas estén escondidas allá dentro y que nos sorprendan estanoche.
—Sí,señor.El capitán anduvo hasta la base de la plaza, donde lamayoría de los soldados
esperaban sentados en unas grandes escaleras en torno a una hoguera que habíanencendidoparahacermássoportableelfrío.Lamayoríadesushombreseranmorosyestaban acostumbrados a las bajas temperaturas del desierto, pero, aun así, aquelinviernoestabahaciendodemasiadofrío,quizáporlapropiaguerra.
—Sargentoprimero—dijoalllegaralgrupo.Alcabodeunossegundos,unhombredesarreglado,conbastanteskilosdemásy
con un uniforme sucio por muchos meses de campaña se presentó ante él,cuadrándose como si se encontrara en medio del más solemne de los desfilesmilitares.
—Señor.—Mande a diez hombres a recorrer los túneles delmetro de aquí debajo.Que
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vayan con cuidado y que disparen a lamásmínima sospecha.El resto, vayan a laplazadetoros.Eltenientesequedaalmando.
—Sí,señor.Sindecir nadamás, el capitán, despuésde informar al teniente, se alejóde sus
hombresy se adentróenunaciudadcasi completamenteaoscuras,puesaúnhabíamuchosproblemasconelsuministroeléctrico.Escoltadoporsusdossoldadosmorosfueabuscarasumujer,alaquenoveíadesdeantesdel18dejuliode1936,cuandoenunavióndetransportedepasajerosalemán,unJunker,atravesóelestrechoy,enlapenínsula,sepusoalasórdenesdelgeneralYagüe.
—¡Toledano!—gritó el sargento dirigiéndose a un legionario de cerca de dosmetros,ycasitodavíamásancho.
Aquel tipo destacaba por su corpulencia, y más aún entre aquel conjunto desoldadosfamélicos.
Elsoldadoseacercóadondeestabasusuperior.—Cojaadiezmorosymétaseallíabajo.—¿Enelrefugio?—No,ignorante,esoeselmetro.Baje,novayaahaberalgúnrojoescondidoque
tengalaideadevolarnoslaspelotasestanoche.Conciertadesgana,eltipolevantólamanoderechayeligióadiezmoros,conlos
quesabíaquepodíaestarmásomenostranquilo,aunquelostuvieraasuespaldaenun túnel oscuro. Eran compañeros, o algo así; sin embargo, esosmismos, cuandoFranco no les pagaba, eran los que, ante cualquier distracción, cualquier noche devinos,acababancortandoelcuellodealgúncristianoenelnortedeÁfrica.
ElToledano,alquellamabanasíporquehabíanacidojuntoalasinagogadeSantaMaríalaBlancadeesaciudad,sedirigióalmetro.Paraéleraunaexperiencianueva;nunca había entrado, ni siquiera en el deMadrid. Aquello parecía demoníaco, unagujero allí enmedio y, además, en territorio de los rojos. Se santiguó y bajó lasescaleras con los otros diez soldados, con el fusil a punto. De abrir el paso seocupabandosmorosdepieltanoscuraquesinohubierasidoporsusropasblancassehubieranconfundidoconlaoscuridaddeltúnel.
ElToledanobajóhastaelandén.Allínohabíanadie.Silasensaciónquelehabíadado la ciudad al entrar aquelmediodía era fantasmal, el lugar por donde andabaahora parecía una cripta maldita presidida por dos grandes raíles de metal quellevabandirectamentehastaelInfierno.Apenasveíapocomásdeloqueteníaaunmetro.Buscódentrodesumochilaalgunavela,peronoencontrónada.Unode losmorosllevabauna,peroelairegélidoquerecorríaaquellostúneleslaapagaba.
—Sigamos adelante, y atentos—dijo dirigiéndose hacia el túnel, todavía másoscuro.
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Tansoloseoíanlospasossigilososdelosmoros.Aquelmalditoairequeleentrabaporelcuerpoleponíanervioso.—Alto—dijoenvozbaja.Lospasosdesushombresenmudecieron inmediatamente.Habían llegadoauna
gransalaenlaquehabíaalgodeluz,laqueentrabaatravésdeunorificiodeltecho.Luzdeestrellasapagadas.Aquellailuminacióntenue,aquelfrío,aquelsilencioylasgrandesmáquinasde trenparadashacíanqueparecieseque estaba enmediodeuncementeriodemetal.Conlamanoseñalóasussoldadosquesefuerandesplegando,andandodespacio, con los fusiles apunto,perouno juntoalotro,paraevitarbalasperdidas.Élsequedóatrás,mirandoentodasdirecciones.
ElBachillerobservabaelavancedelossoldadosescondidodentrodeunvagón,juntoaMiquel,aquiendespertósuavemente,ensilencio.
—¿Quépasa?—preguntóalnotarlamiradatensadesucompañero,queteníalacarabinaapunto.
—Hayunadecenademorosquevienenhacianosotros—murmuróelBachiller.Miquel dudó si incorporarse, por miedo a hacer algún ruido que alertara al
enemigo. Poco a poco se arrastró hacia elmáuser, que dormía plácidamente a suspies.
Losmorosestabanaunoscienmetros.Omenos.—¿Hayotrasalida?ElBachillernegóconlacabeza.—Solosepuedesalirporeltúnelqueestáasusespaldas.O,sino,poralláarriba
—dijoseñalandoconlamiradalapequeñaaberturadeltecho.Porallíeraimposible.—¿Ysiesperamosaqueesténbiencercaypasamosporsuladocorriendohacia
eltúnel?Quizánotengantiempodereaccionar—soltóMiquel.Losmorosestabanmuycerca.Noeraunplanquelesaseguraranada.Perosise
quedabanallí,caeríancomoratas.Salircorriendoeraunaopción,aunquesuperadoelprimer peligro no sabían si detrás de aquellos soldados habría más. O si se losencontraríanenotrostúneles.Enlasuperficieseguro,portodaspartes.Siyaestabanallíabajo…
PeroelBachillerasintió.Aceptóelplandesucompañero.Conpasospequeños,yagachados, salierondel treny se tumbaronenel suelo, justodelantede losmoros.Dejaronlosfusilesasuladoydecidieronquesaldríancorriendocuandolostuvieranaunoscincometros.Notendríanmargensuficienteparareaccionar.
—¡Ahora!—gritóelBachiller.Miquelselevantójuntoasucompañerolomásrápidoquepudoysaliócorriendo
comonuncaanteslohabíahecho.Enelmomentoenqueseimpulsóparaponersedepieviolacaradesorpresadeunodelosmoros.Fuecuestióndesegundos,perosintiócomocadaunodelossoldadosenemigossetirabanhaciaatrás,paraganartiempoy
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cargarsusfusilesantelapresenciadeunenemigoinesperado.Oyóloscerrojosdelosfusiles,peroningúndisparo.Sintiósuoloralpasarjuntoaunodeellos.Dejóatráslafilade soldados.ElBachiller tambiénavanzaba rápidamentehacia laoscuridaddeltúnel.
Cuandosecreíaasalvoempezaronlosprimerosdisparos,lasprimerasbalasquepasaban silbando por encima de su cabeza. No dejó de correr ni se giró hacia sucompañero,hastaqueseoyóungemidoahogado.Después,ungolpesecocontraelsuelo.Miquel tratódeseguirhacia laoscuridaddel túnel,peronopodía.Segiróycorrióhaciaelgritoahogado.Lasbalasseguíansilbandodentrodeltúnel.
—¿Joan? ¿Bachiller? —dijo tratando de encontrar su mirada en la oscuridad.Chocó con un cuerpo que yacía en medio de las vías. Se agachó; allí estaba sucompañero,conlosojoscompletamenteabiertos.Brillabanentretantaoscuridad.
MiquelllevósumanoalpechodelBachiller.Semanchódesangre.Norespiraba.Estabamuerto:unabalalehabíaatravesadoelcorazón.
—¿Dónde crees que vas?—preguntó el Toledano aguantando su fusil con unasolamano.
Miquelsegiróhaciaaquellavoz,paralizado.Eraelrostrodelaguerra.Sindecirnadamás,ellegionarioestrellólaculatadelfusilsobreél,queresbalóhastaelsuelo,dondequedótumbadoalladodesucompañero.
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—«Barcelona para la España invicta de Franco»—leyó en voz alta donAntonioMarsillachantesdedejarsobrelamesaelejemplardeLaVanguardia—.Ya loves,notenemosnadaquetemer.
Se sentó junto a sus amigos de tertulia de toda la vida, el farmacéutico, donJulián,yelpropietariode lacasade telasquehabíacercadelcaféydueñodeunafábricatextilenSabadell,donJacintoBenavente.
—EnlapáginatresestánloshimnosdelossoldadosdeFranco,elfalangistaCaraal sol y el carlistaOriamendi. Nos los tendríamos que aprender —continuó donAntonio,alavezquelevantabalamanoparallamaraunodeloscamarerosdelcafé.
Esegestolosatisfizo.Sehabíavestidoconsumejortrajetansoloparairaaquellocal que había cerca de las Ramblas de Barcelona. Ese día, quería tomar café yhablarconsusamigos,perocomolohacíanhastaantesdelaguerra.Enlosprimerosmeses de contienda, había renunciado, como muchos, a vestir ropas lujosas paraembutirseenunmonoazulcomocualquierobrero.Eraunaformadesalvarlavidaparaunburguéscuyafortunanoleobligabaatrabajar.Entoncesnopodíatomarcafé,porquenoestababienvisto,yloscamareroslotratabancomoauniguale,incluso,no aceptaban propinas. Decían que eran denigrantes. Después, cuando pasaron losprimerosmesesyloscomunistassehicieronconelpoder,einclusoantes,yapodíallevar de nuevo sus ropas burguesas, y las propinas ya no estaban mal vistas. Alcontrario, siemprequeno fueranextremadamente lujosas.Perocafé tampocopodíatomar, pues no había. Con la llegada de los nacionales, esperaba poder hacerlo.Llevabamuchotiemposoñandocontomarcafé.
Esamañana se había despertado como si aquellamaldita guerra nunca hubieraexistido. Una guerra que, a pesar de su fortuna, había provocado que la ropa lequedaraholgada.Ante tododeseabavolvera lanormalidadyasucafé.Él tambiénqueríaqueaquel27deenerofueraun«comodecíamosayer»,quehabíadichoFrayLuisdeLeónalvolveradarclasetrasañosdeprisión.
—Señor—intervinoelcamarero,quesepresentóantedonAntonioconuntrajeinmaculado.
—Uncafé.—Losiento,señor,notenemoscafé.Perohayté.DonAntonio loobservó,desilusionado,y conungesto aceptó suofrecimiento.
Seríaté.Siguióconlamiradaalcamarero,quepasóconmuchocuidadojuntoalasmesas,entreclientesbienconocidosparadonAntonio.Aqueldíamuchagentehabíadecididosalirporfinalacalle.
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—Quizásestonocambietanto.Tampocohoyhaycafé—dijo,decepcionado.Susdosamigoslomiraron.—Claro que cambiará—respondió finalmente don Julián, que esperaba al fin
tener acceso a las materias primas, cuya ausencia le había obligado a mantenercerradasufarmaciadurantelosúltimosmeses.Aunasíestabatenso.
—«Caraalsolcon lacamisanueva,que túbordasteenrojoayer,mehallará lamuerte sime lleva y no te vuelvo a ver…»—comenzó a canturrear donAntonio,leyendolapáginadelperiódico.
—¿Es una de las canciones que nos tenemos que aprender? —preguntó donJulián.
DonJacintolomirósinsaberquécontestar.DonAntonioseguíafastidiadoporlafaltadecafé,aunquemurmurabaalegrementeelCaraalsol.Elcamarerolesirvióunté.Elmurmullo del bar era casi constante.Allí dentro hacía un calor que permitíaolvidar fácilmente las bajas temperaturas de fuera. Y si no hubiera sido por lasmuchas personas uniformadas que había en el local, y por la falta del café, quizátambiénsehabríanolvidadodequeestabanenguerra.Elmalditocafé.Era lagranpasióndedonAntonio.Siemprelehabíagustado,desdepequeño.Ensucasa,consuspadres, siempre tomaba café. Especialmente a aquellas horas de la mañana. Cafétorrefacto,elqueseobtieneañadiendoaltostadodelcaféunquinceporciento,comomucho,deazúcar,yquehacequeatemperaturasdedoscientosgradoscentígradoselazúcarsecarameliceyseadhieraalcafé.AsíescomosetomabaenEspaña,Francia,Portugal,CostaRicayArgentina.ParadonAntonio,eseeraelcafédeverdad,ynocomolotomabanlosalemanes.
—A ver si ahora nos obligarán a tomar café como lo hace Hitler—soltó donAntonio.
Susamigosnosupieronquécontestar.Seconocíandesdehacíamuchosaños,desdeelsigloanterior.Laqueacababande
vivirhabíasidoparaelloslasegundaRepública,ylaqueibaaempezarnoseríasuprimeradictadura.Sinembargo,comootrosmuchos,nohabíanpensadoquelaguerrafueraadurartanto.
—¿Mañanairásalafábrica?—lepreguntódonJuliánadonJacinto.—Tengo que ir. Ya sabes que es una parte muy importante del patrimonio
familiar. Aunque, la verdad, no sé cómo estará. Hemos tenido mucha suerte desobreviviratodoesto.
Mientras lodecía,donAntoniobuscóen losbolsillosdesuchaqueta.EnaquelmomentonorecordabasihabíadestruidoelcarnédeafiliadoalaCNTquetanbuensalvoconductohabíasidoparaunfervientecreyenteenlaLigaRegionalistaduranteaquellosañosdeguerrayderevoluciónfrustrada.
—NosésiesseguroquevayasaSabadell—intervinofinalmenteelfarmacéutico,
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quenodejabadeobservarloshimnosescritoseneldiario.—Hombre,donJacinto—saludóuncapitándelosregulares.EraeloficialMatías
Puig.—Matías—dijodeformaentusiastaelhombre.Noeraparamenos.Aquelmilitar
erasuyerno,elmaridodesuúnicahija,conelquenohabíapodidohablardesdequehabíaempezadolaguerra.DonJacinto,aunquenuncaanteslohabíahecho,rompióallorar.
—Tranquilo,donJacinto;tranquilo.Yahaacabadotodo.—¿Estásbien?—Yalove.Triunfal—dijo,aunquenosonreía.—¿Yahasvistoamihija?—Sí.Estáalgomásdelgada,peroyaveoque lahacuidadocomocorresponde.
¿Ustedseencuentrabien?—Muybien,hijomío.—Siéntateconnosotros—lepropuso.—Nopuedo, don Jacinto.Vengo a buscar a un comandante.Tenemosque ir al
mandoavanzadopararecibirnuevasórdenes.Debomarcharme.Yanosveremos.MequedoenBarcelona,parecequedefinitivamente.Yalecontaré.Ygraciasporcuidardemimujer—dijoalfinal,antesdedarleunabrazoasusuegro.
—Esmiúnicahija.—Graciasdetodasformas.Elmilitarseperdióentrelasmesasdelcaféysalióporlapuerta.—Miyerno—dijo finalmentedon Jacinto.Yahabía superado los sesenta años,
perolaguerralehabíahechotodavíamásviejodeloqueempezabaaser.—Con esta familia no creo que tengas ningúnproblema con los franquistas—
repusodonJulián,mientrasseesforzabaenaprenderelCaraalsol.DonJacinto,quenolehabíaprestadoatención,seloquedómirando.—Dice nuestro buen amigo don Julián que, como su yerno ha combatido
triunfalmenteconlosnacionales,nohadetemernada.DonJacintoseloquedómirando,sorprendido.—¿Teníamosalgoquetemer?—Yasabeloquedicen,queestagentesededicaahacerestragospordondeva—
murmuróelfarmacéutico,quehabíaapartadolamiradadelperiódico.—Pero nosotros no hemos hecho nada malo, ¿no? Los estragos también los
hacían los otros. Igual. Insisto: ¿tenemos algo que temer?—preguntó, y soltó unacarcajada.
—Bueno…—repusosuavementeelboticario.—¿Quépasa?—preguntódonJacinto.—Quizáserámejorquevayamosaotrositio…,yoscuentoalgo.
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DonAntonio,sinañadirnadamás,levantólamanoydejósobrelamesaeldinerodesutéydelosdosvinosdesusamigos.Lostres,alinstante,salieronalacalle,enlaquelosrecibióunfríodíadeinvierno.Casisinhablar,sedirigieronaunodelospocos lugares donde se podían sentir seguros en aquella ciudad. O, al menos, entiemposhabía sido su refugio: lapensiónMontseny, a laspuertasdelbarrioChino(tanobrero),muycercadelasRamblas(tanburguesas).
Los tres empezaron a subir las empinadas escaleras del edificio. En el portal,juntoalafachada,algunodelosinquilinosdeaqueldestrozadoedificio,enelquesepodían ver algunos agujeros de bala, ya había escrito con pintura negra un «VivaFranco».
En silencio, subieron a la pensión, que conocían muy bien, de cuando aquelprostíbulohabíavividosusmejoresmomentos,antesdelaguerra.Coneltiempolaclientelahabíaidocayendo.Dehecho,dedarcobijoaseñoritasdevidafácil,conlaguerra,habíapasadoaserresidenciadefuncionariosdelGobierno.
DonAntonioempujólapuertadelapensión,mediocerrada,condonJuliánydonJacintopegadosasuespalda.Seencontrarondecaraconlapropietariadelinmueble,queestababarriendoelsuelo.
—¿Montse?—preguntódonAntonio.Lamujer levantó lamiradadel suelo.Dejó la escobaapoyadaen laparedy se
acercó a don Antonio con los brazos extendidos, en señal de bienvenida. Era tanbajitaqueapenaslellegabaalacintura.
—DonAntonio.Llegaustedmuypronto.Sehaacabadolaguerra,perolaschicasno han vuelto todavía—dijo lamujer,mientras sonreía a aquel cliente de toda lavida.
Élmiró a sus compañeros con cara divertida. Todos habían pasado por allí. Ymuchas veces. Y conocían bien a aquella mujer que tanto placer les habíaproporcionado, no por ella misma, sino por sus chicas. Regentaba uno de losprostíbulos más conocidos de Barcelona, un territorio que se consideraba neutral.Pasaraloquepasaraenlacalle,allísiempresehabíaidoaunamismacosa:copular.Yafueraentiemposdepaz,yafueraentiemposdeguerra.CuandoBarcelonaestabateñida de sangre continuamente, debido a los violentos conflictos entre patronos yobreros, se había llegado a dar la situación de que, en la pensión, se habíanencontradodospistolerosquehabíanjuradomatarseenlacalle.Perounavezarriba,todoquedabaolvidado.Allísoloimportabaelplacerabuenprecio.
—No es eso, Montse. Vengo a hablar tranquilamente con mis amigos. ¿Nosdejaríasunahabitación?—preguntódonAntonio.
Sinmediarpalabra,lamujerfuehastaunaespeciedetarimaquehabíaenlasala,donde estaba lamesa en la que guardaba las llaves.Al abrir el cajón, encontró elarmadelcoronel,laquesehabíadejadoensuhabitaciónlamañanaenquesehabía
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ido. No sabía si había sido un regalo o si, simplemente, había sido fruto de unadistracción.
—Hemosvistodisparosenlapuerta—dijodonAntonio.—Sondeestanoche—contestólamujer.—¿Deestanoche?—Sí. La entrada de las tropas en el Chino fue tranquila. Pero esta noche ha
habido más de un disparo. Creo que han pelado a algún anarquista que quedabatodavíaporaquí.
—Demonios—susurródonJulián,poniéndoseblanco.Unsudorfrío lerecorriólaespalda.
DonJacinto,quevioquesuamigoseponíanervioso,lediounosgolpecitosenelhombro.
—Tranquilo, hombre, que yo sepa no eres ni anarquista ni comunista —dijo,acompañandosuspalabrasconunacarcajada.
Perosuamigonosonrió.«¿Serácomunista?¿Esoesloquenosquiereexplicar?»,sepreguntó.
—Creoquetodavíafaltaporllegarlopeor—dijolamujeraldaradonAntoniolasllavesdelahabitaciónnueve.
—¿Paranosotrostambién?—preguntóél,preocupado.—Paraustedesno.Dealgunaforma,hanganadolossuyos.Yparamícreoque
tampoco.Putassiempreharánfalta.Peorlopasamoslosprimerosmesesdelaguerra,cuandoningunade las chicas quería abrirse de piernas, porquedecíanque era unahumillaciónparalamujeryelserhumano—dijolamujer,quevolvióadondehabíadejadolaescoba.
Sindecirpalabra,lostresamigosfueronhastaelestrechopasillo,dondeestabanlashabitaciones.DonAntonioabriólapuertadelanúmeronueve.Estabaordenada.HastaunashorasanteshabíaestadoviviendoenellaunfuncionariodelaGeneralitatqueahorayacíasinvida,conundisparoenlanuca,enlamontañadeMontjuïc.
Entraronenelcuarto.DonAntoniocerrólapuerta.DonJacintosesentóenunadelasdoscamas,sequedómirandoasusdosamigosysuspiró.Lasventanasestabancerradas, pero, demonios, allí hacía más frío que en la calle. Sacó un paquete detabacoy lesofrecióun cigarrillo.Don Julián, que seguíadepie, rechazó el pitillo.Estabademasiadonervioso.Teníalacararoja,abochornado,apesardelfrío.Pasabaalgo.DonAntoniosesentójuntoalempresariotextil.Ambosobservaronasuamigoensilencio.
Habíanidomuchasvecesaaquellapensión.Dehecho,donAntonioestabasegurodehaberestadoenaquellahabitación.Treshombresrespetables.
—¿Quédemoniospasa,Julián?¿Porquétantomisterio?—preguntódonJacinto,encendiendoelcigarrillo.
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Elfarmacéuticosemovíanerviosamentedeunladoaotrodelahabitación.—¿Noseráscomunista?—preguntóconsornadonAntonio.Anadielehizogracia.DonJuliánparecíatodavíamásnervioso.Deprontoseparódelantedeellos.—Meacuestoconhombres—dijo.Sus dos amigos empezaron a reír nerviosamente; sin embargo, al ver que no
estababromeando,callaron.DonAntonioselevantódelacama,exaltado.—¿Aquéterefieres?Estáscasado.Yhemosvenidoaestacasamilesdeveces.Elboticariobajólamiradaalsuelo.—Esverdad,peromegustanloshombres.DonAntonio,ensilencio,sintiórepugnanciadelquehastaaquelmomentohabía
sidosuamigo.Nodijonada.Nisiquieralomiró.DonJacinto,simplemente,tratódenopensar.
—Y tengomiedo.Séquea losnacionalesno lesgustan laspersonas comoyo.Lesdanpalizas,cuandonolosmatanenlascunetas.
DonAntoniosiguiósindecirnada.—Pero…—Esasí,amigos.Paraellossoycomouncomunista,opeor…—Pero no tienen por qué saberlo, y tú quizá te puedes curar—continuó don
Jacinto.—Lovanasaber.Yestonoesunaenfermedad.—Nodigastonterías.Claroqueesunaenfermedad.¿Ycómodemonioslovana
averiguar?—preguntódonJacinto,alavezquesesentabadenuevoenlacama,aúnmásnervioso.
DonAntoniocontinuabasindecirnada.—Mehanvistomuchaspersonas.TrabajabaenelParalelo.—¿TrabajabasenelParalelo?—Enunespectáculo,enunodesuscafés.—¿Cómo?DonAntoniosesentíaengañado.Nosabíaquédecir.¿Porquénoleshabíadicho
nada?Aquelmalditoboticarioloshabía traicionado.DonJuliánsiguióhablandodesusmiedos,sinquedonAntonioledirigiera lamirada,sinquedonJacintopudieraapartar su mirada de él. Al cabo de media hora, tras diez minutos de silencio,decidieron abandonar la pensión.Ni siquiera se despidieron deMontse, a pesar dequelostrespasaronsulado.
—Antonio,losiento—dijodonJulián.Ni siquiera lomiró.Aquel ya no era su amigo.Unmaricón.Cuánto tiempo le
habíaestadoengañando.—Tranquilo, Julián, tranquilo. No tienen por qué saber nada —repuso don
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Jacinto.AlcruzarelportalysalirdenuevoalaestrechacallequedabaalasRamblas,tres
soldadosyuncabose lesacercaron.«Notienenporquévenirabuscarnos»,pensódonAntonio.Desdequehabíanentradolas tropasnacionalessehabíasentidoentrelossuyos.Perodesdequeelboticarioleshabíareveladosuterribleenfermedadteníamásmiedoqueconloscomunistas,losmarxistas,lossocialistaso,incluso,queconlosanarquistas.
—Alto—dijoelcabo.Eraunlegionariodebarbaenjutayrostrocastigadoporelsol.Apesardelfríoibaenmangasdecamisa—.ArribaEspaña—continuó,alavezquelevantabaelbrazo.
—ArribaEspaña—contestaronlostresalmismotiempo,donJuliáncasisinvoz.—¿Pasa algo, cabo?—preguntódonAntonio, a lavezque sacabadenuevo su
paquetedetabacoyofrecíaalosmilitares.—Nada.Rutina.Enséñenmesudocumentación.Estenoesunbarriomuysano.—Porsupuesto.Los treshombresbuscaronsudocumentación; todoelmundoestabaobligadoa
llevarla encima. Don Julián buscó en su chaqueta, pero no encontró nada. DonAntonioydonJacintoentregaronsuspapeles,queelcabolesdevolviótrasecharlesunaojeada.
—¿Yusted?—lepreguntóelmilitaralfarmacéutico,quesesentíacadavezmásnervioso.
Noacertabaapronunciarningunapalabra.—¿Nolaencuentras,Julián?—preguntódonJacinto.Elfarmacéuticoestabablanco.—¿No tiene ninguna documentación? —preguntó el jefe con cara de pocos
amigos.Elfarmacéuticonegóconlacabeza.—Muybien.Puessevieneconnosotrosmásabajo.Allíloidentificaremosconla
ayudadeunospatriotas.Sinohahechonada,notienenadaquetemer—dijoelcabo,queordenóasushombresqueloapresaran.
DonJuliánestabaapuntodedesmayarse.LossoldadosyelcabocontinuaronsucaminosinquedonJacintodijeranada,sinquedonAntonionisiquieralevantaralamirada.LaMusaRojadelParalelocaíaaquellatarde.
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—Malditos estalinistas, ellos son los verdaderos culpables de todo esto—gruñóAnnaPuçol.
A una distancia prudencial de la ventana, que habían cubierto casi toda concartones,observabaaungrupodepersonasquevitoreabanaFrancoen laplazadeCatalunya. Gente y más gente que ondeaba banderas bicolores y saludaba a losmilitares con entusiasmo y con los brazos en alto. Observó las dos granadas quepermanecían dormidas encima de la mesa y seguidamente se fijó en los ojos deFrançoisBicouson,quenegóconlacabeza.
—¿Quieresmatarlos a todos?—preguntó su compañero,mientras ella apretabaconfuerzasuStardenuevemilímetros.
—Tienes razón.Ellosnoson losculpables.Losque tienen laculpayaestánenFigueres o en Francia. ¡Malditos estalinistas! Acabaron con la revolución del 37.Decíanque larevoluciónseharíadespués,cuandoacabara laguerra.Echarona lasBrigadasInternacionales,nospersiguieronalosmarxistas;mientras,losanarquistasles dejaban hacer. El Llobregat debía ser otro Manzanares. Los obreros debíandefender la ciudad. Pero ellos estabanmás preocupados por salir de aquí con susHispano-Suiza y sus Rolls Royce cargados. ¿Quién iba a defender qué? Si habíanabandonado al pueblo… Malditos estalinistas. La guerra se perdió el 37, cuandomataronlarevolución.
Annasedejócaerenunade las sillasdemimbrequehabía juntoa laventana.Ella, como otros muchos militantes del POUM, había sido perseguida duranteaquellosúltimosañosdelaguerra.Escondidadesupropiobando,aunquenohabíadejado de luchar, a sumanera. La palabra «huida» no existía en su vocabulario, yFrançoishabíaqueridoquedarseasulado.PorellayporlapequeñaLlibertat.Cadadíaseacordabaconrabiadelosmalditoshechosdemayodel37.
Aquelmesterrible,latensiónentreelGobiernoylosanarcosindicalistasllegóasupuntomásaltoenaquellaciudadqueahoraaclamabaalenemigo.Eldía3,másdedoscientos policías trataron de tomar por la fuerza el edificio de la central deTelefónica, muy cerca del piso donde ahora se escondían. Estaba en manos de laCNT.Susmilitantes decidieron resistir trasmeses de humillaciones.La revoluciónestaba a punto de desaparecer, las colectivizaciones por las cuales tanto habíanluchado…Ante el anuncio del asalto, los de la CNT se hicieron fuertes en otrosedificios; lasbarricadasvolvieronaBarcelona,comolosdisparosylasgranadasdemano.Desdeladireccióndelsindicatoseordenabaelfindelashostilidades,perolosobrerosnoqueríanperderloquehabíanganado.ElPOUM,temiendolamuertedela
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revolución,seunióalosanarquistas,alaAgrupacióndelosAmigosdeDurruti.Elgrupohabíanacidoesemismoaño,comoreacciónaldecretodemilitarizacióny,portanto, a la desaparición de las milicias, tal y como había ordenado el Gobiernorepublicano.
El5demayopublicóunpanfleto:
Ha sido constituida una Junta Revolucionaria en Barcelona. Todos losresponsables del golpe de Estado, que maniobran bajo protección delGobierno, serán ejecutados. El POUM será miembro de la JuntaRevolucionariaporqueellosapoyanalostrabajadores.
Sin embargo, el grupo anarquista se quedó solo; y especialmente el POUM,trotskista,noestalinistacomolasfuerzasqueseestabanhaciendoconelGobiernodela República. Ni la CNT (a pesar de que había sido el objetivo de los policíasenviados por el gobierno republicano) ni la Federación Ibérica de JuventudesLibertarias apoyaron a la agrupación, cuya sede fue clausurada. Persiguieron yencarcelaronasusresponsables.
Además, aquella misma tarde del 5 de mayo, seis policías municipales ymiembrosdelPSUCdetuvieronalosescritoresitalianosanarquistasCamilloBerneriyBarbieri.Los asesinaron.Cuando lanoche llegó a la ciudad,FedericaMontseny,miembrodelaCNTyministradeSanidadintervinoenelconflicto.LaCNTapelabaal día siguiente a los trabajadores para que volvieran al trabajo, a la vez que elGobiernoenviabaaBarcelonayaValenciacincomilguardiasdeasaltoydosbuquesdeguerra.LostrabajadoresentregaroneledificiodelaTelefónicacuando,alcabodeveinticuatro horas, los guardias de asalto tomaron la ciudad. Todo aquello acabótambién con el Gobierno del socialista Largo Caballero y con el papel políticopreponderantequehasta esemomentohabíandesempeñado losdosministrosde laCNT,MontsenyyJoanGarcíaOliver.
Los comunistas exigieron la ilegalización del POUM y detuvieron a susintegrantesyresponsables.Sedisolvieronsusmiliciasdelfrente.PerseguidossinquelaGeneralitatfueraconsultadaenningúnmomento,agentesdeStalinsecuestraronyasesinaronasulíder,AndreuNin.Negrín,quesustituyóaLargoCaballero,dejóvíalibrealarepresión.AlgunosmilitantesdelPOUMfueroncondenadosaprisión,trasser acusados de pertenecer a una organización fascista. Muchos salvaron la vidagraciasaLargoCaballero,FedericaMontsenyyJosepTarradellas.
Ella,Enric(elpadredeLlibertat)yFrançoishabíansidodelosliberados,graciasalaintervencióndeTarradellas.Seconocíandesdehacíamuchotiempo.LaantiguaparejadeAnna,Enric, eradeCervelló, igualque el líder catalanista.Sin embargo,ella permaneció oculta, pues había matado a varios estalinistas. Se escondió con
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FrançoisyEnric.AEnricloencontraron,porcasualidadenlacalle,yloasesinaron.Aunque la versión oficial dijo que había muerto en el frente de Aragón. De elladecíanquehabíadesaparecidoenTeruel.
—Noshemostenidoqueocultardelosotros,yahoratendremosqueescondernosdeestos.¡Malditasea!—exclamóAnna,quedejólapistolaenelsueloycomenzóallorar,conlacaraentrelasmanos.
—No podemos estar escondidos toda la vida. Francia e Inglaterra no nosayudarán. Hemos perdido la guerra. Debemos huir a Francia. Aunque sea porLlibertat—dijoFrançois.
Elbebélanzóunpequeñogemidodesdelaotraesquinadelahabitación.Annasesecólaslágrimasconelpuñoytratóderecuperarlacalma.Lecostabahastarespirar.
—¿Creesquealguiennospodrádenunciar?—preguntó,nerviosa.Sepusoenpieyseacercóasuhija,paracogerlaenbrazos,olvidandolapistola
enelsuelo.—Nolosé,peroestenoesunbuenlugarparaestarescondidos.Los gritos de la plaza de Catalunya iban perdiendo fuerza. Ya debía de haber
acabadoelactodecelebraciónordenadoporelgeneralSolchaga,jefedelCuerpodelEjército deNavarra.Conuna sonrisa, el bebé buscó el pechode sumadre, que selevantóeljerseyydejóquelapequeñajugaraconsupezón.
—Tens gana? ¿Queda comida? —preguntó Anna sin apartar la mirada de supequeña.
—Tenemosloquenosdieronlossoldadosfascistasayer.Cuandosalíalacalleaverlos.
—Tearriesgastedemasiado.—Loquemásmedoliófuelevantarelbrazo,peroalmenossirvióparaalgo.—
François fuehastaelmueblequehabía juntoa laventanayabrió lapuerta: cuatrolatasdecomida—.Todounfestín—dijo.
Françoisteníacercadecuarentaaños,ydesdehacíaunosmesesformabapartedelavidadeAnna.EraunodelosdiezmilfrancesesquehabíanllegadoaEspañaparapararlospiesalfranquismo.HabíaestadoenAlbacetelosprimerosmeses,aunquesehabíanconocidoenelfrentedeAragón.CuandoelGobiernoordenólaretiradadelasBrigadas Internacionales, él ya estaba afiliado al POUM, más por amor que porrazones políticas. Su ropa, tres o cuatro tallas más grades, acentuaba su delgadafigura. Observaba a Anna, sonriente, como siempre, con su bigote perfilado y sinperderlacalma.Bienpeinado,conelpelohaciaatrás,yreciénafeitado.Andabadeun lado a otro de la habitación con pasos largos y firmes, como si estuvieradesfilando, aunque el único recuerdo militar que conservaba era la pistola queescondía en su cinturón, bajo el jersey. Hablaba prácticamente sin acento. HabíanacidoenBurdeos,pero,debidoa losnegociosde supadre,habíaviajadomuchas
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vecesaBarcelona,dondehabíapasadotemporadas.—¿Comemos?—dijoAnna,másanimada.DespuésdequelapequeñaLlibertatsehubieradadoporsaciadafuehaciadonde
estabasuamigoysefundieronenunabrazo.Françoiscerrólosojos.
Despuésdecomer,mientrasFrançoisjugabaconlaniña,Annasequedómirandoen silencio a través del pequeño hueco que quedaba en la ventana. Los soldadosandaban por aquellas calles del centro de la ciudad junto a ciudadanos demiradaperdida que seguían su camino como si no hubiera pasado nada. Algunas tiendasinclusoyahabíanabiertosuspuertas,peseaquenodisponíandegénero.Observóensilencio,hastaquelaoscuridadlocubriótodo.Depronto,seencendieronlasfarolasquetodavíaquedabanenpieylabombillaquecoronabalapequeñahabitación.
—Electricidad—dijoFrançoisconunasonrisa.Hacía días que no tenían.Anna le devolvió el gesto y siguiómirando hacia la
calle.Todoerasilencio.Solopaseabanpequeñosgruposdesoldados.Elsilencioeracompleto, casi ensordecedor. Ya no se oían ni sirenas, ni bombas, ni lamentos.Aquello,envezdetranquilizarla,laponíamásnerviosa.Seretiródelaventanaysedirigióalcolchónqueteníanenelsuelo,dondeFrançoisjugabaconlaniña.Alpoco,los tres se quedaron dormidos, hasta que unos gritos procedentes de la calle losdespertaron de golpe. El bebe comenzó a llorar. Anna y François fueron hasta laventana.Noveíannada, solo la farolaque teníandelantedeellosyquederramabaalgodeluzanaranjadaenlaoscuridad.
—¿Hasoídoesosgritos?—Sí.De la calle subió el sonido de los pasos acelerados de un hombre. Vestía un
uniformedesargentode laRepúblicay llevabaunsubfusil en lamano.Algirar laprimeraesquina,laqueseencontrabadelantedesupiso,sepusoderodillasyapuntóconsuarmahacialacalleporlaquehabíallegado.Seoyeronmáspisadas.
—¡Alto!¡Alto!—gritóunodesusperseguidores.Elsargentorepublicanoempezóadescargarsuscartuchosdenuevemilímetros.
Los destellos iluminaban su cara cansada, llena de miedo. De pronto, se oyó unaullidodedolorenelotroextremodelacalle.Numerosasametralladorascontestaronlosdisparosdelsargento.Unaráfagaqueseestrellócontralaparedsegósuvida.
El sargento Ríos yacía enmedio de la calle, rodeado de un charco de sangre.Annaobservólaescenasininmutarse,aunque,cuandoacabótodo,nopudoevitardarunpasohaciaatrás.
—Debemoshuir—dijofinalmente.Françoisasintióconlacabeza.Anna,nerviosa,encendiólaradioqueescondían
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junto a las latas de comida. Había señal. El general Solchaga hablaba en RadioBarcelona:
Barceloneses, españoles todos, naciones extranjeras, unas amigas, otrasindiferentes, otras que nosmiran con lamalevolencia de la incomprensión.Comojefe,omejoraún,comorepresentantedelgloriosoCuerpodeEjércitodeNavarra,queenunmesdeofensivapasódelSegrealLlobregatyqueenunimpulsomagnífico,yconscientedevuestraangustia…
—Seguro que fue por nuestra angustia—dijo François, a la vez que Anna leindicabaconeldedoquesecallara.
Entróayeratraerosenlosplieguesdesusbanderaslosairesdeliberación,deesasbanderasqueal temblardejabanprendidasenvuestrospechosauraspatrióticasqueoshablarondeDiosydeEspaña.Comorepresentante,digo,deesosbravosnavarrosencuyocalificativooficialseincluyenhombresdetodaslas regiones liberadas,quierodirigirosdesdeaquímí saludocordial.Saludoque es también acto de agradecimiento, por el recibimiento cordialísimo,espontáneoyhenchidodepatriotismodequehabéishechoobjetoanuestrastropas.Estoyyestamos todosemocionadosporel recibimientomagníficoyhondamente patriótico y españolista que habéis dispensado a estosincomparables soldadosdeFranco, nuestro caudillo, al que invocáis conunfrenesíqueoshonra,peroalqueaprenderéisaamaryreverenciarcuandoleconozcáisporsusobrasmagníficas.
—Seguramente.—Calla.
YoosaseguroquelanuevaEspañaquerenace,una,grandeylibre,laqueoshantraído nuestras tropas en la punta de sus bayonetas, que ya habéis visto, no sonmercenarias extranjeras ni invasoras, comoos decían y afortunadamente no habéiscreído.LaEspañaeterna,imperialeinmortal,noquieremásqueunaCataluñagrandeypróspera,perounaCataluñaespañola.Mientenlosquefingenunproblemacatalán.Despuésdeloquehemosvistoentodoslospueblosdelaregión,yquehaculminadoen lasmanifestacionesespontáneasdeayeryhoy,ydelcomportamientomagníficodeloscatalanes,nopuedeexistirproblemacatalán.Cataluña,sépanloaquíyfueradeaquí, es uno de los más preciados florones de la corona imperial de España. Esamagnífica corona de los Reyes Católicos que de nuevo campa en el escudo de
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España.Cataluñaharecibidoasusliberadores,españolesdetodaslasprocedencias,conelamorylaemocióndelhijopródigoenunosydelhijopredilectoenotros;peroCataluña es y seráEspaña, por amor, por convencimiento y por patriotismo.Os lodiceunnavarroqueseencuentraaquí,enEspaña,yque,próximoapartiralaobradeliberación, quiere despedirse de vosotros, en la imposibilidad de abrazaros,dirigiéndoos los gritos de ¡arriba España! ¡Viva Franco! ¡Viva Cataluña española!¡VivaEspaña!
Françoisapagólaradio.—Grandísimoimbécil,uno,muygrandeynadalibre.Annafuehastaélyleapretólacaraconlasdosmanos,afectuosamente,alavez
quelebesabaenloslabiosponiéndosedepuntillas.—Noshemosquedadoenelbandodelenemigo.Laúnicalibertadquequedaaquí
esnuestrahija—dijomirandoalaniña.—Debemoshuir—contestóFrançois.Annaasintió.—Serápeligroso.Lotendremosquehacerapie,yhabrásoldadosentodaspartes.
Pormar nopodemos, en el puertodeBarcelonano entra ningúnbarcodesdehacemeses.Loscascosdelosqueestánhundidosloimpiden.
—Podemoshuirencoche.—¿Encoche?¿Delínea?—No.Encoche.Enricteníaelcocheencasadesumadre,enCervelló.—¿Enric?—YasabesquéEnric.Peronosésilotendrántodavía…—Sí.Peroiraunpueblopuedesermáspeligroso.Aquítenemosanuestrofavor
elanonimatodelaciudad.—François, debemos huir como sea. En cualquier momento nos pueden
denunciar, y nadie respondería de nosotros. Cada segundo que pasa está en juegonuestravida…yladeella—dijoAnna,señalandoconlamiradaalbebé.
—Mañana iremosaCervelló.Andando.Yasabesque todos losautobusesestánenelfrente,peroserámejorquelohagamosporseparado.
Denuevosefundieronenunabrazo.
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Miquelsintióelsueloenlacara,cómoelpolvoselevantabaaambosladosdesucuerpoylaspequeñaspiedraslerasgabanlamejilla.Estabacompletamentesudado.El cabello mojado del flequillo caía sobre sus ojos cerrados. El dolor en aquelmomentoeratanintensoquenosentíanada.
—Soldado,¿estábien?No conocía esa voz, no era la delBachiller, ni la de cualquier otro con el que
hubieraestadoantes.¿Estaríamuerto?Eraunavozcálidayprofunda,nadaroncay,apesardesugravedad,suave.Pertenecíaaunapersonamayor,sabia,aquienlascanashabíanenseñadoatomarselavidacontranquilidad,puesyanoeraunchaval.
Miqueltratódeabrirlosojos.Consiguiólevantarelpárpadodelderecho.Aquellavoz leestabaayudandoa tumbarse.Otraspersonas leobservaban.Pocoapocofuedistinguiéndoloentreneblinas:unhombreancianodebarbaybigoteblancos,sucio,con ropa de oficial. Lomiraba con una sonrisa entrañable, como la que tenían losReyesMagosenalgunasdelaspostalesnavideñasquerecordabahabervistodeniñoen alguna tienda del centro de Barcelona. «Cuando incluso los abuelos van a laguerra,malaseñal»,pensó.
—Tienesmuchosgolpes,peronocreoquetecuestenlavida.Vivirás,almenosporahora.
Miqueltratódeincorporarseentregemidos.—¿Agua?—consiguiódecir.Empezabaanotarcómolasangresemezclabaconelsudor.Yesodolía.—Meparecequeno,amigomío—dijoelviejoalverqueeljovenseincorporaba
—.Nadiehavenidotodavíaapreguntarnosquéqueremostomar.Conlosojosaúnmediocerrados,observóasualrededor.Habíaunaveintenade
personas en una habitación pequeña, a la que se accedía por una gruesa puerta demadera,totalmentecerrada.Lapocaluzquellegabalohacíaporunamínimaventanaconbarrotes,que,alparecer,eralaúnicaconexiónconelexterior.Laspiedrasdelasparedeserannegras;porellasresbalabanfinoshilosdeaguaacausadelahumedad.Lamayoríadelaspersonasestabancalladas,losquehablabanlohacíanenvozbaja,nosepodíaentenderloquedecían.
Casi todos eran soldados, de mayor o menor rango, con ropas destrozadas,algunosconheridas.Lasangredecolornegrosefiltrabaporsusropas.Otrosmuchostenían morados, como los que Miquel sentía en todo su cuerpo. El único quemostrabaalgomásdeenterezaeraaquelanciano.
—¿Cómotellamas,chico?
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—Miquel.«Cerdos,aestanochenollegáis.Osjoderemosconundisparoporelculo.Seguro
que os gusta», dijo una voz desde el pasillo. Avanzaba golpeando otras puertas ylanzandoamenazas.
Miqueltragósaliva,peroinclusoesoledolía.—¿Dóndeestamos?—preguntóalviejocoronel.—EnelcastillodeMontjuïc.Ayerteníamosaquímásdeunmillardeprisioneros.
Yhoyestamosnosotros.Yasabes,chico.Cosasdelaguerra.Miqueltratódenopensardemasiado.Delocontrario,talvezsedieracuentade
queestabaapuntodemorir.Aunasí,nopudoevitarpreguntarlo.—¿Quénosharán?Elcoronelseencogiódehombros.
Lamayoríade loshombres tenían lamiradaperdida,comosepierdecuandoelmiedohaconseguidodominarlo todo.Parecíaquenohabía sitiopara laesperanza.Miquelsefijóencadaunodelosprisioneros.Conocíaauno:JesúsGarcía,unjovendel barrio Chino con el que había hecho la instrucción unas semanas antes enBarcelona.
Apesardeldolor,apoyándoseenunadelashúmedasparedes,Miquelselevantóyanduvohaciaél.Parecíamuyasustado.
—¿Jesús?Elchicomirabafijamentealapared,conlosojosllorosos.Desprendíaunfuerte
olor a mierda, que incluso era más desagradable del que ya de por sí desprendíaaquellamazmorra.
—¿Jesús?SoyMiquel.Miquel,eldel’Eixample.De pronto se abrió la puerta y la luz exterior cegó sus ojos. Varios soldados
lanzaronadentroaunhombredeunoscincuentaaños,bienvestido,peroempapadoensangre.Lapuertasecerróconodio.ElhombrehabíacaídoalospiesdeMiquel.EradonJulián,elfarmacéutico.
Eljovensoldadoseagachó.EltipodesprendíaelmismoolorqueJesús.Peroaéllehabíandestrozado la caraagolpes.Acercó lamano.El farmacéutico sepusoenposiciónfetalyempezóagimotear.
—Déjale,chico.Elancianoquelehabíadadolabienvenidaaaquellaceldahablabaasuespalda.
Miquelsegiró.Eratodouncoroneldelejército.Seechóhaciaatrásobedeciendolasórdenesysequedósentadocerca.Elsuelotambiénestabahúmedoysucio.
—¿Y este por qué estará aquí?—preguntó con acento andaluz un soldado queestabaapoyadoenunadelasparedes.
Miquellomirósincontestar.
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—Hola, chico. Soy Julián Santiago, de Sevilla —dijo con una sonrisa muyextraña,sindientes.
—Miquel.—Encantado.Eraunhombrebajito,calvo;debíadetenermásdecuarentaaños.—Yo soy Pere Monfort del Cid, de Viladecans —se presentó un chico de
aproximadamentelamismaedaddeMiquel.Juntoconelcoronel,aquellosdoshombreseranlosúnicosqueparecíanvivos.—Coronel—dijoesteúltimo,haciéndoleelsaludomilitarasusuperior.—Baje esa mano, joven. Ya no soy coronel. Me parece que ya no tengo ni
siquieraejército—contestóelanciano,visiblementemolesto.—Losiento.—Nosepreocupe.—Coronel,¿tienealgúnplan?—preguntóelsevillano,queparecíaquenohabía
perdidolafuerza.Mirabaalviejooficialcomosifuesesuúnicasalvación.Pere mostraba la misma excitación; seguramente, Miquel también la habría
mostradounosdíasantesyconmenosgolpesenelcuerpo.CuandolehabíandetenidocercadeMontjuïc,enlamontañadondetantasveces
habíapasadolosdomingosconsusamigosyconsuspadres,lohabíanmetidoenuncamión.Allíhabíancomenzadolosgolpes,quenosabíasisehabíanacabadocuandohabíaperdidoel conocimiento, al llegar al castillo,ohabían seguidoapaleándole apesardequedarinconsciente.
—¿Un plan? ¿Para qué?—preguntó el anciano, a la vez que se acariciaba elbigote.
—Parasalirdeaquí,coronel—insistióelsevillano.Elburguésseguíallorandoenelsueloysusgemidoscadavezeranmásagudos.—Querido amigo, lo veo algo complicado —contestó el militar sin perder la
calma.—Heestadoluchandodesdequeempezólaguerra.Nomevoyarendirahora—
dijoelandaluz,enfadado,mostrandounpequeñocuchilloquellevabaescondidoenlos pantalones—. Ayer me detuvieron, cuando seguía luchando. Yo no he huido,comootroscobardes,comoelmalditoNegrín.Ynodejaréquemematencomoaunperro—continuó en voz alta, haciendo que almenos tres personasmás se giraranhaciadondeestaba.
—Muchacho,estoesenunafortaleza.Lapuertade laceldaseabriódenuevo.Unsargentoentróacompañadodedos
soldados.Apestaban a alcohol.Miquel se fijó un segundo en lamirada de uno deellos.Teníalosojosinyectadosensangre.SindecirnadasedirigióaJesúsylotiróalsueloconlaculatadesufusil.
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—Esteyesteotro.Necesitamoshacersitioenestacelda,quemehandichoquevienenmás—dijoelsargento.
Uno de los soldados se encargó de coger a Jesús, que todavía no se habíalevantadodel suelo.Elotromilitar cogióaunchicoquenodebíade tenermásdedieciséisañosyquehabíapermanecidotodoelratojuntoaJesús,sindecirnada.Alsalir,elsargentolanzóunapatadacontradonJulián,quecontinuabaacurrucadoenelsueloyquenopudoreprimirunaullidoahogado.
El sevillano se había quedado quieto junto al coronel, casi sin respirar,observandolaescena.Aloírlapuertahabíaocultadoelpequeñocuchilloenlamano.Al final, no había tenido suficiente valor para sacarlo. Los soldados cerraron denuevolapuertaconestruendo.Nadiedijonadahastaquesuspasosseperdieronenelpasillo.
—Coronel,debemoshaceralgo.Oacabaremosmuriendotodos—dijoPere.Pocodespués,variasdetonacionessonaronenelexterior.Susdoscompañerosde
celdayotrosprisionerosacababandemorir.Elancianoseacercóalboticario,queyacíaenelsuelo,aunqueyanogemía.Se
agachóylorecostó,dejándolobocaarriba.Teníalosojosmorados,hinchadosporlosgolpes,peroabiertoscompletamente.Norespiraba.
—Está muerto —dijo el coronel, mientras se llevaba rápidamente la manoderechaalaespalda.Denuevo,elmalditolumbago.
—¿Cómodice?Miquelseacercóalviejomilitar.—Mira, soldado, si quieres probamos una cosa: llamamos a los guardias.
Haremos que vengan y,mientras se llevan el cuerpo de este pobre desgraciado, elniño—dijo refiriéndose aMiquel— y el de Viladecans que se queden junto a lapuerta.Que tiren al suelo a los soldados que haya y tú te encargas de cortarles elcuello.
—Es una buena idea. Es una buena idea. Gracias, coronel—dijo el sevillano,felizcomonolohabíaestadodesdehacíamuchotiempo.
—Perohayunproblema—continuóelanciano.—¿Cuál?—Pongamosque los reducimos.Que tomamos el control de la celda. Solo nos
quedará un castillo y una ciudad destrozada llena de fascistas. Entonces…, ¿quéharemosentonces?—preguntóelcoronel.
Elsevillanobajólamiradayempezóarecorrerelfilodelcuchilloconsupulgar,contantafuerzayrabiaquellegóahacersesangre.
—Hayquehaceralgo—dijoMiquel,apoyadoenlaparedyconlasmanossobrelascostillas.Debíadetenermásdeunarota.
Elviejomilitarsegiróhaciaeljovendolorido,alavezquePereseacercabade
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nuevoasulado.—Coronel, moriremos igualmente. Seguro que podremos escapar del castillo.
Nosesconderemosenlaciudad.El anciano miró a su alrededor, a la gente que había en aquella celda
nauseabunda. La mayoría de ellos ya parecían estar muertos. Tomó aire pararecuperar el valor que nunca había perdido. Era un soldado y, realmente, no se leocurríamejorformademorirqueluchando.Suvida,sumalditavida,yasepodíadarporcompletada.Habíasufridomásdeloquetocaba.
—Deacuerdo—dijoalfinal.LadecisiónnoacabódealiviaraMiquel,quequeríahaceralgo,peroqueestaba
completamentemuertodemiedo.—Llamaremosalossoldados.Túestarásamilado.Yvosotrosdososocupáisde
los que entren. Debéis ser rápidos y precisos. Chico, tú ayuda al sevillano. ¿Hascortadoalgúncuello?—lepreguntóalprimero.
—Amásdeunagallina—contestóelandaluz,sonriente.Los otros pobres diablos que poblaban la celda seguían como ausentes, solo
algunosobservabancómocolocabanelcuerpodedonJuliánasuficientedistanciadela puerta para que no dificultara la entrada de los soldados fascistas ni pudieraentorpeceraMiquelyalsevillano.
—¿Algún voluntario más, soldados? —preguntó el coronel dirigiéndose haciadonde estaba el grueso de los prisioneros, que se agolpaban contra una pared, asimplevista,máslibredehumedadesydeexcrementosquelasotrastres.
Doschicosyunhombredemásdecuarentaaños se levantarony sedirigieronhaciaelviejooficial,saludándoloconlamanoderecha.
—Ahorrenlaenergíaquepuedangastarensaludos.Lanecesitarán.—¡Guardias,guardias,guardias,guardias,guardias,guardias,guardias,guardias,
guardias!Pereempezóagritar, con todo suchorrodevozgrave, loqueprovocóque los
centinelas,cansadosdeoíraquelruido,abrieranfinalmentelapuerta.—¿Quécoñopasaaquí?¿Quieresque temandemosyaal Infierno?—preguntó
uncabodelosregulares,apuntandodirectamentealcorazóndelcatalán.Peresepusoblanco.Elmiedo,quetantasveceslehabíavisitadoenelcampode
batalla,seapoderódenuevodeél.—Estámuerto—dijoelviejocoronelseñalandohaciaelcuerposinvidadedon
Julián.Dos soldadosmás llegaron a la puerta, donde esperabanMiquel y el sevillano.
Perolosfascistasnoacababandeentrar.Apuntabanalinteriordesdefuera,solosusfusilespasabanmásalládelumbral.
—Oslotenéisquellevardeaquí—dijoPere,armándosedevalor.
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Elcabode los regularesmostróunapequeñasonrisaa lavezquepresionabaelgatillode su fusil.El deViladecans cayó fulminadoencimadedon Julián, con losojostodavíamásabiertos.
—¡Amínomedaórdenesunrojodemierda!Miquelcogióelcañóntodavíacaliente,ytiródeél,haciendoqueelcaboperdiera
elequilibrioyelarma.Elsuboficialcayódentrodelaceldayelhombredemásdecuarenta años que se había ofrecido voluntario se lanzó encima de él. Los dossoldadosabrieronfuegosobreélmientrasotrodisparo llegabaa lapiernadelcabo,quelanzóungritodedolor.
Tras las descargas, el sevillano salió a la puerta con el pequeño cuchillo en lamanoyloclavóenelcuellodeunodelossoldados.Elotro,atemorizado,dejócaersu fusil, pero, justo cuando iba a empezar a correr escaleras arriba, Miquel tragósaliva y descargó casi un cargador entero sobre él. Se giró hacia el sevillano, queestaba cubierto de sangre. Había clavado el pequeño cuchillo en la yugular delsoldado,queseguíadesangrándoseymoviéndosecompulsivamenteenelsuelo.
—Dame,niño.El sevillano cogió el fusil deMiquel y atravesó con un disparo la cabeza del
soldado.—Nosotrosnosomosanimales.El coronel cruzó la puerta acompañado de los otros voluntarios que se habían
armado con los fusiles de los soldados muertos. En el interior de la celda, sinembargo,lamayoríadelosprisioneroscontinuabanabsortos.
—¿Quémierdavamosahacerahora?—preguntóelsevillano.—Salirdeuncastillollenodefascistasyescondernosenunaciudadatestadade
franquistas—contestóelcoronel,contotalnormalidad.—¿Haciadóndevamos?—preguntóMiquel.—Seguidme,queestecastilloloconozcomuybien—dijoungitanoquetambién
estaba en la celda y que se había sumado a la fuga—.He sido prisioneromuchasveces—continuó.
Elgitanoempezóacorrerendireccióncontrariaalaquehabíatomadoelsoldadofascista en su intento de huida. Avanzaron por un enorme pasillo en el que habíaceldasllenasdeprisioneros.Laluztenuedeunaspocaslámparasdeaceiteiluminabalevementeelpasillo;porfortunanohabíaningúnsoldadofascistaalavista.
—¿Adóndenosllevas?—preguntóelcoronelalgitanoqueleshacíadeguía.Laedady,sobretodo,ellumbagoleimpedíanmoverseconrapidezyagilidad.
—AlfosodeSantaElenaseguroqueno—dijoelgitano.—¿Adónde?—preguntóelsevillano.—El foso de Santa Elena. Donde ejecutaba nuestro ejército y donde también
parecequesiguenfusilandoestos—explicóelcoronel,quesehabíaapoyadoenuna
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pared.Todoelgruposehabíaparado.Elguíasemovíanerviosamentedeunladoaotro,
sin hacer ruido, sin llamar la atención de los prisioneros que poblaban las otrasceldas.Elcoronelmiróhaciaatrás.Nohabíaningúnrastrodesoldadosfascistas.¿Nohabíanoídolosdisparos?Podíaser.
Quizá los soldadosmuertos eran los únicos encargados de vigilar aquella zonacerrada, que parecía excavada en tierra, llena de humedad y que apestaba aexcrementos.Elsonidodelasdetonacionesnohabríallegadoalasplantassuperiores.
—¿Qué buscas? ¿En qué has pensado? —preguntó el sevillano, mucho másrelajado.
—Hayunasalida.Creoqueesenestacelda—respondióseñalandounapuertademadera—.Laexcavóunamigomío,alquedetuvieronenunapicabarallaenSants.Se escapó por aquí. El otro día los fascistas lo pelaron. Tampoco les gustan losgitanos.Lospayossoisasí.
—Pero la puerta está cerrada —dijo Miquel, apoyándose en el coronel yllevándoselamanohacialascostillas.
Elsevillanosecolocódelantedelapuertaynoparóhastadejarvacíoelcargadordel fusilque tenía en lasmanos.Lapuerta se abrió.Allídentro tan solohabíadospersonas,dossoldadosrepublicanos,enelsuelo,muertos.
—Poraquí.El jovengitano fuehacia lapareddel fondo, seagachóyempezóamoveruna
piedradegrandesdimensiones.Noestaba entera, solo eran trozos, bien colocados,paradisimularlarotura.Otrosfugadosloayudaronasacarlos.
—¿Pordóndesaldremos?—preguntóelcoronel.—Fuera de las murallas. En medio de la montaña, cerca del castillo, pero
contamos a nuestro favor con la noche. El cementerio no está lejos—contestó elgitano,queyahabíasacadomediocuerpo.
—Despacioymuchocuidado—dijoelcoronelsinestarsegurodesisulumbagole permitiría salir por allí. De hecho, no sabía si, realmente, quería escapar de lamuerte.
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28DEENERODE1939
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ElcapitánMatíasPuigselevantódelacama.Suropalimpiayplanchadareposabaencima de una de las sillas al lado del tocador de Pilar, sumujer.Allí todo olía alimpio.A lavanda.Yacasinoseacordabadelolordesucasa.Llevabamásdedosañosenprimeralíneadelfrente,sinpermisos.Nohabíadejadodepreocuparseporloque lepudierapasara suesposa.Peroaquel tercodedonJacintonohabíaqueridoabandonar Barcelona. No quería oír hablar ni siquiera de Burgos, como le habíaexplicado en repetidas ocasionesPilar en las escasas cartas que habían conseguidopasardebando.YsuhijahacíaloqueDiosmandaba,quedarseconsupadre.Aqueltestarudoque,apesardesuconocidaposiciónenlaburguesíacatalana,yquemuchossabíanqueteníaunyernoenelbandodelosnacionales,habíaconseguidosobreviviracualquierrepresión.Élylossuyos.Afortunadamente.
Matías empezó a vestirse. Estaba de nuevo en casa; tenía menosmuebles quecuandosehabíamarchado,peroolíaigual:alavanda,graciasalasesenciasquePilarrepartía disimuladamente por toda la casa.Cerró los ojos y durante unos segundostuvolasensacióndequelaguerranosolohabíaacabado,sinoquenuncahabíatenidolugar.ComosiloslargosdíasdelastrincherasdelJaramayanoformaranpartedesupasado y de su vida. Como si, de pronto, hubiese olvidado esa y otras muchasbatallas.Continuó con los ojos cerrados, recordando cada segundode aquellas dosnochesquehabíapasadoconPilar.Nohabíaperdidolasonrisa,apesardelaguerra.Y estaba igual de guapa. La amaba, aunque no hubiera estado con él en todosaquellosmesesdepreocupaciones.Abriólosojosymirólacamaatravésdelespejodeltocador.Lassábanastodavíaestabanrevueltas.
—¿Matías?—preguntóPilar.La mujer entró por la puerta, y el capitán de los regulares no pudo evitar
quedárselamirandounossegundos,sindecirnada.Recorrióconsumiradaaquellosfinos labios, la larga cabellera negra siempre bien peinada, sus ojos oscuros, quehabríaenvidiadolamásbelladelasandaluzas.
—Sí,Pilar.Puedesentrar.Subellezanolaapagabanielvestidoderigurosonegroquellevabanilamantilla
sobrelacabeza.—Debemosirnos—dijoalavezquemostrabaunaampliasonrisa.Matíassevistiórápidamenteyfuehastalapuerta.Allíleesperaba.Lacogiódel
brazo,apretándoloconfuerza.Parecía que todos losmalos pensamientos que había tenido sobre ella, alejado
tantosmesesdesucama,habíandesaparecidoenelmomentoenquelahabíavisto.
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También la decepción por que no hubiera querido reunirse con él en territorionacional.
Ellaleapretóelbrazoysonriódenuevo.Teníalacarailuminada.Salierondesupiso,unprincipaldelacallePelayo.Matíassacósurelojdebolsillo,quehabíasidodesupadre,hastaquelomataronenunacalledeBarcelona,juntoasumadre,comoaunosperros.
—Llegamostarde.LamisadelaplazadeCatalunyaestáapuntodeempezar.LaceremonialahabíaorganizadoelEjército,que,desdehacíadosdías,teníael
poderenlaciudad,yloseguiríateniendodurantemuchosañosmás.Matíasnoperdíaningúndetalleacadapasoquedaba.Desdequehabíavueltoacasa,sehabíamovidoporlaciudadcomounperroperdidoenbuscaderefugio.Conlamiradafijayconunsolo pensamiento: volver al hogar.Ahora andaba despacio, del brazo de Pilar, poraquellascallesllenasdesuciedadenlasquealgunostrabajadoresmunicipales,muypocos,sededicabanalimpiaryaborrarelpasadomásreciente.
Todavía quedabanmuchos carteles donde se llamaba a la lucha a los obreros,donde se pisaban cruces gamadas, donde se reclamaba el Estado catalán. Algunoseranarrancadosporpeatonesanónimosquellevabanbrazaletesdefabricacióncaserade color rojo y gualda.Algunos soldados se dedicaban a pintar vivas a Franco.Elsueloestaba llenodecenizaydeescombros,decristales rotos.Peroerandemesesatrás,delosbombardeos.Parecíanieve,ymásporelfríoylahumedadquellegabana traspasar la ropa. Aun así, no era el frío de las trincheras, el que se aloja en elespinazosinpedirpermisoyque,pocoapoco,hacemenguarelánimo.
—Yaestamos—dijoPilar.EstabanllegandoalaplazadeCatalunya,seoíaelrumordemilesdepersonasen
mediodeunaciudadvacíaymuertaquegritabanelnombredeFrancorepetidamente,comosiestuvieranapuntodeentrarentrance.
—Capitán—saludóunsoldado.Matíasledevolvióelgesto.Paraevitara tantagenteaparecieronenlaplazadeCatalunyaporel ladonorte,
justodetrásdedonde,enpocashoras,sehabíamontadounescenarioparaeloficioreligioso en el queparticiparon, según los diarios de la época,másdeochentamilpersonas,entrecivilesysoldados.
—Capitán.—Comandante—dijoMatías,alavezquesaludabaasusuperior.EraGarriga,sujefedeunidadycompañerodebatallasdelosúltimosaños.—Creoquesehalibradodeldesfilequenosesperaluego.—Sí,señor.Yamehanconfirmado,comomedijo,quemequedoenBarcelona.
Meincorporoalasfuerzasquesequedaránenlaciudad.Mehandeencomendarunamisiónespecial.Elotrodíanopudehablarconelresponsableenelmandoavanzado,
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peroyamehancitadoenCapitanía.—Mealegro.Cuídesemucho.—Ustedtambién,señor.Losdosmilitaressedespidieronconlamanolevantada,bajolamiradaatentade
Pilar.—¿Quiénes?—Eramicomandante.—¿Ynomelopresentas?—Querida, esto es el ejército. Además, ya te expliqué que ahora cambiaré de
trabajo.Élcontinúaenlaguerra—dijoMatías.Pilar, decepcionada,miróa su alrededor.Todoestaba llenode soldados.Había,
incluso, moros. Los trajes de campaña se mezclaban con los de calle, muchososcuros,quelucíanciudadanosanónimosconbanderasespañolas,algunasguardadasen cajones y armarios durante años. Había también algunos con banderasrepublicanas,peroconunacruzgamada,comolasqueavecesondeabanenelfrenteparareírsedelenemigo.
—¿Quieresquevayamoshaciaallí?Delantedelescenariohayunreservadoparaoficiales.
—Prefieroquedarmeaquí—dijoPilar.Estabanenmediodeunamultitud,justodetrásdedondeseoficiabalaceremonia.
Elsilenciosepulcralquehabíaentodalaciudadllegóalaplaza.Yasoloseoíalavozdelreligiosoencargadodeoficiarlamisa.Laciudadteníatansolounavoz.
—InnominePatris,etFilii,etSpiritusSancti.—Amen—contestólaplaza.—Laluzharegresadoaestaciudad.Lapaz.Diosnooshaabandonadoentodo
estetiempo,peroahoraregresajuntoalejércitodelgeneralísimoFranco,queestáconvosotros.GratiaDomininostri IesuChristi, et caritasDei, et communicatioSanctiSpiritussitcumomnibusvobis.
MatíaspasóeltiempoquedurólamisapensandoenquéledepararíaelfuturoenaquellanuevaocupaciónenCapitanía.Nadieselohabíaaclarado.Lareligiónnuncale había interesadodemasiado.El anunciode su incorporación le había cogidoporsorpresa,ytodavíamásporqueselohabíanotificadoelmandoadelantado,elcoronelMontagut,unviejoconocidodesupadre,elprimercapitánPuig,asesinadoamanosdeunpistoleroanarquista,cuandoéleratodavíaunadolescente.FueunosdíasantesdelgolpedeEstadodeMiguelPrimodeRivera.«Tedaránuncargoyunaocupacióndignaparati»,lehabíadichoelcoronel.Nosabíanadamás.
—¿Dónde van todos estos soldados?—preguntó Pilar, extrañada al ver que ungrupodemilitaresempezabaaformar.
—Habráundesfile—dijoelcapitán,alavezquelamasaempezabaavitoreara
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Españayasacarbanderasportodaspartes.—¿Nosotrosnovamos?—No,nosotrosno.—¿Porqué?Matíassequedómirandoasumujer.«¿Porqué?».Élhabíadichoqueno.—¡Pilar!DonJacintoavanzabaacontracorrientedelamultitud,queseagolpabaparaver
mejorlasalidadelosmilitaresdelaplaza.—Tupadre—dijoelmilitar,sinningunaemoción.Ahoraenfrío,lociertoesqueélhabíasidoelúnicoresponsabledequesumujer
nosehubierareunidoconélalotrolado.EnlaotraEspaña.EnlaEspañaverdadera.Aquello que le habíamolestado tanto tiempo y que parecía haber desaparecido alllegaraBarcelonaempezabaanacerdenuevoenformaderesentimientoenaquellaciudadgris.
—Hola,hijamía—dijodonJacinto.—DonJacinto—contestósecamenteMatías.Elviejoparecíanervioso,másquedecostumbre.—Buenosdías,Matías.Mealegrodevolveravertetanpronto.¿Cómoestás?—Bien,señor.Desdeeldíaanterior,nosepodíasacardeencimalasensacióndecobardíaquele
habíainvadidoalverqueaquellossoldadosnacionalessellevabanasuviejoamigo.Loshabíaesperadoconansia,peroahoraeranunosextraños.Éltambiénhabíadadovivasalfinaldelamisa,aunquequizánodeformasincera.
—¿Hasvenidosolo?—lepreguntósuhija.—Sí.¿Quéharéis?¿Venísacasa?AMatíasaquellaidealerepugnaba,latranquilidadylapazconlaquesehabía
levantadoaquellamañanaparecíaqueseibamarchitandopocoapoco.—CapitánPuig—dijodeprontounhombredeuniformedelejércitodelaireque
seacercabaaMatías.Esteledevolvióelsaludoconlamano,efusivamente.—JoséAntonio.—Matías.—¿Quéhacesaquí?Pilar y su padre se quedaron mirando al oficial con traje de gala y guantes
blancos.Losdosdieronunpasoatrásparanointerferirenlaconversación.—Dechófer—contestóJoséAntonio.—¿Nodeberíasestarenelfrente?—Sí.Pero ayer recibí órdenesdel coronel.Necesitan chóferesque conozcan la
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ciudad.Ycomoyosoydeaquímehatocado.—¿Yaquiénllevas?—Notelocreerás.—¿Aquién?—AlcomandanteGarcíaMorato.—¿Sí?—Sí.Unhombrevestidoconununiformede la aviación fascista seacercóa losdos
capitanessinqueningunodelosdosintuyeraantessupresencia.—Capitán, sinosdisculpa,nos tenemosquemarchar¿Nosvamos, teniente?—
dijoeldesconocido,quenoloeratantoparaMatías.—Por supuesto, señor —contestó el capitán Puig, a la vez que saludaba
reglamentariamente.—Adiós, Matías. Nos vemos un día de estos —añadió en voz queda José
Antonio,antesderetirarseconsuoficial.PilarydonJacintoseacercaronaMatías,unavezquelosdosoficialessehabían
alejado.—¿Quién era ese hombre?—preguntó Pilar, refiriéndose al de mayor edad y
graduación.—ElcomandanteGarcíaMorato.—¿Quién?—ElcomandanteGarcíaMorato.¿Nosabesquiénes?—No.—¿Dequéosinformabanloscomunistas?Eselasdenuestraaviación.—¿Elqué?—ElquebombardeabaBarcelona—soltóMatías,enojado.Pilardiounpasoatrás,sorprendida.—¿Ylosaludas?Matías se quedó mirando a su mujer fijamente. Don Jacinto, que no perdía
detalle,tratódedesviarlaconversación.—¿Cómovalaguerra?—preguntó,deformaacelerada.Matíaslomiró,sindecir
nada.—Se dice que ya se ha conquistado Sabadell y que Negrín y los suyos están
atrapadosenFigueres—prosiguiódonJacinto.—Nosvamos—soltóMatías,mientrascogíaviolentamentedelbrazoasumujer
—.Ustedesestánperdiendolaguerra,donJacinto.Nosotroslaestamosganando.Mientrasseiban,losvítoresalejércitovencedorserepetíanenlaplaza.Don Jacintomiró al cielo gris ceniza y se dio cuenta de que las cosas no iban
demasiado bien. Lo intuía. A aquel chico la guerra lo había cambiado, aunque ¿a
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quiénno?—¿DonJacinto?—ledijounjovendeunosveinteaños.Eraelhijopequeñode
unadelasvecinasdesubloquedelacalleAragón.Aquelchicoeraconocidoporquehabíapodidoconservar,ajenoaconfiscaciones,
todavía no se sabía cómo, el Fiat Balilla del año 34 de su padre, VincenzoSamontano, que, según se decía, fue espía de Mussolini en Barcelona durante laRepúblicaeinformadordelosrebeldesunaveziniciadalaguerra.Unanochehabíadesaparecido, posiblemente, tras recibir un disparo en la nuca en la montaña delTibidabo.
—Dime,Vincenzo.—He conseguido una lata de gasolina —anunció el joven, que agitaba
aceleradamenteydeformanerviosaunrecipienteconunlíquidoamarillento.Elviejolomiró,divertido;echabademenosencontrarseconunasonrisasincera.—¿Ycafé?¿Nohasconseguidounpocodecafé?Alchicoseleborrólasonrisadelacara.DonJacintoteníalafirmeconvicciónde
que los continuos golpes que había recibido de los anarquistas lo habían dejadomediobobo.
—Puesno.¿Queríacafé?—Daigual.Eraunabroma.¿Saldrásapasearconelcoche?—¿Pasear?—Sí.—Sí.—¿Yconquiénirás?Eljovenmostróunanuevasonrisa,acercándoseasuvecino,queduranteaquellos
últimosmesessehabíaocupadodequenolesfaltaracomidaniaélniasumadre.—Conusted.—¿Conmigo?—Claro, don Jacinto. La lata es para que podamos llegar en el Balilla a sus
fábricasdeSabadell.El anciano tenía ganas, y muchas, de ver cómo estaba su patrimonio más
importante.Poresohabíaidoabuscarasuyerno,paraconseguirunsalvoconductoyasípodersalirdelaciudad.YtambiénparapreguntarlepordonJulián.Pobrediablo.Aunqueseguroquealcabodeunosdíaslodejaríanlibre,conalgunosgolpesesosí,peronadamás.Almenos,enesoconfiaba.
—Notenemossalvoconductos.—¿Ysuyerno?—Mejorqueno.Porcierto,hijo,¿cómohasconseguidolagasolina?Elchicodejó la lataenel suelo,algodesilusionado,yseacercóalanciano.La
plazaseestabaempezandoaquedarvacía.Lamultitudhabíaseguidolospasosdelos
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militares.—Anoche mismo vino un comandante a mi casa. Le trajo una medalla a mi
madre.Eraunamonedamuybrillante,conloscoloresdelabanderabicolor.Ledijoquemipadrehabíasidounhéroe,quehabíasidoelquintacolumnistaqueconfirmóaFrancofinalmentequelaofensivadelEbronoseharíaporLleida.
—¿Unespía?Laquintacolumna.DonJacintosiemprehabíatenidolafirmeconviccióndeque
habíasidouninventodeloscomunistasparapodermataragustoahombrescomoél,enlaretaguardia.Dehecho,aquelchicose lopodíaestar imaginandotodo,perolociertoesqueteníaunalatadegasolina.
—Esoparece.Por otro lado, tenía claro que el papel de espía le venía como anillo al dedo a
Vincenzopadre.Suporte degalán, siempre ataviado congabardinay sombrerodeala;aquellamirada,queparecíaobsesiva(yquesuhijonohabíaheredado,pues lasuyamásbieneraboba).
—¿Yquémásosdijo?—Queelejércitonacionalnoolvidaríaanuestropadre.Yquenosdaríantodolo
quequisiéramos.Yolepedígasolina.Medioestalata.Eraladesucoche.DonJacintoempezabaamirarconotrosojosaljovenVincenzo.Siemprelehabía
tenidoafecto,habíacrecidojuntoaPilar,peroahoraleteníamásaprecioquenunca.—Te loagradezco,hijomío.Pero,aunque tengamoscoche,yesoesmucho,es
demasiado complicado salir de la ciudad sin un salvoconducto.Nos arriesgamos arecibir un disparo en cualquier esquina. La verdad. Y si en estos años hemossobrevivido,enfin,noescuestióndeque,ahoraquenoshanliberado,muramos.
—Vengaalmenosaverelcoche,lotengoenlacallePelayo.Delantedelacasadesuhija.
—Aesonotediréqueno.Esecocheesunajoya.Vincenzoseloquedómirando.Almomentobajólamiraday,depronto,levantó
elbrazocontodasufuerza.—¡VivaEspaña!¡VivaFranco!Algunasdelaspersonasquequedabanenlaplazalocorearondesdeladistancia.
Aquelmismo28deeneroempezabanacorrerrumoresporlaciudaddequelosnacionales habían encontrado todo tipo de tesoros en el número 82 del paseo deGracia,enlacasaque,hastapocosdíasantes,habíasidolaresidenciadeNegrínenBarcelona.Los tranvías comenzaron a funcionar despacio, con problemas. Pero denuevo funcionaban. A no tantos kilómetros de distancia, los primeros refugiadosempezaron a llegar en masa a Perpiñán, a pesar de que las fronteras de Franciaseguíancerradas.Aquellatarde,dosvaporesyochochalupasatracaronenelpuerto
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francés deSète con setecientos refugiados catalanes.EnBarcelona continuaron losfusilamientos,ylasconsignasrepublicanasydeizquierdasempezaronadesaparecerdetodaslasparedes,sustituidasporlasdelnuevobando.Lacensuraseabríapasoentodaspartes,inclusoenelcine.
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MaríaseacercóalayuntamientodeRoses,quedenuevosellamabaSantFeliudeLlobregat,paraaveriguaralgomásdesuhijo.Elmismodíaenqueaquelcapitánlehabíadichoquenotemieraporsuvida,yadenoche,losfalangistasdelpueblo(nadiesabíadedóndehabíansalido)habíanidoabuscarlo,acompañadosdedossoldados.Se lo habían llevado sin decir adónde, aunque ella se negaba a dar por muerto aVicenç.¿Aéltambién?No.No,nopodíaser.
—¿Otravezusted?María se quedó mirando al militar que se encontraba justo a la entrada del
consistorio.Eraunjovenquedebíadetenerpocosañosmásquesuhijo.Elmilitarbajólaspequeñasescalerasdeledificio.
—Sinoseva,ladetendré.—¿Asíveréamihijo?—Señora,márchese.Tienemuchasuertedehaberseencontradoconmigo.Venga,
váyase.Maríase loquedómirandounossegundosantesdedarmediavueltaydirigirse
hacialaiglesia.Asuspuertas,sesantiguó.Habíanpasadoyademasiadashoras,peronosedabaporvencida.Estabadecidida
a volver al ayuntamiento cuando vio que, en uno de los extremos de la plaza, ungrupodemujereshablabaenvozbaja.EranMatilde,Rosarioyotras.
—¿Quépasa?—DicenquehanencontradomuertoadonGregorioenLaSalud.Yquehaymás
genteconundisparoenlacabeza.
Maríapisóelsueloconfuerza.Suspupilassedilatarondemasiado,comosisusojossellenarandeluz.Unsudorfríolerecorriólaespaldaycomenzóavacilar,comosifueraaperderelconocimiento.
—Señoras,haganel favordedispersarse.Aver sivoya tenerquedetenerlasatodas,queloscalabozossemevanaquedarpequeños.
Las mujeres comenzaron a caminar al escuchar las palabras del soldado quemontaba guardia a la puerta del ayuntamiento.María fijó en él sus ojos, pero sinpoderverlo.Estabaapuntodedesmayarse.
—¿Yustednosemueve?¿Quiereagotarmipaciencia?Venga,señora…Sacó fuerzasdedondeno las teníapara empezar a caminar, apoyándose en las
paredesdelascasasquedabanalaplaza.Tratabadeevitarpensarquesuhijopodía
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estar entre aquellos hombres que yacían muertos junto al viejo maestro. Pero nopodíasacarseesaideadelacabeza.Caminóperdida,enmediodeaquelpuebloqueempezabaarecuperarsuvida,hacialazonadeLaSalud,hacialariera,haciadondeesperaba no encontrar a su hijo. Siguió las vías del tren, dejando atrás las últimascasas del pueblo y adentrándose en los campos de cultivo. Un grupo de soldadosregresaban en dirección contraria a la deMaría.No le dijeron nada, ni siquiera lamiraron.
Desde la distancia observó el lugar donde yacían los cuerpos. Había algunosguardiascivilesconcapasytricornios.TambiénestabaFina,lamujerdelpanadero,firme, ante lo que se intuía que era el cuerpo sin vida de sumarido. Todos en elpueblosabíanqueerasocialista.
María respiró profundamente para tratar de calmarse. Sentía que el airedesgarrabasuesófagoantesdellegaralospulmones.Sinperderlacalmallegóhastadondeestabanloscadáveres.DonGregorio,elmaestro,estabatumbadobocaarriba,conundisparoenlafrente;unhilodesangrellegabahastasusojos,abiertos.Ademásdel panadero y de él, también vio los cuerpos de dos soldados republicanos quedebíandetenerlaedaddesuhijo.NingunodeelloseraVicenç.Suhijonoestabaallí.Vicençestabavivo.Teníaqueestarlo.MaríaseacercóhaciadondeestabaFina,queparecía ausente, pero que no dejaba ver ninguna lágrima. Le puso la mano en laespalda,peronisiquierasegiró;nosentíanada.
—¡No semuevan!—Uno de los guardias comenzó a gritar a las dosmujeres.Estaba juntoaunode losdos falangistasque sehabían llevadodurante lanocheaVicençdesucasa.
Elguardiayelbarrigudode lacamisaazulsudadaseacercaronadondeestabaMaría,quelosobservabaconlamiradagacha,tratandodenohacercasodesuodio.El guardia se quedó a su lado, a la vez que el falangista se ponía frente a él ydesenfundaba su revólver.Aquelhombre, cuyapeste a sudor envolvía el ambiente,dirigióelcañóndelarmajustoalcentrodelafrentedeMaría.
—¿Ysuhijo?—preguntóalavezquepresionabamáselarma.Maríasentíaqueelcontactofríodelhierro,cilíndrico,apretabasupiel.Respiraba
condificultad.—Ustedesselollevarondecasaelotrodía—seatrevióadecir.—¡Dínoslo,puta!El barrigudo parecía cada vezmás nervioso. El guardia permanecía a su lado,
mirandoaaquelhombre,sinsabermuybienquéhacer.—Elmuy cabrón se escapó cuando lo llevábamos en el camión. Saltó con las
manospeladasporelalambre.¿Dóndeestáesemaricón?El falangista cada vez hablaba más fuerte y, a la vez que aumentaba el tono,
clavabaconmásfuerzaelcañónenlafrentedeMaría.
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—Nolosé.Elguardiapuso lamanoencimadelbrazodel falangista,paracalmarlo.El tipo
retirópocoapocoeldedoíndicedelgatillo.—Déjala,yalallevaremosalcuartelillo.Allíseguroquehabla.—¡Yunamierda!Una bala atravesó la cabeza de María, y su cuerpo cayó rodando donde
descansabansinvidaelmaestro,elpanaderoylosdossoldadosrepublicanos.Estabamuerta.
VicençserefugióenlapequeñacuevaquehabíabajolaermitadetierrarojizadeCervelló. Había oído voces cerca. Quizá lo estaban buscando, aunque era pocoprobable.Podíanestardetrásdeél,perotambiéndeotrosmuchos.Laguerra,aunqueperdida,nosehabíaacabado.
Sedejócaersobrelaparedarenosaynotóqueelbarrorojizosemezclabaconsucamisa sudada. Desde que había saltado de aquel camión que avanzaba hacia elcementerioyqueloconducíaaunamuertesegura,nohabíapodidoconseguirropanicomida.Loúnicoquehabíahechohabíasidoandarporaquellasmontañas,comounanimalmás,hasta llegarallí.Habíadadovueltasyvueltasparadespistaraquienesfueran.Yaestabaapuntodellegaralamasíadesutía,lahermanadesumadre.Lepediríaqueloescondiera.Quiensabe,incluso,quizáseencontraraallíconJoan.Porloquesabía,antesdequeentraranlastropasdeFrancoestabaluchandoenelOrdal.Puedequetambiénsehubierarefugiadoenlamasía.
Eraunlugarseguro.Lacasaeramuygrande.Vicenç se frotó las muñecas, ensangrentadas por los alambres con los que le
habíanatadolasmanos.Ledolían.Sobretodo,lamuñecaderecha,dondeelalambrehabíapenetradomás.Sesintiódébil,habíaperdidomuchasangre.Y,además,aquelfrío…Ibavestidotansoloconunacamisa,laquellevabacuandolohabíandetenido.Nolehabíadadotiempodeabrigarse.
Cuandoyasesentíaseguroencasa,juntoalachimenea,consumadre,aquellosfalangistasacompañadosdeesossoldadoshabíanentradoporlapuerta.Unbarrigudoqueparecíaelcabecillaselohabíallevadoarastras.LapalabradeaquelcapitándeÁfricanolehabíaservidodenada.Eratodounamentira.Éleraquienhabíaordenadoque se lo llevaran preso. Se lo había dicho aquel barrigudo,mientras lo subían alcamión a golpes. Allá había otros vecinos: el panadero, don Gregorio, algunossoldados…Todosestabancallados,mirandoalsuelo.Ahorasentíaelfrío,peroeldeaquellanochehabíasidohelado.Alpocodeponerseenmarchaelcamión,cuandoyahabíandejadoatráslasúltimascasasdelpueblo,Gregorio,elmaestro,sehabíagiradohacia él, mientras los soldados que lo vigilaban estaban despistados, fumando:«Vicenç,estosnospelan»,lehabíadicho.
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Entremurmullossilenciososdeunanochequeparecíamoribunda,elmaestroloconvencióparaque, en la siguiente curva, saltarandel camiónyhuyerancadaunohaciaun lado.Así, almenosuno se salvaría.Vicençno se lopensódosveces.Noquería morir. Llegó la curva. Saltaron, pero el maestro cayó mal. Por sus gritosparecía que se había roto el tobillo. El camión se paró. Los soldados salieron abuscarlos.
Él corrió, corrió hacia el río, corrió hacia el bosque para buscar refugio. Oyócómoundisparoponíafinalsilenciodeaquellanocheyalosgemidosdelmaestro.
Searrastrótodoloquepudohastaelinteriordeaquellapequeñacueva.Lasvocesse acercaban.Estabancadavezmáscerca.Cerró losojos, queriendocreerque esoseríacomodesaparecer,queasípodríavolverasuvidaanterior,a ladeantesde laguerra,aladeunsimplechavaldepueblo.
Lamentó haber abandonado su fusil en el frente. Sus cuatro semanas comosoldadolepodíancostarlavida,yesoquenohabíadisparadoniunsolotiro.AlfinaldesuinstrucciónforzosadedosdíaslehabíandadounmáuserdelaPrimeraGuerraMundial, descargado.No quedabamunición para ese tipo de arma, aunque eso nohabíaevitadoquelotrasladaranalastrincherasdeElPrat,dondeteníanqueimpedirelavancedelosfascistas.Anadieparecíaimportarlequemuchosdelosqueestabanallífueranadolescentescomoél,desarmados,queconsolopensarenquetendríanaun moro sangriento ante ellos se meaban en los pantalones. No importaba. Nopasarán.Seescapóacasa,pensabaqueestabafueradepeligro,peroahoraestabaallí.Aquellaguerraquehabíamutiladoa su familiaquería acabar tambiénconél.Solodeseabaseguirvivo,estarconsumadre.
«Nomepuedoquedaraquí»,pensóVicenç,tratandodellenarsedevalor.Lacasade su tía no estaba tan lejos.Allí estaría seguro. Sin pensárselomás, abandonó lacuevayrecorriórápidamenteelcaminohacialamasía.Sinrespirar,sinpararse,hastaque llegó a la puerta de la casa cuando el sol ya se empezaba a intuir en aquellasmontañas.
—¿Vicenç?—Tía.
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El gitano le pasó al sevillano la mitad del cigarrillo que le quedaba. El coronelpermanecía enunagran cripta en la quehabía una especie de ángel alado.Miquelestabasentadoencimadeunatumba,juntoaotrosoldadorepublicanoquesellamabaRoger,atentosacualquiermovimientoquelespudieraponerenpeligro.Alconseguirescapardelcastillo,losfugitivossehabíandivididoendosgrupos.EldeMiquel,porla insistencia del gitano y el beneplácito del coronel, había decidido mantenerseoculto en el interior del laberíntico cementerio deMontjuïc hasta el alba. El otrogrupo se había perdidomontaña abajo en dirección a la playa deCan Tunis. «Notiene sentido que nos movamos por la ciudad sin saber adónde ir cuando todavíaestán buscando a gente como nosotros para pelarla», había sentenciado el viejocoronel.
Elgitanohabíapropuestoiraaquelgrancementerio,quedeporsíeracomootrobarriodelaciudad.Éllohabíautilizadoenmásdeunaocasión,explicó,paraguardarmercancía de estraperlo. Las criptas eran seguras. Y allí estaban los cinco,descansando, como si no estuvieran en una montaña y en una ciudad llena denacionalesarmadosdispuestosavaciarsucargadorcontracualquieradeellos.
—Debemoshaceralgo.Sinosquedamosaquí,acabaremosdentrodeunadeestastumbas.Putavida—dijoelsevillano,quetirócontraelsuelosucigarrillo.
Miquel se quedó embobado, observando las pequeñas chispas del tabaco,mientrasqueun tímido sol, conuna luzgrisde invierno, empezabaa aparecerporencimadelampliomarqueteníanantesusojos.
—Lo que está claro es que tampoco nos podemos quedar dormidos en estecementerio. En la cantera de aquí al lado hay mucha gente enterrada por balasrepublicanas,ylosnacionalesseguroquecopianlaidea—afirmóRoger.
Provenientesdelazonadelcastilloseoyerondiezdetonaciones.—Parecequeestánocupados—dijoelgitano.Miquelseloquedómirando.Eraunhombrepequeño,deunostreintaaños,conla
piel muy morena y el pelo negro. Tenía las uñas largas, algunas rotas, llenas desuciedad. Su estado no debía ser mucho mejor. Tenía frío, como todos. Solo elcoronelconservabasuabrigo.Sindecirnada,elgitanoselevantódelatumbaenlaqueestabasentadoyseperdiópordetrásdeotras.Seagachóyalpocoratovolviódondeestabaelgrupo.DejócaerenelsuelocincopistolasenmohecidasqueparecíandelaPrimeraGuerraMundial.Tambiénhabíadosgranadas;soloverlasdabamiedo,puesparecía quepodían estallar en cualquiermomento.De sus bolsillos sacóunascuantasbalas,nodebíandesermásdeunaveintena;erandevariostipos.Cogióuno
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de los revólveresy rebuscó entre lamuniciónhasta encontrar las balas quepodíanentrarensutambor.Consiguióllenarloconcinco,aunquenoestabaclaroquepudieradispararlasllegadoelmomento.
—Aquíesdondecadaunosiguesucamino,compadres.Yonosoysoldadoyestanoesmiguerra.Suerte.
El gitano, casi sinmirarlos, se guardó la pistola en los pantalones y se perdióentrelastumbas.Elrestonodijonada.Soloelsevillanoabandonósuposiciónparaacercarsealasarmas.Lasrevisóylasarmócomopudo.Trasunosminutos,lanzódosentrelassepulturas.
—Una no tiene munición; la otra, si se usa, estallará en nuestras manos. Quéjodido el gitano. Estas dos están cargadas con cinco balas cada una. Y de lasgranadas, señores, yo no me fío—dijo, a la vez que se acercaba al coronel y leofrecíaunadelaspistolas.
—Dáselamejoralosjóvenes—intervinoeste,mirandoaMiquel.Elsevillanoseguardólapistola.Miquel se sentía muy cansado, como si estuviera en medio de un sueño.
Realmente,nosabíasiestabavivoomuerto.Ypreferíanopensar.Habíansidounosdíasmuyintensos.Deberíasentirpánico,peronosentíanada.
—¿Y qué haremos ahora, coronel?—dijo el sevillano de nuevo ante el viejomilitar,quesefrotabalaparteinferiordelaespalda,dolorido.
—Nocreoquepodamoshacerdemasiado—contestó.Todavíanosabíaporquéenelúltimomomentohabíadecididosumarseyescapar
éltambién.Yaestabapreparadoparaafrontarsufinal.Miquel abandonó la sepultura y se acercó hacia donde estaban los otros dos
hombres. Roger hizo lomismo…Su estómago protestaba, aunque él ya no sentíanada.No teníamiedoy, curiosamente, tampoco sentía lanecesidaddehuir.Estabaperdido,peroeracomosinoleimportara.Elviejomilitarsepusoenpie.Elsevillanoseguíatodossuspasosconinterés.
—Yomevoyaentregar—anunció.El andaluz se lo quedómirando, sin saber qué decir. Dio un paso hacia atrás.
Escupió con rabia al suelo y desenfundó su arma violentamente justo cuando susalivaseestrellabacontraunadelastumbas.
—¿Quéteentregarás?¡Maricóndemierda!¿Ahoraquehemosescapado?Nervioso,elsevillanoleapuntóconsupistola.Sumanotemblabacadavezmás.—Niño,ytúquéhaces,¿tequedasconestecadáver?—dijodenuevo,sindejar
deapuntaralcoronelymirandoaMiquel.Esteseloquedómirando,comominutosantes,cuandoobservabaelalbasobreel
mar.Ahoramismonoteníaganasdesalircorriendo.—¿Ytú,Roger?
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El otro soldado no sabía qué hacer. Finalmente, fue hacia dónde estaba elsevillano.
—Yomevoycontigo.—Aquíosquedáis,maricones—dijoel sevillano, antesdeguardar supistolay
perderse acompañado de Roger entre las tumbas por donde había desaparecido elgitano.
Miquel los siguió con la mirada. Cuando desaparecieron, miró al coronel. Éltambiénloobservaba.
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Anna paseaba por la plaza de Catalunya, ya semivacía, con la niña pegada a supecho. Todos los que habían asistido a lamisa se habían perdido tras lasmarchasmilitareshaciaelnortedelaciudad.Llevabamuchosmesessinpisaraquellascalles,así, aplenodía.Losque leshabíanbuscado, a ellay aFrançois, porpertenecer alPOUM ya no estaban; sin embargo, el peligro seguía acechando en cada esquina.Françoishabíasalidodelpisoaquellamismanoche.NoiríanaCervellójuntos,sinopor separado. Para no levantar sospechas…, como si unamadre con una niña queintentabasalirdelaciudadnofuerasospechosa,ymásteniendoencuentaqueparairacualquierlugareranecesariounsalvoconductoqueellanotenía.Aunasíhabíaqueintentarlo, para encontrarse con François en aquel pequeño pueblo perdido en lamontaña,parahacerseconuncoche.Mientras tanto, él teníaqueconseguir toda ladocumentación que necesitaban para poder salir de allí e ir más al norte, parareagruparseconlosúltimosrepublicanosdeGironayhuiraFrancia.Paraesodebíacontactarconfalsificadoresconlosquehabíantratadoaquellosúltimosmeses,siesquetodavíaseguíanvivos.
En la calle, algunos soldados fumaban mientras estudiaban a todo aquel quepasabapordelantedeellos.Otros,simplemente,dejabanpasarelrato.AbandonólacéntricaplazayempezóaandarporlacallePelayo,dondetodavíaeranvisibleslosrastros de la ínfima resistencia de dos días atrás. En medio de la avenida, unatanqueta italianamontabaguardia rodeadadeniñosqueagradecíanconelbrazoenalto loscaramelosqueles tirabanlossoldados.Anna,mientrasandaba,mantenía lamirada fijaenelhorizonte,másalládeaquelcielogrisde invierno.Suhija seguíaadormecida en sus brazos, ajena a aquella ciudad, a todo lo que estaba pasando.Tambiénaunhombremayor,bienataviadoconuntrajedepañoyunchaleco,conunaincipientecalva,quehablabaconunjovenmuyaltoydelgadoqueparecíaqueleestaba enseñando el coche que acababa de poner en marcha. El ruido llamaba laatención de las pocas personas que caminaban por las destrozadas aceras, llenastodavíadecenizasydepapelesdespedazados.
Anna,sinsaberporqué,separódondeestabanlosdoshombresrodeadosdelolordelagasolinaquemada.
—La verdad es que este coche es una joya.Gracias aDios que lo has podidoconservar—dijodonJacinto,alavezquesesentabaalvolantedelvehículo.
Vincenzo se sentía orgulloso. Con un trapo sucio trataba de sacarle brillo alcoche,sindemasiadoéxito.
—Gracias,señor.
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Annaseacercó todavíamásalvehículoyaaquellosdoshombres.DonJacintosaliódel cochey se fijóenaquellachicaque llevabaaunbebéapretadocontra supecho.Ibavestidaconropasnegrasyparecíaunamujermayor,auncuandodebíadetener la edad de Pilar. Llevaba el cabello totalmente revuelto y lucía unas grandesgafasqueenmarcabansusojosnegros,tristes.
—¿Legusta?—dijomirandoalajoven.Anna,embobada,observabaelcoche,escuchandosusbramidos,aspirandoaquel
oloragasolina.—¿Le gusta el coche, señorita? Si quiere, podemos ir a dar un paseo —dijo
VincenzoponiéndoseentreelancianodonJacintoyaquellamujer.—Vincenzo,hijomío.Algodeeducación.Perdoneustedalchico.Lajuventudde
hoy,yasabe,esmuyimpetuosa.Desdeluego,nolodigoporusted,señora.AnnalevantólamiradayclavólosojosendonJacinto.Seacercóaél.Elanciano
podíaolersumiedo.—Señor,ayúdenosamihijayamí.Selopidoderodillassihacefalta.Debemos
huirdeaquí.Tenemosquesalirdeestamalditaciudadsiqueremosvivir—murmuró.DonJacintosequedómirandoaaquellajoven,mientrasVincenzo,intrigadopor
loquelehabíadichoasuancianoamigo,yqueélnohabíaconseguidooír,semovíanerviosamenteasu lado.LosojosdedonJacintopenetraronen losdeella.Aúnsesentía culpable por no haber actuado en la detención de su amigo Julián, del quetodavía no sabía nada.Durante la guerra solo le había preocupado sobrevivir, él yPilar.Suúnicahija.Suúnicafamilia.Claroquehabíaoídohablardeciertasmuertesy que había visto ciertos cadáveres; era imposible no verlos. Pero nunca se habíatopadoconalguienqueestuvieraapuntodemorir,yaquellachicay,quizá,subebéteníanpocasposibilidadesdesobrevivirenaquellaciudad.Noleestabaengañando.
—Suba—dijo.Vincenzonosabíaquéhacer.—Salimosdeaquí.¿Adóndequierequevayamos?—ACervelló—dijolamujer,quetodavíanosehabíamovido.No sabía qué hacer, no estaba segura de que la fueran a ayudar. Se sentía
culpable.Lossoldadosqueseguíanrepartiendocaramelosestabanmuycerca.Estabapreparadaparamorir,lohabíaestadomuchasnochesenelfrentedeAragón;además,estabaseguradequeasuhijanolepasaríanada.Habíamuchasburguesasconganasdehijosalasquelaguerrahabíasecadolabarriga.
—Subadeunavez.Vincenzo,¿sabesiraMolinsdeRei?¿AlOrdal?Elchicoseloquedómirandosinsaberquédecir.—Yoconduciré,notepreocupes…,siesquenosemehaolvidadoenesostres
añosdeguerra.¿Subís?DonJacintosepusoalvolantedelBalilla.VincenzoyAnnasubieronsinsaber
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muybienquéhacían.—Vamos.ElpequeñoFiatempezóavomitarunadensahumaredaque,incluso,hizoquelos
niñosquehabíaenlacalleseolvidaranmomentáneamentedeloscaramelos.DonJacintopusolaprimerayelcocheempezóamoverseendirecciónalaplaza
de Catalunya. Avanzaba esquivando las heridas del asfalto, aunque no siempre loconseguía.Alpasarporelladodelatanquetaitaliana,Vincenzomiróalosmilitaresylevantóelbrazo.
—¡ArribaEspaña!Los soldados ni se inmutaron, no sabían cómo reaccionar, así que dejaron que
aquelpequeñocochepasaraantesusojos.DonJacintoseibahaciendopocoapococon el control del coche, que circulaba por unas calzadas destrozadas en las queapenas habíamovimiento; solo se veía a algunos peatones, sorprendidos por aquelcoche.AlllegaralaplazadeCatalunya,giraronalaizquierdaparaadentrarseenlaRambla, después tomaron la ronda de la Universidad. Tras otros cuatrocientosmetros,llegaronalaplazadelaUniversidadyluegoenfilaronporAribau.
Anna, sentada en la parte de atrás, sujetaba con fuerza a su hija, que seguíadurmiendo.
—DonJacinto,noloentiendo,¿porquénopodemosirasusfábricasdeSabadellysíaCervelló?
ElancianosequedómirandoaljovenVincenzo.—EnSabadelltodavíahayfrente,ylazonadelLlobregatestábajoelcontrolde
losnuestros—respondióelviejoempresario.Trataron de cruzar una avenida de Roma destrozada, con muchos de sus
adoquines levantados, aunque enmejor estadoque la carreteradeSants, donde loscamposdecultivoselevantabanentrechimeneas,aambosladosdelcamino.
—Pero no tenemos salvoconductos. Y no conocemos a esta mujer. ¿Y si nosmetemosenalgúnproblema?—insistióVincenzo.
Elcocherugíayrugía,aunqueacadametroibadisminuyendoladensahumaredaqueexpulsaba.ElruidodisminuyójustoalentrarenlacarreteradeCollblanc,dondeun grupo de soldados nacionales que estaban junto a un nido de ametralladorasordenaronqueseparara.DonJacintolevantóelpiedelaceleradorymiróaAnna.
—Nosepreocupe,todosaldrábien.Detuvoelcochejuntoalossoldados.Erantres.UnsargentodelTercioseacercó
alvehículoylehizoelsaludomilitaradonJacinto.—¿Adóndevan?—ATarragona,sargento.—¿Medejanladocumentación?Vincenzomiróalarmadohaciadondeestabasuancianovecino.
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—Notenemosdocumentación.Elsargentodiounpasoatrásysedesabrochólapistolera.Sumiradacambióporcompleto.—Salgandelcoche.DonJacinto,concalma,comenzóarebuscarenelbolsillointeriordesuchaqueta.
Losuficientementedespacioparanoalarmaraaquelmilitar,queestabadispuestoasacar su pistola, o bien a dar la orden para que la metralleta abriera fuego. DonJacintosacósurelojdeoroylomostróporlaventana,consuficientemañaparaquelovieraelsargento,aunquenosussoldados.
—Sargento. No tenemos documentación, pero tampoco somos asesinos. SoloqueremosversinuestracasadeTarragonaestáasalvo.
El sargento cogió el reloj y se lo guardó en el bolsillo. Se quedó mirando alanciano.Noparecíanpeligrosos.
—Siga.PerovaanecesitarmuchosrelojessiquierellegaraTarragona.Elmilitar dio unpaso atrás y dejó continuar al coche, quede nuevo empezó a
rugir, en dirección a Esplugues. Pronto llegaron a Sant Feliu de Llobregat y,finalmente, a Molins. No se encontraron con más soldados. Conforme ibanalejándose de la ciudad de Barcelona, las heridas de la guerra cada vez eranmásdifusas.
—Yaoshabíadichoquelolograríamos.—Gracias.Muchasgracias, pero apartir de aquípuedocontinuar apie.No les
quierometerenningúnlío.Vincenzosequedómirandoaaquellamujerqueteníaenbrazosaunbebé.¿Sería
unacomunista?Sieraasí,estabaclaroqueladebíadenunciar.—Túquédices,¿Vincenzo?¿ContinuamoshastaCervelló?EljovensequedómirandoadonJacinto.¿Suancianovecinountraidor?Erael
únicoqueloshabíaayudadoaélyasumadreenlosúltimosdosaños.—Loqueusteddiga,donJacinto.—Pues,entonces,continuemos.
Pilarsedejócaeren lacamaalmismotiempoqueoíacómosumaridocerrabaviolentamentelapuertadelacasa.SeibaaCapitanía,arecibirnuevasórdenes.Justoenaquelmomentoella rompióa llorar;no lohabíapodidohacerantes,pormiedo.Tumbadaenmediodelacama,conlamejillaenrojecidacontraelcolchón.Unhilodesangresalíadesulabio.Cerrólosojos.Noeratantoundolorfísico,sinotodoloque sentía por dentro. Había esperadomuchosmeses a su marido, pero no era elmismo.¿Oeraellalaquehabíacambiado?
Sediolavueltayobservólagranlámparadearañaquecoronabaeltechodelahabitación.Siguiócon lamiradacadaunade lascenefasquerecorrían lasesquinas
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del techo,blanco.Cerró losojos.Losañosdeguerrahabíansidodurosparaellayparasupadre,perohabíansobrevivido.Y,durantelosúltimosmeses,bastantebien.
Lo peor había sido al principio, cuando aquellos obreros con fusiles, muchasvecesdefectuosos,sehabíanhechoconlascalles.Despuéslavidahabíacambiado,casi había vuelto a ser como antes. Los primeros meses los habían pasadoescondidos; los últimos, sin darse a conocer demasiado. Tener un marido que eracapitán en el otro bando era peligroso, pero, por suerte, su padre también era unhombre influyente entre los republicanos. Lo único que debían hacer era pasardesapercibidos.Porsuerte,supadrenuncasehabíasignificadopolíticamente,aunquemuchasvecesesonoimportaba.Perocontabaconamistadesimportantes,entreellasuncoroneldecarreraquesequedóenelbandorepublicanoyquehabíasidoelquehabíaayudadoenalgunosdesusascensosaMatías,sinqueélnisiquieralosupiera.¿Quéseríadelcoronel?,sepreguntóPilar,mientrastratabadepresionarlaheridadellabioconunpañueloparadetenerlahemorragia.Sabíaqueenlosúltimosmeseslohabíanrelevadodemuchasdesusobligaciones,aunquesupadrelehabíadichoqueseguíavivo,yquesehospedabaenunapensiónpróximaalasRamblas.«SeguroqueestáenFrancia»,pensó.YesoeraloquecreíadonJacinto.
Duranteaquellosaños,sumaridolehabíarepetidounayotravezporcartaquepodíahuiraBurgos,parareunirseconél,juntoconotrosmuchoscatalaneslealesasubando.Peroellanuncahabíaquerido.Preferíaquedarseconsupadre.Eratodoloquetenía.Losrepublicanospintabana losdelotrobandocomoterriblesdemonios,queesparcían el sufrimiento por pueblos y ciudades, con sus bombas y con susproyectiles.Peroellanopodíapensarasí,ymenosdesumarido.ParaPilarambosbandos eran iguales: todos mataban. Y los que estaban en la ciudad tambiénasesinaban, tanto como querían. Pero siempre se negó a abandonar Barcelona. Supadrenoqueríairse;noqueríaestarlejosdesusfábricas,aunqueahoraestuvieranenmanosdelosobrerosysededicaranaconfeccionaruniformesdelEjércitoPopular.Ysiélnoqueríamarcharse,ellatampoco.SiemprepensóqueaMatíasnoleimportaría.
Pilarselevantódelacamaysesentódelantedelespejodelacómoda.Teníaunojohinchado,tambiénellabio,auncuandoyahabíadejadodesalirsangre.Semiróyempezóallorar.Nuncaanteslehabíanpegado,nisiquierasuspadresoenelcolegio.
—¿Señor?ElcapitánMatíasPuigentrególadocumentaciónaunodelosdossoldadosque
hacían guardia a la puerta de Capitanía General. Mientras la hojeaba, se subió elcuellode la chaqueta.Enaquellamaldita ciudad, en laquehabíacrecidoperoqueahoranoreconocía,hacíaunfríodemildemonios.Sentíacomosiyanoestuvieraencasa.NisiquieraPilareralamisma,sehabíaconvertidoenunaniñarebelde.Habíavueltoacasa,ycomosinada.Parecíaqueteníaalenemigoallídentro.Durantetodos
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aquellos meses de campaña, entre el barro, la nieve y el calor asfixiante de losMonegros, siemprehabíapensado en ella, también enporquéno sehabía reunidoconél.Suscompañerosnoloentendían.Él,aunquetratabadedisimular,tampoco.
—Soldado.Elmilitarquesujetabalospapelesnodejabadedarlevueltas,comosinosupiera
encontrarlasletras.ÚnicamenteerasudocumentaciónylaordendeincorporaciónalaCapitaníadeformadefinitiva.Paraéllaguerrasehabíaacabado;almenos,ladelos frentes. El joven soldado le entregó de nuevo los papeles. Bajó la mirada,mientrasquesucompañerosehacíaelloco.
—Losiento,capitán.Noséleer.Elcapitán,quehabíafijadosumiradaeneldestrozadopuertodeBarcelona,miró
aljovensoldadoyrecogiósuspapeles.—¡ArribaEspaña!—dijo,ycaminóhaciaelinteriordeledificio.Mientras atravesaba el patio se encontró con varios soldados, que,
apresuradamente, trataban de reparar el edificio. Antes de subir por sus ampliasescaleras, dos militares pasaron con un retrato de Franco. Debía de ser para eldespachodelcapitángeneral.Subióaquellasescalones,quetanbienconocía.Habíaestadoallí,enaquelmismoedificio,muchosañosantes.
—¿ElcomandanteJosepRecoder?—preguntóa losdossargentosquefumabanuncigarrilloenlaprimeraplanta.
Losdossoldadossecuadraronysaludaronconelbrazoenaltoantesdeindicarleunadelaspuertasquequedabanalladoderechodelpasillo.
El capitán Matías Puig golpeó la puerta, hasta que esta se abrió sola. Vio alcomandantedetrásdeunagranmesadenogal,comosiloestuvieraesperando.
—Matías—dijoamigablemente,trasresponderalsaludomilitar.—Señor.—Entra,amigo.Hacía muchos años que conocía al comandante, desde antes de que él fuera
capitán,yMatías,alférez.HabíanhechojuntosmásdeunacampañaenÁfrica.Yelgélidoalientodeldesiertoconviertecasienhermanosalosquecombatencodoconcodo,enfrentándosealamuerteacadapaso.
—Hacíatiempoquenonosveíamos.—CreoquedesdelabatalladeTeruel—respondióelcapitán,mientrasaceptaba
unhabanodesusuperior.—LabatalladeTeruel.Esverdad.Yahacecasiunaño.Elcapitánarrancólapuntadelcigarroylaescupiódentrodelceniceroquetenía
elcomandanteencimadelamesa.La batalla de Teruel. Matías recordaba con frecuencia aquel 20 de febrero,
cuando,conunacincuentenadehombres,entróenunaciudaddestrozada.Tansolo
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docedíasantes,elenemigohabíaconquistadolaciudad,peroaquel20defebrerolascosasvolvieronaocuparsulugar.
—Fueunagranbatallaparati.—Sí,señor.Elcomandanteseapoyósobrelabutaca,hastatenerlasuficienteinclinaciónpara
podercolocarlospiesencimadelamesa.Sequedómirandoaljovencapitánmientrassoltabaunadensabocanadadehumohacialosaltostechosdelaestación.
—¿Todobienalllegaracasa?Matíasnoteníaganasdehablardeeso.—Sí,señor.—Mealegro.Ymegustatenerteamilado.Cuandonuestroamigo,elcomandante
Garriga,mepasótunombre,mepusemuycontento.Bien,¿teimaginasporquétehellamado?
Matíasencendióelcigarroconunade lasgrandescerillasquesusuperior teníaencimadelamesayseacomodótambiénensusilla,mirandofijamentelosojosdelcomandante.Erannegros,vivos,pequeños,perosolodemirarlosinfundíanrespeto.
—No,señor.Supongoqueahoradebemosreconstruirestaciudad.—Asíes.—Elcomandantevolvióaunaposturamásoficial—.Elcapitángeneral
Solchaga, que es quien será nuestro capitán general, ayerme puso al corriente deltrabajo que debemos cumplir. Y te implica. Ya sabes que él es un africano, comonosotros—bromeó.
—Sí,señor.Elcomandantevolvióaltonoserio:—Mira, capitán.Barcelona esunnidode ratas.Muchos comunistashanhuido,
aunqueloscazaremosantesdequecrucenlafrontera.Laguerrayaesnuestra.Ahoradebemosponerorden.Y,nosésiporsuerteopordesgracia,aquínocontamosconcamisasazules.Aunqueapartirdeahorahabrámuchos,nocontamosconmalditosfalangistas de confianza. Nos tendremos que ocupar de limpiar la ciudad nosotrosmismos.Notenemosnisiquierapolicíassuficientesy,siqueremosquelascosassehagan bien, el ejército se deberá ocupar de todo. Y si de esto nos ocupamos losafricanos,seguroquetodosaldrácomoesdebido.¿Entendido?
—Sí,señor.El comandante se levantó y, despacio, con el puro en la boca, se acercó hasta
dondeestabaelcapitán.—Matías,séquepuedoconfiarenti.Juntoshemospasadomuchasnochesenel
desierto y, lo más importante, hemos sobrevivido. Deberás dejar el uniforme ypatrullardepaisano.Tienesadiezhombresatumando.Organizaparejasyocúpatedelimpiarlaciudad.Podéishacerloquequieras.Lodejoatujuicio,queseguroqueseráacertado.
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—Asípues,¿tendremospoderparadeteneracualquiersospechoso?—Sí.Perolomejorseráevitardetenciones.Comoprefieras.Tienestotallibertad.Matíaslanzóotrabocanadadehumoporencimadelagranmesadenogal.Total
libertad. Era una misión muy diferente a la que había desempeñado hasta ahora.Aunque el comandante no se lo había dicho explícitamente, le estaban encargandoexterminarcualquierposibleresistencia,cualquierposibleproblema.Legustaraono,nosepodíaoponer.Erasudeber.
—Comandante,¿cuándoempezamos?—¿Paraquéesperar,capitán?Sushombresestaránlistosmañanaporlamañana.
Sontodoscatalanes,comonosotros.YtendráasumandoalsargentoNúñez,conelquepuedetrabajardesdeya.Hahechoestaguerraconmigo.Hasidomihombredeconfianza,yahoraseráelsuyo.Todossonvoluntarios.
El comandante se dirigió hacia la puerta de la sala, que abrió, tras girarse denuevohaciaelcapitánylanzarleunasonrisa.Enesemomento,aparecióporlapuertaunhombredeunoscuarentaaños,defuertecomplexiónfísicaybigotefino.Eltipolevantóelbrazoderecho.
—Pase,sargento.Elsuboficialavanzóhaciadondeestabaelcapitán,queselevantódelasillayle
devolvióelsaludo.Encajaronlasmanos.—Muy bien, sargento. Si le parece, venga conmigo a casa. Me cambiaré y
tomaremosunprimerpulsoalaciudad.—Sí,señor.—Esperen.Elcomandanteanduvodenuevohacialamesayabrióunodesuscajones.Sacó
unapistolanoreglamentariaydostarjetasdeidentificación.—Cambie su arma, capitán.Aquí tienen la documentación, para queno tengan
problemasconotrospatriotas.¡ArribaEspaña!¡VivalaCataluñaespañola!
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ElcoronelsepasócasitodalamañanasentadoenlamismatumbadelcementeriodeMontjuïc. Le dolía la espalda.Había estado sinmoverse y sin decir nada, bajo ungran ángel alado.Durante todas aquellas horas había esperado solo que llegara sumomento.Aguardabaaquealgunosdelossoldadosquehabíaenelcastillobajaranhasta allí para poner fin a su vida. Hacía mucho tiempo que sus ilusiones habíanmuerto.
Sinembargo,losdeallíarribaparecíanestarmuyocupadosconlosquetodavíaestabandentrodelasmurallas.Cadamediahoraseoíandetonacionesenlacumbreoen la cantera. El coronel permanecía quieto, sin pensar, dejando que el ambientesalino invadiera su cuerpo. Solo respiraba y observaba a aquel chico que teníaenfrente.Enelcalabozoaquelchavalparecíaasustado;ahoraestabasentadoencimadeunatumba,mirandohaciaelhorizonte,fijándosequizásenelotrocementerio,eldebarcos,queseextendíajustodelantedelpuertodeBarcelona,víctimademesesdebombardeoscontinuos.
El coronel se levantó de la cripta y se dirigió hacia donde estaba aquel jovensoldado.Miquellomiró.
—Parecequehoynomoriremos.—¿Estáseguro?—Si estando tan cerca del enemigo ni siquiera han bajado a buscarnos y los
disparos más próximos que hemos oído están a más de un kilómetro, creo quedeberíamostenermuymalasuerteparaacabareldíaenunfoso.Omuybuenasuerte.
Miquelobservóalanciano.Sucaraleresultabafamiliar.Antesdelaguerra,sinembargo,nuncahabíaconocidoaunmilitardecarrera.
—Coronel.—¿Sí?—Pero,usted,noquieremorirdeverdad,¿no?—Creíaquesí,pero,entonces,¿porquéhehuidodelcastillo?Ahoranolosé.—¿Yquéhacemosahora?«¿Quéhacemos?».Loqueaquelviejooficialdeseabadeverdadesquelaguerraseterminara.Que
todoaquellofinalizaradeunavez.Pormomentos,semaldecíapornoestarmuerto.—Creoquesubirédenuevoalcastillo,joven.—Sisube,morirá—respondióMiquel,extrañado—,ymeacabadedecirqueno
sabesiquieremorir.Aunasí,sidecideregresarallí,yoiréconusted.Elancianoobservódenuevoaaqueljovensoldado.Eraunniño,dudabamucho
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que tuviera más de dieciocho años. ¿Por qué toda la gente que le acompañabaúltimamentequeríamorirconél?
—Miquel,¿no?—Sí.—Miquel,ustedtienetodalavidapordelante.Peroyono.¿Adóndevoyair?—
Elancianosequedómirandoasualrededor,aaquelcementeriollenodetumbasdecolormarrón—.Bajealaciudad.EscóndaseenelChino.Allíseguroquehayalgunode los suyos.Alguienque lopuedaayudar.Nocreoquesehayan ido todos,oquetodoslosquesequedaronhayanmuerto.
Miquelsaltódelatumbaenlaqueestabasentado.—Sisubealcastillo,iréconusted,coronel.Elancianoresopló,desesperado.—Pero¿quéospasa?¿Nopodéisvivirsinmí?Miquelseloquedómirando,comosinoentendieraquélequeríadecir.—Da igual. Sáquese toda la ropa que lo pueda identificar como soldado y
bajemosalaciudad.Elancianoregresóhaciadondehabíaestadosentadoydejósugranabrigolleno
demedallasenelsuelo.Arrancódelacamisatodaslasinsigniasmilitares,asícomolacintaquerecorríasuspantalones.Miquelhizolomismo.
Detodosmodos,aquellasropasseguíansiendo,claramente,lasdeunsoldado.—¿Tienelapistolaquelehadadoeseloco?—Sí,señor.—Descárguelayescóndalaen su ropa interior.No lautilizaremos sinosparan,
peronospuedeserútil.Sindispararla.Silausáramos,podríaexplotarnosenlamano.Consérvela,peronosearriesgueavolarselosdedos.
Miqueldescargóloscincoproyectilesylosguardóenunodelosbolsillosdelacamisa.
—Señor,estamosmuysucios.—Ymásquenostendremosqueensuciarantesdeentrarenlaciudad.Bajaremos
por lamontaña,concuidado.EndirecciónalParalelo.Sinohaymuchavigilancia,entraremosenelPuebloSeco.Allíseguroqueencontramosalgunacasavacía.YnosesconderemosparaesperarlanocheypasaralChino.Siquedaresistencia,estaráallí.
—Sí,coronel.—Yunacosa,Miquel.Nome llamescoronel.Yanosoycoronel,no soynada.
¿Deacuerdo?MellamoRafaelMontesinos.Eljovenasintióantesdeponerseaandardetrásdelanciano,porentrelasgrandes
tumbasquenacíanportodaspartesenaquellapartedelamontaña.Teníaclaroque,alcabodepocosdías,elnúmerodecadáveresenaquellamontaña,estratégicasiempreparadefenderlaciudadytambiénparabombardearla,creceríamuyrápidamente.Ya
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habíasucedidoasídurantelaguerra.Unodeloslugaresfavoritosdelosbarcelonesesparapasarelfindesemana,desdelaépocadelaExposiciónUniversalde1929,sehabíaconvertidoenlamayorfosacomúndelaciudad.
—¿Por qué no té fuiste con el sevillano?—preguntó el coronel, justo cuandohabíanempezadoasaltarunadelastapias,medioderruida,delcementerio.
—Coronel…—Rafael.—SeñorRafael…—SoloRafael.—Ustedesmásviejo.Havividomástiempoqueél.Debedesabermás.Elancianosegiróhaciaelchico.Noeraningunatontería.Nodijonadaysiguió
escalandoporaquellapequeñamurallahastaquecayóentrelamaleza.—¿Estábien?—Sí,gracias,hijo.Bordearemosloquepodamosdelamontañahastaentrarenla
ciudad.Nohagasruido,actúacomosiestuviéramosenmediodelcampodebatalla.Ymantenteagachado.
—Sí.Miquelsiguióalviejomilitar,escondiéndoseentrelospequeñosarbustos,aunque
apenas quedaban en la montaña. La madera era un valor muy preciado en esostiempos.Losinviernoshabíansidomuyfríos.Yenlamontañaapenasquedabanunospocosárbolespequeños.Alcabodemediahora,elviejomilitaryanopodíaseguiragachado.Suespaldaestabaacabandoconél.
—Rafael —murmuró Miquel al ver que el coronel se erguía y se llevaba lasmanosasudoloridaespalda.
—Tranquilo,chico.Yatehedichoquehoynonosmatarán.Quizámañana,perohoyno.Yyonoaguantomásandandoasí.
Miquelseirguióymiróasualrededor.Delejos,vioaungrupodepescadoresenlaplayadeCanTunis;parecíaqueparaellosnoexistiera laguerra.Eracomosi laciudadnohubierasidoconquistadaporlosdemoniosfascistas.
—Debenseguircomiendo—dijoelcoronel,comosiadivinarasuspensamientos—.Comotodos.
Eljovensoldadonosehabíadadocuentadequehubieranbajadotanto.—Vamos.—¿Adónde?—Conlospescadores.Aversinospuedenayudar.Hoynomoriremos,chico.Poco a poco abandonaron la montaña y se adentraron en aquella parte de la
ciudaddondeconvivíanfábricasmutiladas,queparecíanabandonadas,conpequeñascasasdepescadores.Elpuertocadavezestabamáscercadeloscamposdecultivo,dondehacíaañosqueyanohabíavida.
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—Que hoy no muramos no quiere decir que no tengamos que darnos prisa,Miquel. Esto puede estar lleno de soldados —advirtió el coronel, a la vez queempezabaacorrer,todavíaconlasmanosenlaespalda.
Miquelacelerólamarchahaciadondelospescadoresarrastrabansuspequeñasydecoloradasbarcas.Amedidaqueavanzaban,elolordemar,aquelsabor intensoasal,sehacíamásfuerte.Elmarestabarevuelto;lasolasquechocabanviolentamentecontra laorillaborrabandeaquelpaisajecualquier rastrobucólico.Además,seguíahaciendofrío.
—¿Noha idobien la faena?—lespreguntó el coronel a lospescadores, cuatroancianosderostrosagrietadosporelmar,quenoseinmutaronalverllegaralviejooficial.
—Niunpescado.ParecequetambiénsehayanidoaFrancia—respondióunodelos pescadores, mostrando la boca, donde los dientes que sobrevivían estabancompletamentepodridos.
Apesardelfríoydequeestabantancercadelvientogélidodelmar,loscuatroancianos manipulaban despacio las redes de las barcas, con las camisas y lospantalonesrecortados.
—Necesitamosayuda—soltóMiquel,mirandoaaquelmarinero.Su respuesta fue seguir con su trabajo, tras escupir violentamente al suelo. El
coronel observó a Miquel como si le hubiera molestado que dijera algo sin supermiso.
—¿Hanvistoamuchossoldados?—preguntóelcoronel.—¿Delossuyos?Elviejomarinero,comolosotros,proseguíaatentoasu trabajocon la red.Las
barcasestabanvacías,sinrastrodeningúnpez.Realmentedebíaserciertoqueeldíadetrabajonohabíasidodemasiadobueno.
—Delosmíosydelosotros.Estabaclaroque,aunsinlasinsignias,seguíanpareciendosoldados.—El valle está lleno de los que no son de los suyos. De hecho, creo que no
tardaránenaparecer.Yencuantoa lossuyos,nada.Delamontañasolohabajado,quehayamosvisto,unmalditogitano,quehatratadoderobarnoselalmuerzo.
Miquelestabacadavezmásnervioso.Ymásdesdequeaquelviejomarinerolehabíaconfirmadoque,encualquiermomento,ungrupodenacionalespodíaaparecerporaquellaplaya,que,porelcontinuorepiquedelasolas,parecíamaldita.
—Muy bien. Señores, necesitaríamos algo de ropa para poder pasardesapercibidos.
Elmarineromiróalcoronel.Volvióaescupirviolentamentesobrelaarenadelaplaya.
—Puesnopodemosayudarlos.Nolesvamosadarlanuestra.
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—Sinolohacen,nosmatarán—dijodeprontoMiquel.Loscuatropescadoresseguíancontotalindiferenciaeltrabajoconlared.Elcoronelseacercódespaciohaciadondeestabasujovencompañero.—Sacalapistola—murmuró.Miqueltuvoquebajarselospantalonesparapodersacarelarma.Unavezfuera,
la dirigió hacia el grupo demarineros. Por primera vez, estos se giraron hacia él,abandonandolasredeseirguiéndose.
—Losiento,peronecesitamossuropa.Nosvaleconladedos.Ladeustedyladeusted—dijoelcoroneladosancianos.
Unodeelloseraelmarineroquehabíahablado.—¿Ysinoseladamos?—Miamigodisparará.—Sidispara,looiránlossoldados.—Sinonosdanlaropa,estaremosigualmentemuertos.Elveteranomarineroescupiódenuevoantesdebajarselospantalonesyempezar
a desabrocharse la camisa.El otro hizo lomismo. Primero se cambió el coronel ydespuésMiquel.Mientraslohacían,seintercambiaronelarma.Losdosmarinerossepusieron su ropa, aunque continuaron descalzos. Tanto el coronel como el jovenmilitar conservaron sus botas, lo suficientemente sucias y destrozadas como parapasardesapercibidas.
—Muchasgracias.Suerte—sedespidióelcoronel,antesdegirarseyempezaraandardenuevohacialaciudad.
—Lanecesitaránmásustedesquenosotros—contestóelmarinero.Miquel caminó hacia atrás unosmetros, con el arma desenfundada, para evitar
quelessorprendieranporlaespalda,perolosmarinerossiguieronconsutrabajoconlas redes. Cuando ya no se veían y habían empezado a adentrarse en la parte delpuertodondeseconcentrabanlamayoríadelaschimeneas,elcoronelleindicóconlamiradahaciadondehabíaungrupodeunosseissoldados.
—Miquel,tiraelarma.—¿Qué?—Tira la pistola. De todos modos, no la podremos utilizar. Se te ha olvidado
cogerlasbalasquetehabíasguardadoenlacamisa.Eraverdad.Miquel se desvió algo del camino y abandonó el arma en el suelo sin levantar
sospechas.Algunosoperariosibandeunalmacénaotro.—¡Alto!—gritódeprontounodelossoldadosquehacíaguardiaenaquelpunto.—Notemuevas.Déjamehablaramí—murmuróelcoronel.El militar se acercó hacia ellos acompañado de otro soldado, que ya había
descolgadoelfusilylosencañonaba.
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—Ustedes—insistiódenuevoelmilitar.Miquelyelcoronelesperabansinmoverseymirandoatierra.Eljovensoldadorepublicanooíasurespiración,mientraselancianonisemovía.
Parecíacompletamentetranquilo.—¿Quéhacenaquí?—preguntóunodelosdosmilitares,elquetodavíallevaba
colgadoelfusilenlaespalda.Elviejocoronelnopudoevitarfijarse:eraunmáusercasitanhechopolvocomo
losquehabíanllevadolossoldadosdesubando.Quiensabesisuanteriorpropietariohabíasidorepublicano.Durantetodalaguerrayenambosbandos,casisiemprehabíahabidomássoldadosquearmas.
—Estamosbuscandotrabajo—contestóelviejo.—¿Hoysábado?—Tambiéndebemoscomersábadosydomingos.—¿De dónde vienen? —preguntó de nuevo el soldado nacional, algo más
relajado.Miqueltratabadecontrolarsurespiraciónnerviosa.—DeElPrat.—¿Dedónde?—DeElPrat.—Yosoydeallíytodavíanohepodidoir.¿Cómohansalidodeallí?Aversus
salvoconductos…—inquiriódeprontoelsoldado,quenohabíadejadodeapuntarlosconsufusil.
Miquelpensóquequizálamejoropciónfueraecharacorrer.Peroelancianosemostraba relajado, como si todo aquello fuera lomás normal delmundo. ¿No losestaríanbuscando?Nohacíatantotiempoquehabíanescapadodelcastillo.
—Notenemos,joven—dijoelanciano—.SomosdeBarcelona,deaquímismo.DelPuebloSeco.UnosdíasantesdequeliberaranlaciudadnosenviaronaElPrat,paraconstruirtrincheras.Estosmalditoscomunistasnonosdieronniunachaqueta,ytenemoscongeladotodoelcuerpo.Mirencómovamosvestidos,apesardel frío.Yhastahoynohemospodidosalirdeallí.Soloqueremosregresaracasa,porcaridad,hijosmíos.
Amedidaqueelcoronelibaavanzandoensualegato,empezóalloraryaponersede rodillas. En el suelo, totalmente deshecho, se cogió a la bota del soldado queprimero se había dirigido hacia ellos. Miquel permanecía inmóvil, junto a lossoldados,sindejardemiraralanciano.
—¿Ytú?¿Nodicesnada?—lepreguntóelsoldado,quecontinuabaconelfusildescolgado,alavezqueclavabaelcañóndelfusilenelpechodeMiquel.
Elviejocoronelseguíaenelsuelo,llorandodesesperadamente.—Esmudo—dijodepronto,mirandoconlosojosllenosdelágrimasaMiquel,
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queasintióconlacabeza.Losdossoldadosnacionalesseloquedaronmirando.—Fueradeaquí,rápido.Ytú,lisiado,recogeatupadredelsuelo.¡Fuera!Miquel se agachóy recogió del suelo al viejo coronel, que nohabía dejadode
llorar. Los dos empezaron a andar de nuevo en dirección al Pueblo Seco, dejandoatrásalgrupodemilitares.Aunqueerasábado,habíatrabajadoresenlasfábricasquecomenzaron a encontrarse, en mejor estado que las de Can Tunis. Aquellasexpulsabandenuevosuhumonegroalcielodelaciudad.
LosdoshombresentraronenunadelascallesdefuertependientedeaquelbarriodeBarcelonaquenaceen lamontañadeMontjuïc,apesardeque leda laespalda.Erancallesoscurasyangostasen lasqueaaquellahoraapenasquedabanrestosdevida.Al llegaraunaviejacasaconel techomediohundido,el coronel, totalmenterecuperadodesupapel,sedetuvo.
—Empujalapuerta.Esteseránuestrorefugio.Miquelobedeció.Antesusojosseabrióelpequeñocomedor,enelquetansolo
quedabaalgúnmuebledestrozado,muchasuciedadymásescombros.Miquelayudóalancianoamoverseporelinterior,puesparecíaquelevolvíaadolerlaespalda.
—Descansemos y esperemos a que se haga de noche. Después cruzaremos elParaleloybuscaremosrefugioenelChino.
Miquelasintióysedejócaerjuntoalosrestosdeunasillademaderaymimbrealaquelequedabaunasolapata.Noteníafuerzasnisiquieraparapensar.Estabatancansadoquenoteníanihambre.
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Abrió los ojos. Vicenç se quedó mirando al techo, a las vigas de madera querompían el cielo blanco de aquella habitación. Los cerró. Los volvió a abrir.Permanecía inmóvil bajo unas sábanas que olían a limpio. Poco a poco fuerecordandodóndeestaba.EralacasadelatíaJulia,lahermanamayordesumadre.Suspiróprofundamentemientraslaslágrimasacudíanasusojosyrecordabatodoloque había pasado aquellas últimas horas, aquellos últimos días. Sacó despacio losbrazos de las sábanas y los levantó. El rastro de los alambres era todavía muyevidenteensusmuñecas.Lehacíandaño.Porsuertenolehabíanllegadoaseccionarlasvenas.Cerródenuevo losojos.Cuando losabrió teníaenfrenteasu tía,quesehabíaconvertidoenunaanciana.
—HoytratarédebajaraSantFeliuparaavisaratumadredequeestásaquí.Vicençseincorporórápidamenteenlacama,nervioso.Teníaganasdellorar.Le
faltaba el aire e, incluso, le costaba respirar. Era como si estuviera a punto deahogarse.
—No,tía,no.Lamujerleobservó,extrañada.Seacercóalacamaysesentóasuspies.Llevaba
una bandeja con algo de leche y una hogaza de pan con aceite. Solo de verlo, elestómagodeVicençrugióconfuerza,apesardelmiedo.
—¿Porqué,hijomío?—Es peligroso, tía. Sime encuentran,mematarán; y, si saben que estoy aquí,
tambiéntepuedenmatarati.Sutíamostróunatiernasonrisa.—Vicenç,laguerrayahaacabado.—Todavíano.Juliaempezóaacariciarelcabellodesusobrino.Entoncesoyeronelbramidodel
motordeuncochequeseacercabaalacasa.Losdoscallaron.Vicençsesintióaúnmásnervioso.Selevantórápidamentedelacama.
—¿Dóndemepuedoesconder?Julialomiró,preocupada.—Quédateenlahabitación;métetedebajodelacama,siquieres.—¡Medescubrirán!—Tranquilízate,nosabemosquiénes.—Poreso.—Tómatetualmuerzo.Juliadejólabandejaalospiesdelacama.Sepusodepieysaliódelahabitación.
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Elruidodelmotordelcochehabíacesado,justodelantedelapuertadelacasa.Lamujerrecogiósudelantalylodejócolgadoenunapareddelaquesalíanloscuernosdeunciervo,habitualesenaquellamontañahastaquedesaparecieronporculpadelhambrede laguerra.Tomóaireyseestiróelvestidoantesdeabrir tímidamenteelvisilloquetapabalosvidrios.Lacarademiedoseconvirtióenpuraincredulidad,ensorpresa, una de las mayores de su vida. Sin pensárselo, la prudencia que habíamostrado cuando bajaba las escaleras, y que tanto la había preocupado en lahabitacióndeVicenç,desapareciódegolpe.
—¡Anna!—exclamómientrascorríahacialamujerdesuhijo.Habíallegadoaaquellacasacuandotodosladabanpormuerta,acompañadade
unanciano,bienvestido,ydeunjovenlarguirucho,conlacabezaaltaydemiradaalgoperdida.
—Anna.—Julia.Laancianasequedóquietacuandoaquellachicadepielmorenaycongafasse
volvióhaciadondelallamabaunavozamiga.Llevabaconellaunbebé.Ysupoqueaquellachiquillaerasunieta.Nofuenecesarioquecontaralosmesesquehacíaquesuhijohabíamuerto.
Ambas empezaron a llorar. Julia cogió la cara de Anna entre sus manos, laacarició y clavó la mirada en los ojos de la niña: eran idénticos a los de Enric,profundos,vivos.
DonJacintoyVincenzoobservabanlaescenadosmetrosmásatrás,fuerayadelcoche.No decían nada. Con lágrimas todavía en los ojos, Julia se acercó a dondeestabanylestendiólamano,mientrasAnnaseguíalospasosdesusuegraconlaniñaenbrazos.
—Nonosconocemos.—No,señora.SoyJacinto.YesteesmiamigoVincenzo.La mujer estrechó las manos de los dos hombres. El primero, don Jacinto, la
observaba con cara de ternura; parecía que el encuentro también le habíaemocionado.Elsegundo,unjovenaltoconlacabezarapada,nopodíadisimularensumiradaladesconfianzaqueleproducíatodoaquello.
—Mehanayudadoallegarhastaaquí—intervinoAnna.Lamujerleslanzóunamiradadeagradecimiento.—¿Haysoldadosporaquí?—preguntólajoven,mientrasbalanceabaligeramente
albebé,quehabíaempezadoallorar.Debíadetenerhambre.—Tienequehaber,perohastaaquínohanvenido.Yono loshevisto.¿Yahan
llegadoaBarcelona?Hacedíasquenoseoyenbombas.DonJacintonopudodisimularsusorpresa.Creíaquenadiepodíaviviralmargen
delaguerra.
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—Nosotrosnostenemosqueir—dijo.Se fijó en Vincenzo, que había enmudecido; parecía estar a la defensiva ante
aquellasdosdesconocidas.Dehecho,nisiquieralomiró.Teníaclavadoslosojosenaquellasdosmujeres.Annaasintió.Juliateníaclaroquelomásseguroeradejarquesefueran,aunque,sinpensárselodemasiado,losinvitóaentrarencasa.
—¿Puedohaceralgoporustedes?¿Nolesapetecealgodevino?DonJacintoobservóasujovenacompañante,queseguíaimpasible.Lo cierto es que él sí que necesitaba un descanso.Más que un vaso de vino,
agradecería un buen café.Aunque allí resultara imposible beber café de verdad, almenoslesentaríabienalgocalentito,parapoderentrarencalor.Apesardequeaqueldíahabíaamanecidosoleado,ahoraelcieloanunciabatormenta.
—¿Túquédices,Vincenzo?
VicençselevantódelacamaysevistióconlaropadesuprimoEnric,quesutíalehabíadejadoenunadelassillasdelahabitación.Alponerlospiesdesnudosenelsuelo,sintióelfrío.Elcontrastefuebrutal.Duranteaquellashorasenlacamahabíaentradoencalor.
Mientras se vestía, no oyó que elmotor de aquel coche volviera a ponerse enmarcha.Nadiegritaba.Quizá fueranamigosde su tíao alguienque la conocía.Sevistióconlospantalonesdesuprimo,consucamisa.Al ladoteníaunasbotas,quetambiénsecalzó,nosinalgunadificultad.Lequedabanpequeñas.Consigilo,yantesdequeseabrieradenuevolapuerta,decidióbajarlasescalerasdelacasa.Quizássutíaguardaba todavía la carabina tigreque lehabía traído suprimo Joan a su tío alprincipiodelaguerra.Seacordabadeaquellaescopeta,delaquesesentíaorgulloso.Selaenseñabasiemprequelosvisitaban.ConellasedisparóuntirocuandosupoqueEnric,trasserdadopordesaparecido,tambiénhabíamuertoenTeruel.ComoAndreualprincipiodelaguerra.
Vicençnoeraunhéroe.Nuncalohabíasido.Dehecho,enelfrentenosehabíaatrevido siquiera a disparar ni una sola vez. Pero ahora era diferente. Ya estabacondenado.Aquelloibaenserio.
Bajólasestrechasescalerasdelacasa,quedelatabancadaunodesuspasosconuncrujido.Lohizodespacio.Amedidaquese ibaacercandoa lapuertadistinguíamejorungrupodevoces.Laquemásseoíaeraladesutía,animada,ysinningúntipodetemorensutono.Oyótambiénaunhombrequesedespedía.Yseoíaelllantodeunbebé.Debíande serunosvecinos.Aquello lo tranquilizó, aunqueno lehizodesistir en su idea de conseguir un arma.Antes o después la iba a necesitar, puesestabacondenado.
Siguióbajandoconprecaución,auncuandointuíaqueelpeligronoeratal.Justoenelúltimocrujido,enelúltimoescalón,lapuertaseabrió.
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—¿Anna?¿Qué hacía allí lamujer de su primoEnric?Aquella visita inesperada provocó
quelatensiónconlaquebajabalasescalerasdesaparecieradegolpe.TodospensabanquehabíamuertoenTeruel,conEnric.¿Yelbebéqueteníaenbrazos?
Vicençsequedóboquiabierto,mientrassutíaJulialemostrabaunasonrisa.—Sí,soyyo,Vicenç.YestaeslapequeñaLlibertat.Lamujer de su primo lo observaba con los ojos enrojecidos, como si hubiera
estadollorandohastahacíapocorato.Vicençseacercóylaabrazó.SiempresehabíasentidomuyunidoaAnna.Había sido lanoviadeEnricdurante casi toda lavida.AunqueellatambiéneradeCervelló,habíavividolosúltimosañosmuycercadesucasa, en Sant Feliu. Hasta que empezó la guerra y se alistó junto con Enric y semarcharonalfrente.Laconocíadesdehacía,almenos,seisaños.Desdepocodespuésdehaberhecholacomunión.Eracomosifueradesufamilia,unaprimamás.
Estabamuchomásdelgada,comodebíandeestarlotodos,conlapielblanca,peroconlamismafuerzaquehabíanmostradosiempresusojos.
—Estaesmihija,Llibertat—dijodenuevoAnna.—Abuelaycasisinsaberlo—apuntóJulia,alavezquecerrabalapuerta.Justoenaquelmomento,volvíaasonarelbramidodelmotordelcocheenelque
habíanllegadoAnnaysupequeña.—¿Quienessonlosdelcoche?—lepreguntóVicençasutía,quesedirigíahacia
lacocinaaquiénsabequé.Annaseacercóalachimeneahumeantequecalentabatodalacasa.—Nolosé.Peromehantraídohastaaquí.NecesitabasalirdeBarcelona.Peroya
sevan.La mujer se sentó en el sofá más próximo a las llamas. Vicenç olvidó por
completolaideadebuscarlaescopeta.—Hola,Llibertat.Elbebéparecíaquesehabíadormido.Yano lloraba.Sucarita rosadasevolvía
algomásintensaalcalordelalumbre.—¿Cuántotiempotiene?—Seismeses.—¿Ycómoesquenohabíamossabidonadadeti?—La guerra. Como todos… Parece que todos hemos tenido problemas, y los
seguimos teniendo,¿no?—respondióAnna,queseñalabacon lamirada lasheridasenlasmuñecasdesuprimo.
Vicençmostróunasonrisaamarga.
El pequeño Fiat Balilla del 34 deshacía el camino de la masía en direcciónnuevamente hacia el centro de Cervelló. Vincenzo, que hasta ese momento no se
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habíapodidohacer conelmandode suvehículo, conducía.Don Jacintoobservabaconunasonrisabobalaiglesiarománicadecolorrojizoquesedistinguíaenloaltodeunpequeñocerroquenacíajuntoalacarretera.Elcocheavanzabaporlaspiedrasyelfrío,rugiendodebidoalasaceleracionesdesuconductor,eimpregnabanconunfuerteoloragasolinaquemadaallípordondepasaban.
—Debessermáscariñosoconelcoche.Trátalocomosifueraunamujer—ledijodon Jacinto al chico, que apretaba los dientes y no apartaba la mirada de aquellaespeciedecarretera.
—Señor, creo que hemos ayudado a unos traidores a la patria—respondió elchico.
DonJacintonosealarmó,aunquesegiróhaciasuacompañanteypudovervariasvenasentensiónensucabezaafeitada.
—¿Porquédicesesto?—preguntópreocupado.Vincenzoeraestúpido, tanestúpidoqueeracapazdemeterloenun líodelque
quizánisuyerno,Matías,lopodríasacar.Siesquesiquieralointentaba.Estabamuyrarodesdesuregreso.
—Estabanescondidos.Esamujer,ladelniño,estabahuyendo.—Ladelaniña.Eraunaniña…Peroesonolosabemos,muchacho.VincenzocondujoelcochehastalacalleMayordeCervelló,unpequeñopueblo
decasasbajasydecarretera sinasfaltar, enelque,díasantes, los republicanosnohabíanpodidopararelavancedelenemigo.Ahora,encasitodassuspequeñascasas,como en otros muchos pueblos, lucía la bandera española, que compartíaprotagonismo con pintadas a favor de Franco y contra los delincuentes que,amparadosporlaRepública,habíanhechoydeshechoaplacer.
—YocreoquehuíanyquedebemoscomunicárseloalaGuardiaCivil—insistióVincenzo,quedetuvo el coche aunosmetrosdedonde cuatro agentes, con capaytricornio,charlabanamigablementemientrassupervisabanelsuministrodecomida.
DonJacintosegiróhaciasujovenacompañante.—Notenemosmotivosparadecirlo.—Esnuestraobligación.—Vamosacasao,siquieres,intentemosllegaramisfábricas.—¿Ahoraleinteresanlasfábricas?—preguntóelchico,enfadado.Nuncaanteslohabíavistoasí.Vincenzonoveíaaaquellachicadesconocidacon
subebé,niaaquellamujeralaquelaguerrahabíaconvertidoenunaanciana;ensulugar,veíaaloshombresquehabíanasesinadoasupadredelantedeél,trasacusarlodeseruntraidor,unespía.Además,asumenteacudíalacaradetodosaquellosque,devezencuando,lovisitabanporlanochepara«darleloquesemerecía».
Dos de los guardias que se encontraban delante del almacén de suministroimprovisado repararon en el coche. Los vehículos civiles no eran nada habituales
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aquellosdías.Ymenostodavíaquetuviesengasolina.—Vincenzo,sacaelfrenodemanoysigamosnuestrocamino.Vamosacasa,ya
lodiscutiremosallí.DonJacintohablabamostrandounasonrisa,sindejardemiraralosdosguardias
queseacercaronaellos,serios,cadaunoconunfusilenlaespalda.Vincenzoparecía fuerade sí; tenía lamiradaperdida, como si, depronto, todo
aquellohubieradejadodeirconél.Sujetabaelvolanteconlasdosmanosymirabahacialacarretera.
—Buenosdías—dijounodelosagentes,trasgolpearelcristaldelaventanadelconductor.
—Vincenzo,bajalaventanilla—ordenóconvozqueda,sinperdersusonrisa.Eljovennoreaccionaba.Unodelosagentesobservóelinteriordelvehículocon
caradepocosamigos.DonJacintosegiró,abriósupuertaysaliódelvehículo.Allí,enelpueblo,hacíamásfríoqueenlamontaña.
O quizá es que la temperatura había bajado en pocos minutos. Se ajustó lachaquetayseacercóalosdosagentes.
—¿Quélepasaasuamigo?¿Vaaestarmuchotiempoasí?¿Sinhacercaso?—Disculpe,señorguardia.Lohapasadomuymal.Don Jacinto se apoyó en el guardabarros que subía hasta la capota del coche,
tratandodeganarse laconfianzade losagentes.Si seapoyabaasí,comosihablaraconunosamigos,ynodabasensacióndenerviosismo,nosospecharíannada…
—Todos lo hemos pasadomal—dijo el otro guardia civil—. Y eso no quieredecirquenohagamoscasoalaautoridad.¿Nocree?
—Losé,losé,señorguardia.VenimosdeBarcelona.Elchico,durantelaguerra,perdióasupadre.Eraunodelosespíasdelejércitoliberador.Yaél,pues,cadadía,unapalizaporaquíyunapalizaporallá.Estamañana,uncomandantedelossuyoslehadadogasolinaparaquepudiéramosdarunavueltaensucoche.Yhemosvenidohastaaquí,desdeBarcelona.
—Uncomandantede«lossuyos»,señor.Delosnuestros.Ysupongotambiénquedelossuyos,¿no?
DonJacintosepusofirmes.—Claro,señor.—Aver,siesasí,enséñemesussalvoconductos.Sudocumentación.¿Onosabe
quehastaquenoacabemosconelúltimohijodeputacomunistanosepuedemoverelculoporaquí?
—¿Ladocumentación?Enelinteriordelcoche…Vincenzo sedespertódegolpeypisóel aceleradorhastael fondo.DonJacinto
cayóalsueloyunodelosdosagentessalióporlosairesalrecibirunfuerteimpactoen la cintura. Sus gritos, el rugido del coche y el fuerte olor a gasolina quemada
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alertaron a los otros dos guardias, que seguían la escena junto al almacénimprovisado.DonJacinto,enelsuelo,observócómoelcochesedirigíahaciadondeestabanlosotrosdosguardias,queyaapuntabanaVincenzoconsusfusiles.
Elguardiacivilqueestabaasuladosehabíaquedadoparado,mientrasqueelquehabía sufrido la embestida del coche llenaba la calle de gritos de dolor. Se oyeronsietedisparosantesdequeelcocheacabarachocandocontraelpequeñoalmacénysellevarapordelante a trespersonasquehacíancola.ElFiatde color rojo sedetuvomientraslospeatonesylosotrosdosguardiasseguíangritandoasualrededor.UnodeellosabriólapuertadelconductoryelcuerpoensangrentadoysinvidadeVincenzocayófuera.DonJacintoseguíaenelsuelo,observandotodoaquello,sinmoverse.Depronto,oyópasosaceleradosqueseacercabanaél.Sediolavuelta.Eraelguardiacivilconelquehabíaestadohablando.Tiróelfusilasuladoydesenfundósupistola.Tenía los ojos ensangrentados; el ceño, fruncido. Disparó hasta quedarse sinmunición.
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—Entonces,sargentoNúñez,¿hizolaguerraconelcomandante?—Granpartedeella,señor.—Esungranhombre.Ungranpatriota.El capitán llamó de nuevo al camarero del bar, que, ataviado con su lazo, se
movía de un lado a otro del local, que estaba lleno de gente, como si allí nuncahubierahabidounaguerra.
Matíasyahabíadejadosuuniformeencasayllevabaunodesustrajespreferidos,el de paño verde. Lo había tenido que coger él mismo. La puta de Pilar seguíallorandoencimadelacamaynisiquieralehabíadirigidolapalabra.
—Señor.Matíasmiróalcamarero,quesecuadróanteélporlafuerzadesumirada.—¿Ustedquieretabaco?—preguntóMatíasalsargento,quenegóconlacabeza.—Tráigameamíunbuencigarro,elmejorquetengan.—Inmediatamente,señor.Matíassiguióconlamiradaaaquelestúpidocamarerodefinobigoteyamericana
blancaqueseperdíaentrelamultituddeviejosburguesesquehabíavueltoapoblaraquel bar de lasRamblas, tras varios días de ausencia, a causa de los bombardeoscontinuosydelaproximidaddelossoldadosnacionales,tantemidosporunoscomoansiadosporotros.
—Sargento, iremosadarunavueltaporelChino.Averquévemos.Ymañana,cuando tengamos a todos los hombres, podemos empezar con la limpieza. Si esnecesario,pediremoselapoyodeunidadesregularesdelejército.
—Sí,señor.Elcamareroaparecióconunhabanoqueentregóalcapitán.—Invitalacasa.—Gracias,chico.Losdoshombressalierondellocal.Elcapitánseparóalaentradaparaencender
elcigarro.—Sargento, a partir de ahora llámeme solo Matías. Es mejor que pasemos
desapercibidos.YolellamaréNúñez,¿deacuerdo?—Sí,señor.—Bien.Sin decir nada más, empezaron a bajar por las Ramblas, que, lentamente,
recuperabansutrajínhabitual.Todavíaestabanmuylejosdevolveraverlasparadasdefloresyotroscomerciosquesolíahaberenellas,pero,almenos,denuevoseveía
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agentequeibayveníadelpaseodeColónyelpuertohastaelpaseodeGraciaoelcentro. Gente que paseaba, como casi siempre en aquella ciudad: mirando haciadelanteysinpreocuparsedenadamás.Lasacerasestabanlimpias.LasbrigadasdelnuevoAyuntamientoseocupabanderetirarlosúltimoscartelesdelantiguorégimen,supublicidadysupropaganda.Volvíaaserunlugarserioenelqueloshombrescontraje y sombrero se paseaban arriba y abajo. Todo aquello era sorprendente, hastaparaMatías.Aúneranmásqueevidenteslossignosdelaguerraque,hastahacíatansolounosdías,habíaasoladolaciudad.LosescombrosdealgunosedificiosllegabanhastalasmismasRamblas.Lahuelladeproyectilesdedíasatrásy,sobretodo,delametralladelasbombasfascistas,deloshechosdemayodel37e,incluso,delosdejuliodel36sedejabanverenmuchasde las fachadas.Ensuscasas,en lasquenohabía cristales. Pero, aun así, parecía que la guerra hacía mucho que se habíaacabado.
«¿Dónde irá toda esta gente?», pensóMatías. Había estado demasiado tiempoalejadodeaquellaciudad.
—Matías,íbamosalChino,¿no?Sin darse cuenta, habían llegado andando hasta más allá de la mitad de las
Ramblas. Se encontraban junto al Gran Teatro del Liceo, expropiado durante laguerra y convertido en Teatro Nacional de Catalunya. Allí, algunos hombrestrabajabanretirandounosemblemasycolocandootros.
«Prontovolveráa lanormalidad;comoloestáhaciendotodo,Pilarvolveráa lanormalidad»,pensóMatías.
Conocía bien aquel teatro, había ido más de una vez. Su suegro y su familiateníanunpalco.Élhabíasidounodelosafortunadosqueen1926pudoverLaciudadinvisibledeKietge,deRimski-Korsakov,quehastaentoncessolosehabíaestrenadoen Rusia. Habían pasado muchas cosas desde entonces, cuando solo era unadolescente.
—¿Matías?ElcapitánPuigobservóalsargentoNúñez.Aquelhombre,deestaturamediayde
sumismaedad,esperabalarespuestaylaordendeentrarenaquelnidoderatasparalocalizarsospechosos.
—Vamos,Núñez.Dejaron atrás las Ramblas y empezaron a perderse en aquellos estrechos
callejonesque,alcontrariodeloqueerahabitual,estabanvacíos;nohabíaniputas,aunquedelosbalconescolgabansábanasyropaqueesperabansecarsealgoalaluzdelasnubesgrisesquecubríanlaciudad.
—Si no fuera por la ropa tendida, diría que todos los que viven aquí estánhaciendocolaparaentrarenFrancia.
Matías asintió, con una pequeña sonrisa. Se palpó la cintura. No estaba
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acostumbradoallevarunaautomáticaescondida.—Siquiere,nosacercamosalacalledeSantOlegari.Antesdelaguerraaquello
eraunnidoderatasanarquistas.Habíaunpequeñobar,elHilo,enelquesevendíanycomprabanpistolas.
—Estácercadeaquí,¿no?—Algomásalnorte.El sargento Núñez tomó la delantera por aquellas calles oscuras, llenas de
suciedad,deunbarrioquehastalacreacióndelEnsancheenelsigloXIXhabíasidoelque había acogido a las clases altas de la ciudad. Después estas habían decididoalejarsecadavezmásdelpuertoydelosqueveníanavivir,omásbien,amalvivirdesus astilleros. Ahora aquel barrio era tan solo un foco de enfermedades, tambiéntropicales, en el que se agolpabanpersonas llegadas de todaEspañaque se habíanasentadoen la ciudad enbuscade trabajo, para sobrevivir gracias a algunasde lasmonumentales obras de principios de siglo, como las de los dos metros o laExposiciónUniversal.Unnidodeobrerosyanarquistasquesolíanvagabundearporaquellascalles,enotrotiempo,siemprerepletas.
Al llegar a la calle deSantOlegari se encontraron aungrupodehombresquecompartíanunabotelladevinoalaentradadeloqueantiguamentehabíasidoelbarHilo.Ahorasuletrerosehabíacaído,teníalaspuertasreventadasyelinteriorparecíadestrozado.Loscincohombresreunidosvestíanropasdeverano,apesardelfríoquehacía.Ibansuciosyteníanquemadalapiel.
—Estos no saben que está prohibidomantener una reunión sin autorización—murmuróMatías.
Se acercaron aún más a aquellos hombres, que continuaban compartiendo labotella.
—¿Losasustamos?Aquelcomentarionolehizoningunagraciaalcapitán.Elsargentoloentendióal
momento, tras recibir el rechazo de su mirada. ¿Qué pensaba? Ahora estabantrabajando.
—Señor,lospodemosutilizarparaconseguiralgodeinformación.Elcapitánasintió.Unodeloscincohombres,ungitanoconlaropadeshechayconunextrañobulto
bajolacamisa,advirtiólallegadadelosdosdesconocidos.Nuncaloshabíavistoporel barrio. Se puso en guardia, aunque intentó aparentar cierta normalidad. UnanormalidadquenoconvencióalcapitánMatíasPuig:eragitano.
—Buenosdías,señores—saludóelsargentoNúñezirrumpiendoenelgrupo,quese quedó completamente en silencio, como si fuera una partemás de aquella callesemidesierta.
Elcapitánsecolocójuntoalgitanoysacólapistolacondisimulo,manteniéndola
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juntoasuspantalones.—Buenosdías—contestaronellos.—¿Nadiemedaráalgodevino?—preguntóamigablementeelsargento,que,al
cabodepocossegundos,estabadandountragoaaqueltintodeldemonio,capazdeprovocararcadasatodoelquemanteníaunprimerencuentroconél.
Elsargentodisimulóelmalsaborydevolviólabotellaal tipodeunoscuarentaañosqueselahabíaofrecido.Loobservaba,desafiante.
—Bien,aquíseestabacerrandountrato,seguramenteilegal—dijodeprontoelsargento.
Notóqueelgitanoseponíaalgonervioso.—Aver,señores.Estáclaroquenadiebrindaconunabotellaenmediodelacalle
antesdelacomida.Ymássisesabequeestáprohibidoreunirse.Desdeluego,algoestúpidossíqueson…Enfin,almenossepodríanhaberescondido.
Doshombres,losqueestabanfrentealsargento,ledirigieronunamiradaasesina.Núñez se llevó la mano a la espalda y desenfundó su automática. La levantódirigiendoelcañónalapuertadelacasaquehabíadetrásdeellos.
—Ysupongoqueelmotivodeltratohadeestarescondidoaquídentro.¡Tú!—dijo señalando con la pistola a un hombre de unos cincuenta años, sucio y cuyasgrasosas patillas le llegaban hasta cerca de la boca. De todos, era el que parecíamenosdesafiante.
Elcapitánseguíaobservandotodalaescenadesdedetrásdelgitano.—¿Sí?—Acabadeabrirlapuerta.Todosmiraronaotrohombre,quedebíadetenerunostreintaañosyllevabaun
viejo traje de paño, con las coderas y las rodilleras casi tan desgastadas como lasespardeñas y los calcetines de lana que le cubrían los pies.Aquel hombre, que seencontrabajuntoalgitanoyalcapitán,asintióconlacabeza.
Alabrirlapuerta,tressacosrepletosdepatatas,unascuantaspodridas,comosededucía por la peste que emanaba de ellas, cayeron en medio del círculo queformabanloshombres.
—Estraperlo—soltóelsargento,que,algodecepcionado,bajólapistola.—Espere,Núñez;quizáshayaalgomás—dijoelcapitána lavezquegolpeaba
con el cañón de su automática la cabeza del gitano, que cayó fulminado a tierra.Mientrascaía,lesacódelacinturaunrevólvermediooxidado.
Con las dos armas apuntó al resto del grupo.Al encontrarse con lamirada delcapitán, uno de los dos hombres que observaban desafiantes al sargento acabóbajandolamirada.
—Nosomosmunicipales.Niguardias,nipolicías.Somosunoshijosdeputaquesiqueremosos jodemosconundisparoavosotrosyavuestras familias,ydespués
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nosmeamos encima y aquí no pasa nada. ¿Quién coño es este gitano?—gritó elcapitán,queapuntódirectamentealafrentedelhombredelargaspatillas.
El sargento, mientras tanto, dio varias patadas al gitano, que trató dereincorporarse.
—No lo conocemos—dijo, finalmente, con voz entrecortada el hombre de laslargaspatillas.
—¿Tunombre?—JosepBauví.—Bien,parecequealguienempiezaaentrarenrazón—dijoelcapitán.Matíasdirigióelcañónaotrodeloshombres,elquenohabíabajadolamiradaen
ningúnmomentoyquelosseguíaobservandodesafiante.Eloficialapretóelgatilloyunabalaatravesósucráneo;alcaeralsuelo,dejóenlaparedunrastrodesangre.Elrestodelgrupodiounpequeñosaltohaciaatráseinclusoelsargentodejódeapalearalgitano,quedecidióqueeramejorquedarsetumbadoenelsuelo.
—¿Ybien?¿Quiénesestegitano?—continuóelcapitán,comosinada.Elhombredelaspatillasempezóaagitarsenerviosamente.Lecostabarespirar.—Noloconozco.Ynoconozcoalosotros.Solohavenidoparavendernosunas
patatas.LejuroporDiosquenoloconozco.Noslasestabavendiendo.—¿Yconquéleibaisapagar?—Conoro—dijoJosep,alavezqueabríalapalmadelamanoymostrabauna
fundadeesemetal.—Bien,alaparedyconlasmanosenlacabeza.¡Venga!Elcapitánsedirigióalosotroshombres.Elmásjoventeníalamiradafijaenel
muerto.—¡Tú!—gritóelcapitán.Eljoven,unodelosquehabíaobservadodesafiantealcapitán,segiróalgritodel
oficial.—¿Dequéloconoces?—Es…,es…,se…,se…,señor…—¿Teestásquedandoconmigo?—Señor,esqueestartamudo—intervinootrodeloshombres.—Entonceshablatú.—Elcapitánpasóaapuntarloconsuautomática—.¿Dequé
conocesalgitano?—Havenidoavendernospatatas.Durante laguerraya lasvendía.Lasdebede
robarporaquí.—¿Ylapistola?—SehaescapadodelcastillodeMontjuïc.—Noloqueríanniloscomunistas—dijoelsargento,mientrasescupíaasupresa,
quepermanecíaenelsuelo.
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—Sehaescapadodeustedes—dijoelotrohombre.—Núñez,levántelo.Elsargentocogióalgitanocomosifueraunsacoylopusodelantedelcapitán.—¿Y por qué te detuvimos?—preguntó, a la vez que le colocaba su revólver
enmohecidobajolagarganta.—Porsergitano—escupió.—Buen motivo. Si quieres salvar la vida, dinos dónde podemos encontrar
comunistas,esasratasqueseescondenenvuestrobarrio.Seguroquelosabéis.Yestovaparatodos—advirtióelcapitán,queapuntóconsupistolaalosotroshombres.
Todoscallaron.Tambiénelgitano.Elcapitánabriófuegocontraelmásjoven.Labalalearrancómediolóbulodela
orejaizquierda.SulamentodesgarróaquellasuciacalledelChino.—¡Quemelodigáisahora!—Unossoldadosyuncoronel,queescaparontambiéndelcastillo,sequedaronen
elcementerio—dijofinalmenteelgitano.—Mivecino,eldel terceroCde lacalledeEscudellers, estáescondidoenuna
paredfalsadelacocina—continuóelgordodelaspatillas.—Muybien,Núñez,hagaunalista.—Deacuerdo.¿Yquéhacemosdespuésconestos?—murmuró.—Cuandohablen,noslosllevaremosalcastillo,paraquevisitenelfosodeSanta
Elena—contestóenvozquedaelcapitán.Soloelgitanolooyó.Peronodijonada.Sidebíamorir,preferíahacerlodespués
detratardehuirnuevamente.
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Elpequeñorayodeluzqueentrabaporelmaltrechotechoempezóaapagarsepocoapoco.Durantetodoeldíahabíahechofrío,ymásenaquellalúgubrecasadelaquenosehabíanpodidomoverparanolevantarsospecha,vestidosconaquellaropadepescadores,queabrigabamuchomenosquesusviejosydeshechosuniformes.
Durante toda la tarde, tanto Miquel como el coronel habían permanecido ensilencio,observándose,tratandodedormiralgo,enalertacadavezqueoíanunruidosospechoso. Pero nadie se acercó a aquella casa derruida, ningún moro entróbuscandoaloscomunistasquehabíanhuidodelcastillodeMontjuïc.
La principal preocupación del coronel en todo el día había sido su espalda.Lasentía como si la tuviera destrozada.Yno sabía si estaría preparadopara correr ladistanciadepocosmetrosquelosseparabadelbarrioChino.Allípodríanestarmásseguros.Losfascistastardaríantodavíaunassemanasenentrar,teníanqueacabardeganarlaguerra.EnelChinoibananecesitarmuchossoldadospararegistrarcadaunodelospequeñospisos,muchosdeellosatestadosporlagentedelaclasemáshumildedeBarcelona.Oalmenosesocreía.
Eraunbarriodemarineros,putasy,sobretodo,personasque,antesdelaguerraydurante ella, habían buscado cobijo del hambre en aquella ciudad gris, aunquemuchosnolohabíanconseguido.
—Coronel. Ya es de noche. Tenemos que aprovechar para cruzar el Paralelo.Cuantoantesmejor.
El hombre lo observó. ¿Qué demonios hacía allí? ¿Por qué se había dejadoconvencer?Yadeberíaestarmuerto.
Fijó sus ojos en la sonrisa ilusionada deMiquel. Realmente no sabían qué seencontrarían,peroahoraerademasiadotardeparaseguirpensando.Enlasguerrasnosetienetiempoparapensar,másbientodolocontrario.Ycuandosetienetiempo,esmejornodarlevueltasalacabeza.
—¿Seencuentrabien?Miquelloobservabadepie,justodelantedeél,conlosbrazoscruzados.También
debíadetenerfrío,conaquellospequeñospantalonesrecortadosylacamisavieja.Elcoronel trató de levantarse, apoyándose en la pared. Al ver las dificultades delanciano,Miquelseacercóparaayudarlo.
—Despacio…—¿Mejor?—No.Noséquéhagoaquí.—Vivir.
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—Esoquizátengavalorparati.Miquel no le contestó. Se acercó hacia la puerta de la entrada. Había algunas
farolasencendidastrasvariosdíasdeoscuridad.EranlassuficientesparacomprobarqueenaquellanegrayangostacalleenelregazodelamontañadeMontjuïcnohabíanadie.Unafinaneblinalocubríatodo,comosifueraunapequeñaysuciasábanadelino.
Las aceras y las paredes oscuras de las casas estaban mojadas, de una lluviasalina,porlahumedadqueimpregnabatodasaquellascalles,debidoalaproximidaddelmaryde lamontaña.Esahumedadqueno sepercibía en los restosdeaquellacasaen laquehabíanestadoescondidos.Allídentro solohacía frío, casi tanácidocomoelsilencioque invadíaenaquellosmomentosesapartede laciudad,siemprerepletadeobreros,soldadosyprostitutas.Noeraposiblequetodoshubieranmuerto.Parecíaunacallefantasma.Unaciudadfantasma.
—Nohaynadie.—Debedehabertoquedequeda.—La ciudad parecemuerta—dijoMiquel, todavía desde el vacío de la puerta
entreabiertamientrasnotabaqueelancianoseacercaba.—Queestémuertaovivaessolocuestióndetiempo.Eljovennolehizocaso.Nonecesitabapensarenlamuerte.Yapesardetodolo
queestabapasando,noperdíalaesperanzadesalirconvidadetodoaquelloyquizáreunirseconsufamiliaenPortbou.
—Esta humedad no les sienta bien a mis huesos —dijo el coronel mientrasobservabaconindiferenciaelambientefantasmaldelacalle.
Miquellomiró.—¿Podráandar?Elcoronelledevolviólamirada.—Sería mejor que lo intentaras solo, chico. Un viejo como yo puede ser una
carga,ynotengotantasganasdevivir.Teacabaránmatando.Miquel no sabía por qué, si era porque su otro compañero, el Bachiller, había
muertodelantedeél,oporquenoqueríaestarsoloenaquelinfiernoquetantotemía,perohabíadecididoquesuspasosestaríanunidosalosdelanciano.
—Sinova,novoy.Elcoronelmostróunpequeñogestodeenfado.—¿Quécoñoospasaalajuventuddehoyendía?¿Nosabéisvivirsinmí?Miquelnolecontestó.Nosabíadequéleestabahablando.—Coronel,no leconozcodenada.Nosénadadeusted.Usted tampocodemí.
Pero,sisomosdos,tenemosmásposibilidadesdesobrevivir.—Muchacho,yoheestudiadoestrategiamilitar,ytepuedodecirque…noséde
dóndehassacadoesaidea.
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Elcoronelrespiróprofundamenteparatratardesoportarunaagudapunzadaenlaparteinferiordelaespalda.
—Vamos.Vamos,antesdequemelopiensemejor.Seacercóalapuerta,quetratódeabrirencompletosigilo.Sinsuerte.Uncrujido
seguidodeunprofundochirridorompióelsilenciodelacalle.—Coronel,noquieromorir—murmuróMiquel.—Noséporqué.Salierondeloquequedabadeaquellacasayempezaronabajarlacalle.Eluno
junto al otro.Con paso tranquilo y sosegado, tratando de no llamar la atención enmediodeunacallequeparecíacompletamentevacía.
—TendremosquecruzarelParalelo.—Losé.—¿EresdeBarcelona?—Sí.DelEixample.El coronel le miró. En el Ejército Popular o en las milicias no abundaban los
voluntariosdelEixample,sinomásbienlosdelosbarriosobreros.LosdesegúnquézonasdelaciudadsehabíanmarchadodirectamenteaBurgos.¿Yqué?Élnoeraunpolítico.Éleraunmilitar.
—DebedehabercontrolesenelParalelo.Miquelasintiósindecirnada.—Coronel.Yanovolvióainsistirmásenquelollamaraporsunombredepila.Esotambién
parecíaunabatallaperdida.—¿Sí?—Cuandolleguemosallí,¿quéharemos?—CruzarelParaleloconmuchocuidado.—MerefieroacuandoestemosenelChino.—Averiguaremossihayalgúnfocoderesistencia.Sino,podemosvisitarauna
amiga.Creoquenospodríaayudar.Acompañadosporelsilencio,seadentraronporunacalleenlaquelanieblaera
todavíamás espesa.Una calle que hasta pocos días antes había sido objeto de losregistros de una policía desaparecida, después de que unos cuantos vecinosdecidieranasaltarunode losdepósitospróximosparacombatir elhambremientrassoportabanel ruidocontinuode lasbombasy sufrían susefectos.Alcoronelaquelsilenciolosorprendíaacadapaso.Unanochesinbombas,sinsirenasysinelruidoque provoca el miedo. Solo silencio. Miquel lo paró con la mano. Él se quedócompletamente inmóvil. Se oyeron pasos. Aquel chico tenía buen oído. Quizás élsabía si provenían de la calle que acababan de dejar o de la siguiente por la quedebíancontinuar.Instintivamentelosdosseecharonhaciaatrásysearrimarontodo
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loquepudieronaunportal.Esperaronensilencio.Pocoapoco,lospasossefueronalejando.—¿Seráunapatrulla?—murmuróMiquel.—Nocreoquepuedasernadiemás.—LaSantaCompañanocreoquesea—lesdijounavozqueelcoronelsintióa
suspies.Al girarse, alarmado, tropezó con algo y cayó al suelo. Miquel se acercó al
coronel y cayó encima de él. Sintió un gemido agudo, apagado, que lanzaba unasombra.
El coronel se giró para ver aquello con lo que había tropezado: un hombre deunos cincuenta años, con el rostro invadido por una barba y un cabello grises ysucios,quesemordíaellabioinferiordedolor,paranogritar.
—¿Mequeréisromperlaspiernas?—preguntómientrasunaspequeñaslágrimassalíandesusojos.
Elcoronelhabíatropezadoconsuspiernasestiradas,yMiquellehabíapisadolarodilla antes de perder el equilibrio. Aquel viejo borracho que olía a mierda y aalcohol dirigía las palmas de las dos manos hacia él. Miquel y el coronel se loquedaronmirando,sindecirnada,hastaqueacabóconsus lamentosahogados.Sinsaberporquésiguieronagachados,todavíaunoencimadelotro.
—¿Quéhaceaquí?—preguntóMiquel.Elviejodelabarbalomiróconrencoreindiferencia.—Beber—dijo,alavezquemostrabaunabotelladevinocasivacía.Miquel se levantódespacio, tratandodenohacerdañoalcoronel,y loayudóa
ponerse en pie. El desconocido seguía tumbado, aguantando la botella con sus lasmanos,comosieldolordelarodillahubieradesaparecidodepronto.
—Noospiensodar—dijo,antesdepegarunlargoyúltimotrago,queacompañóconunsonoroeructoquehizoquelosdoshombressepusierandenuevoenguardia,ensilencio,tratandodedistinguirsilospasosdeantesregresaban,alertadosporaquelsonido.
Nada.—¿Haymuchossoldados?—¿Delosvuestros?Miquelmiróalcoronel.¿Cómoloshabíadescubierto?Novestíandeuniforme.—Noparecéispescadores;además,sivaisapescar,elmarestáalotrolado.Yes
demasiadoprontoinclusoparavosotros.Ahoraes lahorade losborrachosydelasputas,aunqueyoestoydemasiadosolo.
—Serámejorquereemprendamosnuestramarcha—interrumpióelcoronel.—Adiós.YvivaFranco,oquiensea.Miquel siguió los pasos del coronel, que giró de nuevo a la derecha, por otra
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callejuelaquebajabadesdelamontañahastaelParalelo.Alllegaralagranavenidadelosteatros,delosbaressindicalistasydelasmujeresdemalavidayanoquedabarastro algunode aquellos grandes estrenos, algopicantes, o, inclusode laConxita,unaputadelaquedecíanqueteníauninsólitorécord,conmásdecienserviciosenunasolanoche,ademásdeunafamabienconocidaentodoslosbarriosdeBarcelona,enlosaltosyenlosbajos.
El coronel se adelantó con paso torpe. La última caída había agudizado sulumbago.Miróprimeroendirecciónalpuerto.Observóen silenciounos segundos.Después hacia la plaza de España. Aquella gran avenida que cruzaba Barcelonaestabavacía,llenadeoscuridadydesilencio.
—No lo entiendo.Si no fuerapor aquellospasosypor eseborracho,diríaqueaquínoquedanadie.Nifascistas—dijoMiquel,poniéndoseasulado.
—Lonormalesquehubierapatrullas.Comolaquehemosoído.Nopuedenhaberllegadoyhabersemarchadotodos.
—Quizánadieseatrevaasaliralacalle.Tampocolosfascistas.—¿EsonoesunT-26?—preguntóelcoronel,señalandouncarrodecombateque
bajaba,alolejos,porlaavenida,iluminadotímidamenteporunpardefarolas.—¿Esnuestro?—Sí,perolopuedenllevarfascistas.—Señor,¿ysihemosreconquistadoBarcelona?Nosabemosnada,ytampoconos
hanbuscado.El viejo militar se rascó la barbilla. Era una posibilidad, pero todo estaba
demasiado tranquilo para haber soportado una batalla tan feroz como habría sidoquitarleBarcelonaalosfascistas.¿Yconquéfuerzas?ÉlsabíamejorquenadiequeelEjércitoPopularestabaderrotadoyhaciendocolaparacruzarlafrontera.Aunasí,Miquelnoloveíatodotanclaro.Ynopodíadisimularciertailusión.
Lasorugasdelcarrodecombateparecíaquerompíanelasfalto.Amedidaqueeltanqueavanzaba,seoíanlospasosdelossoldadosqueibanjustodetrás.
—Mejornosvamos.Miquellomirósincomprenderqueledecía.—Chico, hemos perdido la guerra. Pero, bueno, a mí me da igual morir. Si
quieres,nosquedamos.Miquel se encontró con los ojos del coronel; su ilusión se extinguió. Salir de
aquel infierno, pormucho que lo deseara, no sería nada fácil. Sin contestar, cruzóaceleradamente aquella gran avenida, donde retumbaban el avance del tanque ydecenas de pasos. El coronel lo siguió cómo pudo hasta que se adentraron en laprimeradelascallesqueencontraron,yaenelChino,estrecha,muyestrecha,yllenadepisostodavíamásestrechos.Tampocoallíparecíahabernadie.Eracomositodoelmundohubierasalidocorriendo.Lascallesestabancompletamentevacías.Yallíno
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esquenofuncionaranlasfarolas,esquenohabía.—Nocreoqueaquíquedenadieresistiendo.—Losé,chico.Solohacefaltaveresto…Alllegaraunanuevacalle,distinguieronunatímidaluzquesalíadeunaventana
completamentecuadrada.Parecíaquehabíandivididounaplantaendos. Iluminadaporuna tímida luz,unamujer sacó lacabezapor laventana,cubiertaconunabataconmotivosorientales.
—¿Hablamosconella?—preguntóMiquel.Lamujertodavíanoloshabíavisto.—Necesitaríamos ropa, pero nome fío.No nos podemos fiar de nadie.Vamos
mejoracasademiamiga.Elcoronelsiguióporotrodeaquellossucioscallejones,evitandoeldelamujerde
laventana.Dabancincoo seispasosy separabanparaaguzareloído, tratandodepercibirelmáspequeñodelossonidos.Tambiénlohacíanantecualquiersospecha.Peroporaquellascallesnohabíanadie,nisiquieralosperrosquesiguenalaguerra,olosgatos,queenaquellaépocaseconvertíanenalimentoparalosestómagosmáshambrientos. Anduvieron lentamente por aquellas estrechas y laberínticas calles,cambiandoderumboalaprimerasospecha.MiquelhabíaestadoenalgunaocasiónenelChino,peronoloconocíatanbiencomoelcoronel.Poreso,cuandollegóaunedificioantiguo,conagujerosdebalasrecientesen lafachada,nopodíanisiquieraimaginarquehabíansubidotanpocoyqueseencontrabantancercadelasRamblas.
—«PensiónMontseny»—leyóMiquelenuncartelqueindicabalacuartaplanta.—Eslacasademiamiga.«¿Unapensión?»,pensóeljovensoldado,pero,comoerahabitual,nodijonada.
Alcruzar lapuerta,elcoronelechódemenosalgo: lapestede lasmeadassiemprepresenteantesdesubiraquellasescaleras.EraunrequisitodeMontse,ladueñadelapensión,paraaquellosquesubíanasucasaparapasarunanochedeplacer.Allísellegabameado,acostumbrabaadecir.Quedabanexentosdecumplirlanormalosquevivíanconella,comohabíahechoelcoronelenlosúltimosmeses.
Subiócondificultadeslaestrechaescaleraquellevabaalacuartaplanta.Miquelloseguíaporaqueltúneldeespiralporelquesubíalibrementeelvientofríodeaquelenero.Cadavezeramáshúmedo.Talvezacabaría lloviendoonevando.Caminabaconlospiescasidesnudos,solocubiertosconlasbotas.
—Lapuertaestácerrada—dijoelcoronel.Sujovenacompañanteloobservó,extrañado:—¿Y?—Lapuertasiempreestáabierta.Siemprehayclientesquesalenyentran.El coronel se rascó la barba y la cabeza. Miquel no pudo evitar esbozar una
pequeñasonrisa.Hastaaquelmomentonosehabíafijadoenelaspectoqueteníael
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anciano.Su cabello blancoy la pequeñabarbadel color de la ceniza, todavía bienrecortada, ledabanunaire señorial,noble; sinembargo, lacamisademanga larga,sucia y de pescador, quedebió de ser blanca en su tiempo, así como los estrechospantalones de pitillo que ni siquiera le llegaban a los tobillos, desmentían talimpresión.
Continuaba llevando sus botas militares, bien calzadas; por suerte, aquellamañananohabíanllamadolaatencióndelossoldadosfascistas.
—Nosésiesseguro,chico—dijoelanciano,decepcionado.Quenotuvieraningúninterésenseguirviviendoeraunacosaquenosecansaba
de repetir y que Miquel, sinceramente, se creía. En cambio, la visita a aquellapensión, aver a suamiga, sí que lehacía ilusión.Parecíamáspreocupadoenesosmomentosquesihubieraestadodelantedeunpelotóndefusilamiento.
—Llamealapuerta.Elancianoloobservó,resistiéndose.—Llame. No creo que estemos en peligro o, al menos, más de lo que ya lo
estamos.Elmilitargolpeóconlosnudilloslapuerta,cerradaporcompleto.—Parecequenohaynadie.Teníaganasde irse; temíanoencontraralotro ladode lapuertaasuamiga,no
tantoelpeligroqueélmismopudieraestarcorriendo.EstavezfueMiquelquienllamó.Conmásfuerza.Alpoco,seoyeronalotrolado
pequeñospasosquerompíanelsilenciodelalaberíntica,oscurayvacíaescalera.Larejilladelapuertaseabrió.Miqueltratódeveralgo.Nohubosuerte.Noveíaquiénestabaalotrolado,aunquenotabaunapresencia.
Elcoronelmirabaalvacíodelasescaleras.—¿Quiénes?—preguntóunavozrota.Miquelcalló.Elcoronelseacercóalapuerta.—Montse,soyyo—murmuró.—¿SeñorMontesinos?¿Coronel?Se oyó el ruido de los pestillos del otro lado de la puerta. Con un chirrido
agonizante, la puerta se abrió. Una melancólica luz iluminó el foso de peldañosirregularesdonde losdoshombresesperaban.Esapuertaerael finaldelcaminodeaquellas escaleras, como una salvación de luz prometida tras un sendero deoscuridad.
—Entre,coronel,entre.Miquel se fijó en aquella mujer, que sostenía un habano apagado en la boca.
Apestaba.Erapequeña;nolellegabanialascaderas.Teníaelcabellodecolorgrisamarillento e iba completamente despeinada. Parecía una anciana, aunque casi noteníaarrugasenelrostro.Clavósumiradaenél,comosiloanalizara.Despuésmiró
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condulzuraalcoronel.Losdejóentrarycerró lapuerta.Yadentro, seacercóa suamigoyloabrazóporlacintura.Empezóallorarensilencio.
Elcoronelbajólacabezaymimósuscabellosgrasosyhúmedosporelsudor.—¿Teencuentrasbien?—preguntó,pausadamente,conafecto.—No,coronel.Nomeencuentrobien.SehanllevadoaEusebio.ElancianodirigióunamiradaaMiquel;Eusebiodebíadesersumarido.Lamujer
estuvollorandounratoenlosbrazosdelcoronel.Todavíaentresollozos,sesecólaslágrimasylemostróunalevesonrisa,tratandodetranquilizarse.
—¿Dóndeselohanllevado?—preguntóelmilitar.—AlaModelo.Anoche.Losmorospasaroncasaporcasa.Tambiénaquí.Mehan
obligadoacerrarlapensiónhastanuevaorden.YsellevaronamiEusebio.¡Hijosdeputa!
—¿Nohassabidonadadeél?Lamujerbajólamirada,concaradeculpabilidad.—Tengomiedo,coronel.Nomeatrevoasalirsoladeaquí.—Esnormal,señora—intervinoMiquel.Lamujersegiróhaciaél.Lemirócondesconfianzae,incluso,conodio.Estaba
claroqueestabaacostumbradaamirarasí.—Nospodemos fiar de él.Estuvimospresos en el castillodeMontjuïc, juntos.
Solo es un chico que trata de sobrevivir. Supongo que como casi todos—dijo elcoronel.
Lamujerdiounpasoatrásysacóunapistoladesudelantal.Mordióconrabiaelpuro.Elviejomilitarreconocióelarma.ErasuRepública,aquellaautomáticahechaa imagen y semejanza de laAstra; se la había olvidado en su habitación antes demarcharse. Tenerla de nuevo podía ser una buena noticia; sin embargo, ahora suamigaestabaapuntandoconellaaaquelpobredesgraciado.
—Montse,podemosconfiarenél.LamujersiguióapuntandoaMiquel,quelevantólasmanosysintióqueelsudor
fríodelamuerteempezabaarecorrerlesuespinadorsal.—Coronel,¿quésabedeél?—Loconocíenelcastillo.Estabapreso.Tratódeayudaraunapersona.Pareceun
buenchico.—¿Quésabedeél?—volvióapreguntarlamujer,aúnmásnerviosa.Elcoronelmantuvolacalma,alavezqueseacercabaaellaycolocabaunamano
encimadesuhombro,paratratardetranquilizarla.—Nada,Montse,peroséquenospodemosfiardeél.—Puedeserunespía—dijoellafueradesí.Miquel negó con la cabeza, también más nervioso. ¿No iba a hacer nada el
coronel?Aquellamujerpodíaacabardisparandoencualquiermomento.
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—Noesningúnespía,Montse,tranquila.Lamujerbajóelarmaysedeslizósobresusrodillashastacaeralsuelo.Miquel
seleacercóylequitólapistolaconcuidado.—Tranquila. Ya no estás sola. Creo que todos necesitamos descansar. ¿Tienes
algunahabitaciónlibre?Lamujersonrióentrelágrimas.—Osdaréropa.Miquel los observó: ¿dónde estaba la tensión de hacía un momento? Había
desaparecido.«Peroamíestalocahaestadoapuntodepegarmeuntiro»,pensó.—Montse,mañanateacompañaréalaModeloaverquéaveriguamosdeEusebio.Miquelnodijonada.Peroteníaclaroque,sieraasí,sucaminosesepararíadel
coronel. Él sí que quería vivir y el coronel, definitivamente, parecía que habíaencontradounamotivaciónparaseguirhaciéndolo.
Aquel día 28 de enero de 1939 finalizaba con la ocupación de la ciudad deGranollers por las tropas franquistas. El ejército nacional llegaba hasta losalrededoresdeArenysdeMar,aunoscuarentakilómetrosalnortedeBarcelona.ElavanceeraimparableyserepetíaenlacarreteradeManresa,enVicyenlosPirineos.Elcomunicadodeguerradeesedíadecíaasí:
EnCataluña,nuestrasbrillantes tropashancontinuadosurápidoavance,habiéndosellegadoporlacostaalacercaníadeArenysdeMar,osea,aunoscuarentakilómetrosdeBarcelona.AmediatardeteníancercadoelpueblodeGranollersyhabíanocupadolospueblosdeCaldasdeEstrach,Parets,Llinásdel Vallés, Vallromanes y Alella. Más al norte, se ha avanzado en unaprofundidadmediadeochokilómetros, por la carreteradeManresa aVich.También en la zona pirenaica se ha logrado aproximadamente igualprofundidad. El número de prisioneros hechos es muy elevado. Solo en lazonanortedeMataróseencontróunhospitalconochocientosheridosrojos.Enseguida fueron atendidos por nuestros servicios sanitarios, que lesproporcionaron asistencia facultativa, medicamentos y alimentos, puesllevaban más de tres días abandonados. En Barcelona también hemosencontrado y atendido más de seiscientos heridos del enemigo. Esverdaderamente enorme la cantidad de material que va siendo hallado, lomismoqueladevestuario.Unsolohallazgodeesteúltimoestangrandequebasta para abastecer a un numeroso ejército durante mucho tiempo. EnBarcelonalanormalidadsecompleta.Hayluz,funcionanlostranvíasysevanrestableciendo los servicios, limpiando la poblaciónde la inmensa suciedad
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quehatenidoduranteladominaciónroja.
Salamanca,28deenerode1939,IIIAñoTriunfal.DeordendeS.E.elgeneraljefedeEstadoMayor:
FRANCISCOMARTÍNMORENO
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29DEENERODE1939
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Lahabitaciónseguíacompletamenteaoscuras.Alotro ladode laventana todavíaeradenoche.Nochegéliday fría.Másqueendíasanteriores, aquel frío sedejabanotar;leclavabalasgarrasalosdesprevenidosqueseacercabanaélsindarsecuenta.Eraelfríoagudoyhúmedoqueprecedeaunanevada.Miquelseguíatumbadoenlacama, bajo varias sábanas. Tan solo tenía al descubierto la cara, que sufría lasconsecuencias de las ventanas mal ajustadas de la habitación. Había dormidobastanteshoras.Enunacama,sintiéndoseseguro,apesardelfríoylasuciedaddelahabitación.Solo.Lanocheanterior,omásbienapenasunashorasantes,despuésdeque ladueñade lapensión recuperara algode aliento, loshabíaguiadohaciaunashabitacionesparapasarlanoche.
Ladelcoronelera ladesiempre; ladeél, laqueestabaa su lado.Habíacaídoagotadoyhabíadormidoprofundamente,almenosunascincohoras.Enlahabitacióndelcoronelalgosemovía.Seguroqueeraél.Laluzdelpasillopenetrabapordebajodelapuerta.Seoyó,delejos,lavozroncadeaquellapequeñamujer.Lapuertadelahabitacióndelcoronelseabrióysecerró.Lesiguieronpasos,peronodesuelasdegomagastadascomo lasde lasbotasque llevaba.Eranzapatosciviles,de tacosdemadera.Lamujerdelapensióndebíadehabercumplidosupromesadeproveerlosderopa limpia que no llamara la atención; al menos no tanto como unos uniformesmilitaresolaropasuciadeunospescadoresdelaplayadeCanTunis,comosiestosfueranapasearporelcentrodeBarcelonaenplenoinvierno.
—¿Miquel?—dijoelcoronel—.¿Estásahí?—¿Dóndequierequeesté?Elcoronelabriólapuertadelahabitaciónylaluzamarillentadelpasillopenetró
en el interior. Se había afeitado, llevaba su barba plateada y el pelo limpios yarreglados.Vestíauntrajeoscuro,cubiertoporunagabardinagris,yunsombrerodeala.Parecíaelpatriarcadeunadelasgrandesfamiliasdelaciudad.
—Huelebien,Rafael.—¡Hombre!Simehallamadoporminombre.Enlapuertaaparecióladueñadelapensión.Tambiénibaarreglada.Yapesarde
lapocabellezaquelahabíaacompañadotodalavida,parecía,almenosdelejos,unaacompañantedignadeaquelancianomilitar.
—Vamos a ir a la Modelo. A ver si averiguamos algo de Eusebio —dijo elcoronelmientrasleacercabaalacamasuRepúblicaydoscargadoresllenos.
Miquel se incorporóy se sentóbajo las sábanas, que todavía le pesaban en laspiernas.
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—¿Noserámejorqueselalleve?—Si me cogen con ella, será peor. Tampoco tengo pensado liarme a tiros en
mediodelaciudad.Miquelcogióelarma.—Yotampocolausaré,perolaacepto.—¿Quévasahacer?—lepreguntó.El coronel no le había dicho nada, pero estaba claro que había decidido
interrumpir cualquier proyecto de fuga; incluso, parecía estar dispuesto a morir acambio de ayudar a su vieja amiga. Intuía que su joven acompañante no haría lomismo.
—¿Tengoropa?—Sí. Montse te la ha dejado en el pasillo. Justo delante de la puerta de tu
habitación.—Intentaré salir de aquí.Mi familia estaba en Portbou. Tal vez pueda llegar a
Francia.El coronel lo observó. Los dos sabían que aquello era casi imposible, pero
ningunodijonada.Miquelnoseibaarendirahora.Eraarriesgado,perotambiénloeraseguirenaquellaciudad.
—Esperoquetengassuerte,chaval—dijoelancianomilitar,alavezqueledabaun golpecito—.Me alegro de haberte conocido, aunque realmente no te conozca.Parecesunbuenchico.Merecesvivir,comotantosotros…
—Entonces,coronel,ustednovieneaFrancia…Elancianoleobservóymostróunapequeñasonrisa.—Nopuedo.Elviejoselevantódelacamaysaliódelahabitación.Miquel oyó que hablaba en el pasillo, sus pasos y que se cerraba la puerta.
Observó la pistola, la cogió y se metió con ella bajo las sábanas. Tenía ganas dedisfrutartodavíaalgomásdeaquelcalor,deaquellahabitación,deaquellaseguridad.Solounpocomás.Prontotendríaquevolveralarealidad.
LafinalluviaquecaíasobreBarcelonatodavíademadrugadaacabódedespertaralcoronelmientrasavanzabaconMontsehacialaModelo.Laciudadtodavíadormíaentrenubesgrisesdetormentaydesoledad.
—Yahayluzenlacalle—dijolamujer,mientrassecogíadelbrazodesuamigo.—Sí.Él se había puesto un traje del marido deMontse. Le quedaba algo pequeño,
ajustadoenloshombrosycortodelasperneras,perolosuficienteparahacerlopasarporunciudadanoanónimomás.
—Deberíamoshabercogidounparaguas.
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—¿Tienesalguno?—No.—Montsesonrió,nerviosa,yleapretóelbrazocadavezconmásfuerza.Atravesaronlaciudadantelamiradaindiferentedealgunossoldadosquetrataban
deprotegersedelaguaenportalesvacíosysucios.Algirarunacalle,seencontraronun cartel de la UGT pintado en una pared; en él se exhortaba a los ciudadanos aalistarseenelEjércitoPopular.Todavíaquedabanalgunos.
—Rafael.—¿Sí?—Cuandolleguemosalacárcel,¿quéharemos?—Simplemente,preguntarportumarido.Lafinalluviaeracomounalevecortinadelinoquecubríacadaunadelascalles
de aquella ciudad oscura y que avanzaba con ellos hasta la histórica prisión. Amedidaque se acercaban, tras andar cercadeunahora, fueron testigosde cómo laciudad se despertaba lentamente. También de cómo la presencia de soldados,despistadosohaciendoguardia,eracadavezmayor.
—Unmomento.¿Adóndevan?Unsargentodelosregularesselesacercóacompañadodedosmoros.—Alacárcel.Elmilitarlosobservó,divertido.—¿Sesientenculpables?Elcoronelnopudoevitarsonreír.Hacíamuchotiempoquenolohacía.—Vamosahacerunavisita—dijoMontse,nerviosa, indiferentea labromadel
suboficial.—¿Averaquién?—Amimarido.Elsargentomirócondesconfianzaalcoronel.—Yusted,¿quiénes?—Soysuhermano.Elhermanodeella.—¿Porquéhandetenidoasumarido?—Nolosabemos.—Algohabráhecho.—No.—Entoncesnoestádetenido.—Estádetenido.—Señora,sinohahechonada…Losdosmorossesepararondesusuperioryempezaronacompartiruncigarrillo,
unos pasosmás atrás. «No somos peligrosos», pensó el coronel.Montsemiró conodioalsuboficial.TeníaunosveinteañosyacentodeTarragona.
—Poresoqueremosversiestáaquí.Queremossaberquéhapasado—seexplicó
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elcoronel—.Comprenda,sargento;mihermanaestámuypreocupada.—Vayanalregistro.Estáenlaentradasurdelaprisión—respondióelsuboficial,
antesdegirarseyperdersedenuevoentrelassombras.—Cuandonollevamosuniforme,todossomosiguales—dijoelcoronel.—Aunquenollevemosuniforme,nosomostodosiguales—replicóMontse.Anduvieron por aquellas calles que, despacio, se iban llenando de gente.
Finalmente, llegaron a la entrada de la prisión. Allí había varios guardias civilesacompañadosdesoldadosregulares.Apuntabanconlosfusilesalospeatonesqueseacercabandemasiado.
—Buenosdías.—¿Quéquieren?—Venimosbuscandoamimarido.Elguardiacivilmirócondesconfianzaalapareja.—Lasvisitasnoestánpermitidas.—Novenimosavisitarlo.Venimosaversiestáaquí.—¿Quéhahecho?—Nada —contestó Montse, mientras se dejaba ir del brazo del coronel y se
encaraba,apesardesupequeñaaltura,conelguardia.—Entoncesnoestáaquí—dijoelguardia,antesdegirarseyvolverasupuesto.El coronel cogió con fuerza el brazo de su amiga. Poco a poco, se fueron,
mientraslaslágrimasdelamujerempezabanaconfundirseconlalluvia.
Miquelsacólacabezaporlapequeñaventanadelahabitación.Dabaaunpatiointerior. Estaba empezando a caer aguanieve. Hacía frío, mucho frío. Mientrasexhalabavahoporlabocabuscóportodalahabitaciónsuropa:noestaba.
Abriólapuerta.Asuspiescayóuntrajelimpio,deabrigo,gris,conrayas.Tomóaire. Ahora sí que estaba completamente solo. Pero no tenía miedo. Ya se habíaacostumbradoa laamenazaconstantede lamuerte.Loquenoacababadesoportarbieneraelfrío,peroaqueltrajegrisderayasleayudaría.
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—Núñez.—Capitán.—Matías,soloMatías.Recuerde,Núñez.ElcapitánMatíasPuigcasinohabíadormido.Habíanacabadomuytardeconlos
sospechosos delChino. Solo había pasado por casa para ducharse y coger algo deropa limpia,yyaeramediodía.NohabíahabladoconPilar.Apenas lahabíavisto;habíapreferidonoacercarsedespuésdehaberlaoídogimotearmientrassetapabalacaraconelcojín.Aquellamujerleempezabaaprovocarciertarepugnancia.
CuandoseencontróconelsargentoenlaplazadeColón,alfinaldelasRamblas,justodelantedelpuerto,recordóquehabíaolvidadoenellavabodesuhabitaciónlapistoladelgitano,queyadebíadeestarenelInfierno,juntoconlosotros.
—¿Seencuentrabien?—Mejorquenunca.Elsargentoasintió.—Estossonloshombres.Matíasmiróasuequipo.Ibanvestidosdecivilycongorra.Lamayoríadeellos
llevabanlacabezaafeitada,eranhombresrudos.Amuchosselesnotabanenlacaralosestragosdelaguerra.Ahoraresistíanimpasibleselfrío,apesardeestartancercadel mar; además, la nieve ya empezaba a cubrir su ropa. Porque la fina lluvia deprimera hora de la mañana se había convertido rápidamente en una nevada, queempezabaacubrirlaciudadyadejarlotododeuncolorgrisceniza.
—Austedloconozco.—Sí,señor.—Hacombatidoconmigo.—Sí,señor.Estabaensuunidad.—CaboprimeroBonet,¿noesasí?—Sí,señor.—¿Todossoncatalanes?—lepreguntóelcapitánalsargento.—Sí,comonosotros.Catalanesypatriotas.—Muybien.Puestoquesondiez,formaremosdosgruposdeseis.Sargento,usted
iráconestoscincohombres—continuóelcapitánseñalandoa losqueestabanmáscerca del mar—. Bonet, usted y ustedes cuatro vienen conmigo. Núñez, den unavueltaporelChinoyporelParalelo.Siesnecesario,puedenhacerotrosgruposmáspequeños, pero que nadie se quede solo. Nosotros iremos a dar una vuelta por elEnsancheylaModelo.Alahoradelacomidanosencontraremosaquíyhablaremos
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sobreloquehayamosvisto.¿Deacuerdo?Ydecidiremosadóndeiremosestanoche.—Sí,señor—contestarontodosalmismotiempo.—Recuerdenqueahoranosomossoldados.Bonet,vamos.ElcapitányBonetempezarona subir lasRamblas, acompañadosde suscuatro
hombres.Nisiquierasegiraronparaveralrestodelgrupo.—Bonet,ami lado.Losdemás,detrás,adistancia,alejadosypor laotraacera.
Nodebemosparecerungrupo.Todosobedecieron.—¡Cuidado!Unjoven,conuntrajegrisarayas,chocóconBonet.Habíasalidodeunodelos
callejonesquedabanalasRamblas.Elcaboprimerosetambaleó,ysehubieracaídoalsuelodenohabersidoporelcapitán.
—Perdone—dijoMiquel.Había salido de la pensión mirando dónde ponía los pies, pero al pisar las
Ramblas, una pequeña placa de hielo había hecho que resbalara sin poder evitarchocarconaqueltipo.
—¿Nomiraspordóndevas?Bonetestabarealmenteenfadado.Suspantalonessehabíanmojadoconlanieve
hastalarodilla.Yconaquelfrío…—Losiento,heresbalado.ElcaboprimeroseencaróconMiquelyabriósuchaquetamostrandolaculatade
unapistola.Miquelsediocuentaydiounpasoatrás,volviendoaresbalarycayendosin remedio de culo. En la caída notó que su pistola se le clavaba en el riñónizquierdo. Los otros hombres del grupo permanecieron a cierta distancia, peroobservandoatentamentelaescena.
UnacarcajadaahogadaresonóenlasRamblassemivacíascubiertasdenievegris.—Tranquilo,Bonet—dijoelcapitán,mientrasacercabalamanoaMiquel.Cogiósubrazoyseincorporóconmuchosproblemas.Loszapatosquelehabían
dejado,yquelequedabanpequeños,parecíandebaile.Resbalabanmucho,ymásconlanieve.Bajandolasescalerasdelapensiónyahabíaestadoapuntoderomperselacabeza.
—¿Quéhaceaquí?—lepreguntóelcapitáncuandoloteníajustodelantedeél.Miquel no supo qué contestar. No había estado con los nacionales. Y tener la
mejor edad para ser soldado sin haber luchado con los vencedores era suficienteindicioparasuponerqueerauncomunista.Aquelloshombresparecíanpistolerosopolicías. Pero no de su bando, si todavía tenía bando. Pensó rápidamente unarespuesta.
—Voyalaempresademipadre.—¿Desupadre?
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—Sí.Lostraidoreslaconfiscaron.Ahoralahemosrecuperado.—Ymientrastantohasestadoescondidocomounarata,¿no?Mientrasotrosnos
dejábamoslapiel…—Bonet,parecesunanarquista—contestóelcapitán—.Tranquilo.—Sí,señor—contestóelcaboprimero.Aquelloeraunproblema.Loshombresqueformabanelgrupoeransoldadosque
hastahacíapocohabíanestadoluchandocontraelenemigo.Quizáserandemasiadodurosparaaqueltrabajo.
El capitánmiró al jovenque tenía enfrente.Parecía asustado.Estaba segurodequeescondíaalgo.
—¿Nonosconocemos?—Nocreo.¿Vivecerca,señor?Talvezmehavistoporaquí.—Antesdelaguerradebíasdeserunmocoso.Nolocreo.Tucaramesuenade
algo…Juraríaquetehevistohacepoco,peronosédónde…—Señor, seguro que es un comunista—murmuróBonet, que todavía no había
conseguidocalmarse.Aquellomolestóalcapitán,que,porunmomento,estuvoapuntodeestrellarsu
puñocontraelcabo.YaechabademenosalsargentoNúñez,yesoquelehabíacaídomalcasidesdeelprincipio.
—¿Sequierecalmar?Bonet se cuadró ante las palabras de su superior.Miquel se dio cuenta de que
estabaapuntodequedaratrapado.Diounpasoatrás,concuidado,paranocaerse.Seabriólachaqueta,tratandodenollamarlaatención,ycogiólapistoladeempuñadurade estrella. Encañonó a los dos hombres. Sin pensárselo dos veces, disparó abocajarro, tres disparos. La pistola no falló. Luego echó a correr Ramblas arriba,tratandodeesquivarlanieveylasprimerascapasdehielo.
ElcapitánPuighabíaoídotardelaadvertenciadeunodesushombres,quedesdela otra acera había visto como aquel joven sacaba un arma. Al oír la primeradetonación cayó al suelo, tratando de evitar la bala.Bonet había caído encima. Sehabíalanzadoparacubrirlo,parandotodoslosimpactos.
—¿Capitán?Sus cuatro hombres lo rodeaban. Bonet tenía los ojos bien abiertos. Muerto.
Había sidounestúpido,aunqueesode salvarle lavida, si lohabíahechode formaconsciente,enparteloredimíadesuestupidez.
—Quitádmelodeencima.Dosdesushombreslesacaronelcuerpodeencimayotroloayudóalevantarse.LasRamblasparecíanvacías,pero,depronto,másdeunaveintenadepersonas
losrodeaban.
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—¿Quécoñomiran?—gritóelcapitánalavezquedesenfundabasuarma—.Yustedes,vayandetrásdeesehijodeputa.Loquieromuerto.
Loscuatrohombressemiraron,desenfundaronsuspistolasyempezaronacorrerRamblas arriba.Dosguardias se acercaron.Estabanenunextremode lasRamblascuandoseoyeronlasdetonaciones,peronohabíanvistosalircorriendoanadie.Ibandesarmados, como la mayoría de los guardias de la ciudad. Se acercaron másasustadosqueotracosa.
—Soy el capitánMatías Puig.—Mostró su acreditación—. Alejen a toda estagente.
Losdosagentespermanecieronquietos.—Quesemuevan,coño.Lamultitudfuedesapareciendopocoapoco.Elcapitánsepalpó.Niunsolorasguño.MiróhaciaBonet:teníalosojosabiertos,
la barriga y una pierna ensangrentadas.Enmedio de la frente, se veía un pequeñoagujero del que salía un hilo de sangre. Cuando el capitán se sacudía la nieve,aparecióelsargentoNúñezconunodesushombres.SequedómirandoelcuerposinvidadeBonet.
—Lehanreventadolabarrigayelcerebro—dijoelcapitán,indiferente.Elsargentolemiró.—Núñez, esta sigue siendo una ciudad demierda. Primero disparen y después
pregunten.Esunaorden.
Miquel corrióRamblas arriba hasta llegar a la fuente deCanaletas, que estabacubiertatotalmentedenieve.Sedetuvounsegundopararecuperarelaliento,todavíacon el arma en lamano.Lamayoría de los peatonesno le hacíanni caso; estabandemasiado acostumbrados a la violencia. Sin volverse para ver si le estabansiguiendo, giró hacia la calle Pelayo y continuó corriendo, temiendo que cualquiersoldadoopolicíaqueanduvieraporallípudieradispararlesinnisiquierapreguntar.
Alllegaramitaddelacalleredujolamarchay,tratandodenolevantarsospechas,empujólevementeunportalyseacurrucóenlaoscuridaddelaportería,tratandoderespirarensilencioysujetandotodavíalapistolaconlamanoderecha,confuerza.Ledolía el culo, el resbalón había sido bastante fuerte.Algomás tranquilomiró a sualrededor.Eraunaporteríamuyamplia.Eraextrañoquenotuvieraportera.
«Laguerra», supuso.Allí estaría seguro,hastaquedejarandebuscarlo.Y si loencontraban abriría fuego contra todo aquello que semoviera.No se podía fiar denadie.Laciudaddebíadeestar llenadepolicíasysoldadosdisfrazados.Tomóaire.Sintió como el viento gélido perforaba su garganta. «¿Habré matado a aquellosdos?»,sepreguntó,perosincargodeconciencia.Nohabíatenidomásremedio.Esoeralaguerra.Seapoyóenlaoscuridadylevantóligeramenteelarmacuandovioque
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lapuertaseabría.Eraunsoldado,peronoparecíaestarbuscándole,sinomásbiendepaseo.Pasóporsulado,lanzóunacolillaencendidaalospiesdeMiquelysubióporlasescalerashastaelprimerpiso.Miquel,escondido,oyóquellamabaalapuerta.
—¿PilarBenavente?—preguntóelmilitar,quehabíaoídoquesegirabalarejilladelapuerta.
Otrochirrido.Alospocossegundos,lapuertadelpisoseabrió.—Esaquí.Perolaseñoranoseencuentrabienyestádescansando—contestóuna
sirvienta.—Me parece que traigo malas noticias —continuó el soldado, que alargó un
telegrama.—¿Nolohabráleído?—No.Loquepasaesquehesidoyoquienloharecibidoestamañana.—¿Cómo?—Soytelegrafista.Alrecibirestemensaje,mioficialhaidentificadoalaseñora
PilarBenaventecomolamujerdelcapitánPuigymehaordenadoquelotrajeraasucasa.
—¿Quéhapasado?Elsoldadosequedómirandoalasirvientasintenermuyclarosilopodíadecir.—Dígamelo;detodosmodos,selotendréquecomunicaralaseñora.—ElseñordonJacintoBenaventehamuerto.Erasupadre,¿no?Lohanmatado
unosbandoleros.—Sí—contestólasirvienta,quecogióeltelegramaycerrólapuertaconlosojos
llenosdelágrimas.—Yono tengo laculpa—mascullóentredienteselsoldadomientrasbajaba las
escaleras.Miquelesperóunosminutosysepusoenpie.Todoaquelloparecíamuynormal.
No lo debían de estar buscando, así que se atrevió a levantarse para ir a abrir lapuerta.Cuandoyaestaballegando,oyóunadetonaciónseguidadeunaexplosiónydegritos.
Él no había sido. Tampoco le habían disparado. La detonación había sonadoamortiguada. Procedía del interior de una vivienda. Quizá del principal. Salió denuevo a la nieve gris de la calle Pelayo. Si aquello había sido un disparo, eseesconditeyanoeraseguro.
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Annaseguíaconelbebéentresusbrazos,juntoalachimenea.Vicenç,muchomástranquilo,bajólasescaleras.Juliallevabatodalamañanaenlacocina.
—¿Cómoteencuentras?Vicençlaacaricióysesentójuntoaella.—Asustada —reconoció Anna—. Y más ahora que sé que la tía no tiene el
coche…¿Ytumadre?¿Cómoestá?—Bien.Ladejéencasahaceunosdías.Supongoqueestarábien.No habían podido hablarmucho el día anterior. Anna les había contado cómo
habíapermanecidodurantemesesescondidaencasa,consuhija,aunquenolesdijonadadeFrançois.DecómolohabíaconocidoenlastrincherasdeTeruelytampococómo,traslamuertedeEnric,habíapasadodeamigoaamante.Habíanhablado,peropoco.LoqueteníaclaroesquenoleibaacontarqueEnrichabíamuertoasesinado,noenelfrente,comosesuponíaquehabíamuertoellatambién.
—¿Yesodelasmuñecas?Ayernotepregunté.Vicençsuspiró.Pensarenaquellolehacíadaño.—Estuvieronapuntodematarme—contestóconlavozrota—.Medetuvierony
me escapé cuando me llevaban de paseo. Iba con don Gregorio, el maestro. ¿Teacuerdas?
—Sí.Elamigodetupadre.—Élnotuvotantasuerte.VicençahogósuslágrimascuandoentróJulia.—¿Tenéishambre?—Ella sí—contestóconunasonrisaAnna,mientras su suegra seacercabaa la
pequeñaparacogerla.—Quéguapaes.—Yotambiéntengohambre—contestóVicenç.Sutíadevolviólaniñaasumadreyvolvióalacocina.Vicençselevantó,nervioso.—¿Quévasahacer?—lepreguntóaAnna,queapartólamiradadesuhija.—Tratarédehuir.HabíavenidoaquíparaversiJuliaconservabaelcoche.Pero
debomarcharme.Lossoldadostodavíanohansubidohastaaquí,peropuedenhacerloencualquiermomento.Ynoséquiénpodrádarreferenciasdemí.TratarédepasaraFrancia.
Vicençlaobservó,pensativo.—Yo tambiénquiero escapar.Aquí han firmadomi sentencia demuerte.Estoy
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segurodequemeestánbuscando.¿Ysihuimosjuntos?Annalesonrió.—Creoque tendrásmásoportunidadesde conseguirlo si lo haces solo.Yovoy
conunaniña.—Tengomiedo.—Yyo.AnnaabrazóaVicenç.Todavíaerauncrío.Lohabíavistocrecer.Suspiró.Pensó
quelomejoreraexplicarlequiéneraFrançois.Élloentendería.—Hayunacosa,Vicenç,sobremifuga.Elchicodiounpasoatrás,todavíaconlosojosllorosos.—¿Quépasa?—No lo haremos solas. Otra persona vendrá con nosotras. Si quieres puedes
venir,perocreoqueteserámásfácilsilointentassolo.—¿Otrapersona?—Un buen amigomío, que también lo era de Enric. Se llama François. Es un
brigadistainternacionalqueluchóconnosotrosenelfrentedeAragón.Enlosúltimosmeseshemosvividojuntos.Másbien,hemosestadoescondidosjuntos.
A Vicenç aquello no le pareció nada raro, aunque entendió que Anna no lohubieradichoantes.QuizásaJuliasíquelemolestaría.Nohacíatantotiempoquesuhijohabíamuerto,yAnnahabíasidosunoviadetodalavida…,hastaqueunabalaleagujereólacabeza.
—¿Hadeveniraquí?—Ya debería haber llegado. Tenía que conseguir los salvoconductos.
Falsificaciones.—Déjalo,Anna;simeescapoconvosotros,podríameterosenalgúnproblema.
Yameespabilaré.Juliavolvióaentrarenlasala.—Hoyhacemuchofrío.Haempezadoanevar—dijo,mientrasdejabaencimade
lamesaunoscuantostrozosdepanmojadoenaceitedeoliva.Vicençseguíanervioso.—Tía.—¿Sí?Julialeacercóalgodepan,peroteníaelestómagocerrado.—¿Túnoescaparásdeaquí?Laancianario.—¿Escapar?¿Adónde?—AFrancia.—Micasaesesta,hijomío.¿QuéibaahaceryoenFrancia?—Aquípuedesestarenpeligro—intervinoAnna.
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—Soysolamenteunavieja.—Peroesonolesimporta.—Noinsistáis,notengootrositioadondeir.Ysimematan,tansolololamentaré
porminieta.¡Hola!Elbebéleregalóunasonrisa.—Nosotrosescaparemos—dijoVicenç.Sutíasonrió.—¿Tútambién,Anna?¿Conelbebé?Aquípodéisestareltiempoquequeráis.—Losé,Julia.Peronosésiestamosseguras.—Nadietieneporquésaberqueestáisaquí.—Esmuypeligroso.Ytampocopuedoestarescondidatodalavida.Estoysegura
deque, una vezque empiece la guerra enAlemania,Francia e Inglaterra acabaránconFranco.Peropuedepasarmuchotiempo.
—Claro—dijoVicenç,algodesesperado.—Nohabléisdepolítica,suficientesproblemasnoshadadoya…¿Cómohuirás
túsolaconunbebé?—Tienequevenirunamigo.¿TeacuerdasdeFrançois?ElamigodeEnric.—¿Elfrancés?—Sí.—Esunchicomuyeducado.¿Yvendráacasa?—Sí.—¿Cuándo?—No lo sé. Debe traer unos papeles que nos tienen que permitir salir de la
provinciadeBarcelona.EnGironacruzaremoselfrenteynosvolveremosauniralosrepublicanos.
—Pero entonces tendréis que pasar por donde combaten. Por en medio de laguerra.Esoesmuypeligroso.
—Tambiénloesquedarnosaquí.Julia miró al bebé. Anna adivinó qué le estaba pasando por la cabeza: la
posibilidaddedejarloallí;despuésdetodo,erasuabuela.Lohabíaestadopensandolanocheanterior.SabíaqueFrançoisnoestaríadeacuerdo,yellatampocoacababadeverloclaro.Enrealidad,nosabíanquélepodríapasaraJulia.
—Tía,¿porquénovienesconmigo?O,sino,bajaconmimadreaSantFeliu.—María.Tendríaqueiraverla.Hacesemanasquenolaveo.—Juliasesentó—.
No me iré de mi casa. Y si pensáis que marcharse es lo mejor para vosotros, ytambiénpara la niña, hacedlo.Pero, pormiparte, tengo claroque esta esmi casa.Aquínací.Aquímoriré.
Alguiengolpeólapuerta.—Subidarriba—murmuró.
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Cuandoselevantaronparairhacialaescalera,laniñarompióenunsonorollanto.VicençyAnnasemiraron.Esconderseerainútil.Juliamiróasunuerayledijo
conlamiradaquecalmaraalaniña.—Idalacocina—dijoconlavozrota.Julia se sacudió el delantal y abrió la puerta de la casa. Despacio. Ante ella
aparecióunhombredelgadoydemacrado,totalmentecalvoyqueaparentabasuperarcon creces la treintena. Vestía un traje negro gastado e insuficiente para la nieve.Sonrió.
—Hola,Julia.SoyFrançois.¿Teacuerdasdemí?Ellasonrióyéllaapretóentresusbrazos.—Entra,entra,hijomío.Cuando cerró la puerta, Anna y Vicenç estaban de nuevo en el comedor. Lo
habíanoído.Françoisavanzóhaciaellaylediounabrazo.Yunbesoalaniña.YdenuevounbesoenlabocaaAnna.AquelgestotomóporsorpresaaJulia.Sunueralamiró.
—Nometienesqueexplicarnada.Noeselmomento.Talveznuncalosea.—Gracias,Julia.—¿Queréiscomeralgo?Aquítenéistodavíaelpanconaceite.Juliaseretiróalacocina,dondeempezóallorarensilencio.Comootrosmuchos
días.Echabademenossuvida.—¿ConocesaVicenç?—Creoqueno.—EselprimodeEnric.Tambiénescomounprimoparamí.Françoisleestrechólamanoynopudoevitarfijarseensusmuñecas.—Tambiénestoyhuyendo.—¿Hastraídoladocumentación?—preguntóAnna.—Nohepodidoencontraranadie.Todoelmundohadesaparecido.Notenemos
salvoconductos.Elbebéhizounintentodellorar,aunquetodoacabóenunbostezomudo.—¿Yquévamosahacer?—preguntóAnna.Vicençempezóacomerunahogazadepanmojadaenaceiteyazúcar.—Tendríamosqueescaparporlamontaña,tratardellegaraGironasinquenadie
nosvea.Annamiróalbebé,preocupada.Elcaminoeramuydifícilypeligroso,yconla
niñatodavíamás.—Noescaparé.Estoycansadaynoquieroarriesgarlavidadelaniña—dijode
pronto.Françoisselevantó,sobresaltado.—¿Quédices?
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—Quenohuiré.Nocreoquenosmaten.—Nosmatarán.Seguro.Nopodemosquedarnosaquí.—Me quedaré con Julia y con la niña. François, huye tú. Puedes escapar con
Vicenç.Llibertatnoresistiríaelfríoylanieve.Losdoshombressequedaronmirandoalbebé.Sehabíaquedadodormida.—No hemos llegado hasta aquí para que ahora te rindas —replicó François,
enfadado.—Todos estos meses hemos estado en el piso de Barcelona fuera de peligro,
aunqueasustados.Tuvimosquesalirdeallíporquelosfascistasnosrodeaban.Aquípuedoestarsegurahastaquelleguenlosaliados.
—¡Los aliados nunca vendrán! ¿Chamberlain? ¡Está demasiado ocupado dandodiscursossobrepacifismo!
Annasepusodepie,conLlibertatentresusbrazos.—François,cálmate.Aquímepuedoesconder.HuyeconVicenç.—Irconunaniñaesmuypeligroso.Hazlecaso—dijodeprontoJulia,quehabía
vueltodelacocina.Laideadepoderquedarseconsunietaledabaalgodeesperanza.
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ElcapitánPuigescupióconrabiaalllegaralosalrededoresdelaprisiónModelodeBarcelona.AcababandedejarelcadáverdelcaboprimeroBonetenCapitanía.HabíallegadoconéljustocuandoentrabaporlapuertaelministrodeGobernación,RamónSerranoSúñer.Quéimagen.ElcuñadodeFrancoacudíaaBarcelonaparacomprobarquetodofuncionabaperfectamente,parareunirseconeljefenacionaldeSeguridad,el coronelUngría, y él aparecía con la ropa empapadapor aquellamalditanieveyacompañadodedospeatonesanónimosque llevabanenbrazosuncadávercubiertodesangre:eldeunodesushombres.
NuncaolvidaríalamiradadeUngríanilasorpresadelministro.—¿Estoquécoñoes?Elcapitánsequedósinpalabras.Alfinal,respondióqueunpistoleroquehabían
detenido enmedio de lasRamblas. Elministro no entendió qué hacía entonces enCapitanía. Ordenó que se lo llevaran corriendo a Montjuïc. Matías desapareciórápidamentedeallí.
CuandosubíadenuevoporlasRamblas,aúnsinpodercambiarse,sushombresledijeron que el sospechoso había desaparecido. Era increíble. Estaba rodeado deinútiles. Continuó con sus cuatro hombres hacia su primer destino, tras dejar bienclaroalsargentoNúñezyalosotroscómoeraelhombrealqueteníanqueencontrar.Loqueríavivoantesdequesepusieraelsol.Erasuprioridad.Por lanochequeríatenertrabajoenelcastillo.NoteníaganasdevolveraveraPilar.
Andabaconsushombresasulado.Cuatrosoldadosrasos,catalanes,quehabíanluchadodesdeelprincipiodelaguerraalasórdenesdelosnavarros.Caminabanensilencio.Élnoteníaganasdehablar.Losotrosteníanmiedodehacerlo.Ensucaminohacialaprisiónsehabíanencontradoconlasprimerastiendasquehabíanabiertosuspuertas. No tenían casi nada de género. En algunas se intuía que sus propietarioshabían puesto a la venta objetos de su propiedad, para sacar algo de dinero yconseguirquesusescaparatesnoestuvieranvacíos.Muycercadelaentradaprincipaldelaprisión,untaberneroconunagranbarbaseaprestabaapintarelnuevonombredesubar:ARRIBA.
—Vosotros tres, quedaos aquí fuera.Yo voy a tomar algo.Y con los ojos bienabiertos—dijoelcapitán,queentródentrodellocal.
Elpropietario,antelallegadadeunnuevoeinesperadocliente,bajórápidamentede laescalera.Dejó labrochay lapinturay siguiósuspasoscasi tandecercaqueestuvoapuntodetropezarconelcapitán.Encimadelabarrateníaunanuncio;elcineCapitoldabaaconocerlainauguracióndesulocalconlaproyeccióndelapelícula:
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LABANDERA,UNAPELÍCULADELALEGIÓNDEDICADAALGENERALÍSIMOFRANCO.—¿Quéquieretomar?—¿Quétiene?—Unbuenorujo.—Puesunodeesos.Elcapitánseapoyósobrelasuciedaddelabarra.Semanchólamanga.Loquele
faltaba. Llevaba el traje totalmente empapado. Por un momento se le pasó por lacabezasacarlapistolayacabarconaquelmalditotabernero.
—¿Vieneavisitaraalguien?—dijoeltaberneromientrasdejabaunpequeñovasoconellicor.
Elcapitánselobebiódeuntrago.—Otro.—Sí,señor.Eltipocogiólabotellayladejójuntoalvaso.Elcapitánsacólapistolaylapuso
encimadelabarra.Juntoasumanoderecha.Eltabernerodiounpasoatrás,asustado.—Notengodinero—tartamudeó.—Noloparece.¿Porquémehaspreguntadosihevenidoaveraalguien?Elhombreserascólabarba.Nocreíahabercometidoningunaofensa.Debíade
ser un policía, quizás un soldado. Miró bajo el mostrador. Todavía conservaba laescopeta,apesardelaordendeentregar todaslasarmasylosexplosivos.Peroerauna tonteríausarla.Unsuicidio.Aquelhombre ibaacompañadode losotroscuatroqueesperabanenlapuerta.Novalíalapenamorirtrasdosañosymediodeguerra.
—Lamayoríadelosclientesvienenaestebarporeso.Antesdelaguerra,duranteyahora.VienenaveraalguienenlaModelo.
Elcapitánengullóotrotragodelicorysellenódenuevoelvaso.—Ahora está vacío. —Observó a su alrededor. Las paredes de aquel local
emanabanmiseria—.¿Nohavenidonadie?—Hoysolodospersonasyusted.—¿Cómoeranestasdospersonas?—Una ancianamuy bajita y un hombremayor que tenía una pinta impecable.
Venían a visitar almaridode lamujer, pero han tenidoque irse.No les handichonada.Hantomadounacopadecoñacysehanmarchado.
—Muybien.Gracias.Matías recogióel armayvolvió aguardársela en la cintura.El tabernerono se
atrevióapedirlequelepagara.Sushombressepusieronfirmesalverquesalíadellocal.Habíanestadohablandoamigablementemientrascompartíanuncigarrillo.
—DemosunavueltaporelEnsancheybajemosalChino.TenemosqueencontraralquehamatadoaBonetoacualquiersospechosoquelopuedaconocer.
Eraloúnicoqueleapetecía.Encontraraalguienenquienhundirsuspuñoshasta
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elalba,comohabíaestadohaciendoconelgitanoysusamigoslanocheanterior.
***
NúñezysuscincohombresobservaronquedosguardiascorríanhaciaunportaldelacallePelayo.Eraelúnicomovimientoquehabíaporallí.Habíanestadoenellugarderecogidadearmasyexplosivosquehabíaenaquellacalle,cercadelaplazadelaUniversidad,parainterrogaralossospechosos.Peronada,yeralógico.Nadieeratanestúpidocomoparadescubrirse.Aquelloestabavacío.Soloalgunosabuelos.
—Almenosahoranonieva—dijoelsargento.—Elproblemaseránlasplacasdehielo—apuntóJoaquim,unodesushombres.Aquel chico era el más joven, pero también el más despierto. Era de la
Barceloneta.ElestallidodelaguerralehabíapilladohaciendoelserviciomilitarenLarache.Simpatizaba con las ideas de laFalange.Su abuelo había sido carlista enAragón,antesdeemigraraBarcelona.
—Y estos, ¿adónde van? —preguntó Núñez, con la mirada fija en los dosguardias—.Si correnasí a riesgode romperse la cabeza, serápor algo importante.VamosaverloydespuésbajamosalChino.Cogeremosados,alosquesea,ynoslossubimosalcastillo.Sino,elcapitánnoestarátranquilo.
—¿Yeldelosdisparosdeestamañana?—Nolosé,Joaquim.Escomobuscarunaagujaenunpajar.Yaaparecerá,sino
muereantesporelfrío.Nocreoquepuedaescapar.Soloesperoqueelcapitánestémáscalmado.
—¿ConocíaaBonet?—No.¿Yusted?—Tampoco.—Vamosaverquéhapasadoallí.Los cuatro hombres se dirigieron a un portal, donde una abochornada criada
tomaba aire ayudada por una vecina. Los dos guardias atravesaron la puerta yentraronenelinterior.
—¡Qué tragedia! ¡Qué tragedia!Losdosmuertos a la vez. ¡Qué tragedia!—selamentabalacriada.Lacofiaselehabíacaídohastalabasedelcuello.
—¿Subimos?—Yo subiré, Joaquim. Usted quédese aquí con el resto, y evite que suban
curiosos.Detodosmodos,nocreoqueestoseaimportante:otrosuicidio,supongo.Elsargentoatravesóelportal,sesumergióensuoscuridadyempezóasubirlas
escalerasguiadoporelruidoqueenelpisodearribahacíanlosguardias.—Aquínopuedeestar—dijounodelosagentes.ElsargentomostrósucredencialdelaDirecciónGeneraldeSeguridad.
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—Perdone,señor.—¿Quéhapasado?—Estáenlahabitación.Unamuerta.Núñezcruzólapuertaypasóporellujososalónhastallegaralahabitacióndel
finaldelpasillo.Encimadelacamahabía,segúnseintuía,unamujertumbada,conlacaratotalmentedestrozada.
—Parece que ha sido un suicidio, señor.Nos ha avisado una vecina.La criadaacababaderecibirunanotificacióndeunsoldado.
—¿Unanotificacióndeunsoldado?—Sí, por lo visto, el padre de la mujer había muerto. Lo mataron unos
bandoleros.—Unsoldado…¿Elpadreeramilitar?—Nolosabemos.—¿Cómosellamabalamuerta?—PilarBenavente.—Me resulta familiar, pero no sé de qué.Nome suena ningún oficial con ese
apellido.Perosihavenidounsoldado,hadetenerqueverconunoficial.—Quizáseradelosotros.—¿Delosotros?Aesosnosloscargamosdeundisparoylosenterramosenun
foso.Núñez siguió con lamirada el brazo ensangrentado de lamuerta. En lamano,
totalmenterígida,auncuandolefaltabanvariosdedos,sujetabatodavíalosrestosdeunrevólveroxidado.
—¿Yeso?—Lapistola.Parecequereventócuandosedisparó.Lacaraeslaprueba.Aesta
nolareconocenisanPedro.—Nobromee.—Losiento,señor.Núñez sequedómirando lapistola.También le resultaba familiar.En laguerra
habíavistomuchasarmas,peroaquellalesonabadehacíapoco.Sefijóenunadelasfotosquehabíaenunamesita,alaquehabíanllegadolassalpicadurasdelasangre.Elguardialeseguíahablando.Estabamásjoven,peronohabíaduda:eraelcapitánMatíasPuig.Aquelladebíadesersumujer.
Avancedelpartedeoperacionescorrespondientealdíadehoy,29deenerode1939.IIIAñoTriunfal:
A pesar del mal tiempo ha continuado el brillante avance de nuestrastropas, que han logrado hacerlo en una profundidad media de nueve
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kilómetros, habiéndose ocupado los pueblos de Balsareny, Puigreig, SantaMaríadeOló,Moyá,CardedeuyLlinásdelVallés,y,segúnnoticiasnobienconfirmadastodavía,losdeDosrius,LaGarriga,SantaEulaliadeRonsanayCaldasdeMontbuy,batiéndoseatresbrigadasinternacionales,lasonce,trecey quince, de las que se ha cogido documentación. El personal de estasbrigadasestácompuestodehispanoamericanosycentroeuropeos.Sesabeporprisioneros que estas brigadas se han organizado por un acuerdo entre eldiputadocomunista francésMarthyyel tituladogeneral, cabecillaRojo.EnExtremadura han continuado nuestras tropas conquistando posiciones alenemigo,causandoaestedurísimoquebranto.
Salamanca,29deenerode1939.IIIAñoTriunfal.DeordendeS.E.,elgeneraljefedeEstadoMayor,
FRANCISCOMARTÍNMORENO
Ampliación del parte avanzado: el avance llevado hoy a cabo pornuestras tropas en el frente de Cataluña, además de los pueblos yamencionados en el avance de este parte, se han ocupado los de Montclar,Viver, Villal, Navás, Santa Eulalia de Oló, Monistrol de Calders y SanLorenzo de Savalls, y las posiciones de Puig, Casa de las Forcas y CasaRodados.Uncontraataque intentadopor el enemigoenel sector central fuerechazadoyrecogieronnuestrastropasgrancantidaddemuertosdeaquel.Elnúmerodeprisioneroshechohoypasade1250yesmuyelevadalacantidaddematerialquelosrojoshandejadoennuestropoder.EnExtremadura,comoconsecuencia de la lucha sostenida al conquistar nuestras fuerzas variasposiciones de los rojos, han dejado estos en nuestro poder más decuatrocientosmuertosyunbatallónconsusmandosytodosuarmamento.
Actividad de la aviación. Ayer fueron bombardeados los objetivosmilitares de los puertos de Gandía y Denia, y hoy lo han sido los de lasestacionesferroviariasdeGeronayFigueras;elaeródromodeFigueras,enelque se alcanzó de lleno un hangar, provocandoviolentos incendios, y el deCelrá, alcanzando el objetivo y varios ratas que en aquelmomento estabandespegando.
Salamanca,29deenerode1939.IIIAñoTriunfal.DeordendeS.E.,elgeneraljefedeEstadoMayor,
FRANCISCOMARTÍNMORENO
Entreel5yel10defebrerode1939,unosdoscientoscincuentamilrepublicanoscruzaronlafronteradeFranciacaminodelexilio.LomismohicieronNegrínygran
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partedesuGobierno.El10defebrerode1939,todaCataluñaestabaenmanosdelosnacionales.Unmesdespués,elcoronelCasadodioungolpedeEstadoanticomunistaenMadrid,mientrasqueJuanNegrínybuenapartedesuGobiernoserefugiaronenEldayPetrer.
LasfuerzasdeCasadosehicieronfinalmenteconelcontroldelacapitaltrasunduroenfrentamientoentrelasmismastropasrepublicanas.Casialmomento,tratarondellegaraunacuerdodepazconFranco.Noloconsiguieron.El26demarzocayóMadrid.RápidamentelasiguieronCuenca,Albacete,CiudadReal,JaényAlmería.El30demarzo,ValenciayAlicante.El31,Murcia.
El1deabril,Francoemitióelúltimopartedeguerra:
Eneldíadehoy,cautivoydesarmadoelejércitorojo,hanalcanzadolastropasnacionalessusúltimosobjetivosmilitares.Laguerrahaterminado.
Burgos,1.ºdeabrilde1939,añodelavictoria.
ElGeneralísimo.Fdo.:FRANCISCOFRANCOBAHAMONDE
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Unniñocorríaentrelosarbustos,mientrasdefondoseoíaunpájaroquesaltabapor la dura vegetación, perdido, como si estuviera buscando sus recuerdos. Unhombrequesuperabaconcreces losochentaañosobservabaelpuebloal fondodelvalle, con los ojos encendidos. Tenía la mirada clavada en el horizonte, pero noparecíafijarseenningúnpuntoenconcreto.Suvozeracálida,apesardelfríodeldía.Hablabalentamente,comosisuspalabrasflotaranenelvahoquesalíaporsubocaysu nariz. Al lado, su hijo y su nieto seguían sus palabras, mientras vigilaban alpequeñode lafamilia,queseguíacorriendoentre losblancosolivos.Entonces,unaliebrecruzóanteellos,surgidadeprontodelanieve.Elniño,quenodebíadetenermásdetresaños,cayóalsueloyempezóallorar,rompiendoelsilenciodelosolivos.
—Venaquí,pequeño.Aver…Notehashechonada—dijoelanciano,quebesólarodilladelcrío.
Elpequeñoparódellorar,sorprendido.Entonces,elanciano,subisabuelo,lodejóenelsuelo.Yelniñovolvióaecharacorrer.Laliebrehabíadesaparecido.
—Este es el lugar—apuntó el anciano, mirando un trozo de tierra en la queseguíanviviendoentrelanievealgunasdeaquellasfloresamarillastancomunesdelEmpordà,delnortedeCataluña.
—¿Aquí?—preguntó suhijo,queacababadecumplir sesentay cincoaños.Sedio lavueltay llamóalotrohombre,supropiohijo,que levantóunramodefloresquellevabaasuespaldayquedejósobrelanieve.
—Aquí lomataron,enel46.Loenterraronencal,olvidadopor todos—dijoelanciano, a la vez que buscó en su chaqueta un pañuelo de papel para secarse laslágrimasquecomenzaronaaparecertímidamente—.Bueno,noportodos.
Su hijo se le acercó y le dio un abrazo.Al fondo se oyó el pájaro que andabaperdidoentrelanieve,asícomoalpequeñoMiquel,quejugabacercadelcamino.Elancianomiródenuevoalhorizonteyfijósumiradaenlapoblaciónqueseextendíaantesusojos:Portbou.
—Lomataroncomoaunperro.—Abuelo,¿quéhacíasaquí?—preguntóelmás jovende los treshombres,a la
vezqueseacercabadondeestabaelniño,alquecogióenbrazos.—Ayudábamos a pasar la frontera a personas que buscaban refugio en Francia
después de que acabara la guerra. Luego, en la Segunda Guerra Mundial,ayudábamos a la resistencia francesa: contrabando o tareas de información para elpartido.
—¿Paraelpartido?—ElPartidoComunista.Hijo,niteimaginaseltrabajoqueteníamosaquíalgunos
días.—Elancianomiródenuevohaciaaquellatumbaolvidadaenlamontaña—.Sellamaba Vicenç. Era primo de otro hombre al que conocí en los últimos días deBarcelona.ElBachiller.Joan.Coneseestuvieronapuntodematarme.
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—¿Eraisamigos?—¿Vicençyyo?Sí,peromásimportanteaún:éramoscompañeros.Esoeraalgo
muynecesarioenaquellaépoca.Tepodíasalvarlavida.NosconocimosalfinaldelaGuerra Civil. Élme salvó la vida, y yo le salvé la suya. Fue cuando el frente deCataluñaseestabadeshaciendo,cuandolosfranquistasestabandestrozandoelsueñodelaRepública.Omásbien,loterminaronpordestruir.AmíelfinaldelaguerramepillóenBarcelona.EstuveprisioneroenelcastillodeMontjuïcyhuideallíconunviejocoronel.¿Quéseríadeél?Nosseparamos.
—¿Conuncoronel?—Sí.YohabíaestadoluchandoenelOrdal.¿Notelohecontadonunca?Suhijoasintió.—Creoquesí,perodebíadeserpequeño—lecontestósunieto.—¡Estuvieronapuntodematarmeen lasRamblas!Creoque allí acabé conun
pobrediablo.Peroeraéloyo.Quiennohavividounaguerranolopuedeentender.—¿YcómoconocisteaVicenç?—Porcasualidad.DespuésdeloquepasóenlasRamblas,meescondívariosdías
enelcementeriodeMontjuïc.Otravez.Hacíamuchofrío.Yundíadecidíquehabíallegadoelmomentodeintentarlo.Caminéporlanoche,hastallegaraFrancia.Traslalíneaenemiga.Omásbien,siguiendoloscadáveresheladosderepublicanosmuertos.Lleguéalafrontera.Muchosnoloconsiguieron.Yotrosmurieronpocodespués.Alllegar a Franciamemetieron en un campo de concentración.Nos trataban como aratas.EnArgelès.Habíamosestado luchandocontra losmorosy allí nosvigilabanellos.Fueterrible.ConocíaVicenç;habíallegadoconunamigo,aunquenoresistióelinvierno.Erafrancés,meparecequesellamabaFrançois.Alcabodeunosmeses,antesdequeempezara laSegundaGuerraMundial,decidimoshuir.NospusimosalasórdenesdelPartido.YaprovechandoqueyoconocíaPortbou,porquemispadres,tus bisabuelos, eran los dueños de la casa donde ahora estamos pasando el fin desemana,medediquéahacertrabajillosenlafrontera.
—PerolosabuelosvolvieronaBarcelona,¿no?Miquelasintióantelapreguntadesuhijo.—Nos veíamos cuando subían, en vacaciones.Yo vivía en la casa conVicenç,
aunquenadie lo sabía.Yquien lo sabía recibía su sobornopuntualonuestravisitacon las metralletas. Hasta el año 46, la Guardia Civil ni se atrevía a subir a lamontaña. Cuando empezaron a hacerlo, fue cuando mataron a Vicenç. Su madrehabíamuertoalfinaldelaguerra.EnEspañateníaaunatía,lamujerdeunprimo…Detodosmodos,élquería,simoría,queloenterraranaquí:enEspaña,perocercadelafrontera,porsiteníaqueescapardenuevo.—Miquelsonrió.
—Marc, cualquiera diría que estas historias son nuevas para ti —apuntó elhombredesesentaaños,alavezquerecogíaalniñodelosbrazosdesuhijo.
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—Mesuenahaberlasoído,perocuandoerauncrío.Yaselodecíaalabuelo.—Por eso no te preocupes. Hay muchas historias que explicar—respondió el
anciano,mirandoasunietoymostrándoledenuevounasonrisa.—¿Tambiénluchastecontralosnazis?—Hubomuchos españoles que lucharon contra los alemanes y elGobierno de
Vichyen laSegundaGuerraMundial.Yo,como tehedicho,al llegaraFrancianopude aguantar en los campos de internamiento a la orilla delmar, al aire libre, enplenoinvierno.HuimosaLyon.NospusimosencontactoconelPartidoComunista.Nos quisieron aquí, en esta montaña. Sin embargo, por ejemplo, participé en laofensivadelosaliadosenParís.NoteolvidesdequeunodelosprimerostanquesqueentraronenlacapitalsellamabaTeruel.Hubohéroesdelaresistenciafrancesa(hayalgunas calles con sus nombres) que murieron asesinados al volver a su país, aEspaña.
—¿Fuisteunodelosmaquis?—Másomenos,aunquenosotrosnoéramosfugitivosdelasmontañas.Teníamos
mejorescondiciones.AunosmetrosdeaquíestábamosenFrancia.AunquedurantelaSegundaGuerraMundialsíqueestuvimosentredosfrentes.
—Perofinalmentevolviste.—Sí.Tuabuela.Ytupadre.Tuvequepensarenellos.Despuéspasédosañosen
lacárcel,enEspaña,peronoporguerrillero.Yporesopudesalvarlavida.—¿Ydespuésseguistecontuvida?—Más omenos, pero aquí estoy, y aquí estáis vosotros. Al salir de la prisión
todavíamebuscabauncoroneldelejército,untalPuig.Eraunmalbicho.Buscabaaalguienqueestuvoapuntodematarlo.EraunahistoriaquecirculabaporBarcelona.Pero nunca supo que fui yo… Esto empieza a parecerse a la entrevista que mehicieronelotrodíaparaaquellarevista.
—Losiento,abuelo.Elancianosoltóunacarcajada.—Si nomemolesta, hijo, pero empieza a refrescar, ymi bisnieto puede coger
frío.—¿Vamosconnuestrasmujeres?—Meparecequesí.Antes de marcharse, el anciano se agachó delante de aquella tumba anónima,
perdidaenlamontaña,entreaquellasfloresamarillasdelasquenuncarecordabaelnombre.Sepusode rodillas,ayudadoporsuhijo,quehabíapasadoelniñoalotrohombre,ypusosumanosobreelsuelo.
—SoyMiquel.ElotrodíaviaLlibertat.Yanoestanpequeña.Nosencontramosenel funeraldeAnna.Seacabade jubilar,pero lehaquedadounabuenapensión.Vicenç, no me olvido de ti, camarada. Y ten por seguro que, al menos los míos,
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tampocoloharán.Salud,compañero.Después,lostreshombresyelniñobajarondelamontaña.
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