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El protagonista soy yo
La revolución francesa. El verdugo del rey.
Era el año 1778 yo era un simple soldado del rey Luis XVI, la vida era difícil, pero al
menos siempre había algo que llevarse a la boca, siempre que teníamos hambre
saqueábamos a algún pobre campesino, que poca resistencia oponía frente a los
soldados armados del rey.
Yo soy descendiente de una estirpe de verdugos, mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre
eran todos ellos verdugos que con el hacha en la mano repartían “justicia”. Una justicia
solo para unos pocos…
Mi familia siempre ha sido temida, odiada y repudiada por ello, pero, al menos, era un
oficio bien remunerado, el sueldo proviene de una cuota que se exigía a los
comerciantes, campesinos, y otros miembros de la sociedad.
Yo siempre he odiado este oficio, pero siendo soldado he de reconocer que se me daría
bien. Aunque el verdugo no sólo quitaba vidas, también torturaba dependiendo de la
fechoría o delito a tratar. A los mentirosos se les arrancaba la lengua, a los blasfemos los
labios, a los ladrones las manos, a las mujeres de la vida, se las quemaba a fuego lento, a
los menores que cometían delitos graves se los flagelaba, y por último a los desertores,
que se los hacia herrar como a ganado.
Algo me decía, que tarde o temprano no podría escapar al destino, teniendo en cuenta
que varias generaciones de verdugos me precedían.
Cierto día, en primavera una joven muy bella, llamada Margarita, con la que yo
mantenía por costumbre relaciones de forma esporádica, fuimos sorprendidos por su
padre, en una actitud un poco vergonzosa y pecaminosa, la verdad es que fue una
pillada de las buenas.
El enfado de su padre fue épico, pero no por el hecho de que su dulce hija fuera
desflorada ante sus ojos, si no por la persona que lo hacía.
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El protagonista soy yo
¡El hijo del verdugo! ¡Pero como puede ser! Exclamó.
Era la última persona que se le antojaría como esposo para su dulce niña.
Aunque de mala gana, nos obligó a casarnos. La ofensa era tan grave que su padre me
exigió que heredara el oficio de mi familia, ya que estaba bien remunerado, y no iba
dejar que su hija pasara penurias.
Pues así es como de un día para otro, pase de ser un simple soldado, a un hombre con
esposa y nuevo oficio.
La primera vez que ejercí como verdugo tenía ya 39 años, pero aun así, a lo largo de mi
carrera, por mi hacha pasaron más de 2.900 cabezas. Una de ellas fue la del mismísimo
rey, Luis XVI.
Robespierre, uno de los líderes más importantes de la revolución francesa, que siempre
fue contrario a la pena de muerte, decidió en 1792 estar a favor de la guillotina.
La guillotina es una nueva máquina de decapitación que el inventor y físico Joseph
Ignace Guillotin la recomendó para su uso en las ejecuciones en sustitución de los
métodos tradicionales, pronto se conocerá con el nombre; la cuchilla nacional.
El pobre rey fue juzgado y condenado a la guillotina por el delito de alta traición en la
asamblea nacional, que había instaurado la Republica. Antes de que yo accionara la
máquina y de que cayera sobre el la afilada cuchilla, dijo estas palabras;
“¡Pueblo de Francia, muero inocente!”
Su muerte fue anunciada con salvas de cañón, la transición de la monarquía a la
Republica en Francia había comenzado.
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