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El viajero

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10 años después del fin del mundo la humanidad vive recluida en colonias aisladas e independientes. El miedo a lo desconocido retiene a sus habitantes de aventurarse fuera de las fronteras. Sólo unas personas conocidas como los viajeros se atreven a ir más allá y mediante un pacto tácito entre todas las colonias se les otorga protección a cambio de información valiosa sobre lo que han visto.

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El viajero

Jorge Llop - 2010

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Índice

10 años después del fin del mundo 7

La respuesta 12

Nosotros 15

Dolor 18

El viajero 20

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- 10 años después del fin del mundo -

Fue tan inesperado y repentino que nadie pudo preveerlo. Ninguna profecía hablaba de ello, no hubo señales precedentes, ni grandes conflictos que avisaran de la inminente catástrofe. Sucedió un día sin más. Un gran filósofo de antes del apocalípsis quizás no se hubiera sorprendido tanto. Hume, creo que se llamaba, afirmaba que el hecho de que las cosas parezcan suceder siempre de una determinada forma, obedeciendo a unas causas, y siguiendo unos mismos patrones de conducta, es tan sólo una ilusión de la mente para crear la sensación de orden en el universo. Decía algo así, aunque no estoy muy seguro, porque la mayor parte del conocimiento que quedó se ha mezclado con todos los mitos y leyendas que sucedieron después.

La ciencia dejó de funcionar. Todo los artefactos que había creado el ser humano se volvieron inútiles. No todos, evidentemente, aquellos que se regían por la mecánica siguieron funcionando, pero los que utilizaban alguna forma de energía simplemente no hacían aquello para lo que estaban destinados. La tecnología murió de pronto y el ser humano era tan dependiente de sus propias creaciones que todo lo que vino después sólo puede resumirse como horrible.

Así que el fin del mundo no vino por un meteorito cósmico, una guerra de proporciones nucleares, ni una gran catástrofe de la naturaleza. El fin del mundo sucedió porque nadie había previsto que las inmutables leyes que regían las partículas más pequeñas, un día podían cambiar y dejar de comportarse como hasta ahora. Los científicos trataron de estudiar aquel fenómeno que desconocían para encontrar una causa lógica y así volver al estado anterior, pero debido a que sus propios instrumentos ya no

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funcionaban y al caos que sucedió después, nadie pudo encontrar el verdadero motivo del cambio. Surgieron muchas hipótesis, claro está. Los más fanáticos afirmaban que los dioses habían despertado y vuelto al mundo. Muchos les creyeron. Hubo caos, hubo conflicto y la humanidad regresó a una época de barbarie como nunca había conocido.

Al no existir internet ni ningún otro medio de comunicación mundial, la gente terminó dividiéndose en grupos, que aislados del resto, trataban de sobrevivir y de construir una nueva civilización totalmente desprovistos de las herramientas en las que se habían apoyado antes. Así pues, el miedo a lo desconocido, a lo que pudiera estar sucediendo en otros lugares, les obligó a formar colonias independientes y a protegerse los unos a los otros de aquello que podía provenir de fuera.

Muchas personas dejaron de creer en el poder del dinero y como un falso Dios este se convirtió en simples pedazos de papel y mineral sin valor alguno. Los hombres tuvieron que recordar cómo sobrevivía la gente antiguamente y sospechosamente el futuro empezó a parecerse demasiado al pasado.

No todo fue malo, sin embargo. La lucha contra la adversidad unió mucho a las personas y en algunos casos sacó la parte más humana de ellos mismos. Los problemas del ahora destronaron a las necesidades fictíceas del ayer, y todo se volvió más real e inmediato. El dolor estaba presente, pero también la alegría de estar simplemente vivo y formar parte de los supervivientes.

En ese nuevo mundo postapocalíptico no todas las personas llevaban una vida sendentaria. Había viajeros que iban de un lugar al otro del planeta y que servían como mensajeros entre las distintas colonias de hombres. Una especie de pacto tácito entre

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todos los seres humanos, les permitía pasar sin peligro por los territorios, siempre a cambio de valiosa información sobre lo que estaba sucediendo realmente en otros lugares.

Y así es como uno de estos viajeros entró en los campos Elíseos de París. Caminaba a buen ritmo, acostumbrado el cuerpo a recorrer grandes distancias. Se protegía del sol con un sombrero de ala ancha en el que se veía una gran pluma blanca, símbolo por el cual se le distinguía, y respetaba, como alguien perteneciente al gremio de los viajeros. Sus ropas eran cómodas y funcionales, discretas. Llevaba barba de varios días sin afeitar. Pero el rasgo más distintivo en él eran los ojos. En las profundidades de su pupila se escondía la verdad sobre el mundo, una verdad que sólo él conocía, y que era la mayor de sus posesiones.

Le permitieron el paso y después de descansar y comer junto con los líderes de aquella colonia, pasó varias horas relatándoles todo lo que sucedía más allá de sus fronteras. Los hechos y rumores que circulaban por el mundo. Información que ellos masticaban para estar preparados ante otra inminente catástrofe que parecía poder llegar de cualquier lado.

Pero no sólo los adultos apreciaban el valor del viajero. Los niños siempre esperaban su regreso, porque al viajero le gustaba por las noches, junto a un fuego, contarles cuentos fantásticos sobre el nuevo mundo. Estaban llenos de mensajes morales que les ayudarían a crecer creyendo en unos valores humanos. Incluso algunos adultos también se arrimaban a escuchar aquellas historias y agradecidos rememoraban una infancia demasiado distinta a aquella.

Así que aquella noche el viajero se sentó junto a un grupo de chiquillos y comenzó a relatar sus historias como los antiguos

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contadores de cuentos.

- ¿Queréis que os cuente cómo ocurrió el fin del mundo?

- ¡Nooo! Otra vez no -gritaron los niños al unísono.

- Háblanos de lo que sucede más allá de nuestra colonia -pidió una chica con coletas muy despierta que parecía querer devorar todo el conocimiento del universo en unos pocos segundos

- Cuéntanos las aventuras que has tenido que librar para sobrevivir en el extranjero -exclamó un chico gordito muy inquieto.

- Está bien -accedió el viajero -. Tengo tres historias que os gustarán. Son de lugares muy alejados de aquí, con gente muy distinta, con costumbres muy diferentes a las vuestras. Pero abrid bien las orejas, porque son los extraños los que guardan las lecciones más valiosas para nosotros. Ahora decidme, ¿creéis en la magia?

Hubo un poco de jaleo entre los niños y sonrisas cómplices entre los adultos.

- Claro que no, la magia no existe. Me lo ha dicho mi padre. Sólo los locos creen en ella -dijo el chaval gordito de antes.

- Claro que sí existe -dijo la chica de las coletas -. ¿Qué crees que hacía la gente de antes del gran cambio? Ellos usaban la magia para muchas cosas. Pero la magia un día desapareció.

- Eso no era magia. Era ciencia.

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- Ah, ¿sí?, listo. ¿Y qué diferencia hay?

El chico gordito no supo responder y se enfadó, pero al rato el viajero comenzó a narrar sus historias, y él y todos los demás niños abrieron mucho las orejas.

Una estrella fugaz pasó a lo lejos.

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- La respuesta -

Existen distintos grupos que tratan de hacerse oír en el mundo. Predican valores que no todos comprenden y por eso muchas veces entran en conflicto con las colonias de humanos. En el norte de España, en los bosques y las playas de Galicia, existe un grupo llamado los vengadores. Dicen que todo lo que ocurrió fue la consecuencia del daño que el hombre ha hecho a la naturaleza y que esta volverá a vengarse las veces que sean necesarias hasta que los hombres comprendan que no pueden someterla a su antojo.

Este pequeño grupo de personas se comunica con los animales y las plantas y protege los reductos naturales donde vive. Son los amos de esas zonas y cuando alguien penetra con intenciones hostiles forman grupos de resistencia compuestos tanto por personas como por animales para alejar a los intrusos.

Llevan ya tiempo guerreando con una colonia de humanos cercana, así que el líder de los hombres, un leñador grande y rudo, ha hecho llamar a la representante de los vengadores, una joven hermosa pero de aspecto duro acompañada por un lobo, para tratar de llegar a un acuerdo y poner fin a las hostilidades en una casa junto a las playas gallegas.

- No era necesario que te trajeras a tu mascota. No me intimida en absoluto.

- No le he traído para intimidarte. Él es tan representante de nuestro grupo como yo. Se comunica directamente con los otros animales, así que he creído oportuno que me acompañe.

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- Entiendo -dijo el leñador poco convencido-. En cualquier caso, no importa, vayamos al grano. Mi pueblo vive del comercio de madera y necesitamos materia para comerciar con las colonias vecinas, materia que está en esos bosques que tanto protegéis. Entiende que no tengo nada en contra de ti ni de los tuyos, pero mi pueblo ha de prosperar. Soy una persona generosa, así que os ofrezco parte de los beneficios que ganemos con las transacciones.

- No queremos nada vuestro. Me temo que vuestro pueblo ha de aprender formas diferentes de prosperar. Esos bosques son el hábitad natural donde viven muchos de los nuestros.

- Podéis veniros a vivir a nuestra colonia.

- Los hombres sí, pero no los animales. Ellos también forman parte de nosotros.

- ¿Los animales? ¡Pero qué majaderías tengo que escuchar! Los animales están subordinados a los seres humanos, nosotros estamos por encima en la evolución. ¿Me estás diciendo que tengo que someter mi pueblo a esas bestias?

El lobo mostró los colmillos como si hubiese entendido toda la conversación.

- No debéis someteros. Debemos llegar a un equilibrio -dijo la mujer guardando la calma aunque el brillo de sus ojos le traicionaba.

- ¡Basta de estupideces! Os hemos hecho un ofrecimiento generoso. Quiero una respuesta antes del día de mañana, panda de terroristas de la naturaleza. Somos muchos más que vosotros y

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tarde o temprano acabaremos con este conflicto y el resultado final no será de vuestro agrado.

La mujer y el animal se marcharon y dejaron a aquel hombre meditando sobre las acciones que tendría que tomar si el conflicto seguía en pie. Estuvo hasta tarde pensando en ello y finalmente cansado, decidió pasear un rato por la playa para relajarse.

Había una gran calma en aquel lugar. Las olas se deslizaban suavemente contra la orilla y el viento le mecía el cabello. Él también amaba la naturaleza, ¿cómo no? Pero aquello no tenía ningún sentido. El hombre siempre había estado por encima.

Un ruido sordo le cogió por sorpresa. Una ola, la ola más enorme que había visto jamás se dirigía por el mar hacia su colonia. Estaba tan aterrorizado que no le dio tiempo a pensar que aquel inesperado tsunami lo arrasaría todo y no dejaría nada ni nadie en pie.

Ya tenía su respuesta.

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- Nosotros -

Otro de los grupos que existen por el mundo se encuentra en Japón, concretamente en la ciudad de Tokio. Se llaman los destructores del ego y son un grupo de pacifistas que comparten un mismo vínculo mental y piensan en el bien común sin que medien los intereses personales de ninguno. Ellos opinan que es el egoísmo y la competitividad lo que ha corroído los cimientos del mundo antiguo y proponen esta nueva forma de existir como alternativa a las relaciones interpersonales. Lo proponen sin ningún tipo de violencia, claro está.

En Tokio también existe otro grupo completamente opuesto que se ha hecho con la supremacía de la ciudad. La antigua yakuza, mafia japonesa, es la que ahora gobierna de manera nada encubierta a los demás. Uno de los destructores ha sido hecho llamar por el líder de la yakuza para hablar entre ellos. A pesar de que el pacifista ha tenido que subir hasta uno de los grandes rascacielos de Tokio, evidentemente sin la ayuda de un ascensor, y seguramente como forma de imponer su superioridad por parte de la mafia, no muestra ningún signo de enfado ni cansancio en el rostro.

Junto al jefe de la mafia está un imponente guardaespaldas armado con lo que debe ser alguna de las últimas armas de fuego que se conservan desde el gran cambio. El yakuza mira a través de una cicatriz que le cruza el rostro y le da un aspecto salvaje, y juega entre sus dedos con un cuchillo de forma habilidosa.

- Así que usted es el líder de esa secta, los destructores del ego, si no me equivoco. Han crecido mucho ustedes en número. Debe ser interesante todo lo que predican. Aunque le seré sincero.

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No le he hecho llamar por eso.

- Yo no soy el líder. Nosotros no tenemos líder. Cada miembro tiene el mismo rango en la organización. He venido yo como podría haber venido cualquier otro. ¿Por qué nos ha hecho llamar?

- En fin, como sabrán -dijo probando la punta del cuchillo contra su propia piel – nosotros tenemos el control de la ciudad y he pensado que quizás considere solicitar nuestra protección. Por un modesto tributo a nuestra organización le protegeremos de cualquier peligro. Ya sabe lo malos que son los tiempos que corren.

- Nosotros no necesitamos su protección. Muchas gracias -dijo con una pacífica sonrisa en el rostro.

- Oh, vaya. Me temo entonces que usted no podrá proteger adecuadamente a su secta. Es posible que le sucedan desgracias irreparables. Ni siquiera cuenta usted con un arma con la que defenderse.

- Nosotros aborrecemos la violencia y consecuentemente no llevamos armas.

- Deje de hablar en plural, haga el favor. Sería terrible que a usted le ocurriese aquí algo como perder un dedo. El resto de sus compañeros sin duda se lo pensaría mejor la próxima vez.

- ¿Nos está tratando de intimidar? -dijo el pacifista sin perder la sonrisa.

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- Llámelo como quiera -dijo el líder de la yakuza haciendo una seña a su guardaespaldas-. Creo que no tiene muchas opciones.

El guardaespaldas sacó rápidamente su arma y apuntó con ella a su líder, que se quedó sorprendido y aterrado.

- Nosotros no estamos de acuerdo -dijeron el guardaespaldas y el pacifista con la misma voz.

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- Dolor -

No muy lejos de allí, en las montañas de Nepal, existe otro grupo llamado los asesinos kármicos. Seres siniestros envueltos en misterio que se mueven por las sombras y se comunican con los muertos en el más allá. Opinan que es la incapacidad de sentir el dolor ajeno lo que impide a los hombres ser conscientes de la verdadera realidad que trasciende su individualidad. Así, ante esta falta de empatía, ellos se encargan de castigar a aquellos que infligen un dolor gratuito a los demás.

En medio de una batalla entre dos colonias de hombres, un poblado inocente quedó completamente arrasado por una de ellas. La colonia rival mandó un grupo de exploración para ver si había algún superviviente de la masacre con el fin de recopilar información acerca del enemigo.

El líder de la expedición dudaba que quedase nadie con vida. De hecho, se rumoreaba que aquel poblado había quedado maldito y era habitado por fantasmas y espectros. Superchería.

Cuando llegaron pensó que la misión había sido un fracaso porque todo se encontraba incendiado y derruido. Los cadáveres yacían dispersos por todos lados y un fuerte hedor lo cubría todo. Sin embargo, en una de las cabañas encontró algo. Un niña pequeña se protegía en un rincón con los ojos muy abiertos, espéctante.

- Vaya, así que has tenido suerte, pequeña. Dime, ¿quién le hizo esto a tu familia? ¿Vistes algo? No tengas miedo, no te va a pasar nada malo. Confía en mí.

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La niña pequeña siguió con los ojos abiertos, pero no dijo ninguna palabra. El líder pensó que era muda o que el shock le había causado tal impresión que le había hecho olvidar sus capacidades orales.

Una pena. Las instrucciones eran claras. Tendría que llevarla con vida a la colonia donde se le sacaría información, aunque fuese necesario usar algún método de tortura para ello. El fin siempre justificaba los medios.

- ¡Vamos! Salgamos de este lugar cuanto antes. Coged a la niña y marchémonos.

Pero nadie contestó.

Se dio la vuelta sólo para contemplar los cadáveres de todos los miembros de la expedición que yacían por el suelo mezclados con los de los antiguos habitantes de la aldea. ¿Cómo era posible? ¿Quienes? ¿Cuántos?

Volvió a darse la vuelta para ver a un personaje encapuchado envuelto en ropajes oscuros junto a la niña. Un momento más tarde su cabeza se separó de su cuerpo para siempre.

El personaje guardó su espada aún ensangrentada y de uno de sus bolsillos sacó una flor azul y se la tendió delicadamente a la pequeña muchacha.

- Gracias -dijo ella con una voz clara y melodiosa.

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- El viajero -

Se había hecho tarde en París. El sol empezaba a despuntar en el horizonte detrás de la Torre Eiffel que medio derruida y cubierta de maleza y vegetación se erigía como el triunfo de la naturaleza frente a los artefactos del hombre. El viajero acababa de terminar de contar sus historias y cansado, se disponía a dormir después del largo viaje.

Allí, en un lugar íntimo e insondable que escapaba a la vigilia, se encontró con los demás. El concilio era un lugar onírico situado más allá del tiempo y el espacio donde todos los viajeros se reunían cada noche en sus sueños. El lugar estaba lleno y sólo faltaba él. Tomó su asiento y juntos, todos los viajeros de todos los confines, se pusieron al día de lo que sucedía en el mundo.

Finalmente llegó su turno.

- ¿Ha cumplido con éxito la misión?

El viajero contestó afirmativamente.

- No saldrán de París. Tienen miedo a un conflicto con sus vecinos y gracias a lo que yo le he contado, ahora piensan que son inferiores. No se arriesgarán.

- Felicidades entonces.

En eso consistía ser un viajero. Caminaban a través del miedo a lo desconocido que retenía a la gente común. Llenaban sus oídos de mentiras y sus corazones de miedo, todo con el fin de que cada uno permaneciera dentro de sus colonias y evitar así conflictos

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entre ellos.

Una vez terminó el concilio, el viajero se atrevió a dirigirse a su maestro, un tipo de barba blanca ataviado también con un sombrero decorado con una pluma blanca.

- Maestro, disculpe. A veces me pregunto... No sé si sería mejor que les contásemos la verdad para que ellos tuvieran la libertad de decidir por ellos mismos. Al fin y al cabo, nos enseñan a apreciar la verdad por encima de todo.

El maestro le respondió con una sonrisa de condescendencia, quizás estaba recordando los tiempos de su juventud en que él también tenía altos ideales y propósitos.

- Y dime, ¿cómo crees que reaccionarían las colonias si les hablásemos de lo que realmente sucede en el mundo? ¿Nos creerían acaso? ¿Crees que nos abrirían sus puertas? Pensarían que somos unos impostores que tratan de aprovecharse de ellos y lo más probable es que no volviésemos a contar con su protección. Además, es el miedo lo que mantiene a los hombres bajo control. ¿La verdad? La verdad para los niños. Ellos sí son capaces de comprenderla.

Quizás era cierto. Los hombres no estaban preparados para asumir ciertas verdades. La verdad para ellos sería una amenaza a su propia seguridad y sus propias creencias. Así sería pues, el miedo para los adultos y la verdad para los niños. Aquellos cuentos que contaba, en apariencia fantasiosos, eran en realidad el gran legado, su gran legado al mundo.

Lo que los niños pudiesen creer hoy como cierto, lo sería el día de mañana.

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