El.intelectual.como.Ciudadano

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    constantemente en algn lugar una entidad real que desempe-

    ase el papel de salvador de la humanidad, de redentor de la

    Historia. Creyeron encontrarla, primero, en un proletariado ideal

    e idealizado, y despus en el Partido Comunista, que sera surepresentante. Ms tarde, sin analizar las razones del fracaso

    provisional o definitivo, qu importa del movimiento obrero

    revolucionario en los pases capitalistas, borraron a estos pases

    del mapa e invirtieron su fe en los pases del Tercer Mundo.

    Tomando el esquema de Marx en sus aspectos ms mecnicos,

    quisieron poner a los campesinos, africanos o vietnamitas en el

    lugar del proletariado industrial y hacerles jugar un mismo pa-pel. Hoy algunos de estos intelectuales, en virtud de este movi-

    miento pendular del s al no que encubre su ausencia de re-

    flexin, escupen sobre el Tercer Mundo por razones tan estpi-

    das como las que les llevaron en otro tiempo a adorarlo. Antes

    decan que la democracia, la libertad, etc., eran mixtificaciones

    occidentales y burguesas, y que los chinos, por ej., no las necesi-

    taban para nada. Ahora dejan entender que esos brbaros noestn suficientemente preparados para recibir tan preciosos do-

    nes. Ha bastado que se produjera una pequea abertura en la

    trampilla totalitaria de Pekn para comprobar que, oh, milagro!

    a pesar de Peyrefitte, Sollers y Kristeva, los chinos no son tan

    diferentes como parecan y que, en cuanto han tenido la posibi-

    lidad de hacerlo, se han puesto a reivindicar derechos democr-

    ticos.

    Parece como si los intelectuales hubiesen roto con la nocin

    de compromiso y como si hoy su principal preocupacin fuese

    la tica. En su opinin, cmo pueden hoy los intelectuales es-

    tablecer un vnculo que les una a la dinmica social?

    El repliegue sobre la tica es, en el mejor de los casos, una

    falsa conclusin sacada de la experiencia del totalitarismo, y

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    desempea actualmente una funcin mixtificadora. Qu de-

    muestra qu viene demostrando desde hace tiempo la expe-

    riencia del Tercer Mundo? Que las revueltas populares que, en

    estos pases, provocan o acompaan al hundimiento de las so-ciedades tradicionales siempre han sido canalizadas y recupera-

    das por una burocracia (en la mayora de los casos, de tipo mar-

    xista-leninista, aunque hoy es de esperar que empiecen a proli-

    ferar las burocracias monotestas), que se aprovechan de ellas

    para acceder al poder e instalar un rgimen totalitario. Esto plan-

    tea el problema poltico del totalitarismo, que tambin se plante

    en Europa, a partir de otra evolucin especifica. Evidentemente,y tanto en un caso como en otro, frente a este problema todas las

    concepciones heredadas, tanto el marxismo como el liberalismo,

    han fracasado. Debemos afrontar este problema, tanto en el pla-

    no terico como prctico. El repliegue sobre la tica es, en

    este sentido, una huida y un escarnio de la propia tica. Ninguna

    tica que se detenga en la vida individual merece ese nombre.

    Desde el momento en que se plantea la cuestin social y polti-ca, la tica se vincula a la poltica. El qu debo hacer no con-

    cierne solamente a mi existencia individual, sino a mi existencia

    en tanto individuo que participa en una sociedad en la que no

    hay tranquilidad histrica y en la que el problema de su organi-

    zacin, de su institucin, est abiertamente planteado. Y lo est

    tanto en los pases democrticos como en los pases totalita-

    rios. Es la experiencia misma del totalitarismo, y su posibilidadsiempre presente, la que muestra la urgencia del problema pol-

    tico como problema de la institucin de la sociedad en su con-

    junto. Disolver este problema en una serie de actitudes supues-

    tamente ticas equivale, de hecho, a mixtificar las cosas.

    Es preciso, ahora que tanto se habla de la funcin de los intelec-

    tuales en la sociedad contempornea, establecer las distinciones

    pertinentes y evitar las simplificaciones y las banalidades que

    empiezan a propagarse. Se pretende actualmente que los intelec-

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    tuales son una clase aparte y que incluso estn a punto de ac-

    ceder al poder. Se echa mano una vez ms del gastado esquema

    marxista y se le pone el remiendo de considerar a los intelec-

    tuales como clase en ascenso. Es una variante de la mismabanalidad que habla de tecnocracias o de tecnoestructuras.

    En ambos casos, se elude la especificidad del hecho moderno

    por excelencia: la emergencia y la dominacin del aparato bu-

    rocrtico que invoca la tecnicidad o la teora como formas

    de encubrir su poder, pero que no tiene nada que ver ni con una

    ni con otra.

    Esto se ve muy claramente en los pases occidentales: no son los

    tcnicos quienes dirigen la Casa Blanca o el Elseo o las grandes

    firmas capitalistas. Cuando acceden a una posicin de poder no

    lo hacen en cuanto tcnicos, sino gracias a su capacidad para la

    intriga (Giscard, como economista, es un intil, pero a la hora

    de poner zancadillas polticas es un zorro).

    Se ve tambin en todos los partidos y pases de dependenciamarxista o marxista-leninista. Una de las mayores farsas de

    la Historia que muestra lo ridculo que es reemplazar el anli-

    sis social e histrico por el establecimientode la filiacin de ide-

    as es la cuestin de las relaciones entre la teora y el movi-

    miento efectivo de la clase obrera. Todo el mundo conoce la

    concepcin de Kautsky-Lenin segn la cual son los intelectuales

    pequeo-burgueses quienes introducen, desde el exterior, el so-cialismo en la clase obrera. Hemos sido muchos quienes hemos

    criticado esta teora. Pero es preciso darse cuenta de que, pa-

    radjicamente, es a la vez falsa y verdadera. Falsa, porque el

    socialismo ha sido el proletariado quien lo ha producido, y no

    una teora, y porque si las concepciones socialistas tuviesen

    que ser introducidas desde el exterior en el proletariado, deja-

    ran, por esa misma razn, de tener algo que ver con el socialis-mo. Pero tambin es verdadera si por socialismo se entiende

    el marxismo, pues ste s que ha tenido que ser inoculado, intro-

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    ducido desde el exterior y finalmente casi impuesto por la fuerza

    al proletariado. Ahora, y en nombre de esta concepcin, los par-

    tidos marxistas pretenden ser los partidos de la clase obrera,

    representarla esencial o exclusivamente, pero en nombre desu posesin de una teora, la cual, en cuanto teora, no puede ser

    ms que posesin de unos intelectuales. No deja de ser diverti-

    do. Pero lo ms curioso es que en estos partidos no han sido de

    hecho los obreros o los intelectuales quienes, en cuanto tales,

    han dominado y dominan, sino un nuevo tipo de hombre, el ap-

    paratchik, que no es un intelectual sino un semianalfabeto (co-

    mo Thorez en Francia o Zacharadis en Grecia). En la III Interna-cional slo hubo un intelectual que hoy todava sea legible:

    Lukcs. Y no contaba casi nada. Stalin, en cambio, que escriba

    cosas infantiles y ridculas, lo era todo. Esas son las relaciones

    efectivas entre la teora y la prctica que han existido en la

    cmara oscura de la historia.

    En la sociedad contempornea, en la que la produccin y la

    utilizacin del saber ocupan un lugar importantsimo, los in-

    telectuales proliferan. Pero, en cuanto partcipes de esta pro-

    duccin y utilizacin, dichos intelectuales tienen una especifici-

    dad muy restringida. En su gran mayora, se integran en las es-

    tructuras laborales y salariales existentes, que son, casi siempre,

    estructuras burocrtico-jerrquicas. No porque alquien sea un

    especialista en informtica, en biologa molecular, en topologa

    algebrica o en historia de los incas, tiene algo que decir sobre la

    sociedad.

    La confusin se produce porque hay una categora de gente,

    numricamente muy limitada, que tiene tratos tal vez a partir

    de cierta especializacin con las ideas generales y que, por

    ello, reivindica una funcin universal. Es sta una tradicin

    muy antigua, por lo menos en este continente. Aparece en la An-tigedad, cuando el filsofo deja de ser un simple ciudadano

    (Scrates) y, enajenndose de la sociedad, habla de ella

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    (Platn). Reaparece en el mundo occidental alcanzando su apo-

    geo en el Siglo de las Luces (y tambin despus: con Marx). En

    Francia, se ha convertido en una especie de debilidad nacional,

    adoptando formas irrisorias: cualquier licenciado o agregado enfilosofa se lanza a la vida convencido de que es un Voltaire o

    un Rousseau. Los ltimos 35 aos proporcionan una hilarante

    lista de ejemplos en este sentido.

    Dicho esto, es evidente que el problema de la sociedad y de la

    historia y de la poltica no puede quedar en manos de una se-

    rie de especialistas que lo hagan objeto de su preocupacin y de

    su trabajo especficos. Es preciso darse cuenta de lo ambigua,

    extraa y contradictoria que es la relacin del intelectual con la

    realidad social e histrica, que por lo dems constituye su prin-

    cipal objeto de inters. Lo que caracteriza a esta relacin es la

    distancia que el intelectual toma necesariamente respecto al mo-

    vimiento efectivo de la sociedad. Esta distancia le permite no

    sumergirse en las cosas, detectar las grandes lneas tendenciales.

    Pero al mismo tiempo le hace ms o menos extrao a lo que

    efectivamente pasa. Hasta la fecha, en esta relacin ambigua y

    contradictoria, uno de los dos trminos se ha visto sobrecargado

    en funcin de toda la herencia teoricista que se inicia con Platn,

    que atraviesa los siglos y a la que el propio Marx no pudo esca-

    par, a pesar de las tentativas que hizo para lograrlo. El intelec-

    tual que se ocupa de ideas generales se ve llevado a privilegiar

    su propia elaboracin terica. Piensa que puede encontrar la

    verdad de la sociedad y de la historia en la Razn o en la teora y

    no en el movimiento efectivo de la historia, en la actividad viva

    de los hombres. Oculta el aspecto creativo del movimiento

    histrico. Por ello, puede resultar extraordinariamente peligroso.

    Pero yo no creo que el intelectual est en un callejn sin salida,

    porque puede participar en este movimiento, pero con la condi-

    cin de entender lo que esto significa: no simplemente inscribir-

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    se en un partido y seguir dcilmente las rdenes que le den, o

    firmar manifiestos, sino actuar como un ciudadano.

    Usted ha dicho en otra ocasin que no hay un saber riguroso

    sobre la sociedad. Desde hace tiempo asistimos a la hecatombe

    de los saberes globalizadores (el marxismo, el psicoanlisis, las

    filosofas del deseo), lo que parece confirmar su afirmacin.

    Pero queda la cuestin de pensar el presente, un presente im-

    pregnado de crisis. Es posible pensar estas crisis de un modo

    no globalizador y al mismo tiempo satisfactorio? O hay que

    aceptar pensar en crisis, y en este caso, de qu modo?

    Evitemos los malentendidos. Que no haya un saber riguroso

    sobre la sociedad, no significa que no haya ningn saber de la

    sociedad, que se pueda decir cualquier cosa, que todo valga. Hay

    una serie de saberes parciales e inexactos (en el sentido de

    opuesto a exactos) que no son en absoluto despreciables por-

    que tienen cosas que aportar a nuestra tentativa de elucidar el

    mundo social-histrico.

    Otro riesgo de malentendido: usted utiliza el trmino globali-

    zador con una connotacin visiblemente crtica o peyorativa.

    Estamos de acuerdo en condenar la idea de un saber globaliza-

    dor en el sentido de un saber total o absoluto; dicho esto, cuando

    pensamos la sociedad (ya no hablo de saber, sino de pensar) este

    movimiento del pensar apunta al todo social.

    La situacin no es muy diferente en filosofa. Un pensamiento

    filosfico es un pensamiento que necesariamente apunta al todo

    en su objeto. Renunciar a la ilusin del sistema no significa

    renunciar a pensar el ser o renunciar al conocimiento, por ej.: en

    este caso, la idea de una divisin del trabajo es visiblemente

    absurda. Se imagina usted a dos filsofos repartindose el tra-

    bajo as: tu te ocupas de este aspecto del ser y yo de aqul? Ose imagina a un psicoanalista dicindole a su paciente: hbleme

    slo de sus problemas relativos a la analidad, para los orales le

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    recomendar un colega? Lo mismo puede decirse de la socie-

    dad y de la historia: hay en ella una totalidad efectiva, y es a esa

    totalidad adonde hay que apuntar. La cuestin primaria del pen-

    samiento de lo social como he formulado yo mismo enlInstitution immaginaire de la societ es sta: qu es lo que

    mantiene unida a una sociedad, qu es lo que hace que exista

    una sociedad y no una dispersin? Incluso en caso de dispersin,

    se trata de una dispersin social, y no de las molculas de un gas

    escapando de un recipiente roto.

    Cuando se habla de la sociedad, es inevitable apuntar al todo. La

    totalidad es constitutiva de este pensamiento. Y lo es sobre todo

    cuando se piensa la sociedad no ya desde una perspectiva teri-

    ca, sino desde una perspectiva poltica. El problema poltico es

    el de la institucin global de la sociedad. Si nos situamos a este

    nivel, y no al de las elecciones europeas, por ejemplo, estamos

    obligados a plantear las cuestiones de la institucin, de la socie-

    dad instituyente y de la sociedad instituida, de la relacin entre

    una y otra, de la concrecin de todo esto en la fase actual. Hay

    que trascender la oposicin entre la ilusin de un saber global

    sobre la sociedad y la ilusin de que basta con una serie de dis-

    ciplinas especializadas y fragmentarias. Es el propio terreno en

    el que se produce esta oposicin lo que hay que destruir.

    Pensar la crisis o pensar en crisis: evidentemente, tenemos que

    pensar la crisis de la sociedad, pero al no ser nuestro pensamien-to exterior a esa sociedad, al estar enraizado si es que vale al-

    go en este mundo social-histrico, no puede ser sino un pensa-

    miento en crisis. Pero somos nosotros quienes hemos de afron-

    tarla.

    Segn usted, existe desde hace dos siglos un proyecto revolu-

    cionario. Hay una homologa de significaciones entre las dife-

    rentes revueltas que remiten a este proyecto. Qu pasa hoy con

    las revueltas? Siempre se pone el ejemplo de las luchas de las

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    mujeres, las luchas anti-nucleares, etc. Pero, acaso esos luga-

    res de tensin, esos terrenos de enfrentamiento no corresponden

    a deficiencias del sistema social susceptibles de regulacin e

    incluso de aniquilacin?

    Partir de una observacin general. La principal leccin que

    podemos extraer de la experiencia del pasado siglo, del destino

    del marxismo, de la evolucin del movimiento obrero que no

    es, en absoluto, original es que la historia es el terreno del ries-

    go y la tragedia. La gente tiene la ilusin de poder salir de este

    terreno y la expresa con la siguiente demanda: queremos un sis-

    tema institucional que garantice que las cosas no se torcern,

    que las revoluciones no degenerarn, que tal o cual movimiento

    no ser recuperado por el sistema. Formular esa exigencia es la

    mejor forma de seguir atrapado en la mixtificacin ms comple-

    ta. Es creer en la existencia de disposiciones escritas capaces de

    garantizar, independientemente de la actividad efectiva de los

    hombres y de las mujeres, un porvenir apacible, la libertad, la

    justicia, etc. Lo mismo pasa cuando se busca es la ilusin

    marxianaen la historia un factor que sea positivo y slo positi-

    vo; es decir, en la dialctica marxiana, negativo y slo negativo,

    o sea, no recuperable, no positivizable por el sistema instituido.

    Esta posicin, asignada por Marx al proletariado, contina

    haciendo estragos, tanto positivamente (como por ejemplo en el

    caso de ciertas feministas que creen ver en el movimiento de las

    mujeres una radicalidad incor ruptible), como negativamente

    (como cuando alguien dice: para que crea en este movimiento,

    tendrn que demostrarme que es por naturaleza irrecuperable).

    Estos movimientos no slo no existen, sino que todo movimien-

    to parcial, adems de poder ser recuperado por el sistema, con-

    tribuye en cierta medida, mientras ste no es abolido, a perpe-

    tuar su funcionamiento. He tenido ocasin de demostrarlo en elcaso de las luchas obreras (vase La experiencia del movimiento

    obrero). Actuando en defensa propia, el capitalismo ha podido

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    funcionar no ya a pesar de las luchas obreras, sino gracias a

    ellas. Pero tampoco hay que limitarse a hacer esta constatacin.

    Sin tales luchas, no viviramos en la sociedad en que vivimos,

    sino en una sociedad basada en el trabajo de los esclavos indus-triales. Estas luchas, adems, han puesto en cuestin ciertas sig-

    nificaciones imaginarias centrales en el capitalismo: propiedad,

    jerarqua, etc.

    Otro tanto puede decirse del movimiento de las mujeres, de los

    jvenes y, a pesar de su extrema confusin, del movimiento eco-

    logista. Todos esos movimientos no slo cuestionan aspectos

    centrales de la sociedad instituida, sino que crean algo nuevo. El

    movimiento feminista tiende a destruir la idea de una relacin

    jerrquica entre los sexos; expresa la lucha de los individuos del

    sexo femenino por su autonoma, y como las relaciones entre los

    sexos son nucleares en toda sociedad, esta lucha afecta a la vida

    social en su conjunto y sus repercusiones son incalculables.

    Lo mismo puede decirse del cambio experimentado en las rela-ciones intergeneracionales. Y como hombres y mujeres, padres e

    hijos, se ven obligados a seguir viviendo, han de buscar otras

    formas de vida, han de estimular su creatividad. Es cierto que,

    mientras el sistema exista, todo lo que hagan ser integrado por

    el sistema. Es una tautologa: acaso la industria farmacutica

    no saca beneficios con la venta de los anticonceptivos? Enton-

    ces? Pero, al mismo tiempo, el sistema ve corrodos los pilaresesenciales sobre los que se basa: las formas concretas de su do-

    minacin, la idea misma de dominacin.

    Pueden todos estos movimientos llegar a unificarse? Es eviden-

    te que, a nivel abstracto, deben unificarse. Pero el hecho, muy

    importante, es que no se han unificado. Y no por casualidad. Si

    el movimiento de las mujeres o el ecologista se resisten con to-

    das sus fuerzas a lo que ellos consideran su politizacin, ello se

    debe a que la sociedad contempornea ha hecho la experiencia

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    de la degeneracin de las organizaciones polticas. Y no se trata

    solamente de una degeneracin organizativa, de una buro-

    cratizacin. Se trata de una prctica, del hecho de que las orga-

    nizaciones polticas ya no tienen nada que ver con la verdade-ra poltica, pues su nica preocupacin es la penetracin en, o la

    conquista de, el aparato de Estado. La actual imposibilidad de

    unificacin de estos movimientos revela un problema mucho

    ms general y ms grave: el de la actividad poltica en la socie-

    dad contempornea y el de su organizacin.

    Esto que dice usted se ve, por ejemplo, cuando los ecologistas

    se niegan a adoptar la forma partido.

    No se trata de que adopten la forma partido. Se trata de que

    vean claramente que sus reivindicaciones ponen en entredicho,

    con toda la razn, el conjunto de la civilizacin contempornea

    y que lo que ellos pretenden slo es posible si se produce una

    transformacin radical de la sociedad. Lo ven o no lo ven? Si lo

    ven y dicen: de momento, lo nico que podemos hacer es lu-char contra la construccin de tal o cual central nuclear, esta-

    mos de acuerdo. Pero a menudo tengo la impresin de que no lo

    ven. Por lo dems, si se trata de luchar contra una central nucle-

    ar el problema general se ve enseguida. Pero a veces las cosas

    no estn tan claras. O se dice que se est contra la electricidad, o

    hay que plantearse la necesidad de elaborar una nueva poltica

    energtica, lo que pone en entredicho toda una organizacineconmica y cultural. El despilfarro energtico est orgnica-

    mente incorporado en el capitalismo contemporneo, en su eco-

    noma. Incluso en el psiquismo de la gente. Conozco ecologistas

    que al salir de una habitacin se olvidan de apagar la luz.

    Usted ha escrito que la sociedad moderna es una socie dad en

    la que se produce una creciente privatizacin, en la que los in-

    dividuos ya no son solidarios entre s, que se han atomizado.

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    Esta privatizacin, no implica el paso de una sociedad viva,

    fecunda, a una sociedad tona?

    Afirmar que una sociedad tona ha tomado el lugar de una

    sociedad fecunda, que todo cambio radical es ya inconcebible,

    equivaldra a decir que una fase de la historia que se inici

    quizs en el siglo XII est a punto de terminar, que estamos en-

    trando en una especie de nueva Edad Media, caracterizada o

    bien por la tranquilidad histrica (idea que, a la vista de los

    hechos, resulta cmica) o por una serie de violentos conflictos y

    de desintegraciones, sin productividad histrica. En una palabra:

    una sociedad que se ha detenido, que se desgarra a s misma,

    incapaz de crear nada nuevo. (Dicho sea entre parntesis, ese es

    el significado que he dado al trmino barbarie en la expresin

    Socialismo o Barbarie). No se trata de hacer profecas. Pero creo

    que no es cierto que vivamos en una sociedad en la que no pasa

    absolutamente nada. En primer lugar, hay que ver el carcter

    absolutamente antinmico del proceso. El rgimen arrastra a los

    individuos a la privatizacin, la favorece, la subvenciona, la

    asiste. Los propios individuos, en la medida en que no ven nin-

    guna actividad colectiva que les ofrezca una salida o que sim-

    plemente tenga sentido, se retiran a la esfera privada. Pero,

    ms all de cierto lmite, el propio sistema no puede tolerar esa

    privatizacin, pues la completa molecularizacion de la sociedad

    desembocara en el desastre; vemos, as, cmo el sistema trata

    peridicamente de arrastrar a la gente a actividades colectivas y

    sociales. Y los individuos, cada vez que quieren luchar, se co-

    lectivizan de nuevo. Por otra parte, no se pueden valorar estas

    cosas con una perspectiva demasiado corta.

    Formul por primera vez este anlisis de la privatizacin y de la

    antinomia de que acabamos de hablar en 1959 (en Le mouve-

    ment revolutionnarie sous le capitalisme moderne) . Muchosmarxistas slo han sabido ver en este anlisis la idea de priva-

    tizacin, y se han apresurado a declarar que yo liquidaba las

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    La idea de que existe una fuente y un fundamento extra-social

    de la ley es una ilusin. La ley, la institucin, es una creacin de

    la sociedad. Toda sociedad es autoinstituida, pero hasta hoy ha

    garantizado su institucin instituyendo una fuente extra-social desu propia institucin. Es lo que yo he denominado la autoinstitu-

    cin explcita: el reconocimiento, por parte de la sociedad, de

    que la institucin es obra suya no implica en absoluto que dicha

    institucin se pueda desmenuzar. El reconocimiento del Arte

    de la Fuga o de las Elegas de Duino como obras humanas, co-

    mo creaciones sociohistricas, no significa que las considere

    desmenuzables. Son obras humanas, simplemente humanas?La cuestin est en saber qu entendemos con ello. Acaso el

    hombre es simplemente humano? Si lo fuese, no sera hombre,

    no sera nada.

    Todos nosotros somos un pozo sin fondo, y este sin fondo est,

    evidentemente, abierto al sin fondo del mundo. Normalmente,

    nos agarramos al brocal del pozo y ah pasamos la mayor parte

    de nuestra vida. Pero el Banquete, el Requiem, el Castillo vienen

    de este sin fondo y nos lo hacen ver. Yo no necesito ningn mito

    particular para reconocer este hecho. Los propios mitos, como

    las religiones, tienen algo que ver con este sin fondo al tiempo

    que tratan de enmascararlo: le dan una figura determinada y

    precisa que, al mismo tiempo que lo reconocen, en cuanto tratan

    de fijarlo , tambin lo ocultan. Lo sagrado es el simulacro insti-

    tuido del sin fondo. Yo no necesito para nada los simulacros, y

    mi modestia me hace pensar que si yo puedo vivir sin simula-

    cros, todo el mundo puede tambin vivir sin ellos. Detrs de su

    pregunta, me parece ver la idea de que slo el mito puede fundar

    la adhesin de la sociedad a sus instituciones. Como usted sabr,

    sta era la idea de Platn: la mentira de los dioses. Pero las

    cosas estn muy claras: por muy divina que sea, se trata de

    una mentira.

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    Esto se puede comprobar hoy mismo en las grotescas gesticula-

    ciones de quienes pretenden fabricar, por encargo, un renaci-

    miento de la religiosidad por razones supuestamente polticas.

    Me imagino que esas tentativas mercantiles deben resultar nau-seabundas incluso a los creyentes. Estos charlatanes quieren

    vendernos esa filosofa de Prefecto de Polica libertino: ya s

    que el cielo est vaco, pero la gente debe creer que est lleno,

    porque si no, no obedecera a la ley. Qu miseria! Cuando

    todava exista, cuando todava poda existir, la religin era otra

    cosa, Yo nunca he sido creyente, pero todava hoy no puedo

    escuchar La Pasin segn San Mateo sin enaltecerme. Lograr elrenacimiento de aquello que produjo La Pasin segn San Ma-

    teo supera con mucho las posibilidades de cualquier editorial,

    aunque se llame Grasset o Hachette. Y creo que tanto los cre-

    yentes como los no creyentes, estarn de acuerdo en decir: fe-

    lizmente.

    Aparte del caso griego, al que usted se ha referido a menudo,

    es cierto que, en la historia, se han dado mitos que han fundado

    la adhesin de la sociedad a sus instituciones.

    Es cierto, s. Y no a menudo, sino casi siempre. Si yo me re-

    fiero al caso griego, es porque fue el primero, que se sepa, que

    rompi con ese estado de cosas, y porque su ejemplo fue recogi-

    do por la tradicin occidental del Siglo de las Luces y de la Re-

    volucin. Lo importante, en la Grecia antigua, fue el movimien-

    to efectivo de la instauracin de la democracia, que fue una filo-

    sofa en acto y que coincidi con el nacimiento de la filosofa en

    sentido estricto. Cuando el demos instaura la democracia, hace

    filosofa: plantea la cuestin del origen y del fundamento de la

    ley. Y abre un espacio pblico, social e histrico, al pensamien-

    to, en el que hay filsofos (hasta Scrates incluido) que durante

    mucho tiempo siguen siendo ciudadanos. Slo a partir del fraca-

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    so de la democracia ateniense, Platn elabora una filosofa

    poltica, completamente basada en la ocultacin y el encubri-

    miento de la creatividad histrica de la colectividad (expresado

    de un modo insuperable por el Epitafio de Pericles que escribiTucdides), y que slo es como todas las filosofas polticas

    que vendrn despus una filosofa sobre la poltica, exterior a la

    poltica, a la actividad instituyente de la colectividad.

    En el siglo XVIII, hay, por supuesto, un movimiento de la colec-

    tividad que adquiere proporciones gigantescas con la Revolu-

    cin francesa. Y hay tambin el renacimiento de una filosofa

    poltica ambigua, en cuanto por una parte es profundamente

    crtica y liberadora y, por otra, sigue bajo la gida de una me-

    tafsica racionalista, tanto en cuanto a sus tesis acerca de lo que

    es como al fundamento de la norma que decide lo que debe ser.

    Postula un individuo sustancial rgidamente determinado y

    pretende derivar lo social de dicho individuo. Invoca una razn,

    la Razn (no importa que a veces la llame Naturaleza o Dios),

    como fundamento ltimo y extrasocial de la ley social.

    La prosecucin del movimiento radicalmente critico, democrti-

    co, revolucionario por las Revoluciones del siglo XVIII primero,

    y por el movimiento obrero socialista despus, presenta conside-

    rables ms y menos respecto a la Grecia de los siglos VI y

    V. Los ms son evidentes: la contestacin del imaginario so-

    cial instituida por el movimiento obrero va mucho ms lejos,pone en causa las condiciones instituidas efectivas de la existen-

    cia social economa, trabajo, etc, se universaliza. Pero no se

    puede olvidar el menos: los momentos en los que el movi-

    miento logra desprenderse plenamente de la sociedad instituida

    son raros, y a partir de determinado momento, el movimiento

    cae, en tanto que movimiento organizado, bajo la influencia,

    excclusiva o preponderaante, del marxismo. Y ste, en sus capasms profundas, no hace ms que retomar y llevar al lmite las

    significaciones del imaginario social instituidas por el capi-

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    talismo: centralidad de la produccin y de la economa, progre-

    sismo banal, fantasma social de la expansin ilimitada del do-

    minio de la razn. Estas significacion es, y los modelos de

    organizacin correspondientes, han sido reintroducidos en elmovimiento obrero por medio del marxismo. Y tras todo ello, se

    oculta de nuevo la vieja ilusin especulativo-teortica: todo el

    anlisis y toda la perspectiva se reclama de unas leyes de la his-

    toria que la teora pretende haber descubierto de una vez por

    todas.

    Pero ya es hora de hablar positiviamente. La prolongacin de

    los movimientos emancipadores obreros, mujeres, jvenes,

    minoras de todo tipo subyace al proyecto de la instauracin de

    una sociedad autnoma: autogestionada, autogobernada, autoor-

    ganizada, autoinstituida. Lo que se expresa de este modo, al ni-

    vel de la institucin, tambin puede expresarse al nivel de las

    significaciones imaginarias que esta institucin encarnar. Au-

    tonoma social e individual: a saber, libertad, igualdad, justicia.

    Son mitos estas ideas? No. No son formas o figuras determina-

    das y determinables de una vez por todas: no cierran ningn

    interrogante, sino que lo abren. No tratan de tapar el pozo del

    que hablaba antes, conservando en el mejor de los casos una

    estrecha va para acceder al fondo del mismo, sino que recuer-

    dan insistentemente a la sociedad el sin fondo interminable que

    est en el fondo de ella misma. Consideremos, por ejemplo, la

    idea de justicia. No existe, ni existir, una sociedad que pueda

    considerarse justa de una vez por todas. Una sociedad justa es

    una sociedad en la que la cuestin efectiva de la justicia efectiva

    est siempre efectivamente abierta. No existe, ni existir jams,

    una ley que regule la cuestin de la justicia de una vez por

    todas, que sea eternamente justa.

    Puede darse una sociedad que se aliene ante su ley, una vezpromulgada; puede darse una sociedad que, viendo la distancia

    constantemente recreada entre sus leyes y la exigencia de la

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    justicia, sepa que no puede vivir sin leyes, pero tambin que esas

    leyes son creacin suya y que siempre puede cambiarlas. Lo

    mismo puede decirse de la exigencia de igualdad (estrictamente

    equivalente a la de libertad, una vez universalizada). Si salimosdel dominio puramente jurdico y nos interesamos por la

    igualdad efectiva, por la libertad efectiva, estamos obligados a

    constatar que dependen de toda la institucin de la sociedad.

    Cmo se puede ser libre si hay una desigualdad en la participa-

    cin efectiva en el poder? Y una vez constatado esto, cmo

    dejar de lado todas aquellas dimensiones de la institucin de la

    sociedad en las que se enrazan y se producen las diferencias depoder? Por ello, dicho sea entre parntesis, la lucha por los de-

    rechos humanos, por importante que sea, no slo no es una

    poltica, sino que, si se limita a serlo, corre el riesgo de conver-

    tirse en un trabajo de Ssifo, en una labor de Penlope.

    Libertad, igualdad, justicia: eso no son mitos. Tampoco son

    ideas kantianas, estrellas polares que guan nuestra navega-

    cin pero a las que no es posible aproximarse. Pueden realizarse

    efectivamente en la historia. Hay una diferencia radical y real

    entre un ciudadano ateniense y el sbdito de una monarqua

    asitica. Afirmar que nunca se han realizado ntegramente y

    que nunca podrn realizarse, equivale a no comprender cmo se

    plantea el problema, y a seguir prsioneros de la filosofa y de la

    ontologa heredadas, es decir, del platonismo. Acaso existe la

    verdad integral? No. Quiere ello decir que no hay una verdad

    efectiva en la historia? Acaso no tiene sentido la distincin en-

    tre lo verdadero y lo falso? Acaso las miserias de la democracia

    occidental pueden abolir la diferencia entre la situacin efectiva

    de un ciudadano francs, ingls, americano y la situacin efecti-

    va de un siervo de los zares, de un alemn sometido a Hitler, de

    un ruso o un chino que vivan bajo el rgimen totalitario del co-

    munismo? Por qu la libertad, la igualdad, la justicia no son

    ideas kantianas por principio irrealizables? Cuando se compren-

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    de el problema filosficamente, la respuesta es evidente e inme-

    diata: estas ideas no pueden estar en otra parte, no pueden ser

    exteriores a la historia, porque son creaciones socialhistri-

    cas.

    Tampoco se trata de fundamentar racionalmente estas ideas,

    por la misma razn por la que no se puede fundamentar racio-

    nalmente la idea de verdad: porque ella misma se encuentra ya

    en toda tentativa de fundamentacin. Y, lo que es ms importan-

    te, presupone no slo la idea de la verdad, sino una actitud fren-

    te a ella. Del mismo modo que a un sofista o a un impostor no se

    le puede forzar a admitir la verdad, porque a cada argumento

    responder con diez nuevos sofismas e imposturas, tampoco a

    un nazi o a un estalinista se le pueden demostrar las excelen-

    cias de la libertad, la igualdad y la justicia. El vnculo entre am-

    bos puede parecer sutil, pero es muy slido, y no tiene nada que

    ver con el que suponen los kantiano-marxistas.

    No se puede deducir el socialismo de la exigencia de verdado de la situacin de comunicacin ideal y no slo porque

    quienes combaten la libertad y la igualdad se burlan totalmente

    de la verdad o de la situacin de comunicacin ideal, sino

    porque estas dos exigencias, la de la verdad y la interrogacin

    abierta, por un lado, y la de la libertad y la igualdad, por otro,

    estn necesariamente unidas, han nacido han sido creadas

    juntas, y slo tienen sentido juntas. Este sentido slo existe paranosotros, que queremos trascender la primera creacin de esta

    exigencia y llevarla a otro nivel. Slo existe en una tradicin que

    es la nuestra y que se ha convertido ahora, en una tradicin

    ms o menos universal, que ha creado estas significaciones

    que se le oponen. Ah reside todo el problema de nuestra rela-

    cin con la tradicin un problema que, a pesar de las apa-

    riencias, est totalmente oculto, una relacin que hemos derecrear casi ntegramente: en el marco de esta tradicin, nosotros

    podemos optar. Pero no hacemos slo esto. Interrogamos a la

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    tradicin y nos dejamos interrogar por ella (lo que no es en ab-

    soluto una actitud pasiva: dejarse interrogar por la tradicin y

    sufrirla, son dos cosas diametralmente opuestas). Podemos optar

    y hemos optado por el demos contra los tiranos y los oligoi,hemos optado por los obreros agrupados en comits de fbrica y

    contra el partido bolchevique, hemos optado por el puebio chino

    y contra la burocracia del Partido.