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Emma Godoy Lobato La amante del crepúsculo (1918-1989) -Ensayo-

Emma Godoy Lobato

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Es un ensayo de Emma Godoy Lobato

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Emma Godoy Lobato

La amante del crepúsculo

(1918-1989)

-Ensayo-

Y por la tarde… el cielo se tiñe de sangre

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Pasamos la noche esperando la puesta del sol, pues es su luz intensa la que nos acompaña mientras danzamos, a veces con dolor y otras con viva alegría, construyendo segundo a segundo el tiempo de nuestra vida. Pero el sol, que luce resplandeciente y encantador, no permanece así por siempre. Cuando llega la tarde y los ánimos ya se apagan lentamente, el sol comienza a sangrar, a teñir de púrpura el cielo bello y celeste que ornamentaba. Entonces los albatros majestuosos saben que ha llegado el momento para emprender el vuelo y hermosear aquel espectáculo celeste donde el sol muere tras la colina.

Cuando este crepúsculo se impone a nuestra vista, y las pasiones se tranquilizan y la razón se paraliza, desde el fondo de nuestro ser surge la más genuina reflexión que se puede ensamblar sobre nuestro existir: seguro que moriremos, pero así como el sol, resucitaremos. Y es que el crepúsculo que se viste de varias tonalidades amarillas y rojas, mezclándose con el azul del firmamento, poco a poco se oscurece hasta sumirnos en la más tierna oscuridad que augura que después de un rato volverá el día a clarear. El crepúsculo aparece como el escenario donde el hombre deja sus labores, seca el sudor que escurre por su frente, lanza la vista al horizonte y se detiene para pensar, a imagen del hombre pensante, en lo que ha sido y en lo que será de su vida. El hombre y el crepúsculo se entienden tanto, que éste no duda en ser su amante.

-“Me fascina el crepúsculo… Desde niña elegí el crepúsculo para morir”- escribió Emma Godoy; quien fue como el albatros enamorado del crepúsculo, que en una de esas tardes donde el cielo se tiñe de sangre, y las cosas pierden un poco de color por la falta de luz, Emma emprendió el vuelo para desaparecer y poder encontrarse con la vista del Eterno.

Morelia, Michoacán, México. 02 de mayo de 2009.

1 Emma, la mujer forjadora de cultura

¿Quién se iba a imaginar que la tierra de varones ilustres de Guanajuato, Guanajuato iba brindar a la patria mexicana una mujer tan femenina que hiciera de su pensamiento una verdadera joya para seducir

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al hombre? ¿Qué español hubiera llegado a pensar que de la bella ciudad minera de Guanajuato se fuera a extraer un bello diamante que vio la luz del sol por primera vez el 25 de marzo de 1918 en la calle de Cantarranas número siete cerca de la plaza del baratillo? Nadie, pues el pensamiento machista que se aferraba a la neurona de toda una cultura dominada por las ideas de los varones, se negaba a pensar que una mujer, después de la leyenda de Sor Juana Inés de la Cruz, fuera a forjar ideas que tuvieran el calibre de filosóficas. Pero a la vuelta de los años, la cultura mexicana recibió en sus brazos a la pequeña Emma, quien fue criada bajo el cobijo de los señores Enrique Godoy y Abigail Lobato y con la compañía de catorce hermanos, todos mayores que ella.

La ciudad histórica de Guanajuato sólo pudo llevar el proceso de refinamiento del diamante en bruto de la pequeña Emma durante ocho años, quien a esa edad se trasladó con toda su familia a la gran urbe de la capital de México, dejando a sus adoradas maestras, las monjas Mínimas, los inocentes momentos que a su lado vivió durante los tres primeros años de primaria1. El resto del proceso para hacer que este pequeño pero bello diamante que reflejaría la luz indeleble del crepúsculo, se continuó en la ciudad de México. El colegio francés, el colegio Morelos de las madres guadalupanas, y el Motolinia, fueron los sitios donde Emma se pulió durante la primaria y la secundaria. Y en estos recintos de educación, el proceso para pulir tan fino diamante se llevó a cabo al ritmo de la corriente positivista y marxista2, que en México eran las grandes novedades en educación.

Para entonces, la puberta y precoz Emma, comenzó a tener sus primeras experiencias con jóvenes atractivos, sus novios, pues fueron 13 los corazones que deslumbró la existencia de aquel diamante que brillaba al color del arrebatado crepúsculo. Las inquietudes intelectuales de Emma continuaron con su rumbo desafiante y decide ingresar a la Escuela Normal. Emma sería una maestra. Los años de continuo estudio en la Normal pasaron intensamente en la vida de Emma, pues sus continuas rebeldías intelectuales a más de un maestro paralizaron en más de una ocasión, y fueron la causa para que esta alumna, aún siendo tal, recibiera su primera oportunidad para dar clases: etimologías grecolatinas; materia que impartió a las alumnas de los primeros cursos de la Normal. Ese fue el primer reto para el intelecto de Emma.

Margarita Michelena (1917-1998), íntima amiga de la señorita Godoy, la describe como una mujer creativa, intelectual, humana, magistral y moral, cuya vida estuvo siempre dedicada a la enseñanza3. Y aunque los estudios de Emma no se detuvieron al terminar la Normal, pues años después estudiaría varias licenciaturas, entre ellas Filosofía, Pedagogía, Psicología y Literatura, un curso de arte en el museo de Louvre y dos doctorados en filosofía, uno en la Universidad Autónoma de México y el otro en la Universidad Sorbona de Francia, la labor magisterial fue el centro de su vida: clases en el Claustro de Sor Juana, Universidad Autónoma de México y algunas otras instituciones, y conferencias en distintas partes del país. La maestra Godoy, de entrañable carisma y calidez humana, siempre conquistó el corazón de sus alumnos.

Pero, como todo diamante, donde la luz expande múltiples colores pues los cortes de sus paredes son diversos, así es el diamante Emma Godoy, y la maestra que sabe muy bien charlar con la juventud, es sólo una de sus múltiples facetas, pues la versatilidad de Emma daba para escribir, conducir programas radiofónicos, entrevistas en televisión, poesía, promover obras de acción de beneficencias tales como el DIVE, Dignificación de la Vejez, y el día internacional de la plegaria y de la vejez, actividades con las que fue conocida en algunos países tan lejanos como Iraq, que visitó para promover el día de la plegaria a finales de los setentas. Emma Godoy era toda una forjadora de cultura, pues en cada una de sus

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actividades intelectuales, ya sea escribiendo libros, artículos para la revista Ábside o Kena, dictando conferencias sobre arte, trabajando a favor de los ancianos, o simplemente organizando tertulias literarias con sus amigos, Emma siempre se preocupó por transmitir una actitud crítica del momento actual, donde la cultura, es decir, el conjunto de bienes para el hombre, exteriorizados y transmitidos de generación y generación, que tienen la posibilidad de mejorarse4, son el objeto para describir la situación del hombre contemporáneo. La cultura era el punto de partida para reflexionar en el hombre.

La persona culta logra ser una auténtica conocedora porque el ambiente en el que se desarrolla le permite ampliar su visión del mundo, del hombre y de Dios, y si los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos, entonces descubrimos que otra de las razones por las cuales Emma conoce a su cultura, es porque ella estaba rodeada de amistades peculiares que conocían su cultura; tal es el caso de la célebre literata ganadora del premio nobel en 1945, Gabriela Mistral, con quien Emma tuvo estrecha amistad y a la cual dedica la obra teatral Caín el hombre, de la cual hablaremos después. Misteriosamente, el verdadero nombre de Gabriela es Lucila Godoy5. Además, gracias a sus importantes intervenciones en la vida intelectual de México, Emma logra conocer perfectamente a los principales hombres y mujeres que estuvieron desgastando su vida en la noble tarea que es la cultura; y en ellos tuvo influencia, fuesen de pensamiento positivista, marxista o cristiano. No importaba, lo que la maestra buscaba era conocer la verdad. Emma fue miembro del Ateneo filosófico, miembro de una organización internacional de filosofía con sede en Ginebra y de otros grupos intelectuales.

Pero… ¿cómo hizo Emma para convertirse en una maestra de la cultura?¿No tenía vida social, sino que se la pasaba sola con su amargura? Claro que no. La señorita Godoy siempre vivió conforme a lo que nosotros le llamamos “soledad creativa”, que era salvaguardada por su opción por la vida célibe de la cual nunca renegó, sino que vivió como se debe: alegremente y con mucha creatividad. Prueba de ello es el genial sentido del humor que la acompañó aún en medio del dolor que arrastró durante los últimos años de su vida, pues los problemas en el intestino y en los pulmones y otros achaques propios de la mujer que se acerca a los setenta años de edad no eran livianos. El celibato que vivió durante su vida, no fue el resultado de un acto de egoísmo ni una decisión impuesta por una decepción amorosa. El celibato de Emma responde a un epitafio de Emma que siempre estuvo presente en su vida: “no se puede chiflar y comer pinole a la vez, o te casas o te dedicas a la cultura”6. Y vivió en carne propia el reto de ser una forjadora de la cultura, una mujer que sabe latín y que sabe el arte del bien vivir.

Pero la belleza de Emma Godoy, como la de todo mortal, tuvo un fin, y entregó su brillo resplandeciente al Creador el 30 de julio de 1989 a las 08:32 de la noche después que el desafiante crepúsculo le mostrara a Emma la belleza que tanto le enamoraba. Y así como el esplendoroso sol de aquél día estaba muriendo lentamente al caer la tarde, así la insigne escritora y humanista Emma Godoy, entregó su alma al Forjador.

2 Mi filosofía, “la existencia anda en busca de su esencia”

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2.1 Así era México

En México hemos cometido un error garrafal al pensar que el filósofo es aquel hombre de harapos, misántropo y que vive fuera de la ciudadela que es la cultura. Esta concepción de filósofo es lo que no nos permite reconocer y dar el justo valor a los hombres que buscan en las cosas la causa última y el primer principio, pues entre nuestros pensadores no existe aquel personaje que haya construido todo un edificio del pensamiento a semejanza de los grandes sistemas elaborados por Aristóteles, Tomás de Aquino, Hegel o Zubiri, el más reciente. En México, así como en el resto de los países, no se puede pretender derrumbar los sistemas racionales que nos heredaron aquellos hombres, para construir nuevos edificios del saber, pues eso sería algo así como cerrar los ojos ante nuestra historia y cometer miles de errores. Debemos de aprender en cabeza ajena.

Si nos atrevemos a ver a nuestros intelectuales con una mirada menos estricta pero más observadora, descubriremos que contamos con verdaderos filósofos: Sor Juana Inés de la Cruz, Samuel Ramos, José Vasconcelos, Antonio Caso, Octavio Paz, Leopoldo Zea, José Clemente Munguía, quien fue obispo de Michoacán, y otros muchos. Sin embargo, entre todos ellos el discurso filosófico fue tomando distintos matices, pero uno a otro fueron legándose un estilo y una manera de filosofar, muy propia del mexicano, por cierto. Algunos de ellos, respondiendo a los movimientos europeos, son sumamente seguidores del positivismo, otros muchos del marxismo, y los más actuales de la fenomenología. Entre esta lista de filósofos, es notable la ausencia de filósofos cristianos, salvando a Antonio Caso, quien es el padre espiritual de Emma7, de mentes educadas en el seno de la Iglesia y que respondan con la lámpara de la fe a los desafíos que aquellos plantean. Es cierto que contamos entre ellos al obispo Munguía, pero su manera de filosofar aún es un tesoro que está escondido en un libro que más parece un “tumba burros” difícil de leer. ¡Vamos a ver quién se atreve! Por lo pronto, faltan filósofos católicos que sean luz para los intelectuales de su tiempo, pues sólo el que pueda presentar su manera de razonar en dulce compañía, en medio de los genios de nuestro tiempo, podrá hacer que la masa se fermente.

Pero… recordemos un poco… ¡listo! Emma Godoy. Esta mujer, que logró vencer el odio a la religión que puede surgir de los estudiantes que realizan sus estudios en manos de religiosas que no viven el cristianismo con autenticidad impidiendo la formación de la conciencia con criterios amplios, fue como el pequeño grano de mostaza, la nítida y pequeña luz en medio de la oscuridad y el fermento para la masa de intelectuales de su tiempo, pues en medio del ambiente marcadamente positivista de la época, que echaba por la borda toda convicción religiosa que se sustentaba en el ser incapaz de asistir a una cita de laboratorio, Dios, nunca dudó en navegar en medio de esta tempestad masona y atea con la bandera de Cristo. Así, aún revistas tan comerciales y vendidas como Kena, dirigida especialmente a público femenino donde se publicaban los artículos de Emma, saltaban a cada renglón las enseñanzas básicas de la Iglesia que eran presentadas con una fuerza y vivacidad que cualquier predicador envidiaría. Es más, no dudó en enseñar la doctrina de santo Tomás de Aquino en más de un artículo.

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Todo el círculo intelectual de México y América Latina sabían de las convicciones religiosas de Emma, y su pensamiento fue bien recibido, pues, al parecer, las enseñanzas del Concilio Vaticano II, del cual estuvo informada directamente por el obispo de Puebla de los Ángeles, Monseñor Octaviano, inmediatamente llegaron a clavarse al corazón de esta católica: Ecclesia, misterium salutatis, la Iglesia es el misterio de la salvación. Y entre los forjadores de la cultura mexicana del siglo pasado, Emma era el signo de la Iglesia viva, ecuménica y abierta al mundo, Iglesia de la cual tanto hablan los documentos del Concilio Vaticano II.

2.2 El hombre es una mariposa

Todas las enseñanzas que Emma transmitió a su querida cultura mexicana descansaban en una piedra fundamental que era el cimiento del magnífico castillo de almenas de su pensamiento y que regía cada una de sus oraciones escritas en sus libros o pronunciadas en el programa radiofónico de la XEW “El mundo de la mujer”8, y esta base era la concepción que poseía sobre el hombre. Emma decía que el ser humano es como una mariposa; cuando es joven, es como una hermosa oruga de belleza primaveral y de mucha movilidad; cuando se es adulto, la oruga comienza a forjar poco a poco el capullo, adquiere estabilidad, pues del capullo no se moverá por mucho tiempo; pero cuando el hombre es viejo, el capullo comienza a romperse, la osteoporosis, la ceguera, las reumas y otros achaques; y cuando llega la muerte, la mariposa rompe totalmente con su capullo y vuela con belleza por el firmamento9.

Esta mariposa, que es el hombre, posee un atributo que le permite ser, la libertad, pero la libertad no es entendida a la manera existencialista de Sartre; el hombre está condenado a ser libre y no es más que su libertad, sino que Emma está de acuerdo, como punto de partida en que el hombre lleva sobre sus hombros la condena de la libertad, pero esa cualidad es la que le permite poder realizarse como lo que es, persona. Recordemos que para los existencialistas, como la existencia precede a la esencia, es decir, eres lo que decides ser, no hay un plan o una meta absoluta por conquistar, pues al fin y al cabo cada uno decide qué hacer de sí, y dicha manera de pensar provoca la construcción de personas que optaron por ser criminales. Emma no está de acuerdo, pues como lo expresa en su novela filosófica “Érase un hombre pentafácico”10 –premio William Faulkner, 1961, de la Universidad de Virginia, E.U.A.-, el postulado correcto de una filosofía que pretenda reflexionar genuinamente en la existencia debe tener como principio la existencia anda en busca de su esencia11 , puesto que, porque el hombre es libertad, conquista ser libre realmente. Emma no concibe al existencialismo como una libertad que pretende huir de las manos de Dios negándolo, sino que piensa que el drama de la libertad llega a la tragedia cuando el hombre, que se construye a diario con pequeñas decisiones cotidianas que lo hacen ser lo que es, se aleja del deseo más profundo de su corazón no haciendo caso a las palabras de Juan de la Cruz: niégate

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a todos tus deseos para que descubras el deseo de tu corazón12. Pues el deseo profundo del hombre sólo es realizable en el encuentro con Dios.

Y para que la mariposa vuele libre tiene que saber cómo volar, es decir, el hombre a de ser un hombre de valor, que quiera valer.

2.3 La axiología, piedra fundamental

Entre las obras escritas por esta sabia mujer, que son poco más de veinte, se encuentra desplegado su pensamiento filosófico y está explicado no a la manera abstracta de la mayor parte de los filósofos más populares y brillantes, sino que su filosofía hiende sus raíces a través de la tierra cotidiana de la vida. Así, en cada artículo, conferencia, poesía y obra teatral, que sólo escribió una, Caín, el hombre, está impregnada de filosofía, pues no pudo escribir nada que estuviera deslindado de esta rama del saber que siempre fue apasionante para ella. Sin embargo, al carecer de una obra sistemática donde Emma desarrollara sus pensamientos filosóficos más profundos, no nos quedó más que leer sus obras, y después de un ameno rato de lectura donde el espíritu de Godoy permanece vivo, entendimos que Emma siempre estuvo enamorada de la axiología, y prueba de ello es una de sus frases célebres: “a los hombres que quieren valer se les considera seres de otro planeta”13. Y es que en cuestión de valores, Emma era una guardiana incansable que luchó con celo apasionado para defender el tesoro que hace valer a una cultura: la mente de Dios, es decir, los valores.

En la única obra teatral escrita por Emma, Caín, el hombre, y que fue presentada por el Seminario de Puebla, en su auditorio, el 29 de agosto de 1964 a las 08:30pm14, está expresado tácitamente el drama de la cultura que agoniza cuando sus valores: arte, trabajo, dinero, espiritualidad, ciencia, poder y otros, están desvinculados entre sí, educando a seres humanos que sólo atienden a uno de esos sin dar importancia a los demás valores. Nuestra preciada escritora sabe que la decadencia de la cultura que vive bajo esta situación desintegradora es inminente, pues su derrota consistirá en ir asfixiando poco a poco aquel bello valor que más se acerca al deseo más grande e inconsciente que añora, el arte. Pues el artista: sensible, lunático, varonil y femenino, es quien desciende a sus contemporáneos un poco de la faz de Aquél cuyo rostro lo perdimos y que tanto añoramos, Dios.

Desde esta perspectiva, Emma conduce su pensamiento mediante el trazo de las líneas maestras que llevan al hombre a armonizar su vida mediante la jerarquía de valores donde cada uno de ellos ocupa un lugar según la perfección que logran que el hombre alcance. La jerarquía que Emma propone se encuentra contenida en una breve parábola:

Está un pescador haciendo su trabajo al borde del río. Llega un hombrecillo y pregunta al pescador: -¿para qué pesca?- Para atrapar peces- contesta el pescador. –Y… ¿para qué quiere atrapar peces?- Pues

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para comer. Y vuelve a insistir el hombrecillo: -Y… ¿para qué quiere comer?- Para vivir- dice el pescador. E inmediatamente replica aquel hombrecillo: -¿Para qué quiere vivir?- Y el pescador se queda en silencio unos instantes y responde: - Para pescar-15.

Una existencia que está marcada por un círculo vicioso donde el hombre vive para trabajar y trabaja para vivir, es asfixiante. Sería afirmar que el ser humano es inmanente: todo lo que hace se queda en él mismo y algún día, cuando el círculo se reviente con la muerte, todo acabará y se irá a la nada. Entonces, mostrando el sin sentido de la vida de aquel pescador, Emma pretende formar a sus lectores con una enseñanza inicial: el hombre es trascendente, pues él es un pequeño dios. De tal manera que el trabajo es medio para vivir, y la vida es un preludio de una eternidad donde el tiempo ya no existe. Y desde esta concepción Emma lanza la propuesta de una pirámide de valores donde la base son los valores físicos-materiales: el cuerpo; después están los culturales: heroísmo, ciencia, arte, política y trabajo; y en la cúspide los valores espirituales: amor, fe y esperanza16. Pero, como los valores en sí mismos son abstractos, y el concepto de Max Scheler de repente muy racional: el valor es una cualidad de las cosas por medio de las cuales adquieren determinado valor17, Emma presenta cada escalón de la pirámide con tres modelos: el héroe, el sabio y el santo. Así, los valores que están encarnados en personas concretas que viven felices, se vuelven seductores. Sólo así podemos entender porqué Emma haya publicado, a manera de ensayo o de biografía, obras sobre Gandhi o Gabriela Mistral. El héroe, hombre o mujer capaz de realizar actos llenos de valor, sacrificio, entrega, generosidad y nobleza; así como el sabio, ser humano que dedica su vida a contemplar el misterio de la naturaleza para descubrir nuevas partes de la verdad que den al hombre luz para vivir con mayor calidad y dignidad; y el santo, persona llena de caridad, fe y esperanza, que se atreve a donar su vida a Dios amándole sin mesura y sirviendo a sus hermanos con un amor al estilo de Teresa de Calcuta, sin límites; son las imágenes que presentan a los valores no como simples ideas buenas, rectas, verdaderas y universales, sino como piedras vivas que sirven para que el ser humano logre el proyecto de su vida: ser lo que es, humano.

3 ¿Y el rostro de Dios…?

La existencia humana sabe de la muerte, y es que cada milímetro de nuestro cuerpo nos recuerda el día del aniquilamiento, pues la materia que constituye nuestra masa molecular siempre está en movimiento, y éste se dirige a la desintegración. La humanista Emma conocía perfectamente de la vida, y su buen humor que la acompañaba desde la casa decorada con la sencillez que irradian las figurillas de barro, los petates y demás ornamentos de su hogar, hasta la sala de radio desde la cual difundía mensajes para valer, para ser una persona de verdad, habla de la clave para vivir con alegría sus días: no temer a la muerte, pues ella misma no se cansaba de decir: el que teme a la muerte, no sabe vivir18. Y es que la muerte es una realidad real de nuestra condición frágil. Más la muerte, aparente aniquilamiento

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de nuestro ser, se convierte en el trampolín perfecto para dar el salto hacia el encuentro con el sentido de nuestra vida, pues el sentido de la muerte es trasladarnos ante la presencia del Eterno, para que su rostro nos descubra y una vez ante Él, vivir en la felicidad sin límites.

Ese encuentro de nuestro rostro con su Rostro, sólo podrá ser posible, nos recuerda nuestra escritora, si en nuestro rostro está un poco parecido al Suyo, si nuestra cara espiritual, nuestros valores, son semejantes a los de Él. Entonces la felicidad, que es el placer que provoca el obtener un bien, será inconmensurable, pues así es Dios para Emma, el INCONMENSURABLE, el que no se puede limitar, el que se escapa de nuestras manos. Y es que Dios es azul19: armonioso, bello, verdadero. El Dios que Emma amó es el Dios de los católicos: total, infinitamente bello y amor que todo lo da.

Y desde esta imagen de Dios que Emma recordaba cada vez que veía los crepúsculos, donde al morir el sol le avisaba que un día ella también moriría, concebía al hombre como el ser que costó la muerte de un Dios20, cuya salvación sólo pudo ser lograda a través de la muerte del hijo único de Dios, Jesucristo. Y aquí está el baluarte de la filosofía de Emma: la dignidad del ser humano descansa en Dios, pues Él lo creó, lo salvó y lo libró de la muerte.

Y entre los hombres hay unos que buscan el rostro divino en la cantera y en la pintura, otros en la música o en las letras. Es el artista, el que aún en el duermevela intenta encontrar la belleza suprema.

3.1 La belleza misteriosa de un poema…

El pensamiento de Emma Godoy, mujer de pensar filosófico exacto y frío, se aventuró en los terrenos de la Teodicea y de la Estética para plasmar en un gran poema el misterio que se esconde en cualquier obra artística, donde el artífice persigue, inconscientemente, la figura excelsa y de suma belleza, inasible verdad y perfecta unidad que sólo tiene Dios.Tubalcaín el forjador, representa la crítica más exacta y profunda a la cultura que hubiera podido escribir Emma Godoy. Dicho poema se encuentra en la obra teatral filosófica: “Caín, el hombre”, donde esta insigne escritora se atreve a hacer una fría y objetiva crítica a su época (de los sesentas a los ochentas del siglo pasado), tomando como objeto de análisis a la obra artística que, al fin y al cabo, como Emma Godoy lo afirma: el arte es la radiografía de la cultura21.

A simple vista, aparece este poema como una expresión poética abstracta y sobria que conduce al alma del lector por las sendas de la emoción estética y así logra el objetivo de la pieza artística: deleitar. Empero, Emma da un paso más allá del arte, pues en él se impulsa para mostrar una enseñanza magistral: la cultura es nostalgia de Dios. Por lo tanto, para comprender dicha enseñanza plasmada en Caín el forjador, es de suma importancia tener en cuenta la siguiente clave literaria:

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Caín, es la cultura en su totalidad, es el hombre contemporáneo que se encarga de dar significado a todo lo que existe en el globo terráqueo. Caín es la madre de la cultura que amamanta a sus hijos con la misma enfermedad: angustia que se entiende como nostalgia de Dios. Y esta nostalgia existe como tal, porque una vez que Caín conoció el rostro sublime del Eterno, y después que mató a su hermano Abel para afirmar su individualidad egoísta, decidió cerrar sus ojos y no ver más a Dios. Mas, cuando Caín quiso volver a ver con sus pupilas al Eterno, que tanta falta le hacía, ya no pudo: todo era luz que a semejanza del prisma irradia muchos colores pero no la figura que tanto deseaba, la faz de Dios.

Tubalcaín es uno de los hijos de Caín; él es el hijo que, como su padre, también busca el rostro de Dios, pero con un deseo tan ardiente y enigmático, que no lo deja ni de día ni de noche. Tubalcaín es el artista, el ser humano de pasión tremenda, de sensibilidad perfecta y de imaginería desbordante, hombre al que Emma compara con un cráter de un volcán que no puede negarse a dejar salir la lava ardiente y arrebatadora de su pasión22.

El Bisonte es el Creador, el inasible Ser que se escapa a la razón humana, pero que el corazón de Tubalcaín busca a cada instante. El Bisonte es la divinidad única y trinitaria que confiesa la católica esteta Godoy en este bellísimo poema donde el divino Bisonte se expresa con un solo atributo: inconmensurable.

Entonces, el personaje que escupe el poema a Caín es el artista contemporáneo, el hombre de sensibilidad exquisita, fantasía tremenda y pasión desbordante. El artista del siglo XX y XXI es el más insigne y fiel representante de la contemporaneidad. En él, según la misma Emma Godoy, está el cuerpo y el alma, el hombre que está listo para ser diagnosticado. El artista es la radiografía de la forma como el hombre vive y se vive. El padre Caín es la cultura misma, es el conglomerado de individuos que perdieron su personalidad y se diluyeron en la corriente del río que los arrastró con intensidad hasta el gran mar llamado masa. Caín es el hombre que deambula y duerme, que habla y calla, que vive y muere; Caín es el resultado de la historia. Caín es el hombre que cada quien lleva inscrito en su frente. Caín es la marca de los hombres formados en serie. Y Caín es nostalgia de Dios, es huir de la mirada divina e intentar esconderse tras los arbustos del poder, del tener y del placer.

El artista se acerca a donde se haya Caín, un lugar tranquilo, sereno y acogedor. Ahí nada preocupa, pues Caín está durmiendo y el sueño impide la angustia por hacer pronto y rápido. Tubalcaín se instala a las orillas de Caín y se detiene, olvida el transcurso ininterumpible de los segundos, y siente, huele, toca, ve y gusta de la quietud de Caín. El artista, hombre que sabe de las peripecias de Caín, que lo ha acompañado en su ir y venir desde siempre, ahora lo contempla en calma, dormido. Un recuerdo nítido llega a la mente del artista: las imágenes primitivas pintadas por los ancestros en las cuevas de Altamira. El artista sabe de ellas, pues aquellos hombres, en sus intentos por descubrir los secretos del mundo, hicieron de lo útil y práctico una obra de arte. El espíritu humano los delató.

Pero el artista que puede sentir en sus huesos la adrenalina que envolvía a sus ancestros al ir a cazar al Bisonte, busca con indecible anhelo hallar al Bisonte que se le ha extraviado. Lo busca en los ojos vividores de Caín. Él tiene que dar razón de él. Caín debió haberlo cazado alguna vez. El artista busca en aquellos ojos un vestigio del Bisonte. Tubalcaín, que sabe que Caín ha andado errante en el país, busca en esos ojos sedentarios a la imagen del Bisonte que alguna vez vio, buscó y cazó para alimentarse de Él.

El hijo de Caín no pudo soportar el anhelo sofocante que le quemaba el pecho. Ese anhelo es desorbitante y desestabilizador. El artista delata la triste situación que puebla sus noches: la pesadilla

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del Bisonte que le busca, que le grita desde todos lados. No importa si son cosas insignificantes o personas, ahí está el Bisonte que mufa gritando su nombre: ¡Tubalcaín, Tubalcaín!

Este pobre hombrecillo hijo de Caín, al fin, ya no puede soportar más las pesadillas nocturnas que no lo dejan descansar y dormir. La rabia enciende su mente al contemplar descansando a su padre Cain. Tubalcaín oye mufar al Bisonte y sale a buscarlo con pasión, con ilusión y con el corazón. Pero los intentos por rastrearlo son en vano: el Bisonte no se presenta. El Bisonte se oculta en la grandeza imperturbable de la naturaleza, en las rocas que se mofan de los hombres, pues su altura es colosal.

Tubalcaín, que intuye que uno de los escondites del Bisonte es la naturaleza, ya sospecha de la majestad y grandeza del Bisonte. Pero Caín no despertó ni con los tremendos gritos de añoranza que su hijo le escupía a su oído. Caín siguió dormido mientras Tubalcaín se acerca a un estado psíquico de desesperación.

El artista siente con las fibras más sensibles de su corazón, que el Bisonte es poderoso, que en cada uno de sus músculos está la energía que necesita para vivir; que en la carrera feroz que emprende está la pasión que él necesita para hacer sus obras maestras; que en el cuerno bravo está la imaginación más fina para plasmar sus sueños. Tubalcaín desea la fuerza del Bisonte, pues Caín ha depositado en Él todo aquello que no tiene y que le falta. El Bisonte es furioso, poderoso y magno; y Tubalcaín, que participa de esos atributos, los quiere más desarrollados.

El afán de Tubalcaín no consiste en atrapar al Bisonte para encerrarlo en una jaula y contemplarlo. No. Tubalcaín desea verle, tocarle, olerle, sentirle y gustarle mientras Él hace lo suyo: saltar, devorar, dormir. Tubalcaín desea capturar el ser del Bisonte en la escultura y en la pintura; así la obra tubalcaína tendrá la esencia del Bisonte.

Pero cuando Tubalcaín intentó atrapar con líneas al Bisonte, el instinto fracasó: la pintura y la escultura que intentó hacer surgir, donde la esencia del Bisonte estuviera, no se logró. –El Bisonte se la robó-. Eso es lo que dijo Tubalcaín, pues no pudieron surgir las líneas maestras que trazaran la figura del Bisonte. Todo había comenzado bien, pues en su imaginación estaba el deseo ardiente del Bisonte. Pero Tubalcaín no supo cuándo el Bisonte le robó sus mismas líneas, que eran el trazo de su esencia. He aquí el poema:

Tubalcaín el forjador

Me instalo a tus orillas, padre Caín,

y acecho al gran Bisonte en tus ojos de caminos.

Desde todas direcciones, Él me llama:

¡Tubalcaín, Tubalcaín!

Y luego se guarece en la burla de cien riscos.

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Necesito al Poderoso, ¿no oís?

Necesito su fuerza.

Voy a pintar la fuerza del Bisonte;

a esculpir el flanco potente en mitad de la carrera;

a enfurecer el cuerno bravo en la embestida.

La línea, la línea, Él se la lleva.

La forma me la robó

Cuando me halló dormido, o cuando me halló despierto.

¿Pero la tuve nunca?

Lobo padre Caín,

alcánzame la línea que se robó el Bisonte.

He bajado al infierno de tus ojos, por hallarla.

Que algo me falta siempre:

Alguien gemelo al abismo.

¡Ah,ea!

Baja ahora el Bisonte, Bisonte, Bisonte.

Allá baja hasta el agua.

Yo me monto en la flecha y lo acoso.

¡No lo mates! ¡Cógelo vivo!

Ahora sube por el aire.

Bisonte en la rama y en la luna.

¡Ay! ¿Quién me lo baja?

¿Quién me lo coge por los cuernos?

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Lobo padre Caín,

que te hurtaste a la vista del divino:

Aquél que todo guarda, a ti te suelta.

Quiero la noche, larga noche de un día,

cuando el rostro vivo del infinito Bisonte,

que en tu infancia jugaba manso de ojo a ojo,

se embraveció con la sangre canela y tiesa

que te tiñó los brazos, y la mano, y el pecho.

¡Se te va! ¡Se te va! ¡Se nos va!

Trepa tú por la peña y bájame al Bisonte.

Mira. Ni mires.

Ya no está en el agua, ni en el aire.

Aunque a veces desciende a mis ojos dormidos.

Pero no. ¡Puf! ¿Dónde está?

¿Cuál era su nombre?

¿Cómo era su rostro?

Lobo padre Caín,

vengo tras de tus ojos camineros,

para rastrear la fuente desandándola,

en pez remontador de tus olvidos.

La línea se ha perdido.

La forma se ha perdido.

El color balbucea

Page 14: Emma Godoy Lobato

El tinte desmesurado de aquellos Ojos

que nunca he visto.

Un rostro está sin cara.

Una faz se ha borrado.

Búscame la ira para el trazo del ceño.

¿Dónde estará la daga de su cólera.

Qué persigue un caballo por los siglos?

¿Dónde la paz esbelta de sus mimos

para las manos de la muchacha del trigo

que se me vertió en el mármol?

Mi bronce te vigila los recuerdos.

Padre Caín, mírame con tus ojos de caminos.

Sólo tú lo viste…¡Y lo has perdido!

Nos robaste el perfil

que era el pan de tus hijos.

¿Cómo lo llamabas?

¿Cómo le gritabas en la montaña?

Por la arena del silencio

La línea me persigue como víbora.

Pero hay otra Forma

que no conozco ni he soñado

y que ríe a carcajadas

Page 15: Emma Godoy Lobato

bajo el trazo de mi culebra ínfima.

Abre los ojos. Más grandes, más.

Hoy, o mañana, o algún día

saldrá el Bisonte de la cueva de tu olvido.

Le he tallado una lámpara de cobre

donde arde el aceite,

para cuando asome al horizonte

de alguno de tus caminos.

¿Pero ahora cierras los párpados?

¿El rito de tu mirar termina,

sin decir lo que sabía

antes que fuera como la hoja

de un otoño en delirio?

Manos rotas en fragua entumecida.

El cincel, paralítico.

Ya la imaginería la quiebran los muñones.

Los colores se mezclan y se les llama noche.

Lobo padre Caín,

mis ojos desesperados de la Forma

habitarán ya siempre en la demencia

de tus senderos malditos.

Emma Godoy

Page 16: Emma Godoy Lobato

Y para la humanidad, sólo deseo que mis palabras le acompañen

El legado que tan gran mujer heredó a su nación mexicana está expresado en las miles de páginas escritas en sus libros: el misterio está en la rosa; la mera verdad ¿o puros cuentos?; érase un hombre pentafácico; sombras de magia; cuentos orientales, vive tu vida y sé un genio; entre otros. En los tiempos actuales sólo una obra es la que se ha seguido imprimiendo y que, por cierto, ha vendido miles de ejemplares: “Que mis palabras te acompañen”. Y en el título de esta obra grita con añoranza nuestra escritora, pues las mil y una horas que dedicó a buscar en el enramado de su soledad los frutos más maduros para que sus lectores se deleitarán y su espíritu se fortaleciera, están plasmados en lo que más que un título de dicho libro, es el deseo más profundo de su corazón: “que mis palabras te acompañen”.

Esas palabras que Emma plasmó en cada obra que se deslizó de sus manos, están llenas de la sabiduría de una mujer que supo hacer de su vida una obra maestra23, cuyo tripie fue el hombre, el mundo y Dios. Así, en el año 2005, Emma pasó a formar parte del “Rotonda de los hombres ilustres de México” –ubicada en el panteón de Dolores en la Ciudad de México-. No era para menos, pues seres humanos como la escritora católica Godoy, pocas veces pisan nuestro suelo bendito.

La mentalidad que Emma fue plasmando en el mexicano aún está presente, pues los cientos de institutos de enseñanza, asilos, clínicas y demás centros de beneficencia que llevan su nombre, están regidos por aquel lema desafiante: por la formación de hombres de valor. Y es que en la vida se tiene que hacer una lección fundamental que se renueva a diario: ¿quieres vivir para el placer, o para valer?24.