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    En defensa de laintolerancia

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    En defensa de la intolerancia

    S]avoj Zizek

    sequiturBuenos Aires, Ciudad de M exico, M adrid

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    sequitur [sic: sJcw/fur]:Tercera persona del presente indicativo del verbo latino setjuon

    procede, prosigue, resulta, sigue.Inferencia que se deduce de las premisas.'

    secuencia conforme, movimiento acorde, dinmica en cauce.

    Traduccin:Javier Eraso Ceballos

    y Antonio Jos Antn Fernndez

    Diseo cubierta:Bruno Spagnnolowww. b r u s p a . c o m

    Slavoj Zizek Ediciones sequitur, Madrid 2008

    w w w . s e q u i t u r . e s

    Todos los dereehos reservados

    ISBN-13: 978-84-95363-30 5Depsito legal: M-6792-2007

    http://www.sequitur.es/http://www.bruspa.com/
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    Indice

    Introduccin 11La hegemona y sus sntomas 13Por qu las ideas dominantes... 19Lo poltico y sus negaciones 25La post-poltica... 31

    ...y su violencia 35Existe un eurocentr ismo progresista? 41Los tres universales 51La tolerancia represiva del multicultur alismo 55Por una suspensin de izquierdas de la ley 63La sociedad del r iesgo y sus enemigos 71

    El malestar en la sociedad del r iesgo 81La sexualidad hoy 93"Es la economapoltica , estpido!" 107Conclusin: el tamagochi como objeto interpasivo' 115

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    La primera forma de la esperanza es el miedo,elprim er semblante de lo nuevo, el espanto.

    Heiner Mller

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    Introduccin

    La prensa liberal nos bombardea a diario con la idea de queel mayor peligro de nuestra poca es el fundamentalismo intolerante (tnico, religioso, sexista...), y que el nico modo deresistir y poder derrotarlo consistira en asumir una posicin multicultural.

    Pero, es realmente as? Y si la forma habitual en que semanifiesta la tolerancia multicultural no fuese, en ltima instancia, tan inocente como se nos quiere hacer creer, por cuanto, tcitamente, acepta la despolitizacin de la economa?

    Esta forma hegemnica del multiculturalismo se basa en latesis de que vivimos en un universo post-ideolgico, en el quehabramos superado esos viejos conflictos entre izquierda yderecha, que tantos problemas causaron, y en el que las batallas ms importantes seran aquellas que se libran por conseguir el reconocimiento de los diversos estilos de vida. Pero, ysi este multiculturalismo despolitizado fuese precisamente laideologa del actual capitalismo global?

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    De ah que crea necesario, en nuestros das, suministrar una buena dosis de intolerancia, aunque slo sea con el propsitode suscitar esa pasin poltica que alimenta la discordia.Quizs ha llegado el momento de criticar desde la izquierdaesa actitud dominante, ese multiculturalismo, y apostar por la defensa de una renovada politizacin de la economa.

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    La hegemona y sus sntomas

    Quien tenga en mente aquellos tiempos del realismo socialista, an recordar la centralidad que en su edificio tericoasuma el concepto de lo " tpico": la literatura socialista autnticamente progresista deba representar hroes "tpicos" ensituaciones "tpicas". Los escritores que pintaran la realidad sovitica en tonos pr edominantemente gr ises eran acusados no

    ya slo de mentir, sino de distorsionar la realidad social: subrayaban aspectos que no eran " tpicos" , se recreaban en losrestos de un triste pasado, en lugar de recalcar los fenmenos"tpicos", es decir, todos aquellos que reflejaban la tendencia histrica subyacente: el avance hacia el Comunismo. El relatoque presentara al nuevo hombre socialista, aqul que dedica suentera vida a la consecucin de la felicidad de la entera

    Humanidad, era un relato que reflejaba un fenmeno, sin dudaminoritario (pocos eran an los hombres con ese nobleempeo), pero un fenmeno que permita reconocer las fuerzas autnticamente progresistas que operaban en el contextosocial del momento...

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    Este concepto de "tpico", por ridculo que pueda parecer-nos, esconde, pese a todo, un atisbo de verdad: cualquier concepto ideolgico de apariencia o alcance universal puede ser hegemonizado por un contenido especfico que acaba "ocupando" esa universalidad y sosteniendo su eficacia. As, en elrechazo del Estado Social reiterado por la Nueva Derechaestadounidense, la idea de la ineficacia del actual Welfare sys-

    tem ha acabado construyndose sobre, y dependiendo del,ejemplo puntual de la joven madre afro-americana: el EstadoSocial no sera sino un pr ograma para jvenes madres negras.La "madre soltera negra" se convierte, implcitamente, en elreflejo "tpico" de la nocin universal del Estado Social... y desu ineficiencia. Y lo mismo vale para cualquier otra nocin ideolgica de alcance o pretensin universal: conviene dar con

    el caso particular que otorgue eficacia a la nocin ideolgica.As, en la campaa de la Moral M ajorty contra el aborto, elcaso "tpico" es exactamente el opuesto al de la madre negra(y desempleada): es la profesional de xito, sexualmente promiscua, que apuesta por su carrera profesional antes que por la "vocacin natural" de ser madre (con independencia de quelos datos indiquen que el grueso de los abortos se produce en

    las familias numerosas de clase baja). Esta "distorsin" en virtud de la cual un hecho puntual acaba revestido con los ropajes de lo " tpico" y reflejando la universalidad de un concepto,es el elemento de fantasa, el trasfondo y el soporte fantasm-tico de la nocin ideolgica universal: en trminos kantianos,asume la funcin del "esquematismo trascendental", es decir,sirve para traducir la abstracta y vaca nocin universal en una

    nocin que queda reflejada en, y puede aplicarse directamente a, nuestra "experiencia concreta". Esta concrecin fan-tasmtica no es mera ilustracin o anecdtica ejemplificacin: es nada menos que el proceso mediante el cual un contenidoparticular acaba revistiendo el valor de lo "tpico": el proceso

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    en el que se ganan, o pierden, las batallas ideolgicas.Volviendo al ejemplo del aborto: si en lugar del supuesto quepropone laMoral Majorty, elevamos a la categora de "tpico" el aborto en una familia pobre y numerosa, incapaz de alimentar a otro hijo, la perspectiva general cambia, cambia completamente...

    La lucha por la hegemona ideolgico-poltica es, por tanto,

    siempre una lucha por la apropiacin de aquellos conceptosque son vividos "espontneamente" como "apolticos", porquetrascienden los confines de la poltica. No sorprende que la principal fuerza opositora en los antiguos pases socialistas deEuropa oriental se llamara Solidaridad: un significante ejemplar de la imposible plenitud de la sociedad. Es como si, enesos pocos aos, aquello que Ernesto Laclau llama la lgica de

    la equivalencia1hubiese funcionado plenamente: la expresin " los comunistas en el poder" era la encamacin de la no-sociedad, de la decadencia y de la corrupcin, una expresin quemgicamente catalizaba la oposicin de todos, incluidos"comunistas honestos" y desilusionados. Los nacionalistasconservadores acusaban a " los comunistas en el poder" de traicionar los intereses polacos en favor del amo sovitico; los

    empresarios los vean como un obstculo a sus ambicionescapitalistas; para la iglesia catlica, "los comunistas en elpoder" eran unos ateos sin moral; para los campesinos, representaban la violencia de una modernizacin que haba trastocado sus formas tradicionales de vida; para artistas e intelectuales, el comunismo era sinnimo de una experiencia cotidiana de censura obtusa y opresiva; los obreros no slo se

    sentan explotados por la burocracia del partido, sino tambinhumillados ante la afirmacin de que todo se haca por su bieny en su nombre; por ltimo, los viejos y desilusionados militantes de izquierdas perciban el rgimen como una traicin al"verdadero socialismo". La imposible alianza poltica entre

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    estas posiciones divergentes y potencialmente antagnicasslo poda producir se bajo la bandera de un significante que sesituara precisamente en el lmite que separa lo poltico de lopre-poltico; el trmino "solidaridad se presta perfectamentea esta funcin: resulta polticamente operativo en tanto en cuanto designa la unidad "simple" y "fundamental" de unosseres humanos que deben unirse por encima de cualquier dife

    rencia poltica. Ahora, olvidado ese mgico momento de solidaridad universal, el significante que est emergiendo en algunos pases ex-socialistas para expresar eso que Laclau denomina la "plenitud ausente" de la sociedad, es "honestidad".Esta nocin se sita hoy en da en el centro de la ideologa espontnea de esa "gente de a pie" que se siente arrollada por unos cambios econmicos y sociales que con crudeza han trai

    cionado aquellas esperanzas en una nueva plenitud social quese generaron tras el derrumbe del socialismo. La "vieja guardia" (los ex-comunistas) y los antiguos disidentes que hanaccedido a los centros del poder, se habran aliado, ahora bajolas banderas de la democracia y de la libertad, para explotarles a ellos, la "gente de a pie", an ms que antes... La lucha por la hegemona, por tanto, se concentr a ahora en el conteni

    do particular capaz de imprimir un cambio a aquel significante: qu se entiende por honestidad? Para el conservador , significa un retomo a la moral tradicional y a los valores de la religin y, tambin, purgar del cuerpo social los restos delantiguo rgimen. Para el izquierdista, quiere decir justicia social y oponerse a la privatizacin desbocada, etc. Una misma medida (restituir las propiedades a la Iglesia, por ejem

    plo) ser "honesta" desde un punto de vista conservador y"deshonesta" desde una ptica de izquierdas. Cada posicin (re)define tcitamente el trmino "honestidad" para adaptarloa su concepcin ideolgico-poltica. Pero no nos equivoquemos, no se trata tan slo de un conflicto entre distintos signi-

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    ficados del trmino: si pensamos que no es ms que un ejercicio de "clarificacin semntica" podemos dejar de percibir que cada posicin sostiene que "su honestidad" es la autnticahonestidad. La lucha no se limita a imponer determinados significados sino que busca apropiarse de la universalidad de la nocin. Y, cmo consigue un contenido particular desplazar otro contenido hasta ocupar la posicin de lo universal? En el

    post-socialismo, la "honestidad" , esto es, el trmino que seala lo ausente -la plenitud de la sociedad- ser hegemonizada por aquel significado especfico que proporcione mayor y mscertera "legibilidad" a la hora de entender la experiencia cotidiana, es decir, el significado que permita a los individuosplasmar en un discurso coherente sus propias experiencias devida. La "legibilidad", claro est, no es un criterio neutro sino

    que es el resultado del choque ideolgico. En Alemania, aprincipios de los aos treinta, cuando, ante su incapacidad dedar cuenta de la crisis, el discurso convencional de la burguesa perdi vigencia, se acab imponiendo, frente al discur so socialista-revolucionario, el discurso antisemita nazi comoel que permita "leer con ms claridad" la crisis: esto fue elresultado contingente de una serie de factores sobredetermi-

    nados. Dicho de otro modo, la "legibilidad" no implica tanslo una relacin entre una infinidad de narraciones y/o descripciones en conflicto con una realidad extra-discur si va, relacin en la que se acaba imponiendo la narracin que mejor "seajuste" a la realidad, sino que la relacin es circular y auto-referencial: la narracin pre-determina nuestra percepcin dela "realidad".

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    Por qu las ideas dominantes

    no son las ideas de los dominantes?

    Cualquier universalidad que pretenda ser hegemnica debeincorporara/menos dos componentes especficos: el contenido popular "autntico" y la "deformacin" que del mismo producen las relaciones de dominacin y explotacin.2Sin duda,la ideologa fascista "manipula" el autntico anhelo popular por un retomo a la comunidad verdadera y a la solidaridadsocial que contrarreste las desbocadas competicin y explotacin; sin duda, "distorsiona" la expresin de ese anhelo con elpropsito de legitimar y preservar las relaciones sociales dedominacin y explotacin. Sin embargo, para poder alcanzar ese objetivo, debe incorporar en su discurso ese anhelo popular autntico. La hegemona ideolgica, por consiguiente, noes tanto el que un contenido particular venga a colmar el vacodel universal, como que la forma misma de la universalidad ideolgica recoja el conflicto entre (al menos) dos contenidosparticulares: el "popular", que expresa los anhelos ntimos dela mayora dominada, y el especfico, que expresa los intereses de las fuerzas dominantes.

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    Cabe recordar aqu esa distincin propuesta por Freud entreel pensamiento onrico latente y el deseo inconsciente expresado en el sueo. No son lo mismo, porque el deseo inconsciente se articula, se inscribe, a travs de la "elaboracin", dela traduccin del pensamiento onrico latente en el texto explcito del sueo. As, de modo parecido, no hay nada "fascista" ("reaccionario", etc.) en el "pensamiento onrico latente" de laideologa fascista (la aspiracin a una comunidad autntica, ala solidar idad social y dems); lo que confier e un carcter propiamente fascista a la ideologa fascista es el modo en el queese "pensamiento onrico latente" es transformado/elaborado,a travs del trabajo onrico-ideolgico, en un texto ideolgicoexplcito que legitima las relaciones sociales de explotacin yde dominacin. Y, no cabe decir lo mismo del actual populis

    mo de derechas? No se apresuran en exceso los crticos liberales cuando despachan los valores a los que se remite elpopulismo, tachndolos de intrnsecamente "fundamentalis-tas" y "protofascistas"?

    La no-ideologa (aquello que Fredric Jameson llama el"momento utpico" presente incluso en la ideologa msatroz) es, por tanto, absolutamente indispensable; en cierto

    sentido, la ideologa no es otra cosa que la forma aparente dela no-ideologa, su deformacin o desplazamiento formal.Tomemos un ejemplo extremo, el antisemitismo de los nazis:no se basaba acaso en la nostalgia utpica de la autnticavida comunitaria, en el rechazo plenamente justificable de la irracionalidad de la explotacin capitalista, etc.?

    Lo que aqu sostengo es que constituye un error, tanto teri

    co como poltico, condenar ese anhelo por la comunidad verdadera tildndolo de "protofascista", acusndolo de "fantasatotalitaria", es decir, identificando las races del fascismo con esas aspiraciones (eiror en el que suele incurrir la crtica liberal-individualista del fascismo): ese anhelo debe entenderse

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    desde su naturaleza no-ideolgica y utpica. Lo que lo convierte en ideolgico es su articulacin, la manera en que la aspiracin es instrumentalizada para conferir legitimidad auna idea muy especfica de la explotacin capitalista (aqullaque la atribuye a la influencia juda, al predominio del capitalfinanciero frente a un capital "productivo" que, supuestamente, fomenta la " colaboracin armnica con los trabajadores...)

    y de los medios para ponerle fin (desembarazndose de losjudos, claro).Para que una ideologa se imponga resulta decisiva la ten

    sin, en el interior m ismo de su contenido especfico, entr e lostemas y motivos de los "oprimidos" y los de los "opresores".Las ideas dominantes no son n u n c a directamente las ideas dela clase dominante. Tomemos el ejemplo quiz ms claro: el

    Cristianismo, cmo lleg a convertirse en la ideologa dominante? Incorporando una serie de motivos y aspiraciones delos oprimidos (la Verdad est con los que sufren y con los humillados, el poder corrompe...) para r e-articularlos de modoque fueran compatibles con las relaciones de poder existentes.Lo mismo hizo el fascismo. La contradiccin ideolgica defondo del fascismo es la que existe entre su organicismo y su

    mecanicismo: entre la visin orgnica y estetizante del cuerposocial y la extrema "tecnologizacin, movilizacin, destruccin, disolucin de los ltimos vestigios de las comunidades"orgnicas" (familias, universidades, tradiciones locales deautogobierno) en cuanto "microprcticas" reales de ejerciciodel poder. En el fascismo, la ideologa estetizante, corporativa y organicista viene a ser la forma con la que acaba revistin

    dose la inaudita movilizacin tecnolgica de la sociedad, unamovilizacin que trunca los viejos vnculos "orgnicos"...Si tenemos presente esta paradoja, podr emos evitar esa tram

    pa del liberalismo multiculturalista que consiste en condenar como "protofascista" cualquier idea de retorno a unos vncu

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    los orgnicos (tnicos o de otro tipo). Lo que caracteriza alfascismo es ms bien una combinacin especfica de corpora-tivismo organicista y de pulsin hacia una modernizacin desenfrenada. Dicho de otro modo: en todo verdadero fascismo encontramos indefectiblemente elementos que nos hacen decir: "Esto no es puro fascismo: an hay elementos ambivalentes propios de las tradiciones de izquierda o del liberalis

    mo". Esta remocin, este distanciarse del fantasma del fascismo "puro", es el fascismo tout court. En su ideologa y en supraxis, el "fascismo" no es sino un determinado principio formal de deformacin del antagonismo social, una determinadalgica de desplazamiento mediante disociacin y condensacin de comportamientos contradictorios.

    La misma deformacin se percibe hoy en la nica clase que,

    en su autopercepcin "subjetiva", se concibe y representaexplcitamente como tal: es la recurrente "clase media", precisamente, esa "no-clase" de los estratos intermedios de la sociedad; aqullos que presumen de laboriosos y que se identifican 110 slo por su respeto a slidos principios morales yreligiosos, sino por diferenciarse de, y oponerse a, los dos"extremos" del espacio social: las grandes corporaciones, sin

    patria ni races, de un lado, y los excluidos y empobrecidosinmigrantes y habitantes de los guetos, por otro.La "clase media" basa su identidad en el rechazo a estos dos

    extremos que, de contraponerse directamente, representaran"el antagonismo de clase" en su forma pura. La falsedad constitutiva de esta idea de la "clase media" es, por tanto, seme

    jante a aquella de la justa lnea de Par tido que el estalinismo

    trazaba entre las "desviaciones de izquierda" y las "desviaciones de derecha": la "clase media", en su existencia "real", es la falsedad encamada, el rechazo del antagonismo. En trminospsicoanalticos, es un fetiche: la imposible interseccin de laderecha y de la izquierda que, al rechazar los dos polos del

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    antagonismo, en cuanto posiciones "extremas" y antisociales(empresas multinacionales e inmigrantes intrusos) que per turban la salud del cuerpo social, se auto-representa como elterreno comn y neutral de la Sociedad. La izquierda se suelelamentar del hecho de que la lnea de demar cacin de la luchade clases haya quedado desdibujada, desplazada, falsificada,especialmente, por parte del populismo de derechas que dice

    hablar en nombre del pueblo cuando en r ealidad promueve losintereses del poder. Este continuo desplazamiento, esta continua " falsificacin" de la lnea de divisin (entr e las clases), sinembargo, es la "lucha de clases": una sociedad clasista en laque la percepcin ideolgica de la divisin de clases fuesepura y directa, sera una sociedad armnica y sin lucha; por decirlo con Laclau: el antagonismo de clase estara completa

    mente simbolizado, no sera imposible/real, sino simplementeun rasgo estructural de diferenciacin.

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    Lo poltico y sus negaciones

    Si el concepto de hegemona permite comprender la estructura elemental de la dominacin ideolgica, la pregunta quecabe hacer es entonces la siguiente: estamos condenados amovemos exclusivamente dentro del espacio de la hegemona o podemos, al menos provisionalmente, interrumpir su mecanismo? Segn Jacques Rancire, este tipo de subversin noslo suele darse, sino que constituye el ncleo mismo de lapoltica, del acontecimiento verdaderamente poltico.Pero, qu es, para Rancire, lo verdaderamente poltico?3Un fenmeno que apareci, por primera vez, en la Antigua Grecia, cuando los pertenecientes al demos (aquellos sin unlugar claramente definido en la jerarqua de la estructura social) no slo exigieron que su voz se oyera frente a losgobernantes, frente a los que ejercan el contr ol social; esto es,no slo protestaron contra la injusticia (le tort) que padecan yexigieron ser odos, formar parte de la esfera pblica en pie deigualdad con la oligarqua y la aristocracia dominantes, sinoque, ellos, los excluidos, los que no tenan un lugar fijo en el

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    entramado social, se postularon como los representantes, losportavoces, de la sociedad en su conjunto, de la verdadera Universalidad ("nosotros, la 'nada' que no cuenta en el ordensocial, somos el pueblo y Todos juntos nos oponemos a aquellos que slo defienden sus propios intereses y privilegios").El conflicto poltico, en suma, designa la tensin entre el cuerpo social estructurado, en el que cada parte tiene su sitio, y la

    "parte sin parte", que desajusta ese orden en nombre de unvaco principio de universalidad, de aquello que Balibar llamala galibert, el principio de que todos los hombres son iguales en cuanto seres dotados de palabra. La verdadera poltica,por tanto, trae siempre consigo una suerte de cortocircuitoentre el Universal y el Particular: la paradoja de un singulieruniversel, de un singular que aparece ocupando el Universal y

    desestabilizando el orden operativo "natural" de las relacionesen el cuerpo social. Esta identificacin de la no-parte con elTodo, de la parte de la sociedad sin un verdadero lugar (o querechaza la subordinacin que le ha sido asignada), con elUniversal, es el ademn elemental de la politizacin, que reaparece en todos los grandes acontecimientos democrticos,desde la Revolucin francesa (cuando el Tercer Estado se pr o

    clam idntico a la nacin, frente a la aristocracia y el clero),hasta la cada del socialismo europeo (cuando los "foros" disidentes se proclamaron representantes de toda la sociedad,frente a la nomenklatura del partido). En este sentido, "poltica" y "democracia" son sinnimos: el objetivo principal de lapoltica antidemocrtica es y siempre ha sido, por definicin,la despolitizacin, es decir, la exigencia innegociable de que

    las cosas "vuelvan a la normalidad", que cada cual ocupe sulugar... La verdadera lucha poltica, como explica Rancirecontrastando a Habermas, no consiste en una discusin racional entre intereses mltiples, sino que es la lucha paralela por conseguir hacer or la propia voz y que sea reconocida como

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    la voz de un interlocutor legtimo. Cuando los "excluidos", yasean demos griego u obreros polacos, protestan contra la litedominante (aristocracia o nomenklatura), la verdadera apuesta no est en las reivindicaciones explcitas (aumentos salariales, mejores condiciones de trabajo...), sino en el derecho fundamental a ser escuchados y reconocidos como iguales en la discusin. (En Polonia, la nomenklatura perdi el pulso cuan-

    do reconoci a Solidaridadcomo inter locutor legtimo.) Estasrepentinas intrusiones de la verdadera poltica comprometen aquello que Rancire llama el orden policial, el orden socialpreconstituido en el que cada parte tiene un sitio asignado.Ciertamente, como seala Rancire, la lnea de demarcacin entre polica y poltica es siempre difusa y controvertida: en latradicin marxista, por ejemplo, el proletariado puede enten

    derse como la subjetivacin de la "parte sin-parte", que hacede la injusticia sufrida ocupacin de Universal y, al mismotiempo, tambin puede verse como la fuerza que har posiblela llegada de la sociedad racional post-poltica.

    De ah que las sociedades tribales, pre-estatales, no obstantetodos sus procesos de decisin autnticamente proto-democrticos (asamblea de todo el pueblo, deliberacin, dis

    cusin y voto colectivos) no sean an democrticas: no porquela poltica suponga la auto-alienacin de la sociedad, esto es,no porque la poltica sea una esfer a que se er ige por encima delos antagonismos sociales (como sostiene el argumento marxista clsico), sino porque la discusin en las asambleas tribales pre-polticas procede sin la pr esencia de la paradoja verdaderamente poltica del singulier universcl, de la "parte sin

    parte" que se postule como sustituto inmediato de la universalidad como tal.A veces, el paso desde lo verdaderamente poltico a lo poli

    cial puede consistir tan slo en sustituir un artculo determinado por otro indeterminado, como en el caso de las masas ger

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    28 En defensa de la intolerancia

    mano-orientales que se manifestaban contra el rgimen comunista en los ltimos das de la RDA: primero gritaron " Nosotros somos e l pueblo!" ("Wir sind das Volk!"), realizando as el acto de la politizacin en su forma ms pura (ellos, losexcluidos, el "residuo" contrarrevolucionario excluido delPueblo oficial, sin hueco en el espacio oficial -o, mejor dicho,con el que les asignaba el poder oficial con eptetos como "con

    trarrevolucionarios", "hooligans" o, en el mejor de los casos,"vctimas de la propaganda burguesa"-, ellos, precisamente,reivindicaron la representacin de l pueblo, de "todos"); pero,al cabo de unos das, el eslogan pas a ser "Nosotros somosu n pueblo!" ("Wir sind ein Volk!"), marcando as el rpido cierre de esa apertura hacia la verdadera poltica; el empujedemocrtico quedaba reconducido hacia el proyecto de reuni

    ficacin alemana y se adentraba as en el orden policiaco/poltico liberal-capitalista de la Alemania occidental.Son varias las negaciones que de este momento poltico, de

    esta verdadera lgica del conflicto poltico, pueden darse:

    - La archi-poltica: los intentos "comunitaristas" de definir un espacio social orgnicamente estructurado, tradicional y

    homogneo que no deje resquicios desde los que pueda emerger el momento/acontecimiento poltico.

    - La para-poltica: el intento de despolitizar la poltica (llevndola a la lgica policiaca): se acepta el conflicto poltico pero se reformula como una competicin entre par tidos y/oactores autorizados que, dentro del espacio de la representati-

    vidad, aspiran a ocupar (temporalmente) el poder ejecutivo(estapara-poltica ha conocido, como es sabido, sucesivas versiones a lo largo de la historia: la principal ruptura es aquella entre su formulacin clsica y la moderna u hobbesiana centrada en la problemtica del contrato social, de la alienacin

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    Lo politico y sus negaciones 29

    de los derechos individuales ante la emergencia del poder soberano. (La tica de Habermas o la de Rawls representan,quizs, los ltimos vestigios filosficos de esta actitud: elintento de eliminar el antagonismo de la poltica cindose aunas reglas claras que permitiran evitar que el proceso de discusin llegue a ser verdaderamente poltico);

    - La meta-poltica marxista (o socialista utpica): reconoceplenamente la existencia del conflicto poltico, pero como unteatro de sombras chinas en el que se reflejan acontecimientosque en verdad perteneceran a otro escenario (el de los procesos econmicos): el fin ltimo de la "verdadera poltica sera,por tanto, su auto-anulacin, la transformacin de la "administracin de los pueblos" en una "administracin de las

    cosas" dentro de un orden racional absolutamente autotrans-parente regido por la Voluntad colectiva. (El marxismo, enrealidad, es ms ambiguo, porque el concepto de "economapoltica" permite el ademn opuesto de introducir la poltica en el corazn mismo de la economa, es decir, denunciar elcarcter "apoltico" de los procesos econmicos como lamxima ilusin ideolgica. La lucha de clases no "expresa"

    ninguna contradiccin econmica objetiva, sino que es laforma de ex istencia de estas contradicciones);

    - Podr amos definir la cuarta forma de negacin, la ms insidiosa y radical (y que Rancire no menciona), como ultra-

    poltica: el intento de despolitizar el conflicto extremndolomediante la militarizacin directa de la poltica, es decir,

    reformulando la poltica como una guerra entre "nosotros" y"ellos", nuestro Enemigo, eliminando cualquier terreno compartido en el que desarrollar el conflicto simblico (resulta muy significativo que, en lugar de lucha de clase, la derecha radical hable de guerra entre clases (o entre los sexos).

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    30 En defensa de la intolerancia

    Cada uno de estos cuatro supuestos representan otros tantosintentos de neutralizar la dimensin propiamente traumticade lo poltico: eso que apareci en la Antigua Grecia con elnombre de demos para reclamar sus derechos. La filosofa poltica, desde su origen (desdeLa R epblica de Platn) hastael reciente renacer de la "filosofa poltica" liberal, ha venidosiendo un esfuerzo por anular la fuerza desestabilizadora de lo

    poltico, por negarla y/o regularla de una manera u otra y favorecer as el retorno a un cuerpo social pr e-poltico, por fijar lasreglas de la competicin poltica, etc.

    El marco metafrico que usemos para comprender el proceso poltico no es, por tanto, nunca inocente o neutral: "esquematiza" el significado concreto de la poltica. La ultra-polticarecurre al modelo blico: la poltica es entonces una forma de

    guerra social, una relacin con el enemigo, con "ellos". La archi-poltica opta por el modelo mdico: la sociedad esentonces un cuerpo compuesto, un organismo, y las divisionessociales son las enfermedades de ese organismo, aquello contra lo que hay que luchar; nuestro enemigo es una intrusin cancergena, un parsito pestilente, que debe ser exterminadopara recuperar la salud del cuerpo social. Lapara-poltica usa

    el modelo de la competicin agonstica, que, como en unamanifestacin deportiva, se rige por determinadas normasaceptadas por todos. La meta-poltica recurre al modelo delprocedimientoinstrumental tcnico-cientfico, mientras que la

    post-poltica acude al modelo de la negociacin empresar ial ydel compromiso estratgico.

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    La post-poltica..

    La "filosofa poltica", en todas sus versiones, es, por tanto,una suerte de "formacin defensiva" (hasta se podra construir su tipologa retomando las distintas modalidades de defensafrente a las experiencias traumticas estudiadas por el psicoanlisis). Hoy en da, sin embargo, asistimos a una nuevaforma de negacin de lo poltico: la postmodemapost-poltica,

    que no ya slo "reprime" lo poltico, intentando contenerlo ypacificar la "reemergencia de lo reprimido", sino que, con mayor eficacia, lo "excluye", de modo que las formas post-modemas de la violencia tnica, con su desmedido carcter "irracional", no son ya simples "retornos de lo reprimido",sino que suponen una exclusin (de lo Simblico) que, comosabemos desde Lacan, acaba regresando a lo Real. En lapost

    poltica el conflicto entre las visiones ideolgicas globales,encamadas por los distintos partidos que compiten por elpoder, queda sustituido por la colaboracin entre los tecncra-tas ilustrados (economistas, expertos en opinin pblica...) ylos liberales multiculturalistas: mediante la negociacin de los

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    intereses se alcanza un acuerdo que adquiere la forma del consenso ms o menos universal. De esta manera, lapost-poltica subraya la necesidad de abandonar las viejas divisiones ideolgicas y de resolver las nuevas problemticas con ayuda de lanecesaria competencia del experto y deliberando librementetomando en cuenta las peticiones y exigencias puntuales de la gente. Quizs, la frmula que mejor exprese esta paradoja de

    la post-poltica es la que us Tony Blair para definir el N ew Labourcomo el "centro radical (radical centre): en los viejostiempos de las divisiones polticas "ideolgicas", el trmino"radical" estaba reservado o a la extr ema izquierda o a la extrema derecha. El centro era, por definicin, moderado: conformea los viejos criterios, el concepto de Radical Centre es tanabsurdo como el de radical moderacin".

    Lo que el N ew Labour (o, en su da, la poltica de Clinton)tiene de radical, es su radical abandono de las "viejas divisiones ideolgicas"; abandono a menudo expresado con una parfrasis del conocido lema de Deng Xiaoping de los aossesenta: "Poco importa si el gato es blanco o pardo, con tal deque cace ratones". En este sentido, los promotores del N ew

    Labou rsuelen subrayar la per tinencia de prescindir de los pre

    juicios y aplicar las buenas ideas, vengan de donde vengan(ideolgicamente). Pero, cules son esas "buenas ideas"? Larespuesta es obvia: las que funcionan. Estamos ante el fosoque separa el verdadero acto poltico de la "gestin de lascuestiones sociales dentro del marco de las actuales relacionessocio-polticas": el verdadero acto poltico (la intervencin)no es simplemente cualquier cosa que funcione en el contexto

    de las relaciones existentes, sino precisamente aquello quemodifica el contexto que determina el funcionamiento de lascosas. Sostener que las buenas ideas son "las que funcionan" significa aceptar de antemano la constelacin (el capitalismoglobal) que establece qu puede funcionar (por ejemplo, gas

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    La post-poltica . . 33

    tar demasiado en educacin o sanidad "no funciona", porquese entorpecen las condiciones de la ganancia capitalista). Todoesto puede expresar se recurr iendo a la conocida definicin dela poltica como "arte de lo posible": la verdadera poltica esexactamente lo contrario: es el arte de lo im posible, es cambiar los parmetros de lo que se considera "posible" en la constelacin existente en el momento. En este sentido, la visita de

    Nixon a China y el consiguiente establecimiento de r elacionesdiplomticas entre los EE.UU. y China fue un tipo de actopoltico, en cuanto modific de hecho los parmetros de lo quese consideraba "posible" ("factible") en el mbito de las relaciones internacionales. S: se puede hacer lo impensable yhablar normalmente con el enemigo ms acrrimo.

    Segn una de las tesis hoy en da ms en boga estaramos

    ante el umbral de una nueva sociedad medieval, escondida trasun Nuevo Orden Mundial. El atisbo de verdad de esta comparacin est en el hecho de que el nuevo orden mundial es,como el Medioevo, global pero no es universal, en la medida en que este nuevo o r d e nplanetario pretende que cada parteocupe el lugar que se le asigne. El tpico defensor del actualliberalismo mete en un mismo saco las protestas de los traba

    jadores que luchan contra la limitacin de sus derechos y elpersistente apego de la derecha con la herencia cultural deOccidente: percibe ambos como penosos residuos de la "edadde la ideologa", sin vigencia alguna en el actual universopost-ideo-lgico. Esas dos formas de resistencia frente a laglobalizacin siguen, sin embargo, dos lgicas absolutamenteincompatibles: la derecha seala la amenaza que, para la pa r -t i c u l a r identidad comunitaria (ethnos o hbitat), supone Jaembestida de la globalizacin, mientras que para la izquierda la dimensin amenazada es la de la politizacin, la articulacin de exigencias univ er sa l e s "imposibles" ("imposibles" desde la lgica del actual orden mundial). Conviene aqu con

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    34 En defensa de !a intolerancia

    traponer globalizacin a universalizacin. La "globalizacin" (entendida no slo como capitalismo global o mercado planetario, sino tambin como afirmacin de la "humanidad" encuanto referente global de los derechos humanos en nombredel cual se legitiman violaciones de la soberana estatal, intervenciones policiales, restricciones comerciales o agresionesmilitares directas ah donde no se respetan los derechos huma

    nos globales) es, precisamente, la palabra que define esa emergente lgica post-poltica que poco a poco elimina la dimensin de universalidad que aparece con la verdadera politizacin. La paradoja est en que no existe ningn verdaderouniversal sin conflicto poltico, sin una "parte sin parte", sin una entidad desconectada, desubicada, que se presente y/o semanifieste como representante del universal.

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    .y su violencia

    Esta idea de lapost-poh'tica elaborada por Rancire puederelacionarse con la tesis de tienne Balibar segn la cual unrasgo propio de la vida contempornea sera la manifestacin de una crueldad excesiva y no funcional:4 una crueldad queabarca desde las masacres del "fundamentalismo" racista or eligioso a las explosiones de violencia " insensata" pr otagoni

    zadas por los adolescentes y marginados de nuestras megal-polis: una violencia que cabra calificar como Id-E vii, el malbsico-fsiolgico, una violencia sin motivacin utilitarista oideolgica.

    Todos esos discursos sobre los extranjeros que nos roban lospuestos de trabajo o sobre la amenaza que representan para nuestros valores occidentales no deberan llevamos a engao:

    examinndolos con mayor atencin, resulta de inmediato evidente que proporcionan una racionalizacin secundaria msbien superficial. La respuesta que acaba dndonos el skinhead es que le gusta pegar a los inmigrantes, que le molesta el queestn ah... Estamos ante una manifestacin del mal bsico, el

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    que surge del desequilibrio ms elemental entre el Yo y la jouissance, de la tensin entre el placer y el cuerpo extrao deese gozo. ElId-E vil representa as el "cortocircuito" ms bsico en la relacin del sujeto con la causa-objeto inicialmenteausente de su deseo: lo que nos "molesta en el "otro" (el

    judo, el japons, el afr icano, el turco...) es que aparenta tener una relacin privilegiada con el objeto -el otro o posee el obje

    to-tesoro, tras habrnoslo sustrado (motivo por el que ya nolo tenemos) o amenaza con sustrarnoslo.5Lo que cabe plantear aqu es, una vez ms, la idea hegeliana del "juicio infinito", que afirma la identidad especulativa entre estas explosiones de violencia "intiles" y "excesivas", que slo reflejan unodio puro y desnudo ("no sublimado") hacia la Otredad, y eseuniverso post-poltico multiculturalista de la tolerancia-con-

    la-diferencia que no excluye a nadie. Resulta claro que he utilizado aqu el trmino "no sublimado" en su sentido msusual, que en este caso viene a ser el exacto opuesto del de susignificado psicoanaltico: resumiendo, al dirigir nuestro odiocontra cualquier representante del (oficialmente tolerado)Otro, lo que opera es el mecanismo de la sublimacin en suforma ms bsica. La naturaleza omnicomprensiva de la

    Universalidad Concreta post-poltica, que a todos da inclusinsimblica -esa visin y prctica multiculturalista de "unidaden la diferencia" ("todos iguales, todos diferentes)-, consiente, como nico modo de marcar la propia diferencia, el gestoproto-sublimatorio que eleva al Otro contingente (por su raza,su sexo, su religin...) a la "Alteridad absoluta" de la Cosaimposible, de la amenaza postrera a nuestra identidad: una

    Cosa que debe ser aniquilada si queremos sobrevivir. En estoradica la paradoja propiamente hegeliana: el surgir de la "universalidad concreta" verdaderamente racional -la abolicin delos antagonismos, el universo "adulto" de la coexistencia negociada de grupos diferentes- acaba coincidiendo con su

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    y su violencia 37

    exacto contrario, es decir, con las explosiones, completamente contingentes, de violencia.El principio hegeliano fundamental es que al exceso "objeti

    vo" (al imperio inmediato de la universalidad abstracta queimpone " mecnicamente" su ley con absoluta indiferencia por los sujetos atrapados en su red) se le aade siempre un excesosubjetivo" (el ejercicio intempestivo y arbitrario de los capri

    chos). Balibar seala un caso ejemplar de interdependencia entre dos modos opuestos pero complementarios de violencia excesiva: la violencia "ultra-objetiva" ("estructural") propia delas condiciones sociales del capitalismo global (la produccin "automtica" de individuos excluidos y superfluos, desde los"sin techo" hasta los "desempleados") y la violencia "ultra-subjetiva de los nuevos "fundamentalismos" tnicos o reli

    giosos (racistas, en definitiva).6 Esta violencia "excesiva" e"insensata" tiene su propio recurso cognoscitivo: la impotentereflexin cnica. Volviendo al Id-E vil, al skinhead que agredea los inmigrantes: si se viera obligado a explicar las razones desu violencia -y fuera capaz de articular una mnima reflexin terica-, se pondra a hablar inopinadamente como un trabajador social, un socilogo o un psiclogo social, y a mencionar

    la crisis de la movilidad social, la creciente inseguridad, elderrumbe de la autoridad paterna, la falta de amor materno en su tierna infancia... nos ofrecera, en definitiva, una explicacin psico-sociolgica ms o menos plausible de su comportamiento, una explicacin como las que gustan a los liberalesilustrados, deseosos de "comprender" a los jvenes violentoscomo trgicas vctimas de las condiciones sociales y familia

    res. Queda as invertida la clsica frmula ilustrada que, desdePlatn, viene concediendo eficacia a la "crtica de la ideologa" ("Lo hacen porque no saben lo que hacen", es decir, elconocimiento es en s mismo liberador; si el sujeto erradoreflexiona, dejar de errar): el skinhead violento "sabe muy

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    bien lo que hace, pero no por eso deja de hacerlo".7El conocimiento simblicamente eficaz, radicado en la prctica socialdel sujeto se disuelve, por un lado, en una desmedida violencia "irracional" carente de fundamento ideolgico-poltico y,por otro, en una reflexin impotente y externa al sujeto, queno consigue modificar las acciones del sujeto. En las palabrasdel skinhead reflexivo, cnicamente impotente, que, con sonr i

    sa sarcstica, explica al estupefacto periodista las races de sucomportamiento insensato y violento, el partidario del multi-culturalismo, ilustrado y tolerante, que desea "comprender" las expresiones de la violencia excesiva, recibe de vuelta supropio mensaje pero en su forma invertida, autntica. En esepreciso momento, puede decirse, usando trminos de Lacan,que la comunicacin entre el comprensivo liberal y su "obje

    to" de estudio, el intolerante skinhead, es plena.Importa aqu distinguir entre esa violencia desmedida y "dis-funcional y la violencia obscena que sirve de soporte implcito a la nocin ideolgica universal estndar (el que los"derechos humanos" no sean realmente universales sino "dehecho, el derecho del varn blanco y propietario": cualquier intento de ignorar esas leyes no escritas que restringen efecti

    vamente la universalidad de los derechos, suscitar explosiones de violencia). Este contraste resulta evidente en el caso delos afro-americanos: aunque, por el simple hecho de ser ciudadanos estadounidenses, podan formalmente participar en lavida poltica, el arraigado racismo democrtico para-polticoimpeda su participacin efectiva, forzando silenciosamentesu exclusin (mediante amenazas verbales y fsicas, etc.). La

    certera respuesta a esta reiterada exclusin-del-universal vinode la mano del gran movimiento por los derechos civiles ejemplificado por Martin Luther King: ese movimiento puso fin alimplcito suplemento de obscenidad que impona la efectiva exclusin de los negros de la formal igualdad universal -natu-

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    ramente, ese gesto recibi el apoyo de la gran mayora de la alta burguesa liberal blanca, que despreciaba a los opositorespor obtusos rednecks del subproletariado sureo.

    Hoy, sin embargo, el terreno de la lucha ha cambiado: elestablishment liberal post-poltico no slo reconoce plenamente la distancia entre la igualdad puramente formal y suefectiva actualizacin o realizacin; no slo reconoce la lgi

    ca excluyente de la "falsa" e ideolgica universalidad, sinoque procura combatirla aplicando toda una serie de medidasjur dicas, psicolgicas y sociales, que abarcan desde la identificacin de problemas especficos a cada grupo o subgrupo(no ya slo unos genricos "homosexuales", sino "lesbianasafro-americanas", "madres lesbianas afro-americanas desem-pleadas", etc.) hasta la elaboracin de un ambicioso paquete

    de medidas ("discriminacin positiva" y dems) para solucionar esos pr oblemas. Lo que esta tolerante prctica excluye es,precisamente, el gesto de la politizacin: aunque se identifiquen todos los problemas que pueda tener una madre afroamericana lesbiana y desempleada, la persona interesada "presiente" que en ese propsito de atender su situacin especficahay algo "equivocado" y "frustrante": se le arrebata la posibi

    lidad de elevar " metafricamente" su " problemtica situacin" a la condicin de "problema" universal. La nica manera dearticular esta universalidad (el no ser tan slo esa personaespecfica que padece esos problemas especficos) radicaraentonces en su evidente contrario: en la explosin de una violencia completamente " irracional" . De nuevo se confirmar a elviejo principio hegeliano: el nico modo de que una universa

    lidad se realice, de que se "afirme en cuanto tal", es revistindose con los ropajes de su exacto contrario, apareciendo irremediablemente como un desmedido capricho "irracional".Estos violentospassages 1'acte reflejan la presencia de unantagonismo soterrado que ya no se puede formular/simboli

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    zar en trminos propiamente polticos. La nica manera decontrarrestar estas explosiones de desmedida "irracionalidad" consiste en analizar aquello que la lgica omnicomprensiva ytolerante de lopost-polco persiste en excluir, y convertir la dimensin de lo excluido en una nueva modalidad de la sub-

    jetivacin poltica.Pensemos en el ejemplo clsico de la protesta popular (huel

    gas, manifestacin de masas, boicots) con sus reivindicaciones especficas ("No ms impuestos!", "Acabemos con laexplotacin de los recursos naturales!", "Justicia para losdetenidos!"...): la situacin se politiza cuando la reivindicacin puntual empieza a funcionar como una condensacinmetafrica de una oposicin global contra Ellos, los que mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada

    reivindicacin a reflejar la dimensin universal que esa especfica r eivindicacin contiene (de ah que los manifestantes se suelan sentir engaados cuando los gobernantes, contralos que iba dirigida la protesta, aceptan resolver la reivindicacin puntual; es como si, al darles la menor, les estuvieranarrebatando la mayor, el verdadero objetivo de la lucha). Loque la post-poltica trata de impedir es, precisamente, esta uni

    versalizacin metafrica de las reivindicaciones particulares.La post-poltica moviliza todo el aparato de expertos, trabajadores sociales, etc. para asegurarse que la puntual reivindicacin (la queja) de un determinado grupo se quede en eso: enuna reivindicacin puntual. No sorprende entonces que estecierre sofocante acabe generando explosiones de violencia "irracionales": son la nica va que queda para expresar esa

    dimensin que excede lo particular.

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    Existe un eurocentrismo progresista?

    Este marco conceptual permite acercarse al socialismo deEuropa oriental de otra manera. El paso del socialismo-real-mente-existente al capitalismo-realmente-existente se ha producido ah mediante una serie de vuelcos cmicos que hansumido el sublime entusiasmo democrtico en el ridculo. Lasmuy dignas muchedumbr es germano-orientales que se reunan

    en tomo a las iglesias protestantes y que heroicamente desafiaban el terror de la Stasi, se convirtieron de repente en vulgares consumidores de pltanos y de pornografa barata; loscivilizados checos que se movilizaban convocados por VaclavHavel u otros iconos de la cultura, son ahora pequeos timadores de turistas occidentales... La decepcin fue recproca:Occidente, que empez idolatrando la disidencia del Este

    como el movimiento que reinventara los valores de la cansada democracia occidental, decepcionado, desprecia ahora losactuales regmenes post-socialistas, a los que tiene por unamezcla de corruptas oligarquas ex-comunistas con funda-mentalismos ticos y religiosos (ni se fa de los escasos libe

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    rales del Este: no acaban de ser polticamente correctos,dnde est su conciencia feminista?...)- El Este, que empezidolatrando a Occidente como ejemplo a seguir de democraciabienestante, qued atrapado en el torbellino de la desbocadamercantilizacin y de la colonizacin econmica. Entonces,mereci la pena?

    El protagonista de El halcn maltes de Dashiell Hammett, eldetective privado Sam Spade, cuenta la historia de cuando lecontrataron para encontrar un hombre que, tras abandonar sutranquilo trabajo y su familia, desapareci de repente. Spadeno conseguir dar con l, pero, aos despus, se lo encuentra de casualidad en un bar de otra ciudad. El hombre, que hacambiado de nombre, parece llevar una vida sorprendentemente similar a la que abandon (un aburrido trabajo, nueva

    mujer y nuevos hijos) pero, no obstante su replicada existencia, el hombre asegura que mereci la pena renunciar a supasado y empezar una nueva vida... Quizs quepa decir lomismo del paso del socialismo-realmente-existente al capita-lismo-realmente-existente en los antiguos pases comunistasde Europa oriental: a pesar de las traicionadas ilusiones, algoS ocurri en ese interludio, en el trnsito, y es precisamente

    en ese acontecer en el trnsito, en esa "mediacin evanescente", en ese momento de entusiasmo democrtico, donde debemos situar la dimensin decisiva que acab ofuscada con elposterior retomo a la normalidad.

    No cabe duda de que los muchos manifestantes de la RDA,de Polonia o de la Repblica Checa "queran otra cosa": elutpico objeto de la imposible plenitud, bautizado con el nom

    bre que fuere ("solidaridad", "derechos humanos", etc.), y no lo que acabaron recibiendo. Dos son las posibles reaccionesante este hiato entre expectativas y realidad: el mejor modo deilustrarlas es recurriendo a la conocida distincin entre eltonto y el picaro. El tonto es el simpln, el bufn de corte al

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    Existe un eurocentrismo progresista? 43

    que se le permite decir la verdad, precisamente, porque elpoder perlocutorio de su decir est desautorizado: su palabrano tiene eficacia sociopoltica. El picaro, por contra, es el cnico que dice pblicamente la verdad, el estafador que intentahacer pasar por honestidad la pblica confesin de su deshonestidad, el granuja que admite la necesidad de la represinpara preservar la estabilidad social. Cado el rgimen comu

    nista, el picaro es el neoconservador defensor del libre mercado, aquel que rechaza crudamente toda forma de solidaridadsocial por ser improductiva expresin de sentimentalismos,mientras que el tonto es el crtico social "radical" y multicul-turalista que, con sus ldicas pretensiones de "subvertir" elorden, en realidad lo apuntala. Siguiendo en Europa oriental: el picaro rechaza los proyectos de "tercera va" (como el

    defendido en la antigua RDA por el Nsues Forum) por considerarlos irremisiblemente desfasados, y exhorta a aceptar lacruda realidad del mercado; mientras tanto, el tonto sostieneque el derrumbe del socialismo abri efectivamente el caminoa una "tercera va", una posibilidad que la re-colonizacinoccidental del Este trunc.

    Este cruel vuelco de lo sublime en lo ridculo es evidente

    mente resultado de un doble equvoco en la (auto)percepcinpblica de los movimientos de protesta social de los ltimosaos del socialismo europeo-oriental (desde Solidaridad al

    Neues Forum). Por un lado, estaban los esfuerzos de lanomenklatura por reconducir los acontecimientos hacia elmarco policial/poltico que saba manejar: distingua entre los"crticos de buena fe", con los que se poda dialogar, pero en

    una atmsfera sosegada, racional, despolitizada, y el puadode provocadores extremistas al servicio de intereses extranjeros. Esta lgica alcanz el colmo del absurdo en la antigua Yugoslavia, donde la idea misma de la huelga obrera erainconcebible, toda vez que, conforme a la ideologa oficial, los

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    obreros ya autogestionaban las fbricas: contra quin, entonces, podan hacer huelga? La lucha, claro est, iba ms all delaumento salarial o de las mejoras en las condiciones laborales;se trataba, sobre todo, de que los trabajadores fueran reconocidos como interlocutores legtimos en la negociacin con losrepresentantes del rgimen: tan pronto como el poder tuvieraque aceptar eso, la batalla, en cierto sentido, estaba ganada.

    Y cuando esos movimientos obreros explotaron, convirtindose en fenmenos de masa, sus exigencias de libertad, dedemocracia (de solidaridad, de...) tambin fueron interpretadas equivocadamente por los comentaristas occidentales, quevieron ah la confirmacin de que los pueblos del Este deseaban aquello que los del Oeste ya tenan: tradujeron mecnicamente esas reivindicaciones al discurso liberal-democrtico

    occidental sobre la libertad (representatividad poltica multi-partidista con economa global de mercado). Emblemticahasta lo caricaturesco, fue, en este sentido, la imagen delreportero estadounidense Dan Rather cuando en 1989, desdela Plaza de Tiananmen afirm, junto a una rplica de la estatua de la Libertad, que la estatua expresaba todo aquello quelos estudiantes chinos reclamaban con sus protestas (esto es:

    rasca la amarilla piel del chino y dars con un estadounidense...). Lo que esa estatua representaba en realidad era una aspiracin utpica que nada tena que ver con los Estados Unidostal como son (lo mismo que para los primeros inmigrantes quellegaban a Nueva York, la visin de la estatua evocaba unaaspiracin utpica, pronto frustrada). La interpretacin de losmedios estadounidenses fue otro ejemplo de reconduccin de

    de una explosin de lo que Balibar llama gatibert(la intransigente reivindicacin de libertad-igualdad, que desintegracualquier orden dado) hacia los lmites del orden existente.Estamos, entonces, condenados a la triste alternativa de elegir entre el picaro y el tonto? O, cabe un tertium da tur!

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    Existe un eurocentrismo progresista? 45

    Quizs, los rasgos de este tertium daturse puedan vislumbrar acudiendo al ncleo de la herencia europea. Al or mencionar la "herencia europea", cualquier intelectual de izquierdas quese precie tendr la misma reaccin de Goebbels al or la palabra "cultura": agarra la pistola y empieza a disparar acusaciones de protofascista, de eurocntrico imperialismo cultural...Sin embargo, es posible imaginarse una apropiacin de

    izquierdas de la tradicin poltica europea? S, es posible; si,siguiendo a Rancire, identificamos el ncleo de esa tradicincon el acto extraordinario de la subjetivacin poltica democrtica: fue esta verdadera politizacin la que resurgi conviolencia en la disolucin del socialismo en Europa oriental.Recuerdo cmo en 1988, cuando el ejrcito yugoslavo detuvoy proces a cuatro periodistas en Eslovenia, particip en el

    " Comit por la defensa de los derechos humanos de los cuatroacusados". Oficialmente, el objetivo del comit era garantizar un juicio justo... pero se acab convirtiendo en la principalfuerza poltica de oposicin, algo as como la versin eslovena del Forana Cvico checo o del Neues Fowm germano-oriental, la sede de coordinacin de la oposicin democrtica,el representante de fado de la sociedad civil. El programa del

    Comit recoga cuatro puntos: los primeros tres se referandirectamente a los acusados, pero "el diablo est en los detalles": el cuar to punto afirmaba que el Comit pr etenda aclarar las circunstancias del arresto y contr ibuir as a crear una situacin en la que semejantes detenciones no fuesen posibles -unmensaje cifrado para decir que queramos la abolicin delrgimen socialista existente. Nuestra peticin, "Justicia para

    los cuatro detenidos!", empez a funcionar como condensacin metafrica del anhelo de desmantelar completamente elrgimen socialista. De ah que, en nuestras negociaciones casidiarias con los representantes del Par tido comunista, stos nosacusaran continuamente de tener un "plan secreto" aduciendo

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    que la liberacin de los cuatro no era nuestro verdadero objetivo y que estbamos "aprovechando y manipulando la detencin y el juicio con vistas a otros, y oscuros, fines polticos".Los comunistas, en definitiva, queran jugar al juego de la despolitizacin "racional": queran desactivar la carga explosiva,la connotacin general, del eslogan "Justicia para los cuatroarrestados" y reducirlo a su sentido literal, a una cuestin judi

    cial menor. Incluso, sostenan cnicamente que nosotros, losdel Comit, tenamos un comportamiento "no democrtico" yque, con nuestra presin y nuestros chantajes, manipulbamosla suerte de los acusados en lugar de concentramos en ladefensa pr ocesal de los detenidos... He aqu la verdadera poltica: ese momento en el que una reivindicacin especfica noes simplemente un elemento en la negociacin de intereses

    sino que apunta a algo ms y empieza a funcionar como condensacin metafrica de la completa reestructuracin de todoel espacio social.

    Resulta evidente la diferencia entre esta subjetivacin y elactual proliferar de "polticas identitarias" postmodemas quepretenden exactamente lo contrario, es decir, afirmar la identidad particular, el sitio de cada cual en la estructura social. La

    poltica identitaria postmodema de los estilos de vida particulares (tnicos, sexuales, etc.) se adapta perfectamente a la ideade la sociedad despolitizada, de esa sociedad que "tiene encuenta" a cada grupo y le confiere su propio status (de vctima) en virtud de las discriminaciones positivas y de otrasmedidas ad hoc que habrn de garantizar la justicia social.Resulta muy significativo que esta justicia ofrecida a las

    minoras convertidas en vctimas precise de un complejo aparato policial (que sirve para identificar a los grupos en cuestin, perseguir judicialmente al que viola las normas que lesprotegen -cmo definir jurdicamente el acoso sexual o elinsulto racista? etc.-, proveer el trato preferencial que com

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    pense la injusticia sufrida por esos grupos): lo que se celebracomo "poltica postmodema" (tratar reivindicaciones especficas resolvindolas negociadamente en el contexto "racional" del orden global que asigna a cada parte el lugar que le corr esponde), no es, en definitiva, sino la muerte de la verdaderapoltica.

    As, mientras par ece que todos estamos de acuerdo en que el

    rgimen capitalista global, post-poltico, liberal-democrtico,es el rgimen del No-acontecimiento (del ltimo hombre, en trminos nietzscheanos), queda por saber dnde buscar elAcontecimiento. La respuesta es evidente: mientras experimentemos nuestra postmodema vida social como una vida"no-sustancial", el acontecimiento estar en los mltiplesretornos, apasionados y a menudo violentos, a las "races", a

    las distintas formas de la "sustancia" tnica o religiosa. Y ques la "sustancia" en la experiencia social? Es ese instante,emocionalmente violento, del "reconocimiento", cuando setoma conciencia de las propias "races", de la "verdadera pertenencia", ese momento en el que la distancia propia de la reflexin liberal resulta totalmente inoperante -de repente,vagando por el mundo, nos encontramos presos del deseo

    absoluto del "hogar" y todo lo dems, todas nuestras pequeaspreocupaciones cotidianas, deja de importar... En este punto,sin embargo, no se puede sino estar de acuerdo con AlainBadiou, cuando afirma que estos "retornos a la sustancia" demuestran ser impotentes ante al avance global del Capital:son, de hecho, sus intrnsecos soportes, el lmite/condicin desu funcionamiento, porque, como hace aos seal Deleuze,

    la "desterritorializacin" capitalista va siempre acompaadadel resurgir de las "reterritorializaciones". Para decirlo conmayor precisin, la ofensiva de la globalizacin capitalista pr ovoca ineludiblemente una escisin en el mbito de las identidades especficas.

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    Por un lado, est el llamado "fundamentalismo", cuya frmula elemental es la Identidad del propio grupo, que implica la exclusin del Otro amenazante: Francia para los franceses(frente a los inmigrantes argelinos), Estados Unidos para losestadounidenses (frente a la invasin hispana), Eslovenia paralos eslovenos (contra la excesiva presencia de "los del Sur",los inmigrantes de las andguas repblicas yugoslavas)... El

    comentario de Abraham Lincoln a propsito del espiritismo("Dira que es algo que gusta al que ama ese tipo de cosas"),refleja muy bien el carcter tautolgico del autoconfinamien-to nacionalista, de ah que sirva perfectamente para caracterizar a los nacionalistas, pero no sirva para r eferirse a los autnticos demcratas radicales. N o se puede decir del autnticocompromiso democrtico que es "algo que gusta a quin ama

    ese tipo de cosas".Por otro lado, est la multicultural y postmodema "poltica identitaria", que pretende la co-existencia en tolerancia degrupos con estilos de vida "hbridos" y en continua transformacin, grupos divididos en infinitos subgrupos (mujeres hispanas, homosexuales negros, varones blancos enfermos deSIDA, madres lesbianas...). Este continuo florecer de grupos y

    subgrupos con sus identidades hbridas, fluidas, mutables, reivindicando cada uno su estilo de vida/su propia cultura, estaincesante diversificacin, slo es posible y pensable en elmarco de la globalizacin capitalista y es precisamente ascmo la globalizacin capitalista incide sobre nuestro sentimiento de pertenencia tnica o comunitaria: el nico vnculoque une a todos esos grupos es el vnculo del capital, siempre

    dispuesto a satisfacer las demandas especficas de cada grupoo subgrupo (turismo gay, msica hispana...).La oposicin entre fundamentalismo y poltica identitaria

    pluralista, postmodema, no es, adems, sino una impostura que esconde en el fondo una connivencia (una identidad espe

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    culativa, dicho en lenguaje hegeliano). Un multiculturalistapuede perfectamente apreciar incluso la ms "fundamentalis-ta" de las identidades tnicas, siempre y cuando se trate de laidentidad de un Otro presuntamente autntico (por ejemplo,las tribus nativas de los Estados Unidos). Un grupo funda-mentalista puede adoptar fcilmente, en su funcionamientosocial, las estrategias postmodemas de la poltica identitar ia y

    presentarse como una minora amenazada que tan slo luchapor preservar su estilo de vida y su identidad cultural. La lneade demarcacin entre una poltica identitar ia multicultural y elfundamentalismo es, por tanto, puramente formal; a menudo,slo depende de la perspectiva desde la que se considere unmovimiento de defensa de una identidad de grupo.

    Bajo estas condiciones, el Acontecimiento que se reviste de

    "retomo a las races" slo puede ser un semblante que encajaperfectamente en el movimiento circular del capitasmo o que(en el peor de los casos) conduce a una catstrofe como elnazismo. Nuestra actual constelacin ideolgico-poltica secaracteriza porque este tipo de seudo-Acontecimientos son lasnicas apariencias de Acontecimientos que parecen darse(slo el populismo de derechas manifiesta hoy una autntica

    pasin poltica que consiste en aceptar la lucha, en aceptar abiertamente que, en la medida en que se pretende hablar desde un punto de vista universal, no cabe esperar complacer a todo el mundo, sino que habr que marcar una divisin entre"nosotros y "ellos"). En este sentido, se ha podido constatar que, no obstante el rechazo que suscitan el estadounidenseBuchanan, el francs Le Pen o el austraco Haider, incluso la

    gente de izquierdas deja tr anslucir cierto alivio ante la presencia de estos personajes: finalmente, en el reino de la aspticagestin post-poltica de los asuntos pblicos, aparece alguienque hace renacer una autntica pasin poltica por la divisin y el enfrentamiento, un verdadero empeo con las cuestiones

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    polticas, aunque sea con modalidades deplorables y repugnantes... Nos encontramos as cada vez ms encerrados en unespacio claustrofbico, en el que slo podemos oscilar entre elno-Acontecimiento del suave discurrir del Nuevo OrdenMundial liberal-democrtico del capitalismo global y losAcontecimientos fundamentalistas (el surgimiento de proto-fascismos locales, etc.), que vienen a perturbar, por poco tiem

    po. las tranquilas aguas del ocano capitalista -no sorprende,considerando las circunstancias, que Heidegger se equivocaray creyera que el seudo-acontecimiento de la revolucin naziera el Acontecimiento.

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    Los tres universales

    Estos atolladeros revelan que la estructura del universal esmucho ms compleja de lo que aparenta. Balibar ha elaboradosu definicin de los tres niveles de la universalidad,8retomando en cierta medida la trada lacaniana de lo Real, loImaginario y lo Simblico: la universalidad "real" de la globa-lizacin, con el proceso complementario de las "exclusiones

    internas" (el que el destino de cada uno de nosotros dependa hoy del complejo entramado de relaciones del mercado global); la universalidad de la ficcin, que rige la hegemona ideolgica (la Iglesia o el Estado en cuanto "comunidades imaginarias" universales que permiten al sujeto tomar cierta distancia frente a la total inmersin en su grupo social inmediato:clase, profesin, gnero, religin...); y la universalidad de un

    Ideal, como la r epresentada por la exigencia revolucionar ia degalibert, que, en cuanto permanente e innegociable exceso,alimenta una insur reccin continua contr a el orden existente yno puede, por tanto, ser "absorbida", es decir, integrada en eseorden. El problema, claro est, es que el lmite entre estos tres

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    universales no es nunca estable ni fijo. El concepto de libertad e igualdad, por ejemplo, puede usarse como idea hegemnica que permite identificamos con nuestro propio rol social (soyun pobre artesano, pero participo como tal en la vida de mipas/de mi Estado, en cuanto ciudadano libre e igual...), perotambin puede presentarse como un exceso irreducible quedesestabiliza el orden social. Lo que en el universo jacobino

    fue la universalidad desestabilizadora del Ideal, que suscitabaun incesante proceso de transformacin social, se convirtims tarde en una ficcin ideolgica que permiti a cada individuo identificarse con su propio lugar en el espacio social. La alternativa es aqu la siguiente: el universal, es "abstracto" (potencialmente contrapuesto al contenido concreto) o es concreto (en el sentido en que experimento mi propia vida social

    como mi manera particular de participar en el universal delorden social)? La tesis de Balibar es que la tensin entreambos supuestos es irreducible. El exceso de universalidadabstracta-negativa-ideal, su fuerza perturbadora-desestabiliza-dora, nunca podr ser completamente integrado en el todoarmnico de una "universalidad concreta". En cualquier caso,se da otra tensin, acaso ms significativa hoy en da: la ten

    sin entre las dos modalidades de la "universalidad concreta".Veamos: la universalidad "real" de la actual globalizacin mediante el mercado tiene su propia ficcin hegemnica(incluso, su propio ideal): la tolerancia multicultural, el respeto y defensa de los derechos humanos y de la democracia, etc.;genera su propia seudo-hegeliana "universalidad concreta": unorden mundial cuyas caractersticas universales (mercado,

    derechos humanos y democracia) permiten a cada estilo devida recrearse en su particularidad. Por lo tanto, se produceinevitablemente una tensin entre la "universalidad concreta" postmodema, post-Estado-Nacin, y la pr ecedente " universalidad concreta" del Estado-Nacin.

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    Los tres universales

    La historia del surgimiento de los Estados nacionales es lahistoria (a menudo extremadamente violenta) de la "transubs-tanciacin" de las comunidades locales y de sus tradiciones en Nacin moderna en cuanto "comunidad imaginaria". Este proceso supuso una represin a menudo cruenta de las formasautnticas de los estilos de vida locales y/o su reinsercin enuna nueva "tradicin inventada" omnicomprensiva. Dicho deotro modo, la "tradicin nacional" es una pantalla que escondeNO el proceso de modernizacin, sino la verdadera tradicintnica en su insostenible factualidad. Cuando, a principios delsiglo XX, Bla Bartok transcribi centenares de cancionespopulares hngaras, se gan la inquina de los partidarios deldespertar romntico-nacional, justamente, por haber seguidoal pie de la letra su programa de renacimiento de las autnticas

    races tnicas... En Eslovenia, donde la Iglesia catlica y losnacionalistas presentan un cuadro idlico de la decimonnica vida campesina, la publicacin de las observaciones etnogrficas de Janez Trdina, escritas en el siglo XIX, pas desapercibida: sus cuadernos describen una realidad de abusos a menores, de violaciones, alcoholismo, brutalidad... Y, as, nosencontramos ahora ante un proceso postmodemo (aparente

    mente) opuesto: ante el retomo a formas de identificacin mslocales, ms sub-nacionales. Estas nuevas formas de identificacin, sin embargo, ya no se experimentan como inmediatamente sustanciales sino que son el resultado de la libre eleccin del propio estilo de vida. Pero no basta con contraponer la antigua y autntica identificacin tnica con la postmodema eleccin arbitraria de estilos de vida: esta contraposicin olvi

    da lo mucho que la anterior identificacin nacional "autntica"tuvo de "artificial", de fenmeno impuesto con violencia ybasado en la represin de las primigenias tradiciones locales.Lejos de ser una unidad "natural" de la vida social, un marcoestabilizado, una suerte de entelequia aristotlica en la que

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    desembocan todos los procesos histricos, la forma universaldel Estado-Nacin constituye ms bien un equilibrio precario,provisional, entre la relacin con una determinada Cosa tnicay la funcin (potencialmente) universal del mercado. El Estado-Nacin, por un lado, "sublima'' las formas de identificacin orgnicas y locales en una identificacin universal "patritica",y, por otro, se erige como una especie de lmite seudo-natural

    de la economa de mercado, separa el comercio "interior" del"exterior": queda as "sublimada" la actividad econmica, elevada a la altura de la Cosa tnica, legitimada en cuanto contr ibucin patritica a la grandeza de la nacin. Este equilibrioest permanentemente amenazado por ambos lados: ya sea desde las anteriores formas "orgnicas" de identificacin particular, que no desaparecen sino que prosiguen una vida sote

    rrada fuera de la esfera pblica universal, como desde la lgica inmanente del Capital, cuya naturaleza "transnacional" ignora, por definicin, las fronteras del Estado-Nacin. Por otro lado, las nuevas identificaciones tnicas "fundamentalisttas" suponen una especie de "de-sublimacin", un proceso dedisolucin de esta precaria unidad de la "economa nacional" en sus dos componentes: la funcin transnacional del mercado

    y la relacin con la Cosa tnica. Un hecho menor, pero revelador, de este gradual "desvanecimiento" del Estado-Nacin esla lenta propagacin, en los Estados Unidos y en otros pasesoccidentales, de la obscena institucin de las crceles privadas : el ejer cicio de lo que debera ser monopolio del Estado (laviolencia fsica y la coercin) se convierte en objeto de un contrato entre el Estado y una empresa privada, que, con nimo de

    lucro, ejercer coercin sobre las personas (estamos sencillamente ante el fin del monopolio de la violencia que, segnWeber, es la caracterstica definitoria del Estado moderno).

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    La tolerancia r epresiva del multicultur alismo

    En nuestra era de capitalismo global, cul es, entonces, larelacin entre el universo del Capital y la forma Estado-Nacin? "Auto-colonizacin", quizs sea la mejor manera decalificarla: con la propagacin directamente multinacional delCapital, ha quedado superada la tradicional oposicin entremetrpoli y colonia; la empresa global, por as decir, cort el

    cordn umbilical con su madre-patria y trata ahora a su pasde origen igual que cualquier otro territorio por colonizar.Esto es lo que tanto molesta a los patriticos populistas dederechas, desde Le Pen a Buchanan: las nuevas multinacionales no hacen distingos entre las poblaciones de origen, deFrancia o EE.UU., y las de Mxico, Brasil o Taiwan. Tras laetapa del capitalismo nacional, con su proyeccin intemacio

    nalista/colonialista, el cambio auto-referencial del actual capitalismo global, no puede interpretarse como una suerte dejusticia potica, una especie de " negacin de la negacin" ? Enun principio (un principio ideal, claro est), el capitalismo sequedaba en los confines del Estado-Nacin, y haca algo de

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    comercio internacional (intercambios entre Estados-Nacinsoberanos); vino despus la fase de la colonizacin, en la queel pas colonizador someta y explotaba (econmica, poltica yculturalmente) al pas colonizado; la culminacin de este proceso es la actual paradoja de la colonizacin: slo quedancolonias y desapar ecieron los pases colonizadores; el Estado-Nacin ya no encama el poder colonial, lo hace la empresa

    global. Con el tiempo, acabaremos todos no ya slo vistiendocamisetas de la marca Banana Republic, sino viviendo enrepblicas bananeras.

    La forma ideolgica ideal de este capitalismo global es elmulticulturalismo: esa actitud que, desde una hueca posicin global, trata todas y cada una de las culturas locales de lamanera en que el colonizador suele tratar a sus colonizados:

    "autctonos" cuyas costumbres hay que conocer y "respetar".La relacin entre el viejo colonialismo imperialista y la actualauto-colonizacin del capitalismo global es exactamente lamisma que la que existe entre el imperialismo cultural occidental y el multiculturalismo, Al igual que el capitalismo global supone la paradoja de la colonizacin sin Estado-Nacin colonizador, el multiculturalismo promueve la eurocntrica

    distancia y/o respeto hacia las culturas locales no-europeas.Esto es, el multiculturalismo es una forma inconfesada, invertida, auto-referencial de racismo, un "racismo que mantienelas distancias": "respeta" la identidad del Otro, lo concibecomo una comunidad "autntica" y cerrada en s misma respecto de la cul l, el multicultur alista, mantiene una distanciaasentada sobre el privilegio de su posicin universal. El mul

    ticulturalismo es un racismo que ha vaciado su propia posicin de todo contenido positivo (el multiculturalista no esdirectamente racista, por cuanto no contrapone al Otro losvaloresparticulares de su cultura), pero, no obstante, mantiene su posicin en cuanto privilegiadopunto hueco de univer-

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    La tolerancia represiva del multiculturalismo

    salidaddesde el que se puede apreciar (o despreciar) las otrasculturas. El r espeto multicultural por la especificidad del Otrono es sino la afirmacin de la propia superioridad.

    Y, qu decir del contra-argumento ms bien evidente queafirma que la neutralidad del multiculturalista es falsa por cuanto antepone tcitamente el contenido eurocntrico? Esterazonamiento es correcto, pero por una razn equivocada. Elfundamento cultural o las races sobre los que se asienta la posicin universal multiculturalista no son su "verdad", unaverdad oculta bajo la mscara de la universalidad ("el universalismo multicultural es en realidad eurocntrico..." ), sino msbien lo contrario: la idea de unas supuestas races particularesno es sino una pantalla fantasmtica que esconde el hecho deque el sujeto ya est completamente "desenraizado", que suverdadera posicin es el vaco de la universalidad.Recordemos el ejemplo citado por Darian Leader del hombre que va a un restaurante con su ligue y dirigindose alcamarero pide no "Una mesa para dos!" sino "Una habitacin para dos!". Quiz, la clsica explicacin freudiana("Claro!, ya est pensando en la noche de sexo, programadapara despus de la cena...") no sea acertada: la intrusin de la soterrada fantasa sexual es, ms bien, la pantalla que sirve dedefensa frente a una pulsin oral que paia l reviste ms pesoque el sexo.9La inversin reflejada en esta ancdota ha sidoescenificada con acierto en un spotpublicitario alemn de loshelados Magnum. Primero vemos a una pareja de jvenes declase obrera abrazndose con pasin; deciden hacer el amor yla chica manda al chico a comprar un preservativo en un bai'

    junto a la playa. El chico entra en el bar, se sita ante la mquina expendedora de preservativos pero de pronto descubre,junto a sta, otra de helados Magnum. Se rasca los bolsillos ysaca una nica moneda, con la que slo puede comprar o elpreservativo o el helado. Tras un momento de duda desespe

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    ranzada, lo volvemos a ver lamiendo con fruicin el helado; yaparece el rtulo: "A veces no hay que desviarse de lo prioritario!". Resulta evidente la connotacin flica del helado: en el ltimo plano, cuando el joven lame el helado, sus movimientos rpidos evocan una intensa felacin; la invitacin a noinvertir las propias prior idades tiene as tambin una clara lectura sexual: mejor una experiencia casi homoertica de sexo

    oral que una convencional experiencia heterosexual...En su anlisis de la revolucin francesa de 1848 (enLa luchade clases en Francia), Marx presenta un ejemplo parecido dedoble engao: el Partido del Orden que asumi el poder despus de la revolucin apoyaba pblicamente la Repblica,pero, en secreto, crea en la restauracin; aprovechaba cualquier ocasin para mofarse de los ritos republicanos y para

    manifestar "de qu parte estaba". La paradoja, sin embargo,estaba en que la verdad de sus acciones radicaba en esa formaexterna de la que en privado se burlaba: esa forma republicana no era una mera apariencia exterior bajo la cual acechabaun sentimiento monrquico, sino que su inconfesado apegomonrquico fue lo que les permiti llevar a cabo su efectiva funcin histrica: instaurar la ley y el orden republicanos y

    burgueses. Marx recuerda cmo los integrantes del Partido delOrden se regocijaban con sus monrquicos "despistes verbales" contra la Repblica (hablando, por ejemplo, de Franciacomo un Reino, etc,): esos "despistes" venan a articular lasilusiones fantasmticas que hacan de pantalla con la queesconder ante sus ojos la realidad social de lo que estaba ocurriendo en a superficie.

    Mutatis mutandis, lo mismo cabe decir del capitalista que seaferra a una determinada tradicin cultural por considerarla larazn secreta del xito (como esos ejecutivos japoneses quecelebran la ceremonia del t y siguen el cdigo del bushido o,inversamente, el periodista occidental que escudria el ntimo

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    secreto del xito japons): este referirse a una frmula cultural particular es una pantalla para el anonimato universal delCapital. Lo verdaderamente terrorfico no est en el contenidoespecfico oculto bajo la universalidad del Capital global, sinoms bien en que el Capital es efectivamente una mquina global annima que sigue ciegamente su curso, sin ningn AgenteSecreto que la anime. El horror no es el espectro (particular

    viviente) dentro de la mquina (universal muerto), sino que lamisma mquina (universal muerto) est en el corazn de cadaespectro (particular viviente).

    Se concluye, por tanto, que el problema del imperante multi-culturalismo radica en que proporciona la forma (la coexistencia hbrida de distintos mundos de vida cultural) que sucontrario (la contundente presencia del capitalismo en cuanto

    sistema mundial global) asume para manifestarse: el multi-culturalismo es la demostracin de la homogeneizacin sinprecedentes del mundo actual. Puesto que el horizonte de laimaginacin social ya no permite cultivar la idea de una futura superacin del capitalismo -ya que, por as decir, todosaceptamos tcitamente que el capitalismo est aqpara quedarse-, es como si la energa crtica hubiese encontrado una

    vlvula de escape sustitutoria, un exutorio, en la lucha por lasdiferencias culturales, una lucha que deja intacta la homogeneidad de base del sistema capitalista mundial. El precio queacarrea esta despolitizacin de la economa es que la esferamisma de la poltica, en cierto modo, se despolitiza: la verdadera lucha poltica se transforma en una batalla cultural por elreconocimiento de las identidades marginales y por la toleran

    cia con las diferencias. No sorprende, entonces, que la tolerancia de los multiculturalistas liberales quede atrapada en uncrculo vicioso que simultneamente concede demasiado ydemasiado poco a la especificidad cultural del Otro:

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    -Por un lado, el multiculturalista liberal tolera al Otro mientras no sea un Otro r e a l sino el Otro asptico del saber ecolgico premodemo, el de los ritos fascinantes, etc.; pero tanpronto como tiene que vrselas con el Otro r e a l (el de la ablacin, el de las mujeres veladas, el de la tortura hasta la muerte del enemigo...), con la manera en que el Otro regula la especificidad de sujou issance, se acaba la tolerancia. Resulta sig

    nificativo que el mismo multiculturalista que se opone por principio al eurocentrismo, se oponga tambin a la pena demuerte, descalificndola como rmora de un primitivo y brbaro sentido de la venganza: precisamente entonces, queda aldescubierto su eurocentrismo (su condena de la pena de muerte es rigurosamente "eurocntrica", ya que la argumenta en trminos de la idea liberal de la dignidad y del sufrimiento

    humanos y depende del esquema evolucionista segn el cuallas sociedades se desarrollan histricamente desde la primitiva violencia hacia la moderna tolerancia y consiguiente superacin del principio de la venganza);

    -Por otro lado, el multiculturalista liberal puede llegar a tolerar las ms brutales violaciones de los derechos humanos o,cuando menos, no acabar de condenar las por temor a imponer

    as sus propios valores al Otro. Recuerdo, cuando era joven,esos estudiantes maostas que predicaban y practicaban "larevolucin sexual": cuando alguien les haca notar que la Revolucin Cultural promova entre los chinos una actitudextremadamente represiva" respecto a la sexualidad, respondan de inmediato que la sexualidad tena una relevanciamuy distinta en su mundo y que no debamos imponerles

    nuestros criterios sobre lo que es o no "represivo": la actitudde los chinos hacia la sexualidad era "represiva slo desdeunos criterios occidentales... No encontramos hoy actitudessemejantes cuando los multiculturalistas desaconsejan imponer al Otro nuestras eurocntricas ideas sobre los derechos

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    humanos? Es ms, no es esta falsa "tolerancia" a la que recurren los portavoces del capital multinacional para legitimar suprincipio de "los negocios son lo primero"?

    La cuestin fundamental es entender cmo se complementanestos dos excesos, el demasiado y el demasiado poco . Si laprimera actitud no consigue entender la especficajouissancecultural que incluso una "vctima puede encontrar en una

    prctica propia de su cultura que a nosotros nos resulta cruely brbara (las vctimas de la ablacin a menudo la consideranuna manera de recuperar su dignidad como mujeres), la segunda, no consigue entender que el Otro puede estar ntimamentedividido, es decir, que lejos de identificarse llanamente con sus costumbres, puede querer alejarse de ellas y rebelarse:entonces la idea "occidental" de los derechos humanos uni

    versales bien podra ayudar a catalizar una autntica protestacontra las imposiciones de su cultura. No existe, en otras palabras. una justa medida entre el "demasiado" y el "demasiadopoco". Cuando el multicultur alista responde a nuestras cr ticascon desesperacin: "Cualquier cosa que haga es equivocada: osoy demasiado tolerante con las injusticias que padece el Otro,o le impongo mis valores. Entonces, qu quieres que haga?",

    debemos responderle: "Nada! Mientras sigas aferrado a tusfalsos presupuestos, no puedes efectivamente hacer nada!". Elmulticulturalista liberal no consigue comprender que cada unade las dos culturas activas en esta "comunicacin" es prisionera de un antagonismo ntimo que le impide llegar a ser plenamente "s misma" -que la nica comunicacin autntica esla de "la solidar idad en la lucha comn" , cuando descubr o que

    el atolladero en el que estoy es tambin el atolladero en el queest el Otro. Significa esto que la solucin est en admitir elcarcter "hbrido" de toda identidad?

    Resulta fcil alabar la naturaleza hbrida del sujeto mi