En Memoria de Susana Rotker - Por Tomás Eloy Martínez

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En memoria de Susana Rotker

Por Toms Eloy MartnezParaLa NacinViernes 22 de diciembre de 2000 |Publicado en edicin impresaCompartirHIGHLAND PARK, N. Jersey.- Hacia las cuatro de la tarde, el 27 de noviembre pasado, Susana Rotker y yo nos sentamos en su escritorio a discutir algunas de las ideas que ella acababa de agregar a su ensayo "Ciudades escritas por la violencia". Hacamos lo mismo desde 1979, cuando nos conocimos. Cada vez que alguno de los dos necesitaba sentir la resonancia de sus ideas en otro ser, nos leamos en alta voz, con cierto aire de desafo y tambin con la esperanza de que el otro asintiera y dijera: "S, qu bien, cmo me habra gustado escribir eso". No s cuntas veces le repet la frase aquella tarde. Haba -hay- reflexiones notables en ese ensayo que estudia el miedo y la impune violencia de las ciudades como fenmenos que crecen y alcanzan a todos. "Es el reino de la fatalidad -escriba Susana hacia la mitad del texto-: no se acusa a nadie y al mismo tiempo se acusa a la sociedad entera." Su inteligencia era como una luz: se mova en todas direcciones, con una intensidad que jams declinaba, y era maravilloso tocar esa luz, porque desprenda calor, y felicidad, y fuerza: pocas luces podan llegar tan hondo con tan pocas palabras. El lenguaje no sirve para expresar las sensaciones de miedo, deca Susana. El miedo es tan inexpresable como el dolor. O esa misma frase infinitas veces, durante los infinitos das que siguieron.

"No viene nadie"Algunos profesores de la Universidad de Rutgers -donde ambos trabajbamos- nos haban invitado a ir aquella tarde del 27 de noviembre a un encuentro profesional en Piscataway, cinco kilmetros al oeste de donde vivamos. Ninguno de los dos tena ganas de hacerlo. Yo estaba por terminar otro captulo de una novela en la que ya llevo muchos meses de retraso y al da siguiente deba viajar a Mxico para participar del Foro Iberoamericano organizado por Vicente Fox, Carlos Fuentes y el empresario argentino Ricardo Esteves. Susana, a su vez, tena que corregir la versin en ingls de su libroCautivas, revisar los trabajos de tres estudiantes cuyas tesis doctorales estaba dirigiendo y decidir cundo y con quines hara la primera conferencia del Centro de Estudios Hemisfricos, la institucin ambiciosa que haba fundado en Guadalajara, Mxico, para que los creadores e investigadores del continente pudieran terminar sus obras sin apremios ni distracciones.Al final fuimos, por inercia. El estacionamiento de la casa estaba lleno y debimos dejar nuestro automvil enfrente, al otro lado de una calle de doble circulacin en la que los accidentes rutinarios -deslizamientos en el hielo, choques sin consecuencia- se cuentan por los dedos de las manos. Omos un par de discursos y a eso de las siete y media, luego de cambiar miradas cmplices desde lejos, empezamos a despedirnos. La o decir: "No hay tiempo. Tengo tanto trabajo por hacer!" Salimos, tomados de la mano. Haca fro. La noche era espesa, hmeda, y la raya temblorosa de un avin atravesaba el cielo. "No viene nadie -dijo Susana-. Qu te parece? Cruzamos ahora la calle?" La conoc en 1979 -ya lo he dicho-, cuando organizaba la redaccin deEl Diariode Caracas. Pregunt quin era el mejor crtico de cine de Venezuela, y en todas partes me dijeron, sin vacilacin alguna: "Susana Rotker. No te va a ser fcil llevarla a un peridico nuevo". No lo fue, es verdad. Susana era demasiado joven, tena un xito inmenso con la columna que publicaba todos los das en el diarioEl Nacional, y su belleza cortaba la respiracin. Despus supe que se crea fea y sin gracia, que dudaba de su talento, que amaba las grandes causas pero no se crea capaz de encabezar ninguna.

Ejercicio de reflexinContra lo que suponan los dems, todo desafo nuevo la entusiasmaba. A veces, ciertosfaits divers-como llaman los franceses a las crnicas policiales- disparaban su imaginacin y escriba sobre ellos crnicas esplndidas, conmovedoras. A uno de esos hechos alude enigmticamente en el primer captulo deCautivas: una mujer quemada viva por un marido fantico e intolerante en Maracaibo. Despus, cuando ambos fuimos a Washington y ella complet su doctorado en literatura en la Universidad de Maryland, la densidad y el incendio de su inteligencia crecieron da tras da, de manera casi visible, tctil. A partir de las crnicas norteamericanas de Jos Mart emprendi un ejercicio de reflexin sobre el nacimiento del escritor profesional y sobre los cruces entre literatura y periodismo que iban ms all de todo lo que se haba escrito hasta entonces. Siempre admir su mtodo de trabajo: rumiaba durante semanas un tema y lo sacaba afuera luego de golpe, en un da o dos. Ms de una vez la vi entrar en su escritorio a las tres de la tarde y salir de l a las tres de la maana con cincuenta pginas impecables, que fluan como el agua.Yo soy lentsimo, en cambio: rara vez voy ms all de una pgina o dos por da, con resultados inferiores. Si no la hubiera tenido a mi lado, las tres novelas que publiqu a partir de 1985 no seran lo que son. Ella salv a mi imaginacin de los naufragios en que sucumbe a veces, cuando navego entre la verosimilitud y la exageracin, y me dio la ternura que haca falta para no desfallecer en esa empresa de Ssifo que es la escritura de cualquier novela, valga o no valga la pena. Cmo bamos a suponer que yo estara condenado a exponer alguna vez estas triviales intimidades? Todo texto es fatalmente autobiogrfico, pero las columnas de prensa no tienen por qu convertirse en un confesonario. Si traiciono esa ley de hierro es porque no me perdonara jams seguir adelante sin decir a los cuatro vientos todo lo que le debo. Y, a la vez, yo ya no soy el yo que fui hasta hace pocas semanas. Soy ese yo menos ella, y an desconozco el vasto significado de todo eso.

Buenos Aires y despusDejamos la Universidad de Maryland en 1987. Yo quera regresar a la Argentina a cualquier precio, y tal vez nunca me perdone todo lo que ella tuvo que pagar por esa obstinacin: padeci tres golpes militares, una hiperinflacin de locura, el comienzo de la desocupacin y de la inseguridad. En ese clima educamos a nuestra hija, que lleg a Buenos Aires cuando tena seis meses y se march a los cinco aos.A partir de 1991, Susana recibi tantos ofrecimientos para trabajar en los Estados Unidos que me pareci injusto seguir atndola a mi destino. Hice al revs: me un yo al de ella, y as nos fue mejor. Ambos nos hicimos argentinos y venezolanos y colombianos y brasileos en una tierra de nadie donde se puede ser todo y nada a la vez. En los ltimos tiempos, su talento haba crecido a ritmo de vrtigo sin que ella se diera cuenta de lo lejos que haba llegado. Escriba incansablemente sobre la violencia, sobre la pobreza, sobre las idas y vueltas del pensamiento latinoamericano con una intensidad en la que pona todo el ser. A fines de octubre la invitaron a Harvard. He recibido decenas de cartas de quienes la oyeron. Me dicen que por la firmeza de su posicin tica y por la fuerza de gravedad de su inteligencia, todos queran tenerla all. No s si habra ido. Ambos ramos felices en Rutgers: ambos ramos cada da un poco ms felices, si eso es posible.

Cuando empezamos a cruzar la calle, aquel fatdico 27 de noviembre, sent que algo la arrancaba de mi mano y me golpeaba a m en los brazos y las piernas. Despert sobre la lnea amarilla que divide la calzada, desconcertado, entre automviles que pasaban raudos o se detenan bruscamente. Imagin que ella estaba al otro lado, a salvo. Luego, o chirriar unas ruedas, corr como pude, y descubr su cuerpo hecho pedazos. La imagen de sus ojos abiertos y de su sonrisa de otro mundo me siguen por todas partes, a todas horas. En el instante en que la vi, sent que la perda. Habra dado todo lo que soy y lo que tengo por estar en su lugar. Me habra gustado verla envejecer. Habra querido que ella me viera morir.