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crítica de cine
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En una tierra media equidistante tanto de lo que un día pudo ser el jardín del Edén como del
infierno en que ha dado en tornarse el continente europeo, es donde viene a actualizarse la
eterna tragedia de la pasión y el pecado, del martirio y la gloria. Ahí en la isla de Irlanda entre
magníficos farallones que se alzan cual invulnerables baluartes frente a las brutales
embestidas de la mar y desde los cuales cabe contemplarse en toda su majestad la inmensidad
del océano en los días claros, ahí al pie de enhiestos promontorios coronados de intrincadas
cresterías sobre las que lentamente se cierne el purísimo manto de las nieblas como si fueran
extendidas por la mismísima mano del buen dios, en esta isla de larguísimas playas
transparentes y virginales, en este soberbio paraje natural que evoca los primeros instantes de
la creación orlada de la pureza del mundo cuando aún era inocente y niño, es donde el pecado
obrará su torva y pérfida labor de zapa sobre todos y cada uno de los personajes de esta
memorable película, a excepción del inocente Michael en cuya alma blindada de inocencia no
podrá inocular la ponzoña de su perversidad, aunque si clavar el aguijón del dolor y el
sufrimiento. Y es que en esta isla en la que aún parece revivir la creación primigenia, es el
pecado original el que reina como en todos y cada uno de los lugares de la sufriente tierra, y su
pavorosa acción trastornará hasta la convulsión absoluta las vidas de todos ellos desde el
inocente los soñadores y el hombre de la fe, hasta los más poseídos por la ceguera del pecado
y las obras del mundo.
EL INOCENTE
Michael el cabello a trasquilones y la pierna derecha pata palo, ojos abiertos como platos en
expresión alucinada o por el contrario forzando el guiño de una inteligencia impotente en su
inútil afán de comprender, se hace patente ante nosotros como efigie del sagrado y santo loco
tributario en algunas culturas del máximo respeto y consideración del que son merecedores
aquellos a los que se piensa en algún punto de contacto con la divinidad. Pero en esta
paupérrima isla del extremo occidente la veneración mostrada a los deficientes mentales y
dementes en general en distantes pueblos, se ha venido a trocar en el desprecio e irrisión que
le dedican los embrutecidos habitantes de la miserable aldea, o la incomprensión entreverada
de miedo que ante su presencia asalta a la mismísima Roxy Ryan. Pero la erosión que la
mordedura del pecado obrará en el alma dormida y confusa de Michael apenas traspasará la
corteza externa que envuelve el corazón de su ensoñado existir, para derramarse con la fuerza
arrolladora de todo el sonido y la furia que la acompaña en los derredores de su ser íntimo, sin
contaminar ni en un ápice la entraña de su inocencia acorazada. Así los lugareños arrojarán
sobre él los venablos de su mofa y su befa y le arrebatarán su preciada langosta para acabar
jugando la balompié con la misma. De la misma forma un ser próximo a él Roxy le escupe en la
cara todo su desprecio cuando en la cima de su rapto amoroso hacia ella arranca una pata de
su preciada langosta y se la regala. Es poco lo que puede hacer el mal del mundo contra un ser
que como elegido encuentra su morada en el seno turbulento y liberador de la espléndida y
salvaje naturaleza de una isla que si bien misérrima es bendecida por el divino don de un
medio natural al que huyen todos los seres marcados por su resistencia al pecado y su afán por
el hallazgo de un mundo mejor. Así justo al comienzo Roxy en su diario periplo por los parajes
más bellos del entorno, ve como la bella sombrilla que le regaló su padre se precipita desde el
borde del acantilado en que se encuentra ensoñando, para venir a caer en manos del padre
Hugh y Michael que al igual que ella se hallan gozando de la bienhechora caricia del aire fresco
y del sabor y olor del mar en unas barquichuelas de las que hacen uso para pescar. Esta
pérdida momentánea y recuperación de la sombrilla es lo que aproxima y tiende un vínculo
entre estos personajes atravesados todos ellos por la necesidad de salir de la aldea y
rencontrarse a sí mismos en el seno del medio natural. También en el centro de la bellísima
playa y captados desde una lejanísima panorámica vienen a encontrarse el maestro
Oshaughnessy y Roxy Ryan ambos seres pertenecientes al reino de esta soberbia naturaleza
donde al igual que Michael y el padre Hugh encuentran consuelo y perdón. O el atormentado y
sufriente mayor Dorian buscando la paz en sus paseos a caballo, o en los brazos de su amada
Roxy en una pasión amorosa sublime celebrada en el altar mayor del templo de una naturaleza
pura y virginal que se transfigura al son de de los raptos amorosos y excelsos climas de pasión
que es capaz de trastocar en tremendo impulso misterioso de carácter orgánico o de origen
cósmico todo el ser natural circundante a los amantes en alucinada revelación del
acompasarse enigmático entre los impulsos hacia el amor y el bien y la ensoñación y la fe y la
loca inocencia y el devenir cósmico. Por último está ese reencuentro final en la playa entre el
inocente y su trasunto o figura paralela pese a las paradójicas apariencias, del mayor Dorian
andando al unísono ambos en su arrastrar sus patas palos, hasta concluir en la revelación de
Michael a su secreta y convergente figura, de el lugar donde oculta los explosivos y municiones
que en un acto supremo de heroísmo y desesperación el mayor detonará para acabar con su
vida.