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PRIMER CURSO: EL ARTE DE PENSAR Y VIVIR CREATIVAMENTE Primera Parte: Las doce fases del desarrollo personal LECCIÓN 2ª DESCUBRIMIENTO DE LAS EXPERIENCIAS REVERSIBLES Y EL ENCUENTRO EXPERTO UNIVERSITARIO EN CREATIVIDAD Y VALORES Escuela de Pensamiento y Creatividad Escuela de Pensamiento y Creatividad www.escueladepensamientoycreatividad.org/online Cuando se declama un poema ¿quién juega un papel más importante: el poema o el declamador? El hecho de que los seres humanos tengamos una condición individual y seamos, por tanto, diferentes unos de otros ¿indica que estamos necesariamen- te solos? ¿Qué es exactamente el encuentro? - ¿Mera vecindad? - ¿Comunicación afectiva? - ¿Creación de un estado de comprensión, ayuda y enriquecimiento mutuo? ¿Qué significa la unión de intimidad? - ¿Mera fusión? - ¿Participación en un mismo campo de juego?

ENCUENTRO

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Lopez Quintas habla de los ambitos y del encuentro

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PRIMER CURSO: EL ARTE DE PENSAR Y VIVIR CREATIVAMENTE

Primera Parte: Las doce fases del desarrollo personal

LECCIÓN 2ª

DESCUBRIMIENTO DE LAS EXPERIENCIAS REVERSIBLES Y EL ENCUENTRO

E X P E R T O U N I V E R S I T A R I O E N C R E A T I V I D A D Y V A L O R E SEscuela de Pensamiento y Creat ividad

E s c u e l a d e P e n s a m i e n t o y C r e a t i v i d a d • w w w. e s c u e l a d e p e n s a m i e n t o y c r e a t i v i d a d . o r g / o n l i n e

Cuando se declama un poema ¿quién juega un papel más importante: el

poema o el declamador?

El hecho de que los seres humanos tengamos una condición individual y

seamos, por tanto, diferentes unos de otros ¿indica que estamos necesariamen-

te solos?

¿Qué es exactamente el encuentro?

- ¿Mera vecindad?- ¿Comunicación afectiva?- ¿Creación de un estado de comprensión, ayuda y enriquecimiento mutuo?

¿Qué significa la unión de intimidad?

- ¿Mera fusión?- ¿Participación en un mismo campo de juego?

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Tabla de contenido

Ejercicio de búsqueda creativa 3

Ejercicios de perfeccionamiento 11

Ejercicios de reflexión y análisis 15

Sinopsis 17

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Hemos dedicado la lección anterior a familiarizarnos con el concepto de "ámbito" porque ello nos permite realizar ahora un descubrimiento sorprendente: hay realidades en nuestro entorno que nos ofrecen posibilidades para actuar de modo creativo. Si asumimos activamente estas posibilidades, vivimos una expe-riencia reversible, es decir, de doble dirección; por ejemplo, yo declamo un poema y le doy vida, y él me da la inspiración y el impulso para ello. Veamos de cerca esta experiencia.

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Ejercicio de búsqueda creativa

1. El descubrimiento de las experiencias reversibles

Alguien me habla de un poema que figura en un libro. Es para mí algo que está ahí. Sé que es una obra literaria, pero no me preocupo de asumir las posibilidades que me ofrece y darle vida; la to-mo como una realidad más de mi entorno, y queda situada en mi mente al lado de las mesas, las plu-mas, el ordenador, los libros... El poema lo considero en este momento casi como un objeto, una rea-lidad que se halla en mi entorno pero no se relaciona conmigo activamente, ni yo con él. Está a mi lado, pero alejado, al modo de las realidades cerradas u objetos. Mas un día abro el libro y aprendo el poema de memoria, “de corazón” -como dicen expresivamente los franceses e ingleses-, es decir, asumo activamente las posibilidades estéticas que alberga y lo declamo creativamente, dándole el tipo de vida que el autor quiso otorgarle. En ese momento, el poema actúa sobre mí, me nutre espiritual-mente, y yo lo configuro a él, le doy el ritmo debido, le otorgo vibración humana, lo doto de un cuer-po sonoro. Esa experiencia de declamación no es meramente “lineal”; no actúo yo solo en ella. Es una experiencia reversible, bidireccional, porque ambos nos influimos mutuamente: el poema influye sobre mí y yo sobre el poema. En esta experiencia no hay sólo una acción y una reacción. Se da una “apelación” –por parte del poema- y una “respuesta” por mi parte, como declamador. Ambas, res-puesta y apelación, tienen un carácter abierto, creativo. Nos hallamos en el nivel 2.

Antes de entrar en relación con el poema, éste era distinto de mí, distante, externo, extraño, ajeno. Al asumir sus posibilidades estéticas y declamarlo, se me vuelve íntimo -sin dejar de ser distinto- pues nada nos es más íntimo que aquello que nos impulsa a actuar y da sentido a nuestra actividad. De esta forma, el poema deja de estar fuera de mí, en un lugar exterior a mí. Él y yo formamos un mis-mo campo de juego. En eso consiste ser íntimos. La unión de intimidad sólo es posible en el nivel 2, el de la creatividad. Esta transformación de lo externo, extraño y ajeno en íntimo da lugar a una forma emi-nente de unión. Ningún tipo de unión con un objeto alcanza el carácter entrañable que adquirimos al formar un campo de juego con una realidad abierta, que nos ofrece posibilidades creativas. Seguimos el camino de transformaciones iniciado en la lección anterior.

Al asumir fielmente las posibilidades que me ofrece un poema, me atengo a él, le soy fiel, lo tomo como una norma que me guía, y justamente entonces me siento inmensamente libre, libre para crearlo de nuevo, darle vida, llevarlo a su máximo grado de expresividad. Fijémonos qué modo tan fecundo de transformación y liberación se opera aquí: libertad* y norma son entendidas de modo tan pro-fundo que dejan de oponerse entre sí para pasar a complementarse. En el nivel 2, la libertad que cuen-ta es la libertad creativa. La norma que nos interesa es la que procede de alguien que no tiene mando pero sí autoridad, es decir, capacidad de promocionar nuestra vida en algún aspecto. (Como sabemos, el vocablo “autoridad” procede del verbo latino “augere”, que significa promocionar, enriquecer. De él proceden los términos “auctor” -autor- y “auctoritas” -autoridad-).

Un declamador literario, un intérprete musical, un actor de teatro... se sienten tanto más libres cuanto más fieles son a los textos y a las partituras. Cuando actuamos creativamente, es decir, cuando asumimos de forma activa las posibilidades que nos da una obra -literaria, musical, coreográfica, tea-tral...- convertimos el dilema “libertad-norma” en un contraste enriquecedor. La relación sumisa de la libertad con la norma se transforma en una relación de liberación y enriquecimiento: la norma, asumida como una fuente fecunda de posibilidades, me libera del apego a mi capricho, a mi afán de hacer sólo lo que me apetece. Amengua, con ello, mi libertad de maniobra pero incrementa mi libertad interior o liber-

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tad creativa, libertad para crecer como persona asumiendo normas enriquecedoras y creando modos cada vez más valiosos de unión con el entorno.

Notémoslo bien. Cuando convertimos el poema en una voz interior nuestra, creamos con él una forma de unión estrechísima. Seguimos siendo distintos, pero ya no estamos el uno fuera del otro. Nuestros destinos se han unido, de modo que el poema vive en cuanto nosotros le damos vida, y nosotros nos desarrollamos en el aspecto cultural en cuanto este poema –y otras obras de calidad afin– nos ofrece el tesoro de sabiduría y belleza que alberga.

Estas fecundas experiencias reversibles o bidireccionales sólo podemos realizarlas con realida-des que no son objetos –seres cerrados en sí, nivel 1– sino “ámbitos” –realidades abiertas a quien de-see asumir las posibilidades que le ofrecen, nivel 2–. De ahí que, si queremos enriquecer nuestra vida y desarrollarnos como personas, debemos respetar los ámbitos en lo que son y en lo que están llamados a ser -sin reducirlos nunca a meros objetos-, y convertir en ámbitos el mayor número posible de obje-tos.

Uno de los momentos más emotivos de esa joya cinematográfica que es Ben Hur se produce

cuando el despiadado cónsul romano advierte que el galeote Judá Ben Hur –a quien había mantenido atado al remo nº 41– le acaba de salvar la vida, y le dice: “¿Cuál es tu nombre, 41?” No llamar a una per-sona por su nombre propio sino por el número del remo que debe mover mecánicamente supone una reducción violenta de su rango como ser humano. Al ver que ese hombre vejado no actuó con despe-cho antes le devolvió bien por mal, el altivo jefe da el salto del nivel de la prepotencia y el dominio -nivel 1- al de la creatividad y el respeto –nivel 2–. Como ahora desea crear con Judá Ben Hur una rela-ción de agradecimiento y amistad, el cónsul toma en consideración cuanto implica aquél como ser humano, y ese ámbito personal viene expresado por su nombre propio. El lugar que ocupaba el infor-tunado joven en la bodega de la galera servía para caracterizarlo de algún modo a efectos de control, pero era del todo insuficiente para designarlo como persona y salvaguardar su dignidad. Por eso, al querer tratarlo con respeto, estima y benevolencia, no le llama “41”; necesita llamarle por su nombre.

La fecundidad de las experiencias reversibles

Al darnos cuenta de que podemos realizar diariamente multitud de experiencias reversibles, adivinamos el tesoro que tenemos a mano todas las personas. Para asumir este tesoro e incorporarlo a nuestra existencia, nos basta cumplir una condición: respetar el modo de ser de cada realidad, verla en toda la complejidad que presenta y no reducirla a alguno de sus aspectos. Si actuamos con una actitud de respeto –que implica estima y voluntad de colaboración-, podemos establecer vínculos valiosísimos con los seres del entorno y desarrollar al máximo nuestra personalidad. Empezamos a vislumbrar que estamos pre-parando el descubrimiento de lo que es y significa para nosotros el encuentro. Cuando lo descubra-mos, veremos el sentido profundo de cuanto estamos llevando a cabo en estas dos primeras lecciones.

Al vivir experiencias reversibles y ahondar en la inmensa riqueza que encierran para nuestra vida, damos un salto de gigante hacia la madurez. Descubrimos -por analogía con lo sucedido al de-clamar el poema- que una norma procedente del exterior es distinta de nosotros -y, en principio, dis-tante, externa, ajena- pero puede hacérsenos íntima si intuimos que es acertada y fecunda y asumimos como criterio interior nuestro la orientación que ella nos marca. Así asumida y aceptada, esa norma no destruye nuestra libertad creativa; la hace posible. Al ver salvaguardada nuestra auténtica libertad, po-demos lanzarnos a vivir con entusiasmo una existencia fiel a normas y preceptos que se nos revelan como eficaces. Difícilmente caeremos, entonces, en la tentación de prescindir de toda norma por afán de regir nuestra conducta por criterios propios e incrementar, así, nuestra independencia y autonomía.

Observamos que, con sólo mirar de modo penetrante a nuestro alrededor, se nos abren en la vida grandes posibilidades de realización personal. Al precisar los distintos modos de realidad que

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existen y las actitudes que debemos adoptar respecto a ellos, ganamos luz para comprender aconteci-mientos significativos de nuestra vida. Así, acabamos de advertir que las formas de unión más estre-chas con las realidades que nos rodean –obras literarias y artísticas, personas, instituciones…- se lo-gran a través de experiencias reversibles, y éstas se dan entre ámbitos (nivel 2), no entre objetos (nivel 1). De ahí que para unirnos de verdad al entorno debemos cuidarnos de no reducir los ámbitos a ob-jetos sino, por el contrario, ver los objetos como ámbitos, sin perder de vista su dimensión de objeto. Una partitura tiene un rango superior al fajo de papel que le sirve de base expresiva, pero no prescin-de de él. Hemos de atender, pues, a ambas dimensiones de cada realidad e integrarlas.

Las experiencias reversibles se dan entre seres que integran dos niveles

Si deseamos crear formas personales de unión, debemos integrar los distintos modos de reali-dad que configuran nuestro ser y el ser de las personas a quienes nos dirigimos. Por ser corpóreo, ocupo un lugar en el espacio, puedo asir y ser asido, tengo sensibilidad... Por ser espiritual, soy capaz de amar y ser amado, respetar y ser respetado, elaborar proyectos y participar en otros que me sean ofrecidos, consagrar la vida a un ideal o vivir atenido a las sensaciones inmediatas. Al pertenecer a una misma persona, estas condiciones se hallan estrechamente vinculadas entre sí. La sensibilidad humana no es pura sensibilidad corpórea desconectada de la capacidad de amar, de establecer proyectos de vida. El amor, por su parte, no se mueve en un nivel exclusivamente espiritual; se refleja y expresa en gestos corpóreos. En el cuerpo humano vibra el espíritu. El espíritu se expresa en el cuerpo. Lo cor-póreo y lo espiritual se hallan internamente vinculados, es decir, integrados.

Al integrar diversos modos de realidad, se los enriquece, se les da su pleno sentido porque la

intervinculación incrementa sus posibilidades. Es una ley general que cada modo de realidad logra su perfección al vincularse de alguna forma a realidades que se hallan en un nivel superior.

Si no vinculamos las distintas vertientes de una misma realidad, por estimar que son dispares y ajenas, sometemos dicha realidad a un grave empobrecimiento. Queda ello patente en un diálogo de la obra de Jean Anouilh, Eurídice, cuyos protagonistas no logran captar el verdadero alcance de la caricia amorosa. En el mito de Orfeo se indica a éste que, si quiere retener consigo a su amada Eurídice, debe pasar una noche sin mirarla al rostro. La noche suele entenderse en el mito y la literatura como un período de prueba. La vista es el sentido más posesivo después del tacto; viene a ser una especie de tacto a distancia. El rostro significa el lugar donde una persona se hace presente de modo especial. Ese mito quiere indicarnos, a través de un sencillo relato, que para crear una relación estable y auténtica con una persona debemos renunciar a la voluntad de dominarla, y adoptar ante ella una actitud de respeto y colaboración. Muy ajena a esta forma de pensar, Eurídice sostiene con Orfeo, hacia el final de la noche, el siguiente diálogo:

Eurídice: “El día va a levantarse pronto, querido, y podrás mirarme...”Orfeo: “Sí. Hasta el fondo de tus ojos, de un golpe, como en el agua (...) Y que me quede allí, que me ahogue allí...”Eurídice: “Sí, querido”.Orfeo: “... ¡Es intolerable ser dos!”. "Estamos solos. ¿No crees que estamos demasiado solos?”Eurídice: “Apriétate fuerte contra mí”. “No hables más, no pienses más. Deja que tu mano se pasee sobre mí. Déjala que sea feliz sola. Todo volvería a ser tan sencillo si dejaras que tu mano sola me quisiera. Sin decir nada más”. Orfeo: “¿Crees que esto es a lo que llaman felicidad?”Eurídice: “Sí. Tu mano es feliz en este momento. Tu mano no me pide más que estar ahí, dócil y caliente bajo ella. No me pidas nada tú tampoco. Nos amamos, somos jóvenes; vivamos. Acepta ser feliz, por favor...”Orfeo: “No puedo”.Eurídice: “Acepta, si es que me amas”.Orfeo: “No puedo”.Eurídice: “Pues cállate, al menos”

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(Eurídice, en Teatro. Piezas Negras, Losada, Buenos Aires 41968, págs. 279-281; Eurydice (suivi de Romeo et Jeannette), La Table Ronde, París 1958, págs. 142-144).

Eurídice interpreta el tacto como una relación puramente sensible. Olvida que es toda la persona la que se hace presente al tocar, acción que, por ser personal, integra diversos niveles -el físico, el fisioló-gico, el psicológico-emotivo, el espiritual-creativo...-. Al acariciar a otra persona, puede uno quedarse preso en la mera impresión sensible, o atender además a la emoción psíquica que ello produce, o intentar incluso, en un nivel superior, crear una relación personal. Por ser capaz el tacto humano de conjuntar di-versos niveles de realidad, al saludar dando la mano no es una mano la que saluda a la otra; es una persona la que entra en relación creadora con otra persona. Si ésta corresponde al saludo, se crea un ámbito de convivencia entre ambas.

Por no verlo así y quedar confinados en el plano sensible, Eurídice y Orfeo piensan que los seres humanos somos organismos cerrados en sí mismos y nos sentimos incapaces de superar nuestra soledad. Este encapsulamiento hace imposible fundar relaciones auténticas de amor, forma de unidad que no se da sólo en el nivel de realidad biológico -nivel 1-, sino en el nivel personal –niveles 1 y 2-. Lo expresa dramáticamente Orfeo:

“... Es intolerable ser dos. Dos pieles, dos envoltorios impermeables alrededor de nosotros, cada uno para sí con su oxígeno, con su propia sangre, haga lo que haga, bien solo en su bolsa de piel. Uno se aprieta contra el otro (...) para salir un poco de esta espantosa soledad (...), pero pronto vuelve a encontrarse completamente solo (...)” (Eurídice, p. 280; Eurydice... ; p. 142). Es cierto que en el plano biológico los seres humanos estamos aislados. Aunque te quiera con

toda el alma, mi corazón no puede bombear tu sangre si sufres una enfermedad cardiaca. Pero el amor auténtico no se da propiamente en ese nivel, sino en el personal. Es fruto de una relación creati-va. Si no tengo voluntad de crear una relación personal contigo, mi organismo se centra en torno a mi yo y se vuelve inexpresivo respecto a ti. Te doy la mano con frialdad; te miro con aire lejano e indife-rente -actitud propia del nivel 1-. Parece, entonces, que mi piel me encierra en una insuperable sole-dad. En cambio, si toda mi persona se abre a la tuya para establecer una relación de amistad -nivel 2-, la piel se convierte en un lugar privilegiado de comunicación, desde el saludo rutinario hasta el beso íntimo. En esta forma de comunicación personal sigue jugando un papel destacado la sensibilidad, pero ésta no nos fusiona con las sensaciones táctiles; se hace -digamos así- transparente, para hacernos ver en tales sensaciones la presencia viva de la persona entera a la que nos unimos. Se integran, de esta forma, los niveles 1 y 2.

2. El encuentro personal, experiencia reversible entre personas

En las experiencias reversibles creamos modos de unidad entrañables con las realidades del en-torno –poemas, canciones, personas…- porque las vemos como ámbitos -realidades abiertas, “fuentes de posibilidades”-, no como simples objetos. Cuanto más relevante es la realidad que tratamos, tanto más valiosa es la unión que establecemos con ella si procedemos con respeto, estima y espíritu cola-borador. Nada hay más importante para nuestro desarrollo personal que conocer a fondo los diversos tipos de unidad que podemos crear con las realidades circundantes, pues nuestra madurez personal crece en medida directamente proporcional al rango que ostentan las realidades con las que nos uni-mos.

Distintos modos de unirnos al entorno

Analicemos diversos modos de unirnos a las realidades del entorno sobre la base de nuestra propia experiencia. Como personas, nos unimos constantemente a otras realidades, pero el modo de

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unión gana calidad a medida que nos vinculamos a seres más valiosos y perfeccionamos la actitud con que lo hacemos. O, dicho de modo más preciso: nuestra unión con las realidades del entorno se hace más ínti-ma a medida que nuestro intercambio de posibilidades es más fecundo. Veámoslo a través de varios ejemplos de la vida cotidiana.

1. Un objeto lo puedo manejar, utilizar, canjear... Lo que no puedo es crear con él una relación de intercambio en la que yo le ofrezca posibilidades y él me otorgue las suyas. Para crear dicha rela-ción, debo ver tal objeto como una fuente de posibilidades, y entonces ya no lo trato como un objeto sino como un ámbito. Esas posibilidades me las facilitan los objetos de modo más bien pasivo, en el sentido de que soy yo quien las tomo de ellos. Los bolígrafos, por ejemplo, son diseñados de tal forma que podamos servirnos de sus condiciones para escribir. Ellos no tienen más capacidad de iniciativa que ofrecer unas posibilidades.

2. Si comparamos el bolígrafo con una partitura musical, observamos que ésta se muestra más activa, tiene ya cierto poder de iniciativa. La partitura expresa una obra musical y ofrece, con ello, al intér-prete posibilidades de volver a crearla en un instrumento. Ella es la que manda; el intérprete le obedece. Mejor dicho: ella marca al intérprete el camino a seguir para dar vida a la obra, configura su acción, la inspira. El intérprete está atento a la menor indicación de la partitura, se esfuerza por penetrar en el espíritu de la obra que late en ella. Todo el que toca un instrumento sabe que en las partituras alienta una vida especial, de la que carecen cuando se las ve como un fajo de papel.

3. Algo semejante ocurre con el libro en el que se trascribe un poema. La letra impresa me invita a asumir el poema como propio, como una especie de voz interior que me permite darle vida. Esta posibilidad de apropiarme una realidad que es distinta de mí y convertirla en el impulso mismo de mi actividad, como declamador, no me la puede dar ningún objeto. Los objetos son, respecto a mí, distantes, externos, extraños, ajenos. Y lo serán siempre, a no ser que yo, de modo creativo, los tome como fuente de posibilidades que pueda asumir en algún proyecto vital mío y los incorpore a mi ámbito de vida. Con ello convierto en alguna medida dichos objetos en ámbitos. (Sobre las experien-cias de re-creación de un poema y una obra musical puede verse la obra de Alfonso L. Quintás: Inteligencia creativa, BAC, Madrid 1999, págs. 105-112, 118-120).

4. La capacidad de iniciativa que tienen la partitura y el libro en relación conmigo, cuando toco una pieza musical o leo un poema, es mucho menor que la que poseen este poema y esa pieza. El mo-do de realidad de éstos es superior a la de aquéllos. Por eso la relación que puedo crear con ellos -el poema y la obra musical- es mucho más íntima. El libro y la partitura me dan a conocer una obra literaria y musical, respectivamente. Me acercan a ella, pero con sólo acercarme no conozco la obra plenamente. Este conocimiento se da cuando asumo las posibilidades que me ofrece la obra y las convierto en el impulso de mi actividad como intérprete. Entonces, dicha obra se me torna íntima. El libro y la partitura me revelan la existencia de una obra desde fuera de mí. Los datos que me facilitan de ella son accesibles a todo el que conozca el lenguaje en que son comunicados. Sólo cuando convierto la obra en una voz interior, logro un conocimiento íntimo de la misma.

Mi conocimiento de la obra es “íntimo” porque ella y yo hemos fundado un campo de juego co-mún. El poema y la obra musical me han ofrecido sus posibilidades expresivas. Yo les he ofrecido mis posibilidades interpretativas. El entrelazamiento de ambos bloques de posibilidades constituye un juego creativo, en el que se origina una realidad inédita y valiosa: la obra en cuestión. Ésta no existe plenamente en el libro o en la partitura. Empieza a existir de verdad cuando los signos impresos -con su expresividad propia- entran en relación con una persona capaz de leer su mensaje y vibrar estéticamente con él. Las obras artísticas y literarias son el fruto de este entreveramiento de ámbi-tos.

5. En cuanto a poder de iniciativa, el ser humano se halla en un nivel superior al poema y a la obra musical. Éstos toman cierta iniciativa en cuanto nos marcan las pautas de nuestra actividad, deli-

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mitan los temas, deciden la forma de expresarlos, nos indican, incluso, cuándo erramos en nuestra interpretación y cuándo acertamos. Pero más iniciativa tuvieron los autores de la obra musical y del poema cuando se decidieron a crearlos, escogieron los temas, adoptaron un estilo, realizaron el esfuerzo de configurar mil y un elementos.

6. Esta capacidad de iniciativa es todavía más poderosa en la vida de interrelación personal. Como músico, puedo unirme íntimamente a una obra musical y llegar a tener una relación más estrecha con un compositor alejado de mí en espacio y tiempo que con el ayudante que me pasa las hojas de la partitura si no me une a él ningún lazo de amistad. Pero esta persona es capaz de dirigirse a mí, iniciar una relación de trato, crear conmigo vínculos de amistad, que pueden llegar a ser ínti-mos. La intimidad con una obra artística supone una forma de unión que nos enriquece y gratifica sobremanera. La intimidad con una persona es mucho más difícil de lograr y mantener precisa-mente porque las personas tenemos un poder de iniciativa mayor, ese poder que denominamos libertad. El encuentro interhumano es arriesgado, mas no por ello menos valioso que las formas de relación seguras, como son las artísticas; más bien, al contrario.

Nos unimos en la medida en que participamos

Si puedo unirme estrechamente -con cierta forma de intimidad- a un piano y una partitura, es porque ambos son objetos y ámbitos a la vez. Merced a esa doble condición, la partitura y el piano me ofrecen posibilidades de crear formas musicales y yo puedo asumirlas y realizarlas. Si fueran sólo ob-jetos, podría unirme a ellos externamente mediante el simple acto de tocarles. Pero esa unión sería muy pobre, nada creativa, pues se trataría de una relación tangencial y fugaz que no deja nada tras de sí por no dar lugar a una realidad valiosa.

Siempre que una persona se une creativamente con otra realidad -una persona, una obra artís-tica, un instrumento musical...-, es por haber visto en ella una oferta de posibilidades para actuar con sentido. Un piano, como mueble, no me invita a unirme a él en el plano artístico, pues no me ofrece ninguna posibilidad de crear formas musicales. Lo hace, en cambio, como instrumento, por ser capaz de darme posibilidades de producir sonidos y recibir las que yo le ofrezco de estructurar formas mu-sicales en su teclado. Si el piano está deteriorado, se reduce a mero mueble; puedo tocarlo externa-mente, pero no unirme a él interiormente, potenciando mis posibilidades con las suyas.

Por ser ámbitos de rango superior, las personas no sólo son capaces de ofrecer posibilidades y asumir las que les son otorgadas; pueden ser apeladas y responder a la apelación, y con tal respuesta ape-lar a su vez a quien las ha apelado. Tengo una preocupación y te pido ayuda. Tú respondes a mi invi-tación ofreciéndome tu capacidad de pensar, de expresarte, de razonar, de comprender situaciones y resolver problemas. Yo respondo a tu oferta de modo activo, poniendo en juego mis capacidades y ofreciéndotelas. Tú influyes sobre mí y yo sobre ti, y entre ambos ordenamos nuestras ideas, las clari-ficamos y entrevemos una salida a la cuestión propuesta. Esta colaboración fecunda supone el entre-tejimiento de nuestros ámbitos de vida, la creación de un campo de juego común que denominamos en-cuentro.

Encontrarse no se reduce a estar cerca -nivel 1-; supone entrar en juego para enriquecerse mu-tuamente -nivel 2-. En este campo de interacción operativa participamos el uno de la vida del otro, y compartimos nuestros gozos y nuestras penas, nuestros problemas y nuestros éxitos. En el ámbito del encuentro –nivel 2- se supera la escisión que se da en el nivel 1 entre el dentro y el fuera, el aquí y el allí, lo mío y lo tuyo.

Si adoptamos esta actitud lúdica, creativa, nuestra capacidad de asumir activamente las posibi-lidades que se nos ofrezcan y de otorgar las propias es insospechada. Con otra persona podemos compartir realidades materiales –objetos o cosas, utensilios, alimentos, tierras, casas, dinero...-, pero también afectos, anhelos, proyectos de todo orden, ideas e ideales... Con ello, nuestra capacidad de

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ensanchar los espacios interiores y ampliar el horizonte vital se incrementa sobremanera. Tal incre-mento da lugar a la posibilidad del encuentro, en sentido riguroso. Al elevarme al nivel en el que puede darse una relación de encuentro, doy un salto cualitativo en mi calidad de vida, porque promuevo no-tablemente mi actividad creativa, mi capacidad de relación con el entorno, de crear unidad con las rea-lidades circundantes.

Si tengo la preparación adecuada, puedo encontrarme –en sentido riguroso- con una obra musical o literaria, al asumir activamente las posibilidades de realización estética* que me ofrecen. Di-chas obras ponen a mi disposición su potencial expresivo. Al asumirlo, me enriquezco en medida di-rectamente proporcional a la riqueza del mismo. Este proceso enriquecedor lo consideramos justa-mente como valioso. Pero más valioso todavía debe parecernos la posibilidad de fundar con otra per-sona esa forma de unión que llamamos encuentro. Ese tipo de unión es tan elevado que supera de raíz la soledad.

La superación de la soledad

Ciertos escritores –filósofos, como Ortega y Gasset; dramaturgos, como Jean Anouilh- subra-yaron en distintas ocasiones que “la verdad del ser humano es su soledad”, de modo que el amor in-terpersonal constituye una falsa ilusión. «Mi humana vida –escribe Ortega- (...) es, por esencia, soledad». «Só-lo en nuestra soledad somos nuestra verdad.» (El hombre y la gente, Revista de Occidente, Madrid 1957, págs. 24, 73). Ciertamente, si uno se mueve por impulsos y motivaciones egoístas –motivación propia del nivel 1-, queda encapsulado en sí mismo e imposibilita el amor, la comunicación personal, la colabora-ción y la participación*. Pero este aislamiento no se deriva necesariamente de la condición personal –y, por tanto, individual- de cada uno de los seres humanos.

Al comprender, así, por dentro lo que es el encuentro, clarificamos mil aspectos de la vida humana. En cierta ocasión, un profesor-tutor le indicó a un joven menor de edad que, si salía por las noches y no decía en casa a dónde iba y cuándo pensaba regresar, se comportaba duramente con sus padres, pues éstos, en tal caso, se sienten angustiados por la preocupación y no pueden descansar.

-“Pero ¿por qué han de tener miedo?”, arguyó el joven. - “No, no tienen miedo -agregó el profesor-; sienten angustia, que es peor”. -“Bueno -contestó el joven-, si se angustian..., ése es su problema”. - “Si de veras piensas –replicó el profesor- que tal angustia es sólo un problema que atañe a tus padres, tengo que decirte algo muy grave: tú no tienes hogar”. - “¿Cómo que no tengo hogar?”, protestó el joven. - “Vivienda sí –aclaró el profesor-, pero no hogar, lo que los latinos entendían por focus, el lugar donde arde el fuego del amor, el impulso que genera el verdadero encuentro”. - “Pero yo me encuentro con mis padres constantemente…”, rearguyó el joven. - “Sí, vives en vecindad física con ellos –le explicó el profesor-, pero no te encuentras. Si lo hicieras, los problemas de tus padres serían tus problemas, y sus gozos, tus gozos”.

Esta breve pero radical explicación le causó al joven mayor impacto que si le hubiera repro-chado ásperamente su conducta. No encontrarse es el mayor infortunio que podemos sufrir en la vida, pues bien sabemos por la ciencia actual que el ser humano es “un ser de encuentro”; vivimos como personas y nos desarrollamos como tales creando toda suerte de encuentros. Lo que más necesita un recién nacido, en cuanto a su desarrollo personal, es verse acogido por quienes lo rodean. El acogimien-to se muestra, sobre todo, en la ternura. De ahí que los biólogos, los pediatras y los pedagogos anden a porfía en recomendar a las madres que, a no ser en caso de enfermedad, amamanten por sí mismas a sus hijos y los cuiden. Amamantar no es sólo dar alimento; es, además, acoger. Cuidar a un niño con la debida ternura es disponer su ánimo para el encuentro. En efecto, al sentir un día y otro la ternura en las yemas de los dedos de quien lo asea y lo viste, el bebé cobra confianza en el entorno y gana facili-dad para abrirse a las demás personas y tener fe en ellas, condición indispensable para hacer confi-

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dencias y encontrarse. Sin esa confianza básica, el niño tendrá grave riesgo de sufrir disfunciones psí-quicas en la juventud: brotes de violencia, fracasos escolares, dificultad para realizar la entrega que exi-ge la fe, tanto la humana como la religiosa... (Véase J. Rof Carballo: Violencia y ternura, Prensa española, Madrid 31977).

Hoy se afirma profusamente que el encuentro es decisivo en la vida del hombre, pero apenas se repara en una cuestión esencial: cómo han de ser las realidades con las que hemos de encontrarnos. Éstas han de ser ámbitos, realidades que piden ser tratadas con respeto, estima y espíritu de colaboración, pues el encuentro no se reduce a una relación de mera vecindad, propia del nivel 1; implica una voluntad deci-dida de perfeccionarse mutuamente y crear un modo elevado de unidad (nivel 2).

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Ejercicios de perfeccionamiento

1. Relación entre el encuentro, la amistad y la lealtad. La palabra amistad procede del verbo latino amare (amar). La amistad es una de las formas más nobles del movimiento amoroso que vincula al hombre con los seres de su entorno. Esta vinculación puede darse –como sabemos- de múltiples formas y en grados diversos de perfección. La forma más elevada se denomina encuentro. Un amigo es una persona en la que confiamos, porque está dispuesto a prestarnos ayuda, se inclina por principio a entendernos si nos hallamos en una situación delicada, siente nuestras desgracias y celebra nuestras venturas, entreteje en todo momento su ámbito de vida con el nuestro. Amigo verdadero es esa per-sona que, esté cerca o lejos, se halla siempre haciendo juego con nosotros, enriqueciendo nuestra vi-da y endulzándola con un punto de ternura, es decir, encontrándose, en sentido riguroso.

Todo buen amigo es leal y cumple los compromisos. Tal lealtad se acrisola a través de las pruebas. La amistad consolidada a través del riesgo se presenta aureolada con un halo de especial no-bleza. Esta elevación conmueve el ánimo incluso de personas aparentemente inmisericordes. Se cuenta que Dionisio, tirano de Siracusa (Sicilia), condenó a muerte a un filósofo pitagórico llamado Fincias. Éste le pidió un día de permiso para ir a su casa, fuera de la ciudad, a ordenar sus asuntos. Dionisio con-sintió, a condición de que dejase como rehén a su amigo Damón. Cuando vio a éste aceptar confiada-mente su condición de rehén y a Fincias llegar a su debido tiempo, en vez de hacerle matar pidió humil-demente ser admitido en su círculo de amistades, en el que se daban actitudes tan bellas. (Indro Monta-nelli: Historia de los griegos, Plaza y Janés, Barcelona 1982, p. 216).

El que profesa a alguien verdadera amistad no le falla en los momentos decisivos. Un soldado advirtió que su mejor amigo caía herido gravemente durante una batalla. Al final de la misma pidió permiso a su superior para ir a recogerlo. “Permiso denegado -contestó el oficial-. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”. El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, se marchó, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial le increpó con furia: “¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?” El soldado, moribundo, respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: ´¡Jack! Estaba seguro de que vendrías´”.

En la vida humana hay modos distintos de ver las cosas y los acontecimientos. Un poeta ve un bosque de una manera; un maderero, de otra. Ambos piensan y razonan con rigor, siguiendo la línea marcada por su orientación peculiar. Esa línea tiene un tipo peculiar de coherencia, digamos una “lógica” específica. También el amor presenta una lógica especial, que no está sometida al cálculo, a la previsión de ventajas, al logro de eficacia. Por eso se dice que es “ciego”, pero resulta clarividente para ciertas experiencias que a veces vivimos en las profundidades del espíritu. Lo mismo podemos decir de la amistad, en cuanto implica un vínculo de amor.

Razón sobrada tenía Horacio, el insigne poeta latino, para exclamar: “Mientras esté en mi sano juicio, nada será para mí comparable a un dulce amigo” (Sátiras, 1, 5, 44). Igual sentimiento abrigaba un soldado persa que ganó una carrera de caballos. Al celebrar el triunfo, el gran Ciro le preguntó si cambiaría por un reino el caballo que acababa de llevarle a la gloria. «Por un reino no, señor -contestó el joven-; yo lo cedería con gusto a cambio de un amigo, si hallase hombre digno de ello». La expresión “si hallase” tiene aquí, en verdad, su razón de ser –comenta el agudo escritor francés M. Montaigne-, «porque se encuentran fácilmente hombres idóneos para una amistad superficial, pero en esta otra, tan grande, es menester que todo sea neto y completo». (Ensayos, Orbi, Barcelona 1984, págs. 135-142).

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El sentimiento de amistad nos honra a los seres humanos, nos dignifica de raíz, porque nos pone en verdad. Somos verdaderamente humanos cuando nos unimos con auténticas relaciones de encuentro. Y esta unión exige movilizar ciertas actitudes: generosidad, veracidad, fidelidad, confianza, cordialidad… Estas actitudes son las condiciones tanto del encuentro como de la amistad. La amistad –escribe el sabio Aristóteles en su Ética a Nicómaco- es lo más importante de la vida. Pero seguidamente agrega que la verdadera amistad es exclusiva de las personas virtuosas. Estas ideas las entenderemos por dentro al final de la lección siguiente.

2. La amistad y la creatividad. La amistad, lo mismo que el encuentro, no es generada por ningún instinto; debe ser creada esforzadamente por el ser humano. La posibilidad de crear formas eminentes de amistad en la vida cotidiana nos abre inmensas posibilidades de desarrollo personal y nos redime de peligrosos sentimientos de frustración, al elevar nuestra autoestima. Lo sugiere, con su escueta expresividad, el gran poeta Antonio Machado:

«¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra haz una copa para que beba tu hermano»

(Los 25.000 mejores versos de la lengua castellana, Círculo de Lectores, Barcelona 1963, p. 447)

3. La amistad es una relación necesaria pero difícil de conseguir. Los seres humanos vivimos centrados cuando nos abrimos a las realidades que nos ofrecen posibilidades creativas y actuamos en la vida con dos centros: el yo y el tú. Nuestro verdadero centro no viene dado por el yo a solas, sino por el yo inserto activamente en esa comunidad de vida a que alude el pronombre “nosotros”. En verdad, podemos decir, con Antonio Machado, que el amor de los verdaderos amigos no tolera la soledad:

«Poned atención: un corazón solitario no es un corazón» (Canción LXVI, en Poesías Completas, Espasa-Calpe, Madrid 1978, p. 277)

Un buen conocedor del corazón humano, el genial poeta y dramaturgo Lope de Vega, conoció bien la necesidad de la amistad y la ardua tarea de conseguirla:

«Yo dije siempre, y lo diré, y lo digo, que es la amistad el bien mayor humano; mas ¿qué español, qué griego, qué romano nos ha de dar este perfecto amigo?»

(La circe, con otras rimas y prosas, Biblioteca de Autores Españoles, vol. 38, Madrid 1950, p. 373)

Esta perplejidad lleva al sabio de la Escritura a advertirnos que “un amigo fiel es una fuerte protección; quien lo encuentra encuentra un tesoro” (Eclesiástico 6, 14). Un amigo verdadero es un te-soro porque nos permite crear formas muy valiosas de unidad, que constituyen una meta en la vida hu-mana. Este elogio de la amistad lo retomaron más tarde eximios escritores. . 4. La amistad verdadera supera el tiempo y el espacio y transfigura la vida. No tiene sentido decirle a alguien que voy a ser amigo suyo durante cierto tiempo, por ejemplo, el verano. Toda forma verdadera de amor pide eternidad. «Amar a un ser -escribe bellamente Gabriel Marcel- es decirle: Tú no morirás.» (En chemin, vers quel éveil?, Gallimard, Paris 1971, p. 194). Amar es desear que el ser amado exista siempre; implica una aceptación incondicional del mismo, debido al valor que tiene para uno por ser quien es, independientemente de lo que es.

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De aquí se desprende que vivir la amistad de modo auténtico nos perfecciona éticamente, es decir, contribuye a configurar nuestro modo de ser de forma ajustada al ideal de la unidad, y, consiguientemente, a nuestra vocación* y misión*. (El descubrimiento del ideal lo realizamos en la Lección 4ª). La amistad, como todo verdadero encuentro, transfigura la vida, la eleva a un plano de creatividad y de valor. Con profundo sentido de lo que entraña la relación amistosa, Saint-Exupéry nos hace ver, al final de El Principito, que una vez alcanzada la cima del encuentro se transfigura todo: el desierto se convierte en el paisaje más bello de la tierra; la muerte deja de ser el final catastrófico de la vida para significar el tránsito al hogar; los espacios siderales pierden su frialdad inhóspita al saber que en un lejano asteroide habita una persona amiga... La amistad es el mejor antídoto contra la soledad y el alejamiento. En toda situación, la amistad colma nuestra vida de sentido porque nos encamina hacia la realización del ideal de la unidad. En verdad, "todas las glorias de este mundo no valen lo que un buen amigo" (Voltaire). "Si la amistad desapareciera de la vida, sería lo mismo que si se apagara el sol, porque nada mejor ni más deleitoso hemos recibido de los dioses inmortales" (Cicerón).

5. Vinculación entre encuentro, amistad y unidad. Para comprender el nexo íntimo que media entre el encuentro, la amistad y la unidad debemos reflexionar sobre la importancia de la cate-goría de relación. El universo está edificado sobre la categoría de relación. Lo indica de forma contun-dente el gran físico inglés A.S. Edington: «Dadme un mundo (un mundo con relaciones) y crearé materia y mo-vimiento.» (Space, time and gravitation, Cambridge 1920, p. 102). En la misma línea, escribe Henri Prat: «La materia no es más que energía “dotada de forma”, informada; es energía que ha adquirido una estructura*». (L´espace multidimensionnel, Les Presses de l´Université de Montréal, Montréal 1971, p. 15).

Vivir en unidad no es algo accidental. Hoy sabemos que la relación no se reduce a un mero accidente en nuestra vida; es algo constitutivo de nuestro ser. Lo sentía profundamente el gran pensa-dor hebreo Martin Buber al escribir: «El que dice tú a otro –es decir, el que lo trata como una persona, no como un objeto- no tiene nada, no posee nada, pero está en relación.» (Yo y tú, Caparrós, Madrid 21995, p. 8; el paréntesis es mío). No adquiere los bienes propios del nivel 1, pero inicia una vida de interrela-ción creativa en el nivel 2. La relación define a los ámbitos, que son seres abiertos, en cuanto ofrecen posibilidades y reciben las que les son ofrecidas. Se trata de una apertura activa, creativa, porque invita a la participación*.

Esta fecunda idea sirvió de inspiración y de impulso al Pensamiento Dialógico* y fue amplia-mente explanada por él en diversos contextos.

6. Nexo que une el encuentro, la amistad, la unidad, la bondad y la belleza. La relación de participación es eminentemente activa pues recibe unas posibilidades y ofrece otras. En esta rela-ción de intercambio radica la bondad, virtud eminentemente constructiva, recia, positiva. Lejos de reducirse a pura permisividad o dejar hacer, consiste en otorgar posibilidades, participar en la vida del otro facilitando su desarrollo personal, aumentando su autoestima, acrecentando su creatividad.

La bondad, así entendida, nos inserta en el ordo amoris*, la trama de relaciones que ensambla todos los seres del universo -sobre todo a los que tienen mayor capacidad creativa- y nos dispone para descubrir la “lógica del corazón” y modelar la vida conforme a ella.

Al vivir por dentro la importancia de la relación y, derivadamente, de la unidad, la amistad y la bondad, y ensamblarnos activamente en el ordo amoris*, se nos manifiesta luminosamente lo que so-mos en nuestro último reducto; vemos lo que implicamos desde las profundidades últimas de la mate-ria hasta las cimas de la vida espiritual y religiosa. Toda la existencia se asienta en la unidad y tiende a la unidad. Esta manifestación esplendorosa de nuestra realidad –vinculada activamente a la realidad de cuanto nos rodea- constituye nuestra verdad y es fuente de inagotable belleza.

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Estos seis ejercicios nos ayudan a vislumbrar desde ahora la fecundidad de la Pedagogía de la admiración. Empezamos a admirarnos profundamente de la fecundidad que encierra el ascenso al nivel 2. El sentimiento de admiración nos impulsa a proseguir la búsqueda esforzadamente.

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Ejercicios de reflexión y análisis

1. Aduzca algún texto de autores que consideren el ser humano como una realidad abierta, relacional, ambital, ambitalizable, ambitalizadora, y coméntelos brevemente. Pensemos –por citar sólo algunos- en escritores como J.H. Newman, Ladislaos Boros, Henri J. M. Nouwen, Romano Guardini, Gabriel Marcel, Jean Guitton, José Luis Martín Descalzo, José María Cabodevilla, Josef Pieper, Josef Ratzinger, Ferdinand Ebner, Theodor Haecker, Peter Wust, Pedro Laín Entralgo, Antoine de Saint-Exupéry, Jean Mouroux, Martin Buber, Jean Lacroix, C.S. Lewis … Conviene mucho analizar textos de esta clase porque debemos convertir en hábito el modo de pensar relacional. No basta oír hablar de él en alguna ocasión. Hemos de asumirlo activamente y convertirlo en nuestra forma de pensar, sentir, querer y actuar. Debemos comprender a fondo, experiencialmente, que el hombre se define por sus encuentros, sus relaciones, sus modos de participar en la vida de cuanto le rodea. Sirvan de ejemplo los textos siguientes:

«El ser del hombre, según su esencia, es un ser en el mundo -escribe Martin Buber-, en un mundo en el que el hombre no está únicamente rodeado de cosas, que son sus “instrumentos”, es decir, que él utiliza y aplica para “procurarse” lo que tenga que procurarse, sino que también está rodeado de hombres [...] que son para él, no objeto de “procuración”, sino de “solicitud”».(¿Qué es el hombre?, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, págs. 94-95).

«Cuán feliz me considero –confiesa Goethe a través de uno de sus personajes- con que mi corazón sea capaz de sentir el inocente y sencillo regocijo del hombre que sirve en su mesa la col por él mismo cultivada, y que, además del placer de comerla, tiene otro mayor recordando en aquel instante los hermosos días que ha pasado cultivándola, la alegre mañana en que la plantó, las serenas tardes en que la regó, y el gozo con que la vio medrar de día en día».(Werther, Biblioteca Básica Salvat, Madrid, 1969, págs. 48-49).

2. En su obra Sinceros para con Dios -ampliamente comentada y discutida hace unos años-, John A.T. Robinson se esfuerza por superar las formas de expresión que sitúan a Dios “en lo alto”, “fuera” del hombre, como un ser exterior, ajeno y lejano a él. Propone ver a Dios como el Amor por excelencia y fuente de todo amor interpersonal humano. (O. cit., Ariel, Barcelona 1967, págs. 181-185). Confron-temos esta posición con lo visto en estas dos primeras lecciones. El amor es un impulso creador de vín-culos valiosos. La creatividad nos eleva al nivel 2 y convierte los dilemas en contrastes. El que vive impulsa-do por el amor cuya fuente es Dios se eleva a un modo de experiencia que supera toda escisión entre el aquí y el allí, el dentro y el fuera, el interior y el exterior, lo propio y lo ajeno. Por eso no basta sub-rayar la importancia de lo que nos es interior frente a lo que se mantiene exterior a nosotros. Porque lo importante no es escoger entre ambos términos dentro del esquema “interior exterior”, sino dejar de actuar de modo egoísta y adoptar una actitud generosa, abandonar la postura indiferente y relacionarse con las demás realidades de forma creativa. Al actuar creativamente, lo exterior pierde su condición de lejano para convertirse en un compañero de juego, un colaborador en el juego de la vida.

Estas consideraciones nos permiten resolver por elevación el problema planteado por Robin-son.

3. Para asimilar bien los diversos modos de cercanía y distancia entre el hombre y las realidades de su entorno que pueden darse en el nivel 1 y el nivel 2, reflexione sobre el siguiente texto de M. Hei-degger:

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«El apresurado anular las distancias no trae cercanía, pues la cercanía no consiste en una pequeña medida de distancia. Pequeña distancia no es ya cercanía. Gran distancia no es todavía lejanía. ¿Qué es la cercanía si, no obstante la reducción al mínimo de las mayores distancias, permanece ausente? ¿Cómo puede ser que con el desplazamiento de las grandes distancias todo siga lo mismo de lejano y de cercano? Todo queda asumido en una amorfa indistinción. Pero ¿no es acaso este aplastamiento en la indistinción más temible que la escisión de todas las cosas entre sí?»(Vorträge und Aufsätze, Neske, Pfullingen 1959, págs. 24, 73).

Descubrir cómo se pasa de la cercanía a la presencia encierra la mayor importancia, porque clari-

fica de raíz lo que implica gozar de la debida perspectiva respecto a una realidad, y poder entrar con ella en relación de presencia y encuentro. Para estar presente y encontrarse, por ejemplo, con una persona, no basta acercarse a ella, anular toda distancia y ceñirse a ella. Una madre sale a recibir a su hijo, a quien se había dado por desaparecido en la guerra. Se abraza intensamente a él, quisiera fundirse con él, toca su cabeza una y otra vez para hacerse bien a la idea de que está verdaderamente ahí, con su realidad tangible. Imaginemos que, debido a la intensidad del abrazo, madre e hijo quedaran en adelante abra-zados para siempre. Esto sería una condena, no una ventura. Perderían toda posibilidad de crear entre ambos un campo de juego, de libre intercambio de toda suerte de iniciativas creadoras.

Para tratar a una realidad -persona, obra de arte, obra literaria...- que se expresa toda en cada una de las partes que la componen, debemos unirnos a ella y guardar las distancias al mismo tiempo. Saber conjugar debidamente ambos aspectos es todo un arte: el arte estético de contemplar obras artís-ticas, el arte ético de realizar experiencias de creación de unidad, de colaboración y ayuda, de participa-ción en la vida de las instituciones...

Estar presente y, en grado todavía mayor, encontrarse supera el mero anular las distancias; implica positivamente crear vínculos, ensamblar ámbitos de realidad y de vida. Si dos seres permanecen alejados, no inician siquiera el gesto de irse al encuentro. La fundación de lazos es imposibilitada de raíz. Si se acercan demasiado y se empastan el uno con el otro, pierden su identidad propia, su independencia, su capacidad de dar y de recibir. Se anulan, para dar lugar a una pasta amorfa, como dos trozos de cera que se fusionan.

El poeta Antonio Machado indicó en cierta ocasión que “los hombres debieran quererse como masas”. Esta afirmación no vale ni como metáfora, pues dos seres empastados no pueden quererse. Para fundar una relación de amor hay que dejar de ser distantes pero no distintos. La forma más adecua-da de relacionarse dos seres dotados de cualquier tipo de iniciativa es estar cerca a cierta distancia. De este modo se conceden libertad de acción y establecen entre ellos un ámbito de expansión e interacción. Sólo en este ámbito es posible estar presentes y encontrarse.

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Sinopsis

Descubrimiento de las experiencias reversibles y el encuentro

–Experiencias reversibles o bidireccionales sólo podemos realizarlas con realidades que no son objetos –seres cerrados en sí, nivel 1– sino “ámbitos” –realidades abiertas a quien desee asumir las posibili-dades que le ofrecen, nivel 2–. –Las experiencias lineales van de un sujeto a un objeto y en él terminan. Las experiencias reversibles

no sólo se dan entre personas, sino también entre personas y toda suerte de ámbitos, realidades que ofrecen posibilidades al hombre para realizar acciones con sentido y pueden, así, unirse a él de modo entrañable, formando un ámbito nuevo de superior envergadura.–Si actuamos con el debido respeto, podemos establecer vínculos valiosísimos con los seres del en-

torno y desarrollar al máximo nuestra personalidad. –Para unirnos de verdad al entorno hemos de procurar no reducir los ámbitos a objetos sino, por el

contrario, ver los objetos como ámbitos, atender al mismo tiempo a ambos aspectos de cada reali-dad, es decir, integrarlos.

–Para crear formas personales de unión, debemos integrar los distintos modos de realidad que confi-guran nuestro ser y el ser de las personas a quienes nos dirigimos.

–Cada modo de realidad logra su perfección al vincularse de alguna forma a realidades que se hallan en un nivel superior.

–Para lograr una relación de presencia con una realidad, debemos estar cerca de ella pero a cierta distancia. –La parcialidad en el planteamiento de las grandes cuestiones de la vida no hace sino empobrecernos

y agudizar los problemas.

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