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Enrique Pichon Rivière y su concepción de grupo
Enrique Pichon Rivière, es justo reconocerlo, fue pionero en la
posibilidad de pensar al grupo como instrumento válido en el campo de
la salud. Sus experiencias de 1936 con el grupo de enfermeros en el
Hospicio o en 1946 con el grupo de enfermos, a quienes entrena como
enfermeros con la técnica de la “escuela de líderes” forma parte ya de
esa mezcla de la actividad con grupos en la Argentina.
No quisiera dejar de mencionar a un grupo de profesionales también de
la vanguardia en el pensamiento de los grupos. Me refiero a Raúl
Usandivaras y más tarde Salomón Resnik y Juan José Morgan, que
comenzaron a trabajar con grupos de pacientes psicóticos en el
Servicio Krapf en el Hospicio de las Mercedes en 1951.
Podríamos preguntarnos cuáles fueron las condiciones históricas,
socioculturales, que promovieron un pensamiento acerca de los grupos
en Argentina.
Creo que como pionero, E. Pichon Rivière fue, además de psiquiatra y
psicoanalista, un intelectual y un hombre de la cultura de su época. Por
un lado pertenece a una familia ginebrina que valora la vanguardia
cultural y poética europea y especialmente francesa y por otra, su
formación profesional la lleva a cabo en Buenos Aires a partir del año
1926. En esa época la ciudad se convierte en metrópoli, crece
vertiginosamente, se tecnifica (luz, tranvías, teléfonos, cines, etc.),
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acepta la velocidad de las comunicaciones y los cambios propios de la
modernidad.
E. Pichon Rivière aparece así encarnando ideales de los intelectuales
de su época: la avidez por saberes y conocimientos producidos en
cualquier latitud pero para amalgamarla con las necesidades de la
nuestra. Como dice Beatriz Sarlo respecto de la cultura de los
intelectuales de esa época: “se mezclan modernidad europea y
diferencia rioplatense, aceleración y angustia, tradicionalismo y espíritu
renovador, criollismo y vanguardia. Buenos Aires es el gran escenario
latinoamericano de una cultura de mezcla”.
En Enrique Pichon Rivière encontramos a un intelectual preocupado por
la elaboración de los cambios en la subjetividad colectiva, sosteniendo
la posibilidad de que campos específicos (como los del arte o el
psicoanálisis, por ejemplo) pierdan sus límites férreos o tajantes y se
mezclen con la vida, coherente con la declaración del surrealismo: “el
arte para la vida”.
No hay que olvidar que E. Pichon Rivière comparte la “pensión del
francés” con Roberto Arlt, a quien considera su maestro, y con Conrado
Nalé Roxlo. Esto significa al mismo tiempo compartir la tradición literaria
universal (especialmente la novela rusa en ese momento) y los
personajes marginales de la gran ciudad porteña. La experiencia de los
escritores recién llegados al campo intelectual los ubica en los mismos
escenarios urbanos donde circulan prostitutas, drogadictos y
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pasadores, escruchantes y desocupados. El famoso “Puchero
Misterioso”, la fonda evocada interminablemente por los dos hermanos
Tuñón, Nalé Roxlo y Pinetta, parece haber sido un espacio donde se
encontraban los recién llegados al campo cultural, generalmente
periodistas, con los habitantes del bajo fondo porteño. Experiencias,
anécdotas, discursos, relaciones afectivas pasaron de allí a la literatura
e hicieron posible que el marginal, el delincuente o el loco pudieran ser
pensados como articuladores de la representación. El margen se vuelve
socialmente visible en la literatura argentina.
E. Pichon Rivière comparte con Roberto Arlt una clara afición por los
marginales, y apuestan a que es posible que emerjan de su condición
de undergrounds y puedan ambicionar otros destinos como los
personajes de Los siete locos de Arlt. Esto es, la posibilidad de que “el
margen devenga centro”. En el caso de Enrique Pichon Rivière implica
colocar al marginado por la sociedad, al segregado por la familia, en el
centro de la problemática terapéutica y en el centro de la
responsabilidad social. El psicótico no es alguien excluible, es un
emergente, es el que denuncia las miserias de un grupo familiar y de un
sistema social que debe hacerse cargo de dicha denuncia.
Su avidez por las vanguardias llevará a Pichon Rivière a querer
ensanchar los límites de su campo de conocimiento. Se sitúa en los
bordes de los saberes psiquiátricos, psicoanalíticos, filosóficos, pero
para llevar a ese campo más allá. Esto corresponde a su “vocación
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articular”, verdadera pasión por entrelazar campos de diversas
disciplinas, la psiquiatría con el psicoanálisis, el psicoanálisis con la
literatura o la plástica, la psicología social con la vida cotidiana.
En el Buenos Aires de las primeras décadas de este siglo eran
innegablemente necesarios espacios continentes para una necesidad
colectiva de elaboración de contradicciones entre lo nuevo (la
tecnificación, la velocidad, la inmigración y migración, nuevas relaciones
con el cuerpo y entre los sexos) y lo criollo, el pasado, lo tradicional.
Algunos de los espacios ciudadanos que permitían la articulación y la
elaboración de estas contradicciones eran la calle Corrientes, los cafés,
los tangos, los periódicos como Crítica, por ejemplo, y el arte.
Es indudablemente coherente a pertenencia a este medio porteño de
amalgamas, de unidad de diversidades, con la posibilidad de pensar el
campo grupal desde una epistemología convergente. Esto es, renunciar
a la pertenencia a un solo campo disciplinar, renunciar a una razón
globalizante, llámese ésta psiquiatría matemático-histórica,
psicoanálisis o psicología social, que dé cuenta desde su modelo
teórico de toda la realidad grupal.
Ello no significa desvalorizar los cuerpos teóricos pero sí implica
apropiarse de ellos por lo que de instrumental tengan sus conceptos
para la comprensión de este nuevo campo de reflexión.
Esto está íntimamente relacionado con su visión del grupo como una
unidad no homogeneizante de los individuos que la componen. Me
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refiero a sus conceptos de verticalidad y horizontalidad que, como es
método habitual en él, mantiene como contradicción fecunda, como
polos tensionantes no reductibles el uno en el otro.
Los integrantes mantienen su especificidad como individuos, pero
también son producidos por ella. Esto no significa que los integrantes
de un grupo no puedan generar representaciones o fantasías de
homogeneización o de fusión, sino que es importante desde la mirada
del terapeuta, de quien comprende y sostiene esta estructura dialéctica,
que se mantengan las diferencias.
El concepto de portavoz (1955) articula ambas perspectivas (la vertical
y la horizontal). Alguien tiene la posibilidad de ocupar
momentáneamente el lugar de quien habla por sí y por otros.
Tal como lo define Enrique Pichon Rivière, el portavoz es aquel que por
su historia personal, por su verticalidad, es el más sensible a captar y
expresar cierto contenido latente que corresponde a todos, a la
horizontalidad grupal.
Tal vez sea importante en este punto establecer la diferencia que existe
entre la concepción de portavoz en la Psicología Social de Enrique
Pichon Rivière y el concepto de portador para la escuela francesa:
Didier Anzieu y René Kaés.
En el concepto de portavoz (Enrique Pichon Rivière) hay una
perspectiva estructural: hay condiciones de un campo que emergen a
través de uno o varios integrantes. Este se contrapone al concepto de
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portador, donde es un individuo el que imprime un determinado
contenido (una fantasía inconciente) y los demás integrantes de la
estructura se adscriben a ella.
En el primer caso la determinación está en un contexto que alberga a
un sujeto, en el otro está en un individuo y desde allí afecta al contexto.
Creo que son dos conceptos integrables en la comprensión de los
fenómenos grupales, y aquí los presento un tanto dilematizados a fin de
distinguirlos.
Perspectiva cronológica:
Tomaremos ahora una perspectiva cronológica. Ateniéndonos a los
artículos publicados por Enrique Pichon Rivière, tenemos que decir que
su ECRO hasta 1955 no es explícito, aunque sí está operando como tal.
Es posible inferir su ECRO a través de los temas que aborda, las
puntuaciones que lleva a cabo, qué perspectiva jerarquiza y cuál
secundariza, etc.
Después de 1955 hay una preocupación explícita en él en definir los
conceptos de su ECRO. No nos detendremos en las razones de esta
conceptualización postergada, que él explicita en el prólogo de su libro
El proceso grupal.
Voy a tomar en esta exposición las conceptualizaciones pichonianas
desarrolladas desde 1955 a 1960 y que pienso posibilitaron un
pensamiento y un abordaje de lo grupal.
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Me voy a referir a los conceptos de:
Tarea – Portavoz – Vínculo – Mundo Interno como escenario y
contexto de las fantasías inconcientes (1955: Comentario final del
libro “Hacia la pintura” de Franco di Segni).
El enfermo comprendido como alguien ocupando un rol determinado
(1957: “Aplicaciones de la Psicoterapia de Grupo”).
El concepto de las tres “áreas de expresión de los conflictos” (1959:
Esquema corporal).
El enfermo como portavoz y depositario de las ansiedades de un
grupo.
El concepto de Grupo interno como “la representación interna que el
enfermo tiene de cada uno de los miembros de su familia”.
El concepto de ámbito.
La familia como modelo natural de toda situación de interacción
grupal (1960: “Empleo del Tofranil en Psicoterapia individual y
grupal” y “Tratamiento de grupos familiares: psicoterapia colectiva”).
Las 3 D: a) los depositantes; b) lo depositado; y c) el depositario
(1960: “Empleo del Tofranil en Psicoterapia individual y grupal” y
“Tratamiento de grupos familiares: psicoterapia colectiva”).
Retomando lo anteriormente expuesto acerca de la articulación entre
Horizontalidad y Verticalidad en el grupo, tenemos que decir que no se
trata de una articulación en el vacío; lo es sólo en función de una tarea.
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Pensar el concepto de tarea significa abordar la producción social
humana y sus consecuencias. Implica referir al ámbito grupal la
particularización de un modo de producción determinado y sus efectos
materiales y representacionales en las relaciones humanas.
En el caso del Grupo Terapéutico, la tarea es la curación en un sentido
amplio (¿Qué es curación? Podríamos definirla en términos de
disminución de las ansiedades básicas que hacen abordable y
representable una determinada problemática, o un determinado duelo,
por ejemplo, o el reconocimiento y redistribución de las depositaciones
de ansiedades y fantasías inconcientes, o la elaboración en le grupo de
las transferencias, o el análisis de las contradicciones y las ideologías,
etc.).
Me gustaría plantear aquí una faceta de la tarea del Grupo Terapéutico
que definiría como la labor conjunta de un grupo humano para el
reconocimiento de un tercero presente en toda estructura vincular. Esto
es, postular la interacción aún de dos términos de vínculos bicorporales
y tri-personales, o sea, las relaciones humanas sostenidas por una
matriz triangular donde hay un tercero estructurante, sea cual fuere su
calidad de “otro”: “modelo, objeto auxiliar o adversario”, como diría
Freud. Esto es, según Enrique Pichon Rivière, lo que nos permite pasar
de una perspectiva psicológica individual a una psicología social donde
el otro es ineluctable.
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Esto se relaciona además con la existencia no sólo de un Grupo
externo que interactúa a nivel manifiesto, sino de un Grupo interno cuyo
modelo natural es el Grupo familiar apoyado sobre una matriz triangular
edípica primigenia.
Esto nos lleva a poder comprender los deslizamientos del grupo interno
sobre el externo y la acción modificadora de éste sobre aquél,
posibilitada por la condición de símil o analógica entre uno y otro.
Habría otra perspectiva pichoniana que permite un pensamiento acerca
de los grupos, que es cuando él postula al enfermo como alguien que
asume un rol, que en su sentido etimológico es un “actor” que asume un
papel en una determinada estructura dramática o línea argumental.
Este pensamiento de alguien ocupando un determinado lugar en una
trama es pensar las condiciones de su determinación al mismo tiempo
que sus posibilidades de cambiar de papel, o sea que introduce una
cuña conceptual moreniana que diferencia rol de persona en el campo
de la patología mental.
Además, si es un rol, éste se puede representar en otros “teatros”,
siempre y cuando haya una trama vincular que se preste de “escenario”
y ciertas condiciones que hagan que la “puesta en escena” sea posible.
Me estoy refiriendo a la concepción de un inconciente dramático cuyo
escenario Pichon Rivière también denomina “ecología interna”, y que
está poblado de personajes, paisajes, hábitats articulados espacial,
vincular y argumentalmente.
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Son sus primeras conceptualizaciones, publicadas en los años que van
del 55 al 60, que posibilitan introducir en el campo de la clínica esta
perspectiva de acción y escenificación que poseen los conflictos
humanos.
Y con esto me refiero no sólo a su discriminación de un rol portavoz que
alguien asume y que otros adjudican, sino también a su concepto de las
tres áreas y del ámbito.
Su planteo de la existencia de las tres áreas de representación y
expresión de la conducta permite pensar justamente que una misma
situación conflictiva tiene tres “escenarios” posibles para emerger.
Esto vuelve simultáneamente abordable desde lo terapéutico no sólo el
campo de lo discursivo sino también el campo de la acción humana y
de los trastornos psicosomáticos.
Con respecto a su concepto de ámbito, ya en 1960 los delimita e
implica simultáneamente.
Los ámbitos o niveles, como los denomina en ese momento, son
recortes de lo individual, lo grupal, institucional y comunitario. Cada
ámbito tienen por un lado sus leyes propias que es necesario abordar
en su especificidad, pero al mismo tiempo están “en relación de
dependencia recíproca”.
Esta conceptualización tiene aún hoy y sobre todo después de la
dictadura consecuencias fructíferas, pues nos permite pensar órdenes
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de determinación entre lo social, los fenómenos institucionales,
grupales, y aún del mundo interno de los sujetos.
Por último quisiera referirme al término de “dependencia recíproca” que
establece como modo de relación entre los diferentes ámbitos, porque
si es recíproca quiere decir que también el ámbito comunitario, la
estructura social, es producto de la acción de los individuos que la
conforman.
Esto lleva luego a Enrique Pichon Rivière a conceptualizar al hombre no
sólo como sujeto producido por los contextos que lo albergan y
determinan, sino también desde la perspectiva de un sujeto productor
con posibilidades y hasta con un destino implacable de transformación
del mundo, para arribar a su condición de sujeto de una cultura a la cual
se adapta y al mismo tiempo transforma activamente.
Esto implica pensar no sólo un sujeto del deseo como lo hace el
psicoanálisis, sino un sujeto de la necesidad como lo plantea el
materialismo histórico.
Enrique Pichon Rivière define la necesidad como esa carencia, esa
pérdida de homeostasis interna que impulsa al sujeto a una
interrelación dialéctica mutuamente transformante con el mundo.
Pero estamos ya de lleno en el terreno de la Psicología Social
pichoniana, en la perspectiva prospectiva que él propone para la
comprensión del sujeto, en su concepción de un implacable interjuego
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entre el hombre y el mundo y la creación como destino ineludible de ese
ser humano, sujeto de la cultura y hacedor del mundo.
Buenos Aires, 1988.
* En Comentario final al libro de Franco di Segni “Hacia la pintura”. El
crítico de arte como portavoz de un grupo social que reacciona
hostilmente al objeto estético.
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