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Clase Libros de Sabiduría
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UNIVERSIDAD PENTECOSTAL MIZPA
ENSAYO:
EXÉGESIS DEL LIBRO DE ECLESIASTÉS 3:16-22
ESTE TRABAJO ES PRESENTADO AL
PROF. EFRAÍN TOLEDO RODRÍGUEZ EN EL CUMPLIMIENTO DE
LOS REQUISITOS DEL CURSO BAT-301
LIBROS DE SABIDURÍA
POR
EDUARDO FIGUEROA APONTE
ESTUDIANTE # 014-13-0034
SAN JUAN, P. R.
21 DE OCTUBRE DE 2014
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EXÉGESIS DEL LIBRO DE ECLESIASTÉS 3:16-22
Eclesiastés, nombre traducido del hebreo (Qohelet), que significa “el que habla en
asamblea o el predicador”, etimológicamente se sugiere como apodo que utiliza el autor para
nombrar su libro. Se le atribuye la autoría del libro a Salomón rey de Judá, entre los años 971 y
931 a.C., y en terreno palestino, específicamente Jerusalén, puesto que la misma introducción
del libro y su contenido ofrece detalles específicos que llevan a esta conclusión. La crítica
moderna difiere de esta posición, afirmando que fue escrito mucho más tarde, entre el segundo y
tercer siglo a.C., sugieren varios autores e inclusive ubican al autor en alguna comunidad de
Judíos fuera de Palestina. (Morla, 1994, pp. 183-188). Pero los conservadores afirman que,
habiendo adquirido experiencia y madurez de todas las etapas de su vida, especialmente en la
que se alejó de Dios, el autor en su vejez reflexiona acerca de todas las lecciones aprendidas.
Las expone como realidades que deben tenerse en cuenta, a la hora de tomar decisiones que
afectan el curso de nuestras vidas y nos alejan del propósito de Dios.
Trae a discusión el contraste que existe entre la sabiduría humana, que lejos de Dios,
fracasa en la búsqueda de la felicidad y de las soluciones a los problemas existenciales, vs. la
sabiduría que proviene de parte de Dios. En resume, Salomón aprendió que “Sin la bendición
de Dios, la sabiduría, la posición y las riquezas no satisfacen, antes por el contrario, traen fatiga y
decepción”. (Pearlman, 1995, p. 94). El predicador desea demostrar que todas las ocupaciones
meramente humanas son vanidad, si se conciben como principal finalidad. (Jamieson, Fausset, &
Brown, 2003, p. 603). La estructura literaria del libro está cargada de una gran variedad de
estilos y formas. Su entrada al canon, fue debatida, aparentemente por su corte amargo, negativo
y un espíritu poco tradicional.
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Al igual que otros libros de la Biblia, Eclesiastés en sí mismo carga con abundantes
rasgos que apoyan la tesis de que Salomón es el autor, versus las aparentes controversias que
puedan haberse identificado en el libro. Finalmente, la tradición judía de que el Rey fuera el
autor, le mereció la entrada al canon por la puerta ancha. Para hacer un ejercicio hermenéutico
responsable, es necesario que el libro se lea e interprete como un todo. De no hacerse así se
podría estar incurriendo en una práctica que provocaría muchos problemas a la hora de
armonizar su interpretación con los contextos teológicos generales de la Biblia. El libro debe
ser analizado a la luz de dos frases principales: “todo es vanidad” y “debajo del sol”. En el
encontramos respuestas a una vida sin sentido, tal como: la fe y la obediencia y que los placeres
de la vida son provistos por Dios.
Habiendo parafraseado algunos aspectos generales que rodean al libro del Predicador,
pretendemos dirigir nuestra atención a los aspectos específicos que atañen a la porción del
capítulo 3, en los versos del 16 al 22, porción que está directamente asociada al tema de las
injusticias. Para efectos de nuestro análisis, estaremos haciendo referencia a la versión RVR
1960 de la Biblia. Antes de esta porción, el autor bien expresando que todo tiene su tiempo y
que todo lo que Dios hace es eterno, sin que el hombre alcance a entenderlo. Además entiende
que el trabajo que Dios ha dado a los hombres es un don para su propio deleite y beneficio.
El versículo 16 dice, “Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar
de la justicia, allí iniquidad”. La palabra “juicio” también puede entenderse como (lo correcto o
lo legal), y la “impiedad” como (un mal moral). (Mundo Hispano, 2008, p. 299). Aquí el autor
pudiera estar haciendo referencia más bien a lugares de autoridad oficial. Tal vez tribunales, que
también pueden relacionarse muy bien a cualquier lugar o circunstancia de la vida social, donde
se desarrollen conflictos de derechos. (Vilchez, 1994, p. 247).
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Estos conflictos debieran ser solucionados conforme a la justicia, aún cuando no haya
oficiales. En este verso, el autor hace un énfasis especial en la iniquidad, como un mal cotidiano
que ha visto que domina la vida social, donde se pervierte el derecho de los justos para sacar
provecho. Pareciera que el trabajo no le es provechoso al que lo hace con honestidad y que al
deshonesto todo le es provechoso, siendo los hacedores de maldad los que se salen con la suya.
(Cap, 2002, p. 40). Esto ocurre mucho cuando los jueces y gobernantes se parcializan a favor de
los poderosos y en contra de los débiles, y esto como una práctica básicamente
institucionalizada. Con mucha frecuencia, los débiles sufren injusticias tratando de defender sus
derechos, pero hay muchos otros que sufren el oprobio en silencio, sabiendo que no prevalecerán
frente a los poderosos. Esta situación también genera mucha violencia. La reparación de
injusticia, es uno de los reclamos más sobresalientes de Dios en toda la Escritura. (Atkinson &
Kidner, 2010, p. 281).
El versículo 17 dice, “Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque
allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace”. Aquí la palabra
“juzgar” lleva sobre sí la carga de ser equilibrado y castigar juntamente. (Mundo Hispano, 2008,
p. 299). Dios juzgará al justo para declararle inocente y al impío para condenar su culpabilidad.
Cuando los hombres están convencidos de que Dios va a juzgar, su moral es fortalecida y se
ejercitan sus sentidos en la fe y la esperanza. Dios le dará a cada uno según lo que merezca,
siendo esta una afirmación del juicio moral de Dios. (Vilchez, 1994, p. 248). Surge la
interrogante; ¿Por qué Dios permite la injusticia? Dios también tiene su tiempo y su obra de
juicio, y da el espacio para que se manifieste el libre albedrío, la fe y la perseverancia de los
santos a pesar de las dificultades, pues la anterior oscuridad hará más gloriosa al fin, la luz.
(Jamieson, Fausset, & Brown, 2003, p. 608).
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Las afirmaciones del Predicador sobre el juicio de Dios, son representativas de todo aquel
que sufre las injusticias y espera en Dios a ser justificado. (McDonald, 2004, p. 29). El versículo
18 dice, “dije en mi corazón: Es así por causa de los hijos de los hombres, para que Dios los
pruebe y para que vean que ellos mismos son semejantes a las bestias”. Este pasaje es
extremadamente controversial, ya que provoca cierta tirantez entre sus intérpretes, por asuntos
especialmente dogmáticos. Lo cierto es que merece especial atención, puesto que los hombres
son puestos en similitud a los animales, especialmente en que ambos son criaturas creadas por
Dios y tendrán el mismo fin, la muerte.
También podría aludir a la falta de carácter moral en los hombres, y como resultado
terminan actuando como bestias, pues su sabiduría a quedado nublada por el pecado. Cuando el
Predicador utiliza el término “hijos de los hombres”, más bien quiere decir hijos de Adán, que
significa hombres caídos. (Jamieson, Fausset, & Brown, 2003, p. 608). Vale la pena resaltar el
hecho de que Dios prueba a los hombres en su condición de caídos, y tolera la iniquidad hasta el
juicio, para que se manifieste el carácter de ellos, sabiendo que el tiempo es corto y que viene un
juicio. La comparación del hombre con la bestia se aplica específicamente a los impíos, con la
esperanza de que se arrepientan.
Los hombres son sometidos a disciplinas de la vida, para que ellos mismos descubran
que son semejantes a las bestias. (Pfeiffer, 1993, p. 581). El capítulo 19 dice, “Porque lo que
sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede las bestias, un mismo suceso es: como
mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos; ni tiene más el
hombre que la bestia; por que todo es vanidad”. Aquí encontramos una secuela del versículo
anterior, en la que el Predicador da soporte a su comparación del hombre con la bestia.
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Considerando a Salomón como autor de esta obra, pudiéramos inferir que esta expresión
nace de su experiencia de apostasía, puesto que tocante a la muerte y al igual que los escépticos,
no denota la posibilidad de un juicio venidero. No puede esperarse que Salomón conozca la
verdad completa sobre el estado futuro. En el versículo 20 lo resume todo diciendo, “Todo va a
un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo”. Dios es el creador de
ambos, hombre y bestia, dependen de Él.
Es por eso que dice que ambos tienen la misma respiración, Dios les da la vida y también
se las quitará. Ninguno tiene ventaja sobre el otro, ambos morirán. No tenemos ningún motivo
de orgullo sobre nuestro cuerpo o lo que logremos con él, son pocos los que apropiadamente
consideran la diferencia entre el alma racional del hombre y el espíritu o vida de la bestia. Los
hombres sin temor a Dios nada entienden y vienen a ser como bestias. (Henry, 1999, p. 712).
Ciertamente la vida viene a ser “vanidad” si se le considera fuera de la religión. (Jamieson,
Fausset, & Brown, 2003, p. 608). En el versículo 21 encontramos un contraste en las
expresiones del Predicador, tocante a lo que acontece después de la muerte.
El versículo dice, “¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y
que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?”. Es evidente que esta expresión carece de
certidumbre sobre lo que acontece después de la muerte, aunque en su duda, él afirma lo que
nosotros con certeza ya sabemos. Pareciera que el Predicador conoce la verdad, pero la pone en
tela de juicio, puesto que no existe prueba que la confirme. Así piensan los escépticos, y con
frecuencia, utilizan esta porción de la Escritura para dar soporte a sus argumentos de que no hay
vida después de la muerte. El autor también expone en su pregunta un misterio sin resolver en
toda la Escritura, el destino del “espíritu” de los animales. Tal vez esta sea la referencia más
clara y directa que tengamos respecto a este asunto.
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Pero se ha concluido que los animales tienen cuerpo y alma, pero no espíritu.
(McDonald, 2004, p. 30). Al concluir esta porción de la Escritura, el autor dice en el versículo
22, “Así pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque
esta es su parte; porque ¿quién lo llevará para que vea lo que ha de ser después de él?”.
Podríamos intuir que las expresiones de Predicador están cargadas de escepticismo, ignorancia y
hasta egoísmo. Pero desde un punto de vista positivo, el panorama es totalmente distinto.
Partiendo de la premisa de que el autor entiende que no hay forma de certificar lo que
ocurre después de la muerte, en este versículo él aconseja que lo mejor que el hombre puede
hacer es vivir la vida con alegría y gozo. Pues si no hubiera nada más después de la muerte,
estaríamos desperdiciando todos los dones que Dios ha puesto para nuestro deleite. Así que lo
mejor es sacarle el mayor provecho a todo lo que nos regala Dios y al producto de nuestro
trabajo, puesto que es nuestra bendición mientras vivamos sobre la faz de la tierra. Siendo esto
el todo de la vida del hombre antes de la muerte, cosa que no puede ser cambiada, debe hallarse
satisfacción en ello, porque no se sabe qué acontecerá después. (McDonald, 2004, p. 30).
Ciertamente, si este fuera el todo del hombre en la vida, se validaría la tesis del
Predicador, “todo es vanidad”, pero nosotros sabemos que no es así. Además, la entrelinea del
versículo, nos invita a dejar el futuro que ignoramos en manos de Dios y a usar el presente en el
mejor sentido. (Jamieson, Fausset, & Brown, 2003, p. 608). Esta perícopa del capítulo tres del
libro de Eclesiastés, envuelve una vital representación de las interrogantes que podemos
encontrar en la mente de la gente que no conoce ni teme a Dios, y aun en la mente de aquellos
que sí le temen. El autor presenta situaciones cotidianas de la vida que no podemos entender y
que la solución o el remedio de ellas están fuera de nuestro alcance.
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Precisamente, esas son las cosas que resuenan en la boca de los incrédulos al pretender
presentar excusas y argumentos para no creer ni sujetarse a Dios. Pero lo cierto es que, aunque
no conozcamos las respuestas a muchas preguntas y misterios de la vida, Dios sí las conoce. La
gran verdad es que, por mucho que Dios tratara de explicarnos desde su majestad infinita,
nuestra mente humana y finita no cuenta con la capacidad de entender lo infinito de los misterios
de Dios. Por medio de su Espíritu, Él puede revelarnos lo que le plazca y hacernos entender.
Pero tenemos el testimonio de los profetas, que hablaron la Palabra que Dios les habló a ellos, y
muchos murieron aún sin entender el misterio de su revelación. El trabajo del creyente es
confiar y esperar el cumplimiento de las promesas de Dios, sabiendo que Él es fiel y siempre
cumple sus promesas.
El incrédulo siempre busca la manera de hacer responsable a Dios de aquellas cosas que
nosotros hemos provocado con nuestras decisiones y acciones. Así se refleja al principio de la
perícopa, cuando el autor ve que en vez del ejercicio de la justicia, se practica al iniquidad. La
pregunta entre línea es ¿Por qué Dios lo permite? El autor termina por concluir que la justicia de
Dios de manifestará sobre esta maldad. Porque el hombre, teniendo libre albedrío y pudiendo
utilizar la sabiduría que viene de Dios, se aparta de Él y en su arrogancia, prefiere utilizar su
propia sabiduría, y es ahí donde Dios les prueba que sin Él, no es más que una animal más sobre
la tierra. Todo lo que el hombre hace alejado de Dios es fatigoso y en vano. Pues toda obra
terminará con la muerte, de la misma manera que termina la vida de la bestia. Es por este
pensamiento que los incrédulos terminan por vivir la vida repitiendo el “Carpe diem”, “comamos
y bebamos que mañana moriremos”. Por eso hacen lo que mejor les parece, aunque saben muy
bien en sus corazones lo que está bien y lo que está mal, por el Espíritu de vida que Dios ha
puesto en ellos.
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Pero la muerte es su mejor escusa para renegar la existencia y los mandamientos de Dios
y darle rienda suelta a los malos deseos de la carne. “Si Dios existiera no permitiría el mal…”
dicen ellos. Bien lo dijo nuestro Señor Jesucristo, “mi pueblo perece por falta de conocimiento”.
Cuando el autor deduce que Dios prueba a los hombres para que se den cuenta que son sólo
bestias, está hablando de su propia experiencia de fracaso al alejarse de Dios y pretender vivir
según su propia sabiduría. Las pruebas a las que somos sometidos, no son otra cosa que el
instrumento que Dios usa, para que nos demos cuenta de las cosas que deben ser cambiadas en
nosotros, y pongamos todo nuestro esfuerzo por buscar el rostro de Dios para que nos ayude y
nos dirija en ese proceso. Las pruebas son el cincel de Dios en nuestro carácter, con las que nos
va dando forma y hacernos lucir más como Cristo.
La verdad es que la mejor manera de conocer a Dios es teniendo una relación íntima con
Él. Por eso dentro del pueblo de Dios son muchos los que se pierden. Sólo creen y conocen de
Dios, pero no le conocen a Él. El que no conoce a Dios, no puede vivir la vida con esperanza.
Pues sólo se puede vivir en Dios por la fe, y la fe viene por oír su Palabra. En el hebreo, la
palabra oír es lo mismo que obedecer. Cuando oímos y obedecemos entonces estamos
ejercitando nuestra fe. Y cuando creemos, no ponemos en tela de juicio lo que Dios ha dicho,
aun cuando no le entendemos. Pues su Palabra dice que el justo vivirá por la fe, que es la certeza
de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve. Así que el todo de la vida del hombre es
vivir agradando a Dios, cumpliendo sus mandamientos, y su bendición no faltará. Esto no quiere
decir que la vida será color de rosa, pero para los que aman a Dios, todas las cosas obran para
bien.
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Referencias Atkinson, D., & Kidner, D. (2010). Comentario Antiguo Testamento Proverbios y Eclesiastés.
Bacelona, España: Publicaciones Andamio.
Cap, E. R. (2002). La Biblia Popular Eclesiastés Cantar de los Cantares. Milwaukee,
Wisconsin: Editorial Northwestern.
Henry, M. (1999). Comentario Bíblico de Matthew Henry . Terrassa, Barcelona: Editorial Clie.
Jamieson, R., Fausset, A. R., & Brown, D. (2003). Comentario Exegético Explicativo de la
Biblia Tomo I: El Antiguo Testamento. El Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones.
McDonald, W. (2004). Comentario Bíblico de William McDonald Eclesiastés. España: Editorial
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Morla, A. V. (1994). Libros sapienciales y otros escritos. Navarra, España: Editorial Vervo
Divino.
Mundo Hispano. (2008). Comentario Bíblio Mundo Hispano Proverbios Eclesiastés Cantares
Tomo 9. El Paso, Texas: Editorial Mundo Hispano.
Pearlman, M. (1995). A través de la Biblia. Miami, Florida: Editorial Vida.
Pfeiffer, C. F. (1993). Comentario Bíblico Moody Antiguo Testamento Eclesiastés. Grand
Rapids, Michigan: Editorial Portavoz.
Vilchez, L. J. (1994). Sapienciales III Eclesiastés o Qohelet. Navarra, España: Editorial Verbo
Divino.