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ENSAYOS Y NOTAS DON SIMPLICIO Y EL “NIGROMANTE” D avid R. M aciel Universidad de Nuevo México No se puede emprender una historia del pensamien- to y la vida política del siglo XIX en México, si la inves- tigación no recurre a una de las fuentes primarias más importantes:el periodismo.1 No sólo por su naturaleza sino también por su significado circunstancial en cuanto a registro, a veces apasionado, a veces frío, pero siempre ideológico de la vida nacional. La importancia del periodismo como forma literali- zada de la vida histórica no ha de entenderse como resul- tado de su radio masivo de alcance que habría contribui- do diariamente a la formación de una opinión pública nacional. Su alcance como instrumento de formación e información se hallaba restringido no sólo por las limi- taciones de tiraje, sino también por el muy elevado índice de analfabetismo. Aunque debe cuidarse el juicio usual de que los pe- riódicos daban lugar a “todos los errores. .., engaños, mentiras y calumnias de su época”, debe tomarse en cuenta que estas publicaciones consideradas engañosas obe- decían a un punto de vista y a una interpretación ideo- lógica. Asimismo, no debe descuidarse que el periódico no sólo dio un espacio a la difusión de las ideas partidistas sino también a aquellas que por su seriedad pueden co- siderarse clásicas de una época, por ejemplo los escritos de las figuras más brillantes de una generación de la Re- m

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ENSAYOS Y NOTAS

DON SIMPLICIO Y EL “NIGROM ANTE”

D a v id R . M a c ie l

Universidad de Nuevo México

No se puede emprender una historia del pensamien­to y la vida política del siglo XIX en México, si la inves­tigación no recurre a una de las fuentes primarias más importantes:el periodismo.1 No sólo por su naturaleza sino también por su significado circunstancial en cuanto a registro, a veces apasionado, a veces frío, pero siempre ideológico de la vida nacional.

La importancia del periodismo como forma literali- zada de la vida histórica no ha de entenderse como resul­tado de su radio masivo de alcance que habría contribui­do diariamente a la formación de una opinión pública nacional. Su alcance como instrumento de formación e información se hallaba restringido no sólo por las limi­taciones de tiraje, sino también por el muy elevado índice de analfabetismo.

Aunque debe cuidarse el juicio usual de que los pe­riódicos daban lugar a “todos los errores. . . , engaños, mentiras y calumnias de su época”, debe tomarse en cuenta que estas publicaciones consideradas engañosas obe­decían a un punto de vista y a una interpretación ideo­lógica.

Asimismo, no debe descuidarse que el periódico no sólo dio un espacio a la difusión de las ideas partidistas sino también a aquellas que por su seriedad pueden co- siderarse clásicas de una época, por ejemplo los escritos de las figuras más brillantes de una generación de la Re-

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forma: Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Ma­nuel Altamirano, José María Vigil, Manuel Payno e Ig­nacio Ramírez.

A mediados del XIX, especialmente durante la débil adm nistración del general José Joaquín Herrera, México se hallaba en una situación crítica, a la cual contribuían por igual la inestabilidad política y el despilfarro econó­mico de la administración, la guerra de Texas, la ame­naza latente del expansión:smo norteamericano, la des­igualdad social y la constante intervención del ejército en los asuntos públicos, que habían causado una situación de angustia y desesperación en amplios sectores de la po­blación mexicana.2

Ignacio Ramírez se convertirá durante este período en una de las figuras políticas y periodísticas más importan­tes y combativas de la vida mexicana, iniciando su carrera en el periodismo el año de 1845,8 cuando, en colabora­ción con Guillermo Prieto y Manuel Payno, decidió la fundación de un periódico burlesco, crítico y filosófico que sería redactado por unos “simples” y que recibiría el nombre de Don Simplicio.

Prieto cuenta en sus Memorias que, desterrado el periodista Vicente García Torres por orden del Presidente Mariano Paredes, aquél había aconsejado a los redactores de su diario El Monitor Republicano que continuaran la lucha contra el conservadurismo ‘'hasta el último cuadra­tín de la imprenta”.4 Con ayuda de Manuel Payno y de la imprenta que éste poseía en sociedad con el español Juan de la Granja, aparecería Don Simplicio, a cuya in­tencionada sátira se sumaría un fuerte tono ideológico de apoyo a “las clases pobres de las cuales nadie se ocu­paba”.5

La presentación de! primer número de Don Simplicio contenía, además, un párrafo en verso dedicado a cada uno de los colaboradores del periódico que intentaba iden­

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tificarlos. Allí apareció por primera vez el seudónimo de Ignacio Ramírez:

Y un oscuro Nigromante que hará por artes del diablo que coman en un establo Sancho, Rucio y Rocinante con el Caballero andante.6

Ramírez era un hombre de letras, de ahí el seudó­nimo que adoptó. En El Quijote, la figura de El Ni­gromante es el principio antagónico del héroe; en la imaginación del caballero el mago es quien lo confunde todo, que hace que los gigantes con quienes lucha sean de pronto molinos, y los ejércitos un simple rebaño de pa­cíficos animales. En el movimiento general de la novela, es El Nigromante el que, cada vez, trae al caballero a la realidad funcionando justamente contrario sensu de lo que el caballero cree y afirma.

Cabría, en consecuencia, conjeturar lo siguiente: la adopción del seudónimo tuvo un carácter definitivamente simbólico. El grupo político dirigente en la época, y par­ticularmente, el grupo dominante del partido liberal se caracterizaba por un interés casi exclusivamente teórico que los apartaba de los problemas concretos que aqueja­ban al país. Sería esa realidad la que este nuevo Nigro­mante haría relucir atentando en contra de la desbocada imaginación de !os quijotescos dirigentes del país; por ello haría comer en un establo a “Sancho, Rucio y Rocinante con el caballero andante”.

El aspecto específico que correspondió a El Nigro­mante en la sátira social y política de Don Simplicio, fue el ataque a la Iglesia, dada su abierta posición anti­clerical y debeladora de los mitos de la religión y el cle­ricalismo. Se leía igualmente en aquel primer número:

Y tú feroz Nigromante que a toda virtud ves máscara

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y toda fruta haces cáscara entonarás este cántico que no será muy romántico.

La novedad de su sátira, enconada y feroz, hizo rá­pidamente la fortuna de Don Simplicio. No había institu­ción o problema nacional que no recibiera la atención de “los simples”. Los principios de una revolución contra la desigualdad social, la inestabilidad de la situación polí­tica y los problemas económicos de la época fueron, sin embargo, los motivos básicos de la acción del periódico.

A muy temprana edad, 27 años, Ramírez mostraba ya una madurez extraordinaria y un profundo conoci­miento de la realidad de México. Aun dentro del tono satírico general del periódico, los artículos de Ramírez se caracterizaron por el radicalismo de su crítica social y política que demostraría, con el tiempo, ser una de las más agudas y certeras de su época.

Ya en el mencionado primer número, publicaba un artículo titulado “A los viejos” en el cual, junto a su pro­fesión de doctrina política, se refería a los sufrimientos del pueblo, acusando de ellos a las clases dominantes: “a los falsos sabios, a los sacerdotes embaucadores, a los pro­pietarios feudales, a todo el que ha engañado, oprimido y explotado al pueblo produciendo frutos de discordia des­de 1821”. Enumeraba Ramírez, en esta oportunidad, las diferentes causas de la inestabilidad política y observaba la relación paradójica entre la teoría y la práctica de las leyes que gobernaban el país.

Opinaba, asimismo, que un sistema de gobierno re­publicano era el que mejor convenía a México, pues ga­rantizaba, al menos en teoría, el respeto a los derechos del individuo, la soberanía de la nación, la participación po­pular y la no intervención del Estado en la economía pri­vada. Pero veía, al mismo tiempo, que las instituciones del sistema resultaban ineficaces y que lo seguirían siendo mientras el estrato dirigente del país estuviera

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constituido por un grupo selecto que en vez de ocuparse de los derechos del pueblo luchaba por sus propios inte­reses. Esta situación se hacía evidente en la lucha de fac­ciones organizada entre grupos dirigentes, ocupados en la conservación del poder político. A propósito, anotaba sa­tíricamente:

El pueblo fatigadopide un hombre, una cosa que domine.Pide pan y reposo mas en vez de pan y reposo mas en vez de pan y paz le dan sistemas.

Y más adelante Ramírez expone con claridad el pro­blema legislativo nacional:

Amigos, la muchedumbre no necesita estudiar las paradojas de Pronuevo, los diarios de Ghateubriand y los embrollos del Dijesto para saborear una bote­lla, pasear en coche y disfrutar de una hermosa. Y estos son los tres principios de toda verdadera cons­titución.

El presidente y su gabinete, —anotaba— cubiertos de “honores y sueldos exorbitantes”, torpe imitación de go­bernantes extranjeros, se mantenían en un nivel muy ale­jado de los intereses, inquietudes y anhelos de la socie­dad en general.

Ramírez difería profundamente de la ideología re­formista del sector moderado del partido liberal, pues con­sideraba que su acción sólo iba en beneficio de la perpe­tuación de los intereses creados. A juicio de Ramírez, lo que el país necesitaba no eran reformas, sino cambios pro­fundos de la estructura socioeconómica que lograran rom­per, de una vez para siempre, la herencia colonial. Ya entonces El Nigromante se daba cuenta de que el rom­pimiento con España no había significado otra cosa que la sustitución en el poder de la clase peninsular por la criolla, la cual mantenía la misma actitud discriminatoria:

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Quisieron ser los herederos de la conquista: se lla­man jueces y son oidores; representantes del pueblo, y son hermanos de la Santa Escuela; presidentes y son virreyes; sabios, y son doctores; y llaman a su colonia, la república! Llenos de su vano saber, que no ha producido sino lesiones interminables y san­grientas; discordias en la inteligencia, aplicación y utilidades de sus teorías, confiesan modestamente que sólo ellos pueden conducir la nave del Estado, pues la muchedumbre es inexperta y loca.

De nuevo Ramírez mostraba su comprensión profun­da de la realidad nacional, revelándose como uno de los primeros ideólogos que comprendió el verdadero signifi­cado de la independencia y sus consecuencias.

Para el joven Ramírez, la ausencia de leyes adapta­das a la realidad, fue el motivo principal que impidió el éxito del sistema federal en México. Como anotaba en el artículo “El Espectador y Don Simplicio”: “habrás obser­vado que la federación, aunque vio cus principios procla­mados solamente en México no se llegó a establecer por falta de leyes”.

El Nigromante concluía que en México no existía un auténtico gobierno debido a la falta de bases legisla­tivas. En su opinión la causa del problema legislativo mexicano radicaba además en la ausencia de leyes que se ajustaran a la realidad. Una ley dictada en determi­nado momento y para determinada sociedad no funciona­ba necesariamente para otra cuyas condiciones históricas o de distinta naturaleza eran diferentes. Como señalaba certeramente:

Sujétense pues, los pueblos a las Leyes, y las Leyes a las necesidades y circunstancias de los pueblos, que cada asociación tenga las suyas.

Ramírez sugería además que la legislación debía to­mar en cuenta las peculiaridades de cada región del país. Por ende, la legislación estatal debía variar según las ne­cesidades regionales. En esto también difería El Nigro­mante de sus colegas liberales al apoyar una política fe­

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deral que tomara en cuenta las necesidades regionales. La mayoría de los políticos de la época abogaban por un gobierno con un marcado sello centralista.

Una faceta más del pensamiento político de El Ni­gromante la constituyó su crítica de la administración pú­blica y de la burocracia. La burocracia mexicana, decía Ramírez, está formada por toda una serie de consejeros, magistrados y empleados corruptos que únicamente se preocupan por los intereses de ellos, descuidando los in­tereses nacionales y populares. Así lo señaló en el artícu­lo “El Consejo de Gobierno”.

Los consejeros vense pues al lado del gobierno sin gobernar, de tutores del poder y despreciados, y se vuelven intrigantes en palacio, parlachines en la ca­lle y conspiradores en su casa, y un general conocien­do la debilidad secreta de su gobierno y los placeres de la presidencia dirige una revolución y conspira contra ella.

Ramírez opinaba que un verdadero legislador, como gobernante enérgico, debía considerar que los problemas primordiales del momento eran la hacienda, el comercio, la industria, la agricultura, el aspecto social, la educación y la propia legislación.

Uno de los propósitos esenciales de los “simples” en las páginas de Don Simplicio fue la lucha contra la ideo­logía y la prensa conservadora. Ramírez llevó a la prác­tica esta lucha y sostuvo una constante polémica con el principal diario conservador del momento, El Tiempo, di­rigido por don Lucas Alamán. Atacó a los redactores de dicho periódico porque defendían los intereses de la cla­se propietaria. Este grupo se componía principalmente del alto clero y de los hacendados, quienes deseaban im­plantar un régimen monárquico que les garantizara la seguridad de sus intereses. Según Ramírez, en El Tiem­po los integrantes de dicha clase pugnaban por establecer un sistema monárquico de gobierno alegando que eran ellos las únicas personas “capaces” de dirigir al país. Pa­

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ra él tal premisa no era válida porque un análisis de los grupos que componían la clase oligárquica (hacendados, alto clero, ejército) revelaba lo siguiente:

Los hacendados desean gobernar pero no son capa­ces de producir y desconocen las necesidades de los cuatrocientos mil que los sostienen. El ejército es­tá sujeto a la voluntad ajena, ve con desdén las artes y las ciencias, necesita estar listo para combatir, abu­sa fácilmente del poder El clero, gran propietario de tierras, posee sus propias costumbres y leyes y tampoco conoce como se producen las riquezas, ni como se forman y gobiernan las familias.

La sátira a El Tiempo constituyó, sin duda, un pun­to clave para El Nigromante y sus compañeros que ata­caban tanto las ideas monárquicas como la actitud elitis­ta de los redactores de ese periódico.

El radicalismo de Ramírez se hizo evidente en su análisis de la situación de México después de haber con­seguido la independencia de España. Para él las luchas sociales y las reformas políticas sólo adquirían validez cuando estaban dirigidas a la solución de los problemas económicos y a la promoción de cambios en la estructura socio-política del país. El primer objetivo de su lucha era la clase trabajadora. En su pensamiento los jornale­ros, humillados y explotados, privados del producto de su trabajo, mantenían una situación de atraso que era indis­pensable remediar. Paralelamente observaba que esta si­tuación de la clase trabajadora se mantenía por perpetua­ción de un esquema vicioso. Si los obreros ganaban su­ficiente dinero y obtenían participación en los talleres y las fábricas pudiendo, en consecuencia, invertir en los ru­bros de la agricultura y el comercio donde los acaudala­dos no invertían, la economía del país mejoraba y también la situación del obrero. Pero los obreros carecían de di­nero, los terratenientes y comerciantes no querían conti­nuar invirtiendo en su plazoleta económica y por ende, la situación socio-económica del país se hacía aún más rui­nosa.

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La situación deplorable de los trabajadores urbanos y rurales era considerada con el mismo interés por Ramí­rez. Esta se debía a la opulencia y despilfarro de la da ­se oligárquica. Al respecto decía:

Pobre pueblo sin poderte hacer rico no te quieren dejar pobre y te hacen miserable. Sólo para tí no hay propiedad pues los frutos de tu agricultura van a primicias a la Iglesia, y lo demás al poder de los propietarios que no reconocen de sus campos sino sus Títulos.

Ramírez denunciaba también la manipulación del Estado por las clases dirigentes. El Estado sólo se preocu­paba de proteger los privilegios de dichas clases. Mien­tras esta situación continuara, la desigualdad social no se superaría:

Quieren que gobiernen los ricos porque las propie­dades están mal distribuidas naturalmente solo los que no poseen pueden y quieren repartirlas bien: por­que los propietarios disfrutan sin trabajar, y la chusma trabaja sin disfrutar, y este sistema es mag­nífico para proteger la agricultura, y en fin, por­que los intereses de los ricos son contrarios a los de los pobres y es obligación de todo hombre decen­te defender a un caballero contra un lépero. A esto se reduce la cuestión.

El poder socioeconómico de la Iglesia tampoco esca­paría a la crítica irónica de El Nigromante. Observaba que la Iglesia era propietaria de una considerable canti­dad de tierras que estaban poco cultivadas y, por tanto, ca­si sin producir. Así, el desarrollo económico del país en lugar de progresar se estancaba. Satirizando la riqueza eclesiástica comentaba:

Nosotros los trabajadores decimos a los propietarios de los bienes raíces espiritualizados: vuestra pobre­za evangélica apenas posee la tercera parte de la Re­pública, pero ¿no pudiéramos lograr la gloria a me­nos precio?

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El monopolio del poder económico por parte de la Iglesia como impedimento al desarrollo del país, fue una constante en el pensamiento liberal del siglo XIX.

Otro tema recurrente fue la crítica al monopolio ecle­siástico de la educación; con su visión acostumbrada des­tacó esa situación como un “obstáculo hacia el cambio so­cial y el progreso” ya que dicho sistema educativo se ba­saba en enseñanzas anacrónicas y teológicas inadecuadas a las necesidades nacionales. Según El Nigromante, la forma de cambiar este sistema era “substituir a la teolo­gía por la ciencia y la filosofía; el dogma por la razón, al cura por el sabio y al filósofo y a la fe por el escepticismo”.

Ramírez protestaba asimismo contra las contribucio­nes impuestas a los trabajadores por la clase dominante. Estas medidas eran consideradas por el autor como una forma más de explotación de la clase obrera.

Uno de los problemas más importantes en la preocu­pación social de Ramírez, fue la lucha por el mejoramien­to de la posición de la mujer dentro de la sociedad. En este aspecto como en otros, Ramírez fue un precursor de las ideas que, con el tiempo, transformarían a la sociedad mexicana. Consideraba que si se quería lograr el progre­so social del país, primero había que eliminar los prejui­cios y transformar las tradiciones. Para ello ponía como ejemplo la situación de la mujer.

Las mujeres 110 son ciudadanas, quien sabe si esto será una Tiranía y si igualada la mujer con el hom­bre duplicara las riquezas y los placeres y borrara la mitad de los delitos. Pero es un hecho, las muje­res no son ciudadanas. Es verdad, la ley y la na­turaleza les han dado los mismos privilegios que a las ninas y además el poder de la hermosura y las consideraciones de su sexo. No obstante, por no ser ciudadanas se les esclaviza muchas veces.

El Nigromante, mejor que ningún otro teórico o po­lítico del siglo pasado, comprendió y señaló que mientras se excluyera a las mujeres que constituían poco más del

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cincuenta por ciento cíe la población del país, México no dejaría de padecer los prejuicios de la desigualdad social. Por consiguiente, sólo los varones de la clase dirigente ten­drían acceso a los medios culturales y políticos.

Otro aspecto importante de su ideología social gira­ba en torno al problema educativo. El Nigromante se con­sideró siempre un educador. Señalaba que la educación debía tener como objetivo primordial proporcionar a los educados cierto bienestar económico y social. Sin embar­go, observaba que, en la práctica, esto no ocurría, ya que la estructura social lo impedía, al estar la enseñanza total­mente en manos de la clase oligarca. Para El Nigroman-o ote la institución pública sólo tenía validez y sentido en cuanto ayudara a mejorar ei nivel de vida de la clase po­pular y por consiguiente llevara a cabo un cambio signi­ficativo en la estructura social del país.

Observando la situación, Ramírez señalaba que “de nada sirve que existan leyes o instituciones si el pueblo ni las conoce ni las sigue, nada más los profesores para aplicarías a los ignorantes’'.

Según el autor:

Es la falta ele educación ]a causa de que el mexi­cano muestre un nvnimo de Ínteres por los aconte­cimientos políticos del momento convirtiéndose así en simples máquinas sin tomar una actitud crítica a su alrededor.

Las numerosas deficiencias y la escasa potencialidad práctica del sistema educativo, fueron puestas en eviden­cia por El Nigromante. Entre las deficiencias de la ense­ñanza el autor señalaba principalmente la falta de conoci­mientos actualizados en la agricultura, la industria y el comercio, de donde derivaba, sin duda, el atraso de esas ramas de la producción. Al respecto estimulaba la revi­sión y actualización de los conocimientos mencionados pa­ra llevarlos a la práctica, y recomendaba fomentar la pre­paración técnica y artesanos especializados que conduje­ran al país al progreso económico:

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Puesto que las necesidades generales deben antepo­nerse a las particulares y en la república hay más falta de herreros, cosecheros y fabricantes que de re­tóricos en todos los establecimientos industriales de alguna consideración se deben enseñar los experimen­tos físicos y químicos y los demás interesantes al ra­mo respectivo, y por último en todas las haciendas se abren cátedras, donde la ciencia con la agricultura proyecte sobre el mismo terreno sus mejoras.

Ante el desarrollo económico europeo y norteameri­cano, El Nigromante insistía en que México fomentara la producción y modernización de su técnica.

Una constante preocupación en el pensamiento de Ramírez fue la educación de los indígenas. Sus primeras ideas al respecto salieron a la luz en las páginas de Don Simplicio. Observaba que los indígenas carecían de la más elemental educación, el interés del indígena radicaba sólo en obtener los medios suficientes para subsistir sin mostrar interés alguno por aprender a leer y escribir, y el gobierno nunca lo había motivado a instruirse En su opi­nión, el servilismo indígena se debía al tu tela je sacerdotal que intentaba convertirlo en un ser pasivo carente de ini­ciativa para romper las cadenas que lo oprimían:

Hemos tratado de manifestar cuan difícil será esta­blecer escuelas en los pueblos, por medio de la per­suasión mientras los intereses personales no lo pidan de un modo claro y poderoso a los mismos interesa­dos. Es indispensable para ilustrar a los indios sa­carlos de la tutela en que se encuentran.

De esta manera exponía “el futuro apóstol de la Re­forma”, la situación en la cual se encontraba el indígena mexicano y lo problemático que sería educarlo. Si esta situación no cambiaba, la marginación y desigualdad del indígena desembocaría finalmente en un ambiente de re­beldía, levantamiento y lucha de clases.

El conflicto de la separación de Texas y la desazón interna producida por los propósitos expansionistas nor­teamericanos fueron temas que igualmente destacaron en

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las páginas de Don Simplicio y en la pluma de Ignacio Ramírez. Desde el momento en que estalló la rebelión texana el diario empezó a publicar artículos que analiza­ban las consecuencias que pudiera ocasionar este levan­tamiento para el país y para las futuras relaciones diplo­máticas con los Estados Unidos. Sobre este tema, Ramí­rez publicó un artículo titulado “Tejas” en el cual opi­naba que por ningún motivo se debería abandonar Texas a los intereses extranjeros, y advertía que la colonización solucionaría el estado crítico de la frontera, amenazada por la política del “Destino Manifiesto” norteamericano. A diferencia de sus contemporáneos, El Nigromante opi­naba que la colonización no necesariamente debería ser extranjera, sino nacional. Pero a la vez señaló las dife­rencias para llevar a cabo esta empresa, puesto que en México no existían ciudadanos capaces y con deseos de ir a colonizar el norte: “por un lado el interior de la repú­blica se compone de arrieros y ladrones y, por otro, los integrantes de la clase dirigente son incapaces de radicar en esa zona inhóspita”. Con fina ironía Ramírez satiri­zaba la situación:

Dejarán los e^ganíes sus cafés y teatros? los místicos sus jubileos, los so1 dados de chanza sus paradas y !os abogados el portal?, por correr a los márgenes del Colorado y el Sabinas?

Otro aspecto del problema al que se enfrentaba la frontera norte, según Ramírez, era el abandono en que la tenía el gobierno nacional. Desafortunadamente, a cau­sa de la inestabilidad política, los gobiernos no le habían dado la importancia debida al desarrollo económico y so­cial de esas zonas. Y no fue sino hasta el momento de la amenaza expansionista norteamericana que el gobierno le prestó atención. Teniendo en cuenta las dificultades que encontraba la colonización del norte, propuso un nue­vo proyecto para llevar a cabo dicha empresa. El plan po­día realizarse convenciendo a labradores, agricultores y trabajadores de la República para que se establecieran en

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aquella región. Sugería que se diera toda clase de facili­dades e implementos tecnológicos al futuro colonizador, como por ejemplo mapas, garantía de viaje y subsidios, a fin de fomentarle interés por la agricultura, la industria y el comercio de la zona a la cual era destacado.

El territorio por colonizar no debía tener las mismas leyes, gustos y costumbres que otras regiones en el resto de la nación para que no adoleciera de los mismos vicios. Por el contrario, escribía El Nigromante, “la libertad, ía ciencia, el trabajo, deben ser el código y el dogma de una sociedad reciente en nuestros siglos”.

o

Con la colonización de toda la zona norte del país se obtendrían beneficios que mejorarían la situación econó­mica y social de la clase menesterosa, ya que la construc­ción de escuelas, asilos y reclusorios para criminales, se sumaría a la creación de un nuevo mercado para la indus­tria mexicana.

Esta nueva colonización incluiría también a la po­blación indígena del norte, integrándola de este modo a la producción económica y al desarrollo social de la re­gión. Los nuevos métodos de colonización deberían to­mar en cuenta las necesidades materiales de los indígenas. Los misioneros tendrían la obligación de proporcionarles todo lo que necesitaran y así crear la posibilidad de un mercado para los artículos elaborados en el interior de la República. Además, los productos fabricados por la po­blación indígena del norte se conocerían en el resto del territorio.

Estos conceptos utópicos de Ramírez sobre posibles proyectos de colonización fueron muy característicos de la ideología del siglo XIX. Tanto los liberales como los con­servadores pensaron en la colonización como una solución a los problemas sociales y al progreso económico del país. Fueron muchos los intentos de colonización en diferentes partes de México, semejantes a los que propuso Ramírez. Desafortunadamente, los logros de la mayoría de estos in-

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ten tos fueron efímeros y el:, poca trascendencia y aunque las ideas y sugerencias de Eamírez intentaban acercarse a las necesidades nacionales crecían de sentido práctico.

El principio de la guei,a con los Estados Unidos —1846— captó la atención y preocupación de todos los sec­tores nacionales. Como era de aperarse, tal crisis no pa­só inadvertida a la prensa del país. Don Simplicio, una vez más, con su ironía característica, inició una serie de artículos en los que impugnaba la política mexicana fren­te al invasor. Destacó la contradicción de la conducta del General Paredes y afirmó que éste, aparentemente, apo­yaba la guerra y sin embargo descuidaba la frontera nor­te.

Los comentarios de “los simples” generalmente esta­ban saturados de un profundo pesimismo acerca del resul­tado de la guerra; sin embargo, Don Simplicio sostenía que ésta “era el punto más vital para México después de su independencia”.

A la caída del gobierno del General Paredes, Don Simplicio propuso que la campaña mexicana debería adop­tar un carácter ofensivo. No sólo debería luchar en terri­torio nacional, sino que para lograr el éxito militar, se ten­dría que invadir el territorio norteamericano.

A pesar de las continuas derrotas del ejército mexica­no Don Simplicio no se daba por vencido y expresaba un optimismo ilusorio, hablando de “llevar adelante la guerra hasta que las poblaciones norteamericanas se convirtieran en montes de ruinas”.

El diario fue un crítico constante y feroz de la polí­tica interna. Así, cuando el ejército mexicano en Monte­rrey se vio inmovilizado por falta de recursos, trámites bu­rocráticos, y un armisticio firmado en Monterrey, Don Simplicio, corno de costumbre, lanzó una sátira irónica:

Ya por Veracruz los yankees nos pretenden invadir

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allá levantan el grito porque no se halla un motín Por Chihuahua, los del Paso pronto tendrán Sanquintín Pero hay del que amenece a las fuerzas de San Luis.

El conflicto inminente entre los estados del norte y el sur de los Estados Unidos respecto a la esclavitud, así como los debates en el Congreso norteamericano sobre la legitimidad de la guerra con México fueron ampliamen­te señalados en Don Simplicio. Por estas razones y por el honor nacional, el diario apuntaba que la guerra de­bería seguir con más entereza. Según “los simples”, cual­quier oferta de rendición debería ser rotundamente recha­zada: si México quería conservax su nacionalidad, cultu­ra, valores tradicionales, no podía dar muestra de impoten­cia. Por ende, el único camino a seguir era la guerra.

Dada su influencia en la opinión pública y por su fuerte sátira en contra de la política nacional y sus diri­gentes, Don Simplicio fue clausurado por orden del Pre­sidente Paredes, que, además, encarceló a ‘los simples”.7

Esta fue la primera de tantas ocasiones en que Ramí­rez cayó en prisión por su agria crítica a la problemática del país. Afortunadamente el joven Nigromante no per­maneció prisionero por mucho tiempo. Pocos días des­pués subió al poder el General Mariano Salas, quien pu­so en libertad a los prisioneros políticos.8

Una vez puestos en libertad “los simples”, volvieron con su acostumbrado entusiasmo a publicar Don Simpli­cio y Ramírez continuó contribuyendo en la redacción del diario hasta su viaje a Toluca.

Este fue a grandes rasgos el comienzo de la faena periodística de Ignacio Ramírez, sin duda uno de los hom­bres de letras más combativos del siglo XIX en México. Aunque sus artículos escritos para las páginas de Don Simplicio representan sólo una parte de su obra periodís­

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tica total, revelan una visión más crítica y apegada a la realidad mexicana que la de sus contemporáneos y cama­radas de partido. En la vida de El Nigromante, Don Simplicio daría el punto de partida a una carrera ideoló­gica de ininterrumpido radicalismo y lucha social hasta el día de su muerte en 1879.

N O T A S

1 Existen varios estudios que resaltan la importancia del perio­dismo qn el siglo XIX en México: Gene M. Brack, México Views Manifest Destiny, Albuquiqrque: University of New México Press, 1975; Gerald L. McGowan, Prensa y Poder, El Colegio de México, 1978; Jesús Velasco Márquez, La guerra del 47 y la opinión pú­blica, México: Sep-Setentas, 1975, y especialmente los valiosos es­tudios de María del Carmen Ruíz Castañeda —Periodismo político de la Reforma en la ciudad de México, 1854-1861, México“ UNAM, 1954, y Periodismo en México 450 años de historia, Mé­xico: Editorial Tradición, 1972.

2 Las mejores obras que ofrecen un análisis de la época son: José C. Valadés, Los orígenes de la República Mexicana, México: Edi­tores Mexicanos Unidos, 1972 y el tomo III de la Historia Gene­ral de México, El Colegio de México, 1976.

3 Hasta la fe^ha muy poco se ha escrito sobre la juventud y los años forma ti vos de Ignacio Ramírez. La biografía de Ramírez re­dactada por su discípulo Ignacio Manuel Altamirano en 1898 sigue siendo útil.

4 Guillermo Prie,to, Memorias de mis tiempos, México: Editorial Pa­tria, 1964, pp. 378-381.

5 Don Simplicio, primera época, No. 1, p. 2.6 De aquí en adelante todas las citas corresponden al diario Don

Simplicio que se publicó durante; los años 1845-1847- La colec­ción completa del periódico se encuentra encuadernada en dos tomos en la Hc¡meroteca Nacional de México, D .F .

7 Jesús Rodríguez Frausto, “Ignacio Ramírez” Biografías No. 66.8 Helene Anderson, “Ignacio Ramírez”: Spirit of 19 th Century Me-

xican Culture*”, Syracuse, Tesis de doctorado, 1961, p. 70.

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