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3 ENTROPÍA 4,80 € Revista bimestral de relatos cortos ilustrados para el fomento de la lectura www.historiasdelahistoria.com/entropia “Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla” Fernando Pessoa Hazlo o no pero no lo i “En los ojos del joven arde la llama; en los del viejo brilla la luz” Victor Hugo

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Revista bimestral de Relatos cortos ilustrados para el fomento de la lectura

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3ENTROPÍA

4,80 €

Revista bimestral de relatos cortos ilustrados para el fomento de la lectura

www.histor iasdelahistor ia .com/entropia

“Entre la vida y yo hay un cristal tenue. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla”

Fernando Pessoa

Hazlo o no lo hagas

pero no lo intenes

Maestro Yoda

“En los ojos del joven arde la llama;

en los del viejo brilla la luz” Victor Hugo

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El RIncón dE XURXO Haz lo que yo digo...

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Entropía núm 3SUMARIO

05 EDITORIAL

07 UN PRÍNCIPE DE OTRA CHARCA… Xurxo

08 HOGAÑO: TÓMAME O DÉJAME Fernando Solera

10 SINGULAR: Xavier Àguesa y José Vicente Pascual

18 EL HECHO DIRERENCIAL Kikás

22 EXTRANJERO (y 2ª PARTE) Javier Fernández Jiménez

26 EL FANTASMA DE KIPLING Jesús Villaverde Sánchez

28 ESTILO ACERADO Rosario Raro

31 EL ROMANCE DE LA LLAMA y LA TRAICIÓN DEL HIELO

Laura López Alfranca

32 HACKER Pepe Pereza

36 DIARIO DE UN NáUFRAGO… LAbORAL Antonio Pamos

40 ERROR DE COPIA (1ª PARTE) baltasar García

45 CREO EN MITRA, MATADOR DE TOROS Javier Ramos

46 LA MUÑECA Ekaitz Ortega

48 DE PERLAS Adolfo Suárez

50 ALMAS, A LA ObRA Flenning

54 MATEMáTICAMENTE IMPOSIbLE Paloma Hidalgo

58 DETRáS DEL SILENCIO Felicidad batista

59 PAREDES ACOLCHADAS Isaac Pachón

62 EL ESPEJO Marcos Ley

64 MI VOZ PIDE TU MÚSICA Chema García

66 NÓMADAS EN EL LAbERINTO La Gárgola Impasible

72 EL PARáSITO Raelana Dsagan

76 A LA LUZ DE LAS VELAS H. C.

82 ESTACIONES Ch. Cirujano

82 ESA AbSURDA HISTORIA Fernanda Ruza

82 NUNCA ES DEMASIADO TARDE Elena Ortiz Muñiz

86 PERFIL. Gustavo Adolfo bécquer

88 LOS OJOS VERDES Gustavo Adolfo bécquer

94 MICROENTROPÍAS

PÀGINA 28: ESTILO ACERADO

PÀGINA 32: HACKER

PÀGINA 59: PAREDES ACOLCHADAS

PÀGINA 62: EL ESPEJO

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SingularSingular

La gorgonaJoSé vicente PaScual

Llegaron noticias de que los jinetes del páramo poseían un gran tesoro: tres sirenas del mar de las Ánimas Dormidas. Según el mensajero, comerciantes de Alexandrópolis,

tiempo atrás, habían contratado a merce-narios de Kefalonia, expertos en esta clase de cacerías. Una vez en su poder las tristes sirenas, encerradas en arca de bronce, las transportaron hacia Hestaria, en los domi-nios septentrionales del Emperador, con intención de vendérselas a un precio exor-bitante. Pero los cándidos comerciantes no contaban con la audacia de los jinetes del páramo, sobre todo si hay rapiña y botín de por medio. Estos salvajes cubiertos de pie-les grasientas no reconocen otra autoridad que la Noche, no acatan más ley que la del Perpetuo Invierno y tienen por único señor a la Muerte, divinidad a la que nombran de treinta maneras distintas, siendo Dadora de Vida su título más desconcertante.

Nuestro rey, Dhermes el Insensato, de-terminó enviar emisarios a los jinetes del páramo y acordar un rescate razonable por las sirenas. Su propósito no era devolverlas

a su mar, ni a los mercaderes alejandrinos ni mucho menos al Emperador, sino traerlas a nuestra ciudad y organizar un multitudi-nario, fastuoso concierto en el que las in-felices sirenas cantarían dulcísimas baladas antes de morir de melancolía, tal como es su costumbre cuando se saben lejos del mar y para siempre condenadas a la ausencia. A decir de los entendidos —entre los cuales hay varios músicos de incontestable expe-riencia—, los melodiosos, agudos trinos que lanzan las sirenas en el preciso instante de perecer, son tan hermosos que el invisible eco de su bondad alcanza a las esencias mismas del tiempo, otorgando cien años prósperos a quien tenga la dicha de oírlas; y otros cuantos siglos de supremacía a la estirpe de quien devuelva sus cadáveres al inmenso azul. Ante tan magníficas pers-pectivas, no es de extrañar que Dhermes el Insensato se empeñase en aquel magno con-cierto, el más costoso del que pudiesen dar referencia las Actas Perdurables.

La embajada regresó tras dos años de esforzado vagar por las tierras yermas del Territorio Discutido. De cuarenta emisarios

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que la compusiesen, sólo once volvieron con vida. Su informe fue decepcionante. Los ji-netes del páramo habían vendido las sirenas en Hestaria por el triple de lo que pensaban obtener los mercaderes de Alexandrópolis, de modo que ahora estaban en poder del Emperador. Las mantenía custodiadas en aquella ciudad, presas en la misma urna de bronce donde las transportasen desde su captura, alimentándolas cada seis me-ses con algas de primavera. Como no había en Hestaria ningún experto en el cuido de sirenas cautivas, el Emperador había dado orden de no dejarlas salir del arca bajo nin-guna circunstancia, en espera de encontrar a persona prudente que aconsejase sobre el debido trato a aquellas criaturas. Sólo a través de un pequeño orificio, practicado en la parte superior del enorme recipiente, po-dían respirar las desdichadas sirenas.

—En estas condiciones, encerradas y sin ver la luz del sol, sobreviven desde que los pescadores de Kefalonia las trabasen en sus redes —expuso, compungido, el más vetera-no de los emisarios.

—¡Es del todo inaceptable! —clamó nues-tro rey, iracundo.

Dhermes el Insensato, hijo de Antonino

el Veleidoso, no se detuvo en diplomacias. Denunció el tratado de Corinto, firmado un siglo antes entre su abuelo Berengario y la administración imperial.

Declaró la guerra a todas las ciudades bajo autoridad del Supremo Monarca y se propuso conquistar Hestaria, proclamarse dueño de las sirenas y convertir aquella ciu-dad en una escombrera, como castigo a las crueldades cometidas contra las delicadas hijas del sagrado mar.

Después de once años de guerra, tres ase-dios, cuatro grandes batallas y numerosos combates marítimos, dos epidemias de có-lera y la más terrible hambruna que nadie recordase, el Emperador, cansado de tantas calamidades, envió una embajada con el si-guiente mensaje: “Ya está bien de hacer el idiota, empecinado Dhermes. Dejemos las armas y conversemos como gobernantes jui-ciosos. Dime lo que quieres y, si en mi mano está, te lo ofreceré gustoso con tal de poner fin a la controversia”.

Nuestro rey, como era preceptivo en estos casos, ordenó ejecutar a los pleni-potenciarios del Emperador, si bien envió una clara respuesta: “Quiero a las sirenas. Entrégamelas y habrá paz”.

Un año más tarde, todo estaba preparado

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HackerPePe Pereza

Estaba harto de que las editoriales me devolviesen mis manuscritos, más que harto. En ese caso era lo escueto del mensaje lo que realmente me cabrea-ba. Había recibido muchas otras car-

tas y en todas ellas los editores, por lo menos, se habían tomado la molestia de darme una ex-cusa -más o menos- creíble de por qué no iban a publicar mi novela. Volví a releer la carta: Estimado Sr. Le agradecemos que se haya di-rigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cor-diales.

Podían haberme dicho, por ejemplo, en qué no se ajustaba el proyecto a su línea editorial, pero ni eso. Volví a releerla una vez más: Estimado Sr. Le agradecemos que se haya di-rigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.

Y otra:Estimado Sr. Le agradecemos que se haya di-rigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.

Estaba indignado y decidí vengarme. Aparte de escritor, yo tenía los suficientes conoci-mientos de informática y programación como para colarme en cualquier ordenador que no estuviese fuertemente protegido.

Últimamente estaba muy alterado y cual-quier cosa me sacaba de quicio. Hacía tres días que había dejado de fumar y desde entonces era un manojo de nervios. Me sentí tentado de encenderme un cigarro, de hecho me lleve la mano al bolsillo de la camisa para coger el pa-quete, pero al notarlo vacío me acordé de que lo estaba dejando. Para combatir el síndrome de abstinencia leí otra vez la carta:

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Estimado Sr. Le agradecemos que se haya di-rigido a nosotros con su proyecto, pero no se ajusta a nuestra línea editorial. Saludos cordiales.

-Os vais a enterar, cabrones.

Después un cuarto de hora tecleando có-digos conseguí colarme en el ordenador de la editorial. Tenía la intención de borrar todos sus datos, pero antes decidí echar un vistazo al disco duro. Rebuscando encontré los informes de los escritores que tenían en plantilla. En dichos informes estaban todos los datos per-sonales. También localicé manuscritos inéditos que esperaban ser evaluados y galeradas que estaban pendientes de publicación. La edito-rial era de las más prestigiosas del país con lo cual todos los escritores que gozaban de fama estaban allí. De hecho, algunos de mis escri-tores favoritos figuraban en la lista. Tenía un tesoro entre manos. Elegí un inédito de uno de mis escritores preferidos y empecé a leerlo.

Enseguida me vi atrapado por la trama. Estuve leyendo durante horas hasta que lo terminé. El libro en general me había gustado, no obstan-te había ciertos pasajes que según mi criterio se excedían en descripciones que ya de por sí eran obvias. Decidí borrar algunas y así lo hice. Volví a releer los párrafos por mí corregidos. Sin duda la historia ganaba en ritmo. Satisfecho conmigo mismo resolví meter algunas frases de mi cosecha. Lo hice aquí y allí, en todo lo largo de la historia. No eran frases largas, ni siquiera daban relevancia a la trama, pero eran frases que yo había colado dentro del libro de uno de mis autores preferidos y con eso me bastaba.

A la noche siguiente volví al disco duro de la editorial. Quería echar un vistazo al libro que estuve corrigiendo la noche anterior. Me sorprendí al comprobar que las frases que yo había escrito seguían allí, mezcladas con las palabras del célebre escritor. Eso me dio áni-mos para hacer lo mismo con otros manuscri-tos. Elegí el texto de otro escritor que admira-ba. En este caso eran relatos de ficción. Los leí

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No me cogió por sorpresa. Soy su ma-dre, yo la crié y esas cosas se intuyen. Ahí tienen las imágenes. ¿Qué puedo decir? Ella cogió el arma y lo hizo. El vídeo es lo bastante clarificador

como para que aporte algo nuevo. Lo supe por la televisión. En casa tengo una

pequeña, de esas en blanco y negro. Al llegar de limpiar la encendí mientras me cambiaba y estaban con los avances informativos. Todavía no la habían identificado pero al verla no existía confusión alguna. Cualquiera que la conociese podía haber llamado a la policía, por eso no lo hice. Me senté en la cocina a esperar que vinie-sen. Cuando iba por el tercer vaso llamaron al timbre y entraron los dos agentes. El teléfono no dejaba de sonar pero no quise coger, no tengo nadie a quien rendir cuentas. No se conforma-ron con desordenar su habitación; también fue-ron a la mía, al baño y la cocina. Vivimos en una casa pequeña, no quiero pensar lo que hubiesen tardado en una mansión. Fueron concienzudos ¿Se dice así? ¿Concienzudos? Pues eso. Desde la cocina los veía pasar de un lado a otro, espera-ba que viniesen a decirme si la habían detenido, pero ninguno se digno a hablarme. Cuando se fueron encendí de nuevo la televisión y supe que la habían matado.

Mi hija era una chica normal hasta ese día. Creo que antes tenía novio pero no sé lo que pasó con ese chico. Mire, tampoco es que tu-viésemos demasiada relación. Me levanto pron-to a trabajar y por las tarde suelo quedar con mis amigas para jugar. Ella se hacía la comida y limpiaba sus cosas. Desde que mi marido se fue paso las tardes con mis amigas, no quiero que-darme en el apartamento como otra viuda triste más, todavía tengo 54 años y quiero divertirme. A veces hablábamos o me dejaba notas. Cuando dejó los estudios y se puso a trabajar en el res-taurante no le dije nada. A su edad ya era capaz de decidir que era lo mejor para ella. Mientras no se quedase en casa viviendo de mi dinero no me importaba que estudiase o trabajase. Sabía que los estudios no le llevarían a ningún lado, en mi familia no somos demasiado listos. Ella aprobaba, a veces en junio y otras veces en septiembre. Nunca me llamaron del institu-to, como mucho tenía que firmar alguna nota o justificante que mandaban. ¿Amigas? Tuvo unas cuantas, creo. El año pasado cuando llegaba a casas a veces me encontraba a una chica rubia, con rizos. Era muy callada. Pero tampoco sé mucho más. Creo mi hija era como las demás, no era espectacular pero tampoco fea, del mon-tón. Pienso que tendría su grupo de amigos, un chico que le gustara, que habría experimentado la vida. Últimamente no pasaba ninguna noche fuera, en eso sí había cambiado, el año pasado había veces que no la encontraba cuando volvía por la noche. Veía su puerta abierta y me metía a la cama. Si podía trabajar y ganar su dinero también podía salir de fiesta y dormir en otras casas. Yo con su edad ya me había ido con mi marido.

Sé que a veces lloraba, hace unos meses estu-vo unos días sin hablar y con los ojos rojos a todas horas. Cuando pregunté me dijo que no pasaba nada, supuse que si era algo importante ya me lo diría. Yo la reñí porque dejó de asearse y peinar-se, creo que no fue a trabajar esos días. Luego volvió a la normalidad.

Nunca me he portado mal con ella. Ha tenido una educación, ha sido libre para cometer sus propios errores y siempre he supervisado las de-cisiones más importantes. Conozco parejas que hacen menos que eso, yo le he tratado con mano dura pero flexible.

La MuñecaeKaitz ortega

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Antes se llevaba un azote o tortazo, pero un día llegó a casa y me dijo que no la volviese a pegar más. Obedecí. Su tono de voz era fuerte y seguro, sentí un poco de miedo, pero también orgullo de que supiese marcar su territorio. A veces tenía un tono de voz que hacía que obe-decieses, se encendía la llama de su carácter y… No sé explicarlo, espero que lo entienda. Por eso digo que no me sorprendió lo que hizo. Bueno, sí, claro, ¿quién se puede esperar algo así? Pero no me es difícil imaginarlo. Mire, cuan-do vivía mi marido nos dijo que quería tener una hermana pequeña, nosotros contestamos que nos diese tiempo, que primero teníamos que comprar una casa más grande. Para com-pensarla compramos una de esas muñecas, con carrito y todo, de las que al tumbarlas cierran los ojos. Ella empezó a llevarla a todos lados, cuando salíamos a pasear no podía dejarla en casa, la cuidaba y dormía con ella. Decía que era su hermana. Ya sabe cómo son las niñas. Después mataron a su padre en aquel estanco. Fueron unos meses complicados para las dos. Tenía doce años y no podía dormir bien por las noches, lloraba abrazada a la muñeca. A mí me parecía que aquello no podía ser bueno, ya era mayor para andar con muñecas. Hubo una tar-de que se enfurruño y tiró el plato de comida al suelo. Yo exploté y le aticé, hice que limpiase el suelo y grité que dejase la muñeca en paz, que nunca tendría ninguna hermana. Ella dejó de llorar y obedeció. Cuando volví de trabajar al día siguiente no la encontré en casa. Fui a su habitación y tampoco estaba la muñeca ni el

carrito, lo que significaba que había vuelto del colegio. Esperé a que volviese. Cuando llegó no traía la muñeca. Pregunté a ver dónde diablos se había metido y me contestó que ya no vería más la muñeca. No dijo nada más, pero tenía heridas en las manos. Fue la primera vez que habló con ese tono de voz. Yo me quedé sin palabras. Eso fue hace seis años y lo he vuelto a ver otras veces. Esa furia. No me extraña lo que sucedió, ella era capaz de hacerlo, por eso no lloré en su entierro.

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Detrás del silencioFelicidad BatiSta

La mañana que murió Sarito Ramos caía una lluvia dispersa. No provenía de las nubes, ausentes aquel mayo de princi-pios de los setenta, bajaba salada por las mejillas de los mayores. Mamá terminó

de colocarme los lazos en el pelo y desde el patio se vislumbraba el mar en el horizonte, y un vele-ro luminoso que parecía anclado sobre las aguas. Salí a la calle, una vecina me preguntó si ya la ha-bía visto, ¿a quién? y esposó su mano a mi muñe-ca y me introdujo en el zaguán de la casa donde tanto había jugado con Saro. Murmullos, gemidos y llantos se abalanzaron sobre mí a medida que iba penetrando en los lugares comunes. Me arras-tró a una habitación donde la madre se mecía los cabellos y el padre parecía estar bajo los efectos de una gran borrachera y entonces la vi, ináni-me, envuelta en un vestido blanco, embutida en un ataúd del mismo color. Logré zafarme y salir corriendo. Aquel día anduve huidiza, espantada, incapaz de comprender la escena reciente que parecía sacada de un mal sueño. Más tarde, mi cerebro se inundó con una riada de preguntas, una tormenta de incógnitas, un laberinto sin sa-lida. Y dejé de hablar. Comencé a ausentarme, a perderme por los senderos, buscando en los ca-minos por dónde se iba al cielo. Escalé laderas, trepé a los árboles hilvanando pensamientos con recuerdos, tarareando, en la mente, las cancio-nes con las que saltábamos al tejo. Y la familia se

alarmó porque no hablaba. El médico diagnosticó que me encontraba bajo los efectos de una gran impresión y que se me pasaría. Se multiplicaron las excursiones a la montaña y a la playa, la vuel-ta a la isla, visitas a El Teide y hasta a la Virgen, pero siempre terminaba escabulléndome. Harta de no hallar respuestas en el entorno, la lectura se volvió mi refugio y puesto que el sonido de la palabra no acudía, comencé a escribir. Primero investigué qué era la nada, qué era eso de morir y no volver nunca más, luego envié cartas a Saro y un buen día me encontré con Alicia en el País de las Maravillas y salí corriendo a contárselo a mi prima. Y al poco tiempo yo quería ser Anna Karenina, casada y con un amante, aunque tuve claro que cambiaría el final. Y, en tropel, llega-ron todos los autores rusos y Moscú fue mi segun-da ciudad. Y una idea comenzó a inocularme el futuro, los proyectos, los caminos se me volvieron cortos y decidí que debía ir a buscar a Tom Sawyer y Huckelberry Finn al Misisipi y a Gabriela Mistral a Chile y Cervantes a La Mancha… Entretanto, mientras esperaba impacientemente ser mayor, seguiría devorando historias, creando universos paralelos, inventado aventuras, amigos, viajes a lugares imaginarios. Vivía la inmensa felicidad de habitar en varios mundos simultáneamente y po-día emigrar de uno a otro sin fronteras, sin adua-nas, sin pasaporte. Volví a tener habla aunque dicen que nunca la recuperé del todo.

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Paredes acolchadasiSaac Pachón

… había dejado para el final del reparto la zona más alejada de la ciudad. Era su primer día de trabajo. Nunca había pasado por aquel aparta-do lugar. Ni tan solo sabía que existiera.

Era un sitio tenebroso. Se podía respirar tristeza en aquel ambiente con olor a clausu-ra. Grandes paredes se erguían para asediar el recinto. Detrás de estos muros de roca pura, un imponente edificio pintado en ocre y piedra pizarra gris en la parte inferior, se levantaba a unos trescientos metros de donde él se en-contraba.

El cielo entonaba acordes de tormenta y hacía una conjunción perfecta con aquel si-niestro lugar. Creyó notar alguna gota en sus brazos. Empezaba a lloviznar.

— ¡Genial!Gruñó en tono irónico.Sin poder dejar de observar la inmensidad

de aquel caserón, siguió adelante para poder

llamar al timbre. Apretó el botón un par de ve-ces. Nadie contestaba. Cuando pudo apreciar a su izquierda un cartel donde se leía: “Entrada solo en horario de visitas”, entonces alguien contestó.

— ¿Sí?— Hola buenas tardes venía a… Le interrumpieron.—Tendrá que ser por la otra puerta, justo al

otro lado. Esta solo se abre en horas de visita.—Bien gracias, entonces daré la vuel…Se oyó colgar el interfono sin esperar su

respuesta.— ¡Genial!Volvió a exclamar irónicamente.Comenzó a bordear por un camino estrecho

que no mediría más de cinco palmos. A un lado seis metros de enormes pedruscos en forma de muro vigilaban a quien quiera que estuviera allí adentro. Al otro, un pequeño barranco de

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Estacionesch. ciruJano

PRIMAVERAEmpieza a llover, me paro y dejo que las gotas de agua mojen mi cara, me alivia. Es lluvia de primavera, la que huele a limpio, a tierra y hierba. Es el agua que trae vida nueva, repara la herida y resucita la desahuciada.

A partir de ahora el mundo cambia, lucimos una piel nueva, la que atrae las miradas, esa que apetece acariciar. La luz es brillante y dura más para recuperar hábitos perdidos. La oscu-ridad quedará limitada a la noche y al sueño.

Vuelven los sonidos olvidados. Nuestro cuer-po nos pide el calor de otro cuerpo.

Poco a poco reaparece el color. El gris de los árboles se corona en verde y las flores nos regalan su mejor pose.

A partir de ahora se impone la alegría, para unos llega el final del curso y para otros se acercan las vacaciones.

Disfrutad del renacimiento. Respirad ¿no veis lo que está pasando? Ya llegara el otoño y después el invierno pero para eso aún que da mucho tiempo.

Ahora el mundo es verde, el color de la es-peranza.

VERANOLlegó el verano. Calor, vacaciones, salidas y llega-das, playa, montaña, nuestro hogar, el lugar donde nacimos, en cualquier caso romper con la rutina diaria.

La playa nos regala la mar transparente para sumergirse y descubrir su interior. Las suaves olas llegan hasta la arena, que nos permite jugar con ella,

La montaña nos muestra la naturaleza en todo su esplendor. Actividades que nos pide el cuerpo para afrontar lo que vendrá.

Nuestro hogar, nuestra querida casa y no disfru-tada durante el resto del año, nuestro refugio, la tranquilidad, la seguridad. Ahora es el momento de vivirla, de disfrutarla en compañía o en soledad, de recapacitar y proponerse cambios si son nece-sarios.

El lugar donde nacimos no trae los recuerdos, la familia, amigos, juegos, el primer amor, los cambios surgidos en nuestra vida y la de los demás. Hemos crecido y asumido las responsabilidades que supuso la marcha hacía otro destino, lo que en él encon-tramos y lo que se ha convertido nuestra vida.

Llegó el tiempo la luz y el descanso.

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OTOÑOColores rojos, verdes, amarillos, marrones, y de cada uno multitud de tonalidades.

El paisaje es lo más parecido a un cuadro que me atrapa y serena. Sigue luciendo el Sol aunque ahora se retire antes. Los árboles se van quedando desnudos poco a poco, es el pre-cio del descanso de la naturaleza.

Suena el agua de los ríos y cascadas, la me-jor música para mis oídos.

De vez en cuando aparece la lluvia que la tierra necesita para que no se duerma, la que las raíces de los árboles necesitan, la que los campos piden para la recolección o prepararlos para una nueva plantación.

Otoño, la estación que relaja, que nos ayu-da a descansar del caluroso y frenético vera-no, la que nos prepara para el duro y oscuro invierno.

Llegó el tiempo del color, del descanso de la naturaleza.

INVIERNOOscuridad, frío, nosotros abrigados y la natu-raleza desnuda.

Llegó la rutina, las obligaciones, la urgen-cia por llegar a casa y refugiarse es su calidez. Asomarse a la ventana para ver las negras nu-bes que descargan el agua tan necesaria, como caen los copos de nieve, comprobar como se hiela la noche. No apetece salir, estamos de-masiado a gusto en casa.

Pero el agua es necesaria y la nieve al des-hacerse volverá a llenar pantanos y ríos que ayudaran a que la naturaleza renazca.

Ahora los árboles tienen color grisáceo, es-tán hibernando, lo necesitan para descansar y adquirir fuerza para regalarnos su sombra, color y belleza. Las flores que han desaparecido ya volverán para que disfrutemos de su olor y be-lleza.

Llegó el invierno y no sabemos apreciar el descanso que aporta a la naturaleza.

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