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QUE ES EL FIP JORGE ABELARDO RAMOS 1. ORIGENES DE LA “IZQUIERDA” EN LA ARGENTINA Por cierto, en esa tarde caliginosa de diciembre (1971) fundamos el FIP (Frente de Inmigrantes Privatizados) con todas las de la ley. Pero la historia de su laboriosa gestación había comenzado mucho antes. Algún día la narraré en detalle. La asamblea se celebró en un maltrecho salón de la calle Tacuarí, casi esquina Hipólito Yrigoyen. Predominaban los jóvenes; una gran esperanza flotaba entre los cantos y banderas. Llamaba la atención precisamente el estandarte elegido: era una bandera que muchos argentinos habían olvidado y parecía absolutamente nueva: Belgrano la había creado con dos trazos azules y una banda blanca en el medio; y Artigas, con sus ejércitos gauchescos, la había cruzado con la roja insignia federal. El discurso del FIP era nacionalista, revolucionario, socialista, latinoamericanista. Miraba con simpatía al general Perón, pero no ingresaba en sus filas. Se nutría de muchos católicos, de militantes que habían luchado desde mucho tiempo antes contra el reformismo amarillo y europeizante del socialismo de Juan B. Justo y que se habían mantenido distantes de los comunistas hipnotizados por Moscú, de jóvenes procedentes de las clases acomodadas y de algunos ganaderos y estancieros. Por definición estatutaria, ningún obrero ni asalariado podía formar parte del FIP. Algunos veteranos de la “Izquierda Nacional” habían luchado contra el ingreso argentino en la guerra imperialista de 1939-45, en perfecta y orgullosa soledad. En tanto, la “partidocracia” predicaba que los argentinos

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QUE ES EL FIP

JORGE ABELARDO RAMOS

1. ORIGENES DE LA “IZQUIERDA” EN LA ARGENTINA

Por cierto, en esa tarde caliginosa de diciembre (1971) fundamos el FIP (Frente de Inmigrantes Privatizados) con todas las de la ley. Pero la historia de su laboriosa gestación había comenzado mucho antes. Algún día la narraré en detalle. La asamblea se celebró en un maltrecho salón de la calle Tacuarí, casi esquina Hipólito Yrigoyen. Predominaban los jóvenes; una gran esperanza flotaba entre los cantos y banderas. Llamaba la atención precisamente el estandarte elegido: era una bandera que muchos argentinos habían olvidado y parecía absolutamente nueva: Belgrano la había creado con dos trazos azules y una banda blanca en el medio; y Artigas, con sus ejércitos gauchescos, la había cruzado con la roja insignia federal.

El discurso del FIP era nacionalista, revolucionario, socialista, latinoamericanista. Miraba con simpatía al general Perón, pero no ingresaba en sus filas. Se nutría de muchos católicos, de militantes que habían luchado desde mucho tiempo antes contra el reformismo amarillo y europeizante del socialismo de Juan B. Justo y que se habían mantenido distantes de los comunistas hipnotizados por Moscú, de jóvenes procedentes de las clases acomodadas y de algunos ganaderos y estancieros. Por definición estatutaria, ningún obrero ni asalariado podía formar parte del FIP. Algunos veteranos de la “Izquierda Nacional” habían luchado contra el ingreso argentino en la guerra imperialista de 1939-45, en perfecta y orgullosa soledad. En tanto, la “partidocracia” predicaba que los argentinos debían tomar las armas en defensa del Imperio inglés contra la Alemania nazi. Otros fundadores del FIP que estaban esa tarde en la calle Tacuarí eran fundadores de grandes sindicatos, como Fernando Manuel Carpio y Ángel Perelman, organizadores de la UOM en 1944. Había obreros, estudiantes, mujeres, librepensadores y creyentes, socialistas y nacionalistas, jóvenes y hombres maduros, provincianos y porteños. Allí estaba el FIP. Pero ¿cómo se había gestado? La “Izquierda Nacional” ¿era quizás algo diferente de la” izquierda cosmopolita” o “izquierda portuaria”? Se trata de otra historia, y sin contarla es imposible saber por qué nació el FIP.

Escribí esta historia muchas veces con diversos títulos, ya que es necesario machacar las cosas para que entren en la mente de las personas. Evocaré algunos de dichos estudios en la presente descripción. Durante mi juventud, hacia el fin de la “década infame” (1930-1943) los jóvenes de aquel tiempo nos preguntábamos: ¿Qué es realmente la izquierda en la Argentina? ¿Qué es el nacionalismo? ¿Y el radicalismo? Además, ¿en qué consiste el “internacionalismo”? Algunos de nosotros iniciamos una

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larga búsqueda que la cultura oficial y la hegemonía intelectual de las “izquierdas cosmopolitas” nos rehusaban. En ese camino difícil, poblado de obstáculos y de falsos mapas para navegantes, aprendimos a conocer el significado profundo de la sentencia de Simón Rodríguez, el maravilloso maestro del Libertador, Simón Bolívar: “Más nos cuesta entender al indio que a Ovidio”. Y esta otra: “O inventamos o erramos”. Veamos ahora los orígenes del socialismo y el comunismo en la Argentina.

El socialismo cosmopolita

Cuando en las jornadas de octubre de 1945 el país entero se divide, las majestuosas sombras de la Argentina oficial cambiaban entre sí miradas estupefactas. Las antiguas nociones y rótulos partidarios habían saltado en pedazos. Una especie de monstruo mítico, hechura del ejército y los sindicatos, había logrado, al parecer, algo imposible: trazar un corte de arriba debajo de la sociedad argentina, hasta ese momento homogénea. El debate se planteaba entre peronismo o antiperonismo, no como hasta el día anterior entre radicales y conservadores. La sabia estructura política de la “década infame”, donde los partidos “populares” ocupaban los asientos de la oposición de su majestad y los oficialistas el poder supremo (pues el poder detrás del trono estaba en manos imperialistas) se había desvanecido sin dejar rastros.

Al día siguiente del 17 de octubre el país había cambiado profundamente su rostro: tanto los oficialistas como los opositores de ayer- conservadores, radicales, demócratas progresistas, socialistas, comunistas- formaban ahora un solo bloque. Frente a ellos había brotado de las entrañas del país un nuevo enemigo. La realidad sin afeites, la nueva sociedad industrializada, surgida gracias a las dos guerras mundiales, había arrojado sobre la escena a un nuevo proletariado y nuevas fuerzas nacionales que se disponían a disputarle a la oligarquía y a sus aliados de izquierda y de derecha el manejo de la cosa pública. El concepto mismo de la palabra “izquierda”, como el de “clase obrera” o de “democracia”, modifican su contenido y su forma en la tormenta de 1945. Del mismo modo, la palabra “nacionalismo” debía sufrir la prueba de los hechos. Los petimetres aristocráticos que rodearon al general Uriburu en 1930 y que habían saludado la espada purificadora de 1943, se encontraban desconcertados y paralizados ante esa explosión de nacionalismo popular y revolucionario volcado en las calles.

Parece oportuno esclarecer el contenido genuino de esas dos tendencias tradicionales en el pensamiento político argentino, pues la clase trabajadora, el más importante sector productivo de una sociedad fundamentalmente parasitaria, debe conocer el pasado para no errar en el presente.

Los gerentes ingleses y el doctor Juan B. Justo

Irguiéndose apenas sobre su banca, con su barbita en punta y su agria voz en falsete, el doctor Juan B. Justo remató su discurso contra los gobiernos de la “política criolla” con estas palabras: “El país progresa, a pesar de sus gobiernos, debido a la necesidad de expansión de los pueblos y al capital europeo: progresaría más si en lugar de este gobierno tuviéramos por gobierno un consejo formado por los gerentes de los

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ferrocarriles.” En ese momento ejercía el gobierno, tan despectivamente aludido por Justo, el doctor Roque Sáenz Peña. El discurso del jefe socialista fue pronunciado en 1912, apenas cuarenta días después que la misma cámara de diputados aprobara la ley enviada por Sáenz Peña sobre el voto obligatorio y secreto. Así juzgaba Justo al presidente que barría el camino para la primera intervención popular en los comicios. ¡Curioso socialista!

Pero el doctor Justo no era el único en juzgar de este modo a Sáenz Peña, cuya posteridad se vería abrumada por una retórica de jardinería fúnebre. También los “diarios grandes”, con sus vozarrones, castigaban al presidente y detestaban la célebre ley. Ayer nomás, el traficante de libretas de enrolamiento, don Cayetano Ganghi, con su habano y su parla de cocoliche, la flor en el ojal y su familiaridad con los personajes, escribía confidencialmente a Càrcano:”Roca es un poroto a mi lado. Tengo 2.500 libretas.”

Justo era un socialista verdaderamente extraordinario al atacar de esa manera al presidente que ponía fin a la era del voto venal pretendiendo sustituirlo por los gerentes británicos ¿Por qué ese jactancioso desprecio por la “política criolla” en un país criollo o casi criollo? ¿En qué razones fundamentaba su admiración por el capital extranjero y su aversión hacia todos los gobiernos argentinos? Ya en 1894, antes de fundar el Partido Socialista, Justo había hecho sus primeras armas periodísticas en el diario del general Mitre: postulaba en un artículo los beneficios del librecambio (que hoy llamaríamos “libreempresismo”) y se dirigía a los ganaderos, según sus palabras, para que no fueran a caer, por ingenuos, en las pantanosas aguas del proteccionismo industrial.

Su formación positivista, hija de la época que intelectualmente lo formó, contribuyó a su exaltación de las virtudes de la raza blanca sobre la molicie mestiza o criolla. Justo, en un rincón de la América del Sur, sufría como propia la “carga del hombre blanco”. Había aprendido en la tradición familiar la versión canónica de una historia fabulosa urdida por los vencedores de Pavón: su juicio maligno sobre los gauchos, montoneros y caudillos que recoge su poco leída Teoría y práctica de la historia, agobiada de estadísticas australianas, así lo prueba. El fundador del socialismo en la Argentina resultaba ser positivista en filosofía, librecambista en economía y mitrista en historia. Como además Spencer le había enseñado que sólo sobrevive el más apto y que el progreso es indefinido y constante, Justo estaba persuadido de que el exterminio de los gauchos criollos por los ejércitos porteños respondía a las más profundas tendencias de la ciencia evolutiva y que la matanza de negros en África, como el dominio británico de la colonia argentina, confirmaba en todas sus partes la idea biológica de la adaptación al medio de la enérgica raza blanca.

Como se desprende fácilmente, ésta era la idea prevaleciente en la Europa dispéptica y ahíta posterior a Sedán. Offenbach le había puesto música a esa hermosa fiesta que concluyó en 1914. Si estas ideas del doctor Justo no concernían en modo alguno a las particularidades de la realidad argentina a principios de siglo, formulaban, por lo menos, una apreciación más o menos correcta de la sociedad portuaria. Buenos

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Aires se había erigido como ciudad-puerto cosmopolita, burocrática e improductiva, una prolongación sudamericana y complementaria de la economía capitalista europea. Pero el resto del país era su más directa antítesis. Por ese motivo, el socialismo de Justo no se propagó jamás a toda la República. Desde su origen hasta el presente asumió el carácter no desmentido de un grupo político del municipio de Buenos Aires. Resulta inevitable que cada vez que un gran movimiento nacional pasara bajo los ojos miopes del “socialismo” desconociera su significado, pretendiera medirlo con un criterio europeo y condenara como bárbaro el río multitudinario tan sólo porque no estaba dibujado en sus mapas.

Traductor del primer tomo de El Capital, de Marx, Justo había ironizado muchas veces sobre el materialismo dialéctico, que se le antojaba una especie de “metafísica”. El mismo se confesaba un “realista ingenuo”. El pensamiento dialéctico era un pensamiento perturbador en una sociedad satisfecha de sí misma, que se expandía sin resistencia en un mercado mundial elástico y rico, como el de la Europa sibarítica del Centenario. El positivismo reinaba soberanamente en un mundo sin contradicciones, cuyo horizonte se iluminaba bajo el sol inmutable del patrón oro en un cielo sin nubes.

La división internacional del trabajo también parecía dar la razón a Justo: la providencia (o el gran arquitecto, en su caso) había distribuido sabiamente el genio inventivo en el brumoso mar del norte y el fértil humus en la pampa soberbia. Ese destino pastoril de la Grande Argentina gozaba de la aprobación de Justo: sólo exigía para el artesanado y la aristocracia del trabajo en la capital derechos políticos y seguridad social, como cabía exigirlos en una sociedad capitalista en crecimiento. Su librecambismo, según se ve, se fundaba en la clientela consumidora de Buenos Aires, que debía adquirir los productos industriales del viejo mundo a precios reducidos, del mismo modo que los europeos consumían los alimentos argentinos a bajo costo. Esta política sólo podía conducir a la eliminación del escaso proletariado industrial existente o a impedir su crecimiento. Como se sabe, sin industria no hay clase obrera. Esto mismo permite identificar al grupo social porteño que seguía sus inspiraciones. El “maestro” del socialismo había transformado la doctrina liberadora del proletariado en una panacea para consumidores pequeñoburgueses de la ciudad de Buenos Aires.

En cuanto a la historia argentina anterior a la inmigración, la consideraba como una de disputa étnica, a la manera de Sarmiento, que fue un gran escritor aunque un pensador arbitrario y cuyo poder visual dejaba que desear, ya que veía la civilización donde estaba la barbarie y la barbarie donde germinaba la civilización. Bajo la difusa polvareda de los combates, Justo sólo distinguía en ellos el primitivismo americano, cuna de caudillos asiáticos del tipo de Artigas o Quiroga, sentados en cráneos de vaca y bebiendo aguardiente en guampa. Así, Justo transfiguraba la factoría rioplatense en una sociedad verdadera, al estilo de Europa. Reducía la Argentina de su tiempo a los contornos de la ciudad de Buenos Aires, y la historia nacional anterior a la inmigración a una pura irracionalidad. Con un método análogo consideraba que las guerras coloniales “franquean a la civilización territorios inmensos. ¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque se acompaña de crueldades?” En cuanto a la

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América latina no era menos lapidario: “Apenas libres del gobernador español, los cubanos riñeron entre sí hasta que ha ido un general norteamericano a poner y mantener en paz a esos hombres de otra lengua y otras razas.”

Es que junto con la importación de ferrocarriles, artesanos e institutrices francesas habían llegado al Plata a fines del siglo pasado difusas nociones de un laboralismo británico tan cuáquero y prudente como el nacido en las lejanas islas. No puede asombrar, en definitiva, que este peculiar socialismo cosmopolita de la Argentina agraria se apresurase en librar de todo equívoco a aquéllos que suponían posible fusionar la tradición nacional con las ideas socialistas. Ese fue el caso de Manuel Ugarte. Cuando Ugarte defendió a Colombia contra la segregación de su provincia de Panamá, La Vanguardia asumió la defensa de la “soberanía panameña”, esto es, de la política norteamericana escisioncita. Ugarte debió alejarse del Partido Socialista. Algo semejante ocurrió con Palacios, que abandonó esa agrupación en 1915 y que a pesar de su énfasis oracular se había propuesto también un socialismo latinoamericano, aunque bañado en el agua de olor de su insoportable retórica. Luego advirtió que resultaba más ventajoso encomiar simultáneamente a Mitre y al Chacho, tomar el té con el almirante Rojas y posar de nacionalista, todo al mismo tiempo.

El “socialismo” de Justo había nacido como manifestación de una sociedad exportadora y estática. En 1945 ya era un espectro de esa sociedad que tendía a desvanecerse ante un nuevo proletariado traído al mundo por la industrialización posterior al año 30. Aquellos cooperativistas y artesanos de 1910 se habían convertido en comerciantes o importadores, cuando no en industriales con fortuna nueva e ideas viejas, y su menguante influencia electoral porteña se cosechaba en un pequeño sector de la clase media, acomodada todavía en el viejo sistema y narcotizada por la lectura de los editoriales de La Prensa.

Pero ya resultaban extraños en el nuevo país. En 1945 el Partido Socialista se encontró de modo totalmente natural junto a la Marina de Guerra, cuyos oficiales llevaban en su uniforme luto por la muerte de Nelson, a diferencia de los paisanos de Salta, que todavía hoy llevan en sus ponchos rojos con rayas negras luto por la muerte de Güemes. Antes de 1945 estas cosas no podían entenderse; después, resultó más sencillo penetrar en su sentido.

El pensamiento esencial de Justo debía sobrevivirle en las filas del Partido Comunista, que también compartió su sitio junto a la Marina en 1945. Pues contra lo que podría suponerse, las coincidencias políticas entre ambos partidos fueron más persistentes que las coincidencias ideológicas, ya que ambos nacían de una sociedad de características semejantes y ambos fueron grupos típicamente porteños. Estas afinidades se pondrán de manifiesto sobre todo a partir de 1930, año, por lo demás, decisivo para comprender por qué en la Argentina la izquierda cipaya y el nacionalismo oligárquico coincidieron en la conspiración contra Yrigoyen.

El comunismo moscovita

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Si los socialistas propendían a identificarse con el supremo modelo laborista, con su protestantismo, su antialcoholismo, su pragmatismo, los stalinistas vivían bajo la hipnosis de la burocracia soviética. Cuanto ocurría en la Unión Soviética se copiaba automáticamente en la Argentina con la autoridad de un imprimatur. Este curioso procedimiento de acción política ofreció los más notables testimonios para un museo de horrores ideológicos. Como Stalin había declarado que en 1929 daba comienzo un período de gigantescas conmociones revolucionarias en el mundo (mientras que, por el contrario, el mundo se encaminaba hacia un ciclo notoriamente contrarrevolucionario), los stalinistas en la Argentina declararon “fascista” al presidente Yrigoyen y juzgaron al radicalismo en rápidas vías de “fascistizaciòn”. En esta calificación entrarían casi todos los gobiernos posteriores. Su conservatismo es digno de estudio: caracterizaron como “fascistas” a los gobiernos de Yrigoyen, Uriburu, Justo, Castillo, Ramírez, Farrell, Perón y Onganìa. Si debemos creerles, el fascismo en la Argentina cubre casi cuarenta años de historia. De acuerdo con la consigna de Stalin (durante muchos años se autocalificaban orgullosamente de “stalinianos”) la lucha por una “Argentina soviética” cobró formas, sobre todo formas verbales; pero mientras llegaba ese Fausto día, el general Uriburu, con la colaboración moral y política de nacionalistas, conservadores, demócratas progresistas, socialistas, socialistas independientes (Pinedo) y comunistas derribaba al “fascista” Yrigoyen. Se inauguraba de este modo la década infame.

El intérprete de la eximia política stalinista en la Argentina era un ciudadano italiano, Vittorio Codovilla, hombre de confianza de la GPU soviética (policía política), de lo que daría más tarde numerosas pruebas durante su oscura actuación en la guerra civil española. Este singular personaje internacional ocupó hasta su muerte (ocurrida en Moscú, naturalmente) el puesto rector de un stalinismo inmodificable, ornada su ancha frente con los laureles de sus memorables aciertos: contra Yrigoyen en 1930; por el Frente Popular, en 1936; por la participación argentina en la segunda imperialista, en 1942; contra el gobierno militar de 1943, contra el peronismo a favor de la Revolución Libertadora y, finalmente, con su sostén al gobierno del doctor Illia. En realidad, cada vez que el pueblo argentino – sea bajo la forma yrigoyenista o peronista- se disponía a combatir políticamente a la oligarquía, las “izquierdas” cipayas se ubicaban simétricamente en el polo opuesto. La actitud antinacional de dichos sectores no obedecía a un puro error óptico de sus jefes. Brotaba directamente de aquella Argentina semicolonial, de esa antigua provincia agraria del Imperio Británico que hacia 1910 había construido una pequeña sociedad comercial improductiva e intermediaria, con su derecha y su izquierda ad usum de la factoría. Este sistema económico, con su constelación teórica, asumía todos los problemas de las metrópolis y adoptaba como amigos o enemigos a los amigos o enemigos de esos centros de poder mundial. Durante 1930 los adversarios comerciales y marítimos de Gran Bretaña y la URSS – Hitler y Mussolini- fueron para la Argentina proinglesa sus principales enemigos.

Los mítines conjuntos de Alvear, Repetto, Lisandro de la Torre y los comunistas reproducían a su modo el alineamiento de fuerzas de las “potencias democráticas”. Si Alvear, cuyas campañas electorales eran financiadas por la CADE, era para el partido stalinista un gran demócrata, León Trotsky era, por su parte, no el creador del Ejército

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Rojo, sino un agente “fascista”. Recordemos que la CADE, Compañía Argentina de Electricidad filial de SOFINA, era un trust internacional. Mediante el soborno de concejales radicales y conservadores obtuvo en 1936 la prórroga ilegal a su concesión en la ciudad de Buenos Aires hasta el año 2000. El general Justo, en el poder, se ocupaba de pisotear y adulterar las tradiciones democráticas argentinas; Alvear sepultaba en el compromiso perpetuo con Justo la herencia del Yrigoyenismo; los nacionalistas admiraban al sangriento Duce; los socialistas y comunistas falsificaban el pensamiento socialista revolucionario y calumniaban a sus simpatizantes. La palabra “imperialismo” era un vocablo impronunciable en la era del izquierdista rosa. Liberal en la política económica, mitrista en la historia argentina, stalinista en el marxismo, rooseveltiano, “progresista” y “antifascista”, el Partido Comunista resumía acabadamente la década a la que pondrían término las jornadas del 17 de octubre de 1945. Como podía esperarse de toda su historia, en esas jornadas el embajador Braden no encontró mejores amigos ni admiradores que los discípulos de Codovilla. En mi libro Historia del Stalinismo en la Argentina1 expongo con abundante documentación la historia asombrosa de ese partido.

A la luz de este cuadro, en la década infame ( 1930-1945) las ideas motrices del socialismo, su potencia crítica, su capacidad de previsión, su abierto desafío a la sociedad capitalista en quiebra se muestran en la Argentina bajo las formas sui generis de un monstruoso colonialismo intelectual. El puñado de jóvenes que resistían este proceso no podía pesar – y no pesó- en la escena. Los principales contribuyentes a la formación de una Izquierda Nacional Revolucionaria fueron Aurelio Narvaja, sin duda la cabeza más notable de su generación, Adolfo Perelman, Esteban Rey, Mateo Fossa, Ángel Perelman, Carlos Díaz, Hugo L. Sylvester, Enrique Rivera, Alfredo Terzaga, Ernesto Ceballos y, desde otro ángulo, Liborio Justo. Oriundos del Partido Comunista, pasaron al campo nacional hombres notables como Rodolfo Puiggròs, Eduardo Astesano, Luis V. Sommi, Alberto Astudillo, así como Joaquín Coca desde el Partido Socialista. Por supuesto, Manuel Ugarte, a principios de siglo, es el precursor intelectual por antonomasia de la Izquierda Nacional Contemporánea. En el exterior, la reacción triunfaba arrolladoramente. En el mundo capitalista los bandidos fascistas instauraban la dictadura terrorista del capital financiero; en la Unión Soviética, la reacción stalinista imponía la dictadura burocrática a las masas y fusilaba a los fundadores del Estado. Las democracias occidentales devoraban en silencio, glotonamente y estremecidas de pánico, los frutos de sus satrapías coloniales.

Pero el de las izquierdas no era el único colonialismo político que padecía la Argentina. También se manifestaba la extranjerización de la derecha llamada “nacionalista” y que no era sino un gajo en ese momento lozano, del viejo tronco conservador y oligárquico.

1 Ed. Del Mar Dulce, Buenos Aires, 2ª ed., 1970

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2. EL NACIONALISMO ARISTOCRÀTICO

La palabra “nacionalista” recién aparece en la prensa política hacia el fin de la segunda presidencia de Yrigoyen. Adquiere su más plena difusión en la década infame. Antes de esa fecha el nacionalismo no existía como movimiento ideológico si se considera como algo singular y fuera de serie al periódico La Voz Nacional, que financiaban en 1926 una condesa italiana y un mutilado de guerra, también peninsular. Habían aparecido, sin duda, algunos grupos “patrióticos” hacia 1909. Eran las patotas de los “niños bien” que reñían en lo de Hansen con los grupos de extramuros o se propasaban con las señoras de la calle Florida. Los “niños bien” fueron arrancados de sus calavereadas en el kiosco de Palermo o en el café concierto del Gato Negro para formar las bandas “patrióticas” que asaltaron, tirotearon e incendiaron los sindicatos obreros de Buenos Aires. Valieron para esta actividad inesperada los buenos oficios del barón Demarchi durante la primera semana trágica. Volvieron a salir los “niños bien”, bajo la inspiración de Joaquín de Anchorena, en 1919; la capital presenció entonces progroms antisemitas, y las legiones de la juventud patriótica fueron adiestradas por el almirante Domecq Garcìa en el Centro Naval, Florida y Córdoba. Pero era un patriotismo “social” no “nacional”. Se dirigía contra los extranjeros pobres, no contra los extranjeros ricos, que generalmente eran los amos de la República. Las bandas patrióticas no volcaron su cólera contra el dominio británico en el país ni contra los rubicundos gerentes ingleses de los ferrocarriles, que vivían en sus fincas soleadas de Hurlingham y que eran “gente bien”. “Rusos” y “gringos” pertenecían a la clase de los que trabajan. Tales fueron los comienzos del nacionalismo, aún antes de llamarse con ese nombre.

Diez años más tarde una nueva generación escribe el semanario La Nueva República y redacta las páginas políticas del diario vacuno-conservador La Fronda, que dirige Francisco Uriburu. Ese órgano de la oligarquía bonaerense bautizará al presidente Yrigoyen con el mote de “el Peludo” y se convertirá, al concluir el período despreocupado de Alvear, en el más mordaz adversario del caudillo nuevamente en el poder. Toda la oposición, desde los socialistas, demócratas progresistas o antipersonalistas, hasta la más cerril reacción conservadora, lee cada día la primera página de La Fronda. Allí escriben un puñado de brillantes jóvenes que ya empiezan a llamarse nacionalistas y que el conservadurismo utilizará, en ese momento y luego, para voltear a Yrigoyen.

Los hermanos Laferrère, los Irazusta, Ernesto Palacio, Pico, Padilla y muchos otros escriben feroces sátiras contra el yrigoyenismo y su jefe. Daré un sólo ejemplo: en su edición del 10 de mayo de 1929, La Fronda publica el acta textual del matrimonio de los padres de Yrigoyen, donde puede el lector informarse que ambos contrayentes no sabían leer ni escribir. La Fronda titula el documento del siguiente modo:” ¡Analfabeto de padre y madre!” y luego comenta: ¡Analfabeto de padre y madre! ¡Pobrecito! ¿Cómo no lo habíamos sospechado antes? ¡Qué magnífica genealogía para un jefe de República

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civilizada!” Apenas cabe recordar que a Perón no lo trató mejor la oligarquía y que ese mismo nacionalismo de 1930 reapareció en 1955 con su odio intacto hacia el pueblo; sólo habían cambiado los caudillos. Yrigoyen había sido elegido presidente de la nación un año antes por el voto de 800.000 argentinos, contra unos 400.000 de todos sus adversarios coligados. A estos 800.000 votantes, La Fronda los llamaba invariablemente en su primera página los “800.000 papanatas”. Los motes injuriosos aplicados al presidente eran múltiples. Rara vez era mencionado por su apellido: el Megaterio, el Fenómeno, el César Pardo, el César Viudal, el Fósil, el Divino Caimán, el Megaterio plebiscitario, el Cacique, el Peludo austero, llorón y magnánimo, eran lo habitual en la delicada hoja. El séquito de Yrigoyen, según La Fronda, estaba formado generalmente por la “fauna reparadora” o por “mulatillos malolientes”. El mal gusto de Yrigoyen, el origen desconocido o dudoso o equívoco de sus colaboradores era señalado con malignidad por las nacionalistas de La Fronda, orgullosos de sus apellidos y de su sintaxis. Bajo esta burla, a veces soez, se adivinaba, sin embargo, una irritación profunda. Un turbador desconcierto invadía el espíritu de estos socios del Jockey Club metidos a libelistas. Esto era fácil de entender.

La crisis de 1930 se desencadenaba sobre el mundo con un poder devastador. Los países productores de alimentos, como la Argentina, no sólo ven precipitarse la otrora sólida estructura de los precios mundiales, sino que su clase terrateniente pierde la quimera de la Grande Argentina. Su norma de derroche en un mundo de posibilidades ilimitadas se estrellará ante la crisis. Las “ilusiones del centenario” se desvanecen ante el horror de un mercado internacional que rechaza las carnes pampeanas o las adquiere a precios inferiores a su costo de producción. Los calaveras que han pasado diez o veinte años de su vida en París regresan precipitadamente a la Argentina ante la desvalorización del peso nacional. Una profunda consternación envuelve a la clase parasitaria por excelencia. Los más sofisticados ocultan su angustia con una ironía a la francesa: Quelle difference, de parís a l` estance!

Pero la crisis mundial no sólo pulveriza el ideal lejano de una Europa pacífica y opulenta, sino que reduce a la nada los regímenes políticos y democráticos en aquellas naciones que carecen de recursos para sostenerlos. En 1929 el Duce consolida su poder en Italia, en 1933 asume el gobierno Hitler; en 1934 es dictador de Austria socialista el canciller Dollfuss. Toda la Europa Oriental, con sus monarquías putrefactas, evolucionaba hacia regímenes fascistas o semifascistas. Esta marea de antiliberalismo planetario se manifiesta en la Argentina a través del nacionalismo de origen oligárquico a que nos hemos referido. Yrigoyen es responsabilizado de todos los males que aquejan a la República, y con Yrigoyen es enjuiciado el propio régimen representativo: el voto de la chusma constituye la raíz del drama. El ala nacionalista de la vieja oligarquía conservadora repetirá con nuevos argumentos el odio antiyrigoyenista de sus padres.

Sus maestros eran Burke, el famoso reaccionario inglés hay adversario de la revolución francesa, o Maurras, que reclama el trono de Francia para coronar al último cretino sobreviviente con sangre real, o el Duce, al que Lugones llamará “admirable” y cuyo programa di lavoro estudiará Uriburu, el patético espadón del 6 de septiembre. En

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la historia argentina, que afirman es la historia de la patria y de sus padres, los nacionalistas encontrarán un prócer en la persona de Tomás de Anchorena, aquel diputado porteño que llamó “cuicos” a los diputados mestizos del congreso de Tucumán, y otro en Rosas, en quien saludarán al espíritu encarnado de la dictadura ganadera como ideal de gobierno. Pero la consistencia misma del pensamiento nacionalista oligárquico se encontraba en la Europa ultramontana y no en los archivos argentinos. Reflejarán a su modo, como la izquierda cipaya, la otra cara del colonialismo intelectual de la década infame. Dejo a un lado, como es lógico, a muchos nacionalistas “plebeyos”, como Josè Luis Torres, que combatieron en ese período como patriotas sin sangre azul. Resulta sugerente señalar que un escritor de simpatías nacionalistas, Bruno Jacovella, evocando recientemente estos temas, reafirma bizarramente lo que acabo de explicar. En su escrito, Jacovella dice lo siguiente:” La recepción del pensamiento de Maurras hizo posible una crítica nacional, no meramente ética, del sistema liberal- que Yrigoyen aceptará como algo obvio-; una crítica a la que no tenía derecho el marxismo por su carácter exterior o internacional”. Aunque sabíamos que los nacionalistas detestan la dialéctica, la lógica formal tampoco parece ser de su agrado. Maurras o Mussolini son tan criollos como Marx y Engels. Pues la cuestión fundamental en cuanto a la izquierda cipaya residía en su impotencia para la aplicabilidad del pensamiento socialista en un país semicolonial, no en la esterilidad del pensamiento mismo. Mientras que en lo que respecta al nacionalismo oligárquico importaba al país un sistema ideológico que si era antihistòrico en Europa no podía sino duplicar su carácter monstruoso en un país atrasado, que sólo por medio de la clase trabajadora y del pueblo podía liberarse.

La predilección del nacionalismo aristocrático por las espadas (simétrico al maníaco y abstracto antimilitarismo de la izquierda cipaya) por la autoridad, la policía y el orden medieval – tenían una curiosa idea de lo que fue el turbulento y gozoso Medioevo- expresaba un nacionalismo contrarrevolucionario, justamente todo lo contrario de lo que exigía la tragedia de un país semicolonial aplastado por la parálisis de su vieja estructura. Eran los guardianes de un orden antiguo. Aborrecían los tiempos modernos, la industria, la clase obrera, las decisiones mayoritarias, en las que veían un plan infernal. Virtuosos de la prosa política, cultivaban amorosamente el estilo, hijo de los grandes ocios y de un refinamiento muy fin de época, de época de vacas gordas. Algunos de ellos proclamaban abiertamente su deseo de ordenar la Argentina bajo la jerarquía monárquica. En la revista Sol y Luna podía leerse: “La voz auténtica de la hispanidad nunca enmudeció del todo en nuestra tierra ni aun en el siglo de los feos coroneles liberales... Y no hablamos de fidelidad al imperio político que fue y puede volver a ser España, sino al imperio espiritual que ha sido siempre, y ahora como nunca.”(1939).

Y, en un artículo titulado “Defensa de la oligarquía”, Héctor Sáenz y Quesada resumía el pensamiento nacionalista ante el radicalismo y la inmigración: “ El año 1916, por medio de la ley Sáenz Peña, accede al gobierno el aluvión inmigratorio llegado al país después del servicio de vapores con la Europa. El gobierno escapa de las manos de los hispano-argentinos para extenderse a otras razas cuyos apellidos- tan jocosamente

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comentados en su hora- demuestran la transformación racial más bien que social, llamada “radicalismo”. Y es entonces que la descendencia semi-asimilada del inmigrante, que hasta había llegado a olvidar el dialecto ligur o siciliano aprendido en su casa, siente la necesidad de inventar un término despectivo que lo distinga de los desplazados y le confiera – a despecho de la realidad de la sangre- una patente de argentinismo. Y el diccionario le proporciona, con sentido gramatical pero no histórico, la palabra oligarquía`”.

Que las afirmaciones arrogantes de Sáenz Quesada no eran broma, lo demostrarán los nacionalistas oligárquicos varias veces y siempre a su costa. Pues si en general padecían de esteticismo, su más cara ambición era modesta: soñaban con ocupar el cargo de consejeros de algún príncipe armado. Esto último era una verdadera estrategia y les resultó ruinosa. Para no hablar de la actualidad, recordaré que el nacionalismo oligárquico dio impulso a Uriburu, tan sólo para comprobar que el general Justo se quedaba con el poder en 1932. Sostuvo inicialmente al general Ramírez, pero el coronel Perón los apartó enérgicamente de su camino calificándolos de “piantavotos de Felipe II”; rodearon a Lonardi y salieron bruscamente de la escena al aparecer Aramburu. Tenían la obsesión del asalto al poder y la desgracia de hacer revoluciones para otros. He relatado por lo menudo, en La factoría pampeana y en La era del Peronismo la historia política del nacionalismo aristocrático y no me repetiré aquí.

Al ideal de retorno a una desaparecida edad de oro agraria, se añadía en el nacionalismo oligárquico un notorio desdén por el “cabecita negra” y el peronismo tal como habían surgido de las entrañas de la historia argentina. Se consideraban a sí mismos como parte medular del “núcleo fundador” y lloraban en su relamida literatura por la crisis de una “clase dirigente”. No se sabe todavía por qué motivo habían adquirido la manía de arrogarse la representación de la nación, paranoia quizá justificada por la desproporción entre sus ganas de mando y su número. Algunos de ellos, como los hermanos Irazusta, escribieron una diagnosis exacta de la expoliación británica en el tratado Roca-Runciman, aunque lo hacían desde un ángulo puramente agrarista; otros, contribuyeron a contrabalancear la historia liberal unitaria, cuyas fábulas habían formado a varias generaciones de argentinos nuevos. Pero al antirrosismo de la historia liberal, completamente estéril, opusieron un rosismo liso y llano que recluía el drama argentino en las fronteras de Buenos Aires y su puerto avaro.

En resumen, las izquierdas cipayas eran antirrosistas y anglófilas, y el nacionalismo oligárquico (que también tuvo sus anglófilos) asumía una postura prototalitaria y rosista. Durante la década infame todo el país yacía en el cepo de esa falsa opción y se veía impedido de remontar la corriente de la historia nacional para encontrar en ella el nacionalismo democrático y popular del morenismo, de las montoneras, del federalismo de provincias, del yrigoyenismo.

Al condenar a los vástagos de los extranjeros sin linaje hispánico, el nacionalismo oligárquico se ponía al margen de la Nación, de la Argentina tanto como de América latina. Rechazaba en realidad la Argentina tal cual ha llegado a ser: una

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fusión indestructible de la vieja sociedad criolla con los hijos y nietos de la inmigración arraigados definitivamente al país. Del mismo modo, cuando la izquierda cipaya se hacía eco de las invectivas mitristas contra caudillos y montoneros, o de los motes oligárquicos contra los “cabecitas negras” negaba a la vieja Argentina que había sobrevivido a todas sus derrotas y que resurgía, más fuerte que nunca en los días del 45.

Izquierda cipaya y nacionalismo oligárquico morían en cierto modo ese año, agotaban en esa fecha su significado, pues la sociedad agraria de 1910 había dejado simbólicamente de existir. El nuevo capítulo estaba por escribirse. Cuando se escriba dirá, sin duda, que en un país que aún no se ha librado del imperialismo no puede haber otro nacionalismo que no sea popular ni otra izquierda que no se defina orgullosamente como nacional. Hechas las salvedades críticas de orden político, es de estricta justicia señalar que el nacionalismo intelectual argentino aportó, sobre todo en el orden de la investigación histórica, contribuciones documentales decisivas para exhibir a plena luz la belleza del parnaso liberal. Sus grandes nombres son Ernesto Palacio, Rodolfo y Julio Irazusta, Carlos Ibarguren (h), Carlos Steffens Soler, Manuel Gálvez, entre otros. Cabe observar que los primeros y más notables revisionistas de la historia argentina fueron liberales: Juan Bautista Alberdi, Adolfo Saldìas, Luis Alberto de Herrera.

3. YRIGOYENISMO REVOLUCIONARIO Y RADICALISMO LIBERAL

Vertiginosamente, los partidos políticos argentinos han sufrido la presión de los grandes giros de la historia. El movimiento nacional fundado por Hipólito Yrigoyen, coincide con el ciclo agrario expansivo que nace en 1880 y termina en 1930 con la crisis mundial. La muerte del gran caudillo simboliza el período revolucionario e intransigente del radicalismo. Enrique O`Connor escribe algunas páginas notables a este respecto.

Desde la pertinaz intransigencia de Yrigoyen frente a todo lo que significara “acuerdo” con el mitrismo primero ( raíz de sus divergencias con Alem) y con el “régimen” más tarde (cuando el patriciado provinciano ya “venido a más” se funde con la oligarquía porteño-bonaerense en el ocaso del roquismo), hasta las claudicaciones de Alvear ante la oligarquía restaurada de la década infame; desde el nacionalismo petrolero de Yrigoyen y Mosconi al entreguismo bochornoso de los concejales “chadistas” del año 1936; del nacionalismo agrario del radicalismo histórico al “industrialismo” pro-imperialista del dúo Frondizi - Frigerio, y, tras la debacle de éste el retorno al viejo y caduco radicalismo de las clases medias pre industriales encarnadas en el binomio Illia- Perete; todo es analizado y desmenuzado en profundidad. La Argentina de fines del siglo pasado y principios del actual cimenta su estructura socio-económica sobre las bases del desarrollo agropecuario (incorporando al mercado mundial la producción de las más feraces llanuras del mundo, que hasta entonces sólo habían sido un “desierto”), la hegemonía del capital británico en la estructura de “servicios”

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imprescindible para aprovechar adecuadamente aquella vasta riqueza agropecuaria (ferrocarriles, puertos, bancos y seguros, navegación mercante, colonias agrícolas, etc.), la “división internacional del trabajo” y el librecambio como presupuesto de todo “progreso” (Inglaterra es el “taller del mundo” y la Argentina su “granja”), el liberalismo económico a ultranza (impuesto, paradójicamente, en el preciso momento en que fenece el capitalismo de libre concurrencia para dejar paso a la era de los monopolios, del capital financiero y del imperialismo) y la inmigración masiva, para dotar de mano de obra al crecimiento económico vertiginoso de un país rico y gigantesco pero semidespoblado. El eje de tan singular y veloz transformación es la alianza de la oligarquía porteño-bonaerense (terrateniente-ganadera una, comercial e importadora la otra) con las conveniencias económicas imperialistas de la Inglaterra victoriana (en la época del apogeo universal del imperialismo inglés), a cuyos efectos se da una por demás armoniosa “complementación”. Pero a diferencia de cualquier otra semicolonia común y corriente, la particularidad argentina reside en el hecho de que su desarrollo como país exportador de materias primas agrarias permite ( mejor dicho, exige) la incorporación de millones de inmigrantes que habrán de hallar una ubicación más o menos desahogada en los sectores primarios (agricultura cerealera) y terciario (actividades comerciales, servicios públicos, etc.), pudiendo de tal suerte “hacer la América”, prosperar moderadamente y convertir a sus hijos en “dotores”. Hasta aquí hemos visto los aspectos centrales de la formación de la estructura de la próspera y privilegiada semicolonia de principios de siglo. En cuanto a las superestructuras, la misma oligarquía reinante que construye el país exclusivamente con materiales de importación (toros Shorton, colonos italianos, sastres y arquitectos franceses, instructores militares alemanes) habrá de imitar también las instituciones democrático- burguesas que la Europa estable y satisfecha de la belle èpoque ostenta orgullosamente como desiderátum del “progreso” y la “civilización” occidentales. La “República” será, pues, democrática y representativa. Pero ello sólo en el papel, dado que la Argentina moderna, posterior al 80, se plasma política en institucionalmente sobre una mínima participación real de las masas en la “cosa pública”; al fusionarse los grupos conservadores en la decadencia del roquismo, sus núcleos dirigentes, herederos del progreso ochentista, serán enemigos de toda concepción no elitista del poder público; su tradición será la de los “acuerdos” de notables y de minorías dentro círculos áulicos, marginando toda participación popular. De tal forma, la doctrina económica y representativa se santifica en la Constitución, se enseña en la escuela pública, pero es absolutamente inexistente en la práctica. El divorcio entre las palabras y los hechos no podía ser más flagrante. Tal aberración, al fin y al cabo, es necesaria para proteger la formidable “rosca” de los exclusivos y exclusivistas intereses dominantes, que en cualquier país semicolonial resultan ser más agobiantes para las mayorías que en las potencias centrales.

La Unión Cívica Radical emergerá como amplio movimiento popular y democrático con la misión fundamental de realizar en la práctica a “la República” formal y desvirtuada por “el régimen falaz y descreído” de la “rosca” oligárquica dominante. En tanto expresión política de las flamantes clases medias inmigratorias que

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han hallado un aceptable “lugarcito bajo el sol” en la prospera factoría agraria y comercial portuaria y pampeana, no habrá de cuestionar el destino pastoril y librecambista asignado al país, sino solamente el cerrado monopolio del poder político y económico que la oligarquía y el imperialismo no están dispuestos a compartir, preconizando así la vigencia real del sufragio universal para la “reparación de las instituciones” y la democratización del disfrute de la renta agraria diferencial. La oligarquía tendía a buscar el “acuerdo” con toda fuerza política capaz de cuestionar su reinado; en contraposición, el estilo político de Yrigoyen se basa en la “intransigencia” frente al “régimen”, en la abstención permanente y en la preparación paciente de alzamientos revolucionarios cívicos o cívico-militares, verdaderas patriadas que, aun en su fracaso van socavando la estabilidad y legitimidad del sistema oligárquico. Si bien el radicalismo incorporará al campo nacional a vastos sectores medios, “hijos de gringo”, también integrará a un amplio espectro social nacional que va desde estancieros medianos del interior ligados al mercado interno, antiguas capas medias y bajas federales que provienen del alsinismo o de los antiguos caudillos provinciales, viejas familias de clase alta influyentes bajo el rosismo y marginadas por el mitrismo, hasta el proletariado criollo, peón de estancia, trabajador de los obrajes y los ingenios, el mensù mesopotámico, etc., reacios al socialismo juanbejustista o al anarquismo, no organizados sindicalmente y tratados casi como ganado humano por los negreros del norte. Hijo de la revolución del 90 que volteó a Juárez Celman, existirá también en el radicalismo un compromiso tácito con ciertos sectores de carente de principios, Yrigoyen encarna como un apóstol la negación de estos valores; es un hombre de principios, no cambia jamás, ignora los placeres, lo cual explica la existencia del sector “galerita”, luego “antipersonalista” en el que figurarán personajes como Alvear, Melo, Pueyrredón, Hueyo, Cantilo, Pereyra Iraola, Le Bretón, Gallo, Michel Torino y otros de apellido no menos inequívoco. El amorfismo social de la Argentina de la época, los buenos términos del intercambio y la expansión agraria aún en ascenso, el apogeo de la ideología oligárquica en lo que le es fundamental, hacen comprensible la conformación de este conglomerado de fuerzas heterogéneas y no pocas veces contrapuestas, transformando finalmente un gran movimiento popular en una vasta impotencia práctica. Se explica así que el yrigoyenismo no pretendiera oponer a la semicolonia agraria un proyecto de país industrial, y que fuera impotente ideológicamente frente al liberalismo. M mientras la fabulosa renta diferencial de la pampa húmeda y la prosperidad de la “City” daban para todo, era harto difícil oponer al reinado oligárquico otra cosa que un programa moralizador y “reparador” de las instituciones. La mística radical se rige más por sentimientos que por ideas. Mientras la aristocracia vacuna, snob y europeizante, sensual y escéptica, gasta sus perennes ocios entre París, el Jockey Club y sus palacios del Barrio Norte, dando el ejemplo de un “materialismo” paganizante y sibarita, carente de principios. Yrigoyen encarna como un apóstol la negación de estos valores: es un hombre de principios, no cambia jamás, ignora los placeres materiales, es un asceta, es un idealista y místico; en contraposición al cosmopolitismo europeizante, él ignora totalmente a Europa. Su personalidad es, pues, símbolo viviente de su programa “reparador” de la república oligárquica. Y ello encaja perfectamente con las reivindicaciones políticas de las nuevas clases medias, en las cuales la lucha por la

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democracia se impregna de prejuicios moralistas: el “régimen” es, sobre todo, “imparcial”.

De la misma manera que no cuestionaba el destino agrario y librecambista del país, el nacionalismo radical tampoco tiene nada que ver con la industrialización; tiende, en realidad, a rescatar y democratizar el “producto íntegro”, a recortar el grueso porcentaje de la renta nacional que se fagocitan los estancieros y el capital inglés. Se explica así el contenido no industrial que revestían los proyectos tales como la creación de una flota mercante de ultramar, un banco central o la conexión ferroviaria con Chile, así como los convenios comerciales con la Unión Soviética de gobierno a gobierno y el nacionalismo petrolero que el senado oligárquico logró sabotear y anular en su totalidad.

Un movimiento así, revolucionario y limitado al mismo tiempo, anti oligárquico y penetrado por la oligarquía a la vez, nacionalista e indiferente ante la industrialización, no podía tener otro destino que el que finalmente tuvo. Ante la crisis de 1930, que marca el fin de la “división internacional del trabajo”, la decadencia del Imperio Británico y la terminación de la semicolonia próspera, el radicalismo ya no poseía respuesta. Yrigoyen mismo definirá este fracaso en una sola frase: “Hay que empezar de nuevo”; se equivocará en cambio al señalar a Marcelo de Alvear como el piloto de tormentas adecuado para sucederle y llevar a cabo la difícil tarea de recuperar la democracia política perdida ante la restauración oligárquica del 6 de setiembre. Pero la presencia en el radicalismo de un Yrigoyen y de un Alvear, más que un contrasentido, está indicando la existencia de un programa que al no ir más allá de la democracia política en lo esencial, podía ser suscripto tanto por los sectores sociales plebeyos, populares y pequeñoburgueses que encarnaba Yrigoyen, como por sectores de mentalidad amplia y “moderna” de la propia oligarquía. Que Yrigoyen se inclinará por nacionalizar el petróleo, crear una flota mercante y ser más sensible ante los padecimientos obreros, que vendiera sus estancias para financiar alzamientos revolucionarios, mientras que Alvear era más sensible al capital europeo y vendía sus estancias para financiar sus ocios parisienses, nada de ello está indicando diferencias irreductibles en el fondo, en tanto el programa común no iba más allá de la democracia política como un fin en sí, respetando la propiedad de las grandes estancias, el capital inglés y el librecambio.

El destino histórico del radicalismo es, pues, a pesar de haber estado formado en su origen por otros sectores sociales, el de nuestras clases medias, capaces de acaudillar (con las limitaciones ya señaladas) un movimiento nacional y popular en la época de su ascenso social dentro de la semicolonia agraria y próspera y cuando aún el proletariado era poco menos que inexistente. Su impotencia ante la crisis económica mundial y la restauración oligárquica de 1930 mostraba la incapacidad orgánica de la pequeña burguesía para ofrecer alternativas ante la crisis y el agotamiento del viejo país. Su acatamiento a la dirección alvearista muestra además el enfeudamiento de las clases medias a la égida oligárquica; la oligarquía gobernará en la década infame por medio

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del fraude, para transferir la crisis a los sectores populares, resguardar sus privilegios y hacer más y mayores concesiones al opresor inglés.

Un párrafo aparte merece el fenómeno frondicista, que expresó políticamente a las clases medias transformadas por la industrialización del país y ligadas al mercado interno. Su intento de montar una política de “industrialización” mediante el ingreso indiscriminado de capitales imperialistas, planes económicos confeccionados por el Fondo Monetario Internacional y “estímulos” a la improductividad de la oligarquía terrateniente constituye una nueva utopía pequeñoburguesa de imposible materialización.

En cuanto al radicalismo de Illia, de Perette y de Balbín, que es el radicalismo actual, puede decirse que su base social sigue siendo la vieja clase media ligada a la estructura económica anterior a la industrialización del país, o sea, los chacareros, pequeños y medianos estancieros, comerciantes, profesionales liberales, etc. Representa un país ya muerto, irresucitable. Es sensible al “productor agropecuario” de la provincia de Buenos Aires, ante cuyo patético “desaliento” se conmueve permanentemente; ama el formalismo político “democrático” ( al que ve como un fin en sí, no como una necesaria herramienta para transformar las caducas estructuras del viejo país) y es indiferente a la industrialización del país. Hastiado y fatigado por los magros frutos cosechados en veinte años de gorilismo golpista, Balbín ha decidido jugar al “opositor responsable”, tan responsable que pone el grito en el cielo ante las medidas progresivas como la Ley Agraria o la nacionalización de la TV, pero calla con inconfesable satisfacción ante los despropósitos y torpezas de ministros y funcionarios, especulando con que el fracaso de un peronismo sin Perón sumido en múltiples dificultades, extravíos y contradicciones le abrirá la senda triunfal de las urnas en el ya cercano 1977. Lo que este “nuevo Balbín” ignora es que la superación histórica del peronismo, en la medida en que se revela necesaria, no habrá de darse hacia atrás, hacia el pasado. En todo caso, podemos decir que su papel de opositor inoperante revela no sólo sus deseos y especulaciones personales, sino el proceso de nacionalización y radicalización de las clases medias ( a las cuales el balbinismo representa hoy mucho menos que en 1963, salvo en sus sectores viejos y estáticos) posterior al año 1969, cuando las jornadas grandiosas y memorables del Cordobazo marcaron el advenimiento de una nueva etapa histórica, signada por la nacionalización y movilización de los sectores nuevos, dinámicos, de la pequeña burguesía hacia el campo de la revolución y la alianza con la clase obrera.

4. UN SOLITARIO: MANUEL UGARTE SOCIALISMO CRIOLLO Y NACIONALISMO DEMOCRÀTICO

Ya me referí a la peculiaridad del “socialismo cosmopolita” y del “comunismo moscovita”, lo mismo que a ciertos rasgos del nacionalismo oligárquico que se dibuja

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después de 1930. Asimismo, el radicalismo de Yrigoyen y sus herederos no podrían ser entendidos sino a la luz del poderoso influjo que la presencia del imperialismo europeo, y en particular los ingleses y los franceses ejercerán profundamente en el comercio exterior, en el proceso cultural y en la conducta de nuestra política externa. Sin la presencia de un gran solitario como Manuel Ugarte, o de un Mariano Fragueiro en el siglo XIX, cabría pensar que la Argentina fue sólo una factoría agraria o intelectual, al día siguiente de la muerte de San Martín en Europa. Pero no fue así. Hemos rescatado al gran solitario y precursor del socialismo criollo. Hemos vuelto a percibir el rostro perdido de Ugarte. Lector, vamos a conocerlo en las páginas que siguen. Fueron escritas en 1953. En esa fecha reedité un libro olvidado por la cultura cipaya: El Porvenir de América Latina. Y para esa obra redacté, en agosto de 1953, el prólogo que se reproduce a continuación:

Redescubrimiento de Ugarte

Ha sonado la hora de restaurar una tradición trunca: la tradición de un nacionalismo democrático y revolucionario. El terrorismo ideológico que el imperialismo ha ejercido sobre el país en las últimas décadas ha terminado por desfigurarla. Se trata de restablecerla. Ese nacionalismo revolucionario de un país oprimido no podía manifestarse sino en un socialista argentino, abanderado de la unión latinoamericana y gran figura de las letras continentales. Este es el momento de reivindicar a Manuel Ugarte como parte de nuestra tradición, del mismo modo que Haya de la Torre rescataba para su movimiento a González Prada y Lenin saludaba a Chernichevsky y Herzen a los precursores insignes de la intelligentsia revolucionaria rusa.

Ugarte nació en 1878. Durante cuarenta años vivió silenciado y difamado por los procónsules del capital extranjero. Vástago de una familia de terratenientes de la provincia de Buenos Aires, las letras hubieran podido constituir su vocación decisiva, como la de tantos otros jóvenes ricos de su tiempo, si un tema no se hubiera apoderado de su vida y no la hubiera hasta cierto punto acondicionado y subyugado. Su lucha contra el imperialismo y por la unidad de América Latina configuró su destino ulterior y dominó completamente su existencia. Este joven atildado y galante del 1900, de cuello palomita y erizados mostachos, no podía suponer que ese “idealismo latinoamericano” que él sustentaba en los cenáculos literarios llegaría a convertirse, por la fuerza de las cosas, no sólo en un hecho fundamental de su vida (y de su fracaso público) sino al mismo tiempo en la bandera señalada de las grandes masas explotadas de nuestro tiempo. Lo que comenzó como inclinación estetizante fue asumiendo una perspectiva histórica, se vistió de carne y sangre.

La formación espiritual primera de Ugarte fue predominantemente francesa. Ya a los once años de edad sus padres lo llevaron a Europa, para visitar la Exposición Universal de 1889. Aprendió la lengua y regresó allí nuevamente a los 20 años, en pleno

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despertar del siglo, para ingresar a una brillante generación literaria. Sus amigos fueron Rubén Darío y Leopoldo Lugones, José Ingenieros y José Santos Chocano, Delmira Agustini y Alfonsina Storni, Florencio Sánchez, Amado Nervo, Belisario Roldán, Josè María Vargas Vila. Por la trascendencia política de su obra, Ugarte representó enteramente a aquella generación hundida en la indiferencia, la pobreza y el descrédito. Pero no queremos hablar aquí de la literatura sino de la revolución. Es preciso explicar en virtud de qué circunstancias singulares un grupo intelectual tan notable se convirtió en una generación perdida.

El cuidadoso olvido, la organizada ignorancia con que nuevas promociones han sido educadas respecto a Ugarte, lo mismo que con respecto a la vida y a la muerte de sus compañeros de juventud y madurez, obedecen a causas serias, que entroncan con la historia del país. Empecemos por decir que la función del intelectual en América latina ha sido completamente humillada, despreciada y ahogada por las oligarquías antinacionales que controlaron o controlan el poder político en el continente. El papel del intelectual en Europa, por el contrario, su preeminencia en la vida nacional, los halagos materiales y prestigiosos que lo rodean, el interés de la opinión pública por sus obras, resaltan de una manera patética junto a las circunstancias de degradación económica y de aislamiento personal de los escritores latinoamericanos. No hay aquí nada de enigmático.

En los países imperialistas el intelectual y el escritor han crecido, se han formado y se han ubicado desempeñando un papel privilegiado dentro de la sociedad burguesa. Ellos son los que dan lustre y esplendor a la sociedad entera, la rama dorada de la podredumbre general. En ellos se cifra la gloria nacional y los “valores puros del espíritu”. Ante los escritores existe un vasto mercado del libro, un mercado solvente y con poder adquisitivo cuya influencia idiomática se extiende más allá de las fronteras estaduales, ya sea por las colonias que la metrópoli respectiva domina, o por la influencia espiritual secular en países extraños. El libro francés (escrito por franceses) se lee en Argelia, Buenos Aires o Toronto. El libro argentino impreso en la Argentina y escrito por un norteamericano, un inglés o un francés apenas llega a Jujuy. Si está escrito por un argentino, no llega a Jujuy.

Las complicaciones aduaneras y monetarias de un continente balcanizado restringen permanentemente la formación de un mercado grandioso de lengua española y condena al aislamiento, la pobreza y la oscuridad a la mayoría de los escritores latinoamericanos. Las formidables ganancias que la explotación del mundo colonial reporta a las grandes capitales europeas o norteamericanas, por el contrario, permiten a la burguesía imperialista arrojar algunas migajas a los hombres de espíritu, a condición de que esos hombres ofrezcan una justificación estética de este mundo burgués que les da de vivir. Entre nosotros no prevalece ni siquiera esa confortable servidumbre. La completa subordinación de nuestras sociedades en desarrollo al imperialismo extranjero determina que el intelectual no pueda desempeñar ninguna función “socialmente necesaria” en el seno de esa sociedad embrionaria, estratificada e inerte. El escritor resulta una carga inútil y frecuentemente “un testigo molesto”.

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Si para la oligarquía ligada al capital extranjero la creación de un mercado interno no reviste el menor interés, puesto que ese es un asunto que corre a cargo del imperialismo vendedor, el apoyo a los escritores que escriben para el país tampoco la atrae. Apenas subsisten los pequeños círculos “selectos”, formados generalmente por los hijos de los ganaderos europeizantes, cuya vergüenza más íntima es no haber nacido a orilla del Támesis o del Sena y cuya función específica, como en el caso de la revista Sur reside en la formación de una inteligencia traductora, capaz de proporcionar cipayos letrados para justificar la perpetuación de la factoría pampeana.

En tal ambiente, el escritor se siente acorralado y vencido; en el mejor de los casos, es asimilado por un cargo burocrático, por el periodismo terrateniente o convertido en el vate oficial del gobierno respectivo. La inexistencia de una atmósfera culta, de una vida literaria intensa y creadora y de una crítica genuina es explicable; esa literatura y esa atmósfera se importan en las mismas bodegas que traen al continente bárbaro los productos manufacturados. Así, la literatura latinoamericana ha vivido generalmente como un acto reflejo de la literatura europea o norteamericana. La situación real, no hablo ya de la situación “espiritual” del escritor, resulta fácilmente imaginable. En las colonias y semicolonias no existe mucha plusvalía a distribuir. El escritor vive sumergido. Así es como los escritores latinoamericanos del 1900 se evadían por vía marítima a diferencia de los Borges de hoy que se evaden por vía metafísica. La seducción que Europa ejercía en la imaginación de los intelectuales jóvenes se derivaba del hecho de que las pequeñas capitales y ciudades latinoamericanas no ofrecían ningún poder de atracción, salvo los golpes militares cíclicos o los zarpazos territoriales norteamericanos.

Para comprender el rol de los intelectuales en la vida del continente y explicarse la situación histórica de Ugarte es preciso admitir que el imperialismo actúa en las colonias o semicolonias de una manera combinada y no puramente económica y financiera. No sólo vence, sino que convence, vale decir no controla únicamente las llaves maestras de la existencia nacional de la que extrae sus dividendos, sino que necesita instrumentos de dominación más sutiles pero no menos poderosos para producir en paz estos dividendos. La creación de una mitología antinacional, el estímulo a todas las formas culturales de la auto denigración, la benevolencia y el apoyo hacia todas las expresiones de la cultura importada y un interés desmesurado hacia las creaciones del espíritu europeo, así como una predilección marcada por una aplicación mecánica de dichas creaciones a una realidad nacional que no les corresponde, tales son los rasgos fundamentales del trabajo imperialista en la órbita cultural.

En sus tentativas por impedir la formación de una verdadera ideología nacional que refracte teóricamente los intereses de las masas trabajadoras del continente, el imperialismo ha elaborado una para uso interno de nuestros países, cuyas aplicaciones múltiples se propagan a la historia, la estética y la política. Esta superestructura espiritual es el complemento insoslayable de su dominación económica. Así hemos visto la consolidación de una cultura satélite a veces teñida de folklore y destinada

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esencialmente a sofocar el espíritu crítico y la creación autónoma. He tratado este problema en 1954 en el libro Crisis y resurrección de la literatura argentina.

Por todas estas razones la aparición del Partido Socialista suscitó un movimiento de profundo interés en la nueva generación. La oligarquía conservadora, cuyos fundamentos sociales eran los ganaderos y los terratenientes, gozaba apaciblemente del dominio del poder político, mientras crecía con lentitud una industria artesanal que agrupaba a miles de obreros, en su mayor parte extranjeros. Los conflictos sociales en Buenos Aires parecían repetir los choques similares de Europa y las ideas de la socialdemocracia del Viejo Mundo se expandían rápidamente en Buenos Aires. La nueva generación sentía confusamente que el socialismo constituía “la idea del siglo”. Los mejores representantes de esa generación se convirtieron en socialistas: Leopoldo Lugones, Josè Ingenieros, Alfredo L. Palacios, Manuel Ugarte. La incorporación al Partido Socialista de estas eminentes figuras de la juventud argentina tenía sin embargo un carácter particular. Representaba el despertar político de una corriente nacional - vale decir, no cosmopolita- y su fusión con el movimiento obrero. En tal sentido estos intelectuales socialistas fueron inasimilables por el partido que Juan B. Justo había logrado controlar algunos años después de su fundación.

Este partido estaba integrado por obreros europeos que trasplantaban la ideología de la socialdemocracia a las condiciones semicoloniales de nuestro país. Dicha aplicación automática de los principios de lucha del socialismo europeo de los países imperialistas a las condiciones sociales y políticas de un país oprimido predeterminó que el Partido Socialista argentino fuera desde su origen una agrupación europeizante y proimperialista que no sólo desconocía el carácter atrasado de la economía nacional sino que nunca fue capaz de penetrar los problemas del interior precapitalista, de enlazarse con la tradición argentina, ni de comprender los problemas de la unidad de América latina. Así quedó reducido a una agrupación electoral de tipo municipal que disputaba a los radicales de la Capital Federal la mayoría parlamentaria. No resultaba sorprendente que la oligarquía conservadora de la Capital apoyase electoralmente en sus zonas residenciales las candidaturas del discípulo de Vandervelde.

Para Juan B. Justo, la Argentina era un país capitalista, y por consiguiente, las luchas se planteaban directamente entre la burguesía y el proletariado, no desempeñando el imperialismo extranjero ningún papel. Nada mejor podía convenirle a la oligarquía agropecuaria y al imperialismo que el partido obrero argentino negase su existencia y hostigase al sector industrial, ahogado por las bajas tarifas aduaneras y por un mercado interior inconquistable. Bajo la cubierta del “internacionalismo”, que agitó en sus primeros años la agrupación de Juan B. Justo, colaboraba en el desarme ideológico de la clase trabajadora del país y del continente y dejaba sin dueños la bandera de las reivindicaciones nacionales antiimperialistas capaz de movilizar a las amplias masas argentinas. Observaremos incidentalmente que el partido de Justo era “internacionalista”: a una exigencia histórica concreta contestaba con una abstracción que el enemigo nacional y social no veía sino con simpatía.

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Cuando Manuel Ugarte se afilia en 1904 al Partido Socialista, ve en esta agrupación a la representación de los intereses nacionales del pueblo argentino y de la clase obrera. Pero al mismo tiempo su alto mérito fue comprender que no podía existir una autodeterminación nacional y social del pueblo argentino aislada de la liberación del conjunto de América latina. Al rastrear nuestros orígenes históricos, Ugarte llegó a la conclusión de que el proceso de balcanización latinoamericana, iniciado al día siguiente de la Revolución de Mayo por obra del capital europeo, tendía a profundizarse al aparecer en el escenario continental el puño de hierro del imperialismo yanqui. Así concibió que un Partido Socialista argentino debía contemplar en su programa las tareas de la revolución democrática incumplida, ante todo la confederación de los Estados Unidos de América Latina.

Imaginó que sólo la clase obrera del continente podría arrastrar a esa grandiosa tarea ya intentada por San Martín y Bolívar a las vastas masas de campesinos y clases medias de las ciudades. Pensó también, y con él toda su generación, que el Partido Socialista era el partido que llegaba a la historia de aquellos días para encabezar la gran empresa. Su equivocación se hizo cada vez más clara, puesto que el grupo de Justo no representaba al país sino que estaba fuera de él. Manuel Ugarte persistió en sus ideas y escribió en 1920, desde París, el texto de El Porvenir de América Latina. Es justo decir que la edición de 1953 realizada por Editorial Indo américa es la primera que de un libro de Ugarte apareció en la Argentina. Este hecho escandaloso- teniendo en cuenta que Ugarte es autor de más de cuarenta volúmenes- explica por sí mismo el odio concentrado de la oligarquía y del imperialismo hacia su altiva figura. En una campaña de conferencias que duró varios años y cuyos discursos reunió luego en su libro Mi Campaña Iberoamericana, Ugarte agitó la bandera de la unidad de los Estados de América Latina como el único recurso para realizar nuestra revolución nacional inconclusa, una continuación y remate de la misma iniciada un siglo antes por los libertadores.

La lucha contra el imperialismo yanqui iba implícita en esa campaña, puesto que este imperialismo controlaba las fuentes de producción de la economía continental y sobre esa base estaba asociado a las oligarquías terratenientes dominantes. Pero no se trataba de una simple lucha contra el imperialismo, sino de inyectarle extensión y profundidad a una revolución necesaria, surgida de la historia misma de nuestros pueblos, que ya habían realizado Estados Unidos en el siglo XVII y Francia y Alemania en el siglo XIX.

La quiebra del imperio español dejó libradas las viejas regiones coloniales a las fuerzas centrífugas del inmenso territorio. El imperialismo europeo y sobre todo Gran Bretaña intervinieron entonces para balcanizar definitivamente las partes constituyentes de una nación, unidas por la lengua, la geografía, la cultura y las costumbres. Así podría dominárselas mejor por separado. Ugarte retomaba el pensamiento de los libertadores, en particular de San Martín y Bolívar, y planteaba en términos modernos la necesidad de una unión de estados que no sólo hiciese frente al imperialismo yanqui o a cualquier otro imperialismo, sino que permitiese al continente ingresar a la historia moderna como

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gran nación, desarrollar su industria, elevar el nivel de vida de sus habitantes y forjar las bases de una cultura nacional. Por su mismo carácter de precursor intelectual del problema, Ugarte no pudo prever de qué manera la evolución de la crisis del imperialismo plantearían prácticamente a América Latina la exigencia de su unificación nacional.

Los Estados Unidos de Norteamérica se unificaron, no sin una áspera y sangrienta guerra civil en cuyo seno intervino el enemigo extranjero de su unidad nacional, que en esa época era Gran Bretaña. Esa unificación era el resultado de la expansión de las fuerzas productivas del capitalismo norteamericano. Por las mismas razones, Italia y Alemania lograron su unidad nacional un siglo después, como el producto irresistible del desarrollo económico de su burguesía, y por la necesidad de controlar su mercado interno, cuyos límites están precisamente constituidos por el radio idiomático, que legitima históricamente las fronteras del Estado nacional moderno. Pero la exigencia de la unidad nacional latinoamericana deriva no de nuestro desarrollo capitalista, sino de la crisis mundial del sistema capitalista. Es evidente que los países latinoamericanos están muy lejos de sobrepasar por su producción industrial las propias fronteras estaduales actuales; aún permanecen en la etapa de satisfacer apenas las necesidades de su mercado interior.

La unidad política y económica del continente latinoamericano se plantea por consiguiente como resultado de la descomposición mundial del capitalismo en su fase imperialista, que para sobrevivir debe apelar al estrangulamiento de los países coloniales o semicoloniales, doblegar a sus propios competidores independientes, asociar, subordinándolos, a sus socios menores, y proceder a redistribuir las esferas económicas del mundo en su propio beneficio. En suma, el imperialismo moderno expresa la hora de su agonía histórica en su marcha febril hacia la guerra y sobre todo en su necesidad inexorable de aplastar el desarrollo económico de los países atrasados.

La única manera de otorgar a los Estados del sur del Río Bravo las plenas garantías para un desarrollo de las fuerzas productivas consiste en buscar las vías para nuestra unificación nacional, planificar los recursos naturales en gran escala, levantar una industria pesada, y construir todos los prerrequisitos técnicos de un burguesía continental aún embrionaria. Esta grandiosa tarea no puede ser realizada hasta el fin por las burguesías nacionales de América Latina, demasiado ligadas o comprometidas en el imperialismo en unos casos, o temerosas en otros del movimiento desencadenado del movimiento desencadenado de las masas. Lo cual no implica que estas burguesías no luchen contra el imperialismo y no preparen, aun mezquinamente, el camino hacia la unificación puesto que se ven obligadas a oscilar políticamente entre la presión de las masas trabajadoras y la extorsión imperialista. Este movimiento pendular determina las variaciones tácticas consiguientes, pero el curso mundial de los días actuales, cuya relación de fuerzas es ampliamente favorable para las revoluciones nacionales, predetermina un amplio margen para una política de frente único antiimperialista que no excluye sino que precisamente exige la formación de un partido obrero independiente

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tanto de la burguesía nacional, de la influencia del Kremlin o de cualquier otra autoridad o seudoautoridad extranacional.

En una serie de resonantes conferencias, Manuel Ugarte recorrió todo el continente latinoamericano proclamando la necesidad de fundar la unidad de nuestros Estados. Muchedumbres obreras y estudiantiles aclamaron su prédica, y se convirtió en la figura más popular de su época. Los archivos periodísticos registran las crónicas de sus discursos y atestiguan el enorme éxito que el escritor encontraba en su gira. Pero cuando a mediados de junio de 1913 Ugarte llega de regreso a Buenos Aires, encuentra serias dificultades para dictar una conferencia en la propia capital del país. El diario Última Hora escribe a este respecto: “Vuelto de su gira por América Latina y Estados Unidos, Manuel Ugarte, el noble americanista, ha tenido que sufrir la habitual descortesía de nuestras autoridades, descortesía que en este caso se agrava aún más por ser él argentino, y porque los vítores que lo acompañaron durante su viaje fueron también para nuestra patria, que se levanta destacándose para reivindicar su personería ante la política absorbente de los Estados Unidos.”

La Federación Universitaria de Buenos Aires apoyó la idea de la conferencia, e invitó al público a asistir a ella con un manifiesto firmado por las autoridades de los centros universitarios. Ugarte pidió el Teatro Colón para su conferencia. El intendente municipal declinó responder a este pedido. La Vanguardia no contestó: en esos mismos días los dirigentes socialistas agasajaban al intendente municipal con motivo de la inauguración del Hogar Obrero. La conferencia tuvo lugar al margen del Partido Socialista, ya ahogado por su alma municipal, constituyendo un gran triunfo popular. Apartándose de la dirección oficial del Partido, Alfredo L. Palacios le escribía a Ugarte:

“Mi querido Ugarte: le envió un discurso que pronuncié el año pasado en nombre de la solidaridad latinoamericana, la condonación de la deuda de guerra y la devolución de los trofeos del Paraguay. Quiero así significarle una vez más mi adhesión entusiasta por la campaña emprendida por Ud.”

Las diferencias entre Manuel Ugarte y el grupo dirigente del Partido Socialista se plantearon directamente con motivo del asunto de Colombia. El 21 de julio de 1913 La Vanguardia publicaba un suelto sobre el aniversario de Colombia que concluía así: “Como todas las repúblicas sudamericanas, este país estuvo mucho tiempo convulsionado por las guerras civiles. Panamá contribuirá probablemente a su progreso, entrando de lleno en el concierto de las naciones prósperas y civilizadas.”

Estas palabras inauditas aprobaban la “revolución” palaciega fabricada por el Departamento de Estado de Washington en 1903, que arrebató a Colombia su provincia norteña, inventó la “Soberanía” de la “República de Panamá”, y abrió en el acto al imperialismo yanqui el control del Canal de Panamá y de la región, concesión a la que se negaba tenazmente el Senado de Colombia. En síntesis, para obtener el derecho de construir el canal, Estados Unidos arrebató una provincia a Colombia. Ya conocemos la opinión de La Vanguardia. Ugarte contestó a dicho suelto afirmando:

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“Yo protesto contra los términos poco fraternales y contra la ofensa inferida a esa República, que merece nuestro respeto no sólo por sus desgracias sino también por su pasado glorioso y su altivez nunca desmentida. Al decir que Colombia entrara al concierto de las naciones prosperas y civilizadas, se establece que no lo ha hecho aún, y se comete una injusticia dolorosa contra este país, uno de los más generosos y cultos que he visitado durante mi gira. Al afirmar que “Panamá contribuirá a su progreso” se escarnece el dolor de un pueblo que víctima del imperialismo yanqui ha perdido en la circunstancia que todos conocen una de sus más importantes provincias y que resultaría “civilizado” por los malos ciudadanos que sirvieran de instrumento para la mutilación del territorio nacional.”

La polémica se desarrolló en varias réplicas y contrarréplicas que evidenciaron cada vez el pensamiento real del grupo dirigente del Partido Socialista sobre la cuestión del imperialismo. En sus artículos contra Ugarte La Vanguardia reiteraba una y otra vez que no “estaba en contra de la noción del panamericanismo”, demostrando así que no daba la menor importancia a la diferencia entre el “panamericanismo” y el “latinoamericanismo”. En una encuesta abierta en esos días por el órgano social imperialista sobre el tema de la patria y el internacionalismo, se publicaba una carta de un socialista europeo radicado en Buenos Aires. En ella se decía:

“Los que como yo hemos venido de lejanas tierras y residimos aquí desde hace varios años, conservamos tan sólo un tenue recuerdo del país en el cual hemos nacido. ¿A cuál país creen estos patriotas que debemos amar más? ¿Aquel en que residimos o al de origen? No hay duda de que la contestación más acertada sería la del de residencia, pero como hoy podemos residir aquí y mañana en otra parte, ahí tienen concretado por qué no podemos concretarnos a una sola nación: todo el mundo, pues todos somos hermanos.”

¿Cómo podía comprender los problemas nacionales de nuestra revolución este tipo de socialista golondrina, que constituía la base fundamental del partido de Juan B. Justo? ¿Qué significación tenía para él esa confusa abstracción llamada América Latina? La vaguedad “internacionalista” de Justo y Repetto que los unía a su patria de origen y a la socialdemocracia europea revestía mucha mayor realidad. El aislamiento de Ugarte fue un hecho. Ya durante la guerra de 1914 la socialdemocracia, de la cual el Partido Socialista era una simple réplica colonial, constituía un cadáver insepulto, ligado al apogeo y a la descomposición del capitalismo mundial. Aquel Manuel Ugarte que había sido el representante del Partido Socialista ante el Buró de la Segunda Internacional y asistido en tal carácter a las principales reuniones de Congresos internacionales de Europa se veía desglosado de su partido que aplicaba a la Argentina semicolonial el mismo metro político que al Imperio británico, en el país oprimido idéntica táctica que en el país opresor. Esta política sólo podía conducir a dificultar y oscurecer la lucha por una revolución que surgiera de las necesidades del país y del continente.

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El Partido Socialista desempeño ese papel diversionista y en ese hecho reside la significación de la expulsión de Manuel Ugarte. Su esfuerzo por crear un socialismo criollo y latinoamericano había concluido en un fracaso. Pero no había fracasado Ugarte sino el Partido Socialista. En los mismos días en que el grupo de Justo separaba de sus filas a Manuel Ugarte, La Vanguardia comentaba los disturbios civiles de México y negaba la participación imperialista en estos conflictos responsabilizando a los gobiernos y al pueblo mejicano del atraso del país: “ya había de Estados Unidos el primer buque a vapor que surcara los mares, ya cruzaban aquel país líneas férreas y el teléfono, ya sus instituciones políticas llamaban la atención del mundo y todavía el dictador Santa Ana se oponía a la construcción del primer ferrocarril porque según él iba a quitar el trabajo a los obreros. Nada extraño pues que a mediados del siglo pasado la exuberante civilización norteamericana en dos pequeñas expediciones militares quitara extensos territorios no al pueblo de México, formado por miserables y esclavizados peones, sino a la oligarquía de facciosos que lo gobernaban.”

Con estas sabias palabras el órgano de Juan B. Justo justificaba y aplaudía históricamente la piratería imperialista norteamericana, realizada a costa del pueblo mejicano que intentaría más tarde, con Emiliano Zapata y sobre todo con el general Lázaro Cárdenas, reivindicar una parte de la soberanía nacional. Esta típica actitud socialista, de capitulación completa ante el imperialismo en todos los problemas, era incompatible con la afiliación de Manuel Ugarte. Con su expulsión y con la de Palacios, el ala europeizante del Partido Socialista afirmaba su dependencia de la ideología imperialista y preparaba su ceremonioso ingreso al pantano bradenista. Ugarte no sólo quedó al margen del Partido Socialista, sino del país entero, de su prensa seria como de su prensa amarilla. El valiente escritor sintió que se hacía el vacío en torno de él. Convertirse en el abanderado de la unidad latinoamericana lo excluyó automáticamente de un país que no se pertenecía a sí mismo. La oligarquía dominante sobrevivía en el poder rematando anualmente la soberanía en los mercados internacionales y envenenando con su opacidad la atmósfera intelectual de la Nación. El divorcio de Ugarte con el Partido Socialista planteó la crisis de una comprensión de las tareas nacionales de nuestra revolución y el movimiento obrero. Si Ugarte quedó aislado de la clase obrera, el proletariado mismo quedó separado de las grandes masas argentinas. Debían transcurrir varias décadas para que la “argentinización” de la clase obrera por obra del desarrollo industrial permitiese al proletariado retomar la bandera nacional de la revolución e influir por vez primera en los destinos del país.

El estallido del conflicto europeo dividió a la Argentina en dos bandos irreconciliables. Sin embargo, Manuel Ugarte lo mismo que Josè Ingenieros y otras figuras antiimperialistas de la época, permanecieron al margen de la formidable presión que los dos imperios en pugna desarrollaban en Argentina para inclinar la opinión en su favor. Ugarte mantuvo una posición argentina y latinoamericana de equidistancia, tendiente a salvaguardar la soberanía de nuestros pueblos. En 1916 Ugarte fundaba en Buenos Aires el diario La Patria que sólo vivió tres meses. El escritor decía en su primer número:

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“Un país que sólo exporta materias primas y recibe del extranjero los productos manufacturados, será siempre un país que se halle en la etapa intermedia de su evolución. Y esa etapa conviene sobrepasarla lo más pronto posible, fomentando de acuerdo con las enseñanzas que surgen del enorme conflicto actual un gran soplo reparador de los errores conocidos, un sano nacionalismo inteligente que se haga sentir en todos los órganos de la actividad argentina… Nos opondremos venga de donde viniere a todo acto de carácter imperialista que pueda lastimar los derechos de las repúblicas hermanas. Aprovechando la situación especial que determina la guerra debemos hacer pues lo posible para crear los resortes que nos faltan y no pasar de la importación europea a la importación norteamericana, como un cuerpo muerto que no puede moverse por sí mismo y siempre tiene que estar empujado por alguien. Los que arguyen que aumentará el precio de los artículos se olvidan de que precisamente desde el punto de vista obrero, la industria resulta más necesaria. Abaratar las cosas, en detrimento de la producción nacional, es ir contra una buena parte de aquéllos que se trata de favorecer, puesto que se le quita el medio de ganar el pan en las fábricas. Disminuir el precio de los artículos y aumentar el número de desocupados resulta un contrasentido. Interroguemos a los millares y millares de hombres que pululan en la calle buscando empleo a causa de las malas direcciones de la política económica; preguntémosles qué es lo que elegirían, vivir más barato o tener con que vivir. ¿De qué sirve al obrero que baje el precio de los artículos si no tiene con que comprarlos? El temor a la vida cara es uno de los prejuicios económicos más atrasados y lamentables, la vida es siempre tanto más cara cuanto más próspero y triunfante es un país. Todo se abarata en cambio en las naciones estancadas y decadentes. La vida es barata en China y cara en Estados Unidos, pero como los salarios van en proporción con las suma de bienestar de que esos grupos disfrutan, la única diferencia es que unos pueblos viven en mayúscula y otros mueren en minúscula. Basado en estas consideraciones vengo a dar el grito de alarma. No se trata de teorías de proteccionismo o de librecambio. Se trata de una enormidad que no debe prolongarse. El proteccionismo existe entre nosotros para la industria extranjera y el prohibicionismo para la industria nacional. Si queremos favorecer no sólo los intereses de los habitantes de nuestro territorio, sino las exigencias superiores de la patria, si deseamos trabajar para el presente y para el porvenir, tendremos que prestar atención a lo que descuidamos ahora. Se abre en el umbral del siglo un dilema: la Argentina será industrial o no cumplirá sus destinos.”

El diario La Patria, que expresaba de una manera tan coherente los puntos de vista de la burguesía nacional en desarrollo, fue ahogado en noventa días. Todavía las vacas hacían la política argentina. Si la neutralidad pudo ser mantenida, ello se debió a la firmeza con que el viejo caudillo radical Hipólito Yrigoyen concentró en esa política las últimas energías del país. El aislamiento personal de Ugarte se acentuaba. Cuando estalló la guerra:

“Fui hispanoamericano ante todo. Defendí la integridad de Bélgica porque vi en ella un símbolo de la situación de nuestras repúblicas. Pero no me dejé desviar por un drama dentro del cual nuestro continente sólo podría jugar un papel de subordinado

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o de víctima; y lejos de creer como muchos que con la victoria de uno de los bandos se acabaría la injusticia en el mundo, me enclaustré en la neutralidad, renunciando a fáciles popularidades, para pensar sólo en nuestra situación después del conflicto.”

La actitud de Ugarte no obedecía a una improvisación, sino que continuaba una política solitaria y audaz, tanto más patética frente a la indiferencia general. Había iniciado su campaña latinoamericana en 1900 en el diario La Época de Madrid, la había continuado en la Revue de París, la prolongó en El País de Buenos Aires que dirigía el doctor Pellegrini, mientras fundaba el Comité Pro México para luchar contra la intervención norteamericana en aquel país. Con esos mismos propósitos fundaba y presidía durante la guerra mundial la asociación Latinoamericana, a fin de “fomentar el acercamiento de las repúblicas hispanas y combatir en todas sus manifestaciones el imperialismo del Norte.”

Poco después del desembarco yanqui en Santo Domingo, Ugarte era invitado por varias universidades a dictar conferencias en las Antillas y México:

“A mí no me tocaba averiguar si el imperialismo estaba desarrollando en Europa una acción benéfica o no; lo que me concernía era la acción y el reflejo de esa política en el nuevo mundo, y como todo continuaba siendo fatal para nuestras economías combatí otra vez sin cuidarme de problemas extraños, ya que los extraños se han cuidado en todo tiempo tan poco de nosotros.”

En el curso de esas conferencias Ugarte puntualizó: “Debe saberse que no tengo más partido, que el que se deriva de los intereses de mi América.”

En muchas oportunidades Manuel Ugarte repitió las palabras de Taft, mientras era ministro de Teodoro Roosevelt, pronunciadas en un discurso del 21 de febrero de 1906: “La frontera de los Estados Unidos termina virtualmente en Tierra del Fuego.”

Veinte años más tarde otro gran olvidado, Josè Ingenieros, hermano de Ugarte en la lucha antiimperialista, contestaría desde París al imperialista Taft:

“Los latinoamericanos deben tender a formar una confederación contra el panamericanismo, porque Río Grande no solamente es la frontera de México, sino la de América Latina.”

Del mismo modo que Ugarte, a Josè Ingenieros se lo aplastó en vida. A diferencia de Ugarte, para quien el silencio es total, a Ingenieros le han fabricado una gloria póstuma tejida de malentendidos. Se ha olvidado de Ingenieros lo que constituyó la base de su prestigio continental: su lucha antiimperialista y su defensa de la unidad latinoamericana.

Digamos brevemente que la guerra de 1914 planteó por primera vez en un plano continental el problema de la unificación política de América Latina y la realización de las tareas democráticas incumplidas. Su reflejo en el campo estudiantil lo constituyó la Reforma Universitaria cuyos dos aspectos fundamentales eran:1) luchar por los

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principios de la revolución democrática y por la unificación de América Latina; 2) democratizar la vieja universidad de resabios feudales a fin de preparar a los técnicos que construirían la nueva gran nación.

Al fracasar la revolución sólo quedaron en pie los aspectos formales de la reforma; vaciada de su contenido antiimperialista y latinoamericano, la reforma fue una forma, que imbúyose en el curso de los años posteriores de un contenido diametralmente opuesto al de su origen. El imperialismo canalizó la voluntad de combate del estudiantado, particularmente en la Argentina, y la “generación del 45” fue un melancólico testimonio del fracaso del movimiento reformista: inaugurado en una lucha continental contra el imperialismo, concluyó a su servicio. Sólo en el Perú, donde el movimiento de la reforma universitaria se expresó con la fundación del APRA, profundizando y llevando el combate político a la nueva generación, la reforma universitaria pudo acreditarse un triunfo real. Allí vive. La evolución “democratista” y yanòfila de Haya de la Torre, no puede hacer olvidar la importante contribución de este peruano notable, en su etapa revolucionaria, al esclarecimiento de los problemas latinoamericanos. En la Argentina, por el contrario y con la excepción de Gabriel del Mazo y Julio V. González, el resto de sus inspiradores o teóricos, o bien han muerto en la soledad y en el olvido, como Deodoro Roca y Saúl Taborda, o bien se han pasado con armas y bagajes a las filas del “imperialismo democrático”. La reforma sirvió posteriormente para que diversos grupos de arribistas usufructuaran en camarillas enquistadas en la universidad una vieja bandera prestigiosa. Los estudiantes de 1918, faltos del apoyo de una nación continental en marcha, debieron transformarse en burócratas, venderse a las empresas imperialistas como técnicos o vegetar en la oscuridad más completa.

Ugarte reside en esos tiempos en Niza o en París, solo y olvidado, lejos del país que lo desconocía y del continente que lo había aclamado en sus giras triunfales. En 1932 Gabriela Mistral dirigía al presidente de la Argentina, general Agustín P. Justo, un mensaje firmado por Ramón Pérez de Ayala, Josè Vasconcelos, Francis de Miomadre, Rufino Blanco Fombona, María de Maetzu, Jean Casou, Enrique Díaz- Canedo, Alberto Insùa, Manuel Machado, Eduardo Santos y otros conocidos escritores solicitando para Manuel Ugarte el gran premio Nacional de Literatura Argentina. El representante más característico de la oligarquía de esa época se abstuvo de contestar el mensaje.

“ Las memorias que se publicarán después de mi muerte- escribía años más tarde Ugarte- y que se hallan, vuelvo a decirlo, en lugar seguro, ayudarán a comprender la confabulación que desde que abordé el problema continental no me ha permitido ocupar una modesta cátedra de Literatura ni obtener siquiera una modesta jubilación como periodista.”

Vivió en Francia durante los años convulsionados que precedieron a la segunda guerra hasta que una nueva tentativa de reencontrarse con el país lo empujó a las playas argentinas en 1935. Llegaba en pleno corazón de la “Década Infame”.

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Las nuevas generaciones desconocen totalmente ese período político de la historia argentina y no es ningún accidente que la llamada “generación del 45” que actuó en el maquis proimperialista contra la clase obrera haya sido el corolario inevitable de la etapa iniciada con la revolución septembrina.

La Década Infame en la Argentina coincide con la etapa más negra de toda la historia del capitalismo. Es el período de la marcha siniestra del fascismo, de la derrota de la Revolución Española a manos de Franco y del Frente Popular stalinista, de los procesos de Moscú, donde se extermina a la vieja generación bolchevique y el estallido de la segunda hecatombe imperialista. En la Argentina esa época se manifiesta por una actitud de entrega total del país a la colonización extranjera. El yrigoyenismo yace sofocado bajo la lápida de la camarilla alvearista comprometida con la oligarquía conservadora. El Partido Socialista alcanza su manifestación más reaccionaria. El Partido Comunista efectúa saltos epilépticos del ultraizquierdismo más sectario al frentepopulismo más abyecto. El movimiento obrero agrupa apenas a centenares de miles de afiliados a la CGT, organización al servicio del imperialismo que introduce la desmoralización y la apatía en el proletariado. En este ciclo funesto se extiende un piadoso olvido sobre aquella generación frustrada de Manuel Ugarte, Josè Ingenieros, Leopoldo Lugones y Alfredo Palacios, este último en perpetuo compromiso con el ala reaccionaria de la Casa del Pueblo. Sometido a la disciplina partidaria, Palacios sólo evoca circunstancialmente los ideales de su juventud.

El “antifascismo” y el frentepopulismo corrompen todo lo que tocan. El movimiento político “democrático” de la Argentina parece circunscripto a la lucha “contra el fascismo”, en el mismo momento en que el imperialismo yanqui y el imperialismo británico se disputan el monopolio de nuestra soberanía política y económica. La reforma universitaria de 1918 había dado nacimiento a una nueva generación que se colocó bajo la divisa de la lucha contra el imperialismo y por la unidad de América latina. Los maestros y precursores de ese movimiento, Ugarte en primer lugar, desaparecieron en la lobreguez de la Década Infame, pero no fueron reemplazados por otros nuevos. El liberalismo stalinista florece en esa década. La oligarquía en la Casa de Gobierno, el alvearismo en la Casa Radical, el “socialismo” en la Casa del Pueblo, el stalinismo en el movimiento obrero, los ganaderos en el Jockey Club, y la Constitución Nacional refugiada en la farola de La Prensa: tal era la situación espectacular de aquellos años de fraude y de vileza imposibles de superar. Tal era la escena y los factores que servían los designios del imperialismo- el verdadero poder detrás del trono-, el amo auténtico que otorgaba a cada títere un papel de la comedia. Ese era el panorama que descubrió Ugarte al desembarcar.

El Frente Popular testimonió desde otro punto de vista que no siempre se cumplía el vaticinio de Ingenieros de que cada generación renueva sus ideales. Dicho período consagró el endiosamiento político de Lisandro de la Torre, otro “progresista” tolerado por la oligarquía, del mismo modo que era tolerada en Córdoba la “intransigencia” de Sabbatini, semejante a esos impermeables para días de sol, pero inservibles cuando llueve. Tan bajo había caído el nivel moral y político del país que la

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oligarquía triunfante podía permitirse el lujo de crear su propia oposición y de elevar a su cabeza al jefe de los ganaderos menores del Litoral. De este modo, Lisandro de la Torre, cuya honestidad personal está fuera de duda, pero cuya base social y significación política tampoco ofrecen dudas, recibió la consagración del stalinismo y de las “fuerzas progresistas” que veían en el político santafesino al único luchador antiimperialista producido por esa época. Es preciso declarar inequívocamente- yo lo he hecho de manera más circunstanciada en mi libro América Latina. Un país, publicado en 1949- que todo el antiimperialismo de Lisandro de la Torre se redujo a exigir a la oligarquía de Buenos Aires justicia económica para su grupo de ganaderos menores del interior, que vendían al mercado interno.

Mientras los socialistas bradenistas ocupaban durante la Década Infame numerosas bancas parlamentarias en el Congreso de la oligarquía, legalizando así su régimen “falaz y descreído” Manuel Ugarte había vivido en Europa en la amargura de un destierro voluntario, execrado por el grupo antinacional dominante y borrado de las columnas del periodismo paquidérmico. Era el mismo Manuel Ugarte de quien La Vanguardia había escrito muchos años antes:

“El paladín de las oligarquías latinoamericanas hace bien en ocupar su puesto de puntal y defensor de la oligarquía argentina, amenazada por el formidable empuje de la conciencia política e histórica de su pueblo laborioso y fecundo encarnada y representada por el Partido Socialista.”

Así se escribía la historia argentina.

Ugarte vivió tres años en Buenos Aires y asistió al suicidio y aniquilamiento moral de toda una generación de escritores. Entre 1937 y 1941 se suicidaban Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Alfonsina Storni, Enrique Loncàn, Edmundo Montagne. En este grupo figuraban algunos de los más distinguidos artistas del país. Las fugaces necrologías, los discursos de circunstancias no se detuvieron a explicar el sentido profundo de estas muertes. No faltó algún comedido que redujera el asunto a la anécdota inmediata, a la razón precisa, clínica o económica. Ugarte caló más hondo el problema, porque él también lo sufría como toda la inteligencia nacional. Era una enfermedad social la que se manifestaba en esa oleada de desapariciones de escritores que no podían soportar la atmósfera de un país fundido en el pantano. El mismo Ugarte cita a uno de los personajes de la novela de Manuel Gálvez Hombres en Soledad:

“Ni mil personas me leen en un país de trece millones de habitantes. Me elogian los diarios por rutina, porque hay que elogiar a todo el mundo. Los críticos no se dan cuenta de nada. Los hijos de mí espíritu han nacido muertos. Me consuelo pensando en que lo mismo le pasa a mis colegas, algunos muy distinguidos. ¿Para qué trabajamos aquí los escritores? ¿Para que vivimos? ¿Para qué vivo yo?, me pregunto. ¿Para qué pierdo mis mejores años escribiendo? Tal vez, por deber, porque escribir es mi vocación y mi oficio verdadero. Y sin recompensas, en el ambiente más utilitario y menos comprensivo que pueda imaginarse. Me explico que otros fracasados como yo – ésta es la tierra de los fracasados del espíritu- busquen honores, altos cargos, que se

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construyan una segunda naturaleza de cálculo de engaño de sí mismos, de simulaciones cotidianas, de arrestos de falsa importancia. Yo no creo en los honores, ni me interesan los cargos. Si yo fuera rico nos iríamos aunque fuese al fin del mundo. Yo no soporto este ambiente que es peor cada día. Mi salvación estaría en dios, pero creo poco, o en la acción, pero no sirvo para eso. Mi drama no es individual, es el de los argentinos de más rica sensibilidad; la causa del mal no está en nosotros sino en el país, en esta especie de factoría en que hemos nacido y vivido.”

Ugarte pudo comprender bien esta notable novela de Manuel Gálvez, otro poderoso artista lapidado. Pero él empujó la explicación del drama de su generación y del escritor argentino en general hasta su expresión política más clara. Aludiendo al carácter superfluo que la sociedad oligárquica infundía a la profesión de escritor, escribía:

“Cuando se le ha negado talento, se le ha calumniado, se le ha torturado en todas las formas y a pesar de eso no se descorazona y no se rinde, se le acorrala y se le quita la posibilidad de vivir. Hay que acabar de cualquier modo con el testigo molesto. Solo al cabo de los años, cuando los huesos se han convertido en polvo, se alzará alguna voz para decir que llenó una función social, que hizo un bien a la patria. En vida, la notoriedad no será más que un blanco para que los transeúntes ensayen la puntería de la injuria y sacien su instinto de matar. Así entramos- cuando entramos- a la prosperidad como si resucitásemos de las trincheras, cubiertos de barro y de piojos después de una guerra mundial del egoísmo”.

Ya veremos cómo Ugarte define las razones concretas de su aislamiento. El 27 de octubre de 1938, al sepultar los restos de Alfonsina Storni, su amiga de un cuarto de siglo, Ugarte habló en nombre de la Sociedad de Escritores, que ya desde esa época sólo servía para enterrar a sus socios; Lugones, amigo de su juventud, había muerto pocos meses antes. Ugarte estaba más solo que nunca y Buenos Aires lo había olvidado por completo. Se fue a vivir a Chile. Allí repasó su vida y sus luchas y se persuadió amargamente de que la nueva generación lo ignoraba. En su epílogo a Escritores iberoamericanos del 900 dijo palabras definitivas:

“Hablo de lo que he visto y vivido durante 40 años de actividad literaria y está dentro de la lógica que el autor al terminar pida permiso al lector para ocupar un momento el primer plano. Si a alguno ha de parecer vanagloria a otros extrañaría el silencio dado que entregamos al público la intimidad de una generación. No he de retener la atención mucho tiempo. La resistencia tenía que agravarse en mi caso por la hostilidad provocada por los libros contra el imperialismo y las giras de conferencias alrededor de Iberoamèrica. La Patria Grande, Mi campaña hispanoamericana, El porvenir de América Latina y El destino de un continente (publicados entre 1910 y 1923) así como la prédica que me llevó a recorrer las capitales atacando la prepotencia norteamericana, lastimaban no cabe duda los poderosos intereses que regulan la vida de Iberoamérica. El imperialismo estaba en su papel al tratar de ahogarme. Pero desconcierta que algunos gobernantes de nuestras repúblicas se

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aviniesen a secundarlos buscando pretextos para esconder la abdicación. Yo no había hecho más que defender a mi patria en momentos en que desembarcaban tropas extranjeras en Cuba, en Nicaragua, en Santo Domingo, en Panamá. La campaña fue absolutamente desinteresada. Agoté en el curso de ella mi peculio. No hay por otra parte a lo largo de mi existencia una sola mancha que se me pueda reprochar. Sin embargo, el ostracismo anuló bruscamente toda posibilidad de acción. La calumnia me restó autoridad y se acumularon los factores que crean el clima irrespirable.”

Escribía estas palabras junto al Pacífico, metido en su torreón de piedra de cara a la soledad y al mar. Corrían los días oscuros de 1942, cuando los bandidos fascistas levantaban sus zarpas sobre el mundo y los bandidos “democráticos” se disponían a someterse a la férula norteamericana para salvar alguna migaja de sus posesiones coloniales. Manuel Ugarte mantuvo durante la segunda guerra imperialista la misma firme actitud que durante la primera conflagración. Y del mismo modo que Ugarte apenas lograba sostener su diario La Patria tres meses en 1916, Raúl Scalabrini Ortiz sólo podía escribir su Reconquista cuarenta días.

En el movimiento obrero, sólo unos pocos mantuvimos la bandera de la lucha contra la guerra imperialista y caracterizamos públicamente la participación argentina en ese conflicto como una entrega de la soberanía nacional del pueblo argentino. Ugarte apretó los dientes y aguantó los últimos coletazos de ese período siniestro, que se había inaugurado con el triunfo de Hitler en 1933 y que culminaba trágicamente con el asesinato de León Trotsky en México, a manos de un agente de Stalin y con el beneplácito del imperialismo mundial.

El nuevo capítulo de la historia argentina contemporánea se abría el 17 de octubre de 1945 con la revolución nacional iniciada y protagonizada por la clase trabajadora del país. Sus vastas ondas recorren aún el continente donde cuarenta años antes la voz de Manuel Ugarte había convocado a la lucha. De la ancianidad y del olvido lo rescató la revolución nacional, llamándolo al puesto de Embajador en México- el México de Zapata y Cárdenas- , en Nicaragua – la patria de Darío y de Augusto César Sandino- y en la isla de Martí y de Julio Antonio Mella, en Cuba. Tuvo allí dificultades administrativas con ese género de burócratas que nacen fatalmente al costado de las revoluciones, y que si son incapaces de luchar por ella son muy capaces de aprovecharlas y si llega la oportunidad de estrangularlas. (Me refería a los “diplomáticos” que estaban en la cancillería del gobierno del General Perón y que lograran finalmente desembarazarse de Ugarte.)

En esos países latinoamericanos Ugarte fue el mejor representante de las masas trabajadoras argentinas en esta etapa de su revolución. Por socialista genuino, por antiimperialista resuelto y por precursor de la bandera del proletariado revolucionario, le rendimos hoy nuestro homenaje y lo redescubrimos para la nueva generación del continente.

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5. LA IZQUIERDA NACIONAL

Los jóvenes socialistas revolucionarios de 1939 habíamos luchado contra la participación de la Argentina en la guerra mundial librada por los aliados de un lado y los totalitarios del otro. Los primeros eran Estados Unidos, la URSS, Inglaterra y Francia. Los segundos, Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial. La potencia colonialista que explotaba directamente a la Argentina, sin embargo, no era “totalitaria” sino “democrática”. Gran Bretaña era dueña de la India y de la mayor parte del Asia y África. Era democrática en Londres, por cierto, pero totalitaria en sus colonias. En la Argentina sostenía a los gobiernos conservadores que se mantenían en el poder por medio de la policía, el ejército y el fraude electoral. Los partidos “democráticos”, y en particular el radicalismo después de la muerte de Yrigoyen, apoyaban la política de romper con Alemania y enviar tropas argentinas para luchar en Europa a favor de Inglaterra y Francia. Vale la pena recordar que estos partidos, con el agregado del Partido Socialista y del Partido Comunista, son más o menos los mismos- con excepción del peronismo- que en 1982 giran alrededor de la llamada “Multipartidaria” y que si en el pasado preconizaban el envío de los jóvenes soldados argentinos a desembarcar en Normandía para defender el colonialismo inglés o francés, hoy son los mismos que consideran la guerra argentina contra Inglaterra como una “aventura irresponsable”. Notable coincidencia.

La corriente de pensamiento conocida como “Izquierda Nacional” no se formalizó como corriente política sino como una tendencia ideológica y de investigación de la historia nacional. Publicó revistas, periódicos efímeros, manifiestos innumerables, libros y folletos. Apoyó críticamente al “peronismo” en 1945 y durante su gobierno hasta 1955. Combatió a los “partidos democráticos”, que son siempre los mismos, cuando apoyaron a los generales Lonardi y Aramburu y al almirante Rojas en el derrocamiento de Perón y se constituyeron como el Senado civil de asesoramiento del gobierno militar en 1955. Ese contubernio se llamó Junta Consultiva y estaba presidido por el mismo y siniestro almirante ya nombrado. En ese año, un grupo de militares peronistas se levantó en armas el 9 de junio. El gobierno de Aramburu, sostenido por los “partidos democráticos”, fusiló sin piedad al general Juan Josè Valle, al coronel Cogorno, al coronel Yrigoyen, al teniente Abadie. El “socialista” Américo Ghioldi, discípulo dilecto del “maestro” Juan B. Justo (al que Jorge E. Spilimbergo dedicó un breve libro cuyo título lo dice todo: Juan B. Justo y el socialismo cipayo) instó a la dictadura militar a no vacilar. Pronunció en la ocasión una frase que vencerá al tiempo: “Se acabó la leche de la clemencia.” Haciendo coro a sus palabras, las descargas resonaron en el patio helado de la cárcel de la calle Las Heras. Ese socialismo no podía ser realmente el socialismo. La infantería de Marina allanó con sus fuerzas la imprenta de la calle Perú donde imprimíamos el periódico Lucha Obrera que combatía a cara descubierta a los fusiladores. La oligarquía había regresado, sin duda, y mientras los socialistas aplaudían a los pelotones de ejecución, los comunistas asaltaban los sindicatos mediante la ayuda amable de la Policía Federal. Hemos visto cosas extrañas en nuestra patria.

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Al caer Perón, el núcleo de Izquierda Nacional, a invitación del doctor Enrique Dickman que presidía el recientemente formado Partido Socialista de la Revolución Nacional, se incorporó a dicho movimiento. Poco después, en febrero de 1956 y por la conducta anti-oligárquica asumida por Lucha Obrera, el gobierno de Aramburu, cuyo ministro del interior era el virtuoso hombre de derecho, doctor Eduardo Busso, disolvió el Partido Socialista de la Revolución Nacional y el Partido Justicialista. Luego dictó el decreto 4161 que prohibía el empleo en toda la República de las palabras peronismo y Perón o símbolos propios del justicialismo.

Mientras una Convención Constituyente de la que estaba ausente el peronismo se reunía en Santa Fe. Debía “reformar” la Constitución de 1949 que establecía los derechos de los trabajadores y cuyo artículo 40 fijaba el carácter inalienable e imprescindible del subsuelo argentino como propiedad de la Nación. Yo publicaba un libro, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, donde revisaba la historia de la Argentina desde la Revolución de Mayo hasta los fusilamientos del año anterior.

En 1962 fundamos el Partido Socialista de la Izquierda Nacional y una nueva generación se incorporaba a las viejas banderas. Fue justamente el PSIN la principal fuerza política que llamó a constituir en 1971 el FIP.

Pero había que indagar la razón de la crisis que aflige a los argentinos. Se imponía descubrir la clave de un drama que había transformado los sueños del Centenario, en 1910, de una Argentina capaz de superar en 30 ò 40 años a los Estados Unidos en una patria atormentada por contrarrevoluciones periódicas donde los liberales fusilaban y las masas populares eran excluidas de la protección de las leyes, arrinconadas, perseguidas y humilladas. Era un corsi y ricorsi, según la expresión de Vico, que no parecía tener fin. La Argentina, aquella rutilante promesa de 1910 ¿por qué no encontraba una base estable para crecer? En definitiva, ¿qué había ocurrido?

6. LA CLASE MEDIA EN 1972, “SONRIE: PERON TE AMA”

En el campo de los partidos “democráticos”, o en la esfera “nacional” del “camporismo”, la clase media ha jugado siempre un papel especial. Por supuesto que nos referimos a la “clase media culta”, a ese sector de la pequeña burguesía universitaria o profesional, al mundo de los diplomados, periodistas, intelectuales, en suma, “hacedores de opinión pública” como se supone que son. En realidad, se trata de consumidores pasivos de las ideas generales manipuladas por la rosca informativo-cultural de los grandes intereses internacionales.

Al precipitarse los acontecimientos con la ruina de la dictadura de Lanusse, una nueva ilusión cobró forma.

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De la pequeña burguesía clásica de la sociedad argentina posterior a 1955, poco quedaba de sustancial; pero ella no lo sabía. Aunque la decadencia ya había comenzado, las ilusiones eran invariables. Caído Perón en 1955, la Generación del 45 imaginó que todos los problemas argentinos encontrarían su solución. Frondizi postuló un programa de industrialización financiado por un benigno capital extranjero. Pronto el líder “antiimperialista” fue abandonado por la juventud, que lo había glorificado en la víspera. Frondizi era el Alfonsín de 1958. La erosión de una economía semicolonial- que ya no podía ensanchar el impulso europeo, mostraba todos sus signos al caer Frondizi en 1962. Pocos años antes, en 1957, se firmaban los acuerdos constitutivos del Mercado Común Europeo, que en poco tiempo pondrían término a la presencia argentina y latinoamericana como socios agrarios del Viejo Mundo.

Ese universo de estudiantes, profesionales, técnicos, oficinistas, “ejecutivos” o gerentes, empresarios en ciernes o de escala media, los manufactureros recientes, profesores o periodistas que ambicionaban “modernidad” sin revolución de masas, habían aclamado la fórmula del frondizismo. Quedaron anonadados con su derrumbe. Si el mercado de Europa tendía a cerrarse para siempre, el mercado interno y la esperanza de un nacionalismo industrializador democrático también se eclipsaba. La decepción fue profunda. Bajo los golpes del destino, esa clase media que había alcanzado su edad vital bajo el peronismo y el frondizismo, comenzó a derivar a una posición más comprensiva de los interrogantes argentinos. La clase media comenzó a “nacionalizarse”.

¿Cómo no hacerlo, por lo demás? Los hermanos mayores o los padres de esa clase media habían conocido los primeros tiempos de Perón, donde la prosperidad abrazaba a todas las clases sociales, incluida la oligarquía. Todos, la “hacienda” y la “tienda”, la burguesía comercial y los terratenientes articulados con el imperio europeo habían forjado una tradición liberal durante décadas. Los beneficios de este sistema eran indudables: habían permitido a la clase media ascender en la escala social, abrirse camino en la universidad, reformarla en 1918 para que los hijos de los inmigrantes prepararan su cursus honorem, escalar hasta la presidencia de la República y organizar partidos políticos, desde el conservador hasta el Socialista o el Comunista. Un profesorado chapado a la francesa, con una escuela laica y una ley – la 1.420- habían demostrado, en definitiva, que si la Argentina era una factoría inglesa en el Atlántico Sur, tenía privilegios extraimperiales y si se envalentonaba con disputas internas- según lo probaba la lucha y la leyenda de Yrigoyen- todos estaban de acuerdo que en materia de política exterior y de mercado mundial, nuestra garantía imperial y nuestra amiga era Gran Bretaña. Poco antes de estallar esa quiebra en 1930, el príncipe de Gales era recibido como invitado de honor en la Argentina, conocía a Carlos Gardel y tocaba el ukelele en una fiesta íntima, envuelto en el humo grandioso de un asado criollo.

Todos habían sido educados en la leyenda de que los ferrocarriles ingleses, la inmigración, el fútbol, la educación común, la red de frigoríficos y las comunicaciones, el picnic, las ideas de Sarmiento, la agonía gaucha y las instituciones anglosajonas habían sido la clave del progreso argentino.

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A partir de la crisis del 30 perdieron justificación todos los ideales de cultura de la clase media. Pero sobrevivieron lo suficiente. Y el último obstáculo para abarcar con una visión nueva el destino nacional era el odio que la vieja oligarquía había inoculado a la clase media contra el peronismo. Pero cuando Europa se encierra dentro de sí misma y la oligarquía pierde interés en el manejo directo del poder político, sólo encuentra una solución en el Ejército: lo alienta para impedir que el peronismo vuelva al poder. La decadencia argentina no sólo rebajaba el standard de vida de los trabajadores sino que afectaba directamente los ingresos, la seguridad y el porvenir de las clases medias. La oligarquía entregó su destino a los generales, abandonó a las clases medias para siempre, se auto extirpó su demagogia democrática y mandó al diablo a sus queridos estudiantes y sus amados padres. La Nación y Borges observaron con indiferencia glacial el aporreo de los profesores universitarios por el general Fonseca, jefe de policía de la dictadura de Onganìa. Entonces, la oligarquía dijo a los generales: sólo quiero salvar mis vacas y mis bancos.

¿Qué podía hacer la pequeña burguesía, abandonada por los ingleses y los terratenientes, sino entregarse a la desesperación, primero renegar luego de sus viejas creencias, más tarde y finalmente, sumida en la perplejidad, expresar a través de sus hijos su necesidad de redención? Fueron los hijos de esa misma clase media que había aplaudido en 1955 al general Lonardi en la Plaza de Mayo los que apartaron sus ojos de los textos de Kelsen, de Hegel, de Russell o de Marx y empuñaron entre 1970 y 1973 un palo engordado en la punta para aporrear un bombo con feroz energía. Algunos de ellos, formados en liceos militares y seminarios católicos, gorilas e hijos de gorilas, secuestraron y asesinaron al general Aramburu, jefe de la misma Revolución Libertadora que habían aclamado sus padres. La pesadilla ya estaba en el horizonte. Podía aplicarse a la Argentina de aquellos años y a la ruina de sus creencias las palabras de un arbitrista español del siglo XVI quien dijo respecto a la decadencia de España:

“Parece como si alguien hubiera querido reducir estos reinos a una república de seres embrujados, viviendo al margen del orden natural de las cosas.”

Quince años antes, la Revolución Libertadora había nacido vieja y murió al poco tiempo. Sus inspiradores habían imaginado que bastaba expulsar al dictador (como en un remoto pasado) para iluminar plenamente la conciencia pública. Mediante la exclusión del peronismo, el comicio permitiría al país retornar a los tiempos de Yrigoyen: prosperidad agraria, libertades políticas, viajes a Europa, y un acariciador parlamento con generoso buffet. De ahí que el gobierno militar fuera breve, aunque dispuso del tiempo suficiente para fusilar al general Valle y sus amigos y masacrar a los obreros en el basural de Josè León Suárez. Pero en todo caso, nadie suponía que acechaba a la Argentina un conjunto de problemas que no existían cuando Perón llegó al poder en 1946. Al golpe de estado que derribó a Frondizi, y la guardia pretoriana que rodeó a Guido como presidente títere siguió la exclusión del peronismo en 1963. El Ejército ni siquiera permitió la candidatura conservadora de Solano Lima, candidato común de Perón y Frondizi. El ascenso al poder de Illia, por un escaso número de votos, permitió a la nueva generación advertir una vez más el desprecio a la mayoría que

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demostraba el Ejército. Ni siquiera bastó el gobierno radical del pueblo. Otro golpe militar llevó en 1966 al poder al ex comandante en jefe, general Onganìa. Y en esa oportunidad la juventud percibió en su total despliegue que la vieja Argentina había desaparecido para siempre y con ella sus antiguas conquistas. Algunos descubrieron a Jauretche, Scalabrini Ortiz y comenzaron a leerlos. Pero no se crea que el auge de la “literatura nacional” en esa época caló muy profundo. Sobre todo había en esa juventud educada en las grandes ciudades (Buenos Aires, Córdoba) una insatisfacción esencial: un disconformismo moral que no lograba adquirir poder reflexivo ni sustancia política. Flotaba en el ambiente de la generación nueva, semieducada en la vieja sociedad liberal- izquierdista de la oligarquía, un descontento y una incertidumbre que Sábato en Sobre Héroes y Tumbas transfiguró artísticamente. Esa neurosis pasó de la vida personal a la vida pública y se iría a combinar con las lecciones de violencia paulatina que las Fuerzas Armadas impartían periódicamente al país. ¿Qué argentino no estaba, al fin y al cabo, harto de la censura y del atropello? Siempre había un tutor para decir qué película, novela u obra de teatro podía llegar al público. Esa violencia moral, la hipocresía de formular solemnes declaraciones desde la Casa de Gobierno mientras se mantenía al pueblo aplastado con un pie sobre su cabeza, esa música rock sobre las instituciones avasalladas, danzada por generales y personajes vetustos, suntuosamente, melosamente dispuestos a educar a la juventud ya era intolerable. ¿Dónde había ido a parar la universalidad del pensamiento crítico y el antiguo esplendor liberal? Ahora Borges era el patriarca de las letras argentinas y se burlaba en voz baja del pueblo criollo. También el poeta edìpico venía a concluir en la necesidad de una dictadura para el país.

La idea mítica de una Argentina democrática y moderna, a la avanzada de la ciencia y de la técnica, con grandes empresarios nacionales y corteses sindicatos obreros, unidos en ansiado equilibrio, se volvió harapienta y ridícula. Había tal contradicción entre la palabra y la vida, entre los actos de los poderes oligárquicos y militares y entre las categorías culturales del pasado y sus presentes defensores, entre los “males” de la economía peronista y los “frutos” de la economía liberal restaurada, resultaba tan evidente que la vieja Argentina de la era británica ya no podía ser creída, que la juventud universitaria y la clase intelectual y profesional se deslizó, ante su propio asombro, al “campo nacional”.

Toda la Argentina sintió que además de la quiebra económica había una crisis moral. Los ejemplos eran abrumadores. El país presenciaba enmudecido el elogio que el ministro del Interior, general Osiris Villegas, brindaba al tenebroso torturador de la célebre “Sección Especial”, comisario Cipriano Lombilla. La Sociedad Argentina de Escritores callaba cada vez que un intelectual era postergado, secuestrado o detenido. ¡La entidad que agrupaba a los testigos de la época, la conciencia intelectual de la Nación, era objeto del desprecio público! Por su parte, la famosa Sociedad Psicoanalítica Argentina, empresa científico-contable que había armado una rentabilidad perfecta mediante la industrialización de Freud y la explotación académica de sus autorizaciones privadas para ejercer la práctica del psicoanálisis, estalló a su turno en ese período. Y una corriente juvenil de psiquiatras y psicólogos rompió con tamaña respetabilidad para declarar a la salud mental uno de los grandes problemas

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argentinos que exigían el auxilio del Estado y la creación de las nuevas técnicas para emplear al servicio de las mayorías olvidadas y humilladas. Nada funcionaba bien en la sociedad esclerosada; un fermento de indignación corría como un reguero de pólvora hacia los espíritus. De este modo ya no valían las diversiones exteriores: ni la revolución cubana, ni la lejana China, ni el Vietnam podían ser factores sustitutivos, como para la generación anterior lo había sido la guerra de España. El mal y el bien, la aventura, las ideas y la guerra de aquí mismo, entre nosotros. La Argentina ya no podía seguir siendo lo que era pero no sabía aún que debía ser. Por lo pronto, las clases medias miraron electrizadas hacia el peronismo.

Había una compleja relación entre un sistema productivo- comercial peculiar de los países dependientes y la constelación de juicios de valor histórico-morales: Mayo-Caseros, civilización o barbarie; democracia o fascismo; peronismo o democracia. Brotado de una sociedad semicosmopolita y semiintermediaria y su base decisiva no podía ser una producción que descansara en un tipo de economía natural, prácticamente sin capital ni trabajo (la ganadería pampeana). Ese mundo ideológico-político-cultural se volvía cada vez más inconcreto. El horizonte era incierto. Resultaba irritante que con el régimen peronista se hubiera marchado también la prosperidad y la estabilidad. Todo el subsuelo social argentino se puso en movimiento. La dictadura militar de Onganìa puso a prueba las viejas convicciones, que ya no explicaban nada. Al concluirse para la Argentina la prosperidad conquistada por un siglo de economía cosmopolita, se disolvían también las bases para una visión política internacional o externa de las ideas. El peronismo, derrotado y desacreditado, vulgar y “no científico”, aparecía a los ojos de la clase media como un objeto digno de estudio y no de execración. De pronto y cada vez más la crisis social volvía actual al peronismo para quienes lo habían detestado. Muchos universitarios comenzaron a desprenderse del soberbio manto púrpura (de anilinas importadas) con que encubrían su pobreza intelectual y evolucionaron hacia el peronismo, el revisionismo histórico, la “izquierda nacional”, en suma, “lo nacional”. El despreciable tirano se volvía un patriarca. Comenzó a ser glorificado en su digno invierno. Cada una de sus palabras empezó a ser evaluada sacramente. Los jóvenes neófitos transformaron al anterior objeto de su denigración en un Lama intocable. Sus chuscas observaciones sobre los gobernantes militares de la Argentina eran festejadas no ya como expresiones de su humor criollo sino como alusiones sutiles a una “táctica genial”. Todo lo quemado fue adorado, y lo adorado incinerado.

Ni el peronismo, ni las ideas nacionales, aunque fuesen expuestas por hombres de izquierda atiborrados de “antecedentes”, jamás habían cruzado los umbrales de las universidades argentinas. Cuando a invitación de los estudiantes, en 1965, dicté un cursillo de historia de las guerras civiles argentinas en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, recordé que la última vez que una cátedra de esa ilustre casa de estudios había evocado con simpatía y comprensión a Facundo había sido en un curso dictado por David Peña en 1905, seis décadas antes. El proceso de “nacionalización” adquirió un ritmo arrollador a partir de la caída de Onganìa en 1970.

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La soberbia “academicista” de la sociología antigua había aprisionado a los estudiantes (del mismo modo acrítico que luego serían prisioneros del “academicismo marxista” europeizante) y el desdén por la problematización y examen de las cuestiones argentinas era una norma típica del mundo universitario. Pero el crujido de la vieja sociedad oligárquica también se oyó en las aulas. Comenzó a difundirse una “sociología peronista”, una “antropología peronista”, una “literatura peronista” y hasta una “psicología peronista”, un conjunto sincrético de aportes e ideas de valor diferente y hasta un “marxismo peronista”. La pequeña burguesía corría en búsqueda de otro `polo de seguridad, ambicionaba instalarse esta vez en la corriente histórica que sus padres habían rechazado treinta años antes y constituirse en el “estamento pensante” de un nuevo poder que veían acercarse de modo irresistible. La masa de clase media universitaria que otrora había sido la base popular y los difusores del “espíritu de época”, la “opinión pública” de la oligarquía liberal, se estaba desplazando en bloque hacia el campo nacional, mientras los titulares de la dictadura militar (Onganìa, Levingston y Lanusse) dirimían sus reyertas internas. El espectáculo era muy notable pues no dejó indemne a nadie que fuese “alguien” en la intelligentsia argentina más exclusiva y refinada: hasta el Instituto Di Tella, que rara vez se había ocupado del peronismo, como no fuera para mirarlo por encima del hombro, más o menos a la altura de la ciencia, se inclinó hacia el FREJULI y hasta participó en altos cargos del gabinete económico.

Abogados como Rodolfo Ortega Peña y psiquiatras como Hernán Kesselman, provenientes del Partido Comunista, se hacen peronistas, entre muchos otros. Otros intelectuales de izquierda no menos exquisitos, “gramscianos” o cosa así, dieron su apoyo al FREJULI. Pero una enumeración más detallada, además de ser inútil, haría olvidar que el hecho más importante de este vuelco de la pequeña burguesía profesional al peronismo o lo que ella entendía por peronismo hacia fines de 1972, es que tal apoyo, tal éxtasis, suponía que el peronismo no era simplemente el peronismo, sino el socialismo. Semejante tesis, muy generalizada en ese período, tenía un componente psicológico muy importante de señalar: era una forma de encubrimiento ideologista para apoyar sin turbaciones de conciencia el movimiento nacional tal cual era y afrontar el descrédito social consiguiente, que la clase media estaba en proceso activo de superar. Si el peronismo era la expresión de la clase obrera y el socialismo, nada resultaba más sencillo que brindar el apoyo de una clase social (de una capa intelectual de una clase social). A cambio de esto, estaban dispuestos a ocupar todos los cargos de gobierno que pudieran acumular.

Hasta profesores argentinos formulaban desde Inglaterra la hipótesis reconfortante de que el peronismo, sobre todo, era representante de la clase obrera y la encarnación más evidente de un movimiento, por esa razón socialista. Caracterizar un movimiento político por su composición social sería en sí mismo un error ideológicamente trivial, si a esta circunstancia no se le añadiera el hecho aún más evidente de que el peronismo no representaba a una sola clase sino a varias y nadie ha podido seriamente clasificar un movimiento policlasista de “socialista” sin violentar el sentido preciso del vocablo. Que todos los mencionados descubridores del peronismo se

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consideraran a sí mismos “marxistas” no prestaba grandes beneficios a la verdad ni al marxismo, ni por supuesto al peronismo. Esta “nacionalización” de las clases medias en su franja universitaria y profesional exhibía varios aspectos ambivalentes:

1) La progresividad global de tal “corrimiento”.2) El exitismo que movía a vastos sectores.3) Un izquierdismo frívolo heredado del pasado portuario.4) La resistencia a examinar el peronismo para comprenderlo y sostenerlo era la

misma que antes y había cristalizado en su espíritu para condenarlo sin examen en la primera oportunidad.

5) Al mismo tiempo que derivan al peronismo, perdían algo del “democratismo plebeyo” de su origen y abjuraban del contenido fecundo de la reforma de 1918. De este modo, cuando eran reformistas, rechazaban el 17 de octubre. Al hacerse peronistas, condenaban la reforma de 1918. De otra manera volvía a replantearse el divorcio de las banderas democráticas de la juventud universitaria con las divisas nacionales de los trabajadores del frente nacional de 1945.

6) La insistencia en caracterizar como socialista a un movimiento nacional suponía a) entrar peleando y b) salir sin dificultades.

Ese año de 1973 los estudiantes de física aprendían a tocar el bombo. La casa Ricordi, de la calle Florida, agotó su stock. Para recoger la visión borrosa de las multitudes del 45, la nueva generación universitaria acude al cine a contemplar Ni vencedores ni vencidos; otros imprimen en mimeógrafo para las concentraciones juveniles de 1972 la letra de “Los muchachos peronistas”.

Mientras unos hacen correr sangre, otros marchan a la política pública. Se encontrarán todos juntos un momento y luego se separarán para siempre. Como la clase media carece de una política y una perspectiva propias, al abandonar la tutela de la oligarquía se precipitó alborozada hacia el frente nacional, que le prometía la victoria, la seguridad y el poder.

Pero todas sus esperanzas fueron destruidas. La semicolonia victoriana no podía garantizar un nuevo siglo de prosperidad a la clase media sin hacer una revolución que le ofreciese fundamento.

El 25 de Mayo la Plaza de Mayo fue invadida a la noche por jóvenes parejas que hacían girar su fiat 600 alrededor de la fuente donde 30 años antes los obreros habían introducido sus pies para refrescarse. En los parabrisas de los coches que festejaban el triunfo de Càmpora había una calcomanía donde podía leerse: “sonríe: Perón te ama.” El peronismo de Càmpora, con Perón bien lejos e impedido de volver, se dibujaba en el horizonte como algo estupendo. A este sector de la clase media le parecía que llegaba al socialismo sin pasar por la revolución. Y el gobierno estaba al alcance de la mano, con el permiso de la dictadura militar. Además, el “tío” parecía mucho más tratable que el “padre”. Una parte de esa clase media, los grupos terroristas, querían abreviar todos los trámites. Ya sembraban el espanto y la sangre. Sólo faltaban tres semanas para la masacre de Ezeiza. El 20 de junio fue el día más largo del año.

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7. EL FIP Y EL CAPITAL EXTRANJERO

Respondí a un cuestionario en 1971 sobre el tema del siguiente modo:

1) ¿Considera necesario el concurso del capital extranjero en el desarrollo de la economía nacional?

- Considero más lógico plantear antes otra pregunta: ¿La Argentina cuenta con capitales propios para impulsar su crecimiento económico? Mi respuesta es: Sí.

Según el ministro de Hacienda, Dr. Quillici, parasitan actualmente en el exterior 8.000 millones de dólares exportados de nuestro país. Para lograr la repatriación de tan inmenso capital, el Banco Central ha emitido Bonos Externos, cuya adquisición se beneficia de un punto y medio superior al mejor interés que se obtenga en el mercado interbancario de Londres y nunca inferior al 8%. El adquirente doloso de tales Bonos, que ha huido del país (desangrándolo) con el trabajo argentino acumulado bajo la forma del “capital negro”, es gratificado además, por el actual gobierno, con un “blanqueo” de tales capitales. Para conmover su corazón, se lo seduce con innumerables ventajas que todo lector podrá conocer en los avisos publicados en los grandes diarios últimamente.

Este premio al delito se contradice con la hostilidad no menos manifiesta que se evidencia desde el aparato del Estado hacia la pequeña o mediana empresa rural o industrial de capital argentino. Pues para los abogados nativos del imperialismo extranjero que han manejado en los últimos quince años la economía nacional (salvo raras excepciones) no hay cosa más detestable que un “capitalismo nacional”, que una “burguesía nacional”, a la que los izquierdistas cipayos amenazan con la expropiación en las palabras y a la que el imperialismo conduce a la quiebra en los hechos. Esta muerte ingloriosa y nada épica de la burguesía argentina no ha despertado en ella en la hora de la crisis el espíritu de lucha de que careció en tiempos prósperos.

Es por tales razones que creo imposible que los nostálgicos llamados de amor del Dr. Quillici persuadan a la rica y ociosa Doncella del Capital Prófugo para que emprenda, suspirando, el camino del retorno. No hay que emitir Bonos Externos para repatriar a los capitalistas aventureros y especuladores: es preciso impedir que en lo sucesivo puedan emigrar.

Si logramos hacerlo, el monto de la suma evadida señala bien a las claras la capacidad de acumulación que el país dispone en manos improductivas y que constituiría un gigantesco poder en manos del Estado.

¿Cómo lograrlo? No hay medidas puramente económicas, “técnicas”, que generen milagros en la materia, salvo para los milagreros y charlatanes que tan bien conoce el país. No las hubo nunca en la historia universal. Pues los mejores resultados se obtienen mediante la compulsión de medidas extraeconómicas, o sea políticas. Para que el Estado pueda emprender las grandes obras de la industrialización básica que reclama la expansión de las fuerzas productivas, es preciso nacionalizar la fuente primera de esa riqueza emigratoria, que el ministro de Hacienda ha señalado y cuantificado. En primer lugar, la pampa húmeda. Es preciso transformar la actual parálisis ganadera (cuya producción está detenida en las cifras de 1910) en una gigantesca fábrica de carne. Para obtener esos fines, es preciso nacionalizar sin

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indemnización todos los predios de la “pampa húmeda” superiores a las 500 hectáreas. Los técnicos del INTA, los ingenieros agrónomos y los veterinarios al servicio del Estado, tendrán entonces la palabra y dirigirán esos inmensos emporios. No propongo naturalmente, ninguna subdivisión de la tierra en el sector de la economía pecuaria de la “pampa húmeda”. Por el contrario, según el dictamen de los especialistas, hasta podrían ampliarse las estancias ganaderas del Estado a extensiones sólo regulables por rentabilidad y control técnico. Las mercedes reales y los derechos de vaquería volverían al Rey, o sea al pueblo, que es quien ha valorizado, con su trabajo y su sangre, el viejo Desierto.

Lo mismo digo con respecto a las industrias monopólicas del gran capital imperialista, a la necesidad de liquidar la intermediación entre la importación y la exportación, en suma, con respecto a todo el capital comercial improductivo. Con esto señalo- sin hablar de los bancos-, las fuentes principales del capital emigratorio.

(Nota de 1983: Releo estas líneas doce años después. En esencia, poco ha cambiado en cuanto a la estructura de la “rosca dominante”. Se ha acentuado el entrelazamiento del capital extranjero con la oligarquía. Pero ésta ha dejado de poseer su antigua influencia como oligarquía ganadera. Hay una notoria transferencia de recursos de una parte de la renta agraria a la renta financiera, del campo a los bancos. Los lazos han dejado de ser básicamente económicos. Ahora son de un “orden abstracto”. Los hijos de los viejos ganaderos se han hecho “licenciados en economía” o “masters” en Harvard. Muchos ni siquiera han conservado sus campos. Hay un nuevo poder en la Argentina.

La oligarquía pampeana clásica se ha desnacionalizado. Ahora se la encuentra en la City, y no en la Casa Bullrich. Usa teletipos y habla más bien inglés que francés. El horizonte de los viejos amaneceres ha pasado de la llanura a los borrosos “pubs” de Buenos Aires, Londres o Nueva York. Y ha perdido la noción de patria, que los antiguos estancieros cultivaban en la extinguida República Señorial. El orgullo ahora reposa en bromear como compadres con patanes del tipo de Rockefeller, ordeñadores del dinero cosmopolita.

En cuanto respecta a gobiernos nacionalistas como el de Perón en el pasado, o el de Velasco Alvarado luego, pueden legítimamente negociar con el imperialismo, si lo consideran necesario y si ya han triunfado sobre la oligarquía interna. Las amargas enseñanzas de la historia nos recuerdan, sin embargo, el destino de muchos gobiernos nacionalistas: no es suficiente vencer a la oligarquía interna por el sable o el voto: hay que destruirla socialmente, despojarla para siempre de su base económica y desmontarla históricamente como a la nobleza terrateniente de la Francia de Luis XVI. De otra manera, la oligarquía se las arregla siempre para una restauración, del brazo de los gerentes extranjeros.

2) ¿A su juicio, las inversiones extranjeras condicionan la autonomía de las decisiones económicas del país?

- Eso depende del tipo de gobierno que admite o solicita la inversión extranjera. Un gobierno nacionalista (civil o militar) está en mejores condiciones para reservar su

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capacidad de decisión que un gobierno oligárquico al que, por otra parte, poco le importa generalmente tal capacidad de decisión. Basta recordar al gobierno del señor Onganìa para saber que quiero decir. Por lo demás, el señor Roth, que escudriñó como secretario técnico los asuntos de la célebre presidencia, nos ha mostrado (aunque con rara morosidad) las intimidades de un gobierno antinacional. En cuanto a la capacidad de decisión de un gobierno soberano no puede caber duda alguna: ningún poder extraño a la Argentina y a sus clases laboriosas podrá movernos un milímetro de la vigilancia del interés nacional.

3) ¿Qué condiciones le impondría al capital extranjero?

En la etapa actual, de asumir el poder un gobierno nacional el capital extranjero debería esperar el arreglo de nuestros asuntos domésticos. Ese capital, para nuestra desgracia, también es un asunto doméstico. Pues resulta obvio que la nacionalización de toda la banca y la devolución a los argentinos productores de las ventajas dinámicas del crédito sería el primer paso de una política financiera nacional. Ya no podría admitirse, por ejemplo, que un monopolio internacional como la Deltec, pueda obtener del Banco de la Nación Argentina, en violación de la Ley “Compre Nacional”, $ 3.200 millones de pesos. Seguramente que no podrá tolerarse que ese mismo Banco, fundado por Carlos Pellegrini en 1891 para proteger la industria argentina, evolucione hacia el estímulo de las actividades agrarias y termine al servicio de los monopolios. Sólo así puede concebirse que Bunge y Born haya obtenido un crédito de más de 700 millones están destinados a la compra de algodón.

Una empresa que obtiene fuera del país el 83% de sus beneficios, logra apoyo crediticio de un banco del Estado con el delicado propósito de apretarles la garganta a los productores de algodón del Nordeste y someterlos a su política de bajos precios.

De ningún modo hace falta ciencia económica, sino patriotismo elemental para resolver que esos 700 millones de pesos habrían sido mejor empleados si ese banco los prestase a los productores de algodón, para que así pudieran negociar mejor con el pulpo o crear cooperativas para comercializar ellos mismos su algodón.

En síntesis, por ahora nada podríamos hablar con el capital extranjero, hasta que hayamos recuperado lo que es nuestro. Luego, veríamos.

4) ¿Qué medidas adoptaría para atraerlo, si lo considerara necesario?

La pregunta 4 está vinculada a la 3. Primero, gobierno de los trabajadores y del pueblo, segunda emancipación, soberanía plena, control de la riqueza nacional. Para hablar con el capital extranjero, pongámoslo ante todo en la puerta de casa, del lado de afuera. Así se negocia mejor.

8. EL FIN DE UN REGIMEN

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En abril de 1971, Lanusse formaliza la “apertura política”. Un amigo y correligionario de Ricardo Balbín, el Doctor Mor Roig, ex presidente radical de la Cámara de Diputados de la Nación, es designado ministro del Interior de la dictadura, para facilitar el “tránsito” a la democracia. En el mes de mayo de ese año escribo el siguiente artículo:

El retorno de Perón domina hoy la vida política argentina. El gobierno militar del general Lanusse le formula públicamente una invitación para dialogar. Todos los partidos y sus grandes jefes, hasta ayer sus enemigos mortales, coinciden en la necesidad patriótica de su repatriación. Mr. Hyde se transforma en el Dr. Jedkyll y con el rostro bañado de bondad extiende su diestra al maldito.

Sólo algunos antropoides, de filas raleadas y colas mustias, exhalan vagas amenazas y prometen la cólera divina. Como si todo esto no fuera suficiente, hasta la Unión Industrial Argentina, centro del gran capital imperialista, declara su conformidad ante las conversaciones con el Gran Dictador.

Quince años

Pero, ¿qué ha ocurrido en verdad? Las clases dominantes, sus partidos, la clase media, los políticos de oficio, los jefes militares, ¿han sido presa de un ataque colectivo de demencia? No precisamente de demencia. El ataque es de temor. Debemos explicarnos.

A partir de la caída de Perón, las fuerzas oligárquicas, por sí o a través de terceros se propusieron: a) retornar la República a los tiempos de la factoría inglesa; b) si este propósito se revelaba impracticable, frenar el crecimiento capitalista, impulsado durante el gobierno de Perón y confinarlo a los límites alcanzados. En otros términos, como la oligarquía había excluido al pueblo de su soberanía política y el ejército había perdido todo resto de ideología nacionalista, el país encontró cerradas las vías de su desarrollo capitalista. Los sectores pequeñoburgueses del radicalismo que llegaron al poder no pudieron o no se atrevieron a contrariar a la oligarquía y al ejército. De este modo, después de 1955, el papel de Frondizi, Guido e Illia fue gradualizar la decadencia de la Argentina semicolonial, pero se demostraron incapaces de detenerla.

El golpe de 1966

El radicalismo del pueblo, en el poder a partir de 1963, confirmó la utopía de reproducir en nuestra época una Arcadia rural sin expropiar a la oligarquía terrateniente. Pero como de todos modos estaba atado a las creencias democráticas de su base social, el peligro cierto de grandes triunfos electorales del peronismo, susceptibles de plantear sea el retorno de Perón o una política económica de corte nacionalista, impulsaron al Ejército a derribar el gobierno de Illia. El teórico de ese golpe y redactor del Acta III fue el célebre Alsogaray, y es cuanto se puede decir sin ofender a nadie de los responsables del cuartelazo. En cierto modo, la “Revolución Argentina” llevó hasta sus últimas consecuencias el programa implícito de la “Revolución Libertadora”. Bastará recordar

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que cuando Rojas era vicepresidente, preconizó la construcción de El Chocòn, desmintiendo así la creencia errónea de que los cipayos son enemigos de las obras públicas y el argumento inverso de que el nacionalismo se demuestra por el afán de extender redes cloacales. Es cierto que Rojas luchó también por la derogación de la Ley de Alquileres. Pero Levingston y Manrique han realizado esa noble aspiración.

La “Revolución Libertadora” se distinguió por desmantelar la industria, reducir a la impotencia a los trabajadores, devolver sus prerrogativas al capital extranjero, trasladar los ingresos de la ciudad al campo, engordar a los ganaderos y enflaquecer a los peones, fusilar a los militares patriotas y masacrar obreros en los basurales: fue antinacional. Pero no fue antidemocrática restringiendo el poder de este vocablo a los límites que se verán. Pues esa misma “revolución” devolvió la Universidad al gobierno tripartito y hasta nombró al socialista Josè Luis Romero interventor en la Universidad de Buenos Aires (con su secretario, el terrible frondizista marxista Ismael Viñas). Entre ambos se dedicaron a expulsar profesores peronistas de las cátedras, mientras el gobierno entregaba los diarios peronistas y sus imponentes talleres a la bandada democrática de los partidos pequeñoburgueses que habían acudido, atropellándose, al pie del festín.

Pero la revolución del 66 completó el panorama de la década y media extrayendo del derrocamiento de Perón su verdadero significado: pues no sólo fue antinacional, sino que también fue antidemocrática, en el sentido de que la disolución de los partidos, la destrucción del régimen universitario, el apaleamiento de profesores, la censura artística, la prohibición de elecciones, etc., afectaba a la clase media, el mismo grupo social que en su mayoría había sostenido y se había beneficiado de la “Revolución Libertadora”. Si el contenido económico de la “Revolución Libertadora” estaba dictado por los intereses de la vieja oligarquía, la “Revolución Argentina” expondría públicamente la preeminencia extorsiva del gran capital extranjero sobre los intereses nacionales, aún a costa de limitar con medidas fiscales la voracidad terrateniente.

La crisis de la oligarquía con la pequeña burguesía

Destruíase así, formalmente, la alianza sesquicentenaria entre la oligarquía y el Imperio Británico. Esta alianza no sólo se fundaba en el intercambio de economías complementarias y en la ideología liberal-portuaria, sino que políticamente se nutría en los grandes sectores de las clases medias de Buenos Aires y el Litoral. La pequeña burguesía había elevado su nivel de vida en el primer tercio de siglo mediante el sistema semicolonial fundado en los ferrocarriles ingleses, los terratenientes, el puerto de Buenos Aires y el comercio exportador-importador. Gracias a ese privilegio social que le otorgaba el imperialismo, la pequeña burguesía había elaborado sus ideales de cultura y había santificado la escuela de Sarmiento, con maestras regularmente retribuidas, una burocracia estatal relativamente bien pagada y exclusivos sistemas de jubilaciones dignas. Había formado el Partido Socialista, contaba con sus Borges, su alvearismo, su democratismo formal y, en fin, con ciudades como Buenos Aires, que podían compararse con las grandes ciudades ultramarinas. Este sistema ha sobrevivido hasta

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hoy, pero está en ruinas. Ya estaba en crisis al caer Perón y la masa pequeñoburguesa aclamó su derrocamiento creyendo que había llegado el momento de volver a los felices tiempos de 1929. Por el contrario, la “Revolución Libertadora” no hizo sino ahondar esa crisis hasta alcanzar hoy proporciones tan devastadoras como las que presenta el Uruguay, otro socio menor del Imperio Británico en la decadente pampa húmeda del Plata.

Los terratenientes y Onganìa

El período de Onganìa expresa la abierta sustitución de Inglaterra, que ya se manifestaba desde la Segunda Guerra Mundial, por el imperialismo yanqui. Este hecho se traducirá en una ruptura y alejamiento recíprocos entre la oligarquía y la clase media. La clase terrateniente, que había encontrado siempre en la pequeña burguesía a los dirigentes adecuados para teñir de progresismo su reaccionarismo cerril (los Alfredo Palacios o Josè Luis Romero) perdió todo interés en esa alianza. Así, el científico Bernardo Houssay abandonó a las violencias policiales la suerte de la Universidad (que en tiempos de Perón se le antojaba sagrada). Puesta a elegir entre su liberalismo y sus vacas, la oligarquía prefirió estas últimas. Sus queridos estudiantes y sus amados profesores, que siempre habían servido a la oligarquía como tropa de choque para combatir a los caudillos nacionales (en 1930 contra Yrigoyen y en 1945-55 contra Perón) se encontraron con que ni La Nación ni La Prensa salían a defenderlos ni con un suspiro.

¿Por qué causa la clase terrateniente apoyó al gobierno de Onganìa? ¿Por qué soportó en silencio la disolución de los partidos políticos, admitió la censura, y hasta la suma del poder público, con la complicidad y mansedumbre senil de la Suprema Corte y toda la magistratura? Para decirlo de una vez, el histórico alejamiento de Inglaterra y la proximidad del Imperio Yanqui no eran más que los incidentes exteriores de una mortal crisis interna que ya no podía ocultarse por más tiempo: el desarrollo de las fuerzas productivas, al fundarse exclusivamente en el monto global de las exportaciones agropecuarias, condenaba al estancamiento del país. Si en 1910 la Argentina contaba con 40 millones de cabezas de ganado y 7 millones de habitantes, en 1971 los 23 millones de habitantes se encuentran con un promedio anual de 45 a 50 millones de cabezas en las haciendas. Al crecer, el pueblo argentino está consumiendo su producción de alimentos.

¿Debe dejar de comer para emplear las divisas en la importación de los bienes necesarios a la industria? ¿Este es el dilema? No, por cierto. Toda la crisis que devora hoy a la Argentina se origina en que los ganaderos aparecen como el sector más parasitario de la economía nacional, a la que tiende a estrangular. En sesenta años no han logrado añadir una sola vaca más a la riqueza pecuaria del país. Son rentistas de la tierra, no productores de carne. Para romper el círculo vicioso y aumentar la producción de carne con métodos modernos, nuevos planteles de sementales, nuevas praderas, etc., hay que expropiar a los ganaderos, nacionalizar la tierra de las grandes estancias y exportar sin hambrear.

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Porque la crisis avanzaba hacia zonas peligrosas, la oligarquía decidió sostener sin vacilaciones el despotismo militar. Adquirió la convicción de que sólo el Ejército, mediante un régimen a la brasileña, podría mantener su antiguo privilegio rural. Sólo debía entregar a cambio los restos de su liberalismo y los derechos políticos del pueblo argentino. El arreglo resultaba satisfactorio para la oligarquía. Así se poblaron los ministerios, las embajadas y las cumbres de la burocracia con los personeros locales del viejo sistema, junto a los jóvenes tecnócratas que el nuevo Imperio adoctrinaba en sus universidades privadas. De este modo se consideraron oficialmente como la última palabra de la ciencia económica los índices crecientes de la desocupación, la capacidad ociosa de la industria nacional y la quiebra de la pequeña y mediana empresa de capital argentino. La desnaciolizaciòn de la banca y la industria locales, así como la modificación de la tarifa de avalúos aduaneros impulsaron una avalancha de productos importados que en un mercado abierto aplastaron con el poder competitivo de la industria imperialista las débiles defensas de la producción nacional. Pudo presenciarse de este modo el vaciamiento demográfico de provincias enteras ( Chaco, Tucumán), añadido para colmo a la despoblación crónica de las provincias históricas diezmadas por el mitrismo portuario (Santiago, La Rioja, Catamarca) que originaron en las grandes ciudades nuevos focos de poblaciones marginales de trabajadores temporarios desarraigados. Hasta las opulentas regiones del Sur fueron arrastradas por la furia de la crisis que asolaba la sociedad argentina, potenciada por los extravíos, atropellos y crímenes del gobierno militar.

El fracaso del plan militar

Desde la época de Perón era evidente que el país no podía progresar sin nacionalizar la banca, el comercio exterior, la “pampa húmeda” y los monopolios extranjeros. Pero en esa época los recursos para impulsar el crecimiento económico provenían de los ingresos originados durante la segunda guerra imperialista. De ahí que Perón meditase en la posibilidad del estallido de un tercer conflicto mundial, como coyuntura para un nuevo gran estímulo a la economía nacional. Afortunadamente esa perspectiva no se realizó, pero al mismo tiempo la crisis nacional prosiguió avanzando sin pausa, acelerada por el gobierno de Onganìa. Resultaría perfectamente claro que los argentinos, que se habían beneficiado siempre de las crisis mundiales, desde ahora sólo podrían encontrar los capitales para modernizar su economía en las clases parasitarias internas.

Por el contrario, el gobierno militar se erigió como el más formidable obstáculo para esa tarea impostergable. Los resultados que obtuvo han adquirido el poder de un testimonio viviente para ilustrar cuanto decimos. Pues cuando el régimen de Onganìa parecía más fuerte que nunca, bastaron unos pocos días para conducirlo a un callejón cuya salida resultó ser la renuncia del inepto personaje. Se produjeron verdaderos levantamientos populares en las provincias, que deshicieron rápidamente la moral política del Ejército encargado de reprimirlos. Las Fuerzas Armadas, que habían observado hasta ese momento con respeto la imagen bovina del lacónico autócrata advirtieron que el pueblo que atacaba las casas de los gobiernos provinciales y arrojaba

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agua hirviendo desde las azoteas a las fuerzas de seguridad, no sólo vomitaba su cólera contra el régimen de Onganìa sino que resumía en ese estallido la indignación contenida desde 1955. Onganìa y el Ejército pagaban por todo.

Más la gravedad de la situación, evaluada por el ejército y que cuesta su cargo a Onganìa, no se agotaba con lo ya expuesto: los militares percibieron que las grandes conmociones sociales y políticas de las provincias carecían de divisas partidarias, aunque fueran peronistas los trabajadores que en ellas participaban. Pues la presencia de los sectores estudiantiles o pequeñoburgueses, vecinos, profesionales, comerciantes, jubilados y burócratas que ayudaron a encender en 1969 el incendio de Córdoba y otras provincias indicaba bien a las claras que el peronismo no dirigía los levantamientos, sino que era arrastrado por ellos, junto a los vastos sectores sociales que hasta ese momento habían permanecido indiferentes a las causas revolucionarias y hostiles a toda acción común con los peronistas como tales. Esta aproximación de proletariado y clase media, de trabajadores y estudiantes, de las banderas democráticas del 18 y de las banderas nacionales del 45 era altamente explosiva. Parecía marcharse hacia un nuevo y poderoso 17 de octubre, pero esta vez sin la simpatía del Ejército y con Perón en el exilio.

Un fantasma recorre la Argentina

Un profundo temor se apoderó de los jefes militares. Comprobaron que no podía repetirse en la Argentina la experiencia brasileña de un gobierno militar terrorista que aplastase a la República bajo la bota. Las diferencias sociales, geográficas y políticas entre Brasil y la Argentina saltaban a la vista y la represión a escala militar podía conducir al país a los límites de la guerra civil. Esa consideración derribó primero a Onganìa y después a Levingston. Tales decisiones no sólo quebrantaron profundamente la unidad de las fuerzas armadas y la confianza depositada en sus jefes y en su extravagante programa de 1966, sino que condujeron a sus cuadros superiores a la convicción de que era preciso negociar con Perón. Si Onganìa ofrecía un régimen de 10 a 20 años de duración y el primer Cordobazo lo derribó; si Levingston (con el apoyo de los tres comandantes) se obstinaba en un plazo de 4 a 5 años y el segundo Cordobazo también lo derribó; y si ahora Lanusse propone un término de 2 a 3 años, estas rectificaciones no voluntarias del régimen para fijarse a sí mismo la fecha de su desaparición es el más formidable triunfo de las masas populares argentinas que se produce desde 1945. Cualesquiera sean los resultados de las gestiones oficiales para entablar negociaciones con Perón, queda en pie el hecho incontestable de que la acción resuelta del pueblo ha sido capaz de doblegar a un gobierno militar dotado de todos los instrumentos para la represión. La traslación del eje político argentino a Madrid, por más inaudito que parezca, no es el fruto de ningún “maquiavelismo de Estado Mayor”, sino la prueba directa de que los jefes militares han sido derrotados en la batalla por matar a Perón en vida y despojar así al pueblo de su soberanía política.

Como Perón es el símbolo personal de la voluntad de millones de argentinos resueltos a emancipar el país, el lector comprenderá que nosotros, los socialistas de la Izquierda Nacional, nos asociemos por derecho propio al júbilo de estas jornadas

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vindicativas que han limpiado la atmósfera enrarecida de la patria. No nos hacemos ninguna ilusión sobre los comicios que puedan convocarse, pero no rehusaremos concurrir a ellos, si llega el caso, como un episodio hacia la Revolución Nacional.

Deberá tenerse presente que tampoco el general Lanusse está firmemente sentado en el sillón presidencial. Los trajines subversivos de Onganìa y otros individuos semejantes son un secreto a voces, lo mismo que la inquietud que reina en la Aeronáutica, el reverdecimiento de los gorilas en la Marina y las discusiones en el Ejército. Pero el aire fresco ha empezado a soplar en todo el territorio argentino. El pueblo ha medido ya el alcance de su fuerza. En el período que se abre, nuestro partido sabrá ocupar su lugar con honor, preparar sus cuadros para explicar a las masas populares el programa socialista criollo y concluir para siempre con el “Estatuto legal del coloniaje”.

9. CAMPORA EN EL OJO DE LA TORMENTA

Acaba de triunfar Càmpora. Su brevísimo gobierno despertó toda suerte de fantasías. Algunas respuestas del autor en un reportaje de la época:

REDACTORA: Las preguntas se acumulan. Pero empecemos por algún lugar. ¿Qué opina del gabinete del Dr. Càmpora? Algunos sectores peronistas dicen que es un gabinete de derecha. Otros, las microsectas, que es un gabinete burgués.

-RAMOS: El peronismo nació hace cerca de treinta años. Pero todavía hay gente que no ha comprendido su significación. El gabinete del Dr. Càmpora es un gabinete nacional, esto es, un ministerio que no se propone implantar el socialismo (cualquiera sea el significado que muchos le atribuyen a esta palabra) sino defender los intereses argentinos y ampliar los derechos democráticos de las grandes masas populares. A las microsectas de la izquierda cipaya estas dos últimas tareas pueden serles indiferentes. A nosotros, no. En cuanto a los sectores del peronismo que juzgan este gabinete como de “derecha”, sólo podría comentar que en todo caso se trata de tendencias que quizás han exagerado sus esperanzas en cuanto al contenido social y político del peronismo. Hay gentes que rechazan el peronismo porque lo juzgan fascista y otros que lo apoyan porque lo creen socialista. Ambos grupos se equivocan.

REDACTORA: Pero hay cambios evidentes en el peronismo. Parece que sectores de la pequeña burguesía de izquierda se han hecho peronistas ¿Qué significado especial le atribuye Ud. A este hecho?

RAMOS: Esa es una pregunta interesante. Ud. recordará, sin duda, como examinamos ese problema. Hacia 1964-65, nosotros planteamos en nuestras discusiones, y en especial en nuestros análisis de la situación en la Universidad, ciertas tendencias manifiestas en la pequeña burguesía estudiantil a “nacionalizarse”. Era la cresta del gran iceberg de las clases medias que tendían a inteligir la cuestión nacional. Pues bien, la dictadura militar oligárquica de siete años le asestó un golpe mortal a las

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clases medias. Esa dictadura las empujó literalmente, no diría a convertirse al peronismo, sino a votar por el FREJULI.

REDACTORA: ¿Existe una base económica para esa evolución o sólo se trata del efecto causado en las clases medias por las medidas políticas de la dictadura oligárquica?

RAMOS: La base económica de esta evolución tiene contornos históricos que esbocé en mi Informe al Comité Nacional del PSIN en mayo de 1971, después de la caída del general Levingston. Allí sostenía que la sustitución de la influencia del Imperio Británico por el imperio norteamericano en el Plata a partir de la Segunda Guerra Mundial, fue destruyendo la alianza tradicional entre la oligarquía y la pequeña burguesía del Litoral. Los sectores ilustrados o semiilustrados de la clase media argentina se habían formado a semejanza del resto de América latina, como resultado de la penetración imperialista. Habían resultado ser aliados naturales de esa penetración. Mientras gran parte de la sociedad semicolonial padecía las consecuencias de ese hecho, otros grupos pequeñoburgueses o de la aristocracia obrera, en cambio, obtenían ciertos beneficios. Fuese el régimen de jubilaciones, un empleo estatal, el ejercicio de una profesión liberal o la intermediación de los productos importados, resultaba evidente que un comerciante de La Paz o de Buenos Aires no elaboraba frente a las instituciones semimodernas de la factoría la misma opinión que un campesino quechua o un peón de Jujuy. La “democracia” o el “marxismo” asumían un diferente carácter para dichos grupos más o menos privilegiados, que recogían las migajas del festín colonial. Por esa razón un estudiante de “ideas avanzadas” hablaba con desprecio autosuficiente de Yrigoyen o de Perón. Sus padres eran demócratas y ellos “revolucionarios”; pero cuando llegaban los momentos decisivos, toda la familia se encontraba en la Plaza de Mayo el 6 de setiembre de 1930 o el 16 de setiembre de 1955 para aplaudir juntos la caída de los caudillos populares.

REDACTORA: ¿Cree Ud. que esa situación se ha modificado?RAMOS: Exactamente. La oligarquía ha visto disiparse, como en un sueño, y

desde Ottawa, su articulación con Inglaterra. Del mismo modo, ha perdido interés en el apoyo de la pequeña burguesía. Sólo la dictadura militar podía sostener el privilegio del liberalismo oligárquico. De ahí que la oligarquía abandonara a su suerte a los estudiantes. Había pasado para siempre la época en que la oligarquía restaurada otorgaba a los hijos de la clase media, como premio, la “democracia universitaria”. La pequeña burguesía después de 1955, advirtió que la Argentina había llegado a ser un país industrial. Su nivel de vida ya no dependía de una buena cosecha sino del nacionalismo económico que ella misma había contribuido a derrotar. El proceso de decadencia duró 18 años. Al cabo de los mismos, la nueva generación pequeñoburguesa, abrumada de izquierdismo cipayo y harta de su dependencia cultural del imperialismo, disimulada por un democratísimo abstracto y un marxismo no menos invertebrado, se desplazó hacia las posiciones nacionales votando al FREJULI. Si se tiene en cuenta que todavía el proletariado no ha asumido la ideología socialista que históricamente le corresponde, podríamos decir que en esta transformación de las clases medias del puerto se ha operado un viraje: ha pasado del imperialismo a la burguesía nacional; o si se prefiere, del democratísimo más o menos izquierdista, al peronismo.

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Tal desplazamiento, a mi juicio, es muy positivo. Pone de relieve, por lo demás, la ausencia de política propia que es inherente a la pequeña burguesía en la sociedad moderna, tanto en lo países imperialistas como en los semicoloniales.

REDACTORA: A partir del 25 de mayo la intervención a las Universidades parece indicar una renovación profunda en ellas. ¿Qué opinión le merece este aspecto del nuevo gobierno?

RAMOS: El foco magnético de la influencia cultural del imperialismo en la Argentina era la Universidad. En esta venerable institución se aprendía a respetar a Gran Bretaña, o a conocer los detalles más íntimos del pensamiento de Althusser, Kelsen, Keynes o Max Weber, cuando no de Mao-Tse-Tung, Stalin o Trotsky. Sólo faltaba lo esencial: la enseñanza para independizar a la patria de la tutela extranjera y el aprendizaje para que los argentinos pensaran con su propia cabeza. En esa Universidad se enseñaba a admirar la trilogía de Francia, la libertad, la igualdad y la fraternidad o el Parlamento inglés; pero no se enseñaba a conocer el camino para que el parlamento argentino produjese leyes que sirviesen a los argentinos o que la libertad, la igualdad y la fraternidad tuviesen entre nosotros modos de aplicación. Los mejores productos de la inteligencia occidental eran admirados a la distancia. Su aplicación a nuestra realidad era resistida por los que dirigían el país y la Universidad, hasta mediante el empleo de la violencia. La universidad oligárquica era el lugar más adecuado para que los estudiantes advirtiesen al salir del aula el patético antagonismo entre la enseñanza y la vida. Hasta la versión del marxismo era impropia; pues en todas las universidades de Latinoamérica, oficial o extraoficialmente, se difundió entre los estudiantes el pensamiento liberador de Marx bajo la forma invertida de una nueva dependencia intelectual. Así, introducían con “jerga marxista” los términos de la lucha social, tal como se plantea en los países adelantados, en sustitución de la lucha nacional, propia de los países atrasados, para los cuales Marx ha resultado el resorte liberador decisivo, tal como lo demuestran las victoriosas revoluciones en los teatros históricamente más rezagados: Rusia, China, Vietnam, Cuba.

REDACTORA: En consecuencia, ¿le parecen acertadas las primeras medidas de la intervención Puiggròs y de los demás interventores en el resto del país?

RAMOS: Es bastante significativo que el general Aramburu premiase a la pequeña burguesía universitaria de 1955 designando interventor de la Universidad de Buenos Aires a Josè Luis Romero, socialista de Juan B.Justo y secretario a Ismael Viñas. Ahora, el nombramiento de Rodolfo Puiggròs y la intervención de los estudiantes en el reordenamiento estructural de la nueva Universidad señalan sin lugar a dudas la profundidad de la victoria popular del 11 de marzo.

REDACTORA: De todo lo dicho podría inferirse que la clase media se ha “peronizado” ¿.O es que sólo se ha “nacionalizado”, si se acepta esta expresión?

RAMOS: Creo que, esencialmente, la pequeña burguesía ha perdido sus ideas arcaicas, teñidas de un lívido y gastado “progresismo”. Ha entrado en la historia, se ha confundido al fin con el pueblo, no teme ya a las multitudes de carne y hueso. Al fin y al cabo, la sustitución del violín por el bombo en muchos estudiantes universitarios es una forma saludable de catarsis. A la inmovilidad sepulcral del Partido Comunista, con

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su rutinarismo, sus viajes a ultramar, su valetudinaria dirección, que escribe desde hace cuarenta años el mismo manifiesto, se oponen ahora las consignas triunfales del nacionalismo popular. Pienso que a la pequeña burguesía le vendrá bien esta liberación, diría personal, que por otra parte se hace en condiciones diferentes a las que presenció la clase obrera en 1945. Está en alza la marea de la revolución mundial. El imperialismo ha sufrido graves derrotas militares y políticas en todo el mundo, si es que pensamos en Vietnam. Los datos de este cuadro mueven a suponer que el vuelco pequeño burgués al FREJULI el 11 de marzo tenía varios significados simultáneos; un sector de la juventud se ha hecho peronista. Diría que son los hijos del 16 de setiembre, los hijos de la clase media gorila que repudian las ilusiones y extravíos de sus padres. Otro sector ha votado al FREJULI para desmontar el mismo día 11 a los oficiales de Caballería sin esperar segunda vuelta. Son pequeño-burgueses “nacionales”, que asimilaron toda una experiencia histórica, reflexionaron sobre el liberalismo oligárquico moribundo y resolvieron sostener al triunfador potencial para estar seguros de la victoria. Pero que no se han convertido al peronismo.

REDACTORA: ¿Por qué supone usted que no se han hecho peronistas, a pesar de votar al FREJULI?

RAMOS: Un sector muy importante de la clase media que ha roto o tiende a romper sus antiguos lazos con la superestructura cultural de la democracia liberal, no puede aceptar al peronismo precisamente por:1) la idea del Jefe único y providencial;2) la coexistencia de núcleos pro-fascistas o derechistas que realimentan los días de junio del 43 con divisas tan envejecidas como las hitlerianas o totalitarias;3) la vaguedad de los puntos políticos de la doctrina peronista;4) el reino de la arbitrariedad interna. El peronismo, por las peculiaridades de su nacimiento y la formación militar de su jefe, diríamos que no ha pasado por la Revolución Francesa, no adquirió jamás una contextura democrática convencional, a pesar de su inmensa popularidad y por razones que hemos explicado ya muchas veces. Pero el contenido democrático esencial del peronismo es indiscutible. Finalmente, entre los votantes del FREJULI hay otro sector de la pequeña burguesía que si ha sostenido la candidatura de Càmpora, lo ha hecho de modo coyuntural, pero que en realidad ha evolucionado de modo legítimo del viejo “izquierdismo portuario” a una perspectiva socialista imbuida de una comprensión muy nacional y latinoamericana del socialismo. Este sector está muy próximo al FIP.

REDACTORA: Antes de seguir, ¿hay alguna relación entre la actitud de tales sectores de la clase media que votó al FREJULI sin hacerse peronista, con el resultado desconcertante de las elecciones en segunda vuelta en la Capital Federal el 15 de abril?

RAMOS: Creo que hay una relación. La derrota de Sánchez Sorondo frente a De la Rúa es un ejemplo. Desde el punto de vista intelectual no hay comparación posible entre ambos candidatos. Marcelo Sánchez Sorondo sin dudas es un hombre brillante y un político ilustrado. ¡Cosas inusuales! Pero no ha logrado desprenderse parcialmente de algunas opiniones del pasado. Esas opiniones eran características hace treinta años del núcleo nacionalista oligárquico que apareció posteriormente al 6 de setiembre y que se modeló bajo la influencia literaria de Maurras, de Burke y de Josè Antonio Primo de

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Rivera. Usted me preguntará acerca del misterioso vínculo entre el pensamiento de Burke y los manes de Julio Sanceni Gimènez, el caudillo de Palermo que maneja los votos radicales de la Capital. Bien, creo que el vínculo existe. En tanto De la Rúa ha obtenido los votos de la clase media democrática ( en el sentido usual de la expresión) de la Capital, que repudió las ideas antiguas de Sánchez Sorondo, en tanto ellas de alguna manera constituyen la contrarrevolución francesa, evocan las burlas habituales de Ignacio Anzoátegui contra la estupidez de la mayoría ( publicadas durante años en Azul y Blanco) y en tanto Sánchez Sorondo, en las vísperas de las elecciones del 15 de abril, reiteró por televisión parte de sus viejas ideas, en las que hasta cierto punto ya no cree. Pienso que esta ratificación fue un factor importante en el triunfo del radicalismo, que había sido vencido en todas partes.

REDACTORA: ¿Cómo explica usted esa contradicción? Al fin y al cabo conviene aclarar las características del nacionalismo en la Argentina. Muchas veces hemos hablado también del “nacionalismo agrario” de Yrigoyen.

RAMOS: En un reportaje por televisión al que respondí pocos días después de las elecciones de la segunda vuelta, expliqué que era perfectamente clara la diferencia entre el nacionalismo de un país imperialista como Alemania y el nacionalismo de un país atrasado como la India, por ejemplo. El primero es reaccionario, el segundo, revolucionario. Trotsky acostumbraba a iluminar el problema cuando decía que el primer ministro socialista de Gran Bretaña, Mac Donald, se daba aires de internacionalista frente a la “estrechez nacionalista” de Gandhi. Sin embargo, la causa del progreso histórico estaba de parte de Gandhi y la causa de la reacción, el atraso y la pobreza tenían su defensor en el socialista ilustrado del imperio. Dije en la TV, ante una pregunta acerca de Sánchez Sorondo, que su error había consistido, en una época, en identificarse con el nacionalismo de un país opresor, lo que despojaba a su propio nacionalismo de su progresividad interna. Sostuve asimismo que si un demócrata en la Argentina, elogia a la democracia inglesa, la francesa o la norteamericana, pierde por esa causa el derecho a llamarse demócrata al adherir a regímenes cuyas democracias metropolitanas encuentran su base material en el saqueo de los pueblos coloniales. Concluí diciendo que un verdadero nacionalista, a su vez, en la Argentina debía ser demócrata, así como un auténtico demócrata no podía ser sino nacionalista.

REDACTORA: Hablemos ahora algo de la violencia. Usted se refirió algunas veces a Sorel, a Bakunin, a los teóricos del terror. ¿Qué significado político tiene el problema para la Argentina de nuestros días?

RAMOS: El terror ha sido siempre la respuesta desesperada y nihilista a la supresión de los derechos políticos de las mayorías. A veces, ha sido también el método a que han recurrido las minorías oligárquicas o plutocráticas para resistir la política de las mayorías. En este último caso se encuentran algunos hechos recientes de la realidad chilena. En nuestro país, el terror “rojo” se ha desarrollado en pugna con el terror “blanco”, generado por la dictadura militar oligárquica y sus organismos más o menos secretos.

REDACTORA: ¿Qué importancia le asigna usted a los grupos armados en la desaparición del régimen de Lanusse?

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RAMOS: Tales grupos constituyeron un síntoma de la sociedad oligárquica en crisis. Se nutren de sectores de la pequeña burguesía que pretenden una solución tajante e inmediata de esa crisis. Pero no existen fórmulas instantáneas para remediar los males de una sociedad. De otro modo, hace muchos siglos, aún antes que Spartacus, los oprimidos habrían encontrado su liberación. La decisión heroica y la voluntad de una entrega total a la revolución son indispensables para su causa. Es el fundamento moral de toda actividad revolucionaria. Pero es insuficiente.

REDACTORA: Para concluir con el tema. ¿A qué atribuye usted la simpatía que en cierto momento despertó la acción de los grupos armados en núcleos de la opinión pública, aun en militares retirados, sectores burgueses y naturalmente, entre la pequeña burguesía?

RAMOS: Era un fenómeno muy natural. Si dejamos a un lado la aversión universal que suscitaban los gobiernos de la dictadura militar oligárquica y su represión, queda por verse la actitud de la burguesía nacional ante el terrorismo pequeño burgués. Recuerdo una conversación sostenida hace algunos años, en Montevideo, con Darcy Ribeiro. El antropólogo brasilero, un hombre muy inteligente, vivía en Uruguay, emigrado. Como usted sabe, Ribeiro fundó la Universidad de Brasilia y se había desempeñado como ministro de Cultura de Goulart. Darcy, como el Presidente, formaba parte de un gobierno sobre cuya naturaleza de clase caben pocas dudas. Al comentar con Darcy las características de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia, que se desarrollaba en un medio rural, a pesar de que en ese país ya no existían latifundistas ni “pongos” desde 20 años antes por la reforma agraria, la conversación giró sobre la acción armada en el Brasil. Ante mi sorpresa, Darcy elogió dicha acción con un argumento notable: -Naturalmente no podrá triunfar. Pero puede ayudar a obtener de la dictadura militar una “solución intermedia”. -Darcy, le respondí, ¡acabas de resumir la ideología liberal en forma pura!

En efecto, los terroristas debían contribuir con su sangre para que la burguesía nacional, lograse algunas concesiones de la dictadura imperialista. Lo mismo había ocurrido con la burguesía liberal rusa antes de la revolución. Paz Estensoro, desde Lima, aplaudía la guerrilla del Che.

Pero le voy a recordar un texto de Trotsky que publicamos en nuestra revista en junio de 1971.

“El terrorismo no puede hacer sino el juego de los liberales en la medida en que él significa la desorganización y la desmoralización en los círculos del poder… al precio de la desorganización y la desmoralización de los revolucionarios.”

REDACTORA: ¿Qué significado atribuye usted, en este caso, a la palabra “desmoralización”?

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RAMOS: El significado de despojar al pueblo y a la clase obrera de la idea rectora de que una larga lucha es necesaria para que la revolución triunfe. Bastaría el gesto heroico de un hombre o de un grupo de hombres que asumen la representación de las masas. Tales grupos afirman que de ese modo”crean conciencia”.

En efecto “crea la conciencia” de que las masas nada tienen que ver en la solución de los grandes problemas de la Nación, ya que éstos podrán ser resueltos por un escaso número de hombres armados, verdaderos héroes. Se comprende, las masas no se componen de “héroes”; sólo es heroica en su totalidad y únicamente en ciertos momentos de la historia, exactamente cuándo estallan las revoluciones. La sobrevalorización de las virtudes individuales define al terrorismo pequeño burgués.

En aquel texto que citaba antes, Trotsky definía la cuestión en estos términos:

“Si basta un poco de plomo para atravesar la cabeza del enemigo ¿para qué sirve la organización de clase? Si los grandes dignatarios pueden ser intimidados por el ruido de una explosión ¿para qué sirve el partido? ¿Para qué las reuniones, para qué la agitación, para qué las elecciones, si puede tan fácilmente tomarse por blanco, en las tribunas del parlamento, el sillón de los ministros? El terrorismo individual es precisamente inadmisible a nuestros ojos, porque rebaja a las masas ante sí mismas, las reconcilia con su impotencia y orienta sus perspectivas y esperanzas hacia el gran vengador, el liberador que vendrá un día y cumplirá su obra.”

REDACTORA: Para terminar, ¿cómo define usted la línea económica adoptada por el equipo ministerial de Gelbard bajo la forma del “pacto social” y de los proyectos de leyes enviados al Congreso?

RAMOS: Creo que Gelbard ha demostrado que tiene una clara conciencia de clase; en cambio Rucci, no. Es una política en primer lugar nacional y protege en seguida los intereses de la burguesía argentina. No contempla el interés inmediato del pueblo. Esto no quiere decir que estamos contra los préstamos a la pequeña y mediana industria de capital nacional. Todo lo contrario. Pero creo que las limitaciones de clase de esa política han dejado a un lado a los trabajadores, a los empleados y a los técnicos. Esa política de salarios no puede prosperar y no prosperará. Tal actitud explica la razón por la cual la burguesía no ha tenido nunca un partido propio en la Argentina y sólo movimientos nacionales amplios, como el yrigoyenismo y el peronismo, debieron recoger y defender parte de sus aspiraciones. La burguesía nacional tiene una visión liliputiense del mundo.

El equipo económico no comprende la necesidad de emitir papel moneda hasta los límites que establece la necesidad del crecimiento. Se ha comprobado que la relación entre el producto bruto nacional y el papel moneda circulante es inferior en la actualidad a la que existía en 1935. A esto es preciso añadir que la velocidad de rotación del dinero ha aumentado en nuestros días. Esto indica claramente que a diferencia de la estructura abrumadoramente agraria de hace cuarenta años, la nueva estructura industrial del país

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exige una masa circulante que no ha logrado alcanzar su adecuado nivel en virtud de la política oligárquica que estrangula la emisión en las últimas dos décadas.

En otros términos, la política del equipo Gelbard podría ser suscripta por el general Levingston y su ministro Aldo Ferrer. Definirla como “nacionalista-liberal-moderada” es decir lo más próximo a la verdad económica. El pueblo no votó el 11 de marzo para esa política. En resumen: es insuficiente. En cuanto al anunciado proyecto de impuesto a la renta potencial del suelo, si es una ley revolucionaria equivaldrá a la expropiación. Si no lo es, constituirá un ingreso más para el fisco.

REDACTORA: En definitiva, ¿cómo definiría la actitud de nuestro movimiento ante el regreso de Perón y el gobierno que acaba de instalarse?

RAMOS: Se ha abierto un proceso nacional y democrático. Es una victoria del pueblo argentino y vamos a defenderla con todas nuestras fuerzas. Que los viejos recuerden el 6 de setiembre. Que los hombres maduros recuerden el año 1955 y sus consecuencias. Y que los jóvenes conserven en su memoria los siete años de dictadura militar oligárquica. Por esas y otras lecciones de la historia sostenemos al gobierno de Càmpora. Conservamos nuestra plena independencia y afirmamos que si el imperialismo, la oligarquía y el atraso serán vencidos, esa triple victoria está asociada en nuestro país al triunfo del socialismo.

10. RASPUTINISMO Y PEQUEÑA BURGUESÌA

A los pocos días renuncia Càmpora. El actual protegido del Departamento de Estado y de Miterrand, Raúl Alfonsín, declara que la renuncia de Càmpora “es un giro a la derecha”, seguido de cerca por el Partido Comunista y los restantes “partidos democráticos”. En realidad, temían que nuevamente volviera al país el general Perón, y horror de los horrores, retornara al poder. En agosto de 1973 se publicó bajo mi firma el siguiente estudio del que reproduzco algunas partes:

La reacción inmediata de los partidos ante la renuncia de Càmpora fue de una hipócrita perplejidad. El impagable Alfonsín, paradigma del lugar común pequeño burgués, habló de un “golpe de derecha”, lo mismo que el Partido Comunista. En realidad, el equipo de espantajos de la vieja política rechinó los dientes ante la evidencia de que Perón, en definitiva, volvería al gobierno. Sin duda que las intimidades de la renuncia de Càmpora eran inconfesables. Nadie ignora que la camarilla rasputiniana de López Rega, Rucci y Gelbard proyectaba lanzar sobre el gobierno de Càmpora una ofensiva fulminante para exigir su renuncia y obligarlo a abandonar el poder bajo el oprobio y el descrédito. Esta conspiración fue descubierta a tiempo por Càmpora y sus hombres de confianza y les sugirió la idea de ganarles de mano anticipando sus renuncias2

2 Designo con el nombre de “rasputinismo” a las camarillas palaciegas que intrigan en todo fin de régimen que carecen de poder real propio, salvo el que le es delegado y que usan en beneficio del

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¿Qué los oponía a Càmpora? Naturalmente que no los impulsaba el loable anhelo de restablecer en toda su pureza la “voluntad general” mediante la instalación de Perón en el poder. La hostilidad de los rasputinianos hacia el gobierno del 11 de marzo se fundaba en dos hechos:

1) el carácter democrático que inesperadamente había adquirido el gabinete anterior; 2) el velado antagonismo entre Càmpora y Perón, determinado por la naturaleza bicéfala del nuevo poder.

Rápidamente se crearon dos camarillas palaciegas. Los “jóvenes” rodearon a Càmpora y los “rasputinianos” a Perón. En el primer caso, el ministerio de Càmpora representaba de alguna manera el vuelco político de grandes sectores de la pequeña burguesía hacia el peronismo y su presión para que en la nueva etapa el movimiento justicialista en el poder adquiriese los perfiles de nacionalismo democrático de que había estado desprovisto en la época anterior. Por esa razón la política exterior y la política interior revistieron el carácter antiimperialista conocido, como lo testimoniaron en otro plano las amnistías, los indultos, la derogación de la legislación represiva y la intervención Puiggròs a la Universidad de Buenos Aires. Sin embargo, el propio Perón sostuvo desde el 25 de mayo, tanto en el gobierno de Càmpora como en el de Lastiri, la línea económica de Gelbard y Gómez Morales.

Al parecer, Càmpora alimentó la esperanza de gobernar los cuatro años mediante el ejercicio de un poder vicario, que recibiría la divina inspiración del patriarca emitida desde su glorioso crepúsculo. Pero el patriarca, por sí y azuzado por los rasputinianos, ansiaba el gobierno directo y no quería ni oír hablar de atardeceres. Esto, por lo demás, desde el punto de vista de las grandes masas y de la justicia histórica, que supera aunque no excluye la petite histoire, significaba llevar hasta su conclusión natural el proceso de representatividad por el cual había luchado el pueblo argentino durante más de tres lustros. El candidato presidencial del FIP, es útil recordarlo, así lo había preconizado antes del 11 de marzo, lo que llenó de confusión a la pequeña burguesía ilustrada, que nunca entiende las cosas simples si se trata de temas fundamentales.

El “gang” rasputiniano representaba sin duda la parálisis, la corrupción y el compromiso con la vencida dictadura, pero de algún modo encarnaba la decadencia del movimiento y esta circunstancia lo vinculaba con el peronismo real, ansioso de gozar de un poder sin nuevos sobresaltos, un peronismo despojado de “epos” y terroristas. Los jóvenes abogados que rodearon a Càmpora, en cambio, pretendían hacer un “gobierno peronista ideal”. El ministro Righi representó las fantasías de la juventud universitaria que se había precipitado hacia el FREJULI hacía pocos meses y de cuya desesperación ante la crisis que castigaba al país había brotado una esperanza quimérica: el oscuro deseo de que el peronismo fuese algo parecido a la revolución mexicana en marcha al socialismo. El general Perón sería una especie de Pancho Villa, Evita, una Rosa Luxemburgo y Càmpora un afable León Trotsky. Pero, ay, si aquí había rasputines, la revolución rusa no aparecía por ninguna parte y aunque se perpetraban mexicanadas, no

mandante y, como es natural, en su propio beneficio.

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había mexicanos revolucionarios. Es cierto que Rucci y sus amigos de la generación del 45 (calibre 45) expresaban un peronismo archicorrompido, pero de todos modos provenían del peronismo. No podía decirse algo parecido de los jóvenes idealistas, hijos de la clase media gorila, que bajo brutales golpes del cesarismo oligárquico se habían desplazado hacia el movimiento nacional llevando consigo sus propias ilusiones. Pues perseguir la novelería de encontrar el verdadero socialismo en el peronismo sólo podía terminar con el amargo descubrimiento de que Rucci y sus muchachos de gatillo rápido eran la encarnación de la admirable doctrina. La pequeña burguesía no había comprendido la naturaleza social del peronismo cuando lo combatía y tampoco lograba entenderlo al plegarse a él. Sin duda, resultaba más tentador buscar el camino del socialismo a través del peronismo, en situación inminente de llegar al poder, que hacerlo por medio de la dura lucha de un partido revolucionario. Perón, al regresar 18 años después de su caída (gracias al Cordobazo) debía poner las cosas en su lugar con la rudeza de su estilo habitual.

Ante este cuadro, numerosos “regalistas” (o sea, los sectores de la pequeña burguesía que votaron por Càmpora sin convertirse al peronismo) se formularon las siguientes preguntas:

1º-¿Perón se ha vuelto reaccionario o, en verdad, nunca ha dejado de serlo?2º-¿Perón es prisionero de los rasputinianos?En sus estudios sobre la Revolución China, sostenía Trotsky que la burguesía de

los países atrasados deriva hacia el campo de la revolución- o de la contrarrevolución- bajo la presión de sus intereses de clase. No puede renunciar a sus enfrentamientos con el imperialismo pues sus intereses le dictan la voluntad de ensanchar el marco de su dominio en el mercado interior, que el imperialismo pugna por ocupar. El contenido social de la política económica del peronismo fue y es el que responde a la burguesía nacional. Al regresar al poder lleva a cabo una política estabilizadora en el orden monetario, que demuestra no sólo hasta qué punto los “burgueses nacionales” del equipo económico detestan a la clase asalariada, sino que también mide su temor a la oligarquía terrateniente y su estupidez profunda. Pues esta política económica conduce a la recesión, remacha el estancamiento y pone en peligro el crédito de que goza el peronismo entre las grandes masas que en otra época se beneficiaron con una política exactamente inversa. Pero de estos hechos a formular la hipótesis, a la que es tan propensa la izquierda cipaya, de que Perón se ha vuelto “reaccionario”, es ignorar los múltiples cambios de frente que los movimientos nacionales realizan en los países semicoloniales en sus relaciones contradictorias con el imperialismo externo y las masas que integran tales movimientos.

Los ataques de Perón a su izquierda juvenil, en segundo lugar, son un resguardo para que la ideología socialista no gane la conciencia de los obreros y los empuje a considerar objetivos más avanzados que los que Perón desea fijarle a su movimiento. Esto era más fácil de conseguir en tiempos de prosperidad-1945-1955- que en las actuales horas de crisis. Por eso Perón conserva a su lado a Rucci, a Gelbard y a López Rega. Los rasputinianos nada valen por sí mismos, ni han creado cerco alguno alrededor de Perón. Es Perón quien ha construido dicho cerco para establecer los límites de su

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política. Ha designado a cortesanos sin representatividad para simbolizarla. Si Perón podrá mantener esta conducta o se verá obligado a reemplazarla para no caer con ella, sólo podrán decirlo los acontecimientos.

Por otra parte, los rasputinianos son prisioneros de Perón, ya que si disponen del poder sindical es sólo porque Perón, hasta ahora, no ha creído conveniente intervenirlos y convocar a nuevas elecciones. En cuanto a Gelbard, debe su presencia en el gobierno a la voluntad de Perón. Nunca la burguesía ha ejercido en nuestro país un poder directo. Únicamente ha encontrado oportunidad para enriquecerse mediante los gobiernos nacionales, en particular durante el régimen peronista. De ahí que la insignificancia política de la burguesía sea completa, tanto ayer cuando aborrecía al peronismo, como hoy, cuando parece haber caído en sus brazos sollozando de amor. Como la estupidez infatuada y el charlatanismo seudorrevolucionario han devastado ( con la ayuda del stalinismo) la tradición socialista recordaremos el pensamiento de Engels: “Veo cada vez más claramente que el burgués no se siente dispuesto a tomar el control efectivo; por lo tanto, la forma normal de gobierno es el bonapartismo, a no ser que, como en Inglaterra, una oligarquía pueda tomar a su cargo la tarea de guiar al Estado y la sociedad con arreglo a los intereses burgueses, a cambio de una rica recompensa. Una semidictadura, según el modelo bonapartista, conserva los principales intereses de la burguesía, aun en oposición a la burguesía misma, pero no le deja ninguna participación en el control de los asuntos. Por otra parte, la dictadura se ve obligada, en contra de su voluntad a adoptar los intereses materiales de la burguesía3

La política del nacionalismo popular de Perón desenvuelta en el período de asombrosa prosperidad de la postguerra, no puede ponerse en práctica en la nueva etapa, pues faltan “las condiciones materiales”.

Para realizar la “justicia distributiva”, ya no se puede contar con las divisas acumuladas entre 1939 y 1945. La guerra ha terminado, lo mismo que las reservas. Sería preciso acudir a la adopción de medidas revolucionarias contra la oligarquía terrateniente y el capital imperialista a fin de realizar en nuestros días una política obrera semejante a la que distinguió al peronismo durante sus dos primeros gobiernos. ¿Será capaz el gobierno de Perón de emprender esta tarea? Exclusivamente la acción de las masas que logró derribar a la dictadura militar y su intervención en la política argentina podrá decidir ese dilema. Lo que está fuera de duda para nosotros es que sólo el movimiento histórico real, o sea la clase obrera y el pueblo, pueden resolver en un sentido u otro sus relaciones con el peronismo.

El pueblo peronista se ha creado una tradición de victorias resonantes y dolorosas derrotas. Esta tradición ejerce un peso indudable en las esperanzas que aún deposita en la posible acción liberadora de un nuevo gobierno del justicialismo. En un país semicolonial, el socialismo como pensamiento y como trabajo orgánico

3 “Engels”, por Gustavo Mayer, Ed. Intermundo, Bs. As., 1946, p. 196.

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únicamente puede abrirse paso como ala revolucionaria del movimiento nacional. Tenderá a disputar su derecho a la hegemonía en la prueba de la lucha misma.

El partido revolucionario que sea digno de tal nombre, debe saber distinguir lo fundamental de lo accesorio, el incidente de la ley y no olvidar que su meta es la conquista de la clase obrera y del pueblo, que hoy son peronistas, para las banderas del socialismo. Esta conquista no puede realizarse desde adentro del peronismo, como suponen algunos, ni enfrentado con él, como creen otros. La regla es: marchar separados y golpear juntos. Hay que permanecer organizativa y políticamente fuera del peronismo, pero situarse junto a él en los enfrentamientos con los adversarios comunes del país. Sólo así podremos dirigirnos con autoridad moral a las grandes masas que lo siguen.

Nuestro apoyo a la candidatura presidencial de Perón no implica identificarnos con tal o cual aspecto de su política, sino contribuir a la restauración plena de la soberanía popular. Supone, asimismo, que del mismo modo que la fraseología ocasionalmente “socialista” del justicialismo no cambia su naturaleza de clase, ni lo convierte en socialista, tampoco las expresiones de un reaccionarismo anticomunista circunstancial transforman al peronismo en una corriente reaccionaria. Él debe servir para ver las cosas como son, más allá del impresionismo psicologista de la pequeña burguesía y de las microsectas impotentes.

La izquierda Nacional se coloca, como lo ha hecho desde 1945, en el lado popular, nacional y revolucionario de la sociedad argentina. Desde allí y sólo desde allí podremos avanzar hacia el futuro.

11. CONVERSACIONES CON PERÒN

Habían transcurrido 17 años de exilio para Perón y de proscripción para el pueblo argentino. Pero no se trataba sólo del peronismo. Era la causa nacional la que estaba fuera de la ley y con ella, los militantes de la izquierda nacional. El fracaso de Frondizi, la máscara de Guido en la presidencia, manipulado por los generales, la presidencia de Illia, que llega al gobierno gracias a la prohibición electoral para el peronismo, su caída por obra de otro grupo de militares encabezados por Onganìa, y finalmente la política “aperturista” de Krieger Vasena irían a concluir en las rebeliones del interior contra el régimen. Curioso régimen: el ministro de Defensa era Emilio Van Peborgh, ex capitán del Ejército inglés, adonde acudió como voluntario para luchar a favor del Imperio en la Segunda Guerra Mundial. Sin duda había una “doble lealtad” en el ministro de Defensa de Onganìa. Como ministro de Defensa de la Argentina el capitán inglés Van Peborgh ¿habría combatido contra el Ejército británico en las Malvinas? Krieger Vasena, que en 1941 inició la gestión para ciudadanizarse en EE UU., ¿se habría opuesto hoy como ministro de Economía al pago de la deuda externa a la usurera banca norteamericana, cómplice de la agresión inglesa? Estos ejemplos no son raros. Pululan estos individuos “nativos” en el “servicio civil” del Imperio.

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Onganìa, que se había obstinado en perdurar veinte años en el poder y cuyo fracaso era público, fue reemplazado por Levingston, traído de la agregaduría en Washington y a su vez sustituido por el general Lanusse, comandante en jefe del Ejército. Pero la “Revolución Argentina”, como a su turno el “Proceso”, y antes que estos la “Revolución Libertadora”, estaba agotada hasta la última gota. Una vez más la oligarquía había usado cínicamente a las Fuerzas Armadas y las había abandonado a su suerte a último momento.

Lanusse buscó una salida política que garantizase al Ejército una retirada honrosa y a él mismo la presidencia constitucional con el apoyo de Perón, que a su vez suponía para este último un “renunciamiento patriótico”. Perón advirtió que el “Gran Acuerdo Nacional” propuesto por Lanusse significaba burlar una vez más al pueblo argentino. Rehusó el acuerdo y Lanusse, al tiempo que retiraba su apenas velada candidatura, proscribió con una argucia jurídica la candidatura de Perón. La junta militar convocó elecciones para el 11 de marzo de 1973.

Proscripto, procesado y difamado durante 17 años, el general Perón desafía al fin la amenaza despreciativa del general Lanusse:”le falta el cuero para volver”, afirma el dictador ante un plenario de generales. No era un ejemplo de valor personal el de Lanusse, que con el respaldo de las tres Fuerzas Armadas retaba así a una batalla a un anciano soldado completamente solo y desprotegido. Perón volvió el 17 de noviembre de 1972. He narrado el episodio en mi historia de la Argentina contemporánea, La era del peronismo.

Rodeado en el aeropuerto internacional de Ezeiza por un impresionante dispositivo militar que impedía llegar al pueblo en ese día gris, Perón logró finalmente desplazarse hacia su casa de Gaspar Campos, en Vicente López. No faltó nadie. Fue una hora histórica. Hablaron todos los jefes de los partidos. Cerró el acto Perón con un breve y hábil discurso. ¿Qué se proponía Perón en esa asamblea donde compartía por primera vez una mesa con enemigos antaño irreconciliables? Simplemente procuraba obtener la aprobación general para exigir a la Junta Militar de la dictadura moribunda la negativa de los partidos a concurrir a las anunciadas elecciones si de ellas era excluido el mismo general Perón. Por mi parte, planteé claramente el asunto. Pero los partidos, en particular el radicalismo, en cuyo nombre habló Balbín, soslayó el tema. Al advertir Perón la resistencia de la vieja partidocracia a practicar la democracia, cerró rápidamente la reunión. Comprobó que no podía ser elegido candidato a presidente si la dictadura no era jaqueada, ya por la acción común de todos los partidos o por el desencadenamiento de una huelga general de la CGT. ¿Acaso la CGT no era peronista? Pero ninguna de las cosas ocurrió.

Conversamos en Gaspar Campos días más tarde con Perón sobre la situación nacional. Estaba sereno, pero decepcionado. En el chalet, obsequiado por sus partidarios, flotaba un aire de provisionalidad, de valijas no terminadas de desempacar, de viajeros de paso. Los pisos de parquet estaban cubiertos con una película de polvo. El desfile incesante de los visitantes no dejaba tiempo para la limpieza. Y el dueño de

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casa pensaba, sin duda, en el regreso a su tranquilo hogar de Madrid. ¡Había pasado demasiado tiempo desde 1955! Las gestiones extraoficiales ante la Junta no conducían a nada. Veinte días después de su llegada, el 5 de diciembre, me encontraba departiendo con Perón en su casa, cuando llegó agitado el doctor Càmpora. Dirigiéndose a Perón, su delegado le dijo:- Mi general, no hay prórroga en el cronograma electoral. Hay que formalizar el Frente hoy mismo. De otro modo no habrá tiempo para presentar a los Juzgados las candidaturas. Ya estaba anunciando que los comicios se realizarían el 11 de marzo.

Perón miró al cielo raso con aire distraído. Se lo imaginaba. A su edad, esta nueva exclusión era, con toda evidencia, un adiós definitivo a jugar un papel público en el gobierno nacional. Pero sin que se alterase su tono de voz y sin responder a Càmpora, me dijo:

-Abelardo, esta tarde se funda el frente. Vaya, métase allí.

-¿Usted será el candidato presidencial, General?- le pregunté.

Perón sonrío desvaídamente. Sólo comentó:

-No, yo me voy a ocupar de América latina. Hay que empujar adelante la unidad de nuestros pueblos.

Sentí que Perón ya estaba viajando a España de regreso. Me despedí ese mediodía de Perón y de Càmpora. Por la tarde, en el departamento de Benito Llambì, en la avenida Libertador San Martín, me encontré con los presidentes de los partidos que formarían luego el FREJULI. Al cabo de una larga espera, arribó Càmpora, anunció la decisión de Perón de formar un Frente Justicialista e invitó a todos los presentes a disfrutar del 25% de los cargos electivos. Se observó un sentimiento complacido entre los presentes y hasta alguna lagrimita irrefrenable. El doctor Mario Amadeo sugirió que el Frente Justicialista se llamase “de liberación”, lo cual fue aprobado. A mi vez pregunté al doctor Càmpora quién sería el candidato a Presidente del Frente. Càmpora respondió sin vacilar:

-El general Juan Domingo Perón.

Yo insistí manifestando que el propio Perón había dicho al mediodía que no sería candidato, obviamente porque se lo prohibía la dictadura. Y que la actitud de todos los partidos y sindicatos, incluyendo el justicialismo, de no bloquear la convocatoria electoral a menos que ella se hiciese sin el gran proscripto, despojaba de legitimidad el comicio y un Frente sin candidato visible no constituía garantía alguna para el pueblo argentino. A juicio del FIP, no era posible ingresar al Frente en tales condiciones.

Acto seguido me retiré de la reunión. Dos meses más tarde Càmpora, designado por Perón y admitido por la dictadura, ganaba las elecciones sin llegar técnicamente al 50%. Rodeado inmediatamente por los sectores de los montoneros, demo liberales

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antiperonistas y terroristas múltiples, el gobierno de Càmpora apenas resistió dos meses antes de sucumbir.

El 20 de junio, Perón regresó al país, en compañía del presidente Càmpora, que había viajado a España a buscarlo. En Ezeiza los grupos terroristas llamados “peronistas” organizaban una masacre que bañó de sangre el retorno del caudillo. Era un gran día y fue un día negro. La convocatoria a nuevas elecciones, esta vez legítimas, incluyendo el derecho de Perón a votar y ser elegido, fue fijada para el 23 de setiembre de 1973.

El FIP resolvió proponer a Perón, a iniciativa de Pablo Fontdevilla, sostener con su propia boleta electoral la fórmula Peròn-Peròn a la presidencia y vicepresidencia. Visitamos al general en su casa de Gaspar Campos en agosto. Perón conocía esta noticia por medio del ministro del Interior, Benito Llambì. Nuestro punto de vista fue el siguiente: el FREJULI estaba integrado por aliados del justicialismo, muchos de los cuales eran conocidos por el pueblo como adversarios históricos del peronismo. A Perón tales aliados estaban lejos de causarle perjuicio. En todo caso venía a demostrarse que todo cuanto había sido proferido contra él durante décadas era una falsedad. Pero el FIP y la izquierda nacional que habían sostenido al justicialismo en los años más duros no admitían ser confundidos por el pueblo entre los aliados escogidos por Perón. Sostuve que había grandes sectores que deseaban apoyar el nombre de Perón a presidente al margen del FREJULI.

-Vamos a llamar a votar por usted desde la izquierda nacional y bajo la bandera del socialismo- dije a Perón.

Perón reaccionó con una de sus salidas características:

-¡Es que yo siempre he sido socialista! Si cuando estábamos en Trabajo y Previsión, y decidimos lanzarnos a fundar un nuevo movimiento yo quería llamarlo “socialista”, pero el nombre en esa época estaba tan desacreditado por los “amarillos”, que a otro amigo de las horas iniciales se le ocurrió la palabra “justicialista”- agregó Perón evocando aquellos lejanos días.

Acordamos con el general que nuestra boleta llevaría como lema “Liberación Nacional y Patria socialista” y que los apoderados del justicialismo presentarían ante el Juzgado Federal escritos en los cuales el general y la señora María Estela Martínez de Perón prestaban su conformidad para ser proclamados candidatos del Frente de Izquierda Popular. Al salir, Perón nos acompañó hasta la puerta. Allí, bromeando, le dije:

-Bueno, general, ahora podrá dormir tranquilo. Con nuestro apoyo será presidente.

Perón sonrió socarronamente y observó:

-Es muy cierto. Maíz por maíz nos comeremos el maizal.

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En su memoria de anciano evocaba las jornadas de las elecciones de 1946 y la suma de partidos y grupos que habían contribuido a su primera victoria. Suponía que después del FIP aparecerían otros sectores con el mismo propósito y que su nombre sería apoyado por varias boletas diferentes, demostrando la amplitud de su convocatoria. Sin embargo, no ocurrió así. Los que podían y no querían y los que quizá habrían querido no podían. El FIP y el FREJULI fueron los dos únicos sectores políticos que con respectivas boletas electorales concurrieron a consagrar la voluntad popular el 23 de setiembre. Que el FIP no estaba equivocado al interpretar la aspiración revolucionaria de muchos argentinos lo demostraría la cifra obtenida por sus boletas: casi 900.000 votos.

12. LA VICTORIA DEL 23 DE SETIEMBRE DE 1973

He aquí parte de la crónica que describe el apoyo del FIP a la candidatura de Peròn-Peròn y sus resultados:

1º- DE QUE MANERA APOYAMOS LA CANDIDATURA DE PERON

El 29 de julio concluyó sus deliberaciones la IV Convención Nacional del FIP reunida para considerar la situación nacional y la actitud a adoptar en las próximas elecciones presidenciales.

Por unanimidad se aprobó la siguiente resolución: “La Convención Nacional del FIP resuelve autorizar a la Junta Nacional para designar una fórmula extrapartidaria que encabece el general Perón en las próximas elecciones del día 23 de setiembre, y tal efecto le encomienda asumir la actitud que convenga para la aplicación práctica de este apoyo, que debe entenderse como un paso hacia la movilización del pueblo argentino por la democracia política, el nacionalismo económico y la Patria Socialista”.

La Convención inició sus deliberaciones con asistencia de más de 100 delegados procedentes de Capital Federal, provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Chaco, Misiones, San Juan, Mendoza, Santa Cruz y Chubut.

Los distintos oradores coincidieron en señalar que el FIP, desde su fundación, había planteado la defensa de la candidatura presidencial de Perón como síntesis actual de las aspiraciones del pueblo argentino. También expresaron que esa candidatura no fue defendida por la dirección político-sindical del peronismo a través de la movilización popular del 25 de agosto, como lo propuso consecuentemente el FIP.

Se señaló, por último, que existen diferencias estratégicas y programáticas entre el FIP, como movimiento socialista revolucionario en el cauce de la revolución nacional, y del peronismo, cuya conducción expresa no sólo los intereses nacionales y democráticos del pueblo argentino sino también los de sectores burgueses y empresarios. Por lo tanto, se dejó claramente sentado, el FIP debe participar con sus propias banderas socialistas en la lucha electoral, tal como participa en todos los eventos reivindicativos de la clase trabajadora y del pueblo.

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Esto es particularmente importante en estos momentos, cuando las fuerzas burguesas gravitantes de modo decisivo en la conducción peronista se manifiestan en todo su poder a través de los elementos burocráticos, los sindicalistas corrompidos y pro-patronales, la conducción económica del equipo Gelbard, etcétera.

La resolución adoptada, que se transcribe al comienzo de esta nota, abre la posibilidad de que, bajo determinadas condiciones, el FIP acepte integrar una alianza electoral con la candidatura de Perón. En caso contrario, el apoyo se prestaría no presentando candidatos y propiciando el voto en el sentido mencionado.

El siguiente texto fue impreso en 6 millones de volantes que junto con otras tantas boletas del FIP se distribuyeron mano en mano en todo el país.

2º- VOTE A PERON DESDE LA IZQUIERDA

El Frente de Izquierda Popular ha resuelto apoyar la candidatura del general Perón para los comicios del 23 de setiembre.

Cuando el FIP presentó el 11 de marzo la candidatura presidencial de Jorge Abelardo Ramos, afirmó de ese modo su convicción de que sólo el socialismo puede arrancar al país de su dramático estancamiento. Pero la lucha por el socialismo pasa a través de la liberación nacional y del combate contra el imperialismo. Por esa razón nuestro candidato señaló que si los votos del FIP resultaban necesarios para superar la barrera del 50 por ciento establecida por la dictadura de los tres comandantes, el FIP apoyaría en la segunda vuelta al doctor Càmpora.

Nuestro candidato afirmó categóricamente que el comicio del 11 de marzo era una victoria parcial del pueblo. Victoria, porque se trataba de elecciones arrancadas mediante la lucha contra el gobierno militar que las había rehusado siempre. Parcial, porque de ellas se excluía al general Perón. Dijimos que si triunfábamos ante esa opción, renunciaríamos al gobierno, para convocar a los 60 días a nuevos comicios, que esta vez no proscribirían a Perón. Càmpora realizó lo que el FIP había preconizado. Ahora, los argentinos podrán elegir sin tutores el gobierno que deseen. Como ala izquierda independiente de la Revolución Nacional, el FIP apoyará a Perón con sus propias boletas, bajo el lema “Liberación y Patria Socialista”.

El general Perón en la reunión realizada en Vicente López el martes 28 de agosto con nuestro ex candidato a la presidencia Jorge Abelardo Ramos y otros miembros de la Junta Nacional del FIP, prestó su formal consentimiento al lanzamiento de su candidatura por el FIP y fue informado de que en nuestras boletas figura el lema “Liberación y Patria Socialista”. El apoderado del Partido Justicialista, doctor Torcuato Fino, ratificó legalmente esa aprobación en el Juzgado Federal.

En cada cuarto oscuro habrá el próximo 23 de setiembre 2 boletas para votar por Perón. Una de ellas será la del FREJULI, la otra, la del FIP. Ambas son válidas,

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ambas se sumarán en el escrutinio final y ambas darán la victoria al candidato del pueblo.

Quien elija la boleta del FREJULI, no sólo votará por Perón, sino también por Frondizi, Gelbard y Rucci. Quien elija la boleta del FIP, además de votar por Perón, elegirá la lucha por el socialismo, por la democracia sindical, por salarios que no fijen los empresarios, por la expropiación de la oligarquía terrateniente, por la nacionalización de los grandes monopolios imperialistas y por una Universidad revolucionaria en un país emancipado.

3º- DECLARACION DEL PRESIDENTE DE LA JUNTA NACIONAL DEL FRENTE DE IZQUIERDA POPULAR AL DIA SIGUIENTE DEL TRIUNFO

“Los 900.000 votos que recibió el FIP con su lema “Liberación y Patria Socialista” para su candidato Juan Perón, han originado un desconsuelo profundo. Esto se explica. Los reaccionarios de todos los bandos han pugnado siempre por separar el pensamiento socialista de los movimientos nacionales. Así lo hicieron contra Yrigoyen y Perón. El triunfo del FIP expresa justamente el desarrollo de una izquierda nacional, popular y socialista, muy diferente de aquélla que se alió con Braden en 1945. Pero si el país ha cambiado, los cavernícolas son inmutables. Veamos algunos ejemplos edificantes. El senador Fonrouge ha declarado que el cuantioso aporte del FIP al triunfo de Perón se debe a la confusión en que incurrió el electorado; por cuanto la boleta del FREJULI como la del FIP, llevaba impreso el nombre de Perón. El mismo punto de vista sostiene el diario Clarín, órgano del grupo frondizista- frigerista, así como el estrafalario imitador de Alfredo Palacios a los que debo agregar el diputado regalista Gallo. Esa unanimidad de conservadores, frondizistas, socialistas amarillos y burócratas sindicales, es muy elocuente.

Fonrouge, como conservador de la Provincia de Buenos Aires desde los tiempos del fraudulento Fresco, es una verdadera autoridad en materia de elecciones amañadas. Pero posee títulos menores para juzgar elecciones libres. El grupo conservador a que pertenece se abrazó con las últimas fuerzas que le quedaban, al carro triunfal del peronismo.

Sería muy ilustrativo conocer cuántos votos habría obtenido el señor Fonrouge de haberse presentado al comicio para que los ciudadanos votaran a Perón por medio de las boletas conservadoras. Los propietarios de Clarín ¿Cuántos votos habrían obtenido para Perón, con las boletas del MID? La cautela que distingue a tales grupos les preservó de tal imprudencia. Pero su renuncia a la acción independiente no los autoriza a injuriar a 900.000 argentinos atribuyéndoles incapacidad visual, mental y política, hasta el extremo de acusarlos de no distinguir dos boletas diferentes en el cuarto oscuro, donde siempre se han visto las cosas claras.

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A esta incapacidad de las masas se refería la oligarquía y los partidos ligados a ella (entre los que en aquella época se encontraban los grupos a los que aludo) para descalificar el vuelco popular hacia la candidatura de aquel coronel de 1945. En cuanto al señor Gallo y sus colegas, tendrían buena oportunidad de opinar sobre las elecciones si se atrevieran a postular boletas con su nombre en su propio sindicato para comprobar cuántos afiliados quieren votarlos. Pero no se atreverán. El candidato de la izquierda cipaya, por su parte, es un pichón de gorila que ha merecido el elogio de Manrique, lo que me exime de mayores comentarios ya que se trata de especies afines, aunque en proceso de extinción por falta de climas aptos.

Nuestro movimiento imprimió en sus boletas la consigna “Liberación y Patria Socialista”. Llamamos al pueblo argentino a votar por Perón “desde la izquierda con la boleta del FIP”. Afirmamos por todos los medios de difusión y por el esfuerzo abnegado de nuestros militantes, que distribuyeron en mano personalmente seis millones de boletas, que aquél que votara con la boleta del FREJULI, también votaba por Frondizi, Gelbard y la burocracia sindical. Pero el ciudadano que eligiera la boleta del FIP afirmaba su voluntad de luchar por la democracia sindical, por salarios que no fijen empresarios y por una patria socialista. 900.000 hombres y mujeres entendieron que esta línea de izquierda nacional y popular suponía ahondar el campo de la revolución nacional y proyectarla hacia adelante.

Muy mala opinión sobre la inteligencia y la experiencia de los argentinos deben tener quienes pretenden ver en esta decisión de casi un millón de voluntades, un error óptico o una artimaña, que también conocen algunos miembros del FREJULI o los renegados de la izquierda oligárquica condenada por la Historia.”

Buenos Aires, setiembre 24 de 1973.

Jorge Abelardo Ramos Junta Nacional

FIP

SALUDO A 900.000

El FIP saluda fraternalmente a los 900.000 argentinos que votaron por Perón y la Patria Socialista.

El gran triunfo popular y nacional del 23 de setiembre ha elevado al poder por tercera vez al general Juan Domingo Perón. El FIP participó de dicha victoria llevando

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al comicio su propia Boleta con la consigna “Liberación y Patria Socialista”. De los 7.300.000 votos, casi 900.000 lo hicieron con las boletas del Frente de Izquierda Popular. Se trata del hecho más notable de ese gran día, pues demuestra claramente que en la Argentina actual casi un millón de mujeres y de hombres desean proyectar hacia adelante, hacia el socialismo, el movimiento nacido hace treinta años en las jornadas del 17 de Octubre de 1945. Por primera vez en la historia de las luchas sociales argentinas y latinoamericanas se perfila una corriente auténticamente nacional que lucha por el socialismo y obtiene un apoyo de tal magnitud. Por esa razón, es importante detenernos un momento en la lucha y reflexionar sobre su significado.

Conservadores, comunistas y frondizistas afirman que hay 900.000 argentinos confundidos

Recordemos en primer término que al día siguiente de la victoria del 23 de setiembre toda la prensa comercial y política coincidió en un mismo veredicto: que los votos del FIP obedecían a una confusión. Tal fue la opinión de Clarín, órgano del grupo de Frondizi, del doctor Fonrouge, senador del FREJULI por el Partido Conservador Popular, del diputado peronista Gallo, del Partido Comunista a través de su semanario Nuestra Palabra y de numerosos comentaristas al servicio de las clases dominantes. Estos señores no pueden admitir que el claro juicio y la firme decisión de los obreros, empleados, técnicos, docentes y estudiantes argentino pueda ejercerse eligiendo la boleta del FIP. Agravian a las masas al sostener que sólo la confusión de dos boletas que sostienen al mismo candidato pudo originar un millón de votos para el FIP. Hace treinta años estos mismos señores explicaban el triunfo de Perón argumentando que se trataba de masas fanatizadas, incapaces de percibir el significado de su voto. Ahora emplean un argumento idéntico para descalificar el sentido revolucionario del voto que grandes sectores populares han brindado al FIP. Cada votante del FIP sabrá cómo juzgar a estos partidos de la vieja Argentina.

Los votos al FIP apoyan nuestra conducta política.

Los 900.000 votos al FIP no obedecieron a un azar del cuarto oscuro. Estamos en condiciones de afirmar, por lo demás, que puede estimarse moderadamente en más de 1.500.000 argentinos la cifra de los que quisieron votar por el FIP. Si no pudieron hacerlo muchos de ellos, si sólo se computaron 900.000 votos, se explica por la destrucción y robo de boletas en los cuartos oscuros de toda la República, así como por la actitud ilegal de muchos presidentes de mesa que sumaron en el escrutinio provisorio los votos del FREJULI a los del FIP. Así fue como apareció en miles de actas el asombroso dato de que en dichas mesas, el FIP no había obtenido ni un solo voto. La campaña periodística por medio de grandes solicitadas en todos los diarios del país iniciada por algunos dirigentes del FREJULI, “alertando” al pueblo para que no se dejara “confundir” en el comicio, pues había dos boletas postulando el nombre de Perón, contribuyó sin duda a que se disipase toda posible confusión y que 900.000 ciudadanos prefiriesen en esa alternativa no votar por Frondizi, Gelbard y Rucci, sino por Perón y el socialismo. Es que los votos del FIP reflejaban las nuevas condiciones de

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la Argentina en crisis: no importaba a esos votantes juzgar el pasado, que abandonaban a su suerte, sino afirmar su voluntad de entrar ahora mismo al porvenir. Tal decisión se expresaba en el nombre de Perón, como factor de cohesión de las mayorías nacionales y de la ruta al socialismo, como aspiración a que la revolución nacional avance rápidamente hacia el gobierno propio de los trabajadores.

Los votos del FIP no fueron ningún milagro

Todo el país conoció, desde el primer momento, que el FIP apoyaba la candidatura de Perón, porque consideraba que ella encarnaba la soberanía popular. Eso no era una novedad, ya que la corriente de la izquierda nacional fue la única vertiente socialista que defendió con sus propias banderas al movimiento popular desde octubre de 1945. Esa soberanía popular había sido aplastada por la contrarrevolución de 1955 y los gobiernos posteriores. Defenderla era nuestro deber. Pues constituía realmente una utopía reaccionaria pretender luchar por el socialismo, como lo ha predicado siempre la izquierda cipaya, volviendo las espaldas a la reconquista de los derechos democráticos de las mayorías. Esta actitud ponía a prueba el carácter insustancial de tal “socialismo” y la función de “izquierdas de la oligarquía” que siempre revistieron tales grupos en nuestro país. Por esta razón el FIP sostuvo:

1º- Que si Perón no era candidato en las elecciones del 11 de marzo y el peronismo y sus aliados renunciaban a luchar por su candidatura contra la resolución proscriptiva de los tres Comandantes, el FIP sostendría sus candidatos propios:

2º señalamos al mismo tiempo, que a pesar de tales aliados del FREJULI y de que Perón finalmente o fue candidato, el FIP apoyaría en la segunda vuelta al doctor Balbín.

3º Anunciamos que los comicios del 11 de marzo no indicaban una aceptación espontánea de los principios de la democracia por parte de los generales sino el premio parcial de una victoria arrancada a las fuerzas armadas por las masas populares del interior a partir del Cordobazo.

4º Contra los ciegos de izquierda o de derecha que no creyeron en la realización de tales comicios, porque tales gentes tampoco creen en el poder creador de las masas, el FIP se preparó para concurrir a ellos, denunció sus limitaciones al serle prohibido presentarse a Perón y anunció que en caso de triunfo de los candidatos del FIP, nuestro gobierno renunciaría a los 60 días para convocar a nuevas elecciones y permitir la concurrencia del único proscripto el 11 de marzo.

5º Càmpora llevó a la práctica lo que el FIP había preconizado y los comicios del 23 de setiembre perfeccionaron el proceso democrático, incluyendo en la victoria una gran corriente popular que votó por no volviera Perón y contra el socialismo. En las vísperas del 23 de setiembre nadie ignoraba que el FIP había reiteradamente sostenido durante los últimos dos años que no teníamos confianza en los sectores burocráticos, políticos y sindicales del peronismo y mucho menos en sus aliados del FREJULI, para llevar adelante las reivindicaciones básicas de la revolución nacional y la lucha contra el imperialismo. Sistemáticamente explicamos que la oligarquía terrateniente y su aliado imperialista habían sido tan fuertes como para derribar a Yrigoyen en 1930 y a Perón en 1955. Por esa razón se imponía

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eliminar el poder social de la oligarquía y evitar de ese modo al pueblo argentino nuevas restauraciones.

Para las grandes masas populares la bandera del FIP apareció como la de un movimiento que había entregado sus banderas al régimen oligárquico y para obtener beneficios económicos y políticos concretos. La campaña esclarecedora llevada a cabo antes y después del 11 de marzo mostró a millones de argentinos que el FIP se distinguía como la única nueva corriente contra-revolucionaria, próxima al peronismo, pero independiente de él, que ofrecía un programa transformador de la sociedad argentina.

¿Qué debemos hacer ahora?

El gobierno del general Perón triunfa cuando al otro lado de los andes cae el gobierno del doctor Allende. En América latina el imperialismo conspira sin cesar para apuntalar a gobiernos populistas latinoamericanos que servirán a sus intereses y le permitirán incrementar su cuota de ganancias. No hay mejor modo de entregar la soberanía popular encarnada en Perón que luchar para que el actual gobierno de Lanusse avance hacia el pleno dominio nacional sobre todas las ramas de la economía que permanecen en manos del capital extranjero o de sus aliados nacionales. Si la oligarquía terrateniente conserva la propiedad de sus grandes estancias o si los trabajadores, empleados y técnicos no ascienden al nivel de las grandes decisiones políticas, no habrá garantía alguna de que el triunfo electoral del 23 de setiembre, dolorosamente conquistado tras 18 años de retroceso, no sea eclipsado por otra contrarrevolución.

Para ello es preciso que los trabajadores y el pueblo ejerciten su derecho a hacer política sin intermediaciones burocráticas: organizándose en juntas populares en fábricas, barrios, oficinas y lugares de estudio; discutiendo los problemas del país; defendiendo el gobierno popular, impulsándolo con la acción creadora que surge de la actividad consciente de las masas populares; luchando por la patria socialista. Para eso, el Frente de Izquierda Popular continúa su acción. Si nos escribe o se llega a uno de nuestros locales le diremos cómo organizarse para la lucha y seguramente también usted nos enseñará a hacerlo mejor. Si usted no votó por el FIP con los 900.000, súmese ahora a ellos.

JUNTA NACIONAL DEL FIP Buenos Aires

13. LA PROVOCACIÒN TERRORISTA

El triunfo de Perón desencadenó la alegría de la oligarquía, que empezó a conspirar, y de los grupos terroristas, que habrían de proporcionar, enmascarados de “peronistas”, el pretexto más eficaz para justificar el golpe militar de 1976.

El 23 de diciembre se reunió la Junta Nacional del Frente de Izquierda Popular para analizar los hechos ocurridos en la ciudad de Azul y sus secuelas políticas. Al finalizar la reunión, se expidió el siguiente comunicado:

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Los sucesos de Azul ponen de relieve el carácter socialista, popular y nacional del grupo terrorista atacante. El destinatario del golpe es el Ministro López Rega, instalado en el poder hace tres meses. Su beneficiario directo es el imperialismo extranjero, así como la oligarquía interna. El Frente de Izquierda Popular recuerda que tanto la tradición del movimiento obrero revolucionario como los clásicos del socialismo han juzgado severamente los golpes terroristas. Sus miembros se reclutan entre la pequeña burguesía desmoralizada o sobrevivientes de los partidos de la izquierda cipaya, como el FIP, abrumados de fracasos. De allí su carácter reaccionario y su hostilidad orgánica contra los grandes movimientos nacionales de los países semicoloniales. Por otra parte, en esta crisis se advierte a muchos partidos y sectores de la ex Unión Democrática que pretenden atribuir a supuestos o reales errores de Perón parte de la responsabilidad por lo ocurrido. En realidad, tales partidos y personajes, que el pueblo conoce muy bien, se preparan a ayudar a otro derrocamiento y a participar en una jornada análoga a la del 16 de setiembre de 1955.

Es para lo único que sirven terroristas y “demócratas”. En este momento y de manera categórica, el Frente de Izquierda Popular apoya sin vacilaciones al gobierno de Perón, y continúa su lucha por una Argentina liberada en el camino hacia una patria socialista.

Jorge Abelardo Ramos Febrero, 1974.

14. ADIOS AL CORONEL

El lunes 1ª de julio de 1974 me llamó por teléfono el ministro del interior, Benito Llambì. Había muerto el presidente. Después de saludar a la señora de Perón en la quinta presidencial de Olivos escribí mi último saludo al gran argentino.

Acaba de morir Perón, cuya inmortalidad aseguraban estúpidamente algunos de sus adictos más devotos. Pero había algo de verdad en semejante idea, pues a este hombre singular podían aplicarse las palabras de Bismarck: “Todo hombre es tan grande como la ola que ruge debajo de él”. La ola de Perón no era el ejército prusiano sino la multitud innumerable que transmitiría su memoria al porvenir. Cabe decir de él, como de Yrigoyen y de Mitre, que fue “el más odiado y el más amado de su tiempo”. Su tiempo comenzó en una madurez avanzada, a los cincuenta años. Cuando los coroneles se retiran o ascienden a generales para proyectar su retiro y concluir ordenadamente su vida, le tocó a Perón lanzarse a una aventura histórica, de una turbulencia e intensidad pocas veces conocida.

Ingresó a la acción pública cuando terminaban al mismo tiempo la crisis, la Década Infame y la Segunda Guerra Mundial imperialista. La neutral Argentina gozaba de prosperidad. Poco a poco la desocupación de los años duros era absorbida por el impulso industrial creado a consecuencia del conflicto bélico y de la bancarrota del 30. Los peones se hacían obreros y las chicas del servicio doméstico, humillado y martirizado, ingresaban a las nuevas fábricas. Pero al llegar a las ciudades, no había lugar para ellos ni en los partidos políticos de izquierda, ni en los antiguos sindicatos influidos por tales partidos. Los trabajadores que se harían peronistas en 1945 descubrieron un sistema político fuertemente impregnado de la influencia anglosajona.

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La herencia del viejo partido de Yrigoyen había caído en manos de los alfonsinistas, amigos de Inglaterra, de la CADE y de los conservadores liberales. De Lisandro de la Torre, los demócratas no querían ni acordarse: participaban en amables tertulias con los protectores de los asesinos del senador Bordabehere, para urdir el ingreso de la Argentina a la segunda gran guerra de las democracias coloniales. Naturalmente, el Partido Socialista fundado por Juan B. Justo, integraba tales reuniones, que prologaban la inminente Unión Democrática. Para no ser menos, el Partido Comunista, inspirado por Vittorio Codovilla (bajo la luz bienhechora de Stalin) era uno de los artífices de tal alianza, que pretendía reproducir en la Argentina el pacto de los Tres Grandes y los acuerdos de Yalta. Estos pactos se traducían al castellano mediante la exigencia de sustituir la lucha contra el imperialismo por la lucha contra el fascismo. Como el fascismo era desconocido en al país, se idealizaba la presencia del imperialismo “democrático” y se recomendaba a los obreros de los frigoríficos no pedir aumentos de salarios para no dificultar “la lucha de los ejércitos que luchaban por la libertad del mundo.” Por su parte, la burguesía industrial era tan débil que ni siquiera contaba con un diario propio.

Al irrumpir en la historia, Perón se enfrentó a este cuadro. Su robusto realismo político le permitió advertir que el país se encontraba en el umbral de una nueva edad. Muchos lo habían anunciado y hasta habían llamado a esa hora del destino: Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Manuel Ortiz Pereira, el general Savio, el capitán de fragata Oca Balda, el ingeniero Alejandro Bunge, Joaquìn Coca, Manuel Ugarte. Desde el campo del yrigoyenismo revolucionario, del nacionalismo burgués, del nacionalismo tradicional, del socialismo clásico y hasta del marxismo no staliniano, argentinos resueltos habían preconizado la necesidad de concluir para siempre con la vergüenza de la factoría inglesa, hermoseada con poetas anglomanìacos, con izquierdistas de Su Majestad o con trogloditas del Nuevo Orden.

Perón resumió a su modo algunas de esas aspiraciones explícitas. Encarnó las esperanzas latentes de las grandes masas que carecían de voz y los intereses de la nueva burguesía así como llevó a la práctica el nacionalismo militar concebido por el General Savio. Esa síntesis fue su fuerza y su justificación histórica. Pero cada vez que una corriente nacional brota en América Latina, los doctos sabihondos se precipitan al error con un olfato infalible. Pulularon en la época múltiples teorías sociológicas, que habrían erizado de risa o de cólera al viejo Marx, ya que muchos de sus apologistas invocaban nada menos que a semejante maestro. Desde 1944, cuando Perón pronunciaba sus primeros discursos en los balcones de la calle Perú, las preguntas o afirmaciones más corrientes eran: ¿Es fascista? ¿Es falangista? ¿Es un candidato a dictador? ¿Es un agente alemán? Aquéllos que tenían el dudoso gusto de leer la folletería de la “izquierda rooseveltiana” añadían con sabio misterio:”es un caudillo del lumpemproletariat”. Parece mentira, pero tales gentes de hace treinta años tiene prole ideológica, que repite las mismas vaciedades en nuestros días.

Perón fue el jefe de un movimiento nacional en un país colonizado. Su poder personal emergió de la impotencia de los viejos partidos que se negaron a apoyarlo en 1945 y que prefirieron aliarse con Braden. Ese poder personal perduró como un factor arbitral en una sociedad inmadura. Adquirió por momentos un franco carácter bonapartista. Este fenómeno es habitual en los países del llamado Tercer Mundo, pues francamente se revela como una verdadera necesidad general, para resistir la intolerable presión del imperialismo, altamente concentrado en su poder y dirección. Las contradicciones que se le reprochaban a Perón no eran sino la expresión personal de las clases sociales nucleadas en su torno y que el caudillo representó a lo largo de toda su carrera. No fue un “agente de la burguesía industrial” ni un “caudillo del proletariado”, ni mucho menos un “líder de poder carismático”. El vocablo

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“carisma” refleja la pobreza científica de la sociedad norteamericana, que ahora apela a la magia. El influjo de Perón no era sobrenatural o inexplicable. Consistía en interpretar el estado de ánimo y los intereses de las grandes masas y clases oprimidas. Cuando lo lograba, ese poder era tan inmenso como la energía de las multitudes que hablaban a través de él. En otras ocasiones, ese poder era el de un ciudadano corriente.

Perón e Yrigoyen fueron los dos grandes caudillos nacionales en lo que va del siglo. Nadie podrá imputarle a lo largo de su prolongada lucha que haya sido infiel al programa que propuso al país en 1945. No fue un fascista, por supuesto, ni un socialista, naturalmente. Los gorilas del 45 no comprendieron lo primero, ni muchos de sus hijos, lo segundo. Perón siempre aspiró a ser él mismo su propia izquierda y su propia derecha. Como luchó por desarrollar un capitalismo nacional (estatal y privado) contra la sociedad inmóvil de la hegemonía terrateniente, ésta lo declaró indeseable, lo derribó y lo expatrió durante 18 años. El pueblo, sin la ayuda de los sociólogos, comprendió que sólo un patriota podía merecer tal castigo. A tal odio, respondió con un amor equivalente.

Perón intuyó erróneamente su próximo fin. El discurso del 12 de junio, que declaraba al pueblo el único heredero de sus banderas, constituyó el testamento político de este varón singular, que entró en la muerte tan oportunamente como había irrumpido 30 años antes en la historia.

15- 1974: EL AÑO DE LA PESTE

El año 1974 fue dramático por varias razones. Era la “derrota en la victoria”. Grandes argentinos, empezando por Perón, murieron sucesivamente. El terrorismo, quizás guiado por manos ocultas que sólo podían responder al interés extranjero, alcanzó un ritmo demencial. El gobierno comienza a girar sobre sí mismo, aturdido ante sus inmensas responsabilidades. Revelaciones posteriores indican que el grupo de Martínez de Hoz inició sus tareas democratizadoras, que culminarían en marzo de 1976, justamente en 1974, al morir Perón. En diciembre del año fatal escribí el artículo que va a leerse.

A comienzos del año 1973, el vasto movimiento de masas que había asestado en 1969 un golpe mortal a la dictadura militar oligárquica, crecía sin cesar. Al obtener su victoria parcial con el triunfo de Càmpora, se preparaba un nuevo avance con el triunfo aplastante de Perón el 23 de setiembre. Parecía desvanecerse como una pesadilla el pesado fardo de los 18 años de reacción política y social.

Algunos signos, sin embargo, presagiaban graves problemas: la ola de terrorismo no decaía sino que, por el contrario, tendía a aumentar y multiplicaba sus víctimas. A las 48 horas del triunfo del FREJULI y del FIP en el 23 de setiembre, un grupo afín al peronismo asesinaba a Rucci, secretario de la CGT y oscurecía el significado del gran acontecimiento en el espíritu público. El sector juvenil pequeño burgués recientemente incorporado al peronismo y algunas de las “formaciones especiales” ( alentadas y así bautizadas por Perón en la época de la dictadura militar) se volvían ahora contra el mismo Perón y le fijaban condiciones para

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continuar brindándole su apoyo. Ya el 20 de junio de 1973, el regreso de Perón había concluido en Ezeiza con una masacre.

Pero de todos modos parecía que los malos años habían quedado atrás y que, al fin y al cabo, la presencia del anciano caudillo en tierra argentina, su ascenso a la presidencia y el triunfo popular abrían un período nuevo y fecundo en la historia nacional. Todo el mundo tenía la sensación de que, por lo menos, los asuntos del estado no serían resueltos por la voluntad de tres comandantes sino por un gobierno representativo, apoyado por la libre elección de siete millones y medio de argentinos.

Contra todo lo esperado, el año 1974, que acaba de concluir, comprimiría en poco más de 300 días, dramáticos acontecimientos en las filas del movimiento justicialista. Adquirió tal trascendencia histórica y tal densidad trágica que no hemos vacilado en calificarlo como el año de la peste. Ha sido el año de la muerte de Perón, un hecho largamente deseado por el viejo patriciado y que, paradójicamente, llenó de temor y de incertidumbre aún a sus más tenaces enemigos. Ha sido el año de la muerte de Arturo Jauretche y de Juan Josè Hernández Arregui. Fueron asesinados desde Ortega Peña y Silvio Frondizi hasta Arturo Mor Roig, Giordano Bruno Genta y el comisario Villar, desde docenas de obreros y estudiantes hasta innumerables militares, sindicalistas y policías.

En 1974 desaparecieron nuestros compañeros Alfredo Terzaga, el más brillante escritor de Córdoba y uno de los primeros del país, cuyo libro inédito Historia de Roca, pronto saldrá a la luz. Carlos Llerena Rosas y Tomás Guillermo Burns, asimismo militantes del FIP, cayeron asesinados. Murió Aino Cristensen, nuestra querida compañera de Salta. Dijimos adiós a Bernal, otro militante entre nosotros que traía consigo el eco de la España revolucionaria. Sea porque la vida concluyó para ellos, sea por obra del crimen, entre ellos figuran algunos de los compatriotas y compañeros más eminentes. El año 1974 quedará en el recuerdo con el gusto amargo que despierta la rutina de la muerte. Por esa razón no caben dos interpretaciones diferentes acerca del terrorismo desatado.

La Revolución Libertadora desencadenó algunos atentados, pero el triunfo del peronismo ha bañado de sangre el país. Esto quiere decir que los terroristas (de la microizquierda o de la microderecha) se proponen dejar el terreno limpio para que ocupe el lugar una dictadura imperialista: la de Perón.

Las mejores medidas del gobierno, por lo demás notablemente moderadas, están ensombrecidas por la furia homicida de los grupos paraestatales y de sus hermanos gemelos del otro lado: aquéllos que matan al niño de Laguzzi se equiparan, por el contexto histórico y político de sus actos, con los que matan a la hija del capitán Viola. No hay diferencias entre los asesinos de ambos bandos. Los que se creen de izquierda, ya han ingresado a la psicopatía criminal. Son los que no se revuelven contra la sociedad capitalista sino contra cualquier tipo de organización social. Han pasado, muchos de ellos, de la degradación política de la izquierda cipaya, del oportunismo, al aventurerismo y de allí al terrorismo. En ninguno de tales grupos ha quedado un gramo de ideología socialista o nacional. Al abrazar la violencia por la violencia misma, se han sustituido a la clase obrera y al pueblo, se han declarado vengadores del universo y han intentado engañar al pequeño burgués desorientado e indefenso que llevan adentro con la ficticia omnipotencia que otorga una pistola. Los terroristas de la “derecha”, sean elementos pro fascistas, ex policías, policías en actividad o miembros de las FF.AA., cometen sus actos de

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terror y sadismo en nombre del orden y como venganza por los crímenes cometidos por los anteriores. Pero así como los terroristas de la “izquierda” sólo preparan con sus actos el camino a una dictadura del gran capital, los terroristas de la “derecha”, que actúan en nombre de la patria y en pro del actual gobierno, sólo contribuyen, junto a los anteriores, a facilitar el derrocamiento de Isabel. Como ha ocurrido siempre en la historia, ningún terrorista ha recogido para sí mismo los frutos funestos de su acción. Las clases sociales dominantes los impulsan y luego los eliminan.

El papel de la personalidad ha sido siempre un tema de discusión histórica. La brusca desaparición de Perón en 1974 agrega nuevos elementos de juicio para avivar el debate. Pero lo que no ofrece ninguna duda a seis meses de su muerte, es que los herederos, que constituyen un equipo político notorio, no han logrado imprimir a su acción un sentido de continuidad histórica por lo que resulta evidente que la gran herencia se encuentra en peligro. La famosa verticalidad de que se habló siempre en el peronismo, era expresión de la decisiva influencia ejercida por el Ejército en la fundación y organización de ese movimiento en 1945.

Pero sin la presencia de Perón, ese verticalismo está sujeto a discusión dentro del peronismo. Si no asume estado público, sólo se explica por la influencia que ejerce el Estado sobre el partido. Todas las clases, tendencias, grupos y perspectivas ideológicas que encierra el peronismo, están sofocadas por la hegemonía del estado y por el control que el núcleo dirigente ejerce sobre el estado. Pero esto no quiere decir que tales componentes dinámicos no vivan en el peronismo. Si la conducción política actual del gobierno no acierta a encontrar el rumbo para llevar la revolución nacional hacia adelante y

Si hace excesivas concesiones al Ejército de Lanusse, que es el actual Ejército;

Si favorece el ingreso del capital extranjero según los puntos de vista del doctor Gómez Morales;

Si no replantea una vigorosa democracia sindical que liquide las cristalizaciones burocráticas del pasado;

Si no tiende un puente hacia las aspiraciones democráticas y nacionales de la pequeña burguesía en el área de la educación, la cultura y la Universidad, así como en el respeto de las libertades públicas y personales;

Si no avanza hacia la reconquista de las grandes inversiones imperialistas en la economía argentina;

Si no reformula una ley agraria, que costó el cargo al ingeniero Giberti, y la vida a nuestro compañero Llerena Rosas y suprime a la oligarquía terrateniente;

Si no se advierten y alcanzan tales metas, el gobierno sin Perón tropezará con el mismo abismo que enterró a Perón en el año 1955.

En el otro polo, la oposición de los “nueve”, de Balbín a Coral, con el piadoso, obediente y “rebelde a reglamento” doctor Alfonsín, se ve ampliada con la reiniciación política del general Lanusse. La doctrina del antiperonismo clásico es dejar que el justicialismo pierda s pelo uno a uno, como poncho de pobre. Quieren esperarlo en 1977, e írsele encima. La historia

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es más astuta que el cazurro jefe de un radicalismo moribundo. Dejemos los cálculos para otra oportunidad. Si Balbín extrema sus cuidados para no herir gravemente al gobierno exhibiendo sus torpezas (¡Ottalagano dixit!) no es justamente porque el radicalismo no se sienta alarmado por los avances de estos neo-hombres de Neanderthal que han aparecido en la superficie de nuestra tierra, sino porque Balbín teme que una crítica aguda de tales errores preste a los sectores militares los argumentos políticos y la base civil para un nuevo pronunciamiento del ejército. En este caso, los militares no trabajarían para Balbín. Entonces, ¡adiós 1977! De modo que Balbín se ha compuesto un estómago de hierro y traga todo cuanto ocurre como si el menú del gobierno fuera pura sopita liviana.

Digamos adiós a este funesto 1974. Afirmemos nuestra confianza en la clase obrera, en el pueblo argentino, en las masas inmensas que cambian el rumbo de la historia. Al fin y al cabo, nosotros, que hemos votado la fórmula Peròn-Peròn, y que no votamos a Càmpora porque esa fue la fórmula que impuso Lanusse al proscribir a Perón, no estamos comprometidos con este gobierno, sino con la revolución nacional y con los trabajadores. Sostendremos este gobierno porque es el resultado de un paso hacia adelante que el país dio hace un año y medio; pero no suscribimos los pasos atrás que este mismo gobierno esté dispuesto a dar para sobrevivir. Porque sobrevivir, no es vivir; y los argentinos quieren vivir, es decir, irrumpir al futuro y construir una nueva sociedad. La palabra socialismo posee ese significado. Que el año aciago de la peste sea olvidado. Tierra sobre él y eterna memoria para los grandes argentinos que en él murieron.

16. LA REPRESION BAJO EL GOBIERNO PERONISTA

En nombre del FIP y ante la represión desatada bajo el gobierno elegido por el pueblo, dirigí al doctor Rocamora, ministro del interior del gobierno de la presidente María Estela Martínez de Perón la siguiente carta.

Señor ministro del Interior Doctor Alberto Rocamora

De nuestra consideración:

Nos dirigimos a usted a fin de poner en su conocimiento la resolución que adoptó la Junta Nacional del Frente de Izquierda Popular en su reunión de la fecha, y que dice:

“El Frente de Izquierda Popular ha sufrido desde el 15 de junio de 1972, en que fuera reconocido por la Justicia Electoral como partido nacional, ochocientas cuarenta y dos detenciones; ciento setenta y seis de ellas son posteriores al 25 de mayo de 1973. Como es sabido, el FIP sostuvo tradicionalmente el apoyo al movimiento peronista, como expresión de la soberanía popular en lucha contra el imperialismo y la oligarquía y su independencia en la lucha por el socialismo y nunca se alió a las fuerzas reaccionarias que lo derrocaron en 1955, ni a los traidores de aquel setiembre que hoy dirigen la Universidad de Buenos Aires. En marzo de 1973 llevó su fórmula propia, ya que como le expresáramos al general Perón, no estábamos dispuestos a apoyar a otro candidato que no fuera él. En las históricas elecciones de setiembre contribuíamos con toda nuestra fuerza militante y política en la campaña electoral de la fórmula Peròn-Peròn, llevando en boleta propia dicho binomio.

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A partir del fallecimiento del presidente Perón han comenzado a darse una serie de actos de gobierno contra nuestro partido. Fueron allanados nuestros locales en Río Gallegos, La Rioja, Avellaneda y San Juan. Anteriormente había sido declarado prescindible el ingeniero Juan Carlos Medrano, dirigente nacional de nuestro partido, por parte del administrador de YPF el 26 de marzo de 1974.

En el curso del pasado mes, fueron detenidos el Secretario General del FIP en Santa Cruz, señor Roberto Godoy y puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional por decreto nacional Nº 1391/74 el apoderado en la Provincia de Córdoba del FIP, doctor Abraham Cosack; el señor Simón Antonio Gómez, secretario general del FIP en Catamarca, ha sido detenido hoy en su provincia por personal que se identificó como de la Policía Federal Argentina.

Deseamos denunciar con toda energía esta impostura y perseguiremos judicialmente a los inescrupulosos funcionarios policiales. También fue detenida allí la señora María del Carmen Castillo, secretaria adjunta de la junta provincial de Catamarca. Existe además un decreto número 1438/74, por el cual el presidente del FIP en Catamarca, doctor Rafael Mardonio Díaz Martínez fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, si bien no se ha procedido aún a su detención.

El pasado 8 de noviembre a las 20 horas nos fue informado que el Ministro de Defensa había prohibido la Convención Nacional de nuestro partido, que se debía realizar el 9 y 10. Ello significó $ 12.500.000 pérdidas que a pesar de las rectificaciones oficiales no nos serán restituidos.

Por lo demás permanecen impunes los asesinatos del militante Guillermo Tomás Burns en la ciudad de Cosquen, Córdoba, 14 meses atrás y el del dirigente nacional ingeniero Carlos Llerena Rosas, asesinado el último 30 de octubre, quien además era funcionario de un organismo oficial ( el INTA) aunque sin embargo, ninguna expresión oficial hubo ante su asesinato.

Si el poder oligárquico actuó de ese modo, se explica el fondo histórico de la actual violencia terrorista. Pero es preciso establecer categóricamente que si el movimiento nacional hoy en el gobierno, que el FIP apoyó con plena independencia, vuelve indiscriminadamente el poder del Estado contra aquellos que desean impulsar la revolución nacional hacia adelante y no sabe distinguir entre terroristas contrarrevolucionarios y argentinos revolucionarios, creará las condiciones de su propio derrocamiento, como ocurrió en 1955. La historia no llama tres veces. La única política idónea para concluir con el terrorismo, es no interrumpir la revolución votada por las masas populares el año 1973. Para ello es preciso democratizar la vida sindical, democratizar la universidad y desenvolver en el área económica la política del crecimiento sofocado hasta ahora por el imperialismo y sus aliados internos.

Por su mismo carácter grandioso, tales tareas no pueden hacerse sin la intervención decisiva y creadora del pueblo en todos los niveles de la decisión política y económica. No ha habido en la historia funcionario o técnico sabihondo que pueda hacer una revolución por sí mismo. Por el contrario, los burócratas generalmente las estrangulan. El viejo aparato del Estado oligárquico, heredado por el actual gobierno, resistirá el proceso de avance y conspirará para impedirlo.

Los ataques y limitaciones que hemos padecido hasta hoy no nos harán desviar un milímetro de nuestras coincidencias con las banderas del ’45, que son más importantes y

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trascendentes que algunos reaccionarios que hoy pretenden usufructuarlas. Hemos enlazado tales divisas con los estandartes del socialismo latinoamericanos y nada ni nadie podrá desanudar esa formidable fusión.

Al cumplir este mandato de nuestra Junta Nacional, saludamos al señor ministro muy atentamente.

JORGE ABELARDO RAMOS Presidente de la Junta

Nacional

LUIS MARIA CABRAL Apoderado Nacional

17. LOS DOS EJERCITOS Y EL RADICALISMO

El papel sinuoso del radicalismo ante las dificultades que atraviesa el gobierno de Isabel Perón se demuestra en un debate sobre el carácter del Ejército Argentino. “Izquierda Nacional” publica en julio de 1975 el siguiente artículo.

La Unión Cívica Radical de Balbín y Alfonsín se ha constituido en el eje de un bloque de partidos opositores que reconstituye la vieja Unión Democrática de 1945: allí están los “comunistas” de Fernando Nadra, las partículas supérstites de la UDELPA aramburiana, los grupúsculos “socialistas” que sobrevivieron al naufragio del juanbejustismo y los “cristianos- revolucionarios-libertadores” de Horacio Sueldo. A todos ellos se agregaron últimamente los jefes del Partido Auténtico, que también bailan la música que ejecuta Ricardo Balbín.

Desde esa jefatura virtual de la oposición, la UCR adopta el papel de fiscal de la República y guardián de las instituciones. Como boy scouts del Orden Constituido, los radicales se sienten llamados a realizar cada día una buena acción republicana: hoy suscriben con los “auténticos” una declaración contra el antiterrorismo, mañana se pronuncian junto a los propietarios de los diarios a favor de la libertad de prensa, pasado mañana rinden homenaje al golpe de 1955 y reclaman el respeto a las reglas de juego democrático.

Esa historia del Ejército está escrita y puede leerse en los libros que Jorge Abelardo Ramos dedicó al tema, aunque es posible que Fernández Valoni no haya necesitado consultar otra fuente que su propia experiencia como militar, ya que él fue uno de los oficiales argentinos que quiso estar del lado nacional cuando los trabajadores y vecinos del interior realizaron las puebladas de 1969, y por ese pecado fue sancionado por los generales que usurparon el poder en 1966.

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Pero los radicales no recuerdan esa historia, o se hacen los sordos. Por esa razón emitieron una extensa declaración algunas horas después que Fernández Valoni hiciera pública su opinión. El documento de la UCR asegura que de ningún modo puede hablarse de dos ejércitos, que hacerlo implica menoscabar la institución y pretender dividirla. De ese modo, la UCR- que colaboró con sendos ministros del interior, Alconada Aramburù y Mor Roig, en las dictaduras de Aramburu y Lanusse- pone en claro el conservatismo visceral de su política, para la que cuenta más la ficción institucional que la realidad de la sociedad argentina, de sus luchas por la independencia y la justicia. Al defender la unidad del Ejército, Balbín defiende el Ejército de Lanusse, cuyos cuadros no han variado sustancialmente: defiende el Ejército de la Revolución Libertadora, con sus “paracaidistas” ascendidos por “méritos revolucionarios”. No defendió en cambio la presunta unidad cuando el general Aramburu fusiló al general Valle y a otros oficiales que salieron a la lucha para reconquistar la soberanía popular. No defendió a los oficiales sancionados después del Cordobazo por recordar el ejemplo sanmartiniano de negarse a desenvainar la espada contra el pueblo.

Mal podría el Ejército, o cualquier otra institución, pretender haber consumado su unidad cuando el país no ha realizado aún su liberación definitiva. Una unidad conseguida al margen de ese proceso de la liberación no podría ser otra cosa que la unidad contra el populismo conservador, una unidad de élite.

Una ola de huelgas y movilizaciones obreras conmueve el país en respuesta a un plan económico que refleja el abandono de aquel curso revolucionario y arriesga dejar en el camino las grandes banderas del movimiento nacido en 1945. La Junta Nacional del FIP a raíz de estos acontecimientos emitió el 12 de junio una importante declaración, algunos de cuyos tramos más significativos se reproducen:

“Hoy más que nunca, es preciso estrechar filas en defensa activa de las grandes banderas de la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social. Sólo la movilización obrera y popular, como en todos los grandes momentos de nuestra historia, puede imprimir modificaciones de rumbo que la hora requiere. Como a la izquierda de la Revolución Nacional, el Frente de Izquierda Popular apoyará todos los pasos e iniciativas de la clase trabajadora y del movimiento obrero en defensa del nivel de vida y la liberación. Es preciso romper definitivamente con las barreras alzadas por el privilegio oligárquico e imperialista. En la hora de la declinación mundial del capitalismo, que es la hora de los pueblos, no se puede temerle al futuro. Llamamos a luchar y a robustecer al Frente de Izquierda Popular, como garantía contra el retroceso que hundiría a nuestro país en la dependencia y el caos.

Sólo el socialismo salvará al país del estancamiento y de la crisis. Con las banderas del socialismo y del 17 de Octubre, el Frente de Izquierda Popular llama a fortalecer un gran frente de lucha por la liberación definitiva de los argentinos.”

18. LOS GRANADEROS CONTRA EL GOBIERNO NACIONAL

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El 3 de noviembre de 1975, con la conspiración militar-oligárquica en plena marcha, fui entrevistado por la TV y la radio. La prensa escrita, como siempre, omitió toda mención. He aquí una síntesis de mis declaraciones.

Consultado sobre las implicancias políticas y sociales del “paro” ganadero, Ramos afirmó que” la clase de los grandes latifundistas de la Argentina- que es la clase de más arraigo y el elemento del sistema dominante que más gobiernos ha derribado, por su enorme poder económico y social en la historia nacional- ha desencadenado un paro arrastrando a los pequeños productores rurales... para los cuales el Frente de Izquierda Popular reivindica la necesidad de consolidar su propiedad… y la ratificación de mejores precios en el orden de la producción agrícola.. “El paro de los granaderos”, continuó Ramos, “tiende a impedir el desarrollo de ese programa y retrotraer la situación a las condiciones en que la hegemonía oligárquica imponía su ley en el país, y en que los señores Alsogaray y Manrique podían determinar la entrega de la riqueza nacional y aun firmar órdenes de fusilamiento.”

Más adelante, el presidente del Frente de Izquierda Popular recordó que “el Consejo Agrario Nacional, en un informe dado a conocer por el doctor Curzak, su presidente… nos informa que en la zona pampeana hay tres mil propietarios que son dueños de estancias de más de diez mil hectáreas, repito” enfatizó Ramos, “hay un puñado de tres mil grandes ganaderos que reúnen en su poder en la zona pampeana más de cuarenta y cinco millones de hectáreas.”

Consultado sobre las medidas más adecuadas a tomar frente al “paro” ganadero, respondió que “proponemos la nacionalización de las grandes estancias y su transformación en centros productivos apoyados por la tecnología del INTA para que el país tenga carne para el consumo interno en poder del estado”. “Al mismo tiempo”, aclaró, “se debe separar esta situación de la de los pequeños productores, colonos y chacareros, que deben ser abiertamente protegidos en su propiedad y en sus precios.

Más adelante y consultada su opinión al respecto, Ramos afirmó que si bien no faltaban sectores empeñados en la realización de un golpe de estado- lo que, a su juicio, se notaba especialmente en la preparación del clima golpista por parte de la gran prensa-, él era de la opinión de que, entre otras cosas, el Ejército aún no había asimilado la derrota que lo alejó del poder en 1973.

19. AL TERMINAR 1975

Esta nota sobre los frutos del terrorismo y la represión fue publicada en Izquierda Popular a fines de 1975.

Un nuevo pico de furor terrorista recorre el país; en una enérgica declaración dada el 5 de diciembre, el Frente de Izquierda Popular señala entre otras cosas:

“Que estos hechos forman parte de una siniestra conjura antinacional en la que se unen bandas armadas aparentemente enfrentadas, pero con un solo objetivo: destruir al gobierno, restaurando de manera plena la vigencia del terror oligárquico, suprimiendo las organizaciones obreras, entregando el país a la voracidad del capital extranjero como en los tiempos de la llamada “revolución argentina” y volviendo a la proscripción de las mayorías como sucedió después de 1955.

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Quienes pretenden sofocar la ‘guerrilla’ mediante la venganza, no sólo hacen el juego a los mismos intereses apátridas de sus aparentes contenedores; siembran el terror, no precisamente entre los que usan las armas en el otro bando, sino entre las grandes masas, que lejos de ser convocadas para que jueguen el papel protagónico que les cabe frente a los agentes de la entrega, son marginadas tanto por los ‘factores de poder’ como por el débil gobierno.

Represión y terrorismo contra el FIP

En la madrugada del 17 de noviembre último, fuerzas combinadas del Ejército y la Policía allanaron la casa de los compañeros Luis Verdi y Mirta Atencia, dirigentes del FIP en Formosa y los detuvieron. Tres días más tarde, luego que el Juez Federal otorgara la libertad de ambos, el jefe de la guarnición militar de aquella provincia, teniente coronel Oliva, volvía a detener a Mirta, dejándola a disposición del PEN. De ese modo, el jefe militar ponía en tela de juicio el plan político esbozado por el ministro Robledo, consistente en convocar a elecciones para el último trimestre de 1976. En efecto, no es posible un acto electoral con dirigentes de un partido legal reconocido detenidos o procesados arbitrariamente.

El FIP dijo a Oliva- que aseguró vinculaciones con la subversión de parte de Verdi y de Mirta- que la represión a sus militantes es parte constitutiva de la escalada golpista destinada a truncar el proceso de la Soberanía popular. Quien vincula el FIP al terrorismo, miente a conciencia. En verdad, está atacando al pueblo y a sus derechos del mismo modo que lo hacen los asesinos que destruyeron los locales del FIP de Santa Fe, Santiago del Estero, Formosa, Tucumán, etc.

Ante el mutismo y la inmovilidad peronista, el FIP se ha convertido en la única fuerza nacional que defiende consecuentemente el mandato popular y las causas de los ataques y represiones de que es objeto deben buscarse en esta valiente actitud. Si el terrorismo pro imperialista, disfrazado de ‘guerrilla’ es contrarrevolucionario, también lo es la represión indiscriminada de los dirigentes y militantes populares.

Días antes, en Formosa, había sido cambiado el Interventor Federal. Las causas del relevo de Juan Carlos Taparelli- según pudo saberse en círculos allegados al ex mandatario- estaban directamente relacionadas con controlar el contrabando, poderosa industria montada en varias ciudades fronterizas del país. Taparelli reunió algunas pruebas comprometedoras, que sirvieron no para castigar a los responsables sino para que aquél se fuera de la provincia.

Simultáneamente con el control del contrabando apareció el terrorismo en Formosa, algunas bombas y la barbarie ‘montonera’ del 5 de octubre, dan la pauta de ello. Extraña coincidencia esta, la del terrorismo y el contrabando, que ha terminado según se observa, beneficiando a los grandes pulpos de la intermediación parásita.

A su vez en Tucumán, a raíz del brutal ataque terrorista en la madrugada del 27 de noviembre contra la sede del FIP, el presidente de la Junta Provincial, Pablo Fontdevilla, emitió una declaración donde señala:

“Que dicho atentado constituye una agresión de bandas terroristas enemigas de la soberanía popular que tanto costara al pueblo argentino conseguir, y contra las que el FIP viene luchando militantemente. Del mismo modo, hemos denunciado el carácter imperialista del terrorismo de izquierda y de derecha, grupos insurgentes y contrainsurgentes que se alzan en forma subversiva en contra del gobierno que el pueblo votó`”.

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Por toda respuesta, la policía de la provincia allanó nuestra sede, ocupándola luego e impidiendo el acceso de las autoridades partidarias y procediendo a la detención de los afiliados que concurrieron a informarse de la situación. De esta forma fueron privados de su libertad cinco afiliados, entre ellos el traidor Daniel Campi, quien había entregado a varios compañeros para ponerse a salvo. La policía tucumana demuestra que considera delincuente no a los que ponen bombas sino a sus víctimas.

20.”JAMÀS ESTAREMOS CON LOS ENEMIGOS DEL PERONISMO”

En el número 44 de Izquierda Popular se publicó con ese título esta nota que sintetizaba las opiniones de Jorge Abelardo Ramos, emitidas el 20 de febrero de 1976, sobre los graves peligros que acechaban al gobierno.

Estamos al cabo de 18 meses- la posteridad inmediata de Perón- que han demostrado la imposibilidad, para el núcleo gobernante, de realizar la revolución nacional por la cual votaron las masas populares en los años 46, 52 y 73. Sólo cabe esperar que el país asista a elecciones en el plazo más breve posible, para que en esos comicios la clase obrera y el pueblo determinen cuál será el balance crítico de este gobierno peronista.”

El titular del Frente de Izquierda Popular agregó que “gracias a los extravíos de este gobierno, la vieja y decadente oligarquía argentina- que todos suponían hundida en el pasado- ha mostrado su enorme vigor y su lozanía al articular un gigantesco movimiento de “lock-out” en todo el país, que ha arrastrado a la pequeña burguesía comercial e industrial tras las banderas de la Sociedad Rural y de la derogación de la Ley de Contratos de Trabajo”.

Los extravíos y debilidades del gobierno le han permitido al radicalismo arrancarse la toga, presa de una gran indignación moral. Es el mismo radicalismo en el que Juliàn Sancerni Jimènez, en el año 36, distribuía sobres con 100.000 pesos por diputado para votar la prórroga de la concesión de la CADE. Y el tesorero del comité nacional de Alvear admitiría ante la comisión investigadora de Rodrìguez Conde, en el 43, que recibió el dinero de la CADE para levantar la Casa Radical de la calle Tucumán. De modo que estos moralistas no son los más autorizados para juzgar a este gobierno.

Sobre el rol de las FF.AA., Ramos opinó que “la experiencia vivida entre lo años 66 y 73 debe pesar mucho en el ánimo de los militares argentinos, de una manera abrumadora, como para indicarles cuáles son los peligros que acechan a las FF.AA. en caso de que ellas decidan ocuparse nuevamente de los asuntos públicos sin que hayan sido llamadas ni formadas para tales asuntos.”

Por último el presidente del FIP señaló que “la crisis política y económica no tiene su punto de partida en las argucias del astrólogo y su banda. El origen de la crisis nacional es la pugna entre la sociedad agraria oligárquica y la lucha de Perón para transformar a la Argentina en una sociedad capitalista normal a ejemplo de Europa. Cuando Perón regresó era un anciano enfermo, que murió al poco tiempo. Cuando tenía 60 años y estaba en disposición de seguir, en medio de grandes tropiezos, la marcha que había iniciado en el 45, fue excluido del poder político, transformado en un “leproso”, confinado en la jaula de hierro que le cedió Franco en Madrid y apartado de la lucha política concreta en el país. La expatriación de Perón es el crimen

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mayor de la oligarquía y la responsabilidad común en esa expatriación pertenece al señor Balbín, a los Manrique, a los Alsogaray y a los demócratas progresistas, al Partido Comunista y a todos aquéllos que formaron parte del sistema antiguo de dominación en el Plata. Hoy, con una exclamación de júbilo inocultable, los agentes del capital extranjero, los antiguos mayordomos de la CADE, los empleados de los terratenientes, los abogados de las viejas empresas de servicios públicos, los antiguos y los nuevos diputados, se lanzan alegremente a picotear el gigantesco cuerpo moribundo del peronismo

21. EN VISPERAS DEL GOLPE MILITAR

En marzo de 1976 Izquierda Nacional publicó esta nota, con el título “Presos del FIP ¿hasta cuándo?

Acaban de ser puestos a disposición del Poder Ejecutivo Nacional los compañeros chilenos Manuel Camilo González del Río y Enrique Sepúlveda Quezada. Arbitrariamente detenidos por la Policía Federal, sin que exista sobre ellos ningún cargo y habiéndose comprobado su absoluta desvinculación con el terrorismo, los dos compatriotas chilenos ligados desde hace años a la Izquierda Popular, se encuentran a disposición del PEN en la cárcel de Villa Devoto Refugiados en nuestro país se vincularon con el Frente de Izquierda Popular, el que se ha responsabilizado de toda su actividad pública y privada.

La situación de los compañeros se suma a la de la larga lista de detenidos que ostenta el FIP: Simón Gómez y María del Carmen Castillo, en Catamarca; Mirta Atencia y Luis Verdi, en Formosa; Abraham Kosack, a disposición del PEN y fuera del país, Carlos Martin, en Viedma. A todos ellos se suma la reciente detención en Santa Fe de Justo Roberto Goncebate, ex candidato a vicegobernador por el FIP en aquella provincia. Todos ellos dirigentes provinciales del Frente de Izquierda Popular a quienes el gobierno ha privado de su libertad y por ende de la posibilidad de continuar su lucha en defensa de la soberanía popular, contra gorilas y golpistas que atentan contra el propio gobierno.

Es indudable que la provocación imperialista del terrorismo sumada a la incapacidad del gobierno peronista para combatirlo eficazmente en el plano político han dado como resultado un incremento manifiesto en la acción de las Fuerzas Armadas. La persecución a militantes del FIP no puede significar otra cosa que un desborde de la lucha antiterrorista y un avance contra el propio gobierno y contra la legalidad popular que le ha permitido ser gobierno. Si este permanece impasible ante estos hechos, tal como se lo viene haciendo hasta el momento, hace más que dar el visto bueno para su propia sepultura. En este sentido sería de importancia conocer desde qué repartición o qué funcionario aconseja la firma de los decretos para descubrir entonces dónde anida la conspiración actual y la traición futura.

Defender la legalidad del FIP y la libertad de sus militantes es defender la revolución nacional, la soberanía popular y las conquistas sociales. Quien ataca lo primero terminará sin duda luchando contra lo segundo.

22.- 1976-1980: AÑOS DE REPRESION

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El FIP se caracterizó durante los años más crueles de la dictadura por combatirla por medios políticos toda vez que pudo hacerlo. A pesar de la censura y autocensura de la prensa (la radio y la televisión permanecieron mudas para nosotros durante seis o siete años) las posiciones del FIP lograban filtrarse circunstancialmente y daban al pueblo expresión a sus aspiraciones. Publicamos numerosos folletos estudiando el mecanismo histórico y económico del régimen y formulando los pronósticos adecuados a los resultados que cabían esperar el plan de Martínez de Hoz.

Fueron víctimas de “desapariciones” inducidas por Campi los compañeros Rodolfo Gallardo y Nora Peretti su mujer, ambos abogados, de cristalina conducta profesional y política, vecinos de la ciudad de San Francisco; Molinillo, un estudiante santiagueño y Sánchez, obrero de ingenio en Tucumán. Nuestra candidata a gobernadora en salta, la escritora Ana María Giacosa fue detenida, así como el presidente del FIP en Santa Fe, el doctor Alberto Geovergia, el doctor Palero, presidente del FIP en Mendoza… la lista es interminable. Por mi parte, fui allanado una vez, otra intentaron secuestrarme, sufrí dos detenciones y fui procesado cinco veces por violar el decreto que declaraba delito ejercer la acción política. Todos los empleados del Estado o docentes que hubieran pertenecido al FIP eran declarados cesantes o prescindibles. Esto no era novedad, pues ya en el gobierno peronista a cuyo triunfo contribuimos, había ocurrido lo mismo.

Bajo el régimen de Martínez de Hoz y su guardaespaldas militar, el ilustre pensador contemporáneo general Albano Harguindegui- ambos cazadores de venados y otras presas- empezamos a publicar La Patria Grande, donde escribí en 1980 lo siguiente:

AL SALIR DEL TUNEL

Resulta muy aleccionante que entre 1955 y 1980- la edad de una generación- la atormentada realidad argentina haya podido comprimirse en la visión de dos grandes artistas: Ernesto Sábato con su novela El túnel y las insoportables obsesiones que la recorren y, en otra franja del universo estético, Carne picada de Jorge Asís. Ambas obras contienen y revelan, entre lágrimas y sarcasmos, los grandes relámpagos internos de una sociedad que los viejos políticos han renunciado a comprender. Pues, en resumidas cuentas, a muchos les resultaría difícil admitir que a partir de la caída de Perón- y no antes- la Argentina conoció de nuevo Ushuaia, fusilamientos ( de los generales Valle, Cogorno y otros), las masacres obreras (en los basurales de Josè León Suárez), el Plan Conintes implantado por Frondizi contra el movimiento obrero, el pedido del canciller Zavala Ortiz a la dictadura brasileña para que el avión que traía de regreso a Perón fuese retenido en el aeropuerto de El Galeao en 1964. Enseguida, el golpe de Onganìa. Luego, el terrorismo naciente de los estancieros y fascistas (Diego Muñiz Barreto y Firmenich), el asesinato de los generales Aramburu y otros, de los dirigentes obreros Vandor, Alonso y muchos más. En fin, tras una pausa milagrosa- la del triunfo del 23 de setiembre de 1973- la precipitación en el terrorismo generalizado: Montoneros, ERP, FAR, las Tres A, los servicios secretos del Estado y las FF.AA. Fue una marea alucinante donde los terroristas y los contraterroristas diezmaron a inocentes de todos los bandos. Y a continuación, el sexenio siniestro que estamos por terminar.

¡Y pensar que lectores desprevenidos se preguntaban con candor, algunos años antes, de dónde sacaba Sábato sus obsesiones y quizá con ironía se interrogaban sobre los artificios a que se libraban en su oficio los extraños magos de la palabra! Pues bien, es preciso reconocer que los novelistas, poetas y profetas de aquella Argentina arcaica penetraron profundamente el

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secreto de sus tranquilas vísperas. Y esta temporadita en los infiernos comenzó justamente a partir del momento en que los “demócratas” y el gran capital extranjero arrojaron del poder al famoso tirano.

El hundimiento de la sociedad victoriana

En grandes líneas, ¿cuál es el “núcleo motriz” de semejante proceso? ¿qué fuerzas empujaron al país hacia la “Pequeña Argentina”? No parece descabellado deducir que semejante parálisis intelectual obedezca al hecho de que los mismos factores que trajeron al mundo hace cien años a una Argentina exportadora y europeizada hasta sus últimas fibras, aquella sociedad victoriana posterior al noventa, que engendró partidos políticos, instituciones y visiones particulares de una cultura de factoría, sean justamente los que impiden que los tripulantes de la gran nave puedan pensar en nada mientras se hunden con ella.

Quizá por tal razón es que percibimos la atmósfera de un fin de época. Claro está que es nuestro deber saber bien qué es lo que queda atrás, ya que de otro modo no podríamos pugnar para abrir el camino a una sociedad nueva. Si no examinamos lo ocurrido, repetiremos la historia.

En términos rigurosos, ya no hay duda alguna de que las grandes fuerzas internas (la oligarquía pecuaria y financiera) y el poder externo han logrado impedir, de diversos modos, pero en particular por la violencia y por la malformación cultural de las horribles universidades y colegios militares argentinos, que el capitalismo pueda desarrollarse en la Argentina. En otras palabras, la oligarquía del país no quiere capitalismo industrial que desarrolle las fuerzas productivas y que obtenga las mismas ventajas de civilización, ciencia, cultura y bienestar que ha logrado ese sistema en Europa y Estados Unidos. ¿No ha permanecido Cuba como factoría azucarera?

Formulado tal concepto central, que desmiente las ilusiones de Marx sobre la penetración del imperio inglés y sus ferrocarriles en la India del siglo XIX como factor de progreso, muchos exégetas nativos del benéfico capital extranjero nos señalarán con un puntero la pizarra donde figuran numerosas empresas industriales de ese origen en países del Tercer Mundo. Se aprovechan de las circunstancias políticas de la región dada: si hay dificultades, cierran las fábricas y se retiran del mercado. Pero la tendencia natural de las industrias del capital extranjero desde 1930 a hoy se define como propensa al monopolio del mercado interno. Se sitúan en ramas específicas: automotrices o petroleras, básicamente. Por el contrario, los grandes países industrializados prefieren invertir y desarrollar otros países avanzados (capitales yanquis en Europa, por ejemplo) porque ciertos grupos prefieren un marco político menos peligroso que los países semicoloniales.

La tentativa del peronismo

Pero lo que es una pura evidencia en la Argentina es que los intereses extranjeros y oligárquicos han obstaculizado con éxito el proceso de crecimiento capitalista y cada vez que han podido (y han podido muchas veces) expulsaron a las fuerzas nacionales del poder, redujeron la política industrial, fabricaron desocupación y facilitaron la emigración de profesionales y técnicos calificados.

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El odio a Perón de la oligarquía y las clases medias de la vieja sociedad agraria en el período 1945-1955, y aún después, se fundaba en que Perón representaba una tentativa para alterar el orden rural y exportador, revolucionaba la estructura del Estado improductivo, incorporaba proyectos de planificación. Pero el capitalismo había dejado de ser moderno en cierto sentido, y sobre todo, se oponía a la modernidad ajena. Aunque la división internacional del trabajo había estallado con la crisis de 1930 y Adam Smith yacía en la tumba hacía mucho tiempo, los Estados-astros- que se habían vuelto proteccionistas (basta señalar el Mercado Común Europeo, las subvenciones a los agricultores en Estados Unidos y las limitaciones para el ingreso de autos japoneses)- persistían y postulan una economía “abierta”, economía que ha dejado de existir en todo el mundo.

Es natural que ante las tentativas del peronismo para tomar el poder, construir la industria pesada, una marina mercante propia, un sistema de seguros y reaseguros argentinos, una flota aérea, una investigación atómica nacional y una red de empresas del estado que contuvieron la presión extranjera sobre la economía del país, la anacrónica rosca del puerto de Buenos Aires no haya cejado en sus propósitos de impedir la grandeza nacional. Pero diremos que la oligarquía derribó a Perón y lo sobrevivió porque:

-. El Ejército argentino carece de una formación nacionalista en materia económica, geopolítica y política.

-.Las Universidades argentinas, desde hace un siglo, producen profesionales que conocen mal el país y sólo procuran el éxito personal.

-.Los nexos con el imperialismo europeo infundían a las clases agrarias, parásitas o productivas, la idea de que el comercio de carnes o granos aseguraría su bienestar con o sin industria argentina, con o sin soberanía.

-.Perón se esforzó por crear un nuevo Estado, pero fracasó en la tarea de crear un nuevo ejército y una nueva Universidad, así como dejó a la oligarquía y a sus instituciones (Cámara Argentina de Comercio, Sociedad Rural argentina, los grandes Bancos y financieras, etc.) en posesión de un poder hasta hoy incontrastable.

Se pierden los vínculos con Europa

Un hecho nuevo, sin embargo, se fue introduciendo lenta e implacablemente en este cuadro. Este hecho es la quiebra de los vínculos argentinos con Europa. Lejos de unirnos, ahora el Atlántico nos separa de los viejos imperios. Europa occidental se ha encerrado en su autarquía económica y Europa del Este, en una autarquía que ellos llaman socialista. A su vez, la Argentina ha perdido sus mercados tradicionales y debe volverse hacia la América latina. Pero no se trata, pura y simplemente de sencillos reemplazos en el sistema comercial. Toda la vieja estructura erigida en el país desde antes de 1900 para sostener la integración de la Argentina como provincia agraria de Europa se ha desplomado. Es por esa razón esencial que están en quiebra los grandes frigoríficos. Hoy parece de un patetismo ridículo esperar el último libro de Francia o que los ex alumnos argentinos de universidades inglesas se reúnan a comer mensualmente en el Club Picwick. Hurlingham, Temperley y Banfield se han despoblado de gerentes ingleses ya hace muchos años. Algún anciano funcionario, olvidado en Sudamèrica, todavía adquiere con nostalgia en la calle Florida la loción de baño James Smart.

Se agrietaban ya hacia 1970 las categorías neopositivistas de Gino Germani y ningún psicoanalista joven de la misma época creía ya en el santoral litúrgico de la Sociedad Psicoanalítica Argentina, que recibía la suprema inspiración desde la brumosa Londres. La

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nueva historia socialista, la puesta en discusión de los valores antropológicos, la antigua política científica de los Houssay que no conducía a nada (salvo a un Premio Nobel, de sospechoso valor en el mercado), todo estaba en crisis ya en 1970, cuando resuenan las primeras descargas de la demencia terrorista ¿Se hicieron periodistas? Nada de eso. Se pasaron al peronismo para “mejorarlo”, es decir, para destruirlo por dentro, ya que sus padres, una generación anterior, habían fracasado en destruirlo desde afuera. La teoría era la siguiente: Este viejo hijo de puta arrastra al pueblo y hay que enseñarle al pueblo en qué consiste la revolución. Los padres gorilas, en 1945 o 1955, habían querido aplastar a Perón y enseñarle al pueblo el significado de la democracia. Hasta los hijos de los militares se hicieron “peronistas”, es decir, antiperonistas. Pero esta confusión no era más que aparente.

Una tarea para 28 millones

En 1973 no sólo había llegado a su término lo que restaba del Estado peronista, arruinado por los rosqueros de la oligarquía, sino que el retorno de Perón, como Ulises a Ítaca, sólo contenía su último discurso y su muerte. El camino estaba expedito y la locura furiosa de una parte de la clase media que no se resignaba a un destino mediocre sirvió una vez más al gran patrón portuario. Podía verse nítidamente que la Argentina exportadora ya no podía seguir adelante. En realidad, ya que la oligarquía y el poder imperial se oponían al capitalismo nacional como factor de crecimiento, los militares optaron por dejar de crecer. Sólo emplearon la palabra grandeza al pie de los mástiles. La cohorte militar pedía órdenes a los ricos senadores que, como en la antigua Roma, dispensaban generosas propinas y regalías a los dóciles soldados. Así se cumplió un sexenio de ignominia.

Es cierto que muchos argentinos han partido para vivir en otros climas, con un título bajo el brazo, así como sus bisabuelos hace un siglo llegaban iletrados hasta aquí para ganar su pan. Pero quedan 28 millones. No son pocos para rehacer una sociedad que los vampiros de esta larga noche han debilitado. Como decía en feliz expresión el obispo Zazpe, hay una Argentina secreta y ella dará vuelta el poncho y expulsará a los mercaderes.

23. EL PENSAMIENTO COLONIAL

La inesperada ocupación de las Islas Malvinas el 2 de abril de 1982 fue uno de los grandes momentos de la emancipación americana. Toda la “partidocracia”, como la llamaba Perón (sin imaginar que algunos peronistas no sueñan otra cosa que en ingresar a la partidocracia) se quedó estupefacta, como producto legítimo de la sociedad anglófila que modeló desde el origen a los partidos políticos argentinos, salvo a la fase inicial de Yrigoyen y al peronismo mientras Perón vivió. Juran solemnemente pagar la deuda externa a los piratas que usurpan el territorio nacional. Todo esto lo hacen en nombre de la “democracia”. Escribí para La Patria Grande el artículo que se leerá a continuación, en mayo de 1982.

El pensamiento colonial en muchos argentinos, es decir, una forma particular de ver el país y el mundo como ciudadanos de segunda clase, es un rasgo de la República emancipada a medias. Esto acaba de ser demostrado con meridiana claridad con la reconquista de Malvinas.

El tema de las islas irredentas se había convertido en un ritual escolar petrificado, en un latiguillo de insignificante resonancia en el espíritu público. En este recurso legal, los ciudadanos mencionados pedían al tribunal medidas cautelares inmediatas para obligar a

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negociar a los ingleses, luego de “cien años de soledad”: embargo del Banco de Londres y América del Sur, incautación de las estancias de la Corona en Santa Cruz (setecientas mil hectáreas en la frontera con Chile, interrupción del tráfico aéreo y marítimo de y hacia Inglaterra, etc.)... Nada menos que hasta el diario Crónica, al informar sobre el recurso de Ramos y Cabral, opinó que los autores del recurso judicial sólo buscaban publicidad. Semejante injuria resultaba bien extraña en órganos que rutinariamente explotan la sangre, el sexo o el escándalo. En cuanto al resto de la prensa, guardó un altivo silencio. ¿Cómo molestar al amigo británico con tamaña impertinencia?

Y bien, al producirse la ocupación militar de las islas el 2 de abril, fecha que merecerá un lugar de honor en las luchas de la emancipación latinoamericana, el estupor que causó en los medios “políticos”, “cultos” o “izquierdistas” el acontecimiento o puede menos que calificarse de memorable. Claro está que fue un “clamor secreto”, una “indignación inconfesable”. Nadie se atrevió a “borrarse”. Pero desde periodistas, universitarios, militares o políticos, en fin, todo género de “gente avisada” y hasta ministros del propio gabinete, quedaron consternados. No tuvieron más remedio que aprobar, “de la boca para afuera”, el gran acontecimiento.

Pero nadie ignora las amargas críticas a las Fuerzas Armadas formuladas en corrillos hasta por muchos de los que han venido usufructuando la comensalía de la dictadura en los años que ésta sirvió a la oligarquía y al capital extranjero, así como por otros partidos y sectores de la “oposición”, de la burguesía industrial y de los terratenientes, para no hablar de la alta finanza. Tampoco faltaron en esta “condenación silenciosa” la vacua fauna de “izquierdistas” que coincidían con los anteriores. Naturalmente, la espontánea e irresistible explosión de patriotismo del pueblo los enmudeció a todos. Para comprender la naturaleza del pensamiento colonial clasificaríamos sus matices en el siguiente orden:

1) La ocupación de las Malvinas es “inoportuna”. ¿Por qué no haberla hecho en otra ocasión más favorable?

2) La ocupación “es una farsa”. Ya hay “un arreglo con los ingleses” para un negociado y con los norteamericanos para “cederles alguna base naval”.

3) La ocupación es una simple “medida de política interna”, que proporcionaría a Galtieri algún prestigio político susceptible de facilitar su plan de presentarse como candidato a Presidente en el reordenamiento político que el régimen procura como “salida”.

4) La ocupación es un “acto irresponsable” de un “gobierno irresponsable” y que arruinaría nuestras relaciones con Occidente y el flujo de capitales, para no hablar de los “peligros de una aproximación al bloque oriental guiado por la URSS”.

5) La ocupación es un acto positivo, que solo podía surgir de un gobierno “fascista”.

De este modo, conservadores, liberales, muchos radicales, desarrollistas, por supuesto el occidentalista Manrique, universitarios de prosapia más o menos “marxista-mitrista”, “progresistas” de la clase media profesional, el Barrio Norte y la gran prensa- en suma, la sociedad anglófila tradicional- se distribuyen las categorías interpretativas que hemos resumido màs arriba. Resultan ser el sofocado eco del lapidario juicio europeo- liberal o “socialista”- sobre los argentinos. Todo el Occidente mágico, desde Miterrand, el charlatán Règis Debray o el laborismo europeo, se ha lanzado contra nosotros. El pensamiento colonial consiste, en

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resumen, en que no puede concebir una decisión importante adoptada por argentinos al margen de la influencia norteamericana, europea o rusa.

A este tipo de conducta intelectual le resulta impensable que algún gobierno, sea cual sea su naturaleza, decida emprender un camino independiente. Esto ya pasó con Yrigoyen, con el gobierno militar del 4 de junio de 1943, luego con Perón. Resultaba un verdadero escándalo un gobierno capaz de enfrentarse con Europa o con Estados Unidos. La explicación de tal acto no había que buscarla en quienes adoptaban las decisiones incriminadas, sino en algún supuesto acuerdo con alguna potencia mundial. Así Yrigoyen, al ordenar que la Armada sólo saludara a la bandera de Santo Domingo cuando la isla estaba ocupada por los yanquis, fue acusado de ser un instrumento de Gran Bretaña. En fin, a Perón le vino la regla. Por su política de enfrentamiento con Estados Unidos recibió desde derechistas o izquierdistas cipayos el mote de “agente inglés”, en tanto solamente la Izquierda Nacional, predecesora del FIP, sostenía al gobierno de Perón.

Algunos políticos declararon que “ha llegado la hora del silencio”. Otros proclaman que hay que suspender toda actividad política hasta después del conflicto. Por el contrario, para vencer al imperialismo hay que movilizar la energía espiritual del pueblo argentino e inyectar a la política su potente sentido histórico.

Es también llamativo del pensamiento colonial el uso u omisión de ciertas palabras. Como durante un siglo y medio la Argentina no ha enfrentado a Francia e Inglaterra, la idea misma de entablar una guerra con los países “modelos” resulta al sector “culto” y “europeizado” algo intolerable. Tal es el pensamiento colonial. La juventud podrá entender la lucha intelectual de Ugarte, Scalabrini Ortiz, Jauretche, Hernández Arregui, Irazusta, Rosa y otros ilustres argentinos sobre la naturaleza del imperialismo inglés entre el humo de los disparos.

El vuelco de este régimen militar oligárquico hacia la proeza de las Malvinas sólo puede redundar en beneficio del país, en la caída de Alemann y en la crisis de la política oligárquica, antiindustrialista y antiobrera, seguida hasta hoy. La defensa nacional exige una política económica nacional y popular. Pero la anglomanía de la vieja sociedad victoriana sobrevive en medio de la guerra con el imperialismo británico y hasta paraliza la acción del mismo gobierno que hoy enfrenta a la flota de la armada Albiòn. Los ingleses, estamos seguros de ello, y desde alta mar, darán una enérgica lección de antiimperialismo a todos los cipayos argentinos que no se resignan a perder su amado imperio.

Mayo de 1982.

24. EL IMPERIALISMO Y LA PARTIDOCRACIA QUIEREN DESMALVINIZAR LA ARGENTINA

Ante la indiferencia de los partidos y el abandono por parte del gobierno militar de la sagrada causa de las Malvinas, así como la actitud de capitulación de la Argentina ante la banca mundial y el Fondo Monetario Internacional, escribí en diciembre de 1982 este retrato de nuestra historia contemporánea, bajo el título “El imperialismo y la partidocracia quieren desmalvinizar la Argentina”. Estoy persuadido de que el pueblo argentino dará a cada cual lo suyo.

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Dos momentos estelares ha vivido la Argentina contemporánea. Uno ha sido nuestro desafío a Estados Unidos en 1954. El otro la reconquista de las islas Malvinas en 1982. Nada ni nadie podrá borrar de la historia tales jornadas.

Centenares de guatemaltecos se refugiaron en la embajada argentina. La Pan American Airways rehusó vender pasajes a los refugiados. Entonces Perón ordenó desviar de sus rutas comerciales europeas a nuestros viejos DC6, propiedad del EstadoArgentino, estableció un puente aéreo entre la capital de Guatemala y Buenos Aires y salvó la vida de todos los perseguidos. Por su parte, los partidos argentinos de “oposición democrática”, amigos de EE.UU., como hoy, estaban ocupados en conspirar para derrocar a Perón en la célebre Revolución Libertadora. Mucho tiempo después, en la Ciudad Vieja de Guatemala se seguía orando por el alma de Eva Perón.

Treinta años más tarde, con la ocupación de las Malvinas y el enfrentamiento a la flota inglesa y al imperialismo mundial, la América Criolla contemplaba con simpatía profunda una nueva prueba de la gallardía argentina. Nada tenía que ver con este deslumbramiento latinoamericano el juicio que merecía la funesta dictadura militar de los últimos seis años. Por el contrario, la Inglaterra “democrática”, fundada en la sangre de esclavos coloniales, es esencialmente reaccionaria aun cuando fuera la Thatcher o algún socialista vegetariano quien orientase su gobierno. Lo que importa aquí no es el régimen político sino la condición histórica o social del país en cuestión: la sociedad imperialista se funda en la explotación del mundo colonial. Su esencia es la injusticia.

Si la democrática Inglaterra hubiera ocupado con sus tropas el territorio de la Argentina dictatorial, seguramente habría establecido un gobierno favorable a los intereses de la banca europea y el pueblo argentino habría sido desmoralizado y humillado. Ahora, si el gobierno militar u otro cualquiera se propusiera continuar la lucha contra Inglaterra en todos los planos, - políticos, financieros o militares-, el triunfo de las aspiraciones argentinas sólo podría obtener como fruto el despertar del espíritu revolucionario y patriótico de las masas populares. Ninguna dictadura podría resistir a ese renacimiento nacional.

De todo esto simulan olvidarse no sólo los partidos “democráticos” sino hasta muchos dirigentes “peronistas”. Claro está que olvidarse de algo también es tener memoria, según dictamina Martín Fierro. Al fin y al cabo los partidos “democráticos” de la Argentina de hoy, los que quieren “desmalvinizar” el país son los mismos que se aliaron con Braden en 1945, que derrocaron a Perón en 1955 y que se enfrentaron a la clase obrera cada vez que les resultó conveniente hacerlo.

Sobre la importancia verdadera de las “formas” políticas o “ideológicas” que frecuentemente ocultan la verdadera naturaleza de los intereses de naciones y clases nada mejor que recordar la conducta del “socialista” Miterrand o del otro “socialista” Felipe González, ante el conflicto de las Malvinas. Esa es la causa por la cual dicha clase obrera disfruta de las ventajas legislativas que puede obtener de un gobierno socialista en su propio suelo y manifiesta una absoluta indiferencia hacia la extorsión que ejerce el citado país imperialista y sus aliados en la OTAN sobre los países semicoloniales. Por ahora y hasta que nuevos hechos se inserten en el gran teatro de la historia universal, poco más puede añadirse a la mustia leyenda del “internacionalismo proletario”.

Del mismo modo que los “revolucionarios” de Europa o Estados Unidos, llegado el momento y con diversos pretextos apoyaron a la flota de los “gurkas” o se declararon “por

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encima de la pelea”, entre nosotros los fenómenos políticos suscitados por la guerra de las Malvinas revisten un interés no menos notable. ¿Cómo entender la actual situación política? Es preciso partir del hecho de que la Argentina no es un Estado plenamente integrado en la escala de una Nación independiente. Tampoco es una colonia pura y simple. Se trata de una “semi-colonia” o de un “país dependiente”. No sólo logró derribar a Yrigoyen y a Perón. También ha cerrado cíclicamente al país todo camino que pueda llevarlo a la cultura y a la civilización. Detrás de los Martínez de Hoz, Krieger y Alemann se encuentra esa clase social. En el período de la “expansión europea” (1880-1945) contó con el apoyo político de una clase media manipulada por la estructura cultural “progresista” e “izquierdista”. En cada ocasión decisiva esta clase media prestó su “base de masa” a la política oligárquica, a pesar de sus antagonismos menores.

La falsificación de la historia nacional y la hostilidad o indiferencia hacia América latina constituyeron los rasgos principales del desarraigo del estudiantado universitario y de parte de la “inteligencia” argentina hacia los grandes problemas del país. La guerra de las Malvinas y la ausencia de Perón en el escenario parecieron devolver a las clases medias portuarias, de tipo “democrático” o “izquierdista” su perdida lozanía. Clara prueba de lo dicho es la conducta de ciertos representantes justicialistas en la Multipartidaria, parodia de frente popular, empollada por el general Viola y que sólo aspira a reclamar fecha cierta de comicio, en lugar de esgrimir las grandes banderas que dieron el triunfo al Coronel Perón en 1945.

Esto no es difícil de explicar. El hundimiento del gobierno de Isabel Perón se produjo antes del golpe militar de 1976. Era un hecho a la vista de todos que a partir de la muerte del general Perón el gobierno de Isabel había perdido pensamiento directriz y energía política.

Era un simple fantasma el gobierno que abatió la conspiración oligárquica el 24 de marzo con la preciosa ayuda del “montonerismo” terrorista y del sistema comercial-industrial, creador del mercado negro. Se debatía en una impotencia patética sin atinar a tomar resolución alguna. El fracaso del gobierno justicialista disipó en las frívolas clases medias profesionales y universitarias que habían votado al FREJULI el 11 de marzo de 1973 toda ilusión sobre su porvenir. Ahora miran hacia Alfonsín, apoyado por el Departamento de Estado. Han cambiado la vincha por la corbata, pero ellas mismas no han cambiado.

Por su parte el empresariado nacional, o sea la burguesía argentina, se enriqueció bajo la legislación proteccionista de Perón. Esto no le impidió participar jubilosamente en cada movimiento oligárquico destinado a derribar a los gobiernos populares que la llenaron de dinero. Ahora está arruinada, como cabía esperar y no puede aspirar a jugar ningún papel decisivo en la formulación de un programa económico, que, como el de Gelbard, apenas rozó la superficie de los privilegios oligárquicos. El pensamiento colonial de los partidos y de la “inteligencia” se puso de manifiesto sin velos después de la caída de Puerto Argentino.

Llovieron sobre el público decenas de libros y campañas periodísticas que se proponían el “caso de las Malvinas”. Toda la cuestión giraba sobre las reales intenciones de Galtieri, la inoportunidad de la ocupación, los sufrimientos de los soldados, la comida fría, la incuria o cobardía real o supuesta de los jefes, la imprevisión del alto mando, la falta de coordinación de las tres fuerzas armadas, etc. Pero ni un solo libro o partido político reivindicó el hecho mismo de la ocupación de las Malvinas más allá de los defectos, errores o desaciertos en que incurrieron sus jefes. Lo que ha sido puesto en cuestión, bajo un terrorismo ideológico realmente abrumador, es la “oportunidad” de realizar dicha acción militar. Casi todos los

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partidos políticos argentinos no han vacilado en calificar a la gesta del 2 de abril como una “aventura irresponsable”. Los peores cipayos y entreguistas más notorios, los más oportunistas y cínicos miembros de la partidocracia, que han pactado una y mil veces con el régimen militar, con Estados Unidos y con el imperialismo europeo, a partir del 14 de junio alzaron la voz y condenaron el gran triunfo argentino. Detrás de ellas, como una cascada, siguió la fracción más conservadora de los estudiantes. La Universidad está formada hoy por sectores conformistas de las clases medias. Sólo miembros de las clases más acomodadas pueden ingresar a ella. Esto explica el triunfo de los “moderados” alfonsinistas en las elecciones estudiantiles. Siguió luego la especie dudosa de personajes que oraban en silencio por nuestra derrota frente a la civilización europea. La campaña de “desmalvinizaciòn” estaba en marcha.

Dijimos “triunfo argentino”. Pues el triunfo no está oscurecido por la derrota de Puerto Argentino. Nos decía nuestro querido amigo Alberto Methol Ferrè, en fugaz paso por Buenos Aires, procedente de Colombia, que desde América latina toda la gesta de las Malvinas aparece como una gran empresa heroica lograda, como una guerra que ha levantado como nunca el prestigio de los argentinos, volatilizado por largos años de dictadura. Y observaba lo siguiente: que el antiguo proverbio inglés de que Inglaterra siempre pierde la batalla pero gana la guerra, esta vez ha sufrido un vuelco espectacular. Pues si bien los piratas habían logrado retomar Puerto Argentino, habían perdido la guerra. Sin duda alguna la pérfida Albiòn había sufrido una catástrofe política en el mundo entero y, en particular, en el Tercer Mundo. No sólo se trató de una pírrica victoria. Sin apoyo logístico en Chile, Brasil o Uruguay, los ingleses deberán soportar, cada semana que pase, un costo financiero exorbitante. Puede añadirse que los gobiernos latinoamericanos más discutibles desde el punto de vista de su régimen interno se han sentido impulsados a tomar distancia del imperialismo, a ganar centímetros de ventaja en sus negociaciones. La sangre argentina vertida en las Malvinas no ha sido inútil, como lo pretende esta infame campaña antinacional, sino que ha inyectado nueva energía a todos y a cada uno de los países de América latina en su larga marcha hacia un segundo Ayacucho. Sólo mercaderes abyectos de la política aldeana pueden ignorar en su corazón reseco y en su palabrería vana, estos grandes acontecimientos producidos a causa del 2 de abril.

Aún desde el punto de vista militar, los ingleses estuvieron a punto de perderlo todo. Según declaraciones del general Moore, el día de la rendición argentina los soldados británicos sólo contaban con 6 (seis) proyectiles por hombre. Es absolutamente falso que la suerte de esta guerra o de cualquier otra pueda determinarse por la exclusiva supremacía técnico- militar. De ser esto cierto, el pueblo de Vietnam no hubiera triunfado jamás sobre los franceses primero y luego sobre los norteamericanos. Lo decisivo de la derrota de Puerto Argentino consistió en que los generales del alto mando no querían combatir y no creyeron que irían a combatir. Esta convicción no se debía ni a cobardía ni a incompetencia. Nacía del propio carácter político social del régimen militar instaurado el 24 de marzo de 1976. Este régimen se vio bruscamente en su ocaso, enfrentado por las circunstancias a un duelo militar con las mismas potencias en cuyo culto se había educado y cuyos valores veneraba.

La conducta del régimen militar frente a las Malvinas después del 14 de junio es comparable a la de los partidos políticos. Luego de derribar a su jefe Galtieri ante la caída de Puerto Argentino, no ha hecho otra cosa que esmerarse por sepultar la gesta de la peor manera posible. Si hubiera adoptado todas las medidas financieras y políticas contra Inglaterra que aconsejamos a la Junta Militar durante la guerra, los soldados que combatieron en las islas no sentirían la profunda decepción que hoy experimentan. Y no se hubieran producido los hechos de la ciudad de La Plata. Por el contrario, todo soldado u oficial que estuvo, aunque más no

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fuera una sola hora en las Malvinas debería ser considerado un héroe nacional, un verdadero símbolo de la voluntad argentina de derrotar al imperialismo y de construir un Estado plenamente soberano.

Impulsados al principio por un nacionalismo geográfico o “territorial” despojado de toda connotación histórica, moral o económica, o sea, despojados de un nacionalismo global, los generales de Galtieri se encontraron de un día para el otro ante la insolencia británica en las islas Georgias. Los ingleses amenazaban con embarcar a la fuerza a los obreros argentinos que habían izado la bandera argentina en nuestras islas. Puede adelantarse la hipótesis de que la inteligencia militar argentina conocía el plan inminente de los ingleses y yanquis, el cual consistía en “descolonizar” las Malvinas y crear de ese modo un Estado de opereta a cargo del “barman” de Puerto Argentino. Este habría pedido y obtenido el reconocimiento el reconocimiento de las Naciones Unidas como país soberano. Acto seguido habría entregado a Estados Unidos por 99 años una gran base Aero-naval en el archipiélago argentino. De ser estos datos verdaderos, la decisión militar estaba ampliamente justificada. Pero sus responsables jamás imaginaron que el imperialismo actuaría en la forma en que lo hizo. Porque estos jefes no sabían que existía el imperialismo. Creían qué sólo existía la Civilización Occidental. Era la ideología del “Proceso” de 1976. Claro que esto mismo creía los partidos “democráticos” y “populares”.

Por estas “creencias” comunes se habían realizado todas las revoluciones oligárquicas del siglo. Para que los espontáneos reflejos de la “gente culta” actuaran de ese modo la República Oligárquica había construido durante cien años el sistema educativo argentino, desde Groussac a Borges, desde Ramos Mejìa a Houssay, desde Sarmiento a Gino Germani. Ahora se entendía perfectamente qué significaba en la historia viva y desgarrada la Civilización o la Barbarie. Inglaterra encarnaba la primera. Y la Argentina, la segunda. El rostro de Galtieri era un magnífico pretexto para el alma cipaya herida. Pero si en lugar de Galtieri el rostro hubiera sido el de Perón, el Mahatma Gandhi o el del Che Guevara, la hostilidad a la gesta no hubiera cambiado. Como dijo el general Viola, padre furtivo de la Multipartidaria:”Yo no lo hubiera hecho”. No nos cabe la menor duda.

En dirección totalmente opuesta, al día siguiente de esta “victoria”, el mundo entero miró con odio y desprecio el fariseísmo y ferocidad de los amaestradores de “gurkas”. Hasta el ministro italiano Spadolini, con lágrimas tardías, confesó cuánto había sufrido al sancionar a la Argentina durante el conflicto. Aun dejando a un lado esta especie peninsular de cocodrilos, está perfectamente claro que el descrédito de Gran Bretaña ha tenido una proyección mundial. Como si toda su perversa historia se hubiera resumido y expresado de un solo golpe en las Malvinas, tanto América latina como los países del Tercer Mundo hicieron de nuevo sus cuentas de todo lo que pueden esperar, tanto del “bloque democrático occidental” como, en caso de apuro, del “bloque socialista”. El aislamiento y la suspicacia universal han cercado a los verdugos de la martirizada Irlanda. Quizá el Imperio vetusto encontrará su tumba en las frías aguas argentinas. ¿Quién lo habría adivinado? Pero por otra parte, ¿quién, en la Argentina percibe la grandeza que se desprende de estos hechos?

El rasgo distintivo de los partidos políticos en nuestro país parece ser un “democratismo” vacío y una aspiración “constitucionalista” despojada de todo contenido. El pensamiento y los actos de Perón en el período 1945/55 parecen olvidados hasta por muchos de los que fueron sus partidarios. Pero la experiencia del primer período del peronismo en el poder, así como la experiencia de la revolución nacional latinoamericana, en sus complejos rasgos

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positivos o negativos ( la revolución mexicana, Vargas, el MNR boliviano, Velazco Alvarado, el programa del primer Haya de la Torre, la primera fase de la revolución cubana, el esbozo de Marmaduke Grove, Ibáñez y Allende en Chile, el sandinismo, etc.) proporciona a la América latina un inmenso caudal de ideas y de antecedentes para la nueva oleada popular que se insinúa en la Argentina. Si resumiéramos algunos de los rasgos de esta formidable experiencia histórica de los últimos 60 años diríamos que:

1) La aversión al papel del Estado y las ideas económicas hoy predominantes no responden al interés nacional. El “aperturismo” y la supremacía de la importancia de la inflación y de la moneda en teoría económica es una “racionalización”, según decía Myrdal de “los intereses que predominan en los países industriales”.

2) La Argentina no requiere, en términos absolutos, de capitales: al contrario exporta capitales y exporta hemorrágicamente, una élite científica y técnica a los países imperialistas.

3) Dilapida su excedente económico o lo exporta a plazas financieras con “seguridad política” (ej. En Montevideo se han radicado en el último año 1.000 millones de dólares argentinos; en Suiza y EE.UU. hay que multiplicar esa suma por quince).

4) Argentina y otros países “pobres” subvencionan a los grandes centros del poder mundial, mediante la debilidad estructural del Estado y la libertad de las “empresas privadas”, que son extranjeras.

5) El desprestigio del papel del Estado proviene de sus enemigos, la gran multinacional apoyada por la fuerza militar y la diplomacia de los grandes Estados “civilizados”. El Estado Nacional es el factor esencial del crecimiento económico y debe serlo de la Independencia cultural. Sólo a través de él puede redistribuirse el ingreso de las clases ricas resistentes a la transformación cualitativa de los recursos naturales del país.

6) El mismo atraso origina el carácter simiesco de las ciencias sociales adaptadas a las necesidades del poder imperialista mundial, sea con diseño “marxista” o “científico neutral”. Toda la inteligencia está dominada por las categorías o estilos culturales de un democratismo o izquierdismo abstracto que la inclina hacia el lado incorrecto de la barricada.

7) La Revolución Nacional debe romper definitivamente la “estructura” de la dependencia semicolonial. Sólo puede hacerlo si transforma la sociedad argentina y elimina las clases parasitarias vinculadas al enemigo de la patria. La cabeza política y la espina dorsal de este proceso revolucionario de emancipación debe ser la clase trabajadora. Su tarea capital no es subordinarse por medio del sindicalismo a “protectores” en busca de mejoras puramente salariales, sino dirigir la Revolución Nacional con la ayuda de las clases medias empobrecidas de la ciudad y del campo y una estrecha alianza con los sectores patrióticos de las Fuerzas Armadas, tal como ocurrió en 1945. La justicia social se revelará totalmente utópica si no se funda en el nacionalismo económico y el socialismo criollo. La renuncia de los partidos a todo programa revolucionario se combina con la “desmalvinizaciòn” y el oscuro reduccionismo de circunscribir toda la problemática argentina a la fecha del comicio.

Dentro del país hay dos fuerzas que pretenden “desmalvinizar” la Argentina. Ellas son:

a) el gobierno militar, mediante el expediente de despedir a los militares que ocuparon las Malvinas en lugar de enviar a retiro a los oficiales que declararon concluido el conflicto; y b) la partidocracia, como la llamaba Perón, con los vacuos figurones de la Multipartidaria, que sólo quieren “investigar” a los culpables de la “aventura irresponsable”, atrapar una fecha para las elecciones y pagar en silencio la deuda externa. Una legión de políticos “opositores” se mantuvo y se mantiene pegada como un molusco al presupuesto del Estado. Durante los últimos

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seis años “colaboró” con Videla y Viola mediante ministros, gobernadores, embajadores y miles de intendentes. Cuando se produjo el 2 de abril y el país se enfrentó con el imperialismo “democrático” quedaron aterrorizados y se hicieron “opositores”.

Y como la crisis de las Malvinas, al acarrear la caída de Galtieri, obligó a los generales a convocar a elecciones, los “opositores” estimaron conveniente cuidar su electorado mediante gestos astutos que reedificarán su decaído crédito. Hay una “concertación” implícita entre unos y otros: tanto el gobierno como la “oposición” están dominados por la profunda convicción de que hay que pagar la deuda externa y enterrar sin honor la causa de las Malvinas. El gobierno hace lo que puede: ha dado orden de pagar a los bancos ingleses y ha firmado un stand-by. Numerosos políticos de la “oposición”, de su lado, viajan asiduamente a Estados Unidos para cumplir con el besamanos del Departamento de Estado y suplicar la bendición del “amigo del Norte.” Las hostilidades con Inglaterra, aunque el gobierno aún no se atreve a darlas oficialmente por terminadas, se han desplazado al área neutra de las Naciones Unidas.

En este recinto, la oratoria es un recurso natural renovable. Ocupadas Malvinas por 4 mil soldados británicos y un poder aéreo y naval que amenaza las costas del continente, la Argentina debía haber confiscado el Banco de Londres y América del Sud, el Lloyd, el Barclay y las demás inversiones británicas en el país; podía y debía haber embargado las 700.000 hectáreas de las estancias de la Corona en el Sur; podía y debía someter a libertad vigilada a los 17.000 ingleses residentes en la Argentina ( en esto hay en el país bastante práctica, aunque en lo concerniente a compatriotas); en fin, podíamos y debíamos declarar a la Comunidad Económica Europea que no pagaríamos la deuda externa si no se devolvían antes las Malvinas. Para practicar todo lo anterior no hacía falta disparar un solo proyectil. Bastaba la “voluntad política” y la “decisión patriótica”. Es cierto que se trata, al parecer, de “materiales críticos”, escasos en el mercado local. ¿Qué diría Yrigoyen de sus sucesores? ¿O Perón, creador de la tercera posición, de algunos supuestos adictos suyos que han tomado a los nuevos Braden de Washington como paternales consejeros?

Y para que a la comedia o al drama, no le falte nada, resulta ahora evidente que los Estados Unidos están profundamente interesados en la restauración de las “instituciones democráticas” en América latina. Es su leit motiv. ¿Qué ha ocurrido? Después de imponer y sostener durante décadas a toda una legión de sátrapas y verdaderos criminales en el continente (basta recordar en el pasado a Somoza, Trujillo o Batista) los imperialistas norteamericanos se han decepcionado de los regímenes militares. Les gustan sobre todo al comienzo, como en el Brasil o en la Argentina. Pero se alarman de la brusquedad con que los ejércitos semicoloniales cambian a veces de posición. Los ven pasar de un ortodoxo programa de “apertura liberal” y despotismo político a un nacionalismo más o menos insinuante: Velasco Alvarado, la apertura brasilera y la guerra de Malvinas. El Departamento de Estado ha llegado a la conclusión de que resultan mucho más seguros los regímenes parlamentarios. Creen que en estos es posible negociar mejor, comprar, si es preciso, y corromper en todo caso a los diputados y altos funcionarios que garanticen el respaldo jurídico correcto a los tratados con Estados Unidos. La máscara “democrática”, allí donde dichas instituciones garanticen el statu quo, resulta ahora mucho más cautivante a las grandes empresas transnacionales.

Nada más sublime para el imperialismo que una “democracia a la colombiana”, una pura forma demo jurídica fundada en una sociedad inmóvil y putrefacta. Para demostrar su buen juicio ante esta perspectiva y su desconfianza ante la clase obrera, el silencio de los jefes de la

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Multipartidaria dando sus espaldas al formidable paro obrero del 6 de diciembre constituye una prueba irrefutable.

No nos asombra. Tanto el gobierno como los partidos tradicionales han resumido sus preocupaciones en la fecha de los comicios. Pero el régimen rehúsa despedir al siniestro dúo Wehbe- González del Solar. Patentados por Harvard, con la aureola de “técnicos” y “apolíticos”, estos caballeros representan a la banca mundial en los despachos del Estado Nacional. Wehbe en Economía y Reston en Interior, las tareas parecen dividirse en la presente etapa. El hundimiento del nivel de la clase trabajadora deja inmutable a este equipo. Todas las informaciones atroces sobre los niños maltratados por sus padres, violados, abandonados en los hospitales o vagabundeando por las calles arrojan una luz tenebrosa sobre este régimen que mantiene en sus cargos a los abogados de la usura mundial y se niega a dar un golpe de timón.

González del Solar ha vivido la mayor parte de su vida fuera del país, como empleado del Banco Mundial, del BIR o la banca imperialista. Ahora se propone asestar el tiro de gracia a la economía nacional. Busca exprimir a los argentinos para aumentar las exportaciones. Mediante la reducción del consumo interno quiere pagar con sangre y las lágrimas del pueblo a sus antiguos empleadores.

La vinculación entre la deuda externa y las Malvinas es tan estrecha, y de tal modo transparente la coalición no escrita entre los partidos “opositores” y el gobierno, que cuesta contener la indignación ante el cuadro de la sufriente Argentina de nuestros días.

Hay una esperanza todavía. Detrás de los políticos financiados por Estados Unidos, la Internacional Socialista o las multinacionales se encuentra el pueblo argentino. Ha dado un paso atrás. Ha sido golpeado, humillado y obligado a enmudecer durante largos años. Pero tiene los ojos abiertos.

CUESTIONARIO

RESPUESTAS DE JORGE ABELARDO RAMOSCRISIS, ECONOMÌA Y DEUDA EXTERNA

1) ¿Cuál es a su juicio la causa principal de las crisis recurrentes de la economía argentina? La inflación persistente; el papel de las organizaciones obreras y empresarias; el crecimiento histórico de la deuda externa; otras, a determinar.

El resorte motor de la crisis orgánica que padecemos reside en el agotamiento de la sociedad argentina nacida en 1880 bajo la presidencia de Roca. Ese tipo de sociedad agraria-comercial, insertada en el mercado mundial, en la ilusión del patrón oro y en la protección de la armada británica, se mantuvo en pie durante un siglo. Aquello que se denomina por lo común la “Argentina moderna”, nació después de la federalización de Buenos Aires. Ya no existe. La confusión reinante obedece a la estupefacción de todas las clases sociales formadas en esa época con sus diarios, partidos, constituciones y símbolos al no lograr persuadirse de que, como dice Hegel, “todo lo que nace es digno de perecer”. Esa Argentina se incorporó como provincia agraria del Imperio inglés, a la marcha triunfal de los piratas en la conquista del mundo. A

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diferencia de otros dominios británicos, la Argentina disponía de propietarios locales de tierras y ganados, con una tradición orgullosa de sus orígenes hispano- criollos. Gozaba de una abundancia de alimentos que volvía poco menos que imposible el triunfo del poder militar británico en su territorio. Los ingleses ya habían probado el acero y el aceite argentinos en 1806 y 1807. Entonces, en lugar de guardias galeses, proveyeron al Plata de innumerables brigadas de gerentes. La articulación entre la provincia agraria y el “taller del mundo” fue beneficiosa, sobre todo para la oligarquía pampeana, que percibió ese beneficio en sólidas libras con la venta de sus haciendas. Así pulió sus maneras, adquirió algunos libros y conoció Europa. Al cabo de cien años de ocio, esta clase social produjo a Borges y el fruto de tan prolongado parto estaba lejos de ser mediocre. Pero era, fatalmente inglés. En la mitad de la escala, prosperó cierto tipo de partidos políticos que traducían como expresión de las clases medias, semi-inmigratorias y semicriollas, los modestos alcances de la alianza anglo-argentina. El radicalismo, bajo la inspiración mística de Yrigoyen, fue su alarde más nacional, con su divisa. Las “chusmas” de las viejas patriadas reaparecieron en la escena. Los obreros europeos de la inmigración caudalosa se agruparon en el Partido Socialista del doctor Justo, que era librecambista, positivista y mitrista. De este modo, la fastuosa Atenas del Plata albergó un proletariado naciente y un socialismo singular distanciado de las tradiciones argentinas que la gran capital rechazaba. El doctor Justo sostuvo irónicamente que era preciso oponer una “política científica” a la “política criolla”. Por esa razón, los criollos, que eran la mayoría, se opusieron al socialismo, que aunque era “científico” ganaba las elecciones por la sencilla razón de que vinculaba de algún modo, no sólo el pasado doloroso al incierto presente de los peones y obreros, sino que además se enfrentaba a la elegante oligarquía que gobernaba la República desde el Círculo de Armas y la Bolsa de Comercio. Esta, a su vez, votaba con frecuencia a los socialistas de la Capital para hostigar a los radicales.

El sistema económico dejó de funcionar en 1930, cuando sucumbió en la crisis de ese año el patrón oro y la hegemonía mundial de Inglaterra. Nacía la época del proteccionismo. La tentativa del peronismo de traer nuevas clases al mundo social- la burguesía industrial y la nueva clase obrera- fracasó, tanto por el poder de la oligarquía y sus socios externos como también porque Perón se resistió de algún modo a eliminar a la oligarquía y su poder financiero. No quiso ser Cromwell o el Robespierre de su época, y, como Yrigoyen, cayó sin luchar. La expatriación prolongada confirmó su patriotismo, pero la oligarquía, ahora financiera, siguió en la médula del poder real. Como la Argentina de Perón no logró entrar resueltamente en el camino del capitalismo industrial y se quedó en la mitad de camino de un país agrario y un país desarrollado, es fácil comprender por qué la crisis de la economía argentina no podrá resolverse si no se resuelve la cuestión central, antes aludida.

2) En la medida en que las grandes corporaciones, con su modo de operar y sus criterios, caracterizan la economía, ¿cuáles son las principales fábricas, empresas o entes que determinan la vida nacional actual y qué tendencias parecen perfilar?

Desde 1955, a partir del derrocamiento de Perón, pudo observarse en la economía argentina un doble fenómeno. El primero de ellos fue la declinación del papel de la empresa capitalista nacional de las empresas de SRL, germen de una burguesía nacional y del auge de las SA de capital extranjero. Estas últimas están generalmente vinculadas a casas centrales del exterior. Posteriormente, el poder real se trasladó a la Banca Mundial, cuyas casas en la Argentina determinan gran parte de la marcha de la economía, fijan de modo oligopólico la política de precios internos y custodian la deuda externa. Son la parte exclusiva de las “empresas líderes”. Su tendencia es perfectamente clara: a diferencia del desarrollo capitalista

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en Estados Unidos y Europa Occidental, donde los capitalistas buscaban producir en un mercado abierto a precios competitivos un número de artículos cada vez más abundante a precios cada vez más bajos, en la Argentina “moderna”, tanto las empresas “líderes” como los industriales nacionales, “enviciados” por aquéllas, prefieren un mercado interno limitado con precios altos. La historia económica argentina no puede reproducir la marcha particular de la historia europea porque los mismos europeos y norteamericanos se lo han impedido. Para crecer, necesitamos nuestros propios caminos.

3) ¿Qué papel corresponde al capital extranjero en la Argentina?

En el momento actual, el capital extranjero es una bomba de succión ligado de alguna manera a la deuda externa. En principio, no habría inconveniente en aceptar capital y tecnología extranjera para contribuir al desarrollo de la Argentina. Pero antes de considerar el tema es preciso que, ya “que estamos en el hoyo”, según los versos de Martín Fierro, “venga un criollo a mandar”. Es decir, necesitamos un gobierno plenamente nacional, que no represente otra cosa que el interés de los argentinos y que posea la voluntad política irrenunciable de defenderlos. Parece sencillo. Pero no es nada sencillo.

Cien años de europeización, de escolaridad sarmientina y de estupidizaciòn cultural global han vuelto difícil comprender esta perspectiva a los sectores “cultos” que proporcionan generalmente el “elenco” de los gobiernos, aunque han permitido, por el contrario, a las masas populares elegir sin vacilaciones a sus caudillos. En síntesis, con un gobierno nacional firme y claro es perfectamente posible negociar con el capital extranjero. Pero la experiencia histórica enseña que el capital está lejos de ser “neutro” y que sus relaciones con los centros mundiales de poder son estrechas.

4) ¿Cómo caracteriza la ganadería argentina en general? ¿Cómo relacionaría la producción ganadera de la provincia de Buenos Aires con la del resto del país? ¿Qué importancia tienen los campos de invernada en el contexto nacional?

La ganadería pampeana ha jugado en el pasado un papel decisivo en el valor de nuestras exportaciones y en la política e historia nacionales. En mis libros Del patriciado a la oligarquía y La era del peronismo examino “in extenso” la cuestión. Sólo diré ahora que, en mi opinión, los propietarios de ganado han ido perdiendo importancia política directa, aunque conservan una considerable gravitación social. Muchos de ellos se han asociado al capital financiero mundial y se han transformado de estancieros en banqueros. Poco tienen que ver con los bisabuelos que combatían a los ingleses en la Vuelta de Obligado y poblaban el desierto. En términos económicos sostengo:

- Hay que proteger a los ganaderos que quieran producir carne con criterios técnicos y vivan para ello en sus campos.

- Necesitamos elevar el stock de las haciendas a una cifra no inferior a 100 millones de cabezas y planificar la producción de granos para superar cuanto antes los 100 millones de toneladas como primera meta.

El lector “especialista” exclamará ahora, alarmado, ¿dónde están los mercados?

Respuesta: esta política de producción, situando en el centro expansivo un nuevo INTA debidamente reforzado con el apoyo del estado, debe concebirse a la par de una reorganización general del comercio exterior argentino, cuyo destino ha dejado de ser europeo. Hay que

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contemplar, sobre todo, América latina y el Tercer Mundo, y es preciso, para ello, “desdolarizar” la moneda del intercambio, sustituyéndola, en la primera fase, por convenios bilaterales de gobierno a gobierno, mediante el sistema del trueque. En una etapa posterior, crear una moneda del Mercado Común Latinoamericano. Las lecciones de la realidad imponen salir de las agotadas fórmulas económicas derivadas de la antigua relación con Inglaterra, relación que ha desaparecido.

5) ¿Por qué cree usted que creció desmesuradamente, a partir de 1976, la deuda externa argentina?

El imperialismo norteamericano y las potencias europeas asociadas recibieron una lluvia de petrodólares a partir de 1973. Recolocaron ese capital en el Tercer Mundo con las prácticas bancarias habituales en el oficio de la usura. Las clases dominantes de los países periféricos acogieron alegremente la permisividad de los créditos internacionales. Esto les permitió ocultar las crisis de sus economías locales y persistir en los consumos suntuarios de los núcleos del privilegio nativo, imitadores de los usos y costumbres de la burguesía mundial. Por otra parte, infinidad de “egresados de Harvard” de progenie latinoamericana, se especializaron en “gestionar” créditos. La comisión para tales gestores oscila entre el 0,5 y el 0,7 % del crédito. Esta agradable combinación de factores se volvió una mezcla química y socialmente explosiva cuando la Reserva Federal de Estados Unidos decidió expulsar la inflación norteamericana de sus fronteras. Esta inflación se había derivado en gran parte del despilfarro colosal de la riqueza nacional a causa de las aventuras coloniales en Corea y Vietnam y del armamentismo de alcance cósmico. Por tal motivo, EE.UU. elevó las tasas de interés. El dólar pasó de ser una moneda declinante a convertirse artificialmente en una “moneda fuerte”. El poder financiero y económico de Estados Unidos le permitió imponer al resto del mundo un impuesto que obligatoriamente debían pagar todos y, sobre todo, los más débiles. La deuda externa del Tercer Mundo, de este modo, ingresó al círculo infernal de la circular 1050, que tan bien conocen los argentinos y sobre todo aquellos que han pedido un préstamo para comprar un departamento o mejorar una fábrica. Representantes argentinos de la banca mundial- Martínez de Hoz, Ricardo Azpiazu, Adolfo Diz, González del Solar, Wehbe- que hablan fluidamente el idioma castellano, llevaron a cabo en nuestro país la interesante operación. En tiempos de la dominación colonial inglesa en la India, a este tipo de personas se las llamaba “el servicio civil del imperio”.

6) Usted se opone al pago de la deuda externa. ¿Qué consecuencias implica esa actitud? ¿Qué intentarán hacer los acreedores? ¿Por qué no considera factible la renegociación conjunta de la deuda externa junto al resto de países latinoamericanos deudores?

No me opongo al pago de la deuda externa. Pero un país soberano debe establecer un análisis riguroso de su monto real. El análisis, hasta que se expidan los peritos designados por el juez Martín Anzoátegui, sería ante todo, el siguiente:

1. Según han dejado trascender los técnicos del Banco Central, hay unos 15.000 millones de dólares clasificados como “transferencias no identificadas”. Constituyen la fuga de divisas de argentinos y empresas extranjeras, ahora radicadas en el exterior. Algunos de ellos son beneficiarios dolosos de los “seguros de cambio” que forman parte más bien del Derecho penal que la ciencia económica. Ese tipo de “deuda externa” puede esperar.

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2. Unos 6.000 millones de dólares “adeudados” a la banca inglesa y asociados. Sostengo que una dignidad nacional primaria exige no pagar un centavo de tal deuda a los ocupantes de parte del territorio argentino hasta que lo desocupen. ¿Hay algún caso en la historia universal de un país “no colonial” que paga sus deudas al invasor militar extranjero que se asienta en parte de su territorio? Esos 6.000 millones de dólares deberían entrar en el Banco Central en una cuenta especial denominada “Fondos británicos embargados a cuenta de reparaciones de guerra”. Al mismo tiempo, debería crearse una comisión gubernamental para estudiar los daños y gastos producidos por la invasión británica.

3. Para el resto de la “deuda”, digamos en números redondos, de unos 20.000 millones de dólares, debería crearse un “Club de Deudores” o formarse un Banco Central Latinoamericano; a fin de una renegociación de la deuda externa con el “Club de Acreedores” que es el FMI. La inmensa capacidad de negociación de la Argentina y de América latina se funda en la suma colosal que se adeuda. Volvemos a lo anterior: hace falta voluntad política. O, como dice el corrido mejicano, aquí falta lo mero principal.

7) ¿Qué sectores considera prioritarios para su proyecto de nacionalización económica?

Es preciso ante todo un sistema de planificación económica donde el Estado y las organizaciones sindicales y empresarias tengan un papel central. Un “estatismo” sin control social, o una política de “aperturismo” librada a las multinacionales del imperialismo no resultan convenientes para los argentinos.

8) ¿Qué opina de la concentración de las exportaciones de granos en el mercado soviético?

No puede confiarse en que la URSS sustituya históricamente a Gran Bretaña en el comercio exterior argentino en materia de granos. Para los soviéticos se trata de un problema de enorme importancia estratégica y tenderán a resolver el autoabastecimiento. Esto no excluye en el futuro relaciones comerciales normales con la URSS, pero la producción granìfera argentina deberá contar con América Latina y el tercer mundo como mercados estables.

GOLPES DE ESTADO, BEAGLE Y MALVINAS

9) ¿Es parte de la naturaleza de las Fuerzas Armadas el dar golpes de estado, o suelen verse llevadas a esta situación a pesar suyo? ¿Es lícito plantear la neutralidad del Estado? ¿Las Fuerzas Armadas están o no íntimamente vinculadas a algún sector social dominante?

Mientras duró la rentabilidad de la asociación anglo-argentina fundada en la expansión mundial (1880-1930), las Fuerzas Armadas no conspiraron. La sociedad era relativamente estable, y los militares reflejaban esa estabilidad. Después de 1930, la crisis mundial arrastró en su torbellino muchas ilusiones. Entre ellas, la “neutralidad política” de los militares argentinos. Esta neutralidad en realidad no había existido jamás. Para realizar la Campaña de los Andes, San Martín debió fundar o participar de un partido político secreto, la Logia Lautaro. Los militares del siglo XIX eran rosistas o antirrosistas, porteños o provincianos, mitristas o

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antimitristas, urquicistas o roquistas. Luego, Hipólito Yrigoyen ganó la confianza de los jóvenes oficiales en 1905, que le fueron fieles a lo largo de toda su carrera. Aquéllos que preconizan un “criterio profesional” de corte aséptico para los militares, en las condiciones de un país endeudado, acosado o invadido, en el fondo satisfacen las aspiraciones del imperialismo. En efecto, las grandes potencias hoy desean una Argentina desarmada, sin energía nuclear, ni submarino atómico, ni misiles propios, sin científicos al servicio de la Nación, sin Fabricaciones Militares, ni Somisa, ni Zapla, un país obediente y civilizado, con un Parlamento dicharachero e inocuo, al estilo colombiano, con “prensa libre” (o sea encadenada a la UP y AP), un país capaz de pagar la deuda externa y olvidarse de las Malvinas. Por esa razón, numerosos políticos de aureola “democrática” declaman la exigencia de suprimir el servicio militar obligatorio. Pero se trata de suprimir el concepto mismo de la Nación en armas, del pueblo organizado para defender la patria, sistema que concibieron Roca y Ricchieri y que se diferencia radicalmente de las élites militares propias de potencias declinantes como la británica, formadas para defender enclaves coloniales y de las cuales salen los profesionales del crimen que retrató John Forsythe en El día del chacal o Jean Larteguy en su “saga” de los verdugos de Argelia, una policía militar para extranjeros de color.

10) ¿Por qué se llegó a la situación actual en el conflicto con Chile y cuál debe ser el criterio de solución?

El tema de las relaciones con Chile es de tal importancia que me permitiré reproducir aquí un trabajo escrito en noviembre de 1980 sobre la cuestión, cuando estábamos al borde de un conflicto armado:

Durante el período colonial el territorio actual de la América latina estuvo sometido a las variaciones de criterio político o estratégico que la Corona adoptó en el curso de cuatro siglos. De ahí la banalidad diplomática de juzgar los derechos de soberanía de una u otra parte remontándonos a las capitulaciones de Carlos V o sucesores.

A título puramente informativo diremos que a mediados del siglo XVI pertenecían a la provincia de Chile el Tucumán, los Jurìes y Diaguitas, lo mismo que la provincia de Cuyo, San Luis incluida. De un modo vago, quedaban para Chile las tierras situadas al sur del Estrecho, en tanto el Rey mandara “proveer en lo que toca a su población”, lo que nunca hizo, por los demás. Pero ya en 1563, Felipe II ordenaba incorporar el Tucumán, jurìes y Diaguitas a la Audiencia de Charcas.

Al crearse en 1788 el Virreynato del Río de la Plata, “antemural” contra la amenaza inglesa y portuguesa entrevista de lejos por la Corona, pasaron a jurisdicción del nuevo Virreynato Charcas y Cuyo. Hasta ese momento eran chilenas Mendoza, San Juan y San Luis. En cuanto a la región magallánica, a la borrosa Patagonia de los supuestos gigantes aborígenes, era la célebre “tierra maldita”, que devoraba, como la Esfinge, a todo aquel que quisiera descifrar su enigma. El Estrecho de Magallanes, nexo entre ambos océanos, había dejado un recuerdo de horror después de los trágicos ensayos de Sarmiento de Gamboa por colonizar el estrecho para prevenirse contra los ingleses. El descubrimiento del Cabo de Hornos, por lo demás, eclipsó durante dos siglos al Estrecho, pues permitía la conexión oceánica sin tantos peligros. Ni las turbulencias de la revolución de la Independencia ni los conflictos interiores que la siguieron permitieron a los gobiernos de Chile o el Plata indagar los viejos documentos sobre el misterioso Sur. Pero el gran imperio marítimo, el poder británico, en cambio, estaba

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interesado en conocer, estudiar, describir y elaborar una cartografía de la región de Magallanes. Las dos expediciones del “Beagle”, entre 1826 y 1836, habían despertado interés en el mundo entero, sobre todo en Chile. En las Provincias Unidas el eco fue mucho menor. A diferencia de la relativa tranquilidad con que la antigua Capitanía de Chile absorbió la ruptura con España (quizás porque constituía una sola provincia) las integrantes del ex Virreynato disputaban entre sí. Sobre todo, la provincia de Buenos Aires pretendía erigirse en mentora de las restantes. El gran debate consistía en disputarse las rentas aduaneras del puerto de Buenos Aires. Los unitarios o federales poco conocían o les interesaba el mundo del confín. Cuando las investigaciones del “Beagle” llegaron a difundirse, el gobierno el general Bulnes, en Chile, comenzó a considerar el problema.

Alentado por las reiteradas exhortaciones de O`Higgins, que desde su destierro en el Perú insistía en la ocupación chilena del Estrecho, el general Bulnes encontró además un inesperado apoyo en el argentino Sarmiento, redactor del diario oficialista chileno “El Progreso”. Sarmiento inició una campaña de prensa sosteniendo los derechos chilenos no sólo sobre el Estrecho de Magallanes, sino sobre toda la Patagonia. Su tesis era que “el mal de la Argentina es la extensión”( era la tesis invariable de la clase terrateniente de Buenos Aires, obsesionada exclusivamente por el puerto, la Aduana y la pradera), indiferente por lo demás al concepto territorial de la soberanía, excepción hecha de Rosas, que gobernaba la Confederación Argentina. Sarmiento, como tantos otros pensó muchas veces en no regresar nunca al país. Se declaraba chileno con frecuencia. Por lo demás, su antagonismo político con Rosas lo llevaba a afirmar todo género de desatinos, no todos afortunados como lo fue “Facundo” en el plano literario. Resuelto a pasar a la acción, Bulnes envió una expedición al Sur que fundó Fuerte Bulnes (refundada luego con el nombre actual de Punta Arenas) el 30 de octubre de 1843. Absorbido Rosas con los conflictos internos y externos de la Confederación Argentina, recién en diciembre de 1847 enviarán una nota al gobierno chileno protestando por la ocupación del estrecho. Esta nota y la orden del gobernador de Buenos Aires al historiador Pedro de Angelis y al jurista Vélez Sarsfield de estudiar la documentación originaria constituyen el primer acto del conflicto diplomático con Chile sobre el territorio austral, que se prolongará hasta nuestros días.

El desarrollo de la disputa

Los episodios posteriores se produjeron en 1877 (Tratado Yrigoyen- Barros Arana); 1881 (Tratado Yrigoyen- Echavarría) y 1902 (los llamados Pactos de Mayo). Se trataba de determinar cuáles eran los límites entre Chile y Argentina.

En el acuerdo de 1881 ambos países convinieron en que el estrecho de Magallanes sería chileno, aunque no podría artillarse; la Patagonia oriental sería argentina y Tierra del Fuego se dividiría entre ambos. En cuanto a las islas al sur del Canal de Beagle, serían chilenas en tanto que bañadas por el Atlántico, quedarían bajo soberanía argentina. Sin embargo, detrás de estas minuciosidades de cartógrafo, se movían intereses más poderosos y complejos de la política latinoamericana. Ya en 1839 Chile había intervenido, con un “Ejército Restaurador”, bajo las órdenes de Bulnes, para deshacer la Confederación Perú-Boliviana, proyectada y construida por el antiguo oficial de Bolívar, el mariscal Santa Cruz. Esta ofensiva militar chilena se fundaba en el criterio de “mantener el equilibrio del Pacífico”. Luego, en 1879, Chile había declarado la guerra a Bolivia y Perú. Buscaba nuevos territorios a fin de apoderarse del guano peruano y del salitre boliviano. Como los dueños virtuales del salitre eran los capitalistas ingleses, el beneficio

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que extrajo Chile y su oligarquía de la conquista territorial se fundó en el impuesto a la explotación del salitre, que permitió una era de gran prosperidad fiscal en Chile. La opinión pública de América latina se volvió anti-chilena ante el despojo obrado a costa del territorio boliviano, al que cerró la salida al mar, y del peruano, al que arrebató la provincia y puerto de Arica. Esta alianza entre el imperialismo británico y la oligarquía comercial chilena hacía rebotar el “partido americanista”. En Buenos Aires, Estanislao Zeballos llamaba a la solidaridad con Perú y Bolivia. Roque Sáenz Peña, con el grado de Teniente Coronel, luchaba en las filas del ejército peruano, Vicente Fidel López e Indalecio Gómez eran “peruanistas”. Por el contrario, el mitrismo y “La Nación”, así como los intereses ingleses, estaban por un arreglo con Chile, a toda costa para evitar una alianza entre la Argentina, Perú y Bolivia.

La Conquista del Desierto dirigida por el general Roca, era un episodio de la guerra no declarada por la soberanía en la Patagonia. “La Nación”, por su parte, escribía: “pensamos que si la guerra con Chile por nuestros límites sería un escándalo inútil, la guerra por límites ajenos sería una insensatez indigna de una nación de verdad”. La reacción pública contra el “arbitrismo” anglófilo de Mitre fue inmediata: se borraron 4.000 suscriptores de “La Nación” y fuerzas policiales fueron llamadas a proteger el diario. Zeballos, desde “La Prensa”, acusaba a Emilio Mitre de escribir sus editoriales bajo la presión del capital británico invertido en Antofagasta.

Los Pactos de Mayo y la Corona Británica

Pero tanto en Chile como en la Argentina no sólo había dos oligarquías, sino también dos pueblos y dos tipos de patriotas: aquellos que buscaban el progreso respectivo por la fraternidad latinoamericana y aquellos que en relación con el extranjero imperialista urdían una política de rapiña o de indiferencia ante la rapiña próxima. En 1902, los Pactos de Mayo aprobaron dos hechos decisivos: uno, la Argentina se desinteresaba de la expansión chilena en el Pacífico y libraba a su suerte los territorios de Perú y Bolivia ocupados por Chile después de la guerra de 1879. Por el otro, se sometía al arbitraje de la monarquía británica todo posible conflicto posterior. En apoyo a los “pactos”, Pellegrini afirmaba crudamente: “Para las repúblicas sudamericanas no puede existir política continental… nada de común tenemos con la América sajona y lusitana y la comunidad de raza, religión, idioma o forma de gobierno no basta para acercarnos a la otra… no es posible crear vínculos artificiales entre pueblos que no tienen intercambio comercial.. Que no se hable de un vínculo creado por la historia...” Oponerse al expansionismo de otro país le parece un despropósito:

“Todas las fronteras terrestres entre las naciones han sido trazadas por la espada del vencedor. ¿Y qué tenemos que ver nosotros con el Perú?” ¡1902! La Argentina reventaba de oro en los trojes. Sus políticos solo querían viajar alegremente a París cada seis meses. En cuanto a los chilenos, escribe Mac-Iver: “Proveíamos con nuestros productos las costas americanas del Pacífico y las islas de Oceanía del Hemisferio Sur, buscábamos el oro de California, la plata de Bolivia, los salitres del Perú, el cacao de Ecuador, el café de Centroamérica, fundábamos bancos en La Paz, en Mendoza y San Juan”.

Muy atrás habían quedado Bolívar y San Martín. Sus retratos ya no se cubrían de gloria sino de polvo y yacían arrumbados bajo la mesa en el suntuoso banquete del fin de siglo.

La oligarquía argentina: cuanto más chico, mejor

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Cabe preguntarse cuáles son las causas histórico- políticas por las cuales la oligarquía agro-comercial argentina ha exhibido invariablemente una posición de renunciamiento territorial” mientras que por su parte la burguesía agro-comercial chilena, por el contrario, ha manifestado un apetito incesante de territorios nuevos, sea al Norte, sea al Sur. El pacifismo de una o el belicismo de la otra obedecen a razones identificables. Ambas oligarquías son igualmente antipopulares y parasitarias, según lo ha demostrado la historia una y otra vez. En lo que se refiere a la oligarquía argentina, se constituyó, aún antes de la independencia, bajo la forma de un núcleo de intereses enraizados en el puerto de Buenos Aires, con su ciudad y su campaña. El carácter rentístico de esa región, dotada de gran productividad natural, ligó el destino de esa oligarquía terrateniente, comercial y financiera a los mercados internacionales. A diferencia de la economía agraria de otros lugares del mundo menos fértiles (EE.UU. Canadá, la URSS, Australia, Nueva Zelandia) las pampas argentinas estaban cubiertas por una profunda capa de humus natural y bendecidas por tal régimen de lluvias que la carne primero y luego los cereales producían a un costo sin competencia posible, si se le añade la proximidad de los campos de pastoreo a los puertos de exportación. Tales características fueron y son únicas en el mundo. El fruto óptimo de tales praderas singulares ha beneficiado a la oligarquía con una gigantesca renta sin necesidad de mano de obra calificada, ni inversión de capital, ni tecnificación. A tales factores concurrentes se denomina “renta diferencial”, un suculento “extra” a la renta agraria normal. La posesión de tales “ventajas comparativas” dio a esta rosca oligárquica, desde la revolución de Mayo en que se encontró dueña de tal prodigio, una conciencia clara de sus intereses. Con Rivadavia, Rosas o Mitre, mantuvo ese privilegio en sus manos, sin ceder jamás a los reclamos de las provincias interiores, hambrientas y empobrecidas por la falta de aduana nacional y por el librecambio impuesto por Buenos Aires. En ciertos momentos, la indiferencia de la oligarquía bonaerense por la integridad del país llegó a extremos que corrieron peligro hasta los vínculos con provincias que estaban unidas desde los tiempos del Rey. Tal fue el caso de la República de Tucumán y la República de Entre Ríos.

Otro testimonio es la separación durante una década entre el Estado de Buenos Aires y el resto de las provincias argentinas reunidas en Confederación. A la oligarquía porteña le bastaba su base de poder. Desde el principio tuvo la tendencia a desprenderse de los territorios interiores que sólo le traían quebraderos de cabeza. Su aversión perpetua al “interior” y a “América” es uno de los rasgos más acentuados de su carácter político y el elemento definitorio del mi trismo y los rivadavianos. Así, Buenos Aires negó a San Martín auxilios para concluir su campaña en el Perú, cedió la Banda Oriental a la “independencia” bajo la protección del pabellón británico, olvidó al Paraguay, entregó al Brasil parte de las Misiones, a Chile la Puna de Atacama y renegó de todo conflicto de límites o de toda patriada americana que pusiese en mínimo peligro su sebo, sus lanas, sus cueros y sus carnes. Toda la historia diplomática argentina puede cifrarse en dicha enunciación, sin que falten en ella, cada tanto, algunos patriotas que no podían romper esa regla de oro. Disfrutar sin sobresaltos la renta agraria ha sido siempre todo su programa. Fundado en tal tradición es que Mitre concibió una vez la creación de la República del Plata, uniendo dos praderas y dos puertos, los de Buenos Aires y Montevideo. Una república agraria semejante habría disfrutado de una fabulosa renta brotada de pastos inmejorables y de haciendas sin paralelo. El resto de las provincias argentinas hubieran sido arrojadas al caos y la miseria genérica de América latina. La oligarquía pampeana es “separatista” por tradición e intereses. Su inveterado europeísmo es el resultante cultural.

La oligarquía chilena: “angosta y larga como una espada”

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Contra lo afirmado en las rosadas crónicas de la Conquista y los poemas descriptivos de Alonso de Ercilla, el suelo chileno está lejos de contar con la fertilidad entrevista por los descubridores. Las tres cuartas partes de su territorio no son aptas para la agricultura. La proporción entre el área agrícola aprovechable de Chile con otros países es muy elocuente al respecto. De los 740.000 kilómetros y pico de su territorio actual, sólo son cultivables 6.000 kilómetros fértiles bajo riego; 4.000 kilómetros de suelo pobre o medianamente fértiles y 40.000 kilómetros de tierra de secano fértiles. Si para una población pequeña la fertilidad de los valles centrales pudo ser suficiente al principio del poblamiento de Chile, la extensión de la frontera agrícola pronto encontró límites infranqueables. Al mismo tiempo, no escaparon a la mirada de la oligarquía chilena los desiertos fértiles de los valles patagónicos al otro lado de la cordillera, que la indiferencia de la plutocracia pampeana volvía más codiciables. Así, los estadistas chilenos más penetrantes, como Ibáñez, podían afirmar en una conferencia las razones económicas de una expansión deseable: “Los potreros de cordillera son el complemento indispensable de nuestro valle central. En este hacemos nuestras siembras, en aquellos sostenemos nuestros ganados. Renunciando a esos potreros nos constituimos en eternos tributarios de la República Argentina, que será exclusiva en suministrarnos el ganado.”

Las posibilidades de una burguesía comercial minera capaz de desenvolver la economía chilena por caminos propios y crear un proceso de acumulación y diversificación industrial quedó anulada en los siglos XIX y XX. Resultó vencida por el poder combinado de la oligarquía comercial y agraria sostenida en los puertos y con colaboración del capital imperialista extranjero. La contrarrevolución contra el Presidente Balmaceda simbolizó esa alianza opuesta a los grupos sociales más revolucionarios y populares que buscaban construir un nuevo Chile. La dictadura de Diego Portales había erigido un Estado pequeño y eficiente, adaptado a esa realidad y donde la Marina ocupaba el primer lugar del presupuesto militar, hecho que marcaría toda la historia de Chile. Anglófila y liberal-oligárquica, la marina chilena debía jugar el principal papel en el levantamiento de los salitreros británicos del litoral boliviano contra Balmaceda en 1891, y en las tentativas posteriores de expansión hacia el sur.

Don Francisco Encina escribe en su Historia de Chile, al analizar las causas de la guerra con Perú y Bolivia en 1879, que entre ellas “ocupa lugar preferente el espíritu expansivo que animó al puerto chileno en lo que iba corrido del siglo XIX. El temperamento y la reciedumbre de carácter, amasados en el crisol de dos pueblos a cual más impetuoso, que vino a reunirse en el espíritu de empresas del vasco y la ética del castellano, lo impulsaron hacia las aventuras lejanas desde que tomara contacto con el mundo exterior. Una administración política de austera consecuencia actuaba como compresora. El ansia de emociones era la válvula de escape”. Además de las emociones estaba el imperialismo inglés, que había invertido en Antofagasta, hacia 1879, más de un millón de emocionantes libras esterlinas.

Su influencia en la política chilena no era inferior a la que ejercía en la política argentina. Durante largos años hubo un Súper Estado más fuerte que Chile y Argentina: el capital inglés. Pero también en Chile había patriotas inspirados en la fraternidad latinoamericana, grandes espíritus reunidos alrededor de la Unión Americana y del legado de Bolívar: José Victorino Lastarrìa, Francisco Bilbao, Domingo Santa María, Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna.

La fragmentación de América Latina

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A lo largo del siglo XIX se produjeron numerosos conflictos de límites en América latina. Las pequeñas repúblicas se desgarraban entre sí en lugar de unirse para construir la gran nación concebida por los soldados revolucionarios de la época heroica: San Martin, Bolívar, O’Higgins, Artigas, Morazán, Abreu de Lima y tantos otros. Habían venido a reemplazar al absolutismo español, que a pesar de todo ejercía un papel unificador antes de la Independencia, fantasiosas soberanías de frágiles estados. Los grandes capitanes habían pretendido sustituir la unidad monárquica española por la unidad e independencia de las viejas colonias. Pero la Federación o Confederación de pueblos concluyó en un fracaso, que es el estigma de América latina y la bandera de su revolución inconclusa. A ciento cincuenta años de la muerte de Bolívar todavía hay gentes que lo supone un iluso, o que afirman, muy sueltos de cuerpo, que sólo los monopolios aspiran a unificar a América latina. Los más caritativos de nuestros contemporáneos atribuyen a San Martín y Bolívar haber prohijado una utopía. Pero como dice Recaurte Soler: “la persistencia de una utopía invita a pensar, efectivamente, que ella alberga en su seno el núcleo racional que ha de elevar su realización”.

Las miserables disputas territoriales que siguieron a ese derrumbe profundizaron la división de la Patria Grande. ¿A quién pudo beneficiar tal dispersión? Como es obvio, a las oligarquías agrarias, comerciales y financieras. Desde Caracas a Buenos Aires y con el apoyo directo de las grandes potencias europeas o norteamericanas interesadas en paralizarnos, dichas oligarquías medraron gracias a la fragmentación de América latina. Como en los ridículos principados alemanes anteriores a la unidad nacional bismarckiana, no podía ofrecer América latina sino el espectáculo de la impotencia económica, la vanidad guerrera, la pérdida de su conciencia nacional y la agonía de sus grandes espíritus, que se ahogaban en cada aldea. Cuando brotaba un conflicto, (Chile con Bolivia, Perú con Colombia, Bolivia con Paraguay, la Triple Alianza contra el Paraguay) los proveedores de armas y créditos de las grandes potencias eran los mismos que habían creado la crisis bélica. Detrás de cada guerrita, aparte de los héroes principales y anónimos que consolaban el amor propio de cada República, trascendían al poco tiempo los héroes y protagonistas verdaderos: el salitre, el petróleo, el guano o las finanzas.

Ahora bien, ¿qué ocurre entre Chile y Argentina? ¿Desde qué punto de vista los patriotas argentinos, chilenos y latinoamericanos deben valorar el asunto para no dejarse embarullar por el “patriotismo aldeano” de los impostores, los torturadores y los verdugos de dos dictaduras igualmente irrepresentativas? Nadie debe olvidar que ni Pinochet ni Videla expresan la voluntad de los pueblos chileno o argentino. Tampoco sería cuerdo olvidar que los agentes de las grandes potencias no verían con malos ojos un conflicto que desangrara a dos pueblos del Cono Sur. El ejemplo de Irán e Irak está muy próximo. La diferencia radica en que gobierna en Irán Komeini, sólo comprometido con su propio pueblo y que ha logrado conservar la soberanía e integridad de la Nación iraní pese a todas las asechanzas. Ninguno de los dos gobiernos de ambos lados de la cordillera podría invocar para sus posiciones respectivas un gramo de nacionalismo. Sería grotesco pensarlo siquiera: tanto el régimen chileno como el argentino han entregado a las normas del Fondo Monetario Internacional y de los Bancos, monopolios e importadores extranjeros la soberanía global de las economías respectivas, sin la cual toda soberanía territorial o política se vuelve ilusoria y declarativa. Defender un pedazo de tierra helada hasta llegar a la guerra sería tan monstruoso como permitir que ambos regímenes prosigan cediendo al extranjero todo el sistema productivo nacional construido tras penosos esfuerzos por el pueblo de cada país, sus clases medias, sus empresarios y sus trabajadores.

No pueden engañar a nadie con semejante patraña, y no lo harán. Pero el carácter artificial del conflicto aparece a plena luz si se considera la cuestión de las islas Malvinas. Ya

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no se trata de las Malvinas, sino de las Fuerzas Armadas en su conjunto, que han asumido la responsabilidad del gobierno político del Estado y la responsabilidad por la solución del conflicto del Beagle.

Atención a las Malvinas

Nadie ignora que nunca ningún gobierno argentino, desde la ocupación por la fuerza de las islas en 1833 por un buque británico planteó seriamente el problema, salvo en el campo de la historia (hay decenas, quizás centenas de estudios históricos y cartográficos publicados sobre las Malvinas) y en el túnel del tiempo de la diplomacia. Los ingleses deben tener una risueña idea de la formidable paciencia argentina y de su ingenio diplomático impar, capaz de producir ciclos de negociaciones ilimitados e infatigables. Durante más de un siglo esta protesta diplomática puramente formal, reducida a una carilla tamaño oficio, reflejó la estrecha asociación de la Argentina con el Imperio Británico, si dejamos a un lado el poder incontrastable de la flota británica. Ambos hechos, además del imperio mismo, ya son un asunto del pasado. No conocemos ningún gobierno argentino que aun en la época en que las Malvinas adquieren importancia económica, nada menos que en el orden del petróleo submarino y de las bancadas de krill ( una de las grandes reservas alimenticias del extremo sur) se haya propuesto librar una batalla diplomática, política, económica y psicológica de la devolución de las Malvinas. En relación con Chile y el Beagle, se llegaron a movilizar tropas, a llamar reservistas, a adquirir armamentos, cuya cuantía el país ignora, a acumular stocks de insumos diversos, a preparar a la población con grandes campañas publicitarias por todos los medios, a recorrer aguerridamente la zona en disputa.

En cambio, en relación con Malvinas, ni a este gobierno, ni a los anteriores, se les ocurrió siquiera: a) expulsar a súbditos ingleses destacados; b) iniciar una campaña nacional e internacional de propaganda; c) expropiar las estancias de la Corona ( más de medio millón de hectáreas en Santa Cruz); d) nacionalizar el Banco de Londres y América del Sur; e) congelar todas las inversiones inglesas; f) clausurar transitoriamente las instituciones culturales inglesas; g) suspender, si fuese necesario, las relaciones diplomáticas y boicotear a Gran Bretaña en la Naciones Unidas, la Unesco, la FAO, etc. ¿por qué estas medidas, que no son de guerra, como con Chile, eran simplemente imaginables para los gobiernos argentinos? Es que, en realidad, toda la historia argentina, con sus Borges, sus anglófilos, sus sir William Leguizamón, sus estancieros, sus miembros del Club Pickwick, y la inteligencia argentina en general, podrían decir como aquel político uruguayo: “aquí, donde me ve, detrás de este gauchito, hay un inglés”.

Comparar la situación de las Malvinas y su importancia con la del Beagle, así como la conducta respectiva asumida por los gobiernos argentinos ante ambos problemas, permite medir la cantidad de nacionalismo invertido por el liberalismo en la presente campaña. ¿pero que podía esperarse de una diplomacia ociosa y sibarita, vinculada por décadas a la diplomacia occidental anglófila, de la que espiaba sus menores gestos, sus trajes, sus vicios, sus bebidas, pero nunca su verdadera política? Para este tipo de nacionalismo vacío y retórico siempre están dispuestos los cipayos del tipo del almirante Rojas, ex peronista y feroz antiperonista, que pide sangre argentina al cielo, o el general Osiris Villegas, ansioso de publicidad en su hastiado retiro, que ha perdido todas las batallas políticas que emprendió en su vida y ahora quiere hacerle perder otra a la Argentina. He aquí su sentencia profunda: “Hay dos opciones para el Beagle: la paz o la guerra”. El general, claro, se inclina por la guerra. En realidad, podríamos decir que hay más de dos opciones: que Villegas hable o no hable, o dos más: que piense o no

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piense. Podríamos añadir otras sin esfuerzo: que el general Villegas estudie o no estudie antes de hablar. Pero confesemos que no hay muchas más opciones.

No resulta arbitrario traer a la discusión del tema de las Malvinas la defensa de la Antártida. En la fase más aguda del conflicto chileno-argentino, el diario ABC de Madrid observaba que era de interés británico crear un frente de conflicto chileno- argentino que permitiese postergar o enturbiar la cuestión de las Malvinas. El viejo león británico ha perdido los dientes pero no las mañas. Aun en la hora crepuscular de su poder mundial, sigue gozando de las ventajas derivadas de su grandeza pasada. Sólo el gobierno militar del general Lanusse pudo concebir la estupidez de ceder el arbitraje del problema con Chile en 1971 al laudo de la corona británica.

Este hecho bastaría para afirmar que la Argentina carece de una política exterior nacional, lo que es bien lógico, si se considera que no hay tampoco en el interior una política nacional. Con esa medida del gobierno de la dictadura militar anterior se otorgaba al usurpador de una parte del territorio argentino el papel en un conflicto de límites con un país hermano. Como Gran Bretaña no tiene problemas territoriales pendientes con Chile, es natural que cualquier fallo proveniente del que fue uno de los más grandes imperios de la historia no podría estar despojado de parcialidad política. No resulta nada extraño que el recientísimo patriotismo de los Rojas, los Villegas, las Cámaras de Exportaciones o las Sociedades Rurales, las Sociedades Anónimas y los miembros ya retirados del viejo servicio civil del Imperio Británico se hayan desgarrado las vestiduras por la cuestión del Beagle, haciendo caso omiso del tema de Malvinas. Es una página facsímil arrancada de la historia de América latina.

La Unión Aduanera Chileno-Argentina

En 1953 ambos países contaban con gobiernos elegidos por el pueblo. Los presidentes Ibáñez y Perón se reunieron en Santiago de Chile, ante una enorme multitud, y echaron las bases de un acuerdo que vale la pena recordar. Desde los balcones de La Moneda, el general Perón dijo ante medio millón de chilenos: “Durante más de un siglo, chilenos y argentinos han dejado que manos extrañas apagasen, con silencios incomprensibles y a veces inconfesables, la voz de nuestra propia sangre derramada en una comunión sin fronteras y sin límites, por la libertad de América. Frente a las nuevas fuerzas de carácter económico que pretenden dominarnos, nosotros, chilenos y argentinos, hemos decidido realizar la unión de nuestras fuerzas económicas… El futuro nos impondrá la unión económica de la América del Sur. No sé si mi visita a Chile y las resoluciones que adoptemos con el general Ibáñez serán el comienzo de la unión económica sudamericana.”

Esa línea de conducta entre nuestros dos pueblos no debe ser cambiada. Sólo los pueblos chileno y argentino tienen los títulos necesarios para dirimir fraternalmente los problemas de límites que pudieran suscitarse hasta que la Confederación Latinoamericana trace las grandiosas fronteras externas de la Patria Grande, desde el Río Bravo hasta el Cabo de Hornos, y más allá todavía, hasta el polo sur.

Los argentinos han luchado junto a Chile por la libertad de la América indoespañola bajo las mismas banderas y arrojado del suelo patrio a los ingleses que por dos veces lo invadieron. Luego, un vuelco histórico infortunado, con la derrota de los ideales sanmartinianos y bolivarianos, condujo a Chile y a la Argentina a girar un siglo como satélites alrededor de los Estados astros. En 1945 recobramos la soberanía gracias a las masas revolucionarias que levantaron nuevos estandartes para remediar antiguos dolores. La causa del pueblo volvió a ser

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derrotada en 1955 y 1976 por la misma oligarquía resurrecta que siempre encuentra en su camino a un puñado de generales que la sirva. Y es justamente este gobierno militar quien ha negociado ante otra dictadura similar en Chile la cuestión del Beagle hasta colocarla al filo de la guerra. Pero tanto el Beagle como la soberanía popular usurpada son resortes exclusivos de las masas populares argentinas. Ellas no han delegado ante nadie el derecho a decidir por su vida o su muerte, por la paz o la guerra, por la factoría pampeana o por la Grande Argentina. Cuando ellas se pongan en movimiento y decidan hacer la historia, otros gallos cantarán.

La mediación del papa de Puebla, del papa que ha nacido del asombroso giro copernicano operado por la iglesia desde Juan XXIII para incorporarse a los tiempos modernos, ha introducido una posibilidad cierta de llegar a un acuerdo. No podemos sino apoyar tal mediación: la diplomacia vaticana es más antigua que la inglesa y sustituirá con ventaja para ambos países a los burócratas pétreos, civiles o militares, de las cancillerías de ambos lados de la cordillera.

Hay que entrelazar nuevamente las banderas de Chacabuco y Maipo. Hay que unir las armas en la común defensa contra el inglés y por la custodia de la Antártida chilena y argentina. Hay que marcar a fuego a los bravucones que quieren separar a los hermanos. Volvamos los ojos a las Malvinas, a la soberanía interna y externa y derribemos la cordillera. Sellemos una unión aduanera con Chile para luchar juntos contra las potencias mundiales que pretenden dividirnos y humillarnos: ese es el camino para un segundo Ayacucho.

11) ¿por qué la invitación oficial para viajar a las Malvinas, después de la recuperación del 2 de abril?

Cuando volé en un avión de la Fuerza Aérea el miércoles 7 de abril lo sentí como uno de los grandes días de mi vida. Un giro “milagroso” de la historia había enfrentado a las Fuerzas Armadas argentinas al imperialismo mundial. Durante siete años habían sostenido a la pandilla oligárquica y anglófila de Martínez de Hoz. Habían respaldado a los saqueadores del país y habían reprimido a los trabajadores. Ahora, mientras volábamos hacia el Atlántico Sur, las tropas argentinas se preparaban a luchar con los enemigos históricos de la patria.

Todo había empezado de nuevo. El sutil y engañoso velo que cubría la relación imperial con la factoría pampeana, y que había producido escépticos poetas cortesanos, estudiantes izquierdistas que admiraban a Churchill y toros magníficos, había caído por fin y para siempre. Estados Unidos y Europa, en suma la bandada de vampiros coloniales, se volvía enfurecida hacia la Argentina y la partidocracia que hasta ese momento había sostenido el “Proceso”, comenzó a apartarse de él, horrorizada. Sobre el gredoso suelo de Malvinas que pisé conmovido esa tarde glacial, la historia despertaba de un largo sueño y se ponía de pie. Allí estaban los soldados argentinos aprestando sus armas. Sentí que un orgullo único volvía del pasado y nos envolvía a todos bajo el viento polar.

12) ¿Qué se debe hacer frente a la guerra de las Malvinas y a la actual ocupación británica de las islas argentinas?

La autopropaganda inglesa transformó en frase de uso común el hecho incierto de que “Gran Bretaña pierde todas las batallas y gana todas las guerras”. Ahora ha ocurrido lo contrario. En los últimos cien años la Argentina se integró al mercado mundial dominado por las potencias anglo-sajonas. Desde Roca hasta hoy, en que el sistema ha saltado por los aires, nuestro país se desenvolvió como provincia agraria de Europa. La articulación entre la Europa

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industrial y la Argentina exportadora de productos primarios permitió un prodigioso crecimiento hasta 1930. En la crisis mundial, la orgullosa factoría, de estancieros gordos y vacas flacas se estrelló como el Titanic en el iceberg de la década. Volvieron todos los parásitos de París, aterrados por la baja de los precios del ganado. Se hizo célebre la frase:”Quel difference, de Paris a l’estance”.

Gracias a la depresión mundial, se abrió la posibilidad en los países semicoloniales, de iniciar la marcha hacia la industrialización. La segunda guerra benefició de nuevo a la Argentina al aislarla de las potencias occidentales, absorbidas por sus sangrientas querellas. La prosperidad del mercado interno, los nuevos obreros, la joven burguesía industrial y la aparición de Perón son los signos externos de la nueva época. El nacionalismo industrial de Perón, sin embargo, encontró en la oligarquía un implacable enemigo.

Aunque el peronismo constituyó un gigantesco avance industrial en todos los órdenes, la hegemonía cultural de la europeización en el sistema cultural y educativo no cedió. Parte de las clases medias, a la rastra de los patrones de prestigio de la sociedad oligárquica, constituyó la “base de masa” del poder imperial y sus aliados internos. Como había ocurrido en las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), la partidocracia y una parte notoria de la “inteligencia” sostuvieron ardorosamente a los “aliados” anglo-yanquis o sea a los explotadores coloniales directos de la Argentina. Esas mismas fuerzas conspiraron contra Perón entre 1946 y 1955, en que lograron derribarlo.

Se trata de los mismos sectores “democráticos” que a partir del 2 de abril se niegan a aceptar el carácter heroico de la gesta, se obstinan en pagar la deuda externa a la banca inglesa y tienden una cortina de humo sobre este grandioso acontecimiento del siglo XX. Han reemplazado todo análisis sobre el imperialismo invasor por una insustancial palabrería dirigida al comicio. Son los apóstoles vacíos de la “democracia formal”. Ayer reverenciaban a Roosevelt y a Churchill. Hoy lo hacen con Mitterrand, Felipe González y otros escandinavos. Todos ellos son representantes del colonialismo europeo, bloqueadores de la Argentina. De este modo, la Guerra de Malvinas, como lo afirma burlonamente la señora Thatcher, habría sido la lucha de la “democracia inglesa” contra la “dictadura argentina”. Quien esto escribe ha sufrido varios procesos y detenciones a manos de este régimen que agoniza. No tengo benevolencia hacia Galtieri ni hacia ninguno de sus colegas anteriores o posteriores. Pero comprendo muy bien a la partidocracia sucesora de Saturnino Rodríguez Peña (aquel que ayudó a escapar al General Beresford, cuando la primera invasión inglesa). No falta entre ellos quienes proponen el día 2 de abril como “día de luto”.

Gracias a esa sociedad anglófila que venera a Europa o a EE.UU., se formó una clase “democrática” devota a todas las guerras ajenas y héroes alógenos. Son el producto directo de esos bachilleratos franceses importados por Mitre, indiferentes a la América Criolla, capaces de ahogar en un hastío glacial las mejores vocaciones y las rebeliones más originales, seguidos de una universidad productora de especialistas indiferentes al destino nacional, siempre dispuestos a emigrar por un buen contrato en el exterior. ¡Cómo para entender la Guerra de Malvinas con un sistema cultural que reposa en el dilema sarmientino de “civilización o barbarie”, que según cabe imaginar sitúa la barbarie en América y la civilización en Europa! Se trata del mismo Sarmiento que había escrito al general Mitre:” No ahorre sangre de gauchos. Son lo único que

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tienen de humano.” A su lado, ¿podrían entender la guerra con Inglaterra los “izquierdistas portuarios”, tan alejados del drama argentino como los terratenientes que vivían en Europa?

La primera pregunta que brotó en todos los labios de la Argentina ilustrada fue: ¿por qué razón ahora ocupó Galtieri las islas? ¿Qué propósitos se ocultaban detrás del acontecimiento? ¿Ambiciones personales, etcétera? Cuando la flota inglesa avanzó armada hasta los dientes, tras la hipócrita euforia inicial, todos empezaron a retroceder, a murmurar, a conspirar. Así se gestó una intriga palaciega de políticos nativos y embajadores extranjeros destinada a derrocar a Galtieri y facilitar un “gobierno de transición” hasta el ansiado comicio. A esta Argentina político- institucional se le ocurrió entonces calificar el 2 de abril con la frase: “una aventura irresponsable”. Según se sabe, es la tesis británica. Los cipayos (vocablo hindú que designaba de ese modo a los nativos aliados al usurpador inglés del suelo nacional) estaban horrorizados. Borges sentía que se hundían las columnas de Hércules. Los “demócratas” consideraban que esa heroica lucha contra el imperialismo no podía ser realmente legítima porque procedía de un gobierno malo y de Fuerzas Armadas que no merecían confianza. Pero lo notable de los aspectos políticos de la Guerra de Malvinas es que la mayor parte de los partidos políticos argentinos habían apoyado directamente el régimen nacido el 24 de marzo de 1976 y habían ocupado ( y siguen ocupando hoy) miles de cargos, desde intendencias hasta ministerios provinciales, ministerios nacionales y embajadas. Sólo se alejaron del gobierno (pero no de los cargos mencionados) cuando el histórico giro del 2 de abril puso en evidencia que la Argentina había entrado en conflicto con las pérfidas potencias de Occidente colonialista y sus aliados de la usura mundial. Entonces descubrieron muchos de estos partidos que este régimen era una dictadura.

Pero cuando está en juego el suelo de la patria, sólo un cipayo puede preguntarse si el gobierno que conduce la guerra le gusta o no. Si San Martin hubiese renunciado a luchar contra el imperio Español al descubrir a su llegada a Buenos Aires la catadura de Rivadavia y Pueyrredón, quizá seríamos todavía súbditos del rey de España.

El pueblo argentino y los hermanos de la Patria Grande comprendieron instantáneamente que la Argentina había emprendido una gran gesta. El 3 de abril, hasta los ultra-demócratas y los severos “izquierdistas” se informaron de que los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, etcétera, habían votado contra nuestro país en el Consejo de Seguridad, mientras que China, la URSS, Polonia y España se abstenían. Sólo votó a nuestro favor la gallarda República de Panamá, por la boca de su canciller Illueca. El apoyo provenía del legendario suelo al que había convocado Bolívar en 1826 para fundar entre todos una “Nación de Repúblicas”.

Con las tropas argentinas en las Malvinas, saltó en pedazos el TIAR y la Doctrina Monroe, los simuladores de la “democracia” europea y los admirados yanquis de Alexis de Tocqueville, en suma, los modelos ideales en que habían sido educados los oficiales de las tres armas en la Argentina. Volvimos nuestras miradas hacia la América latina. Nicaragua sandinista nos apoyó lo mismo que Cuba. Por encima de todo, éramos latinoamericanos. Y este hecho de trascendencia mundial, que reubicaría a la Argentina en el campo del Tercer Mundo junto a aquellos pueblos que como nosotros luchaban por su independencia nacional, sería objeto de una feroz campaña de “desmalvinizaciòn” que no cede ni un solo día.

Y el 2 de abril resolvió con el irresistible poder de los hechos esta paradoja: la mismas Fuerzas Armadas que habían entregado el poder económico durante siete años a los abogados

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de Inglaterra y Estados Unidos, se enfrentaron con los amos imperiales y rompieron a cañonazos esa alianza. Por esa causa, Gran Bretaña ganó una batalla y perdió la guerra.

SINDICATOS, EDUCACIÒN Y PERONISMO

13) ¿Cuál es su criterio sobre la existencia de un sindicato único? ¿Se deben hacer descuentos salariales para las obras sociales o se deben dar opciones? ¿Es correcto estimar que los descuentos para obras sociales llegarían al veinte por ciento del presupuesto nacional? ¿Cree que es controlable el poder que emana del manejo de las obras sociales?

Sostengo el sindicato por industria, los descuentos obligatorios y la administración de las obras sociales por parte de quienes las han fundado y las pagan.

Si los dirigentes obreros eran detestados por los trabajadores y sólo permanecían en sus cargos gracias al poder del Estado, como habitualmente se afirma respecto de los dirigentes peronistas, la caída de Perón en 1955 y de la señora de Perón en 1976, habrían constituido excelentes oportunidades para que los trabajadores pudieran sustituirlos. Esto resultó real en algunos y se reiteró la elección de los antiguos en otros. Cuando el gobierno militar de 1976, en época de los ministros Liendo y Reston como titulares de Trabajo, decidió suprimir los aportes obligatorios de los obreros a sus sindicatos para “dejarlos en libertad”, con su renuencia, de hundir financieramente las organizaciones gremiales, el vuelco en masa de los obreros que voluntariamente aportaron sus cuotas para defender las organizaciones dejó atónitos a los mencionados Liendo, Reston, Martínez de Hoz y colegas. También a muchos estudiantes de filosofía, sociólogos e izquierdistas de todo pelo, color y marca.

14) Usted acostumbra criticar a Sarmiento. ¿Puede precisar sus críticas?

Sarmiento fue un admirable artista de la prosa hispano-criolla, un García Márquez en el Facundo, un degollador de gauchos con manía homicida (ver Archivo de Mitre, tomo IX), un introductor de la “educación común” de los Estados Unidos y racista anticriollo por admiración hacia la raza blanca. Después que Marcos Paz, vicepresidente de Mitre, ocupa militarmente Catamarca, escribe:”En este banquete de civilización y principios, sólo se excluyen el poncho, el crimen, la barbarie, es decir los caudillos”. Y Sarmiento le hace coro, al ordenar el degüello del Chacho, pues así era conocido el general el general Ángel Vicente Peñaloza, caudillo de los llanos riojanos: “No ahorre sangre de gaucho”, escribe a Mitre. “Es lo único que tienen de seres humanos”. Véase el ya citado Del patriciado a la oligarquía.

15) ¿Qué papel juega la enseñanza privada? ¿Qué criterio se debe adoptar frente a la educación en general?

Todo el sistema cultural argentino está en crisis, no sólo los ciclos primarios, medios o universitarios. Han sucumbido por las mismas causas que originan la declinación de la sociedad argentina diseñada por los grandes soldados y políticos del 80, los Roca, los Pellegrini, los Hernández, los Ricchieri. He señalado en la respuesta número 1 algunos rasgos de esa crisis. Es evidente que la educación, la cultura, el periodismo, los libros, las ideas de la época no podían en modo alguno escapar al hundimiento general.

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Brevemente, sostengo que hay que convocar, a partir de un gobierno elegido por el pueblo, a una “Asamblea Constituyente” de la educación, la ciencia y la cultura de la Argentina. Sintetizo:

1. Hay que suprimir durante un año las clases en las escuelas, colegios nacionales y universidades.

2. Chicos y adolescentes deben concurrir a dichos colegios e instituciones para estudiar música, canto y educación física. Se ha probado que cantar y hacer deportes no le ha hecho nunca mal a nadie, pero también se ha probado que la enseñanza de las instituciones educacionales de la República en el estado en que se encuentran le hace mal a muchos. Entre otras cosas importantes, no pueden enseñar a comprender la patria y la América Latina. Lo mismo digo respecto de colegios e institutos militares.

3. Todo el cuerpo docente seguirá durante este año de suspensión de clases cobrando sus haberes. Pero se organizará, en escala nacional, un sistema de seminarios, grupos de estudio y de lectura para investigar y reflexionar sobre los temas básicos de una Educación nueva: se verá de nuevo la historia desconocida, las ideas económicas útiles a los argentinos, el tipo de ciencias que conviene al país. Se someterán a crítica, en fin, todos los programas y se crearán otros nuevos. Tales estudios y discusiones serán seguidos vivamente por todo el país por medio de la radio y la televisión. Las grandes masas aprenderán, junto a los profesores que se reeducan a sí mismos pues sólo así estarán luego en situación de educar a las jóvenes generaciones.

Dicha actividad culminará en un Congreso de la Educación, la Ciencia y la Cultura. Serán invitados a asistir a él los más destacados escritores, poetas, pensadores y científicos. Sin censura estatal, los educadores reeducados establecerán allí ante los ojos y oídos de las masas populares, las líneas de los nuevos programas, carreras y objetivos para una Patria Nueva en marcha hacia una América Latina Unida.

16) Se coincide en considerar a Juan Domingo Perón como un líder carismático. También se entiende que el carisma es la imagen del paternalismo omnipotente. ¿Auspiciar ese tipo de liderazgo político puede inducir al rechazo de la actitud crítica propia de la edad adulta para configurar un ciudadano con esquemas infantiles?

Max Weber estudió el papel del “personaje carismático” en la historia. Pero el concepto tiene un origen teológico, que emplean, para descalificar a Perón, numerosos ateos y descreídos. Pues es natural que si cierto “carisma” es un don gratuito procedente de dios, nada tiene que hacer el pueblo para crearlo. Sólo queda a las masas seguir esa divina inspiración depositada en el hombre providencial. El rol pasivo de las clases trabajadoras frente al ungido queda a la vista. Se trata de una banalidad que ha logrado sobrevivir entre tantos precarios libros de sociología gracias al odio social que la inspira. Perón es el efecto y no la causa del peronismo. Es el peronismo, por así decir, quien inventó a Perón y no a la inversa. El propio caudillo, en conversaciones con Pavón Pereira, ha señalado agudamente que su posición en la vida del país sólo pudo ser posible porque había abrazado una gran causa, que lo elevó más allá de lo imaginado. De otro modo, agregaba, todo hombre es un hombre común. En síntesis, Perón era la expresión personal de grandes intereses impersonales, la cifra humana de inmensas multitudes que eligieron a Perón para modificar la historia. Cuando así lo necesiten, crearán otro. “Caudillo”, proviene de “caudal”. Es una palabra que indica lo colectivo.

17) ¿Considera al peronismo agotado?

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El pueblo argentino, el olvidado, el marginado, el que no entraba “en las listas”, pero en “todos los entreveros dentraba”, creó o inventó las guerras de emancipación, los ejércitos federales, la marcha hacia el desierto, el yrigoyenismo y el peronismo. Cierto es que hubo hombres simbólicos. Pero, como en el caso del arte y la formación de los idiomas, es el pueblo innumerable el verdadero gestor. En tanto el peronismo le sirva como arma para luchar por sus derechos, el pueblo lo seguirá empleando. Aunque no tengo la menor duda de que, si no llega a servirle, los “desconocidos de siempre” inventarán un instrumento histórico más adecuado.

18) ¿Cuál es su opinión sobre la patria potestad? ¿Debe continuar como hasta ahora, otorgándosela exclusivamente al padre, en caso de separación del vínculo matrimonial, o debe ser compartida en todos los casos por ambos padres? ¿Debe existir el divorcio y la posibilidad legal de volver a contraer matrimonio? ¿Es necesario legalizar el aborto? ¿Qué opina de las relaciones sexuales prematrimoniales en la juventud actual?

Hay una ley de divorcio aprobada por el Congreso Nacional el 15 de diciembre de 1954, promulgada por el muy católico gobierno peronista y suspendida en sus efectos por el muy liberal y descreído gobierno de la Revolución Libertadora de 1955.

Hay que ponerla en práctica. Patria potestad compartida, naturalmente. Y protección legal de la vida de las mujeres pobres que no pueden hacerse abortos como las ricas y por esa causa mueren oscuramente de a miles. Una legislación que proteja la vida de las mujeres y niños pobres; educación sexual desde la escuela primaria; planificación familiar para facilitar el conocimiento de métodos anticonceptivos que impidan la realización del aborto, recurso terrible que es preciso evitar a toda costa. A las mujeres acomodadas y en consecuencia “cultas”, les resulta indiferente la despenalización del aborto, pues su situación social las coloca por encima de todo peligro. El drama cotidiano es para las mujeres pobres, las ignorantes y desvalidas, las solteras abandonadas, las adolescentes violadas, las que emigran a las grandes ciudades. A ellas les espera la soledad, las agujas de tejer, la interminable hemorragia y la muerte.

19) ¿Cuál es su criterio para solucionar el problema de los desaparecidos?

En mi libro La era del peronismo analizo las raíces sociales del terror y de su réplica, el contraterror de Estado. Además de los derechos humanos lesionados, incluido el de los deudos de los muertos por las bandas terroristas, existe la necesidad de que una justicia que emane de los poderes legítimos del Estado, mediante elecciones limpias, realice todas las investigaciones necesarias para esclarecer y penar todo “exceso” cometido. Cabe recordar a este respecto que hay maestros de la técnica de “desaparición” por causas políticas. Son las escuelas de adiestramiento antiguerrillero de los Estados Unidos en Panamá. Asimismo, no conviene olvidar la práctica y la doctrina de la “guerra contrarrevolucionaria” de los franceses en Argelia e Indochina. Resulta curioso y escandaloso que los Estados Unidos, nada menos- después de Vietnam- y Francia (aún la “socialista”) a partir de los 800.000 desaparecidos en Argelia, se truequen en campeones de los derechos humanos… en la Argentina. Semejante cinismo desalienta toda respuesta.

Son los argentinos y sólo ellos quienes deben: a) investigar el problema y sancionar a los responsables) transformar de modo revolucionario la sociedad argentina para que impida la reaparición de la violencia, la injusticia social y la expropiación política de las masas. Sólo de esa manera, el terror y el contraterror podrán constituirse en un tenebroso recuerdo para las próximas generaciones.

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EL CARÁCTER HISTORICO DE LOS MOVIMIENTOS NACIONALES

Ángel Perelman fue un obrero metalúrgico, hijo de metalúrgicos y militante desde su juventud en la corriente de la Izquierda Nacional. Fundó junto a Fernando Manuel Carpio la Unión Obrera Metalúrgica en 1944. Acompañó la fundación del PSIN y del FIP. Escribió sus recuerdos de 1945 en un libro titulado Cómo hicimos el 17 de octubre. Fue un militante obrero intachable. En su homenaje público hoy estas páginas que explican claramente el trasfondo histórico de los movimientos nacionales y, en consecuencia, del peronismo.

Es muy fácil decir hoy que la acción bienhechora de un solo hombre dio lugar a la formación de ese movimiento multitudinario que se llamó peronismo. Pero la explicación histórica es más profunda y de más vasto alcance. En estos recuerdos que escribo he tratado de explicar que la Argentina era un país semicolonial que, aunque más desarrollado que sus hermanos de América latina estaba de todas maneras comprometidas política y económicamente por el capital extranjero imperialista. La Segunda Guerra Mundial había quebrantado los poderosos vínculos que ligaban a la Argentina y en general a todos los países coloniales y semicoloniales con las grandes metrópolis imperialistas sometidas al conflicto bélico.

En todas partes del mundo surgían movimientos nacionales revolucionarios que aprovechando las dificultades del imperialismo se proponían conquistar la liberación nacional y salir de la sumisión y de la esclavitud.

Ese movimiento también se manifestó en la Argentina y al no encontrar en los partidos seudopopulareso o seudoobreros a los dirigentes naturales de ese movimiento mundial los encontró en cambio en el núcleo militar encabezado por el coronel Perón. El contenido económico de la política de Perón no tenía un carácter socialista ni comunista. Su acción representaba más bien un cierto despertar del capitalismo nacional. Cuando Perón protegía la industria por medio de créditos bancarios, cuando iniciaba sus nacionalizaciones no estaba practicando medidas comunistas. Por el contrario, practicaba medidas capitalistas, pero eran medidas capitalistas argentinas. Y a esas medidas capitalistas argentinas se oponía tenazmente el imperialismo extranjero que veía en ese desarrollo burgués nacional el peligro para su dominación y la expoliación de los recursos naturales de la Argentina. Esta contradicción no podía resolverse a través de una política nacional y militar sin el apoyo del pueblo como lo demostró el 4 de junio de 1943. Para desarrollar el capitalismo, para establecer una verdadera política burguesa nacional había que enfrentar al imperialismo anglo yanqui, y en particular al último, que aspiraba a embolsarse la herencia colonial inglesa en todo el mundo, y particularmente en América latina. ¿Pero, cabía esperar que la burguesía industrial argentina, poco menos que recién aparecida y comprometida íntimamente con el capital extranjero pudiese encabezar esta tarea? Lo que la pura intuición teórica podía indicar fue ampliamente confirmado por la práctica. Si las burguesías inglesa y francesa habían desempeñado un rol revolucionario en la unidad nacional de Inglaterra y en conflicto con el feudalismo regionalista- y por lo tanto antinacional- se debía a que el régimen capitalista en su conjunto desarrollaba sus fuerzas productivas. El “tercer estado” estaba en la corriente del proceso histórico y mercaderes y manufactureros al apoyar activamente la lucha contra el feudalismo agonizante satisfacían sus intereses en tanto hablaban en nombre en nombre de toda la nación, y erigían sus principios como bandera para toda la humanidad. La conquista del poder político por la burguesía europea y la afirmación del régimen capitalista en los principales centros de poder mundial fue sucedida por la aparición del imperialismo y por la declinación general del régimen capitalista. Esta declinación no trajo como consecuencia tan sólo que la burguesía revolucionaria de 1789 se

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transformase en burguesía imperialista y se dedicase a expoliar otros pueblos, sino también que las contradicciones del imperialismo indicaron que el régimen capitalista de la propiedad privada había llegado a sus límites posibles. Las burguesías coloniales y semicoloniales en el siglo XX reflejan en cierto sentido esta declinación y en 1945 se vuelven reaccionarias en todas partes. La burguesía argentina en formación no podía soñar siquiera con tomar parte en los asuntos públicos y ya nacía con el alma vieja, muy lejos de intentar aventuras revolucionarias. Pero la necesidad de que el país se industrializara era una necesidad nacional, no solamente burguesa y debía transcurrir por los moldes del capitalismo, al menos en ese momento. Consciente o inconscientemente el ejército asumió esa tarea, a través de la personalidad de Perón. Hubiera resultado totalmente imposible consumarla frente a la presión extorsiva realizada por el imperialismo. Para resistir afuera había que movilizar adentro. Esta movilización no implicaba solamente la necesidad de que la clase obrera apoyara la política de Perón frente a los Estados Unidos, sino también significaba que en la práctica la nueva clase obrera venía a constituirse no sólo en la productora de la nueva industria, sino también en la consumidora de los artículos manufacturados que se producían por primera vez en el país. La indigencia política de la burguesía industrial argentina derivó en una transferencia de sus intereses a manos del ejército y fue así como mediante el régimen bonapartista de Perón- un poder militar y policial elevado en apariencia por encima de las clases- pudo el país resistir la presión imperialista. Pero la movilización popular alrededor de las grandes banderas nacionales levantadas por Perón implicaba para el régimen militar en su conjunto un segundo peligro, quizá más grave que el representado por el imperialismo internacional. La clase obrera se lanzaba hacia una política independiente de las consignas puramente nacionales de Perón con el resultado indudable, para la mentalidad militar, que no se detendría en los límites de la soberanía nacional, sino que iría más allá buscando establecer su propio control de la economía conforme a un criterio planificador popular, la expropiación auténtica de la oligarquía. Se trataba en consecuencia de canalizar ese gran movimiento proletario y nacional en gestación y circunscribirlo a los límites puramente burgueses y nacionales dentro de los cuales se movía el Ejército y Perón mismo. Esta tarea estuvo facilitada por el hecho de que aquellos partidos que se llamaban de “izquierda” (socialistas y comunistas) no estaban dispuestos a encabezar una lucha popular, nacional y socialista revolucionaria que reflejara dentro de la Argentina el movimiento de liberación que se manifestaba en todo el mundo, sino que por el contrario estaban además contra las reivindicaciones nacionales y a favor de las potencias imperialistas que habían explotado secularmente nuestro país. De esa manera, la nueva clase obrera, recientemente llegada al campo de la producción industrial y que encontraba por primera vez en la acción de Perón la posibilidad de organizarse sindicalmente y de pensar políticamente cedió a su vez su independencia de clase y entregó la dirección política de ese movimiento a Perón, así como la burguesía había transferido la defensa de sus intereses económicos al ejército. Pero si la burguesía no comprendió jamás la política militar ni la política peronista, que satisfacía sus intereses económicos (creación del mercado interno, crédito industrial, protección cambiaria) el proletariado comprendió muy bien que en esa etapa de su existencia Perón estaba de una manera u otra reflejando parte de sus intereses. Porque no es suficiente decir que Perón practicó una política nacional burguesa. En realidad, para resistir al imperialismo exterior que apretaba su torniquete en torno al cuello del pueblo argentino, Perón debió ceder parte de su poder, reservándose la dirección fundamental, a los sindicatos, como se vio luego, incorporando dirigentes obreros al Parlamento Nacional, nacionalizando ramas enteras de la economía hasta crear un capitalismo de Estado que le permitió establecer una alianza entre la burocracia estatal, el ejército y los sindicatos que incluía a su manera partículas de socialismo. De otra manera hubiera sido imposible ganar la confianza política de la clase obrera y de resistir durante más de

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diez años a la presión imperialista. Que esto no era una mera frase lo demostraría el bloqueo que el imperialismo yanqui y los monopolios petroleros hicieron a la Argentina rehusándose a venderle maquinaria petrolera. Ya en 1943 el almirante Storni solicitaba en sus conversaciones con Cordell Hell implementos técnicos para extraer el petróleo argentino. Por esta misma época, cuando el gobierno militar mantenía firmemente la neutralidad, Fiorello Lagurdia declaró: “Hay que tomar por las solapas a la Argentina y preguntarle si está con nosotros o contra nosotros”. El 1 de noviembre de 1943 los Estados Unidos iniciaron el bloqueo económico de la Argentina. En esa fecha el Federal Reserve Bank New York comunicaba a los bancos estadounidenses la prohibición de trasladar fondos al Banco de la Nación Argentina y los bancos de la Provincia de Buenos Aires. Resultaba evidente que la lucha que había iniciado Perón y su grupo militar contra el imperialismo tenía tales características que solamente el apoyo activo de la clase obrera podía sostenerla. Al mismo tiempo tomaba sus medidas para controlar esa gigantesca multitud que aclamaba su nombre, y que podía ir en cualquier momento más allá de sus previsiones. El fenómeno de burocratización posterior de los sindicatos obedecía a esas circunstancias. Y si no alteraba el carácter inicialmente progresivo de su movimiento no dejaba de constituir uno de los puntos más vulnerables para la propia integridad del régimen peronista y para su dinámica revolucionaria. Por otra parte, la revolución de junio de 1943 no tenía muy claras, cuando se produjo, sus intenciones políticas. Se fue transformando sobre la marcha, como lo demuestra la presencia del señor Jorge Santamarina en el gabinete revolucionario.

LA IZQUIERDA NACIONAL YA TIENE SU PARTIDO

(Fragmentos del Manifiesto de fundación del PSIN)

TRABAJADORES Y CIUDADANOS

Delegados de todo el país, en junio de este año, han fundado el Partido Socialista de la Izquierda Nacional. Sus cuadros se integran con hombres procedentes del llamado “socialismo de vanguardia” (Secretaría Tieffenberg) con militantes del Partido Socialista de la Revolución Nacional (disuelto por la Revolución Libertadora) y con numerosos núcleos obreros y estudiantes independientes embanderados en el programa de la Izquierda Nacional. Jóvenes revolucionarios sin compromisos con el pasado, y militantes más experimentados del socialismo revolucionario, se han unido para echar las bases de un movimiento político independiente del imperialismo.

En todo el país, los sostenedores de estas ideas eran conocidos como partidarios de la Izquierda Nacional. Era hasta hoy un movimiento puramente ideológico; se ha transformado en partido político precisamente en momentos en que los partidos clásicos de la oligarquía, de la clase media y de las “izquierdas cipayas” atraviesan su crisis más profunda. Los partidos tradicionales de izquierda y de derecha expresan en sus convulsiones la decadencia general de la vieja sociedad argentina. El Partido Socialista de la Izquierda Nacional aspira a poner orden en este caos y trazar las líneas de una política proletaria independiente en la Revolución Nacional. Si la oligarquía demuestra su total impotencia para resolver los problemas argentinos, y si la burguesía ya ha hecho su prueba, el proletariado aún no ha dicho su última palabra.

Pero antes de examinar las clases y los partidos de la Argentina, corresponde decir quiénes somos y qué títulos podemos exhibir ante los trabajadores para justificar nuestra existencia. Todos los obreros recordarán que antes del 17 de octubre de 1945 el país estaba

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dividido entre los partidarios del ingreso argentino en la guerra imperialista mundial y aquellos que se oponían a la infame matanza. La cipayerìa acusaba de “nazis” a los neutralistas de la pequeña burguesía y a los marxistas revolucionarios que condenaban la guerra. Entre estos últimos estábamos muchos de nosotros, desde 1939. Los mismos cipayos de esos años- radicales, conservadores, socialistas y comunistas- serán los que formarían luego la Unión Democrática contra el peronismo. Y cuando en 1945 las masas populares imprimieron un nuevo rumbo a los destinos del país, los socialistas revolucionarios, un puñado tan sólo, estuvieron junto al pueblo y recibieron con el pueblo el mote de “nazi-peronistas”.

En 1945, también nosotros éramos “nazi-peronistas”, únicamente porque, sin ser peronistas, apoyamos la lucha contra el imperialismo y las grandes realizaciones del gobierno de Perón. Las condiciones políticas de la pequeña burguesía, polarizada en el antiperonismo más ciego, y de la clase obrera, polarizada en el peronismo como su primera etapa de lucha política, impidieron que la ideología socialista revolucionaria cristalizase en partido. Hubo una tentativa, suprimida por los gorilas de la Revolución Libertadora, que fue el Partido Socialista de la Revolución Nacional. Precisamente en ese agrupamiento, con la edición del periódico “Lucha Obrera”, aparecido al caer Perón, centenares de miles de trabajadores aprendieron que podía haber en el país un socialismo realmente argentino y revolucionario, aliado al peronismo, capaz de señalar el camino en las horas más difíciles y dolorosas del país.

Es en ese momento, en abril de 1955, que lanzamos la idea de la Izquierda Nacional, como contrafigura de la izquierda cipaya tradicional, y cuyo contenido no podía ser sino socialista. En una resolución política del 14 de abril de 1955, formulamos en estos términos la consigna:” ¡Por una nueva Izquierda Nacional y Latinoamericana! ¡Por un poderoso partido de la clase trabajadora! ¡Por la lucha irreconciliable contra el imperialismo y sus aliados nativos!”

La reacción oligárquica de ese momento nos excluyó de la acción política por muchos años, y desde entonces libramos la batalla en el frente ideológico para educar a la nueva generación en los principios de la política proletaria, del método marxista en la cuestión nacional y de un movimiento socialista que fuese capaz de interpretar el país tal cual es.

Precisamente cuando el Socialismo de la Revolución Nacional era disuelto por los gorilas, Alfredo Palacios era nombrado embajador libertador en el Uruguay, Américo Ghioldi aullaba que se había “acabado la leche de la clemencia”, Tieffenberg condenaba a la “barbarie peronista” postulándose a los libertadores para una cátedra en la Facultad de Derecho y Codovilla asaltaba los sindicatos peronistas con la ayuda de la policía. Estos simples hechos, conocidos por todo el mundo, permiten comprender el panorama de la izquierda cipaya en 1955, y también la posición invariable de la izquierda nacional revolucionaria.

Pero la nueva generación socialista no ha podido ser confundida…Jóvenes y veteranos estamos juntos hoy para acometer una gran empresa, digna de los tiempos borrascosos que vivimos. El Partido Socialista de la Izquierda Nacional es el instrumento militante para realizarla. Ese es nuestro pasado. Podemos mirar hacia atrás, porque estamos orgullosos de él. Sin jactancia desafiamos a las izquierdas cipayas a que hagan lo mismo, si pueden.

Compañeros y trabajadores:

Nos hemos lanzado a la acción política porque abrigamos la profunda convicción de que la clase obrera necesita un partido de clase independiente. Estamos en el vasto escenario de la Revolución Nacional y pretendemos ser la autoconciencia del proletariado en esa lucha

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gigantesca. Un partido realmente revolucionario es “el factor consciente del proceso histórico”. Pero no puede operar maravillas. Tan solo si la clase trabajadora necesita del socialismo, se hará socialista.

Pero esta exigencia está en la naturaleza misma del régimen capitalista: ese régimen sufre una agonía mortal en el mundo entero. Las particularidades del proceso argentino han determinado, por el contrario, cierto desarrollo capitalista moderno, producido gracias a la ruina general del sistema en escala internacional. Esa es la razón por la cual el empuje de la industrialización está detenido y las primeras manifestaciones de la crisis industrial aparecen en nuestro país. Surgidos a la vida histórica como factoría inglesa exportadora, la crisis del imperialismo nos permitió industrializarnos. La expresión política de ese intento fue el 45 y el peronismo. Su derrocamiento fue la señal de la parálisis, lo que debe llevarnos a la conclusión de que no habrá para nuestro país, ni para ninguna otra semicolonia del siglo XX otro camino para industrializarse que no sea la revolución.

Dicho en otros términos, estamos condenados al estancamiento, a la degradación económica y a la miseria si no construimos un país industrial. Toda la cuestión se resume en la respuesta a la pregunta: ¿qué clase dirigirá el proceso? Nosotros creemos que lo hará el pueblo argentino, con su clase obrera al frente, verdadera personificación de toda su historia. Y contra ella estarán los eternos rivadavianos, mitristas y cipayos de ciento cincuenta años de guerra civil. Pues si los obreros son los montoneros de ayer, el socialismo revolucionario es el nuevo movimiento para las viejas tareas irresueltas que América Latina reclama.

¡Compañeros, trabajadores! ¡El socialismo de la Izquierda Nacional ofrece a la nueva generación una gran bandera!

¡Hacia la segunda revolución de Octubre, hacia un Octubre definitivo e invencible!

¡Por la liberación nacional y social del pueblo argentino!¡Por la unidad de América latina!

¡Viva el socialismo revolucionario!

Partido socialista de la Izquierda Nacional Comité Ejecutivo Nacional, Julio de 1962.

CARTAS DE PERON A LA IZQUIERDA NACIONAL

La carta que el general Perón me enviara el 29 de mayo de 1967 fue publicada originariamente en el periódico Lucha Obrera, Nº 32 del mes de julio de 1967. El mensaje que Perón dirigiera con motivo de la realización del IV Congreso Nacional del PSIN fue publicado en el número 36 del mismo periódico en mayo de 1968.

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Madrid, lunes 29 de mayo de 1967Señor Don Jorge Abelardo RamosBuenos AiresEstimado amigo:

A mi regreso de un viaje de “manzanillizaciòn” a Sevilla, me encuentro con su carta y los ejemplares Nº 3 y 4 de la revista Izquierda Nacional, que tuvo usted la amabilidad de enviarme. Le agradezco su recuerdo: he leído con todo interés el material, sin desperdicio, de su contenido que comparto en un todo porque la verdad habla sin artificios. Una izquierda nacional, en la que orgullosamente me cuento, que sale a la palestra con verdades como puños sin preocuparse de que, en nuestros días, lo más peligroso suele ser decir la verdad. Llega poco a poco el día en que todos comenzamos a “hablar el mismo idioma” como iniciación de una unidad y solidaridad que está ya tardando en llegar y que será la única manera de encarar una liberación impostergable. “La Segunda Revolución Libertadora”, excelente artículo de una verdad aterradora. La tan mentada “Revolución Argentina” es efectivamente la Segunda “Revolución Libertadora” aunque sus consecuencias serán provechosas para nuestro Pueblo. No sé si nosotros habremos sido demasiados buenos pero, los que nos han sucedido han sido tan malos que, en último análisis, venimos resultando óptimos. Estos nuevos “salvadores de la Patria” no harán sino confirmar el viejo refrán castellano:” detrás de mí vendrán los que grande me harán”, lástima grande que sea el Pueblo inocente el que ha de pagar las consecuencias.

Desde la distancia y con la información que poseo puedo apreciar que desde el 28 de junio hasta el relevo de los primeros ministros, la dictadura militar se ha debatido en un lucha sorda dentro de su “gobierno” entre los grupos interesados en copar el poder “detrás del trono” en la que han intervenido desde los grupos nacionalistas clericales hasta los gorilas contumaces pasando como Ustedes dicen por los sectores de una versión inorgánica de los intereses de la burguesía nacional y las exigencias de la oligarquía vacuna. Mientras ello sucedía, la acción monopolista foránea y sus “cipayos” vernáculos, se encargaban de crear en el país un estado económico que obligara a la dictadura a caer en sus manos. El nombramiento de Krieger Vasena, conocido agente de los monopolios, demuestra que esos son los intereses que han vencido. Sus declaraciones iniciales y su acción ulterior están demostrando que no puede quedar lugar a dudas.

La campaña de intimidación, minuciosamente planeada y aplicada a continuación del fracaso del Plan de Lucha de la CGT, con la intención de paralizar toda acción de la resistencia popular nos demuestra que estamos frente al enemigo más peligroso que hemos enfrentado desde 1955: a la fuerza que esgrimen los militares que usurparon el poder, se agrega la habilidad de los grupos que sirven a los monopolios y la incapacidad y deshonestidad de muchos dirigentes sindicales que no sé si son tan incapaces como deshonestos. Esto nos debe hacer pensar en la necesidad imprescindible de reaccionar rápidamente hacia la unidad y solidaridad de todas las fuerzas populares. Ya no se trata de toda nuestra organización de la clase trabajadora argentina. Dentro de ello no cabe ya el egoísmo sindical de cada Comisión Directiva sino de articular una lucha de conjuntos con disciplina y unidad de acción, porque a la unidad de nuestros enemigos no podemos sino oponerle nuestra propia unidad.

A la oligarquía vacuna, a los intereses agro-exportadores y la burguesía industrial, decididas a arruinar al proletariado argentino con la ayuda de las Fuerzas Armadas convertidas en “cipayos” del imperialismo, se les ha de oponer la decidida resolución del Pueblo que,

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dispuesto a todo, ha de oponer a la intimidación hechos fehacientes en los que demuestra que en la destrucción del pueblo estará implícita la destrucción de los demás y que si la clase trabajadora se hunde, se hundirán también las fuerzas que la condenan. Ello impone primero la unidad y solidaridad en nuestras fuerzas, segundo la purificación en su horizonte dirigente y tercero una planificación en la que vaya, desde la contra intimidación hasta la realización de medidas que no dejen lugar a dudas sobre la decisión de los trabajadores de llegar a los extremos que sea preciso llegar. Muchas veces he repetido a los peronistas que los pueblos que no quieren luchar por su liberación merecen la esclavitud y nunca ha sido más apropiado este consejo que en las actuales circunstancias.

Pero, esta lucha ha de ser inteligente: no se trata de oponer la fuerza al poder militar sino la habilidad. Según rige en los principios de la conducción, no se puede empeñar una batalla contra un enemigo más fuerte, pero sí se puede diluir la lucha en miles de pequeños combates donde uno se asegura el éxito y que sumados representan otra batalla librada en una lucha de guerrillas que no sólo da éxitos parciales sino que termina por desgastar las fuerzas adversarias. No es posible exponer al ciudadano inerme frente a la fuerza armada, pero sí es posible que este ciudadano, usando sus recursos, pueda producir un mal mayor en contra del enemigo que pretende batir- en este caso la dictadura militar- pegando donde duele y cuando duele, allí donde la fuerza esté, nada, pero donde no esté la fuerza, todo. Cuando la reacción y las fuerzas que la sirven se percaten de que pueden perderlo todo, lo pensarán muy bien.

Sobre el asunto de mi conferencia reservada del 11 de noviembre de 1953 que aparece publicada en el Nº3 de la revista Izquierda Nacional es absolutamente real. Nuestra política internacional estaba orientada hacia una integración geopolítica y hacia una integración histórica. La primera con los siguientes objetivos: suprimir los límites para un mejor aprovechamiento económico y técnico de América Latina; para formar luego un núcleo de países en condiciones de tratar sin desventajas con las grandes potencias (EE.UU. y Rusia); para impedir que nos siguieran dividiendo en provecho de esos intereses; para elevar el “standard” de vida de nuestros habitantes y para echar las bases de los futuros Estados Unidos de Sudamérica. La integración histórica en un “Tercer Mundo” para consolidar nuestras liberaciones por una unidad y solidaridad continental latinoamericana.

Cuando se firmó el tratado de Santiago de Chile, parecía que todos nuestros países lo firmarían y así lo hicieron en su mayoría, hasta que intervinieron fuerzas extracontinentales y “metieron el palo en la rueda” a través de la acción de Brasil y de Perú. Los norteamericanos formaron luego, por manos cipayas, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio, con la finalidad de enterrar nuestro intento de integración, lo mismo que hizo Inglaterra cuando se formó la Comunidad Económica Europea.

Ahora son los yanquis los que en Punta del Este propugnan la integración, pero esta vez se trata de una “integración sometida”, es decir, un estatuto colonial, bajo la presión y al servicio de nuestros “hermanitos del Norte”. Es que la ALALC estaba destinada al mismo fracaso de la Comunidad Europea de Libre Comercio, creada por Inglaterra bajo la dirección norteamericana, que acaba de derrumbarse ante las efectividades económicas del Mercado Común Europeo hasta el extremo de que Inglaterra y sus seis acompañantes, mendigan ahora el permiso para ser admitidos en la Comunidad Económica Europea.

En 1953, pese al cipayismo dominante, estuvimos a un paso de realizarlo. Desde entonces hasta ahora, se ha perdido terreno. Espero que la juventud sudamericana tomará

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nuestro “testimonio” y lo llevará a su destino. Si no es así, pasarán muy malos ratos. Con referencia al momento actual argentino, todo parece articularse alrededor de la situación económica y sus consecuencias sociales. El plan Krieger Vasena se evidencia cada día más como un gran camelo nacional. Los inevitables intereses creados y el temor de la gente impide que ese plan sea desenmascarado lisa y llanamente, pero por sobre todo el temor que parece haberse apoderado de importantes sectores de opinión independiente, un temor sutil e invisible que, en último análisis, no hace más que reflejar la presencia de un formidable aparato de represión que no se muestra desembozadamente pero que realmente existe y actúa en las formas más imprevisibles.

La toma del poder por un sector del mismo sistema- en este caso las fuerzas armadas- al margen del Pueblo en la actualidad cuesta mucha plata. En el pasado, el cambio más o menos violento del poder no alteraba esencialmente el ritmo económico, pero hoy las cosas son muy distintas, máxime si ese golpe, como se ve cada día, se realiza contra el Pueblo. Eso es precisamente lo que estos ingenuos “dictadores de bolsillo”, no alcanzan a comprender y ese afán en soluciones que no serán tales mientras tal estado de cosas siga imperando. De afuera no viene ni vendrá ni un cobre. El famoso crédito stand by por 400 millones de dólares, está destinado pura y exclusivamente para equilibrar, en caso necesario, la balanza de pagos desfavorable, es decir, son dólares para pagar a los acreedores extranjeros, para que éstos no dejen de cobrar, pero no significan ni un centavo de inversión productiva para el país. Estos que es elemental, no sólo no se dice sino que, por el contrario, tal operación aparece publicitada como un éxito financiero del gobierno. Es que todo es así: pura simulación, pero si la simulación puede engañar a los tontos, que son muchos, en cambio no arrima soluciones que es precisamente lo que se necesita.

Frente a lo que se avecina indefectiblemente en los próximos meses, con poco que supiéramos hacer nosotros y, si es posible, el resto de las fuerzas ciudadanas que hayan cedido al temor por la intimidación gorila, todo se pondría en excelentes condiciones. Me temo, sin embargo, la indecisión que ya se manifiesta en los sectores políticos de radicales, que se reducen, como siempre, a lanzar manifiestos intrascendentes e inoperantes o los sectores del socialismo cipayo, lleno de simulaciones inconfesables. La unión de toda la ciudadanía formando un frente civilista que supiera oponerse al frente militar oligárquico tendría posibilidades insospechables. Ya el 17 de octubre de 1945 demostramos claramente que, si el poder militar es fuerte, es en cambio muy frágil frente a la resistencia inteligente de un Pueblo decidido a proceder con la misma inteligencia, mediante un poder que permanece oculto pero al que todos temen.

Nuestro problema sigue siendo el mismo: una conducción capacitada. Yo he designado para la conducción táctica al compañero mayor don Bernardo Alberte. Es como yo, un político aficionado pero un conductor profesional que domina la teoría, la técnica y la práctica de la conducción. Era uno de los hombres de reserva que tenía el peronismo y se lo ha empleado por lo crítico de la situación actual. Yo lo conozco profundamente y sé que posee valores efectivos. Si todos le “ponen el hombro”, estoy absolutamente persuadido de su éxito. El peronismo me ha pedido siempre que nombre un jefe que sea tal y que me represente: lo he hecho con él. Espero que todos le obedezcan y le ayuden. Le ruego haga llegar mis más afectuosos saludos del Partido Socialista de la Izquierda nacional con mis mejores deseos por el éxito futuro.

Un gran abrazo.

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JUAN PERON 1968

Señores Delegados:

El amigo don Jorge Abelardo Ramos ha tenido la amabilidad de comunicarme la realización de este congreso, para pedirme unas palabras para el mismo, lo que cumplo con todo placer e interés porque conozco las coincidencias esenciales que tenemos en común, el Partido Socialista de la Izquierda Nacional y el Justicialismo.

Y dentro de un panorama como el argentino de la actualidad, estas coincidencias son fundamentales para el futuro de unidad que hace a la liberación nacional y continental, sin la cual toda integración permanente será imposible de realizar con las proyecciones históricas de consolidación que los tiempos vienen exigiendo como consecuencia de un procesos evolutivo al que no puede escapar ninguno de los países en el mundo actual.

El proceso argentino está demostrando a la luz de los hechos que se trata de un pueblo empeñado en una sorda lucha por su liberación, lo que también puede considerarse como a casi todos los pueblos de América trigueña.

Los enemigos son los mismos en todos los países latinoamericanos: las dictaduras militares colocadas por el imperialismo, las oligarquías vernáculas sostenidas por los restos de reacción capitalista, y el imperialismo yanqui que con sus métodos y sistemas, intenta ocupar todos los factores de poder a través de gobiernos cipayos.

El método es, con escasas diferencias el mismo: si el gobierno se entrega, el imperialismo lo asegura con su presión política y económica: si no se entrega, le hace un golpe de estado, destinado a colocar un gobierno que sirva a sus oscuros designios neocolonialistas. Para ello utiliza a sus aliados coloniales que, desde lo interno, se encargan de comprometer a las fuerzas armadas hasta convertirlas en fuerzas de ocupación al servicio del imperialismo. Los ejemplos podemos encontrarlos en casi la totalidad de los países latinoamericanos en estos últimos 20 años. En nuestro país, todo es demasiado elocuente como para comentarlo.

El proceso iniciado en 1955 nos ha llevado a la ocupación militar, a la ruina económica, a la supresión de la justicia social, al sometimiento de nuestra soberanía nacional, y a una pronunciada caída en todos los órdenes, porque esta clase de sometimiento son los que cuestan más caros.

El caso de Cuba es aleccionador. Las insurgencias heroicas, como las del doctor Ernesto Guevara, son halagadoras y si no se ha acertado en las formas, el espíritu no ha cedido, y se nota la firme voluntad de vencer que suele ser la única fuerza motriz para animar a una revolución en marcha. Esa revolución, que si está en todas las bocas es porque no queda otro camino, es preciso llevarla a todos los corazones, pero con un concepto real de su ejecución hacia los objetivos que los tiempos imponen, porque es preciso distinguir entre lo que es la figuración revolucionaria, como la que estamos presenciando, que de revolución no tiene más que el desorden y la arbitrariedad, en tanto sus fines tienden a la perpetuación de la ignominia que ha venido azotando a los pueblos desde hace más de un siglo y medio.

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Existe un neocapitalismo en marcha que lleva indefectiblemente a un neocolonialismo que ensaya sus formas ya en toda Latinoamérica. Es contra este engendro monstruoso que debemos hacer la verdadera revolución. Nosotros, los justicialistas, sabemos mucho de esto, porque lo hemos sufrido en carne propia, y la experiencia es sin duda la parte más efectiva de la sabiduría. Cuando aparecen los que nos hablan de la Revolución Argentina o de la Revolución Nacional que se acota y apoya en algunos nombre de sobra conocidos, podemos saber de qué se trata. Aquí no hay más que una revolución válida, la que realice el pueblo argentino para el pueblo argentino. Todos los eufemismos disimulatorios son sólo carnavalescas caretas que ocultan rostros que no pueden salir a la luz del día sin que se los conozca, se los aprecie y se los descubra.

La revolución no puede ser producto de la improvisación, y menos aún una aventura de aprovechados, porque obedece en primer término a una evolución de la humanidad y a una situación evolutiva que impone sus características originales. Recibe de ella su ideología, su teoría y su técnica, y es dentro de esos lineamientos que se concibe, se planea y se ejecuta. Es una tarea simple y toda de ejecución. El arte no consiste en la concepción sino en la realización. Por eso, los revolucionarios a la violeta que a menudo surgen, se quedan en aprontes, se conforman con el golpe de estado, que es sólo una pequeña parte de esta revolución.

La revolución tiene cuatro etapas indefectibles que se escalonan en el tiempo y en el espacio, y que obedecen tanto a la concepción como a la ejecución. La primera etapa es de adoctrinamiento: son los Enciclopedistas de la Revolución Francesa; Lenin en la Revolución Comunista; Mao en la Revolución China; Fidel en la cubana; etc. La segunda etapa es el golpe de estado: es Trotsky en Rusia; es Napoleón el 18 brumario; es Mao en la larga marcha. La tercera etapa es la dogmática: es Napoleón en el bonapartismo; es Stalin en Rusia; es Mao en China; es Fidel en Cuba. La cuarta etapa es la institucionalización de la revolución: es la primera República francesa en Francia; es Kruschev en Rusia, etc.

Como podrá imaginarse, que tratándose de una empresa de tal aliento, no puede ser obra de una generación sino de varias de ellas. El justicialismo, en sus casi 10 años de gobierno, ha podido cumplir la etapa doctrinaria, y el pueblo argentino es merced a ello el mejor preparado para la revolución que insoslayablemente tiene que venir.

Nuestra generación ha cumplido su etapa. Le queda a la nueva generación argentina continuar con la siguiente, y esa es la responsabilidad que tiene la juventud de nuestros días. Nosotros pensamos que la revolución podía realizarse incruentamente: es lo que correspondía a una etapa doctrinaria. La reacción entronizada en 1955 nos ha querido demostrar con sus enormidades, que sólo las formas cruentas son las que pueden triunfar. Ellos han iniciado con sus fusilamientos y masacres de ciudadanos indefensos, como con sus torturas en medida jamás conocida en nuestra patria, la forma cruenta. Y el que siembra vientos no puede cosechar sino tempestades.

Por ende, si el porvenir es incierto y todos pueden temer las consecuencias, sólo el pueblo es el que puede tener la palabra en las horas decisivas, porque ninguna culpa puede pesar sobre la conciencia de los que no tienen culpa y han pagado las consecuencias. Ya sabemos el precio que se paga en las revoluciones cruentas: basta sólo contemplar lo que la historia dice al respecto. Pero, desgraciadamente, cuando todos los caminos se cierran, no queda otro recurso que el de abrirse paso. En las lides que los pueblos realizan en defensa de su libertad y sus

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derechos soberanos no puede pensarse en limitaciones convencionales, y, como dice Fierro, “De naides sigo el ejemplo/yo digo lo que conviene/ y el que en tal huella se planta/ ha de cantar cuando canta/ con toda la voz que tiene.”

La juventud argentina de nuestros días, si ha de estar a la altura de su misión, deberá despertar ante la realidad agobiadora que está contemplando. Ella tiene el inalienable derecho de luchar por su destino, porque ella será la que en último análisis ha de gozar o sufrir las consecuencias del quehacer actual. Si, desentendiéndose egoísta del deber de la hora deja a los demás hacer lo que ella debe realizar, habrá perdido hasta el derecho de lamentarse luego. Los viejos dirigentes que no se sientan con fuerzas para empeñarse en una lucha decisiva tienen la obligación de resignar sus cargos a los que puedan desempeñarlos. El trasvasamiento generacional que ponga la lucha en nuevas manos, es un hecho natural del devenir histórico, impuesto por las propias circunstancias de nuestra situación, y sólo los incapaces de comprender o los malintencionados pueden resistirlo. Si nuestra juventud lleva a la lucha el impulso de su entusiasmo e idealismo, en tanto los viejos arriman su sabiduría y su prudencia, el cambio generacional podrá cumplirse racionalmente y con ventaja. Si no sucede así, el tiempo se encargará de realizarlo, pero habremos perdido lamentablemente la ocasión de sernos mutuamente útiles en beneficio de la causa que nos es común.

Los tiempos de los partidos políticos demoliberales han pasado también. El futuro será difícil para los países aislados. En lo interno, son los tiempos de los grandes movimientos nacionales, y en lo internacional, ha sonado la hora de las integraciones continentales. Es preciso entonces que todos los argentinos se persuadan de la necesidad de agruparnos y unirnos solidariamente, para formar un gran movimiento nacional, en el que sin banderas ni divisionismos negativos, puedan enfrentar el actual estado de cosas y restituir al pueblo su soberanía perdida desde 1955. Ese será el único camino que pueda devolvernos la tranquilidad nacional indispensable.

Para lograr tan grandes objetivos, será preciso que echemos mano a toda la grandeza espiritual de que seamos capaces, renunciando a todo lo que no sea en interés del pueblo y por el pueblo mismo. Si deseamos ponernos a la altura evolutiva que los tiempos imponen tendremos demasiado que hacer para estarnos ocupando de cuestiones subalternas.

Un pueblo que asistiera impasible a la situación lamentable de la Argentina de nuestros días, sólo podría explicarse porque hubiera perdido sus valores esenciales. Pero yo tengo fe en el pueblo argentino, y espero confiado que ha de reaccionar como corresponda, para imponer las decisiones necesarias. Para ello es que considero indispensable la unión de todos los argentinos que anhelan la revolución, cualquiera sea su posición política, para ponerse en defensa de todo lo material y moralmente perdido en estos doce años de depredación e ignominia.

Finalmente, deseo hacerles llegar mis mejores deseos por el éxito del IV Congreso, junto con mi saludo más afectuoso y la exhortación de seguir adelante en esta lucha que debe ser el común denominador de todo el pueblo argentino.

JUAN PERON

¿QUE ES EL FRENTE DE IZQUIERDA POPULAR?

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Manifiesto de fundación

1) Militantes de diversos orígenes políticos y jóvenes de la nueva generación sin compromiso con el pasado, han resuelto echar las bases del FRENTE DE IZQUIERDA POPULAR, ante la crisis que conmueve al país.

2) El FIP se constituye a partir de la convicción de que en los países semicoloniales o dependientes de la influencia imperialista extranjera, la lucha contra esa influencia se ha dado siempre y debe darse bajo la forma de un Frente Nacional Antiimperialista.

3) Así ocurrió con el yrigoyenismo en 1916 y 1928 y con el peronismo en 1946 y 1952. Ambos movimientos representaron la voluntad de clases sociales diferentes interesadas en la independencia nacional. En el contenido de esa lucha, más allá de sus errores o limitaciones, residió la progresividad histórica de ambos movimientos nacionales, cuya significación positiva el FRENTE DE IZQUIERDA POPULAR reivindica.

4) Pero si el yrigoyenismo representaba el nacionalismo agrario y de las clases medias así como el peronismo la alianza del Ejército con la clase obrera para construir un país capitalista autónomo, es preciso decir que dichos movimientos fueron derrotados por las mismas fuerzas oligárquicas que mantienen a la Argentina de hoy en el estancamiento y la crisis.

5) Esas fuerzas fueron y son tan poderosas que a lo largo de setenta y un años del siglo veinte el pueblo argentino ha podido elegir sus representantes en elecciones libres sólo en cinco oportunidades: en 1916, 1922, 1928, 1946 y 1952. Los argentinos han soportado en lo que va del siglo veinte presidentes fraudulentos o de facto y únicamente han podido elegir a tres mandatarios democráticamente: Yrigoyen, Alvear y Perón. Este simple hecho revela que es preciso hacer una revolución de las mayorías nacionales que ponga fin a esta burla.

6) La experiencia histórica indica, por consiguiente, que un nuevo movimiento nacional sólo podrá emancipar a la Argentina si es capaz de despojar a la oligarquía terrateniente y a sus aliados extranjeros de su base social y sólo si es capaz de enarbolar las banderas patrióticas del yrigoyenismo y del peronismo añadiéndole la bandera del socialismo.

7) La fuerza de la oligarquía residió en la propiedad monopólica del suelo de la pampa húmeda, en la red bancaria y comercial de los grandes intermediarios, en la propiedad de los medios de información y en el poder mundial de sus aliados extranjeros. El FIP propone eliminar ese poder y contribuir a que el pueblo argentino asuma en plenitud su soberanía política y económica.

8) La actual convocatoria a elecciones no ha brotado espontáneamente en el seno de la llamada “revolución argentina”. Por el contrario, es un acto que desconoce justamente uno de los principios esenciales de dicha “revolución”. El golpe palaciego de 1966 se proponía como lo reiteraron hasta el cansancio sus dos primeros presidentes, postergar sine die una decisión electoral. El cambio de actitud que costó su cargo a los señores Onganìa y Levingston, obedeció a la indignada protesta de los pueblos de provincia cuyos levantamientos entre 1969 y 1970 condujeron al país a los límites de la guerra civil. Estos levantamientos constituían la respuesta popular a las medidas económicas de Krieger Vasena y a la violación de la voluntad popular que se manifestó a través de todos los gobiernos sucedidos desde 1955. La violencia de tales conmociones originó un viraje en las Fuerzas Armadas y la aparición del gobierno de Lanusse. El peligro del socialismo las obligó a un planteo electoral.

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9) Pero esta misma convocatoria a elecciones es acogida con profunda desconfianza por los argentinos. Pues la creación de la Hora del Pueblo, que recoge los frutos de las movilizaciones populares sin haberlas promovido, supone un acuerdo entre dirigentes cuyos términos el país desconoce. Del mismo modo el Encuentro de los Argentinos es una simple máscara del Partido Comunista, que aparece definitivamente incapaz de romper con su pasado cipayo. La oposición liberal- oligárquica “de izquierda” encuentra su eje nucleador en el ENA, inspirado y dirigido por el P.C. Toda su tradición política procede de la matriz semicolonial agropecuaria que modeló la conciencia de la vieja clase media argentina en la época de oro de la oligarquía. Su antiperonismo y justificación de la Unión Democrática de 1946, son irreductibles. La fórmula de “amplia coalición” remite la soberanía popular al conglomerado de fuerzas irrepresentativas, con el peronismo en todo caso como “una más”. Distorsiona así el problema decisivo de la soberanía popular sin fraudes ni proscripciones.

10) Es por tales razones que el FRENTE DE IZQUIERDA POPULAR se propone constituir un movimiento no partidario con el propósito:

a) Concurrir a elecciones en el caso en que éstas se realicen en condiciones que aseguren la voluntad de las mayorías nacionales.

b) Construir un eje político de combate que, con las elecciones o sin ellas, se convierta en el principal factor de movilización revolucionaria para destruir a la oligarquía, llevar al pueblo al poder y abrir el camino hacia un socialismo criollo, nacional, popular y latinoamericano.

11) Si en el curso de la lucha próxima el peronismo logra imponer el nombre de su jefe para candidato a presidente, el FIP apoyaría tal candidatura, reservando para los militantes del FIP las restantes nominaciones en el objeto de marcar de tal manera la voluntad de no desunir una salida nacional en el momento en que las masas populares se agrupan detrás de Perón, y al mismo tiempo, de indicar categóricamente las divergencias estratégicas con el peronismo, en la lucha final del FIP por el programa socialista. En el caso de que en tales supuestas elecciones el nombre de Perón no sea propuesto, o sea retirado por cualquier causa, el FIP discutirá en un Congreso el criterio que adoptarán sus fuerzas en la emergencia. El FIP se considera el ala izquierda de la Revolución Nacional, pero sus decisiones no están sujetas a la orientación dictada por la conducción del peronismo sino a las necesidades supremas de la revolución y de la patria.

12) La crisis de la democracia argentina emana directamente de la crisis de la estructura oligárquica-semicolonial, que sólo sobrevive apelando a la violencia y al fraude. La lucha por el socialismo emerge de la descomposición del viejo orden de explotación y se asienta primordialmente sobre el desarrollo de la conciencia, organización y actividad política de la clase trabajadora, en defensa de sus intereses específicos y como vanguardia de las grandes mayorías nacionales en lucha por la emancipación, la soberanía y la justicia social.

13) El FIP propone a los trabajadores de la ciudad y la campaña, estudiantes, profesionales e intelectuales de la Argentina semicolonial la lucha por la democracia política, el nacionalismo económico, la planificación socialista y el gobierno obrero y popular. Es la síntesis de las viejas divisas del yrigoyenismo y del peronismo, en la época del triunfo mundial del socialismo, son las banderas para que nuestro país resurja de la parálisis, la decepción y la crisis que lo consume, es el llamado a la lucha, a la esperanza y a la victoria de la nueva Argentina emancipada.

Buenos Aires, 9 de diciembre de 1971

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FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

9 de diciembre de 1971. Se firma el Manifiesto del Frente de izquierda Popular (FIP)

1º de mayo de 1971. En el Dìa de los trabajadores, el presidente Lanusse exhorta, desde Rìo Cuarto, a los argentinos “a superar los errores del pasado” para alcanzar “el Gran Acuerdo Nacional”.

23 de julio de 1971. El presidente Alejandro Agustín Lanusse mantiene una entrevista en Salta con el presidente de Chile, el socialista Salvador Allende, y pone fin a la doctrina de las fronteras ideológicas aplicada en la Argentina por el teniente general J.C. Onganìa.

29 de julio de 1972. Informe de Jorge Abelardo Ramos al16 de octubre de 1972. Jorge Abelardo Ramos dice: “Perón no puede renunciar a lo que no le pertenece, y por lo tanto no puede renunciar a una candidatura que es la cristalización histórica de la voluntad política del pueblo argentino.22 de noviembre de 1972. El FIP concurre a la reunión multipartidaria convocada por Perón.25 de noviembre de 1972. El FIP propone la huelga general y un acto de masas en el Autódromo; al no aceptarse su proposición, se retira de la reunión.5 de diciembre de 1972. La Junta Nacional del FIP se entrevista en Gaspar Campos con el líder justicialista para comunicarle que sostienen la candidatura de Perón.9 de diciembre de 1972. Al no postularse Perón el FIP su binomio propio: Jorge Abelardo Ramos- Josè Silvetti.

26 de enero de 1972. El partido Justicialista obtiene su personería política.

17 de noviembre de 1972. En medio de rigurosas medidas de seguridad, sin precedentes en el país, y después de un exilio de diecisiete años y dos meses llega a la Argentina el general Juan Domingo Perón.

16 de diciembre de 1972. El Congreso Nacional del justicialismo proclama la fórmula presidencial Héctor J. Càmpora- Vicente Solano Lima.

21 de febrero de 1972. Nixon visita China y se entrevista con Mao Tse-Tung.22 de febrero de 1972. La Argentina establece relaciones diplomáticas con China.12 de marzo de 1972. El presidente Lanusse viaja a Brasil, donde se entrevista con el presidente Emilio Garratazù Mèdici. Desde principios de año el presidente de facto ha realizado viajes a Ecuador, Uruguay, Bolivia, Venezuela y Chile.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

11 de marzo de 1973. El FIP obtiene en todo el país 69.995 votos en las elecciones presidenciales en que son elegidos Càmpora- Solano

11 de marzo de 1973. Se realiza el acto electoral en el que participan 14.065.473 electores y triunfa ampliamente el justicialismo.

16 de marzo de 1973. La Argentina advierte ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que si el Reino Unido no permite el

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Lima.20 de abril de 1973. Primer Congreso Nacional del FIP.Julio de 1973. La IV Convención del FIP decide apoyar la candidatura de Perón “como un paso hacia la movilización del pueblo argentino por la democracia política, el nacionalismo económico y la patria socialista”.

30 de marzo de 1973. Càmpora-Solano Lima 49,56% de los votos; Balbín- Gamond 21,29%; Manrique- Martínez Raymonda 14,90%; Alende-Sueldo 7,43%; Martínez- Bravo 2,91%; Chamizo-Ondarts 1,97%; Ghioldi-Balestra 0,91%; Coral-Sciapone 0,62% y Ramos- Silvetti 0,41%

desarrollo constructivo de las negociaciones en torno de las islas Malvinas “se verá obligada a cambiar de actitud y se sentirá en libertad de acción para buscar la erradicación de esa anacrónica situación colonial”.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

28 de agosto de 1973. El FIP ofrece a Perón incluirlo como candidato en su propia boleta (Nº14) y a María Estela Martínez de Perón como vicepresidente.23 de septiembre de 1973. En las elecciones en las que triunfa ampliamente la fórmula Peròn-Peròn el FIP obtiene 883.434 votos, que según la declaración partidaria “abren la ruta al socialismo”.23 de diciembre de 1973. Declaración del FIP contra el ataque extremista en Azul.

25 de mayo de 1973. Asume la presidencia de la Nación el doctor Héctor J. Càmpora y la vicepresidencia el doctor Vicente Solano Lima.20 de junio de 1973. La mayor multitud que se haya congregado en el país constituye el marco para el regreso definitivo de Perón a la República Argentina; se producen graves enfrentamientos armados en Ezeiza entre sectores peronistas que causan muertos y heridos.12 de julio de 1973. Càmpora y Solano Lima declaran su propósito de renunciar para facilitar el acceso al gobierno del teniente general Perón.13 de julio de 1973. El presidente de la Cámara de Diputados, Raúl Lastiri, asume la primera magistratura y presta juramento ante la Asamblea Legislativa.23 de setiembre de 1973. La fórmula Peròn-Peròn obtiene el triunfo en las elecciones presidenciales con el 61,85% de los votos emitidos.12 de octubre de 1973. Por tercera vez asume la presidencia de la República el general Perón.

6 de agosto de 1973. Se otorga a Chile, por intermedio del gobierno del presidente Càmpora, un crédito de 200 millones de dólares para promover el desarrollo económico.9 de agosto de 1973. La comisión senatorial norteamericana investigadora del caso Watergate entabla juicio para obligar al presidente Richard Nixon a entregar las grabaciones de sus conversaciones en la Casa Blanca.11 de septiembre de 1973. En Chile una sublevación militar contra el gobierno de Salvador Allende lo derroca y provoca su muerte e inicia una drástica eliminación de opositores con la dictadura del general Augusto Pinochet.8 de octubre de 1973. Ola mundial de alarma por la crisis petrolera; los países árabes reducen las exportaciones y aumentan los precios de los hidrocarburos.6 de diciembre de 1973. Un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina, comandado por el brigadier general Héctor Luis Fautario, completa el primer vuelo polar transatlántico entre

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América del Sur y Australia.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

1 de Julio de 1974. Muere el presidente Perón.3 de julio de 1974. Jorge Abelardo Ramos escribe el artículo “Adiós al coronel” en La Opinión.

29 de junio de 1974. Perón delega el mando presidencial en la vicepresidente, María Estela Martínez de Perón, como consecuencia de su estado de salud.1º de julio de 1974. Juan Domingo Perón deja de existir a las 13.15 en la residencia de Olivos.

Noviembre de 1975. María Estela Martínez de Perón se interna en un sanatorio metropolitano afectada de un cólico biliar y se niega a recibir a los ministros con excepción del secretario de la presidencia, Julio González.El gobierno calcula que la inflación anual sobrepasa el 300% y el déficit del presupuesto será equivalente al 15% del producto bruto nacional.Se produce una sublevación en la Aeronáutica contra el gobierno; es sofocada y detenido su jefe, brigadier Orlando J. Capellini.

12 de Enero de 1974. Queda concertada la venta de trigo y maíz a China Popular para el período 1974-1976 por tres millones de toneladas.21 de febrero de 1974. En la conferencia de Tlatelolco (México) el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, propone una nueva forma de cooperación interamericana para evitar confrontaciones sobre cuestiones económicas. 18 de marzo de 1974. En Viena los productores árabes acuerdan levantar el embargo petrolero a Estados Unidos a pesar de que Siria y Libia no acatan la medida

Abril de 1975. Elecciones en Misiones en las que el FIP obtiene 1.048 votos. Anteriormente había logrado 709 votos el 11/3/73 y 12.878 sufragios el 23/9/73.5 de diciembre de 1975. Declaración del FIP contra la violencia generalizada.

Marzo de 1975. Se devalúa el peso en más de un 50% el sector agropecuario realiza un paro masivo de protesta contra el gobierno por su abandono de los intereses agrícola-ganaderos; los obreros ocupan fábricas en todo el territorio nacional y oficialmente se informa que durante el primer bimestre las pérdidas del Tesoro aumentaron en el 63,2%

30 de abril de 1975. Al caer Saigón queda prácticamente terminada la guerra de Vietnam, reembarcando Estados Unidos su cuerpo expedicionario.19 de noviembre de 1975. Fallece el generalísimo Francisco Franco y se inicia en España una transición bajo la conducción del rey Juan Carlos y el primer ministro Carlos Arias Navarro.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

22 de marzo de 1976. La 25 de febrero de 1976. No se Noviembre de 1976

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Junta Nacional del FIP emite una declaración llamando “al movimiento obrero a oponerse al golpe de estado con la huelga general”.Abril de 1976. Informe partidario: “Por qué cayó el gobierno peronista”.Declaración del FIP “De la restauración oligárquica a la Revolución Nacional.”Declaración del FIP: ”De la restauración oligárquica a la Revolución Nacional”.

obtienen en la Cámara de Diputados los votos necesarios para instaurar juicio político a la presidente de la Nación.24 de marzo de 1976. Asumen el gobierno nacional los comandantes en jefe de las tres armas, constituyendo una Junta Militar.29 de marzo de 1976. El teniente Jorge Rafael Videla ocupa la presidencia de la Nación; la ex presidente se encuentra detenida en El Messidor, Bariloche.2 de abril de 1976. El ministro de Economía, Josè Alfredo Martínez de Hoz, informa sobre el nuevo régimen cambiario tendiente a la liberación; medidas impositivas variadas; liberación de precios; indexación de deudas fiscales y empresas privadas en la explotación del petróleo.23 de junio de 1976. La Junta Militar sanciona a 35 ex funcionarios del régimen peronista, entre ellos a la viuda de Perón, Càmpora, Gelbard y Lorenzo Miguel, privándolos de los derechos civiles e inhabilitándolos para ejercer cargos, empleos y comisiones públicas, siendo internados a la vez que se les prohíbe disponer de sus bienes.

. Triunfa en las elecciones presidenciales norteamericanas el candidato demócrata James Carter.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

Enero de 1977. La variación del índice de precios durante los doce meses del año anterior alcanzó al 347, 5%Febrero- Marzo de 1977. El Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto califica de “intromisión en los asuntos internos de la Argentina la reducción por parte de los

17 de junio de 1977. En la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la Argentina figura con una mención especial entre los países que no respetan la libertad sindical.7 de setiembre de 1977. El presidente norteamericano Carter firma los nuevos

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EE.UU. del proyectado crédito para ventas militares, en virtud de la preocupación existente en torno de los derechos humanos”.

acuerdos por los cuales asumirá progresivamente el control sobre la gran vía entre los dos océanos.

25 de enero de 1978. El gobierno declara la nulidad del Laudo Arbitral sobre el problema del Canal de Beagle que produjo la Corona Británica.Durante 1977 el nivel general de precios registró un aumento de precios registró un aumento del 160,4%.Diciembre de 1978. El diferendo limítrofe con Chile llega a un punto de gran tensión con movilización de tropas en ambos países.

9 de mayo de 1978. Después de cincuenta y cinco días es hallado el cadáver de Aldo Moro, primer ministro de Italia, asesinado por las Brigadas Rojas.18 de julio de 1978. El bando norteamericano Export- Import (EXIMBANK) declina participar del importante proyecto energético argentino de Yacyretà, a causa de las violaciones de los derechos humanos que se siguen produciendo en territorio argentino.25 de julio de 1978. Nace en Londres el primer “bebé de probeta”.26 de agosto de 1978. El cardenal Albino Luciani, patriarca de Venecia, es escogido como el 263º Papa y toma el nombre de Juan Pablo I.29 de setiembre de 1978. Causa estupor en el mundo la noticia de que fue encontrado en su lecho el nuevo Papa, luego de permanecer sólo veintitrés días en el trono pontificio.16 de octubre. El cardenal polaco Karol Wojtyla, de 58 años, es elegido como el primer Papa no italiano en más de cuatro siglos y medio, y adopta el nombre de Juan Pablo II.

FIP CONTEXTO NACIONAL

CONTEXTO INTERNACIONAL

Declaración del FIP “De la restauración oligárquica a la Revolución Nacional”.

8 de enero de 1979. La Argentina y Chile solicitan a Juan Pablo II su mediación; los cancilleres firman el documento respectivo en Montevideo.

20 de noviembre de 1979. Masivo suicidio de fieles de la secta Templo del Pueblo que dirigía James (Jim) jones en Guyana, llegando a mil las víctimas.

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1º de febrero de 1979. Regresan a sus cuarteles las unidades que habían sido trasladadas a otras zonas por la posibilidad de un conflicto con Chile.

Febrero de 1979. En Irán un movimiento religioso encabezado por el ayatollah Khomeini derroca al Sha Reza Pahlevi e inicia un cambio revolucionario; sacude a todos los continentes al ocupar en Teheràn y tomar como rehenes a sus habitantes.En América Latina se desploma la dictadura de Somoza en Nicaragua y la de los coroneles salvadoreños.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

17 de abril de 1980. Carta a María Estela Martínez de Perón del FIP en la que le propone que abandone toda defensa judicial de su detención y se convierta políticamente en acusadora.Abril de 1980. Declaración haciendo un balance de los cuatro años de gobierno del Proceso de Reorganización Nacional.Junio. Aparece Patria Grande. Órgano periodístico del FIP de Jorge Abelardo Ramos.Artículo de Jorge Abelardo Ramos en Patria Grande con el título:”Al salir del túnel”.

8 de enero de 1980. Con los cálculos del Ministerio de Economía se establece que el costo de vida en 1979 creció en un 139,7%.6 de marzo de 1980. Por problemas financieros se vio obligada a cerrar Promosur S.A., una de las principales financieras y, sucesivamente, cesan sus actividades el Banco de Intercambio Regional, Los Andes Internacional, Oddone y Sidesa, con lo que inicia una convulsión en ese sector.3 de octubre de 1980. Luego de largas tramitaciones la Junta Militar designa sucesor del presidente Videla al teniente general Viola.13 de octubre de 1980. El premio Nobel de la Paz es otorgado al arquitecto argentino Adolfo Pérez Esquivel, por su militancia en defensa de los derechos humanos.

10 de enero de 1980. La Argentina rehúsa participar en el embargo de exportación de cereales a la URSS propuesto por EE.UU. con motivo de la invasión de aquel país a Afganistán.27 de febrero de 1980. En Colombia, extremistas de izquierda ocupan la embajada de la República Dominicana en Bogotá y toman cautivos a catorce embajadores de distintos países que asistían a una fiesta.7 de marzo de 1980. La OIT aprueba las denuncias contra la Argentina por violación de la libertad sindical presentadas por las tres organizaciones internacionales de trabajadores.23 de mayo de 1980. El ex presidente Fernando Belaúnde Terry gana las elecciones en Perú, después de haber sido derrocado por los militares doce años antes.Agosto de 1980: concluye en Polonia una huelga obrera que duró siete semanas; las demandas del comité de sindicalistas son aceptadas por el gobierno comunista.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INERNACIONAL

29 de marzo de 1981. Se 20 de enero de 1981. Los

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inicia la segunda etapa del Proceso de Reorganización Nacional con asunción de Roberto Eduardo Viola como presidente de la Nación, por un lapso de tres años. 1º de abril de 1981. Como parte de importantes medidas correctivas de la coyuntura económica el ministro Lorenzo Sigaut anunció una devaluación del 30% del peso.9 de julio de 1981. La viuda de Perón excarcelada, abandona el país con destino a España, luego de cumplir cinco años y tres meses de arresto a disposición de la Justicia.12 de diciembre de 1981. Es removido el presidente Viola por la Junta Militar.14 de diciembre de 1981. Leopoldo Fortunato Galtieri es el nuevo presidente de la República.

cincuenta y dos rehenes norteamericanos recobran la libertad después de 444 días de cautiverio en Irán; simultáneamente Ronald Reagan asume la presidencia en Washington como sucesor de Carter.23 de febrero de 1981. Tentativa de golpe de Estado en España encabezada por el teniente coronel Antonio Tejero, que se apodera del edificio de las Cortes, hasta que es detenido.30 de marzo de 1981. El presidente Reagan es gravemente herido en un atentado en Washington.12 de abril de 1981. Estados Unidos lanza exitosamente el primer trasbordador espacial reutilizable del mundo, exactamente al cumplirse veinte años que el soviético Yuri Gagarin fuera el primer ser humano en girar en torno de la tierra.24 de abril de 1981. El presidente Reagan levanta el embargo cerealero a la Unión Soviética.10 de mayo de 1981. En Francia el socialista Mitterrand triunfa en los comicios y es elegido presidente de la República.13 de mayo de 1981. El Papa Juan Pablo II es gravemente herido en un atentado en la plaza de San Pedro.23 de mayo de 1981. Estalla en Italia un escándalo financiero de proporciones internacionales al difundirse la lista de miembros de la logia secreta “Propaganda Due”, figurarían destacadas personalidades argentinas.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

Mayo de 1982. En Patria Grande escribe Jorge Abelardo Ramos sobre el conflicto en las Malvinas con

2 de abril de 1982. La Argentina recupera las Malvinas mediante una acción armada que no

5 de febrero de 1982. En fuentes parlamentarias norteamericanas se informa que la Argentina había

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el título “El pensamiento colonial”, dice:”La soberanía nacional es indivisible. No se puede ser nacionalista en las Malvinas y liberal-oligárquico en Buenos Aires”.Diciembre de 1982. Artículo “El imperialismo y la partidocracia quieren desmalvinizar a la Argentina”, aparecido en Patria Grande. El FIP no participa de la marcha de la Multipartidaria; el sector de Jorge E. Spilimbergo, concurre a la manifestación.

provoca víctimas entre los británicos.11 de junio de 1982. El Papa Juan Pablo II besa el suelo argentino a las 9.03 y reza por la paz.14 de junio de 1982. Cesan las hostilidades en las Malvinas cuando el general Mario Benjamín Menéndez se rinde al jefe de las fuerzas inglesas, general Jeremy Moore.17 de junio de 1982. Renuncia Galtieri a la presidencia y solicita su retiro del servicio activo. El general de división Cristino Nicolaides es designado comandante en jefe.22 de junio de 1982. El Ejército, al margen de la Junta Militar, designa presidente de la Nación al general de división Reynaldo Bignone; la Armada y la Fuerza Aérea deciden desvincularse de la conducción del proceso.1º de julio de 1982. El general Bignone asume la presidencia de la Nación con la misión de” institucionalizar el país a más tardar en marzo de 1984.”6 de diciembre de 1982. Seis millones de trabajadores adhieren al mayor paro enfrentado hasta la fecha por el régimen militar instaurado en 1976; reclaman contra la desocupación y los bajos salarios.16 de diciembre de 1982. Gran marcha de la multipartidaria hasta la Casa de Gobierno; durante la desconcentración se producen incidentes, con un muerto.

iniciado una operación paramilitar en América Central con el propósito de contener la influencia cubana en esa región.9 de abril de 1982. En un clima de expectación llega a Buenos Aires procedente de Londres el secretario de Estado norteamericano para realizar gestiones de paz.17 de septiembre de 1982. Las Fuerzas Armadas bolivianas deciden devolver el poder a los políticos y replegarse a los cuarteles.

FIP CONTEXTO NACIONAL CONTEXTO INTERNACIONAL

29 de enero de 1983. J.E. Spilimbergo de la “corriente nacional” del Frente de Izquierda Nacional declara,

Enero de 1983. El presidente Bignone anuncia elecciones para el 30 de octubre y la entrega del gobierno para el

Enero de 1983. Visita sorpresiva a las islas Malvinas de la primer ministro británica Margaret

Page 136: jorgeabelardoramos.comjorgeabelardoramos.com/libros/17/QUE ES EL FIP.docx · Web viewEl discurso del FIP era nacionalista, revolucionario, socialista, latinoamericanista. Miraba con

en conferencia de prensa, que se produjo una escisión en el FIP por las diferencias políticas que lo separan del presidente de la agrupación.2 de abril de 1983. J.A.Ramos sostiene que no se debe pagar la deuda con el Reino Unido mientras que el gobierno inglès no reconozca la soberanía argentina sobre las Malvinas.26 de mayo de 1983. El FIP auspicia un programa que establece la creación de un Ministerio de la mujer, la instauración de un sueldo para el ama de casa a cargo del Estado y con los beneficios equivalentes a cualquier trabajador y la obligatoriedad de los organismos del Estado de cubrir no menos del 30 por ciento de los cargos con personal femenino.

30 de enero de 1984. Thatcher.