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Entrevista a Thierry Paquot, filósofo y editor de la revista ‘Urbanisme’, reflexiona sobre la pulsión del ser humano por construir edificios elevados y analiza la relación de estos y el urbanismo con el cine.
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BORJA DE MIGUEL
Enmenos de una semana desde suinauguración a finales de mayo, elSkytree de Tokio –la torre de co-municación más alta del mundo y,con sus634metros, el segundoedi-ficio en el ranking general, por de-trás de la torre Jalifa, enDubái– su-peró el millón de visitantes y se es-pera que en su primer año se acer-quen aella 30millonesmás. La fas-cinación del ser humano por lasconstrucciones gigantescas pareceaún intacta a pesar de las adverten-cias que yadesde laBiblia se lanza-ban con pasajes como el de la torrede Babel. Posiblemente, muchosde los hoy amantes de los rascacie-los no saben que desde finales delsigloXIXestos edificios–impensa-bles sin la invención de las estruc-turas metálicas, el teléfono y el as-censor– son sobre todo símbolosdel poder económico surgidos enun momento en que, por primeravez, las empresas separaron las ofi-cinas de los centros de producción–las fábrica–, inventando así el con-cepto de sede social. Mientras lospropietarios y los altos directivosse rodeaban de lujo y modernidaden las primeras megalópolis delplaneta, los obreros seguían traba-jando envueltos en humo a cente-nares de kilómetros.Más de un tu-rista que hoy se fotografía sonrien-te ante estos iconos se llevaría lasmanos a la cabeza si conociera elgasto medioambiental que supo-nen debido al coste energético defabricación susmateriales ultra-so-fisticados, el derroche de sus siste-mas de ventilación dado que lasventanas de los pisos superioresno pueden abrirse o los kilómetrosde cableado informático.Desde oc-tubre de 2011, los nuevos edificiosde oficinas de Francia deben con-sumir, por ley, un máximo de 50kWh por metro cuadrado y año demedia. Los rascacielos actuales re-quieren entre 800 y 900 y los delsector de negocios de La Defensede París, construidos en los años60, llegan hasta los 1.500. ThierryPaquot lleva años reflexionando so-bre estos y otros asuntos relaciona-dos con la ciudad y lo humano.
Con estos datos, ¿por qué continúaen el planeta la fascinación por cons-truir torres y rascacielos?Lo que está sucediendo ahora es larevancha de los pueblos histórica-mente dominados por el colonia-lismo estadounidense, británico,francés… No es por azar que las
construccionesmás altas del mun-dohoy estén en el este.De estama-nera dicen: “ahora somos nosotroslos ricos, tan ricos quepodemosha-cer edificiosmás altos que los vues-tros”. Los estadounidenses, tonta-mente, aceptan el reto, y van aconstruir en el antiguo espacio delWorld Trade Center una torre de1776 pies, en honor a la fecha de laindependencia de Estados Unidos.
Noes el único país occidental que con-tinúa apostando por los rascacielos.Quienes defienden esto están enarrière-garde, no en avant-garde.Los razonamientos de defensa del
siglo XIX eran los mismos que losde hoy: los rascacielos son un sím-bolode la ciudad, un faro, la expre-sión de la modernidad activa… Se-guimos con el mismo vocabulario,lo que me permite decir que la to-rre es un objeto arquitectural delsiglo XIX y que hay que avanzarhacia la ciudad del siglo XXI.
Pero en las salas de cine quedamosfascinados con las imágenes aéreasde rascacielos y ciudades en las que,posiblemente, no nos gustaría vivir.¿Qué significa esta contradicción?
Incontestablemente, existe una es-tética de la torre. Pero, las pelícu-las con torres tienden al cine catas-trófico y estos edificios suelen serinfernales: un incendio, un terre-moto, rivalidad entre los de arribay los que están abajo, ya que el ras-cacielos se convierte en un micro-cosmos de la sociedad. Es una ilu-sión creer quepuedehaberunauti-lidad social en una torre. El clientedel último piso de un hotel de lujonunca aceptará subir en el ascen-sor con una anciana que va a la se-guridad social del tercero, o con elestudiante de sociología que viveen el octavo. Además, hay quedife-
renciar entre ciudades torre comopuede ser Nueva York y otras queno lo son, como París o Londres,donde estos proyectos arrogantesson un desprecio al pueblo. Encualquier caso, efectivamente, haypelículas que empiezan con tra-vellings que son muy bonitos conpuntos de vista únicos, pero estoestá unido a la tradición del belve-dere y de los jardines del sigloXVIII. Yo no estoy en contra deconstruir una torre inútil como laTorre Eiffel, que no sirve paranada pero me gusta.
¿Qué puede hacer hoy el cine por elurbanismo del siglo XXI?Depende de la calidad del cineastay de su toma de conciencia pero yocreoque los cineastas sonpoco sen-sibles a la dimensiónde lahabitabi-lidad, de la ciudad, de la casa…Nor-malmente cuentan historias gene-racionales, de relaciones afectivas,donde vemos los coches y las casaspero nunca de manera manifiesta.No sonpelículas quedigan: “¡Aten-ción! Esto no es bueno, habría queimaginar otra cosa”. No hay la di-mensión utópica del cine en el as-pecto urbanístico. Sólo el cine chi-no empieza a ser sensible a las con-diciones de vida porque allí tienenuna situación terrible, con toda lapoblaciónque llegadel campo a vi-vir en las ciudades. En Bombay, el65%de la población vive en favelasy dos de ellas tienenmás de unmi-llón de habitantes. Y no veo que elojo de la cámara hable sobre eso.
El cine está en crisis…Y la ciudad está en crisis. A nivelplanetario, hay diversas manerasdeurbanizaciónpero,muyamenu-do, esta urbanización se efectúasin ciudades. Somos ciudadanosporque, conel coche, nos desplaza-mosveinte kilómetrospara ir al tra-bajoopara llevar a los niños al cole-gio, perono residimos en lo que lla-mamos ciudades. La ciudad quenos gusta, la ciudad europea, conciertas funciones urbanísticas y enla que vas a pie a tomar un café o aencontrarte con los amigos, está de-rivando hacia formas despropor-cionadas. Por otro lado, tenemosciudades difusas, sin concentra-ción, como en Italia. Lamayoría delos habitantes de Europa vive hoyfuerade lo quehasta hace pocohe-mos conocido por ciudades.
La ciudad está en crisis y el cine tam-bién, y últimamente ambos se juntanpara crear unanueva simbiosis econó-mica. Pienso en los últimos filmes eu-ropeos de Woody Allen.Desde 1895, por relacionarlo conloshermanosLumière, hay una es-pecie de temporalidad común en-tre la metrópolis y el cine pero elcine nunca ha tenido la finalidadde filmar la ciudad. Es una ideaque tuve al acabar la enciclopediaLa ville au cinéma y está basada enlos testimonios de los propios reali-zadores: Éric Rohmer me explica-ba que había rodado en Cler-mont-Ferrand o Namur casi porazar, porque el primo de alguien
Espacios
Thierry Paquot (Saint-Denis, Francia, 1952) es filósofo, profesorde universidad y editor de la revista Urbanisme, entre otros car-gos, lleva años reflexionando sobre las relaciones entre la ciudady los seres humanos, sus interactuaciones; es autor de numerosasobras, entre las que destaca la dirección de la enciclopedia Laville au cinéma, una obra de 900 páginas, con 90 autores y quecostó diez años de trabajo.
EntrevistaThierryPaquot, filósofo y editorde la revista ‘Urbanisme’, reflexiona sobre lapulsióndel serhumanopor construir edificios elevados y analiza la relacióndeestos y el urbanismoconel cine
“Esuna ilusión creer que las torrespueden tener unautilidad social”
Thierry PaquotThierry Paquot en el exterior del Théâtre Le Merlan de Marsella BORJA DE MIGUEL
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179285
816000
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24/10/2012
CULTURA
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que trabajaba conél tenía unapelu-quería en tal sitio y estaba libre enagosto… Porque esas ciudades su-ponían ciertas oportunidades. Ymuchas películas se ruedan en es-tudios o en otras ciudades: sólouna de cada dos películas ambien-tadas en Nueva York está filmadasallí. Por otro lado, hoy en día estátoda esa teoría delmarketing urba-no, que es desoladora y que ha sidointroducida por la teoría de la ciu-dad creativa. Las ciudades llegan amalvender sus servicios paraatraer industria cultural. Por ejem-plo, Woody Allen dijo: “París esmuy caro,me iré a rodar aBarcelo-nao aMadrid”. E imagino queaho-ra París habrá bajado sus precios.La mercantilización de las ciuda-des es un drama porque el cine, acausa de estos acuerdos, se abstraedelpeso ideológico ligado a cada te-rritorio. Lamagia del cine es ame-nudo la de revelarnos nuestra ciu-dad y de esta manera se convierteen una compensación turística.
Será otro de los efectos de la crisis fi-nanciera.Hay cineastas, como Ken Loach oRobert Guédiguian, que desdesiempre han mostrado el lado so-cial de sus historias y presentan lacrisis en acción, con despidos co-lectivos y manifestaciones, pero lamayorpartedel sectordel cine con-sidera que la crisis no vende. Envez de hacer películas políticas ysociales se intenta vender sueños:una bella historia de amor, una as-censión social inesperada, un reen-cuentro imprevisto… Hace unosaños escribí un artículo que se titu-laba L’usine dans la ville: un efface-ment programmé, sous l'oeil de lacaméra. Desde hace treinta años lacultura obrera ya no está en el ci-ne. La crudezade la crisis económi-ca no está apenas presente en el ci-ne contemporáneo.
En España no hace falta ir a las salaspara verla.EnEspañahayuna especiedediso-ciación entre una economía de laconstrucción y una evolución de lasociedad que no se corresponde.Habrá que imaginar una manerade planificar y concebir un nuevosistema de alquiler en las ciudadespara la población que no tiene losmedios para ser propietaria. Haráfalta una política social de alquiler.
En Barcelona, la última gran construc-ción es la torre Agbar.No encuentro Barcelona una ciu-dad agradable para vivir, para míya no es una ciudad mediterránea.Ha perdido la austeridad de su ar-quitectura del siglo pasado y, des-de los JJ.OO., ha querido ser unmodelo y se ha vuelto pretenciosa.Ahora hay que ir a la periferia paraencontrar lugares más agradablesdonde la población más popular,que fue sacada del centro, ha re-constituido un estilo de vida queme gusta y que se asocia a un mo-do de vida mediterráneo. |
Mividaen
rehabilitación
Fotografía delSkytree de TokioGETTY
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