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Hijos del dios tuerto - Virginia Pérez de la Puente Escenas eliminadas HIJOS DEL DIOS TUERTO ESCENAS ELIMINADAS Disclaimer:Estas escenas solo permanecieron un par de minutos en el manuscrito original (sin exagerar), y fueron eliminadas porque ya incluso mientras las escribía sabía que no encajaban ni con el tono, ni con el lenguaje, ni con la época, ni con NADA dentro de la novela (demasiada juerga y demasiada actualidad para una aventura vikinga medieval...). No obstante, me dejé llevar ese ratito de escritura por mucho que supiera que iban a aca- bar eliminadas antes de seguir con el siguiente capítulo... pero a veces es tan divertido perder los papeles ;) No contienen spoilers, porque la novela ha cambiado tanto desde aquel primer borrador que ni tiene el mismo final, ni tiene el mismo recorrido, ni estas escenas podrían encajar en ella a martillazo limpio. Algunas son del principio; otras son del final. Pero el final ha virado tantísimos grados en otra dirección que (creo) es seguro leer estas escenas sin miedo a que algo estropee la lectura de la novela definitiva. No obstante, si alguno tiene reparos, la escena que más ‘información’ podría contener sobre la novela (aunque a estas alturas esa información ya no sea útil) es la tercera y última. El drakkar, posado sobre la arena como una ballena varada y sostenido en posición vertical por los ocho troncos que, apoyados en su panza, sujetaban su peso en tierra, desapareció de su vista en cuanto dieron cinco pasos para internarse en el bosque que crecía junto a la orilla del mar. Harek titubeó antes de señalar el escarpado camino que partía del sotobosque en dirección a la ladera. Acomodán- dose la espada sobre la cadera izquierda, echó a andar, seguido por los más de veinte hombres que el Thing había elegido para acompañarlo en aquella incursión. A un lado, el brazo de mar que separaba una y otra orilla del fiordo se aleja- ba rápidamente mientras ascendían por el sendero; al otro, los árboles y arbustos ocultaban la vista de las montañas, por cuya abrupta ladera trepaban como cabras alegres y armadas de acero y risas contenidas en dirección a la granja que habían avistado desde el drakkar mientras navegaban pegados a la costa. El sol se filtraba entre las hojas y ramas, convirtiendo el camino en un lugar mágico, verde y dora- do, punteado de haces de luz convertida en polvo. —¿Falta mucho? —demandó Gardar en tono quejumbroso. —¿Falta mucho? —remedó Thrain con voz cantarina. El golpe sordo y la ex-

Escenas eliminadas

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Algunas escenas eliminadas de mi última novela, "Hijos del dios tuerto".

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HIJOS DEL DIOS TUERTOESCENAS ELIMINADAS

Disclaimer:Estas escenas solo permanecieron un par de minutos en el manuscrito original (sin exagerar), y fueron eliminadas porque ya incluso mientras las escribía sabía que no encajaban ni con el tono, ni con el lenguaje, ni con la época, ni con NADA dentro de la novela (demasiada juerga y demasiada actualidad para una aventura vikinga medieval...). No obstante, me dejé llevar ese ratito de escritura por mucho que supiera que iban a aca-bar eliminadas antes de seguir con el siguiente capítulo... pero a veces es tan divertido perder los papeles ;)No contienen spoilers, porque la novela ha cambiado tanto desde aquel primer borrador que ni tiene el mismo final, ni tiene el mismo recorrido, ni estas escenas podrían encajar en ella a martillazo limpio. Algunas son del principio; otras son del final. Pero el final ha virado tantísimos grados en otra dirección que (creo) es seguro leer estas escenas sin miedo a que algo estropee la lectura de la novela definitiva. No obstante, si alguno tiene reparos, la escena que más ‘información’ podría contener sobre la novela (aunque a estas alturas esa información ya no sea útil) es la tercera y última.

El drakkar, posado sobre la arena como una ballena varada y sostenido en posición vertical por los ocho troncos que, apoyados en su panza, sujetaban su peso en tierra, desapareció de su vista en cuanto dieron cinco pasos para internarse en el bosque que crecía junto a la orilla del mar. Harek titubeó antes de señalar el escarpado camino que partía del sotobosque en dirección a la ladera. Acomodán-dose la espada sobre la cadera izquierda, echó a andar, seguido por los más de veinte hombres que el Thing había elegido para acompañarlo en aquella incursión.

A un lado, el brazo de mar que separaba una y otra orilla del fiordo se aleja-ba rápidamente mientras ascendían por el sendero; al otro, los árboles y arbustos ocultaban la vista de las montañas, por cuya abrupta ladera trepaban como cabras alegres y armadas de acero y risas contenidas en dirección a la granja que habían avistado desde el drakkar mientras navegaban pegados a la costa. El sol se filtraba entre las hojas y ramas, convirtiendo el camino en un lugar mágico, verde y dora-do, punteado de haces de luz convertida en polvo.

—¿Falta mucho? —demandó Gardar en tono quejumbroso.—¿Falta mucho? —remedó Thrain con voz cantarina. El golpe sordo y la ex-

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clamación ahogada de Gardar demostraron a Harek, sin necesidad de volverse para mirar, que Thrain había aprendido de su hermana el arte de dar pescozones.

Puso los ojos en blanco, dio un salto para salvar un hoyo semioculto entre la maleza y siguió trotando alegremente camino arriba. Un instante después oyó un crujido, un quejido ahogado y un exabrupto que espantó a una bandada de pájaros que hasta ese momento había estado posada sobre las ramas de un árbol viéndolos pasar. Las aves emprendieron el vuelo piando insultos poco halagüeños en su id-ioma de trinos. Harek giró la cabeza para mirar a Gunnar por encima del hombro mientras este gritaba a los cuatro vientos; el vikingo se las arregló para incluir en su maldición a todo el panteón de los æsir, los vanir, las dísir e incluso los gigantes y las nornas sin necesidad de detenerse a tomar aire, mientras daba saltitos sobre un pie y se frotaba el otro con una mano enguantada.

—Vaya nena que estás hecha, Gunnar —se mofó Thrain, adelantándolo y aprovechando el momento en que pasaba a su lado para propinarle un empujón con la cadera que hizo perder el equilibrio al otro hombre. Con un alarido de rabia, Gunnar se desplomó sobre un matorral reseco que lo acogió amorosamente entre sus brazos llenos de espinas. La siguiente andanada de berridos de Gunnar espantó a los pájaros de medio fiordo.

—Menudo sentido de la verticalidad. Siempre he dicho que no sabe beber —sonrió Svein, que seguía a Thrain al mismo paso rápido que Harek había adoptado al bajar del drakkar.

—Pero si esta mañana solo le ha dado un trago al pellejo del agua…—Pues por eso. Imagina dónde habría acabado si el jarl le hubiera dejado probar

la cerveza —rio Svein, propinando una patadita al caído Gunnar al pasar a su lado. Este aferró su pierna y se colgó de ella como si quisiera convertirla en su amante, y Svein tropezó con su cuerpo, emitió un chillido de sorpresa y cayó de boca sobre el camino cubierto de hierba rala y piedras.

—¿Ahí? —preguntó Thrain con expresión inocente, mientras las carcajadas de los vikingos obligaban a emprender un vuelo indignado a los pocos pájaros que se habían resistido a marcharse de sus cómodas ramas para contemplar el espectácu-lo.

Svein escupió tierra y grava y se incorporó apoyando su peso en los brazos, con las facciones retorcidas en una mueca furibunda. Cuando había logrado alzarse, Gunnar trepó sobre su espalda, tirándolo cuan largo era sobre el camino, y apoyó todo su peso sobre él para ponerse de pie. Revolviéndose como un gato furioso, Svein aferró el cinturón del que colgaba el hacha de Gunnar y tiró. Un instante después, los dos vikingos rodaban por el suelo en un amasijo de brazos, piernas, capas y hachas afiladas coreado por los gritos de ánimo de las dos docenas de hom-bres que se habían detenido para jalearlos.

Harek suspiró y se volvió.—¿Queréis dejar de hacer el imbécil? —dijo, apuntalándose contra el tronco de

un árbol—. Si queréis revolcaros por el suelo para demostraros lo mucho que os queréis, buscaos una casa. Que aquí delante hay niños —sonrió, señalando a Ari con la cabeza. El joven le saludó con un gesto obsceno que arrugó su camisa a la

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altura de su entrepierna.—Nah, el chico ya tiene pelos en los huevos, jarl —informó Thrain en tono

festivo—. No como esos dos, que son más de ir a por flores al lago y perderse tres o cuatro días por el camino.

—¿Y tú cómo sabes que Ari tiene pelos en los huevos, Thrain? —preguntó Harek, risueño, cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Le has espiado mientras se bañaba o qué?

—Claro que sí —asintió Thrain, dando un paso hacia el joven vikingo y abrien-do los brazos como si estuviera a punto de envolverlo en un abrazo tan amoroso como el que en esos momentos unía a Svein y a Gunnar en el suelo—. Ven aquí, corazón mío —añadió con voz suplicante—. No sigas negándome tus encantos, encanto.

—A mí no te me acerques, mamón —rezongó Ari, propinándole un empujón que hizo reír a Thrain con más ganas.

—¿Falta mucho? —indagó Gardar en tono plañidero.—Sí —contestó Thrain, dándole una nueva colleja. Harek volvió a poner los

ojos en blanco y se apartó del árbol para acercarse al ovillo de brazos y piernas que eran Gunnar y Svein.

—Levantaos de una puta vez —ordenó, llamando su atención con un par de patadas juguetonas.

Gunnar respondió con un gruñido ronco y se separó de Svein, dejándolo tendido en el camino con la cara hundida en la hierba rala. Se incorporó de un salto y agitó los hombros para colocarse la capa de piel de ciervo que se empeñaba en rodear su cuello como un momento antes lo habían rodeado las manos de Svein.

—Qué suerte que Sigridur no esté aquí, eh? —sonrió Thrain mientras ayudaba a Svein a ponerse en pie—. Si llega a verte con Gunnar en mitad de una incursión, mañana mismo estaba repudiándote delante de todo Sjø. Aunque mira, igual se lo digo —murmuró, pensativo, observando cómo Svein se sacudía el polvo y las espinas que se habían prendido de su capa—. Así seguro que salta desnuda encima de mí para comprobar lo que es un hombre de verdad. Después de pasar dos años casada contigo le está haciendo mucha falta encontrarse con alguien que sepa lo que hace —agregó con un guiño lascivo.

—Mi mujer está muy satisfecha, muchas gracias —masculló Svein.—Porque ella sí sabe lo que tiene que hacer con las manos, aparte de usarlas

para rascarse el trasero —aclaró Thrain—. Si por ti fuera, Sigridur creería que “placer” es el primo de Thor por parte de padre.

—Pues mira —se indignó Svein—, cuando lleguemos a la granja que hemos visto desde el mar, voy a hacérselo a veinte delante de tus narices, una detrás de otra. Y entonces vas a decirme si sé lo que hay que hacer con las manos o no.

—¿Aparte de sujetarlas para que no se escapen mientras te la buscas, dices? —inquirió Thrain abriendo mucho los ojos en un gesto de sorpresa.

—Sé perfectamente dónde la tengo, imbécil —resopló Svein—. Y la mitad de las mujeres de Sørfjord también.

—Y Gunnar —rio Ari. El aludido enseñó los dientes en un gruñido silencioso.

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—Dejaos de idioteces —refunfuñó Harek—. Antes de clavarle la espada a nin-guna moza de las que nos esperan ahí arriba, hay que clavársela a sus hombres. Y esos se mueven más, por si no os habíais dado cuenta.

—A mí es que me gusta que sean ellas las que se mueven —dijo Thrain—. Si se quedan quietas es como que el asunto tiene menos gracia.

—No sabía que te gustasen los hombres, Harek —bromeó Svein—. Esta noche va a dormir a tu lado tu puta madre.

—Que duerma con Thrain, que le ponen los machos —rezongó Ari.—Cariño —replicó Thrain, lanzándole una mirada que pretendía ser insinu-

ante—, si me pusieran los machos, no estaría tirándote los tejos a ti.—¿Falta mucho? —preguntó Gardar en tono doliente.—Sí —le espetó Thrain, propinándole un nuevo pescozón.Harek reemprendió el camino, seguro de que sus hombres lo seguirían colina

arriba hasta la loma en la que, por lo que habían visto desde la costa, se erigía la granja solitaria que era su objetivo. Lo suficientemente alejada de cualquier núcleo de población de Høytvann como para ser lo bastante rica para procurarles no solo alivio a su sed de venganza sino también riquezas y mujeres que hicieran más fácil sobrellevar su pena, y también como para no disponer de una defensa capaz de preocuparlos. Igual que la granja de Egil, que los hombres de aquel fiordo habían atacado sabiendo que no podía defenderse. Claro que los atacantes de Høytvann no se habían llevado ni las riquezas ni a las mujeres. Su incursión había sido un simple divertimento; la que ellos estaban a punto de protagonizar era una respuesta escrita con sangre. Aunque siempre, incluso en ocasiones como aquella, encon-trasen tiempo para la diversión. Antes o después de la matanza. Y a veces también durante ella.

—¿Falta mucho? —insistió Gardar, usando ese tono lastimero que Harek sabía que era, en realidad, fingido. La respuesta de Thrain llegó, de nuevo, en forma de colleja.

—Estoy cansado de tonterías —maulló Gunnar—. Tengo ganas de irme a casa, los ronquidos de Svein no me han dejado pegar ojo, me duele la cabeza y me he torcido un pie cuando Harek no se ha acordado de decirnos que había un socavón.

—Y además has empezado a sangrar por la entrepierna, no me digas más.—Las mujeres se ponen muy bruscas cuando les pasa eso… —murmuró Svein,

frunciendo el ceño.—Se ponen más bruscas cuando no les pasa —replicó Oddi, apartando la rama

de un árbol para seguir caminando detrás de Gunnar.—Hombre —exclamó Thrain—, es que imagínate que te sale un crío de… de

ahí…—Yo con imaginarme lo de la sangre tengo bastante para no dormir por las

noches, muchas gracias —graznó Gunnar.—¿Pero no decías que la culpa era de los ronquidos de Svein…?—En realidad, no duerme porque se pasa las noches acordándose de tu carita

linda, Ari —respondió Thrain con un rápido parpadeo que pretendía ser femenino.—Qué va. Lo que le quita el sueño es pensar en tu trasero lleno de pelos —le

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espetó el joven.—Pues que lo mire por delante y ya verás si vuelve a dormir algún día.—Ooooooh, ¿de asco?—De envidia, niñito, de envidia —contestó Thrain.—Tú sigue diciéndole esas cosas al chico, y verás qué pronto decide que eres el

amor de su vida, Thrain —bromeó Oddi.Este guerrero es mío.Harek tragó saliva.¿Acaso no tiene mi padre derecho a elegir a sus guerreros…? La voz retumbó

en el fiordo, o quizá solo en su mente. Una voz aguda, grave, dulce, venenosa. Se pasó la mano por la frente, y la retiró húmeda de sudor frío.

Mío.—A callar —ordenó, alzando la mano para obligarlos a detenerse cuando el

camino alcanzó un alto y la granja que habían estado buscando apareció ante sus ojos.

Se callaron.

***

No como él: cuando Odín le había ordenado hacer una visita al reino de los muertos Thor no había podido evitar echarse a reír a carcajada limpia. ¿Hela, pre-cisamente Hela, la hija de Loki, iba a ayudarles a enderezar las cosas? Era tan risi-ble que casi parecía una broma. Y lo mismo lo era: Loki, al fin y al cabo, era el más bromista de todos los dioses. Si es que se lo podía considerar un dios en absoluto: se reía demasiado. Los æsir se tomaban demasiado en serio a sí mismos.

Odín, sin embargo, sí creía que podía haber alguna posibilidad de que Hela accediera a liberar el alma de su hijo muerto. Y bueno, pensaba Thor, tampoco era que Odín fuera siempre el más sabio de los dioses, por mucho que se las diera de rey de Asgard y æs superior y demás delirios de grandeza. No se podía olvidar que Odín era quien había adoptado a Loki como a un hermano, le había dado un lugar en Asgard y le había llenado de hidromiel hasta las cejas mientras ambos se palmeaban la espalda y se decían cosas bonitas en voces gangosas. Si Odín seguía confiando en Loki después de todas las que el jötunn le había montado, Odín era mucho más tonto de lo que parecía a primera vista.

Aunque cualquiera se lo decía, claro. Odín tenía casi tan poco sentido del humor como Hela. Y menos desde que su esposa se dedicaba a entonar cantos fúnebres por el alma de su hijo muerto. Se podían decir muchas cosas de Frigg, pero no que tuviera una buena voz: era uno de los motivos por los que se llevaba mal con las valkirias, que todo lo arreglaban cantando.

***

—Culpa de Frigg por pasarse el día hablándole de lo que sabe y no le cuenta y

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no darle una alegría de vez en cuando —rio Harek con malignidad—. Es lo que tiene estar mal follado, que te cabreas por cualquier cosa.

Thrain soltó una carcajada antes de girarse para mirar a Katla. Le guiño el ojo.—Claro, como ahora algunos ya no están mal follados, ¿eh…?—Qué leches, si se le nota en la cara que está bien. Y mucho.—Es verdad que se le ha quitado el rictus, ahora que lo dices…—Hay que ver lo bien que le ha sentado a este chaval morirse.—Si es que lo decía yo siempre, ¿no lo decía? Que tenía que mandar al Thing a

por flores de colores y liarse la manta a la cabeza.—Desde que tiene una valkiria de cabecera está que da asco verlo tan conten-

tito…—…la chati está para morirse, en eso tienes razón.—¡Te he oído!—…todo el día dale que te pego, y así no hay quien duerma, de verdad que entre

los ronquidos de Svein y los gritos de la nena…—No me toques los huevos a ver si te voy a hacer gritar a ti también.—¡A mí no te me acerques, mariconaza!—Quién la pillara…—…lo que pasa con ligarse a una guerrera es que si te descuidas igual te clava

la espada ella antes de que se la claves tú.—…nombrarle jarl otra vez, a ver si así se le calman las ansias…—¡…héroe!—Te he oído —canturreó Katla, sin separarse del árbol en el que se había apoy-

ado para observar los infructuosos intentos del grupo por acertar en el blanco, situado en un árbol a menos de veinte pasos de distancia, con el martillo de Thor.

—Tú también tienes mala leche por las mañanas —le espetó Svein.—¿Y tú qué sabes? —inquirió Harek, mirándolo con los ojos entrecerrados y

una expresión tormentosa en el rostro. Svein abrió la boca para responder, miró al ex jarl, se lo pensó mejor y murmuró algo ininteligible entre dientes.

[...]—Por lo que sé —replicó Katla, divertida—, Thor es de los que tienen que an-

dar esquivando manos del sexo femenino para llegar a alguna parte.—¿En serio? —preguntó, pensativo—. Vaya… Igual debería pasearme más

a menudo lejos del Valhalla. Siempre he oído que las ásynjur son tremendas —bromeó—. Y vive aquí una vanr que tengo entendido que está deseando echarle el guante a algún hombre desde que su esposo se dedica a viajar por Midgard a todas horas.

Katla frunció el ceño.—Ni se te ocurra acercarte a Freyja —le espetó, alzando un dedo en señal de

advertencia.—¿Por qué? —inquirió él, dibujando su mejor expresión de inocencia—. Es la

diosa de la sensualidad, no creo que eso de dormir sola sea bueno para…—Como si es la diosa de la lujuria desenfrenada —rumió Katla en tono omino-

so—. Te juro que si le pones una mano encima, te la arranco. Y a ella le arranco el

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pelo y se lo hago comer.Harek se encogió de hombros.—Vale —accedió—. Nada de Freyja. No importa: Sif está también de rechu-

pete, y no creo que a Thor le importe que ocupe su lugar de vez en cuando mientras él busca otro entretenimiento. Ya me lo ha comentado un par de veces, que podría-mos llegar a un acuerdo para…

—¡Como la toques, te juro por las tres nornas que me voy a tirar a Thor tantas veces que no voy a tener tiempo de parir un hijo antes de quedarme embarazada del siguiente! —profirió Katla. Parecía furiosa, tanto que sus ojos relampaguea-ban, azules, en la penumbra verdosa del bosquecillo—. Al fin y al cabo, él no es un simple hombre: él es un dios. Oh, sí —siseó Katla sin dejar de mirar a Harek—. Un dios. Así que ándate con ojo, Harek Haraldsson, no sea que decida que no eres suficiente para mí, teniendo a mi disposición a uno de los æs más venerados de los nueve mundos.

—Cuando quieras, te demuestro por qué me adoran tanto —rio Thor.—¡Ni se te ocurra acercarte a ella! —mugió Harek en dirección al dios del

trueno. En vez de enojarse, este alzó las manos en un gesto de rendición y sonrió ampliamente.

—Vale, tigre. Calma y tranquilidad, ¿eh? —respondió, jocoso—. Nunca he po-dido entender por qué los humanos sois tan posesivos.

Katla atrajo su atención por el sencillo método de propinarle un puñetazo en el hombro. Pese a su aspecto frágil, la mujer tenía una fuerza considerable; Harek soltó una exclamación y se volvió hacia ella.

—Au —se quejó, frotándose el hombro con la otra mano—. ¿Y eso a qué ha venido? —demandó, enojado. Ella dio un paso hacia él con los puños apretados.

—¿Que a qué ha venido? —repitió, rabiosa—. ¿Que a qué ha venido? ¡Solo llevas aquí dos días y ya estás pensando en revolcarte con medio panteón, maldito imbécil!

Harek la miró un instante, atónito, antes de que la furia explotase también en sus vísceras, llenándole la boca de bilis.

—¿Que yo…? ¡Y tú acabas de decir que quieres abrirte de piernas debajo de Thor, joder! —gritó—. ¡Varias veces! ¡Y darle tantos hijos que tengas que lla-marlos con números porque no vas a ser capaz de encontrar nombres para todos! ¿Y me dices a mí que yo quiero acostarme con su mujer? ¡Pero si en realidad te importa una mierda!

—¡Imbécil! —aulló Katla, propinándole un golpe con la palma en el pecho. Le golpeó una segunda vez, rabiosa—. ¡Que por tu culpa las valkirias llevan rién-dose de mí desde el invierno, cretino! ¿Y te importa? ¡Me dejas ahí en el Vingólf durmiendo y tú mientras tanto a follarte a medio Asgard! ¡Eres un cabrón!

—¿Qué quieres, coño? —vociferó Harek, indignado—. ¡Si tú llevas dos días haciéndole ojitos a ese payaso! —Señaló a Thor sin molestarse en mirarlo—. ¿Que le parta la cara a Thor para que él me meta el martillo por el culo?

—Por si hay alguien escuchándome, que conste que no es algo que tenga previs-to hacer en los próximos siglos —dijo Thor con voz tranquila.

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—¡Por lo menos podrías intentar no demostrar lo poquito que te importo! —Katla cerró el puño y lo estampó contra su pecho. Harek abrió mucho los ojos, asombrado.

—¿Lo poqui…? ¿Lo poquito que me importas? ¿Te has vuelto loca?—¡Sí! —chilló ella—. ¡El día que pensé que no querías morir para estar con-

migo! ¡Imbécil! ¡Pero claro, solo querías que te defendiera de Hela, y después muchas gracias, Katla, adiós, Katla!

Harek se debatió un instante entre la necesidad de maldecir a gritos, el impulso de echarse a reír, la tentación de arrastrarla hasta el suelo y hacerle el amor hasta que pidiera clemencia, y la vocecita que le decía en su mente que no era el momen-to de ninguna de las dos cosas y que ahí delante había una decena de hombres y un dios observando la escena con interés. Al final, venció la tercera opción. Aferró su muñeca cuando ella se disponía a golpearlo otra vez, tiró de ella y la besó, ahogan-do sus alaridos con los labios.

Katla se quedó petrificada un instante antes de devolverle el beso con la misma furia, con el mismo deseo incontrolable que sentía Harek en esos momentos. Se colgó de su cuello.

—Eres un imbécil —jadeó contra sus labios, apretándose contra su cuerpo.—Y tú eres idiota —alegó Harek, abrazándola y besándola con tanto ardor que

acabó estrellando su cuerpo contra un tronco. Ella lo empujó para apartarse del árbol sin separar los labios de los suyos.

Un ruido de cristales rotos penetró en su mente, advirtiéndole que quizá debería prestar más atención a lo que los rodeaba. No le importó.

—¡Te has cargado la ventana del palacio de Jörd, Svein!—¿Pero a dónde leches estabas apuntando? ¿A Jötunheim?—Con lo mal que le sienta a mi madre que la despierten antes de media tarde…—Eh… ¿Podrías ir a decirle que lo siento?—Ni de broma. Hace mucho que descubrí que cuando mi madre está cabreada

es mejor no cruzarse en su camino.—Cuidado, que vuelve…—Venga, niños, vámonos, que aquí no hay nada que ver —oyó que decía la voz

de Thor desde muy lejos.Katla se las arregló para elevar el dedo corazón en dirección al Æs del trueno

y la fertilidad. Conteniendo la risa, Harek se quedó inmóvil mientras aguardaba a que las protestas de los otros se perdieran en la distancia.

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