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18/1/2014 Escribir ficción | Ideas prácticas para escribir más y mejor, con énfasis en literatura de entretenimiento http://escribirficcion.wordpress.com/ 1/45 Diseño de portada: Santiago Restrepo. Imagen original: ©iStock.com/DC_Colombia. Escribir ficción Ideas prácticas para escribir más y mejor, con énfasis en literatura de entretenimiento La sentencia y otros cuentos de suspenso, intriga y humor Acabo de publicar “La sentencia y otros cuentos de suspenso, intriga y humor”. A continuación encuentran la descripción general de los relatos y, más adelante, el comienzo de cada uno de ellos. El libro se puede comprar en cualquiera de las tiendas de Amazon (México, Estados Unidos y Latinoamérica, España) para leer en la aplicación Kindle. *** En los cinco cuentos que componen esta colección, el suspenso, la intriga y el humor se entrelazan para darle una experiencia de entretenimiento y sorpresa al lector. Situaciones inesperadas y fuera de lo común sirven de marco a estas historias: La sentencia. Una adivina le pronostica a Fermín Guantiba, un hombre crédulo y supersticioso, que va a morir en dos días. Atontado por el vaticinio, Fermín se pregunta qué hacer con el tiempo que le queda de vida, mientras otros intentan sacar provecho de su debilidad. Momentos antes del fin del mundo. Un par de horas antes del impacto de un asteroide contra la Tierra, un periodista lucha por escapar del caos y la violencia que se desatan en la ciudad. Destino final. Cuando Juan Kiezlowski sale del estado de hibernación en un viaje de colonización espacial, Atenea, el sistema de inteligencia artificial de la nave, le informa que su esposa murió. Juan cree que Atenea la asesinó. Un buen jefe. El gerente de una empresa está dispuesto a lidiar con todo tipo de problemas para que esta progrese. Pero no espera que uno de ellos sea el hallazgo de un cuerpo sin vida frente a la puerta de su Seguir

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Diseño de portada: Santiago

Restrepo. Imagen original:

©iStock.com/DC_Colombia.

Escribir ficciónIdeas prácticas para escribir más y mejor, con énfasis en literatura de entretenimiento

La sentencia y otros cuentos de suspenso, intrigay humor

Acabo de publicar “La sentencia y otros cuentos de suspenso,

intriga y humor”. A continuación encuentran la descripción

general de los relatos y, más adelante, el comienzo de cada

uno de ellos. El libro se puede comprar en cualquiera de las

tiendas de Amazon (México, Estados Unidos y Latinoamérica,

España) para leer en la aplicación Kindle.

***

En los cinco cuentos que componen esta colección, el suspenso, la

intriga y el humor se entrelazan para darle una experiencia de

entretenimiento y sorpresa al lector. Situaciones inesperadas y fuera

de lo común sirven de marco a estas historias:

La sentencia. Una adivina le pronostica a Fermín Guantiba, un hombre

crédulo y supersticioso, que va a morir en dos días. Atontado por el

vaticinio, Fermín se pregunta qué hacer con el tiempo que le queda

de vida, mientras otros intentan sacar provecho de su debilidad.

Momentos antes del fin del mundo. Un par de horas antes del impacto de un asteroide contra la Tierra, un

periodista lucha por escapar del caos y la violencia que se desatan en la ciudad.

Destino final. Cuando Juan Kiezlowski sale del estado de hibernación en un viaje de colonización espacial,

Atenea, el sistema de inteligencia artificial de la nave, le informa que su esposa murió. Juan cree que Atenea la

asesinó.

Un buen jefe. El gerente de una empresa está dispuesto a lidiar con todo tipo de problemas para que esta

progrese. Pero no espera que uno de ellos sea el hallazgo de un cuerpo sin vida frente a la puerta de suSeguir

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oficina.

El show. Durante la grabación de un programa de televisión, una mujer confiesa que le es infiel a su marido

con Alberto, un vecino del barrio. Desconcertado por la falsa acusación, Alberto trata de aclarar el

malentendido. Pero Marlon, el marido engañado, no quiere oír razones, quiere venganza.

A continuación el comienzo de cada uno de los cinco relatos:

La sentencia

–Ay, Fermín, le tengo malas noticias –dijo Yambé con voz carrasposa, mirando el humo amarillo que salía del

tabaco–. Los seres del más allá me anuncian que usted va a morir en dos días.

Una punzada helada atravesó el corazón de Fermín. Abrió la boca, pero las palabras no le salieron. ¿Había

escuchado bien? ¿Iba a morir en dos días? No lo podía creer. Escrutó el rostro arrugado de Yambé en busca

de alguna aclaración. La expresión dura y los ojos vidriosos de la adivina no le revelaron nada.

–No… no, no puede ser… –balbuceó Fermín.

–Dos días, Fermín, es todo lo que le queda. Es un mensaje muy claro –Yambé ojeó de nuevo las volutas de

humo en el aire.

Fermín siguió la mirada de la mujer, tratando de encontrar en la humareda las claves de la sentencia que

acababa de escuchar. Pero las formas grises y amarillas nunca le habían dicho nada y tampoco lo hicieron en

ese momento. No puede ser, se dijo Fermín, no puede ser cierto. Mi salud está bien. ¿Por qué morir ahora? ¿Por

qué a mí? No quiero irme todavía, debe haber algún error.

–A todos nos llega la hora –dijo Yambé como si leyera su pensamiento–. Usted bien lo sabe, Fermín. Le

quedan dos días de vida y tiene que aceptarlo. Es el ciclo natural. El tiempo que nos prestan los seres del más

allá siempre se agota. A mí me quedan exactamente dos mil quinientos trece días y lo asumo con

tranquilidad. No depende de nosotros y debemos honrar a los espíritus con aceptación y respeto por sus

designios.

El pecho de Fermín se movía con rapidez. Le faltaba el aire. Se aflojó el nudo de la corbata y miró alrededor

en busca de algún tipo de alivio. Pero el cuarto de consulta de Yambé, con poca luz y paredes repletas de

máscaras, pieles de animales, muñecos, mechones de pelo, ropas raídas, entre otros objetos extraños, que

siempre le había parecido curioso, ahora se le antojó opresivo, pesado e incluso macabro. Además, el humo

del tabaco invadía su nariz, sus pulmones, ahogándolo con su mensaje de muerte.

–A lo mejor, eeeeeh… –murmuró Fermín–, a lo mejor se puede hacer algo, una ofrenda, un entierro… algo.

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Pagaría más, claro está.

La expresión de Yambé no cambió. Se pasó una mano por su larga cabellera negriblanca de pelos gruesos y

grasientos.

–Fermín, las ofrendas y los entierros son para amarres y ataduras. La muerte es el designio más profundo y

no se puede cambiar. Los espíritus de ultramundo son los dueños del tiempo. Nos permiten saber la hora

final, como un gesto de cortesía, pero jamás cambiarla.

Yambé acercó el tabaco a sus labios y lo chupó con fuerza. Su rostro delgado se comprimió aún más. Los

ojos se le salieron con el esfuerzo. Expulsó una bocanada de humo hacia el techo.

Debe haber algún error, pensó Fermín con desespero. Se remontó al pasado para buscar fallos en las

predicciones de Yambé. Llevaba consultándola casi siete años, desde que llegara a Bogotá tras la muerte de

su esposa. Pero aún antes de comenzar, Fermín ya sabía que su esfuerzo sería en vano. Yambé no cometía

errores. Por eso acudía a ella. Los aciertos, en cambio, abundaban. Cuando visitó su consultorio por primera

vez, Yambé supo de inmediato que él acababa de enviudar. Que había vivido toda su vida en el campo. Que

estaba pasando por un momento difícil, por una gran tristeza. Que le costaba adaptarse a la ciudad. Un par

de años después, le advirtió sobre una enfermedad que los médicos detectaron sin falta. Varias veces lo

previno sobre malos negocios que debía evitar. Hace un par de meses le dijo que una mujer aparecería en su

vida y, mágicamente, le comenzó a gustar Rosita, la viuda de la tienda vecina a la pensión donde vivía.

–Debe haber algo que… que se pueda hacer, cualquier cosa –dijo Fermín aferrándose a lo que ya le parecía

un hilo de vida.

Yambé chupó de nuevo el tabaco y botó otra humarada. No dijo nada.

Fermín hizo fuerza para que ocurriera algo, para que Yambé cambiara su anuncio. La miró ansioso, en busca

si no de una palabra salvadora, al menos de una de consuelo.

Encontró una mirada fría en un rostro curtido e inmemorial, el de alguien que está vivo y muerto a la vez y

por eso tiene poder sobre personas y espíritus.

La adivina sonrió despacio.

La muerte le mostraba sus dientes con una burla. Fermín se levantó de la silla espantado.

(continúa…)

Momentos antes del fin del mundo

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No sé cuánto tiempo siga vivo. Venía de hacer un reportaje en el centro cuando escuché la noticia en el bus,

en el radio de un pasajero. Al comienzo pocos le pusieron atención. Luego otros prendieron sus teléfonos,

buscaron por internet y se vio que iba en serio. Yo llamé al periódico para averiguar más. Nadie contestó. Al

segundo intento las líneas ya se habían caído. El conductor detuvo el bus articulado en plena avenida

Caracas, abrió la puerta y salió corriendo.

Una mujer corre hacia el edificio en el que estoy. La veo desde la ventana del segundo piso. La sigue un

grupo de cuatro hombres. Uno de ellos lleva una varilla y golpea en la nuca al que va delante de él, que se

desploma de cara contra el suelo con los brazos abiertos

(continúa…)

Destino final

–…temperatura en el interior de la nave: 23 grados Celsius. Todos los sistemas funcionan con normalidad –

dijo una voz femenina, artificial, mientras Juan parpadeaba y volvía a la conciencia–. Ubicación actual: nos

encontramos a 30 millones de kilómetros del planeta Xirius 5, en el sistema planetario de Aurora…

–Xirius 5, sistema planetario de Aurora –repitió Juan Kietzlowski embotado y se restregó los ojos.

Retiró las manos y parpadeó de nuevo. Al otro lado de un cristal cercano a su rostro, relucían los paneles

metálicos del puente de mando de la nave. Terminó de recordar dónde se encontraba.

Atenea, el sistema de inteligencia artificial, seguía mencionando datos y dando información en el mismo tono

pausado.

¿Susan, su esposa, habría despertado ya? Juan empujó la puerta de la Hibercam y dio un paso al frente. Su

pierna derecha tambaleó al apoyarla en el suelo. Se sujetó de la pared para no caer y caminó con pasos

lentos y cuidadosos hasta la cámara de Susan, a un par de metros de la suya.

Tras el cristal protector, su rostro mostraba la placidez característica del estado de hibernación. Aún no había

despertado. El corazón de Juan se aceleró. Quería hablar con ella ya, abrazarla, besarla.

–Despiértala, Atenea –dijo Juan pegado al cristal.

–No puedo despertarla –respondió la inteligencia artificial.

–¿Cómo así que “no puedo despertarla”? Despiértala.

–Lo siento, Juan, está muerta.

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–¿Qué? ¿Cómo? –dijo Juan casi sin entender–. No… no puede ser. ¡Abre, abre!

Su mente y sus sentidos, antes adormecidos, entraron en alerta total.

–No puedo abrir, sería un riesgo para tu salud.

–Nooooo… ¡Abre, abre! –Juan golpeó el vidrio con sus puños–. ¡No puede ser! No puede estar muerta. ¡Susan!

¡Susan!

–Está muerta. No hay signos vitales, como lo indica la pantalla del costado derecho de la Hibercam.

Juan se lanzó hacia la pantalla de indicadores. La sujetó con ambas manos. El monitor mostraba un cero en

las pulsaciones del corazón. Los demás signos vitales confirmaban el estado.

–Noooo… noooooooo… –gritó Juan con el pecho en llamas–. ¿Cómo es posible? No puede ser.

¡Aaaaaahhhhhhh!

–Manejo tres hipótesis –dijo Atenea–. Una combinación entre la baja temperatura y una sobrerreacción del

organismo a los químicos. Esto puede ocurrir en un ser humano entre diez mil. En la segunda hipótesis, una

enfermedad causada por un virus u otro agente patógeno habría escapado a los controles médicos pre

abordaje y a mis sensores. La tercera consiste en que el hipersalto haya tenido consecuencias aún

inexploradas en su organismo.

–No puede ser, no puede ser… –Juan se llevó ambas manos al rostro–. Estas cámaras se probaron miles de

veces. Se promocionaron como 100% seguras. Lo mismo que el hipersalto. Noooooo… no es posible.

–Siempre hay fallos posibles, Juan. No lo sabemos todo. Y más ahora que todo esto es nuevo, que somos los

pioneros.

–No, no está muerta –dijo Juan y volvió a aferrarse a la cámara de Susan–. No está muerta. ¡Abre, abre!

–No puedo abrir –dijo Atenea–. Murió hace año y medio, casi al momento de salir del hipersalto. Sin saber

qué causó su muerte no puedo abrir la Hibercam.

–Nooo… –dijo Juan con un hilo de voz que se transformó en un sollozo lastimero–. Noooooo… esto no es

posible. ¿Cómo pudo pasar? No, no, nooooooo, Dios, noooooooo.

Juan abrazó la cámara de Susan, como si la sujetara a ella… como si de esa forma le pasara algo de su vida.

–No, Susan, noooooo –dijo en medio del llanto y movió su mano sobre el cristal, acariciando el rostro de su

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esposa.

Después de un minuto, Juan cerró el puño de su mano derecha y le dio un golpe con todas sus fuerzas al

costado de la cámara.

–¡Maldita tecnología! Maldito plan, maldita promesa de una nueva vida, maldita Federación. ¡Oh, no, no,

nooooooooo!

***

Juan lloró al pie de la cámara de Susan durante un largo tiempo, hasta que escuchó la voz de Atenea resonar

en su tono neutro:

–Juan, siento mucho tu pérdida, pero en medio de la tragedia hay una buena noticia. Como recordarás, si te

desperté es porque confirmé que todos los indicadores de Xirius 5 se encuentran dentro del rango de

habitabilidad. Según los protocolos, envié una sonda hacia la zona de hipersalto. Ya debió enviar el mensaje

a la Tierra. Según mis cálculos, la nave nodriza debe estar a punto de partir y llegará a Xirius 5 en

aproximadamente 7 años y 253 días terrestres. Tenemos mucho trabajo por delante.

Juan se alejó unos centímetros de la cámara y miró la pantalla principal del puente de mando.

–¿Qué estás diciendo? –dijo entre confundido y fastidiado–. ¿En qué estás pensando? ¿Crees que eso me

importa ahora? No seas ridícula, Atenea.

(continúa…)

Un buen jefe

Creo que fue mi inexperiencia en el manejo de la empresa lo que condujo, al menos en parte, al asesinato de

Argüello y a lo que eso implicó para mí.

Claro, ahora es fácil verlo así, cuando ya todo ocurrió. Pero antes de eso, en realidad, yo me consideraba un

excelente administrador. Durante sus tres primeros años de funcionamiento, la empresa no solo no quebró,

como ocurre con la mayoría de nuevos negocios, sino que prosperó en medio de las adversidades, llegando

incluso a tener más de cuarenta empleados.

Sin embargo, un par de meses antes del evento que cambiaría mi vida, la empresa entró en una situación

difícil que se agravó con rapidez. Sin una razón aparente las cosas comenzaron a ir mal. Los pedidos

sufrieron retrasos, algunos clientes devolvieron mercancía, hubo inspecciones demasiado rigurosas de

algunas entidades del Estado, un par de bancos demoraron giros por tecnicismos y se presentaron

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discrepancias en algunas de nuestras cuentas internas.

El estrés se apoderó de todo el personal. Nadie quería perder su trabajo. Un par de dificultades adicionales y

todos quedaríamos en la calle.

Dicen que la cadena se rompe en el eslabón más débil. Y en la empresa toda la tensión se descargaba en

Bartolomeo Guzmán, uno de mis mejores empleados en cuanto a rendimiento, pero alguien que sufría de

ciertos problemas de personalidad.

Debo admitir que desde el momento en que lo entrevisté para contratarlo me di cuenta de que tenía algo

raro. Tras apenas unos minutos de charla, observé que vivía obsesionado con el orden, los detalles. Cuidaba

en extremo su forma de vestir, con la camisa bien planchada metida con esmero en el pantalón, unos

zapatos duros y gruesos relucientes de betún y un peinado engominado en el que no se rebelaba un solo

pelo. Se movía como si pensara cada detalle de lo que su cuerpo expresaba y su voz nasal le salía débil,

incluso medrosa. No mostró emoción alguna en su rostro diferente a la tensión. Ni siquiera se le escapó una

leve sonrisa.

Pero los comportamientos realmente extraños los comenzó a mostrar unos días después de dar inicio a su

labor como contador. Una noche, ya debían ser más de las siete, yo revisaba unas cuentas en el computador

de mi escritorio. Agobiado por el exceso de cifras, despegué un instante la cara de la pantalla.

Me topé con el perfil de un rostro a mi lado.

Mi corazón estalló.

–¡Aaaahhh! –grité y pegué un salto que me puso de pie.

El rostro de Guzmán se giró hacía mí, sin alterarse por mi reacción. No sé cómo hizo, pero había entrado y le

había dado la vuelta al escritorio sin que yo me diera cuenta.

–¿Qué hace ahí Guzmán? –dije con los pulmones que se me salían del pecho–. ¿Por qué no golpeó? ¡Avíseme

cuando quiera entrar!

Guzmán retrocedió como un animal asustado.

Tan temeroso lo vi, que la ira que me inundaba se diluyó. Me senté, me pasé una mano por la cabeza y

respiré hondo. Dejé que Guzmán también se tranquilizara, hasta que habló desde el otro extremo de la

oficina.

–Golpeé la puerta, señor Rodríguez, pero usted estaba concentrado. Pensé que necesitaba ayuda para

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revisar.

Le expliqué que eso no se hacía, que me hubiera podido matar del susto, además de ser un acto descortés.

Me miró como si le hablara en un idioma incomprensible.

Ese tipo de comportamientos correspondían a la parte de la personalidad de Guzmán que buscaba pasar

desapercibida. Siempre rehuía las miradas ayudado por sus gafas gruesas y por los vestidos grises que lo

camuflaban sobre el fondo de las paredes oscuras de las oficinas.

Pero, y he aquí algo aún más extraño…

(continúa…)

El show

–Y… ¡Volvemos de comerciales! –gritó Anabel, la presentadora, y levantó la mano derecha con el dedo índice

arriba–. ¿Seguimos con entusiasmo en el show de Anabel? ¡Díganle sí!

–¡Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! –rugió el público.

Agobiado por una sensación de ridículo, sentado en uno de los asientos del escenario, me pregunté una vez

más qué hacía ahí metido. Pero, como cada vez que alguna duda aparecía en mi mente, giré mi cabeza hacia

la izquierda para ver a Juliana y recordar que todo tenía un propósito.

–Ya conocemos a nuestros invitados –siguió Anabel–. Pasemos ahora a lo que nos interesa. “Verdades que

duelen” en…

–¡El show de Anabel! –completó el gentío desde las gradas del estudio.

–Bien –Anabel cambió el tono de entusiasmo por uno grave y se dirigió a otra de mis vecinas de barrio–.

Maritza, usted tiene algo que confesarnos hoy, un secreto que pesa sobre sus hombros desde hace varias

semanas. Por favor, cuéntele a toda la teleaudiencia de qué se trata.

Maritza, por quien a diferencia de Juliana yo no sentía atracción o siquiera algo de estima, miró como ternero

asustado al público, a las cámaras y luego a la presentadora.

–Adelante, tranquila, díganos lo que tiene que decir –la animó Anabel.

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–Yo… yo… –dijo con voz temblorosa–, le estoy siendo infiel a mi esposo.

Un murmullo llenó el recinto.

Abrí los ojos de par en par. Eso no era lo que habíamos acordado que dijera.

Si yo estaba desconcertado, Wilson, el esposo de Maritza, lo parecía aún más. Se revolvió en el asiento y se

aferró a él con ambas manos. Giró el rostro hacia su mujer y arrugó las cejas.

–Infidelidad, querido público, el fuego de la pasión, los tormentos del corazón –dijo Anabel como si le picara

la lengua, mientras transportaba su cuerpo apretujado por la tela dorada sobre el escenario–. La emoción

que destruye los nervios y saca nuestras emociones más profundas. Y cuéntenos, Maritza, ¿con quién está

traicionando a su marido?

Maritza respiraba rápido.

–Con Alberto, un vecino del barrio –dijo con voz cortada y me señaló.

El público dejó escapar voces de incredulidad.

Me atraganté con mi propia saliva y tosí un par de veces. Me eché hacia atrás en el asiento. ¿Qué decía

Maritza? ¿Ella y yo en una relación? ¿Por qué iba a decir algo distinto a lo planeado…?

Entonces entendí. Los productores buscaban espontaneidad, espectáculo. No querían algo acartonado.

Seguramente Sigifredo le había dado instrucciones a Maritza para que cambiara el tema.

–Lo siento, papi –dijo Maritza mirando a su marido y se echó a llorar.

Wilson la examinó de arriba abajo y luego me clavó los ojos con una mezcla emociones que no logré

descifrar. También estaba confundido.

–Después de las delicias de la traición vienen los remordimientos y el dolor –sentenció Anabel y caminó

como una tigresa hacia mí–. ¿Qué tiene que decir el entrometido en esta bella relación de pareja?

Tardé un par de segundos en caer en cuenta de que se refería a mí. Ayudó el que una cámara se plantara a

centímetros de mi cara.

–Ah, yo… yo… –no sabía qué decir. Pero recordé que estaba en juego la bonificación que nos habían

prometido por dar un buen espectáculo. Además, quería impresionar a Juliana con mis dotes actorales–. Eh,

así es la vida… son las cosas del corazón. Todo comenzó porque me veía con Maritza casi todos los días en el

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gimnasio y, de charla en charla, terminamos por acercarnos. Ella es muy atractiva y una cosa llevó a la otra…

Wilson no dejaba de mover su cabeza para mirarnos a Maritza y a mí. Los ojos se le salían del rostro. Actuaba

bien.

–Así que mientras Wilson trabajaba en… también en el gimnasio, ¿no? –dijo Anabel.

Wilson asintió con la cabeza como si le pesara una tonelada.

–Mientras él se ganaba el sustento de su hogar –siguió Anabel–, usted aprovechaba para traicionar su

confianza y acostarse con su mujer.

Maritza seguía llorando. Wilson se puso rojo. Su zapato derecho golpeaba el suelo sin pausa.

–Pues si se presentaba la ocasión la aprovechaba –dije con algo de duda.

–¿Disfrutó su relación con Maritza?

–Claro que la disfruté –dije automáticamente, guiado por el ímpetu de Anabel.

–Ayyyy… –Maritza soltó un grito de dolor en medio de su llanto–. Lo siento, papi, lo siento, te traicioné…

Wilson se levantó tirando su asiento hacia atrás y arrancó a correr hacia mí con los puños cerrados.

Mi corazón se paralizó.

(continúa…)

***

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Santiago Restrepo en enero 18, 2014 [http://escribirficcion.wordpress.com/2014/01/18/la-sentencia-y-otros-

cuentos-de-suspenso-intriga-y-humor/] .

El primer borrador de un cuento o novela

Como se dijo en una entrada anterior del

blog, es posible comenzar a escribir un

relato a partir de una idea básica o a partir

de un plan más elaborado (una lista o

esquema donde figuren los personajes, los

elementos y giros principales de la trama,

con menor o mayor detalle, desde el

comienzo hasta el final de la historia).

Ya sea que tengamos una idea o un plan, el

siguiente paso consiste en escribir el primer

borrador de nuestra narración. Que sea el primer

borrador quiere decir que no va a ser el escrito

definitivo, sino la primera versión de varias.

Tener esto presente al momento a escribir nos trae un gran beneficio: nos quita de encima la presión de

pensar que esa primera versión será lo que presentaremos, entregaremos, mostraremos, leeremos y/o

publicaremos. A su vez, esto nos permite darle rienda suelta a la imaginación, concentrarnos en la

creatividad, en el flujo de las ideas, sin preocuparnos por unos estándares de calidad públicos.

En la primera entrada de este blog se señaló que cuando uno quiere comenzar a escribir (como actividad

general), es importante aprender a dejar que fluya la creatividad. Para esto se recomendaba escribir sin parar

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Foto de Patrick Hoesly en Flickr.com

sobre cualquier cosa durante un determinado número de minutos al día, todos los días. En el caso del primer

borrador de un escrito, de un cuento o una novela, aplica algo más o menos parecido. Debemos dejar que la

escritura fluya sin parar, pero en este caso desarrollando la idea que se nos ocurrió para nuestra historia o

siguiendo el plan que elaboramos previamente. Al limitar la creatividad la potenciamos, en este caso,

circunscribiéndola a nuestra idea o plan para la historia. Si queremos escribir una narración de la literatura de

entretenimiento o en todo caso una historia que no sea experimental, seguramente buscaremos una unidad

narrativa, un comienzo, un final, un desarrollo, unos personajes definidos. Estos elementos, tratados en

otras entradas de este blog, sirven de marco a nuestra creatividad y permiten presentarla en un orden

comprensible para otros.

Así pues, al escribir el primer borrador no debemos detenernos por cuestiones menores de puntuación, por

una duda ortográfica o algo así. Eso se revisará después. Tampoco es necesario que lo leamos para saber

“qué tal nos está quedando”, pues quizás nos desanimemos al ver que el texto no es tan bueno como

pensábamos y dejemos de escribirlo. Tampoco debemos frenarnos por pensamientos que nos sugieran que

lo que estamos escribiendo no está quedando bien o cualquier otra idea por el estilo. Muchos escritores

profesionales recomiendan terminar el primer borrador sin importar absolutamente nada de lo que se

piense. Y lo recomiendan porque incluso ellos dudan sobre la calidad de lo que escriben en ese primer

borrador. Pero como ya conocen el proceso de escritura, entonces hacen a un lado sus juicios y simplemente

terminan de escribirlo.

Ese primer borrador, con todos sus defectos,

errores y crudeza, es una base que se mejorará

posteriormente. Incluso, el primer borrador puede

considerarse como un plan detallado del cuento o

novela que queremos escribir. Probablemente en

algunos casos sea más que eso, pero, en general,

ese texto será un herramienta para a partir de allí

reescribir, una y otra vez, una versión mejorada de

la historia.

Por eso el objetivo principal al comenzar a escribir

un primer borrador no necesariamente será

escribir una muy buena historia. El objetivo

principal será terminarlo, para que luego sea

posible mejorarlo, ahí sí con el objetivo principal de

que sea la mejor historia posible con base en ese

material y en las ideas adicionales que se nos

ocurran.

Por todas estas razones, un primer borrador es mucho y a la vez es poco. Es mucho, porque sea lo que sea

es una obra, una narración que independientemente de su calidad hemos terminado y podemos corregir.

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Terminar un cuento, una novela, así sea en un primer borrador, es un gran logro. Y a la vez es poco, porque

es apenas una parte del trabajo que tendremos que realizar para tener algo que presentable, algo que se

pueda mostrar. El trabajo de reescritura y corrección posterior nos tomará incluso mucho más tiempo que el

de escritura original. En efecto, al leer el primer borrador quizás encontraremos que es necesario cambiar

muchas cosas: corregir comas y gazapos, quitar un personaje, cambiar la forma en la que el protagonista

logra sus objetivos, eliminar algunas escenas e introducir otras nuevas, escribirle un final o un comienzo

mejor, en fin. Es posible incluso que tengamos que reescribir casi la totalidad del texto, pero ya lo

haremos sobre una base y con una idea más clara de lo que queremos lograr.

Sin embargo, cuando leamos ese primer borrador después de terminarlo, las cosas que encontremos que

estén mal, que no nos gusten, ya no serán una razón para detenernos, para desanimarnos, sino más bien un

motivo para corregir, para mejorar nuestro escrito. También encontraremos cosas buenas, por supuesto,

que nos gustarán y que probablemente queramos ampliar o destacar. Incluso leeremos algunos de los

pasajes y diremos: “¿Yo escribí esto? Qué bien”.

Con la práctica, algunos escritores desarrollan otros métodos. Algunos, por ejemplo, prefieren escribir con

más pausa y hay incluso los que solamente comienzan la siguiente frase o página cuando han logrado una

versión definitiva de la anterior. Pero estos escritores ya han llegado al punto en el que acceden a su

creatividad fácilmente. Si estamos comenzando, es importante desarrollar o descubrir nuestra creatividad

permitiéndole que salga restringida únicamente por la trama, por la idea que se nos ocurrió, por el estilo de

historia que queremos contar, y no por las dudas, las preocupaciones ortográficas, la calidad del relato o

factores semejantes.

Así que, a escribir y terminar ese primer borrador.

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Esta entrada se publicó en Práctica, estilo, narración y está etiquetada con cómo comenzar a escribir un

cuento, cómo comenzar un cuento, cómo desarrollar un cuento, cómo empezar a escribir un cuento, cómo

escribir, cómo escribir el primer borrador de un cuento, cómo escribir un cuento, desarrollar la idea para un

cuento, diferentes versiones de un cuento, diferentes versiones de una novela, el borrador de un cuento, el

borrador de una novela, el hábito de escribir, empezar a escribir un cuento, empezar a escribir una novela, la

primera versión de un cuento, la primera versión de una novela en diciembre 9, 2013

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Foto de Taro Taylor en Flickr.com

Foto de Lance Shields en Flickr.com

“Buenos” y “malos” en la literaturade entretenimiento

En gran parte de la literatura de entretenimiento

seguimos a personajes que luchan en bandos

opuestos, uno que podríamos denominar “bueno”

y otro “malo”. Esta es una estructura básica de este

tipo de literatura y conviene tenerla presente a la

hora de crearla.

Encontramos policías que quieren impedir un

crimen o encontrar a un asesino, detectives que

pretenden recuperar algún elemento robado,

héroes que buscan evitar que alguien detone una

bomba, magos que se enfrentan a distintas fuerzas

del mal, ciudadanos del común acechados por

delincuentes, humanos del futuro que combaten a extraterrestres para que no destruyan la Tierra, heroínas

que hacen todo lo posible por conquistar el amor de su vida en contra de sus enemigos, en fin.

¿Qué es bueno y malo? ¿En qué se diferencia este enfoque literario de otros? ¿Por qué nos gusta leer y

contar historias con un bando bueno y otro malo? ¿Cómo contamos estas historias? ¿Cómo complejizar esta

estructura básica?

¿Qué es bueno y que es malo?

Responder esta pregunta va, por supuesto, más

allá de los alcances de este blog. Pero sí podemos

dar una definición que sirva para aplicar estas

nociones a lo que nos interesa: la escritura y la

lectura de literatura de entretenimiento.

Malo sería aquello que busca destruir o hacerle

daño por intereses egoístas a una persona o una

comunidad. Por ejemplo: un personaje en una

novela mata a alguien para robarle dinero y

comprar algo para uso personal. Su interés egoísta

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daña otra vida y también a la comunidad.

Bueno sería aquello que contribuye a mejorar o aumentar el bienestar de una persona o comunidad. En

este caso hay un interés en el bien común. Por ejemplo: el protagonista quiere encontrar al asesino. Su

acción beneficia a la comunidad al evitar daños futuros a personas y familias.

Aunque la oposición “mal”/“bien” es simple, esa una más de las oposiciones de conceptos básicos que nos

sirven a los humanos (o al menos a nuestra cultura) para guiar nuestra percepción, enmarcar nuestra

experiencia y luego complejizar nuestra visión del mundo.

Lo bueno y lo malo son partes de un continuo. Probablemente no haya nada totalmente bueno ni malo. Al

mismo tiempo, todas las personas tienen aspectos buenos y aspectos malos, en mayor o menor medida. Y

las acciones particulares que a unos (a nosotros mismos, por ejemplo) les parecen buenas o, al menos, no

malas, desde el punto de vista de otras personas pueden considerarse malas.

Pero nuestro mayor parte es “buena” y nos gusta tender al bien; tratamos de construir y contribuir, no de

destruir. Y esto es así para la mayoría y, en general, para nosotros como especie, porque para sobrevivir

como comunidad necesitamos construir, aportar, respaldarnos, mantener el orden social.

¿En qué se diferencia este enfoque literario de otros?

La oposición entre lo bueno y lo malo genera tensiones y se presta para una narración dinámica con un

enfrentamiento entre dos bandos.

Otros tipos de literaturas o narraciones ni siquiera consideran estas categorías o las relativizan

completamente. En ellas, el protagonista no lucha en contra de algo, sino que narra situaciones sin juzgar.

Como consecuencia de esto los personajes pueden ser más reflexivos, escépticos o críticos, dándole énfasis

más al razonamiento y no tanto a la acción con un determinado propósito.

Otro estilo de narraciones se va al otro extremo e intenta profundizar, aclarar, lo que es bueno y malo hasta

el último detalle. Los protagonistas cuestionan e indagan a profundidad cierta acción, un crimen, por

ejemplo, y entonces se asiste a una narración más enfocada en ponderar dilemas morales que en acciones

basadas en una oposición.

Por su parte, en los relatos de la literatura de entretenimiento que utilizan esta oposición es posible indagar

acerca del “bien” y el “mal”, pero no a profundidad, pues los personajes actúan en uno u otro sentido. El

centro de la narración son esas acciones. Por ejemplo, en una novela se puede argumentar que un asesino

en serie no es “malo en sí”, sino que cometió a esos crímenes por la violencia y el maltrato que sufrió durante

su infancia. Pero el protagonista de todas formas debe detenerlo con urgencia para evitar que siga

cometiendo estos crímenes, independientemente de los debates morales.

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¿Por qué nos gusta leer y contar historias con un bando bueno y otro malo?

No nos gusta que nos hagan daño y tampoco nos gusta que le hagan daño a otra persona que vive una vida

normal. Por eso nos identificamos con y admiramos a quienes evitan este tipo de acciones, capturan a los

responsables o luchan de cualquier manera por el bienestar de la comunidad (ciudad, país, mundo). Nos

gusta hacerles fuerza para que logren este objetivo.

Al identificarnos con el personaje, lo acompañamos en luchas que quizás no tengamos la oportunidad de

vivir, pero que nos llaman la atención o nos emocionan. Seguramente nosotros no tendremos la

oportunidad de saltar del piso 30 de un edificio hasta un helicóptero para desactivar una bomba que va a

destruir una ciudad. Pero nos gusta escuchar una historia así porque es emocionante, diferente, novedosa y

nos identificamos con el propósito del protagonista. Quizás no vivamos para enfrentar a una raza

extraterrestre que quiera destruir la tierra, pero nos identificamos con la idea de que nuestra especie

sobreviva.

Con este tipo de literatura reafirmamos nuestros valores morales, exteriorizamos el bien y el mal y pasamos

un buen rato al seguir las aventuras de sus protagonistas. A veces no queremos abrumarnos con dilemas

morales complicados o cuestionar todo, sino simplemente queremos una historia entretenida, que cree

resonancia con nuestra visión del mundo.

¿Cómo contamos estas historias?

Como se mencionó anteriormente en este blog, una de las estructuras básicas de la narración en la literatura

de entretenimiento consiste en colocar a los personajes ante obstáculos o problemas que deben superar

(Las historias que contamos, Desarrollo de un cuento, ¿Qué es la trama?). En el caso de los “malos”, ellos le

colocan o amenazan con colocarle un obstáculo o un problema a una comunidad o persona. Por ejemplo,

alguien que quiera detonar una bomba para obtener dinero a cambio está obstaculizando el propósito de la

comunidad de vivir en paz.

El protagonista, por su parte, intentará resolver este problema, superar este obstáculo, para beneficio de la

comunidad.

En esta tensión entre los objetivos opuestos de los dos bandos se desarrolla la historia, puntuada por

diferentes enfrentamientos o avances progresivos, que eventualmente se resuelven al final, cuando vence

uno de los bandos, en general el del protagonista.

Por supuesto, no es necesario escribir que tal personaje es “bueno” o “malo”. Los pensamientos, las

palabras, los planes y las acciones de los personajes son los que le indican al lector, de forma a veces directa y

a veces indirecta, que ellos hacen parte de determinado bando. Tampoco es necesario que el autor revele

inmediatamente a qué bando pertenece cierto personaje, lo que le permite aumentar el suspenso o generar

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Foto de Alex de Carvalho en Flickr.com

sorpresas más adelante.

¿Cómo complejizar esta estructura básica?

Es posible crear variantes en esta estructura básica

para que la narración sea más compleja e

interesante, sin necesidad de relativizar o

cuestionar todo.

Por ejemplo, es posible que los “buenos” realicen

acciones “malas” y viceversa. Veamos algunas

circunstancias en las que esto ocurriría:

- Los seres humanos cometemos errores. Una

acción, un error, puede tener consecuencias

negativas y puede interpretarse como una acción mala por parte de otros personajes. Además, esta acción le

puede crear dilemas morales a quien la realizó e incluso alterar el curso del relato. Por ejemplo: el

protagonista, un policía, le dispara por error al testigo de un crimen. Los demás policías pueden sospechar

de él y además se verá afectada la investigación del delito. El policía debe lidiar con el hecho de haber matado

a alguien inocente.

- Las acciones “malas” también pueden provenir de dificultades por las que atraviese el personaje. Por

ejemplo, la esposa de un detective lo abandona. Debido a esto, el detective atraviesa una depresión y deja

de capturar a delincuentes peligrosos. El detective se enfrenta así tanto a sus problemas como a los

delincuentes que debe capturar.

- A veces es necesaria una acción “mala” para lograr un bien mayor. Por ejemplo, el protagonista debe decidir

si tortura a alguien que escondió una bomba que va a matar a miles de personas. Este tipo de dilema, a otra

escala, lo vemos a diario en las noticias: ¿Hasta dónde pueden entrometerse las agencias de seguridad en la

vida privada de los ciudadanos para proteger a la comunidad? O, más en general, ¿hasta dónde pueden

afectarse los derechos individuales para proteger a la comunidad? Otro ejemplo: a veces el protagonista

debe tomar la ley en sus manos para resolver un crimen y limpiar su nombre porque la policía sospecha

erróneamente de él. En diferentes circunstancias los personajes pueden tener que enfrentarse a la situación

de usar algo de “mal” para vencer al “mal”.

- Alguien puede forzar, chantajear o extorsionar a un personaje para que realice una acción mala. En tal caso

el personaje deberá ponderar las consecuencias de realizarla o no.

Otras formas en las que se complejiza esa estructura:

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- Desde su punto de vista, el malo puede considerar que lo que hace es “bueno”, que beneficia a la

humanidad, cuando en realidad le hace mal. Por ejemplo: alguien quiere destruir un país o un grupo humano

porque cree erróneamente que beneficiará a toda la humanidad.

- Hay diferentes motivaciones para hacer el bien y el mal. En la novela se pueden explorar sin volverlas el

centro de la historia. También es posible explorar el costo de hacer el bien, pues el protagonista muchas

veces arriesga su vida en beneficio de la comunidad.

- Al interior de cada bando puede haber personajes con dudas sobre si lo que hace su bando (o el personaje

principal de su bando) es realmente bueno o malo. Esto le añade complejidad al relato y crea tensiones

adicionales.

-También es posible que un personaje de un determinado bando actúe por egoísmo o remordimiento en

beneficio del otro bando. Por ejemplo, un policía quiere poder y fama y termina dejando escapar a un

delincuente. El protagonista debe lidiar con ese policía y además capturar al criminal.

El mal en cualquiera de estas formas no se relativiza del todo ni tampoco paraliza al protagonista o lo hunde

definitivamente. En la literatura de entretenimiento, en general, el protagonista se redime de los aspectos

negativos propios o de su bando para vencer el mal. Y en esta lucha también nos vemos reflejados.

Una parte no tan abundante de la literatura de entretenimiento también narra historias desde el punto de

vista de los criminales, de los “malos”. Estas historias nos llevan a una exploración de ese mundo y nos

satisfacen de diferentes maneras.

- Por ejemplo, algunas narraciones retratan a ladrones o, mejor, a ladronzuelos a quienes las cosas no les

salen muy bien. Además, sus crímenes o planes de crímenes no son muy graves. Estas narraciones crean

situaciones cómicas y podemos burlarnos de los “malos”.

- Otros relatos no son tan humorísticos, pero retratan a criminales algo inexpertos o con remordimientos,

que pueden terminar enfrentándose a delincuentes más profesionales y peligrosos. El lector explora el lado

del mal, pero a la vez acompaña a delincuentes de poca monta, en su enfrentamiento con gente realmente

peligrosa.

***

La oposición del bien y el mal es simple en apariencia, pero genera innumerables posibilidades de historias

gracias a la tensión que produce tanto entre bandos contrarios, como al interior de cada uno de ellos y de

los mismos personajes. Es una oposición que puede generar acción, que identificamos fácilmente y que nos

afecta como personas.

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Novela corta “Secretos mortales” de

Santiago Restrepo

Como lectores, disfrutamos al ver la interacción de estas fuerzas y encontramos una resonancia con

nuestros valores, preocupaciones, miedos, a la vez que pasamos un buen rato.

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Esta entrada se publicó en Literaturas y está etiquetada con buenos y malos en literatura, características de

la literatura policiaca, características de la novela policíaca, cómo desarrollar un cuento, cómo escribir un

cuento, el bien y el mal en la literatura, historias de policías y ladrones, la trama de un cuento en octubre 24,

2013 [http://escribirficcion.wordpress.com/2013/10/24/buenos-y-malos-en-la-literatura-de-entretenimiento/]

.

Secretos mortales (novela corta de suspenso)

“Hay secretos que duelen, secretos que hieren y… secretos que

matan. Ana Milena y José Luis, una joven pareja de esposos, tienen

una buena relación y progresan como profesionales, ella como actriz

y él con planes de abrir su propia agencia de publicidad.

Aparentemente la vida les sonríe. Pero uno de ellos esconde un

secreto que arrastra un enorme peso del pasado, un secreto de

delincuencia, amenazas y dinero, que se revelará en una noche en la

que ambos pondrán a prueba la fortaleza de su relación y lucharán

por sus vidas.”

A continuación el comienzo de mi novela corta Secretos

Mortales (1/5) . Está disponible en cualquiera de las tiendas

online de Amazon (Amazon.com, Amazon.mx, Amazon.es)

Secretos mortales

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A punto de insertar una llave en la cerradura, el ruido de un golpe en

el interior del apartamento me frenó en seco.

Mi corazón se saltó un latido. ¿Quién estaría adentro? ¿Un ladrón? Imposible. El edificio era seguro. Un

vigilante cuidaba a toda hora la entrada principal. Además, no veía señales de que la puerta hubiera sido

forzada.

Quizás Ana Milena, mi esposa, había llegado antes de lo previsto para darme una sorpresa. Era viernes y me

había llamado a mediodía para avisarme que llegaría a las siete de Girardot, donde entresemana grababa

una telenovela. Yo me había volado de la oficina a las cuatro y media para comprar algunos ingredientes y

cocinarle comida italiana, su favorita.

Metí la llave, giré la chapa y empujé la puerta.

–¡Hola, amor, ya lleguee-eé! –llamé con entusiasmo.

Nadie respondió.

Me encogí de hombros. El ruido habría salido del apartamento vecino o de algún objeto mal acomodado.

Alcé las bolsas con las compras y caminé desprevenido por el corto corredor de entrada.

Giré a la izquierda para atravesar el comedor hacia la cocina.

Una sombra negra se me echó encima.

Mi respiración se cortó. ¿Qué era…?

Una mano agarró mi camisa y un puño se movió veloz hacia mi cara.

Levanté un brazo por reflejo, pero apenas desvié el puñetazo que aterrizó con fuerza en el costado izquierdo

de mi cabeza.

Todo se nubló, el dolor se expandió por mi cráneo y caí al suelo.

El tipo, vestido de negro y encapuchado, se me acercó.

Me cubrí la cara con los brazos a la espera de un golpe.

Pero el tipo siguió de largo.

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Apoyé las manos sobre el tapete y levanté el torso. La figura de negro salía al balcón por la puerta de vidrio

del comedor.

Me incorporé. Mi cuerpo se fue de costado. Me agarré de la mesa con ambas manos y esperé un segundo.

Miré hacia el balcón. Ya no había nadie.

Salí y me asomé por encima de la baranda. El hombre corría calle abajo a unos veinte metros. Desde donde

vivíamos, en el segundo piso del edificio, solo había necesitado un salto de un par de metros para escapar.

Lo observé desconcertado un momento, hasta que reaccioné y saqué el celular del bolsillo. Llamé a la policía.

–Línea de emergencias de Bogotá –me contestó una voz templada.

–Mire… eh, un tipo, un ladrón entró a mi apartamento… –dije agitado–, me atacó y acaba de escapar…

El operador tomó mis datos y me hizo algunas preguntas. A medida que pasaban los segundos me fui

calmando y me di cuenta de que sería inútil que la policía lo buscara. La carrera séptima quedaba a pocas

cuadras del edificio y para el intruso sería muy fácil desaparecer allí, si es que un cómplice no lo había

recogido ya.

De todas formas no interrumpí al operador, quien me informó que dos patrulleros acababan de salir en

busca de alguien con las características descritas y que luego pasarían por el edificio.

Le di las gracias y colgué.

En ese momento volví a notar el dolor que se expandía por mi cabeza, justo arriba de mi sien izquierda. Me

sobé con una mano y noté una inflamación. El maldito tipo me había dado duro. Tendría que ponerme hielo.

Entré al comedor y vi las bolsas de supermercado tiradas en el piso. La mantequilla y el paquete de pasta se

habían salido. Recogí todo y lo llevé a la mesa auxiliar de la cocina. Saqué unos hielos del congelador y los

envolví en un trapo. Hice presión con él sobre el lugar del golpe.

Una duda apareció en mi mente y regresé al balcón. Miré hacia abajo. No era difícil trepar el muro lateral del

antejardín del edificio. Desde ahí una persona ágil podría saltar hasta nuestro balcón. Al ser el barrio tan

tranquilo, nadie se había percatado de esa falla elemental de seguridad.

A continuación, examiné la puerta corrediza que conectaba el comedor con el balcón. No exhibía rastros de

violencia. Seguramente yo mismo la había dejado sin seguro. Solté un suspiro profundo.

Entré de nuevo al apartamento. Quería mirar qué había robado el hampón. No recordaba haberle visto algo

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en las manos o un morral en la espalda.

Inspeccioné el estudio. Los dos computadores seguían en su sitio. En el cuarto donde Ana Milena y yo

dormíamos no encontré desorden ni cajones abiertos. Al parecer no faltaba nada.

Quince minutos más tarde llegaron los patrulleros y bajé a hablar con ellos. No habían encontrado al intruso.

Arnulfo, el portero y vigilante de turno, no se había dado cuenta de nada y mostró una preocupación

exagerada. Les conté detalles de lo sucedido y miramos los videos de seguridad. En uno de ellos se veía al

tipo trepando por el muro lateral, como lo supuse. Cinco minutos después, según el tiempo registrado por

las cámaras, el intruso saltaba y escapaba. Me rasqué la cabeza. ¿Qué había hecho durante cinco minutos en

nuestro apartamento? Los ladrones por lo general no pierden un segundo. Este ni siquiera había

desenchufado los computadores o escarbado en los cajones. Muy extraño.

***

Decidí no contarle nada a Ana Milena ese día para no recibirla con una mala noticia.

Llegó poco antes de las siete, dichosa aunque cansada. Mientras se bañaba para refrescarse del viaje, le di los

últimos toques a la pasta, preparé una entrada de pan con mozzarella y jamón y serví dos copas de vino

tinto. Llevé la entrada y el vino a la sala en una bandeja, que coloqué sobre la mesa de centro, tras apartar un

pato de bronce y una matera.

Ana Milena volvió a la sala radiante y con ganas de hablar. Brindamos y me contó que, según algunas

encuestas, su personaje en la telenovela ganaba popularidad entre la audiencia y que por ello el canal le

daría más despliegue. Entusiasmada, me narró detalles de las grabaciones y otras cosas que ocurrieron en

Girardot durante la semana.

Al escucharla hablar con esa pasión me sentí muy contento por ella. Cuando Ana Milena y yo nos conocimos,

tres años atrás, ella había abandonado la actuación tras una ruptura dolorosa con su anterior pareja. Pero

yo la animé a que retomara su profesión con ímpetu y ahora, tras muchos castings, roles pequeños, cientos

de ensayos y días y días de incertidumbre, ese papel en la telenovela parecía ser el salto definitivo en su

carrera.

Tras unos minutos más de charla, pasamos al comedor y serví la pasta. Mientras comíamos, le conté algunas

cosas sobre la campaña de publicidad en la que trabajaba para una marca de chocolates.

Pero en la mitad de una frase me detuve y me quedé mirando al vacío con un poco de pasta enrollada en el

tenedor.

–¿Qué te pasa, amor? –me interpeló Ana Milena.

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–¿Ah? No, nada, ¿por qué? –dije apartando el recuerdo del puñetazo del intruso. Ingerí el rollo de pasta.

–Te noto distraído –dijo frunciendo el ceño–. Algo te pasó. ¿Es la oficina? ¿Tu jefe otra vez?

–No, no. No es nada, amor. Me distraje un segundo.

–Yo sé que algo te pasa, ¿qué es?

Ana Milena no se detendría hasta averiguar qué me ocurría. Tomé aire y decidí contarle de una vez.

–Esta tarde se metió un ladrón al apartamento –dejé el tenedor sobre la mesa.

–¿Cómo? –Ana Milena dio un respingo en el asiento.

–Sí, esta tarde, como a las cuatro y media.

Le conté todo lo sucedido, desde que llegué con las compras hasta que el tipo me golpeó y escapó.

–¿Seguro que estás bien? Déjame ver –dijo preocupada. Se levantó y se acercó a mí.

–No es nada, amor, solo fue un golpe. Pudo ser peor.

Me escarbó en el pelo y me sobó. Ya casi no me dolía.

–¿Por qué no me dijiste antes? –reclamó molesta.

–No quería recibirte con esa mala noticia. Te iba a contar mañana.

Esperé una protesta, pero no dijo nada. Se quedó mirando al techo y se mordió el labio inferior.

–¿Qué pasó, preciosa?

–No, nada… angustia. Te hubiera podido pasar algo peor… y, bueno, también me da miedo. ¿Me dices que el

tipo no se llevó nada? –Se sentó de nuevo.

–Eso es lo raro –dije un poco extrañado por la pregunta–, no se llevó nada y estuvo como cinco minutos

dentro del apartamento.

–¿En serio? –Ana Milena tomó la copa de vino y bebió un gran sorbo.

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–Sí, una de las cámaras lo grabó al subir y bajar del balcón. En todo ese tiempo ni siquiera hurgó en los

cajones o movió los computadores.

Ana Milena se llevó una mano a la mejilla. Sus ojos me miraban pero su mente se había ido a otra parte

–¿No te parece raro? –insistí.

–A lo mejor quería revisar primero para encontrar algo de más valor.

–Pero todo estaba en orden, como si no hubiera movido nada. Y hay otra cosa, cuando yo entré al

apartamento el tipo estaba en la cocina o en el comedor, porque me atacó ahí, junto a esa pared –Señalé el

lugar–. No estaba en el cuarto o en el estudio, donde cualquiera sabe que hay cosas más valiosas… ¿Estás

bien? Te veo pálida.

–No… sí. Es que… como que hasta ahora caigo en cuenta del peligro… una cosa es que me lo digas y otra

darse cuenta, sentirlo…

–Claro, te entiendo –dije, aunque en realidad estaba algo confundido por sus reacciones. Preferí callar

durante un tiempo para que asimilara mejor la noticia.

Comí algunos bocados de pasta con parsimonia, hasta que se me ocurrió que la situación daba pie para

plantear un tema delicado. Sabía que a Ana Milena no le gustaría. Pero lo del intruso tendría que hacerla

cambiar de opinión.

***

Bebí un trago de vino, respiré hondo y dije:

–Amor, el problema de este apartamento es que al estar en el segundo piso, con el balcón, no es muy

seguro. Yo sé que te encanta, pero con lo que pasó hoy y con lo bien que te está yendo en la telenovela

podríamos pensar en un cambio, en conseguir algo mejor en otra parte. Un sitio más seguro y hasta más

grande…

–¡No! –gritó Ana Milena.

La mano me tembló y casi tumbo la copa. No esperaba una respuesta afirmativa, pero tampoco un grito.

–Perdona, amor, estaba pensando en otra cosa –dijo Ana Milena al ver mi reacción–. Pero igual tú ya sabes lo

que pienso. Este barrio es bonito y el apartamento es ideal para nosotros, tiene justo el espacio que

necesitamos.

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Cuando la conocí, Ana Milena ya vivía allí. Durante los tres años que llevábamos casados nunca había

querido mudarse, a pesar de que buena parte de nuestros ingresos se iba en pagar el exorbitante arriendo,

acorde con los precios de una de las zonas más costosas de la ciudad, las faldas de los cerros orientales de

Bogotá.

–¿Te parece ideal pagar todo lo que pagamos para que además ahora se nos entren los ladrones? –dije entre

molesto y asombrado por su terquedad.

Ana Milena chasqueó su lengua.

–Tú ya sabes que este apartamento me gusta –dijo.

Exhalé con fuerza. Como siempre que discutíamos el tema, Ana Milena huía de los argumentos y se

atrincheraba en un gusto irrebatible, un capricho.

–¿Acaso cuánto tiempo quieres que sigamos acá? –dije con fastidio–. Ya son tres años de privarnos de otras

cosas por pagar este maldito arriendo. Ya es hora de cambiar, de variar, de encontrar algo mejor.

Ana Milena no respondió. Miró el plato y apoyó la punta del tenedor en él.

Pensé en decirle algo, en provocarla incluso. Pero me arrepentí. Suspiré hasta el fondo de mis pulmones y

me tragué mi frustración.

Volví a la pasta. Escarbé con el tenedor sin armar un bocado.

Pasaría un minuto cuando Ana Milena habló en tono sereno:

–¿Sabes qué, amor? Tienes razón. Puede ser que haya llegado el tiempo de un cambio. Pero te propongo

una cosa: déjame hacerme a la idea y hablemos del tema en un par de semanas con más calma. ¿Te parece?

No daba crédito a mis oídos. ¿Acababa Ana Milena de salir de su reducto? ¿Iba a cambiar de posición así no

más? ¿O simplemente me estaba dando largas? Opté por seguirle la corriente para luego cobrarle sus

palabras.

–Excelente, amor, me parece muy bien –dije con entusiasmo–. Dos semanas es un buen tiempo. Vas a ver

que encontraremos algo mejor. Mientras tanto, ya esta tarde llamé al presidente de la junta de

administración y me dijo que mañana mismo van a instalar una reja en el muro.

Ana Milena arrugó las cejas.

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–¿Mañana? Mañana no, José Luis. Mañana es sábado, es día de descanso. Quiero estar tranquila. Cancélalo,

que lo hagan la próxima semana.

–Pero… amor, no podemos dejar eso así.

–El tipo no va a volver en estos días, no te preocupes. No voy a gastarme el fin de semana aguantándome

una obra aquí al lado, el ruido, el polvo, en fin. No. Tengo dos días en Bogotá y los quiero disfrutar en paz.

Que lo hagan entresemana.

Ana Milena no cedería. Ya le conocía el tono. Al parecer había remplazado un capricho por otro.

Debió captar mi molestia, porque suavizó su voz:

–Amor, en vez de discutir, ¿por qué no nos tomamos unos vinos y nos concentramos en nosotros dos? ¿Te

parece?

Parpadeé varias veces.

–Claro que sí, maravilloso –dije relajándome un poco.

Terminamos la pasta despacio y pasamos al sofá de la sala.

Sin embargo, lo que debió ser una charla tranquila y romántica, terminó siendo algo muy diferente.

***

Nos tomamos la primera copa de vino despacio. Hablamos de nuestras familias, de amigos en común y de

una comida que estábamos planeando para el siguiente fin de semana en nuestro apartamento.

Ana Milena se tomó la segunda copa de vino como si fuera agua y la tercera le dio paso a una expresividad

extraña:

–¡Te amo, tienes que saber que te amo! –dijo abrazándome–. Puede que tengamos momentos de dificultad

pero yo, contigo… eres alguien que me ha entendido muy bien. Realmente. No olvides eso, amor.

–Yo también te amo, preciosa.

–¡Siempre te voy a amar! Te perdonaría muchas cosas, ¿sabes? Eso no quiere decir que hagas algo malo. No,

no, pero te perdonaría. Es cuestión de entenderse.

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–¿Cómo así? –dije arrugando las cejas.

–No, nada, amorcito… que perdonar es amar. Y yo te amo. Es bonito lo que hay entre los dos, nunca lo

olvides. Nos amamos. Hay que seguir construyendo y superar todos los retos. Eso es lo importante. Si pasan

cosas o han pasado, es otra cosa, ¿cierto, amor?

Respondí afirmativamente, aunque con la cabeza enredada. Le pregunté por qué me hablaba así, si acaso

quería contarme algo. Ignoró mi pregunta y continuó en la misma tónica.

Traté de que no tomara más, pero fue en vano. Me tocó apurar algunas copas de vino para que no

terminaran en su estómago.

En medio de unas palabras sobre la vida, Ana Milena me dijo que estaba cansada y se acostó en el sofá.

Murmuró algunas cosas entre dientes y quedó profunda.

Sin entender muy bien qué acababa de pasar, esperé unos minutos hasta que estuvo bien dormida, la alcé y

la acosté en nuestra cama. Le quité los zapatos, el saco y la arropé.

Fui hasta la cocina y me serví un vaso de agua. Pensé en acostarme también, pero ahora era yo el que se

sentía intranquilo.

***

Caminé un rato por el apartamento y luego me senté en uno de los sillones de la sala.

Me desconcertaba el comportamiento de Ana Milena. Lo pensativa que se había mostrado durante la

comida y la expresividad rara de la charla posterior. Además, había bebido demasiado rápido, algo poco

característico en ella. Y el reencuentro romántico, algo muy esperado por ambos todos los viernes, había

terminado en un sueño tempranero.

Quizás lo del ladrón la había afectado… Pero eso no explicaría sus extrañas frases sobre el perdón, sobre

nuestro amor, como si quisiera asegurarse de que la seguiría queriendo en caso de que algo ocurriera… o

hubiera ocurrido.

¿Acaso me estaría siendo infiel? Mi estómago se revolvió ante la posibilidad. Y no es que yo fuera celoso,

pero a veces era inevitable pensar en eso durante los días en que Ana Milena se ausentaba. No me resultaba

fácil pasar los días encerrado en el piso 30 de un edificio en la fría Bogotá, mientras ella filmaba escenas en

vestidos cortos bajo el ardiente sol de Girardot. Tampoco era agradable llegar al apartamento de noche,

prender el televisor y verla coqueteando o incluso besándose con los galanes de la telenovela.

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Pero, independientemente de lo duro del asunto, yo entendía plenamente su profesión, la respaldaba al cien

por ciento y viceversa. Nuestra relación era sólida y no existían motivos reales para celarnos. Además,

nuestra comunicación era excelente cuando ella viajaba a Girardot.

Si no era una infidelidad, ¿entonces qué ocurría?

Quizás lo del robo la había alterado en un nivel distinto. Una situación así puede impactar negativamente la

sensación general de seguridad. Es más, a lo mejor yo también me sentía inseguro por eso mismo y dudaba

de comportamientos o palabras de Ana Milena que, aunque raros, en otra circunstancia habría pasado por

alto.

Sonaba lógico, pero algo me decía que no se trataba de eso. Algo me inquietaba y lamentablemente era el

asunto de una posible infidelidad. Y es que en los raros momentos en los que irrumpía esa idea, siempre

resurgía un elemento del pasado de Ana Milena que terminaba proyectando su sombra sobre el presente.

Valga la pena aclarar, eso sí, que el pasado nunca importó en nuestra relación. Desde el comienzo acordamos

no hablar mucho de las uniones anteriores de cada cual y creo que eso fue positivo. Pero algo de lo poco que

ella me había contado alimentaba mis dudas.

Ambos estuvimos casados antes de conocernos. O mejor, ambos compartimos nuestras vidas con otras

personas. Ella vivió con alguien en unión libre y yo estuve casado por lo civil. Ana Milena conoció a su

expareja, Julián, un empresario, en un bar de la Zona Rosa, una noche en la que salió con sus compañeras de

universidad. En ese entonces, a ella le faltaban dos años para terminar su carrera de Actuación y Medios de

Comunicación y, tras unos meses de noviazgo, se fueron a vivir juntos. La relación fue buena al comienzo,

pero, según me contó Ana Milena, con el tiempo se fue deteriorando, al punto en que durante el último año

ella estuvo segura de que él le fue infiel en repetidas ocasiones. Sin embargo, eso no terminó la relación. El

final definitivo se produjo cuando él se trasladó a la costa norte por razones de trabajo y ella decidió no

acompañarlo. En total duraron casi cuatro años entre noviazgo y convivencia. Eso era prácticamente todo lo

que yo sabía.

Lo único que no me cuadraba de esa historia era que una mujer bonita, independiente y con carácter, como

Ana Milena, se aguantara un año de infidelidades. ¿Por qué no le terminó si sabía que él le era infiel? ¿O es

que acaso ella le correspondía con amoríos propios? ¿Por qué conmigo se mostró tan firme al advertirme

que no toleraría ese tipo de comportamiento cuando antes no le importó tanto? Nada de eso me cuadraba

y no lo entendía.

A cambio de dejar el pasado atrás y construir nuestro futuro, nunca le formulé esas preguntas a Ana Milena.

Para mí bastaba la confianza mutua. Pero cuando esa confianza se debilitaba, como ahora que la notaba tan

rara, las dudas reaparecían.

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Barajé teorías durante media hora, hasta que me cansé y decidí irme a dormir con la esperanza de que al día

siguiente el panorama se aclarara.

***

El sábado Ana Milena amaneció animada y me dijo que aprovecháramos el día soleado con un paseo por la

Sabana. Me sorprendió su cambio de actitud y lo acepté agradecido, sin preguntar a qué se debía.

Salimos en su carro y sin mucho planear paramos a comer pandeyucas por el camino, almorzamos en un

restaurante campestre de carnes a la parrilla y llegamos a Guatavita a media tarde, donde caminamos,

tomamos tinto y comimos merengón y brevas con arequipe. Al regreso, Ana Milena insistió en que

pasáramos por un centro comercial, donde miró vestidos en una tienda de ropa, pero finalmente no compró

nada. Llegamos al edificio a las siete y media de la noche, rendidos y con ganas de descansar.

Parqueamos en el sótano, nos bajamos y caminamos hacia el ascensor. Un sonido de pasos a la derecha

llamó mi atención. De entre otros carros parqueados salía un tipo vestido con chaqueta de cuero café y

camisa blanca de rayas. Hablaba por celular y en la otra mano llevaba una botella de vino.

Aparté la mirada y oprimí el botón del ascensor.

–Me acabo de bajar, Tatis –decía el tipo por el celular–. Ábreme que ya voy subiendo. Ya vienen Julio y

Manuela. Chao.

Las puertas se abrieron y entramos. Hundí el 2 y el tipo el 3.

El ascensor se detuvo en nuestro piso y bajamos.

–Estoy cansada –dijo Ana Milena con una sonrisa y puso una mano en mi hombro.

–Yo también. Pero la pasamos rico.

–Sí, amor.

Inserté la llave en la cerradura y abrí.

Prendí la luz, hice seguir a Ana Milena y cerré la puerta al entrar.

Pasamos el corredor de entrada. En la sala, Ana Milena dejó caer su cartera en el sofá. Yo me quité la

chaqueta y la puse sobre un sillón.

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Dos personas saltaron hacia nosotros desde la oscuridad del comedor apuntándonos con pistolas.

Mi corazón estalló. Di dos pasos a la derecha y me coloqué delante de Ana Milena.

–¡Quietos! ¡Quietos o disparamos! ¡Callados! –dijo duro uno de ellos.

Levanté el brazo izquierdo mostrándoles mi palma vacía.

–Tr…, tranquilos, tranquilos –dije nervioso–. No nos hagan nada, llévense lo que quieran.

–Callado, ¿no entendió? ¡Callado! –dijo el más alto de los dos, un calvo corpulento, de aspecto atlético.

Ambos se acercaron a menos de dos metros de nosotros.

Ana Milena y yo retrocedimos hasta que tocamos el sofá.

–Eso sí, calladitos –siguió el calvo, al parecer el líder–. No vayan a hacer ninguna estupidez si no se quieren

ganar un tiro. Siéntense.

Ana Milena soltó un sollozo. La ayudé a sentarse.

–Tranquila, amor –le dije con voz débil y temblorosa.

–Eso sí, muy bien –dijo el calvo–. Y usted tranquila, que ya sabe que esto no es con usted. Wílmer, la puerta.

¿Ya sabe que esto no es con usted? ¿Le hablaba a Ana Milena? Debí entender mal.

El otro tipo, de pelo negro crespo, nariz gruesa, cuerpo ancho con más grasa que músculos, dio unos pasos

hacia la puerta y la abrió.

El hombre de la chaqueta de cuero que había subido con nosotros en el ascensor entró con una actitud

determinada, muy distinta a la del visitante de reunión social que fingió ser antes. Ya no era un yuppie que

iba a una comida a tomarse unos vinos, sino un hampón con una ligera barba negra, quijada gruesa, pelo

corto engominado, alguien de buena familia metido en malos pasos desde hace tiempo. Al pasar por el

corredor dejó la botella de vino sobre una mesita alta y angosta.

–Bien, Roberto, muy bien –dijo el calvo y luego le habló al bajito corpulento–. Wílmer, requíselos. A la señorita

solo el bolso. Se ve que no esconde nada en eso que lleva puesto.

El vestido verde ajustado al cuerpo de Ana Milena dejaba sus hombros y parte de sus muslos al descubierto.

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Foto de Santiago Restrepo

Wílmer apretó los labios. Pasó su mirada por todo el cuerpo de Ana Milena. Pero no se le acercó. Levantó la

cartera de un tirón, sacó varias cosas de un manotazo y las examinó. Vació el resto de cosméticos y objetos

personales sobre el sofá. Botó la cartera y lo que tenía en la mano al piso.

–Nada, solo pendejadas –dijo Wílmer.

El calvo me indicó que me pusiera de pie. Así lo hice y Wílmer me palmeó la camisa, la cintura y los tobillos.

Al finalizar asintió con su cabeza de marrano en dirección al calvo. Wílmer no solamente era el de más bajo

rango entre los tres, sino también el más ordinario, tanto en su comportamiento grosero como en su forma

de vestir: pantalones de tela gris barata y una camisa marrón de cuadros medio cubierta por una chaqueta

de tela gastada y sucia.

(continúa…)

***

La novela se puede comprar en cualquiera de los sitios web de

Amazon: Amazon Estados Unidos, Amazon España, Amazon

México.

Los invito a leerla y espero que disfruten leyéndola tanto como

yo disfruté escribiéndola.

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Foto de .shock (photoxpress.com)

Esta entrada se publicó en Escritos parciales y está etiquetada con escritor Santiago Restrepo, escritos de

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novelas de suspenso Colombia, suspenso Colombia, thrillers Colombia en agosto 31, 2013

[http://escribirficcion.wordpress.com/2013/08/31/secretos-mortales-novela-corta-de-suspenso/] .

Suspenso, misterio e intriga

Cuando comenzamos a escuchar o leer una historia, queremos

saber qué va a ocurrir más adelante, qué cosa diferente,

novedosa, divertida o interesante se va a narrar. Esta

curiosidad proviene, en primer lugar, del hecho mismo de que

el narrador considere que vale la pena contar la historia, pues

en general contamos historias extra-ordinarias. Esto se aprecia

con mayor claridad si alguien nos anuncia: “Vengan que tengo

algo que contarles”. De inmediato nos preguntamos qué será.

Un libro publicado también nos está diciendo: “Tengo algo que

contarles”. Esta curiosidad inicial del oyente o lector se refuerza

luego con unas buenas frases al principio del relato.

El trabajo del escritor es hacer que esa inquietud, esa

expectación inicial, se mantenga y se intensifique a medida que

avanza la historia, para entretener y darle una experiencia

agradable al lector. Dentro de las herramientas que el escritor

tiene para ello, hay tres bastante llamativas y muy usadas en

la literatura de entretenimiento: el suspenso, la intriga y el

misterio.

El suspenso

Además de la curiosidad normal acerca de lo que va a ocurrir más adelante en la historia, hay una

expectativa adicional que tiene un mayor contenido emocional. Veamos la definición del RAE de suspenso:

“Expectación impaciente o ansiosa por el desarrollo de una acción o suceso, especialmente en una película

cinematográfica, una obra teatral o un relato”[1]. Efectivamente, en una secuencia de suspenso nos

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Foto de Harry (Phineas H) en Flickr.com

preocupamos, angustiamos, emocionamos por el

desenlace. Y queremos seguir leyendo para saber

qué va a ocurrir.

¿Cuándo y cómo se genera el suspenso?

Como lectores nos identificamos con los

protagonistas de los libros. Los seguimos en sus

acciones y nos desagrada que les ocurra algo malo.

Cuando una acción o situación aún se está

desarrollando y su desenlace puede afectar el

bienestar del protagonista (o de otro personaje),

quedamos en suspenso y nos angustiamos al no

saber qué le va a ocurrir a esa persona.

Si el protagonista cuelga de un abismo y se le acaban las fuerzas, si alguien entra por la ventana de su cuarto

mientras duerme, si espera una respuesta en su última oportunidad de conseguir trabajo… todas estas

situaciones nos colocan en una situación de incertidumbre, ansiedad.

A mayor sea el peligro de determinada secuencia o acción para el bienestar del personaje (o personajes),

mayor será el suspenso generado. Si alguien le apunta con un arma al protagonista y le dice que lo va a

matar, se crea una tensión e incertidumbre mayor en el lector en comparación con una situación en la que

alguien amenaza con golpearlo con un periódico.

Para crear suspenso es necesario que transcurra cierto tiempo entre la aparición de la amenaza o peligro y

su resolución. Como lo dice la raíz de la palabra, es necesario que se “suspenda” el desenlace para que las

emociones alcancen a aparecer y se hagan sentir en la mente del lector.

Si alguien quiere entrar a la fuerza a la casa del protagonista y golpea la puerta para tumbarla, no habría casi

suspenso si este último desenfunda una pistola de inmediato y dispara a través de la puerta terminando con

el peligro. En cambio, si el protagonista no está armado, pide auxilio, trata de llamar por teléfono pero las

líneas están cortadas, tranca la puerta, los intrusos comienzan a tumbarla, logran entrar, el protagonista se

encierra en otro cuarto, en fin, si la amenaza se prolonga, entonces se genera suspenso.

Ahora bien, como se dijo en otra entrada de este blog, una historia de la literatura de entretenimiento se

compone de obstáculos que el protagonista debe superar para alcanzar su propósito, es decir, por conflictos

entre el protagonista y otros personajes o circunstancias (ver: desarrollo de un cuento o historia). Por esta

razón, el suspenso aparecerá, en cierto grado, cada vez que el protagonista se enfrente a esos obstáculos y el

lector quiera saber si logrará vencerlos o no. Por ello, se podría decir que casi en cualquier libro de la

literatura de entretenimiento hay suspenso (algo generalizable con más cautela a la literatura en general).

Por otra parte, cuando se dice que un libro pertenece al género “suspenso”, se debe a que este elemento es

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Foto de grahamc99 (Flickr.com)

predominante en él, por ejemplo, porque el protagonista está inmerso desde el comienzo en riesgos y

amenazas.

El misterio

Otra herramienta para que el lector siga leyendo es el

misterio. En el misterio ni el lector ni el protagonista (un

detective, una policía, una persona común) saben quién

es el responsable de un crimen, un asesinato, un robo,

quién es el traidor en un grupo, etcétera. El lector quiere

seguir leyendo para averiguar con el protagonista la

identidad de esa persona.

Alfred Hitchcock contrasta el misterio con el suspenso:

“El misterio es un proceso intelectual como en un ‘who

done it’[2], pero el suspenso es esencialmente un

proceso emocional”[3]. El misterio es un proceso

intelectual porque en él hay una pregunta sobre un

elemento del pasado que no representa una amenaza

directa o inmediata sobre el protagonista y por lo tanto

no genera una emoción tan clara como la del suspenso.

En el misterio la curiosidad intelectual del lector se alimenta, para que siga leyendo, con diferentes

sospechosos, pistas falsas, razonamientos sobre las pistas verdaderas que acercan al protagonista al

culpable, interrogatorios tensos, en fin.

Por supuesto, el misterio y el suspenso se pueden combinar. Por ejemplo, en las novelas en las que se trata

de capturar a un asesino en serie, si no se conoce su identidad, hay un misterio que resolver al respecto. Y

también hay suspenso sobre el siguiente asesinato que se cometerá y sobre las amenazas que pesen sobre

el protagonista en su investigación. Hay innumerables posibilidades para combinar estas dos herramientas o

géneros.

Finalmente, llevando la interpretación de ambas nociones al límite e ignorando la parte temporal de la

definición, se podría decir que en todo suspenso hay algo de misterio y viceversa. En el suspenso hay en

parte una curiosidad intelectual por saber lo que ocurrirá. Por su parte, en el misterio hay suspenso acerca

de si este se resolverá y con qué consecuencias para las partes.

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Foto de Nate Robert (Flickr.com)

La intriga

La intriga está a medio camino entre el misterio y el suspenso.

En la intriga, algunos personajes revelan partes de un plan (para

cometer un crimen, por ejemplo) o se muestran acciones sin revelar

del todo su significado. Específicamente, el escritor oculta el

propósito y/o las motivaciones de los planes o acciones o algunas

de sus partes. De este modo, el lector se preguntará qué están

planeando esos personajes, qué están haciendo realmente, con qué

propósito, por qué razón, y continuará su lectura para averiguarlo.

Así, se sabe que va a ocurrir algo (con incertidumbre por el

desenlace, como en el suspenso) pero no se sabe exactamente qué

o cuáles son las motivaciones que hay detrás, el elemento de

misterio. Lo que va a ocurrir puede ser algo negativo o positivo o

incluso puede que se nos oculte esa información.

Veamos un ejemplo,

–Jorge, tú vigilarás la puerta principal una vez neutralicemos al portero –dijo John Jairo–. No vayas a dejar subir a

nadie. De ser necesario los haces pasar al lobby y ahí les disparas. Los demás subimos de inmediato y entramos al

apartamento. Únicamente estarán la señora Roldán, su marido y sus dos hijos.

En este par de frases, el lector se pregunta de inmediato ¿cuál es el plan de esta gente?, ¿cuál es su

propósito? ¿Quieren robar, secuestrar, asesinar? ¿Qué motivación tienen para lo que están tramando?

Es posible combinar la intriga con el misterio y el suspenso. Por ejemplo, combinemos la intriga y el suspenso

en un par de frases.

Andrés Pérez atravesó la puerta principal del aeropuerto alerta a cualquier movimiento o presencia extraños. No lo

dejarían salir tan fácil del país, lo querían muerto.

En este caso hay intriga sobre las motivaciones y la identidad de la gente que busca a Andrés. Y hay

suspenso por saber si lo van a encontrar y le van a hacer daño.

***

Estas tres categorías, que como tales pueden cuestionarse en cuanto a sus fronteras y definiciones, nos

sirven sobre todo para entender mejor algunas de las formas de crear emociones y curiosidad en el lector

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para que siga leyendo. Como escritores, esforcémonos por reconocer y estudiar estas herramientas al

momento de leer y utilicémoslas en nuestros escritos para hacerlos más emocionantes y cautivantes.

[1] “Suspenso”, Diccionario de la Lengua Española, RAE, http://lema.rae.es/drae/?val=suspenso, consultado el

18 de julio de 2013.

[2] Who done it = “Quien lo hizo”, “quién cometió el crimen”. Género literario en el que el protagonista debe

averiguar quién cometió un crimen, también conocido como “misterio” en el mundo anglosajón. Así como el

estado mental del suspenso se ha ampliado para abarcar un género literario, de igual manera ha ocurrido

con el misterio. Algunos dirían que corresponde al género policíaco en español, pero este último es más

amplio.

[3] Alfred Hitchcock, “Alfred Hitchcock: The Difference Between Mystery & Suspense”, video en Youtube,

http://www.youtube.com/watch?v=-Xs111uH9ss, consultado el 18 de julio de 2013. Traducción libre.

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Esta entrada se publicó en Acción, conflicto, suspenso y está etiquetada con cómo crear suspenso, cómo

desarrollar un cuento, cómo escribir un cuento, como escribir cuentos policiacos, crear suspenso, cuentos

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suspenso, qué es la intriga, suspenso, suspenso en cuentos, suspenso en novelas en julio 22, 2013

[http://escribirficcion.wordpress.com/2013/07/22/suspenso-misterio-e-intriga/] .

Leer más: por placer y para escribir mejor

Como lectores, es posible que queramos leer más por gusto o curiosidad, para aprender, porque nos lo han

recomendado o por otras razones.

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Foto de takomabibelot (Flickr.com)

Como escritores, queremos leer más para

aprender de otros escritores asimilando sus obras,

su estilo, para saber qué se está escribiendo, para

entender mejor los libros de determinado género.

“Si quieres ser un escritor, debes concentrarte en

hacer dos cosas por encima de las demás: leer

mucho y escribir mucho” [1], dice Stephen King,

como también lo han dicho otros escritores.

Como lectores aficionados, como escritores,

seguramente todos nos hemos topado con

obstáculos que nos han dificultado el propósito de

leer más, incluso sin que nos hayamos dado

cuenta. Veamos algunos de esos obstáculos y algunas ideas para superarlos.

Leer consume tiempo y esfuerzo. Desarrollar el hábito de la lectura lo hace más fácil

Leer es decodificar signos para transformarlos en ideas, imágenes, sensaciones.

Es una labor que requiere cierto esfuerzo. Si hemos leído mucho o leemos con frecuencia, a lo mejor ni

siquiera nos damos cuenta de ese esfuerzo. Pero si hace mucho tiempo no leemos o nunca hemos leído

constantemente, puede ocurrir que nos cansemos al leer un alto número de páginas o nos intimidemos ante

libros voluminosos.

¿Cómo se hace más fácilmente algo que queremos hacer pero que implica esfuerzo?

Desarrollando un hábito. Si hacemos algo todos los días, con el paso del tiempo nos resultará más fácil y nos

costará menos esfuerzo, hasta el punto de volverse casi imperceptible. Lo indicado es comenzar con poco e

ir aumentando el tiempo de lectura o el número de páginas sin exagerar y según el interés o el objetivo de

cada cual. Desarrollar este hábito es semejante a otros (que se vuelven disciplinas), como, por ejemplo, el

ejercicio, la meditación, el aprendizaje de un instrumento musical y, claro, también la escritura (ver las

entradas sobre escribir todos los días y escribir sin parar).

Aún si leer es fácil para nosotros, para leer más es necesario abrirle un espacio diario a la lectura por medio

del hábito, para que sea algo constante e independiente de estados de ánimo o impulsos.

Un par de malas lecturas no significa que ya no nos guste leer

Es posible que nuestras últimas lecturas no hayan sido experiencias gratificantes, que hayan sido libros

difíciles, libros de temas que en realidad no nos interesaban, mal escritos, con una trama poco interesante,

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Foto de Luis de Bethencourt (Flickr.com)

etcétera.

Y es posible que, incluso sin darnos cuenta, hayamos dejado de leer por ese motivo, que inconscientemente

hayamos pensado que como los últimos libros no fueron buenos, entonces es porque leer ya no nos gusta o

algo así. O simplemente quedamos desanimados tras las lecturas y no buscamos otros libros para leer.

Entonces, debemos darnos cuenta de que lo malo no fue la lectura en sí, sino el o los libros que leímos. En

consecuencia habrá que buscar libros que sí nos gusten, lo que se relaciona con el siguiente punto.

Hay que saber encontrar los libros que son de

nuestro gusto

Si no tuvimos una experiencia agradable con uno o

más libros, seguramente fue porque no nos

gustaron. La insatisfacción con un libro es sobre

todo un asunto de gusto y no de si el libro es

“bueno” o “malo” en sí. Cualquier libro a unos les

gustará y a otros no, porque cada persona prefiere

ciertos géneros (autobiografía, ciencia ficción,

superación, policíacos, novelas del siglo XIX, libros

de historia, de divulgación científica, etcétera) y

dentro de cada género ciertos temas, énfasis,

tramas, ideologías, estilos, en fin, las posibilidades de la variación del gusto son ilimitadas.

Para leer libros que sean de nuestro gusto hay que resolver dos asuntos.

El primero es personal. Consiste en saber qué tipo de libros nos gustan. Para ello necesitamos explorar

diferentes géneros y ser sinceros con nosotros mismos cuando un libro nos guste o no nos guste,

independientemente de lo que diga el profesor, los críticos literarios o los premios que haya ganado. Si no

somos consecuentes con esto, podríamos concluir que leer no es para nosotros porque no nos gustó un

libro que otros alaban.

El segundo es saber buscar libros semejantes a los que nos han gustado. Para ello podemos pedir

recomendaciones a amigos o seguir las que se encuentran en periódicos y revistas. Aunque hoy en día, con

internet, es más fácil que antes, pues incluso basta buscar en Google “libros parecidos a” y colocar el título

del libro, o “los mejores libros de terror”, de “ciencia ficción”, etcétera, o entrar a páginas o blogs

especializados en reseñar libros.

En algunos países comprar libros es costoso, pero hay otras formas de acceder a ellos

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Foto de Bruno Sánchez Andrade Nuño (Flickr.com)

En Estados Unidos comprar un libro de bolsillo vale

una hora de salario mínimo. En Colombia un libro

parecido se consigue por seis u ocho horas de

salario mínimo.

Las razones de esto van más allá de esta entrada

de blog, pero tienen que ver con el nivel de

desarrollo de los países, el tamaño del mercado, la

producción de los libros, entre otras.

Sin embargo, hay varias soluciones a este

problema:

Las bibliotecas públicas tienen libros para casi

todos los gustos y en muchos casos los prestan para llevarlos a la casa.

Se consiguen muy buenos libros de segunda mano a precios más asequibles.

Hoy en día la tecnología permite acceder a libros digitales a un costo mucho menor que los libros de papel.

Los libros de dominio público no valen nada y el costo de los libros digitales tiende a disminuir.

Algunas editoriales sacan buenos libros en ediciones masivas que se consiguen no solo en librerías sino

también en supermercados o con los periódicos.

Intercambiar libros con amigos es una buena opción, incluso poniéndose de acuerdo antes de comprarlos

para no repetir.

Son algunas ideas, entre otras, pero siempre que se quiere hay una manera.

[1] King, Stephen, 2002. On Writing. Pocket Books, Nueva York, traducción libre, p. 139. Hay traducción al

español: Mientras escribo, sello Debolsillo, editorial Random House Mondadori.

[2] Lo mismo, p. 142.

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Foto de Jane M. Sawyer (morguefile.com)

Esta entrada se publicó en Lectura, escritura y sociedad y está etiquetada con cómo leer más, el hábito de la

lectura, lectura y escritura, leer más, leer para escribir, leer por placer en mayo 24, 2013

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La trama de un cuento o novela: planearla ono planearla

¿Qué es la trama?

Cuando decimos que un libro tiene una muy

buena trama, ¿a qué nos referimos?, ¿qué es la

trama de una historia?

La trama es el conjunto de eventos y acciones que

determinan y cambian el rumbo de una narración.

En otra entrada del blog dijimos que las historias

de la literatura de entretenimiento por lo general

se centran en lo que quiere lograr un personaje, el

protagonista. Por ello, en este tipo de literatura, la

trama está compuesta por ese objetivo y los

principales obstáculos, avances o giros que

ocurren en el recorrido del personaje. La trama, al concentrarse en los elementos más relevantes de la

historia, también es un resumen de ella.

La descripción de una trama puede ocupar una frase, varios párrafos o muchas páginas, según el nivel de

detalle que se requiera. Por ejemplo, para definir géneros literarios, es posible decir que los thrillers tienen

una trama en la que el protagonista debe detener una amenaza y los misterios policíacos una en la que el

protagonista debe descubrir al asesino. Cuando en una conversación se pregunta ¿cuál es la trama de esa

novela?, o en lenguaje coloquial, ¿de qué trata esa novela?, seguramente la respuesta ocupará unas pocas

frases. Para otros propósitos, que mencionaremos más adelante, es posible elaborar una descripción de una

trama que ocupe muchas páginas.

Veamos con más detalle los elementos de la trama de una historia perteneciente a la literatura de

entretenimiento:

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Objetivo. Como ya me he referido a este tema en otras entradas del blog (por ejemplo, en “Buenos finales

de cuentos y novelas“), pongamos un ejemplo. Juan Monsalve quiere evitar que un terrorista detone una

bomba en un edificio del centro de la ciudad. Un objetivo diferente hará que la trama cambie. Por ejemplo,

Juan Monsalve pretende evitar que un asesino mate al Presidente. Es posible que el personaje tenga otros

propósitos (uno sentimental, uno laboral, etc.); o también, que durante la historia el objetivo cambie o se

modifique: Juan Monsalve puede descubrir que el terrorista es subalterno de alguien más poderoso a quien

también deber capturar.

Obstáculos. Los obstáculos frenan el recorrido del personaje hacia su objetivo. Ver más en la entrada

“Desarrollo de un cuento o historia”. La trama de la historia de Juan Monsalve cambiará de acuerdo con el

tipo de obstáculos: si el terrorista lo quiere matar o no, si Juan conoce la identidad del terrorista o no, si su

superior en la Policía lo quiere despedir o no, etcétera.

Avances. Además del tipo de obstáculos, la decisión sobre cómo superarlos también determina la historia,

porque una misma dificultad se puede enfrentar de diferentes maneras. Si el terrorista está atrincherado con

el detonador, Juan Monsalve decidirá entre convencerlo con alguna oferta o atacarlo a bala, entre otras

opciones.

Giros. Un giro desvía el curso esperado de la historia. Por ejemplo, si se revela que un supuesto cómplice del

terrorista es en realidad un agente de inteligencia y le da información valiosa a Juan Monsalve, entonces el

rumbo de la trama cambiará. Algo similar ocurrirá si se descubre que el terrorista no quiere lograr un

impacto político con su bomba, sino que pretende un pago en efectivo.

Personajes. La trama es hasta cierto punto independiente de los personajes, porque la podrían

protagonizar otros con características diferentes. Por ejemplo, Juan Monsalve podría ser de buen o mal

genio, ser Catalina Monsalve o tener 20, 35 o 50 años. Sin embargo, a ciertas tramas les convendrán más

cierto tipo de personajes para darle más fuerza a la historia y otras requerirán incluso que estos posean

algunas características específicas. Por ejemplo, si Fernando Ramírez quiere convertirse en campeón mundial

de boxeo, pero uno de los obstáculos consiste en que debe dejar el alcohol y las drogas, entonces ese

personaje deberá tener ciertos rasgos de carácter e historia personal que se adecúen a esa narrativa. (Lo

contrario también ocurre cuando desarrollamos la historia a partir de un personaje: algunas tramas le

corresponderán mejor a un personaje determinado).

Tramas complejas y sencillas

Hay libros con tramas complejas y sencillas. La complejidad de una trama se define como la complejidad de

cualquier cosa, es decir, como el número de partes e interacciones entre ellas: el número de personajes, las

relaciones entre sí, el número y la dificultad de los obstáculos y sus relaciones, etcétera. Por ejemplo, Juan

Monsalve puede tener una aliado, el detective Pérez. Mientras Juan indaga sobre la identidad del terrorista,

el detective Pérez se encarga de buscar el artefacto explosivo por toda la ciudad. Cada uno encuentra

obstáculos para lograr su propósito, pero ambos se relacionan porque es una misma historia. Una trama

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Foto de hfng (photoxpress.com)

más compleja o más sencilla no hace mejor a un libro, ya que esto tiene que ver más con el gusto del

lector/escritor y el énfasis que se le quiera dar a la historia.

La trama en la literatura tradicional

En la literatura tradicional o clásica (En la entrada ya mencionada se describen sus diferencias con la

literatura de entretenimiento) las tramas carecen de elementos característicos tan definidos como los de la

literatura de entretenimiento, pues, por ejemplo, no se requiere que los personajes avancen hacia sus

objetivos o que encuentren obstáculos que deban superar. Veamos tres ejemplos (inventados o no) de

tramas de novelas de literatura general resumidas en una frase: primero, una novela en la que un personaje

camina por la ciudad pensando en desorden sobre su vida y la de su país (es posible que el personaje ni

siquiera quiera aclarar algo, solo reflexionar). Segundo, se retratan las relaciones de una familia de clase

media en una gran ciudad, con los dramas y dilemas de sus miembros (hay obstáculos pero no necesidad de

superarlos, puede haber propósitos pero a lo mejor no se lucha por ellos o se lucha un momento y luego se

abandonan). Tercero, en Esperando a Godot dos personajes esperan a un tercero, Godot, mientras hablan de

otros temas (no hay un propósito activo, simplemente esperan, no hay obstáculos o avance).

¿Para qué nos sirve como escritores saber qué

es la trama?

En primer lugar, al conocer los elementos de la

trama los escritores encontraremos con mayor

facilidad ideas para nuevas historias. A partir de

una idea sobre un objetivo, un obstáculo, un

avance o un giro, es posible desarrollar el resto de

un relato.

En segundo lugar, estaremos en capacidad de

dirigir la historia con más facilidad para que

avance, resulte entretenida y no se detenga en

elementos poco interesantes. Es posible hacer esto

de dos maneras generales. Los escritores por lo

común se identifican con una de ellas.

Por una parte, están los escritores que elaboran un

esquema, un plan de la trama de su cuento o novela antes de comenzar a escribir. Estos autores registran

algunos, muchos o todos los objetivos, obstáculos, avances, giros, interacciones entre personajes, etc., en un

esquema, lista, mapa o diagrama, según su gusto o costumbre, y una vez terminado lo utilizan de guía para

comenzar a escribir frase por frase la narración.

Por otra parte, están los escritores que escriben sin planear previamente. Dan inicio a su historia desde la

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Foto de Irum Shahid (www.sxc.hu)

primera oración, a partir de una situación interesante, y desarrollan la narración y la trama simultáneamente.

Planear la trama versus no planearla:

Veamos las opiniones contrastantes sobre este

tema de dos autores reconocidos en el campo de

la literatura de entretenimiento:

Jeffery Deaver

“Yo no me subiría a un avión si el diseñador o el

constructor hubieran dicho: ‘suminístrenme

aluminio, plástico, vidrio y voy a ensamblar un avión a ver qué tal funciona’… Mis historias tienen al menos

tres o cuatro tramas desarrollándose simultáneamente. Es necesario tener un esquema, una estructura que

permita libros así con historias de múltiples tramas. Todas las partes deben encajar. Hay algunos autores

muy brillantes que pueden ver la pantalla en blanco y comenzar desde ahí. Yo no puedo hacerlo. Y sospecho

que la mayoría de autores que escriben el tipo de libros que yo escribo, novelas comerciales populares,

deben hacer algún tipo de plan previo. Es posible que yo sea algo excesivo al respecto, pero también soy una

persona a la que no le gusta dejar nada al azar… planeo mis novelas muy, muy extensamente. Las planeo

durante ocho meses, de tiempo completo, entre ocho y diez horas al día. El plan para mi último libro, The

Broken Window, tenía una extensión de 190 páginas y contenía todos los elementos de la historia”[1].

Stephen King

“Desconfío de los planes por dos motivos: primero, porque en gran medida nuestras vidas carecen de plan,

incluso cuando se añaden todas nuestras precauciones razonables y planes cuidadosos; y segundo, porque

creo que planear y la espontaneidad de la creación verdadera no son compatibles (159). El plan es el último

recurso del buen escritor y el primero del lelo. Es probable que la historia que resulte de él parezca artificial y

forzada (160). Yo me baso más en la intuición y puedo hacerlo porque mis libros se basan más en situaciones

que en historias… Coloco a un grupo de personajes (quizás a un par; quizás incluso a uno solo) en una

especie de aprieto y luego los observo mientras tratan de salir de él (160-161). Como dije, he escrito novelas

basadas en planes… la única novela mía basada en una trama que realmente me gusta es The Dead Zone (y,

para ser francos, debo decir que me gusta mucho) (166)”[2].

Cada autor hace concesiones al método opuesto de trabajo: Jeffery Deaver elogia a quienes pueden escribir

sin planear y Stephen King admite que ha escrito una novela planeada que le gusta mucho y que sus

historias se basan más en situaciones.

Pero cada autor también critica con fuerza el sistema opuesto. Sin embargo, para cada argumento sería

posible encontrar contraargumentos. Por ejemplo:

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Me gusta:

La vida es espontánea, carece de plan – Leemos libros en parte por eso, para hallar historias más ordenadas

que las de la vida real.

Improvisando se enredará la trama – Si se tiene claro cómo se desarrollará una situación no existe ese riesgo,

además la creatividad solucionará los problemas.

Al planear no hay espontaneidad – La espontaneidad de la trama también ocurre al momento de planearla.

Y así sucesivamente.

Por esta razón se ha notado, como lo dice Jeffery Deaver cuando afirma que él es una persona a la que no le

gusta dejar nada al azar, que a lo mejor la preferencia por uno u otro método de trabajo depende del

carácter de la persona. Si el escritor es ordenado y metódico para otras cosas, a lo mejor preferirá planear la

historia. Si no es tan metódico, quizás optará por escribirla directamente. Hay un paralelo de este dilema que

se menciona mucho: por una parte, hay quienes planean un viaje (el primer día haremos esto, esto y esto),

pues les parece que de otro modo no aprovecharían todo; y, por otra parte, hay quienes no lo planean,

porque consideran que en caso contrario se restringirían demasiado, no disfrutarían o perderían

oportunidades inesperadas.

Carácter o gusto personal, lo mejor es que cada uno utilice el método que mejor le sirva, con el que mejor se

sienta. Y para encontrarlo lo mejor es probar. Si se comienza un escrito y se ve que la historia se enreda sin

remedio, una opción es detenerse y elaborar un plan para clarificar su desarrollo. Si uno tiene una idea que

considera que va a fluir con facilidad, entonces puede comenzar a escribirla sin mayor dilación.

Posteriormente uno irá mejorando su forma de trabajo y le resultará más fácil escribir un relato.

[1]Jeffery Deaver discusses his new book, Broken Window, “CBS Video”, video en Youtube: http://bit.ly/Za07dh ,

consultado el 5 de abril de 2013, traducción libre.

[2] King, Stephen, 2002. On Writing. Pocket Books, Nueva York, traducción libre. Hay traducción al español:

Mientras escribo, sello Debolsillo, editorial Random House Mondadori.

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