Escritoras que cuentan historias de mujeres

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Recopilación de fragmentos escritos por escritoras que cuentan historias de mujeres para el proyecto en FPA "Mujeres en tu historia"

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ESCRITORAS QUE CUENTAN HISTORIAS DE MUJERES

RECOPILACIN DE RELATOS Y FRAGMENTOS DE OBRAS ESCRITAS POR MUJERES QUE HABLAN DE MUJERES. PROYECTO:MUJERES EN TU HISTORIA

NADA. CARMEN LAFORET.

" Quiz me ocurra esto porque he vivido siempre con seres demasiado normales y satisfechos de ellos mismos. Estoy segura de que mi madre y mis hermanos tienen la certeza de su utilidad indiscutible en este mundo, que saben en todo momento lo que quieren, lo que les parece mal y lo que les parece bien Y que han sufrido muy poca angustia ante ningn hecho.
(...)
Me compensaba el trabajo que me llegaba a costar poder ir limpia a la Universidad, y sobre todo parecerlo junto al aspecto confortable de mis compaeros. Aquella tristeza de recose los guantes, de lavar mis blusas en el agua turbia y helada del lavadero de la galera con el mismo trozo de jabn que Antonia empleaba para fregar sus cacerolas y que por las maanas raspaba mi cuerpo bajo la ducha fra.
(...)
De todas maneras, yo misma, Andrea, estaba viviendo entre las sombras y las pasiones que me rodeaban. A veces llegaba a dudarlo.
Aquella misma tarde haba sido la fiesta de Pons. Durante cinco das haba yo intentado almacenar ilusiones para esa escapatoria de mi vida corriente. Hasta entonces me haba sido fcil dar la espalda a lo que quedaba atrs, pensar en emprender una vida nueva a cada instante. Y aquel da yo haba sentido como un presentimiento de otros horizontes.
Mi amigo me haba telefoneado por la maana y su voz me llen de ternura por l. El sentimiento de ser esperada y querida me haca despertar mil instintos de mujer; una emocin como de triunfo, un deseo de ser alabada, admirada, de sentirme como la Cenicienta del cuento, princesa por unas horas, despus de un largo incgnito. Me acordaba de un sueo que se haba repetido muchas veces en mi infancia, cuando yo era una nia cetrina y delgaducha, de esas a quienes las visitas nunca alaban por lin- das y para cuyos padres hay consuelos reticentes.
Esas palabras que los nios, jugando al parecer absortos y ajenos a la conversacin, recogen vidamente: Cuando crezca, seguramente tendr un tipo bonito, Los nios dan muchas sorpresas al crecer... Dormida, yo me vea corriendo, tropezando, y al golpe senta que algo se desprenda de m, como un vestido o una crislida que se rompe y cae arrugada a los pies. Vea los ojos asombrados de las gentes. Al correr al espejo, contemplaba, temblorosa de emocin, mi transformacin asombrosa en una rubia princesa precisamente rubia, como describan los cuentos, inmediatamente dotada, por gracia de la belleza, con los atributos de dulzura, encanto y bondad, y el maravilloso de esparcir generosamente mis sonrisas Esta fbula, tan repetida en mis noches infantiles, me haca sonrer, cuando con las manos un poco temblorosas trataba de peinarme con esmero y de que apareciera bonito mi traje menos viejo, cuidadosamente planchado para la fiesta. Tal vez pensaba yo un poco ruborizada ha llegado hoy ese da. "

NADA. CAPTULO 1.

Por dificultades en el ltimo momento para adquirir billetes, llegu a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que haba anunciado, y no me esperaba nadie.Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me pareca una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, despus del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran Estacin de Francia y los grupos que estaban esperando el expreso y los que llegbamos con tres horas de retraso.El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenan para m un gran encanto, ya que envolva todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueos por desconocida.Empec a seguir una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletn muy pesado -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectacin.Un aire marino, pesado y fresco, entr en mis pulmones con la primera sensacin confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas, de establecimientos cerrados, de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiracin grande, dificultosa, vena con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazn excitado, estaba el mar.Deba parecer una figura extraa con mi aspecto risueo y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camlics.Recuerdo que, en pocos minutos, me qued sola en la gran acera, porque la gente corra a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranva.Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir despus de la guerra se detuvo delante de m y lo tom sin titubear, causando la envidia de un seor que se lanzaba detrs de l desesperado, agitando el sombrero.Corr aquella noche, en el desvencijado vehculo, por anchas calles vacas y atraves el corazn de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quera que estuviese, en un viaje que me pareci corto y que para m se cargaba de belleza.El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovi con un grave saludo de bienvenida.Enfilamos la calle Aribau, donde vivan mis parientes, con sus pltanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vvido de mil almas detrs de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercuta en mi cerebro. De improviso sent crujir y balancearse todo el armatoste. Luego qued inmvil--Aqu es- dijo el cochero.Levant la cabeza hacia la casa frente a la cual estbamos. Filas de balcones se sucedan iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las viviendas. Los mir y no pude adivinar cules seran aquellos a los que en adelante yo me asomara. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante, y cuando l cerr el portal detrs de m, con un gran temblor de hierros y cristales, comenc a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta.Todo empezaba a ser extrao en mi imaginacin; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz elctrica, no tenan cabida en mi recuerdo.Ante la puerta del piso me acometi un sbito temor de despertar a aquellas personas desconocidas que eran para m, al fin y al cabo, mis parientes y estuve un rato titubeando antes de iniciar una tmida llamada a la que nadie contest. Se empezaron a apretar los latidos de mi corazn y oprim de nuevo el timbre. O una voz temblona:Ya va! Ya va!Unos pies arrastrndose y unas manos torpes descorrieron cerrojos.Luego, me pareci todo una pesadilla.

ENTRE VISILLOS. CARMEN MARTN GAITE.

Ayer vino Gertru. No la vea desde antes del verano. Salimos a dar un paseo. Me dijo que no creyera que porque ahora est tan contenta ya no se acuerda de m; que estaba deseando poder tener un da para contarme cosas. Fuimos por la chopera del ro paralela a la carretera de Madrid. Yo me acordaba del verano pasado, cuando venamos a buscar bichos para la coleccin con nuestros frasquitos de boca ancha llenos de serrn empapado de gasolina. Dice que ella este curso por fin no se matricula, porque a ngel no le gusta el ambiente del Instituto. Yo le pregunt que por qu, y es que ella por lo visto le ha contado lo de Fonsi, aquella chica de quinto que tuvo un hijo el ao pasado. En nuestras casas no lo habamos dicho; no s por qu se lo ha tenido que contar a l. Me ense una polvera que le ha regalado, pequeita, de oro.Fjate qu ilusin. Sabes lo que me dijo al drmela? Que la tena guardada su madre para cuando tuviera la primera novia formal. Ya ves t; ya le ha hablado de m a su madre.Que si no me pareca maravilloso. Me obligaba a mirarla, cogindome del brazo con sus gestos impulsivos. Se haba pintado un poco los ojos y a m me pareca que se iba a avergonzar de que se lo notase. Luego me cont que se pone

de largo dentro de pocos das en una fiesta que dan en el aeropuerto, que ella ya sabe cmo lo van a adornar todo, porque ngel es capitn de aviacin y uno de los que lo organizan; que han estado juntos comprando bebidas, farolillos y colgantes de colores. Me explic con muchos detalles cmo es su traje de noche; se soltaba de m entre las explicaciones y daba vueltas de vals por la orilla, sorteando los rboles y echando la cabeza para atrs. Se par en un tronco y me fue haciendo con el dedo una especie de plano de la entrada al aeropuerto y de los hangares donde van a dar la fiesta. Quera que me lo imaginara exactamente para que le diera alguna idea original de cmo lo adornara yo, por si le sirve a ngel lo que yo diga. No comprenda que no hubiera convencido a mis hermanas para ir yo tambin, tan fantstico como ser. No le quise contar que he tenido que insistir para convencerlas precisamente de lo contrario. Le dije slo que soy pequea todava. Quera que hablara ella y me dejara a m.T me llevas dos meses, Natalia. Es que ya no te acuerdas? dijo. Y se rea. Tan mayor te parezco ahora?Estbamos en el sitio de las barcas y haca una tarde muy buena. Yo quise que remramos un poco, pero Gertru tena prisa por volver a las siete, y adems no quera arrugarse el vestido de organza amarilla. Yo me sent en la hierba contra el tronco de un rbol, y ella se qued de pie. Se agachaba a recoger piedras planas y las echaba al ro; brincaban dos o tres veces antes de hundirse, parecan ranitas, y a m me gustaba mirar los crculos que dejaban en el agua. Me dijo que por qu estaba tan callada, que le contase alguna cosa, pero yo no saba qu contar...

NUBOSIDAD VARIABLE. CARMEN MARTN GAITE.

Fragmento 1Ayer no la haba visto en todo el da. Me despert muy temprano y cog un coche de lnea que lleva a Cdiz. Estuve deambulando por la Caleta, por el barrio de la Via y por distintas calles y plazas que me traan el recuerdo idealizado de Manolo. Me qued un rato apoyada en el mirador de Santa Elena, viendo los trenes desde arriba, todo ese laberinto de vas que se cruzan, con la baha al fondo. Tiene una hermosura desolada, de postal antigua. Es un sitio adonde vengo desde pequeo siempre que tengo ganas de llorar, me confes Manolo en el ltimo paseo que dimos juntos aquel verano, poco antes de que saliera mi tren. No habamos hablado mucho. l haba quedado en que me ira a visitar a Madrid, pero yo saba que ya todo iba a ser distinto, que se estaba consumiendo un verano irrepetible. Mrchate le dije ya en la estacin, adonde habamos llegado con mucho tiempo-. No me gustan las despedidas. No sabe uno qu decir. No dijo nada. Acababa de ayudarme a poner los bultos en la red de mi compartimiento de Wagon-lit, y estbamos sentados all, en el borde del sof, como dos tontos. Todava recuerdo el beso que me dio antes de levantarse y salir corriendo, como alma que lleva el diablo. Un beso de fuego lquido, de los que dejan cicatriz. Poco despus, cuando el tren emprendi la marcha, iba yo asomada a una de las ventanillas del descansillo, y reconoc, a la luz del ocaso, el muralln donde viene pintado con letras enormes el nombre de la ciudad. Coronndolo, est el mirador de Santa Elena. Alc los ojos con una sbita corazonada. Haba all un hombre agitando un pauelo.

Fragmento 2Querida Sofa:

A pesar de los aos que hace que no te escribo una carta, no he olvidado el ritual a que siempre nos atenamos. Lo primero de todo, ponerse en postura cmoda y elegir un rincn grato, ya sea local cerrado o al aire libre. Luego, dar noticia un poco detallada de ese lugar, igual que se describe previamente el escenario donde va a desarrollarse un texto teatral, es de da, en primer trmino sof, por el lateral derecha puerta que da al jardn, lo que sea, para que el destinatario de la carta se oriente y pueda meterse en situacin desde el principio. Son pautas que sugeriste t lo recordars-, como marcabas, casi sin que se diera uno cuenta, las reglas de todos los juegos.

Pues bueno, ya me he puesto cmoda, y adems he descorchado una botella de champn francs que tena en la nevera desde Navidades. Con taponazo hasta el techo. Ha habido motivo, y no pequeo. Si supieras el milagro que es para m volver a tener ganas de escribir una carta no de negocios, no de reproches, no de consejos, no para resolver nada. Una carta porque s, sin tener de antemano el borrador en la cabeza, porque te sale del alma, porque te apetece muchsimo. Me haba olvidado. Es lo ms urgente del mundo, pero tambin lo menos obligatorio. De eso que dices, bueno, son las once y tengo toda la noche por delante, salga el sol por donde quiera, no voy a mirar la agenda de maana y que se hunda el mundo, yo a lo mo, y te la pena de la gente que est cenando en restaurantes de cinco tenedores o se ha sentado a mirar la televisin o a eternizarse hablando por telfono.

[]

Ya vendrs a verme algn da, espero. Aunque mejor no proyectar nada. De momento, a lo escrito se contesta por escrito. Era otra de tus reglas de oro, y lo debe de seguir siendo, porque no me mandas el telfono. Claro que yo podra buscarlo, y de hecho lo he buscado mirando en la gua de calles. Mi primer impulso ha sido llamarte para decirte que vinieras, luego me he dado cuenta de que no, de que an puede ser quebradizo el suelo que pisamos. Esta cautela previa de lo epistolar me parece saludable. Queda mucho hielo que romper.

JANE EYRE. CHARLOTTE BRNTE.

Fragmento 1A la seorita Ingram le faltaba algo para provocar mis celos: era demasiado imperfecta para despertarlos. Perdona esta aparente paradoja: s lo que me digo. Era muy llamativa, pero no era autntica. Tena un bello cuerpo y muchos talentos deslumbradores, pero su mente era mediocre y su corazn yermo por naturaleza. No floreca nada de manera espontnea en esa tierra; ningn fruto natural deleitaba por su lozana. No era buena, no era original: acostumbraba a repetir citas altisonantes de los libros, pero nunca ofreca, ni tena, opinin propia. Preconizaba sentimientos elevados, pero desconoca los sentimientos de compasin y piedad, careca de ternura y sinceridad. Demostraba esto con demasiada frecuencia, descargando la antipata malvola que albergaba contra la pequea Adle, rechazndola con algn epteto ofensivo cuando se acercaba sta, a veces echndola de la habitacin, y tratndola siempre con frialdad y acritud. Otros ojos, adems de los mos, observaban estas manifestaciones de carcter; las observaban de cerca, con agudeza y perspicacia. S, el futuro novio, el seor Rochester mismo, ejerca una vigilancia constante sobre su pretendida; y fueron su sagacidad, su recelo, su conciencia perfecta y difana de los defectos de su amada, la evidente ausencia de pasin de sus sentimientos por ella, lo que me causaban un sufrimiento incesante.

Me di cuenta de que se iba a casar con ella por razones de familia o, quizs, polticas, porque le convenan su rango y sus conexiones. Me pareca que no le haba entregado su amor y que ella no tena las cualidades necesarias para ganar ese tesoro. sta era la cuestin, esto era lo que me exasperaba y torturaba los nervios, aqu resida mi sufrimiento: ella no era capaz de enamorarlo.

Si ella hubiera conseguido una victoria inmediata y l hubiera depositado su corazn a sus pies, yo me habra tapado la cara, me habra vuelto hacia la pared y (metafricamente) habra muerto para ellos. Si la seorita Ingram hubiese sido una mujer buena y noble, dotada de fuerza, fervor, bondad y sentido, yo habra librado una batalla con dos tigres: los celos y la desesperacin. Despus de que stos me hubieran arrancado y devorado el corazn, la habra admirado, habra reconocido su perfeccin y me habra callado durante el resto de mis das. Cuanto ms absoluta su superioridad, ms profunda habra sido mi admiracin y ms serena mi resignacin. Pero, tal como estaban las cosas, observar los intentos de la seorita Ingram de fascinar al seor Rochester, ser testigo de sus constantes fracasos sin que ella se diese cuenta de ello, creyendo, en su vanidad, que cada flecha disparada daba en el blanco y vanaglorindose de su xito, cuando su orgullo y engreimiento repelan cada vez ms lo que ella pretenda atraer; ser testigo de aquello era hallarse bajo una excitacin sin fin y una despiadada represin.

Fragmento 2

-Y yo le digo que me ir! -exclam con vehemencia-. Piensa que me es posiblevivir a su lado sin ser nada para usted? Cree que soy una autmata, una mquina sinsentimientos humanos? Piensa que porque soy pobre y oscura carezco de alma y decorazn? Se equivoca! Tengo tanto corazn y tanta alma como usted! Y si Dios mehubiese dado belleza y riquezas, le sera a usted tan amargo separarse de m como lo es am separarme de usted. Le hablo prescindiendo de convencionalismos, como siestuvisemos ms all de la tumba, ante Dios, y nos hallsemos en un plano de igualdad,ya que en espritu lo somos.

-Lo somos! -repiti Rochester. Y tomndome en sus brazos me oprimi contra supecho y uni sus labios a los mos-. S, Jane!

-O tal vez no -repuse, tratando de soltarme-, porque usted va a casarse con unamujer con quien no simpatiza, a quien no puedo creer que ame. Yo rechazara una uninas. Luego yo soy mejor que usted. Djeme marchar!

-Adnde, Jane? A Irlanda!

-S, a Irlanda. Lo he pensado bien y ahora creo que debo irme.

-Qudese, Jane. No luche consigo misma como un ave que, en su desesperacin,despedaza su propio plumaje.

-No soy un ave, sino un ser humano con voluntad personal, que ejercitaralejndome de usted. Haciendo un esfuerzo, logr soltarme y permanec en pie ante l.

-Tambin su voluntad va a decidir de su destino -repuso-. Le ofrezco mi mano, micorazn y cuanto poseo.

-Se burla usted, pero yo me ro de su oferta.

-La pido, que viva siempre a mi lado, que sea mi mujer.

-Respecto a eso, ya tiene usted hecha su eleccin.

-Espere un poco, Jane. Estusted muy excitada. Una rfaga de viento recorri el sendero bordeado de laureles, agitlas ramas del castao y se extingui a lo lejos. No se perciba otro ruido que el canto delruiseor. Al orlo, volv a llorar. Rochester, sentado, me contemplaba en silencio, conserenidad, grave y amablemente. Cuando habl al fin, dijo:

-Sintese a mi lado, Jane, y expliqumonos.

-No volver ms a su lado.

-Jane, no oye que deseo hacerla mi mujer? Es con usted con quien quierocasarme.

Call, suponiendo que se burlaba.

-Venga, Jane.

-No. Su novia nos separa.

Se puso en pie y me alcanz de un salto.

-Mi novia est aqu -dijo, atrayndome hacia s-: es mi igual y me gusta. Quierecasarse conmigo, Jane?

No le contest; luchaba para librarme de l. No le crea.

-Duda de m, Jane?

-En absoluto.

-No tiene fe en m?

-Ni una gota.

-Entonces, me considera usted un bellaco? -dijo con vehemencia-. Usted seconvencer, incrdula. Acaso amo a Blanche Ingram? No, y usted lo sabe. Acaso meama ella a m? No, y me he preocupado de comprobarlo. He hecho llegar hasta ella elrumor de que mi fortuna no era ni la tercera parte de lo que se supona, y luego me hepresentado a Blanche y a su madre. Las dos me han acogido con frialdad. No puedo, nidebo, casarme con Blanche Ingram. A usted, tan rara, tan insignificante, tan vulgar, es aquien quiero como a mi propia carne, y a quien ruego que me acepte por esposo.

-A m? -exclam, empezando a creerle, en vista de su apasionamiento y, sobretodo, de su ruda franqueza-. A m, que no tengo en el mundo otro amigo que usted, si esque usted se considera amigo mo, y que no poseo un cheln, no siendo los que usted mepaga!

-A usted, Jane. Quiero que sea ma, nicamente ma. Acepta? Digainmediatamente que s!

-Mr. Rochester, djeme mirarle la cara. Vulvase de modo que le ilumine la luna.

-Para qu?

-Porque quiero leer en su rostro.

-Bien; ya est. Creo que mi rostro no le va a parecer ms legible que una hojatachada, pero en fin, lea lo que quiera, con tal de que sea pronto.

Su faz estaba muy agitada. Tena las facciones contradas y una extraa luz brillabaen sus ojos.

-Me tortura usted, Jane! -exclam-. Por muy franca y bondadosa que sea su mirada,me escudria de un modo...

-Cmo voy a torturarle? Si dice usted la verdad y su oferta es sincera, missentimientos no pueden ser otros que los de una gratitud infinita. Cmo voy a torturarlecon ella?

-Gratitud? Jane -orden, perentoriamente-, dgame as: Edward, quiero casarmecontigo.

-Es posible que me quiera usted de verdad? Qu se propone hacerme su mujer?

-S; se lo juro, si lo desea.

-Entonces, seor, s quiero casarme con usted.

-Seor, no. Di Edward, mujercitama.

-Oh, querido Edward!

-Ven, ven conmigo -y rozando mis mejillas con las suyas y hablndome al odo,murmur-: Hazme feliz y yo te har feliz a ti.

HISTORIA DE UNA HORA. KATE CHOPIN.

Sabiendo que la seora Mallard padeca del corazn, se tomaron muchas precauciones antes de darle la noticia de la muerte de su marido. Fue su hermana Josephine quien se lo dijo, con frases entrecortadas e insinuaciones veladas que lo revelaban y ocultaban a medias. El amigo de su marido, Richards, estaba tambin all, cerca de ella. Fue l quien se encontraba en la oficina del peridico cuando recibieron la noticia del accidente ferroviario y el nombre de Brently Mallard encabezaba la lista de muertos. Tan slo se haba tomado el tiempo necesario para asegurarse, mediante un segundo telegrama, de que era verdad, y se haba precipitado a impedir que cualquier otro amigo, menos prudente y considerado, diera la triste noticia.Ella no escuch la historia como otras muchas mujeres la han escuchado, con paralizante incapacidad de aceptar su significado. Inmediatamente se ech a llorar con repentino y violento abandono, en brazos de su hermana. Cuando la tormenta de dolor amain, se retir a su habitacin, sola. No quiso que nadie la siguiera.Frente a la ventana abierta haba un amplio y confortable silln. Agobiada por el desfallecimiento fsico que rondaba su cuerpo y pareca alcanzar su espritu, se hundi en l.En la plaza frente a su casa, poda ver las copas de los rboles temblando por la reciente llegada de la primavera. En el aire se perciba el delicioso aliento de la lluvia. Abajo, en la calle, un buhonero gritaba sus quincallas. Le llegaban dbilmente las notas de una cancin que alguien cantaba a lo lejos, e innumerables gorriones gorjeaban en los aleros.Retazos de cielo azul asomaban por entre las nubes, que frente a su ventana, en el poniente, se reunan y apilaban unas sobre otras.Se sent con la cabeza hacia atrs, apoyada en el cojn de la silla, casi inmvil, excepto cuando un sollozo le suba a la garganta y le sacuda, como el nio que ha llorado al irse a dormir y contina sollozando en sus sueos.Era joven, de rostro hermoso y tranquilo, y sus facciones revelaban contencin y cierto carcter. Pero sus ojos tenan ahora la expresin opaca, la vista clavada en la lejana, en uno de aquellos retazos de cielo azul. La mirada no indicaba reflexin, sino ms bien ensimismamiento.Senta que algo llegaba a ella y lo esperaba con temor. De qu se trataba? No lo saba, era demasiado sutil y esquivo para nombrarlo. Pero lo senta surgir furtivamente del cielo y alcanzarla a travs de los sonidos, los aromas y el color que impregnaban el aire.Su pecho suba y bajaba agitadamente. Empezaba a reconocer aquello que se aproximaba para poseerla, y luchaba con voluntad para rechazarlo, tan dbilmente como si lo hiciera con sus blancas y estilizadas manos. Cuando se abandon, sus labios entreabiertos susurraron una palabrita. La murmur una y otra vez: Libre, libre, libre!. La mirada vaca y la expresin de terror que la haba precedido desaparecieron de sus ojos, que permanecan agudos y brillantes. El pulso le lata rpido y el fluir de la sangre templaba y relajaba cada centmetro de su cuerpo. No se detuvo a pensar si aquella invasin de alegra era monstruosa o no. Una percepcin clara y exaltada le permita descartar la posibilidad como algo trivial. Saba que llorara de nuevo al ver las manos cariosas y frgiles cruzadas en la postura de la muerte; que el rostro que siempre la haba mirado con amor estara inmvil, gris y muerto. Pero ms all de aquel momento amargo, vio una larga procesin de aos por llegar que seran slo suyos. Y extendi sus brazos abiertos dndoles la bienvenida.No habra nadie para quien vivir durante los aos venideros; ella tendra las riendas de su propia vida. Ninguna voluntad poderosa doblegara la suya con esa ciega insistencia con que los hombres y mujeres creen tener derecho a imponer su ntima voluntad a un semejante. Que la intencin fuera amable o cruel, no haca que el acto pareciera menos delictivo en aquel breve momento de iluminacin en que ella lo consideraba.Y a pesar de esto, ella le haba amado, a veces; otras no. Pero qu importaba!. Qu podra el amor, ese misterio sin resolver, significar frente a esta energa que repentinamente reconoca como el impulso ms poderoso de su ser!"Libre, libre en cuerpo y alma!" continu susurrando.Josephine, arrodillada frente a la puerta cerrada, con los labios pegados a la cerradura le imploraba que la dejara pasar. Louise, abre la puerta, te lo ruego, brela, te vas a poner enferma. Qu ests haciendo, Louise? Por lo que ms quieras, abre la puerta.Vete. No voy a ponerme enferma. No; estaba embebida en el mismsimo elixir de la vida que entraba por la ventana abierta.Su imaginacin corra desaforada por aquellos das desplegados ante ella: das de primavera, das de verano y toda clase de das, que seran slo suyos. Musit una rpida oracin para que la vida fuese larga. Y pensar que tan slo ayer senta escalofros ante la idea de que la vida pudiera durar demasiado!Por fin se levant y ante la insistencia de su hermana, abri la puerta. Tena los ojos con brillo febril y se conduca inconscientemente como una diosa de la Victoria. Agarr a su hermana por la cintura y juntas descendieron las escaleras. Richards, erguido, las esperaba al final.Alguien intentaba abrir la puerta con una llave. Brently Mallard entr, un poco sucio del viaje, llevando con aplomo su maletn y el paraguas. Haba estado lejos del lugar del accidente y ni siquiera saba que haba habido uno. Permaneci de pie, sorprendido por el penetrante grito de Josephine y el rpido movimiento de Richards para que su esposa no lo viera.Cuando los mdicos llegaron dijeron que ella haba muerto del corazn -de la alegra que mata.