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Adolfo Soto Sáez Restaurantes y Apartamentos Turísticos Rincones del Vino Ezcaray - Logroño (La Rioja) España 680 Colegio de las monjas y Escuelas Nacionales. Capítulo 44. Eran las dos alternativas para educar a los niños de Ezcaray. Además del Oratorio de San Felipe de Neri, siglos XVIII-XIX, mezcla de instituto y universidad en ciertas materias. Me facilitan esta fotografía, curiosa sin duda, y de no asegurarme que está hecha en Ezcaray, colegio de las monjas, no lo hubiera creído. Es de las más antiguas que han pasado por mis manos y me pregunto si alguien puede reconocer a su madre, abuela o bisabuela, entre las chicas. La monja de la izquierda era Sor... La foto puede ser de finales del siglo XIX, ¿1895? Entre ellas esta Esperanza Martínez (se casaría con Francisco Calvo, padre de Carmen, casada con Cecilio Valgañón). Alguien reconoce a las tías de Luís Larrea, con el tiempo dueño de la farmacia cercana al bar Satorre. La maestra de negro en el centro, se llamaba doña Ezequiela. La segunda es una foto buenísima, limpia y casi perfecta. Ni un solo niño, o niña, se ha movido. Aún más curioso es que no se ven, como en otras, monjas, maestro o maestras en el grupo. ¿Reconoces en ella algún familiar? Arriba, tercera por la derecha, Carmen Cuezva. En la fila siguiente, 5ª, por ambos lados, Justa solanas, la madre de Ana, mi mujer. En la fotografía hay chicas de diferentes clases y edades. Las pequeñas en las primeras filas, cinco en cuclillas, las siguientes sentadas, la tercera fila de pie. Las mayores ignoro sobre que plataformas están, porque lo han preparado tan bien que no se ven. Por dar pistas la primera, abajo, derecha, puede ser Pili Barrios.

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Colegio de las monjas y Escuelas Nacionales. Capítulo 44. Eran las dos alternativas para educar a los niños de Ezcaray. Además del Oratorio de San Felipe de Neri, siglos XVIII-XIX, mezcla de instituto y universidad en ciertas materias. Me facilitan esta fotografía, curiosa sin duda, y de no asegurarme que está hecha en Ezcaray, colegio de las monjas, no lo hubiera creído. Es de las más antiguas que han pasado por mis manos y me pregunto si alguien puede reconocer a su madre, abuela o bisabuela, entre las chicas.

La monja de la izquierda era Sor... La foto puede ser de finales del siglo XIX, ¿1895? Entre ellas esta Esperanza Martínez (se casaría con Francisco Calvo, padre de Carmen, casada con Cecilio Valgañón). Alguien reconoce a las tías de Luís Larrea, con el tiempo dueño de la farmacia cercana al bar Satorre. La maestra de negro en el centro, se llamaba doña Ezequiela. La segunda es una foto buenísima, limpia y casi perfecta. Ni un solo niño, o niña, se ha movido. Aún más curioso es que no se ven, como en otras, monjas, maestro o maestras en el grupo. ¿Reconoces en ella algún familiar? Arriba, tercera por la derecha, Carmen Cuezva. En la fila siguiente, 5ª, por ambos lados, Justa solanas, la madre de Ana, mi mujer.

En la fotografía hay chicas de diferentes clases y edades. Las pequeñas en las primeras filas, cinco en cuclillas, las siguientes sentadas, la tercera fila de pie. Las mayores ignoro sobre que plataformas están, porque lo han preparado tan bien que no se ven. Por dar pistas la primera, abajo, derecha, puede ser Pili Barrios.

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Hay alumnas comunes, entre las mayores, en ambas fotos. Tercera fila arriba, izquierda. Hija de Manolito (tocaba en la banda); Eguren; Ángeles (Sacristana); Pura; Anita Onaindía; Carmen (Grillo); Carmen Cuezva; Artiaga y Justita Solanas. Segunda fila, izquierda. María Bañares; Marichu Onaindía (con el tiempo daría nombre al Hotel Marichu); Patro (madre de Menchu y Marisol); Carmen Onaindía; 6 y 7 (una puede ser del Rojo de Soleta).

. Izquierda abajo, Sila (hermana de Eloy, se fue a América casada por poderes); hija de la maestra Doña Concha; Quinita (hija del médico Don Mariano, fue sacado de Ezcaray y asesinado, una de las víctimas inocentes al comenzar la Guerra Civil); Doña Concha; Pilar Guerra (hermana de José y Victor, sería telegrafista). Los chicos con don Teófilo. Arriba, 1º izquierda; Juanito Tamayo; 2º- José Urizarna; 3º- Manuel Romero; 4º- Cipriano Arriaga (albañil y conquistador); 5º- Agapito Santamaría; 6º- Angel Jimenez; 7º- Félix Ayabarrena; 8º- Constancio solanas y 9º- Jesús Úbeda. El primero por la izquierda de la siguiente fila, la del maestro, es; Martín Terreros, 2º- Ceferino Arechinolaza; 3º- Ángel Ortega; 4º- Alejandro Vidal; 5º- Ciriaco Ybergallartu; 6º- el maestro don Teófilo; 7º- Angel Imaña; 8º- Luís Serrano; 9º- Joaquín, con bufanda, (al quien por una extraña enfermedad apodarían “Caganises”).

Segunda fila, por abajo, izquierda; 1º- Carlos Cuezva; 2º- Félix Eguren; 3º- Delfín Ybarra; 4º- Enrique García: 5º- Eugenio Altuzarra; 6º, pegado arriba, Félix Rodriguez (Galleguito); 7º- Vicente Fernandez Herce; 8º- Félix Villalengua; 9º- Nicolás García; 10º- Anastasio Silvestre. Primera fila, sentados, izquierda; 1º- Fidel Mateo; 2º- Iginio Izquierdo; 3º- Vicente Peña; 4º- Simón Basurto; 5º- Victor Guerra; 6º- Manolo Valgañón; 7º- José Irallo (Francisco); 8º- Ramón Jimenez; 9º- Ángel García Monterrey; 10º- Ricardo Sanz y 11º- José Peña. En esta fotografía he conseguido ¡bingo¡, o poner nombre y apellido a cada cara.

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Escuelas Nacionales. Antes de contaros algo sobre las Escuelas Nacionales no quiero dejar en el olvido a doña Paulina y su hermana o sobrina Encarna.

Cuando las minas de Ezcaray cerraron, el ‘Hospital Civil’ cierra y se reconvierte en escuela de ‘los Cagones’, para niños y niñas, hoy parvulitos, que no tenían edad para ir a la escuela. Yo era uno de aquellos ‘cagones’, doña Paulina era nuestra maestra, una buena mujer, casi una santa, a la que ayudaba Encarna en esta curiosa escuela-guardería-catequesis. Encarna por su manera de vestir, incluso una verruga en la nariz o cara con algunos pelos, a algunos niños les parecía una bruja pero era como Doña Paulina una buenísima persona. Si teníamos necesidad de ir al WC teníamos que decir, señorita Paulina me hago ‘plumas’ y… a correr. El edificio para entonces se encontraba un poco ‘destartalado’, pero es lo que había. En invierno con tres jerséis y en torno a la estufa, aún llevábamos a casa algunos resfriados y catarrillos.

Hospital civil reconvertido en escuela… de ‘los Cagones’. Derecha, ‘Cerrada de Palacio’, propiedad de los Masip. Venden la primera parcela sobre la que van a construir el primer bloque de viviendas (1). “El burro”. Juegos infantiles (escultura en bronce) (2).

Pocas cosas logro recordar de aquella época infantil y de la escuela de doña Paulina, las vacas de los Masip que siempre me parecían felices y tranquilas disfrutando de las jugosas hierbas de la ‘Cerrada’, frente a la escuela, y en la memoria muy clara una canción… “Vamos niños, al Sagrario, que Jesús, llorando está, pero viendo a tantos niños muy contento se pondrá. No llores Jesús no llores, que nos vas a hacer llorar, que los niños de este pueblo (o compasivos) te queremos consolar, etc. Ignoro como hay cosas que quedan en la memoria grabadas a fuego, quizás lo cantábamos todos los días y el cerebro, aún vacío y limpio, las archiva para siempre.

*** Javi, gran persona, me proporciona la única foto que he visto en la que aparece doña Paulina rodeada de sus queridos niños y niñas. Varias serán las personas que se reconocerán en la misma, se lo iré contando. Doña Paulina sostiene en sus manos el niño Jesús con sus manitas abiertas a quien dedicábamos la canción de “Vamos niños…” Una vecina de feliz memoria me cuenta que la afición de Doña Paulina por las canciones religiosas se debía a que era hermana del párroco de Ojacastro.

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Escuelas Nacionales De mi paso por la escuela me quedan muchos recuerdos y una fotografía, la que a todos nos hacían,

peinados y repeinados poniendo cara de buenos, sentados en la mesa del maestro, haciendo que escribíamos con una pluma de madera de las de mojar en el tintero, delante de un mapa de España, en el que la provincia de Logroño, donde nacimos, pertenecía a ‘Castilla la Vieja’.

El autor de ‘Rincones de Ezcaray’, en las Escuelas Nacionales, cuando comenzó a escribir este trabajo (1). Una de mis hermanas pequeñas, Magdalena, 2ª fila tercera por la izquierda, con sus compañeras de escuela (2).

Varios de los niños que vemos junto a su maestro, compañeros de mi hermano pequeño Quique, 3ª- fila, tercero por la izquierda (2), años más tarde, en el patio de las escuelas, dentro de los primeros cabezudos (2).

Este era el patio al que salíamos al recreo a las 11,30 horas, para relajar los nervios de la sentada en la incómoda tabla que como asiento tenían los pupitres. Al fondo a la derecha la zona quemada por un incendio y a la izquierda la fábrica de muebles de Victor Díez de Benito y tapias de unas huertas.

El hinque. En el recreo, sin mezclarnos demasiado con las chicas, jugábamos al hinque. El juego consistía en hacer un círculo en la tierra, a continuación el jugador primero intentaba clavar en el suelo una lima vieja tirándola con fuerza, si lo conseguía trazaba una recta dentro del circulo quedándose con la parte mayor, desde esta volvía a intentar clavar el hinque en la restante y de nuevo tomaba otra parte, el juego se complicaba cuando el trozo a repartir, por pequeño, no se atinaba, o el hinque al chocar en tierra dura o tocar una piedra oculta no se clavaba, era el turno para el siguiente que trataría con su hinque de recuperar el territorio.

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Me proporcionan fotos de escuela curiosas, en la de las chicas no logro reconocer a nadie, quizás eran nuestras abuelas, si alguien sabe algo sobre ellas les ruego me lo digan, porque esta misma foto fue a parar a cincuenta casas.

Primeras pistas. La maestra, arriba centro, es doña Mercedes de Mateo, quien parece dio el nombre a la calle en la que nací, antes la Parra. Junto a ella, a la derecha, esta Luisa (la del secretario). La cuarta por la izquierda, de la segunda fila, por arriba, dicen es Lorenza Martínez, abuela de Ana, mi mujer, madre de Justa, Constancio, Angelito y Juan Manuel Solanas Martínez. En la fila siguiente, centro, la quinta por la izquierda, es Paz Pérez (mujer de Felisín).

En la segunda fila, comenzando por abajo, la segunda, izquierda, es la madre de Carmencita. La cuarta, Petra la Sacristana y la sexta Joaquina de Mateo (posiblemente hija de la maestra). La segunda de esta fila por la derecha, La Romana y la primera la de Chepa. En la primera fila, sentadas, comenzando por la derecha, tercera; Concha (la del quesero), cuarta; La Teresón (madre de Tere Monge), quinta; Me llegan nuevos datos. La foto es de 1898. En ella aparecen entre otras niñas, algunas ya citadas, Justa Rubio Cámara, ‘Barrumbarra’, madre de Justi Gallo, la quinta de la primera fila, la sexta; Anita, la de los Plumas. Madre del panadero, y, la septima; Anita Gandasegui. 2. Han pasado los años, delante de los cabezudos vemos a Joaquín (Caga-anises), tal y como le recuerdo. De mayor, por una rara enfermedad nerviosa retorcía los brazos de una manera increíble, al buen hombre le llamaban ‘Caga-anises’, ignoro el motivo, quiero recordar se llamaba Joaquín. Le gustaba mucho fumar y pedía cigarrillos, tampoco desdeñaba si le daban alguna peseta pero jamás cogía una moneda de duro (cinco pesetas) o billete, la gente pensaba que por ello era tonto cuando resultaba todo lo contrario, si hubiese un solo día cogido una moneda de duro se le había terminado el chollo de que le diesen ¡cuando los rechazaba! pesetas. Familia de Joaquín creo era una señora llamada Carmen Martínez Grandmontagne. “Estelita y las colmenas”. Una tarde de verano, la cuadrilla de chicas con el bocadillo para merendar, cada una de su casa, nos fuimos de paseo al campo hasta una conocida fuente que hay dentro de un pinar y junto a ella mesas y bancos de piedra. En estos bosquecillos cuando el calor aprieta se está divinamente. Tras la merienda y jugar al escondite, antes de que se hiciera tarde regresamos al pueblo. El camino pasaba junto a huertas y prados. En uno había seis viejas colmenas en troncos huecos algo retiradas del camino, pero no lo suficiente como para evitar que una de las piedras que a Estelita se le ocurriera tirar a las colmenas impactara con un sordo ruido en una. No nos dio tiempo ni a recriminar a Estelita su actitud, pronto nos vimos rodeadas de cabreadas abejas a las que no las importaba sacrificar su vida para salvar la colmena. En mi vida creo que hemos corrido, gesticulado, manoteado y gritado más en un ataque colectivo de histeria y terror, como si los gritos las hicieran desistir de sus propósitos. Todas llegamos al pueblo a punto de desfallecer y con las cabezas como botes. La que menos, tenía de cinco a seis aguijones clavados, solo nos consoló saber que Estelita ¡tenía siete! Ninguna éramos alérgicas al veneno que inyectan estos insectos, buen tratamiento, a dosis moderadas, contra la artritis (consultar al médico). Ese día aprendimos que es prudente y sano respetar a los animales en su medio ambiente.

En invierno, los grandes locales de las clases, una sencilla rehabilitación en las amplias plantas industriales de la ‘Real Fábrica’, eran muy fríos, el resto, escaleras y pasillos anchísimos, baños, etc. heladores.

Para no terminar todos resfriados, en cada clase había una pequeña y salvadora estufa de leña que entre todos procurábamos mantenerla encendida.

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En el patio de recreo nos encontrábamos chicos y chicas de todas las edades, ya que las clases estaban separadas. En el primer piso chicos divididos en tres clases. Los que veníamos de la escuela ’de los Cagones’, abandonando a la entrañable doña Paulina y Encarna, entrábamos a 1º, con don José Mari, terminado esta etapa a 2º, con don Teodoro, para finalizar en 3º, con don Serafín. Las chicas lo mismo, pero con maestras, doña Emilia, doña Oti, etc. Jugaban a la soga y otros juegos de “niñas”. Los chicos mayores o menores que mis quintos habrán conocido otros maestros.

Juego de canicas, algunas de cristal (1). Losa de sillería preparada para jugar a canicas, se puede hoy ver en los portales del vidrio, entre el RYN y Troika (2). Patio de recreo de las escuelas nacionales. Al fondo del patio al otro lado de la calle, el matadero. (3).

Juego de canicas. Quizás el juego preferido para nosotros, además del fútbol, eran las canicas. Los primeros años jugamos con canicas de barro que comprábamos a ‘Carlina’, las Monjes, etc. Según modelo, por una peseta 4 canicas de barro. El juego principal era a los hoyos. En el patio de la escuela los hacíamos en la tierra, cuatro pequeños hoyos en los extremos de un cuadrado y uno en el centro. Todos salíamos del mismo lugar, tras la salida se impulsa la canica con la uña del dedo gordo, a modo de martillo, liberándola del índice que la sujetaba con el reverso de la mano apoyado en el suelo. Teníamos que alcanzar y meter, en sucesivas tiradas, la canica en los cinco hoyos, el primero que lo conseguía se quedaba con las canicas de cuantos participaban. En nuestro tiempo libre o días de fiesta, en las losas de piedra mejores por su forma y tamaño bajo los soportales, teníamos nuestros campos y hoyos picados con paciencia con la ayuda de un martillo y puntas o hinques en la piedra de sillería. Ayer vi, entre el RYN y Troyka, una losa rectangular de buen tamaño con un pequeño hoyo en el centro de la misma que hicimos de niños para jugar a las canicas, por unos momentos el lugar me hizo retroceder en el tiempo muchos, muchos años, sintiendo un escalofrío. Con los años, alguien que tenía familiares viviendo en la capital llegó con unas impresionantes canicas de cristal con brillantes colores en su interior. Eran más duras que nuestras frágiles canicas de barro, incluso las de piedra, que sucumbían en los encontronazos con las de cristal. Había otras variadas formas de jugar y “perder” canicas ante el siempre más habilidoso, a arrimar, el triángulo, el dale, etc.

Conseguí una foto en la que se ven los soportales que describo y enlosados de sillería igual que cuando en ellos jugábamos hace unos 60 años, con los bancos en los que jugábamos al “burro”. Frente al primer banco, una de las losas preparada para jugar a canicas la pueden ver, es la rectangular central de la cuarta fila. Aún el Troyka no se había trasladado a este lugar. La segunda pertenece a los soportales de Inesita. La niña que busca otros juegos de canicas es Marina (2).

La casa roja al fondo tras los porches, es la que hizo Isaías Valgañón, casado con Charo Caño, padres de

Rodolfo, marido de Coral Cuezva. En los bajos tenía su pequeña fábrica de botas de goma. Al cerrarla, la casa la compró Ezquerro, ‘el Venezolano’, tras fallecer un constructor levantó un bloque de viviendas. En la esquina que vemos en la foto, pero del nuevo bloque, podemos encontrar la farmacia de Miren, una tienda de ropa de niños, otra de muebles, “Toca madera” (con clase), una de calcetines, “Alarvi”, con venta directa de sus fabricantes, tienen la fábrica y viven en Pradoluengo, y la inmobiliaria Lazalaya de la familia de Repes y Consuelo Valgañón, normalmente atiende Mario, uno de sus hijos. A la izquierda de la farmacia la carnicería de los Caño, un banco y el famoso taller de artesanía textil y tienda de los Hijos de Cecilio Valgañón, visita obligada.

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Junto al maestro, o entrenador, de pié; José Maño (Fabián), Satur (murió en una fábrica textil), hermano mayor de Floren (músico), Ricardo Calvo (Gallangos), Carlos Cuezva y Ernesto.

Arrodillados, izquierda, Amadeo Imaña, un mellizo Segura (¿Sillerías?), Peñita (con balón), Ricardo Imaña y Segura. La foto puede ser de los años 1930, y realmente es buena, teniendo en cuenta los medios y cámaras de la época. Parecen los 11 jugadores de un equipo de fútbol, además del balón, llevan unas zapatillas sujetas con cintas, como las de baile. Junto a ellos un elegante maestro, o quizás entrenador. Fotos de escuela. Del blanco y negro al color. Tiene carita de bueno y la cara es el espejo del alma (2). Comentarios sobre la siguiente foto. Arriba izquierda; Pauli Aragonés, Margarita López (Tía de Allende, Tequilas), Carmen (Paloma), ¿4ª?..., Justa Pérez (hija de Lolo, madre de Consuelo, Mari Dioni Valgañón, etc.), Charito Cuezva (hermana de Espe), Tere (La sacristana) y Felisa Lladó. Fila de la maestra, izquierda; Pura Ochoa, Elvira, Carmen Valgañón, sobre ellas ¿...?, ¿...?, Maruja (Alta con niña en sus manos, hija de don Fidel, hermano de Eladia), Doña Emilia (maestra y mujer de don Teodoro), María (La roja), sus manos sobre María Arriaga (Macuca-carnicería Guindilla), María Teresa Gandasegui (la morenita de flequillo), Frasquita.

Abajo izquierda; Mari (hija de María –la comadrona- hermana de Faustina – Carlina), Carmen, Carmen Onaindía, Dorotea, Espe Grandmontagne, María (Goyazo), ¿...?, ¿...? (hermana de Carmen y Basilio-el cojo- pescaba desde el puente Canto), Pilar (hermana de Pura, la mujer de trece reales), ¿...?. Es posible no sean todas las que señalo ¿Sabes algo más?

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Otra limpia fotografía en la que vemos a doña Emilia, la maestra de la foto anterior, a la derecha, a la izquierda, posiblemente otra maestra. En cuanto a las alumnas aún no tengo pistas.

1. En esta foto la maestra se parece a la que en la anterior está con doña Emilia. 2. Dia del árbol, poesías.

Día del árbol. “Es el día la fiesta del árbol, de la industria el progreso y la paz, celebremos el día del árbol si a la Patria queremos honrar…”, algo así cantábamos mientras con los arbolitos al hombro nos dirigíamos al lugar en los que serían plantados, Tenorio, junto al río, etc. Una vez terminado el “duro” trabajo nos daban un bollito de pan, unas onzas de chocolate y una naranja. Era una singular manera de enseñarnos a respetar y amar la naturaleza.

1. Día del árbol, don Serafín dirige la marcha. 2. Plantando los árboles.

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El día del árbol se ha seguido celebrando hasta nuestros días y muchos de los preciosos árboles que rodean Ezcaray en sus paseos, parques y jardines han sido plantados por los chicos y chicas del pueblo.

Nuestros hijos, durante su etapa escolar en el moderno colegio San Lorenzo, como en estos casos, siguieron con la tradición plantando árboles en los nuevos paseos y parques de Ezcaray, como el precioso paseo del río.

Cromos. Siempre teniendo en cuenta la falta de dinero de los niños de la posguerra, de vez en cuando al estanco o tiendas en las que se vendía de todo, incluidas algunos dulces y chucherías para los niños, llegaba una colección de coches, héroes, futbolistas, etc. Lo primero era conseguir el álbum, después, muy poco a poco, de la mínima paga del domingo retirábamos algo para comprar uno o dos sobres de cromos de la colección del momento, los íbamos pegando en el número y casilla correspondiente del álbum hasta irlo completando. El problema era que salían bastantes cromos repetidos. El lunes cuando regresábamos a la escuela estábamos inquietos por estar con los amigos para comenzar el intercambio de cromos, los nuestros repetidos por los que no teníamos si había suerte que el otro no los tuviera.

Los cromos más baratos, y bonitos, eran los que sacábamos de las cajas de cartón de las cerillas.

1. En el frontón de Tenorio, las niñas esperan con sus raquetas. 2. A clase. 3. Días de escuela

El Primi. Juego de frontón que lo jugábamos en este lugar o cualquier pared de una gran casa, iglesia, etc. con suelo decente en la calle que permitiera el bote de la pelota. Comenzábamos todos y cada vez que alguien fallaba se retiraba, al último que quedaba, el ganador, se le concedía un primi, que perdía en el juego siguiente si fallaba pero librándose de ser expulsado. Particularmente en esto era del montón y había compañeros que acumulaban muchos “primis” y siempre jugaban. Normalmente se jugaba a mano. Con el tiempo también a raqueta en el frontón.

‘Mari-quitinas’. Eran recortables que compraban las niñas. En unas hojas de papel venía dibujada una muñeca y muchos vestidos, abrigos y complementos para vestir y desvestir a la misma. Los vestidos llevaban un suplemento de papel que bien recortado y doblado sujetaba el vestido en los hombros de la muñeca.

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Cuantas niñas han pasado horas y horas con sus ‘Mari-quitinas’. Para los niños había recortables de soldados y equipos de guerra.

Arcos y flechas. Si la película que habíamos visto el domingo en el Cinema Diana era de indios, el lunes tocaba el asalto a los mimbrales del río para de sus maderas y rectas varas, preparar arcos y flechas, algo que llegamos a perfeccionar y rozar lo peligroso. Duraba lo de la película, si el siguiente domingo era de luchas entre moros y cristianos, caballeros de capa y espada o heroicos cruzados, guardábamos en el “fondo de armario” arcos y flechas y con recortes de paneles y rectos palos de las fábricas de muebles, algo de purpurina y anilinas que comprábamos a escote en la droguería de Julio Bañares, preparábamos puñales, espadas, lanzas y flamantes escudos decorados con las armas del duque, conde o marqués del castillo de… vamos… del héroe bueno. Pepito Alonso era un artista en este tipo de armamentos. Lo que más me gustaba de la escuela eran las fiestas, para no ir, y ayudar a mi padre en la finca, jugando con mis primas y hermanos, recogiendo la hierba, los productos del huerto, frutas, nueces, avellanas, incluso en las colmenas sacando miel, recoger hierba y jugar al fútbol con los perros, que siempre ganaban y nos pinchaban el balón. Después comíamos o merendábamos todos juntos junto al fuego o las brasas, en las que preparábamos muchas cosas.

1. En Blanco y negro. Isabel, Guillermo, Armando, María y Sergio. Camino de las aldeas, finca junto al Oja. 2. En Sepia. Matadero a la derecha, frente al Ayuntamiento (hoy moderno cuartel de la ‘Guardia Civil’). En primer plano a la izquierda la casa de los Gandasegui, en la actualidad propiedad del Ayuntamiento. En restauración para asociaciones y actividades diversas. Pasado el Ayuntamiento el Cinema Diana, al fondo, pasando el puente sobre el río Oja, la estación de ferrocarril y Allende a la izquierda.

Padres y hermanos de alguno de los alumnos de don Serafín. Sta. Bárbara. 2. Canicas y dulces de Carlina.

De pie, izquierda, madre y padre de Manuel Cereceda (sentado primera fila con Pepe Alonso), a continuación Angel Alonso y Sabina (padres de Pepito), Vitoriana (Carlina), una pareja que no conozco y Ceferino Soto (marido de Carlina) al lado de Longinas, a Jesús Muga se le ve arrodillado sujetando una niña que puede ser Loli y a su lado arrodillada Luz Mari…

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Tebeos. Esto era lo más. De niño y jovencito los leí casi todos y muchas veces los mismos. ‘El Guerrero del Antifaz’ (moros y cristianos), ‘El Capitán Trueno’ (baja Edad Media), ‘El Jabato’, ‘Roberto Alcázar y Pedrín (detectives), ‘El Hombre Enmascarado’, un héroe que vivía en una gruta de la selva en compañía de su fiel lobo, Flash Gordon, Disney, El Coyote, o los de hazañas bélicas, humor, el TBO, PULGARCITO, del oeste, etc. No era quien más tebeos tenía, pero si la suerte de tener amigos, por razones que aún desconozco, que tenían ¡cajones! de tebeos y las colecciones completas de los mencionados. Algunos intercambiábamos como los cromos, pero para leer los encuadernados tenía que ser en sus casas, como la de José Luís (Franco) o Poldín, en las que me pasaba tardes enteras. Ricardo, el hijo del peluquero de la plaza de la ‘Verdura’, Dionisio, tenía cantidad. En el salón de la peluquería, además de la agradable estufa de leña, ponía a nuestra disposición tebeos, por lo que a la chavalería no nos importaba esperar. Para las chicas había tebeos especiales que recordarán.

Ayuntamiento. Blanco y negro. Bajos, Hogar Rural del Frente de Juventudes, 1º piso, chicos, 2º, chicas. Al fondo la fábrica de muebles de madera de Victor Díez de Benito (1). Las escuelas se trasladaron a un moderno centro, Colegio de San Lorenzo, y su lugar es ocupado por el Ayuntamiento, tras su restauración (2 y 3).

Leche en polvo. Comenté que en cada clase había una salvadora estufa de leña. Sobre ellas, en un caldero de metal, calentábamos el agua que traíamos de la fuente de ‘el Matadero’, intentando disolver con un cucharón de palo, misión imposible porque siempre quedaban grumos, la leche en polvo que nos enviaban los norteamericanos. Además de calentarnos con el cacillo de leche, nos daban una ración del queso más rancio que soñar se pueda, de un color amarillo incierto, también regalo de los norteamericanos. Eran los duros tiempos de la posguerra, y aunque estuviesen caducada leche y queso, este almuerzo extra nos sentaba divinamente. Los ratones no comían este queso, ya que poníamos ratoneras con él de cebo y nunca cayó ninguno. Cine, en el Nodo veíamos como en los centros escolares de España llegaba la leche en botellas que niños y niñas la tomaban iluminándose sus caras de felicidad. A los centros escolares de los pueblos estas botellas nunca llegaron. Además les daban de comer, a nosotros nos mandaban a casa...

1. ‘Tres en una’. Primas carnales, Pili Sánchez, Celia Soto y Mariluz Arroyo (Carlinas). 2. Junto a las Escuelas Nacionales, el Hogar Rural del Frente de Juventudes.

Juguetes. Los traían los Reyes Magos en sus camellos la mágica noche del 6 de enero. En aquellas épocas nos conformábamos con poco y manteníamos la ilusión de los reyes, hasta que un lamentable día, en la escuela, los resabiados nos contaban que nada de todo aquello era verdad y que hasta nuestros padres nos habían mentido siempre, personalmente lo último no me gustó mucho dejándome un sabor amargo y muchas dudas sobre otras muchas historias que nos venían contando en la cabeza, pero mientras duró fue bonito.

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Las niñas pedían una muñeca, la de la foto debía ser buena porque la trajeron además una sencilla cocinita, había muchos modelos, con sus cazuelas, etc. Su hermano juega con un carrito con un caballo de cartón y un tambor, supongo terminaría en la ‘Banda Municipal de Música de Ezcaray’ o alguna orquesta. Cuando teníamos algún año más pedíamos una pistola o escopeta, podían ser de corcho, incluso disparar pistones que venían en unas cintas de papel como cabezas de cerillas pegadas. Y sin pedirlo, algún año nos dejaron los ‘Juegos reunidos Jeiper’, o algo así, con parchís, damas, etc.

La soga. Individual o grande, de ramales de caballerías rotos, era uno de los juegos preferidos de las niñas, pero a nosotros

“si nos dejaban”, saltábamos con ellas, aunque éramos algo patosillos. Los años pasan pero siempre llevamos en nosotros el chiquillo que un día fuimos, si la ocasión se presenta el niño aparece y se divierte.

Juegos de tiza. Los llamo así porque se pintaba en el suelo con una tiza unos grandes cuadros numerados, creo que siete, haciendo la figura de una cruz. Se jugaba con una piedra, que a la pata coja había que irla pasando de uno a otro hasta el del fondo. De los desvelos, sacrificios y problemas de nuestros padres ni nos enterábamos de chavales, bastante teníamos con buscarle las vueltas a don José Mari, fácil, don Teodoro, más complicado, y sobre todo a don Serafín, este último en la foto con unos grupos de alumnos.

1. De pié izquierda: José Mari, José Luís ‘Pochila’, Roberto, ‘Roypa’, Chiqui Masip, Manuel Cereceda, Agustín, de los panaderos ‘Rubios’, Abajo, izquierda, José Antonio Riaño, Jesús, hijo de Alejandro –carnicería, Benito González ‘Taxi’, Pepito, almacén de vinos- y el último puede ser Juanma Santamaría. El maestro es Don Serafín. 2. Por seguir una pista, es posible que el 2º de la primera fila, comenzando por la izquierda, con gafas, sea el cartero José Mari Jiménez. Si la tienes en casa dime, ¿Quiénes sois? En la plaza de la ‘Verdura’, frente a la tienda de ‘las Monges’, Domingo Antonio ‘el Chofero’, posiblemente ya taxista, junto a uno de sus coches, que parece el 11 ligero Citroën.

1. Niños, por la izquierda de pie, perdiguero pequeño,’Piriqui’, el de Juana la ‘Mojonera’, José Antonio Riaño, Angel Calvo, el de la manta y Domingo Antonio ‘el Chofero’. Agachados, izquierda, Justito Arriaga, los mellizos de Amable, el hijo de José Arteaga y Tere Calvo… y la niña que puede ser Raquel, la hermana de los mellizos. 2. Con los maestros en la plaza del conde de Torremúzquiz.

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La merienda. Por la tarde salíamos de la escuela sobre las 5 o 5, 30. Derechos a casa a dejar el cabás, con cuatro libros, el catecismo, la goma y el lapicero, a veces el estuchito dejado por los reyes de pinturas ‘Alpino’ y a “merendar”. En mi caso particular, éramos seis hermanos, quizás un día a la semana nos tocaba una onza de chocolate y pan. Otros días pan con un poco de aceite de oliva y sal, pan empapado en vino y azúcar y lo que más me gustaba era el día que tocaba pan empapado en leche con la nata y azúcar encima.

2. Para merendar o comer lo mejor para las niñas es agua, mosto de uvas, blanco o tinto, o leche. Algún día mi madre nos preparaba un bocadillo con finas lonchas de chorizo, terminando alguna siempre en el suelo. La leche la comprábamos en las vaquerías (cuadras) de Masip, Encarna, Mercedes, la de Moral, Gerardo, etc., a mi me encantaba hacer ese recado porque solía tener que esperar un poco a que terminasen de ordeñar las vacas y me quedaba ensimismado viendo como lo hacían. La leche la colaban de pajas y algunas otras cosas que quedaban flotando en los calderos, como moscas, y caliente a casa. Mi madre la hervía y hervía, controlando no se saliese, lo que siempre ocurría a pesar de una tapa especial con agujeros que ponía. Cuando la leche se enfriaba en la “fresquera” quedaba sobre ella una espesa capa de nata que recogía y reservaba en un recipiente para las meriendas y hacer unas deliciosas pastas o galletas de nata en el horno de leña de la cocina económica, si sobraba algo.

El mosto fresquito. En días de fiesta grande, un buen helado de Satorre.

Mis tías tenían un recipiente con una manivela que batía la nata hasta transformarla en mantequilla, pero a mi me gustaba más la que me enviaban a comprar a casa de Jorqui, que tenían una artesanal fábrica de quesos de bola, protegidos por parafina roja, y mantequillas, como mínimo igual que la mejor de Soria. La fruta, en sus épocas, nos encargábamos de cogerla directamente de los árboles de Perona, Masip, el Molinero, la ‘Morales’ y de otros cien huertos y prados. Cerezas, ciruelas, peras y sobre todo manzanas, eran los más inmediatos objetivos de la cuadrilla en verano. Por no presionar demasiado los frutales de Ezcaray, con las bicis nos desplazábamos a los cercanos pueblos de Ojacastro, Zorraquín y Valgañón, todos con prados y abundantes árboles frutales y mucho menos vigilados.

Esperando la merienda. Entre Ezcaray y Valgañón no faltaban frutales. Las tomábamos prestadas “sin exageración para no alertar a sus dueños” y trasladándonos de zona cogíamos otras pocas. Otoño era el momento para recolectar avellanas y nueces.

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La trompa. Este juego, de moda algunos años, consistía en hacer bailar la trompa de madera sobre su clavo de hierro en el suelo con la ayuda de un largo cordón que se enrollaba cuidadosamente y fuerte alrededor de la misma, esto era muy importante, con habilidad y rapidez se lanzaba la trompa con el brazo quedando en los dedos el extremo del cordón, normalmente sujeto con un nudo a una moneda de real (que tenían un agujero en el centro). Si había suerte la trompa quedaba fija en un punto del suelo girando a gran velocidad, se aprovechaba este momento para intentar con la palma de la mano extendida que pasase entre dos dedos a la mano en la que seguía girando, nos acercábamos así a la trompa de un compañero que había quedado tumbada en el suelo e intentábamos soltando la nuestra “a mala leche” para que impactase el clavo sobre la madera de la trompa del contrario. Las que vendían en las tiendas eran, aparte los colores que tenían, más bien malas, como Ezcaray en la época que relato era un pueblo dedicado a la madera y fabricas de muebles, utensilios para madera, etc., había muchos tornos de madera y hábiles torneros. Era tan solo una cuestión de pelotear algo al compañero que sabíamos que su padre, tío o hermano disponía de uno para conseguir de un recorte de madera dura la mejor trompa del mundo.

Los chavales de la foto no saben jugar al burro, o lo hacen fatal (1). Todas estas berzas son para los cerditos. Los gemelos Alberto y Javier (2). Traseras del Cinema Diana y Escuelas Nacionales (3).

El burro. Un chaval se sentaba en uno de los bancos de madera que había en los soportales, doblado y con la cabeza entre las piernas del chico sentado y las manos sujetándose en el banco se colocaba el primer “burro”, el segundo en parecida postura metía la cabeza entre las piernas del primero y con las manos se agarraba a sus piernas, y así hasta tres o cuatro burros. Los demás saltaban sobre ellos intentando quedar sentados sin tocar el suelo, de hacerlo el viaje siguiente te tocaría de burro. Si el primero o segundo no saltaba bien dejaba poco espacio para los siguientes que terminarían en el suelo, siguientes burros. Si caían tomando fuerte impulso sobre el primer burro, entraban tantos chavales que pronto por el peso los burros se derrumbaban. Lamentablemente las chicas no querían jugar al “burro”.

Normalmente solíamos reunirnos para jugar los niños y niñas en las plazas y calles de cada barrio.

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Policías y ladrones. Juego compartido. Entre dos luces, cuando las cuatro bombillas de mínima potencia que “desiluminaban” las calles de Ezcaray se encendían, nos juntábamos todos los chicos y chicas del barrio dividiéndonos en dos grupos. Echado a suerte, uno partía por las calles para esconderse, normalmente en portales con escaleras sin luz. El segundo grupo tenía que salir a buscarles y mirar portal por portal entrando en silencio para escuchar el mínimo ruido proveniente de las escaleras, incluso la respiración.

Moderno alumbrado de la villa de Ezcaray y Allende. En tiempos, unas docenas de bombillas.

A todos nos interesaba encontrarles para escondernos, sentados y acurrucados con las chicas en la oscuridad. Éramos tan inocentes que algunos salvo sentarse rápidos y dejar al azar una mano en la escalera algo separada de su cuerpo antes que la chica se sentase, naturalmente y sin querer sobre ella, siempre con impredecibles consecuencias. Algunas no volvían a arrimarse y contrariamente otras no se despegaban, pero no siempre las chicas se comportaban igual, tenían sus “días”.

1. A las ardillas no había manera de acertarlas. 2. Al anochecer había que localizar donde se había posado, a pasar la noche, la “vencejada”.

El pañuelo. Tenía su miga. Dos bandos se colocaban paralelos marcando sendas rayas en el suelo, en el centro otro sujetaba en la mano con el brazo extendido un pañuelo. A una señal de cada bando salían corriendo hacia el pañuelo dos jugadores. Intentarían, cogiendo el pañuelo, regresar a su lugar sin que el otro alcanzándole le golpease, en este caso perdía. Con este juego hacíamos ejercicio entrando en calor.

Tirachinas. O tiragomas. Una sencilla arma, barata y de fácil mantenimiento. Lo primero era conseguir una rama de mimbre u otro arbusto que bifurca. Convenientemente cortada queda un mango que sujeta firmemente la mano y del que salen dos prolongaciones en uve (V). En el extremo de cada una de ellas se ata una goma (de cámaras de automóvil o botas de goma), los extremos terminan atados a una badana de cuero de forma esférica, en la que se ponen y sujetan las piedras, bien elegidas entre los cantos rodados del río. Otros tirachinas, los menos, los hacían de varilla de metal. A la escuela no se podían llevar, al menos a la vista, y todos los ocultábamos en el cabás. Con ellos intentábamos matar pajarillos entre las matas o ramas de los árboles, yo en mi vida acerté a uno pero un amigo de mi hermano mayor, tenía una fuerza y puntería endiablada y le vi matar y desplumar varios pájaros de las pedradas que soltaba. En las guerras entre grupos rivales de barrios distintos, además de tirar piedras a mano usábamos los tirachinas.

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Hay cosas que no se olvidan. En el valiente asalto a la caseta de piedra que los del barrio de San Lázaro y Soleta tenían en la ladera de Santa Bárbara, cerca del depósito de agua, a Paco Valgañón, que atacaba a mi lado, con los de las plazas, entre los primeros pero sin escudo de madera, le dieron una pedrada en la cabeza, cerca del ojo derecho, que le hizo una brecha por la que sangraba como un chivo, cayendo conmocionado al suelo. El ataque concluyó y tocando retirada, entre todos llevamos a Paco al café Moderno, en el que vivía sus tíos Espe y Carlos Cuezva, lavada la sangre de la aparatosa herida, al médico Don Eliseo que le dio varios puntos, tantos como explicaciones pidió Cecilio, su padre. Nunca supimos quien del bando contrario tenía tan buena puntería, aunque dijeron que Maximín, pero nuestros padres, alertados por Don Eliseo, nos obligaron a firmar la paz y ya las guerras tan solo las hacíamos a manzanazos de las que se podrían en los altos y había que retirar o quedaban en el suelo de los prados sin recoger. Me han dicho que Maximín se fue a Australia a trabajar y en un puerto murió atropellado por un camión.

1. Soportales de la plaza de la ‘Verdura’. 2. Al fondo bajo las nubes, pasando Santo Domingo, Ezcaray.

“La vencejada” Al llegar el otoño, en días muy fríos y con niebla, los vencejos, muy parecidos a las golondrinas, al no poder volar

se posaban a cientos, uno junto al otro, en cables de luz. Cuando un chico descubría donde se había posado ese día “la vencejada”, avisaba a los demás y armados de tirachinas y las mejores piedras acudíamos al lugar. Poniéndonos debajo de los pájaros probábamos suerte. Ateridos por el frío u otras circunstancias que desconozco, si la piedra pegaba a uno y caía atontado al suelo en el que rápidamente lo cogíamos, los demás no se movían, bueno no se movían hasta que una piedra pegaba al cable en el que se apoyaban y en un segundo volaban todos. Si era al amanecer ya no teníamos tiempo de saber donde se habían posado de nuevo porque había que entrar a la escuela, si era al atardecer la noche impedía localizarles, así que con un par de vencejos o tres nos conformábamos. Al haber acumulado reservas y grasas para emprender el largo vuelo en su regreso a Marruecos, bien fritos estaban riquísimos. Nunca faltaba una madre, o abuela, generosa que nos los ponían con una fritada (cebolla, tomate, pimiento, ajos, pimentón, etc.), para merendar.

Inviernos en Ezcaray (1 y 2).

Estelita y el escondite. Después de salir de la escuela, una amiga trajo de casa la llave de un inmenso caserón que se alquilaba en verano y en el jugábamos al escondite. A Rosa la tocó encontrarnos y poco a poco lo consiguió, pero reunidas para volver a escondernos nos dimos cuenta que faltaba Estelita. En principio, la buscó solo Rosa, pero ya nerviosas pronto lo hicimos todas y no conseguimos encontrarla, comenzaba a anochecer y asustadas fuimos a mi caso y se lo cantamos a mi madre, muy pronto un tropel de familiares buscaban por todos los pisos y rincones del caserón, apunto de llamar a la ‘Guardia Civil’, el padre de Marisol abrió un armario y entre las mantas con olor a alcanfor, encontró a Estelita dormida como un tronco.

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Cepos para gorriones. Otra diversión cuando en invierno el pueblo se cubría por un manto de nieve. Ahorrando algo de la escuálida paga del domingo, entre unos pocos juntábamos el dinero suficiente para comprar unos brillantes cepos para pájaros. Eran de alambre en forma de esfera que giraba en el centro, en el que se encontraba el muelle que lo hacía cerrar con rapidez. Para montar el cepo se abrían las dos medias lunas de acero tensando el muelle, en un lado colgaba una alambre recta que llegaba justo al centro. En este lugar había un pequeño ingenio en el que se colocaba un trocito de pan, hecho esto, con sumo cuidado y algo de paciencia se sujetaba bajo el minúsculo lazo de alambre que sujetaba el pan la alambre recta que impedía que el cepo se cerrara. Al menor movimiento en falso en esta operación el cepo saltaba y nos dejaba los dedos calientes.

Ezcaray, invierno (1 y 2).

Montado el cepo se colocaba estratégicamente en la calle o plaza donde habíamos visto gorriones. Con nieve cubríamos totalmente el cepo, dejando tan solo sobre ella a la vista el trocito de pan, poníamos alrededor otros panes más pequeños sobre la nieve para cebar a los gorriones, que siempre ambiciosos y glotones intentan comer más rápido que sus compañeros, de este modo pronto uno al querer coger con su pico el pan del cepo lo hacia saltar cogiendo justo al gorrión del cuello. Desde los soportales o el portal más cercano de una casa seguíamos con emoción la escena. Tan pronto el gorrión revoloteaba intentando aterrorizado liberarse del cepo salíamos a recogerlo y cargarlo de nuevo. Los primeros días durante las grandes nevadas cogíamos bastantes gorriones. Después, o quedaban menos o habían aprendido a no caer en estas trampas y las capturas eran mínimas.

Gorriones de palomar. Cuando el campo quedaba cubierto totalmente por la nieve, los gorriones habían aprendido a entrar en los palomares por cientos dando buena cuenta del trigo que se ponía para las palomas. Esto suponía gastar en más trigo un dinero que no había. Una vez cebados, cuando anochecía y los gorriones se habían quedado a dormir al calor y en el refugio del palomar, mi padre cerraba la trampilla de entrada al mismo y en el alto quedaban atrapados todos los gorriones. Tenía una escopetilla de aire comprimido y a Fernando, mi hermano mayor, le encargaba la misión de que con toda la tranquilidad del mundo fuese cazando uno a uno los gorriones que inútilmente se refugiaban en las vigas del alto. Yo me limitaba a cogerlos cuando caían y meterlos en un saco, de vez en cuando me dejaba tirar algún perdigón pero nunca daba a ninguno.

Ya en casa, ayudábamos a mi madre a pelarlos y limpiarlos, sacarles las tripas, luego, retirando las arandelas de la cocina de leña, los chamuscábamos en el fuego. A veces los ponía fritos, pero cuando había muchos preparaba en una gran cazuela cebolla, ajos, mucho tomate, pimiento, un poco de chorizo y panceta, una hojita de laurel y alguna cosa más que no recuerdo y aquellos pájaros que se comían el trigo de mis palomas sabían a gloria.

Ezcaray. Días de pesca (1 y 2).

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Días de pesca. Hoy es muy difícil imaginar los peces y truchas que en mis tiempos de escuela había en el río Oja. Para defender los prados de las grandes riadas, capaces de hacerlos desaparecer, sus propietarios hacían “muros”. Una construcción rectangular de piedra y mallas de alambre, incluso de hormigón, que del prado se metía en el río frenando sus aguas. Estas, por un fenómeno físico se llevaban la tierra y gravilla alrededor del muro haciendo junto a ellos un pozo más o menos grande. Descarnado el muro por las aguas y apoyado en grandes rocas, bajo el mismo, decenas de truchas de todos los tamaños encontraban refugio. Las grandes salían de noche comiendo cuantos peces y otras truchas más pequeñas encontraban a su paso. Los peces se contaban por miles, y quizás por ello había tantas truchas, los machos tenían sobre sus cabezas una serie de bultitos como una coraza protectora. Cuando en verano el nivel de las aguas bajaba tanto que quedaban unos centímetros, a estos peces les gustaba ponerse por miles en la corriente que llegaba al pozo quedando el agua negra por los lomos que asomaban, no se porque a esto le llamábamos “fogas”.

Río Oja a su paso por Ezcaray, cascada del puente roto y nuevos paseos a la orilla del río.

Lo normal para pescarlos era paciencia. Llegábamos al pozo armados de un palo de avellano al que atábamos un fino hilo de pescar y en su extremo un minúsculo anzuelo precedido de un plomito. En casa guardábamos miga de pan que amasábamos con un poco de agua haciendo una bola. Sentados sobre el muro, de la bola cogíamos lo suficiente para tapar el pequeño anzuelo, a veces incluso tan solo con una minúscula bolita tapando la parte que se clavan. Con suavidad lo poníamos en el agua dejando que el plomo lo llevase a la profundidad que nos parecía mejor. Eran décimas de segundo lo que aquellos peces tardaban en abalanzarse sobre la miga de pan, muchas veces tirábamos pero tan solo salía el anzuelo limpio. Cuantos más peces peor, cuando no había tantos veíamos perfectamente en las cristalinas aguas cuando uno abría la boca para comer la miga, tirando sin pérdida de tiempo pronto lo teníamos entre las manos.

Muro en el Oja. Temen nos habíamos podido ahogar. Había muros que estaban llenos de peces. Un día con mi hermano mayor,

sería festivo, fuimos por la mañana y llegamos a un conocido pozo y aquello parecía un sueño, cuando ocurren estas cosas en el río las horas no se notan que pasan y perdimos la noción del tiempo, tampoco teníamos ni hambre ni reloj. Nosotros seguíamos ciegos pescando, eran las seis de la tarde y no habíamos regresado a casa a comer, mis padres sospechando lo peor habían movilizado al pueblo para buscarnos. Uno de los grupos nos encontró tan felices en el muro de “Ronches” cercano al término municipal de Ojacastro.

Aliviados y al ver que estábamos perfectamente nos dijeron que nuestros padres estaban muy preocupados porque eran más de las seis. Cuando supe lo de la hora el que comenzó a preocuparse fui yo. Cuando subíamos las escaleras de casa un extraño silencio me hizo pensar lo peor, así que me agache en la escalera como para ponerme bien la zapatilla y cuando mi hermano entro un chaparrón de bofetadas cayo sobre su cara, yo salí corriendo buscando refugio en la tienda de mi tía Polonia, la que me abrazó llorando y me dio de comer divinamente. Creo que al día siguiente a mi hermano le cortaron el pelo casi al cero.

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Pesca a mano y a “garrio”. De chiquillo siempre acompañaba a mi hermano, algunos años mayor, y sus amigos. Mi hermano y un amigo eran

expertos pescadores de truchas a mano. Siguiendo la corriente del río cuando en verano el nivel de las aguas descendía mucho, las cogían bajo las piedras o escondidas en las berrañas (hierbas de río en las que se refugian las truchas). En principio mi cometido era seguirles por la orilla y recoger las truchas que me echaban, con piel tan resbaladiza que entre las piedras secas de las orillas del agua aún me costaba cogerlas y más de una que quedaba cerca de la orilla, de cuatro saltos que daban retorciéndose como contorsionistas se ponía de nuevo a salvo en la corriente, con la consiguiente bronca de mi hermano.

Cuando comenzaron a entrenarme en un par de ocasiones cuando metía las manos con sumo cuidado bajo las piedras saque enroscadas a las mismas culebras en lugar de truchas, volví a mi orilla a recoger las truchas y de paso vigilar por si por algún lado se acercaba el guarda, Florencio en la zona de Ezcaray o Puras en los tramos de Ojacastro. Nunca nos cogieron.

El Garrio. En el alto de mis abuelos cogíamos viejos tenedores de oxidadas cuberterías. Con ayuda de un

martillo los aplastábamos dejándolos lisos, abriendo al mismo tiempo sus púas. Sobre un hierro machacábamos literalmente las puntas de la púas hasta dejarlas planas. Solo quedaba con ayuda de una lima hacer en las puntas unas muescas laterales quedando a modo de arpones, esto impedía que una vez alcanzada, o clavada una trucha, al intentar sacarla del agua se escapase del tenedor.

Llegados al pozo del muro elegido, con alambre fijábamos solidamente el tenedor a un extremo del palo, más o menos largo según la profundidad del pozo. Sentados en la orilla del muro bajábamos el palo pegado a su pared hasta el hueco por el que de vez en cuando asomaba la cabeza y parte del cuerpo una trucha. Tan solo quedaba acercar por la espalda de la misma con lentísimo movimiento el garrio, fijado el objetivo, con un rápido movimiento la trucha quedaba ensartada, no siempre.

El trasmallo. En una ocasión, enredando en el alto de un amigo, a mi particularmente me encantaba ver las cosas

que se guardaban en los altos o desvanes de las casas para siempre jamás, encontramos una fina red de poca altura que tenía a lo largo de uno de sus lados decenas de plomos de considerable peso, en el lado opuesto tantos corchos como plomos. Preguntando a unos y otros un señor de edad nos contó que lo que describíamos era un “trasmallo”, un arte de pesca usado en ríos como el Oja para, dejándolo echado toda la noche a lo largo del pozo de un muro sujetos ambos extremos a las orillas, coger cuantas truchas grandes se moviesen de noche, dejando que peces y truchas de menos tamaño pasen entre sus mallas.

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Esperamos varios meses hasta que llegado el verano el caudal de las aguas comenzaron a bajar y la pesca buscó refugio en los pozos, sobre todo en unos donde por nacer un manantial jamás faltaba el agua ni abundantes peces.

Nerviosos ante lo desconocido, al anochecer del día elegido nos acercamos a un pozo en el que siempre veíamos truchas y miles de peces. En la corriente que entraba al pozo tendimos el trasmallo atando un extremo a un arbolillo y el otro a una fuerte estaca que días antes ya habíamos clavado con ayuda de una maza que cogimos en la cantera de mi padre. Vimos como, a pesar de los corchos, donde más agua había los plomos llevaban la red hasta el fondo quedando los corchos sumergidos, en las orillas los corchos rozaban la superficie.

Esa noche ninguno dormimos, nos levantamos en sigilo y desde el pórtico de la iglesia, lugar en el que habíamos quedado el pequeño grupo de pescadores, nos pusimos en camino al pozo del río sin encender ningún candil o linterna para no alertar al sereno que cuidaba de nuestros sueños, pero que sabíamos dormía a pierna suelta en su “cuarto de serenos” que tenían junto al almacén de vinos de Ángel Alonso, en la plaza de la ‘Verdura’.

Cuando llegamos, ya la tenue luz del amanecer nos permitía ver algo, el espectáculo era increíble, un sin fin de grandes truchas o habían muerto o aún se debatían enganchadas por sus agallas a las finas cuerdas del trasmallo, cuando lo sacamos seguíamos incrédulos por lo ocurrido. Unos boquetes revelaron que alguna trucha gigante rompiendo las cuerdas se había salvado.

Casi asustados decidimos repartir el botín y a casa llevamos un caldero. Como no lo podíamos ocultar, había que comerlas, mi padre nos interrogó sobre como habíamos conseguido pescar esas truchas, pensando que quizás habíamos envenenado un pozo, con cal viva, carburo o lejía. Cuando le explicamos como lo conseguimos se tranquilizó un poco, los otros métodos usados por personas con nula visión de futuro mata la vida de cuantos peces y truchas, alevines o grandes, viven en las aguas de la poza del muro y sus alrededores, al fin de cuentas el trasmallo selecciona y no contamina el agua. En cualquier caso la bronca fue de órdago. Nos obligo a traerle el trasmallo, que rompió en trozos con unas tijeras, y al menos nos permitió recoger los plomos que vendimos a un señor que venía a Ezcaray a la plaza y a cambio de chatarra, como es el caso, nos daba tebeos. Nos dio unos cuantos que repartimos y leímos varias veces. Con esto doy por terminadas mis aventuras de pesca a las orillas del Oja, donde tanto disfruté.

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Estelita en la aldea. (Lo cuenta una chica). Teníamos una amiga, nacida en una aldea, que con su familia vino a vivir a Ezcaray. Sus tíos seguían viviendo en ella cuidando el ganado, sobre todos vacas de monte, y ovejas. En las amplias cuadras, junto y bajo sus casas, tenían gallinas y conejos, de vez en cuando pequeños corderitos que esperaban en la cuadra el regreso de sus madres y un simpático burrito. Había dos preciosos cerdos y una gran cerda que todos los años tenía numerosa familia. En fiestas, nos juntamos las chicas de la cuadrilla en la aldea, invitadas a comer por la familia de nuestra amiga. Después de comer decidimos jugar al escondite por las cuadras, aprovechando estaban casi vacías porque las vacas y ovejas estaban lejos pastando por los montes. Todo iba bien, pero una vez más Estelita no aparecía. Escarmentadas, todas a mirar cuadra por cuadra, hasta el último rincón. En una de las más grandes, para las vacas, al entrar tampoco la vimos, pero oímos una tos fuerte como de una persona que se está ahogando, por más que miramos no veíamos nada, pero de nuevo la tos nos alertó y llevó a un rincón. Detrás de unos cestos y algunos aperos de labranza, bajo una montaña de paja (de la que usan para poner limpia como cama extendida por la cuadra a los animales que regresan en invierno, o van a parir), se había escondido Estelita, estaba medio ahogada moqueando, con la boca y nariz llenas de pajas. Que buena persona ha sido siempre, pero que gafe... (De una de sus amigas a Estelita con cariño).

Pescador de caña. Como pescador de caña, a pesar de tener un buen maestro como mi padre, era un desastre, un auténtico desastre. Tan solo en una ocasión acompañando a mi padre y Nazario (del bar de las patatas) por la zona de Casalarreina, me dejaron en un pozo con un bote de lombrices que habíamos cogido el día anterior en los prados de Ezcaray y ellos subieron pescando unos tramos del río.

Con la familia Laffort, una tarde de pesca (1). Rió Oja y pequeño afluente que baja desde San Lorenzo (2).

Aquello era echar la lombriz al pozo como desaparecer de la superficie el corcho. Cuando llegaron al anochecer tenía docenas de truchas todas igualitas. En el bar del pueblo donde merendamos algo, nos enteramos que accidentalmente de la piscifactoría que estaba a cien metros del lugar donde me quedé pescando se habían escapado esa tarde miles de truchas. Al día siguiente regresamos los tres, pero los guardas y personal de la piscifactoría con unos sistemas eléctricos estaban cogiendo las truchas y naturalmente no se podía pescar.

1. Río Tirón. Con mi padre, mi hermano arrodillado, Fernando, y Paco (hoy mi cuñado), de cangrejos. 2. Hasta los cangrejos se escapan. Gemelos Alberto y Javier Méndez Soto.

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Cangrejos. Eso si que me gustaba y digamos era buen pescador, no tanto como Pedro Masip o el mencionado Nazario, que ¡cuantos kilos habrá llevado y puesto en el bar de las patatas!, que lo llevaba con Josefa, su mujer, y la ayuda de María. Yo pescaba en el Tirón, a su paso por Herramelluri, Leiva, Tormantos y Cerezo de Río Tirón. Aquello era un paraíso para los cangrejos. Pasaron los años y una terrible enfermedad afectó a todos los árboles que vivían a las orillas de estos ríos y entre sus pobladas raíces los cangrejos hacían sus cuevas. Por esto, u otras causas, quizás los lavaderos de unas minas, los cangrejos comenzaron a desaparecer poco a poco hasta extinguirse. La administración probó a repoblar los ríos con cangrejos americanos y esto fue el fin de la especie española. Nunca se recuperaron.

En el río Oja son muchas las personas de Ezcaray que han pasado, y aún pasan, horas felices pescando. Las causas por las que los peces de “foga” y truchas casi desaparecen coinciden con la modernidad de la vida en las aldeas, es decir a partir de poner agua corriente y alcantarillado, pero no fosas sépticas capaces de retener las aguas fecales y productos químicos empleados en la limpieza del hogar, lavadoras, etc., ni depuradora alguna para las mismas.

Son muchos los productos químicos que a diario usamos en el hogar para su limpieza, en lavadoras, lavavajillas, fregar los suelos, desinfectar, etc., que al ir a parar directamente a las aguas hacen muy difícil la vida de los peces en las mismas, quizás a los cangrejos les pasó lo mismo. El cloro o filtros de arena, pueden acabar con microorganismos del agua, pero no destruyen los productos químicos. Estas, si no en una generación o la siguiente termina por dejarlos estériles.

Pescando cangrejos en el río Tirón. Tiempos que no volverán. Ignoro porque hay quien aún cree que los hombres somos seres inteligentes.

Tres contra tres. Jugando al fútbol. Siempre ganaba el equipo de los perros, una vez cogían el balón ya no lo soltaban.

Clase de canto acompañada por guitarra. A mi padre le enseñó a tocar Arturo, a quien no conocimos y él nos enseñaba a nosotros (1). ’A vista de pájaro’, Carlos Ramos de los Mozos hace preciosas fotografías, lo que mucho agradecemos (2).

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El barco se hundió. Mi hermano mayor y sus amigos, en pleno invierno y no teniendo mucho más que hacer, prepararon un barco a partir de una “gamella” (pesada artesa de madera hecha a mano de una pieza, a partir de un gran tronco de haya o roble, usada en el valle para preparar la matanza). Por haberse roto la madera de uno de sus extremos, la tenían guardada en el alto las tías de Ernesto (primo de los Perdigueros). Para sustituir la madera que faltaba, pusieron clavadas unas tapas de hojalata, de “panderetas” de conserva, y con jabón lagarto “mpermializaron” las uniones. Una tabla en el centro permitía sujetar un recto palo de avellano con su pequeña vela, de sábana rota. Con dos remitos y un pequeño timón el barco quedó terminado. En verano se inauguró la gran piscina del río, un gran muro de hormigón adosado al puente caído, embalsaba el agua con una profundidad junto al muro de unos dos metros, este fue el lugar elegido para botar el barco.

Fernando Satorre, el protagonista con su abuelo (1). A la derecha, en el bar Satorre, su abuela y tía (2). Piscina en el río Oja, lugar de la historieta (3).

Toda la escuela estaba pendiente de la obra, así que la tarde elegida, terminada la clase, en el muro de hormigón y orillas se congregó parte de la chiquillería. Se necesitaban un voluntario decidido y valiente, pequeño y no de excesivo peso, como capitán y timonel. El capitán, no lo olvido, fue Fernando (nieto de Satorre). Ayudado a tomar su puesto, se desplegó la pequeña vela y el viento pronto separó el barquito de la presa. Aquello era un espectáculo y todos quedamos admirados, pero... pronto el agua reblandeció el jabón que sellaba las tapas de hojalata y un pequeño hilo de agua helada comenzó a entrar directamente al culo de Fernando, ajeno a lo que ocurría a sus espaldas. Cuando sintió empaparse y helarse el culo, por instinto intentó levantarse, la gamella comenzó a balancearse entrando agua por los laterales, desequilibrando totalmente la insegura embarcación que al momento se hundía como una piedra con su tripulante agarrado al palo de la vela. El agua estaba helada y la tarde parecida. A mi hermano Fernando, Ernesto, y algún otro amigo no les quedo más remedio que tirarse vestidos para evitar que aquella aventura terminara en tragedia. Todos a salvo, había que quitarle la ropa y secarle rápidamente. Recuerdo que el pequeño Fernando, posiblemente para que no se enfriara, llevaba una faja enrollada al estómago y cintura, que vuelta y vuelta, soltando agua, no parecía tener fin. Supongo, ya no recuerdo, que todos fueron a la casa, fonda- pensión de las tías de Ernesto, para secar, sobre todo al chiquillo y sus ropas en un intento de que en su casa no supieran lo ocurrido, porque la abuela de Fernando, casada con Satorre el del bar, si se entera los mata.

Lugar en el que ocurren los hechos relatados, con caudal de agua parecido, o menor, a la segunda fotografía.

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Hogar del Frente de Juventudes y campamentos Desde que tenemos uso de razón, los nacidos después de terminar la “Guerra Civil”, conocimos como

normal y natural el Hogar del Frente de Juventudes (Falange), en los bajos del portal de las Escuelas Nacionales, hoy Ayuntamiento. Con el tiempo, “Frente de Juventudes, Hogar Rural.”

1-2. Playa de Laga. Campamento del Frente de Juventudes. 2. Frente de Juventudes HOGAR RURAL en Ezcaray.

El Hogar tenía estufas de leña, libros y toda clase de juegos de entretenimiento. Entre otras

actividades, organizaban los campamentos de verano, como el de la cercana playa de Laga, o el más lejano de Arenys de Mar, lo que brindaba a los jóvenes la oportunidad de ver el mar y pasar unos días en la playa. Tuve suerte y pude ir a ambos lugares de ‘veraneo’. En Laga (País Vasco) nos enseñaban a cantar desde ‘Yo Tenía un Camarada” al “Cara al Sol”. Cuando salíamos de marcha desplegando banderas al viento, debidamente uniformados y formados con las inmaculadas camisas azules, en las que destacaban el yugo y las flechas, y la boina roja, y atravesábamos las calles de los pequeños pueblos cercanos al campamento, nos hacían cantar “y fuerte” las canciones citadas. A mi me extrañaba que con lo bien que lo hacíamos la gente desapareciera de las calles y no recibiésemos aplauso alguno… que infelices éramos y que poco, por no decir nada, sabíamos de la reciente guerra civil, y que cabrones eran los que nos mandaban.

1. Calle de las escuelas, el matadero (derecha), Cinema Diana junto a los árboles izquierda y farmacia de Don Emilio Rivera a la derecha frente al cine. 2. Uno de los laureados grupos de lo que se venía a llamar ‘Coros y Danzas’ de la ‘Sección Femenina’, si nos dejamos de eufemismos, Falange, acompañados por la ‘Banda de Música Municipal de Ezcaray’ y autoridades. No me había dado cuenta pero en la foto, detrás de Eduardito con su inseparable tamboril, que ahora dicen “caja”, y Pochila asoma Pedro García, familia del Molinero, vivía en Logroño pero los veranos los pasaban en Ezcaray y era de mi cuadrilla.

Jóvenes de Falange, correctamente uniformadas, en Ejercicios Espirituales (3). En el “Hogar Rural” de Ezcaray nos enseñaban a jugar al ajedrez y lo fomentaban con campeonatos.

En uno gané un chiflo con figura de máquina de tren que me pareció el mejor de los trofeos (posiblemente costaba una perra gorda, y eso que no había “chinos”), en dura competencia con José Antonio Riaño y Carlos Sanmartín, los dos jugaban muy bien. A bailar nos enseñaba Ramón (‘el Caballo’), en un intento de integrarnos en el grupo de danzas mixto, creo que nunca lo conseguimos. Paralelamente, la “Sección Femenina” preparaba a las chicas y mujeres haciendo lo que llamaban Servicio Social y tenían otro grupo de danzas, mucho mejor que el nuestro, consiguiendo algunos premios y muchos aplausos.