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¡Esos fariseos! por Arnoldo Canclini Manifestaciones contemporáneas de aquellos "viejos odres" que congelaban la vida espiritual. "¡Ay de los fariseos!" Nadie disfrutaría hoy el que le endilgaran el calificativo de "fariseo". Un diccionario a mano trae como primera acepción la descripción de "secta judía", pero agrega como segunda, la de hipócrita, santurrón. Del mismo modo, fariseísmo (o farisaísmo) es sinónimo de hipocresía. Es en ese sentido como el término suele aparecer, generalmente, en la literatura común. Aunque los fariseos y el fariseísmo fueron un fenómeno histórico del judaísmo del primer siglo, son también una característica que se presenta, cíclicamente, en todas las religiones. Ocurre lo mismo con sus adversarios: los saduceos, quienes se iban al polo opuesto, negando todo lo que fuera espiritual (ni resurrección, ni ángeles, etc. Hch. 23.8). Si bien estos últimos también se opusieron al Maestro logrando su enérgica refutación (Mr; 12.18), es absolutamente evidente que el Señor se preocupó con mucho más seriedad de los fariseos y del peligro que, según El, representaban para una fe auténtica, que lo que lo hizo con los saduceos. Ahora bien, más útil que el estudio historiográfico de los orígenes, evolución y doctrinas de estas sectas, nos será el preguntamos si esas enseñanzas y actitudes de Cristo, como todo lo suyo, tienen una aplicación para nosotros, hoy. Sin duda, de un siglo a esta parte, han proliferado nuevas versiones de "saduceos", que niegan también la resurrección o la revelación de la Escritura, en todo o en partes; son los que tratan de minimizar o descartar los elementos supranaturales de la fe. La teología que solemos denominar liberal puede ser encasillada allí. La actitud asumida por Jesús hacia los Saduceos puede hacemos preguntar si no hemos gastado demasiada metralla espiritual contra perturbadores de la fe que, según muestra la historia, se consumen en sus propias llamas (o se congelan en su hielo). Y aquí viene el punto delicado: ¿Quiénes son entonces los primeros, los "fariseos"? Pensamos que también con ellos se puede encontrar cierto paralelismo histórico. Hace cerca de un siglo nació un término que ha tomado nuevas fuerzas últimamente: el de "fundamentalismo" (y "fundamentalistas"). Es suficientemente amplio como para tomar difícil el definirlo. Como se sabe, su punto de partida fue el de buscar un fundamento sólido, lo cual sólo puede serlo la Palabra de Dios. Pero enseguida nos entra una duda (que la historia

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¡Esos fariseos!

por Arnoldo Canclini Manifestaciones contemporáneas de aquellos "viejos odres" que congelaban la vida espiritual.

"¡Ay de los fariseos!" Nadie disfrutaría hoy el que le endilgaran el calificativo de "fariseo". Un diccionario a mano trae como primera acepción la descripción de "secta judía", pero agrega como segunda, la de hipócrita, santurrón. Del mismo modo, fariseísmo (o farisaísmo) es sinónimo de hipocresía. Es en ese sentido como el término suele aparecer, generalmente, en la literatura común.Aunque los fariseos y el fariseísmo fueron un fenómeno histórico del judaísmo del primer siglo, son también una característica que se presenta, cíclicamente, en todas las religiones. Ocurre lo mismo con sus adversarios: los saduceos, quienes se iban al polo opuesto, negando todo lo que fuera espiritual (ni resurrección, ni ángeles, etc. Hch. 23.8).Si bien estos últimos también se opusieron al Maestro logrando su enérgica refutación (Mr; 12.18), es absolutamente evidente que el Señor se preocupó con mucho más seriedad de los fariseos y del peligro que, según El, representaban para una fe auténtica, que lo que lo hizo con los saduceos.Ahora bien, más útil que el estudio historiográfico de los orígenes, evolución y doctrinas de estas sectas, nos será el preguntamos si esas enseñanzas y actitudes de Cristo, como todo lo suyo, tienen una aplicación para nosotros, hoy. Sin duda, de un siglo a esta parte, han proliferado nuevas versiones de "saduceos", que niegan también la resurrección o la revelación de la Escritura, en todo o en partes; son los que tratan de minimizar o descartar los elementos supranaturales de la fe. La teología que solemos denominar liberal puede ser encasillada allí. La actitud asumida por Jesús hacia los Saduceos puede hacemos preguntar si no hemos gastado demasiada metralla espiritual contra perturbadores de la fe que, según muestra la historia, se consumen en sus propias llamas (o se congelan en su hielo).Y aquí viene el punto delicado: ¿Quiénes son entonces los primeros, los "fariseos"? Pensamos que también con ellos se puede encontrar cierto paralelismo histórico.Hace cerca de un siglo nació un término que ha tomado nuevas fuerzas últimamente: el de "fundamentalismo" (y "fundamentalistas"). Es suficientemente amplio como para tomar difícil el definirlo. Como se sabe, su punto de partida fue el de buscar un fundamento sólido, lo cual sólo puede serlo la Palabra de Dios. Pero enseguida nos entra una duda (que la historia nos ratifica), cual es si la motivación no tuvo algo de negativo: combatir contra otras posiciones (que por cierto eran erradas). Esa actitud beligerante le quitó algunos de sus valores, siempre a nuestro juicio, y la palabra perdió jerarquía.Hay que reconocer que ha vuelto a tomar auge, pero persiste la pregunta de sí se trata de algo "a favor de" o "en contra de". De todos modos, como en cualquier campo, también aquí hay lugar para los excesos y extremos. Lo mismo ocurría entre los fariseos y es precisamente contra ellos que se dirigió Jesucristo. No se trata pues, de renegar de los fundamentos, sino de cuidar de no caer en celos excesivos que merezcan ser condenados.Sin duda, los fariseos ocuparon un lugar de importancia en el tiempo del Nuevo Testamento. Los Evangelios los hacen aparecer en una veintena de episodios, más de la mitad de los cuales están en Mateo, lo que ratificaría que escribió para los judíos. Marcos repite algunos, haciendo lo mismo Lucas (agregando cuatro nuevos), mientras que otros cinco aparecen en Juan. Otras tantas veces se los encuentra en los Hechos y Filipenses. Todo ello nos permite un panorama espiritual de sus méritos y deméritos, que nos interesa, no para juzgar a gente de la antigüedad sino para medirnos a nosotros mismos.RESPETO Y PRESTIGIONo hay duda de que los fariseos gozaron de respeto y prestigio públicos. Su espiritualidad declarada era "vista de los hombres", que no aparecen nunca criticándolos por eso. Tenemos sólo tres nombres de fariseos que son realmente meritorios: Nicodemo (Jn. 3.1), Gamaliel, "venerado de todo el pueblo", (Hch. 5.34) y el mismo Pablo, que reiteradamente se declara fariseo (Hch. 23.6; 20.5; Flp. 3.5). Sin duda, el apóstol consideraba que al decirlo demostraba cosas positivas sobre sí mismo.Esto nos muestra que lograr prestigio y respeto no garantiza que no seamos fariseos. Aun los incrédulos respetan a

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quienes tienen una piedad visible, sobre todo porque no entienden que ésta es una virtud íntima y no sólo una forma de conducta. Resulta serio pensar que pueda haber líderes religiosos a quienes Jesús condenaría por su fariseísmo.IMBUIDOS DE SU IMPORTANCIAPero entonces las cosas comienzan a deslizarse. Es lógico que quienes gozan del respeto público se sientan autoridad sobre los demás y comiencen a pontificar, aun sobre lo que no saben. De hecho, los fariseos se había convertido en un factor de poder, aunque en el tiempo de Jesús eran minoría en el Sanedrín, dominado por los saduceos. Posiblemente, una elección democrática les habría devuelto la mayoría y ellos lo sabían. Eran, por lo tanto, una poderosa minoría política, y a la vez una clase dominante en el mundo religioso.Gran parte de su oposición a Jesús fue motivada por el afán de preservar su lugar (te privilegio, amén de que, ciertamente, algunas veces lo fue por razones estrictamente religiosas. En estos casos, los vemos opinando como quienes se sienten dueños de la verdad, asumiendo una posición generalmente altanera. Naturalmente, bastó que hablara Jesús con absoluta sencillez para que se comprendiera que la coherencia de su vida y la visible procedencia superior de su enseñanza, demostraran que era El quien tenía autoridad (Mt. 7.29 y Mr. 1.22. en realidad, hablan de los escribas, pero es aplicable a los fariseos). Cuando preguntaban a Jesús, en casi todos los casos no era para aprender sino para tentarle; muy sugestiva es la historia de Simón, que invitó al Maestro a su casa (Lc. 7.36 y ss.). Por eso gustaban de los primeros asientos de la sinagoga (Mt 23.6), los que simbolizaban esa importancia.¿Es aplicable esto a nuestro tiempo? La pregunta es delicada pero la respuesta, lamentablemente, afirmativa. ¡Cuántos sufren por ocupar plataformas! Calladamente esperan ansiosos los resultados de una votación, por el prestigio que ello significa y no por el servicio que se prestará; claro que lo negarán, pero todos conocemos la verdad. Hasta se puede decir que hay gente que se especializa en eso, en publicitarse, promoverse y promocionarse, de modo que se da por sentado (al menos ellos lo dan por sentado) que serán candidatos a los puestos importantes, a los congresos de cualquier tema y a hablar sobre cualquier cosa.Entonces, casi naturalmente, su posición es la de una especie de infalibilidad papal, asumida más bien en coro que a título personal. Cuando alguien señala que tal o cual versículo no figura en algún manuscrito, saltan los defensores de "el texto original" (que no es tal, no existen). Y por supuesto, ¡guay del que se atreva a confesar, por ejemplo, que considera que se puede ser evolucionista y cristiano!, como si eso fuera sinónimo de que el hombre desciende del mono (lo que no es cierto). A menudo pienso que en el cielo nos reiremos de lo categóricos que hemos sido en algunas cosas, sobre todo en lo secundario.ESTRICTOS CONOCEDORES Y CUMPLIDORES DE LA LEYQuizá éste sea el punto más característico del fariseísmo. Eran capaces de citar la Biblia para cada cosa; si no había nada sobre el tema, siempre podían recurrir a "la tradición de los ancianos".Sin duda era muy buena cosa, digna de ser imitada, eso de saber tanto de una como de otra. Además, la cumplían. Eran verdaderos esclavos de ella. Por supuesto que era una esclavitud consentida y aun disfrutada, pero que naturalmente no se podía concretar siempre y en todo. Por eso, también debían buscar excusas para hacer salvedades y excepciones (El templo y el oro del templo, por ejemplo, Mt. 23.18). Jesús reconoció la autenticidad de sus enseñanzas pero haciendo una tremenda aclaración: "Todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo, mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen y no hacen" (Mt. 23, enumerando una serie de casos). Los principales ejemplos que puso Jesús (muestras exteriores de una actitud interior) fueron: el ayuno, el sábado, los lavamientos y las oraciones. Sobre todo eso, fue el Maestro quien les endilgó el epíteto de "hipócritas".La historia religiosa siempre evoluciona de la misma manera: se comienza por una auténtica religiosidad, se pasa a la formulación de doctrinas, éstos se convierten en preceptos y así se llega al ritualismo, al formalismo y a una mera exterioridad. En algún punto se pasa de la espiritualidad al fariseísmo, peligro del que nadie está exento. Es lógico que en nuestro multifacético mundo cristiano encontremos de todo. La pregunta es si nosotros no hemos cruzado la línea.Aunque sea muy delicado decirlo, parecería que Jesús estuviera analizando buena parte de nuestra situación actual. Por ejemplo, en estos tiempos se ha vuelto a hablar mucho del ayuno. La cuestión no es si se trata de algo bueno o no, sino de por qué y cómo se practica. ¿Tenemos en cuenta la firmeza del Señor de que nadie debería saber que estamos ayunando? (Mt. 6.16-18). ¿Damos al ayuno el sentido de profundo quebrantamiento que tiene en la Biblia o es una práctica más, casi diríamos una presión sobre Dios para mover su mano?El celoso cuidado del sábado cae bien a los que damos importancia al domingo como día del Señor. Pero pronto nos deslizamos a la "medición" de la espiritualidad ajena, según la cantidad de reuniones a las que se asiste. Por supuesto, una persona espiritual quiere asistir al mayor número posible pero no necesariamente por eso lo inverso es verdad. ¿O no oímos de la "superioridad" de algunas iglesias que tienen sus reuniones con tal frecuencia, como prueba de que son mejores que otras? Que eso se haga a costo de descuidar la visita a los enfermos, el discipulado y aun los deberes familiares, no es digno ni de mencionar.

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Similar es el punto del lavamiento de las copas o la recolección de espigas (Mt. 15.2; 12.2). Jesús fue muy claro en que el espíritu había cedido a la práctica. Dicho honradamente: ¿Cuántos de nosotros hubiéramos dado a David los panes de la proposición? (Mt. 12.4). Por lo menos, habríamos reunido alguna comisión. Claro está que quizá no haya otro camino, pero el punto radica en el espíritu con que se hace. Un ejemplo al azar: Hace poco, en un estadio vimos a un pastor desesperarse porque no se había dado gracias por la ofrenda en una manera formal, como si fuera imposible de omitir. No recuerdo quién era, pero sí que se accedió. Si bien recuerdo, mi gran problema cuando se me pidió por primera vez que orara en público, siendo adolescente, era: ¿Tenía que ponerme de pie o podía orar sentado?Nos aferramos a prácticas que creemos bíblicas (y quizá lo sean) para luego aferramos a las de nuestra denominación o simplemente nuestra costumbre. De allí pasamos a otras que tomamos del mundo que nos rodea. Por ejemplo: ¿Por qué es casi obligatorio, en un casamiento, el cambio de anillos, con lo casi jocoso que resulta el hecho de que los "novios" (¿no se debería decir "esposos"?¿no se casaron ya ante la ley?) se los tienen que sacar primero, ya que los han venido usando desde "el compromiso"? Esto sin hablar, entre otras cosas, de los enormes gastos con los que se presume de una posición que muchas veces no se tiene y comprometen la por venir.Todo esto es delicado, pero ¿cómo hablar entonces de la oración? Sin duda es terreno sagrado y sería grave avanzar más allá de Cristo. Asimismo, El nos ayuda a expresar alguna verdad cruel. Comparando a un fariseo con un publicano, alabó a este personaje porque dijo una oración de cinco palabras: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Le. 18.9). Cuando los apóstoles le pidieron que les enseñara a orar, les dio el Padrenuestro (doce líneas o treinta segundos). Luego insistió en el espíritu de amor al prójimo, por un lado, y en la vanidad de las oraciones largas, repetitivas y ostentosas, por otro. Hace un siglo, Mark Twain se burlaba de los cristianos por lo mismo y en un cuento narraba de un hombre que sedujo a una comunidad súper religiosa proponiendo que las oraciones fueran de hora y media y no sólo de una hora, y que a la enumeración de pueblos de este mundo se agregaran los posibles de otros planetas. Tomemos un ejemplo que nos duela. Al alcance de la mano tengo una serie de tarjetas sobre pueblos no evangelizados; de muchos de ellos sé algo por mi afición a la geografía. Confieso que no he cumplido debidamente orando caso por caso, en especial después de leer algo sobre ellos, como por ejemplo el hambre en el África o las persecuciones en Vietnam. Si alguien ocupa horas en ello, mostrará la amplitud de su corazón.Pero, que Dios me perdone si a veces dudo que sean así las oraciones de los que públicamente exponen sobre la hora o la media hora o lo que sea que pasan orando por día. Uno siente el deseo de decirle que eso han de contarlo al Padre "que ve en secreto" y no en público. Si nos choca cuando alguien relata el diálogo íntimo con su esposa, ¿cómo admitimos tanto de los diálogos íntimos con Dios? Será pues porque ya no son íntimos. El publicano de la parábola tenía una cosa que decir y, como se podía decir en cinco palabras, las dijo en solo cinco palabras. ¡Qué maravillosa la precisión y amplitud del Padrenuestro! ¿Cuántas oraciones públicas actuales pueden parecérsele?Una anécdota viene al caso. Fue en casa de un gobernador de las islas Malvinas, que le oí contar algo que le ocurrió en el África. Siendo funcionario destacado en el continente negro, visitó una misión cristiana. Al dar gracias por la comida, el director de la misión dijo en inglés: "For food, thank God" (Por la comida, gracias. Dios). Este hombre me comentaba que quedó maravillado de que en cuatro sílabas se dijese todo lo necesario. Poco después, cuando en otra misión le pidieron que fuera él quien diera las gracias, lo hizo repitiendo aquella frase. Se produjo un azorado silencio de unos segundos y después el director se puso de pie e hizo una oración "de las buenas".No lo haremos nunca, ni lo deberemos hacer jamás, pero ¿qué ocurriría si se transcribieran muchas oraciones públicas y se actuara como solemos recomendar a los escritores: "Que tachen todo lo superfino"? La única diferencia es que para las oraciones sí hay un mandamiento del mismo Señor, quien condenó a los que piensan que "por su palabrería serán oídos" (Mt. 6.7)Y ya que hemos avanzado tanto, podemos recordar a un amigo creyente que en otro país publicó un artículo preguntándose si una "vigilia de oración" produce algún otro efecto que el de hacer que sus participantes vayan somnolientos a su trabajo. Por supuesto, nunca más pudo escribir en esa revista. ¿No vale la pena pensarlo por lo menos?Cualquier lector podrá abundar en ejemplos con un poco de sinceridad.ESPÍRITU MISIONEROEs sorprendente la declaración de Jesús: "Recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijos del infierno que vosotros" (Mt. 23.15). Honradamente, no hemos encontrado una explicación satisfactoria de la segunda parte. Pero no hay dudas de que Jesús reconoció públicamente un mérito de los fariseos que hoy englobaría lo que llamamos evangelismo, misiones, etc. Pensando en la sicología judía de ese tiempo, es algo realmente maravilloso y sorprendente.Una vez más, nos corresponde preguntamos si eso se nos aplica. La mayoría no merecemos el elogio, porque no hemos hecho ni lejanamente tamaño esfuerzo. No es de muy buen gusto cuestionar el por qué de las ofrendas o la

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consagración, como hacen quienes dicen que las primeras se dan para reducir impuestos y la segunda como forma de eludir el servicio militar. No parece ser eso lo que Jesús tenía en mente, sino la actitud posterior hacia los convertidos.¿Qué les enseñamos? ¿El Evangelio mismo o las consecuencias que nosotros interpretamos? En esto tenemos que rever todo lo dicho para comprender la opinión de Cristo sobre los fariseos. Por supuesto y por ejemplo, nadie es "hijo del infierno" por hablar lenguas al orar. Pero ¿es lícito incluir prioritariamente ese tema al enseñar a orar a los nuevos creyentes? Cuándo se enseña a juzgar a otros por ese punto, ¿no se les coloca en la actitud de "acusador de los hermanos", título que se da a Satanás? (Ap. 12.10) ¿Es eso cumplir el mandato: "Vosotros oraréis así", que dio el Señor, o sea en lenguaje claro, sencillo, conciso y espontáneo? ¿No estamos cediendo a alguna tentación, que s: no nos acerca al Tentador, quizá lo haga a la carnalidad? ¿Que el tema es delicado? Naturalmente, pero no por eso es menos digno de ser considerado.IMPORTANCIA DE LAS SEÑALESEl valor que se concedía al culto exterior tenía una consecuencia: La medición de la presencia divina por hechos comprobables. Los fariseos y saduceos, por distintas razones, "le pidieron que les mostrase señal del cielo" (Mt. 16.1). El Señor fue muy categórico diciendo que "esta generación mala y adúltera demandan señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Joñas" (v. 4), o sea su resurrección. El peligro adicional es que se "prefabriquen" señales. No hablamos de los fraudes que alguna vez se hayan cometido con presuntos milagros; de eso no vale la pena ocuparse. Hablamos de la concepción de lo que es una señal. A veces, decimos que tal o cual cosa demuestra la presencia de Dios, pura y simplemente porque así lo hemos decidido nosotros. No sabemos cuántos fueron los que se convirtieron oyendo a Pablo, pero ¡cuánto importan hoy los números! Por supuesto, ojalá estos sean altos, pero no ocupará un lugar más alto en el cielo el evangelista que pudo ver cien mil manifestaciones de fe (práctica que no se menciona en la Biblia) que el misionero que estuvo silencioso en la selva diez años traduciendo la Biblia a un nuevo idioma. Salvo el caso poco claro de Filipos, Pablo no echó demonios ni habló del tema en sus epístolas. No queremos decir que la práctica sea buena o mala, sino que es malo medir con ello, con esas "señales", la presencia de Dios.El espíritu de nuestro tiempo nos ha dado un sentido de lo espectacular. Lo más visible, lo más llamativo se transforma en una "prueba" de la presencia de Dios. Cuando le preguntaron a Spurgeon el por qué del éxito de su predicación, el gran hombre mostró a unas desconocidas viejitas que oraban mientras él ocupaba el pulpito. ¿Cuál era la "señal" que Dios aprobaría? ¿Nos atreveríamos a que él nos diga que a esta generación, la nuestra, tampoco se le dará señal?LEJOS DE LOS PECADORESNunca fue más punzante el Señor que cuando dijo a los fariseos y otros como, ellos, que los publícanos y las rameras entrarían antes que ellos en el Reino de los Cielos (Mt. 21.31). Estar con "cierta clase de gente" era como sentarse sobre la basura. Se escandalizaron cuando el Maestro aceptó comer con ellos en la mesa de Mateo (Mt. 9.11) y Simón dudó de su carácter de profeta cuando aceptó que lo tocara la mujer pecadora (Le. 7.39). Es cierto y puede decirse que en aquellos tiempos la división social era más marcada que los nuestros pero no podemos negar la existencia en la actualidad de grupos de marginados, así cómo barrios enteros de delincuentes o prostitutas. No es fácil disponerse a entrar en ellos.El problema es que esa división que establecían era, en parte, consecuencia de su presunta superioridad espiritual. Por eso usaban la palabra "pecadores" para designar a aquella gente.Cuando un cristiano se siente superior y asume lo que se ha denominado la actitud de "Más-santo-que-tú", imita a los fariseos. Ha olvidado que no es sino otro pecador, salvado por la sangre de Cristo pero pecador al fin. Como dijo bien D. T. Niles, es sólo "un mendigo mostrando a otro mendigo dónde conseguir pan".Se suele hablar despectivamente de "el mundo", no pensando que es el campo para la evangelización, habitado por gentes "por las que Cristo murió". La actitud separatista hacia otros creyentes, que tiene mucho que ver con puntos previos, en este caso se ubica hacia el resto de la humanidad, digna quizá sólo de una mirada de lástima y de algunas monedas de nuestras riquezas celestiales. Muchas veces nos resultan difícil compatibilizar nuestra condición de hijos del Rey de reyes con la realidad de los grandes valores humanos, sociales, morales, artísticos, etc. que encontramos a nuestro alrededor. Ni qué decir cuando hablamos de otras religiones...o de otras denominaciones. Ya no nos preguntamos si de Nazaret puede venir algo de bueno, sino del Vaticano...o de tal o cual seminario. Que somos hijos del Rey de reyes significa exclusivamente que tenemos la vida que El nos ha dado por su gracia y elección y que somos responsables de compartirla como el samaritano, con el herido, aunque el samaritano sea el otro.LEVADURAFinalmente, notemos una expresión profunda de Jesús: "Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos (Mr. 8.15). Sabemos lo que quería decir el Maestro cuando hablaba de levadura. Es algo que apenas si se ve, que poco a poco

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va desapareciendo, a medida que se introduce en la masa "hasta que todo fue leudado" (Mt. 13.33).De ese modo, el Maestro nos dijo que la práctica y la actitud farisaica es algo que uno puede dejar entrar en la vida y en las instituciones sin notarlo, con el terrible riesgo de que así todo quedará inficionado de ello. Presumiblemente, se podrá decir que entonces será tarde, o que se necesitará un nuevo Lutero o un nuevo Wesley.Creo que hay razones para pensar que la levadura de los fariseos actúa entre nosotros. De hecho, creemos que ha actuado siempre pero que Dios ha permitido en muchos casos que su acción fuese detenida.Como a los pobres, a los fariseos siempre los tendremos con nosotros. Entonces todo depende de nuestra capacidad de aislar levadura y evitar su propiedad disolvente y leudarte. La penetración se produce más fácilmente cuando se baja la guardia en momentos de facilidad y éxito. No parece ser tan poderosa en tiempos de persecución o de dureza. Nuestra conclusión es una frase paulina, pues no nos corresponde emitir juicios: "Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo" (I Co. 11.28).Apuntes PastoralesVolumen V Número 1

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