2
Estancia perenne ...el tren de la ausencia me voy ...(José Alfredo Jiménez) Acerco mi mano a mi rostro y la miro. Observo sus arrugas, cada pequeña sinuosidad dactilar que me hacen único. Los sangrientos rayos de un sol crepuscular revolotean en el ambiente. Hoy parto. No huyo, parto. No hay nada que pertenezca a este pueblo de lo que quisiera huir. De lo único que me gustaría huir es de mi mismo... Camino hacia la estación, la miro que me aguarda como una tumba, que espera para llevarme a algún lugar desconocido... quizá tenebroso... quizá feliz… Me acerco con pasos débiles y mustios. He decidido partir para siempre. Me acerco inexorablemente a cada instante, como si la estación me atrajera con una fuerza gravitacional insoportable. ¿Para qué habría yo de permanecer entre las cenizas? Apresuro el paso por temor que el tren parta antes que le alcance yo. Muchas veces soñé con algo parecido a partir. Deseaba resolverme a partir, pero que al momento de tomar el tren sucediera algo maravilloso o algo terrible y que ya no existiera motivo alguno para partir, deseaba quedarme pero con la resolución firme de partir. Quería seguir aquí, pero con la certeza de que si hubiera sido por mi, no estuviera más en este pueblo; la vanidad tiene muchos rostros. Ahora ya los motivos no son necesarios. No existe motivo para partir, pero tampoco para permanecer aquí. Por fin alcanzo la estación y me dirijo a la boletería. Solicito uno. Hay pocas personas aguardando al tren, parece que la costumbre puede más que la incomodidad. Hay una señora rabicunda y de mejillas porcinas y dos pequeños niños varones resguardando sus faldas. Además, hay un hombre de porte inglés, quien finge ignorar el calor, los mosquitos, y los alaridos desaforados del par de niños; pero en sus miradas de asco se nota su desagrado. Los repaso uno a uno, con una mirada cargada de hastío y odio. No los odio, no podría. Simplemente es más fácil desquitarse con quienes me rodean. Creo que los repudio, miro sus ojos nostálgicos y sus cuerpos famélicos y no puedo seguir mirándolos. Que desgraciada rueca tejió mi destino. Malditos lo hilos del tiempo, que se aferran a nosotros como recuerdos con su sólida presencia. Es eso, es la memoria y su peso de grilletes. De eso es lo que quiero huir, pero para huir de nosotros mismos no hay trenes que tomar ni boletos que comprar. Sin embargo miro el tren llegar y mi decisión se vuelve mas pesada a cada instante. Los pocos rayos de sol que aún pueblan el ambiente chocan contra las ventanas del tren y me recuerdan que no hay viaje de regreso, que toda marcha nos aleja cada vez más de donde empezamos.

Estancia Perenne

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Cuento costarricense, muerte

Citation preview

Page 1: Estancia Perenne

Estancia perenne...el tren de la ausencia me voy ...(José Alfredo Jiménez)

Acerco mi mano a mi rostro y la miro. Observo sus arrugas, cada pequeña sinuosidad dactilar que me hacen único. Los sangrientos rayos de un sol crepuscular revolotean en el ambiente. Hoy parto. No huyo, parto. No hay nada que pertenezca a este pueblo de lo que quisiera huir. De lo único que me gustaría huir es de mi mismo... Camino hacia la estación, la miro que me aguarda como una tumba, que espera para llevarme a algún lugar desconocido... quizá tenebroso... quizá feliz…Me acerco con pasos débiles y mustios. He decidido partir para siempre. Me acerco inexorablemente a cada instante, como si la estación me atrajera con una fuerza gravitacional insoportable. ¿Para qué habría yo de permanecer entre las cenizas? Apresuro el paso por temor que el tren parta antes que le alcance yo.Muchas veces soñé con algo parecido a partir. Deseaba resolverme a partir, pero que al momento de tomar el tren sucediera algo maravilloso o algo terrible y que ya no existiera motivo alguno para partir, deseaba quedarme pero con la resolución firme de partir. Quería seguir aquí, pero con la certeza de que si hubiera sido por mi, no estuviera más en este pueblo; la vanidad tiene muchos rostros. Ahora ya los motivos no son necesarios. No existe motivo para partir, pero tampoco para permanecer aquí. Por fin alcanzo la estación y me dirijo a la boletería. Solicito uno. Hay pocas personas aguardando al tren, parece que la costumbre puede más que la incomodidad. Hay una señora rabicunda y de mejillas porcinas y dos pequeños niños varones resguardando sus faldas. Además, hay un hombre de porte inglés, quien finge ignorar el calor, los mosquitos, y los alaridos desaforados del par de niños; pero en sus miradas de asco se nota su desagrado. Los repaso uno a uno, con una mirada cargada de hastío y odio. No los odio, no podría. Simplemente es más fácil desquitarse con quienes me rodean. Creo que los repudio, miro sus ojos nostálgicos y sus cuerpos famélicos y no puedo seguir mirándolos. Que desgraciada rueca tejió mi destino. Malditos lo hilos del tiempo, que se aferran a nosotros como recuerdos con su sólida presencia. Es eso, es la memoria y su peso de grilletes. De eso es lo que quiero huir, pero para huir de nosotros mismos no hay trenes que tomar ni boletos que comprar. Sin embargo miro el tren llegar y mi decisión se vuelve mas pesada a cada instante. Los pocos rayos de sol que aún pueblan el ambiente chocan contra las ventanas del tren y me recuerdan que no hay viaje de regreso, que toda marcha nos aleja cada vez más de donde empezamos.Nada que perder. Nada que ganar, como si la vida pudiera definirse por un azar desconocido. Como si los dados de mi suerte estuvieran en blanco y cada jugada diera el mismo resultado. Cierro mis ojos, como si orara, como si alguien pudiera escuchar mis gritos mudos, como si tuviera algún sentido gritar. Como si hubiera algún sentido. Bajo la oscuridad de mis ojos cerrados, respiro profundamente. Inhalo y exhalo, y en esas dos triviales acciones me baño de una nostalgia por demás inútil. Llorar. Los recuerdos no hacen llorar, solo la esperanza de volver a ellos, de volver a vivirlos, de sentirlos un instante más; pero la esperanza es solo el consuelo de los cobardes, de los que esperan y solo esperando pueden ser felices, y yo he decidido partir.Reviso mi boleto. Miro el numero de asiento. Cinco, dice en números árabes y ese cinco revolotea en mi cabeza y la baña nuevamente de pasado. Cinco dedos. Cinco sentidos. Cinco días. Cinco meses. Cinco, cinco, cinco... Deja de de ser cinco para ser una imagen, una imagen del pasado. La realidad es solo pasado, y los recuerdos nuestra conexión con la realidad.Por fin he dado el paso definitivo que me llevará a algún lugar subrepticio, ignoto. Busco mi asiento. Me dirijo a él y me hago uno con la distancia que espero recorrer...la única certidumbre que conservo es la de ignorar si voy a soportar que el tren inicie su paso.