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"La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares". Esta frase deç Clemenceau y la no menos afortunada de Groucho Marx de que "inteligencia militar es una contradicción de términos" ilustran un hecho cierto y paradójico: la mayor parte de los pensadores y estrategas de todos los tiempos (y más en los últimos) son, o fueron, civiles. En la película "El Acantilado Rojo", recién estrenada y muestra del cine chino más actual (y, excepto por los efectos especiales, del de todos los tiempos, porque su estética es china atemporal) muestra como el estratega de los "buenos" es un civil que presta sus servicios a generales que se ocupan de la dirección de los ejércitos y de realizar todo tipo de hazañas bélicas. Parece querer darnos la razón y contribuir a los muchos ejemplos que proporciona la historia. De hecho, durante mucho tiempo, los grandes generales eran normalmente, también hombres de estado que tenían a su disposición todos los recursos del mismo y que utilizaban la guerra como una prolongación de sus intenciones políticas. Alejandro era Rey, Anibal, sin serlo, actuaba como tal en la Península Ibérica (y buena parte de su fracaso puede atribuirse a la falta de sintonía con el Senado púnico), Julio César era Gobernador y, más tarde, Dictador y Cónsul, Napoleón era Cónsul y Emperador. Hoy en día, el mundo de la empresa toma prestadas las ideas estratégicas militares y los pensadores académicos desarrollan las teorías estratégicas. El famoso matrimonio de Alvin y Heidi Toffler, autores de "El shock del futuro" y "La tercera ola" han influido en el pensamiento estratégico del Pentágono y, a través de él, en el de toda la comunidad de Seguridad y Defensa Occidental. Cualquiera (ver foto) lee y opina sobre estrategia militar. Especialmente los civiles. La señorita Hilton está, precisamente, leyendo un clásico de la estrategia de todos los tiempos (Alejandro Magno no había nacido

Estrategia, guerra asimétrica y terrorismo

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Page 1: Estrategia, guerra asimétrica y terrorismo

"La guerra es un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de los militares".

Esta frase deç Clemenceau y la no menos afortunada de Groucho Marx de que

"inteligencia militar es una contradicción de términos" ilustran un hecho cierto

y paradójico: la mayor parte de los pensadores y estrategas de todos los tiempos (y

más en los últimos) son, o fueron, civiles.

En la película "El Acantilado Rojo", recién estrenada y muestra del cine chino más

actual (y, excepto por los efectos especiales, del de todos los tiempos, porque su

estética es china atemporal) muestra como el estratega de los "buenos" es un civil

que presta sus servicios a generales que se ocupan de la dirección de los ejércitos

y de realizar todo tipo de hazañas bélicas. Parece querer darnos la razón y

contribuir a los muchos ejemplos que proporciona la historia.

De hecho, durante mucho tiempo, los grandes generales eran normalmente,

también hombres de estado que tenían a su disposición todos los recursos del

mismo y que utilizaban la guerra como una prolongación de sus intenciones

políticas. Alejandro era Rey, Anibal, sin serlo, actuaba como tal en la Península

Ibérica (y buena parte de su fracaso puede atribuirse a la falta de sintonía con el

Senado púnico), Julio César era Gobernador y, más tarde, Dictador y Cónsul,

Napoleón era Cónsul y Emperador.

Hoy en día, el mundo de la empresa toma prestadas las ideas estratégicas militares

y los pensadores académicos desarrollan las teorías estratégicas. El famoso

matrimonio de Alvin y Heidi Toffler, autores de "El shock del futuro" y "La tercera

ola" han influido en el pensamiento estratégico del Pentágono y, a través de él, en

el de toda la comunidad de Seguridad y Defensa Occidental. Cualquiera (ver foto)

lee y opina sobre estrategia militar. Especialmente los civiles.

La señorita Hilton está, precisamente, leyendo un clásico de la estrategia de todos

los tiempos (Alejandro Magno no había nacido cuando fue escrito). El "Arte de la

Guerra" de Sun-Tzu sigue teniendo vigencia en nuestros días. Las anotaciones del

maestro chino son de una simplicidad insultante y, sin embargo, como afirma él

mismo "seguir estos preceptos no garantiza el éxito en la batalla, pero ignorarlos

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es el camino más seguro hacia la derrota". La guerra, en lo fundamental, no ha

cambiado tanto desde entonces.

En donde sí han tenido una gran participación, lógicamente, los militares, es en el

desarrollo de las tácticas y del diseño operacional (como se llama ahora) de las

campañas. La estrategia tiene, pues, varios niveles cuando hablamos

coloquialmente y que conviene distinguir: el nivel de la decisión política, el nivel de

la decisión sobre el desarrollo de las campañas y el nivel de las batallas y lo que se

ha llamado la estrategia a seguir. Un Director General diseña una estrategia

comercial, un publicista explica la estrategia a seguir para una campaña

publicitaria y un entrenados de baloncesto explica la estrategia a sus jugadores

durante un tiempo muerto. Sin embargo, en realidad, el Director General diseña la

estrategia, el publicista explica el diseño de la campaña y el entrenador define

unas tácticas.

Si hablásemos de tácticas tendríamos que mencionar el paso de las hordas

incontroladas de infantería (más bien de campesinos reclutados ad-hoc) a las

formaciones compactas que se subliman en la falange macedónica (tenemos el

contraste entre ambos sistema evidenciado en la película "300" o, mucho mejor, en

"Los 300 espartanos", la versión original de 1.962), el paso a la caballería y las

técnicas de sitio de ciudades durante la Edad Media, la vuelta a la preponderancia

de la infantería y la artillería, la utilización de vehículos para la guerra de

movimiento ya en el siglo pasado y la utilización del aire y el espacio

posteriormente.

Si nos referimos al diseño de las campañas, durante mucho tiempo éstas venían

limitadas por las cosechas y el carácter temporal de los soldados. La

profesionalización de las tropas y su equipamiento logístico con el General y

Cónsul romano Mario, permite diseños más atrevidos. La Edad Media trajo consigo

campañas marcadas, de nuevo, por la disponibilidad de las tropas de cada uno de

los nobles. La Revolución Francesa marca la vuelta al soldado-ciudadano que ya

habíamos visto en Roma y la Revolución Industrial nos descubre al soldado-técnico,

que maneja el armamento como un operario lo hace con cualquier otra maquinaria

en la fábrica.

Hoy en día, la globalización ha cambiado todos los conceptos que manejábamos

dentro y fuera del mundo de la Seguridad y Defensa. En mi opinión, estamos muy

lejos todavía de abarcar todas las implicaciones de la palabra. El mundo se ha

vuelto demasiado complejo de repente como para aprehender todos los conceptos

que lo componen. Precisamente, la complejidad consiste en la interrelación que

existe entre todas las variables que entran a formar parte de la ecuación. Hemos

vuelto al Renacimiento, donde el conocimiento sólo puede alcanzarse abarcando

todas las disciplinas. Y vamos a necesitar a un Galileo o a un Leonardo para

descifrar el mundo hacia el que navegamos.

La situación actual viene definida por las crisis sucesivas que han tenido lugar en

los últimos diez años. No obstante, los orígenes de las crisis se sitúan mucho más

atrás y sus efectos van a llegar mucho más lejos cuando se combinen de lo que lo

harán los efectos de cada una de ellas. Me preguntaban el otro día si la crisis

actual iba a cambiar definitivamente nuestro modo de vida. La respuesta es,

claramente, que sí va a cambiarnos. No obstante, no va a ser la crisis financiera la

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que obre el milagro; serán los efectos combinados de esta crisis con las derivadas

de la desaparición del mundo bipolar de la Guerra Fría, la reacción ante la

aparición de una única super-potencia y sus manifestaciones en el 11-S y

posteriores, la crisis del 2.007-08 derivada, en parte, de la escasez de producción a

consecuencia de la inestabilidad generada y, finalmente, de la explosión de la

burbuja financiera e inmobiliaria que llegó con posterioridad a consecuencia de las

medidas tomadas anteriormente.

No somos todavía capaces de averiguar siquiera el color del batido que resultará

de mezclar todos los ingredientes cuando las aspas dejen de girar. Lo cierto es que

el resultado no tendrá mucho que ver con lo que teníamos antes y que las reglas

serán distintas. Empeñarse en seguir utilizando las anteriores es tan absurdo como

peligroso y obcecarse en medir la calidad de vida y la influencia en el mundo con

los parámetros de hace quince años es negarse a ver la realidad.

La guerra ha cambiado tanto o más que el resto de las actividades humanas. Y es

que la guerra, nos gustará o no admitirlo, es una actividad tan humana como el

teatro (quizás más, tendría que estudiar si todas las civilizaciones humanas han

tenido alguna manifestación teatral propia; guerras han tenido todas la

civilizaciones).

El caso es que alguno de los principios que se habían mantenido incontestables

durante miles de años en el arte de la guerra, han dejado, de la noche a la mañana,

de ser válidos. El más evidente parece ser el de que acabar físicamente con el

ejército enemigo te garantiza la victoria. El más paradójico puede ser el de que, en

ocasiones, no existe siquiera el ejército enemigo.

Siguen siendo validos, no obstante, muchos de los principios generales de Sun-Tzu.

La necesidad de conocer la capacidad propia y la del enemigo, la búsqueda de la

excelencia en ganar las guerras sin necesidad de luchar las batallas y muchos más

conceptos son tan vigentes ahora como hace 2.500 años. Clausewitz está mucho

más cuestionado. El prusiano se habría dado media vuelta después de la toma de

Bagdag y se habría embarcado con la sensación del deber cumplido en la última

campaña del Golfo. Habiendo derrotado a los ejércitos enemigos y capturado al

líder, el trabajo estaba hecho. Sin embargo, la realidad muestra que, lo que era

cierto en la Europa de su tiempo, ha dejado de serlo en el mundo global del siglo

XXI.

Las armas más poderosas que se emplean hoy en día en el campo de batalla son

absolutamente inocuas. Nadie ha muerto de un disparo de una Nikkon en

Palestina; no ha habido bajas por fuego de la CNN en Iraq; no se sabe de nadie que

haya ingresado en un hospital de Tiblisi fruto del ataque cibernético a toda la red

informática georgiana. Sin embargo, los efectos de cualquiera de estas tres

"armas" han sido más devastadores que todos los aviones no tripulados que

descargan sus misiles sobre los talibanes en Pakistán, que los misiles Scud de

Saddam y que los B-52 que machacaron las montañas de Tora-Bora despegando

desde la isla de Diego García.

En las guerras modernas hay que ganarse los corazones ("hearts and minds" en la

estrategia norteamericana) del enemigo (y del amigo) en lugar de perforarlos. No

se puede vencer sin convencer (o al menos "vender" el producto). Son

civilizaciones enteras las que hay que ganarse. Los países han dejado de tener el

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protagonismo y son las organizaciones las que luchan. Casi el 100% de las guerras

actuales se luchan entre grupos organizados o entres estos y las naciones o

coaliciones. La guerra actual es entre ideologías, creencias, dogmas. La ganancia

territorial no es el objetivo, los recursos y la población es el codiciado botín de hoy

en día.

La complejidad y la cantidad de conceptos relacionados entre si que entran en

juego hace que sea muy difícil abordar de forma coordinada todos los aspectos que

entran en juego. Las instituciones, tanto nacionales como internacionales, están

adaptadas a otros escenarios que no tienen mucho que ver con los actuales.

Podemos decir que nuestros organismos están insuficientemente evolucionados y

que, aplicando la teoría darwiniana, deberán aparecer otros mejor adaptados a los

nuevos tiempos. Las organizaciones actuales, tal y como están concebidas,

tenderán a atrofiarse. Cuando empiezan a mezclarse los asuntos interiores y

exteriores, la economía, el medio ambiente, lo diplomático y lo militar, lo

humanitario, la lucha por los recursos y por las vías de comunicación, y cuando

todo ello está íntimamente relacionado, es muy difícil encontrar la organización

adecuada para afrontar el problema.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está pidiendo a gritos una

reforma desde hace más de una década. El G-7 ya se convirtió en G-8 para

quedarse obsoleto poco después. El G-20 no ha llegado a reunirse "a veinte"

porque siempre se ha añadido algún país en función de las necesidades políticas o

de la oportunidad del tema a tratar. La OTAN quiso actuar como gendarme global

sin entender que su visión global de los problemas no le autoriza a actuar

globalmente sino sólo a entender en ese contexto lo que está sucediendo. Ni puede

ni debe abarcar más allá de su ámbito regional. Otras organizaciones deberán

hacerse cargo de la misma tarea en otros escenarios. Y es que el aspecto de la

legitimidad ha pasado a ocupar un papel central en las relaciones exteriores. La

UE lo ha entendido muy bien, pero de tanto abundar en su legitimidad, ha

terminado por desvirtuar el alcance de sus objetivos.

En Asia ha surgido la Organización para la Cooperación de Shanghai. Puede

tratarse de un modelo a seguir para futuras organizaciones internacionales.

Centrada en la seguridad, ha evolucionado (justo en el sentido inverso de la UE)

hacia la cooperación económica. Sin embargo, incluso este nuevo modelo puede

haber nacido viejo. En el futuro, las instituciones deberán acoger en su seno

actores no estatales para resolver problemas que no son inter-estatales. Y deberán

crearse ad-hoc para nacer con la estructura que les permita adaptarse a las

circunstancias concretas de cada crisis.

Los problemas deberán tratarse de forma multilateral en un mundo en el que no

domina ninguna potencia de forma tan clara que pueda imponer sus criterios a

todas las demás, en todos los aspectos y en cada escenario. El G-2 chino-americano

es tan inviable como cualquier otro grupo permanente.

Estados Unidos recibió la lección de que la hegemonía no puede ejercerse en todos

los ámbitos de forma unilateral. Apenas dos años después de convertirse, tras la

caída del Muro de Berlín, en la potencia dominante, tuvo que admitir que, cuando

más poderoso era, su vulnerabilidad era mayor. Nadie podría osar oponerse a los

norteamericanos en el campo de batalla, división contra división, flota contra flota.

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Nadie soñaría siquiera con competir con su poderío económico ni su capacidad de

influencia cultural. Ningún país ni coalición podía compararse en los gráficos

tradicionales con los yankees. Y, sin embargo, con la caída del Muro se habían

caído también los criterios con los que se dibujaban los gráficos; precisamente

porque, al cambiar las reglas del juego, tenían que cambiar también las fichas con

que se jugaba.

Cuando se podía estar a favor o en contra dentro del conjunto de las reglas

establecidas y existía la posibilidad de oponerse al poderoso con ayuda de otro

poderoso, el mundo estaba en equilibrio. La rotura del equilibrio significó la

necesidad de encontrar nuevas formas de oposición y de independencia. Estas

formas debían ser inmunes a la disuasión nuclear, no debían verse

significativamente afectadas por los mercados financieros y debían poder

aprovechar, incluso mejor que el poderoso, los mismos mecanismos de la

globalización que potenciaba el enemigo. En un alarde de llave de judo,

aprovechando el impulso del adversario para tumbarle, las nuevas armas estaban

basadas en aquellos aspectos en que el enemigo era más fuerte.

Internet pasó, de la noche a la mañana, de ser una creación del Pentágono

exportada para mayor gloria de la expansión de la cultura occidental, a ser una

amenaza global y un medio de transmisión de problemas y de órdenes

incontrolables por parte de un enemigo invisible. La gran potencialidad pasó, de

repente, a ser una de las grandes vulnerabilidades a proteger.

La disuasión nuclear, que había mantenido en paz al mundo durante medio siglo,

dio paso a la amenaza de la proliferación y de la obtención por grupos

incontrolados de material fisible.

Los medios de comunicación y los valores humanitarios supusieron, de un día para

otro, más una carga que una ayuda. Europa, vieja apoltronada drogodependiente

de las subvenciones y del "estado del bienestar", se escandalizó de los abusos

sobre los débiles que cometía su socio. ¿Cómo podía Israel atacar a los indefensos

palestinos - niños malnutridos armados con piedras - con sus poderosos carros de

combate? ¿Cómo se atrevía Estados Unidos a utilizar sofisticados aviones no

tripulados contra campesinos desarmados (el Kalashnikov es algo que lleva todo el

mundo en Oriente Medio, no podemos considerar hostil a todo el que lo lleve)? Sin

embargo, cuando son nuestros soldados los que caen en las emboscadas por no

llevar suficiente protección, la historia se ve de otra manera. "Intelectuales"

iletrados incapaces de deletrear "Shakespeare" hacen apología de regímenes y

movimientos que amenazan a nuestra forma de vida y los medios de comunicación

se hacen eco de sus palabras.

La guerra irregular no nació en 1.989. La guerra irregular existe desde que hay

disparidad de fuerzas entre los oponentes. Lo que nació hace veinte años es la

guerra irregular como estrategia válida para todo el mundo. Pakistán es una

potencia nuclear con un poderoso ejército equipado por Estados Unidos y por

China. Sin embargo, mientras mantiene la disuasión nuclear en sus relaciones

entre estados con India, aplica también la guerra convencional en Cachemira y la

guerra irregular a través de grupos talibanes en Afganistán y de terroristas.

Algunos ingenuos pensaron en el siglo XX que habían llegado a la "guerra total".

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Cuatro aviones de pasajeros en las primeras horas del 11 de septiembre de 2.001,

les demostraron que había armas que no habían utilizado todavía.

Otro hecho todavía más novedoso es que Al-Qaeda no representa a ningún país. El

nuevo sistema ya no tiene por protagonistas a gobiernos apoyados en poblaciones

y territorios. El mundo de hoy y de mañana (no sabemos si de pasado mañana

también) tiene por protagonistas a grupos no gubernamentales que mantienen

ideologías o posturas similares. La sublimación de este concepto está en las

franquicias terroristas. Ahora hablamos de Al-Qaeda Central y de sus franquiciados

en Yemen, Sudán, Pakistán, ...

El mundo globalizado escapa a la percepción de los "adultos analógicos". Se

parece mucho más a Facebook, con sus grupos de amigos que a cualquier ejemplo

que podamos pensar de hace veinte años. En el mundo digital uno puede ir

viajando de grupo de amigos en grupo de amigos construyendo redes inacabables.

En algunas búsquedas llegaremos a "culs-de-sac" sin salida, pero, en otras,

encontraremos ramificaciones infinitas.

Mi amigo hoy es mi rival mañana, mi colaborados pasado mañana y mi enemigo

mortal en un futuro impredecible. Es más, puede ser amigo y enemigo al mismo

tiempo. Irán es suministrador de energía de China, competidor estratégico en Asia

Central, amenaza en cuanto a su apoyo a los grupos islamistas que operan o

pueden operar en Xin-Jiang, aliado en lo que respecta al interés común de echar a

los Estados Unidos de Asia, problema por lo que respecta al enriquecimiento de

uranio y las presiones americanas para imponerle sanciones y probable futuro

socio en la Shanghai Cooperation Organization.

Las relaciones entre la Europa mediterránea y el Magreb pasan por los conflictos

pesqueros, los problemas de la inmigración ilegal, el empleo de mano de obra, el

suministro de energía, la cooperación en Oriente Medio, las poblaciones

inmigrantes de varias generaciones en varios países, el tráfico de drogas, ...

Usamos aviones y barcos para impedir la llegada de droga e inmigrantes ilegales,

aviones y barcos para rescatar náufragos de las mismas pateras que hemos

localizado, ... las políticas interior y exterior de los países se mezclan. Y en Europa

intentamos, mientras tanto, construir un Servicio Exterior Europeo coherente.

Y con un(a) súbdito del Reino Unido al frente.

Buena suerte entendiéndolo.