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Colexio Divino Maestro Departamento de Orientación Estrategias para el manejo de la impulsividad, atención y autoestima ESTRATEGIAS PARA EL MANEJO DE LA IMPULSIVIDAD, ATENCIÓN Y AUTOESTIMA EN EL NIÑO

ESTRATEGIAS PARA EL MANEJO DE LA IMPULSIVIDAD, ATENCIÓN Y AUTOESTIMA EN EL NIÑO

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Guía para Padres: ESTRATEGIAS PARA EL MANEJO DE LA IMPULSIVIDAD, ATENCIÓN Y AUTOESTIMA EN EL NIÑO. Realizada por la Orientadora del CPR Divino Maestro de Ourense.

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ESTRATEGIAS PARA EL MANEJO DE LA IMPULSIVIDAD, ATENCIÓN Y AUTOESTIMA EN EL NIÑO

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Educar no es fácil, pero debemos buscar estrategias para el manejo de los niños

que tienen dificultades para concentrarse y controlar sus movimientos e impulsos. En cuanto a las tareas a determinar:

� Motivar en las explicaciones acercando el tema a la vida del niño y facilitar dinámicas donde pueda participar.

� Dar confianza al niño; debe conocerse y creer en sus posibilidades.

� Dar instrucciones sencillas, concretas y cortas, de una en una, manteniendo el

contacto visual. Llegar a acuerdos previos (el niño debe saber lo que esperamos de él). Elogiar inmediatamente si las cumple o hace correctamente la tarea. Utilizar refuerzo social, felicitación, privilegios como encargado… si hace correctamente una tarea que le cueste dejarle hacer una actividad que le guste…

� Debemos cerciorarnos siempre de que ha entendido la orden y la ha retenido.

� Proponer tareas cortas recordando antes de empezar la actividad las normas

para su desarrollo. No exigir trabajos por tiempos prolongados que sabemos no es capaz de cumplir. Cambiar de tarea cada poco.

� Partir de tareas sencillas para motivar y pasar a las más complejas; buscar

tareas atractivas.

� Facilitar un ambiente más tranquilo para aquellas actividades que lo requieran. El ambiente debe ser estructurado, con rutinas.

� Para la escritura permitir adaptadores para lápices que facilitan la sujeción y

mejora el trazo.

� Practicar sólo los errores en la caligrafía no caer en practicar por practicar.

� Revisar junto con el niño las palabras escritas correctamente indicando la localización de los éxitos (podemos anotar las palabras o letras bien hechas en un registro y contabilizarlas)

� La supervisión de la tarea y refuerzo tiene que ser constante e inmediato.

Supervisamos para anticipar y prevenir situaciones que sabemos pueden presentar un problema.

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� Elogiar o premiar al niño cuando después de repasar, identifica los errores en la

tarea (elogiamos conductas concretas)

� Aseguramos su atención cuando establecemos contacto ocular o proximidad física. Situarlo cerca del profesor o con un compañero que presente un buen modelo de comportamiento y lejos de ventanas, murales, elementos decorativos,…

� No recordarle siempre sus errores, debemos aceptarle como es.

En cuanto a los comportamientos:

� Tenemos que saber que somos un modelo para el niño, debemos respetarle si queremos que nos respete. Los niños desean imitar a sus figuras de apego, parecerse, les gusta ser apoyados, comprendidos y queridos por nosotros.

� Debemos acercarnos al niño con ganas de ayudarlo, verlo como un niño que

tiene un problema, no como un niño problemático. � Evitar la sobreprotección del niño. Él debe aprender de la experiencia y

tenemos que hacerle ver que su conducta tiene unas consecuencias tanto para él como en su relación con los compañeros.

� Marcar límites y normas de comportamiento (todos debemos exigir lo mismo) :

1.- Ofrecemos las normas en lenguaje afirmativo: “puedes jugar con la pelota en

el patio” 2.- Acompañamos la norma con la razón: “en el aula podemos romper cosas” 3.- Pactar la consecuencia en caso de no cumplir la norma: “si juegas con la

pelota en la clase me quedaré con ella hasta mañana” Esto ayuda a fomentar el autocontrol ya que le indican que se espera de él y las consecuencias que tiene no cumplirlas, generando mayor seguridad.

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� Pactar con él los comportamientos o condiciones con las que se aplicará

“tiempo fuera” (aislar un tiempo después de darse una conducta que queremos reducir- rabietas…como máximo en este caso cinco minutos)

� Ante conductas negativas, de forma calmada se procede al tiempo fuera

mediante una señal pactada silenciosa, como tocar la espalda, o “siéntate en la silla y quédate en silencio. Únete a nosotros cuando estés en condiciones de no gritar”

� Proporcionar un espacio para él solo donde pueda trabajar tranquilamente

presentándolo como un lugar tranquilo para trabajar no como “un lugar para que no moleste”.

� Finalizado el tiempo fuera se invita a continuar con la actividad no haciendo

referencia a lo sucedido anteriormente “me alegra que quieras seguir las normas; por favor ven con nosotros”

� Si interrumpe constantemente ofrecer la norma a través de un dibujo en un

lugar visible-sentado, mano levantada y en silencio-.

� Si se muestra desafiante, mantenerse firme, no enfrentarse y no lamentarse, decirle “luego hablamos”, ignoramos sus comportamientos y continuamos la actividad.

� Aprovechar situaciones con otros niños para mostrar el modelo de

comportamiento correcto (“a ver a quién pregunto…, a Óscar que está sentado, en silencio y con la mano levantada”)

� Reforzar conductas adecuadas siempre que se dé o se aproxime “me gusta que

Juan recuerde que ha de levantar la mano y esperar que yo le diga que hable.

� Gracias” “me gusta que preguntes si puedes levantarte de la mesa y esperes a que te responda. Gracias”, cuando camina de forma tranquila por el pasillo o cuando respeta la fila; pero también reforzar los esfuerzos del niño por superarse.

� Dar un pequeño margen de interrupciones, pactando previamente con él “mami,

cuando puedas… o profe, cuando puedas…” (pospone la interrupción por lo que adquiere mayor autocontrol, forzamos a contenerse y disminuye el número de interrupciones)

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� Si pierde el control, debemos pactar con él tres advertencias: la primera,

levantarse y mantenerse de pie junto a la silla; la segunda, se mantiene de pie al final de la clase y en la tercera abandonará la clase o sala.

� No castigar en exceso. Castigar sólo en situaciones graves. � Si algo no lo hace correctamente y es un comportamiento que no supone mayor

peligro, no prestar atención (ruiditos, hablar en voz baja, movimientos...) � Intentar prever momentos en los que pierden fácilmente el control: tarea

poco planificada, aburrimiento, momentos sin actividad (el niño inquieto necesita tener actividad…)

� Permitir un alivio para la tensión física (borrar la pizarra, ir a buscar alguna

cosa, ir a beber agua, rayar una hoja…)

� Utilice un sistema de puntos; el niño gana puntos cuando se porta bien y los pierde cuando se porta mal; acumula puntos por recoger sus juguetes…y lo pierde por no recogerlos. Al final de la semana puede recibir un premio en relación con la cantidad de puntos que haya acumulado.

� Enseñar técnicas de relajación y autocontrol (Técnica de la Tortuga) ante

situaciones estresantes o que le provocan rabia. Partimos de un cuento para que el niño se identifique con el personaje.

“Historia de la tortuga”

“Hace mucho tiempo, en una época muy lejana, vivía una tortuga pequeña y

risueña. Tenía cinco años y cursaba infantil. Se llamaba Juan-tortuga. A Juan-tortuga no le gustaba ir a la escuela. Prefería quedarse en casa con su madre y su padre. No quería estudiar ni aprender nada: sólo le gustaba correr y jugar con sus amigos, o pasar las horas mirando la televisión. Le parecía horrible tener que leer y leer, y hacer esos ejercicios de escritura, las fichas. Odiaba escribir y era incapaz de seguir las instrucciones para hacer la tarea. Tampoco se acordaba de llevar el material necesario a la escuela.

En clase, no escuchaba a la profesora y se pasaba el rato haciendo

ruiditos que molestaban a todos. Cuando se aburría, que pasaba a menudo, interrumpía la clase chillando o diciendo tonterías que hacían reír a todos los compañeros. A veces intentaba trabajar, pero lo hacía rápido para acabar enseguida y se volvía loca de rabia, cuando, al final, le decían que lo había hecho

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mal. Cuando pasaba esto, arrugaba las hojas o las rompía en mil trocitos. Así pasaban los días…

Cada mañana, de camino a la escuela, se decía a sí mismo que se tenía que

esforzar en todo lo que pudiera para que no le castigasen. Pero, al final, siempre acababa metido en algún problema. Casi siempre se enfadaba con alguien, se peleaba y no paraba de insultar. Además, una idea empezaba a rondarle por la cabeza: “soy una tortuga mala” y, pensando esto cada día, se sentía muy mal.

Un día, cuando se sentía más triste y desanimado que nunca, se encontró

con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era una tortuga sabia, tenía por lo menos 100 años, y de tamaño enorme. La gran tortuga sabia se acercó a la tortuguita y deseosa de ayudarla le preguntó qué le pasaba: “¡hola! –le dijo con una voz profunda- te diré un secreto: no sabes que llevas encima de ti la solución a tus problemas”

Juan-tortuga estaba perdido, no entendía de qué le hablaba. “¡Tu caparazón!” exclamó la tortuga sabia. Puedes esconderte dentro de ti siempre que te des cuenta de que lo que estás haciendo o diciendo te produce rabia. Entonces, cuando te encuentres dentro del caparazón tendrás un momento de tranquilidad para estudiar tu problema y buscar una solución. Así que ya sabes, la próxima vez que te irrites, escóndete rápidamente.”

A Juan-tortuga le encantó la idea y estaba impaciente por probar su secreto en la escuela. Llegó el día siguiente y de nuevo Juan-tortuga se equivocó al resolver una ficha. Empezó a sentir rabia y furia, y cuando estaba a punto de perder la paciencia y de arrugar la ficha, recordó lo que le había dicho la vieja tortuga. Rápidamente encogió los bracitos, las piernas y la cabeza y los apretó contra su cuerpo, poniéndose dentro del caparazón. Estuvo un ratito así hasta que tuvo tiempo para pensar qué era lo mejor que podía hacer para resolver su problema. Fue muy agradable encontrarse allí, tranquilo, sin que nadie lo pudiera molestar. Cuando salió, se quedó sorprendido de ver a la maestra que le miraba sonriendo, contenta porque se había podido controlar. Después, entre los dos resolvieron el error (“parecía increíble que con una goma, borrando con cuidado, la hoja volviera a estar limpio”). Juan-tortuga siguió poniendo en práctica su secreto mágico cada vez que tenía problemas, incluso a la hora del patio. Pronto, todos lo s niños que habían dejado de jugar con él por su mal carácter, descubrieron que ya no se enfadaba cuando perdía en un juego, ni pegaba sin motivos, al final del curso, Juan-tortuga lo aprobó todo y nunca más le faltaron amiguitos”.

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Ante una situación potencialmente estresante el padre o profesor dice la palabra “tortuga” y el niño debe imitar a la tortuga: barbilla en el pecho, mirada al suelo, brazos y puños cerrados y en tensión, estirados a lo largo del cuerpo; contamos hasta diez y procedemos a relajar de nuevo nuestros músculos. Debemos reforzar este entrenamiento para que el niño se anime a utilizar esta estrategia de forma autónoma cuando se sienta inquieto o en situaciones de difícil control. Su autoestima es importante:

� Aceptemos y conozcamos las dificultades del niño para realizar algunas tareas; así seremos capaces de ver los esfuerzos que hace para terminar las actividades.

� Ofrecer confianza en su persona y sus competencias; decirle

”ayúdame, me gusta saber que puedo contar contigo” � Modifiquemos nuestro lenguaje para evitar el NO “no corras, no pegues,

no molestes,…” � Para expresar nuestros sentimientos negativos por un comportamiento

disruptivo del niño, evita la ridiculización, falta de respeto,… es conveniente usar la siguiente fórmula: “yo me siento triste cuando tú no haces bien la ficha porque no avanzas todo lo que podrías”

� Descubramos sus aspectos positivos y habilidades, ayudándole a

disfrutar con ellos (implíquelo en una actividad deportiva, ordenador, dibujo…)

� Vamos a sustituir el verbo “ser” por el verbo “estar”, así no atacamos

su autoestima “tu pupitre está desordenado” en vez de “eres un desordenado”.

Además de estas estrategias nos hace falta paciencia, tranquilidad, y confianza en lo que estamos haciendo.