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Estudio Social de La Ciencia_final

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Estudio social de la ciencia y la tecnología desde América LatinaPor una nueva fundamentación filosófica

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BIBLIOTECA sOCIEdAd y TECnOCIEnCIA

Colección Estudios Sociales de Tecnociencia desde América Latina

DirectorAlexis de Greiff

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Estudio social de la ciencia y la tecnología desde América Latina

Antonio Arellano HernándezPablo Kreimer

Directores

siglo del Hombre Editores

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Estudio social de la ciencia y la tecnología desde América Latina / Antonio Arellano Her-nández ... [et al.]. – Bogotá: siglo del Hombre Editores, 2011.

352 p.; 21 cm.

1. sociología de la ciencia - América Latina 2. Tecnología - Aspectos sociales - América Latina 3. Innovaciones tecnológicas-América Latina 4. Tecnología y sociedad - América Latina 5. Ciencia y tecnología - América Latina I. Arellano Hernández, Antonio.

303.483 cd 21 ed. A1293347

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis-Ángel Arango

Esta investigación, arbitrada por pares académicos, se privilegia con el aval de la institución editora

La presente edición, 2011

© siglo del Hombre EditoresCra. 31A n.º 25B-50, Bogotá d. C., ColombiaPBX: (57-1) 337 77 00, Fax: (57-1) 337 76 65

www.siglodelhombre.com

diseño de carátulaAlejandro Ospina

Armada electrónicaÁngel david Reyes durán

IsBn: 978-958-665-183-7

ImpresiónPanamericana Formas e Impresos s. A.

Calle 65 n.º 95-28, Bogotá d. C.

Impreso en Colombia-Printed in Colombia

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo por escrito de la Editorial.

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ÍNDICE

“Estudio social de la ciencia y la tecnología desde América Latina”. Introducción general ............................. 9

Antonio Arellano Hernández y Pablo Kreimer

La actual internacionalización de las ciencias sociales en América Latina: ¿vino viejo en barricas nuevas? ............ 21

Hebe Vessuri

¿Es posible una epistemología política que solucione la asimetría entre naturaleza absolutizada y política relativizada? ......................................................... 57

Antonio Arellano Hernández

La ciencia y los paradigmas de la política científica, tecnológica y de innovación ............................................. 99

Léa Velho

Desarmando ficciones. Problemas sociales-problemas de conocimiento en América Latina ................................. 127

Pablo Kreimer

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De redes y espacios de conocimiento, significados conceptuales y de política ................................................. 167

Rosalba Casas Guerrero y Matilde Luna Ledesma

“Apropiación fuerte” del conocimiento: una propuesta para construir políticas inclusivas de ciencia, tecnología e innovación en América Latina ...................... 209

Alexis de Greiff y Óscar Javier Maldonado

Transformaciones en el saber sobre el saber y las traducciones-translaciones para los colectivos locales ........ 263

Ivan da Costa Marques

Reflexiones sobre el concepto de cultura científica ................... 301Leonardo Silvio Vaccarezza

Los autores ............................................................................. 343

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“ESTUDIO SOCIAL DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA DESDE AMÉRICA LATINA”

Introducción general

El estudio social de la ciencia y la tecnología en Latinoamérica re-gistra sus primeros antecedentes en los años cincuenta del siglo xx. El periodo que va de aquellos años a nuestros días puede dividir-se en tres momentos diferenciados: el primero desde fines de los años cincuenta hasta comienzos de los ochenta, como parte de lo que Jorge Sábato y Natalio Botana denominaron “Pensamiento latinoamericano en ciencia, tecnología, desarrollo, dependencia” (placts), tomando el título, luego muy difundido, del libro edi-tado por estos autores en 1975.

Un segundo período se extiende desde el comienzo de los años ochenta hasta la segunda década de los noventa, que podría-mos denominar de institucionalización de los “Estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina” (escyt), y que está caracterizado por la conformación de los primeros grupos de so-ciología, historia social, antropología y política de la ciencia, así como de la economía del cambio tecnológico y de la innovación.

Un tercer período se inicia en la segunda mitad de los años noventa, y podría ser denominado periodo de “consolidación” del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Los indi-cadores de esta consolidación estarían dados por la existencia de

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congresos periódicos, que incluyen cada vez más investigadores, grupos con cierta trayectoria en investigaciones, formación de posgrados (y de escuelas doctorales colectivas), entre otros.

Aunque es difícil afirmar que el campo está suficientemente maduro, sí resulta evidente que la producción de los últimos años nos muestra que en la mayor parte de los países de América Latina hay grupos activos que se están interrogando sistemáticamente sobre cuestiones tales como el papel de las ciencias y las tecnolo-gías en estos contextos, el papel de los Estados en la promoción del conocimiento, los modos en que las sociedades se apropian (o podrían apropiarse) de los conocimientos, o las formas de com-prensión pública de la ciencia y la tecnología, entre otros tópicos.

Los investigadores inscritos en el placts que hemos ubicado tenían, más allá de las diferencias entre ellos, un bajo nivel de insti-tucionalización académica, estaban fuertemente preocupados por las dimensiones de orden político, defendieron el carácter social del fenómeno tecnológico y plantearon críticamente el proceso de transferencia de tecnología como un fenómeno dependendista. En contraste, se inclinaron por el desarrollo endógeno, destacan-do el papel activo de los Gobiernos en el trazo de las trayectorias nacionales de investigación. Algunos, como los propios Sábato y Botana, conceptualizaron —bajo la influencia de las ideas de la Cepal— un desarrollo triangular de la ciencia y la tecnología integrado por instituciones de investigación, instancias de apoyo gubernamental y entidades productivas, y señalaron la falta de vinculaciones del sistema de ciencia y tecnología con los sectores productivos nacionales. Otros, como Óscar Varsavsky, planteaban transformaciones más radicales, cuestionando las bases mismas de los sistemas científicos latinoamericanos, según él sesgados hacia una suerte de “burocracia científica internacional” (el cientifi-cismo era uno de los pecados que denunciaba), completamente alejados de las necesidades de la sociedad que los financia. Por

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su lado, Amílcar Herrera señalaba la necesidad de atender, para comprender el papel que los Estados les asignan a la ciencia, a las agendas que se ocultan tras las políticas económicas y a otras disposiciones públicas que conforman la parte implícita de las políticas, y que operan como frenos para el desarrollo tecnoló-gico autónomo.

Los autores del placts enmarcaron estos debates en términos de la búsqueda de un desarrollo autónomo regional, de integra-ción latinoamericana y de constitución de un proyecto social latinoamericano como parte de una transformación más pro-funda de la sociedad. Estos investigadores eran actores públicos que buscaban ocupar posiciones en la toma de decisiones como medio para protagonizar cambios sociales.

En el periodo siguiente, de institucionalización de los escyt, el estudio social de la ciencia y la tecnología se despliega en nu-merosas dimensiones y disciplinas y va conformando objetos cada vez más diversificados de investigación. Los temas principales se refieren a la institucionalización de la sociedad del conocimiento, las relaciones entre las disciplinas científicas y la industria en los procesos científico-técnicos, los campos científicos, las relaciones entre la tecnociencia, el ambiente y la sociedad, la regionalización y localización espacio-temporal del fenómeno tecnocientífico, las políticas públicas de ciencia y tecnología, la participación política y la democracia, la relación entre tecnociencia, ética y juridiza-ción, los usos sociales de la ciencia y la tecnología, la crítica social de la tecnociencia y de las prácticas, las redes heterogéneas de investigación, las relaciones entre científicos y grupos sociales e instituciones, la adquisición de credibilidad científica, la dimen-sión social de los contenidos científicos, el estudio renovado del poder sustentado en la tecnociencia y la movilización política de los actores. La inicial diversificación de disciplinas (sociología,

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antropología, economía, historia, etc.) se ha venido transforman-do en una mezcla interdisciplinaria de disciplinas y enfoques.

En cuanto a la formulación de agendas de investigación, es posible observar, a lo largo de los últimos años, cierta tensión entre perspectivas más críticas o “autónomas” y abordajes menos críticos. En efecto, entre los primeros podemos encontrar investi-gaciones que se orientan hacia la búsqueda de objetos y abordajes propios de América Latina (y, en un sentido más amplio, de países periféricos o, para utilizar el eufemismo de Arvanitis, “no hege-mónicos”) (Losego y Arvanitis, 2008). Estos trabajos intentan dar cuenta de cuestiones que serían “propias de la región”, e incluso muchos problematizan las relaciones entre la investigación produ-cida en los contextos centrales y en los periféricos. Estos trabajos se refieren, por lo general, a las ciencias exactas y naturales, y son pocos aún los trabajos que se han orientado a analizar críticamente las relaciones entre centros y periferias en las ciencias sociales en general, y en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en particular, lo que implicaría, por cierto, un notable ejercicio de reflexividad.

Por otro lado, se observan otros estudios que, con una pers-pectiva menos crítica, intentan aplicar los marcos elaborados por diversas corrientes hegemónicas a nivel internacional a los objetos de investigación en América latina. En algunos casos, la aplicación de estos modelos analíticos se realiza con un esfuerzo de adaptación a los contextos locales, lo que ha dado lugar a ciertos ajustes conceptuales y metodológicos, mientras que en otros se realiza de forma más mecánica. Algunos ejemplos de esto último se han podido observar en el uso de conceptos tales como sistema nacional de innovación, sociedades postmodernas, redes científicas globalizadas, triple hélice y tantas otras, que se aplican con poca reflexión sobre su adecuación a los objetos locales.

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En este mismo periodo se despliegan con vigor los estudios acerca de la innovación, desde diversas perspectivas. Así, co-mienzan a estudiar, de un modo sistemático, la innovación en su escala nacional y regional, así como en sus ámbitos sectoriales. También se han ocupado de la gestión de la innovación y de las capacidades que se expresan en los procesos de aprendizaje y de acumulación de capacidades innovativas y empresariales. Por otro lado, algunas de las corrientes que estudian la innovación se han ido aproximando a los otros trabajos que analizan el papel del conocimiento (utilizando, por ejemplo, la noción de red y los vínculos entre actores) como elemento clave y común a diversos espacios sociales y económicos.

El campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnolo-gía es aún pequeño en América Latina. Sin embargo, es también bastante activo, desarrolla conocimientos novedosos y emplea elaboradas metodologías. Respecto al protagonismo de los perso-najes de los primeros tiempos, los investigadores de la actualidad son menos activos en sus prácticas “militantes”, y su actividad se despliega en centros de producción académica y de difusión de conocimiento (algunos de ellos dedicados exclusivamente a los escyt), en foros de muy diversas disciplinas y en la formación académica de jóvenes investigadores.

Desde mediados de los años noventa, los practicantes de este campo organizan en forma bianual los Congresos Latino-americanos de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (Esocite) y organizan seminarios permanentes, foros nacionales y latinoamericanos. Asimismo, los núcleos más activos de la re-gión han logrado consolidar ciertas publicaciones periódicas, de las que se destaca Redes. Revista de Estudios Sociales de la Ciencia, y ha establecido algunos programas de estudios de pre y —sobre todo— de posgrado.

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El presente libro se encuadra en lo que, a juicio de los coor-dinadores, corresponde a cuatro desafíos teórico-metodológicos que los estudios sociales de la ciencia y la tecnología latinoame-ricanos han enfrentado recientemente, a saber: a) comprender, desde diferentes enfoques teóricos, las dinámicas de producción y de uso social, económico, político y simbólico del conocimiento científico y tecnológico, así como sus actores, instituciones, con-textos, lógicas, restricciones, etc.; b) abordar el papel del conoci-miento y la tecnología latinoamericanos en un mundo global y evaluar analíticamente algunos caminos posibles hacia el futuro; c) reflexionar sobre el papel de la investigación producida por los escyt en las sociedades latinoamericanas e indagar los aportes realizados por este campo para las ciencias sociales (lo que parece superar a la idea, más tradicional, de “aprovechar los aportes de las ciencias sociales para el estudio de la ciencia y la tecnología”). Finalmente, d) analizar críticamente los enfoques, categorías y metodologías desarrollados en otras regiones, explorando las posibilidades y restricciones para su aplicación en Latinoamérica.

Tratando de avanzar en los desafíos señalados, este libro tiene dos objetivos: en primer lugar, poner en escena los aportes y las propuestas desarrolladas por un conjunto de investigadores lati-noamericanos sobre diversos temas y enfoques en torno al estudio de las relaciones entre la ciencia, la tecnología y la sociedad (cts). Se trata de presentar un panorama de los estudios cts latinoame-ricanos vistos a través de las aportaciones teórico-epistemológicas y empíricas recientes, generadas por especialistas representativos de campos de conocimiento y abordajes diversos.

En segundo lugar, mostrar algunas avenidas por las que transcurrirán los esfuerzos de investigación en la región, tratando de profundizar los debates vigentes y de enriquecer la agenda de discusión de los estudios cts. Se trata de dar cuenta de las modi-ficaciones del campo cts en la región en términos de los abordajes

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posdisciplinarios, de la fuerte integración conceptual y empírica de los diversos ámbitos y de las posiciones críticas respecto de las elaboraciones teórico-metodológicas de otras regiones. En este sentido, se trata de abrir nuevas vías de investigación de la cien-cia, la tecnología y la innovación en la región latinoamericana, y también de su papel en el plano internacional.

Para ello hemos convocado, con el objeto de conformar este volumen, a algunos de los representantes más importantes del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en la actualidad, quienes aceptaron con mucho gusto sumarse a esta iniciativa aportando sus reflexiones acerca de las cuestiones men-cionadas, desde la perspectiva de América Latina. Hebe Vessuri, Lea Velho, Rosalba Casas, Matilde Luna, Alexis de Greiff, Óscar Maldonado, Ivan da Costa Marques y Leonardo Vaccarezza son los autores que nos acompañan en esta propuesta.

Hebe Vessuri analiza el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina desde la perspectiva de los desafíos que parecen emerger frente a los procesos de internacionalización y globaliza-ción, que supondrían la posibilidad de “una ciencia social global basada en un igualitarismo epistemológico”. La autora, para dis-cutir estos conceptos, recorre el papel de instituciones clave en la institucionalización de las ciencias sociales, como el papel de las universidades o de centros significativos, como Flacso y Clacso. Al mismo tiempo, da cuenta de las cuestiones ligadas con las publi-caciones académicas y de la conformación de las agendas propias, como los estudios centrados en el desarrollo o en los fenómenos de “fuga de talentos” y las tensiones entre nacionalismo e inter-nacionalismo. Vessuri concluye observando cierto retorno —bajo otras formas— a algunas de las temáticas que estuvieron presentes en la fructífera década de los años sesenta y setenta del siglo xx, y concluye el capítulo sistematizando los desafíos del presente y

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formulando preguntas clave sobre el futuro de las investigaciones en ciencias sociales en la región.

Antonio Arellano toma, como punto de partida, la cons-tatación de una asimetría que está presente en la epistemología política moderna, que, mientras considera los conocimientos científicos como “realistas y universales”, analiza las dimensiones políticas como “construidas”. El autor discute los diversos aportes realizados desde diversas corrientes, en particular la emergencia de la noción de relativismo epistémico, y las formas que adquirió la manifestación más reciente de lo que se conoce como la guerra de las ciencias, detonada por el conocido affaire Sokal. Luego de analizar si es posible registrar cambios en la relación hombre-naturaleza, y sustentándose en las ideas de Bruno Latour acerca de la epistemología política contemporánea —y de señalar sus limitaciones—, Arellano propone desarrollar una epistemología que se sustente en una matriz antropológica y que pueda ofrecer, partiendo de los campos de intervención, un estudio del mundo “con presencia del fenómeno humano”.

Léa Velho incursiona en el desarrollo de los diversos para-digmas de política científica y tecnológica en relación con los conceptos dominantes de ciencia (paradigmas) durante diversos períodos históricos. En particular considera cuatro paradigmas en el desarrollo de las políticas: la ciencia como motor del progreso, la ciencia como solución y causa de problemas, la ciencia como fuente de oportunidad estratégica, la ciencia para el bien de la sociedad. Así, para cada uno de estos modelos de pensamiento analiza una serie de variables que incluyen la concepción de ciencia; los actores que producen los conocimientos; los modos de organización de las relaciones entre sociedad y los procesos científicos, tecnológicos y la innovación; las racionalidades subyacentes, y las modalidades de análisis y evaluación. Para concluir, Velho formula interrogan-tes dirigidos al futuro, en la medida en que se considere, para el

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diseño y las intervenciones políticas, una concepción que piense la ciencia y la tecnología como construcciones sociales.

Pablo Kreimer aborda la relación entre la producción de conocimiento científico y la emergencia y resolución de proble-mas sociales, poniendo de manifiesto los diferentes aspectos que están implicados en ellas, los modos sociales de tematización y articulación pública de cuestiones sociales, las estrategias de “movilización” de conocimientos científicos como estrategia para el abordaje de dichos problemas, y el papel de los propios conocimientos científicos en la definición de discursos y políticas públicas. Kreimer experimenta con tres análisis sociológicos de la enfermedad de Chagas, como problema público y como objeto de conocimiento, a partir de tres abordajes: la teoría de redes de actores, híbridos y aliados, formulada por Bruno Latour; la discu-sión sobre la legitimidad de los objetos, de Theodor Adorno; y la perspectiva de autonomía relativa de los campos y las demandas sociales, de Pierre Bourdieu. Finalmente propone un enfoque alternativo para la comprensión de las relaciones entre problemas sociales y problemas científicos, tomando en cuenta las dimensio-nes sociales, culturales, cognitivas y políticas como un modo de pensar las relaciones entre ciencia y sociedad en América Latina.

Rosalba Casas y Matilde Luna toman como objeto de re-flexión el desarrollo de redes de conocimiento como una herra-mienta analítica capaz de dar cuenta de las complejas relaciones entre los diversos actores que participan en los procesos asociados con el desarrollo científico y tecnológico. Casas y Luna presentan una discusión sobre el estado del arte de los diversos enfoques que han sido utilizados —tanto a nivel internacional como en América latina— para observar estas cuestiones (como los sistemas de innovación, la triple hélice, y las teorías de redes). Las autoras su-gieren que el enfoque de redes de conocimiento permitiría incluir cuestiones y niveles de análisis que no son debidamente tomados

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en cuenta por abordajes “tradicionales”, como los diversos espa-cios de gobierno y de organización de la innovación (nacional, regional, local), para finalizar proponiendo un conjunto de insu-mos para conformar una agenda hacia el futuro, al mismo tiempo en términos de indagación que de diseño de políticas.

Alexis de Greiff y Óscar Maldonado se concentran en anali-zar críticamente la noción de apropiación social del conocimiento, expresión que se ha difundido extensamente en los últimos años en América Latina. Partiendo de considerar las ambigüedades implícitas en la expresión, entendida alternativamente como divulgación científica, como alfabetización y como usos del conocimiento, proponen la noción de apropiación fuerte, para distinguirla de las otras acepciones. Así, señalan que, lejos de ser receptores pasivos, los públicos tienen un papel en el proceso de la construcción de “hechos”, así como en la legitimación social de los científicos mediante la brecha cultural estructurada a partir de los procesos de división social del trabajo. En el modelo que los autores proponen, la comprensión e intervención de las relacio-nes entre tecnociencia y sociedad son construidas a partir de la participación activa de los diversos grupos sociales que generan conocimiento, resultado de lo cual es la integración de “apropia-ción e innovación” en un mismo plano, en lugar de ser entendidas como actividades o prácticas contradictorias.

Ivan da Costa Marques examina el abanico de las “transfor-maciones del sistema capitalista” de las últimas décadas como “transformaciones en el saber sobre el saber moderno”, especial-mente sobre el saber de las ciencias modernas, y más aún, par-ticularmente sobre los conocimientos de la ciencia económica. Focaliza las transformaciones del “saber sobre el saber” como el paso de la epistemología de las corrientes dominantes a los aná-lisis semióticos. Opone la noción de traducción/traslación a las de descubrimiento en la ciencia y de impacto de la tecnología en la

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sociedad, y problematiza la configuración denominada sistema nacional de innovación frente a la variedad de posibilidades de configuración de colectivos locales abiertos por la entrada en escena de las tic. Considera a América Latina como lugar donde podrían existir muchas oportunidades, aún poco exploradas de innovaciones y nuevas formas de organización de la producción, asentadas en las tradiciones locales que aquellas provenientes de tradiciones distantes.

Leonardo Vaccareza explora el carácter polisémico de los términos cultura científica y tecnológica o cultura tecnocientífica, que provienen tanto de sus posibilidades interpretativas como de sus implicaciones en el cambio social. Asimismo, discute di-versas acepciones de cultura científica para proponer una versión que la designaría como un conjunto heterogéneo, variable, con-tradictorio y volátil de significados de objetos científicos y tec-nológicos. Pero esta versión sugiere una estrategia empírica para abordar y dotar de significación política al término, que parece recaer menos en la consolidación de una determinada hegemonía cultural que en la resolución de problemas de la ciudadanía. En este sentido, aparece América Latina como un espacio de expe-rimentación y avance en la articulación de significados diversos del conocimiento.

Los coordinadores agradecemos el apoyo que la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México ha dado a este proyecto editorial, y a Araceli López Mauricio por su colaboración en la edición de los textos y el cuidado de las referencias bibliográficas.

Antonio Arellano Hernández y Pablo KreimerMéxico y Buenos Aires, marzo de 2011

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Referencias bibliográficas

Losego, P. y Arvanitis, R. (2008). “La science dans les pays non hégémoniques”. Revue D’anthropologie des Connaissances, vol. 2, n.º 3, pp. 334-342.

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LA ACTUAL INTERNACIONALIZACIÓN DE LAS CIENCIAS SOCIALES EN AMÉRICA

LATINA, ¿VINO VIEJO EN BARRICAS NUEVAS?

Hebe Vessuri

Introducción

En la primera década del siglo xxi las ciencias sociales en América Latina estuvieron divididas en torno a debates acerca de cuáles son los problemas que deben discutirse y qué teorías y métodos debieran usarse para estudiarlas. A ello se suman los eternos loci classici del Estado —la soberanía y el nacionalismo—, así como el interés persistente en la autonomía del investigador, yuxtapuesto a la rendición social de cuentas, la relevancia y la búsqueda de nuevas metodologías, la transdisciplinariedad y el fundamento disciplinario; el nexo entre docencia e investigación, y aspectos institucionales tales como el financiamiento. Pero, además, co-rrientes cruzadas dinámicas están redibujando los contornos de las ciencias sociales, y nuevos enfoques buscan develar la relación problemática entre el Estado y el mercado; la pobreza, la violencia

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y el conflicto social; la etnicidad, el multiculturalismo y la diversi-dad cultural; la gobernabilidad y la búsqueda de un nuevo sentido de comunidad y/o socializad; la universalidad y la particularidad, la sustentabilidad ambiental y la sustentabilidad social.

El reconocimiento de una brecha profunda entre quienes argumentan que la globalización es la marca de la nueva era, y sus críticos, está en la primera línea del debate. De muchas ma-neras, esta dicotomía parece ser otra instancia de metanarrativas polarizadas que oscurecen tanto como iluminan.

En un pasado no muy distante, el discurso de las ciencias sociales acerca de la ciencia era predominantemente eurocéntrico, y en muchos sentidos continúa siéndolo. Sin embargo, en Amé-rica Latina, como en otras regiones periféricas del mundo, esta hegemonía intelectual de Occidente fue desafiada por individuos y tradiciones de pensamiento bastante antes de que la reciente teoría de la ciencia “poscolonial” del Norte se pusiera de moda. La ciencia, y las ciencias sociales en particular, en el Sur “se abrieron” muy temprano a temas, acciones y grupos antes descuidados, y ofrecieron una base para revaluar críticamente formas de cono-cimiento no occidentales como parte de un redescubrimiento de tradiciones, identidades y culturas híbridas (Nandy, 1995; Pecujlic, Blue y Abdel-Malek, 1984).

La actual internacionalización, o globalización, de las ciencias sociales, tal como se las ve desde el punto de vista de las regiones periféricas, aparece como un proceso heterogéneo y multicéntrico, lo cual confirma la idea de flujos multidireccionales de conoci-miento a través de civilizaciones y apunta a la creación de una ciencia social global basada en un igualitarismo epistemológico genuino. Esta, sin embargo, no es una idea novedosa. Una disci-plina como la antropología, por ejemplo, hace mucho abrazó la noción de diversidad cultural como la manera de aproximarse a

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la universalidad de la especie y la sociedad humana, prefigurando una forma de sociedad global.

Las ciencias sociales han estado envueltas en actividades internacionales desde sus inicios. En efecto, han sido parte del proceso de complejización e internacionalización de la sociedad. En una región como América Latina, desunida por la economía y la política, y unida por la cultura y la afinidad lingüística, la actual globalización implica, entre otras cosas, la comprensión del rol del conocimiento y la tecnología en la región, el impacto de las migraciones y las diásporas, y la evaluación analítica de algunas sendas posibles hacia el futuro, así como la previsión de una mayor transformación de las ciencias sociales en las nuevas condiciones.

La educación superior latinoamericana y la internacionalización de las ciencias sociales

Una manera de ver la actual transición hacia una globalización más intensa consiste en describir los cambios en los hábitos, or-ganización y rendición social de cuentas en la educación superior latinoamericana, en preguntar cómo las estructuras regionales respondieron y apoyaron la internacionalización en diferentes momentos, y cuáles son los medios institucionales o restricciones para la colaboración en la investigación internacional en la actua-lidad. Durante tres cuartas partes del siglo xx la Universidad de América Latina fue vista como uno de los principales —si no el principal— instrumentos de construcción de la nación moderna. La racionalidad central de los Gobiernos se basaba en la noción de la inversión en capital humano, por medio de la cual la población era entendida como un recurso nacional que debía ser protegido y desarrollado. Entre las áreas que debían apoyarse estaban las hu-manidades y las artes, como correspondía a naciones civilizadas; la

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psicología, la economía, la sociología y otras ciencias sociales tam- bién se consideraban necesarias para la Administración y el orden público. La universidad constructora de la nación gozó de gran resonancia popular. Una capacidad siempre en expansión de la educación superior multiplicó las oportunidades de los hijos de familias profesionales y de cuello blanco, y de algunas familias de clase trabajadora también, en una espiral sinérgica de crecimiento.

Como un componente integral de este proceso, desde la década de 1930, en una coyuntura de trascendentales cambios políticos y sociales en México, Brasil y Argentina, surgieron las instituciones más tempranas vinculadas a las ciencias sociales; y en el período de 1950-1960 comenzó el proceso de institucio-nalización efectiva de la sociología como disciplina mediante la docencia y la investigación, impulsada por preocupaciones pú-blicas con la modernización.1 Sin embargo, este segundo periodo de institucionalización finalizó con la disrupción y crisis de los proyectos existentes, debido principalmente a la irrupción de regímenes autoritarios (Brasil, 1964; Argentina, 1966 y 1976; Uruguay y Chile, 1973).

Curiosamente, la expansión de la educación superior y de las ciencias sociales ocurrió especialmente desde la década de 1970, en medio de la turbulencia y represión política, después del cierre de las escuelas públicas de ciencias sociales. La crítica social abrió lugar a la tecnología social instrumental. A medida que la canti-dad de estudiantes de ciencias sociales fue creciendo en propor-ciones masivas, muchos buscaron una profesionalización que la

1 Entre otros, el Centro de Estudios Históricos y Sociales (1943) en El Cole-gio de México; en Argentina el Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (1947), y después del derrocamiento de Perón, el programa de Sociología (1957) y el Instituto de Desarrollo Económico (1958); en Brasil, la Escuela Paulista de Sociología en la Universidad de São Paulo y el Instituto Joaquín Nabuco en Bahia, a comienzos de la década de 1950.

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Universidad era incapaz de proporcionar en medida satisfactoria, puesto que se requería una supervisión mucho más estructurada que la que la Universidad estaba en condiciones de ofrecer. La mayoría de los estudiantes que se matriculaban en cursos que se caracterizaban por sus elevadas tasas de deserción y por conferir un estatus profesional dudoso, tenían orígenes sociales manifies-tamente menos privilegiados que quienes buscaban ingresar en profesiones sociales más competitivas. La gama de cursos en el campo social no ha sido homogénea entre los países de la región ni dentro de un mismo país. En un cuadro colorido y abigarrado del campo de las ciencias sociales, los principales sistemas que han producido las mayores cantidades de graduados con título universitario han sido los de Brasil, México, Colombia, Argentina, Venezuela, Perú y Costa Rica.

Como resultado, el proyecto gubernamental de largo alcan-ce de la Universidad constructora de la nación cayó en una crisis profunda en la mayoría de los países de la región desde la década de 1970, con elementos distintos pero que se reforzaban mutua-mente. Hay una crisis de identidad académica producida por la “corporativización” de las estructuras y culturas universitarias y la falta de modelos sólidos alternativos al euro-norteamericano capaces de responder mejor a los problemas de los contextos na-cionales. También hay una crisis de compromiso gubernamental con el rol público de las universidades, expresado principalmente en un debilitamiento de la base de recursos, una crisis del posicio-namiento y estrategia vis à vis, la actual reestructuración interna-cional de la educación superior, aceptando la división del trabajo impuesta, por la cual se producen ingenieros y técnicos baratos (y no solo trabajadores, como en el modelo previo) para la difu-sión en todo el mundo de la investigación y desarrollo (iyd) y pro-ductos de ingeniería comercializables, y de esta forma un marco legal que apoya fuertes derechos de propiedad intelectual (ipr).

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Esto ha sido visible incluso en los procesos de transición hacia re-gímenes democráticos que, desde mediados de la década de 1980, han coincidido con el resurgimiento de enfoques alternativos.

Sin embargo, la continuidad histórica de la Universidad co-mo institución social y la coexistencia de formas nuevas y antiguas en su seno pueden hacernos perder de vista que la Universidad está sufriendo una gran transformación. Bajo el impulso de un mercado global de educación superior, la mayoría de las universi-dades han entrado, de buen grado o no, en procesos conflictivos de conformidad, subordinación, homogeneización y competición desigual hacia el modelo hegemónico global de la universidad norteamericana, perdiendo su carácter distintivo y su impacto en los contextos locales y nacionales a los cuales habían respondido en mayor grado en el pasado.

La era global crea una vinculación más extensa y más intensa. En muchas disciplinas había circuitos mundiales en los cuales el conocimiento particular circulaba, era aumentado y reformado. Estos circuitos ahora son más grandes, el tráfico que llevan es más “grueso”, y son más inmediatos y determinantes en sus efectos locales. De esta forma los grupos de investigación disciplinaria afiliados a universidades son una fuerza de presión considerable desde abajo, con lealtades divididas hacia sus comunidades pro-fesionales internacionales y la institución de conocimiento local a la que pertenecen. Los cambios en la estructura de gobernabilidad institucional, la apertura de oficinas de relaciones internacionales y la multiplicación de acuerdos de cooperación son factores in-tervinientes. La educación online a través de fronteras nacionales acelera la interpenetración de las naciones y las instituciones de educación superior. Sin embargo, como ya lo hemos recordado, este no es un libre intercambio de culturas con igual peso. A me-nudo se nota que la globalización está asociada a dos tendencias contrarias: una a la convergencia y la homogeneidad, y la otra a la

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diversidad por medio de encuentros más extensos y complejos con “otros” culturales. Uno podría imaginarse trabajando hacia una situación en las ciencias sociales en la cual toda iniciativa acerca de la investigación sobre la comunicación online y la ciencia-e co-mienza con el reconocimiento de la diversidad y la especificidad. Las infraestructuras producidas serían, por tanto, “específicas” o “situadas”, más que “genéricas”. Los elementos comunes, si están presentes, surgirían de las prácticas —emergentes pero no previs-tas (Beaulieu et al., 2008)—.

En años recientes la cantidad de graduados de ciencias socia-les latinoamericanos se elevó espectacularmente, pasando de casi 400 000 en 1997 a aproximadamente 900 000 en 2005 (esto es, del 54 al 61 % del total de graduados). El sector universitario en la región está fuertemente orientado a la formación de posgrado de profesionales en las ciencias sociales. En el nivel de maestría hay muchos programas profesionales de administración, derecho, impuestos, finanzas y psicología, pero ya se observa la presencia de programas dirigidos a la formación para la investigación, por ejemplo en economía y desarrollo, las ciencias sociales y las cien-cias de la comunicación.

Con todos los cambios, la Universidad es la única institución existente en la sociedad contemporánea capaz de establecer un puente entre el conocimiento especializado y la sociedad como un todo en el nuevo contexto global; es muy valiosa en la recrea-ción y construcción de valores contemporáneos y comprensión social compartidos, al igual que como un espacio esencial para la formación de diversos grupos y para una amplia gama de interac-ciones que se dan en la sociedad y con el ambiente; y es un sitio fundamental para la producción de conocimiento, atendiendo a una muy amplia gama de preocupaciones sociales, demandas y problemas en diferentes ámbitos. En el contexto actual de cre-ciente homogeneización, el desafío de las universidades latino-

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americanas es preservar y recrear la diversidad de tradiciones y de sus responsabilidades, comenzando por un eje fundamental: un compromiso con la sociedad en su sentido más amplio.

La institucionalización de la investigación en la región

Los órganos científicos Latinoamericanos

Un escenario temprano para la colaboración regional e internacio-nal en las ciencias sociales fue el establecimiento de la Facultad La-tinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), en 1957, y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), en 1967 (Vessuri, 1999). Los Gobiernos de Chile y Brasil convocaron a una reunión en Rio de Janeiro en 1957, al cabo de la cual se decidió establecer Flacso con sede central en Santiago, Chile. Flacso surgió como una organización regional e internacional autónoma a partir de una iniciativa cooperativa entre la Unesco y los Gobiernos de la región dirigida a promover la educación, la investigación y la coo-peración técnica en ciencias sociales a lo largo del subcontinente. Sus funciones básicas han sido proporcionar entrenamiento en las ciencias sociales mediante cursos de posgrado y especialización; realizar investigación en el campo de las ciencias sociales sobre problemas latinoamericanos; diseminar los avances en las ciencias sociales, especialmente sus propios resultados de investigación, con el apoyo de los Gobiernos e instituciones apropiadas, y cola-borar con las instituciones universitarias, al igual que con cuerpos gubernamentales y privados del ámbito internacional, regional y nacional, para estimular el desarrollo de las ciencias sociales. Desde el comienzo, 13 países latinoamericanos fueron parte del acuerdo, y desde 1993 otros mostraron interés en convertirse en

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miembros. La naturaleza autónoma y regional de Flacso se asegura por medio de la participación de todos los países miembros y de intelectuales eminentes en sus cuerpos de gobierno, y también por los orígenes latinoamericanos de los cuerpos estudiantiles y administrativos, que desarrollan actividades en sus 10 unidades académicas y en la Secretaría General. Su naturaleza latinoame-ricana se ve igualmente reforzada por el contenido y alcance de sus programas de docencia e investigación, que están dirigidos a las necesidades científicas y sociales de la región. La asistencia también le llega de la contribución financiera de los Gobiernos de los países miembros y de una extensa red de acuerdos de coo-peración con varias instituciones del sector público y privado de este y otros continentes.

Desde su creación, en 1967, Clacso se ha convertido en el organismo de coordinación más extenso de los centros de inves-tigación en ciencias sociales de América Latina, e incluye actual-mente 254 centros miembros. Su Secretaría Ejecutiva siempre ha funcionado en Buenos Aires. Clacso surgió parcialmente como una contraparte del Consejo de Investigación en Ciencias Sociales de los Estados Unidos. Un grupo de científicos sociales latinoamericanos creía en la importancia de tener un consejo que pudiera coordinar los centros e institutos pioneros en las ciencias sociales, entre los que estaban El Colegio de México y el Instituto de Sociología de la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-co (unam), en la ciudad de México; el Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes), en Caracas; el Instituto Torcuato Di Tella (itdt) y el Instituto de Sociología de la uba, ambos en Buenos Aires; el Centro para el Estudio de la Realidad Nacional (Ceren), en la Universidad Católica de Chile, y el Instituto de Economía de la Universidad de Chile, en Santiago; el Centro Brasileño de Análisis y Planeamiento (Cebrap) en São Paulo; y el programa de Sociología de la Universidad de la República en Montevideo.

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También las conexiones con la Comisión Económica para Amé-rica Latina de las Naciones Unidas (Cepal), creada en 1949, y Flacso eran muy estrechas.

Desde sus primeros años Clacso estableció relaciones con agencias internacionales e institutos de investigación en los países avanzados y en el tercer mundo, particularmente los que hacían investigación sobre América Latina, como en el caso de la Asocia-ción de Estudios Latinoamericanos (lasa) en los Estados Unidos (1966), la Asociación Canadiense de Estudios Latinoamericanos (Calas-Acela) y el Consejo Europeo de Investigación Social sobre América Latina (Ceisal), creado en Westfalia en 1971. Después de varios intentos previos, también se comprometió en una po-lítica de acercamiento con científicos sociales de otras regiones del tercer mundo con la creación del Consejo para el Desarrollo de la Investigación Económica y Social en África (Codesria) (1973). Desde 1972, cuando se incorporó a la Unesco como una organización internacional no gubernamental que ofrecía información y asesoramiento, sus vínculos con esa agencia, al igual que con el Consejo Internacional de Ciencias Sociales, han sido muy estrechos.

Clacso ha desarrollado un programa de trabajo para estimular una mayor integración de las ciencias sociales latinoamericanas y defender las condiciones de trabajo de los científicos sociales en los centros miembros y en otras instituciones de países latino-americanos gobernados por regímenes autoritarios. Su programa de posgrado se diseñó en relación con dos áreas principales: el Programa de Investigación del Cono Sur, que, con apoyo finan-ciero del Consejo, proporcionó ayuda en los países de la subregión —Uruguay, Paraguay, Argentina y Chile— a investigadores que tenían dificultades para trabajar por sus opiniones políticas y/o teóricas, y en cooperación con el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas y la Unesco, el Programa de Entrenamiento para

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Jóvenes Investigadores, ya que era claro que el principal problema en la región era la falta de fondos para la investigación y las difi-cultades experimentadas por jóvenes graduados de universidades para obtener fondos de las agencias internacionales. Sus grupos de trabajo y comisiones tienen una membresía de aproximadamente 5000 investigadores en un programa de intercambio académico, debates y publicaciones.

Tanto Flacso como Clacso han tenido gran significación en la institucionalización de la investigación en las ciencias sociales y el desarrollo de una agenda intelectual y de investigación regio-nal que se difundió a las instituciones de educación superior en América Latina. Este desarrollo ha ocurrido a pesar de que las dic-taduras militares desmembraron las ciencias sociales y la sociedad civil como un todo en el Cono Sur en la década de 1970, y a pesar del autoritarismo que persistió en otros países de la región hasta tiempos recientes. La magnitud del proceso de “desinstituciona-lización” de la investigación social en el Cono Sur ha dividido en dos el proceso de construcción de una trayectoria independiente y autónoma para las ciencias sociales en América Latina; sus re-percusiones todavía se observan hoy en el funcionamiento de los contextos académicos (Bayle, 2007). No obstante, en las décadas que siguieron, uno de los principales objetivos de Flacso y Clacso siguió siendo la endogeneización de las ciencias sociales, tratando de explorar las especificidades y peculiaridades de la región y sus países, su gente y su dinámica social y política. La interacción entre el desarrollo de una temática local/regional y conceptos y nociones, al igual que marcos teóricos internacionales/universales, ha marcado el crecimiento de las distintas disciplinas.

Este apoyo internacional que brindaron Clacso y Flacso ha ayudado a la cosecha de centros de investigación en ciencias sociales en la región durante los últimos 40 años. El grueso de los actuales centros se estableció a partir de 1970, especialmente

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entre 1970 y comienzos de la década de 1980. Parte de la razón de esto puede encontrarse en el ímpetu que recibió la totalidad de la educación superior a lo largo de todos esos años. También es importante observar, sin embargo, que una elevada proporción de los centros existentes fue establecida en los últimos 25 años, con énfasis en la educación, la economía, la antropología y la so-ciología. También en este período se establecieron otros centros para la historia y la administración. La proliferación de centros parece haber estado inspirada en necesidades de varios tipos. Muchos fueron establecidos como soporte a la docencia, otros por la necesidad de explicar realidades locales o regionales, o a cuenta de algún problema social o cultural particular, o de nuevos intereses temáticos. Probablemente los menos fueron creados para promover el progreso teórico, metodológico instrumental y la innovación. El ritmo y el nivel de concentración geográfica de las unidades de investigación en los distintos países, particularmen-te en los más grandes, ha tendido a disminuir en los últimos 25 años, dejando como resultado una distribución más equilibrada, aunque persiste una fuerte concentración en las áreas metropoli-tanas. En México, por ejemplo, todos los estados tienen centros de investigación en alguna disciplina social o humanística, lo que no ocurre en otros campos del conocimiento; aunque más de la mitad de toda la capacidad de investigación continúa concentrada en el área metropolitana de la ciudad de México.

PubLicar en Las ciencias sociaLes Latinoamericanas

Si bien los libros continúan teniendo gran importancia en las ciencias sociales, su difusión y circulación están restringidas básicamente a la comunidad local y a algunos países donde exis-ten nuevos sistemas de incentivos para la investigación. Hoy las

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contribuciones en la forma de libros en lengua española no son consideradas tan positivamente como en el pasado. Por otro la-do, segmentos importantes de las ciencias sociales promueven la publicación de artículos en revistas internacionales, en idioma inglés, como es lo usual en las ciencias físicas. Los artículos se vuelven crecientemente visibles a medida que las tecnologías de la información los ponen a disposición en bases de datos más eficientes y comprehensivas.

La revista latinoamericana de investigación es crecientemente percibida como un instrumento que satisface cuatro funciones principales:

1. Permite un medio de comunicación con colegas intere-sados

2. Ayuda a garantizar calidad mediante el proceso de revi-sión por pares

3. Permite que los autores muestren la originalidad y el valor de su pensamiento, y

4. Facilita la distribución de crédito en la comunidad aca-démica

El índice de internacionalización de la literatura científica en ge-neral se elevó significativamente en los últimas tres décadas, en una tendencia también válida para las ciencias sociales latinoame-ricanas (Narváez-Berthelemot, 1995), y podemos inferir que en años recientes se ha intensificado como consecuencia de incen-tivos y recomendaciones de los consejos científicos y agencias de financiamiento de la región. Sin embargo, el perfil de las revistas latinoamericanas sigue siendo juzgado como pobre (Sancho et al., 2006) cuando se considera el crecimiento dinámico experi-mentado por la ciencia latinoamericana en el mismo período. Y aunque el Science Citation Index (sci) y el Social Science Citation

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Index (ssci) han incrementado significativamente su cobertura de revistas latinoamericanas, los cambios no han alterado de forma significativa la notoria subrepresentación de las revistas latinoamericanas en las bases de datos de la corriente principal (Collazo-Reyes et al., 2008). En conexión con esto, las agencias gubernamentales y comunidades científicas locales hicieron un esfuerzo consciente que introdujo una gran mejora en los rasgos formales de las revistas de ciencias sociales y bases de datos lati-noamericanas, haciendo uso de las nuevas tecnologías de la in-formación y la comunicación. El surgimiento de servicios como Latindex, scielo y Redalyc han ayudado a superar la restricción a usuarios locales de la mayoría de las bases de datos institucionales que todavía se notaba en la década de 1990.

El flujo internacional de comunicación continúa siendo muy asimétrico. En este sentido, las traducciones son un indi-cador interesante de los flujos asimétricos. Si bien no tenemos cifras específicas para las ciencias sociales, sino algunas bastante generales para el campo literario, tenemos razones para creer que la situación es bastante similar. En cualquier año particular la traducción desde el inglés al, digamos, español, portugués, búl-garo, holandés o árabe supera con creces los trabajos españoles, portugueses, búlgaros, holandeses o árabes traducidos al inglés. De hecho, las traducciones en los campos literarios se estima que actualmente constituyen entre el 2 y el 4 % del producto anual de las casas editoras inglesas y norteamericanas. Esto contrasta con el 25 % en Italia, y la sorprendente cifra de Brasil, donde el 60 % de los títulos nuevos consiste en traducciones, el 75 % del inglés (Venuti, 1998). Pero la cuestión no es solo la traducción. Se han observado cambios en las lenguas preferidas para publica-ción debido a la continua y relativa disminución de producción en algunas ciencias sociales, de obras escritas en las dos lenguas locales de América Latina, si se compara con la producción reali-

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zada en lengua inglesa. Para países con poca tradición científica, la participación en la comunidad científica internacional se ha considerado particularmente relevante, y no solo en las ciencias físicas, sino también en las sociales. Las colaboraciones de los científicos latinoamericanos en los artículos de corriente principal con colegas intrarregionales de dos o más países latinoamericanos se elevó en un 2000 % entre 1975 y 2004 (Russell et al., 2006), mientras que entre 1999 y 2002 hubo en general un 36 % de aumento en artículos isi (Institute of Scientific Information) publicados por científicos latinoamericanos en la colaboración internacional (Sancho et al., 2006).

Un estudio de comienzos de la década 2000-2009 que ob-servó la base de datos Dare de la Unesco desde 1991 cruzada con el índice económico del Banco Mundial, mostró que en las ciencias sociales latinoamericanas, las revistas tendían a ser mul-tidisciplinarias, mientras que varias de las revistas especializadas pertenecían a las humanidades. Esto coincidió con la observación de que los países de ingresos altos tienden a publicar sobre todos los temas y también en campos especializados, como psicología, seguridad social, ciencia aplicada y ciencias informáticas, mien-tras que los países de ingresos medios —categoría que incluye a la mayoría de los países latinoamericanos— se inclinan a publicar más títulos en las humanidades. El español era el idioma de la ma-yoría de las revistas (68 %); el panorama se completaba con 17 % de revistas en portugués, 9 % bilingües, 5 % trilingües, mientras que solo había un 0,6 % de revistas en inglés y un 0,3 % en francés (Narváez-Berthelemot y Russell, 2001).

Un estudio acerca del comportamiento de las publicaciones de los científicos sociales venezolanos pertenecientes al Sistema Nacional de Promoción del Investigador de ese país exploró la productividad según las categorías adoptadas por el programa: libro o capítulo de libro, artículo publicado en revista arbitra-

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da de circulación internacional, y en revista indexada (Vessuri, Martínez y Estévez, 2001). Contrariamente a la creencia común de que los científicos sociales solo publican libros dirigidos a un público local, lo que conduciría a un crecimiento más lento del conocimiento, los resultados mostraron que la salida de publica-ción más frecuente entre los científicos sociales es el artículo en revista de investigación. En la muestra, los artículos publicados en revistas y los papers aparecidos en compilaciones eran 6,6 veces más frecuentes que los libros. No obstante, se confirmaba cierta preferencia de los historiadores por publicar libros, mientras que los psicólogos parecían preferir artículos como medio de divul-gación.

Resultados como estos sugieren que las ciencias sociales la-tinoamericanas no están dirigidas exclusivamente a un público local y, por tanto, que algunos de sus componentes pueden ser analizados con instrumentos bibliométricos válidos para la com-paración internacional. En prácticamente todos los campos y especialidades hay autores y grupos que publican no solo en su propio país, sino también en el extranjero, e incluso en idiomas diferentes del español y el portugués, aunque algunos campos es-tán más claramente orientados a los hábitos de publicación de los resultados de investigación propios de un público internacional. No obstante, un análisis más completo y más justo requeriría la exploración bibliométrica de las bases de datos latinoamericanas, que registran la gran cantidad de revistas publicadas en la región.

La coLaboración regionaL

En los últimos años ha surgido un clima renovado de cooperación en materia de conocimiento. La XVI Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y Gobierno, que se reunió en Montevideo

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en 2006, aprobó la creación del Espacio Iberoamericano de Conocimiento (eic), que se definió como un ámbito para pro-mover la cooperación regional, la difusión y la transferencia de conocimiento. Su objetivo es generar mecanismos para mejorar la educación superior, la investigación científica y la innovación orientadas al desarrollo sustentable de la región (Aintablian y Macadar, 2009).

Al año siguiente, la XVII Cumbre de Jefes de Estado y Go-bierno se reunió en Santiago de Chile y aprobó la creación de la Iniciativa Iberoamericana Pablo Neruda de Movilidad Académica, que apunta a fortalecer los programas de maestría y doctorado en la región, particularmente por medio de intercambios regionales y subregionales, en un marco de cooperación multilateral. En el año 2008, en la Conferencia Regional de Educación Superior (cres) de la Unesco, llevada a cabo en Cartagena de Indias, la Declaración Final incluyó un capítulo especial sobre la integra-ción regional y la internacionalización de la educación superior. Afirmó la necesidad fundamental de construir un Espacio Lati-noamericano y Caribeño para la Educación Superior (enlaces), como parte de la agenda de Gobiernos y agencias multilaterales de naturaleza regional (cres, 2008).

Esto es básico para profundizar la cooperación regional en su dimensión cultural, el desarrollo de fortalezas académicas que puedan consolidar perspectivas regionales para confrontar los problemas mundiales más apremiantes, la creación de sinergias a escala regional mediante la construcción de capacidades, la con-sideración del conocimiento desde el punto de vista del bienestar colectivo y la creación de competencias para la conexión orgánica entre el conocimiento académico, el mundo de la producción, el trabajo y la vida social.

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Tabla 1. Objetivos de enlaces

El Espacio Latinoamericano y Caribeño de Educación Superior (enlaces) se propone:

• la renovación de los sistemas educativos de la región, con el objeto de lograr una mejor y mayor compatibilidad entre programas, instituciones, modalidades y sistemas, integrando y articulando la diversidad cultural e institucional;

• la articulación de los sistemas nacionales de información sobre educación superior de la región para propiciar, a través del Mapa de la Educación Superior en alc (mesalc), el mutuo conocimiento entre los sistemas como base para la movilidad académica y como insumo para adecuadas políticas públicas e institucionales;

• el fortalecimiento del proceso de convergencia de los sistemas de evaluación y acreditación nacionales y subregionales, con miras a disponer de estándares y procedimientos regionales de aseguramiento de la calidad de la educación superior y de la investigación para proyectar su función social y pública. Los procesos de acreditación regionales deben estar legitimados por la participación de las comunidades académicas, contar con la contribución de todos los sectores sociales y reivindicar que calidad es un concepto inseparable de la equidad y la pertinencia;

• el mutuo reconocimiento de estudios, títulos y diplomas, sobre la base de garantías de calidad, así como la formulación de sistemas de créditos académicos comunes aceptados en toda la región. Los acuerdos sobre legibilidad, transparencia y reconocimiento de los títulos y diplomas resultan indispensables, así como la valoración de habilidades y competencias de los egresados y la certificación de estudios parciales; igualmente hay que dar seguimiento al proceso de conocimiento recíproco de los sistemas nacionales de posgrado, con énfasis en la calidad como un requisito para el reconocimiento de títulos y créditos otorgados en cada uno de los países de la región;

• el fomento de la movilidad intrarregional de estudiantes, investigadores, profesores y personal administrativo, incluso a través de la implementación de fondos específicos;

• el emprendimiento de proyectos conjuntos de investigación y la creación de redes de investigación y docencia multiuniversitarias y pluridisciplinarias;

• el establecimiento de instrumentos de comunicación para favorecer la circulación de la información y el aprendizaje;

• el impulso a programas de educación a distancia compartidos, así como el apoyo a la creación de instituciones de carácter regional que combinen la educación virtual y la presencial;

• el fortalecimiento del aprendizaje de lenguas de la región para favorecer una integración regional que incorpore como riqueza la diversidad cultural y el plurilingüismo.

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Un ejemplo de red de investigación es el de la Red Iberoamericana de Investigadores sobre Globalización y Territorio (rii), que tiene unos 800 miembros inscritos en una centena de instituciones de 23 países, quienes conformaron esta red para el análisis crítico de la dimensión espacio-temporal del proceso de globalización. La diversidad de enfoques acerca de los fenómenos territoriales es una de las principales ventajas; los problemas territoriales son analizados desde estas múltiples perspectivas, privilegiando as-pectos como los económicos, sociales y político-institucionales, entre otros. Esta convergencia de diversos enfoques ha convertido a la rii en un espacio crítico particularmente apto para el análisis interdisciplinario y el debate. Vinculados a las reuniones de la rii están los talleres de la Red Iberoamericana de Editores de Revistas (rier), un grupo de revistas académicas que se especializan en globalización y territorio. Hay más de 20 revistas de ese tipo en la región (Cendes, 2007).

Preocupaciones temáticas

Dada la variedad de modelos institucionales, intelectuales y pro-fesionales, las ciencias sociales contemporáneas en la región son numerosas, variadas y contradictorias, e incorporan elementos tanto de la tradición humanística como de la científico-técnica, vinculadas por un extremo a la educación secundaria, y por el otro a la función de profesiones emergentes, subdivididas en es-pecializaciones cada vez más numerosas.

identidad nacionaL y modernización

Un tema dominante en la historia social e intelectual de la región ha sido la cuestión de la identidad nacional, y vinculada a ella

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de manera contradictoria, la cuestión de la modernización. La recepción de la modernidad tecnológica estuvo estrechamente entretejida, y no necesariamente de mal grado, con la experiencia de la penetración cultural y la subordinación. El investigador se incorpora a una subcultura (científica) que le es doblemente ex-tranjera, como un desarrollo especial y esotérico de la modernidad y como un producto histórico de una tradición particular —la euronorteamericana— no fácilmente transferible de un lugar a otro. En esta doble adscripción heterónoma, el investigador lati-noamericano puede ser un agente importante de cambio cultural en su país, pues la ciencia continúa siendo un puente simbólico efectivo entre universos ideológicos y políticos competitivos. Pero esta no es una categoría unitaria. En las universidades los académi-cos a menudo no se preocupan mucho por lo que sucede más allá de los muros institucionales. Otro segmento muy grande trabaja para el Estado y/o el Gobierno y tiene funcionalidad burocráti-ca. También hay un segmento crítico de las ciencias sociales. Las acciones de los grupos académicos se han ido moviendo desde una orientación política conservadora, antes de la Segunda Gue-rra Mundial, a una progresista, en las décadas de 1960 y 1970, y nuevamente a moldes conservadores, después de 1990. Esto vale para la mayoría, aunque, claro está, hay variaciones. Usualmente, en cualquier posición del espectro político, sus acciones y puntos de vista estuvieron ligados a la protección de sus propios intereses como grupo social.

desafíos deL desarroLLo

El análisis del subdesarrollo latinoamericano se enfocó en la con-centración del ingreso en la región (Furtado, 2000). Este fue un rasgo estructural que tendió a reproducirse y perpetuarse en los diferentes modelos de desarrollo que se adoptaron en la economía

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latinoamericana. Informes como los de pnud, Unctad, Cepal, Banco Mundial y de otras agencias multilaterales han mostrado repetidamente la profunda desigualdad existente en la región. América Latina es la región más desigual del mundo, en la cual la pobreza y la pobreza extrema no disminuyen, y solo algunos segmentos de su economía están positivamente articulados con la economía internacional. Ha habido crecimiento económico sin la creación de suficiente empleo formal, y el segmento de mayores ingresos ha mantenido su poder.

A lo largo del período moderno prevalecieron dos princi-pales modelos económicos: el del desarrollo nacional y el de la competitividad internacional. Componentes claves del esquema temprano de desarrollo económico fueron el papel del Gobierno nacional como principal promotor del crecimiento económico y la protección de la industria local contra la competición extran-jera mediante tarifas elevadas y regulaciones. Este “modelo de sustitución de importaciones” alcanzó su clímax en la década de 1970. El crecimiento económico condujo a mejoras en el ingre-so de todos los sectores, pero la desigualdad del ingreso también creció. En contraste, el modelo económico de la competitividad internacional se basó en el supuesto de que debiera permitirse que la economía no tuviera trabas; con creciente productividad y mayores ingresos, la gente sería capaz de cuidar de sus propias necesidades de salud, educación y jubilación, con la menor ayuda posible del Gobierno. Sin embargo, este supuesto ha sido cuestio-nado. Los politólogos han debatido si, en el marco de una econo-mía capitalista, pueden coexistir el subdesarrollo y la democracia, la desigualdad y la gobernabilidad, y el desarrollo y la injusticia distributiva. Es posible concebir un escenario en el cual el Estado se vuelve muy eficiente y la economía muy competitiva, mientras mantienen simultáneamente elevados niveles de desigualdad del ingreso y de pobreza.

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Las ciencias sociales se volvieron menos críticas de los gobier-nos —incluso de los gobiernos liberales—. En la década de 1990 era común hablar del “agotamiento del modelo de desarrollo”, como si los últimos 50 años de planeamiento estatal hubieran sido una gran confusión, ¡cuando en la realidad toda la industria-lización de esos países tuvo lugar durante ese lapso! Era natural que se evitaran las críticas contra los gobiernos —incluso si eran neoliberales y promovían el llamado Consenso de Washington— porque en más de un sentido esos gobiernos favorecieron los sa-larios de los académicos; un ejemplo de esto fue la instauración del Sistema Nacional de Investigadores (sni) en México, modelo seguido luego por varios países latinoamericanos, como Venezuela y Colombia.

La idea de los estudios de área sobre el desarrollo en los círcu-los dominantes de las universidades en los países avanzados, e incluso en universidades y centros de investigación de América Latina, en buena medida ha sido abandonada. Las ideas domi-nantes ahora giran en torno de mercados emergentes, y las so-luciones en el sector de la economía son entendidas como una función de los mercados. Con la globalización, el poder de las grandes compañías crece, y como producto de ello se empuja la acumulación, se incorporan técnicas y se concentra cada vez más la riqueza. Para los países latinoamericanos, al igual que para los otros pueblos del mundo en desarrollo, esta es una crisis doble: por una parte, de la propia civilización industrial, derivada del avance progresivo de la razón instrumental, y por otra, es una crisis específica de las economías periféricas, cuya situación de dependencia tiende a profundizarse.

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universaLismo versus nacionaLismo

Por largo tiempo la tensión entre la búsqueda de comprensión universal y el deseo de resolver apremiantes necesidades nacionales orientó a la comunidad científica latinoamericana por una senda difícil que a menudo se percibía como un dilema entre cosmo-politismo y populismo/nacionalismo. El carácter transnacional o cosmopolita del investigador en un contexto periférico ha sus-citado tanto comentarios críticos como apologéticos (Varsavsky, 1975). Algunos han elogiado la endogeneización de la educación universitaria según los estándares de Estados Unidos o Europa occidental como una demostración de modernidad. Otros han criticado lo que percibían como “lavado de cerebros”, extranje-rismo y dependencia intelectual. La tradición ideológicamente positiva del cosmopolitismo en América Latina ha sido impor-tante, y ha reflejado el deseo de grupos educados de tener una cultura ecuménica, abierta, con un enfoque amplio que contraste con el mundo a menudo cerrado, provinciano, sectario e inquisi-torial en el que vivían. Pero un significado negativo del término ha estado especialmente presente cuando se habla de la lucha contra la dominación colonial (cf. Martí, 2007; Fanon, 1961), y ha sido considerado como una postura intelectual destructiva de la esencia nacional por la asimilación pasiva de influencias exóticas y extranjeras. De acuerdo con esta línea de pensamiento, el cosmopolitismo y el “individualismo” aparecen como las dos bestias negras que amenazan la identidad cultural de las naciones poscoloniales. De esta manera, junto a la idea de apertura cultu-ral al mundo entero, el término también lleva la connotación de desenraizamiento apátrida.

La cuestión nacional y la cuestión social se mezclaron en una ecuación compleja en la cual la historia desafió a los intelectua-

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les y políticos en los contextos más variados, desde las páginas literarias, pasando por las plataformas políticas, hasta llegar, de manera menos conspicua, al investigador. La fuerza impulsora de la comunidad científica internacional es centrípeta y ejerce una fuerte atracción hacia los centros, donde se concentra la mayoría de los recursos, independientemente de los orígenes nacionales de los investigadores individuales. La dinámica central que mueve al sistema fue explicada hace algún tiempo por Merton (1957) en términos de una motivación básica de los investigadores, la bús-queda del mayor reconocimiento profesional posible, el aprecio de los colegas, desde la cita en una nota al pie de página hasta el Premio Nobel. La investigación de ciencias sociales en la región ha ilustrado repetidas veces este fenómeno (Kreimer y Meyer, 2008).

de La “fuga de taLentos” a Las PoLíticas transnacionaLes

Hasta no hace mucho, América Latina era entendida en buena medida en términos de comunidades, aun en medio de intensos procesos de urbanización. La noción de comunidad, incluida la de la comunidad científica, implica lazos fuertes y duraderos, proxi-midad y una historia común del colectivo. Envuelve la estabilidad de vínculos, coherencia, interiorización y pertenencia. El creci-miento de comunidades científicas en América Latina involucró una mezcla de asentamiento y afiliaciones institucionales y, por tanto, copresencia dentro de los confines de una sociedad territo-rialmente basada (Schwartzman, 1991). La migración ha sido una preocupación temática de las ciencias sociales por varias décadas, probablemente relacionada con el hecho de que la emigración de científicos, ingenieros y personal altamente calificado ha sido un fenómeno de larga data registrado en la literatura vinculada

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al desarrollo, la política, la ciencia y la tecnología y la educación superior (Oteiza, 1971). Particularmente desde la década de 1960, la migración ha sido vista como perjudicial para la construcción de la comunidad científica nacional y, por lo tanto, como uno de los obstáculos a las estrategias de desarrollo.

Hoy, sin embargo, hay otras interpretaciones. Cantidades crecientes de trabajadores del conocimiento se están convirtien-do en “nómadas” en sus biografías personales y laborales. Mucha gente de América Latina está siendo reclutada internacionalmente (Charum y Meyer, 1998; Pellegrino, 2001; Lema, 2007). Esto reedita, con una direccionalidad inversa, una situación que viene dándose desde hace mucho tiempo, cuando en el siglo xix y co-mienzos del xx la mayor parte de los profesores universitarios en América Latina eran extranjeros. A medida que avanzó el siglo xx, la institucionalización de la ciencia en la región significó que las posiciones de personal académico se fueran llenando cada vez más con nacionales. Hoy esto está cambiando otra vez: aunque todavía hay un número pequeño, si bien creciente, de postdocs extranjeros, investigadores y docentes en instituciones de América Latina, la movilidad de los investigadores latinoamericanos a otros países de la región, e internacionalmente, se ha vuelto un rasgo mucho más común. Esta presencia extranjera no significa exclusivamente emigración, sino también visitas de duración variable, por medio de sabáticos, programas de posdoctorado, estadías breves, confe-rencias, etc. Sin duda, continúan haciéndose esfuerzos significa-tivos para fortalecer los sentimientos comunitarios de identidad, pero esto tiende a ocurrir mediante mecanismos novedosos, ya que los nuevos condicionamientos estructurales que enfrentan las naciones en desarrollo y el surgimiento de nuevas normas internacionales conducen hacia convergencias entre las políticas transnacionales de los Estados.

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de La sociaLidad “cerrada” a La sociaLidad “abierta”

Es crecientemente común que los investigadores latinoamerica-nos —sociales o naturales— se envuelvan en relaciones que al-gunos de ellos consideran “casi sociales”, en el sentido de que las distinguen de las que tradicionalmente se han identificado como “verdaderas” relaciones sociales, asociadas con lazos duraderos y una historia común. Pero se involucran cada vez más en breves encuentros con otros científicos, tomadores de decisiones y edi-tores, y una socialidad particular se vuelve cada vez más frecuente y ocupa una mayor porción del tiempo del investigador indivi-dual. A esto puede agregarse un conjunto de nuevos factores, que incluyen componentes de una naturaleza más psicológica, tales como el escapismo que subyace a cierto disgusto y ansiedad res-pecto al contexto social inmediato por el síndrome de la violencia y la inseguridad que invade la vida cotidiana. El actual proceso puede ser interpretado como un alejamiento de regímenes de socialidad en sistemas sociales cerrados hacia regímenes de socia-lidad en sistemas sociales abiertos. Tanto las comunidades como las organizaciones son sistemas sociales con fronteras claras, con un dentro y un afuera muy definidos. Las redes, claramente, son sistemas sociales abiertos.

La sociaLidad tecnoLógica

En los últimos años ha surgido un cuerpo de literatura que crece rápidamente buscando explorar las implicaciones sociales de las tecnologías sociales de la información y la comunicación. El co-rreo electrónico, el chateo online, navegar en la red de Internet y otras prácticas interactivas han dado lugar a la individualización y a un grado elevado de movilidad, por medio de las comunica-ciones translocales, una elevada cantidad de contactos sociales y

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una gestión subjetiva de las redes. De alguna manera, las personas son transplantadas de sus contextos y reinsertadas en relaciones sociales en buena medida sueltas, y que al mismo tiempo deben construir. En las palabras de Giddens (1990), esta clase de socia-lidad es simultáneamente distanciada e inmediata. Si bien solo tengo experiencias anecdóticas al respecto, estoy segura de que sería provechoso analizar las libretas de direcciones electrónicas de científicos sociales latinoamericanos, pues encontraríamos los vínculos de larga distancia más insólitos en las clases de contactos en los que participan.

La socialidad de redes es tecnológica, en la medida en que está profundamente incrustada no solo en la tecnología de las comunicaciones, sino también en la tecnología de los medios de transporte y de gestión de las relaciones. Es una socialidad basada en el uso de automóviles, trenes, autobuses y líneas de metro, taxis y hoteles, así como en teléfonos, faxes, máquinas contestadoras, correo de voz, videoconferencias, teléfonos móviles, correo elec-trónico, foros de discusión, listas de correo, sitios web y bases de datos. Las tecnologías de transporte y comunicaciones proporcio-nan una infraestructura para las personas y las sociedades en mo-vimiento. La socialidad de redes está deslocalizada, lo cual resulta muy conveniente cuando el colapso de la infraestructura urbana, la violencia y la inseguridad vuelven la vida casi intolerable en muchas ciudades de la región. Es una socialidad en movimiento, una socialidad en la distancia. Cada vez más experimentamos una integración de la comunicación de larga distancia en nuestros ámbitos de interacción cara a cara.

Para los científicos en periferias como las de América Lati-na, viajar se vuelve esencial para acortar distancias y derrotar el sentimiento de aislamiento. La mayoría de los consejos de cien-cias de la región tienen ventanillas especiales de apoyo para la asistencia a congresos, y por lo menos un viaje al año ha sido la

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práctica común por varias décadas en algunos países. En México, los investigadores de la unam tienen fondos operativos que les permiten hacer varios viajes por año, al igual que traer investiga-dores invitados a dar conferencias y seminarios en sus unidades. La práctica de establecer y mantener vínculos en redes no está libre de costos, entre otras cosas por la importancia del viaje. Las reuniones suponen realizar muchos viajes. Para continuar parti-cipando en redes académicas hay obligaciones de viajar y reunirse que no pueden evitarse, al menos durante períodos particulares.

Las reuniones y los viajes son centrales para el carácter, efecto y las consecuencias de las redes científicas, tal como se autoorganizan en el mundo. Planteo que hoy, aunque la interacción cara a cara organizada por normas o la mezcla de personas continúa siendo la actividad social más común, ha ocurrido un cambio sustancial en la socialidad académica y una cantidad significativa de científicos sociales latinoamericanos conocen a una cantidad creciente de extranjeros por medio de un número cada vez mayor de reuniones de distinto tipo en las que participan. Pienso que la investigación empírica probaría que muchos de ellos pasan más tiempo mante-niendo ciertos contactos distantes, porque hay menos posibilidad de que ocurran reuniones casuales o rápidas, como sucedería si hu-biera una mayor superposición entre las redes sociales. Sugiero que los investigadores tienen que pasar considerablemente más tiempo planificando y sosteniendo reuniones con una cantidad relativa-mente pequeña de aquellos que son “conocidos”, comunicándose y también viajando desde lejos para “mantenerse en contacto”.

Discusión

¿Todos estos cambios relacionados con la actual socialidad de re-des y agendas específicas de investigación internacional significan

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que las viejas cuestiones característicamente presentes en la anti-gua agenda de las ciencias sociales en la región, como soberanía, legitimidad y poder, han sido calladamente olvidadas? No parece. A mediados de la primera década del nuevo siglo, con la llegada al poder de varios gobiernos de centro-izquierda en la región, el panorama político cambió y dio espacio a un fuerte resurgimiento de una preocupación social por la muy desigual distribución de los poderes en el mundo actual, y de movimientos de integración regional en los cuales el pensamiento social, económico y político tienen un papel fundamental, pues tratan de llenar la brecha en el flanco de la teoría política de las ciencias sociales latinoamericanas.

De esta forma, en la década que acaba de terminar hemos asistido a un cambio en muchos de los esquemas que gobernaron a las ciencias sociales en la década de 1990. Somos testigos de un retorno sui generis a algunas de las ideas que guiaron a las ciencias sociales en las décadas de 1960 y 1970. Viejas perspectivas teó-ricas, tales como las subjetividades indígenas, así como de otros grupos marginados, los desafíos del feminismo, los estudios cul-turales y sobre la ciencia, han sido reivindicadas. Entre los temas retomados y/o reformulados están los de los movimientos sociales, de la participación social, del multiculturalismo, del desarrollo endógeno, de las identidades latinoamericanas, de la educación y la violencia urbana. Al mismo tiempo, han surgido nuevos temas, tales como los relacionados con el papel y poder de los medios, las tecnologías de la información y la comunicación, el desarrollo sostenible y el cambio climático.

La cuestión étnica o racial ha adquirido alguna visibilidad gracias a la movilización y el activismo, particularmente en vista del hecho de que una gran proporción de la población de los países más grandes de América Latina, como Brasil y México, son o bien de origen negro, o bien indígena, y el prejuicio racial parece difundido. Como con la raza, la cuestión del género se ha

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desarrollado en la última década en un contexto de notables dife-rencias relacionadas con las oportunidades de ingreso, ocupación y trabajo. La cuestión del ambiente —todavía en buena medida restringida a grupos de intelectuales y activistas de clase media y a organizaciones no gubernamentales preocupadas por la destruc-ción de la selva amazónica—, la extinción de especies animales y la pérdida de biodiversidad ha venido ganando la atención de la investigación social en años recientes.

En algunos países los actuales procesos de cambio social ocu-rren en un contexto de inestabilidad y conflictos políticos. Parece claro que la definición de temas nuevos (o alternativos) por los gobiernos orientados al desarrollo endógeno —los de Chávez, Morales, Lula, Correa y Lugo— es un fenómeno político original y representa un avance democrático real. Habla en nombre de la gente de donde ellos provienen, lo cual es algo nuevo en América Latina. Es nuevo para los movimientos sociales y eventualmente puede ser nuevo para las ciencias sociales de la región, si enfocan el estudio de estos procesos sociales de manera no prejuiciada. Esto no se hace fácilmente, sin embargo, como lo refleja la resistencia observada para analizar lo que realmente ocurre, la desconfianza de todas las partes a las visiones de los otros y/o el rechazo de las jerarquías establecidas y privilegios académicos, en lo que aparece como una negativa rotunda cuestionadora de todo el escenario institucional anterior, lo cual pone en riesgo la exploración más rica desde múltiples puntos de vista.

La comprensión convencional de las ciencias sociales en América Latina tiene que ver con la manera como ellas han cre-cido en Europa y Norteamérica. En su expansión a otras regiones, impusieron conceptos, teorías, métodos, enfoques y mecanis-mos de validación, y no solo planos institucionales. Pero, por supuesto, ellas cubren solo una parte menor de la realidad, tanto en el nivel teórico como en el práctico, y hay un vasto ámbito

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del conocimiento y pensamiento sobre la sociedad y cuestiones sociales que permanece fuera del alcance de las ciencias sociales entendidas en sentido estrecho. En el entrenamiento formal en las ciencias sociales se hizo un esfuerzo sistemático por excluir de la consideración científica aquellos cuerpos de conocimiento que no respondían a los cánones de la investigación en ciencias sociales, y que desconocían en áreas específicas la primacía del conocimiento producido por otros medios o la presencia de instituciones sociales o políticas bien concebidas, resultantes de otras formas de vida no derivadas de la tradición occidental.

El desafío que implica integrar y asimilar otros ámbitos del conocimiento sigue siendo abrumador. A lo largo de la historia las contribuciones intelectuales de América Latina estuvieron afectadas por una realidad que no era la suya y podían ser enten-didas solo una vez que se reconocía que dejaban de ser eso para convertirse en algo diferente de sus orígenes. Alguna gente de la región busca descubrir las realidades locales en diferentes con-textos, tratando de encontrar en ellas claves para entender una realidad más amplia. Esto implica buscar métodos de trabajo de campo, observación participante, trabajo etnográfico, enfoques microsociológicos, hacer nuevas preguntas, mezclar métodos, es-tudios de caso múltiples, recolectar datos desde los niveles micro a los macro y aplicar una variedad de técnicas analíticas ligadas a cuestiones particulares, niveles discretos y unidades de análisis en cantidades sin precedentes.

Las ideas de soberanía popular, regionalismo y poderes lo-cales, democracia directa y municipal, transferencia a la sociedad de funciones que hoy asume un Estado hambriento, junto con todas las otras que van en la misma dirección de una democracia social avanzada, debieran constituir un banco de ensayos para las tradiciones intelectuales existentes, que debieran fusionarse en este crisol de matrices. La problematización del estudio futuro

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de las ciencias sociales en la región a partir de interrogantes sobre el trabajo que hacemos actualmente plantea excitantes nuevas preguntas para la investigación. Las teorías usadas, en conjunción con nuevos actores, nuevos enfoques y prácticas novedosas, nos empujan a reencuadrar nuestra comprensión de la investigación social. Esto implica revisar qué conocimientos se toman como científico-sociales, qué resulta de la relación entre la teoría y la práctica, cómo la ciencia social se traduce en prácticas de muy variada índole, o qué partes de ella lo hacen. Apoyándonos en nuevas preguntas, nuevas teorías y nuevos enfoques podríamos seguir mejor las líneas de fractura que demarcan nuevos regímenes de conocimiento/poder que abarcan lo que se ha convertido en una ciencia social globalmente situada. El futuro de las ciencias sociales en la región es rico en promesas y dificultades.

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¿ES POSIBLE UNA EPISTEMOLOGÍA POLÍTICA QUE SOLUCIONE LA ASIMETRÍA

ENTRE NATURALEZA ABSOLUTIZADA Y POLÍTICA RELATIVIZADA?

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Introducción

El adjetivo política se ha empleado para permitirse examinar las acciones generales del hombre desde una perspectiva valorativa. El adjetivo comenzaron a utilizarlo profusamente, en el siglo xviii, intelectuales interesados en fundar disciplinas y delimitar dominios de trabajo; así, el concepto economía política lo intro-dujo Adam Smith, el de filosofía política Thomas Hobbes, etc., y, más recientemente ha surgido el concepto ecología política. Según Fernando Broncano, el término epistemología política se debe a Michael Polanyi, quien lo usaba para defender la autonomía de

1 Agradezco los comentarios críticos de los integrantes del Laboratorio Tecnociencia-Sociedad y, principalmente de Laura María Morales Navarro, Claudia Ortega Ponce y León Arellano Lechuga. Este trabajo es resultado del proyecto de investigación sep-Conacyt clave cb-2008-01-101876.

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la ciencia de las intromisiones ideológicas provenientes de los historiadores marxistas (Broncano, 2005). Dado que desde hace tiempo se discute la no neutralidad de la ciencia, puede pensarse que uno de los temas importantes de la epistemología política es, justamente, el papel político de la elaboración de conocimientos científicos.

La epistemología política moderna se sustenta en una asi-metría entre dos formas de producción y legitimación de conoci-mientos. Los conocimientos científicos son caracterizados como realistas y universales; en cambio, en la acción política todas las propuestas se consideran construidas por y son relativas a los gru-pos que las elaboran y sostienen. Consecuentemente, el método de ambos es diferente: el método científico es único y no puede depender del grupo que lo aplica; en cambio, en la política todas las elaboraciones son relativas a los colectivos que les dan vida. En versiones extremas del universalismo y del relativismo, el conoci-miento científico es un reflejo de la realidad, lo que desacredita el papel del sujeto congnoscente, o bien, el conocimiento científico no es más que una construcción humana, lo cual desacredita el papel del objeto de conocimiento.

Nosotros consideramos que los debates en torno a la epis-temología política no deberían reducirse a una simple toma de posición a favor de la aplicación de principios universalistas y/o relativistas, pues están involucrados innumerables asuntos crucia-les. En este trabajo queremos circunscribirnos a la problemática del conocimiento que relaciona la acción política con la actividad científica, ya que debido al advenimiento del movimiento posmo-dernista en las últimas décadas, la problemática del conocimiento del mundo y de la acción social se han representado como pro-blemas sobre las ideas de realidad y de acción social.

Tomando como punto de análisis el planteamiento latouria-no sobre la epistemología política contemporánea, según el cual

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los problemas del conocimiento, la política y la naturaleza tienen que ver con las problemáticas de la idea de la naturaleza objetiva y de la política, el objetivo de este trabajo consiste en discutir la elaboración de conocimientos sobre la naturaleza y la acción social a la luz de los debates entre epistemólogos posmodernos y relati-vistas epistémicos, para derivar la propuesta de una epistemología política de sustento antropológico y, si esto es posible, vislumbrar el papel de una epistemología generalizada en la que los campos de observación latinoamericanos tengan un papel destacado.

Para desarrollar la argumentación examinaremos la noción modernista de naturaleza y de política; el papel del posmoder-nismo en la disolución de las nociones modernas de naturaleza y sociedad; los debates epistemológicos derivados de la llamada guerra de ciencias, y particularmente los debates entre físicos, epistemólogos y sociólogos de ciencias en torno al estatuto del conocimiento científico; los problemas de conocimiento y la crisis de conocimiento modernista que tales problemas generan, y, finalmente, la posibilidad de avanzar en la puesta en escena de una epistemología política de sustento antropológico capaz de solucionar la asimetría entre naturaleza absoluta y política relativa.

La noción modernista de naturaleza y política

En el mundo occidental contemporáneo preguntar por la ob-jetividad de la naturaleza y la sociedad parece un llamado a un viejo e inútil debate entre la filosofía idealista y la materialista. Y es que en la epistemología convencional, ambas corrientes de pensamiento han sido el producto de una antigua repartición entre las consideraciones objetivas y subjetivas a partir de las cuales se puede hacer alusión al mundo. Las primeras se dice que

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corresponden a la realidad, mientras las segundas son asignadas a grupos o personas específicos.

Según Latour, desde Platón hemos asignado a la ciencia la comprensión de la naturaleza y a la política la regulación de la vida social (Latour, 1999b). Habría que añadir que en la mo-dernidad, particularmente en el Siglo de las Luces, se culminó laicizando el saber, elevándolo a conocimiento representativo de la naturaleza, mientras la acción política terminó convertida en democracia representativa.

En la modernidad, el tema de la representación del conoci-miento de la naturaleza y de la acción social se ha popularizado bajo la siguiente configuración: por un lado, la ambición de al-canzar la verdad objetiva como representación de la naturaleza ha conducido a suponer que la objetividad científica es el último eslabón en la evolución del conocimiento de la realidad y que la ciencia consiste en revelar verdades universales. Esto ha apoyado la idea de la existencia de una naturaleza única, objetiva y universal. La ciencia moderna ha erigido ciertos conocimientos científicos en el soporte de una dictadura epistemológica dirigida a imponer la aceptación de verdades caracterizadas como universales y re-presentativas de la realidad. Epistemológicamente, estas verdades determinan la forma como deben elaborarse otras verdades y se emplean ideológicamente2 para acallar representaciones e imá-genes alternas del mundo, y así terminan por imponer el silencio al gran público.

Por otro lado, el tema de la representación en la política se ha popularizado según una imagen en la que todos los temas se tornan discutibles, rebatibles, abiertos al escrutinio de los actores.

2 El uso ideológico de la ciencia y su instrumentalización expresada en la tec-nología fueron denunciados en su momento por Habermas (1973), Althusser (1967), Sánchez Vázquez (1978), entre otros intelectuales.

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En política es corriente reconocer la inexistencia de un punto de vista privilegiado. Las ideas con pretensiones de validez universal sucumben ante el reclamo del irreducible relativismo ideológico, y la representatividad política no necesariamente mantiene la cohesión que liga a los partidos con los ciudadanos. Después de la caída de los regímenes absolutistas del siglo xx y de la debacle de la dominación de la racionalidad burocrática imaginada en las teorías weberiano-marcusianas, las nuevas corrientes aceptan el derecho reservado por los actores a la acción autónoma, al disenso y a los derechos alternos. Podríamos decir que la fuerza del liberalismo de las últimas décadas ha residido en su poder de relativizar todas las verdades políticas del pasado.

Los modernistas consideran que la naturaleza es objetiva, externa al hombre, apenas aprehensible mediante actos de in-teligencia humana; de este modo, la naturaleza resulta única y externa. Pero paradójicamente consideran que la sociedad es producto del hombre, del uso de su inteligencia y, por lo tanto de su acción. De este modo nos aparece un mundo en el que la noción de política es una construcción del relativismo social, y la de naturaleza, un reflejo del absolutismo científico.

Mientras científicos y tecnólogos reclaman la despolitiza-ción de sus campos y disciplinas, los políticos se irritan cuando son tildados de tecnócratas. Los primeros se disputan por tener la razón sobre la naturaleza; los segundos participan en debates para imponer sus puntos de vista sobre asuntos y soluciones de competencia pública. La repartición de las representaciones de ambas entidades se vuelve asimétrica en el momento en que tanto los científicos como los políticos manifiestan públicamente un acuerdo que organiza la epistemología política modernista del siguiente modo: se asume un mundo en el que la naturaleza es única y la política es relativa; pero también, debido a su “natura-leza” distinta, ambas son interpenetrables.

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Es bien factible que Habermas, por ser uno de los últimos defensores del modernismo, sea quien explique más lucidamen-te la asimetría de la epistemología de la modernidad cuando, reclamando el ejercicio de la acción comunicativa como instru-mento de la integración social en el mundo de la vida, acepta la ineluctabilidad de la acción instrumental, imagina la evolución de la ciencia y la tecnología eximida de la acción comunicativa y, consecuentemente, del carácter negociado y contingente del conocimiento y de los artefactos. Habermas acepta los principios convencionales de la ciencia moderna y, por lo tanto, el reconoci-miento de una naturaleza externa única, que coexiste de manera dual con el ejercicio de la acción comunicativa en el mundo de la vida (Habermas, 1998).

La epistemología política moderna funciona a condición de asumir que la elaboración de las ciencias de la naturaleza está exenta de la acción sociopolítica, y negando los mecanismos so-ciales que permiten lograr acuerdos sobre la veracidad científica. Inversamente, la actividad política no incluye los procesos de acuerdo cognoscitivo sobre la realidad externa.

En síntesis podemos decir que la epistemología política mo-dernista impone la separación entre la naturaleza y la política; adjudica a las ciencias de la naturaleza una suerte de exención de acción comunicativa y política, y exime a la actividad política de la actividad científica, hipostasiando la acción comunicativa. Así, la epistemología tiene su motivo en la ciencia (epistemología moderna), y la política en la acción social (política moderna).

A nuestro juicio, la afirmación latouriana planteada en el libro Nunca hemos sido modernos (1991) sobre la constitución epistemológica contemporánea, según la cual la Modernidad es una situación inalcanzada e incompleta, podría reformularse de modo que aceptemos el hecho de estar viviendo una asimetría epistemológica y admitamos que la producción de conocimiento

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actual está formateada para producir inscripciones de conoci-mientos integradas conforme al reconocimiento de una naturaleza única y de una política relativa. En este sentido, en el presente trabajo no analizaremos propiamente la acción política como tal, sino la acción denominada epistemología política.

eL PaPeL deL reLativismo ePistémico Posmoderno en La destrucción de La noción moderna de naturaleza y de cultura

Desde hace algunas décadas la epistemología modernista ha sufri-do un gran deterioro en su capacidad explicativa y su acción polí-tica. Por un lado, la aparición del movimiento de la interdiscipli-nariedad científica, en los años setenta del siglo pasado, significó el inicio de las críticas de las explicaciones científicas universalistas y realistas; por otro, la debacle del bloque del llamado socialismo real significó el abandono de las reminiscencias de la perspectiva científico-universalista en la política del socialismo científico. El primer deterioro dio paso al movimiento posmodernista en el ámbito científico; el segundo abrió la puerta al liberalismo y la privatización de múltiples ámbitos del mundo.

En este apartado abordaremos primeramente la manera en que el posmodernismo ha interpelado las nociones de naturaleza y de cultura; después, trataremos las posibilidades críticas para in-tentar reformular las epistemologías modernista y posmodernista empleando los argumentos de ambas de manera reconstructiva.

El movimiento posmodernista ha atacado las raíces mismas de la epistemología científica moderna sustentada en el objeti-vismo, el realismo, la racionalidad y la univocidad interpretativa (verdad absoluta), principalmente. Los posmodernistas han diag-nosticado la disolución de la epistemología moderna y augurado el surgimiento del eclecticismo, el relativismo (Gross y Levitt,

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1994), la polisemia y la virtualización. Por ello no es difícil com-prender su beneplácito respecto al agotamiento explicativo de las teorías tradicionales y sus alegorías al supuesto agotamiento de la historia (por cierto, relativizado por los diagnósticos posteriores de los global-estudiosos y analistas de la sociedad-red [Castells, 1996]).

La recepción del relativismo epistémico en las ciencias ha provocado intensos debates entre científicos y epistemólogos. Da-do que el punto de apoyo epistemológico del posmodernismo ha sido el relativismo, ciertos científicos modernistas se han lanzado contra él; por ejemplo, para los físicos teóricos Sokal y Bricmont (1997: 8), “el peligro mayor del posmodernismo radica en el re-lativismo epistémico […], específicamente, de la idea —mucho más extendida— […] de que la ciencia moderna no es más que un mito, una narración o un constructo social entre muchos otros”.

Algunos sociólogos de las ciencias, como Barnes, asocian relativismo y constructivismo social, tal y como se aprecia en la cita anterior de Sokal y Bricmont. Por nuestra parte, no negamos la relación cercana que existe entre ambos, pero reconocemos que analíticamente pueden abordarse separadamente, sobre todo si tomamos en consideración que el constructivismo es tomado por algunos autores, como Karin Knorr-Cetina, como construccionis-mo3 (Knorr-Cetina, 1995). El primero tiene múltiples interpre-taciones epistemológicas, que van desde el idealismo (cuando se

3 A juicio de algunos filósofos y científicos, el gran debate entre posmoder-nistas y modernistas ha ocurrido en torno al tema del constructivismo. El relativismo sería una parte de aquel y se asociaría a la noción de construcción social observada por los estudiosos de la ciencia. En este sentido es emble-mática esta posición en Barry Barnes en el texto “Cómo hacer sociología del conocimiento” (1993-1994); igualmente véase el debate entre Regis Debray y Jean Bricmont (2003) a propósito de este tema. Para los fines de este trabajo se evita la asociación constructivismo-relativismo por la razón que se esgrime en el cuerpo del texto. Nosotros nos referimos al relativismo como relativismo

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afirma que la realidad es una construcción social) al materialismo (cuando se afirma que en la elaboración de la realidad participa la sociedad); en cambio, el segundo ha sido empleado para des-cribir las prácticas científicas de laboratorio (Latour y Woolgar, 1988). Esta es la idea de la frase “la ciencia tal y como se hace”, de Callon y Latour (1991).4 En este trabajo nos concentraremos en el relativismo en su acepción epistemológica.

El relativismo epistémico tiene múltiples orígenes y fuen-tes. Algunos se encuentran en posiciones tan distintas como la tesis de la subdeterminación de Duhem-Quine, en la tesis de la indecidibilidad en el teorema de Gödel, en las nociones de incon-mensurabilidad de la teoría de los paradigmas científicos de Kuhn (1971), de manera más clara, en el anarquismo epistémico de Feyerabend, quien, extendiendo la crítica a la razón al campo de la epistemología, la convirtió en uno de sus argumentos contra la dictadura de la razón (Feyerabend, 1979). Las referencias anterio-res corresponden a lecturas propedéuticas referentes al relativismo, pero de ninguna manera nos permiten afirmar que estos autores sean posmodernos o los fundadores de tales posiciones. Lo que queremos decir es que este relativismo epistémico se puede ras-trear desde posiciones que aparentemente pueden ser antagónicas al relativismo epistémico posmoderno y que el resultado de estas y otras posiciones antiabsolutistas y antiuniversalistas han dado

epistémico, es decir, como posiciones relativistas tomadas por los actores en un dispositivo de elaboración de conocimientos.

4 Esta frase puede ser entendida como la práctica de describir realistamente la investigación; también puede significar que se aplica una concepción relati-vista de la ciencia mediante un tratamiento realista de observación empírica (Lamo, 1993-1994). El problema de esta argumentación es que la oposición universalismo-relativismo no es fecunda en sí misma, sin la consideración de los procedimientos que permiten a los actores científicos poner en juego no solo las controversias y las relativizaciones, sino, inversamente, las acuñaciones colectivas negociadas.

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como resultado una noción de objetividad depotenciada en tér-minos argumentativos, y localizada socialmente.

Partiendo del relativismo epistémico, la hipótesis que se pue-de construir sobre el conocimiento de la naturaleza es la siguien-te: la certeza cognitiva sobre las características de la naturaleza se opacan y se disuelven en innumerables e inconmensurables concepciones sin la organización teórica del enciclopedismo. Así las cosas, nos preguntamos: ¿Cuál es la veracidad de la pretensión sobre la llamada realidad? Si las respuestas apuntan a la pérdida de veracidad, entonces habría que reconocer que la adopción del relativismo epistémico por numerosos científicos conlleva direc-tamente la negación de una relación estrecha entre naturaleza y ciencia, y seguramente la negación de una equivalencia entre realidad y conocimiento. El abuso de esta argumentación puede significar que si las concepciones sobre la naturaleza no tienen un punto de vista privilegiado, son inconmensurables y se organizan en paradigmas que corresponden con los círculos de científicos que las comparten; la precipitación de la fuente de certeza de las características de la realidad resulta inminente.

Adoptar el relativismo epistémico hace correr el riesgo de imaginar la disolución de la realidad, de aceptar la inaccesibili-dad a la naturaleza, o bien de reconocer que la objetividad como vínculo y adecuación5 entre naturaleza y conocimiento puede solo existir en el rango de objetividad distribuida socialmente. La idea kuhniana de la inseparable composición teorético-social

5 Retomamos el reconocimiento de Giddens respecto a que fue Schutz quien introdujo el principio de adecuación para rendir cuenta de la relación perti-nente entre los conceptos teóricos de las ciencias sociales y las nociones que los actores mismos utilizan para actuar comunicativamente en el mundo de las significaciones (se puede consultar la importante contribución de este principio a la metodología de la doble hermenéutica en las nuevas reglas del método sociológico de Giddens [1987]).

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de los paradigmas, refrendada en la posdata de 1969, se ha visto abusivamente sociologizada para delimitar las verdades que com-parten pequeñas comunidades epistémicas y para individualizar las creencias relativas a las personas individuales. Esta disolución de la noción de realidad es el embate mayor del posmodernismo epistémico contra el modernismo científico.

El movimiento posmoderno de introducción del relati-vismo en la conceptualización de la naturaleza equivaldría a homogeneizar el relativismo en la naturaleza y en la política, lo que significaría que la acción de investigación y la política serían términos equivalentes, y exclusivamente cambiarían el tema y los instrumentos de ambas. Así podríamos llamar, sin provocar rubores segregacionistas, científicos a los políticos y políticos a los científicos. Interesante heurística, pero demasiado provocadora para los conservadores posmodernos, ya de por sí perplejos por la propuesta sintética foucaultiana de saber y poder (biopolítica, por ejemplo). La aplicación generalizada de la epistemología posmo-derna sobre todos los dominios y prácticas es insostenible, pues el resultado sería la absolutización del eclecticismo.

Pero también las verdades del pensamiento social han sido trastocadas por el relativismo. Así, la idea de fundar una ciencia positiva de la sociedad representada por las ciencias sociales perdió potencia poco tiempo después de su evocación comteana; y es posible que una de las grandes víctimas del relativismo haya sido la teoría del socialismo científico, la idea de la ciencia proletaria y de la ineluctabilidad científica de la dictadura del proletariado. La relativización de las grandes verdades sociales ha sido un proceso consistente, al grado que algunos, como Fukuyama (1992) han considerado pertinente pensar en que hemos alcanzado el fin de la historia; afortunadamente, hasta esta idea ha sido relativizada.

En las disciplinas sociales y humanísticas, la antropología es un dominio emblemático de prácticas de relativización de los

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conocimientos acuñados en los temas que toma como objeto de estudio. Como relativizadora, la tarea de la antropología ha con-sistido en matizar la calidad de las verdades establecidas sobre las culturas. Primero lo hizo con la propia cultura occidental, y des-pués lo ha hecho en los diferentes ámbitos donde ha penetrado; incluido, como veremos más adelante, el ámbito de la producción de conocimientos científicos de las ciencias de la naturaleza.

Respecto a los temas epistemológicos, el conocimiento antro-pológico se refiere al estatuto cognitivo de las culturas estudiadas y, recíprocamente, del régimen cognitivo de ella misma (Sperber, 1982). Prácticamente no hay ámbitos de la antropología que no aborden el estatuto cognitivo de las culturas estudiadas, trátese de las etnociencias, de la estructura de los mitos y de las cosmologías de las sociedades, del estudio de todo tipo de representaciones sociales, etcétera; finalmente, todos los reportes etnográficos han dado cuenta del conocimiento relativo de las culturas.

La incursión del posmodernismo en las ciencias sociales y humanas puede examinarse emblemáticamente en la llamada antropología posmoderna. En efecto, los antropólogos posmo-dernos, como Clifford Geertz y otros de sus colegas, rompen con el vínculo problemático de la objetividad como relación de adecuación entre el objeto de estudio y el sujeto cognoscente para evocar la imposibilidad de alcanzar la observación objetiva de otra cultura, frente a lo cual solo les ha restado asumir que el informante autóctono no es sino la ocasión para ejercitar la litera-tura antropológica (Geertz, 1989; Geertz y Clifford, 1998). Estos posmodernistas han convertido la antropología en una disciplina retórica, en la que las discusiones sobre la pertinencia cognitiva de las acuñaciones y conceptos se trasladan de la crítica epistemoló-gica a la crítica literaria. Desde una perspectiva epistemológica, el conocimiento del informante y del antropólogo se relativizan en un espacio social inconmensurable.

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Los antropólogos posmodernos han afianzado la paradoja de la epistemología política moderna, relativizando el conocimiento de las culturas y absolutizando la idea de una única naturaleza.

En reacción con los posmodernistas, muchos socioantropó-logos de ciencias y técnicas enmarcados en lo que se conoce como movimiento ciencia-tecnología-sociedad han vuelto más problemá-tica la epistemología política y han mostrado la complejidad de la epistemología científico-técnica contemporánea y la dificultad de aplicar el modelo modernista de la conceptualización de la naturaleza absolutizada (Lynch, 1985b) y la política relativa, pe-ro también el de la absolutización del posmodernismo (Latour, 2004). Retomaremos este tema más adelante.

Ahora vamos a emplear el relativismo como instrumento crí-tico en el examen de la epistemología política moderna. En primer lugar, si aplicamos el relativismo a la ciencia como lo promueven los posmodernos —la asimetría entre la consideración de una naturaleza única y la de una política relativa—, la epistemología política moderna quedaría seriamente cuestionada. La imagen del conocimiento elaborado indicaría que las nociones científicas de la realidad se encontrarían en la misma circunstancia relativa y sin más punto de vista privilegiado que la elaboración de propuestas en el ámbito de la política. Aceptando el relativismo generalizado de la anterior manera, el mundo sería coherentemente ecléctico y disperso; cada fragmento de aparente realidad sería relativo a cada persona. Sin embargo, este mundo sería poco realista, pues no explicaría las anudaciones que mantienen unidos a todos los seres y cosas que comparten el mundo.

El problema mayor de los relativismos epistémicos reside en que concentrándose en el elogio de la dispersión cognitiva y de la relativización de cualquier verdad, ignoran la explicación de la anudación de los acuerdos y negociaciones de las acuñaciones cognitivas, de la acción comunicativa que permite los consensos,

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de la puesta en equivalencia de entidades que permiten compartir el mundo. Entonces el problema real sería explicar de qué manera el proceso de relativización científico y político se acompaña de acciones de los actores en las que se acuñan negociada y contin-gentemente sus propuestas de validez científica y de pertinencia política.

En segundo lugar, el examen de la aplicación del relativismo epistémico al análisis de las culturas propuesto por los antropó-logos posmodernos redunda en la promoción del relativismo cultural. Ellos hipostasían el tema del lenguaje relativizando al punto de indicar que los textos antropológicos no son ya sino un género más de literatura. La imagen epistemológica que proyectan refuerza la epistemología política moderna en la que las culturas son relativas a ellas mismas y hay que conjeturar que sin proponer ningún texto sobre el trasfondo natural de las culturas, supondrían la existencia de un mismo fondo natural. Dicho sintéticamente, la idea epistémica sería un relativismo cultural enmarcado por una única naturaleza.

Pero aún hay más: el fondo natural que supuestamente es compartido por todas las culturas corresponde con las ideas es-tabilizadas de naturaleza surgidas del mundo científico técnico occidental, y no de las acuñaciones cognitivas de las otras culturas. Así por ejemplo, la noción de sustentabilidad corresponde a cierta opinión occidental de la economía de los recursos naturales y no necesariamente a la opinión local de los bienes disponibles para la reproducción de la cultura que los dispone de acuerdo a sus propias perspectivas.

Estos antropólogos problematizan la interpretación de las culturas desde una perspectiva modernocentrista, despojando a los miembros de culturas exóticas de la posibilidad de participar en la cooperación interpretativa y de negociación conceptual en la interpretación de las culturas (Geertz, 1992); mejor dicho, en

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la inter-interpretación de las políticas de las culturas. Asimismo, no toman en cuenta las polémicas en torno a la definición de la naturaleza que ocurren en el ámbito de la investigación natu-ralística y los conocimientos que otras culturas tienen sobre la “naturaleza” no occidentalizada. Nos parece que los antropólogos posmodernos intentan destruir la noción moderna de cultura, pe-ro refuerzan la epistemología política modernista que los sustenta.

En este apartado hemos explorado el impacto del posmoder-nismo en las conceptualizaciones de las ciencias y de la cultura; en particular, el intento de relativizar las nociones modernas de naturaleza y cultura. Encontramos que el impacto en las ciencias afectaría la epistemología política modernista homogeneizando la acción de investigación con la acción política, y el impacto en los estudios culturales, particularmente antropológicos, reforzaría la epistemología política moderna. Pero si analizamos la epistemo-logía en ciencias podríamos apreciar las dificultades de encontrar un consenso a este esfuerzo relativizador.

La guerra de ciencias y Los estudios sociaLes de ciencias confrontados a un reLativismo científico

En el apartado anterior hemos abordado los debates epistemoló-gicos en torno a las ciencias naturales y los estudios culturales. En este dejaremos de lado la epistemología de los estudios culturales para centrarnos propiamente en los debates epistemológicos so-bre las ciencias naturales. El análisis lo dividimos en dos partes: en la primera analizamos el debate en torno al conocimiento de la naturaleza, y en la segunda parte sobre el conocimiento social de la naturaleza.

El debate sobre el conocimiento en ciencias y su epistemolo-gía ha girado en torno al relativismo epistémico. Las posiciones en

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pro y en contra del relativismo epistémico han sido cruciales para la configuración de la llamada guerra de ciencias6 entre científicos de la naturaleza y estudiosos de las humanidades sobre la ciencia (Arellano, 2000; Kreimer, 1999).

Recordando que el conocimiento en ciencias representa para los epistemólogos modernos el ámbito de las verdades absolutas, pero, paradójicamente, para los posmodernistas es el espacio de las grandes relativizaciones, la guerra de ciencias muestra dos aspectos epistemológicos simétricos: revela cómo ciertos científicos defien-den la copresencia del absolutismo en ciencias y del relativismo cultural, y ciertos estudios de la ciencia defienden el relativismo en ciencias y el absolutismo sociológico; asimismo, ambos evitan el tráfico entre relativismos y absolutismos.

Como sabemos, el “escándalo” desatado por el físico teórico Alan Sokal por la supuesta impostura científica de algunos promi-nentes intelectuales de las humanidades derivó luego de un tiem-po en lo que se llamaría la guerra de ciencias entre epistemólogos, científicos y humanistas (cf. Arellano, 2000), y finalmente el de-bate se dirigió contra los estudiosos de las ciencias (Callon, 1999).

En esta parte nos interesa retomar el levantamiento de los físicos Sokal y Bricmont contra las formas que adopta el posmo-dernismo, y más precisamente contra lo que llaman la impostura científica y el relativismo epistémico. En realidad este debate no es inédito, pero seguirlo en la forma que se ha presentado re-cientemente nos da la ocasión de tomarlo como estudio de caso epistemológico.

El tema de la impostura científica e intelectual que habían de-nunciado Sokal y Bricmont se compromete con la epistemología,

6 Para familiarizarse con el escándalo y sus consecuencias epistemológicas se puede consultar Arellano (2000: 56-66); igualmente véase Kreimer (1999).

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pero nosotros lo tocaremos tangencialmente, solo en lo que atañe directamente con la epistemología que en este trabajo nos ocupa.

Sokal y Bricmont se oponen rotundamente al relativismo en ciencias, pero distinguen el relativismo filosófico del relativismo metodológico. Del primero aceptan la consideración de que la verdad de una propuesta depende de quien la interpreta, lo que para ellos es perfectamente sostenible, aunque tenga poca con-sistencia en el mundo. Este relativismo se puede aceptar en sus versiones éticas o estéticas, de modo que no hay grupo social capaz de imponer sus valores ni sus gustos a otros colectivos (Sokal y Bricmont, 1997). Sin embargo, es inaceptable el segundo, en la medida en que se sostiene la imparcialidad en la evaluación del desarrollo del conocimiento (Sokal y Bricmont, 1997 y Bricmont, 1997). Como se puede apreciar, los autores exponen con gran transparencia esto que hemos denominado epistemología moderna, absolutismo científico y relativismo político.

Para Sokal y Bricmont, a riesgo de caer en imposturas, la física debería ser un campo de estudio exclusivo de físicos, don-de solo ellos podrían juzgar, certificar y legitimar su producción científica. La física sería un bien de uso exclusivo de físicos y su consumo debería estar certificado por ellos mismos.

Sokal y Bricmont denuncian la relativización del conoci-miento científico realizado por los que llaman sociólogos cons-tructivistas-relativistas. Desde luego, en esta guerra contra ciertos humanistas y sociólogos, los autores tienen sus razones funda-mentadas; así, la impugnación al relativismo epistémico se cum-ple puntualmente en ciertas vertientes de los estudios sociales de la ciencia; un ejemplo de esta relativización y demérito de las ciencias se encuentra en la afirmación de los sociólogos construc-tivistas Barnes, Bloor y Henry en su libro Scientific Knowledge: A Sociological Análisis, en el cual escriben que “la astrología no res-ponde menos a los criterios del método científico que la astrono-

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mía, y que es concebible que un día aquella se preste a un triunfo del método científico” (Barnes, Bloor y Henry, 1996: 140-141). Sucede lo mismo en el caso del programa empírico del relativismo impulsado por Collins. Efectivamente, reuniendo relativismo y constructivismo social, Collins considera que la clausura de los debates y las controversias científicas no se basa en procedimientos lógico-experimentales, sino en factores sociales como el poder, la retórica y otros mecanismos sociales (Collins, 1985).

Pero la tarea pedagógica de Sokal y Bricmont7 es remarca-ble, si entendemos que su abstención de pronunciarse sobre los temas culturales para evitar caer, en esta ocasión, en imposturas científicas, aclara su posición relativista cultural. Obviamente, esta abstención se restringe a pronunciarse sobre los contenidos de los temas culturales, pues recordemos que el objetivo de sus de publicaciones en revistas culturales consistía en experimentar socialmente la facilidad de hacer pasar imposturas científicas en las revistas culturalistas e ilustrar la proliferación de las impos-turas intelectuales en el campo de los estudios culturales (Sokal, 1996a, 1996b, 1996c).

Pero Sokal y Bricmont no consideran que para algunos pro-fesionales del estudio de la ciencia las controversias científicas sean el ambiente en el que los propios científicos negocian sus procedimientos, sus evidencias y sus hechos, y obvian el ambiente permanentemente controversial de sus disciplinas a lo largo de toda la historia. Así, para un grupo de sociólogos de ciencias, el problema de la elaboración de la evidencia científica es más complicado de lo que popularmente se ha idealizado, pues no se

7 Recordemos que el escándalo fue propiamente desencadenado por las pu-blicaciones de Alan Sokal y la argumentación epistemológica posterior fue el resultado de la colaboración con Jean Bricmont. La posición de Sokal se acota a opiniones científicas; en cambio, Bricmont discute de manera enfática la epistemología (Debray y Bricmont, 2003).

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reconoce el papel que juegan las controversias en la construcción de los conocimientos. Como dice Collins,

… el problema es que la imagen popular de la ciencia se asocia a una banda transportadora para el acuerdo; el desacuerdo implica incompetencia, predisposición o la interferencia po-lítica. Si se demuestra que el desacuerdo está fundado dentro de lo mejor de las mejores ciencias duras, la imagen del desa-cuerdo cesará de considerarse un síntoma de una patología. [Collins, 1998: s. p.].

La cita anterior muestra el exacerbado relativismo de Collins, al apologizar el papel de las controversias y menospreciar el de las negociaciones.

Luego de que Bloor formulara el programa fuerte de la socio-logía del conocimiento (pf ), una parte relevante de estudios inspi-rados en él ha estudiado las controversias y también las negocia-ciones científico-tecnológicas (Arellano, 1999). Regresaremos al tema de las controversias y negociaciones científicas, pero por el momento acotemos que la práctica científica puede mostrar no solo cómo procede el relativismo, sino también cómo ese relati-vismo da paso a cierto objetivismo, y con ello a una aminoración de la relativización.

En esta primera sección del apartado nos hemos referido al debate posmodernista en el plano de la relativización de las ciencias físicas y naturales. Pero la guerra de ciencias mantiene su importancia como objeto de estudio, en la medida en que ha implicado la respuesta de llamados estudiosos de la cultura cien-tífica y, sobre todo, de manera más precisa de los sociólogos de ciencias bloorianos. A continuación abordaremos las posiciones de estos últimos para poder realizar un ejercicio comparativo de las asimetrías puestas en escena.

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A los sociólogos que apoyan el pf se les ha reprochado el rela-tivismo que portan los principios de imparcialidad y de simetría, lo que plantea una situación privilegiada para los sociólogos de la ciencia (Callon, 1986). Para Bloor, la necesidad de la imparcia-lidad de la sociología de la ciencia surge del hecho de que todas las creencias han de explicarse como fenómenos sociales, inde-pendientemente de que estas hayan sido evaluadas y consideradas verdaderas o falsas en una época determinada. Se trata, según Bloor, de que los sociólogos sean imparciales respecto a la verdad y falsedad, la racionalidad y la irracionalidad, el éxito y el fracaso de la práctica tecno-científica, y señala que ambos lados de estas dicotomías requieren de explicaciones causales (Bloor, 1976). Complementando el principio de imparcialidad, la simetría en la sociología blooriana debe reconocer que los criterios con los que son evaluados los conocimientos son construidos socialmente; por lo tanto, los mismos tipos de causas pueden explicar tanto las creencias evaluadas favorablemente como las rechazadas, y las creencias falsas y verdaderas (Bloor, 1976).

Los sociólogos del pf actúan como observadores de la activi-dad científica y no consienten privilegios ni marginaciones a los científicos en sus disputas. Esto significa que las nociones sobre la naturaleza se representan como entidades variables. Los trabajos bloorianos, desde el ya clásico estudio de Schaffer y Shapin sobre el debate entre Hobbes y Boyle sobre las investigaciones acerca del vacío, han servido para fundamentar el argumento principal del constructivismo según el cual la elaboración de los conocimientos sobre la naturaleza es producto de la acción social de los científicos más que el resultado de la acción estrictamente racional.8

8 Hay que recordar que Bloor inicia su texto sobre el pf indicando que la fuer-za de la sociología del conocimiento científico se expresa en la capacidad de explicar socialmente el contenido del conocimiento (Bloor, 1976).

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El problema epistemológico que queremos señalar es que relativizando el conocimiento científico, los sociólogos de la cien-cia deberían considerar que el relativismo se puede aplicar a ellos mismos, y que sus nociones sobre la sociedad serían igualmente variables y contestadas por otros sociólogos. Significa que, apli-cando el principio de reflexividad, la sociología del conocimiento derivada del pf anula su convocatoria a una ciencia emulada al estilo de las ciencias naturales, objetiva y absolutista, pues las ciencias naturales que estudia son construidas socialmente y ela-boradas sobre la base de un relativismo epistemológico.

Callon había criticado el principio blooriano de la simetría de las controversias sobre la naturaleza, para extender ese principio a las controversias sobre la sociedad de los sociólogos (Callon, 1986: 176-177). El acercamiento de Callon retomaba el carácter controversial de las nociones sobre la naturaleza, pero teniendo en cuenta el carácter controversial de las nociones sobre la socie-dad. Por esta doble razón Callon propuso la construcción de un cuadro común y general para interpretar el carácter incierto de la naturaleza y de la sociedad, llamado principio de simetría generali-zada9 (Callon, 1986: 176-177). En este principio tanto la natu-raleza como la sociedad son categorías que deben ser explicadas partiendo de las interpretaciones sobre los objetos materiales y de conocimiento. Este principio de simetría generalizada no deriva en la generalización del relativismo, pues Callon, inspirado de

9 En 1997 tuvo lugar un debate entre David Bloor y Bruno Latour en la revista Studies of History and Philosophy of Science a propósito de la construcción del conocimiento científico. Por un lado, Bloor critica a Latour su falta de pre-cisión respecto al constructivismo social y, por otro, Bruno Latour rechaza el relativismo epistémico sustentado en el principio de simetría (formulado por Bloor) para analizar las variaciones del conocimiento del mundo exterior, y el de simetría generalizada (formulado por el propio Latour) para estudiar las variaciones del conocimiento social del proceso científico (Bloor, 1999 y Latour, 1999a).

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Serres, ha considerado que las negociaciones entre los científicos tienen una función integradora. Aquí, los acuerdos provendrían del procedimiento negociador de la relatividad de las opiniones que originaron las controversias. Como hemos mencionado en el pasado, “Si las controversias evidencian el abanico de soluciones posibles a problemas teóricos y prácticos de la ciencia y la tec-nología, las negociaciones muestran los nudos de racionalidad comunicativa enraizados en la sociedad” (Arellano, 1999: 48).

Nuestro punto de vista respecto al papel del relativismo epistémico posmoderno sostiene que las posiciones de sokalistas y de sociólogos del programa fuerte, como Bloor, Collins y otros, configuran una contradicción simétrica: por un lado, los sokalis-tas pretenden apropiarse el título de legítimos representantes del conocimiento de lo natural (primera parte del presente apartado); por otro lado, los segundos pretenden monopolizar la descripción de la acción social de la ciencia (segunda parte del apartado). En el fondo de este debate nos encontramos frente a una falsa disyuntiva: por una parte, algunos quieren reservarse el derecho de hablar en nombre de la naturaleza externa, mientras otros quieren reservarse el derecho de hablar en nombre de la sociedad.

Expresado epistemológicamente, el fisicalismo de Sokal y Bricmont y el sociologismo de los autores del pf configuran un relativismo generalizado al intentar mantener separados los cono-cimientos de la naturaleza y de la sociedad. Pero esta separación es en sí misma la fuente de relatividad del conocimiento contempo-ráneo, por resultar inconmensurables las representaciones natu-rales y sociales. Dicho de otro modo, la defensa del absolutismo naturalista de Sokal y Bricmont o sociológico-blooriano conforma un relativismo generalizado, un relativismo en el polo científico del esquema de la epistemología política moderna.

Siguiendo las posiciones de Sokal y Bricmont y de los sociólo-gos bloorianos, el esquema de la epistemología moderna no se

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puede cumplir, pues la ciencia no es unitaria, sino que, por el con-trario, es relativa al conocimiento sobre la naturaleza o la sociedad; solo la política es aceptadamente relativista. Pero los relativismos de los posmodernos tampoco ofrecen un esquema coherentemen-te relativizado, pues terminan aceptando una sola y única natura-leza como fondo del desarrollo de las diversas culturas.

Algo no funciona en el esfuerzo de hacer coherente las epis-temologías contemporáneas más relevantes, pues si tomamos partido por los posmodernistas, aflora el absolutismo naturalista, y si tomamos partido por los modernistas, surge el relativismo en ciencias y el relativismo político. Podemos hacer como si nada pasara y seguir sosteniendo la idea de un absolutismo científico y un relativismo político (después de todo así hemos vivido por más de tres siglos), pero el problema es que la insatisfacción de la epistemología moderna proviene no solo de los relativistas, sino del propio campo de los científicos absolutistas, como Weinberg (1996). Si frente a este debate optamos por ser simétricos e impar-ciales, acogiéndonos a la recomendación blooriana, tendríamos que esperar a que algún bando pudiese ganar la guerra de ciencias, situación de improbable resolución por ellos mismos; en este caso tendríamos que encerrar el debate en sus posiciones maniqueas y considerar lo que pasa en otros ámbitos de problematizaciones epistemológicas. A continuación tomaremos esta opción.

¿Cambios en la relación hombre-naturaleza o crisis de conocimientos modernos?

En este apartado nos interesa tratar el problema de la epistemo-logía desde una perspectiva inversa a la abordada hasta aquí. No se trata de considerar la manera en que las epistemologías han estudiado el conocimiento del mundo, sino de cómo los proble-

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mas de conocimiento contemporáneo están siendo abordados por epistemologías alternas. A continuación analizaremos los problemas de discernimiento contemporáneos y la crisis de co-nocimiento modernista partiendo de algunos ejemplos críticos de conocimiento y ciertas posiciones de autores relevantes en torno a la necesidad de enfocar los problemas con una epistemología que tome en cuenta la implicación de entidades heterogéneas en los fenómenos.

Si tomamos como ejemplo, de los muchos que se presentan en el mundo contemporáneo, el tema del calentamiento del pla-neta, encontraremos el conocimiento relativizado en múltiples explicaciones e interpretaciones. Si comenzamos por las lecturas provenientes de la epistemología modernista, encontraremos una ruptura epistemológica entre ciencias naturales y sociales: el bando sociologista considera que la causa es de orden social, y particularmente se encuentra en la proliferación de los fenómenos asociados a la generalización del mundo industrial. En este caso, se puede ser miembro de un movimiento social ambientalista radical a condición de obviar los argumentos de ciertos cientí-ficos referidos a las razones y evidencias sobre los grandes ciclos de calentamiento que han tenido lugar a lo largo de millones de años y que sustentan las explicaciones naturales del calentamiento planetario.

En el bando naturalista se alude a los ciclos largos de calen-tamiento y enfriamiento del planeta como causa. En este caso, se puede ser un naturalista radical a condición de negar el hecho de que la sociedad industrial está generando una serie de productos que agudizan el efecto invernadero que provoca, en buena me-dida, el calentamiento del planeta. Por su parte, los relativistas culturales considerarán las acciones de las diferentes culturas respecto al calentamiento del planeta, pues este es un fenómeno de orden planetario que involucra el sustento natural de todas las

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culturas. La coincidencia en todas estas posiciones radica en que la explicación de los fenómenos de estas características rebasan las lecturas disciplinarias. Desde luego, habrá posmodernos, como Baudrillard10 (2001), que, desconfiando de las certezas de los co-nocimientos naturales o sociales producidos en la investigación científica, podrán utilizar los argumentos de unos para relativizar los de los otros, y viceversa.

Pero ¿qué dicen sociólogos relevantes sobre algunos proble-mas contemporáneos? Por ejemplo, Jürgen Habermas, a propósito del auge de la biotecnología y las terapias génicas, recién comienza a preocuparse por la desaparición de fronteras entre la naturaleza que somos y el aparato orgánico que nos brindamos (Habermas, 2002: 39). O su inquietud sobre la organización artefacto-huma-no que refleja en la afirmación “la nueva estructura de imputación de responsabilidades resulta de la desaparición de fronteras entre personas y cosas” (Habermas, 2002: 27). Dicho de otra manera, Habermas cree que en épocas anteriores existía una frontera real entre naturaleza objetiva y naturaleza artefactual, pero que hoy ha comenzado a desdibujarse, tanto en el plano de la naturaleza interna del hombre como en la externa a él. De esto se desprende una idea en la que el papel de la tecnología y del conocimiento reside en la instrumentalización desnaturalizada del conoci- miento.

10 Ejemplo de este escepticismo radical respecto a la realidad lo expresa el autor cuando, refiriéndose al ataque a las Torres Gemelas en New York, escribe: “La táctica del modelo terrorista es causar un exceso de realidad y hacer hundir el sistema bajo él. Toda la burla de la situación, al mismo tiempo que la violencia movilizada del poder, se dan la vuelta contra él, ya que los actos terroristas son a la vez el espejo exorbitante de su propia violencia y el modelo de una violencia simbólica que le está prohibida, de la única violencia que no puede ejercer: la de su propia muerte” (2001).

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Por otro lado, Giddens, retomando a Beck (1998), se refiriere a los efectos riesgosos de la globalización en nuestra vida, de la siguiente manera:

… la mejor manera en la que puedo clarificar la distinción entre riesgo interno y externo es la siguiente: puede decirse que en toda la cultura tradicional, y en la sociedad industrial hasta el umbral del día de hoy, los seres humanos estaban preocupados por los riesgos que venían de la naturaleza ex-terna (malas cosechas, inundaciones, plagas o hambrunas). En un momento dado, sin embargo —y muy recientemente, en términos históricos— empezamos a preocuparnos menos sobre lo que la naturaleza puede hacernos y más sobre lo que hemos hecho por la naturaleza. Esto marca la transición del predominio del riesgo externo al del riesgo manufacturado. [Giddens, 1999: 39].

Al igual que Habermas, Giddens cree que solo recientemente se han invertido los términos causales entre la naturaleza y “noso-tros”, en lugar de cuestionarse por la historicidad de la separación de la naturaleza respecto del hombre y, por lo tanto, de la organi-zación de causas y efectos.

De los ejemplos empleados y de las posiciones de estos au-tores relevamos las cuestiones siguientes: a propósito del calen-tamiento del planeta, ¿de qué epistemología disponemos para referirnos a causas sociales y naturales simultáneamente? Con relación a la preocupación eugenésica habermasiana, ¿recién co-mienzan a desaparecer las fronteras entre naturaleza dada y natu-raleza artefactual (Knorr-Cetina, 1998), o bien la epistemología modernista ya no nos puede proporcionar las certezas antiguas? A propósito del etnocentrismo del riesgo giddensiano, ¿antes las causas del riesgo eran naturales y ahora son humanas? ¿Apenas

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ahora comenzamos a crear la naturaleza o bien acabamos de dar-nos cuenta de que interaccionamos con ella? ¿Y está en riesgo la naturaleza o la epistemología modernista? Para nosotros, estas preguntas tienen respuestas epistemológicas. Así, la cuestión es que no disponemos de una epistemología para referirnos a cau-sas natural-sociales, que la epistemología modernista ya no nos puede proporcionar las certezas antiguas, que recién comenzamos a darnos cuenta epistemológicamente de que las fronteras entre naturaleza y sociedad impiden percibir determinados problemas cruciales del mundo contemporáneo, y que la naturaleza y la sociedad están en riesgo, parcialmente, debido a los términos fracturados con los que las hemos abordado.

Frente al problema del conocimiento del mundo contempo-ráneo, los posmodernos apelando al relativismo, y los modernos apelando a la pérdida de capacidad explicativa de sus campos de conocimiento especializados, coinciden en convocar a la inter-disciplinariedad. Los primeros síntomas de esta fatiga tomaron forma, en los años setenta del siglo pasado, en los llamados de científicos y epistemólogos a la organización no disciplinaria del conocimiento, particularmente del diagnóstico de Piaget sobre la reconfiguración del conocimiento a principios de esa década (Piaget, 1975). Primero se llamó a la multidisciplina, luego a la interdisciplina, y finalmente a la transdisciplina y los sistemas complejos (Morin, 1999), pero los modelos no han dado respues-ta a los grandes desafíos conceptuales del mundo contemporáneo. La interdisciplinariedad ha terminado por reforzar las fronteras de las grandes disciplinas científicas; las ciencias sociales y humanas han seguido por su lado, y las naturales por el suyo.

Frente a este diagnóstico, coincidimos en parte con Latour (1999b) cuando indica que la crisis de la naturaleza es una crisis epistemológica. Pero no podemos compartir su idea en todas sus implicaciones, pues consideramos que además de una crisis epis-

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temológica existe una crisis real de la relación hombre-naturaleza, pero también hay un problema realmente ecológico.

Después de identificar los problemas sobre la comprensión relativizada de la naturaleza y de la política, y sobre la compren-sión parcializada del mundo contemporáneo, la cuestión sería buscar una posible solución a las dificultades explicativas de esta crisis, sustentadas en una epistemología modernista que no sea la aplicación del relativismo generalizado surgido del juego de universalismo-relativismo alimentado por las diferentes posicio-nes en la guerra de ciencias y que, finalmente, mantiene una visión fracturada del mundo.

¿Es posible una epistemología política que solucione la asimetría entre naturaleza única y política relativa?

Tratando de organizar la discusión hasta aquí presentada, recapi-tularemos indicando que la epistemología política contemporánea está preformada para inscribir el conocimiento reconociendo una naturaleza única y una política relativizada; que los episte-mólogos posmodernos han generalizado la aplicación del relati-vismo epistémico, pero, paradójicamente, en la cultura aceptan un relativismo cultural de sustento natural universalista; que el fisicalismo de Sokal y Bricmont y el sociologismo de los autores del pf configuran un relativismo generalizado al mantener sepa-rados los conocimientos sobre la naturaleza y la sociedad, y que este relativismo resulta ser un absolutismo de carácter científico frente el relativismo de la política; que la epistemología política contemporánea tiene dificultades para comprender los fenómenos cultural-naturales actuales; y, finalmente, que las epistemologías políticas revisadas no explican las íntimas relaciones entre rela-

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tivismo y absolutismo, entre posiciones cognitivas relativas a los actores y conocimiento negociado y compartido.

Partiendo de la recapitulación anterior, en este apartado abor-damos las alternativas a la epistemología política contemporánea reuniendo elementos que reconstructivamente coadyuven a una epistemología que permita aprehender los fenómenos socionatu-rales. Para esto nos apoyaremos en la reflexión epistemológica de las ciencias y de los resultados de la antropología de la naturaleza y de los laboratorios científicos.

Si descontamos que el relativismo posmodernista no propone superar nada, y por lo tanto tampoco superar la crisis de conoci-miento, y que los absolutismos de la sociología de la ciencia del pf y del fisicalismo del movimiento Sokal y Bricmont mantendrían indefinidamente el relativismo generalizado, solo restarían los intentos sectoriales para mejorar la comprensión de sociólogos y naturalistas. En el sector de las ciencias sociales tenemos las pro-puestas de la doble hermenéutica de Giddens (1987), la dualidad de sistema y mundo de la vida de Habermas (1987) y la tesis de los sistemas complejos de Morin (1999), entre otros. En el sector de las ciencias físicas tenemos principalmente la búsqueda de las teorías del campo unitario de Weinberg y Abdus Salam (Valencia, 2003; Weinberg, 1997), etc. Pero de seguir esta línea sectorial, se tendría como logro la interdisciplinariedad acotada a los sec-tores naturalistas y sociológicos, así como el reforzamiento de la epistemología modernista. Así las cosas, la comprensión de los fenómenos social-natural seguirá siendo dualista.

En términos de la reflexión epistemológica, la separación de ciencias naturales y sociales, disciplinas heredadas de la mo-dernidad, representa, a juicio de Serres, un gran obstáculo para la comprensión del mundo contemporáneo (Serres, 1994). Si-guiendo esta idea, Latour ha considerado que la incomprensión de los fenómenos contemporáneos se debe a la agudización de un

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proceso paradójico entre la construcción práctica del mundo, ca-racterizada por la producción de entidades híbridas, y la represen-tación del mismo, caracterizada por la especialización cognitiva que divide las causas naturales de las sociales, por la repartición entre ciencias naturales y social-culturales y por el establecimiento de fronteras infranqueables entre ellas (Latour, 1991).

Serres considera que la crisis del conocimiento contemporá-neo puede superarse eliminando las rupturas que sobre el mundo han creado las perspectivas disciplinarias, y propone conciliar, mediante un procedimiento de traducción, las dos grandes en-tidades epistemológicas que han dividido la realidad. La noción de traducción consiste en hacer equivalentes las ciencias y las hu-manidades, a partir del modelo desarrollado partiendo del mito del dios Hermes, y alude al proceso de mediación por el cual un personaje puede representar legítimamente a una entidad y ser aceptado —legítimamente, también— por otro personaje que representa otra entidad (Serres, 1974 y 1994). Esta idea ha sido retomada por los autores de la teoría del actor-red, principalmente por Latour, Callon y Law, el primero para elaborar la noción de híbrido mediante la fusión de dos entidades de origen diferente (Latour, 1991), y los siguientes para explicar las teorías sociales elaboradas por los propios actores (Law y Hassard, 1999; Law, 2004).

Los resultados de los antropólogos de la naturaleza y de la ciencia han mostrado que la separación epistemológica de na-turaleza y sociedad no necesariamente ha existido siempre, ni se encuentra en todos los ámbitos. Veamos a continuación esos resultados.

Por un lado, la especialización disciplinaria no es el resultado de la evolución única de la razón, ni el síntoma de todas las socie-dades ni de todos los tiempos. Algunos antropólogos clásicos han mostrado cómo en las sociedades premodernas, la representación

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no especializada del mundo coincidía con la construcción práctica del mundo y que las representaciones e imágenes del mundo no permitían una clara distinción categorial del mundo natural y el social. Así, como dice Habermas,

… a los que pertenecemos a un mundo de la vida moderno, nos irrita el que [en] un mundo interpretado míticamente no podamos establecer con suficiente precisión determinadas distinciones que son fundamentales para nuestra compren-sión del mundo. Desde Durkheim hasta Lévi-Strauss, los an-tropólogos han hecho hincapié […] en la peculiar confusión entre naturaleza y cultura [entre los grupos premodernos]. [1987: 76-77].

En efecto, en otros periodos de la humanidad la construc-ción práctica del mundo, caracterizada por la ausencia de grandes especializaciones productivas, ha coincidido con la inexistencia disciplinaria en las representaciones teóricas, de manera que se ha ignorado siquiera algún tipo de relación entre naturaleza, cultura y conocimiento (Latour, 1999b).

Trabajos como los realizados por el antropólogo Philippe Descola entre los achuares de la selva del Amazonas (Descola y Pálsson, 1996; Descola, 1986) muestran que las representaciones simbólicas de los jíbaros aluden a realidades híbridas naturaleza-cultura y que las representaciones de la naturaleza y de la sociedad no están escindidas como en la cultura influida por la ciencia. En esta misma línea se encuentra el complejo de representaciones duales naturaleza-cultura elaboradas por las culturas mesoame-ricanas incomprensibles para los conquistadores españoles y las actuales mentes occidentalizadas. Grosso modo podemos decir que las sociedades tradicionales omiten representar la separación naturaleza-cultura.

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Por otro lado, buena parte de los trabajos antropológicos de ciencias (Chateauraynaud, 1991) han relativizado las grandes definiciones modernistas sobre la ciencia y la tecnología, para dar cuenta de la construcción de la objetividad en términos realistas en los procesos de investigación, ya sea en los diálogos informales sostenidos por los investigadores y las prácticas cotidianas en los laboratorios (Lynch, 1985a), la inscripción de signos (Latour y Woolgar, 1988), la construcción de objetos técnicos y conoci-mientos (Knorr-Cetina, 1981), o los procesos de construcción de redes sociotécnicas heterogéneas (Law, 2004), entre otros temas.

Innumerables etnografías de laboratorios científicos han servido para mostrar cómo en las condiciones de la producción simbólica y material contemporánea la separación de las entidades naturalistas y sociales no existen de manera purificada, general ni definitiva. Los sociólogos de ciencias han evidenciado, por su parte, que la elaboración de hechos científicos no corresponde con las divisiones disciplinarias evocadas por la epistemología clásica.

El estudio de la construcción de la naturaleza aprehendida mediante hechos científicos ha sido puesto en evidencia por la antropología de la tecnociencia, y ha mostrado cómo en las con-troversias científico-tecnológicas se negocian los contenidos de los conceptos y categorías científicas y las características técnicas de los artefactos tecnológicos (Callon, 1981; Raynaud, 2003).

Reuniendo los trabajos de las antropologías de la naturaleza y de la investigación científica, encontramos que los antropólogos de las culturas premodernas están aportando elementos episte-mológicos de grupos humanos que no escinden la naturaleza de la sociedad y están reconstruyendo la genealogía de la separación de las entidades ontológicas naturaleza y sociedad en la explica-ción del mundo. Asimismo, los estudios antropológicos de la ciencia evidencian que en la práctica de investigación cotidiana los científicos borran las fronteras entre las dos entidades. De esta

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manera, en ambos frentes de la práctica antropológica se pueden encontrar recursos para abogar por la interpenetración de las ciencias y las humanidades, para sincronizar y compatibilizar la práctica híbrida de producción material con las representaciones simbólicas, hasta ahora escindidas.

Desde nuestro punto de vista, los fenómenos cultural-sociales se corresponden con la presencia humana en el mundo y nos parece que el anuncio habermasiano de la desaparición de fronteras entre personas y cosas (Habermas, 2002: 27) y el giddensiano de la aparición del riesgo manufacturado represen-tan la crisis de la epistemología modernista y no la aparición de nuevos fenómenos híbridos.

La asimetría de la epistemología contemporánea consiste en aplicar políticamente el absolutismo en la ciencia y el relativismo en la política, totalitarismo con la ciencia pero tolerancia con la política (Latour, 1999b). Según la epistemología política moder-nista, si la ciencia es la encargada de comprender la naturaleza y la política de regular la vida social, fenómenos como el del calen-tamiento del planeta nos confrontan a situaciones catastróficas a las que ni la ciencia ni la política han sabido responder. Esto muestra que el tiempo de la dictadura de la ciencia objetiva e inapelable se ha agotado; ahora es necesario intensificar el estu-dio de la elaboración de conocimientos y técnicas para entender cómo, en asociación con ella, construimos los nuevos colectivos (Latour, 1999b).

Latour ha intentado superar la paradoja del mundo con-temporáneo proponiendo un relativismo híbrido, constituido por binomios naturaleza-cultura (Latour, 1991). Esta propuesta es loable, pues se corresponde con los resultados de investigación de dos grupos: el de ciertos antropólogos clásicos que abordan el tema de comunidades y ambientes naturales, y el de antropólo-gos y sociólogos de ciencias. En el plano antropológico clásico, se

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acepta que la relatividad de culturas es solidaria con la relatividad de naturalezas y con la antropología y la sociología de ciencias, mediante la aceptación de que las controversias científicas corres-ponden al binomio señalado por la noción de paradigma que alu-de a estructuras cognitivas compartidas por disciplinas científicas.

A juicio de Latour, con un esquema como el indicado, nos encontraríamos en una situación en la que no tendríamos que defender al sujeto de la reificación ni al sujeto de la construcción social; dicho en otros términos, en realidad las cosas (incluyendo la tecnología) no amenazan a los sujetos, ni la construcción social debilita al objeto (cosa, naturaleza, objetividad).

La propuesta latouriana tiene algunas ventajas teóricas y epistemológicas: si la tecnología no amenaza a los sujetos, la so-ciedad no es propiamente de riesgo, sino de investigación; pero, en otro sentido, la sociedad no debilita a la naturaleza ni a los objetos. Dicho de otra manera, la crisis ecológica es un problema humano y natural.

La incomprensión del fenómeno cultural-social es producto de la epistemología modernista. A juicio de Latour esto puede resolverse aplicando el método de la hibridación. Nosotros he-mos planteado que los métodos de análisis actuales de fenóme-nos como el de la hibridación, propuesto por Latour, y el de la traducción, planteado por Serres, siguen siendo dualistas. En efecto, reducen la perspectiva de la realidad a la presencia agre-gada de humanidad y de naturaleza, tal y como se distribuyen el conocimiento las grandes disciplinas, ignorando que el plexo de la práctica humana en el mundo tiene diferentes dimensiones. En este sentido, juzgamos que serán necesarios nuevos esfuerzos para elaborar un método de estudio más acorde con una teoría que no sea cautiva de la guerra entre modernistas y posmoder-nistas, subyacente en las nociones de hibridación y de traducción (Arellano, 2000).

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La solución hibridista planteada por Latour, en otros puntos resulta limitada. Los aspectos de hiperdisciplinariedad cognitiva y adisciplinariedad práctica que se pretenden resolver siguen te-niendo ontológicamente una configuración modernista, descrita por el viejo debate cartesiano sobre naturaleza y cultura (cuerpo y espíritu). Desde nuestro punto de vista, la hibridación o la tra-ducción resolverían problemas de conocimiento socio-naturales de fenómenos caracterizados en estas mismas dos dimensiones. Pero considerando que los problemas tienen una dimensión so-cial, y también material, simbólica e intersubjetiva, la hibridación es provisionalmente pertinente, pero limitada, pues carece de otras dimensiones presentes en la interacción hombre-naturaleza y hombre-hombre.

A nuestro juicio, el tema debería resolverse generalizada-mente no solo como la resolución de la separación de naturaleza y política, sino incluyendo las grandes dimensiones que configu-ran una matriz epistemológica antropológica. Se trataría de una propuesta en la que se debería conciliar e integrar un dispositivo heterogéneo, más al estilo de Foucault (Foucault et al., 1977; Arellano, 2007) cuando abordó la conformación de disciplinas, prácticas médicas, instituciones, arquitecturas, pacientes, etcétera, dando cuenta de la conformación de elementos naturales, sociales, materiales e intersubjetivos de manera copresente e interactiva. Estos elementos podrían representar a otros no por una prioridad axiomática, sino por su utilidad metodológica.

Así las cosas, las entidades híbridas latourianas no solo serían agregados de naturaleza-cultura, sino una matriz antropológica que cambia su constelación en cada movimiento, su organización y su heterogeneidad. De modo que el diagnóstico de la práctica humana y su relación con la naturaleza no consistiría, como dice Latour, en el proceso incesante de hibridación y purificación de entidades.

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El problema anterior impone la caracterización de las entida-des originarias que participan en la mezcla híbrida en un estado prístino, cuando en realidad su originalidad es resultado de otras interacciones y otras mezclas; a nuestro juicio, las entidades en el mundo existen en permanente reorganización y reconstrucción de las relaciones precedentes.

Las dimensiones que escojamos como campo de interven-ción y estudio serán resultado de una primera selección guiada por el interés de los actores; en este sentido, optamos por las dimensiones que la antropología ha trabajado en tanto procesos de hominización desde sus estudios clásicos (L. H. Morgan; J. G. Frazer; Marcel Mauss, entre otros). Las dimensiones compro-metidas en la hominización corresponden a aquellos elementos que posibilitan la interacción humana mediada por instrumentos naturales (antropología de la naturaleza y ambiental), materiales (antropología cultural y arqueología), simbólicos (antropología cultural), sociales (antropología social) e intersubjetivos (antro-pología cultural). Estos elementos se encuentran en permanen-temente reorganización y dan indicios de los diferentes arreglos del proceso de hominización.

No malinterpretemos, no tratamos de fundar de una vez por todas una epistemología de sustento antropológico absolu-tista; por el contrario, se trata de una propuesta de formulación de una epistemología surgida del reconocimiento de los campos de estudio de una disciplina abocada al estudio del mundo con presencia del fenómeno humano.

El trabajo epistemológico está por realizarse. Este texto no es más que una propuesta de exploración que podría continuar-se de manera enriquecida con la participación y crítica de otros grupos de investigación y, desde luego, con la incorporación de los antropólogos en estas discusiones. Y, sobre todo con el traba-jo de campo que permita estudiar esta matriz antropológica en

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diversos ámbitos. Aquí es donde se vuelve crucial el estudio de la epistemología social en el contexto de la heterogeneidad social, natural, cultural, etc., latinoamericanas.

La propuesta de una epistemología de sustento antropo-lógico tiene como antecedentes toda la discusión hasta aquí planteada de manera generalizada. Luego de haber discutido la epistemología a partir de un esquema binario ciencias-política, los esquemas siguen siendo limitados; sin embargo, en este estu-dio hemos aprendido que las relaciones son más complejas y que una vía para continuar el camino de eliminación de las fracturas y relativizaciones desenfrenadas sería contemplar las dimensiones de hominización, de las cuales las dimensiones ciencia y política deberían ponerse en un debate que, relativizando las propuestas, apuntase a la discusión de consensos alcanzados; de ese modo lograríamos no solo relativizar las propuestas, sino incorporarlas a un proceso de objetivación negociada.

Este texto debería leerse como una respuesta a la no acep-tación acrítica de la epistemología modernista o posmodernista provenientes de otras latitudes, puesto que toda epistemología es epistemología política que impone a sus participantes y usuarios un esquema de pensamiento y del formateo de los subsiguientes conocimientos elaborados.

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LA CIENCIA Y LOS PARADIGMAS DE LA POLÍTICA CIENTÍFICA, TECNOLÓGICA

Y DE INNOVACIÓN

Léa Velho

Introducción

Las similitudes entre las políticas públicas nacionales orientadas a la ciencia, tecnología e innovación (de aquí en adelante pcti), de los más variados países han sido constantemente apuntadas y registradas por una serie de analistas y estudiosos del tema.1 Se argumenta que desde el inicio del proceso de institucionalización de las pcti, a mediados del siglo xx, hasta hoy, las bases concep-tuales, la estructura organizativa, los instrumentos de financia-ción y las formas de evaluación de los mismos son comunes a los países que diseñaron e implementaron políticas explícitas para

1 Por ejemplo, Books (1982); Chubin (1988); Salomon (1989), Sagasti (1989); Rothwell y Dodgson (1992); Ruivo (1994), Bozeman (1994); Rip (1994); Elzinga y Jamison (1995); Dodgson y Bessant (1996); Dagnino y Thomas (1999); Laredo y Mustar (2001); Velho (2004).

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estimular la producción y utilización del conocimiento científico y tecnológico.

Tales similitudes son convencionalmente atribuidas a dos factores relacionados entre sí. El primero se refiere a la transforma-ción radical de la percepción y de la imagen que el público tiene de la ciencia y de sus impactos a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. El hecho que marca este cambio de percepción es la creencia de que, con suficiente dinero y una masa crítica de inves-tigadores de alto nivel trabajando en los nuevos avances teóricos en disciplinas básicas, es posible resolver en poco tiempo los que antes eran problemas sin solución. Dickson (1988: 3) se refiere a este proceso de transformación radical de la imagen pública de la ciencia como el de la construcción de una “confianza casi reli-giosa” en las posibilidades de que el conocimiento científico actúe en el equilibrio de poder entre las naciones, buscando objetivos económicos y sociales. La ciencia pasó, así, a desempeñar en el nivel ideológico un papel estratégico como fuerza productiva, y logró un lugar en las políticas de los Gobiernos, que comenzaron a buscar formas de orientar los efectos de la investigación a objeti-vos definidos. El resultado fue la formulación de políticas cientí-ficas nacionales centradas en modelos normativo-institucionales específicos en los países que resultaron victoriosos en la Segunda Guerra, principalmente los Estados Unidos y el Reino Unido.

Poco a poco, y ese es el segundo factor, tanto la imagen pú-blica de la ciencia como el modelo normativo-institucional pasa-ron a ser adoptados por los Gobiernos de la mayoría de los países industrializados (Salomon, 1977: 49) y también por los países en desarrollo, particularmente los latinoamericanos (Oteiza, 1992: 119). En ambos casos, los organismos internacionales (ocde para los industrializados y oea y Unesco para los latinoamericanos) tuvieron una actuación preponderante en el proceso de interna-cionalización de las políticas de cti.

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Luego de ese comienzo, que algunos autores denominaron de “infancia de las políticas científicas” (Salomon, 1977: 51), las políticas y su estructura conceptual, sus instrumentos y modos de evaluación se desarrollaron y se modificaron; sin embargo, el proceso imitativo se preservó. Entonces, cuando se analizan las diversas fases de la política científica en diversos países, se observa que estas se repiten y se organizan de forma similar (Rothwell y Dodgson, 1992; Braun, 2003).

Hasta tiempos recientes, esa imitación o isomorfismo de las pcti no era vista como un problema.2 Se creía que un modelo único podría servir bien a todos (“one size fits all”, en palabras de Powell y Di Maggio, 1983: 147). Los defensores de la tesis de la convergencia advertían sobre la globalización creciente de la eco-nomía y de los sistemas de investigación, que proponen temas y demandas similares a las políticas nacionales de cti, así como a las presiones normativas ejercidas por organizaciones internacionales (ocde, omc y wipo, entre otras) en la definición de objetivos y medidas de dichas políticas (Lemola, 2002; Braun, 2003).

Sin embargo, algunas voces de alerta sobre los problemas de la imitación comenzaron a oírse en la última década.3 Argumen-tan que, aun en un contexto de interdependencias internacionales y objetivos comunes de desarrollo, cada país se encuentra en un

2 El proceso de imitación de políticas ha sido denominado de diversas mane-ras. Oteiza (1992) lo definió como de transferencia de modelos institucionales; Powell y Di Maggio (1983), como isomorfismo; Amadeo (1978) se refiere al proceso como extrapolación, y al modelo como receta; Salam y Kidwai (1991) denominaron blue print al modelo de políticas de los países industrializados imitado en el entonces llamado tercer mundo; Bastos y Cooper (1995) llaman al proceso de emulación; Bell y Albu (1999) se refieren al desarrollo institucional imitativo, Dagnino y Thomas (1999) desarrollaron el concepto de transducción para explicar el mismo fenómeno.

3 Véase, por ejemplo, Elzinga y Jamison (1995); Dagnino y Thomas (1999); Guston (2000); Kuhlman (2001); Laredo y Mustar (2001); Velho (2004).

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estadio distinto en su transición hacia una “sociedad basada en el conocimiento”,4 debido a los diferentes niveles de desarrollo económico en el que están los diversos países y a sus respectivas aptitudes y capacidades para producir y usar el conocimiento. Además, cada país tiene una visión particular sobre cómo desa-rrollar una sociedad basada en el conocimiento, debido, en parte, a las historias, tradiciones, estructuras institucionales, valores cul-turales y estilos de gobierno de cada uno. En vista de ello, era de esperar que cada país concibiese políticas específicas y enfatizara en aspectos particulares del complejo proceso de transformación hacia una sociedad basada en el conocimiento, en lugar de imitar a otros. Obviamente, esto no significa que un país no pueda apren-der de la experiencia de otro, sino que la imitación (o isomorfismo de la política) no debe ser la regla.

Como consecuencia de los cuestionamientos señalados se instaló, en los últimos años, un importante debate en los estudios sobre política de cti. Algunos sostienen que ni siquiera la tan di-vulgada convergencia de políticas existe. Alegan que hay similitudes en el plano de la racionalidad política y de algunos instrumentos adoptados, pero que en la práctica cada país otorga un mayor peso o énfasis a instrumentos diferentes, define recursos con base en criterios ajustados a su propio sistema y tiene diferentes estruc-turas de gestión pública de cti y organismos diferenciados de financiación. En la medida en que quienes toman las decisiones están sometidos a diferentes estructuras organizativas, adoptan diferentes respuestas ante las mismas preguntas (Elzinga y Ja-mison, 1995; Senker et al., 1999). Otros no están de acuerdo y

4 Las “sociedades basadas en el conocimiento” fueron definidas de varias mane-ras, pero todas ellas convergen en la concepción de una sociedad directamente soportada en la producción, distribución y el uso del conocimiento y de la información, y en la cual todas las actividades y políticas tienen un contenido central de conocimiento.

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atribuyen el fracaso de las políticas de cti, principalmente en los países latinoamericanos (particularmente en Brasil), al hecho de que estos simplemente han imitado las políticas e instrumentos de los países industrializados (Alcorta y Peres, 1998; Dagnino y Thomas, 1999; Tigre et al., 2001).

El debate incluye, también, las razones de las semejanzas (o diferencias) entre las políticas nacionales de cti, la medida en que esas políticas han evolucionado en la misma dirección en los últimos años y la importancia de las especificidades nacionales en la elección de esa dirección. La importancia del debate reside en el hecho de que una mejor comprensión de los procesos pasados puede tener un impacto considerable en los futuros modelos de gobierno para la política de cti en todo el mundo.

Es en este contexto que se inserta este texto. El objetivo es contribuir al debate partiendo de la posición de que existe un proceso de internacionalización de la pcti, es decir, que diversos países adoptan las mismas visiones de pcti, los mismos instru-mentos y formas similares de gestión de la pcti. La difusión de estas ideas se produce por medio de las relaciones internaciona-les en pcti, es decir, contactos de nivel internacional mediados por organizaciones internacionales y organismos multilaterales (además del conocimiento mutuo de los trabajos de los autores). El argumento central que se desarrolla aquí es que la evolución histórica de la pcti está fuertemente interrelacionada con la evo-lución del concepto dominante de ciencia. En otras palabras, el foco, los instrumentos y las formas de gestión que definen la pcti en un determinado momento están estrechamente relacionados con el concepto dominante de ciencia. En la medida en que este concepto dominante tiende a ser internacional, las políticas de cti que tal concepto promueve también son internacionales. Y es justamente la relación entre el concepto de ciencia y la lógica de

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la pcti lo que se constituye en lo que en este texto se denomina paradigmas de política científica y tecnológica.

Para alcanzar el objetivo y desarrollar el argumento, el texto se ha organizado en cuatro secciones, que corresponden a cada uno de los cuatro aquí denominados paradigmas de la política de cti. Son ellos la ciencia como motor del progreso; la ciencia como solución y causa de problemas; la ciencia como fuente de oportunidad estratégica, y la ciencia para el bien de la sociedad. Para cada uno de estos paradigmas, que se desarrollaron en un período histórico específico, se presenta el concepto dominante de ciencia y otras categorías de análisis derivadas de tal concep-to, como quién produce el conocimiento científico; la visión de la relación entre ciencia, tecnología y sociedad; la racionalidad (o lógica) y el foco de la política de cti; los instrumentos im-plementados de análisis de políticas y de evaluación. Con esta estructura de presentación se busca desarrollar el argumento ya mencionado de que es el concepto dominante de ciencia lo que “modela” la lógica de la política de cti en cada paradigma.

La asociación entre el concepto de ciencia y las demás cate-gorías analíticas, incluidos la lógica y el foco de la política de cti, se presenta de forma esquemática en los dos cuadros siguientes. En ellos se esboza el contenido de cada sección, que serán desa-rrolladas a continuación.

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La ciencia como motor del progreso (posguerra hasta el inicio de los años sesenta)

Ese paradigma se distingue por el concepto de autonomía de la ciencia. La comunidad científica proclama que la ciencia es independiente de los procesos sociales y, consecuentemente, se exonera a sí misma de cualquier responsabilidad por el uso dado a los resultados de la investigación. Luego del exterminio a escala casi industrial durante la Primera Guerra, del papel de la ciencia y de la tecnología en la construcción del aparato militar fascista del período de entreguerras, la Segunda Guerra Mundial impactó a la comunidad científica. Muchos científicos tenían las manos sucias y existía una ansiedad particular sobre las implicaciones morales del proyecto Manhattan, dirigido al desarrollo de armas nucleares. Parecía, entonces, que la ciencia podía ligarse a ideo-logías y proyectos políticos; podía existir una “ciencia nazi” o una “ciencia socialista”. Eso dio nueva fuerza a un viejo debate sobre la autonomía de la ciencia con respecto a la sociedad. Miembros influyentes de la comunidad científica comenzaron a distanciarse de la aplicación de la ciencia y a dedicarse a lo que se dio en lla-mar “ciencia básica” (a nosotros, que vivimos con ese concepto toda la vida, nos parece extraño, pero la idea de ciencia básica es relativamente reciente en la historia de la ciencia).

Importantes movimientos en la filosofía de la ciencia traza-ron un paralelo y proveyeron la justificación para esa definición de ciencia como “básica” y separada de la sociedad. Karl Popper, por ejemplo, en su libro editado en 1951 The Open Society and its Enemies intenta establecer la base filosófica de la independencia y objetividad de la ciencia, ubicándola fuera del alcance de los gobiernos totalitarios y, análogamente, de cualquier otra forma de interferencia social.

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Esa concepción de ciencia como búsqueda de la verdad por medio de la razón y de la experimentación, con el objeto de ga-rantizar la extensión del conocimiento verificado (según Merton, 1973 [1938]), también ubica el contenido del conocimiento fuera de los límites del análisis sociológico. Según esa concepción, el conocimiento científico solo puede ser producido por científicos específicamente formados para producir conocimiento objetivo. Para justificar que individuos impregnados de intereses y sujetos a relaciones sociales e influencias culturales diversas sean capaces de producir conocimiento objetivo fue fundamental la contribución seminal de Robert Merton sobre las normas de la ciencia. Estas, que son denominadas como universalismo, comunismo, desinterés y escepticismo organizado, modelan y norman el comportamiento esperado de los miembros de la comunidad de investigadores para garantizar la producción de conocimiento libre de valores y de influencias sociales. Al trabajo de Merton contribuyeron varios de sus discípulos, que ampliaron las normas y las sometieron a experimentos empíricos (Norman Storer, Barber, Jonathan y Steven Cole, Harriet Zuckerman).

Además de objetiva, la ciencia es vista como base y origen de la tecnología. Esta, a su vez, es una forma de conocimiento subordinada, dependiente de aquella. El proceso de transforma-ción del conocimiento científico en tecnología y su apropiación por parte de la sociedad es concebido de forma lineal: se inicia con la ciencia y termina cuando sus logros acaban por producir bienestar social (las etapas de este proceso serían: ciencia básica, ciencia aplicada, desarrollo tecnológico, innovación, difusión de la innovación, crecimiento económico y beneficio social). Por esa razón, este paradigma fue denominado de “ciencia como motor del progreso”, pues todo se inicia con la ciencia.

Una de las principales evidencias de la relación entre cti y sociedad, en esta visión, fue el documento elaborado por Van-

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nevar Bush a pedido del presidente Roosevelt de los Estados Unidos —y entregado al presidente Truman en 1945—, que se constituyó, posteriormente, en un símbolo de esta concepción, el célebre Science: The Endless Frontier. Detalla el fundamento del llamado modelo lineal de innovación, en el que se idealizaba a la ciencia como una “frontera sin fin”. Estos conceptos pasaron a ser la base de un nuevo contrato social entre la comunidad científica y el Estado (Ronayne, 1984). Esta visión expresa una “fe casi re-ligiosa en la ciencia, en el poder de la ciencia para la solución de problemas” (Dickson, 1988: 3).

Denominada como la “infancia de las políticas de ciencia” (Salomon, 1977), de “época dorada de los científicos” (Rip, 1994) y de “período de la ingenuidad” (Brooks, 1982), esta etapa de la pcti se caracteriza por el crecimiento exponencial de recursos (finan cieros y humanos) (Price, 1963). En esta fase, el Estado, como principal financista de la ciencia, encomendaba esta tarea a los consejos de investigaciones, y estos delegaban las principales decisiones a los propios científicos —únicos jueces competen-tes—. La necesidad de rendir cuentas a la sociedad perdía impor-tancia cuando se confrontaba con el argumento de que el sistema de revisión por los pares seleccionaba la mejor investigación, y esto era lo que el gobierno (y la sociedad) deseaba (o debería desear). La comunidad científica, entonces, disponía de enorme autonomía para la distribución de recursos, rendía cuentas apenas a sí misma y no estaba sujeta a ningún control social directo.

El foco de la pcti, dada la concepción de ciencia, era el for-talecimiento de la actividad relacionada con la investigación y formación de recursos humanos (crecimiento de la ciencia y de la capacitación), lo que se convino en llamar política con énfasis en la oferta, o política científica ofertista (Herrera, 1973). Los actores principales, casi exclusivos, de la pcti son los propios investiga-dores, y el principal instrumento de financiamiento son proyec-

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tos individuales y de libre elección sometidos a los consejos de investigaciones por iniciativa de los investigadores.

La evaluación de la política de cti y sus instrumentos ocu-rría en un nivel micro, es decir, se evaluaba el proyecto individual sometido por el investigador (ex ante) y el desempeño del inves-tigador, principalmente examinando sus publicaciones (ex post). La evaluación se hacía exclusivamente mediante el procedimiento de revisión por los pares, y el objetivo era asegurar tanto el con-trol de calidad como el adecuado funcionamiento del sistema de recompensa. Se creía que la selección cuidadosa de los pares competentes para juzgar era la garantía de la excelencia e impar-cialidad del sistema.

La ciencia como solución y causa de problemas (décadas de los sesenta y setenta)

Los movimientos sociales y de contracultura de finales de los años sesenta e inicios de los setenta constituyeron un terreno fértil para el cuestionamiento de la autonomía de la ciencia y de la visión únicamente positiva de sus impactos. Intelectuales que produjeron a partir de diversas perspectivas —tales como Lewis Mumford y Jacques Ellul— sugerían la existencia de externalida-des negativas asociadas a los resultados y aplicaciones de la ciencia y la tecnología. Al mismo tiempo, autores más conocidos —como la bióloga Rachel Carson, inspiradora del movimiento ambienta-lista, y el precursor del movimiento de los consumidores, Ralph Nader— fundamentaron serios cuestionamientos sobre los riesgos originados en las tecnologías, como el ddt y el automóvil Corvair. Algunos escritores populares, como Theodore Roszak y Alvin Toffler, contribuyeron también a acercar al mundo académico y al público en general el argumento de que la ciencia y la tecnología

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están inherentemente imbuidas de valores y frecuentemente son problemáticas en lo que se refiere a los impactos que producen en la sociedad. Fue en este contexto que tanto la ciencia y la tec-nología, como sus relaciones con la sociedad, se transformaron en objeto de estudio, y dieron origen a los estudios sociales de la ciencia y la tecnología. Ese contexto social fue fundamental para el cambio en la concepción de ciencia.

De esa manera, la hegemonía de la versión de la ciencia como “frontera sin fin” empezó a ser cuestionada desde mediados de los años sesenta, aunque con más fervor en los años setenta. El uso de la cyt en la guerra de Vietnam, los movimientos de trabajadores que perdieron sus empleos a causa de las nuevas tecnologías, la degradación del medioambiente y la concentración de la riqueza eran señalados como evidencia de que la ciencia no era extrasocial, y mucho menos socialmente neutral. Esto derivó en la postura de que, aunque el contenido de la ciencia sea libre de influencias so-ciales, su foco, su dirección y su uso pueden y deben ser controlados.

En esta concepción de ciencia que debe ser “dirigida” siguen siendo los científicos los que producen el conocimiento, pero deben hacerlo preferentemente en grupos, ya que los proble-mas que deben resolver exigen una combinación de saberes y el contacto con el mundo real. Por ello comenzó a creerse que los investigadores no debían tener total autonomía para decidir su agenda de investigaciones (que dejó de ser vista como orientada por la lógica interna propia de la ciencia), sino que debían ser orientados a trabajar en problemas relevantes para la sociedad (particularmente el mercado).

La relación entre ciencia y tecnología siguió siendo concebida como lineal, pero ahora con énfasis en la demanda. Es decir, dejó de ser la ciencia la impulsora de la tecnología (science push), y pasó a ser el mercado, las necesidades de los usuarios, el impulsor del desarrollo científico (demand pull). En esta relación entre ciencia

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y tecnología, las empresas eran consideradas como poseedoras de capacitación y habilidades para juzgar las demandas del mercado, identificar oportunidades tecnológicas y articular necesidades y demandas. Por lo tanto, las empresas sabrían incluso qué tipo de ciencia requerían.

Tomando como base esta postura, el foco de la política era concebir incentivos para que los investigadores se dedicaran a problemas relevantes para el sector productivo y crear oportuni-dades para la transferencia de tecnología. Para alcanzar el primer objetivo se crearon instrumentos específicos para asignar recursos a áreas prioritarias (sectoriales, principalmente energía, teleco-municaciones y otras ligadas con la infraestructura). Debido a que los instrumentos de la política buscaban dirigir el desarrollo científico vinculándolo a las necesidades tecnológicas, esa fase ha sido denominada política de cyt vinculacionista (Dagnino et al., 1996). Como resultado de tener como premisa la expresión “investigación para el desarrollo tecnológico” ocurrió un cambio en los objetivos de las principales agencias de financiación de investigaciones (los famosos consejos de investigaciones creados durante el paradigma anterior), que pasaron a tener responsabili-dades también, al menos nominalmente, en el apoyo al desarrollo tecnológico. Aunque los científicos siguieron siendo los principa-les actores de la política de cti, tuvieron que compartir la escena con los funcionarios públicos (policy makers) y con los políticos en la definición de las prioridades.

La revisión por los pares continuó cumpliendo un papel cen-tral para la asignación de recursos y en la evaluación, aunque dejó de ser única. Se desarrollaron indicadores científicos de producti-vidad como auxiliares al examen de los pares. Se crearon unidades especializadas en evaluación tecnológica (technology assessment, como la Office for Technology Assessment [ota], en los Estados Unidos) para, entre otras funciones, identificar las carencias en

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términos de conocimiento científico para el desarrollo tecnoló-gico en diversos sectores. Con la implementación de programas complejos con objetivos concretos se desarrollaron metodologías de evaluación ex post compuestos por paneles de especialistas y usuarios. Preocupada con la pérdida de autonomía, la comunidad científica lideró una serie de estudios, hoy considerados clásicos, que intentaron evidenciar la importancia de la investigación bási-ca para el desarrollo tecnológico —informe Traces y Hindsight—. Sin embargo, la pérdida de la exclusividad de la comunidad aca-démica en los procesos de pcti parecía irreversible.

La ciencia como fuente de oportunidad estratégica (décadas de los ochenta y noventa)

Los procesos de globalización de la economía y la ideología de la liberalización (privatización, desregulación, reducción o elimi-nación de subsidios y barreras arancelarias y no arancelarias al comercio internacional, atracción de inversión extranjera directa), inspirada en el Consenso de Washington, configuran el escenario en el que se ha desarrollado una nueva concepción de la ciencia.

El gran número de investigadores que trabajan fuera del siste-ma académico (más del 70 % en los países industrializados) ha lle-vado a varios autores a cuestionar el compromiso de los científicos con las normas “mertonianas” (Webster, 1991; Mulkay, 1979). El argumento se basa en investigaciones empíricas que demuestran que, de hecho, en vez de mostrar su compromiso con las normas científicas descritas por Merton y sus seguidores, los científicos mostraron una notable distancia de ese tipo de conducta.

Otros autores señalaban la ausencia de una sociología del co-nocimiento científico (Barnes, 1974; Bloor, 1976; Mulkay, 1979) y querían entender los procesos que ocurren dentro de la “caja

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negra” de la producción del conocimiento, para cuya finalidad fueron creados varios programas empíricos. Dichos programas enfatizan la naturaleza contingente y socialmente localizada de los hechos científicos, adoptan una perspectiva relativista y conciben la ciencia como construcción social.5

Esa nueva concepción de ciencia es fuertemente rechazada por los investigadores de las áreas de las ciencias naturales —que aún se perciben a sí mismos como productores de conocimiento objetivo y libre de influencias sociales— y se establece aquello que se denominó Science Wars (Grossy Levitt, 1998). Existen aspec-tos consensuales y controvertidos de esta nueva concepción de ciencia y los debates aún están vigentes. No se trata de presentar esos debates aquí, pero vale la pena enfatizar que la noción de la ciencia como construcción social es cada vez más aceptada, si no por los propios científicos, sí por los analistas de cti y por los tomadores de decisiones (sobre todo porque esta visón se ajusta más a los intereses de estos últimos).

Ubicada en la estructura social, la producción del conoci-miento tiene lugar en varios lugares (empresas, hospitales, ong, además del sistema académico). Se reconoce que el conocimiento se produce en la interfaz entre múltiples agentes. Además, las in-vestigaciones indican que otros modos de producción de cono-

5 Los principales programas de investigación desarrollados con ese objetivo son el programa “fuerte” de Edimburgo, el “relativismo de Bath” y los denomina-dos “estudios de laboratorio”. Una presentación general de estos programas puede encontrarse en Knorr-Cetina y Mulkay (1983). Trabajos empíricos que utilizan la referencia de estos programas conforman una variada y exten-sa literatura publicada, sobre todo, en las revistas Social Studies of Science y Science, Technology and Human Values. A lo largo de estos años, otros varios autores modificaron aspectos de los programas originales y conformaron otros programas de investigaciones. La principal característica, común a todos esos programas es la visión de la ciencia como construcción social, cuyo contenido, así como su foco, su dirección y uso, están sujetos al análisis sociológico.

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cimiento, de características multidisciplinarias, que se dan en el contexto de aplicación, parecen tornarse cada vez más importantes y prevalecientes (Gibbons et al., 1994). Entonces, la unidad básica de producción de conocimiento deja de ser la comunidad cientí-fica, y pasan a ser las denominadas comunidades transepistémicas (Knorr-Cetina, 1983).

En el intento de integrar oferta y demanda se desarrollaron diversos modelos explicativos de la relación entre cti y la sociedad, todos los cuales enfatizaban en la interacción entre los diversos actores que pueden articularse para producir y usar el nuevo co-nocimiento. Los principales modelos y propuestas son modo 1 y modo 2 (Gibbons et al., 1994); sistemas nacionales de innovación (Freeman, 1995; Nelson, 1993; Lundvall, 1992); triple hélice (Etzkowitzy Leydesdorff, 2000); construcción social de la tecno-logía (Bijker, 1995); teoría del actor-red (Latour y Woolgar, 1979; Latour, 1988; Callon, 1987). Es común en todos los modelos la idea de que la producción del conocimiento y la estructura social están íntimamente relacionadas, al punto de que no se sabe dónde empieza la cyt y termina la sociedad, y viceversa. No es posible, entonces, separarlas.

El enfoque asociado a los modelos sistémicos, interactivos, está siendo incorporado por analistas y creadores o ejecutores de política. Los instrumentos de financiación intentan patrocinar proyectos interdisciplinarios e interinstitucionales (de actores que trabajan en contextos institucionales diversos), con énfasis en programas de colaboración entre el sector público de investi-gaciones y el sector privado. Actualmente, entre los principales actores se incluyen, además de los investigadores, los políticos y funcionarios públicos, economistas, especialistas en marketing e industriales —hasta la composición de los comités y paneles para la asignación de recursos y evaluación de la pcti refleja esa multiplicidad de actores sociales—. Nuevos instrumentos que

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autorizan, por ejemplo, el otorgamiento de subvenciones eco-nómicas a empresas para la realización de actividades de iyd e innovación tecnológica rompen con los paradigmas anteriores vinculados al modelo lineal.

El “éxito” de un instrumento de política ya no se mide solo por los resultados de los proyectos financiados en términos de producción académica (número de publicaciones y citas). Se han creado metodologías para estimar los impactos económicos y so-ciales, tanto como nuevos instrumentos para detectar oportunida-des como foresight. Existe una ampliación del sistema de revisión por los pares que incorpora actores externos al sistema científico.

La ciencia para el bien de la sociedad (siglo xxi)

Este es el paradigma que aún se está creando, por lo tanto, en dis-puta con el anterior (Kuhn, 1962). Por ello, esta parte del texto es especulativa y preliminar.

Cuando se analizan los resultados de las directrices interna-cionales adoptadas por la gran mayoría de los países, debido a la presión del proceso de globalización y de los organismos inter-nacionales (fmi, omc y otros), surgen casos exitosos y fallidos. Existe una tendencia a cuestionar los procesos de imitación de políticas públicas en general, aun en una época en que todos los países deben enfrentar presiones externas similares. Por ello, existe actualmente una vuelta al enfoque “nacional”, y hasta local (think globally, act locally, en el sentido usado por Stiglitz, 1993), y una búsqueda de políticas que consideren que la configuración de un sistema depende de su historia (es, por lo tanto, path dependent).6

6 Path dependence (sin traducción adecuada en castellano) es un argumento general que ha sido ampliamente usado en la ciencia política (Pierson, 2000),

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Ese argumento implica tener en cuenta las diferencias culturales, el deseo (diferenciado) de las poblaciones, la diversidad de tipos de recursos disponibles (naturales, humanos y financieros), in-cluido el conocimiento, en la elaboración de planes de desarrollo y políticas asociadas.

A la luz de tal contexto, la nueva concepción de ciencia que se está delineando admite que existen muchas formas distintas de conocimiento y que estas se relacionan de manera variable y asimétrica. Esto no significa que no exista alguna forma de autoridad epistémica, sino que esta será siempre el resultado de una producción colectiva, con sus momentos conflictivos, que permitirá determinar de manera situada la jerarquía de los sabe-res y de la respectiva autoridad en función de la situación, de los problemas, de las prioridades y de las consecuencias esperadas de intervenciones asociadas a esos saberes. Es decir, la ciencia es cul-turalmente situada y construida, incorpora conocimientos locales, y de esta manera abre espacios para estilos nacionales de produc-ción, junto a los universales. Este es un debate muy reciente aún, con una activa participación de autores de los estudios sociales de la ciencia (Fuller, 1999; Collins y Evans, 2002; Santos, 2003; Jasanoff, 2004; Latour, 2005).

En esta nueva concepción de ciencia aún en formación no se niega que los investigadores tengan un papel destacado, pero se reconoce la participación de múltiples actores asociados en redes de configuración variable, según las circunstancias. También se

en la sociología histórica (Mahoney, 2000) y en los estudios sobre el desarrollo económico y tecnológico (North, 1990; Arthur, 1994). En un sentido am-plio, la expresión significa que la configuración actual de un sistema depende de su historia y, por eso, no es posible comprenderla analizando apenas su estado actual. En un sentido más restringido, ha sido usada como un proceso de secuencia histórica en la que eventos contingentes generan modelos ins-titucionales o una cadena de eventos que tienen propiedades deterministas.

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admite la contribución de grupos locales dentro de una “ecología de prácticas y saberes” (Santos, 2003). El conocimiento se realiza en forma predominantemente interdisciplinaria y se produce en una variedad de sitios.

La relación entre ciencia, tecnología e innovación sigue sien-do descripta por medio de modelos interactivos, aunque estos son más complejos en la medida en que los vínculos internos y externos son importantes, tanto como las influencias y actores múltiples. La empresa deja de ser el foco principal de la elección tecnológica, ya que esta podría ser revertida por elecciones e influencias sociales (ejemplo, decisión social de algunos países europeos de prohibir en sus territorios la producción y el uso de organismos genéticamente modificados). Podrá tomar mayor visibilidad la idea de que la cti son instrumentos para alcanzar objetivos socialmente definidos.

El foco de la pcti es (¿o debería ser?) el bienestar social. Para eso, cabe a la política pública de cti el papel de articulador, regu-lador y facilitador, con el objeto de garantizar la conectividad de los múltiples actores (stakeholders). Se desarrollan instrumentos para garantizar la participación social en la definición de objetivos e instrumentos de política, así como la difusión de los resultados (papel de los medios). La definición de las políticas debe ocurrir no solamente en el nivel nacional, sino también a nivel regional y local.

Existe una preocupación con el desarrollo de mecanismos de evaluación de impactos sociales con participación pública, además de la revisión por los pares, ampliada. El control de calidad de la cti ocurre en el contexto de aplicación e incorpora intereses sociales, económicos y políticos. Es importante enfatizar que la investigación en el contexto de aplicación, con participación de usuarios, puede incluir —y ciertamente lo hace— el desarrollo de la investigación fundamental que combina relevancia (para con-

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textos específicos, posiblemente locales) y excelencia académica (el avance de la propia ciencia). Ese argumento es fuertemente defendido por Rip (2002).

Se hacen necesarias evaluaciones sistémicas para evaluar procesos sistémicos; por lo tanto, no es suficiente evaluar el de-sempeño, por separado, de cada actor de la red responsable por un determinado evento. Evidentemente, las políticas que son típicamente nacionales o locales requieren modos de evaluación compatibles, es decir, los métodos e indicadores no pueden ser simplemente copiados de la “caja de herramientas” disponible en otros países. Además, los indicadores típicamente usados para evaluar actividades de investigación disciplinarias no sirven para la evaluación de la investigación multidisciplinaria. Es fundamental desarrollar una capacitación para la creación de métodos y técni-cas de evaluación compatibles con la nueva concepción de ciencia y de su relación con la tecnología y los procesos de innovación.

Es difícil predecir, de hecho, qué dirección tomará la pcti en función de la concepción de ciencia que pase a ser dominan-te. Lo que se describe en esta sección, como ya se dijo, es más el fruto de una lectura particular de los eventos observados y de las preferencias políticas de la autora.

Consideraciones finales

Este texto partió del reconocimiento de que existen semejanzas importantes en la periodización usada por varios estudiosos de diferentes países para describir la evolución de la política cientí-fica, tecnológica y de innovación (pcti). Además, las característi-cas de esas periodizaciones exhiben un alto grado de coherencia. Este texto tuvo, entonces, el objetivo de explorar las causas de esta congruencia y, al hacerlo, desarrolló el argumento de que la

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evolución histórica de la pcti está fuertemente correlacionada con la evolución del concepto dominante de ciencia. Es decir, es el concepto dominante de ciencia el que “modela” la lógica de la política de cti. Además, como el concepto dominante de ciencia ha variado desde que existe un aparato institucional para pcti, también lo ha hecho la lógica subyacente a la pcti. De esta manera es posible identificar fases o paradigmas en el proceso de evolución de la política de cti, cada una de ellas caracterizada por una racionalidad derivada de una concepción específica de ciencia que define el foco, los instrumentos y las formas de ges-tión implementadas.

Para cada uno de dichos paradigmas, que se desarrollaron en un período histórico específico, fueron presentados el concepto dominante de ciencia y otras categorías de análisis derivadas de dicho concepto, tales como quiénes producen el conocimiento científico; la visión de la relación entre ciencia, tecnología y so-ciedad; la racionalidad (o lógica) y el foco de la política de cti; y los instrumentos de análisis de políticas y de evaluación.

Evidentemente este es un ejercicio analítico y, como tal, sim-plificador de una realidad mucho más compleja. Se es consciente de la linealidad del argumento y del hecho de que algunas de las categorías analíticas que se enfatizan probablemente, en la prác-tica, son incompatibles con la visión de ciencia dominante en el período analizado. Por ejemplo, los instrumentos de evaluación usados hasta el día de hoy por las agencias de financiación de iyd tienden, todavía, a ser los de los paradigmas anteriores en que los indicadores académicos prevalecían. Pero es difícil concluir si eso se mantiene porque aún no se han desarrollado criterios e indica-dores de calidad coherentes con la visión de ciencia dominante, o si ocurre porque, de hecho, no existe tal visión dominante de ciencia en la sociedad, sino varias visiones.

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Dichas limitaciones, sin embargo, no invalidan el ejercicio aquí realizado. Se cree que la lógica desarrollada es útil no solo para analizar el pasado, sino también para pensar y planificar el futuro. En lo que se refiere a él, concebir la ciencia como cons-trucción social, que puede ser orientada por las necesidades y preferencias nacionales, realizada con la participación de múltiples actores, sin duda reportaría políticas de cti muy distintas de las actuales. Esa posibilidad es alentadora para los analistas de pcti.

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DESARMANDO FICCIONES Problemas sociales-problemas de conocimiento

en América Latina

Pablo Kreimer

¿Cómo se puede analizar la relación entre las prácticas de pro-ducción de conocimiento científico y la emergencia y resolución de problemas sociales?

Este artículo pretende analizar estas relaciones poniendo de manifiesto los diferentes aspectos que están implicados en ellas, tales como los modos sociales de tematización y articulación pú-blica de cuestiones sociales, las prácticas de “movilización” de los conocimientos científicos como una estrategia para el abordaje de dichos problemas, y el papel de los propios conocimientos cien-tíficos en la definición de los discursos y de las políticas públicas.

La presentación anterior pretende “desarmar”, desde una mirada sociológica, un conjunto de ficciones que circulan corrien-temente en América Latina bajo la forma de discursos relativos a la “utilidad social de los conocimientos”, a las nociones asociadas con la “relevancia” de la ciencia y a cierto sentido común insta-lado, tanto entre los diversos actores de la sociedad civil como

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entre científicos, y que particularmente funciona como sustento epistémico de las políticas públicas.

Para ello propondremos, en primer lugar, un ejercicio o di-vertimento, que consiste en considerar históricamente un proble-ma social fuertemente instalado en los países latinoamericanos y cuya legitimidad nadie cuestiona —la enfermedad de Chagas—, observando sus principales características como problema público y como objeto de conocimiento. Para ello lo analizaremos desde tres perspectivas sociológicas de amplia difusión en el último cuarto del siglo xx: la teoría de redes de actores, híbridos y aliados, formulada por Bruno Latour; la discusión acerca de la legitimidad de los objetos de la sociología, de Theodor Adorno; y la perspec-tiva de autonomía relativa de los campos y el tratamiento de las demandas sociales, de Pierre Bourdieu.

Finalmente propondremos contextualizar el problema den-tro de un abordaje que tome en cuenta las dimensiones sociales, culturales, cognitivas y políticas en América latina, lo que nos permitirá esbozar un enfoque alternativo para la comprensión de las relaciones entre problemas sociales y problemas científicos, o, lo que es casi lo mismo, para repensar las relaciones entre ciencia y sociedad en nuestros países.

Puntos de partida

En un libro que tiene ya más de una década, Isabelle Stengers (1997) nos proponía considerar tres problemas sociales diferen-tes: la construcción de un puente, la construcción de un dique y la definición de “qué es una droga”, y analiza las consecuencias de cada uno de ellos en términos de los conocimientos, de los expertos movilizados, de las ciencias, de los poderes, con énfasis en el plural que sostiene estos dos últimos términos. Stengers se

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detiene en particular en las consecuencias de los dos últimos ca-sos. El dique porque, a diferencia del puente, interfiere (o puede interferir) en el curso del río. Y las drogas porque parece aplicarse el dicho según el cual “dime quién lo define y te diré qué proble-ma tienes”. El análisis de Stengers está bastante próximo de otros enfoques similares propuestos, por ejemplo, por Latour (1999) en su libro sobre las políticas de la naturaleza. Ambos libros fueron publicados más o menos en la misma época, y sus subtítulos son, también, muy próximos: “La democracia frente a la tecnociencia”, el primero, y “Cómo hacer entrar a las ciencias en la democracia”, el segundo. Ello se encuadra dentro de una preocupación muy común en nuestros colegas europeos hacia el fin del siglo pasado: las relaciones entre ciencias (o tecnociencias), que parecen haber conquistado un enorme poder y una relativa autonomía frente a los diversos poderes públicos. Bastante podríamos discutir acerca de si se trata de una “ganancia” de autonomía frente a las posibles instancias de control social o si se trata, como plantea Bourdieu (2002) en uno de sus últimos textos, de que la ciencia “lamenta-blemente parece haber perdido la autonomía que había ganado” y que, por lo tanto, “está en peligro”, y que por ello, en opinión de este último autor, “se vuelve peligrosa”.

Dos objeciones podrían hacerse a estos planteamientos: la primera se refiere a cierta “naturalización” que se suele hacer acerca de qué cosa es un problema social, a menudo entendido como algo “dado” y portador de cierta “objetividad”. ¿Cómo se define qué cosa es un “problema social”? Una buena parte de la tradición en ciencias sociales considera la existencia de los problemas socia-les como algo “dado” o “naturalizado”. Así, es común encontrar en la literatura consideraciones acerca de la situación de pobreza, desnutrición, analfabetismo, como si ello fuera construido al mis-mo tiempo y en una misma operación, como objeto epistémico y como situación “objetiva” de los actores.

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Si esta aceptación “naturalizada” de un problema social ha sido frecuente en la literatura de las ciencias sociales, lo ha sido aún más en el plano de las políticas, normalmente escondiendo los diversos supuestos según los cuales una situación social dada adquiere el carácter de “problemática”. Una vez que una cuestión determinada ha sido formulada como problema en la arena pú-blica, el paso siguiente es establecer un conjunto de acciones para abordarla y, eventualmente, resolverla.

La segunda objeción es que, sin ahondar en las consecuencias que adornan las preocupaciones de nuestros colegas, las cosas no se presentan del mismo modo en los países “no hegemónicos” (retomo el gracioso eufemismo propuesto por Rigas Arvanitis), y en particular en América Latina, ya que, como argumentaré, difiere notablemente el papel de las ciencias en nuestras socie-dades. La noción democracia no tiene las mismas implicaciones urbi et orbi, y en muchos países de América Latina los regímenes democráticos se vieron interrumpidos durante largos períodos en el último siglo (la democracia, en los países más avanzados, también es un tópico que está en permanente evaluación, pero esa es otra cuestión).1

La ciencia, es decir, la producción de conocimiento científi-co, ha sido formulada activamente como un modo de interven-ción sobre un conjunto de problemas sociales, desde la formula-ción de las políticas, y constituye la base sobre la cual se asentó una parte creciente de la legitimación de las políticas científicas. En América Latina, desde los años sesenta, el Estado ha desarrollado instrumentos de intervención para el fomento y la orientación de

1 Hemos abordado este aspecto en otros trabajos, por lo que, por falta de espacio, remitimos al lector a ellos, para concentrarnos aquí en los tópicos referidos a las relaciones entre problemas sociales y problemas científicos. Véase Kreimer (1998, 2000 y 2006).

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la ciencia como asunto “nacional”. Esta formulación ha llegado de la mano de una conocida concepción “lineal-liberal”, según la cual la oferta de conocimientos debía generar, por medio de un conjunto de mecanismos de mediación social que nunca fueron suficientemente explicitados, beneficios para la sociedad en su conjunto. A ello le siguió, ya en los años ochenta, una concep-ción que denominamos “lineal-orientada”, anclada en el con-cepto de relevancia y que, fuertemente influida por los modelos europeos, pasó de una visión naïve de la utilidad de la ciencia a la construcción de problemas sociales susceptibles de ser abordados —e incluso resueltos— por medio del conocimiento científico. Si en el primer modelo se dejaba a los actores —cuando estaban en condiciones de hacerlo— que tematizaran sus propios modos de intervención sobre los problemas, en el segundo es el propio Estado el que los define como tales.

En contraposición con los dos supuestos precedentes, voy a argumentar en este texto que:

1. No es posible considerar ninguna situación social como intrínsecamente problemática si no es en relación con los actores que la construyen como tal, en situaciones históricamente contingentes.

2. En contraste con la naturalización normativa que se hace del papel del conocimiento en la resolución de problemas sociales, me interesa indagar recíprocamente el papel del propio conocimiento científico en la cons-trucción de problemas sociales, tal vez como una marca, al mismo tiempo, de una nueva modernidad sustentada en la fuerza de la ciencia y del papel que desempeña el conocimiento científico en la reorganización de las so-ciedades.

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3. El conocimiento en sí mismo es el producto de cons-trucciones sociales, y en sus intervenciones —y usos— en otros campos de producción simbólica y material le modelan tanto su papel social como su contenido cognitivo.

Para mostrar cómo operan, de un modo complejo y polimorfo, las construcciones mutuas entre conocimiento científico y actores sociales, voy a tomar algunos episodios seleccionados de la histo-ria de la enfermedad de Chagas en la Argentina, con el propósito de cuestionar el proceso mediante el cual se la construyó como “problema público” durante el siglo xx, desde la identificación de la enfermedad y de su agente patógeno, hasta la reformulación más reciente que ha hecho de ella la biología molecular.

Si bien el papel de la ciencia como “constructora” de pro-blemas sociales no es algo absolutamente novedoso, se puede formular la hipótesis de que existe, hoy, una nueva configuración del papel del conocimiento científico en la dinámica de la for-mulación y de las estrategias de resolución de problemas sociales. Así, desde el libro de Joseph Gusfield de comienzos de los años ochenta, donde muestra cómo el alcoholismo, entendido como enfermedad, fue una “pura construcción” de los científicos, has-ta los asuntos ambientales, la controversia sobre los organismos genéticamente modificados (ogm), la ciencia presenta constan-temente en la arena pública nuevos problemas que son, luego, resignificados, “filtrados”, “procesados” de diferentes maneras.

Aquí nos interesa, en línea con algunos desarrollos más o menos recientes en los estudios sociales de la ciencia, romper con la naturalidad de la narración de las ciencias sociales. En efecto, como señala John Law (2006), aun cuando admitimos que la realidad social es compleja, sinuosa, multidimensional, con numerosas idas y vueltas y con múltiples acontecimientos

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simultáneos, nuestras explicaciones suelen construirse sobre una narrativa lineal, con un eje temporal unívoco, con escenarios y entornos relativamente estables, etc.

Para contraponer esta perspectiva imaginamos que, a la manera de la película Rashomon, de Akira Kurosawa (1950), en la que diferentes personajes dan su versión “real” sobre un asesi-nato, podríamos contraponer, sobre un enunciado simple como “La enfermedad de Chagas es un problema social”, un pequeño conjunto de interpretaciones tan diversas que puedan mostrarnos hasta qué punto el juego entre “problemas sociales” y “problemas de conocimiento” se va construyendo y reconstruyendo, según las entradas y las salidas de los actores en escenarios que, ellos mismos, también van cambiando.

Vamos a partir, en este recorrido, de una afirmación tajan-te y —seguramente— provocativa, para luego analizarla en sus múltiples dimensiones. Diremos:

—La enfermedad de Chagas no es un problema social.Un interlocutor cualquiera, sensible a la situación de los

sectores pobres rurales en América Latina, argüiría espantado:—¡Cómo se le ocurre decir semejante barbaridad! Si solo en

la Argentina hay alrededor de tres millones de infectados con el parásito Trypanosoma cruzi (y como 20 millones en toda la re-gión). ¡Y además todos ellos son pobres que no tienen acceso al diagnóstico precoz, a un tratamiento efectivo, etc.!

En efecto, nuestro interlocutor tiene en parte razón: la enfer-medad de Chagas afecta a varios millones de infectados no solo en la Argentina, sino en todos los países de América Latina. De hecho, es la única enfermedad completamente latinoamericana, desde México hasta la Patagonia. Además, es una enfermedad que cruza a la sociedad, los parásitos se alojan en animales y, son transportados por ciertos insectos (llamados vectores) —vinchuca, en Argentina; barbeiro, en Brasil— que se alojan en los intersti-

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cios de los ranchos, viviendas rurales construidas precariamente con adobe y paja. No existen medicamentos eficaces para su tra-tamiento; para la etapa aguda hay una sola droga (Benznidazol, producida por Roche), pero es muy antigua (tiene más de 30 años), y se está dejando de producir, por razones de mercado, en la Argentina (Kreimer y Corvalán, 2010). Había otra droga (Nifurtimox, producida por Bayer), pero hace algunos años se dejó de producir. Además, la droga disponible tiene complica-dos efectos secundarios, y su aplicación en los casos crónicos es motivo de debate entre la comunidad de especialistas desde hace bastante tiempo, y no se ha emitido una resolución al respecto hasta el día de hoy. Entonces, que los casos crónicos detectados sean o no tratados con medicación depende solo del azar; es decir, de qué línea prefiera el médico tratante.2

Digamos, finalmente, que no existe en la actualidad ninguna investigación emprendida por laboratorios farmacéuticos, latinoa-mericanos o transnacionales, para desarrollar nuevos fármacos contra el chagas, como lo atestigua una ong internacional dedi-cada a las enfermedades ignoradas (Drugs for Neglected Diseases Initiative [dndi]).

Sin embargo, intentamos pedirle a nuestro indignado inter-locutor que nos espere un poco para mostrarle diferentes pers-pectivas para repensar la “cuestión chagas”, pues tal vez podamos convencerlo de que aquello que parece un problema social desde un punto de vista (construcción) determinado, puede no pare-cerlo desde otra.

En las secciones que siguen voy a tomar tres concepciones teóricas bien diferentes: la de los actantes y los aliados, propuesta por Bruno Latour; la de Theodor Adorno, quien se interrogó

2 Para un análisis de esta controversia véase Kreimer, Romero y Bilder (2010).

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acerca de los objetos “legítimos” de la sociología; y la de Pierre Bourdieu, que dirige su mirada a los campos de producción sim-bólica y el problema de la autonomía. A partir de estas tres pers-pectivas pretendo mostrar un mosaico —ciertamente incompleto y fragmentario— de las múltiples interpretaciones que admiten las relaciones entre conocimiento científico y problemas sociales. Luego, en la última sección, vamos a recuperar algunos aspectos para intentar reorganizarlos, al tiempo que expondremos nuevas cuestiones que —por su magnitud— deberán ser retomadas en el futuro.

Redes, aliados y actantes

El primer ejercicio que proponemos es considerar algunas ideas del antropólogo francés Bruno Latour para ver cómo podríamos aplicarlas al análisis de la enfermedad de Chagas. Latour definió críticamente lo que llama un “modelo de difusión” para explicar las relaciones entre ciencia y sociedad. Afirma que, según este modelo, “la sociedad está constituida por grupos de intereses; esos grupos resisten, aceptan o ignoran a la vez los hechos y las máquinas, que tienen su propia inercia. Por lo tanto, encontramos a la ciencia y la tecnología de un lado, y a la sociedad del otro”. A esta perspectiva le contrapone un modelo “de traducción” que, según él, tiene la ventaja de que allí

… no hay una distinción equivalente, porque solo existen cadenas heterogéneas de asociaciones que, de un momento a otro, crean los puntos de pasaje obligado. Vayamos más lejos, la creencia en la existencia de una sociedad separada de la ciencia y de la técnica es el producto del modelo de difusión. [Latour, 1989: 34].

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¡Así, se llega a suponer que hay tres esferas —la ciencia, la tecnología y la sociedad—, que obligan a estudiar el impacto de cada una de ellas sobre las otras!

La solución de Latour para romper con esta perversa sepa-ración, que es producto del inacabado desarrollo de la llamada Constitución moderna, es conocida. Por un lado postula que no hay objetos “puros”: todo lo que observamos a nuestro alrededor se va conformando de una proliferación de objetos híbridos, es decir, híbridos de naturaleza y cultura (Latour, 1991: 68). Por otro lado, propone la categoría de actantes, surgida del análisis lingüístico. Dice que

… puesto que los humanos dotados de palabra, tanto co-mo los no-humanos mudos, tienen voceros [que hablan en su nombre], propongo llamar actantes a todos aquellos, humanos o no-humanos, que son representados, con el fin de evitar el concepto de actor, demasiado antropomórfico. [Latour, 1989: 202].

Veamos cómo podríamos analizar el surgimiento del chagas si-guiendo estas ideas, que podría resumirse del siguiente modo: Salvador Mazza, médico argentino especializado en bacteriología, viaja a Jujuy para estudiar las enfermedades regionales y, luego de un tiempo de estadía allí, se orienta a identificar la enfermedad de Chagas. En su trabajo propone distinguir el chagas como al-go diferente al bocio, ya que ambas dolencias estaban entonces fuertemente asociadas, según lo que planteaba Carlos Chagas (y tal como eran las creencias de la época), entre el fin de los años veinte y comienzos de los años treinta. Un viaje que realizó a las zonas endémicas de las provincias del norte junto con Charles Nicolle daría luego lugar a la creación de la Mepra (Misión de Estudios de la Patología Regional Argentina), que a partir de 1933

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se concentró en el estudio del chagas. La historia de la enfermedad de Chagas es interesante en un sentido particular: a diferencia de la mayor parte de las patologías, en las que primero se conoce la enfermedad y luego se trata de identificar al agente causal, aquí se encontró primero el Tripanosoma cruzi, al que se le adjudicaron luego diversas enfermedades (como la malaria y el bocio).3

Podemos entonces definir nuestro ejercicio como la inten-ción de trazar el paralelo entre el análisis que hizo Latour (1983: 141-170) sobre Pasteur y aplicarlo al desarrollo del chagas como objeto. Muy sintéticamente, Latour plantea que Pasteur, para demostrar la existencia de los microbios (en particular, del bacilo del ántrax), moviliza a diferentes actantes, en primer lugar, a los granjeros, a quienes les lleva el laboratorio al campo, y de quienes selecciona aquello que, del mundo natural, se va a llevar a su la-boratorio. Para reclutar a sus animales se ve precisado a mostrarles que no se le mueren. El bacilo, como ya podemos suponer, es un actante que resulta representado por Pasteur, quien también “traduce” los intereses de los granjeros. Así, llega a convencerlos de que lo dejen inyectar bacilos a los cerdos y cabras para que no mueran; es decir, los vacuna. Frente a los médicos militares, Pasteur moviliza al microbio como aliado para mostrarles que, si hierven el agua, esos bichos de los que él les habla, pero que ellos no pueden ver, morirán y, por lo tanto, las tropas no se con-tagiarán. Es decir, los pasteuriza. Y con los higienistas hace algo semejante: los convence de que las enfermedades contagiosas no son “algo que les ocurre a los cuerpos”, sino que “alguien” se los hace. Y él habla en nombre de esos bichos invisibles:

3 Me apoyo aquí en la investigación doctoral de Juan Pablo Zabala (2007), a quien agradezco los detalles sobre el proceso en cuestión.

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¿Cómo se las ha arreglado Pasteur para captar los intereses de grupos indiferentes? Pues, utilizando el mismo método de siempre. Se traslada a sí mismo y su laboratorio a la niebla de un mundo ajeno a la ciencia del laboratorio. La cerveza, el vino, el vinagre, las enfermedades de los gusanos de seda, la antisepsia y la posterior asepsia, ya han sido tratadas mediante esos movimientos. Una vez más, hace lo mismo con un nuevo problema, el ántrax. Se decía que la enfermedad del ántrax era terrible para el ganado francés. Para la Administración, los veterinarios y los granjeros, tal carácter “terrible” había sido “demostrado” por las estadísticas, y muchas sociedades agrícolas de la época se hacían eco de estas preocupaciones. [Latour, 1983: 145].

La noción de interés es clave en la explicación de Latour. Para él, “los intereses, como cualquier otra cosa, pueden construirse”. Y los procesos de construcción de intereses pasan por el meca-nismo de traducción. Es a partir de los operativos de traducción que un actor pone a jugar los intereses de los otros en la dirección de imponer su propio sentido a aquello que “está en juego”. Sin embargo,

… la traducción que permite a Pasteur transferir la enferme-dad del ántrax a su laboratorio en París no es literal, palabra a palabra. Solamente lleva un elemento con él, el microor-ganismo, y no la granja entera, el olor, las vacas, los sauces que rodean el estanque o la hermosa hija del granjero. Con el microbio, sin embargo, también arrastra a las sociedades agrícolas, que ahora se interesan por lo que hace. ¿Por qué? Porque al haber designado al microorganismo como la causa viva y pertinente, puede reformular los intereses de los granje-ros de una forma distinta, si quieren resolver su problema del

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ántrax, tendrán que pasar antes por mi laboratorio. [Latour, 1983: 151].

Las categorías analíticas de híbridos y actantes son el resultado de un concepto de simetría extendida, en la que no se debe, a prio-ri, distinguir analíticamente entre el mundo natural y el mundo social, ya que ambos son, en la práctica, indisociables. Estas categorías resultaron —y resultan— molestas para los sociólo-gos, que necesitan observar relaciones sociales, hechos sociales, discursos producidos por sujetos, entre otras configuraciones y dispositivos. Pero, tras cada uno de ellos hay sujetos sociales cuyas prácticas no pueden ser reductibles a un carácter unidimensional implícito en la propuesta de Latour. En efecto, el devenir del co-nocimiento se explica allí por los intereses de sujetos específicos, y de los procesos de enrolamiento/movilización/traducción que se operan con otros actores/actantes. No hay en esta perspectiva lugar para incorporar las culturas de los sujetos y los grupos en cuestión, ni el plano de las instituciones, para mencionar las dos limitaciones más evidentes.

Podemos proponer, si seguimos los métodos de Latour, que el propio Mazza intenta hablar en nombre del Tripanosoma  cruzi cuando decide instalarse en Jujuy para estudiar a los enfermos de chagas y desarrollar métodos de identificación de la enfermedad. Necesita, al igual que Pasteur, convencer a actores muy poderosos, como la corporación médica de Buenos Aires (Facultad de Me-dicina de la uba), que, si bien al comienzo lo estimuló, luego le formuló reparos y finalmente llegó a quitarle el apoyo; y también a sus colegas brasileños, quienes, bajo la influencia del propio Car-los Chagas Filho, aún no aceptaban la correspondencia entre el parásito y la enfermedad. Para ello, además de erigirse en el vocero de los parásitos, necesita convencer a la población, a los enfer-mos, de que están infectados con un ser invisible, y que él puede

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detectarlo; es decir, tiene que ponerlos de su lado. Así, cuando Cecilio Romaña pretendió haber desarrollado un indicador para el diagnóstico de la enfermedad (un edema ocular que luego, siguiendo la práctica corriente de los epónimos sería bautizado como el síndrome de Romaña), Mazza lo combatió ferozmente, puesto que necesitaba tener el monopolio de la representación social del parásito, para así legitimar su propia posición. El final es conocido: el propio Mazza es traicionado, por así decir, por sus propios apoyos de la comunidad médica, y por el propio parásito, y él mismo contrae la enfermedad. Tal vez, y paradójicamente, fue ese su mayor triunfo.

En todo caso, en los orígenes de la enfermedad de Chagas, el “problema” resulta definido en función de una “nueva enferme-dad”, de la cual Mazza logra constituirse en el vocero y plantear en la arena pública que la cuestión puede ser abordada tomando como objeto los ranchos, que es donde se alojan los insectos que transmiten el parásito. Su operación tiene dos fases: la primera, exitosa, cuando logra articular, instalando la Mepra en la Pro-vincia de Jujuy (en el norte de la Argentina, corazón de una de las zonas endémicas de la enfermedad), una red que lo tiene a él como eje y como intermediario; es él quien, mediante el análisis de gotas de sangre puede determinar la presencia de parásitos en el organismo y diagnosticar quiénes están enfermos y quiénes no, y qué proporción de la población rural está infectada. En la segunda fase, Mazza fue perdiendo a los aliados en la Univer-sidad de Buenos Aires, se fue enemistando con algunos de sus discípulos y decidió trasladar la Mepra a Buenos Aires, donde ya su papel como mediador exclusivo con vinchucas y parásitos se había debilitado de un modo fatal. La “cuestión chagas” tendría una menor visibilidad pública, hasta que reaparece, algún tiempo más tarde, reformulada como un “problema nacional” de salud, de la mano de Cecilio Romaña, discípulo de Mazza, quien se

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distanció de su maestro y tuvo una actuación crucial durante el período peronista (1945-1955), pues articuló una red de aliados completamente novedosa respecto de la estrategia y los intereses movilizados por Mazza.

Los problemas esenciales

Veamos ahora una perspectiva que, contrapuesta, parece respon-der al abordaje de Latour:

En contra del concepto de sociedad se objeta hoy en día que se trata de un concepto metafísico. Es muy interesante (y llamo la atención sobre esto, que considero parte impor-tante de la teoría de la ideología moderna) que a las ideas críticas hoy en día ya no se las ataca, como antes, diciendo que son disgregadoras o agresivas, o algo parecido, sino que se han quedado atrás en el desarrollo, y que todo lo que no es aceptado por la situación existente es algún tipo de vuelta a la metafísica, doctrina de las esencias o teología disfrazada. Señoras y señores, el hecho de que predomine hoy en día este tipo de apologética indica cuál es la situación social global en que vivimos.

La cita es de Theodor Adorno, ¡y es de 1968! Más adelante, Ador-no menciona cuál es, para él, el campo de estudio de la sociología. Por un lado, señala que

… no existe nada bajo el sol, realmente nada, que no esté mediado por el pensamiento humano, por la inteligencia humana y, también, justamente, de un modo social. Pues la inteligencia humana no es un don otorgado de una vez para

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siempre a cada ser humano, sino que en la inteligencia, en el pensamiento, se halla la historia de toda la especie, y se ha-lla, permítaseme decir también, toda la sociedad. [Adorno, 1968: 30].

Por otro lado, señala que “el interés de la sociología debe ser un interés por lo esencial; la sociología debe ocuparse de lo socialmente relevante y no de cosas, digamos, indiferentes”. Adorno advierte, de inmediato, que lo esencial no puede ser idéntico a los “grandes temas”, sobre todo porque “no es posible reconocer de antemano si un objeto es esencial o no, sino que la decisión en general re-side en la realización, es decir, en ocuparse de tal objeto” (1968: 33). Dicho de otro modo, es el propio abordaje de los objetos lo que nos va construyendo su sentido y, a menudo, aquellos que aparecen como fenómenos aparentemente divergentes y opacos pueden llevar a perspectivas sociales extremadamente relevantes.

Hasta aquí Adorno es claro. Supondríamos que, si nos ocupáramos de la enfermedad de Chagas como un problema “marginal”, Adorno podría haber develado las tramas de los dispositivos que producen la exclusión social. La supuesta na-turalización de un “mero problema de salud” —dicho con tono peyorativo— pondría así de manifiesto una estructura más rele-vante, en términos de las consecuencias de modos de producción rural profundamente duales, entre las altas productividades de la llanura pampeana versus modalidades productivas precapitalistas, de autoconsumo, o simplemente marginales, propias de las zonas en donde la enfermedad de Chagas es endémica, respecto de un modelo productivo hegemónico.

Pero esta perspectiva epistemológica, en cuanto a la construc-ción de los objetos de la sociología, tiene sus límites, a partir de los cuales los problemas “reales” parecen no dejar lugar a dudas. En los textos de Adorno encontramos una aproximación:

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Si me disculpan el crudo ejemplo, probablemente ya hace tiempo se hubieran podido hacer descubrimientos en me-dicina, tales como el origen del cáncer y su posible cura, si no se hubiera destinado, por razones sociales, una porción increíble del producto social para fines armamentísticos, o para explorar estrellas vacías con fines propagandísticos […] A mí me parece absurdo que necesidades y problemas tan elementales, y que atañen al ser humano de modo tan direc-to, como la posible cura de una enfermedad supuestamente incurable y que, en principio, podrían ser resueltos, no lo sean por razones sociales. [Adorno, 1968: 30].

El ejemplo es, claro, difícil de rebatir, y remite al carácter excep-cional de algunas cuestiones, ya que en esta pregunta por “lo esencial” siempre se introduce lo práctico. Por ello, en una teoría de la sociedad ciertas cuestiones dirigidas a lo subjetivo que en y por sí mismas no tienen una gran dignidad frente a los problemas estructurales de la sociedad, tienen, sin embargo, una dignidad. Para Adorno,

… la razón de esto es, justamente, que yo creo que, luego de Auschwitz, el interés de que esto no se repita o de dónde y cuándo ocurra, sea inmediatamente detenido […] debería determinar los medios de conocimiento y los problemas […] Yo diría que, si seis millones de seres humanos son asesina-dos por una razón demencial, aun cuando esto pueda ser un epifenómeno derivado, y no una clave en el sentido de una teoría de la sociedad, solo por la dimensión del horror que esto posee, adquiere un peso y un derecho tal, que en este punto tiene razón el pragmatismo, que exige promover el conocimiento de este tipo de cosas, con el objetivo de que no se produzcan nuevamente. [1968: 33].

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Frente a este importante límite, nos surge el nuevo incon-veniente, más allá del “mal absoluto” implicado en Auschwitz, cuyo horror parece fuera de todo análisis: ¿dónde establecer los límites entre los problemas esenciales y los otros, los que Adorno llama “prácticos”? En realidad, más que práctico, el problema que se nos plantea interpela directamente al papel del sociólogo y del tipo de conocimiento que sus prácticas genera o debe generar (por ejemplo, para que el horror no se repita). Uno podría alegar que, frente al régimen nazi, ya no se trata del papel del sociólogo, sino del ciudadano, del sujeto social a secas; pero a ello Adorno le agrega “promover el conocimiento para que no se repita”, y esa es ya es una tarea de la sociología.

Volvamos a nuestro ejemplo con la enfermedad de Chagas: ¿hasta dónde la extensión de la enfermedad es una cuestión “lí-mite”, y por ello mismo exige una solución “pragmática”? ¿O bien se trata de un “epifenómeno derivado”, y por lo tanto, un asunto que debe dejarse de lado, para investigar las verdaderas raíces sociales del problema? En una de las disyuntivas, si tomamos en cuenta la magnitud de la enfermedad, la situación —a veces extrema— de pobreza, y las otras condiciones de miseria, la res-puesta es inmediata: no podemos tolerar semejantes condiciones de vida “sin producir el conocimiento para que ello no ocurra”. Por otro lado, si nos interesan los “problemas estructurales de la sociedad”, debemos ignorarlo sin más; es decir, no dejarnos llevar por las aparentes situaciones de gravedad social, para ocuparnos de los “verdaderos problemas”.

En el sentido de Adorno, es la existencia misma de chagas como problema social lo que está en cuestión. Veamos qué ocu-rre si retomamos nuestra afirmación inicial: El chagas no es un problema social en la Argentina. Veamos:

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1. Si bien es cierto que los registros existentes hablan de entre 2,5 y 3 millones de infectados en la Argentina, dichos registros son muy poco confiables, toda vez que los últimos datos agregados provienen del último en-rolamiento del servicio militar obligatorio, es decir, de 1995. Dos comentarios caben al respecto: el primero, que luego de varios años, y en particular luego de la pro-funda crisis económica y social de 2002, no es posible suponer que las tendencias entonces registradas tengan un valor más que apenas estimativo en la actualidad. Siendo el chagas una enfermedad que afecta casi en su totalidad a sectores pobres rurales, puede suponerse de forma plausible que es altamente dependiente de las condiciones económicas globales que afectan a aquellos sectores. El segundo comentario alude a una cuestión de género: el servicio militar solo era obligatorio para los varones, de modo que nunca ha habido un registro sobre la incidencia de la enfermedad en las mujeres. Vemos aquí, por lo tanto, una ficción: “se supone” —y se opera en consecuencia— que el parásito afecta por igual a ambos sexos, siendo que no hay ningún estudio que permita pensar que ello es así.

2. Como ya se dijo, el chagas afecta casi exclusivamente a sectores pobres rurales. Pero estos sectores viven en condiciones de extrema precariedad en cuanto a insta-laciones de agua potable, cloacas, disponibilidad de me-dicamentos, además de tener deficiencias nutricionales graves, etc. Mientras que la esperanza de vida al nacer para una mujer en la ciudad de Buenos Aires era, en el año 2001, de 79,39 años, para un varón en el Chaco

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era de 66,95 años, es decir, casi 13 años menos.4 Y a ello hay que agregar que, mientras que en Buenos Aires no hay población rural, las cifras del Chaco incluyen a su población urbana, lo cual eleva el indicador en algunos años. Dicho de otro modo, una porción importante de los enfermos de chagas no habrán de morir de dicha en-fermedad, sino que estarán afectados por otras dolencias y, en particular, por las miserables condiciones de vida. Si a ello se suma que el desarrollo de la etapa indeter-minada de la enfermedad puede llevar más de 20 o 25 años, se puede concluir que muchos de los infectados ni siquiera se enterarán de que sufren la dolencia, pues no desarrollarán la fase crónica.

3. Los propios afectados tienden a “naturalizar la existencia de la enfermedad” cuando los funcionarios del Ministe-rio de Salud (nacional o de las provincias) van a visitar a las poblaciones en riesgo, les preguntan cuáles son las enfermedades que prevalecen allí. Las respuestas más frecuentes suelen ser una corta lista de males, como sa-rampión, varicela, gripe, etc. Cuando el funcionario les pregunta: “¿Chagas, no hay?”, a menudo la respuesta es: “Ahh… sí… Chagas tienen todos por aquí” (Sanmarti-no y Crocco, 2000).

4. La enfermedad, excepto en su fase aguda (para la cual es bastante efectivo el tratamiento con drogas), y en el desarrollo posterior de la cardiopatía, en absoluto es inhabilitante. Por otro lado, de los infectados que pasan luego al período indeterminado, solo alrededor de un

4 Las cifras son del indec, para el año 2001 (www. indec. mecon. ar). Se toman los datos extremos para mostrar el contraste, naturalmente sabiendo que la esperanza de vida de las mujeres es ligeramente superior a la de los hombres.

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20 % desarrollarán la etapa crónica, más de 20 años más tarde, que viene acompañada de lesiones más severas. Y, como vimos, muchos de ellos sufrirán antes otras afecciones. Es decir que para el 80 % de la población infectada con el parásito, el chagas no es un tema del que deban ocuparse. Este último argumento se podría refutar respondiendo que, a pesar de ello, no se puede saber de antemano quiénes formarán parte del 20 % que desarrollará la enfermedad en el largo plazo. Es cierto, pero eso no invalida el hecho de que las posibilidades de ello siguen siendo bajas en términos estadísticos.

Llegados a este punto, tenemos ahora argumentos para replantear la existencia o inexistencia de un problema social, en función de otros conocimientos, bien diferentes de los que han sido utili-zados por el Estado para proponer la movilización del conoci-miento científico como mecanismo legítimo para abordar dicho problema.

Autonomía y falsa demanda social

Los conocidos trabajos de Pierre Bourdieu pueden conformar otro de los puntos de mira para abordar, en este mosaico que proponemos, la relación entre problemas sociales y problemas de conocimiento, y ello por dos razones: la primera es la extraordinaria influencia que ejerció sobre el pensamiento social de América La-tina, sobre todo desde los años ochenta;5 la segunda, que, aunque

5 No es el lugar aquí, pero así como en otros textos me he ocupado de analizar las consecuencias de la división internacional del trabajo para las ciencias “du-ras” localizadas en contextos periféricos (Kreimer, 2006), un día deberíamos

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de un modo esporádico, Bourdieu se ocupó del problema del co-nocimiento científico, sus organizaciones sociales y de su relación con la sociedad en la que los campos se inscriben.6

De hecho, ya desde su primer texto sobre el campo científico, en los años setenta, Bourdieu señaló el problema de la autonomía como uno de los aspectos constitutivos del mismo. Aunque la no-ción de autonomía opera —al menos así lo veía en esos tiempos—

… como una ficción de la delegación de la clase dominante, este principio resulta válido para las ciencias naturales, y en este sentido organiza el conjunto de luchas por el monopo-lio del capital simbólico, es decir, por la capacidad de hablar legítimamente en nombre del campo, es decir, de la ciencia, por parte de los agentes, es decir los científicos. [Bourdieu, 2000 (1975): 49].

Su preocupación se orienta, en este sentido, hacia la escasa auto-nomía que han logrado obtener las ciencias sociales:

… mientras que la clase dominante concede a las ciencias naturales una autonomía que está en relación con el interés que encuentra en las aplicaciones a la economía de las técnicas científicas, no tiene nada que esperar de las ciencias sociales sino, en el mejor de los casos, una contribución particular-mente preciosa para la legitimación del orden establecido y

ocuparnos, desde la sociología de la ciencia, de los complejos cruces entre la ciencia social “central” y la ciencia social “periférica”.

6 A su trabajo pionero de 1975 sobre el campo científico le siguieron, ya en sus últimos años, el texto sobre los Usos sociales de la ciencia (1997), y su último curso en el College de France, publicado bajo el título Science de la science et réflexivité en 2001.

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un reforzamiento del arsenal de instrumentos simbólicos de dominación. [Bourdieu, 2000 (1975): 46].

Desde entonces Bourdieu se habría de convertir no solo en un analista de los campos de producción simbólica, sino, al mismo tiempo, en un luchador por el logro de mayores márgenes de au-tonomía. Para él, “cuanto mayor es la autonomía, más grandes son las posibilidades de disponer de la autoridad específica, esto es, científica o literaria, que autoriza a hablar fuera del campo con cierta eficacia simbólica” (Bourdieu, 2000: 129).

En sus últimos escritos, el problema de la autonomía —o, mejor, la amenaza a esta— del campo científico emerge de un modo, digamos, dramático. En el último texto que le dedicó al tema, Bourdieu se horroriza:

La autonomía que la ciencia había conquistado poco a poco frente a los poderes religiosos, políticos o incluso económicos y, parcialmente al menos, frente a las burocracias estatales que garantizaban las condiciones mínimas de su independencia, se ha debilitado considerablemente. […] En suma, la ciencia está en peligro y, en consecuencia, se vuelve peligrosa. [Bour-dieu, 2002: 7].

Es, por lo tanto, a partir de esta fuerte creencia en la noción de au-tonomía como la precondición para un funcionamiento efectivo del campo (en el sentido de que prevalezcan sus lógicas internas de legitimación del conocimiento sobre las lógicas externas, que son percibidas como “impuestas”), que Bourdieu introduce el pro-blema de la “demanda social” de conocimientos. Frente a esto su posición no es de medias tintas: tal pretensión de demanda no es más que un eufemismo que esconde intereses concretos que, casi

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por definición, están lejos de atender las verdaderas necesidades de los agentes sociales que de veras las padecen. Para él,

… todo lleva a pensar que las presiones de la economía son cada vez más abrumadoras, en especial en aquellos ámbi-tos donde los resultados de la investigación son altamente rentables, como la medicina, la biotecnología, y, de manera general, la genética, por no hablar de la investigación militar. [Bourdieu, 2002: 8].

En este marco, tienden a desaparecer, según él, los científicos desinteresados, que no conocían más programa que el que se desprende de la lógica de su investigación y que saben dar a las demandas “comerciales” el mínimo estricto de concesiones indis-pensable para asegurarse los créditos necesarios para su trabajo.7

En una de sus verdaderas arengas a investigadores que le preguntaron qué hacer entonces frente a las demandas sociales, Bourdieu les responde que, ante todo, es necesario modificar los “hábitos mentales” de aquellos —científicos— que solo se sienten universales cuando defienden intereses que no son los suyos y se erigen en portadores de una “demanda social”. En cambio, dice,

… me parece que [ustedes] deberían empezar por afirmar su autonomía, por defender sus intereses específicos, es decir, en el caso de los científicos, las condiciones de la cientificidad, etc., y a partir de allí, intervenir en nombre de los principios universales de su existencia y de las conquistas de su trabajo. [Bourdieu, 2000: 130. Las cursivas son mías].

7 Vemos aquí una huella de la sociología de la ciencia funcionalista de la cual, en la persona de Robert Merton, Bourdieu fue alguna vez un firme defensor. Véase su poco conocido texto “Animadversiones in Mertonem” (1990).

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Aquí aparece por segunda vez algo que ya estaba insinuado en una cita anterior: la defensa de la autonomía es un prerrequi-sito para que el científico, el intelectual, el sabio (le savant) pueda intervenir él mismo fuera de su propio campo. Es decir que, desde la perspectiva de Bourdieu, la autonomía va en un solo sentido: la protección de las formas de cientificidad (suponiendo que ellas no sean construidas) de toda injerencia externa (política, social, económica), pero para permitir, al mismo tiempo, una interven-ción de los propios científicos en otros campos. Esta propuesta es notoriamente asimétrica: mientras los otros actores externos al campo científico deben ser mantenidos por fuera del mismo para preservar la autonomía, se invita —e incita— a los científicos a, una vez afianzado su capital simbólico, intervenir en otros campos “en nombre de ese capital acumulado”.

La perspectiva de Bourdieu tiene otro inconveniente: al igualar “demanda social” con el “uso en provecho económico de las empresas” pierde de vista de un modo dramático el papel del conocimiento científico en la sociedad; el conocimiento científi-co es, siempre, portador de una doble legitimidad: capacidad de explicar el funcionamiento del mundo físico, natural y social, y, por otro, capacidad de transformar esos mundos para satisfacer necesidades, asuntos o demandas de diferentes actores de la so-ciedad. Por lo tanto, la primera dimensión, de orden cognitivo, es indisociable de la dimensión social, de los recorridos del co-nocimiento como producto, de “qué se hace con él”, etc. Ahora bien, un conocimiento nunca puede ser utilizado por un actor “otro” que el productor de conocimiento “tal cual” (nadie se cura, alimenta o produce más con un paper); esto solo puede hacerse mediante un complejo proceso de transformación, de resignifi-cación de un conocimiento. Para simplificar, podemos llamar a este proceso “de industrialización” de un conocimiento, en el que intervienen al mismo tiempo usuarios finales e intermedios que

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son, precisamente, los que están en condiciones de industrializar el conocimiento.

Llegados a este punto, estamos en condiciones de volver a nuestro ejercicio e imaginar cómo podría analizarse la construc-ción del chagas como problema social desde la perspectiva de Bourdieu.

En primer lugar, tenemos que el doctor Salvador Mazza, alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires y formado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires a co-mienzos del siglo xx, se dedicó por entonces a la microbiología, que era una disciplina emergente y de amplia y rápida difusión, luego de la revolución operada por Pasteur. Mazza acumuló un importante capital simbólico: en 1916, en plena Primera Guerra Mundial, el ejército argentino le encargó realizar un estudio de enfermedades infecciosas en Alemania y el Imperio austrohún-garo; en ese momento conoció a su colega Carlos Chagas, quien recientemente había identificado el T. cruzi. Al retornar al país, en 1920 fue nombrado director del laboratorio central del Hospital Nacional de Clínicas y titular de la cátedra de Bacteriología de la Facultad de Medicina de la uba. En 1923 se dirigió a Francia para efectuar nuevos estudios de perfeccionamiento, y llegó a Túnez (aún colonia francesa), al Instituto Pasteur, dirigido por el bacte-riólogo y entomólogo Charles Nicolle, quien habría de recibir en 1928 el Premio Nobel de Medicina. Mazza regresó a la Argentina en 1925 y fue nombrado director del laboratorio y del museo del Instituto de Clínica Quirúrgica de la Facultad de Medicina de la uba. A fines de 1925 invitó y hospedó en Argentina a Nicolle, quien se hallaba interesado en las enfermedades endémicas que existían en el norte argentino.

El apoyo del doctor José Arce, médico, ex diputado y por entonces rector de la Universidad de Buenos Aires, resultó crucial para la creación de la Mepra y para que Mazza, utilizando el capi-

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tal simbólico obtenido en el campo científico, decidiera intervenir en la definición de lo que resultaba “científicamente relevante”. A lo largo de los años iría definiendo como un problema cognitivo central determinar la correspondencia entre el T. cruzi y la enfer-medad de Chagas de forma independiente del bocio endémico, y se preocuparía por desarrollar y proponer diferentes técnicas de diagnóstico e identificación de los infectados. En función de esa capacidad Mazza logró profundizar su estrategia de establecer un subcampo que se iría autonomizando del poder político que le dio origen, y la detección de casos cada vez más sistemática le permitiría mostrar la relación entre las condiciones de vida de los infectados y la proliferación de la enfermedad en las zonas endé-micas. Ello se observa también en su capacidad de establecer las tres fases que caracterizan a la enfermedad: aguda, indeterminada y crónica. Durante ese período, que llega hasta los años cuarenta, Mazza parece obedecer claramente al precepto de Boudieu de

¿Por qué no habrían de participar los escritores y sabios en la definición de la demanda social? Armados con el logro del trabajo y los conocimientos especializados que poseen los científicos, podrían intervenir eficazmente en problemas de interés general, y no solo de modo intermitente, cuando los políticos se pasan de la raya, sino de manera habitual. [Bour-dieu, 2000: 130].

Durante esos años, además de “imponer públicamente el sen-tido” de la enfermedad de Chagas, Salvador Mazza no olvida desarrollar los mecanismos propios de legitimación del campo científico: desde la Mepra se realizaron más de 300 publicaciones, y se presentaron cantidades crecientes de ponencias en congresos disciplinarios.

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Sin embargo, la intervención creciente de agentes políticos y de científicos-competidores del propio campo fueron afectando/debilitando el capital logrado por Mazza —y también la autono-mía que había logrado establecer—, quien tuvo grandes dificul-tades para mantener el funcionamiento de la Mepra durante sus últimos años, aunque la institución lo sobrevivió hasta 1958, es decir, 14 años.

En este análisis, Mazza descartó todo problema relacionado con la falsa existencia de una “demanda social”, para concentrar-se en su propia dinámica dentro del campo, que fue aquello que le permitió intervenir exitosamente fuera de él. Es decir que, en realidad, la enfermedad de Chagas, su relación con el parásito que la ocasiona y la vinchuca que la transmite son verdaderos asun-tos que pudieron ser formulados por el propio Mazza gracias al capital simbólico y a la autonomía de que gozaba y, por ello, a la falta de intervenciones interesadas —políticas, económicas— que pretendieran orientar sus investigaciones.

Hacia una perspectiva más integrada: destruyendo las ficciones

Como suele ocurrir, después de presentar críticamente —bajo la forma de un ejercicio imaginario— las tres perspectivas so-ciológicas muy prestigiosas bajo las cuales se podría analizar el surgimiento de chagas como problema social, voy a exponer un modo diferente de analizar este tópico, poniendo de manifiesto, al mismo tiempo, las dimensiones sociales que construyen el pro-blema y el papel del conocimiento en dichos procesos.

Para ello tomaré como punto de partida un trabajo de Joseph Gusfield, quien en un libro de comienzos de los años ochenta estudió el surgimiento de la peligrosa relación entre la ingesta de

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alcohol y el manejo de automóviles en términos de la construc-ción de un “problema público”. Lo primero que hizo Gusfield fue desnaturalizar —y por lo tanto, desobjetivizar— cualquier interpretación que se presente como “dada”:

El alcohol ya había sido percibido como una importante fuente de accidentes, y se le había dado importancia como un blanco en la resolución del problema. El carácter de “blanco” no es algo dado, no está en la naturaleza de lo real como una cosa en sí, sino que representa un proceso selectivo sobre una multiplicidad de realidades posibles y potenciales que pueden ser percibidas como aquello que afecta los accidentes de auto y las heridas. [Gusfield, 1981: 3].

Para analizar las razones por las cuales “algo” alcanza el carácter de problema público, este autor distingue, ante todo, proble-mas privados y problemas públicos, teniendo en cuenta que no todo “problema social” habrá de transformarse en un problema público, entendiendo por tales los que se convierten en materia de conflicto o de controversia en las arenas de la acción pública. ¿Quién o qué institución tiene, o se la ha dado, la responsabilidad de “hacer algo” acerca de la cuestión? En la medida en que los fe-nómenos están abiertos a diversos modos de ser conceptualizados como problemas, entonces también su carácter público está abier-to a diferentes sentidos de concebir su resolución.8 Para Gusfield,

8 Aunque de un modo más simple y dirigido a las políticas públicas, Oszlak y O’Donnell (1995 [1981]: 111) formularon cuestiones parecidas en la mis-ma época. Para estos autores se trataba de identificar el “surgimiento de una cuestión”: quién problematiza, y cómo lo hace, un asunto; quién, y cómo y cuándo, logra convertirlo en cuestión; sobre la base de qué recursos y alianzas; con qué oposición; cuál es la definición inicial de la cuestión.

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… la ciencia, los pronunciamientos científicos, los programas técnicos y las tecnologías aparecen como apoyo a la autoridad o a la contraautoridad, dándole a un programa o política el molde para validar su naturaleza, basado en un proceso neutral por un método que asegura tanto certeza como pre-cisión. [1981, 28].

Estamos aquí en un plano de análisis novedoso para la época en la que fue formulado (hace tres décadas): no se trata del recurso “natural” que los actores hacen del conocimiento relevante produ-cido por dispositivos científicos y técnicos, sino que ciertos actores hacen un uso específico y deliberado del conocimiento científico como un modo de terciar en las controversias públicas acerca de parte de un problema que, precisamente con estos medios, se torna público. Dicho de otro modo, no se trata ya de “la ciencia”, sino del papel que la retórica científica desempeña en la construcción de problemas públicos.

Cuando analiza el modo en que los accidentes automovilís-ticos se construyeron en un “hecho” (en el sentido durkheimia-no), Gusfield llama la atención acerca de que los datos no son simples hechos recogidos por agentes individuales, sino que se trata de agregación de datos, acumulados y presentados; el “des-cubrimiento” de hechos públicos es, por lo tanto, un proceso de organización social: “Alguien tiene que encargarse de monitorear, registrar, recolectar, analizar y transmitir los eventos individuales y separados hacia la realidad pública de las ‘muertes por accidentes de tránsito’” (1981: 37). Pero se pregunta: ¿Qué hechos son re-cogidos?, ¿por quién?, ¿cómo se procesan?, ¿cómo se transmiten?

El rastreo de estas preguntas le permite al autor el corpus de investigaciones que constituye la base de las políticas sobre el alcoholismo al volante. Observa, allí, que existen dos tipos de ficciones en los análisis científicos: el primero de ellos es de or-

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den conceptual, y se refiere al tratamiento de entidades teóricas como si fueran de existencia real —y operan sobre ellos—; es lo que hacen, por ejemplo, los físicos y los químicos con conceptos como atracción, repulsión y presión, o los sociólogos con catego-rías como sociedad, comunidad o capitalismo. El segundo tipo de ficción es el “como si”, es decir, un modelo que supone que una metodología se podría aplicar, y que se dirige a tratar datos y acon-tecimientos confusos “como si” fueran análogos a los fenómenos de una realidad conocida y familiar, lo que produce una ilusión de certidumbre, claridad, factibilidad y autoridad.

Si aplicamos al proceso de construcción del Chagas como problema público un análisis análogo al que propone Gusfield, deberíamos comenzar por preguntarnos de qué modo se fue for-mando en los diferentes actores el conocimiento sobre la enfer-medad, para que saliera del espacio privado de un conjunto de infectados de condición pobre y que habitaban en medios rurales, a ocupar la escena pública. En este caso es posible identificar dos entidades que, siendo de existencia bien real —la vinchuca y el parásito T. cruzi—, son purificados en los sucesivos laboratorios, primero de los médicos que lo estudiaron en el terreno, como el propio Mazza; luego, por los epidemiólogos, que trazaron “ma-pas” (¡y qué puede pertenecer mejor al mundo de la ficción que un mapa, como bien lo muestra el irónico texto de Borges sobre el rigor de la ciencia!) de las poblaciones de vinchucas; a ellos les siguieron los sanitaristas y, asociados con ellos, los químicos que produjeron los insecticidas, para llegar a dos laboratorios trans-nacionales (el alemán Bayer, primero, el suizo Roche después) y realizaron las primeras pruebas clínicas para medir los efectos de nuevas drogas que mataran al parásito. Al final llegaron los biólo-gos moleculares, quienes dieron vuelta todos los esquemas prece-dentes, prometiendo, hacia fines de los años setenta y comienzos de los años ochenta, el desarrollo de una vacuna.

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Las autoridades políticas, puesto que un problema público implica una toma de posición política, hicieron equilibrio entre las diferentes áreas del estado entre la fumigación sistemática, como una elección prioritaria para eliminar las vinchucas y, por lo tanto, la transmisión “vectorial” (los emprendimientos fueron múltiples, desde las políticas más verticales hasta las más horizon-tales, descentralizadas y participativas), versus la producción de conocimiento básico que prometía alcanzar, algún día, la ansiada vacuna.

Un ejemplo puede ilustrar bien este proceso: mientras que la época dorada de la promesa de la vacuna funcionó acertadamente, es decir, hasta entrados los años noventa, diversos grupos se bene-ficiaron del financiamiento público de un problema definido en términos tales que su resolución solo aparecía como “cuestión de tiempo”. Otros grupos trabajaban, por su lado, en la construcción, también retórica, de “blancos” donde atacar al parásito y, por lo tanto, que fueran el germen de nuevas drogas, puesto que las dos que estaban disponibles tenían —y siguen teniendo— compli-cados efectos secundarios y su efectividad no es aceptada para la fase de infección crónica.

Desde hace unos años solo queda un par de grupos —de los muchos que había— dedicados a investigar sobre el desarrollo de una vacuna. Las autoridades políticas han ido abandonando lenta y paulatinamente esta estrategia de tratar el problema, para darles mayor prioridad a dos de las soluciones disponibles: la sis-tematicidad en el control del vector, como en el caso de diversos estados de Brasil (algunos ya se declararon “libres de Chagas”), y la investigación básica sobre los blancos donde atacar al parásito.

Sin embargo, uno de los grupos que sigue investigando la hipótesis de la vacuna afirma tener una bastante desarrollada, con base en la obtención de cepas del parásito con una virulencia atenuada. Además de que la posición sobre la forma de encarar el

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problema resulta hoy marginal, otros cambios afectan, también, este tipo de estrategia: los requerimientos para las pruebas clínicas de nuevos tratamientos, drogas o vacunas tienen muchos requi-sitos que hacen que esta vacuna, por más efectiva que parezca, siga operando como una verdadera ficción de “como si” (según el planteo de Gusfield), ya que, según el propio jefe del grupo de investigación, “con los criterios clínicos y éticos de hoy resultaría imposible hacer las pruebas de la vacuna en humanos”. De modo que su única esperanza es que “se produzca un violento brote de infectados en Bolivia, por ejemplo, y ante la emergencia lo llamen a él y a su equipo para que vayan a hacer vacunaciones masivas frente a peligros aún mayores”. Lo explícito de dicho propósito nos exime de hacer comentarios al respecto.

Rearmando y concluyendo

Si movilizamos diversos enfoques tomando como excusa lo que a priori parecería un “problema social fuera de toda discusión” (la enfermedad de Chagas), es para continuar con el ejercicio de ir cambiando los “puntos de mira” del supuesto problema.

Así, si se habla hoy —y desde hace décadas— de la enferme-dad de Chagas bajo el difundido rótulo de “principal endemia nacional”, es debido a las diversas construcciones que desarro-llaron unos actores.9 Se puede suponer que el uso de la retórica científica tuvo, entre otras consecuencias, la de que los actores que efectivamente intervinieron en la definición de “lo que está en juego” han hablado, y hablan hoy, en representación de los sec-

9 A mediados de los años cuarenta el chagas fue definido como “enfermedad nacional”, y la creación de un programa nacional fue la consecuencia de se-mejante toma de posición. Véase Zabala (2007) y Kreimer y Zabala (2006).

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tores sociales que estarían afectados. Pero esas representaciones están lejos de constituir operaciones neutras; por el contrario, implican el despliegue de dispositivos simbólicos en los que, al igual que en el teatro de la política, los actores representan un papel y van conformando sus discursos de acuerdo con dicha participación. Todos los mecanismos de la retórica se ponen en juego allí; lo único prohibido es develar las conexiones entre los intereses y los posicionamientos de cada actor en relación con el discurso que los constituye. Por ejemplo, un biólogo molecular puede hacer alusión a la posibilidad de utilizar su conocimiento para la producción de una vacuna que se orientará a prevenir x casos de la enfermedad, haciendo notar la escasez de tales pro-ductos, la gravedad y extensión de la enfermedad, etc. Pero lo que no puede decir en su intervención pública es que ello le permitirá insertarse exitosamente en una red internacional que trabaja so-bre mecanismos de regulación de la expresión genética, gracias a lo cual obtendrá un financiamiento que le hará posible ampliar los aparatos y dispositivos técnicos de su laboratorio, concurrir a congresos internacionales, ascender en su capital simbólico en las instituciones académicas, etc. Del mismo modo que un político que solicita su voto no puede decir, por ejemplo, que necesita ha-cer enunciados “fuertes” para llamar la atención de los medios de comunicación, ya que sus asesores le han señalado que es la mejor estrategia, porque las encuestas lo muestran como un candidato poco conocido que debe “instalar” su imagen.10

Hay otros aspectos importantes en los procesos de cons-trucción de problemas sociales/problemas de conocimiento que se desprenden del análisis que proponemos, y que han sido poco

10 Aunque parezca mentira, este último ejemplo no es pura ficción, sino que se trató de las primeras declaraciones de un candidato presidencial en la Ar-gentina, hace algunos años.

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observados. Si se dice que el conocimiento científico construye un problema social, se puede tomar al primero como “objetivo” y al segundo como “construido”, lo cual oculta el carácter de cons-truido del conocimiento. La sociología del conocimiento puede realizar algunos aportes significativos en esta dirección, en particu-lar poniendo en evidencia lo que podríamos llamar la “ilusión de purificación”: cuando los científicos investigan sobre el parásito, en el tema que nos ocupa, llevan esa entidad a los laboratorios y la resignifican, la construyen como entidad cognitiva. De hecho, el parásito, así entendido, ya no es el T. cruzi, sino una purificación que ha sido descontextualizada en probetas y tubos de ensayo, pero que oficia como el “representante” del mundo natural. Co-mo señala la socióloga Karin Knorr Cetina, cuando uno ingresa a los laboratorios, nunca es la naturaleza la que se encuentra allí, sino un conjunto de selecciones operadas por los investigadores. Así, los objetos científicos no son solo fabricados “técnicamente” en los laboratorios, sino que están inextricablemente construidos simbólica y políticamente (Knorr Cetina, 1995, 143). La cuestión nos lleva, de nuevo, a las ficciones que se construyen en la esfera pública: se presenta a las vinchucas y a los parásitos “por fuera” de su hábitat significativo en función de la enfermedad en cuestión, creando la ilusión de purificación y, por lo tanto, de dominio material y simbólico del problema.

Otro aspecto fundamental que surge de los análisis que presentamos es que se ignoran los procesos de industrialización del conocimiento. Ello opera “como si”, en el sentido de que se enuncia que se trabaja (por ejemplo), sobre la producción de un medicamento, pero sin que los elementos que permitirían su desarrollo estén efectivamente presentes a lo largo del proceso de fabricación de los objetos en cuestión. Por ejemplo, se define un blanco, es decir, un modo de atacar al parásito para matarlo o bien para impedir que se reproduzca en el interior de los humanos;

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luego se busca una molécula que está en condiciones de cumplir con dicha función. Muy frecuentemente las investigaciones se detienen allí. Pero en ese estadio hay un conjunto de preguntas que no se pueden responder, y sin las cuales el conocimiento pro-ducido carece de sentido: ¿esa molécula tendrá solo efecto sobre el parásito o también afectará otros tejidos y funciones vitales? Si pudiera afectar al parásito, ¿es posible administrarla a los huma-nos bajo una forma razonable (cápsula, inyección, jarabe, etc.)? Si hubiera que producir varios millones de dosis por año, ¿existen los medios y los recursos técnicos disponibles? Y las dos más cruciales: ¿a qué costo, y quién podría fabricarlo y distribuirlo?

Como se ve, sin este conjunto de preguntas (y de respues-tas) la cuestión acerca de los “blancos” carece de sentido. Y ello porque, como afirmamos aquí, estos aspectos forman parte del contenido del conocimiento, y no son aditamentos que se agregan ex post al proceso “purificado” de la de investigación.

Volvamos por un instante al problema de la autonomía: en tiempos más recientes, es decir, con la emergencia de la biología molecular como campo disciplinario que reorganizó el conjunto de las “ciencias de la vida”, el estudio del parásito concentró a algunos de los grupos más prestigiosos de la Argentina, aquellos que provienen de la “tradición hegemónica” fundada por Leloir hacia la mitad el siglo (Kreimer, 2010). En efecto, los biólogos moleculares comenzaron utilizando el Tripanosoma cruzi como un modelo de análisis cuya escala resultaba manejable para ellos, y en el cual podían observar un conjunto de fenómenos biológi-cos de interés para ese campo en el plano internacional. Tenían una “moneda de cambio” con sus pares de los países centrales: mientras ellos podían aportar un “bicho” exótico y analizar en él problemas como la regulación de la expresión genética, podían insertarse exitosamente en vínculos, y luego en redes “de excelen-cia”, en las cuales podían aportar ese conocimiento específico, y

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de las cuales podrían recibir visibilidad, reconocimiento, recursos técnicos, sociales y cognitivos. Haciendo un uso exhaustivo de la recomendación de Bourdieu, estos biólogos moleculares afir-maron fuertemente su capital simbólico y lograron posicionarse como líderes del campo en el plano local. Su producción fue no-table, medida —en términos clásicos— en la cantidad de artículos publicados en revistas internacionales de referencia (Kreimer y Zabala, 2006).

Al mismo tiempo se desentendieron de los problemas deri-vados de la demanda social, en la medida en que no produjeron, durante el último cuarto de siglo, ninguna innovación terapéu-tica, droga o vacuna que ayude a mejorar la condición o el diag-nóstico de los enfermos de chagas. ¿Es posible decir en este caso, con Bourdieu, que los científicos “disolvieron un falso dilema”, en la medida en que se concentraron en hacer un uso extensivo de la autonomía de la que gozaron? Si es así, ¿a qué costo?

La respuesta es simple: construyeron otros problemas, porque su actividad nunca es “neutra”, y no solo visto hacia el interior del campo, sino, sobre todo, desde su papel en la sociedad que los financia. Porque en términos de la construcción de un problema público su intervención fue determinante, ya que posicionaron la producción de conocimiento sobre el parásito en el centro de la escena y desplazaron, al menos parcialmente, las otras soluciones o “selecciones” que los actores tenían a su disposición, como la fumigación sistemática de los ranchos, entre otras, cuya “efecti-vidad” para luchar contra el problema social, tal como éste había sido formulado, fue evidente en los casos en los que se aplicó. Llegamos, pues, a una paradoja: la movilización del conocimiento científico para abordar (o resolver) un problema social depende del modo en que dicho problema ya haya sido formulado… ¡por el propio conocimiento!

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El análisis que se presenta en este capítulo sobre el derrotero teórico y metodológico que han seguido en la región latinoame-ricana conceptos tales como el de redes de conocimiento y espacios regionales de conocimiento tiene como propósito identificar los marcos analíticos en los que se ha sustentado esta conceptuali-zación, sistematizar los diferentes significados académicos y de políticas de dichos conceptos e identificar los aspectos propios en la construcción de un marco analítico y de un enfoque para el estudio de los procesos interactivos en la generación, transferencia y utilización del conocimiento en contextos locales y regionales.

La construcción de procesos interactivos, la conformación de alianzas entre actores y el aprendizaje cotidiano en la formación de redes actualmente son característicos de la ciencia, la tecnología y la innovación. Sin embargo, los marcos que se han generado en los países desarrollados para su análisis no son necesariamente adecuados para analizar la construcción de capacidades de ciencia, tecnología e innovación en nuestros países, por lo que se requiere

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de enfoques alternativos, que bien pueden surgir de la combina-ción o del diálogo entre diferentes enfoques teórico-conceptuales y metodológicos.

El interés en esta revisión combina dos de las preocupaciones que han estado presentes en el estudio social de la ciencia y la tec-nología en América Latina desde los años cincuenta del siglo xx: por un lado contribuir a la reflexión sobre los alcances de dicha conceptualización y la relevancia para el análisis de nuestra reali-dad, para el sustento de caminos posibles para nuestros países y la constitución de un proyecto social latinoamericano basado en el conocimiento,1 y por el otro, ofrecer una revisión de los enfo-ques que se han desarrollado en este campo, así como los avances propios que se han logrado en la región.

Una de las bases analíticas que sustentan la idea de redes de conocimiento es el planteamiento de Sábato y Botana (1968) sobre la necesidad imperante de integrar los tres vértices del trián-gulo, que permitiría el desarrollo de la región, las instituciones de investigación, las instituciones de producción y las instancias de apoyo gubernamental, idea que se remonta a treinta años atrás, sin haberse logrado una aplicación amplia de la misma en nuestra región, ni el desarrollo autónomo regional, como se sostenía en los años setenta.

La tarea para lograr los propósitos antes enunciados no es fácil, al menos por dos razones: por un lado, la limitada distribu-ción de los trabajos realizados en la región latinoamericana sobre esta temática o temáticas afines, que limita (y en nuestro caso ha limitado) enormemente esta tarea. Además, varias investigaciones se encuentran en curso o apenas se han concluido.2 Por el otro,

1 En seguimiento al impulsado por Amílcar Herrera, Jorge Sábato, Francisco Sagasti y Miguel Wionscek, entre otros, en los años setenta y ochenta.

2 Es el caso, solo por mencionar un ejemplo, del reporte de investigación de

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la delimitación del campo sobre el cual se realiza el balance no es sencilla, ya que se conecta con muy diversas áreas del conoci-miento, que si bien confluyen en el campo de los estudios socia-les de la ciencia, la tecnología y la innovación, han establecido marcos analíticos propios de subcampos, como podría ser el de la economía de la innovación o el de la sociedad o la economía del conocimiento.

La propia noción de redes de conocimiento se ha utilizado en múltiples sentidos y contextos de investigación que, en mayor o menor medida, se relacionan con la problemática que nos ocupa. En el marco de todos estos temas, diversos trabajos desarrolla-dos durante los últimos 10 años en Latinoamérica han aludido —con distintos grados de importancia— al tema que aquí nos convoca o a aspectos de este que pudieran contribuir a su mejor comprensión.

Esas dos condiciones, de entrada, limitan los alcances del trabajo al menos en tres sentidos:

1. En primer lugar, lo que presentamos no es una revisión exhaustiva de la producción latinoamericana sobre el tema, sino apenas una propuesta de la manera como podría organizarse el estado de la investigación; es tam-bién un esbozo de las preocupaciones por las que se ha transitado.

2. En segundo lugar, seguramente se encontrará un sesgo con relación a nuestras propias experiencias de investi-gación en el campo y con respecto a la literatura más accesible.

Cataño et al. (2008) sobre un estudio comparado de redes de conocimiento en sistemas regionales de innovación, basado en los casos de Antioquia y el País Vasco, y con énfasis en las pymes.

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3. En tercer lugar, a los temas más amplios o los temas relacionados que se han mencionado antes, solamente haremos referencia en función de su influencia directa en el desarrollo de la investigación de la cuestión que aquí nos ocupa.

El trabajo se encuentra organizado alrededor de los enfoques, perspectivas o modelos de análisis que, nos parece, han alimen-tado —al menos en parte— la investigación sobre las redes de conocimiento en América Latina y sobre otras problemáticas afines. Se trata de la perspectiva de los sistemas de innovación, del modelo de la triple hélice y de diversos enfoques de redes. Sobre estas diferentes perspectivas señalamos en la exposición sus intereses más generales y la manera en que han confluido en la investigación sobre redes de conocimiento desde una doble visión —local y latinoamericana—, configurando un nuevo en-foque para analizar las estructuras, los mecanismos y los procesos relativos a la generación, distribución y uso del conocimiento.3

Las influencias y sus intereses generales

En el estudio sobre las redes de conocimiento en entornos re-gionales de innovación y problemáticas afines identificamos tres perspectivas analíticas que han inspirado diversos trabajos: a) el

3 Con fines prácticos usamos indistintamente las nociones de enfoque, perspec-tiva, punto de partida y modelo de análisis, conscientes de que los conceptos de sistemas de innovación, triple hélice y redes de conocimiento tienen diferentes estatutos y niveles de desarrollo teórico, y aluden más bien a conceptos analí-ticos y normativos orientados por el interés práctico de influir en las políticas (ya sea que se trate de las políticas gubernamentales, las políticas públicas o las institucionales), pero no específicamente referidas a las latinoamericanas.

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enfoque de los sistemas de innovación (si), y de manera específi-ca, el de los sistemas regionales de innovación; b) el enfoque de la “triple hélice” (th), en el marco del cual se ha acuñado la noción de ambiente regional de innovación, que alude al conjunto de ins-tituciones académicas, industriales y políticas que, intencional o espontáneamente, colaboran en conjunto para impulsar las condiciones locales para la innovación (Etzkowitz y Uzzi, 1996); y c) los enfoques de redes, particularmente en lo que se refiere a la construcción del concepto de redes de conocimiento (rc) y su estudio, y que remite a la noción de espacios regionales de conoci-miento (Casas, 2001).

Estos enfoques se han utilizado de manera exclusiva o se han combinado en diversos trabajos sobre la temática, en la medida en que comparten algunas preocupaciones comunes, pero también, más recientemente, sobre todo en lo que concierne al enfoque de los sni y el de la th, su relación ha sido objeto de un debate abierto. A continuación observamos brevemente cuáles son los planteamientos principales de cada uno de ellos, en cuanto a en-foques más generales.

eL enfoque de Los sistemas de innovación

En este entorno disciplinario la noción de sistemas de innovación ha experimentado diversos cambios de sentido y ha sido objeto de debates internos. De manera general puede decirse que este enfoque, además de inscribirse en el marco de estudios de corte económico, ha hecho énfasis en el mercado como institución y en sus actores, las empresas. Desde esta perspectiva, las empresas tienen el papel más importante (y hasta exclusivo) en el proceso de innovación, e innovan a partir de la interacción con la “in-fraestructura de conocimiento”.

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La innovación es vista como un proceso interactivo (de coevolución entre los diferentes subsistemas o instituciones), y no lineal, que tiene particularidades nacionales, regionales y sec-toriales. Se presume que hay una relación entre la innovación y el crecimiento económico, más recientemente visto de forma más amplia como desarrollo económico o desarrollo sustentable. En el desarrollo de este enfoque, el interés por influir en las políticas públicas asociadas con la innovación ha sido muy importante.

Lundvall (2000 y 2007) llama la atención sobre la necesidad de que el análisis de los sistemas de innovación profundice en la comprensión de cómo diferentes clases de conocimiento son creadas y usadas en el proceso de innovación, en el que algunos elementos del conocimiento son locales y tácitos, incorporados en las personas y arraigados en las instituciones, mientras que otros son globales, explícitos y pueden ser fácilmente transferi-dos de una parte del mundo a otra, y de cómo diferentes sectores de la economía y la sociedad hacen uso de diferentes mezclas de conocimiento local y global, y en algunas áreas —como la edu-cación y la consultoría— el know-how de aconsejar o enseñar es especialmente difícil de codificar (Lundvall, 2007: 26).

eL enfoque de La triPLe héLice4

En la evolución de este modelo analítico, y a diferencia del en-foque de los sistemas de innovación, el énfasis se ha puesto en el papel de las instituciones académicas, y en particular en el papel de las universidades, y quizá, podría decirse, su perspectiva ha

4 La primera conferencia sobre la triple hélice, que alude a una relación di-námica e interactiva entre la Academia, la industria y el Gobierno, tuvo lugar en 1996 en Ámsterdam, bajo la iniciativa de Henry Etzkowitz y Loet Leydesdorff, académicos de las Universidades de Nueva York y Ámsterdam, respectivamente, con intereses académicos y visiones teóricas muy disímiles.

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dado mejor cabida a estudios de corte sociológico, antropológico y de gestión.

Aunque por algún tiempo el modelo de la triple hélice tuvo una relación ambigua con respecto al enfoque de los sistemas de innovación, en el sentido que podrían o no caber en su amplia perspectiva, o sobre la manera en que ambos, como modelos analíticos, podrían estar o no relacionados, ya en la última con-vocatoria (de 2009) se plantea que

La triple hélice trata sobre sistemas de innovación basados en relaciones entre Universidad, industria y Gobierno [y conti-núa: La th] es ampliamente reconocida por su importancia como base institucional dinámica para la creación de riqueza (en el sentido de bienestar) y el desarrollo sustentable a través de la generación de conocimiento y su efectiva aplicación. [Dzisah y Etzkowitz, 2008].

Bajo este modelo se ha buscado entender las implicaciones eco-nómicas, pero también sociales y ambientales, de la relación y, como en el caso de los sistemas de innovación, se ha buscado también involucrar a los propios actores participantes en los procesos de innovación e influir en las políticas públicas (Dzisah y Etzkowitz, 2008).

Cuando desde esta perspectiva se habla de las redes, se tiende a aludir a las redes de innovación, y puede decirse que este enfoque se ha preocupado también por la competitividad y el desarrollo regional por medio de modelos de triple hélice.

Los enfoques de redes

Diversos enfoques de redes o combinaciones de ellos han sido adoptados para abordar el tema de las redes de conocimiento o

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temáticas afines, como las redes de información, las de produc-ción, de investigación, de innovación, las redes socio-técnicas y las de colaboración.

De manera general puede decirse que un interés básico de los enfoques de redes son los patrones de relaciones o vínculos entre entidades sociales o nodos, y parten todos ellos de la premisa de que las estructuras de relaciones sociales tienen un poder expli-cativo mayor que los atributos de los miembros que componen un sistema de vínculos dado.5

Los enfoques de redes pueden distinguirse a partir de distin-tos criterios. Hage (2002), por ejemplo, sugiere una distinción por el énfasis en la noción de redes como un mecanismo de in-tegración, como un contexto de aprendizaje o como un sistema de comunicación. Otra manera de distinguir los enfoques es en función de las distintas dimensiones de la red, la morfología, la génesis y evolución, la dinámica o el tipo de recursos que fluyen en la red (Luna, 2003).

Para fines de este análisis distinguimos tres enfoques de re-des que han influido en el estudio de las redes de conocimiento y otras temáticas afines: a) el análisis de redes sociales (ars) o análisis formal de redes, que, como su nombre lo indica, es principalmen-te un instrumento analítico; b) el enfoque basado en la “teoría del actor red” (tar), en la que la noción de red tiene un estatuto teórico mayor, y c) el enfoque de la red como un mecanismo de integración, inscrito en las teorías de la coordinación social, que son teorías de rango medio. Con antecedentes en los años ochen-ta, estas dos últimas perspectivas se desarrollan en los inicios y

5 La noción de redes sociales ha recibido aportes de diversas disciplinas y mar-cos interpretativos, que es importante tener presente y que son sugerentes para nuestro tema de trabajo (por ejemplo, Mitchell, 1973; Knoke, 1990; Hedstrom y Swedberg, 1994).

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finales de la década de los noventa. Las diferencias entre los tres enfoques descritos se resumen en el siguiente cuadro.

Tres enfoques de redes

Análisis de redes sociales (ars)

Teoría del actor-red (tar)

La red como mecanismo de coordinación

Noción de red

Sistema de comunica-ción interpersonal

Sistema de comu-nicación/ sistema de traducción

Mecanismo de inte-gración

Compo-nentes

Nodos, individuos, organizaciones, posi-ciones

Alianzas de actores animados e inani-mados

Actores institucionales

Fuentes/conceptos asociados

Sociometría, teoría de grafos, formalización matemática, tecnolo-gía computacional/capital social

Sociología de la ciencia y la tecno-logía, sociología de la innovación, dinámica de sistemas, teorías de la complejidad

Institucionalismo e institucionalismo evo-lucionista, comitolo-gía, análisis de redes de políticas, gobernanza de múltiples niveles, capital social

Énfasis La morfología de la red

La dinámica y evo-lución de la red

Las reglas de interac-ción

Imagen dominante

Redes densas egocén-tricas y compuestas por actores homogé-neos

Colectividades complejas

Redes dispersas, poli-céntricas

Intereses y preocupa-ciones

Operacionalización, medición, represen-tación/ Conexiones entre interacciones individuales y los grandes patrones sociales

La relación entre la naturaleza, la sociedad y el len-guaje. Construc-ción de modelos analíticos y opera-cionalización

En qué sentido y en qué condiciones las redes permiten alcan-zar ciertos resultados o metas colectivas

Fuente: Con base en Luna (2004)

1. El análisis formal de redes se ha utilizado en muy diver-sos trabajos sobre la temática que nos ocupa, mientras que la teoría del actor-red y el concepto de red como

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mecanismo de coordinación social han tenido un uso más restringido.

Según Sanz, Fernández y García (1999), las redes son el espacio en el que se generan, intercambian y utilizan los conocimientos que conducen a la innovación. La creciente relevancia, en el contexto europeo, de los ins-trumentos de política tecnológica y de innovación ba-sados en la colaboración, tales como el programa marco de i + d, o Eureka, son ejemplos prácticos de las nuevas estrategias basadas en colaboración entre empresas, o entre estas y centros académicos de investigación.

Mediante el ars, Sanz (2001) trata de mostrar el alcance de la cooperación en la investigación subsidiada. El aná-lisis de redes sociales permite profundizar en el estudio de las estructuras sociales que subyacen a los flujos de conocimiento y de información. Es decir, es novedosa la aplicación de este análisis al estudio de la colaboración en i + d.

2. La tar es un proyecto teórico impulsado por Bruno Latour y Michel Callon, entre otros. En cuanto al te-ma que nos ocupa, esta perspectiva trata de descifrar la complejidad de los fenómenos ligados a la innovación, y en particular a la difusión de las innovaciones, con base en el reconocimiento de la importancia del apren-dizaje mediante el uso (learning by using). Son las redes socio-técnicas las que hacen posible la circulación de las innovaciones, y estas son sólidas en la medida en que permiten la convergencia entre múltiples actores en torno a un objeto técnico (Arvanitis, 1996: 48-49).

Desde esta perspectiva, la red es una configuración de elementos animados e inanimados. Se trata de sistemas de alianzas de personas y sistemas de alianzas de cosas

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que conectan a la gente, que son interdependientes y se ligan por un periodo de tiempo.

A diferencia del ars, que se ocupa fundamentalmente de la morfología de la red, la tar se preocupa por los procesos, la dinámica y la evolución de las redes, aunque también se ocupa de la construcción de modelos analí-ticos capaces de describir sus trayectorias. En cuanto a la dinámica de las redes, es crucial en esta teoría la fun-ción de traducción, que se refiere a las “negociaciones, intrigas, cálculos, actos de persuasión y violencia, por los cuales un actor o una fuerza adquiere autoridad para hablar o actuar en representación de otro actor o fuerza” (Stalder, 1997). La traducción es lo que permite a los actores comunicarse, entenderse e imponer sus ideas o instrumentos, y marca la evolución de la red.

3. El punto de partida de las redes como mecanismo de integración son las redes dispersas, policéntricas, donde —a la manera de la tar— ocurren desfases cognitivos como efecto de la heterogeneidad o especialización de los actores, a diferencia del ars, que parte de la imagen de estructuras densas, egocéntricas y constituidas por actores homogéneos.

Lo que distingue las redes de otras formas de coordina-ción es su alto nivel de complejidad, que es resultado de fenómenos de diferenciación, especialización e interde-pendencia entre distintos sistemas sociales, el político, el social, el económico, el científico, el educativo, etc.; se enfatiza así la noción de red como mecanismo de integración y estructuración del conflicto.

Desde esta perspectiva, las redes son estructuras orientadas al abordaje y (eventualmente) la solución de problemas comunes,

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que cruzan barreras organizativas, sectoriales, institucionales, cul-turales o territoriales, y vinculan actores de diferentes entornos institucionales. Para construir y alcanzar metas comunes, las redes dependen de la comunicación y el flujo de información, e impli-can una tensión entre la cooperación y el conflicto, derivados de intereses, recursos y necesidades diversas. Finalmente, las redes tienen un horizonte temporal limitado, en la medida en que se disuelven una vez que cumplen sus objetivos o, en su caso, cuando predomina el conflicto y se rompen los acuerdos.

Cabe anotar que a pesar de sus evidentes diferencias, estos tres enfoques tienden a converger en torno a la idea de las redes como entidades complejas, en la mediad en que presentan tres propiedades que se expresan en altos niveles de autonomía (en cuanto a su capacidad de autorregulación y a la capacidad de elec-ción de sus miembros), interdependencia y dinamismo (Luna, 2004; Luna y Velasco, 2006).

El enfoque de redes de conocimiento

Este enfoque se ha ido construyendo en los últimos años a nivel internacional, aunque las autoras de este trabajo nos adentramos en su análisis desde fines de los años noventa (Casas, 2001; Lu-na, 2003).

La idea de redes de conocimiento ha sido muy sugerente para analizar y conceptualizar los procesos de generación, distribución y apropiación o uso social del conocimiento. Lo que se denomina comúnmente redes de conocimiento constituye un caso particu-lar de los enfoques de redes, que en combinaciones variables ha retomado elementos de los distintos enfoques, según se atienda a la morfología de la red, a su dinámica, al tipo de recursos o tipos de conocimiento que se ponen en juego, y según se ponga

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el acento en la red como un contexto de aprendizaje o como un mecanismo de integración.

La idea básica es que los individuos son actores intencionales, con motivaciones sociales y económicas, cuyas acciones están in-fluidas por una red de relaciones en las cuales están insertos (Gra-novetter, 1973). Así, los actores y las relaciones que mantienen entre ellos forman una red social, en la cual un elemento clave es la posición que cada actor ocupa en ella, lo que forma la estruc-tura general de la red, la cual, a su vez, implica oportunidades y restricciones para los actores.

De manera explícita o implícita, diversos estudios sobre re-des de conocimiento han incorporado la visión de las redes como estructuras complejas que traspasan distintos tipos de fronteras, por ejemplo, las disciplinarias, las territoriales y las propiamente institucionales. De allí la importancia del llamado “personal de frontera” (los intermediarios, los traductores, los conectores, etc.), de los mecanismos y procesos que hacen posible la integración (como la confianza, el capital social y la “traducción”) y de las llamadas instituciones o campos disciplinarios “puente”, es decir, que conectan individuos de otra manera desconectados (Casas, 2001; Luna, 2003).

En este marco general, una buena definición de la red de conocimiento se encuentra en Gross et al. (2001: 7-8), quienes la definen como

… un conjunto de actividades emprendidas por actores autónomos discretos, dotados con capacidad de consumir y producir conocimiento que incrementa el valor de las acti-vidades de los actores, contribuye a la expansión del conoci-miento, extendiendo el alcance para las aplicaciones de nuevo conocimiento, y facilitando el desarrollo y retroalimentación del conocimiento.

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Las redes de conocimiento son

… estructuras especialmente difusas, a menudo agregaciones de individuos y organizaciones, vinculadas por medio de intereses compartidos e interesados acerca de un problema. Estos individuos y organizaciones son autónomos pero están unidos para generar y añadir conocimiento acerca de proble-mas compartidos. Las redes de conocimiento generalmente no tienen fronteras rígidamente definidas, y comparten co-nocimiento a través de fronteras políticas y sociales.

Los miembros de una red de conocimiento participan activa-mente en el intercambio de información, y esta participación añade valor para los usuarios, pues mejora el conocimiento que es compartido. Según Gross et al. (2001: 20), las redes generan nuevo conocimiento, generan un conocimiento operacional y diseminan el conocimiento global a nivel local; las redes de co-nocimiento promueven nuevas formas de comunicación entre distintos actores y representan una nueva forma de organización social en favor del desarrollo local.

En el caso de algunos trabajos desarrollados en el contexto latinoamericano bajo el enfoque de redes de conocimiento, es de resaltar que el análisis ha buscado derivar en recomendaciones de política que puedan fortalecer esas redes, así como su impacto en la innovación, el desarrollo social y el desarrollo regional (por ejemplo, Casas, 2001; Albornoz et al., 2005; Albornoz y Alfaraz, 2006). A estos trabajos nos referiremos más adelante.

Como un balance general de los enfoques de redes, pode-mos afirmar que los enfoques de los si, la th y las rc comparten algunos intereses y presupuestos. Entre los presupuestos comu-nes, uno de los más importantes es el del carácter interactivo, no lineal, de los procesos que dan lugar a la innovación o, en su caso,

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a la generación y el uso del conocimiento. Los tres convergen en cierto desplazamiento de la relación entre economía e innovación hacia la relación entre conocimiento y desarrollo. Finalmente, los tres presentan un marcado interés en la investigación con fines prácticos, es decir, un interés en las políticas.

En cuanto a sus diferencias más evidentes, mientras que el enfoque de los si pone el acento en la lógica económica, el enfo-que de redes lo ha puesto en la lógica social; asimismo, mientras que los si ponen el acento en las empresas, la th lo ha puesto en las universidades, y mientras que los si y la th han hecho énfasis en la innovación, el enfoque de redes ha hecho énfasis en el co-nocimiento, desde la perspectiva de su generación, distribución y uso. En cuanto a sus énfasis temáticos, los si han destacado el aprendizaje.

Visto de esta manera, puede decirse que los tres enfoques pueden funcionar —y de hecho en varios estudios han funciona-do— como complementarios. En una primera instancia, su adop-ción y combinación depende más bien de opciones disciplinarias, del punto de vista desde el cual se observan las interacciones ins-titucionales, las empresas o las universidades, y de los intereses en los ejes temáticos o problemáticos que cada enfoque privilegia. Sin embargo, como veremos más adelante, pueden identificarse vasos comunicantes más sutiles, pero también algunas diferencias que son significativas o problemáticas, que vale la pena consi- derar.

El estudio de las redes de conocimiento en el contexto latinoamericano

En América Latina el estudio de las redes de conocimiento se ha venido nutriendo de muy diversas investigaciones, buena parte

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de ellas de carácter colectivo, que han abordado distintos aspectos centrales de esta problemática, y que en mayor o menor medida se han desarrollado en el marco de los enfoques previamente tra-tados, o en combinaciones de ellos.

eL enfoque de redes de conocimiento

Claramente, desde el enfoque de las redes de conocimiento, y con un interés en la dimensión regional del fenómeno, puede mencionarse la investigación colectiva realizada a finales de los años noventa, y cuyos principales resultados fueron publicados en el libro La formación de redes de conocimiento: una perspectiva regional desde México (Casas, 2001). Esta investigación, de carácter sociológico, adopta centralmente un enfoque de redes de cono-cimiento y combina elementos del modelo de la th, y en menor medida del enfoque de los si y, como el título del trabajo lo indica, adopta una perspectiva regional. Originalmente, de alguna ma-nera la idea de redes de conocimiento parecía poder proporcionar mejores elementos para entender las relaciones de colaboración entre las empresas, las universidades y el Gobierno, que la idea de los sistemas de innovación que, por otra parte, tenía un mayor soporte en la economía.

La investigación aborda dos aspectos principales del proble-ma: por una parte, las capacidades y disposición de los actores institucionales participantes para generar redes de conocimiento en un entorno territorial dado, y, por la otra, la estructura, diná-mica y tipos de conocimiento que fluyen en las redes a partir de determinados campos tecnológicos, sectores económicos y tipos de instituciones participantes en las redes.

Uno de los resultados de esta investigación, que nos intere-sa destacar aquí, es que la adopción de un enfoque de redes de

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conocimiento orientado a la solución de problemas específicos permitió la identificación de un campo de relaciones e interac-ciones mucho más amplio, así como de actores participantes y de mecanismos de colaboración, de lo que hubiera sido posible desde la perspectiva de los si y de la propia th. Un ejemplo más reciente de este planteamiento es el trabajo que articula los enfo-ques de rc y de los si sobre redes y flujos de conocimiento en la acuacultura mexicana (Casas et al., 2007), que tiene el objetivo de analizar el impacto que el conocimiento generado y transferido en este sector tiene en el desarrollo regional, así como el papel del capital social basado en conocimiento.

En la misma línea del enfoque de redes de conocimiento se encuentra la investigación colectiva que intenta descifrar los procesos involucrados en las relaciones interpersonales que se dan entre el mundo de la empresa y la Academia, y en los flujos de conocimiento tácito, con el fin de arrojar alguna luz sobre la magnitud y la calidad de las redes de conocimiento que es difícil de captar por medio de los indicadores comúnmente utilizados para valorar las relaciones entre la Academia y las empresas, como los artículos en coautoría o las patentes conjuntas. Este estudio se basó en la articulación de diferentes enfoques de redes (Luna, 2003).

Privilegiando el enfoque de la red como modalidad de coor-dinación social, y con relación a las redes de conocimiento, Luna y Velasco continuarían investigando sobre tres mecanismos y procesos de integración que aparecieron como particularmente importantes en las investigaciones previas: la traducción, la con-fianza y los mecanismos de toma de decisiones como la negocia-ción y la deliberación, así como en la noción de la red como un “sistema asociativo complejo”.

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eL anáLisis de redes en Los sistemas de innovación

Dentro del enfoque de sistemas nacionales de innovación, y más particularmente en la idea de sistemas sectoriales, regionales o locales de innovación, es importante mencionar varios de los trabajos desarrollados en América Latina que se han acercado al concepto de redes, sin darle un tratamiento explícito o con un enfoque definido, o que han considerado algunos de los aspectos que conformarían el concepto de red.

En México, Dutrenit y Aboites (2003), Dutrenit, et al. (2006) y Corona (2001) han enfatizado en la importancia de los vínculos entre las empresas y los centros públicos de investigación e instituciones de educación superior, señalando que este factor tiene una importancia relativa en los procesos de innovación de las empresas. Sánchez Daza (2000, 2006) y otros autores tam-bién se han referido al problema de la vinculación, que ha sido analizado en la región específica de Puebla, Hidalgo y Tlaxcala. Otros trabajos en México han analizado la forma en que los centros públicos de investigación se relacionan con los sectores productivos, particularmente en México, mediante el uso del concepto de redes de innovación (Díaz y Arechavala, 2008). Estos trabajos enfatizan la perspectiva regional y local en la construcción de estas interacciones, sin llegar a documentar la formación de redes.

Por su parte, trabajos realizados en Brasil (Cassiolato y Lastres, 1999; Lastres, Cassiolato y Maciel, 2004; Lastres y Cassiolato, 2006), que se iniciaron bajo el enfoque de sistemas de innovación, con énfasis en sistemas regionales y locales, y que evolucionaron después en el concepto de arreglos y sistemas productivos locales, consideran las especificidades de numerosas

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regiones y localidades brasileñas que han mostrado una capacidad de innovación por medio de la interacción entre distintos agentes sociales. Con esta idea se trata de encontrar nuevas vías para el desarrollo económico y social de las regiones brasileñas, en las que se han realizado numerosos estudios empíricos que identifican las especializaciones productivas de distintos estados, los elementos que integran el sistema institucional de innovación, las redes específicas que se han construido entre diversos agentes de la lo-calidad o la región para el desarrollo industrial y los procesos de interacción que han fomentado pequeñas y medianas empresas en diversas regiones de Brasil.

Una obra particularmente relevante para el tema es Redes, jerarquías y dinámicas productivas, compilada por Casalet, Cimoli y Yoguel (2005: 11), cuyo interés central es identificar el conjunto de transformaciones sectoriales, institucionales, empresariales y territoriales impulsadas por los procesos productivos globales. Mucho más cerca de la perspectiva de los si, varios de los traba-jos contenidos en este volumen buscan dar cuenta de cómo se organiza la sociedad para generar, circular y acumular los conoci-mientos, donde el conocimiento es considerado como un “factor productivo” y “los sistemas territoriales funcionan como opera-dores de cuasi-mercado, contribuyendo en los casos positivos a disminuir las incertidumbres y a contrarrestar las debilidades de las competencias endógenas de los agentes”. Estos autores utilizan el concepto de redes para analizar las tramas productivas globales en diferentes sectores, con la finalidad de diseñar políticas en el campo de la producción que permitan acelerar la generación y difusión del conocimiento.

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eL anáLisis de redes sociaLes y redes socio-técnicas

En el campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología (Esocite)6 en América Latina, se han desarrollado trabajos que utilizan diversas conceptualizaciones de redes.

Al revisar los artículos publicados en Redes. Revista de Estu-dios Sociales de la Ciencia, entre 1999 y 2008, se pueden apreciar algunas contribuciones. Así, se han analizado las redes de coo-peración como modelo organizativo, enfatizando en el caso del Mercosur y las redes de innovación. La temática de la cooperación y la vinculación se volvió a incluir en 2001 con varios artículos latinoamericanos. El debate sobre la triple hélice fue objeto de discusiones en el n.º 18 de 2002, con el trabajo de Shinn (2002) y las contribuciones de Sutz (2002) y Kreimer (2002) desde la perspectiva de América Latina. El tema de las redes no ha sido explícitamente analizado en los números subsecuentes, aunque sí se han incluido algunos artículos que analizan el tema de la cooperación entre las universidades y los sectores productivos, y las interacciones en la producción de conocimientos, utilizando etnografías de laboratorios.

6 La red Esocite tiene como referente las Jornadas Latinoamericanas de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (hoy Congreso Latinoamericano), que han constituido un espacio de reflexión interdisciplinaria sobre las actividades de ciencia y tecnología en América Latina y el Caribe, y de presentación y discusión de resultados de investigación. La primera reunión fue organizada en 1994 por Pablo Kreimer, del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes, y tuvo lugar en 1995 en Buenos Aires, Argentina. Las sucesivas reuniones bianuales han tenido lugar en Venezuela, México, Brasil, México, Colombia y Brasil. Después de varios años de encuentros periódicos, en 2006 se creó la Sociedad Latinoamericana de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología.

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De un análisis de la reunión del Congreso Latinoamericano de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología,7 que tuvo lugar en 2008 en Rio de Janeiro, puede afirmarse que la utilización de enfoques de redes, y en particular el de redes de conocimiento, tiene una aplicación limitada. En los trabajos presentados en esta reunión, solamente 3 de las 117 temáticas se refieren a nuestro asunto de interés, análisis de redes interinstitucionales, redes de tecnología social y educación en ciencia, tecnología y sociedad, y redes socio-cognitivas, no habiéndose incluido como temática por los organizadores la de redes de conocimiento. Es interesante hacer notar la dispersión de los enfoques de redes, que van desde el análisis de redes científicas, redes de investigación, redes coope-rativas o de cooperación, tanto nacionales como internacionales, redes de ong y movimientos sociales, hasta redes sociotécnicas, redes de vinculación y producción de conocimientos, y redes de conocimiento, con un solo trabajo presentado sobre esta con-ceptualización (Casas, et al., 2008). Lo anterior denota que en el campo Esocite se ha aportado muy poco al enfoque de redes de conocimiento, a pesar del desarrollo que ha tenido el análisis de redes en el estudio de las ciencias. Asimismo, se podría afirmar que la influencia de Callon y Latour, sociólogos de la innovación y promotores de la teoría del actor red y las redes socio-técnicas, parecería haber tenido poco impacto en la región.

Otros trabajos realizados en la primera década del siglo xxi en la región han utilizado algunas de las conceptualizaciones del análisis de redes sociales o de redes sociotécnicas. González (2004) analiza el desarrollo de las agrobiotecnologías desde el enfoque del ars, y Orozco y Chavarro (2006) utilizan este mismo enfo-

7 Este congreso se refiere a las reuniones que antes se conocieron como Jor-nadas Latinoamericanas de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, organizadas por la Red Esocite.

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que para el análisis de las comunidades científicas que se forman alrededor de los programas nacionales de ciencia y tecnología en Colombia, en el campo de la biotecnología. Otros estudiosos han aplicado el análisis de redes socio-técnicas. Este es el caso del grupo de investigación encabezado por Antonio Arellano Her-nández en la Universidad Autónoma del Estado de México (Are-llano, 1999; Arellano y Ortega, 2002; Arellano y Jensen, 2006, Arellano, Ortega y Martínez, 2004). Se aborda el análisis de la construcción de objetos tecno-científicos mediante el enfoque de redes socio-técnicas y la utilización de metodologías etnográficas para explicar el desarrollo de objetos tecnológicos.8 En estas in-vestigaciones se ha buscado responder cuáles son las interacciones entre la construcción de las relaciones sociales y la fabricación de objetos tecnológicos, cómo la investigación tecnológica conduce a la incorporación de actores naturales y sociales y expande sus relaciones (Arellano, Ortega y Martínez, 2004: 143). A estas investigaciones, de carácter micro, se les ha aplicado un enfoque que reconoce cómo los actores humanos y las leyes naturales se integran en forma de redes socio-técnicas mediante complejos procesos de hibridación.

En Argentina, el concepto y sus aplicaciones se han dado en el marco de los estudios sobre innovación. Fuch, Novick y Yoguel (2003) analizaron el caso del Laboratorio de Investigación y For-mación en Informática Avanzada de la Universidad Nacional de La Plata para observar el desarrollo de una red de conocimiento y determinar cómo se genera, fluye, se distribuye e intercambia el conocimiento a) en su interior, b) con el sector productivo, c) con

8 Se han seguido los casos del desarrollo de polímeros cerámicos anticorrosivos, como el antigraffiti, la investigación en transgénesis vegetal y de papas (Arella-no, Ortega y Martínez, 2004) y equipos médicos para litotripsia (Martínez, 2006).

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otros centros académicos, y d) con otras instituciones públicas o privadas. Asimismo, se investigó la estructura de la red, su sendero evolutivo de construcción de competencias, el tipo de flujos de conocimiento que se genera y se intercambia y el impacto que tienen desde la perspectiva regional y local.

En Brasil, en el ámbito de los estudios sociales de la cien-cia y la tecnología, el análisis de redes, además de los trabajos ya reseñados en el apartado de sistemas de innovación, se ha aplicado al estudio de la producción y apropiación de la ciencia y la tecnología. La importancia de las redes se enfatiza para el análisis de la producción, diseminación y apropiación de cono-cimientos, y también se reflexiona sobre la contribución de las redes a la generación de nuevas formas de vida económica, social y cultural, principalmente para explicar los fenómenos sociales mundiales, cuya complejidad socio-temporal exige un abordaje transdisciplinar y multisectorial (Tavares y Baumgarten, 2008: 10; Baumgarten y Da Costa Marques, 2008: 15). Sales (2008: 22-39) analiza la importancia de las redes intelectuales y científicas en la elaboración de descubrimientos y avances intelectuales y estudia cuál es el papel de los individuos y de las redes en esos avances.

Además, en el ámbito del posgrado de Ingeniería de Pro-ducción en la ufrj, en Brasil, en la línea de gestión e innovación, se ha incentivado el uso del concepto de redes de conocimiento siguiendo los planteamientos de Casas (2001), en cuyo marco varios posgraduados han elaborado sus tesis.9

9 Véase Niomar Pimenta, “A Formação das redes de conhecimento nas áreas de fármacos e cosméticos no estado do Amazonas” (tesis de doctorado), 2005; Mariomar de Sales Lima, “Geração e difusão do conhecimento no setor de piscicultura do estado do Amazonas: Uma análise das interações entre os produtores e usuários de conhecimentos”, 2005, y Marcello da Silva Ferreira, “A formação de redes de conhecimento nas indústrias metal-mecânica e de confecções de Nova Friburgo” (tesis de maestría), 2002.

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En el recientemente realizado Seminario de la Red Prime10 se presentaron trabajos con distintas conceptualizaciones de redes. Pérez y Vinck (2008) analizan el desarrollo de la nanotecnología en Colombia, y por medio de la teoría del actor-red documen-tan la construcción de redes en este campo y su relación con el desarrollo.

eL enfoque de redes en eL anáLisis de PoLíticas de ciencia, tecnoLogía e innovación

En la región, el uso del concepto de redes también ha estado pre-sente en los estudios orientados al análisis de políticas de ciencia, tecnología e innovación. En el caso de México, Casalet (1995, 1999, 2007) ha argumentado alrededor de un nuevo enfoque de las políticas públicas afirmando que la política de redes

… configura en la actualidad una nueva organización de los recursos basada en la información y el aprendizaje, la distri-bución de los recursos económicos apoyados para la colabo-ración pública y privada; y la participación interdependiente de diversos actores, que ahora es menos jerárquica, ya que la acción del Gobierno es percibida de forma más horizontal.

En este mismo marco de redes de política, Mónica Salazar (2008) ha analizado con una perspectiva de políticas la formación de redes de excelencia en Canadá y Colombia, mediante un estudio comparativo.

10 La Red Prime es una red de excelencia europea para desarrollar investigación de largo plazo y para compartir infraestructura y políticas para la investigación y la innovación hacia la formación de un Área Europea de la Investigación. Integra a 49 instituciones, 230 investigadores y 120 estudiantes de doctorado de 16 países europeos. Inició sus trabajos en 2006 y los concluyó en 2009.

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enfoques más recientes desde La idea de sociedad de conocimiento

Desde una visión más amplia de la noción de red de conocimien-to, que tiene como referente la sociedad del conocimiento, los trabajos del libro editado por Albornoz y Alfaraz (2006) Redes de conocimiento: construcción, dinámica y gestión, reflexionan prin-cipalmente sobre las “oportunidades y amenazas” del trabajo en red en el contexto latinoamericano.

Revistas como la Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, publicada por la oei, la Universidad de Salamanca y Redes, contienen trabajos directamente relacionados con la temá-tica que nos ocupa (Revista cts, 2/4, enero de 2005). Es el caso, también, por ejemplo, de la Revista Latinoamericana de Estudios del Trabajo (Flacso, 2/1, 1996), uno de cuyos intereses principa-les es responder a la interrogante sobre el valor que adquieren las regiones y las redes en la orientación de las políticas industriales y tecnológicas de los países latinoamericanos, y en varios de los trabajos se revela también la importancia de las pymes en el im-pulso a la competitividad de las regiones.

¿Un nuevo contexto intelectual?

aLgunas imPLicaciones de La comunicación norte-sur en eL desarroLLo de La investigación sobre redes de conocimiento en américa Latina

Una primera observación es que, de manera directa o indirecta, parte de la investigación en América Latina en este campo se ha inscrito en un esfuerzo explícito de comunicación entre los paí-ses desarrollados y los países en desarrollo, o “emergentes”. Este

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esfuerzo, que conjuga voluntades de una y otra parte, se ha ma-terializado en reuniones internacionales periódicas que convocan redes de investigadores de diversas partes y regiones del mundo. Dos de estas redes son la de la triple hélice, que mantiene confe-rencias bianuales desde 1996, cuando fue convocada la primera reunión bajo el título “Una triple hélice de relaciones entre la Universidad, la industria y el Gobierno” (www.triple-helix-7.org), y Globelics, la “Red global para el estudio de la economía del aprendizaje, la innovación y los sistemas de construcción de competencias, orientada a los países en desarrollo, las economías emergentes y las sociedades en transición” (www.globelics.org), que con una fuerte influencia del enfoque de los sistemas de inno-vación convocó a su primera reunión en Brasil en 2003, y desde entonces ha mantenido reuniones anuales en diversos países.11

Otras dos redes de investigadores que también han con-tribuido a esta discusión, pero desde la propia perspectiva ibe-roamericana o latinoamericana, son, respectivamente, la Asocia-ción Latino-Iberoamericana de Gestión Tecnológica (Altec) y la antes mencionada red de Esocite (véanse, por ejemplo, Kreimer y Thomas, 2004 y Vaccarezza, 1998). En el marco de la primera se han generado estudios de gestión del conocimiento mediante

11 Globelics representa uno de los esfuerzos más explícitos de esta comunica-ción Norte-Sur, y está directamente orientada a entender el fenómeno de la innovación en los llamados países en desarrollo. Sin embargo, es importante destacar que la red de la triple hélice se ha preocupado por mantener esta comunicación, e incluso, con diversos investigadores de países latinoamerica-nos, ha desarrollado proyectos conjuntos de publicaciones (libros y números temáticos en revistas especializadas), y uno de sus promotores ha elaborado varios trabajos en coautoría con investigadores latinoamericanos (por ejem-plo, Etzkowitz y Blum, 1995; Mello y Etzkowitz, 2009; Etzkowitz y Brisolla, 1999). La conferencia de 2000 que se llevó a cabo en Rio de Janeiro versó precisamente sobre “el papel de las relaciones entre la ciencia, la industria y el Gobierno en la creación de condiciones para la innovación futura” en América Latina.

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la participación de distintos actores. Dicha red se ha interesado en la medición del conocimiento que se intercambia y sus efectos en los procesos de innovación y de aprendizaje, así como en su impacto. Fue en el encuentro en Buenos Aires, en 2007, en el que se incluyó el tema de las redes conceptualizadas como redes de colaboración, más que de conocimiento. Por lo que se refiere a Esocite, se ha construido un espacio de investigación y reflexión sobre el nuevo contrato social que está emergiendo entre la cien-cia, la tecnología y la sociedad, mediante el cual se busca pensar en sociedades futuras más justas e igualitarias.

Una segunda observación es que este esfuerzo explícito de comunicación Norte-Sur ha influido en el desarrollo de la investi-gación en América Latina, al mismo tiempo que esta investigación ha tenido una influencia, si se quiere, incipiente, pero sin duda novedosa, en la evolución de estos dos enfoques.

Un cambio interesante e importante que afecta tanto al enfo-que de los sistemas de innovación (si) como a la perspectiva de la triple hélice (th) es la tendencia a desplazar el limitado interés en la relación entre la innovación y el crecimiento económico hacia un interés más amplio en su relación con el desarrollo sustentable y diversos problemas de justicia social, y en un desplazamiento del limitado interés por la innovación en un interés más amplio sobre la generación y el uso del conocimiento (Arocena y Sutz, 2003; Cassiolato y Lastres, 2008). Es difícil probar y sostener que estos cambios se han debido a un diálogo más explícito entre el Norte y el Sur, pero es muy probable que las condiciones del Sur hayan contribuido a la reorientación de estos modelos analíticos.

En el marco de este flujo directo o indirecto de comunicación surge la noción de redes de conocimiento, más que de innovación y de espacios regionales de conocimiento, más que de sistemas regionales de innovación (Casas, 2001), que atendiendo a diver-sos enfoques de redes intentan describir una condición propia y

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al mismo tiempo mantener una comunicación con las distintas teorías. Este enfoque de las redes de conocimiento en entornos de innovación parte en gran medida del interés por desarrollar una perspectiva que permita entender mejor los fenómenos aso-ciados con la generación y el uso del conocimiento orientado a la innovación, en dos sentidos: a) en la media en que de manera más o menos explícita reconoce que hay notorias diferencias en la manera en que países con distinto nivel de desarrollo experi-mentan la innovación y la generación y el uso del conocimiento, y consecuentemente reconoce que son distintos los problemas que se tienen que atender, los temas que se habrán de privilegiar en el análisis, y los esquemas y mecanismos de política que requieren, y b) en la medida en que atiende a la lógica social de los procesos. De allí el énfasis del enfoque de redes de conocimiento en las re-des (de relaciones sociales) y no en los sistemas, y el énfasis en el conocimiento más que en la innovación.

sobre eL PaPeL de Los diferentes agentes en eL desarroLLo basado en eL conocimiento

Como hemos visto, en América Latina, como en otros países, el estudio de la generación y el uso del conocimiento han estado orientados en gran medida a la elaboración de recomendaciones de política (ya sea gubernamental, propiamente pública o institu-cional), lo que supone un más o menos activo papel del Gobierno en el impulso de esos procesos. En este sentido, la investigación en materia de políticas, en particular las políticas de innovación, ha sido muy relevante. En cuanto al Gobierno, hay sin duda al-gunas diferencias de matiz con respecto a su papel. Por ejemplo, mientras que dentro del enfoque de la th se ha considerado que, en general, las políticas de innovación debieran ser un resultado de la interacción, más que de una prescripción del Gobierno (Dzisah

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y Etzkowitz, 2008), Lundvall (2007) pone el énfasis en el hecho de que en el Sur la política pública es una actividad consciente que necesita estimular y soportar el desarrollo espontáneo de sistemas de innovación. Por su parte, la necesidad de una participación más activa (por ejemplo, en el establecimiento de prioridades de desa-rrollo científico y tecnológico) y de una función más significativa de los gobiernos nacionales y locales se ha sugerido en algunos estudios realizados desde el enfoque de las redes de conocimiento.

Sin embargo, una controversia mayor se ha puesto en la mesa de discusión entre los si y la th, en cuanto al papel de las univer-sidades. Según Lundvall (2007), tanto el enfoque del modo 2 de producción de conocimiento (en alusión a Gibbons et al., 1994), como el de la th, cuyo foco está en la ciencia, y el papel de las uni-versidades en la innovación (en la liga entre ciencia y tecnología e innovación), han contribuido a la distorsión del enfoque de los si cuando se presentan a sí mismos o son adoptados en materia de políticas, y no como si se analizara un subsistema del sistema de innovación, sino como una completa alternativa al enfoque del si (y cita como evidencia de esta afirmación a Etzkowitz y Leydesdorff, 1995; Etzkowitz y Leydesdorff, 2000).

Como un contrapeso a la tendencia que resulta de una polí-tica de innovación orientada por el mercado, Lundvall expresa la necesidad de desarrollar un campo más amplio de política, una política del conocimiento (knowledge politics) que cubra todos los aspectos de la producción del conocimiento y tenga en cuenta que la producción de conocimiento tiene un alcance que va mu-cho más allá de solamente contribuir al crecimiento económico.

Para los estudios de redes de conocimiento en el contexto latinoamericano, las universidades y los centros de investigación han tenido una importancia central por varias razones: a) han da-do la pauta para analizar la “tercera misión de las universidades”, no como una aspiración, sino como un dato, en la medida en que

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a lo largo de las últimas décadas muchas universidades incorpo-raron en su misión, además de la docencia y la investigación, su contribución al desarrollo económico, e implementaron un am-plio y variado repertorio de mecanismos de vinculación con las empresas (véase, por ejemplo, Brisolla, 2005; Casas y Luna, 1997; Casas, 2001); b) el problema de la autonomía, y en particular el de la autonomía de las universidades, ha sido central, pero en este caso no es un dato dado, sino una pregunta de investigación: ¿Qué tanto se preserva o no la autonomía universitaria en un contexto de interdependencia entre el Estado, la Academia y el mercado?; c) el estudio de rc ha mostrado precisamente la importancia del conocimiento generado en las universidades para la sociedad en general; d) el estudio de las rc en buena medida se ha centrado en las relaciones personales y los flujos de conocimiento tácito, y no exclusivamente en el conocimiento científico y técnico, como resultado de la importancia de la confianza entre distintos acto-res, incluidos los actores no especializados; de los mecanismos no tradicionales de vinculación, como son las relaciones personales, y del conocimiento tácito en los flujos de conocimiento codifi-cado. En este contexto, la construcción de capital social basado en conocimiento se ha convertido en un aspecto central para pensar en nuevos modelos para el desarrollo local y regional sustentable (Casas, 2003, 2008).

Hay, sin embargo, una diferencia de énfasis entre los enfo-ques que es importante apuntar, y es que para los si lo que modela la naturaleza y los alcances de las interacciones y su propensión a innovar son los hábitos y las prácticas de las empresas y otras organizaciones, como las universidades y los institutos de inves-tigación, con respecto al aprendizaje, la formación de vínculos y la inversión (Cassiolato y Lastres, 2008).

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sobre La dimensión regionaL

En varios países latinoamericanos la investigación centrada en la dimensión regional ha estado orientada, en parte, por el enfoque de los si. Un ejemplo de su utilización, como base conceptual, es el programa de investigación RedeSist, al que ya se ha hecho referencia, que estudia los sistemas de producción e innovación locales en Brasil y otros países del Mercosur. Cassiolato y Lastres (2008) enfatizan también en el hecho de que los “principales elementos del conocimiento”, que son la base de la innovación, están incorporados en la mente y el cuerpo de los agentes, o en las rutinas de las empresas y en las relaciones entre estas y las organizaciones (término con el que se hace referencia a las uni-versidades y los centros de investigación). Pero insisten en que el marco nacional importa, pues las trayectorias de desarrollo contribuyen a dar forma a los sistemas de innovación específicos. E importa también, como hemos visto, la dimensión interna-cional; o, dicho en otros términos, es importante saber cómo los procesos de globalización afectan las posibilidades de construir sistemas nacionales y locales de innovación en países en desarrollo (Lastres y Cassiolato, 2005).

Conclusiones

A lo largo de este trabajo se han sistematizado los distintos marcos analíticos, dentro de los cuales se ha generado el concepto de redes de conocimiento, así como las influencias teóricas y metodológicas que ha recibido. Se ha hecho una primera aproximación a lo que podría ser un estado del arte sobre el uso de esta idea en la región latinoamericana. No obstante lo anterior, aún queda mucho trabajo analítico por realizar para tener un mapa completo de la

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utilización de la idea de redes de conocimiento en los trabajos ela-borados sobre la ciencia, la tecnología y la innovación.

Un aspecto que es importante enfatizar en estas conclusiones es que la idea de redes y de redes de conocimiento parece estar implícita en numerosos trabajos en la región, que se enfocan tan-to al análisis de las interacciones entre instituciones académicas y sectores productivos, como los que se centran en las relaciones entre empresas, y particularmente en el análisis de las pequeñas y medianas empresas. Sin embargo, ni la idea de redes ni la de redes de conocimiento es mencionada en forma explícita en muchos de estos trabajos, aunque la noción de generación y uso de conocimien-to es uno de los ejes en dichos trabajos. Por lo tanto, habría que realizar un análisis más fino para completar esta revisión.

Del análisis realizado surge un conjunto de problemas para una agenda latinoamericana sobre redes de conocimiento:

1. Realizar estudios con un enfoque interdisciplinario, que permitan integrar la lógica económica y la lógica social de los procesos involucrados en la generación y el uso del conocimiento.

2. Realizar estudios comparativos entre países, regiones y sectores para identificar patrones estructurales y evolu-tivos de las redes en la región latinoamericana.

3. Avanzar en la conceptualización y el enfoque metodoló-gico de redes de conocimiento, en diálogo con los otros enfoques de redes utilizados en la región, tales como las redes productivas, las redes socio-técnicas, las redes de innovación y las redes académicas y científicas.

4. Profundizar en la evaluación de los procesos de forma-ción de redes y en el impacto social regional y/o local.

5. Evaluar las políticas que fomentan la construcción de redes de conocimiento y orientarlas a fortalecer y con-

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solidar las ya existentes de manera tal que detonen desa-rrollo social a nivel regional y/o local. Hasta ahora se ha apreciado que es difícil decretar la formación de redes de conocimiento; por lo tanto, una pregunta importante sería: ¿Cómo potenciar las redes de conocimiento desde las políticas públicas?

6. Enfocar el análisis de redes particularmente en el ám-bito de las pymes y en aquellos sectores orientados al desarrollo social local y regional.

7. Incluir la participación del Estado en la formación de estas redes. El papel del Estado, por intermedio de los gobiernos estatales o locales, será fundamental en la definición de las orientaciones de dichas redes y para potenciar los procesos de aprendizaje, para crear condi-ciones que conduzcan a la generación de confianza y a la identificación de objetivos compartidos, y en general para afrontar problemas de coordinación entre dife-rentes actores con la finalidad de contribuir a un mejor funcionamiento de las redes.

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“APROPIACIÓN FUERTE” DEL CONOCIMIENTO: UNA PROPUESTA PARA

CONSTRUIR POLÍTICAS INCLUSIVAS DE CIENCIA, TECNOLOGÍA E INNOVACIÓN

EN AMÉRICA LATINA

Alexis de Greiff y Óscar Javier Maldonado1

Introducción

El problema de la comunicación científica y tecnológica es el cen-tro de preocupación tanto de científicos como de administradores, políticos y analistas de la ciencia y la tecnología en países de todos los grados de desarrollo industrial.2 Ello porque se entiende que

1 Queremos agradecer por los aportes y críticas a este trabajo a Felipe Criado, Yuri Jack Gómez, Pablo Kreimer, Antonio Lafuente, Juan Francisco Miranda, Tania Pérez y Olga Restrepo, así como a los miembros del Seminario de Estu-dios Sociales de Ciencia, Tecnología y Medicina de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Por su apoyo, al Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias), así como a la Universidad Nacional de Colombia. Las opiniones aquí expresadas no comprometen a Colciencias y reflejan solo las de los autores.

2 La literatura sobre los procesos de comunicación, popularización y apro-piación social de la ciencia es amplia. Por ejemplo: López-Cerezo y Gómez

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“apropiación fuerte” del conocimiento

si la ciencia y la tecnología no circulan, no existen, o, para poner-lo en términos más de moda, no hay innovación. Sin embargo, aunque todos coinciden en la importancia de que la ciencia tras-cienda el ámbito de los expertos y en la utilización de distintos medios —prensa, televisión, Internet, museos, ferias, educación formal y no formal—, no hay consenso en el tipo de aproxima-ción que debería haber en cuanto a lo que se debe comunicar. Más aún, en los dos extremos del espectro se encuentran quienes consideran que debe aumentarse el conocimiento científico de la ciudadanía —es decir, alfabetizar al público—, por un lado, y quienes consideran que la ciencia debe involucrar a los legos en el proceso mismo de producción de conocimiento, por otro. No solo eso: todos argumentan explícitamente que debe ser un diálogo, es decir, un acto de comunicación bidireccional, pero en la práctica son modelos deficitarios de la comunicación en acción, en los que el público recibe el conocimiento que producen los científicos e ingenieros.

En este artículo exponemos el divorcio entre el discurso y la práctica de la política científica y tecnológica en lo concerniente a la “apropiación social de la ciencia y la tecnología” y proponemos algunos elementos que deberían tenerse en cuenta para cerrar esa brecha y evitar así la ambigüedad que el término comporta. Para ello hemos seleccionado el caso colombiano, en donde la am-bigüedad del concepto se expresa en las declaraciones explícitas enunciadas en documentos oficiales relacionados con la política de apropiación y su implementación implícita en las actividades

Gonzáles (2008); Lewenstein (2003); Martínez y Flores (1997). Incluso existen revistas especializadas en el tema, donde se presentan tanto discu-siones teóricas como casos de estudio e intervención: Public Understanding of Science es publicada en la Gran Bretaña, mientras que el China Research Institute for Science Popularization publica en mandarín Studies on Science Popularization.

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alexis de greiff y óscar javier maldonado

de promoción y fomento de actividades de ciencia y tecnología. Sostenemos que las interpretaciones que se hacen sobre “apropia-ción” son una manifestación y una causa de los dilemas y contra-dicciones de la actividad. Tomamos el caso de Colombia porque por intermedio de distintas instituciones ha liderado la discusión y algunas iniciativas en América Latina.3

Surgen entonces preguntas como las siguientes: ¿Qué es apro-piación social, según los distintos actores de la práctica científica y tecnológica? ¿Se hace apropiación o debe ser parte inherente de la producción de conocimiento? ¿Se trata de una acción instru-mental para la ciencia y los científicos o para el ciudadano? ¿Qué son la ciencia y la tecnología como actividades sociales, cognitivas y políticas?

Más allá del uso explícito de la palabra apropiación, que cla-ramente se alinea con políticas verticales y de corte deficitario, el problema está en las contradicciones y tensiones que emergen de la preocupación por la utilidad social de la ciencia (Kreimer y Thomas, 2001) y su función retórica como elemento de legi-timación de unas prácticas que demandan políticas y, detrás de estas, recursos de distinta naturaleza.

Para evitar la ambigüedad conceptual y el dilema político, proponemos un modelo que explica por qué la apropiación es no solo una extensión de la democracia, sino un instrumento para incluir actores en el sistema y permitir la “innovación”. Hace-mos una propuesta de cómo enfocar esa cuestión a partir de una redefinición de lo público, del carácter social de la ciencia, la tecnología y la innovación, y la discusión sobre la posibilidad de la ciencia como bien público. Para ello proponemos una serie

3 Entre las instituciones debemos mencionar la Corporación Maloka, la Aso-ciación Colombiana para el Avance de la Ciencia y el Departamento Admi-nistrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias).

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“apropiación fuerte” del conocimiento

de principios que guiarían una política de “apropiación fuerte del conocimiento”, que involucre una visión más cercana a la práctica científica y tecnológica.

A continuación se abordan los problemas de la noción de apropiación y sus objetivos, el dilema que esta noción establece entre alfabetizar, educar y participar, así como las implicacio-nes para la política pública de apropiación social de la ciencia y la tecnología de comprender el conocimiento en términos de construcción social. En la misma línea descrita por Bloor (1976) presentamos un programa fuerte para la apropiación social del conocimiento. Este programa acoge los principios presentados por Bloor para comprender el conocimiento científico y técnico: causalidad, imparcialidad, simetría y reflexividad; sin embargo, amplía su alcance al presentarlos como una estrategia para el de-sarrollo de políticas que medien ciertas formas de relación entre las comunidades de expertos, innovadores, empresarios, gestores de políticas públicas, grupos de interés y ciudadanía en general.

Este modelo amplía la comprensión de las dinámicas de pro-ducción de conocimiento más allá de las sinergias entre sectores académicos, productivos y estatales, incluyendo a las comunida-des y grupos de interés de la sociedad civil. Esta extensión integra apropiación e innovación en un mismo plano, bajo el principio de construcción social del conocimiento.

La ambigua noción de apropiación social de la cti

Buena parte de la crítica que se le puede hacer a la implementa-ción de las políticas de apropiación social del conocimiento se debe

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a “nuevas”4 formas de pensar las prácticas y las representaciones científicas, centradas en la complejidad, en la diversidad y en el carácter socialmente construido de los hechos.

Es clásica, en los estudios sociales de la ciencia y la tecno-logía, la imagen presentada por Latour (1987) del dios romano Jano para caracterizar a la ciencia en acción, y por ello queremos apelar a él para exponer cómo este doble carácter de la ciencia se expresa en los procesos de “apropiación social”. Jano encarna el espíritu de la ambigüedad (comienzo y final; adentro y afuera), sus dos caras hablan lenguas distintas y cuentan historias diferentes.

En una cara, la ciencia se muestra como un producto termi-nado: “lo que sabemos” y “debemos aprender” para ser moder-nos (o “civilizados”). Para este rostro la apropiación se limitaría a alfabetizar, a transmitir un conocimiento establecido. Este modelo de ciencia es una caja negra, un hecho cerrado, sólido, debido a que no sabemos los mecanismos socioepistemológicos que estabilizaron los objetos que estudiamos. Para esta cara im-porta el producto final, porque el proceso —en el desarrollo de su estabilización— ha sido ya borrado. Aquí la apropiación y la educación por competencias son indistinguibles:

… la ciencia es una sola y la misma para científicos y para legos, la única distancia entre unos y otros es el grado de ex-perticia. Esta transición de uno a otro estado se da mediante la interacción de distintos agentes, grupos de interés e inte-reses en la construcción del conocimiento; procesos que son hechos invisibles una vez este conocimiento se estandariza, es profundamente incorporado, se naturaliza y parece ajeno a sus condiciones de producción. [Latour, 1987: 35].

4 “Nuevas” para la política pública, pero que llevan más de cuarenta años en el debate académico.

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No obstante, el otro rostro cuenta la historia de una ciencia que es ante todo preguntas abiertas. La ciencia como investiga-ción nos dice que estamos situados en un espacio de “lo que no sabemos” y en donde “queremos hacer” algo nuevo. Esta faceta nos invita a debatir el proceso de generación, construcción y uso de nuevos objetos (conocimiento o artefactos). En este nivel, la ciencia se caracteriza por una actividad con resultados inciertos, que busca objetos aun sin estatus ontológico, por ser definidos y sancionados socialmente. Para esta representación de la ciencia importa su estatus de práctica socio-intelectual, en la medida en que es un entramado complejo de intereses sociales, ideas y actantes del mundo natural (Latour, 1987: 36). Este es el ám-bito de la política científica y tecnológica y, en consecuencia, la apropiación tiene que ser un proceso activo de participación en el debate de construcción de objetos (“hechos” y “artefactos”). La apropiación se convierte entonces en un elemento esencial de la práctica democrática, y abre el campo de la ciencia más allá de los laboratorios y de los expertos. Pero también en el campo de la educación encontramos formas de enraizar este tipo de práctica: el aprendizaje por indagación es la principal herramienta de empo-deramiento para futuros ciudadanos. No tanto en el aprendizaje de contenidos, sino en el desarrollo de habilidades sociales para la participación y para la comprensión de las relaciones entre conocimiento y vida social, aunque en general no reconocen la aproximación constructivista de la ciencia.5

5 El aprendizaje por indagación es un acercamiento pedagógico que pretende formar a partir de la simulación de la ciencia en acción en el contexto del aula. Existen muchas iniciativas, tales como “La main à la pâte”, en Francia, y sus varias versiones en todo el mundo (Charpak, 2005). Una innovadora versión ha sido el programa Ondas, en Colombia (Ondas, 2007).

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eL drama de La ciencia y sus PúbLicos

El proceso de cierre de debates y naturalización marca la separa-ción entre la ciencia, la tecnología y sus públicos. Esta ruptura se inscribe en la “gran división” constitutiva de la modernidad, que separa naturaleza y sociedad, el mundo de los hechos y el de los intereses (Latour, 2007). La construcción de una brecha cultural entre formas de conocimiento y posiciones de poder se da a partir de lo que Shapin (1994) denomina discontinuidad de competencias.6 La separación de formas de conocimiento ligadas a la capacidad de manipulación de artefactos y teorías constitu-ye nuevas formas de dominación y de clasificación social entre expertos y legos.

Lo dramático es que esta distinción y separación, como en todo acto de performancia, posibilita su encuentro. Los científi-cos necesitan públicos para escenificar su autoridad y construir su legitimidad. La simbiosis ciencia-público es la clave para su misma construcción como categorías distintas y separadas. La ciencia comparte la ambigüedad de la constitución moderna de la modernidad (Latour, 2007): mientras en el plano del discurso se enfatiza la separación, también se lucha por su acercamiento,

6 Shapin presenta esta discusión en el contexto del desarrollo de la bomba de vacío de Boyle y de la construcción del género de escritura científica como tecnología literaria. Si bien se precisa que el entendimiento de las cosas de la naturaleza es un don del entendimiento humano presente en todos los hombres, algunos tienen una forma particular y privilegiada de entendi-miento que los acerca de una forma más clara a la verdad y el conocimiento. A propósito de la distribución de competencias filosóficas especiales: “Cier-tos hombres están mejor dispuestos que otros para servir como sacerdotes del templo divino. Aquellos que han trabajado en adquirir mayor capacidad de conocimiento de la naturaleza, o competencia superior para mostrar los objetos naturales, están mejor preparados para cumplir religiosamente las funciones filosóficas” (Shapin, 1994).

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porque sin sociedad no hay conocimiento posible. Shapin (1994) presenta un ejemplo clásico: la génesis de los protocolos de ex-perimentación en el siglo xvii. En este contexto el experimento conjuga una justificación epistemológica por medio de una prác-tica social. Un gran experimentador, Boyle, criticaba a Pascal y a los alquimistas porque sus experimentos se hacían en espacios oscuros y ocultos. La ciencia en sus tiempos heroicos se valía de los públicos para adquirir apoyo; las primeras demostraciones se acercaban más a funciones teatrales y de ilusionismo que a los rí-gidos protocolos desarrollados actualmente.7 Al respecto, Shapin (1984), retomando su investigación sobre Boyle, reconstruye las relaciones entre el artículo científico y el desarrollo de protocolos para testigos virtuales:

La popularización de la ciencia es usualmente comprendida como la extensión de la experiencia de unos pocos hacia mu-chos. Sin embargo, una de las mayores fuentes para generar y validar conocimientos dentro de la comunidad científica es la misma extensión de la experiencia de pocos a muchos: la creación de público científico. [Shapin, 1994: 482].

La simbiosis entre la ciencia y su público no se limita a aquella época heroica, a los tiempos de los científicos viajeros y las de-mostraciones en las plazas; la tecnociencia contemporánea invoca diferentes públicos de distintas maneras. Diversas demostracio-

7 La “teología natural” (siglos xviii y xix) —el uso de la ciencia como recurso de explicación teológica— es otro ejemplo. En Christ’s College, Cambridge, Darwin vivió en las habitaciones del Rev. William Paley, cuyos textos eran de lectura obligatoria en las universidades inglesas en el siglo xix. Para Paley la creación divina era semejante a un mecanismo de reloj. Tal como es presen-tado en su obra Natural Theology, or Evidences of the Existence and Attributes of the Deity (1802).

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nes retóricas vinculadas a esquemas y políticas de desarrollo han presentado al científico como evangelizador del “pensamiento ilustrado” aprovechando las representaciones sociales de objeti-vidad e imparcialidad asociadas a esta forma de conocimiento. ¿Qué motiva la búsqueda de públicos que emprende la ciencia? La legitimación local por medio de aliados externos, búsqueda de financiación, priorización de política pública, legislaciones favora-bles. Ejemplos hay muchos. V. gr., durante la distribución de pe-queños reactores nucleares, como parte de la política de “Átomos para la paz”, se hicieron exhibiciones públicas de los reactores en carpas alrededor de las cuales se aglutinaron miles de ciudadanos para ver el aparato (León, 2004). Pero habría que mencionar también a Carl Sagan y su premiada serie para televisión Cosmos; más recientemente, Al Gore y la causa del calentamiento global culminaron en su premio Nobel; en el ámbito lationamericano, Manuel Elkin Patarroyo, un“científico público” por excelencia, es el único hombre de ciencia que reconoce el ciudadano colom-biano, según las encuestas de percepción (epcyt, 2005).

Estos ejemplos permiten señalar que producir conocimiento y circularlo entre distintos públicos, con diferentes lenguajes, es parte de la misma empresa, como lo señaló Fleck (1979 [1935]).

En síntesis, apropiar significa distintas cosas, según el caso. La separación ciencia-público es fruto de contextos específicos. Apropiar puede ser invitar a construir o entrar y observar pasi-vamente un espacio terminado. En lo que respecta a la ciencia y la tecnología, esto se traduce en adoptar pasivamente un sistema como aspiraba a hacerlo la revolución Verde (Shiva, 1991; Fitzge-rald-Moore, 1996), o en empoderar a los gestores locales como, para citar un caso reciente, en el caso de la “minería responsable”.8

8 En Colombia, la Red Respomin reúne distintos grupos de expertos —geó-logos, ingenieros ambientales, antropólogos, sociólogos, economistas— con

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Los públicos tienen un papel en el proceso de la construcción de “hechos”, así como en la legitimación social de los científicos mediante la brecha cultural estructurada a partir de los procesos de división social del trabajo.

Finalmente, vale recalcar que la relación entre la ciencia y su público es contingente y variable: los científicos acercan o alejan al público según sus intereses y circunstancias. En los momentos de debate, la búsqueda de aliados genera despliegues mediáticos y la circulación de contenidos tecnocientíficos por las agendas públicas; una vez cerrados estos procesos, lo contingente vuelve a ser representado como necesario y evidente. Las políticas de apro-piación social son un reflejo de este uso político de los espacios mediáticos que, en nuestra opinión, y como parte de la política pública, deberían ser catalizadores de procesos de participación y de preservación de la memoria genealógica de la construcción de hechos.9

Los objetivos (contradictorios) de La aProPiación

Las distintas estrategias de apropiación se enmarcan en el uso de los medios de comunicación y otros instrumentos de interacción con el fin de intervenir en las estructuras de poder. La apropiación, la mayoría de las veces, se convierte en una forma de propaganda para aumentar la financiación. Cuando los recursos destinados

mineros tradicionales y joyeros, para, por medio de la extensión y el inter-cambio del conocimiento, generar cadenas sociales de valor ambientalmente sostenibles y dirigidas a mejorar la calidad de vida de los mineros (Respomin, 2008).

9 Genealogía entendida aquí en clave de Foucault (1992), como una forma de historia que da cuenta de la constitución de los saberes, de los discursos, de los dominios de objeto, etc., sin tener que referirse a un sujeto que sea trascendente.

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para el desarrollo de las actividades tecnocientíficas son reducidos, estas estrategias de apropiación señalan la falta de recursos como la principal objeción contra la promoción de una actitud crítica de la ciencia. La crítica de la ciencia es vista como anticiencia, como oscurantismo intelectual y, concomitantemente, como una amenaza para el establecimiento de una “cultura científica”.10

No obstante, se debe aceptar que la selección de problemas y posibles soluciones tecnocientíficas son producto de decisiones administrativas en contextos administrativos que no son tomadas por científicos, sino por políticos y directivos corporativos. Por otra parte, estas decisiones también afectan a grupos de ciuda-danos movilizados alrededor de intereses específicos; luego, la participación en la toma de decisiones de ciencia y tecnología constituye el corolario de la democracia (Goldman, 1992).

Por eso la alfabetización científica por sí sola no es por fuer-za políticamente funcional. Los ciudadanos requieren saber no solo, o no tanto, el contenido científico, sino en qué esferas de influencia se mueven los distintos actores del sistema ciencia-tecnología-sociedad-naturaleza y cómo se esgrimen los argumen-tos a favor o en contra de un determinado desarrollo científico o tecnológico. El público debe saber cómo opera la ciencia como práctica social en contextos políticos específicos. Los ciudadanos deben ser formados para saber preguntar qué implicaciones tiene para su comunidad este o aquel desarrollo tecnocientífico (costos, beneficios, riesgos). Agendas públicas con un alto componente técnico —como la política de biocombustibles o de fumigación

10 Esto ocurre no solo en los países del sur. Véase, por ejemplo, Holton (1996). En junio de 2010, Brian Wynne renunció al Public Dialogue Steering Group del Food Standards Agency de Gran Bretaña por la presión ejercida sobre el Grupo para que no se diera una discusión crítica y se favorecieran las políticas de introducción de alimentos genéticamente modificados. Véase http://www.lancs.ac.uk/fass/sociology/stories/1021/ (consultada en octubre de 2010).

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de cultivos ilícitos, para citar dos casos relevantes en el contexto latinoamericano— tienen consecuencias directas en la calidad de vida de diferentes grupos sociales que deben contar con las herra-mientas para comprender y debatir, y, en este sentido, apropiarse de la ciencia y la tecnología a las que se enfrentan. La tecnología, como dice Winner, “… no son meras herramientas de ‘usar y ti-rar’, sino que estas pueden contemplarse como ‘formas de vida’ en las que los seres humanos y los objetos inanimados están unidos por varias clases de relaciones” (Winner, 1992: 291). Son esas re-laciones las que hay que describir y sacar a flote de forma explícita.

Un caso ilustrativo: la apropiación social en el contexto de la política colombiana en cti

Para ilustrar la ambigüedad de la noción de apropiación social de la cti, en esta sección presentamos el caso de la política científica y tecnológica colombiana, liderada por el Departamento Admi-nistrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias), la entidad gubernamental responsable de fomentar y dirigir la investigación y la innovación en el país. Hacemos una revisión de los principales documentos de política pública colombiana sobre el tema y los relacionamos con los sistemas de evaluación y clasificación que en la práctica implementan los instrumentos de promoción de la actividad —financiación de proyectos y clasifi-cación de grupos de investigación e innovación—. Insistimos en que tomar el caso colombiano tiene un valor especial, pues este país ha liderado el tema de la “apropiación social” en la región, por lo que cabría esperar que ese discurso fuera puesto en marcha en las acciones de política pública. Como veremos, ese no es el caso.

En los últimos 15 años, en diferentes escenarios colom-bianos de política pública, ha aumentado la preocupación por

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la integración de la ciencia y la tecnología con la sociedad en general, tanto en la esfera institucional como en la de valores y percepción pública. Detrás de esta preocupación es evidente el ascenso y la amplia circulación del discurso sobre la sociedad del conocimiento, sobre la importancia, especialmente para el mer-cado, de la inserción social y el efectivo uso del conocimiento científico y técnico (dnp, 2006; Colciencias, 2005; Presidencia de la República-Colciencias, 1995).

No obstante, en este marco las relaciones entre innovación y apropiación son contradictorias y verticales. En la política pública esta tendencia se traduce en la falta de coherencia entre principios y objetivos, por una parte, y el diseño de estrategias y programas concretos de apropiación social de la cti, por otra. En términos generales las distintas políticas reconocen la importancia de la efectiva apropiación social de la cti como condición para su de-sarrollo; no obstante, la ambigüedad del concepto redunda en el desarrollo de estrategias netamente divulgativas. Así, siguiendo la noción estándar de innovación, se reconoce la sinergia de agentes específicos (sector productivo, Gobierno y Academia) que pro-ducen conocimiento que, a su vez, debe ser apropiado por una sociedad externa a esta producción, al final del proceso, que en el mejor de los casos actúa como un ambiente para el sistema cti.

En la Política de apropiación social de la ciencia, la tecnología y la innovación11 (Colciencias, 2005), el documento que más ex-plícitamente trata de regular el tema, se parte del marco general de la sociedad del conocimiento. Este punto de partida impone desarrollar estrategias de uso e inserción del conocimiento y se-ñalar como antecedentes la función misional de Colciencias12 planteada en la Ley 29 de 1990 —de divulgación de la ciencia y

11 En adelante lo citaremos como pna.12 Colciencias es el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e

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la tecnología—, así como en el Decreto 585 de febrero de 1991, donde se le encomienda a la institución “… diseñar, impulsar y ejecutar estrategias de incorporación de la ciencia y la tecnología en la cultura colombiana”, misión que es reafirmada por medio de la Ley 1286 de 2009 y del Documento Conpes 3582 de 2009.

En la Política Nacional de Apropiación (pna) (Colciencias, 2005) se entiende por apropiación el desarrollo de estrategias que permitan ilustrar a la ciudadanía sobre “la importancia de la cien-cia” y se han definido principalmente como poblaciones objetivo niños y jóvenes. Los programas de divulgación o “apropiación” de mayor recordación, “Cuclí-cuclí” y “pa’ciencia”, están claramente dirigidos a públicos infantiles. La política también da cuenta de la exploración de formatos noticiosos para informar e introducir al público general a las culturas tecnocientíficas. Esta política plantea como el mayor reto para la apropiación la adecuada elección de códigos y medios de divulgación científica (Colciencias, 2005).

El diagnóstico que hace la pna identifica como principales problemas para el diseño y la ejecución de estrategias de apropia-ción la escasez de recursos, la falta de interés de los expertos, el analfabetismo científico —es decir, falta de dominio del público general de los códigos y lenguajes de las culturas tecnocientífi-cas—, la visión generalizada de la ciencia como caja negra (input/output), la falta de dinamismo y precariedad del sistema educativo nacional, la imagen descontextualizada de la ciencia brindada por los medios masivos de comunicación y, finalmente, la falta de mecanismos y espacios de apropiación. Como respuesta, las es-trategias de apropiación presentadas se concentran en dos frentes: por una parte en los usos sociales y comerciales de la ciencia y la tecnología en términos de innovación, y, por otra, en la promo-

Innovación de la República de Colombia. Es la entidad encargada de liderar la política pública de fomento de desarrollo científico y tecnológico nacional.

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ción de valores favorables a la cti, concentrados principalmente en estrategias de ilustración en la cultura científica.

Con todo, lo más llamativo es que esta política integra ele-mentos de participación ciudadana e indica explícitamente la necesidad de que los diferentes grupos sociales relacionados con su diseño e implementación, o que pueden ser potenciales “be-neficiarios”, generen espacios de discusión de esas políticas. En un documento oficial de Colciencias se lee:

… la democratización de la ciencia y la tecnología pasa por la capacidad de una nación para garantizar que sus integrantes puedan participar en la toma de decisiones sobre ciencia y tecnología que los vayan a afectar directa o indirectamente. Para ello, se ve la necesidad de proveer espacios de diálogo, discusión e intercambio entre expertos y no expertos que permitan la participación ciudadana y la formación de una opinión pública informada sobre las implicaciones y alcances de las investigaciones científicas y los desarrollos tecnológicos que se vayan a implementar. [Colciencias, 2005: 11].

Esta coexistencia de elementos que, por una parte, abogan por relaciones más horizontales entre ciencia y sociedad, y que, por otra, parten de una concepción de apropiación como divulgación y alfabetización, es parte de la ambigüedad y expresión de las po-líticas “implícitas” y “explícitas” (Herrera, 1971).

El principal objetivo de este tipo de apropiación es que la sociedad se interese en la cti para que la desarrolle y la aplique. En un contexto de democratización y participación, la apropiación se reconoce como el sustrato de las capacidades que efectivamente generan desarrollo social y económico. La noción de apropiación propuesta se mueve en tres niveles: a) interesarse/comprender, b) validar y c) utilizar. La pna plantea unos ámbitos con relación

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a la manera como comprende la sociedad marco: a) ciencia, tec-nología y sociedad: según la política, en este ámbito es importan-te evidenciar el debate y generar valores favorables a la ciencia; b) ciencia, tecnología e industria: innovación y sinergias entre sectores; c) ciencia, tecnología y medioambiente: educación am-biental; d) ciencia, tecnología y educación: enseñanza de la cien-cia y la tecnología en espacios formales y no formales; e) ciencia, tecnología y toma de decisiones: política y democracia; f ) ciencia, tecnología y entretenimiento: la ciencia como espectáculo y la exploración de nuevas formas de socialización.

Por otra parte, la pna identifica los siguientes actores: la ciu-dadanía, las comunidades científicas, las industrias culturales, los sectores públicos y privados de apoyo a la cultura, los educado-res, los legisladores y los políticos, el sector productivo, el sector financiero, el sector público y las agencias de cooperación inter-nacional. Frente a estos actores las líneas de acción se concentran en la búsqueda de los “lenguajes apropiados”. En este punto es claro el desnivel entre ámbitos, actores y estrategias presentadas en la política, pues esta hace un marcado énfasis en actividades de carácter divulgativo y noticioso, centrando implícitamente el problema en el ámbito de la comunicación unidireccional, que va del experto a los legos, aunque deja abiertos tímidamente espacios para la participación ciudadana.

Finalmente, la noción de apropiación trabajada en la pna —al centrarse en el fomento de la cultura de la ciencia, la tecnología y la innovación—, aun cuando parte de los intereses y necesidades de la sociedad, hace que la ciencia se represente como medio de solución de los problemas de un contexto social y ambiental. Esta perspectiva no da cuenta de la función de la apropiación como generadora de procesos de innovación, ni del aporte de otros mar-cos interpretativos, de otras tradiciones y culturas en el desarrollo científico y tecnológico.

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Si bien esta política es el marco que define en sentido estricto las estrategias de apropiación social de la ciencia, la tecnología y la innovación, en los dos últimos años han circulado documentos de política científica y tecnológica que hacen expresa la preocupación por las relaciones entre sociedad y producción de conocimiento científico y tecnológico. Por ejemplo, en el documento Visión Colombia ii centenario 2019 (dnp, 2006), preparado en conjunto por Colciencias, la Presidencia de la República y el Departamento Nacional de Planeación (dnp), se señalan, como visión estratégica, cuatro campos de relación entre la sociedad en general y el sistema cti: 1) cti y desarrollo económico, 2) formación de capacidades humanas, 3) participación de grupos sociales relevantes y 4) de-sarrollo regional.

Visión 2019 plantea la apropiación social como la efectiva comunicación y participación de los distintos grupos que con-forman la sociedad colombiana en la producción y circulación del conocimiento:

La apropiación se orienta a generar una base cultural sólida de percepción y valoración de las actividades científicas, tec-nológicas e innovadoras por parte de la sociedad. Se requieren canales de comunicación eficientes, así como el estímulo a la participación de los actores sociales en los procesos de ge-neración, comprensión, validación y uso del conocimiento a favor de la sociedad colombiana. Esto a su vez permite al país afrontar de manera positiva los retos y problemas planteados por el contexto nacional e internacional. [dnp, 2006: 49].

El documento identifica una serie de áreas de cti que constituyen una oportunidad para el desarrollo de programas de apropiación que permitan el “diálogo” entre los distintos grupos sociales que “intervienen y son afectados en la producción de conocimiento”.

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Estas áreas son: investigación fundamental; materia y energía; procesos biológicos; agroalimentarios y biodiversidad; ser huma-no y su entorno; educación, cultura e instituciones; gestión de conocimiento; aplicaciones sociales y convergencia tecnológica. Esta reorganización en áreas transversales y no disciplinarias es vista como un paso hacia la implementación del “modo 2” de investigación, un referente que se hizo muy común durante esos años en Colciencias (Hoyos y Plata, 2006). En este marco, la apro-piación del conocimiento adquiere la forma de un proyecto de transformación cultural, como lo ilustra la retórica de Colciencias:

Uno de los pilares de la misión de Colciencias es la apropia-ción social del conocimiento. Buena parte de la actividad realizada se orienta a hacer de la ciencia, la tecnología y la innovación parte de la cultura de los colombianos y colom-bianas. [Hoyos y Plata, 2006: 18].

En la serie de documentos de ese período aparece la Política Na-cional de Fomento a la Investigación y la Innovación “Colombia construye y siembra futuro” (Colciencias, 2008a), que pretendió ser el marco general para fijar los objetivos, estrategias e instru-mentos para la promoción de la actividad. En la misma línea de los documentos anteriormente descritos, esta política parte de reconocer la importancia del conocimiento científico y tecnoló-gico para el desarrollo e integración de las sociedades.

La generación de conocimiento y sus múltiples aplicacio-nes son elementos centrales para el desarrollo económico y social de las sociedades contemporáneas y son básicos para responder a los requerimientos y necesidades de la sociedad.

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El documento parece avanzar hacia una versión menos lineal del problema, pues hace énfasis en la articulación de ciencia, tecno-logía y sociedad, puntualizando que

Las actividades científicas, tecnológicas y de innovación son prácticas sociales, lo que implica que son un asunto que le concierne y en las que participa, activa o pasivamente, la sociedad en su conjunto. Un sistema democrático requiere ciudadanos conscientes de las decisiones que afectan sus vi-das. Una sociedad en la que el conocimiento acerca de cómo opera la ciencia y la tecnología está ampliamente distribuido entre la población, abre espacios de participación activa de modo que se utilice efectiva y concertadamente. Por tanto, los espacios de aprendizaje y debate acerca de la producción, la validación y el uso del conocimiento deben hacer parte de la agenda pública, donde, en un proceso democrático, la sociedad tenga la opción de participar en la discusión de los problemas y las soluciones del país […] En este sentido, es necesario construir, fomentar y fortalecer canales de co-municación que actúen en los dos sentidos, a saber, desde los expertos hacia los legos y viceversa. [Colciencias, 2008].

Sin embargo, este enunciado no se refleja en el resto del docu-mento, donde ese proceso bidireccional y la participación de la sociedad en la construcción de conocimiento y políticas públicas se deja implícito y restringido al acápite correspondiente a “apro-piación”, y no se extiende, como un principio de acción, al resto de acciones. En resumen, encontramos en todos los documentos consultados algunos enunciados que tímidamente expresan la preocupación general de abrir espacios, pero en las políticas más generales desaparece esa intención. Veamos ahora de forma con-creta cómo los instrumentos de fomento y medición refuerzan

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esta separación entre políticas “implícitas” y “explícitas”, para volver a la noción de Herrera (1971).

PoLíticas e instrumentos de fomento: La medición como disPositivo de construcción de objetos

La efectividad de las políticas depende de su capacidad de tra-ducción en instrumentos de fomento, medición y evaluación. Estas herramientas se convierten en tecnologías que construyen determinados objetos ensamblando fenómenos a partir de los criterios con los que estos son definidos.

Para el caso de la política de ciencia y tecnología desarrollada por Colciencias, dos instrumentos de alto impacto han sido 1) la medición de grupos de investigación y 2) el desarrollo de convo-catorias para financiar proyectos. El primero institucionalizó una forma de organización social para el desarrollo de la investigación centrada en la idea de comunidad científica, más que en el trabajo y la producción estrictamente individual (Villaveces et al., 2005). El segundo, por medio de un sistema de estímulos, ha estanda-rizado la forma de concebir un proyecto, y así ha promovido el desarrollo de una suerte de “género literario” tecnocientífico: el proyecto y el anteproyecto.

Estos instrumentos, a la hora de enfrentarse con la medición y evaluación de resultados, deben optar por la definición de cri-terios de selección relacionados con lo que producen. ¿Qué vale la pena medir, evaluar y destacar de la“producción” de un grupo, una institución, una persona? Y ¿qué cosas quedan por fuera, y por tanto deben ser ignoradas? Como sabemos, en la definición de estos criterios los objetos no solo son construidos, sino también jerarquizados (Foucault, 1992).

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Tanto en la definición de la producción de una persona o de un grupo, en términos de conocimiento, como en la evaluación de los resultados de un proyecto, entidades como Colciencias agrupan la producción académica relevante en tres grandes tipos: a) Generación de nuevo conocimiento, b) formación y fortale-cimiento de comunidades científicas y c) apropiación y divulga-ción del conocimiento. Uno los principales dispositivos técnicos es el Sistema de Información y Gestión de Proyectos (sigp),13 que encapsula las clasificaciones y el sistema de recompensas de la actividad. Allí se puede observar que si bien no se da una de-finición explícita de “apropiación social del conocimiento”, sí se asocian unos productos específicos que evidencian, por una parte, la ambigüedad de la noción en los instrumentos de fomento y, por otra, la dificultad de establecer criterios de demarcación con otros tipos de producción relevante.

La principal ambigüedad radica en el intento de separar la generación del conocimiento y su apropiación. Aun cuando la apropiación sea entendida como divulgación o difusión, es muy difícil pensarla separada de aquello que se presenta como produc-ción y generación de conocimiento. Todas las formas y materia-lidades que expresan la producción de conocimiento adquieren existencia social y legitimidad mediante su difusión y reconoci-miento. Es por esta razón que muchos de los productos de cada uno de estos tipos de producción se solapan, y por ello es difícil establecer un criterio claro de demarcación, que implícitamente los instrumentos trazan.

13 Plataforma informática que permite el registro en línea de los proyectos de investigación presentados a Colciencias. A través del sigp se estandariza la presentación de propuestas definiendo los campos relevantes y la extensión de la información asociada a cada campo. También define la tipología de resultados que puede presentar un proyecto.

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Clasificación de productos esperados de proyectos de investigación

Generación de nuevo conocimiento Fortalecimiento de las comunidades científicas

Apropiación social del conocimiento

• Capacidades de innovación tecnológica

• Cooperaciones• Cursos• Divulgación general• Fortalecimiento de la

comunidad científica• Mejoramiento de la calidad• Mejoramiento del servicio al

cliente• Nuevos mercados• Nuevos productos• Otros• Pasantías• Patentes• Ponencias• Premios• Productividad y calidad• Prototipos• Seminarios• Simposios• Software• Sustitución de importaciones• Talleres• Ventas• Video

• Pregrado• Especialización• Maestría• Doctorado• Posgrado• Jóvenes investigadores• Otros

• Libro• Artículo en revista• Capítulo de libro• Evento• Memorias• Folleto• Cartilla• Otros• Cocitaciones• Publicación virtual• Sometimiento

Fuente: Colciencias, sigp (2010)

Sin embargo, este criterio comienza a tomar forma a partir de la discontinuidad de competencias entre expertos y legos. La apropiación queda circunscrita a la producción-divulgación de conocimiento dirigido a públicos legos, mientras la producción en estricto sentido haría referencia a aquel dirigido a una comu-nidad de expertos específica. Esta característica es mucho más

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clara cuando se examina la plataforma Scienti14 y el “Modelo de medición de grupos de investigación, tecnológica o de innova-ción” (Colciencias, 2008b).

El sigp tiene el poder de agrupar y clasificar los productos de medición en tres grandes categorías: productos de nuevo conocimiento, productos de formación y productos de divulga-ción, circulación y uso (véase el cuadro precedente). Cada clase particular de producto se clasifica, a su vez, en subtipos, según su importancia relativa. En este caso, bajo la categoría “Productos de divulgación y extensión” se agrupan aquellos productos asociados a actividades dirigidas a grupos sociales por fuera de la comuni-dad científica, es decir, lo que se etiqueta como “apropiación”. En contraste, en la categoría “Productos de nuevo conocimien-to” se encuentran medios de divulgación científica especializada y resultados dirigidos al mejoramiento de la competitividad de los sectores empresariales y productivos. Así, el documento con-ceptual del “Modelo de medición de grupos” de Colciencias, al respecto, señala explícitamente que se trata de

… productos relacionados con las actividades de divulgación y extensión de investigación del grupo tendientes a la apro-piación social del conocimiento. Algunos de los productos reconocidos en esta categoría son: 1. Servicio técnicos. 2. Consultorías. 3. Cursos de extensión. 4. Productos de divul-gación: cartillas, ponencias en eventos, posters. 5. Literatura de circulación restringida: reportes internos. 6. Textos. [Col-ciencias, 2008b: 20].

14 Scienti es una plataforma informática que recoge información básica sobre investigadores, grupos e instituciones inscritos en Colciencias, así como sobre su productividad. La información consignada en esta plataforma es la base para la evaluación de grupos.

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La asimetría y el grado de jerarquización con el que se segre-gan los productos de conocimiento se evidencia más claramente en la forma como se ponderan los mismos para su evaluación en el índice ScientiCol, otro actante que produce una inscripción central: la valoración numérica que produce la clasificación de cada grupo en un sistema jerarquizado de A1 a D. Este índice pondera las diferentes clases de producción, de la siguiente forma:

ScientiCol = 5,0NC+3,5NCA+1,0F+0,5D

Donde NC es productos de “nuevo conocimiento”; NCA, pro-ductos “clase A de nuevo conocimiento”, F es “formación”y D “divulgación”. Esta distribución de los estímulos jerarquiza la investigación sobre la educación (docencia), y esta sobre el desa-rrollo de actividades de extensión y divulgación dirigidas a grupos sociales externos a las comunidades de expertos, o sobre su forta-lecimiento. En otras palabras, la traducción de apropiación social se ha convertido en divulgación durante el proceso de inscripción.

En conclusión, la política pública de los últimos años y sus instrumentos de fomento nos muestran una asimetría entre los fines y las estrategias de apropiación social. Esta asimetría consiste en destacar la importancia de la relación entre ciencia, tecnología y sociedad como fundamental en la estructuración de cada una, mientras se plantean estrategias que reproducen una visión de la cti como externa e independiente de los contextos sociales y culturales de producción. Esta asimetría y parcialidad puede configurarse a partir de dos supuestos: el primero, una concep-ción vertical de la construcción del conocimiento; el segundo, la ambigüedad de la noción de apropiación.

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Consecuencias políticas de la ambigüedad de la apropiación

La brecha entre apropiación y divulgación no es inocente de la inefectividad de las políticas de innovación ni de la exclusión de actores sociales en acciones esencialmente públicas. En las socieda-des modernas se empieza a estructurar un proceso de confluencia entre control político y económico y la capacidad para generar sistemáticamente conocimiento. Este proceso alcanza un punto de particular desarrollo en lo que se ha denominado sociedad del conocimiento, estructura caracterizada por una economía que se sustenta en la producción de conocimiento, en el contexto de una sociedad en la que lo económico tiene una posición hegemónica. Esto en teoría implica, en las economías más “desarrolladas”, un giro de los distintos órdenes institucionales hacia ese valor. El conocimiento es producido por una variedad de organizaciones: universidades, think tanks, empresas, laboratorios gubernamen-tales y privados (Casas, 2004). Pero ¿dónde queda la ciudadanía oficialmente no experta?

sinergias y ciudadanía

Si bien los sectores académicos, políticos y empresariales han sido los protagonistas en las diferentes teorizaciones y políticas sobre generación y uso del conocimiento, últimamente se ha despertado el interés por comprender el papel del público en estos procesos. Diferentes estudios —especialmente enfocado a los casos de ee. uu. y Europa— se han concentrado en la medición del im-pacto social y económico del sector voluntario (Salomon, 1999). Incluso dentro del modelo de triple hélice, Etzkowitz (2008) presenta como espacio de desarrollo de la sociedad civil la inter-sección entre Gobierno, Universidad e industria. Sin embargo,

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esta sociedad civil, para este último caso, se limita al conjunto de asociaciones voluntarias.15

Los estudios sobre sociedad civil son un área de importante desarrollo contemporáneo y los debates sobre los límites y alcan-ces de la misma en el campo político son muy amplios (Bellah et al., 1996; Keane, 2003; Putnam et al., 1994; Seligman, 1995). Nuestro interés en particular es presentar las relaciones de la sociedad civil con la generación y el uso del conocimiento. Para tal fin comprendemos por sociedad civil aquella arena de acción colectiva alrededor de intereses y valores compartidos. Si bien se distingue de espacios e instituciones como el Estado, el mercado, la familia y la escuela, sus límites son complejos, borrosos y están en constante negociación. Por tal razón es necesario apelar a la noción de sociedad civil para agrupar aquellas organizaciones cuya función primaria no se inscribe en los vértices descritos por Sábato y Botana (1968), Clark (1997) y Etzkowitz (2008) de mercado, Academia y Estado, sino que representan grupos de interés mo-vilizados desde formas institucionales como ong, fundaciones filantrópicas, movimientos sociales, sindicatos y organizaciones religiosas, entre otras.

En los estudios sociales de la ciencia, el problema de la par-ticipación de la sociedad civil en la producción y el uso del co-nocimiento nos remite al debate sobre la participación de legos y

15 Es clave el papel de las fundaciones filantrópicas en el fortalecimiento y desa-rrollo de sectores económicos y comunidades científicas. En América Latina, en particular, ha sido muy estudiada la labor de la Fundación Rocke feller en el desarrollo de la salud pública y en el estudio epidemiológico, especialmente durante la primera mitad del siglo xx (Cueto, 1994; Quevedo y Miranda, 1993; Quevedo et al., 2004), así como el de la Fundación Ford en áreas como las ciencias sociales (Miceli, 1992; Restrepo, 1993). Si bien estas institucio-nes fueron en ocasiones portadoras de agendas políticas estatales, su forma y estructura organizacional es independiente del Estado y de los inmensos poderes económicos que las soportaron.

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amateurs en procesos de investigación científica como informantes con diversos grados de reflexividad sobre su papel, y el rol de los expertos en dicha interacción (citizen science); y el ejercicio y la participación ciudadanos en procesos tecnocientíficos con alto impacto sobre comunidades (public engagement in science). La apropiación, en este contexto, implica la capacidad para ejercer derechos y deberes frente a prácticas y conocimientos con alto impacto en las formas de vida social (Jasanoff, 1987; Sclove, 1995). Este es un problema para la política pública que aborda-remos posteriormente.

innovación excLuyente versus innovación incLuyente

La noción de innovación prevaleciente en la política pública define este proceso como la apropiación que hace del conocimiento el mercado. Como señalan Mullin et al. (2000).

Definimos innovación como la introducción al mercado (económico o social) de productos, servicios o bienes nuevos o mejorados. Esta simple definición llama la atención sobre la im-portancia de los mercados y subraya cómo programas exitosos de investigación o desarrollo tecnológico deben tener plena concien-cia de los constreñimientos impuestos por el mercado dentro del cual la innovación es introducida (Mullin et al., 2000: 4).

Si bien este tipo de definición amplía y hace más compleja la comprensión de los procesos de producción de conocimiento mediante la inserción de demanda, oferta, intereses sociales y ex-ternalidades, reproduce una concepción vertical de la producción de conocimiento y de su apropiación, en la que los ciudadanos son definidos principalmente como consumidores, pero no tienen mayor agencia en los procesos de construcción (véase Oudshoorn

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y Pinch, 2003). Se trata de un modelo excluyente de innovación, o innovación cerrada.

La tan mentada sociedad del conocimiento, como fenómeno, es paralela al desarrollo de las llamadas economías del conocimiento, en las que las estructuras y las dinámicas son más complejas que la noción de una posible comercialización de la investigación. El modelo propuesto por Nowotny, Scott y Gibbons (2003) de la sociedad del conocimiento se caracteriza por una relación más explícita, compleja, necesaria y radical entre los distintos sectores de la sociedad y la producción de conocimiento. Esta relación puede comprenderse a partir de las siguientes características: a) el conocimiento es gestión, hecho que implica su constante traduc-ción entre ámbitos y actores diversos; b) centralidad de problemas transdisciplinares que involucran, para su desarrollo, a actores de diversas disciplinas y de distintos sectores de la sociedad; c) diver-sidad, ampliación de los espacios de producción e instantaneidad de las interacciones; d) el conocimiento es ampliamente reflexivo; e) la calidad y la evaluación del conocimiento van más allá de los pares académicos e implican a la sociedad en general. En términos de una política de apropiación es importante detenerse en las dos últimas características.

La reflexividad del conocimiento implica que empieza a haber conciencia de la complejidad de los procesos entre los dis-tintos actores y los contextos sociales y culturales de producción de conocimiento. Por otra parte, los procesos de investigación no pueden ser vistos más como una descripción “objetiva” del mundo natural o social, sino que comienzan a ser un proceso dialógico y una conversación entre actores, sujetos de investi-gación y —necesariamente— objetos de la investigación. La quinta característica hace referencia al surgimiento de nuevas formas de control y nociones más amplias de calidad (Nowotny et al., 2003). El concepto de par se hace difuso, primero por la

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variedad de disciplinas y por la diferente naturaleza de los actores involucrados en la producción del conocimiento. Asimismo, la noción de calidad es relativa a los marcos de comprensión de los distintos actores y grupos sociales pertenecientes al sistema, a su grado de inclusión en los intereses que estructuran sus marcos de referencia (Bijker, 1997) y a la forma como interacciona con el conocimiento incorporado como ciencia o como tecnología. Siendo así, no es aconsejable excluir a los no-expertos del proce-so de producción de conocimiento, a pesar de que la brecha de competencias se mantenga.

Estas características de la producción de conocimiento se desarrollan en unos contextos específicos: fortalecimiento de una sociedad de mercado, ampliación de las coberturas de matrícula universitaria, integración de las ciencias sociales en la produc-ción de conocimiento, globalización y nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. Finalmente, el mundo con-temporáneo está poblado de instituciones de expertos que no son solamente esenciales para el avance social y técnico de las carreras profesionales, sino que también configuran las identidades per-sonales y grupales, y reglamentan tanto la constitución como los usos del conocimiento. Las distintas formas de representación política y social son mediadas por saberes expertos tecnocientífi-cos, pero recaen sobre formas de vida colectivas.

Este punto es fundamental para comprender la radicalidad del concepto de apropiación social del conocimiento científico y técnico. Cada vez hay un mayor interés académico y político en la forma como los saberes expertos se relacionan con la producción de riesgo e incertidumbre. El efectivo ejercicio de la ciudadanía cada vez está en mayor relación con la construccióny percepción del riesgo y la reflexividad de los públicos legos (Beck, 1994). De ahí que, como lo señala Nowotny et al., las nuevas formas de pensar las culturas tecnocientíficas presenten una mayor preocu-

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pación por asuntos como la contextualización, las zonas de in-tercambio (Galison, 1997) y el carácter socialmente robusto del conocimiento (Nowotny et al., 2003).

eL carácter PúbLico de La ciencia y La tecnoLogía es una eLección

La definición de la innovación en términos estrictamente econó-micos ha transformado el carácter público de la ciencia. Es clásica la definición de la ciencia como bien público. Por ejemplo, en la literatura gubernamental, en el documento prospectivo Colombia 2019, se parte de una noción de la ciencia como bien público, acudiendo a su definición más tradicional:

Un bien público es un bien o un servicio que beneficia a toda la sociedad, pero que los empresarios no tienen los suficien-tes incentivos para producir por cuenta propia (ejemplos: el alumbrado público y la defensa nacional). Los bienes públicos se caracterizan por la no rivalidad y la no exclusión.[dnp, 2006: 13].

Esta definición, combinada con la teoría de las fallas del merca-do, ha constituido la justificación para la intervención directa del Estado en la promoción de la investigación científica. La idea es que los progresos técnicos derivados de la investigación científica constituyen externalidades positivas que son aprovechadas por free-riders, grupos sociales, instituciones y agentes particulares que sin invertir directamente en estos desarrollos los usufructúan (Samuelson, 1954). No obstante, la definición clásica de la cien-cia como bien público señala que por medio de los impuestos se internaliza la externalidad y podría evitarse la participación

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de los free-riders, pues la sociedad en su conjunto contribuiría al desarrollo científico (Stiglitz, 1999).

No obstante, las mismas dinámicas de la innovación en el contexto de una economía del conocimiento parecerían contrade-cir este principio. Se generan cada vez más dispositivos técnicos y jurídicos que aseguran la propiedad del conocimiento y restringen sus posibilidades de circulación, como las tecnologías jurídicas en torno a la propiedad intelectual. La producción de conocimiento desarrolla una serie de restricciones que difícilmente permiten en la práctica tener una percepción de la ciencia como bien público. Incluso, independientemente del asunto de la propiedad y de las restricciones a la circulación del conocimiento, la percepción de la ciencia y la tecnología como asunto público va más allá de los orígenes de su financiación (Feenberg, 2002).

En primer lugar, se necesitan modelos para abordar la com-plejidad de la definición de lo público, desarrollando instrumentos que permitan pasar de la esfera pública, como ambiente amorfo, a la identificación de grupos de interés. La identificación de es-tos grupos permite la elección de lenguajes apropiados a partir de una interpretación densa de su cultura y de los dispositivos de reflexividad que desarrollan frente a las culturas tecnocientíficas. Como señala Callon,

Las reglas, las prácticas, las formas culturales y las relaciones con las cosas varían de un colectivo a otro. La diversidad y lo local están en el corazón de la ciencia. La búsqueda de la diversidad dentro de una actividad —la ciencia— que es generalmente acusada de crear uniformidad y destruir la riqueza de las culturas tradicionales, es un gran aporte. La ciencia es un bien público, el cual debe ser preservado a todo costo porque es la fuente de la variedad. Esta causa nuevos estados en el mundo a proliferar. Esta diversidad depende de

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la diversidad de intereses y de proyectos que están incluidos al interior de aquellas colectividades que reconfiguran la na-turaleza y la sociedad. Sin esta, sin la fuente de diversidad, el mercado —cuya tendencia natural es transformar la ciencia en mercancía— podría condenarla a la convergencia y la irreversibilidad. [1994: 424].

En otros términos, la diversidad como punto de partida en la definición de lo público debe estructurar la ciencia como deci-sión política (De Greiff, 1994). Las distintas estrategias de co-municación y apropiación de la ciencia y la tecnología deben ser instrumentos de comprensión de esa diversidad. De esta forma se amplía la comprensión de la producción del conocimiento y se invita a participar a los distintos grupos que constituyen la ciudadanía y generan conocimiento silencioso, que no solo son receptores aislados de los procesos y las “sinergias”. Esa ciudada-nía ya contribuye desde lo local al establecimiento de las redes que hacen robustas las prácticas científicas y tecnológicas; el rol de la apropiación social del conocimiento debe estar dirigido a empoderarlas y crear formas de comunicación horizontales con los expertos.

La construcción técnica y científica de políticas públicas, en su encuentro con mecanismos de legitimación “social” y política, por ejemplo políticas de participación ciudadana, ha generado una serie de híbridos de gran interés para el estudio de las relacio-nes entre tecnociencia y sociedad, y para quien tiene un interés “más práctico” en el desarrollo de este tipo de experiencias.

Muchos de los desarrollos más importantes en esta área han sido logrados en espacios frontera por actores híbridos, que se mueven entre escenarios técnicos, legales, económicos y políticos. Un actor híbrido (Felt, 2003) posee una identidad móvil que se construye a partir de los dominios que habita. En el desarrollo de

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una política hay diferentes actores híbridos y agentes que traducen ciertas tecnologías y formas de conocimiento de espacios, como el laboratorio (Casper y Clarke, 1998), los “tanques de pensa-miento”, centros de investigación y universidades, a la Corte, el Parlamento y las instituciones de política pública.

Estos actores incorporan la competencia de diferentes for-mas, más allá del rol tradicional del experto.16 Las relaciones de estos expertos con movimientos sociales generan traducciones particulares de conocimiento tecnocientífico con alto impacto en el desarrollo de políticas (McCormick, 2003). La presencia de este tipo de actores imprime un notorio dinamismo al modelo de construcción social del conocimiento propuesto en este ensayo, pues los diferentes escenarios de actuación donde los actores se inscriben institucionalmente (mercado, Estado, sociedad civil, tecnociencia) no son cerrados ni predeterminan la identidad y el margen de acción de los actores que circulan por ellos.

“Apropiación fuerte” del conocimiento tecnocientífico

La reconfiguración de un nuevo marco comunicativo nos lleva a proponer la construcción de una apropiación fuerte del conoci-miento como un modelo de comprensión e intervención de las

16 Véase Sánchez (2010), quien presenta este tipo de intersecciones en el caso de movimientos ambientales alrededor de la cuenca del río Tunjuelo en Bogotá. Un grupo de interés, “Territorio Sur”, por medio de su práctica activista y de su inserción en espacios tradicionales de actividad política —para esta clase de movimiento— paulatinamente desarrolla versiones particulares de conocimientos técnicos como una forma de debatir los estudios de respaldo de las políticas oficiales. Estos actores transitan por espacios técnicos, políticos y los propios de la sociedad civil.

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relaciones entre tecnociencia y sociedad, construido a partir de la participación activa de los diversos grupos sociales que generan conocimiento. Este modelo amplía la comprensión de las diná-micas de producción de conocimiento más allá de las sinergias entre sectores académicos, productivos y estatales, pues incluye a las comunidades y grupos de interés de la sociedad civil y pone a la sociedad en el foco o centro. Esta ampliación integra apropiación e innovación en un mismo plano, bajo el principio de construcción social del conocimiento.

Este modelo presenta los “hechos” como resultado de nego-ciaciones entre actores sociales y actores no humanos o “actantes” (véase el diagrama “Modelo de apropiación fuerte de la ciencia, la tecnología y la innovación”). El esquema es construido a partir de la noción de Latour (1987) y Law (1994) de asociaciones hete-rogéneas en las que la realidad natural-social está constituida por redes sociotécnicas que articulan dichos actantes, pero tiene im-portantes diferencias. Si bien el esquema es similar a las “negocia-ciones” latourianas, incluye una premisa explícita: la ciudadanía. Además, pone en el centro de la agencia a los actores humanos, lo que rompe la simetría latouriana, al concederles primacía a las negociaciones entre grupos sociales; de allí la identificación con el “programa fuerte”. Ello no borra las otras interacciones, que se dan entre todos los actores por intermedio de sus representantes. Un aspecto importante es el carácter dinámico del modelo: los espacios de actores humanos no son puros, sino híbridos, pues re-flejan las identidades móviles y la relatividad de las competencias: así, los ciudadanos pueden ser considerados expertos en ciertos ámbitos, y algunos expertos son legos en otros. Los espacios de representación son también híbridos y, por consiguiente, el re-presentante de los “expertos” puede provenir de un sector que, en otro contexto, podría considerarse constituido por ciudadanos legos. De modo similar, el representante del Estado podría ser un

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“experto”, o lo que a veces se identifica como un “técnico”. Los espacios de negociación son equivalentes a las zonas de inter-cambio propuestas por Galison (1997). Una de las características más importantes de las zonas de intercambio es su operatividad, es decir, los diversos grupos sociales que se encuentran en ella lo-gran generar acciones que involucran la interacción con el otro, independientemente de sus diferencias en términos de intereses y representaciones.

Modelo de apropiación fuerte de la ciencia, la tecnología y la innovación

En cierto sentido las dos esferas exteriores están pobladas por objetos; pero ¿son los mismos objetos? No: unos están siendo construidos y otros ya son parte “del mundo”. Así, la esfera de

Representación gremial

Repre

sent

ació

n es

tata

l

Representación comunidades

de investigación

Representación grupos

relevantes de ciudadanos

Sector empresarial

Estado Ciudadanos/legosSociedad civil

Organizaciones de expertos

en I+D

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“construcción de hechos” es el espacio de disputa durante las polémicas: ese es el espacio que debe ser conquistado mediante negociaciones sociales y coordinación de acciones locales que permiten traducir intereses y significados. La frontera entre esta esfera y la “externa” de los objetos “naturales” es semipermeable. En la medida en que se cierran las polémicas y los objetos “en disputa” dejan de estarlo, entonces salen, en una suerte de proceso osmótico, hacia el espacio de los “actores no-humanos”, donde de hecho la presión es menor porque ya no hay tantos intereses en juego. Luego, en la esfera exterior están los objetos que han sido socialmente aceptados, y por consiguiente se han estabilizado, al menos por el momento. La esfera exterior (naturaleza /actores no-humanos) es también un límite para las negociaciones; no todo vale, porque esos seres —ya proclamados como “reales”— son “duros” y difíciles de deconstruir debido a que la inversión para llevarlos a ese estado “natural” ha sido demasiado alta (Woolgar, 1991); en analogía con la física, se trata de condiciones de frontera del problema. Por ejemplo, los electrones en 1930 estaban en esa esfera, pero en 1900 estaban aún en la esfera de “construcción de hechos”; la corriente alterna, como sistema para la electrificación, estaba en la esfera de construcción de “innovaciones” a fines del siglo xix, pero a principios del siglo xx ya eran “parte del paisaje urbano”; eran pues, parte de “nuestro mundo”.17

Ahora bien, uno de los grandes desafíos es la autoorganiza-ción de la sociedad civil sin que pierda autonomía, estimulando su capacidad de autogestión para que no sea cooptada por otros que tratan de intervenir en su gestión (Iglesias, Estados, sindicatos

17 Los autores deseamos agradecer a Sheila Jasanoff por discutir con nosotros este modelo y hacernos caer en la cuenta de que no todos los objetos allí son iguales, y además que el diagrama sugiere límites impuestos por los objetos externos.

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exógenos). Los “hechos” y “artefactos” no son los mismos para todos; para cada grupo social tienen un significado y valor distinto que es resultado de su negociación con la “naturaleza” y con los otros actores humanos, y en este sentido se trata de la construcción de una realidad fragmentada y no coherente, pero convergente en aquellas zonas de intercambio. Solo cuando se estabiliza, sale a la esfera de la “naturaleza”. Cada actor construye su mundo en coordinación con los otros, pero al fin se produce cierto consenso como resultado del cierre de polémicas. Aunque su mundo no es único, sus significados son parcialmente conmensurables gracias a tales zonas de intercambio, que se han construido durante las negociaciones. Debido a esa conmensurabilidad y efectiva traduc-ción de intereses y —por consiguiente— de significados y valores, se da la innovación, como un nuevo objeto o un nuevo uso de un objeto existente (Edgerton, 2006), pero socialmente validado. Entonces el objeto es proclamado como tal y pasa a ser parte de ‘la realidad’ física y social (ahora indistinguibles).

Finalmente, una anotación sobre la temporalidad. El tránsito entre objetos “en construcción” y la “naturaleza” también “his-toriza” el proceso. Los objetos tienden a alejarse del centro en la medida en que se “solidifican” y se vuelven más densos. Como dijimos arriba, es posible que vuelvan a entrar, pero es muy cos-toso, por lo que la aparición de objetos “naturales” permite trazar una flecha temporal, difícil de establecer si nos restringiéramos a negociaciones exclusivamente sociales.

En el momento en el que se incluye a la sociedad civil en la comprensión de estos procesos también se generan intersecciones que constituyen, o deberían constituir, zonas de intercambio. Es responsabilidad de los diferentes vértices, pero especialmente de las entidades de fomento, identificar y generar mecanismos que hagan más sólido este tipo de intercambios. Existen algunas áreas

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con una larga tradición que pueden ser aprovechadas para la ge-neración de este tipo de sinergias (Lafuente, 2008a).

El modelo de triple hélice, en consonancia con teorías como la de “modo 2” (Nowotny et al., 2003), señala que la paulatina integración de los diversos sectores vinculados en la generación y el uso del conocimiento conduce al surgimiento de zonas de intersección y de sectores específicos de carácter mixto, donde se superponen las funciones primarias y secundarias de cada vértice (Etzkowitz, 2008). Así, aparecen laboratorios industriales, áreas de I+D, empresas vinculadas a las universidades (spin off, start up), inversiones en conocimiento para el apoyo de la gestión estatal, transferencias del sector defensa al sector civil (offsets) y diversos mecanismos de fomento y financiación que pasan del sector pú-blico a sectores financieros y de capital privado (venture capital, jointventure), por mencionar tan solo algunas figuras. Todas estas zonas se han visto en la necesidad de generar lenguajes y prácticas que posibiliten el intercambio y la interacción entre sectores con lógicas y culturas muy diferentes. Esas construcciones de nuevos lenguajes se dan en las intersecciones en las que se encuentran los distintos representantes de grupos de interés para, en interacción con la naturaleza, producir “hechos” y “artefactos”, grupos que en sí mismos también son actores no humanos.

En primer lugar encontramos la extensión universitaria, una de las misiones del proyecto de Humboldt de Universidad moderna. La extensión aparece como la función que le permite al conocimiento, en particular a la ciencia y la tecnología, generar un impacto directo sobre la sociedad. Si bien existe cierta polé-mica sobre la naturaleza de estos aportes, en particular sobre su relación con el mercado, la extensión universitaria es un espacio institucionalizado para la apropiación social del conocimiento que tiene el potencial de trazar puentes entre las comunidades de expertos y otros grupos y actores de la sociedad. Ello obliga,

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sin embargo, a replantear las formas de reconocimiento de la “apropiación”, superando la divulgación. Autores como Dagnino (2007) han caracterizado la extensión como punto de partida de la generación de tecnologías sociales y de políticas de innovación más vinculadas a las necesidades de las comunidades menos fa-vorecidas y de los grupos sociales con mayor grado de exclusión que a las lógicas de una economía de mercado y privatización del conocimiento. Sin la intensión de discutir el planteamiento de Dagnino ni sus alcances, es importante destacar la necesidad de generar mecanismos que reconozcan e incentiven aquellas formas de extensión que no generan valor económico inmediato, pero cuyo impacto en términos sociales y ambientales es muy alto. De esta forma la tecnociencia se reintroduce en las “formas de vida” democráticas y en las prácticas, de las que nunca ha salido, pero donde ha sido ocultada.

Sin apropiación no hay innovación, porque el conocimien-to es una construcción compleja que involucra la interacción de distintos grupos sociales.La producción de conocimiento no es una construcción ajena a la sociedad: se desarrolla dentro de ella, a partir de sus intereses, códigos y sistemas. Por eso la apropiación fuerte del conocimiento es el fundamento de cualquier forma de in-novación efectiva y democrática. La innovación entendida como la efectiva incorporación social del conocimiento en la solución de problemas, o en el establecimiento de nuevas relaciones, no es más que la interacción entre grupos y culturas sociales de expertos y no expertos, lo que obliga no solo a un nuevo pacto social, sino a reconfigurar los medios y fines de la comunicación científica. La apropiación no es una recepción pasiva: involucra siempre un ejercicio interpretativo y el desarrollo de unas prácticas reflexivas. En suma, si hemos de distinguir la invención de la innovación, entendiendo esta última como la inserción social de nuevos objetos, o apropiación, entonces debemos hacerla incluyente, abrirla al

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debate y participación social; es decir, a un programa fuerte de la apropiación social.

Principios para una apropiación fuerte del conocimiento

El diagnóstico sobre los “modelos deficitarios”, unidireccionales y verticales de la comunicación científica no es nueva (Lewenstein, 2003). En el ámbito latinoamericano tampoco lo son las reco-mendaciones para romper con esta tradición (véase,por ejemplo, Arboleda, 2007; Nieto, 2002). Sin embargo, en nuestra opinión dichas fórmulas son demasiado generales y, además de mezclar es-trategias, instrumentos y principios, son difíciles de implementar.

Quisiéramos terminar presentando, de forma esquemática, y como una invitación al debate, una propuesta de principios que consideramos pueden guiar el diseño de políticas públicas y la ejecución de estrategias que permitan un diálogo más reflexivo y simétrico en torno a las culturas tecnocientíficas y la sociedad. Aquí es necesario hacer una advertencia: lo que hemos llamado apropiación fuerte no es un modelo para poner en práctica una estrategia de la política “de apropiación”. Los principios que proponemos deben servir a la política científica y tecnológica en su conjunto, porque la apropiación fuerte parte de la idea de que debe ser transversal a toda la política de ciencia, tecnología e innovación, y no un componente complementario al resto. Consideramos que estos principios pueden ser útiles para las po-líticas editoriales interesadas en el problema de ciencia y sociedad y preocupadas por el empoderamiento de la ciudadanía, pero no se restringen a aquella.

En un programa de “apropiación fuerte”, para adelantar el proceso de construcción de políticas debe verificarse lo siguiente:

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1. Principio de complejidad. Poner en evidencia relatos, discursos y políticas ontológicas que prioricen expli-caciones que den cuenta de la producción de conoci-miento como una empresa social y colectiva, donde interaccionan grupos sociales de expertos y no expertos con la naturaleza y otros actores no humanos. Esto im-plica evitar las narraciones basadas en lo que Law llama versiones euro-americanas de la realidad (Law, 2004: 23-27).18

2. Principio de límites. Explicitar no solo las ventajas y po-tencialidades de los proyectos y programas de ciencia y tecnología, sino también los riesgos y limitaciones. Esto implica romper con la idea de que ciencia y tecnología por sí mismas generan desarrollo e introducen las polí-ticas ontológicas y participativas en los ámbitos actual-mente accesibles a los expertos. Este principio ayuda a no generar falsas expectativas entre los públicos y a identificar mecanismos para que los afectados puedan participar en las investigaciones e innovaciones desde su concepción, y no solo al final del proceso.

3. Principio de transparencia. Promover la apertura de las “cajas negras” y poner en evidencia el carácter polémico de todo conocimiento, incentivando los debates que dan cuenta de la ciencia como actividad compleja y en acción. Esta labor significa distinguir y explicar la dife-rencia entre ciencia terminada e investigación, como la

18 Se refiere a la metafísica empirista, que considera los aspectos sociales como irrelevantes en el contexto de justificación, mientras que privilegia la lógica y los resultados experimentales en la producción de conocimiento. La expresión en claramente desafortunada e imprecisa, porque las versiones alternativas, como el mismo constructivismo, son también producto de la cultura eu-roamericana.

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concreción de las dos caras de Jano. También requiere explicitar el entrelazamiento entre conocimiento e interés (político, social y económico) o, en términos latourianos, las asociaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. La política de ciencia y tecnología debe mos-trar que existen mecanismos para borrar los procesos de estabilización de conceptos y artefactos, es decir, los espacios sociales de cierre de polémicas. Ello posibilita la participación activa de representantes de los grupos de interés involucrados, e implícitamente invocados (y supuestamente representados) por los expertos.

4. Principio de intercambio democrático. Construir y visibi-lizar espacios de negociación abiertos a representantes de todos los actantes durante la planeación y ejecución de proyectos. Muchos de estos espacios se dan, pero de forma asimétrica (difusión o aplicación). La interac-ción y construcción de zonas de intercambio debe ser explícita en la formulación tanto de los relatos como de las políticas y los procesos de producción y usos del conocimiento.

5. Principio de reconocimiento social. Establecer mecanis-mos de recompensa y vigilancia para que incentiven la innovación e investigación incluyentes. Sin estos instru-mentos de reconocimiento la dicotomía apropiación-divulgación se mantendrá y la investigación estará fuera de la esfera pública. En cierto sentido se trata de un mecanismo de promoción y no de coerción hacia la comunidad científica y tecnológica para que permita entrar a los ciudadanos afectados a sus laboratorios, no solo como testigos (Shapin, 1988: 404), sino como parte del proceso.

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Estos principios se pueden volver guías operativas si los procesos de construcción de políticas públicas o estrategias de comunicación se someten a una evaluación ex ante y ex post ba-sada en ellos. Por supuesto, se requiere desarrollarlos en forma de indicadores e índices de estructura más fina. Ello permitiría establecer el grado de “fortaleza” o “debilidad” de estas acciones. Si ninguno de ellos se cumple, probablemente lo que se esté haciendo es promoviendo un programa de divulgación, alfabeti-zación y aplicación unidireccional. Si se cumplen todos se estará abriendo el campo para la inclusión social, desplegando un pro-grama fuerte de la apropiación del conocimiento.

Conclusiones

En este artículo hemos querido mostrar los problemas de interpre-tación e implementación de las políticas de ciencia y tecnología en relación con la llamada apropiación de la ciencia. Nos hemos concentrado en el contexto latinoamericano, y particularmente en el colombiano, desde donde la discusión se ha liderado. Ob-servamos que más allá de la retórica de participación activa, los mecanismos de evaluación y reconocimiento social promueven agendas difusionistas y no de traslaciones; es decir, utilizan los mecanismos de alfabetización de ciencia elaborada para excluir a la ciudadanía no experta de la edificación de la ciencia en cons-trucción, es decir, la investigación.

Esta no es una conclusión muy nueva, pero sí lo es el aná-lisis empírico que hemos hecho del caso colombiano, en el que mostramos cómo la apropiación se traduce en divulgación en los instrumentos de medición y de evaluación de política científica y tecnológica. Se trata de una traducción en el sentido de que alinea los intereses de dos grupo: por un lado, los administradores de

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política, quienes en los sistemas democráticos deben explicitar un interés por la participación de la sociedad, pero consideran que la producción de conocimiento termina en los productos que salen de los laboratorios, y que el público solo debe recibir-los, en un modelo de tecnociencia modular; por otro lado están los expertos o científicos, que perciben la introducción de otros grupos sociales como una amenaza a la autonomía e incluso a la objetividad de la ciencia.

El modelo que proponemos de “apropiación fuerte” pone en el centro de la política a la sociedad y sus representantes. Insisti-mos en que los cuatro subgrupos no son homogéneos ni tienen la misma fuerza en el momento de negociar con sus pares o con la naturaleza. En cada caso es necesario identificar la textura de esos grupos y determinar sus capitales simbólicos. Hemos señalado también el desafío de la representación de los legos o ciudadanos interesados o “tecnocidanos” (Lafuente, 2008b). Por supuesto, los representantes no pueden ser “nombrados” por el Estado. Las políticas de ciencia y tecnología deben crear las condiciones para que los grupos de interés se autoorganicen y verificar que sus representantes tengan un asiento en los programas de formu-lación, seguimiento y evaluación de políticas. Esta participación tiene que verse acompañada de la participación de los afectados, usuarios, legos, etc., en las prácticas de investigación e innova-ción, lo que seguramente será el mayor desafío, y no solo en los países menos industrializados, sino en cualquier parte. Por ser un problema con características específicas locales, pero con una raíz epistemológica y metafísica común (el modelo empírico clásico), tiene un alcance global.

La nuestra es una propuesta que propugna por una política ontológica, es decir, de construcción colectiva de objetos. Pero, aunque compartimos la aproximación constructivista del “pro-grama fuerte”, no queremos caer en el determinismo social. Los

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hechos y los artefactos son producto de negociaciones con actores no humanos, así la agencia de los actantes tenga un énfasis en los humanos. Simultáneamente reconocemos que las identidades de legos y expertos son en sí mismas objetos de negociación, por lo que entre los representantes existen fronteras móviles y porosas. Esto es vital precisamente si lo que se pretende es buscar formas de empoderamiento y gobernanza ciudadana.

Finalmente, los principios que enunciamos son una pro-puesta que, partiendo de un modelo de análisis, deriva en una forma de intervención política. Queremos hacer una aclaración: no estamos abogando por la eliminación de los programas de divulgación. Se trata, más bien, de mostrar que si bien las moda-lidades positivas son ontológicamente necesarias (Latour, 1987: 22-23), políticamente son negativas, en la medida en que ocultan un mecanismo intrínseco de la práctica científica: el borrado es tal vez inevitable, pero se debe a que se dice y se muestra que es parte del juego tecnocientífico. La historia social en acción requiere localizar a los actores que participaron en esa eliminación de la memoria dentro (nivel microanalítico) y fuera del laboratorio (nivel macroanalítico del tejido social), y propugnar por políticas de “objetividad fuerte”, más que de relativismo epistemológico (Harding, 1991: 138-163).

En los textos de divulgación se borra la memoria impune-mente por tratarse de ciencia elaborada y, en gracia de discusión, lo podemos soportar para aprender lo que es aceptado como verdad. En la investigación, la caricaturización de las polémicas mediante el ocultamiento de los intereses y poderes sociales es antidemocrático, e incluso antifuncional: sin apropiación fuerte no es posible la innovación efectiva. En suma, la divulgación es parte de los mecanismos (si opresores o libertarios, es otra discu-sión) de la educación. La apropiación fuerte es un requisito de las políticas democráticas de cti.

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Nuestros modelo y principios, se pongan en práctica o no, al menos tienen la virtud de ayudar a romper la ambigüedad del término apropiación, que tanto oscurece la práctica de la ciencia, de la tecnología y la innovación en su dimensión esencialmente política, de la que nunca ha salido.

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TRANSFORMACIONES EN EL SABER SOBRE EL SABER Y LAS TRADUCCIONES-TRANSLACIONES PARA LOS COLECTIVOS

LOCALES

Ivan da Costa Marques1

Introducción

Las tecnologías de información y comunicación (tic) entran en escena en la segunda mitad del siglo xx e incrementan explosi-vamente las posibles formas de organización de los colectivos. Expresiones comunes tales como “innovación de producto” e “in-novación de proceso” normalmente no abarcan, en su plenitud, las innovaciones en las formas de la organización de colectivos

1 Agradezco al Núcleo de Computación Electrónica de la ufrj por el continuo apoyo a mis estudios de ciencia-tecnología-sociedad (cts), sin el cual este trabajo no hubiera sido posible. Agradezco a Antonio Arellano Hernández, Hernán Thomas, Sarita Albagli, Maria Lucia Maciel, Helena Lastres y José Cassiolato por las oportunidades que me proporcionaron para discutir las ideas que les presento aquí. Agradezco también a Pablo Kreimer por las numerosas y pertinentes observaciones en la edición de este texto y a Paola García Juárez por la traducción al español, así como al revisor Edgar Ordóñez por su meticuloso trabajo.

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transformaciones en el saber sobre el saber y las traducciones-translaciones

que hacen existir los productos y los procesos en el mundo. Las tic hicieron posible transportar y modificar bits2 en cantidades antes inimaginables mediante procesos programados y utilizan-do una pequeña cantidad de energía. Las tic, amalgamadas en intensos esfuerzos de padronización, disminuirían la exigencia de la presencia corporal inmediata de los agentes para efectuar muchos cambios e interacciones (en el ámbito de la economía, las transacciones relacionadas con la producción, compra y venta de mercadería o trabajo).

Al llevar a nuevos límites la tendencia a disminuir o tor-nar dispensable la presencia corporal inmediata de los agentes, las tic bajaron (en el cuadro de una contabilidad hegemónica convencional)3 los costos de transacción y de yuxtaposición de elementos heterogéneos. Como primer efecto, las tic intensifi-caron la tercerización del trabajo y del capital4 e hicieron aportes cruciales a otros campos del saber, como el de la genética y de la bioingeniería, y de esta manera contribuyeron a la explosión de la diversidad, no solo de lo que tradicionalmente se entiende como productos y servicios, sino también de los “seres”. Los saberes científico-tecnológicos abrieron el abanico de posibilidades de formación de nuevas entidades o nuevos “seres”, es decir, de nue-vos agentes. Aquí nos interesan, especialmente, las posibilidades

2 A pesar de estar en la base de una economía de bienes llamados inmateriales o intangibles, los bits son al final pequeñas diferencias materiales y tangibles en elementos/sustancias altamente purificadas.

3 Las discusiones que pretenden establecer medidas de tratamiento de los problemas ecológicos problematizan este “cuadro de una contabilidad he-gemónica convencional”. Por ejemplo, ¿hasta dónde irá la contabilización de los efectos contaminantes de un determinado agente del usuario diario de un auto particular?

4 Las franquicias son un ejemplo habitual de una tercerización del capital.

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de formación de otras arquitecturas y otras formas de constituir agentes económicos.

Durante las últimas décadas la puesta en escena de las tic —“tecnologías digitales o metatecnologías”, como dice Sandra Braman— configuró situaciones diferentes de aquellas asociadas a las tecnologías industriales, al

… multiplicar enormemente los grados de libertad que te-nemos para interaccionar unos con otros y con el mundo material. Este aumento de flexibilidad y de capacidad alteró la naturaleza del poder, de la economía, del conocimiento y de cómo nos juntamos en grupos y comunidades para actuar. [Braman, 2006: xvii].

Sin embargo, en este mismo periodo histórico de la segunda mitad del siglo xx también entraron en escena otras grandes transfor-maciones sobre la naturaleza del conocimiento moderno, y es-pecialmente relacionadas con los saberes científico-tecnológicos. Me refiero a los estudios ciencias-tecnologías-sociedades (cts).5 La década de los ochenta, en la que se realizaron los “estudios de

5 El campo de los estudios cts tiene carácter eminentemente interdisciplinar y es habitado por profesionales de las más diversas formaciones: filósofos, sociólogos, economistas, historiadores, físicos, químicos, biólogos, antropó-logos, científicos de la información, científicos contables, además de infor-máticos, ingenieros, médicos y abogados (juristas). En las perspectivas de las principales corrientes de los estudios cts (llamados Science and Technology Studies —sts— o simplemente Science-Technology-Society en lengua inglesa), los hechos y artefactos científico-tecnológicos, los conocimientos y las inno-vaciones pueden ser mejor entendidos si los aspectos técnicos no son puestos de un lado y los aspectos sociales de otro, y si los análisis y proyectos no se presentan así, divididos en compartimentos apartados. En Brasil la expresión estudios cts y la comunidad que ellos denotan tiene cobertura temática tal vez menos específica, y se destacan allí los estudios de políticas científicas y tecnológicas.

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laboratorios” (los cuales abordaré con mayor detalle más adelan-te), es especialmente sobresaliente porque trajo nuevos abordajes que posibilitaron otros posicionamientos sobre la forma de cono-cimiento moderno por excelencia, el saber científico-tecnológico, el emprendimiento de construcción de conocimiento de mayor poder que se consolidó a partir de la salida de Europa de la Edad Media, y que se identifica con la Edad Moderna. En la construc-ción del mundo moderno, el conocimiento, especialmente el co-nocimiento confiable, es asociado al saber científico-tecnológico.6

Este ensayo se dirige principalmente al saber y a las técnicas de las ciencias económicas, contables y administrativas. Se espera que la ocasión en la que la expresión sociedad de conocimiento se divulgue sea también el momento en el que la ciencia económica tenga más interés en analizar las relaciones entre capital y saber, es-pecialmente saber científico y técnico. Según Lundvall (1992: 18),

… el hecho de que el conocimiento difiera en aspectos cruciales de otros recursos en la economía torna la ciencia económica estándar menos relevante y motiva esfuerzos para desenvolver un paradigma alternativo […] El conocimiento no pierde valor cuando es usado. Por el contrario, su uso aumenta su valor; esto es, el conocimiento no es escaso en el mismo sentido que otros recursos naturales y artefactos técnicos. Algunos elementos de conocimiento pueden ser transferidos, fácilmente, entre agentes económicos, mientras son tácitos e incorporados en agentes individuales o colecti-vos. El conocimiento no es fácilmente negociado en mercados y no es fácilmente apropiado de modo privado. A pesar de las tentativas de encontrar soluciones institucionales para el

6 Y, aunque comúnmente en proposiciones de refuerzo al prestigio de las tic, la información se hace equivalente al conocimiento y el saber.

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problema (ley de patentes, etc.), los derechos de propiedad del conocimiento no son fácilmente definidos. Cuando se trata de conocimiento, la falla del mercado es la regla, y no la excepción.

Propongo aquí pensar el abanico de las “transformaciones del sis-tema capitalista” de las últimas décadas como “transformaciones en el saber sobre el saber moderno”, especialmente sobre el saber de las ciencias modernas, y más particularmente sobre los saberes de la ciencia económica. Pretendo realzar no solo la descripción de las posibilidades de diseminar información, conocimiento y saber, sino —y este es el punto decisivo de este ensayo— la creación de nuevas formas o nuevas entidades de producción y consumo que reposicionan el periférico y el central, el local y el global.

Inicio este ensayo focalizando las transformaciones del “sa-ber sobre el saber” a partir de la década de 1980, o el paso de la epistemología de las corrientes dominantes a los enfoques semió-ticos. Seguidamente opongo la noción de traducción/traslación a las nociones del descubrimiento en la ciencia y de impacto de la tecnología en la sociedad. Finalmente, problematizo la configu-ración denominada “sistema nacional de innovación” frente a la variedad de posibilidades de configuración de colectivos locales abiertos por la entrada en escena de las tic.

De la epistemología de las corrientes dominantes a…

Una proposición es un enunciado que pretende expresar un he-cho científico, como por ejemplo “Fuerza = masa × aceleración”, o “La riqueza de las naciones resulta de la capacidad de uno y de todos de perseguir los intereses de su propio ser individual”. En la

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epistemología de la tradición moderna, los criterios para decidir la veracidad o falsedad de una proposición son establecidos sobre la base del contenido del enunciado de la proposición. Frente a una controversia, esto es, si existen dudas sobre la veracidad de una proposición, la epistemología dominante nos responderá que el método científico hace que, en última instancia, la controversia sea resuelta cotejando el contenido del enunciado con la natura-leza o la sociedad; es decir, comparando lo que dice el enunciado con lo que se percibe en la naturaleza: lo que nos dice la física, en el caso de la primera proposición expuesta, o con lo que se per-cibe en la especie de naturaleza en la que está la sociedad, y que es estudiada por las ciencias sociales, o lo que nos dice la ciencia económica, en el caso de la segunda proposición. Así trabaja la epistemología dominante. De nada sirve preguntar al gobernante, al pueblo o a Dios si la proposición “Ningún cuerpo físico pue-de desplazarse con velocidad superior a la velocidad de la luz” es verdadera o falsa, pues el árbitro de esta pregunta es la naturaleza.

En esta visión, el cotejo de los enunciados con aquello que es percibido de las formas, asumidas como que “están allá”, preexis-tentes, es realizado en laboratorios o centros de cálculo, donde se busca establecer las condiciones de reproducibilidad de los fe-nómenos o de las experiencias. Los laboratorios y los centros de cálculo ofrecen una posibilidad de reproducibilidad tal que hacen pensar que ella es asequible en cualquier espacio y en cualquier tiempo. De esta forma, el conocimiento científico puede ser do-tado de los atributos de universalidad y neutralidad que, según las corrientes dominantes, lo diferencian epistemológicamente de las demás formas de saber. En los últimos siglos, los europeos divulgaron entre las otras culturas que este trabajo de obtención de las condiciones de reproducibilidad es llevado a cabo en la construcción de los saberes de las ciencias y las tecnologías moder-nas, y de este modo operaron una gran división del mundo en dos

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esferas: por un lado la esfera de las cosas en sí (en la cual estarían átomos, moléculas, microbios, rocas, astros), esto es, la naturaleza, estudiada por las ciencias naturales, y por el otro lado la esfera de los hombres entre sí (en la cual estarían el Estado, la democracia, los valores, los crímenes), esto es, la sociedad, estudiada por las ciencias sociales y humanas.7 Las justificaciones de validación del conocimiento moderno son fundamentadas en el principio de la gran división: no se mezcla la esfera de la naturaleza con la esfera de la sociedad —es decir, los átomos nada tienen que ver con la democracia, nos dicen las corrientes dominantes modernas del saber sobre el saber—. En la mayor parte de sus presentaciones, la ciencia económica, que se encarga de entender una parte de la na-turaleza de la sociedad y/o del comportamiento de los humanos, puso en escena la gran división. De ese modo, así como la forma “átomo” es preexistente en la naturaleza y nada tiene que ver con lo que hombres y mujeres puedan hacer, de la misma manera la forma “Homo economicus” (“racional”) es preexistente, natural, está allá, y no puede ser cambiada por los humanos.

Nuevas maneras de entender el saber, especialmente el co-nocimiento científico moderno, ya venían siendo buscadas y propuestas por lo menos desde el comienzo del siglo xx.8 Estas nuevas formas desbordaban los cuadros de referencias9 de la epis-

7 Para una presentación detallada de esta gran división entre naturaleza y socie-dad, mundo de las cosas en sí y mundo de los hombres entre sí, véase Latour (1994).

8 Francisco de Oliveira escoge a Marx como el “primer pensador de economía política en investigar las mañas del lenguaje del discurso económico que es-conde intereses de clase que se convierten en valores universales, en la clásica y conocida operación de La ideología alemana”, pero Marx estaba demasiado “envuelto en el lenguaje y en los moldes científicos del siglo xix” (Paulani, 2005: 14) para cruzar la gran división.

9 Cuadros de referencias epistemológicas que están amalgamados a cuadros de acuerdo con la contabilidad. Las discusiones en torno a cuestiones ecológicas

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temología de las corrientes dominantes y de las sociologías del conocimiento que no cruzan la gran división que separa naturale-za y sociedad. Tras el libro que ocupa la posición inaugural de la sociología del conocimiento, publicado por Karl Mannheim en 1929,10 se destacan aún como precursores el estudio de Ludwick Fleck,11 en la década de 1930, y el sobresaliente libro de Karl Polanyi en la de 1940.12 Aunque muy conocido por su crítica “al mito del mercado autorregulado”, nos interesa más aquí el análisis que Karl Polanyi hace del papel de las teorías económicas, tales como las enunciadas por David Ricardo, en el establecimiento del mercado de trabajo en la Inglaterra de la primera mitad del siglo xix. Karl Polanyi muestra de manera convincente y precursora que las teorías económicas no son simplemente expresiones de formas preexistentes en las actividades económicas (de una na-ción), sino que el proceso de construcción y estabilización de las teorías de la ciencia económica actúa en las actividades económicas. Al constituirse, la ciencia económica hace desaparecer o aparecer organizaciones de la vida,13 y modifica las formas y prácticas de la participación en la producción y en el consumo, para que las en-tidades que ella crea-inventa-experimenta-construye-encuentra-

tornarán esta amalgama evidente, pues antes de establecer quién paga, por ejemplo, por el calentamiento global, es preciso que se llegue a un acuerdo (que se convenga) que el calentamiento realmente existe y quién y qué lo causan.

10 Véase Mannheim (1985 [1929, 1936]). Este libro solo fue traducido al por-tugués en 1986 (Mannheim, 1986 [1936]).

11 Este estudio (Fleck, 1986 [1979]), escrito en la década de 1930 por un mé-dico judío que sobrevivió al nazismo, pasó más de 20 años ignorado, antes de ser rescatado por Thomas Kuhn (1992).

12 Véase Polanyi (2000 [1944]).13 No enriqueceré demasiado este ensayo si argumento que la vida, sin califi-

cativos, no puede ser separada de la vida económica, a pesar de que no raras veces esta separación simula ser ejercida por los economistas.

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expone (por ejemplo, el mercado de trabajo como institución, el Homo economicus como concepto de la ciencia económica, o la empresa privada como forma legal de asociación) sean creadas en la naturaleza de la sociedad, y pasen así a ser consideradas una parte natural, y por lo tanto no histórica, de la constitución de la sociedad. Una vez ocultado el proceso de constitución de estas entidades, ellas se naturalizan, su contingencia histórica es olvidada y ellas pasan a constituir una naturaleza (¡una parte no humana!) de la sociedad.

Polanyi observa que a medida que las leyes que gobiernan una economía de mercado se constituían en la Inglaterra del cambio de siglo y de las primeras décadas del siglo xix, ellas eran colocadas como parte de la naturaleza (en la esfera de las cosas en sí). La ley de los rendimientos decrecientes14 derivó de una ley de fisiología de las plantas; la ley de populación malthusiana reflejó la relación de fertilidad del hombre y del suelo. “En ambos casos las fuerzas en juego eran las de la naturaleza, el instinto animal del sexo y del crecimiento de la vegetación en un suelo dado”. De ahí que para la ciencia económica de aquel momento histórico se revelara entonces el “verdadero” significado del tormentoso problema de la pobreza: “la sociedad económica estaba sujeta a leyes que no eran leyes humanas” (Polanyi, 2000 [1944]: 153), es decir, se tra-taba de unas leyes que no eran de la esfera de los hombres entre sí.

Fue entonces la propia ciencia económica de la época la que definió como inútil toda tentativa de contrarrestar la pobreza por medio de una ley humana, pues eso literalmente equivaldría a promulgar una ley contra la lluvia. Estaba abierto el camino para que la ley de asistencia social a los pobres (Poor Law) fuese abolida por consenso científico, y para que la decisión de hacer desapare-

14 Law of diminishing returns.

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cer la práctica económica del asistencialismo fuera tratada como una medida “técnicamente determinada”, como se diría hoy. Al analizar la abolición de la Poor Law en Inglaterra de la década de 1830, Karl Polanyi hace una descripción elocuente de un episodio en que acciones extremas fueron tomadas para que apareciese en la sociedad una entidad que la ciencia económica había puesto en escena pocos años antes: el mercado de trabajo. Él muestra que

[La] creación de un mercado de trabajo fue un acto de disec-ción ejecutado en el cuerpo de la sociedad por aquellos que ya estaban fortalecidos en su tarea por la seguridad que solo la ciencia puede ofrecer. El hecho de que la Poor Law tuviera que desaparecer era parte de esa certeza. “El principio de la gravedad no es más cierto que la tendencia de tales leyes a cambiar la riqueza y el vigor en miseria y debilidad […] hasta que, finalmente, todas las clases sean infectadas por la plaga de la pobreza universal”, escribió [David] Ricardo. Sería, en efecto, un cobarde moral aquel que, sabiendo de esto, no intentase encontrar fuerzas para salvar a la humanidad de sí misma mediante la cruel operación de la abolición de la asistencia social a los pobres. Sobre este punto había un con-senso general entre Townsend, Malthus y Ricardo, Bentham y Burke. Por más diametralmente que difirieran en método y perspectiva, ellos concordaban en la oposición a los prin-cipios de la economía política y a la Speenhamland.15 Lo que hizo del liberalismo económico una fuerza irresistible fue esa congruencia de opiniones entre perspectivas diametralmente opuestas. Aquello que un ultrarreformador Bentham y un

15 Una ley inglesa que en 1795 aprobó destinar parte de lo recaudado por impuestos a subsidiar a los pobres cuyos salarios no eran suficientes para mantener a su familia.

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ultratradicionalista Burke aprobaban igualmente asumía, automáticamente, el carácter de autoevidencia. [Polanyi, 2000 [1944]: 154-155].

Pero ahora la manera de hacer conocimiento cambió y quizás los tiempos son otros. Si volvemos la mirada a la contemporaneidad, a lo largo, y principalmente al final del siglo xx, los estudios abo-cados a entender cómo se construyen las ciencias y las tecnolo-gías mostraron que estas creaciones están hoy bastante distantes de aquello que sucedía en los siglos anteriores, o de aquello que muchas veces la historiografía de la ciencia y de la tecnología les hacía (¡y aún les hace!) corresponder. A mediados del siglo xx, y con especial nitidez después de la Segunda Guerra, la visión de las corrientes dominantes ya percibía la configuración de otro modo de hacer ciencias y tecnologías, a partir de instituciones y de personas asalariadas. Especialmente en los Estados Unidos, con sus aparatos militares, de investigación y educativos,16 tempra-namente se percibieron las ciencias y las tecnologías construidas en redes que imbricaban universidades, grandes empresas y el Estado. Se configuraron escalas colectivas cada vez mayores de construcción e invención de una naturaleza, y perdieron valor los intentos de los grandes científicos que se traducían/transitaban en pequeñas escalas,17 fácilmente vistas como individuales y que

16 Es emblemática de mediados del siglo xx la visión de la sociología de la ciencia divisada por Robert Merton, que trazó el esquema básico que perdura hasta ahora para el funcionamiento de instituciones de apoyo y reglamentación (y también de orientación, a pesar de que esto continúe en las sombras) de las actividades científicas, tales como la National Science Foundation y, en Brasil, el cnpq. Véase también United States (1980 [1945]), Price (1965) y, para una apreciación más reciente de lo ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial, Guston y Keniston (1994).

17 Véase, por ejemplo, Soares (2001).

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descubrían una naturaleza que ya estaba allá, previamente dada, para ser reconocida. El ofuscamiento que las luces de los atribu-tos idealistas de la neutralidad y de la universalidad provocaban —y que dificultaban la interpretación aportada por otros puntos de vista, no iluministas, sobre la naturaleza del conocimiento científico-tecnológico— no fue capaz de encubrir toda esta nueva configuración por mucho tiempo, después de la Segunda Guerra. Se fortificaron nuevos entendimientos y abordajes de las ciencias y de las tecnologías de la modernidad, cuyos atributos de univer-salidad y neutralidad desde entonces vienen siendo reevaluados.

… los abordajes semióticos

Hechos independientes se tornaron conocidos en la década de 1980: los primeros trabajos de observación etnográfica y análisis de la construcción de conocimientos científicos y tecnológicos en la contemporaneidad, denominados estudios de laboratorio.18 En los años siguientes, en los discursos que empezaron a circular ampliamente en las comunidades de los estudios cts, irrumpió el término tecnociencia,19 que alude a la configuración de actividades que entran en escena en la construcción de los hechos y artefactos científicos tecnológicos. Considerado el conjunto de estos estu-

18 Son cuatro los estudios de laboratorio más conocidos como trabajos semina-les: Knorr-Cetina (1981), Latour y Woolgar (1979), Lynch (1985), Traweek (1988). De ellos, solo uno fue traducido al portugués: Latour y Woolgar (1997 [1979]).

19 La palabra tecnociencia designa todo el conjunto de actividades percibidas por los que estudian la “ciencia tal como ella es hecha”, esto es, actividades que explican-participan de la construcción de los conocimientos científicos y tecnológicos. Bruno Latour “us[a] la palabra tecnociencia para describir todos los elementos atados al contenido científico, por más suyos, insólitos o extraños que parezcan” (Latour, 1998: 286).

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dios, se puede decir que en la década de 1980 la antropología, y también la sociología y nuevas formas de hacer historia de las ciencias y de las técnicas, entraron en los laboratorios. Los estudios de laboratorio desplazaron a la ciencia y al científico de aquella posición privilegiada a partir de la cual, potencialmente, pueden observar todo, pero no son observados por nadie.20

Los estudios de laboratorio muestran que algo que conven-cionalmente las ciencias destacan como naturaleza, a pesar que de alguna forma participe, no es el árbitro final de las controversias científicas, incluso en los campos que integran el llamado núcleo duro de las ciencias, como los de la física, la química y la biología. Lo que sucede en los laboratorios y centros de cálculo, tal como lo describen convincentemente aquellos estudios, es mucho más comprensible como un proceso de invención y construcción que como un proceso que procura y descubre de formas previamente dadas y presentes en una naturaleza.

Consideremos una proposición que creó una controversia científica famosa: “La forma de la molécula del adn es la de una hélice doble”. La idea (hasta hoy) popularizada es que la contro-versia se resolvió cuando se verificó que la forma de la molécula del adn —una forma supuestamente preexistente en la naturaleza— es realmente una hélice doble. Es decir, en este caso se divulga la idea de una naturaleza (universal y neutra) que participa como árbitro final en la solución de las controversias científicas. Pero lo que los estudios de laboratorio de la década de los ochenta ob-servan en casos como este es un proceso en el que la naturaleza no presenta forma alguna hasta que los científicos se ponen de acuerdo sobre la forma en cuestión. En otras palabras, las formas o entidades que habitan la naturaleza —tal como la hélice doble

20 Una ciencia que alega estar en posesión del “ojo de Dios” (God’s eye trick).

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de la molécula del adn— solo pasaron a habitarla después que fueron puestas allí por las ciencias. Es decir, esas formas no son descubiertas. Se puede decir que, así como los artefactos tecno-lógicos, ellas no existen antes de ser inventadas y construidas por las ciencias (y tecnologías). Cuando un microscopio electrónico fotografía una forma que supuestamente “está allí” en la natu-raleza, los estudios de laboratorio nos muestran de qué modo el instrumento y las teorías actúan para que ella “esté allí”. La forma de la hélice doble de la molécula del adn que “está allí” es el re-sultado de la resolución de las controversias científicas y no una forma, una entidad, un elemento previamente dado que ya “estaba allí”, sin las teorías y los instrumentos que incorporan diversos niveles, muchos de ellos “enterrados”, por así decir, por teorías.

Lo afirmado sobre la molécula del adn podría decirse sobre los microbios de Pasteur o sobre el oxígeno que, en el aborda-je semiótico, fue más propia y comprensiblemente inventado y construido, que propiamente descubierto por Lavoisier. La reivindicación que las ideas de invención y de construcción de los hechos y objetos científicos han aumentado el rendimiento de los procesos de entendimiento de cómo se configura el co-nocimiento científico, puede, a primera vista, parecer extraña o incluso absurda. ¿No es evidente que los egipcios, los griegos y los romanos respiraban el oxígeno que Lavoisier descubrió mu-chos siglos después de que ellos existieran? ¿El oxígeno no estaba siempre presente? Frente a esta posición, los abordajes semióticos, grosso modo, han concordado en que el oxígeno siempre existió, pero solo después de que Lavoisier lo inventó o construyó. A pesar de que esto pueda parecer un mero juego de palabras, la respuesta apunta hacia el núcleo de un dispositivo de inmenso poder, accionado por las ciencias: la capacidad de crear formas, entidades u objetos (por ejemplo, el oxígeno) que están fuera del tiempo y del lugar donde aparecieron. La ciencia estaría creando

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objetos que están fuera de la historia, objetos naturalizados. Una vez naturalizadas, tales entidades —un objeto, un hecho, una ley científica— se liberan de las condiciones espaciales y temporales de su creación para ser situadas en la esfera de las cosas en sí que “están allá” en la naturaleza, que —reza la constitución moder-na— existe separada de la esfera de la sociedad, donde se tratan las cuestiones de los hombres entre sí.

Lo que las interpretaciones semióticas permiten percibir es que en los últimos siglos, el intento de dotar a la ciencia occidental de los atributos de universalidad y neutralidad —a pesar de que se haya divulgado, por medio de la epistemología, que los saberes de las ciencias y tecnologías modernas se establecen tras operar la gran división— es algo que solo se logra parcialmente. Antes de que una proposición científica se estabilice como hecho (durante una investigación, por ejemplo), todas las cuestiones intervinien-tes se presentan en un mundo que mezcla las dos esferas. Es en el proceso de justificación de la verdad, o de legitimación de un objeto, hecho o ley científica, que una especie de purificación se lleva a cabo, y traza en aquel punto una frontera que separa las dos esferas.

Los abordajes semióticos del conocimiento de la ciencia económica permiten traer a un plano visible el carácter construi-do (y no descubierto) de las leyes y formas económicas, que son siempre indisociablemente formas técnicas-sociales-políticas. En un trabajo extraño para su época, García (1986) estudió la economía de la fresa fresca en la región de Sologne, en Francia. A pesar de tener las tierras más apropiadas para el cultivo de la fruta, la participación de la región en la economía de este tipo de fresa, de mayor valor (comparado con el de la fresa vendida para mermelada), era menor y de peor calidad que la de otras regio-nes del país. La relación entre los productores y distribuidores (que llevaban el producto para el consumidor final a los centros

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urbanos, principalmente París) estaba estructurada por lazos de amistad, parentesco, apadrinamiento y fidelidad. De este modo los productores entregaban la cosecha a los intermediarios que, por un lado, no les informaban el precio ni cuándo pagarían, y por otro lado les adelantaban dinero o socorrían en ocasiones ante necesidades especiales —una arquitectura o una forma económica que recuerda mucho la de ciertas regiones del nordeste brasileño, conforme apunta otro estudio de la misma autora—.21

En el caso de Sologne, un gestor —un consultor contratado por la prefectura— se encargó con éxito de transformar la eco-nomía de la región haciendo aparecer allí la forma de “mercado perfecto”. García (1986) muestra en detalle cómo este gestor proporcionó la yuxtaposición de elementos heterogéneos y espe-cíficos de aquel caso para configurar y hacer surgir un “mercado perfecto”, una forma de organización que modificaba la relación de los productores con los distribuidores de fresas de la región. Esta confluencia de diversos elementos incluía desde pactos con instituciones financieras —líneas de crédito, novedosas formas de tratar y dialogar con los campesinos— hasta la construcción de un edificio de arquitectura especial, donde los lotes de fresas eran clasificados y numerados. Vendedores y compradores realiza-ban transacciones de compra y venta por medio de un marcador electrónico, sin siquiera verse. Los lotes podían ser examinados en bancas en la mañana y negociados por la tarde, mediante el sistema de pregón y con el auxilio de una pantalla electrónica vista en dos salas situadas en pisos diferentes, de modo que los com-pradores y vendedores cerraban el negocio en el anonimato. En resumen, circuitos de información, hábitos, costumbres, fresas, leyes, prácticas, móviles, equipamientos, transportes y edificios,

21 Véase García-Parpet (2002).

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todos estos elementos heterogéneos fueron dispuestos de tal modo que configuraron nuevas formas de transacción mercantil entre agentes productores y compradores de fresas frescas en la región.

El tránsito “de la epistemología de las corrientes dominantes a los abordajes semióticos” resulta de una gran cantidad de traba-jos en el campo de los estudios cts realizados en las tres últimas décadas en algunos países, principalmente Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Holanda, Alemania y países escandinavos. Dada la imposibilidad de descubrir aquí todo este campo, esta sesión no puede ser más que un incentivo para avanzar localmente. Cabe entonces preguntar: ¿qué posibilidades podemos descubrir en este tránsito?

En un periódico de gran circulación en Rio de Janeiro, un conocido antropólogo expresó su frustración ante unos econo-mistas que, en Brasil, pretenden encerrar el mundo en provincias (categorías, cuadros de referencia y contabilidad) a partir de las cuales no se consigue vislumbrar las posibilidades que el paso “de la epistemología de las corrientes dominantes a los abordajes semióticos” podría sugerir. Este antropólogo escribió:

El punto que quiero […] resaltar tiene que ver con la temá-tica general de las redefiniciones locales de lo global […] [c]on el problema básico de los reordenamientos, en el nivel de lo local, de padrones e instituciones universales, que nues-tra vana economía y otras disciplinas de cuño eminentemente universalista no consiguen percibir. [Da Matta, 2008: 7].

Para arriesgar una respuesta, se podría decir que el paso “de la epistemología de las corrientes dominantes al abordaje semiótico” conduce a un espacio-tiempo en el que podemos ver cómo el co-nocimiento científico-tecnológico no es malo, no es bueno ni es neutro, y su construcción aparece como un emprendimiento tan

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poderoso que no solo describe una realidad, sino que actúa para crear la realidad que describe (Callon, 2008), y esto, dicho directa y simplemente, abre nuevas posibilidades a potenciales realidades.

Un poco de teoría: traducciones-translaciones contraimpactos y descubrimientos

La epistemología de las corrientes dominantes se une a la noción de impacto, de fuerte ascendencia mecánica, y pone en escena el modelo de difusión de los artefactos científicos y tecnológicos. En esta versión de los estudios sobre el saber que propone presentar el conocimiento de la ciencia moderna a partir de un mundo di-vidido en partes estancadas: naturaleza y sociedad no se mezclan, pero es común afirmar que los descubrimientos (inventos) que aparecen en la esfera de la naturaleza atraviesan el espacio vacío entre las dos esferas y alcanzan a la sociedad. Los objetos o enti-dades técnico-científicos, se trate de hechos y leyes científicas o de artefactos tecnológicos, llegan entonces a la sociedad con (op-ciones22 de) formas determinadas y provenientes de otro mundo, del mundo de la naturaleza, del mundo de las cosas en sí, cosas u objetos cuyas esencias son independientes de las cuestiones de los hombres entre sí. Entonces, estos objetos, que son producciones

22 En el caso de los artefactos tecnológicos, la convivencia de formas diferentes y la opción entre ellas se presentan como algo esperado, tolerable o hasta de-seable, vinculado a la competencia entre distintos productos, cuyos mercados coinciden (Gillete y la máquina de afeitar). En el caso de las leyes y hechos científicos, la convivencia de formas diferentes (proposiciones competitivas) es generalmente vista como algo temporal que debe ser tratado por los cien-tíficos, y está asociada a una controversia que se espera sea resuelta (una de las proposiciones no resistirá las pruebas de veracidad cuando se comparen con las formas preexistentes en la naturaleza —se diría—) o abandonada por una “mudanza de paradigma” (véase Kuhn, 1992).

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de las ciencias y tecnologías (o, para utilizar una expresión con-temporánea más precisa, producciones de las tecnociencias), causan, por definición, en el modelo de difusión, “impacto” cuando se encuentran con la sociedad, que comienza a utilizarlos.

En los títulos de elementos narrativos que participan corrien-temente en la construcción de conocimientos contemporáneos, tales como artículos, libros y congresos, la palabra impacto re-fuerza la imagen de algo que llega listo y modifica o perturba, de manera sugerentemente drástica, el ambiente donde entra. Este término fortalece, conscientemente o no, la presencia del modelo de difusión de la ciencia y de la tecnología en la sociedad. Según este modelo (modo de pensar y actuar), los artefactos técnico-científicos nos llegan con formas que están determinadas a priori en la esfera de la naturaleza, por leyes no humanas, universales y neutras, situadas más allá del bien y del mal, fuera de la historia. Así, en el modelo de difusión, las entidades (hechos científicos y artefactos tecnológicos) construidas por la tecnociencia llegan a la sociedad con formas que tienden a ser naturalizadas, a ser técnicamente determinadas, y lo más que la sociedad puede ha-cer es construir criterios éticos para utilizarlas, una vez que “la misma ciencia que hace los (buenos) remedios hace la (mala) guerra bacteriológica”. En la base del modelo de difusión está la noción de descubrimiento, la idea de que la ciencia descubre las formas naturales antes desconocidas, pero que ya “estaban allí” presentes, determinadas, independientemente del observador. En la base de dicho modelo también está la estrategia de introducir una separación entre ciencia y tecnología, entre el conocimiento científico y su aplicación. Las corrientes identificadas con el lla-mado determinismo técnico-científico se adhieren fuertemente al modelo de difusión de la ciencia y de la tecnología.

Históricamente la situación se complicó cuando, al menos desde el inicio del siglo xx, se hizo cada vez más difícil negar que

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los objetos y hechos técnico-científicos envolvían una construc-ción. En medio de la complicación surgieron, en la segunda mitad del siglo xx, quienes, podría decirse, se situaron en el extremo opuesto, esto es, dejaron el determinismo técnico-científico pa-ra abrazar el llamado constructivismo social. Muchas corrientes asociadas a la llamada condición posmoderna (el mismo uso de este término es objeto de dilatadas discusiones en los circuitos académicos especializados, e incluso fuera de ellos)23 componen una visión de fragmentos no solo para aquellos que se preocupan por el saber sobre el saber, sino también para todos aquellos que necesitan situarse en el panorama de las actividades de construc-ción de conocimiento. Muchas corrientes de los movimientos posmodernistas han llegado a afirmar que la ciencia no es más que una construcción social, un mero discurso, una construcción del lenguaje —para ellos, todo puede resolverse en la esfera de los hombres entre sí, y la naturaleza es una consecuencia exclusiva de las relaciones entre los humanos—.

Los estudios cts, y especialmente la teoría actor-red (tar),24 al deshacer la gran división entre naturaleza y sociedad que el catecismo moderno predica a todos los pueblos, se distancian

23 Véase, por ejemplo, Lyotard (1986 [1979]). Para una presentación de la condición posmoderna de tal vez mayor interés inmediato para economis-tas y administradores, véase Harvey (1993 [1989]), o incluso los volúmenes de Manuel Castells que tratan sobre “la era de la información, economía, sociedad y cultura”.

24 La así llamada teoría actor-red (tar) (en inglés actor-network theory [ant]) no se encuentra en un solo sitio, pero tiene raíces en los trabajos de Michel Callon, John Law y Bruno Latour. Se trata de un enfoque minimalista, radicalmente materialista y ontológico, para describir un mundo en flujo permanente (un mundo de verbos), donde todas las entidades (los sustanti-vos, los actantes) se configuran o son configuradas a partir de relaciones que se estabilizan provisoriamente. Véase, por ejemplo, Law y Hassard (1999) o Latour (2005), y en español, Latour, (2008 [2005]).

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mucho del determinismo técnico-científico y del constructivismo social. Al percibir la realidad como constituida por “redes”25 y al adoptar una concepción minimalista y reflexiva de redes como yuxtaposiciones o relaciones de elementos heterogéneos que a su vez también son yuxtaposiciones o relaciones de elementos heterogéneos, la teoría actor-red se sitúa por encima de las dos corrientes. Para la teoría actor-red, “las redes son al mismo tiempo reales como la naturaleza, narradas como el discurso y colectivas como la sociedad” (Latour, 1994: 12).

Al adoptar un abordaje semiótico, la teoría actor-red esta-blece un compromiso radical con la materialidad, al tiempo que percibe un mundo que actúa sin formas predefinidas y en flujo ininterrumpido. Todo se desplaza, se hace y se deshace en movi-miento permanente y no ostenta separación alguna entre natu-raleza y sociedad. Dicho con mayor rigor, no hay más naturaleza ni sociedad como entidades no situadas y que no sean efecto de la resolución de controversias. Mientras haya controversias, en aquel punto de espacio-tiempo controvertido, naturaleza y sociedad no están delineadas. Con mayor rigor no se podría decir que allí naturaleza y sociedad se mezclan, pues allí no son entidades, no tienen forma, no han sido bautizadas.

Casi siempre, una controversia surge cuando una proposición entra en escena. Una proposición es el enunciado de una red, de cierta disposición que yuxtapone elementos (cosas, narrativas y personas) heterogéneos. Una proposición tiene siempre definido su espacio y su tiempo. O bien la disposición (tácita o implícita) propuesta de elementos heterogéneos se torna estable, perdura, se mantiene (siempre de manera aproximada, pues estamos en

25 Cabe observar que el uso de la palabra red en la teoría actor-red no remite a sus acepciones más comúnmente empleadas, sean ellas una red telefónica, la Internet, una red de ventas o una de asistencia o distribución de productos.

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un mundo en permanente flujo) y se resuelven las controversias asociadas a ella y la proposición se torna un hecho y permanece, o la disposición propuesta no resiste, la red anunciada se rompe y la proposición se deshace en ficción. Al desplazarse en el espacio y en el tiempo, conformándose como hecho o ficción, las pro-posiciones se modifican, son traducidas-trasladadas. Mediante traducciones-traslaciones, las controversias son resueltas siempre localmente, de modo que, al resolverse las controversias, los he-chos resultantes no son los mismos, no son independientes del lugar y época (espacio y tiempo). No hay hechos universales y neutros.

Al desplazarse de mano en mano, de tiempo en tiempo, los hechos y los artefactos no son los mismos. Por ejemplo, desde el punto de vista de la teoría actor-red, así como el fordismo no fue el mismo en Detroit y en São Paulo, el auto también es diferente. La teoría actor-red define el auto por lo que él hace, por sus acciones, y este nunca actúa aisladamente. El auto actúa siempre aparejado a una carretera, a combustible, a un chofer. Las carreteras brasileñas son muy diferentes de las estadounidenses, y entonces el auto no recorre las mismas distancias en las mismas condiciones de velocidad, comodidad y desgaste; la suspensión tendrá que ser modificada; en Brasil la gasolina tiene cerca de 25 % de alcohol y esto exige diferencias en el motor; los hábitos de manejo de los choferes son diferentes, y como cualquier turista percibe, esto hace que haya diferencias de seguridad (¡y en las pó-lizas de seguro!) entre los autos de Detroit y los de São Paulo. Los operarios y gerentes también “hacen diferencia” en dos lugares, y el producto resultante en consecuencia se diferencia. La lista de diferencias puede ser extendida en un universo abierto. Solamente para el modelo de difusión, que considera que formas estables y aisladas atraviesan un espacio vacío y misterioso entre naturaleza

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y sociedad, se torna concebible que un carro de Detroit es igual que uno de São Paulo.

Más aún, los hechos —la teoría actor-red habla de los hechos técnicos y científicos no solo de la economía, sino igualmente de la física y de la biología— son negociados. Es justamente por esto que ciertas proposiciones se entienden como hechos en algunos lugares y como ficción en otros, pues las redes se estabilizan siem-pre localmente. ¿Y cuándo los hechos son los mismos? Ellos solo serán los mismos para quien o lo que estuviera en la misma red. La proposición “La forma de la molécula del adn es una hélice doble” solo será hecho en determinada yuxtaposición de elemen-tos heterogéneos y en la medida en que se logre reproducir esta yuxtaposición de forma amplia. Este es justamente el trabajo, llamado de “purificación”, generalmente más concentrado en determinados lugares, como laboratorios, tribunales y centros de cálculo.

El modelo de difusión hoy forma parte del sentido común (que, como alguien ya observó, es diferente del buen sentido). Es-to no impide que, ya que él mismo es una proposición candidata a ser aceptada como hecho, el modelo de difusión sea traducido-trasladado para diversas partes del globo, lo cual suscita contro-versias de diferentes matices y consecuencias. De cierta forma, para países o regiones donde la tecnología es tradicionalmente importada, como es el caso de Brasil, los hechos y artefactos de la tecnociencia —principalmente aquellos cuyo origen se ve con-centrado en grandes laboratorios que ejecutan largas cadenas de operaciones de separación, y de este modo construyen la frontera que otorga a las esferas de la naturaleza y la sociedad la condición de entidades purificadas— son presentados con algún retraso con relación a los países que los exportan, cuando han alcanzado en su sitio de origen formas estables y estandarizadas, por lo que resulta más fácil percibir su adopción como difusión de algo que ya viene

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listo que como la traducción-translación de algo que, al ser adop-tado en Brasil, se transforma. Por así decir, en los lugares donde la sabiduría popular dice que “tecnología es magia importada”, el modelo de difusión aparecerá con una carga mayor de evidencia que en los sitios donde aquellos hechos y artefactos sufren inten-sas traducciones-translaciones en el proceso de adopción que los conduce a sus formas más estabilizadas.

Pero no es este el lugar para exponer un análisis teórico de estos dos modelos (modos de pensar y actuar según difusión o según traducción-translación) y sus consecuencias. Nuestro in-terés, menor, pero posible de realizar, dadas las limitaciones de este ensayo, es azuzar la curiosidad, despertar el interés, exponer los efectos que pueden ser obtenidos a partir de las breves consi-deraciones teóricas hechas más arriba. Para ello intentaremos dar ejemplos de entidades económicas que son históricas, que son frutos de un colectivo específico perteneciente a un lugar y época específicos, y que llegan, por lo menos para la gran mayoría de nuestros economistas, naturalizados, como elementos constitu-tivos de conocimiento de una ciencia económica que se quiere y se dice universal y neutra.

Se trata, por lo tanto, de una modesta iniciativa de exponer lo que no cabe en los cuadros de referencia y de contabilidad que simultáneamente conforman y resultan de las elecciones que la ciencia económica ha hecho en la construcción de sus hechos y artefactos,26 y que “la historia de la ciencia y su progreso lógico-formal fueron encargándose de disimular y ocultar” (Paulani, 2005: 19).

26 Véase el trabajo de Peter Miller, en especial Miller (1998).

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Colectivos locales, ¿“sistemas”? ¿“nacionales”? de ¿“innovación”?

Al considerar las entidades como algo con fronteras definidas, algo respecto de lo cual sería simple decir qué está dentro y qué está fuera, el modelo de difusión, como modo de pensar, hablar y ac-tuar, naturaliza la locución “Transformaciones del sistema capita-lista e impactos sobre los sistemas nacionales de innovación” como título de un panel de economistas,27 una vez que ella convive con las ciencias y las tecnologías sin cuestionarlas seriamente, como la visión de que es simple saber qué está dentro y qué está fuera, tanto del “sistema capitalista” como de los “sistemas nacionales de innovación”. Además de eso, el modelo de difusión pone en escena todavía, un tanto subrepticiamente, una precedencia de las “transformaciones del sistema capitalista”, como si primero ellas ocurrieran, y solo después, una vez ocurridas, tuvieran impacto sobre los “sistemas nacionales de innovación”, que hasta entonces habrían permanecido sin transformaciones.

27 Tomo como ejemplo la iniciativa del Banco Nacional de Desarrollo Eco-nómico y Social (bndes), de Brasil, que promovió a fines de 2007, en Rio de Janeiro, el panel titulado “Transformaciones del sistema capitalista e im-pactos sobre los sistemas nacionales de innovación”. En esa ocasión sugerí como más beneficioso el título “Transformaciones en el saber sobre el saber y traducciones-translaciones para colectivos locales”. Si corrí el riesgo de la impertinencia, no frente al amigo que hizo la invitación, sino frente a la audiencia, compuesta en su mayoría por economistas, fue porque pretendí mostrar que la variante podría ir bien además como un mero intercambio de palabras en el título-tema del panel. Este ensayo resulta en parte de aquella gentil invitación.

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¿“sistemas”?

Aunque en otra categoría, y más general que el modelo de difu-sión, la noción de sistema también refuerza un modo de pensar, hablar y actuar a partir de la idea de objetos o entidades consti-tuidos por unidades o partes aislables y muy simplificadas, con fronteras no problematizadas, sean estos objetos o entidades la empresa, la universidad, el Estado, el mercado, o artefactos tecnológicos y hechos científicos, como la Internet, los virus, la energía nuclear o el electrón. Es decir, la adopción naturalizada de la facultad de aislar, de no problematizar las fronteras, presente en el modelo de difusión, está también en la noción y en el lenguaje del pensar y actuar en términos de sistema como un conjunto de partes que pueden ser definidas aisladamente e integradas en un todo mediante reglas formales de pertinencia e interacción.

De ninguna manera pretendo aquí declarar “superada”28 la noción de sistema, lo que sería una quimera, pero sí mostrar que ella no es neutra y es normativa, y llamar la atención a efectos de su uso en el caso de los “sistemas nacionales de innovación”. Si quisiéramos traer a una discusión interdisciplinar —aunque restringida a economistas y administradores— algo sutil y en constante reconfiguración, el uso de la palabra sistema en la ex-presión “sistemas nacionales de innovación” ya introduce una división, ya traza una arquitectura de inclusión y exclusión que descarta buena parte de cuestiones relativas a este algo sutil y en constante reconfiguración.

La incomodidad causada por los límites del pensamiento sistémico puede ser percibida ya en las definiciones de sistemas na-cionales de innovación propuestas en las últimas décadas. Aquellos

28 El uso de la expresión superado denotaría la captura por el lenguaje del modelo modernista lineal de difusión.

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economistas que se dedicaron a las investigaciones en el campo de la organización para la producción y propusieron los “siste-mas nacionales de producción”, desde el inicio buscaron espacios más amplios, al movilizar como punto de partida una definición de sistema como “cualquier cosa que no sea un caos” (Lundvall, 1992: 2), buscando así abrir los espacios que, por otro lado, deli-mitan el nombre de pila de la proposición que hacen.

Lastres y Cassiolato se debaten en el espacio restringido de los sistemas y buscan ampliarlo al proporcionar una diferencia entre sistema y arreglo en el estudio de las organizaciones que de-nominan “arreglos productivos locales”. Para ellos, arreglos son organizaciones sociales productivas, pero “fragmentadas y que no presentan articulación significativa entre los actores y que, por ello, no se pueden caracterizar como sistemas”. Al tomar en cuenta sistemas y arreglos, ellos reivindican un

… abordaje analítico que combina las contribuciones so-bre desenvolvimiento de la escuela estructuralista latinoa-mericana con la visión neoschumpeteriana de sistemas de innovación [para considerar] actividades y organizaciones responsables de la asimilación, uso y diseminación de cono-cimientos y capacitaciones, [así como] las particularidades de los demás actores sociales y políticos y de los ambientes donde se insertan. [Lastres y Cassiolato, 2006: 23-24].

El modelo de la triple hélice también registra las limitaciones de la noción de sistema, al apuntar que

[La] evolución de los sistemas de innovación, y el actual conflicto sobre qué camino tomar en las relaciones Univer-sidad-industria, se reflejan en los diversos arreglos institucio-nales de las relaciones Gobierno-industria-Universidad […]

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Para explicar estas reorganizaciones que son observadas en las relaciones Gobierno-industria-Universidad es necesario transformar las teorías sociológicas de retención, innovación recombinatoria y controles reflexivos. Se puede esperar que cada teoría aprecie una subdinámica diferente. [Etzkowitz y Leydesdorff, 2000: 111-112].

Y también indica los puntos de tensión entre lo que se observa y las limitaciones de la noción de sistema al recalcar que

… no se espera que una triple hélice sea estable […] [Las] fuentes de innovación en una configuración de triple hélice no son a priori más sincronizadas. Ellas no se juntan en un orden preestablecido, sino que generan rompecabezas para que los participantes, los analistas y los policy markers los re-suelvan […] Lo que es considerado “industria” o “mercado” no puede ser tomado como dato y no debería ser sustantiva-do. Cada “sistema” es definido y puede ser redefinido con la designación del proyecto de investigación. […] Por ejemplo, sistemas nacionales de innovación pueden ser más o menos sistémicos. La extensión del carácter sistémico permanece como una pregunta empírica. [Etzkowitz y Leydesdorff, 2000,112-113].

El modelo de la triple hélice aumenta considerablemente la problematización de la identidad de los actores al proponer la Universidad como formadora de instituciones y no (solamente) de individuos. La triple hélice critica los modelos que pretenden entender la innovación privilegiando el Estado o la empresa, pero que acaban privilegiando la institución Universidad, aunque con más espacio para la negociación que el que sería adquirido por esta universidad. Pero, lo más importante, la triple hélice no encara

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la cuestión de la mixtura naturaleza-sociedad de modo que sus actores permanezcan como actores sociales.29

Es decir, la gran división que configura ambientes naturales donde los actores sociales y políticos están insertados, aún perma-nece en estos modelos. Los ambientes naturales a priori continúan existiendo. Estos ambientes naturales están dados externamente, independientemente de la diversidad de los actores.30 Los análi-sis posibles no toman posesión, por lo tanto, del espacio abierto a partir de las proposiciones que estaban en el horizonte ya en la década de 1960, y que anunciaban que el medio se confunde con el mensaje (McLuhan y Fiore, 1967). En otras palabras, estos análisis, aun flexibilizando el concepto de sistema para llegar a una noción o a una versión de red, no dan cuenta del dinamismo de los procesos de construcción del conocimiento por la impo-sibilidad de tener en cuenta el carácter indisociable de la mezcla medio-mensaje o red-hecho31 en la configuración de lo que llaman innovación.

¿“Nacionales”?

No se trata de anular o ignorar el sistema, su carácter nacional y la innovación, sino de entender la dinámica de los actores y sus

29 Existe bastante material sobre el modelo de la triple hélice. Véase, por ejem-plo, Redes. Revista de Estudios Sociales de la Ciencia (2002: 191-232), donde Judith Sutz y Pablo Kreimer comentan y critican el modelo de la triple hélice a partir de un texto de Terry Shinn. O también Science, Technology & Human Values (2003).

30 Como generalmente pasa en los modelos pluralistas, puede haber muchas culturas (o sociedades), pero solo una naturaleza.

31 Red (heterogénea)-hecho: Un hecho se configura como una yuxtaposición provisional de elementos heterogéneos y se confunde con una red que esta-biliza momentáneamente esa yuxtaposición.

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acciones en un cuadro de relaciones entre tecnociencia, mercado y política, no más en términos de sistema, pero sí de redes hete-rogéneas, colectivos locales y otras (¿nuevas?) formas (híbridas) de naturaleza y sociedad.

La separación radical entre lo técnico, lo científico y la natu-raleza, por un lado, y lo político (nacional), la cultura y la sociedad entendida como asociación de humanos, por otro, más que ayu-dar a lidiar con la complejidad, las ambigüedades y los espacios de innovación contemporáneos, ensombrece el panorama. La antropología, por lo menos cuando estudia los llamados pueblos primitivos, sabe bien que no se puede entender una sociedad sin los utensilios que ella usa, sin su tecnología, y no introduce a priori esta separación entre las cosas y los humanos. Tampoco se podrían entender las sociedades contemporáneas aquí sobreen-tendidas separadas de las ciencias y de las tecnologías o, para usar una palabra de vocabulario cts, de las tecnociencias.

Por un lado, las tecnociencias nos condicionan y pueden incluso imponer, una vez estabilizadas y listas, instaladas e irre-versibles, ciertas maneras de hacer las cosas, aproximándonos a la situación expuesta por el modelo de difusión; por otro lado, sin embargo, al mismo tiempo las prácticas de las tecnociencias32 son creadas y se constituyen con la participación crucial de las cir-cunstancias, tanto de los materiales disponibles como de nuestros hábitos, costumbres y maneras de hacer las cosas (que cambian con ellas, pero no en relación, digamos, causal, directa y unidi-reccional). Es decir, las tecnociencias no tienen autonomía para “esclavizarnos”, por así decirlo, aunque aceptemos (yo y usted que

32 Las prácticas de las tecnociencias tal vez sean la única cosa que se podría decir que las tecnociencias son, en la visión de la sociología de la traducción (un campo de la sociología del conocimiento científico-tecnológico). Tal vez el único consenso que hoy aún se puede lograr sea la tautología de que la ciencia es aquello que los científicos hacen.

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me lee) concebir y puntualizar en un “nosotros” la hipótesis que da unicidad a la humanidad.

Ahora, esto no quiere decir que las prácticas de las tecnocien-cias y las innovaciones sean neutras y no participen de condiciones más o menos favorables a la vigencia de situaciones de democracia o de totalitarismo, de respuestas a la pregunta “cuántos somos?” en colectivos situados. Las tecnociencias viabilizan utilizacio-nes de medidas del espacio y del tiempo que proporcionan una precisión de control sin precedentes. Los bancos de datos pasan a integrar literalmente los cuerpos con la implantación de chips —sean ellos cuerpos de cosas, animales, humanos o cuerpos sociales, como las instituciones—, y así hacen posible las iden-tificaciones y localizaciones instantáneas. La posibilidad de algo fomenta el interés por hacerlo suceder. Focalizando innovaciones en los cuerpos humanos, los nuevos sistemas de biometría y los nuevos tratamientos dispensados a los cuerpos de los viajeros en las fronteras, supuestamente justificados por la legitimidad de identificar y eliminar los cuerpos terroristas (y también por el control de la inmigración), no solo son un ejemplo elocuente del aumento de la fuerza de las corrientes totalitarias en los últimos años, sino también una evidencia de que el propio cuerpo —una ciudadela tradicional del individuo— puede circunstancialmente ser mejor entendido como un colectivo local híbrido de materiales heterogéneos (opciones políticas, hábitos, células y electrones) que simultáneamente oscurecen sus límites y lo posicionan pre-cisamente en redes de escala más amplia.

¿“innovación”?

Además de estos procesos en que cuerpos individualizados se po-nen delante de las redes de escala global, las tecnociencias hacen posible configurar otros fenómenos en los que colectivos locales

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se sustantivan en cuerpos socio-económico-políticos. Aunque problematicen y muden sus configuraciones y creen tensión en las fronteras de las sociedades, colectivos o naciones, las tecnociencias no ponen todos los ejemplares de estas entidades en condiciones equilibradas de negociación de sus intereses. Las tecnociencias y las innovaciones de un pueblo, país o cultura pueden contribuir para, por decirlo así, esclavizar a otro, como lo demuestra la his-toria de la colonización del mundo por los europeos.

Se puede considerar que países como Brasil, parcial y forza-damente moldeados al “proceso civilizatorio europeo” por la co-lonización, reciben constantemente proposiciones de objetos y de formas de asociación (propuestas de innovaciones) que llegan de los países que les sirven de modelo. Al llegar allí para materializarse en hechos, estas proposiciones reciben formas locales específicas, por lo regular diferentes de aquellas presentes en las condiciones que les dieran origen. Ejemplifiquemos esto primero con una forma de asociación. Ya mencioné el fordismo antes. Si miramos el fordismo como proposición de una forma de “asociación de elementos heterogéneos”, cuando el “modo fordista de organi-zación de la producción” llegó al Brasil, las modalidades locales adoptadas convirtieron el fordismo de São Paulo en un hecho, pero un hecho que fue una forma de asociación bastante diferen-te del fordismo de Detroit. De manera análoga, la proposición del objeto automóvil acabó por llegar aquí, y hoy la vemos como hecho, materializada por millones en las ciudades brasileñas. Sin embargo, las modalidades locales que traen las relaciones econó-micas, sociales y políticas —las relaciones que mezclan automóvil y sociedad— constituyentes del proceso que sustantiva o endurece una proposición, otorgándole la robustez de un hecho, modifi-caron mucho la proposición original (aquella que se materializó en objeto automóvil en los Estados Unidos mediante otras moda-

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lidades), para que se pueda decir que el automóvil, como hecho, es lo mismo en Brasil que en los Estados Unidos.

En las redes globales, es en las actividades que crean inno-vaciones (nuevos objetos y nuevas formas de asociación) donde se localizan las mejores oportunidades de trabajo, tanto a escala individual, por la remuneración que proporcionan, como en la colectiva, por el mayor efecto multiplicativo que ellas tienen en la economía de un país o región. De ahí la importancia de estudiar y entender las diferencias, debido al origen de las innovaciones, generalmente oscurecidas por el modelo de difusión. Por ejemplo, Brasil y México son países industrializados, pero industrializados con ciencias y tecnologías extranjeras. La ingeniería brasileña par-ticipa solo marginalmente en la producción de los automóviles que vemos por millones en las ciudades brasileñas. ¿Cuáles son los efectos de esta situación? Las configuraciones que los artefactos tecnocientíficos asumen localmente resultan de una maraña de prácticas, incluso la de cómo se discuten las teorías o cómo las teorías viajan de una sociedad (normalmente denominada avan-zada, colonizadora) a otra (normalmente denominada atrasada, colonizada).

Pero, restringiendo mis comentarios a los colectivos académi-cos brasileños, principalmente al de los campos de las ingenierías y de la economía, también me parece que ellos acatan un tanto apresuradamente el modelo de difusión y aún no han ordenado suficientemente sus reflexiones para hacer una apreciación propia (nativa) de los efectos de las metodologías y de las visiones y con-ceptos que recibimos por difusión de los países que nos sirven de modelo, ni para hacer una crítica del modo como esos elementos son aquí transformados. Generalmente la “innovación” es pensada de forma naturalizada y no histórica, lo que muy probablemente contribuye a que vean como de poco alcance la mayoría de las iniciativas locales que introducen innovación. Por ejemplo, al no

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repensarse la Universidad, la empresa y las relaciones entre ambas a partir de nuestra historia, las universidades y las empresas, como instituciones, tienden cada cual a poner en evidencia las inade-cuaciones de la otra para innovar, pero comparando los padrones extranjeros de comportamiento.

Rigurosamente, no podemos hablar de innovación sin consi-derar los colectivos locales heterogéneos. No se trata de xenofobia o nacionalismo, sino de una toma de posición analítica.33 Se trata de reconocer que necesitamos herramientas propias, categorías locales específicas para analizar mejor lo que pasa, lo que suce-de en medio de un conjunto material heterogéneo, complejo y de fronteras fluidas. En este rizoma técnico-económico-social-político son puestas en circulación las proposiciones —sean ellas identificadas como de generación local o global— que, depen-diendo de las modalidades que las han transformado y con que son recibidas, adquieren o no la robustez de los hechos. En este proceso se pueden establecer grandes diferencias que han confor-mado innovaciones más o menos estables. Mirada la cuestión en la trama de la globalización, el desafío o la línea de fuga para la periferia consistirá en establecer un cuadro de negociación que incluya los factores locales, toda vez que globalización significa integración a las redes de escala global, pero no homogeneización o igualdad de oportunidades para todos los que se insertan ni para todas las maneras de insertarse en tales redes.

Las tecnociencias contemporáneas, especialmente las tec-nologías de la información y de la comunicación (tic) pueden hacer circular más fácilmente (en términos de costos acordados, por ejemplo) proposiciones de nuevas formas de asociación y de

33 Ciertamente, por no ser nacionalista o xenófobo, la elección de este ángulo de análisis no deja de ser política. El sueño de una actuación analítica neutra, técnica y objetiva en absoluto ha acabado.

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trabajo, traduciendo otras posibilidades de organizaciones pro-ductivas. En los límites de los cuadros contables que se utilizan, las tic reducen el costo de los instrumentos necesarios para la con-cretización, estabilización y el control de formas no empresariales de organización productiva, tales como los arreglos productivos locales y otras modalidades de colectivos. En Brasil, por ejemplo, las escuelas de samba entregan con precisión espacial y temporal un producto sofisticado, pero como organizaciones productivas, aún son relativamente poco estudiadas. Considerando a América Latina y los diversos orígenes en sus lugares específicos, ¿no po-drían existir muchas otras oportunidades aún poco exploradas de innovaciones, de nuevas formas de organización de la producción, más asentadas en las tradiciones locales que aquellas que nos llegan de fuera, sustentadas en tradiciones distantes?

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REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO DE CULTURA CIENTÍFICA

Leonardo Silvio Vaccarezza

Como todos los conceptos de las ciencias sociales, el de cultura científica se caracteriza por implicar significados diversos. Si en las ciencias naturales suceden transformaciones en el significado de los términos y emergen nuevos conceptos a medida que se desen-vuelve la producción de conocimientos certificados, en las ciencias sociales, a esta transformación en la esfera del conocer se agrega, de manera significativamente más dramática, la transformación constante de la materia social a la cual los conceptos se refieren. Si el concepto de cultura científica1 requiere ser reconsiderado, lo será no solamente por los cambios de perspectiva en los estudios socia-les de la ciencia y la tecnología que han cuestionado la autonomía epistémica del conocimiento científico o la racionalidad asocial de la tecnología, sino fundamentalmente porque la relación entre

1 O cultura científica-tecnológica o cultura tecnocientífica. Esta sucesión de significantes por sí sola ya demuestra la sucesión de cambios en la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. En este texto los utilizaremos indistintamente.

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ciencia, tecnología, sociedad y cultura ha experimentado cambios profundos en las últimas décadas. Nuevos términos, tan vagos y polémicos como sociedad del conocimiento y tecnociencia, hablan de la emergencia de tales transformaciones y dan cuenta del papel central del conocimiento científico y tecnológico en la dinámica de la sociedad contemporánea. Este tiende a estar más presente en el imaginario colectivo, sea en cuanto a su significado, en la atribución de consecuencias, en las expectativas de solución de problemas, en las prácticas cotidianas que implican el uso de re-ferentes de la ciencia y la tecnología (artefactos, programas de ac-ción basadas en la ciencia, justificaciones para políticas públicas u opciones privadas). Diversas circunstancias avanzan en esa direc-ción: los medios de comunicación, las organizaciones sociales que los toman como objeto de análisis contestatario, la rutinización y ritualización de los informes científicos expuestos al público, las incertidumbres que surgen continuamente de su uso, el peso que tienen los “contenidos” científicos en la percepción del riesgo, todo ello ayuda a densificar el contenido científico de la cultura de la cotidianidad. Por otra parte, el mundo científico, a pesar de su contenido esotérico, parece estar más próximo a los dramas cotidianos; los científicos son más visibles y se los convoca habi-tualmente para explicar, evaluar y aconsejar respecto a los dramas de las inundaciones, de las epidemias, del terrorismo biológico, del cambio climático, de la contaminación. En este cambio de época, los científicos son nuestros vecinos; son especialistas en un mundo que también para ellos es de incertidumbre vital. Aunque su oficio es incomprensible, sus mensajes tienen la voluntad de hacer más comprensible el mundo, que de todas maneras está más sujeto a lo incierto. Y el conocimiento científico está cada vez más presente en nuestro imaginario como el componente clave del hacer y de los artefactos, de los avances y los peligros.

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De esta manera, la distancia entre la ciencia y la sociedad, que claramente se ha ampliado a lo largo de la historia de la ciencia moderna (Bensaude-Vincent, 2001; Gregory y Miller, 1998), ha cambiado de significación. Una historia de la ciencia que la ha hecho más esotérica para el público en general en cuanto al con-tenido de sus afirmaciones de conocimiento, se hizo más próxima, sin embargo, a la vida cotidiana, más inmediatamente articulada a los temores, esperanzas, reconocimientos de la sociedad, no so-lamente respecto al público general, sino también con relación a múltiples intereses profesionales, productivos, políticos y sociales. Si la historia de la presencia de la ciencia en la sociedad estuvo durante algunos siglos cruzada por el intento de algunos sectores sociales (nobleza, alta burguesía, clase media en ascenso, según las épocas) de apropiarse de ella en términos de conocimiento, como espectáculo de la mente humana, como identificación con la modernidad en ascenso, de manera tal que “comprender los descubrimientos científicos” se imponía como rasgo de identi-dad de la cultura moderna, en el presente se impone de manera funcional mediante su presencia ineludible en los artefactos de uso y en las relaciones sociales que imponen (Giddens, 1993).

En este sentido, el concepto de cultura científica es proble-mático en el doble sentido de que es aprehendido desde diferen-tes marcos de significación y está inmerso en un cambio social intenso. Por otra parte, el concepto transita una problemática política. Los significados que se le atribuyen revelan diferentes intereses que se enfrentan en el plano de la puja política. Se apela a la cultura científica como un argumento de democratización de la ciencia, pero también se la postula como medio de asegurar la aceptación de los ciudadanos del derrotero social impuesto al co-nocimiento científico y tecnológico. Se habla de cultura científica en términos de una alfabetización (literacy) que facilite la acepta-ción del público de la racionalidad unívoca del progreso científico,

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como se propone la misma alfabetización como una condición de libertad individual de los ciudadanos (Fourez, 1997). Más espe-cíficamente, se plantea tal desarrollo de la cultura científica como un proceso de comunicación social que fortalezca la relación de confianza (trust) de la ciudadanía con el Estado en su función de regulador de la producción y del uso del conocimiento científico. De ahí que no solamente las academias y los científicos notables en términos de voceros de la actividad científica, sino también los gobiernos y las asociaciones y corporaciones económicas estrechamente ligadas a la innovación tecnológica y productiva manifiesten públicamente la necesidad de consolidar la cultura científica de la población y, más recientemente, la confianza del público en la actividad científica y tecnológica.

Pero el concepto de cultura científica, tanto por su carácter “doblemente” problemático como por el hecho de anidar intereses políticos divergentes, resulta ser un concepto polisémico. Una po-lisemia que arranca tanto del término complejo —“cultura cien-tífica y tecnológica” o “cultura tecnocientífica”— como de cada uno de los componentes del concepto. En lo que sigue vamos a explorar estos diferentes significados que pueden atribuirse al tér-mino, partiendo del mismo carácter polisémico del concepto de cultura. Seguidamente intentaremos discutir una versión diferente a la tradicional, para finalizar con la consideración de la estrategia empírica para su abordaje y la significación política del término.

Diferentes significados de cultura científica

Es habitual que la conferencia pronunciada por Snow en 1959 sea considerada como un hito en la conformación del concepto de cultura científica. En este caso se trata de un concepto que contrasta con el de cultura literaria o tradicional, en la medida

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en que la preocupación de Snow consistía en manifestar la dis-tancia e incomprensión entre los cultores de ambos campos, “los intelectuales literarios en un polo, y en el otro los científicos, con los físicos como los más representativos” (Snow, 2000: 76). El significado de cultura se acota al conocimiento de y el acceso a contenidos y experiencias cognitivas que, en la descripción de Snow, se mantienen distantes. Sin embargo, “la cultura científica es efectivamente una cultura, no solo en el sentido intelectual, sino también antropológico” (Snow, 2000: 80), lo cual parece implicar la existencia de una comunidad con valores más o menos comunes. Pero, de todas maneras, el concepto de cultura cientí-fica queda encerrado en la consideración de la inteligentzia de una sociedad, y en tal sentido se aleja de la preocupación que ha fogueado el uso del término como expresión de la comprensión social o popular de la ciencia y la tecnología.2 Si la política que implica el concepto de Snow brega por superar la escisión en la capa intelectual de la sociedad, y por lo tanto apela a la concien-cia de sus integrantes, tiene poco que ver con el interés político de expandir la cultura científica en la población en su conjunto.

En efecto, lo que ha venido a constituirse a través de los años en el movimiento public understanding of science (pus) presenta un cuadro simple de oposición entre conocimiento e ignorancia. Promover la cultura científica significa distribuir entre la sociedad (habitualmente conceptualizada como público) el conocimiento certificado de la ciencia, de manera que se pueda superar tanto el “déficit cognitivo” del ciudadano común como estimular el aprecio hacia la ciencia como fuente de racionalidad. En este sen-

2 Más recientemente, Levy-Leblond (2003) enfoca su apelación sobre la nece-sidad de una mayor “cultura” de los científicos en el entendido de que estos suelen soslayar los aspectos sociales y culturales de sus disciplinas. Es claro que Levy-Leblond hace referencia a lo que Snow desecha en su conferencia como una tercera cultura, la de las ciencias sociales.

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tido, la cultura científica es algo producido por los científicos al margen del público más amplio, y luego transmitido, de manera relativamente accesible, a los no especialistas. Al público, por lo tanto, se lo entiende como una entidad pasiva y receptora, con la única función de incrementar su comprensión del conocimiento científico. Para Miller et al. (1998), un ciudadano alfabetizado científicamente, o con cultura científica, significa alguien que tiene un “nivel de conocimientos de términos y conceptos cien-tíficos suficiente como para poder leer un periódico o una revista y para entender lo esencial de los argumentos que se empleen en una controversia”, de manera que pueda participar con opiniones propias en la discusión pública sobre avances y consecuencias de las aplicaciones tecnológicas. Esto ha llevado a una tradición arraigada de medición de la comprensión científica plasmada en una serie de indicadores basados en afirmaciones de conocimiento sobre algunos tópicos de distintas disciplinas científicas, sobre algunos criterios metodológicos de la investigación científica y sobre el crédito que el individuo asigna a creencias acientíficas o anticientíficas.

Sin embargo, esta concepción de cultura científica no se restringe a la dimensión cognitiva, dimensión basada, implícita-mente, en la definición “elitista” de cultura, como veremos en la próxima sección. Por el contrario, incorpora otras dimensiones que pretenden reflejar “actitudes” de los individuos, en particular, una serie de valores, preferencias y expectativas hacia la ciencia y la expresión de interés o atención a la información correspondiente a cuestiones científicas y tecnológicas. De una manera conceptual-mente poco precisa, entonces, se articulan en la idea de cultura científica las dos orientaciones clásicas del concepto de cultura: el cultivo del saber, por un lado, y la participación en valores y preferencias institucionalizadas como rasgo predominante de la

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sociedad, en este caso, adherir a la ciencia como valor central de la sociedad moderna, por otro.

Por cierto, esta concepción de la cultura científica ha recibi-do una serie de críticas, pero ellas no han limitado la expansión de su herramienta básica de expresión y legitimidad, los surveys llevados a cabo a escala nacional o regional. Podría afirmarse que tales surveys se han constituido en el arca de la alianza entre los intereses de la comunidad científica, el Estado como sostenedor y regulador de la investigación científica y tecnológica pública, y el periodismo científico como profesionales de la popularización de la ciencia.3 Las críticas (Wynne, 1995; Davison et al., 1997; Vaccarezza et al., 2001) que giran en torno a aspectos generales de la metodología de encuestas con preguntas cerradas en ciencias sociales, como también a cuestiones más conceptuales y específi-cas, implican una asimilación entre los conceptos de cultura y de

3 Las encuestas de percepción pública de la ciencia y la tecnología comenzaron a realizarse en Estados Unidos en la década de los setenta y rápidamente se extendieron, manteniendo constancia metodológica, al área de países de la ocde. Desde los años noventa, el Eurobarómetro cubre de manera homogé-nea los países de la Unión Europea, aunque algunos países han incorporado nuevas variables, como en el caso de España (Fecit 2007). En todos los casos, las encuestas han sido encaradas por los gobiernos y se han desarrollado en el marco de las políticas científicas nacionales o regionales destinadas a definir estrategias de comunicación social de la ciencia. En América Latina, varios países han adoptado este instrumento estadístico, algunos manteniendo como fuente de inspiración lo realizado en países desarrollados, y otros in-corporando temas de mayor interés local, pero sin modificar sus rasgos me-todológicos. El primer país de la región en encarar su realización fue Brasil, en 1987. La Red de Indicadores Iberoamericanos de Ciencia y Tecnología (ricyt) contribuyó con difusión y asesoramiento a su implantación en otros países. Hasta 2008 los países que habían realizado siquiera una encuesta de percepción pública de la ciencia y la tecnología como política de Gobierno nacional eran, además del mencionado, Argentina, Colombia, Ecuador, México, Panamá y Venezuela. Un trabajo comparativo entre estas encuestas y la de la Unión Europea se puede encontrar en Vaccarezza (2009).

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actitud. Sin embargo, el concepto de cultura hace referencia a una entidad colectiva, sea el conjunto de una sociedad o una parte de ella, mientras que la actitud es una característica del individuo. Asimismo, no es claro que la actitud sea una predisposición per-manente del individuo. En última instancia, las encuestas reco-gen un comportamiento puntual y situado del individuo frente a un estímulo-pregunta (la emisión verbal de una respuesta de opinión), a partir del cual se pretende indicar la actitud subyacen-te. Pero tal comportamiento (como, eventualmente, la actitud) se conforma en una escena de interacción y en una situación socio-histórica inmediata determinada que no es controlada por el cuestionario usado, por lo cual los resultados adolecen de las incertidumbres propias de la técnica de relevamiento de infor-mación. La pregunta sobre el “interés” del individuo respecto a cuestiones de ciencia y tecnología tiene una carga excesiva de subjetividad, ya que parte de la propia asignación del sujeto de su rango de interés en la ciencia. Al margen del condicionamiento que supone la escena de entrevista en la respuesta de los encues-tados, ¿qué se supone que es estar “muy” o “poco” interesado?, ¿cuán razonablemente puede suponerse que los distintos indi-viduos, pertenecientes a clases sociales, niveles educacionales, profesiones y experiencias vitales disímiles, mantienen una mis-ma escala lingüística y emocional sobre tales valores de interés? El público que se toma como objeto de medición y evaluación se presenta como una entidad indiferenciada. Es cierto que en los análisis de cultura científica suelen cruzarse comprensión y actitudes con algunas variables “de corte” de las muestras estudia-das, edad, sexo, nivel educacional, localización, etc. Pero se trata de un análisis de la varianzas en una entidad estadística unívoca. No se trata de atender al análisis de diferentes grupos sociales a partir de sus marcas culturales propias y sus relaciones diferencia-les con las cuestiones científicas. De esta manera, se parte de una

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noción un poco ingenua de la estructura social como conforma-dora de disposiciones sociales de los individuos.

El movimiento pus surgió en los países desarrollados como respuesta a diferentes requerimientos de la política científica. Esto llevó a una clasificación de motivos que se ha hecho clásica: alfabetización científica práctica, cívica y cultural (Shen, citado por Leitao y Albagli, 1997). La primera habilita a los miembros de la sociedad para desempeñarse en un mundo moderno cada vez más conformado por el conocimiento tecnológico; la cultura científica cívica implica el anhelo de controlar democráticamen-te los intereses de corporaciones vinculadas a la producción de conocimiento científico;4 el énfasis en lo cultural supone a la ciencia como componente de la cultura y fuente de identidad en la medida en que formamos parte de una sociedad que pretende sostener muchos de sus valores en la ciencia. Para todas estas va-riantes el supuesto es que un mejor conocimiento del contenido de la ciencia y la tecnología facilita la identificación del sujeto con los valores de la ciencia, permite el escrutinio público y, por lo tanto, el control de los desvíos que afectarían el avance en el conocimiento público, y facilita la integración a un mundo regido por una tecnología cada vez más compleja.

Durante los años noventa la cuestión de la cultura científica adquirió un nuevo matiz como consecuencia de la emergencia de nuevas críticas a la ciencia, visualizadas por miembros de la comunidad como una “guerra a las ciencias”, críticas a la privati-zación de los intereses de la ciencia, a la negación de ciertos valores sociales en los procesos de experimentación, a las consecuencias

4 Primariamente los intereses del complejo militar-científico, más recientemen-te mucha de la argumentación a favor de la democratización de la ciencia y la tecnología se dirigen a contrarrestar el poder de determinación de las corporaciones económicas en el complejo de la tecnociencia (Ziman, 2003).

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no deseadas de la aplicación de la ciencia y la tecnología, al de-sinterés de los científicos por problemas socialmente significativos para amplios grupos de población; también como consecuencia de la emergencia de nuevas perspectivas de análisis de la actividad científica que ponen en tela de juicio conceptos centrales para la comunidad científica: la racionalidad científica como rasgo asocial, libre de toda contaminación histórica, y por ende la au-tonomía de la ciencia como garantía de “buena ciencia” (sound science). El temor a que emergiera un nuevo capítulo luddista de irracionalidad contra la ciencia y la tecnología reforzó la idea de fortalecimiento de la cultura científica de la sociedad como garantía de mantenimiento de la investigación y el desarrollo de las ciencias.

Se suma a ello lo que se considera una necesidad imposterga-ble de adecuar la cultura científica a la sociedad del conocimiento. En la medida en que por tal se entienda una fase superior de la sociedad de la información (Chaparro, 2001), y en la medida en que se aviste el peligro de la desigualdad social basada en el manejo de la información, es necesario adaptar el conjunto de la sociedad a la cultura del conocimiento (De Semir, 2003). Para ello, los científicos y tecnólogos tienen un papel y responsabilidad central. “La cultura ct de la población se considera una conditio sine qua non para que una comunidad se pueda o no integrar satisfactoriamente en este proceso de transformación de nuestra sociedad” (De Semir, 2003: 8). Desde este punto de vista, la cultu-ra científica vendría a ser la recepción que la población haga de la ciencia y la tecnología. Desarrollar una cultura científica significa inculcar en el público la aceptación de la ciencia y la tecnología.

K. Knorr-Cetina (1999) formuló la noción de cultura epis-témica para referirse a la organización de prácticas científicas en campos específicos. Admite que el concepto de cultura es aplicable a áreas diferenciadas de la sociedad: “el concepto de cultura es

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usualmente utilizado para referir a formas históricas específicas, como el Estado (cultura nacional), la economía (cultura de merca-do) o los negocios (cultura organizacional)”. O sea que las culturas específicas corresponden a dominios de vida social que guardan una separación relativa de otros dominios, en cuanto a objetos, prácticas, estructuras e instituciones. Los sistemas de ciencia y expertos son obviamente candidatos de la división cultural; esta cultura es perseguida por especialistas que están separados de otros por límites institucionales. A diferencia del concepto de disciplina científica, el de cultura epistémica rescata la producción de cono-cimiento, la ciencia en acción, más que una estructura organiza-cional establecida. O, en otro sentido, se refiere a la construcción de la maquinaria cultural de la producción de conocimientos, una maquinaria que envuelve múltiples instrumentos, marcos lingüísticos, construcciones teóricas, organizaciones y patrones de relación, modos de percepción, sistemas de comunicación y estructuras simbólicas específicas.

El concepto sirve, así, como herramienta heurística para abordar la producción de conocimientos. Es cierto que esta pro-ducción se da en una sociedad, y como tal mantiene algún tipo de vínculo con esta. Knorr-Cetina destaca que los autores que han enfatizado en el papel del conocimiento en la sociedad soslaya-ron la producción de este en su análisis. Haciendo referencia a los sistemas expertos considerados por Giddens, señala que estos son tomados como cajas negras, y por lo tanto excluidos de la comprensión compleja de una sociedad fuertemente determinada por el conocimiento. De todas maneras, el énfasis en el concep-to de cultura epistémica está enfocado en la dinámica propia de la producción científica, sin una consideración sistemática de la relación de esta en el contexto de la sociedad.

De la misma forma, Medina (2003) reflexiona sobre el con-cepto de cultura científica partiendo de la idea de Pickering de la

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ciencia como cultura y práctica. De esta manera, el eje de con-sideración es la misma ciencia, tratada ahora no como exclusivo conocimiento, sino como un conjunto de elementos que consti-tuyen la cultura de la ciencia, las “cosas hechas” de la ciencia, que incluyen habilidades, relaciones sociales, máquinas e instrumen-tos, así como hechos y teorías científicas (Medina, 2003: 43).5 Obviamente, este concepto de cultura de la ciencia significa cultura de la producción científica (o de la producción tecnocientífica), lo cual parece dejar de lado al resto de la sociedad (los demás actores sociales, aparte de los científicos y sus adláteres). Aquí el problema es que si construimos la noción de cultura científica a partir de su núcleo productivo y de los agentes productores (científicos) y avanzamos hasta incorporar a los interesados políticos, económi-cos, stakeholders, usuarios, etc., nos resulta difícil delimitar estos de lo que es la sociedad en su conjunto o la cultura en general. Para Medina, entonces, la cultura debe ser vista como conjunto de prácticas que corresponden a los distintos dominios básicos antedichos, pero que son híbridas “al estar, de un modo u otro, mediada artefactualmente, estabilizada e interpretada simbóli-camente, articulada y realizada socialmente y situada ambiental-mente” (Medina, 2003: 48). Ahora bien, al considerar la cultura fundamentalmente como práctica, o poniendo el ojo en las prác-ticas, el análisis se vuelca hacia los practicantes de dichas prácticas.

Propiamente, una práctica cultural está constituida por deter-minados agentes junto con el ejercicio por parte de los mis-mos de determinadas actividades específicas modeladas por técnicas. Es decir, viene dada por un conjunto de capacidades que determinados individuos y colectivos actualizan confor-

5 Citando a Pickering (1995: 3).

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me a procedimientos y formas de acción e interacción repro-ducibles y susceptibles de ser enseñadas y aprendidas y por lo tanto transmisibles y generalizables. [Medina, 2003: 48].

Es claro que esta concepción de la cultura científica basada en la idea de capacidades, de roles institucionalizados específicos, es coherente con la teoría del déficit cognitivo como base de argu-mentación de la alfabetización científica. La cultura científica se corresponde con la habilidad de realización de tales prácticas, y lo que se esperaría del conjunto de la sociedad es una apropiación de ellas, si no en su plena capacidad de realización, por lo menos en su reconocimiento y justificación.

Los distintos enfoques referidos hasta ahora tienen el común denominador implícito de considerar la cultura científica como una cultura que se construye libre de las interacciones e influen-cias que encuentre en la sociedad y que luego se transmiten al resto de esta. Se trata, por cierto, de un conjunto de productos cognitivos desarrollados a partir de capacidades cognitivas; pero esta producción implica una cantidad de componentes sociales (normas, actitudes, patrones de organización, criterios de acep-tación y reconocimiento, límites sociales del conocimiento y la capacidad, reglas de producción, símbolos, mecanismos especí-ficos de comunicación) que permiten a algunos autores conside-rar que la ciencia y la tecnología no son simplemente un tipo de saber, sino una cultura. La densa tradición sociológica acerca del conocimiento postula que dicha cultura no es ajena a la sociedad en la que se practica. De hecho, un padre reconocido de la socio-logía de la ciencia como Robert K. Merton abrió el surco de la especialidad con su tesis acerca del origen puritano de la ciencia en el siglo xviii, como también sobre la relación de utilidad de la actividad científica. Y ninguno de los autores considerados negaría tal condición social de la ciencia. Entre la producción

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de conocimientos científicos y el contexto de la sociedad puede postularse una relación de interdependencia mutua, de manera que si la sociedad influye en el desarrollo de la ciencia (incluso en el derrotero de su contenido), el conocimiento científico, a su vez, condiciona el desarrollo de la sociedad. Sin embargo, el reconocimiento de esta relación no deja de mantener analítica-mente separadas a la cultura científica y la sociedad. El problema no está en el reconocimiento de procesos sociales de intercambio entre la institución científica y el resto de la sociedad, sino en la construcción del concepto de cultura científica como una entidad heurística que puede pensarse con independencia de la sociedad.

Godin y Gingras proponen un esquema de análisis de la cultura científica que pretenden integrarla a la sociedad. Parten para ello del concepto de apropiación. El análisis de la cultura científica consiste en considerar y medir el grado de apropiación que ha hecho una sociedad de la ciencia y la tecnología. “Cultura científica y tecnológica es la expresión de todos los modos a través de los cuales los individuos y la sociedad se apropian de la ct” (Godin y Gingras, 2000: 44). Proponen un concepto de cultura científica y tecnológica compuesto por dos dimensiones: indivi-dual y colectivo. La apropiación en relación con la dimensión individual significa adquirir cierta habilidad para participar en diferentes contextos sociales en los que el conocimiento científico y tecnológico es relevante. Pero esta habilidad es diferencial según el lugar que cada uno ocupe en la estructura social. El significado mismo de la ct varía según roles, como política científica (para un funcionario), como selección de oportunidades de inversión en tecnología (para un empresario), como habilidad para realizar una tarea (para un trabajador), un cuerpo de sentencias que deben transmitirse en la enseñanza (para un docente), como información para estimular el interés por la ciencia y la transmisión de cono-cimiento tácito para la vida diaria, como información corriente

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para poder participar en el debate sobre el uso de la tecnología. De esta manera postulan que existe una cultura científica específica o restringida correspondiente a los productores de ciencia, y una cultura promedio del resto de la población. Para Godin y Gingras la cultura científica no consiste solamente en un conjunto de ha-bilidades de comprensión y manejo de aspectos de la ciencia y la tecnología, sino también en imágenes, valores y actitudes hacia ellas. Los individuos reciben un entrenamiento que se incrementa a lo largo de su vida por medio de la familia, la escuela, los medios, la universidad, el trabajo, etc., que les

… permite [...] adquirir conocimiento y habilidades, cons-truir una imagen de la ciencia, tecnología y de las profesiones asociadas a ellas y desarrollar valores y actitudes hacia ellas. El grado en que estos elementos son dominados varía entre los individuos y grupos y también con relación a los roles sociales que tienen. [Godin y Gingras, 2000: 46].

Sin embargo, los autores tienden a centralizar la idea de cultura científica de los individuos en capacidades, habilidades, cono-cimiento, y no exploran cómo funcionan las “imágenes de la ciencia, la tecnología y las profesiones, o los valores y actitudes”.

La dimensión colectiva de la cultura científica se compone del conjunto de instituciones que de manera más o menos directa se vinculan a la producción, transmisión, difusión y uso del co-nocimiento científico y tecnológico. De esta manera, la cultura científica de una sociedad, en su dimensión colectiva, es mensu-rable por medio del relevamiento institucional de la misma. En un trabajo anterior hemos adoptado argumentos similares para proponer un esquema de “indicadores institucionales” que dan cuenta del grado de desarrollo de la ciencia en la cultura de la so-ciedad. Si Godin y Gingras proponen la cultura científica como

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un proceso de apropiación por la sociedad, en aquel trabajo pro-ponemos el proceso inverso: la penetración o colonización de la ciencia y la tecnología en la sociedad, de manera tal que más que hablar de cultura científica nos referimos a la cultura cientifizada, según el grado en que las instituciones (con sus componentes normativos, reglamentarios, organizacionales y de significados) y los procesos de interacción social se encuentren penetrados por la “racionalidad” científica (Vaccarezza y López Cerezo, 2001). Apropiación de la ciencia y colonización por la ciencia son dos pro-cesos equivalentes y complementarios, pero con énfasis diferentes en cuanto a los procesos de socialización (en el primer caso) y de hegemonía cultural (en el segundo). El uso de uno u otro concep-to corresponde a distintas perspectivas teórico-ideológicas en la constitución de los procesos culturales, y el valor como herramien-ta descriptiva de cada uno depende de las situaciones históricas empíricas que se pretendan analizar.

El aporte de Godin y Gingras a la clarificación del concepto de cultura científica es significativo por el énfasis argumental en la necesidad de tomar como unidad de referencia a la sociedad y los procesos de esta para incorporar a la ciencia y a la tecnología. Ello supone una superación de los esquemas más simplistas provenien-tes de la teoría del déficit cognitivo y la política de popularización de la ciencia en los que el factor activo de la relación ciencia-socie-dad pareciera estar en la primera y en la interfase comunicacional de la divulgación científica. Sin embargo, el esquema de Godin y Gingras implica una visión de la ciencia como previa y ajena a la sociedad (es algo que los individuos “salen” a procurarse por algunos medios institucionales), construye la cultura a partir de la expresión de los individuos (con respecto a su conocimiento, el interés, las actitudes, expectativas e imágenes de la ciencia y la tec-nología) y minimiza los componentes simbólicos e interaccionales de la cultura, de manera que esta es compuesta mecánicamente

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como “promedio” de acumulaciones realizadas por individuos. Pero esta manera de conceptuar la cultura científica en torno al individuo como productor de significaciones acerca de la ciencia y la tecnología (si bien auxiliado por los recursos institucionales que le ofrece históricamente su sociedad) tiene incidencia no solamente teórica y analítica, sino también en la estrategia de ex-ploración empírica y en las implicancias políticas del desarrollo de la cultura científica, como veremos en la última sección.

La complejidad del concepto de cultura científica: heterogeneidad, volatilidad, latencia

El uso tradicional del concepto de cultura científica es todavía tributario de la raíz elitista del concepto. Esta concepción enrai-zada en el enciclopedismo francés y heredera de la transforma-ción metafórica de la cultura agrícola (Williams, 2003, entrada “Cultura”) restringe la idea a la doble significación de cultivo de una facultad individual y de desarrollo de un ámbito del saber o la expresión. La versión más simple y difundida de cultura cien-tífica como “comprensión” del individuo de los contenidos del saber científico es consistente con la visión tradicional y próxima al sentido común de cultura como cualidades cultivadas del in-dividuo. En este sentido, cultura se asocia de manera inmediata con educación y formación como procesos dirigidos a cultivar determinadas habilidades y saberes en el individuo. Una con-notación fuerte de esta perspectiva es el carácter normativo y evaluativo de la cultura científica, ya que requiere un parámetro del saber científico como medida comparativa de las cualidades individuales, esto es, el conocimiento calificado como científico por la institución de la ciencia. Como han señalado las críticas a esta perspectiva, inspiradas en la sociología constructivista, esta

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problematiza unilateralmente al público receptor del conocimien-to, pero no a la ciencia misma (Wynne, 1995).

Pero en la historia moderna del concepto de cultura se abrie-ron nuevas perspectivas que permitieron superar la idea de esta como rasgo iluminista del progreso de la humanidad, entendien-do que cada sociedad implicaba una cultura particular, como así también la restricción del concepto a una cualidad del individuo, por una noción de la cultura en términos colectivos (Cuche, 2002). Tempranamente, Sapir, apartándose de una concepción sustancialista del concepto, consideró a la cultura como algo que emerge de las interacciones individuales. La cultura serían signi-ficaciones que se comunican los miembros de un grupo social. Pero esta comunicación, lejos de ser entendida como un modelo lineal de emisor-receptor, es representada como un modelo de orquesta en el que cada cual contribuye al conjunto desde sus propias significaciones y prácticas. De este modo, esta concepción introduce en la idea de cultura dos aspectos que consideramos claves para la cultura científica: el dinamismo y la heterogenei-dad; esto es, la idea de que la cultura no es una entidad estable, definida sustancialmente como una esencia duradera, sino como una conformación permanente de significaciones entrecruzadas, de por sí heterogéneas, por cuanto responden a una diversidad de sujetos sociales que producen heterogéneamente significaciones. Veremos que esto no impide una descripción de conjunto de la cultura, pero esta descripción debe atenerse a los rasgos de dina-mismo y heterogeneidad entrelazada.6 Esto nos lleva a soslayar

6 Una visión de tal naturaleza de la cultura contrasta claramente con la perspec-tiva habitual en el significado de cultura científica. Por ejemplo, Quintanilla parte de definir científicamente la cultura como el conjunto de representa-ciones, pautas o reglas de comportamiento y valores o sistemas de preferen-cias que los individuos adquieren de otros individuos por aprendizaje, por imitación (pasiva), por educación (activa), o por cualquier otro proceso de

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el sentido clásico de cultura como integración, como conjunto de significados compartidos en la vida social, como identidad o fuente de identidad. Incluso el concepto de hegemonía aplicado a la cultura (Williams, 1981) no puede evitar esta idea implícita de integración en el marco de relaciones de dominación. Frente a esto, quisiéramos destacar que cultura es una realidad dialéctica. La identidad con —o la pertenencia a— la cultura no está dada por el “acuerdo” con o la adaptación a los contenidos (valorati-vos, normativos, de prácticas y usos, de significados) distribuidos, sino con la relación (de oposición, subordinación, cooperación, circulación, etc.) entre sentidos contrapuestos o diferentes que viven en el mismo espacio socio-cultural. De manera que, aun en el plano de la construcción subjetiva, existe una continuidad de significado (positivo-negativo) entre los componentes con-tradictorios que configuran sentidos de pertenencia a grupos sociales diferenciales. Dado un objeto de significación social como los conocimientos científicos, las tecnologías, la actividad de investigación, las instituciones de la ciencia, es dable esperar multiplicidad de significados heterogéneos distribuidos a lo lar-go de la encrespada superficie de la sociedad. Sería una estrategia errónea de conceptualización de la cultura científica pretender identificar homogeneidad de contenidos o significados relativos a la ciencia y la tecnología.

Debemos señalar tres condiciones de la cultura científica:

1. Por medio de sus productos, la ciencia y la tecnología tienen una presencia continua y amplia en la sociedad:

comunicación de información (s. f.: 10-11). La interacción con relación a los bienes culturales consiste, básicamente, en comunicación de información, de manera que la cultura tecnológica (y científica) —una cultura específica que parte de determinados miembros especializados y productores de la misma— implica la transmisión de los expertos al resto de la sociedad.

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a pesar de cualquier referencia a la contaminación, al cambio climático, la seguridad de los alimentos, la sa-lud, la enfermedad y la guerra, se apela al conocimiento científico y tecnológico, al papel de los científicos, a las instituciones vinculadas, etc. Esto hace de la ciencia y la tecnología una referencia simbólica omnipresente.7

2. En contraste, aun cuando la ciencia y la tecnología son cada vez más un campo simbólico público, con creciente producción mediática de sus logros, expectativas, temo-res, riesgos, cuestionamientos éticos, continúan siendo un espacio de escasa visibilidad social. Las encuestas muestran el desconocimiento del público general so-bre la actividad científica y tecnológica, y no solamente sobre sus contenidos cognitivos, sobre qué hacen los científicos, dónde trabajan, quiénes los financian, qué fines persiguen, qué implicancias tienen para la vida diaria sus teorías, sus hallazgos, las controversias que generan.8

7 Esto también puede ser expresado con una afirmación objetivista, como que “la ciencia es la principal institución de la sociedad moderna” (Ziman, 2003). De hecho, a pesar de los embates de la supuesta irracionalidad contra la ciencia, que se ha supuesto en los noventa como “la guerra de las ciencias”, la preeminencia de la ciencia y la tecnología de base científica en la sociedad es indiscutible, lo cual se ve fuertemente apoyado por las encuestas de per-cepción pública de la ciencia y la tecnología llevadas a cabo tanto en países centrales como periféricos.

8 Por ejemplo, en la Segunda Encuesta Nacional de Argentina (Secyt, 2007), casi el 77 % de los encuestados no podían mencionar ninguna institución científica del país y mostraban una fuerte distorsión con respecto a las fuen-tes de financiamiento de la actividad. Una situación diferente se observa en Colombia, en donde el público tiene un conocimiento mucho más amplio de las instituciones de investigación científica y del financiamiento público a la actividad (Colciencias, 2004). Para el Eurobarómetro (2005), la población europea se declara mayoritariamente desinformada en ciencia y tecnología,

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3. De esta manera, la ciencia y la tecnología —enten-didas como productos, actividades, grupos sociales, instituciones, consecuencias y expectativas—, como una realidad dada por hecho (institucionalizada) y al mismo tiempo de difícil o pobre aprehensión por parte del público general, puede ser interpretada de manera sumamente variable, en el sentido de que los significa-dos construidos sobre ellas se nutren de argumentos, imágenes y conocimientos variables. Podríamos decir que la ciencia y la tecnología se encuentran fuertemente institucionalizadas como campo cultural y como fuerza y herramienta de construcción del mundo social (y del mundo “natural” antropomorfizado), pero al mismo tiempo son poco reconocidas en sus contenidos. Se da por obvio y legítimo el papel de la ciencia en la lucha contra la enfermedad por intermedio del médico, por lo general percibido como actor clave de la ciencia y de los artefactos que utiliza, pero normalmente se carece de parámetros que permitan asignar significados am-pliamente compartidos a los medios de curación, a las imágenes y magnitudes de un diagnóstico, etc. Esto, obviamente, conduce al problema de la confianza en los recursos esotéricos de la ciencia y la tecnología, por una parte, y por otra, a la construcción de significados impregnados por una serie variable de valores, conoci-mientos, imágenes y concepciones que anidan en los individuos que viven en sociedad.

y la exposición que tiene con issues relacionados es muy baja: sólo el 19 % declara leer regularmente sobre la cuestión.

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Mientras no consideremos que el bajo reconocimiento de los contenidos de la actividad científica y tecnológica es un mero vacío cognitivo, sino el espacio para la constitución de significados alternativos, la afirmación anterior es contraria a una visión de la cultura científica en términos de déficit cognitivo y alfabetización científica. Asimismo, es contraria a la idea de cultura científica como conjuntos simbólicos homogéneos. Un “objeto” científico o tecnológico cualquiera (una terapia génica, un protocolo de análisis de contaminación hídrica, la técnica pcr, la teoría del big bang, un animal transgénico, la segunda ley de la termodinámica, el marcapasos o la cirugía con rayo láser, por ejemplo) es inter-pretado de manera diferente por distintos sujetos sociales; esto es, es susceptible de distintas significaciones. Estas significacio-nes abarcan una morfología fenoménica del objeto en cuestión, atribuciones de utilidad, evaluaciones éticas, políticas, sociales, expectativas de consecuencias, percepción de grupos sociales que sostienen la existencia de tales objetos, esfuerzo de realización, banalidad de los logros, etc.9

Algunos “objetos” están menos sujetos a variabilidad de significados, y otros más abiertos a una amplia heterogeneidad. Cuanto más uso común y habituación del público, mayor ho-mogeneidad de significados, por lo menos en algunos aspectos, como los de utilidad, valor, oportunidad, etc. Por cierto, existen afirmaciones científicas y desarrollos tecnológicos cuya presencia

9 Uno de los componentes de las significaciones es el criterio de credibilidad de la afirmación, esto es, con base a qué criterio el sujeto justifica la validez de un hecho. J. A. López Cerezo (2008) señala al respecto siete criterios: apoyo por la propia experiencia del sujeto, crédito institucional de la fuente de in-formación del hecho, respaldo por consenso social, grado de resistencia del hecho a las críticas, consistencia epistémica con el sistema propio de creen-cias y disposiciones comportamentales, consistencia ideológica (coherencia normativa respecto a cómo deberían ser las cosas) y consecuencias morales/emocionales.

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de larga data en la vida social facilita un intercambio homogéneo de significaciones: el funcionamiento del motor de explosión, el origen de enfermedades habituales, las aplicaciones tecnológicas de varios desarrollos agronómicos… son ejemplo de esta homo-geneidad, que se mantiene hasta tanto nuevos componentes de conocimiento, nuevos valores sociales o el cambio en los grupos de sostén del objeto no induzcan a un estado de incertidumbre que amplíe la heterogeneidad de las significaciones. La tecnolo-gía aplicada a la revolución verde, por ejemplo, gozó de fuerte legitimidad y homogeneidad de significados hasta que nuevos conocimientos y, fundamentalmente, nuevos valores de seguridad alimentaria, preservación del ambiente natural, modificación de la relación hombre-naturaleza, o incluso la emergencia política de población rural desplazada por la estructura social derivada de esa revolución cuestionaron la legitimidad y ampliaron el espectro de significaciones dadas a los objetos científicos y tecnológicos.10

Es indudable que una base de éxito de la ciencia y de la tec-nología como campo de producción simbólica y material reside en la fuerte hegemonía de sus criterios de verdad, verificación y utilidad. Los mecanismos institucionalizados de socialización, evaluación y control de la vida científica permiten mantener fuertemente integrado al grupo social responsable profesional-

10 Por cierto, estas ideas son cercanas al concepto de “objetos fronterizos” (Fujimura, 1992). Sin embargo, tales objetos tienen una particularidad: su plasticidad a los intereses variables de diferentes sujetos, que hace que dichos objetos en sí mismos no sean cuestionados, sino que se conviertan en funcio-nales, en cada caso. Afirmamos, en cambio, que otorgar heterogeneidad de significaciones a los objetos científicos no necesariamente supone un inter-cambio plástico del objeto, sino, con frecuencia, la emergencia de significados opuestos que implican el contraste de aceptación-rechazo del mismo. Si en términos generales el objeto fronterizo se referencia a actores sociales que lo emplean funcionalmente, nuestro interés por las significaciones heterogéneas del objeto incluye a los que lo rechazan o niegan su existencia.

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mente de la actividad, aun cuando en los últimos años se han registrado algunos cambios relevantes en la estructura normativa y el sistema de relaciones de la actividad.11 Pero el resto de la so-ciedad mantiene una relación esporádica, ambivalente, variable y cambiante con el conocimiento científico y tecnológico. Aun cuando algunos sectores de ese “resto de la sociedad” asimilen, acepten o reinterpreten de manera consonante y homogénea los significados institucionalizados en el campo de la ciencia, existen variaciones que en determinadas situaciones locales pueden re-sultar relevantes: los industriales de la alimentación asimilan de manera consonante la mayoría de los componentes significativos de los productos agrícolas transgénicos enarbolados por los gru-pos científicos y tecnológicos comprometidos, pero no coinciden posiblemente en valores como la utilidad, la tensión social que provocan, etc. Y más allá de estos sectores que muestran “afini-dad” con los significados del campo de la ciencia, muchos otros sectores desarrollan de manera más o menos activa significados diferentes o contrapuestos, o reinterpretan aspectos de los objetos para imprimir a estos nuevos significados y valores.

Gieryn nos presenta la ciencia como un conjunto de mapas en el espacio de la cultura, cuyos contenidos, formas y límites son variables, cambiables, inconsistentes y volátiles (Gieryn, 1999: 5). La ciencia

… no se corporiza solamente en las prácticas de laboratorio, los instrumentos, los materiales de investigación, los hechos y revistas. Tiene también varias otras realidades. La ciencia

11 Son muchas las obras y las perspectivas teóricas que dan cuenta de estos cambios, lo cual implica modificaciones en los modos de producción del conocimiento, en los límites que identifican al campo científico, en las orientaciones valorativas e intereses de los profesionales de la actividad. Por ejemplo, Ziman (2000) y Nowotny et al. (2002).

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se sedimenta como un espacio ordinariamente tácito en la mayoría de los mapas mentales de la cultura de todos, un poco de esquema cognitivo que usamos todos los días para navegar tierras materiales y simbólicas. [Gieryn, 1999: 19].

A partir de esta idea podemos decir que existe un “segundo esta-do” de la ciencia en sociedad, que es la ciencia como significados que le dan los actores sociales, y que este estado es variable, inter-cambiable y volátil, por cuanto estos significados se negocian de manera continua o permanecen latentes mientras no es necesario ponerlos en acción en situaciones de conflicto o de resignificación en un momento dado.

Por cierto, la ciencia existe como actividad, expresión de significados y prácticas establecidas de un grupo social, así como puede hablarse de la industria metalúrgica, la pintura cubista, el rugby o el tráfico de drogas. En mayor o menor grado, esta ac-tividad se encuentra “institucionalizada”, esto es, integrada a la totalidad de la sociedad y la cultura, aceptada por la mayoría del público, demarcados más o menos claramente cuáles son sus fines, sus roles y funciones (solo analíticamente podemos distinguir en-tre ciencia como actividad o expresión y como institución, aunque cabe concebir una sociedad en la que la actividad científica sea tan marginal o esporádica que no integre el marco institucional de la misma). Pero los significados atribuidos a esta actividad, sus instituciones y sus productos se diferencian, circulan y sobrevi-ven de manera latente en el conjunto de interrelaciones (algunas estrechamente ligadas a las actividades de investigación, difusión y utilización científica, otras lejanas en sus campos de referencia significativa), como un movimiento subterráneo, como un se-gundo estado de significaciones que no necesariamente guardan entre sí un orden jerárquico, lógico o retórico.

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Frente a esta concepción podríamos insistir en aquella que consiste en afirmar que la ciencia existe como parte de la cultura, entendida de manera más o menos sustancial como valores, nor-mas, formas de vida, conocimientos. En este plano uno puede concebir que la ciencia “se produce” en la cultura; que un cien-tífico produzca tal teoría, se explica por los contenidos propios de la cultura (en general, de fuerte matriz occidental). Al margen de toda discusión acerca de la “universalidad” del conocimiento científico, y aun de las actividades y prácticas científicas, en este plano de interpretación de lo que es la ciencia, no se diferencia de la manera como una sociedad produce sus prejuicios, su hu-mor, el arte, las apetencias gastronómicas, las prácticas de poder gubernamental o el imaginario social sobre lo desconocido, la muerte, el futuro, etc. Pero en este plano, la ciencia nos interesa fundamentalmente como producto de una actividad realizada por un grupo. Y por lo tanto, todavía estamos diferenciando la ciencia de la cultura, ubicándonos en el espacio del productor de ciencia, aun cuando concibamos a esta solo como producto de la cultura. Según nuestro punto de vista, de esta manera estaríamos hablando de la “cultura de la ciencia”, esto es, del conjunto de elementos simbólicos producido en el espacio social de la producción del conocimiento científico.

No es este nuestro interés en relación con la “cultura cientí-fica”. Si nos ubicamos en un plano diferente, ya no a partir de la producción de ciencia, sino de la “existencia” o estado de la ciencia en la sociedad, podremos ver a la ciencia como la plantea Gieryn: como significados distribuidos y situados de manera variable y con contenidos variables a lo largo de los distintos grupos sociales o espacios socioculturales.

La variabilidad de significados distribuidos en la cultura que emerge en torno a la ciencia tiene que ver con distintos “objetos”

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de la ciencia y la tecnología. Por tales objetos nos referimos a cuestiones tan diversas como

• artefactos y procedimientos científicos actuales (repro-ducción asistida, agricultura transgénica, explotación mineral con base en lixiviación por medio de cianuro);

• predicciones o expectativas de futuro (cambio global, probabilidades de contaminación de una tecnología a punto de emplearse);

• resultados ciertos, supuestos, inciertos o controvertidos acerca de consecuencias no deseadas de aplicaciones tec-nológicas (daño a la salud de los alimentos transgénicos, contaminación de las aguas, enfermedades provocadas por ambientes contaminados, desplazamientos pobla-cionales indirectos por el uso de ciertas tecnologías);

• distribución social de riesgos y beneficios de la tecnolo-gía (efecto diferencial de la radiación);

• oportunidad o prioridad en la inversión en ciencia y tecnología (desarrollos que propicien la globalización o la resolución de problemas inmediatos locales);

• la política científica (prioridades científicas y tecnológi-cas, orientación de la inversión fiscal en conocimiento público o privatizado);

• también es objeto de significación la ciencia misma co-mo institución, como valor, como herramienta para el mejoramiento de la vida humana, etc.

Sin embargo, la constitución de cualquiera de estas cuestiones como “objeto de significación” no solamente depende de la misma producción científica, de los cambios históricos de la sociedad, del papel del Estado o del interés de los medios masivos de co-municación, sino también de la selectividad del público y de los

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distintos grupos sociales. Esta selectividad puede ser resultado de relaciones de poder en la confección de la agenda pública, de manera que determinadas instancias de poder tengan la capacidad de obliterar temas impidiendo que se constituyan en objetos de significación, y por lo tanto ingresen a la escena política (Lukes, 1985), o bien formar parte de la “construcción de ignorancia” que hace el público o segmentos del mismo (Michael, 1996).

La presencia del objeto y su significación están sujetas a va-riabilidad, y puede por momentos intensificarse o socializarse el interés por el mismo, acelerarse la circulación e intercambio de significados e interpretaciones sobre su entidad, sobre sus conse-cuencias, su utilidad, los intereses que lo sostienen en la escena social, etc. Y por momentos puede desaparecer de la escena públi-ca o restringir su presencia a la interacción entre algunos grupos altamente interesados (por ejemplo, empresas comprometidas, organizaciones ecologistas e investigadores científicos). Incluso la distribución geográfica de tales objetos influye en la disparidad de presencia y significación a lo largo del territorio de la socie-dad. La misma significación de la ciencia (como actividad, valor, institución, etc.) está sometida a estas variaciones temporales y espaciales. En particular, una alta visibilidad pública de política científica que emana del Estado enciende el interés del público en el tema e intensifica la producción de significaciones, variables, intercambiables y con frecuencia inconstantes.

Son muchos los procesos que derivan en la variabilidad de significaciones de los objetos científicos y tecnológicos. Como se dijo anteriormente, el mismo carácter esotérico de su contenido —pero con presencia dominante en la vida social del sujeto— exige la producción de significados con base en un conjunto hete-rogéneos de contenidos, valores, imágenes, concepciones, recuer-dos, expectativas, metáforas y analogías que el sujeto instrumenta en sus interacciones sociales. Como muchos trabajos empíricos

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han puesto en evidencia, la gente construye sus “representacio-nes sociales” de tales objetos sobre la base de imágenes que, aun cuando no las considere “ciertas”, le son útiles para componer un significado y una retórica del objeto, y de esta manera pueden proceder al intercambio con sujetos pares e incluso habilitar esas representaciones para realizar intercambios con expertos (por ejemplo, Bates, 2005).12

De esta manera, una hipótesis clave derivada de estas ideas es que la cultura científica de la sociedad se caracteriza por mezclar contenidos activos y latentes. Esto significa que las significaciones contenidas en representaciones sociales de individuos y grupos sociales carecen de visibilidad social, no son mencionadas o son desatendidas por los sujetos. La interacción social (cuando un hecho científico y tecnológico afecta de manera directa la vida de un grupo social, en el marco de un proceso de divulgación o formación científica, en la interacción de un grupo focal o una entrevista, etc.) activa el contenido latente de significaciones. Estos momentos activos son los que habilitan el intercambio, la transformación de contenidos, la incorporación de nuevos crite-rios de interpretación, la aceptación o el rechazo de la propuesta hegemónica.

Esta manera de concebir la cultura científica es claramente lejana de la idea implícita de integración en el concepto tradi-cional del término. Sin negar en el límite la posibilidad teórica de integración de los significados de los objetos científicos (la consideraríamos una integración hegemónica en el límite de la

12 Los conceptos de anclaje y objetivación de la teoría de las representaciones sociales facilitan la comprensión de la construcción de tales contenidos de significación a nivel individual (Markova, 2003). Aunque este nivel limita el significado de cultura científica que estamos intentando forjar, es indudable que dado el principio de heterogeneidad de esta, resulta necesario incorporar el plano de la construcción subjetiva de las significaciones.

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dominación social, o diríamos que el concepto forma parte de un proyecto hegemónico de cultura científica), resulta más útil para describir la cultura científica considerarla como el conjunto heterogéneo de significados de objetos científicos y tecnológicos. Ella sugiere una estrategia empírica particular y un significado político diferente.

estrategia emPírica

Un concepto de cultura científica como el bosquejado presenta dificultades para su indagación empírica. El problema se plantea en el intento de una descripción empírica que pretenda destacar el plano colectivo de la cultura científica. En la medida en que la cultura científica es una entidad heterogénea, variable, contradic-toria y volátil, que la misma presentaría zonas de mayor firmeza, constancia y visibilidad activa y otras solamente latentes, difusas y provisorias, las herramientas para componer una imagen colectiva se tornan complejas. Esta visión colectiva no debería finalizar en una descripción tipológica global como la planteada por Jasanoff con su concepto de epistemología cívica (2005). Este concepto comparte con nuestras reflexiones el interés por poner la cultura científica en el plano no solamente de la producción, sino de la aceptación del conocimiento científico, pero con la intención de identificar rasgos globales o hegemónicos.

Hay, en cualquier sociedad en funcionamiento, entendimien-tos [understandings] compartidos acerca de cómo deben ser las afirmaciones creíbles y cómo deben ser articuladas, represen-tadas y defendidas —y estos entendimientos varían a través de dominios culturales definidos como las naciones-Estado— […] La ciencia, no menos que la política, debe conformar estas formas establecidas de conocimiento público a fin de

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ganar bases amplias de soporte, especialmente cuando la ciencia ayuda a subscribir elecciones colectivas significativas. Yo uso el término epistemología cívica para referirme a estas formas de conocimiento público culturalmente específicas e histórica y políticamente fundadas [Jasanoff, 2005: 249].

En su investigación comparativa, Jasanoff señala tres estilos epistemológicos referidos a sendos países: contention en ee. uu., en el que la credibilidad alcanzada se basa en el enfrentamiento competitivo en foros; communitarism en Gran Bretaña, basado en las credenciales de expertos como agentes públicos; y consen-sus en Alemania, donde la credibilidad se conforma a partir del prestigio de las instituciones. Pero esta descripción estilística de la cultura científica vuelve a enfatizar las notas de la integración hegemónica.

La estrategia empírica, obviamente, debe partir de la carac-terización de las significaciones de la cultura científica a nivel individual.13 No debería ser una decisión teóricamente determi-nada la identificación de grupos a priori, sino, en la medida en que resulte empíricamente pertinente, construidos sobre la base de la dinámica del intercambio sobre significados científicos, y más específicamente sobre rasgos comunes de significación.14

13 Las técnicas cualitativas, como las entrevistas con guía abierta o los grupos focales con algún tipo de análisis de discurso, son las vías posibles.

14 En un trabajo anterior hemos sostenido, con base en el análisis factorial de datos de una encuesta sobre percepción pública de la ciencia, que los factores de “actitudes” (los llamaríamos ahora contenidos significativos) que describen cuatro orientaciones de aceptación plena, crítica y rechazo a la ciencia son organizadores de significados simbólicos, pero no de grupos sociales; en efecto, los clusters no se conforman de manera que sea fácil sostener, a partir de la idea de que la cultura científica es heterogénea, inconstante, volátil, que los sujetos, individualmente, y los grupos sociales mantienen orientaciones parcialmente contradictorias (Vaccarezza, 2007).

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El análisis, en este caso, podría recurrir a alguna técnica de grafos que permita describir las proximidades entre diferentes significa-ciones puestas de relieve entre los sujetos de investigación.

Sin embargo, no debería intentarse una descripción de la dimensión colectiva global de la cultura científica, sino considerar esta concepción heterogénea, dinámica y latente como un marco de fondo en el cual proyectar acontecimientos locales e histórica-mente situados. En efecto —y esto nos habilita a continuar con el siguiente punto—, el análisis de la cultura científica encuentra su claridad en la exploración de procesos concretos de producción, difusión, uso, controversia, rechazo, asimilación y transformación de productos científicos y tecnológicos específicos en situaciones puntuales. En este plano, el análisis de redes de significación per-mite comprender los significados propios de la cultura científica distribuidos en un conjunto social determinado. Ciertamente, en un segundo nivel de análisis, esos conjuntos serían analizados y comparados en términos de homogeneidad-heterogeneidad de significaciones, visibilidad-latencia, procesos hegemónicos de conformación de significados, etc.

Esta estrategia de análisis sería más necesaria en el caso de América Latina. Para formular esta afirmación partimos de la conjetura de que la tecnociencia tiene una presencia diferencial en la región, comparada con lo que nos pueden indicar los estudios empíricos, como el mencionado de Jasanoff en países desarrolla-dos, de manera que en estos es más difícil apreciar rasgos culturales claramente dominantes con respecto a lo que la autora denomina epistemología cívica, o que en términos más generales podríamos referir como cultura científica, rasgos claramente basados en el proyecto homogeneizador de la sociedad por medio de la racio-nalidad científica. En efecto, la actividad científica y tecnológica tiene en América Latina un nivel de institucionalización menor; la profesión científica tiene menor visibilidad social; la legitimidad

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del conocimiento experto (basado en la tecnociencia) resultaría más débil, y dicho conocimiento tendría una competencia mayor por parte de conocimientos alternativos autóctonos o étnicos en algunas áreas significativas de la vida social, de la producción rural, la salud, la gestión del medioambiente, la racionalidad organiza-cional, por ejemplo. Pero no podemos plantear esto más que en términos de conjetura, ya que si nos atenemos a las estrategias empíricas basadas en los surveys que repiten el diseño internacio-nal, no hallaremos diferencias significativas en las dimensiones individuales de la cultura científica como las de valoración, la comprensión e interés subjetivo en la ciencia y la tecnología. Sin embargo, a nivel de las comunidades locales, el encuentro de la tecnociencia moderna con las necesidades inmediatas, o su efecto en los estilos y posibilidades de vida de la población autóctona, implica muchas veces una tensión en la que se entretejen signi-ficados diferenciados de los elementos científicos y tecnológicos modernos y en los que se enfrentan modos alternativos y étnicos de conocimiento y de resolución de problemas.15 Como en otras regiones del tercer mundo, en América Latina la eficacia del pro-yecto homogeneizador del conocimiento universal de la ciencia y la tecnología es claramente menor y está fuertemente sometido a las presiones que en cada espacio de resolución ejercen los conoci-mientos alternativos. En este sentido, en América Latina, más que en los países desarrollados, por ahora tiene mayor sentido postular la necesidad de “hibridación del conocimiento” como una estra-

15 Véase, por ejemplo, el trabajo de Skewes (2004), en el que emplea el concepto de “metabolización del conocimiento”, que implica una articulación y com-plementación de conocimientos locales y la apropiación de conocimiento experto de manera directa, y también por medio de redes de significados establecidos con “contraexpertos” de los procesos de imposición tecnocien-tífica.

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tegia de reorientación de la producción de conocimiento hacia desarrollos ecológica y socialmente sustentables (Vessuri, 2004).

eL significado PoLítico deL concePto de cultura científica

Como todo concepto empleado por diferentes grupos sociales —y en el caso del de cultura científica podemos señalar a la comuni-dad científica, los políticos de la ciencia y la tecnología, la buro-cracia estatal vinculada a la política científica, los comunicadores de temas científicos y los investigadores de estudios sociales de la ciencia—, la definición está comprometida con intereses políticos explícitos o implícitos. Esto se observa claramente en el concepto tradicional de cultura científica.

Las motivaciones que sustentan su utilización se diferencian de las distintas funciones que pueden cumplir en la interrelación entre la actividad de producción de conocimientos científicos y tecnológicos, y el público o la sociedad. Anteriormente señalamos los tres contenidos del concepto de cultura científica destacados por Leitao y Albagli: a) información científica práctica, b) infor-mación científica cívica, y c) información científica cultural. El primero alude a una cultura impregnada de habilidades tecnoló-gicas modernas, basadas en el conocimiento científico. El segundo hace referencia a una sociedad participativa y dueña de su destino, en la cual los grupos corporativos (en este caso, los especialistas científicos) se encuentran de cierta manera controlados u orien-tados por la sociedad, el bien común o los objetivos democrá-ticamente establecidos; en este caso se trata de una cultura de participación. El tercero tiene que ver con la cultura como suma de símbolos de conocimiento, como función del saber.

Cada uno de estos tres contenidos remite a características funcionales explícitas e implícitas. La funcionalidad práctica del

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primero provee una función implícita de conformación de cul-tura tecnológica acorde con la “racionalidad científica” o con la racionalidad de una tecnología basada en la simbiosis entre cono-cimiento científico y tecnología. O sea, no solamente propende a que los hombres puedan utilizar la tecnología, sino a estimular el uso de determinado tipo de tecnología vinculada a la producción científica. El segundo contenido está planteado como una fun-ción de control social y pluralista sobre la ciencia y la tecnología. El tercero claramente podría tener como fundamento funcional la legitimidad de la ciencia en el concierto cultural y la confor-mación de la cultura en los cánones de la ciencia y la tecnología.

Pero también el significado político del concepto depende no solo de su uso funcional, sino del complejo de intereses sociales desde el que se formula el concepto. Postulado desde el ámbito de la ciencia académica, y especialmente en relación con la ciencia básica, su significado aparece vinculado a la necesidad de legitimar la actividad científica, asegurar el sustento financiero, la autono-mía del científico y la mitigación de críticas, ya sea a los resultados como a los procedimientos de la ciencia. Asimismo, postulado desde la política estatal de ciencia y tecnología, y en el marco de la ciencia regulada (Irwin y Michael, 2003), el concepto sirve para garantizar la confianza de los ciudadanos en el papel del Estado como productor y regulador de ciencia y, en particular, como garante de los modelos hegemónicos de desarrollo tecnológico y científico. En este sentido, los tres conceptos arriba indicados pueden estar ordenados a satisfacer la legitimidad de la ciencia y la tecnología por medio de sus funciones latentes. La practicidad se incorpora como habilidades y rutina en la vida cotidiana, para conformarla en sus pautas y normas. Como contenido simbólico de la cultura, la ciencia, su racionalidad, argumentos y métodos conforman la matriz no solo de la vida cotidiana, sino también del conjunto de instituciones que ordenan a la sociedad. La cul-

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tura cívica, que podría ser la más peligrosa para la función de legitimidad, se presentaría como un campo de responsabilidad de los ciudadanos hacia la aprobación de la actividad científica y tecnológica. De esta manera, el concepto tradicional de cultura científica parece instrumentado a la captura del público y hacia la “colonización” de la cultura de la sociedad. En tal sentido, el con-trato de la ciencia con la sociedad se resuelve en la adecuación del público a los parámetros históricos de la ciencia hegemónica, sin que estos parámetros deban ser puestos también bajo escrutinio de la sociedad, esto es, sin que estos parámetros se comprendan como objetos históricos y políticos. Una orientación de tal tipo contribuye a fortalecer las bases del gobierno de la ciencia en la sociedad, entendiendo que se enfatizan los criterios de eficacia y eficiencia de la política, la racionalidad del Estado16 y la verti-calización en la producción de contenidos culturales; e implica una concepción de verdad como argumento cerrado y unívoco.

¿Qué significado político puede esperarse de una concep-ción de la cultura científica como la que se intentó bosquejar en este trabajo, entendida como intercambio continuo de signifi-caciones heterogéneas, inconstantes, contradictorias y volátiles producidas de manera activa o mantenidas en forma latente por diversos individuos y grupos sociales envueltos en redes más o menos permanentes o transitorias de interacción, con diferentes intereses, valores, expectativas, imágenes respecto a diversos ob-jetos científicos y tecnológicos que entran a jugar papeles signifi-cativos en espacios sociales puntuales e históricamente situados? El significado político parece recaer menos en la consolidación de una determinada hegemonía cultural y más en la resolución de problemas de la ciudadanía. Más que del intento de fundamentar

16 Aun cuando se destaque, en el marco de las políticas neoliberales, la lógica del mercado, la racionalidad del Estado se constituye en instrumento de aquella.

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la univocidad de la verdad en las situaciones locales concretas, se trata de articular los diferentes recursos de conocimiento y comprensión, como también las diferentes opciones éticas, de conveniencia y oportunidad, en términos de construir respuestas adecuadas. También significa aprender a gestionar la variabilidad de interés, compromiso y pasión política con respecto a tales obje-tos puesta en evidencia por el mapa más o menos incoherente de grupos y ciudadanos. En este sentido, no solamente son puestos en tela de juicio los saberes de los profanos, sino también los sabe-res científicos en su intersección con el plano de la problemática inmediata, y tales diferentes fuentes de saberes articulados en procesos decisorios abiertos. En otros términos, implica apelar a la idea de gobernanza, entendiéndola como un estilo de gobier-no que comporta una nueva forma de liderazgo con relación a “una serie difusa y dinámica de redes y alianzas locales” (Irwin y Michael, 2003: 152).

Nuevamente, América Latina, como región relativamente marginal respecto al avance de la ciencia y la tecnología —vis-tas como institución articuladora de la sociedad moderna— se constituye en un espacio de experimentación y avance en la ar-ticulación de significados diversos del conocimiento. Si el avan-ce de la ciencia y la tecnología occidental desplegó su proyecto hegemónico de exclusión de alternativas de conocimientos, de construcción de tales alternativas como ignorancia, el mante-nimiento en amplias áreas de la cultura latinoamericana de ex-periencias cognitivas autóctonas y de expectativas diferenciadas y resignificaciones del conocimiento experto en el plano local constituye una oportunidad para promover la generación de una ciudadanía del conocimiento. No se trata de generar una “partici-pación ciudadana” por medio de foros, conferencias de consenso o comités de evaluación diseñados sobre la misma matriz con-ceptual e ideológica de la competencia en ciencia y tecnología,

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experimentos en los cuales “no es claro cómo el público se ajusta a los problemas enmarcados científicamente (scientifically-framed issues)” (Chilvers, 2008). Más bien se trata de desplegar en el pla-no local la articulación de necesidades socialmente definidas y la valoración de diferentes fuentes de conocimiento, incluso las de conocimiento experto, y la resignificación del sentido político de la incorporación del uso de tales fuentes.

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LOS AUTORES

Antonio Arellano Hernández

Es ingeniero agrónomo por la Universidad Autónoma de Nuevo León, maestro en Sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México, doctor en Antropología por la Universidad Laval, y realizó estudios postdoctorales en la École National Su-périeure de Mines de París y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia). Investigador del Instituto de Estudios sobre la Universidad e investigador nacional nivel ii. Miembro de la Académica Mexicana de Ciencias. Su trabajo de investigación se enmarca en la antropología de la ciencia y de la tecnología, y la epistemología y tecnología sociales, desde una perspectiva etno gráfica. Es autor de cinco libros y coordinador de nueve. Ha publicado más de 60 textos entre artículos y capítulos de libro. Su último libro es Tramas de redes sociotécnicas: conocimiento, téc-nica y sociedad en México (Miguel Ángel Porrúa, 2011), y su más reciente artículo, “Representación matemática de una terapéutica: circulación de inscripciones tecnocientíficas en el tratamiento de la litotripsia extracorporal” (en revista História, Ciências, Saúde, Manguinhos).

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los autores

Rosalba Casas Guerrero

Es socióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), maestra en Ciencias por la Universidad de Montreal (Canadá) y doctora por la Universidad de Sussex (Reino Unido). Es investigadora titular C en el Instituto de Investigaciones So-ciales de la unam e investigadora nacional del Sistema Nacional de Investigadores en el Área de las Ciencias Sociales, nivel iii. Es miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias desde 1997. Desde 2005 es directora del Instituto de Investigaciones Sociales de la unam. Su trabajo de investigación se ha centrado en la historia de la política científica y tecnológica, el papel de los actores en el diseño de políticas, los impactos socioeconómicos de las nuevas tecnologías, los procesos de interacción entre Aca-demia y empresas, y el desarrollo regional. Es autora y/o coautora de 13 libros y de más de cien textos, entre capítulos y artículos publicados en revistas nacionales e internacionales.

Ivan da Costa Marques

Es ingeniero electrónico de ita, M. Sc. y Ph. D. en Ingeniería Eléctrica y Ciencia de la Computación por la Universidad de California, Berkeley (eua). De regreso en Brasil participó activa-mente en asuntos técnicos y políticos, principalmente en cues-tiones vinculadas con la tecnología, la autonomía tecnológica, la educación, la división internacional del trabajo y la industria de la computación. Entre 1990 y 1992 realizó un posdoctorado en el Departamento de Historia (Historical Studies Commitee) de la New School for Social Research (Nueva York, eua), concen-trándose en la historia de las ciencias y las tecnologías. En 1995 ingresó a la Universidade Federal do Rio de Janeiro (Brasil) como profesor-investigador de tiempo integral, dedicación exclusiva.

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antonio arellano hernández y pablo kreimer

Desde entonces se ha ocupado en el desarrollo de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad (cts) en su país natal.

Alexis de Greiff

Es físico titulado por la Universidad de los Andes (Colombia), máster en Física Teórica por la Universidad Nacional de Colombia y máster y doctor en Historia de la Ciencia por la Universidad de Londres (Reino Unido). Ha publicado en revistas y libros in-ternacionales sobre el desarrollo y las relaciones internacionales de la ciencia y la tecnología en el siglo xx. Ha sido vicerrector general de la Universidad Nacional de Colombia (2004-2006) y subdirector del Departamento Administrativo de Ciencia, Tec-nología e Innovación (Colciencias) de Colombia (2007-2010). Actualmente es profesor asociado del Departamento de Socio-logía e investigador del Centro de Estudios Sociales (ces) de la Universidad Nacional de Colombia.

Pablo Kreimer

Es sociólogo por la Universidad de Buenos Aires (uba) y doctor en Science, Technologie et Société por el Centre sts de París (Francia). Es investigador del Consejo Nacional de Investigacio-nes Científicas y Técnicas de Argentina y director del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, de la Univer-sidad Nacional de Quilmes, donde además es profesor titular de Sociología. Dirige también Redes. Revista de Estudios Sociales de la Ciencia, y la colección “Ciencia, tecnología y sociedad”. Sus temas de investigación se orientan al estudio de la producción y uso social de conocimientos y a las relaciones ciencia-periferia en el desarrollo de campos científicos y sus dimensiones sociales, políticas y culturales. Es autor de ocho libros y de alrededor de

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los autores

ochenta artículos en revistas internacionales y nacionales. Sus últimos libros son El científico también es un ser humano (Siglo XXI) y Ciencia y periferia: nacimiento, muerte y resurrección de la biología molecular (Eudeba), ambos de 2009.

Matilde Luna Ledesma

Es doctora en Ciencia Política e investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Su principal interés es el estudio de los mecanismos de coordinación social, en el marco del cual ha trabajado en las relaciones corporativas y las redes sociales, y los siguientes temas: empresarios y política, redes de conocimiento y redes de acción pública. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: Acción colectiva y organización: estudios sobre desempeño asociativo (iis-unam, 2008) y Nuevas perspectivas en el estudio de las asociaciones (Anthropos, 2010), ambos libros coordinados en colaboración con C. Puga; y “Knowledge Networks: Integration, Mechanisms and Performance Assessment” (con J. L. Velasco), en The Capitali-zation of Knowledge: A Triple Helix of University-Industry-Govern-ment, coordinado por R. Viale y H. Etzkowitz (Edward Elgar).

Óscar Javier Maldonado

Es sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia y máster en Estudios Sociales de la Ciencia, Tecnología y Medicina de la misma universidad. Trabaja en la relación entre experticia médica y legislación de la salud pública. Ha sido asesor de la Subdirección de Redes del Conocimiento del Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias) para temas de apropiación social del conocimiento. Iniciará en breve un docto-

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antonio arellano hernández y pablo kreimer

rado en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología en Reino Unido.

Leonardo Silvio Vaccarezza

Es sociólogo de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina y realizó estudios de posgrado en la Fundación Bariloche (Argentina). Es profesor titular e in-vestigador de la Universidad Nacional de Quilmes y actualmen-te director interino del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la misma universidad. Se especializa en sociología de la ciencia y de la tecnología en temas vinculados a la cultura científica y la percepción pública de la ciencia y la tecnología. Es autor de cuatro libros (algunos en colaboración) y varios artículos en temas de su especialidad.

Léa Velho

Es profesora de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología en el Departamento de Política Científica y Tecnológica de la Universidad Estatal de Campinas (Brasil). Tiene un doctorado en Política Científica y Tecnológica por la Unidad de Investigación de la Ciencia Política (spru) de la Universidad de Sussex (Reino Unido) y un posdoctorado por el Departamento de Sociología Rural de la Ohio State University (eua). Fue investigadora prin-cipal y directora del posgrado del Instituto de Nuevas Tecnologías de la Universidad de las Naciones Unidas en Maastricht, Países Bajos, y profesora visitante en el Departamento de Estudios Socia-les de la Ciencia de la Universidad de Cornell (eua), en la Unidad de Estudios de Ciencias de la Universidad de Edimburgo (Reino Unido) y en el Departamento de Sociología de la Universidad de Indiana (eua). Es miembro del comité editorial de varias revistas

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los autores

nacionales e internacionales. Cuenta con una amplia experiencia en investigación y consultoría en el ámbito de la política científica y tecnológica.

Hebe Vessuri

Es antropóloga social doctorada en la Universidad de Oxford (Reino Unido). Es investigadora emérita del Programa de Pro-moción del Investigador (ppi) de Venezuela y dirige el Centro de Estudio de la Ciencia del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (ivic) en Caracas. Ha contribuido al surgimiento y consolidación del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina con iniciativas de investigación y docencia avanzada en los ámbitos nacional, regional e inter-nacional. Su foco de investigación es la ciencia en las periferias mundiales, con énfasis en la región latinoamericana, los dilemas de la participación/exclusión social y el conocimiento experto, y los regímenes de conocimiento. Actualmente preside el Consejo de la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio (Japón) y per-tenece a varios comités científicos de programas internacionales, como el de Planificación y Revisión (Committee on Scientific Planning and Review) del International Council for Science y el Comité de Ética y Ciencia y Tecnología (Comest) de la Unesco.

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