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Por lo que parece, Kant es el padre de la modernidad. Esto, por dos razones principalmente. Una, porque su filosofía significa un nuevo modo de pensar, una proposición diferente de ya no solamente ver el mundo, sino más aún, de construirlo, hecho que, simbólicamente conocemos como “giro copernicano”. La segunda porque, esta nueva perspectiva, provoca a hombres actuales a desvelar otros matices de los incesantes problemas filosóficos. Pocos filósofos han escrito sin introducir una u otra vez un “a priori” en su explicación. Su pensamiento pues, no sólo se ahoga en la provocación, es un genuino principio de lucidez con respecto a la más intrincada actividad de los hombres: la filosofía. Creo que podemos decir que Kant vuelve asequible la irónica idea de “conquistar el mundo” como aquellos malvados personajes caricaturescos de las series animadas que siempre buscan hacerlo. Con Kant pues, se hace aceptable la posibilidad de integrar enteramente el universo. Tal ves esta pretensión, con la implícita intención de ser “malvada” (cosa cómica más que real en las caricaturas) nos resulta más peligrosa que constructiva, efecto que muy seguramente no circundaba la mente del mismo Kant; sin embargo, el viejo principio filosófico de que una vez que se desconocen los principios básicos de “algo”, es posible deducirlos de sus efectos, o lo mismo: las causas se pueden conocer por sus efectos” , también nos invita a una detenida reflexión de los efectos producidos por la doctrina kantiana en distintos ámbitos. Más de la mitad de los filósofos contemporáneos o “posmodernos” se dirigen con la brújula de Kant, que bien a indicado alguna dirección, pero creo que, por otras razones, no han sido hacia el norte; a saber: bien puede ser que tales hombres piensen como Kant y sus teorías y proposiciones filosóficas nos conducen a incertidumbres más que precisiones y elaboraciones de principios válidos para todos, y entonces conviene hacer un juicio al mismo Kant en sus obras; o bien, en algún punto tergiversan el contenido “objetivo” de las verdaderas pretensiones de Kant, modificante el rumbo a que nos puede conducir su sistema, cuyo fin es el esclarecimiento, la búsqueda de la verdad y la naturaleza del conocimiento y la razón Y dentro de nuestra consideración no es la excepción. Los actuales planteamientos éticos son herederos de una importante tradición kantiana que ciertamente dibuja los rumbos de la filosofía de nuestra historia, a la cual se le ve como un mero trabajo superfluo y complicado o, en el mejor de los casos, una “bonita teoría de cosas bonitas” pero tal lejos de la realidad, de lo

Ética Fundamental

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Consideraciones sobre la ética fundamental para una lectura contemporánea

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Por lo que parece, Kant es el padre de la modernidad. Esto, por dos razones principalmente. Una, porque su filosofía significa un nuevo modo de pensar, una proposición diferente de ya no solamente ver el mundo, sino más aún, de construirlo, hecho que, simbólicamente conocemos como “giro copernicano”. La segunda porque, esta nueva perspectiva, provoca a hombres actuales a desvelar otros matices de los incesantes problemas filosóficos. Pocos filósofos han escrito sin introducir una u otra vez un “a priori” en su explicación. Su pensamiento pues, no sólo se ahoga en la provocación, es un genuino principio de lucidez con respecto a la más intrincada actividad de los hombres: la filosofía. Creo que podemos decir que Kant vuelve asequible la irónica idea de “conquistar el mundo” como aquellos malvados personajes caricaturescos de las series animadas que siempre buscan hacerlo. Con Kant pues, se hace aceptable la posibilidad de integrar enteramente el universo. Tal ves esta pretensión, con la implícita intención de ser “malvada” (cosa cómica más que real en las caricaturas) nos resulta más peligrosa que constructiva, efecto que muy seguramente no circundaba la mente del mismo Kant; sin embargo, el viejo principio filosófico de que una vez que se desconocen los principios básicos de “algo”, es posible deducirlos de sus efectos, o lo mismo: las causas se pueden conocer por sus efectos”, también nos invita a una detenida reflexión de los efectos producidos por la doctrina kantiana en distintos ámbitos. Más de la mitad de los filósofos contemporáneos o “posmodernos” se dirigen con la brújula de Kant, que bien a indicado alguna dirección, pero creo que, por otras razones, no han sido hacia el norte; a saber: bien puede ser que tales hombres piensen como Kant y sus teorías y proposiciones filosóficas nos conducen a incertidumbres más que precisiones y elaboraciones de principios válidos para todos, y entonces conviene hacer un juicio al mismo Kant en sus obras; o bien, en algún punto tergiversan el contenido “objetivo” de las verdaderas pretensiones de Kant, modificante el rumbo a que nos puede conducir su sistema, cuyo fin es el esclarecimiento, la búsqueda de la verdad y la naturaleza del conocimiento y la razónY dentro de nuestra consideración no es la excepción. Los actuales planteamientos éticos son herederos de una importante tradición kantiana que ciertamente dibuja los rumbos de la filosofía de nuestra historia, a la cual se le ve como un mero trabajo superfluo y complicado o, en el mejor de los casos, una “bonita teoría de cosas bonitas” pero tal lejos de la realidad, de lo “tangible”, de lo que se” vé”, dicen. Y con esto aseguran, no sirve para nada. Parece que, en nuestros días también la filosofía padece un considerable deterioro y depreciación, a los ojos—por supuesto--de quienes miran a través de anteojos que lidian con el brillo, pero no con la miopía de los pensadores. Y esto, de igual forma, es herencia del genial filósofo de Königsberg .Pues bien, nuestro trabajo es quizás un atrevido ejercicio de comprensión, primero para mí mismo --como podría ser natural en todo autor-- y luego para el lector. No es una comparación o cosa semejante entre la ética teleológica aristotélico-Tomista y la ética deontológica kantiana, sino más bien, una relectura de varios aspectos que de algún modo podemos considerar respecto a ambas teorías. Me parece importante hacer tal esfuerzo pues; por una parte, porque una ves que los actuales planteamientos éticos parten de principios Kantianos, resulta útil para el filósofo mirar el carácter y futuro, así como las consecuencias de todo acto del pensar, y con más razón cuando se trata de hablar de ética; y por la otra, porque la ética, que no versa sino de la praxis, del movimiento, de los actos de los hombres…, busca el buen obrar de éstos y no simplemente el obras como se quiera, cosa que se vuelve usual en nuestros días. La ética, por así decirlo, conforma el importante ámbito del obrar del hombre que, necesariamente es un ser social, un ser en relación,

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A Aristóteles le interesa tanto el dominio teórico como el dominio práctico de la actividad humana y la ética satisface el segudo:”…cuyo fino no es el conocimiento, sino la acción”

De la misma forma que Aristóteles supone el conocimiento lógico, físico y metafísico en la ética, Kant supone para la ética un paso desde una concepción de lo bueno como lo que se adecúa al bien, una concepción de lo correcto como lo que se ajusta a la ley; es decir, precede a la acción el sitema propio del pensamiento, concentrado el la Crítica de la razón pura.Lo primero que hemos de considerar son las condiciones de posibilidad de la metafísica como ciencia, ya que la desamortización del principio teleológico del bien y la felicidad se alcanza sólo bajo una nueva concepción de la metafísica, no como ciencia de le ser en cuanto tal, sino como inventario de todos los conocimientos que poseemos sistemáticamente ordenados por la razón pura. Para Kant, la metafísica no es más que un sistema, mientras que para Aristóteles es la la investigación del ser en cuanto tal. Hay pues, una distancia ponderarte entre la metafísica clásica y la moderna, que significa la ruptura con el principio de la felicidad, como fin de la ética y el bien, como objeto de la voluntad y el deber como

Los modernos, sabidos de una escolástica investida de todo tipo de suertes contenidas solamente en comentarios, por naturaleza, no aceptaban la metafísica como supuesto conocimiento de las realidades suprasensibles e incondicionales de los seres, tal como la concebían gracias a sus pobres lecturas de los autores clásicos y medievales (principalmente de estos últimos). No como si ignorasen el saber de la metafísica en cuanto tal; no podríamos afirmar que Wolff, Kant, o pensadores contemporáneos suyos y posteriores desatendieron este campo por completo, pero sí se conoce que todos ellos estaban enterados de las “superfluas disputas sin término” que los últimos escolásticos hacían de las cosas, suficiente razón para que la ilustración- el renacimiento comenzase por abandonar estas innecesarias disputas sin sentido.

Los sueños de un visionario, por ejemplo, una de las primeras obras de Kant, representa su incomprensión e inaceptabilidad de tal metafísica, por lo que su estudio de la razón pura revindicará el lugar de la metafísica y su contenido. A sus ojos aparece como “un escándalo de la razón” que, a diferencia de la físico-matemática newtoniana no ha entrado en el camino seguro de la ciencia, es algo así como “un tanteo a ciegas”

El conocimiento sistemático nos se da sino metódicamente, pues su mismo nombre lo indica; al ser sistemático se precisa un orden, se conforma por un método, razón por la que, una vez establecido el camino, el razonamiento se sigue bajo los mismo principios. Si no referimos a Aristóteles, nos encontramos dentro de los “tópicos” lógicos proposicionales; su pensamiento es prácticamente un hermoso y claro conjunto de silogismos y la ética se suma a este modo de reflexión, incluso en distintas parte podemos percatarnos del modelo de todos sus razonamientos. De esta forma, una vez establecido el “tribunal de la razón”, donde se contiene el método de Kant, la metafísica de las costumbres, la crítica de la razón práctica y estudios a fines con la ética y las teorías morales, conforman un edificio bajo la ingeniería crítica de Kant. Es decir, la desamortización del principio del bien y la felicidad, en última instancia, hunde sus raíces en los principios en que uno parte y es evidente (Aristóteles) y de los principios en que el otro concluye con el instrumento de la crítica (Kant). Volvemos a la cuestión platónica ¿Cuál es el mejor método, partir de principios o concluir en ellos?Siempre, el método ha de ser como el cristal a través del cual se mire la superficie. Aquí no haremos una justificación entera de la lógica aristotélica como método y la crítica kantiana como

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prolegómena; sin embargo, nos detendremos en lo necesario para esclarecer el punto al que deseamos llegar, por lo que, a pesar de que se trata de ética, es decir, de los actos, de la acción, no es posible dejar de prescindir de la lógica respecto a ambas teorías. El problemas es pues la reivindicación de una ética teleológica, una ves que el deber parece no satisfacer las necesidades elementales así como superiores de los actos humanos. El hecho es la enorme crisis de una ética fundamental que motive las conciencias de los hombres para un buen obrar y que no ha resultado ser el sólo cumplimiento del deber y la existencia única del respeto. Pero para realizar esta tarea “el bien se predica tanto de la sustancia como de la cualidad y de la relación. Ahora bien, lo que existe en sí mismo y la sustancia son por naturaleza anteriores a lo que existe en relación a otro, que no es sino una especie de excrecencia y accidente del ser, de suerte que no podría haber una Idea común al bien absoluto y al bien relativo.El bien se toma en cuantos sentidos como el enteAristóteles distingue

Toda filosofía clásica se inicia, razonablemente, con la pregunta acerca de la primera convicción evidente. Y, con toda razón, se distingue en primer término, por el jugar que ocupa la convicción sobre ese punto de partida, el más firme de toda filosofía. Además, se considera, con toda razón, que la escisión más considerable en la historia del pensamiento europeo se debe a que, a partir de Descartes, el problema del conocimiento de las cosas predomina sobre el problema del ser de las ocas en sí. La filosofía antigua, lo mismo que la medieval, son preminentemente filosofías del ser; la moderna, salvo pocas excepciones, es principalmente teoría del conocimiento. El hecho de que la filosofía se configure conforme a una u otra de estas dos tendencias, por esencia opuestas entre sí, depende de lo que se considere como convicción más exenta de supuestos, más originaria e irrebatible y del orden en que se sucedan las soluciones ulteriores, conforme a su origen, principio y consecuencias. De ahí que toda controversia sobre la esencia de la filosofía ha de iniciarse con el problema acerca del orden de las evidencias más fundamentales.

Conocimiento que tanto en Aristóteles como en Kant