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 1 Javier Gafo Eutanasia 1  1. La ambigüedad del término «eutanasia» Con bastante frecuencia, los medios de comunicación presentan resultados de encuestas con las opiniones de la población sobre el tema de la eutanasia. Dan porcentajes más o menos elevados de personas favorables a la eutanasia, o a que se admita legalmente; son muy fre- cuentes especialmente las opiniones de los que son contrarios a que se les prolongue inútilmente su vida con medidas extraordinarias, los que expresan su rechazo a una muerte intubada en las tristes UVT, en esos ambientes totalmente deshumanizados, aunque el moribundo esté ro- deado de sofisticados y costosísimos aparatos. En los últimos años se ha usado la palabra eutanasia en relación con una serie de casos. Se ha hablado de eutanasia en torno a Karen A. Quinlan, la joven estadounidense en estado de vida vegetativo cuyos padres consiguieron, después de un largo proceso jurídico, que se le pudiese desconectar el respirador y se le permitiese morir en paz (aun- que, una vez desconectado el aparato, continuó viviendo casi 10 años). La palabra eutanasia ha estado asociada con ciertos nombres famosos: Franco, Tito, Hirohito... Se habló de eutanasia cuando el escritor Arthur Koestler decidió quitarse la vida ante el diagnóstico de una leucemia, o cuando los familiares de Paul Brophy o de Nancy Cruzan lucharon por conseguir una sentencia judicial por la que se le podía suspender la ali- mentación artificial. La palabra «eutanasia» fue asociada al caso de Ba- by Doe, un recién nacido con el síndrome de Down y al que se le negó una intervención quirúrgica, que se le habría realizado si hubiese sido «normal», y ha vuelto a una dramática actualidad en los casos de la en- fermera Michaela Roeder, el «ángel de la muerte», o las auxiliares de enfermera del Hospital Lainz de Viena, que la aplicaron a personas en- fermas o ancianas que no la habían pedido. Se han citado bastantes ca- sos de eutanasia en Alemania y sobre todo en Holanda, en donde se administra a pacientes próximos a la muerte una sobredosis de morfina o una solución de cianuro. En España la palabra «eutanasia» aparece especialmente asociada al caso de Ramón Sampedro, que se encuentra tetrapléjico desde hace más de 25 años y que solicita que se le quite la 1  En: 10 palabras clave en Bioética, Ed. Verbo Divino, Estella 2004, pp. 91-140.

Eutanasia

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Javier Gafo

Eutanasia1 

1. La ambigüedad del término «eutanasia»

Con bastante frecuencia, los medios de comunicación presentanresultados de encuestas con las opiniones de la población sobre el temade la eutanasia. Dan porcentajes más o menos elevados de personasfavorables a la eutanasia, o a que se admita legalmente; son muy fre-cuentes especialmente las opiniones de los que son contrarios a que se

les prolongue inútilmente su vida con medidas extraordinarias, los queexpresan su rechazo a una muerte intubada en las tristes UVT, en esosambientes totalmente deshumanizados, aunque el moribundo esté ro-deado de sofisticados y costosísimos aparatos.

En los últimos años se ha usado la palabra eutanasia en relacióncon una serie de casos. Se ha hablado de eutanasia en torno a Karen A.Quinlan, la joven estadounidense en estado de vida vegetativo cuyospadres consiguieron, después de un largo proceso jurídico, que se lepudiese desconectar el respirador y se le permitiese morir en paz (aun-

que, una vez desconectado el aparato, continuó viviendo casi 10 años).La palabra eutanasia ha estado asociada con ciertos nombres famosos:Franco, Tito, Hirohito... Se habló de eutanasia cuando el escritor ArthurKoestler decidió quitarse la vida ante el diagnóstico de una leucemia, ocuando los familiares de Paul Brophy o de Nancy Cruzan lucharon porconseguir una sentencia judicial por la que se le podía suspender la ali-mentación artificial. La palabra «eutanasia» fue asociada al caso de Ba-by Doe, un recién nacido con el síndrome de Down y al que se le negóuna intervención quirúrgica, que se le habría realizado si hubiese sido

«normal», y ha vuelto a una dramática actualidad en los casos de la en-fermera Michaela Roeder, el «ángel de la muerte», o las auxiliares deenfermera del Hospital Lainz de Viena, que la aplicaron a personas en-fermas o ancianas que no la habían pedido. Se han citado bastantes ca-sos de eutanasia en Alemania y sobre todo en Holanda, en donde seadministra a pacientes próximos a la muerte una sobredosis de morfinao una solución de cianuro. En España la palabra «eutanasia» apareceespecialmente asociada al caso de Ramón Sampedro, que se encuentratetrapléjico desde hace más de 25 años y que solicita que se le quite la

1En: 10 palabras clave en Bioética, Ed. Verbo Divino, Estella 2004, pp. 91-140.

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vida. Todos estos casos han sido etiquetados de eutanasia, porque tie-nen un fondo común, aunque también importantes diferencias...

Ante todo hay que decir que la palabra «eutanasia» es ambigua.

Cuando una encuesta nos afirma que un determinado porcentaje depersonas es favorable a la eutanasia, ¿qué significa esa afirmación?¿Quiere decir que se oponen a que se les apliquen medidas extraordina-rias, a que se les ponga en situación de encarnizamiento terapéutico?¿Significa que son partidarias de que se les desconecte el respirador,que les ayuda a poder respirar, si están en una situación irreversible,como en el caso de Karen Quinlan? ¿Aceptarían también que se les de- jase de alimentar, cortando las sondas y tubos por los que se les nutreartificialmente? Dando un paso más adelante, ¿aceptarían también que

un médico les administrase una sobredosis de morfina -o una cápsulade cianuro- para que pusiese fin a su vida?En todos los casos que acabamos de describir, se habla de euta-

nasia, pero es claro que son situaciones distintas. Esto nos lleva a lanecesidad de definir mejor qué entendemos por eutanasia y cuáles sonlos tipos o formas de eutanasia existentes.

Como se sabe, la palabra «eutanasia» procede del griego. El prefi- jo eu significa «buena» y thanatos significa «muerte». Sin embargo,desde E. Bacon, la palabra «eutanasia» pierde, al menos en parte, su

sentido etimológico y comienza a significar la acción médica por la quese acelera el proceso de muerte de un enfermo terminal o se le quita lavida. Hay un aspecto característico de lo que se entiende por eutanasia:el que el enfermo se encuentre próximo a su muerte. Esta proximidad ala muerte es lo que distinguiría la eutanasia del homicidio o del suicidio.En ese sentido la petición de Ramón Sampedro es, en realidad, de sui-cidio asistido. En cualquier caso, hay situaciones de difícil delimitación:cuando el escritor Arthur Koestler —que se había distinguido por su lu-cha en favor de la eutanasia— se quitó la vida al serle diagnosticada

una leucemia, su acción ¿era una eutanasia o un suicidio? No es fácildar una respuesta, ya que previsiblemente le podía quedar aún bastan-te tiempo de vida. La realidad humana, los casos que se pueden pre-sentar, son más complejos y más ricos que los conceptos con los quepretendemos delimitar esa realidad. No se puede zanjar este debate,pero nos basta ahora con subrayar que la práctica de la eutanasia, talcomo se entiende este término, se refiere a personas aquejadas de unaenfermedad física, próxima a la muerte. No hablamos, por ejemplo, deeutanasia, sino de suicidio, si se quita la vida una persona que padece

una grave depresión psíquica: así fue el caso de la mujer de Koestler,cuando se quitó la vida junto con su marido.

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2. Eutanasia activa y pasiva

Desde los siglos XVI-XVII, se comienza a distinguir entre eutana-sia activa y pasiva. En el primer caso, se trata de la puesta en prácticade una acción médica positiva con la que se acelera la muerte de un en-fermo o se pone término a su vida. Por el contrario, en el caso de la eu-tanasia negativa no se pone una acción positiva, sino que no se aplicauna terapia o una acción, que podría prolongar la vida del enfermo. Locaracterístico de la eutanasia pasiva o negativa sería la omisión, la no-aplicación de una terapia disponible y que podría prolongar la vida del

paciente.La situación es, sin embargo, más complicada todavía. Ante uncanceroso que sufre graves dolores, es frecuente la aplicación de ciertoscalmantes, por ejemplo, derivados de la morfina. Estos calmantes pro-ducen en el enfermo terminal una depresión respiratoria, un debilita-miento de sus ya escasas energías y, por tanto, un previsible acorta-miento de su vida. El médico puede no pretender acelerar la muerte delpaciente, sino aliviarle de sus dolores. Sin embargo es previsible quetambién se produzca un acortamiento de su vida. Estaríamos ante una

acción médica —la administración de calmantes— que conlleva dos dife-rentes efectos: el alivio de los dolores y el acortamiento de la vida delenfermo. Esta abreviación es una consecuencia indirecta, no pretendidapor el médico. De ahí que este caso haya sido calificado de eutanasiaactiva indirecta, en relación con el principio moral del doble efecto. Re-almente, es activa porque el médico pone una acción positiva que pue-de abreviar la vida del enfermo, pero al mismo tiempo es indirecta, yaque el médico no pretende directamente tal acortamiento, sino que elenfermo deje de sufrir.

Por tanto, estaríamos fundamentalmente ante tres formas de eu-tanasia. Acabamos de poner un ejemplo de la activa indirecta. Una si-tuación de eutanasia activa directa existiría al administrar a un enfermouna solución de cianuro, una sobredosis de morfina o una sustanciacardioestática, ya que es una acción médica que pretende centralmenteponer término a su vida. Finalmente, estaríamos ante un ejemplo deeutanasia pasiva en el caso de Karen Quinlan y la polémica sobre si sele podía o no desconectar el respirador.

Sin embargo, también en el caso de la eutanasia pasiva se dan

diversas situaciones. Por ejemplo, ¿es equiparable el caso de KarenQuinlan y los que se comienzan a plantear en Estados Unidos de enfer-

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mos que solicitan —o lo hacen sus familiares— que se les deje de ali-mentar «artificialmente», por ejemplo por suero en la vena o medianteuna sonda por la que se les introduce la alimentación a través de la na-

riz? En principio habría que calificar la supresión de esta forma de ali-mentación como una eutanasia pasiva, ya que se omite un tratamientomédico que podría prolongar su vida.

Esto nos lleva a decir también una palabra sobre otra pareja deconceptos muy importantes en toda la discusión sobre la eutanasia: elde los medios ordinarios y extraordinarios. Esta distinción es antigua enla teología moral católica y ya la recogían Báñez y el cardenal Lugo. Laaplicación de esta pareja de conceptos a la discusión de la eutanasiallevaba a afirmar que la omisión de la aplicación de los medios extraor-

dinarios en un enfermo próximo a la muerte podría calificarse como unaadmisible eutanasia pasiva. Por el contrario, si lo que se omitían eranlos medios ordinarios, estaríamos —según la misma moral católica— ante algo éticamente inaceptable, ya que se le negaría al paciente algode lo que no se le puede privar.

La distinción entre medios ordinarios y extraordinarios es, a pri-mera vista, clarificadora. Pero es una distinción que puede quedarse enun mero nombre, ya que suscita inmediatamente una segunda pregun-ta: ¿Qué es ordinario y qué es extraordinario? Hace veinticinco años, un

respirador podría ser un medio extraordinario en España, pero no es tanclaro que en nuestra actual situación sanitaria siga manteniendo esecarácter extraordinario. Por otra parte, en determinados países, un res-pirador es hoy sin ningún género de dudas una terapia claramente ex-traordinaria.

En los ambientes médicos es frecuente la utilización de esa distin-ción entre medios ordinarios y extraordinarios. Se suele calificar unaterapia como ordinaria o extraordinaria en torno a las siguientes carac-terísticas:

1. Se trata de una terapia «abundante», es decir, disponible en unnúmero importante de casos. Por el contrario, cuando una terapia esescasa, la tendencia es a considerarla extraordinaria.

2. Se trata de una terapia «barata», de costes económicos reduci-dos; mientras que si es costosa se tiende a incluirla dentro de los me-dios extraordinarios.

3. Un tratamiento médico es considerado ordinario cuando ya hasido aceptado clínicamente, después de haber pasado por una fase pre-via de experimentación; por el contrario, cuando un tratamiento se en-

cuentra aún en fase de experimentación, se suele incluir dentro delcapítulo de lo extraordinario.

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4. La distinción entre ordinario y extraordinario se utiliza tambiénpara distinguir entre tecnologías habituales o «altas» (sofisticadas, hightechnologies); entre las que tienen un carácter intrusivo, agresivo y las

que no lo tienen.5. También se usa esta distinción para diferenciar terapias cuyaaplicación es permanente y las que tienen un carácter solamente tem-poral, durante un plazo limitado de tiempo.

6. Finalmente la distinción entre ordinario y extraordinario se re-laciona con terapias cuya utilización es éticamente obligatoria, o por elcontrario, son extraordinarias si son opcionales.

Todas estas distinciones están presentes, de forma explícita oimplícita, cuando, tanto en ambientes médicos como entre la opinión

pública, se distingue entre medios o terapias ordinarias y extraordina-rias. Las cuatro características primeras que hemos mencionado se cen-tran, primordial o exclusivamente, en los rasgos que rodean a una de-terminada terapia. Llevaría a la conclusión de que una determinada te-rapia, dentro de la situación sanitaria de un determinado país, sería or-dinaria o extraordinaria de acuerdo con su abundancia, sus costes, sucarácter experimental, su sofisticación.

En los puntos 5. y 6. se hacía una referencia a la situación del en-fermo. Se afirmaba que es ordinario lo que se usa temporalmente,

mientras que sería una terapia extraordinaria la terapia que ha de usar-se de forma estable y continuada; también se calificaba como ordinariolo que debe usarse obligatoriamente, mientras que sería extraordinariala terapia de libre disposición. Ambos puntos parecen indicar que, en laponderación del carácter ordinario o extraordinario de una terapia, hayque tener en cuenta la situación del paciente a quien se le va a aplicar yal conjunto de circunstancias que rodean cada caso. Desde una formade entender la relación entre el personal sanitario y el enfermo en quese reconoce a éste su autonomía, su capacidad de decisión, no debe

bastar con considerar el carácter ordinario o extraordinario de una tera-pia, medida por las características que aquélla posee. Hay que ponderartambién la situación del paciente, la situación social, las posibilidadesdel sistema sanitario, los recursos económicos de la familia, etc.

Todo ello lleva a la conclusión de que la distinción entre mediosordinarios y extraordinarios, que sigue manteniendo su vigencia y supapel clarificador, debe afrontarse desde una perspectiva más amplia.No sólo debe tener en cuenta las características en sí de la terapia utili-zada, sino que además debe referirse a la situación del enfermo, a las

implicaciones sociales y familiares que están presentes en tales casos.Por estas razones, hay autores que prefieren hablar de otros binomios

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distintos: «proporcionado / desproporcionado», «razonable / irrazona-ble»... Sobre este tema volveremos más adelante.

3. Una nueva terminología

Somos bastantes los autores que consideramos que deberían co-rregirse los términos utilizados al tratar de la eutanasia, para evitar lasambigüedades existentes. Como indicábamos al comienzo de este capí-tulo, las distintas personas entienden fácilmente cosas distintas cuandose oye la palabra «eutanasia» o se discute sobre ella.

Además la palabra «eutanasia» sigue asociada con su brutal

práctica en la época nazi. Aunque estamos ya a más de 50 años de lasdisposiciones legales del III Reich y la voz «eutanasia» ha perdido bas-tante de su dureza, sin embargo sigue teniendo resonancias afectivas,inseparables de lo que significó esa práctica nazi. Tienen razón los ac-tuales defensores de la eutanasia cuando afirman que lo que ellos pre-tenden es algo muy distinto al exterminio masivo de los deficientes rea-lizado por los médicos nazis.

Es verdad que los calificativos de activa / pasiva, directa / indire-cta sirven para diferenciar distintas situaciones en relación con la euta-

nasia. Pero a muchos no nos parece acertado que todas estas situacio-nes queden englobadas dentro del término común de «eutanasia».Cuesta aplicar la palabra «eutanasia» al caso de Karen Quinlan o al delGeneral Franco. Parece más correcto en estos casos evitar la palabra«eutanasia» y hablar más bien del reconocimiento del derecho a moriren paz sin que resuene en estos casos la estigmatización aún existenterespecto de la palabra «eutanasia», por mucho que se añada inmedia-tamente que se trata de una «eutanasia pasiva».

En un intento de clarificar los términos ha surgido un neologismo,

una palabra nueva, tomada también del griego: «distanasia». El prefijogriego dis tendría el sentido de «deformación del proceso de muerte»,de prolongación, de dificultación. Por tanto, la palabra «distanasia» sig-nificaría la prolongación exagerada del proceso de muerte de un pacien-te y sería próxima a la de encarnizamiento terapéutico, porque crea unamuerte cruel al enfermo. También se ha hablado de «adistanasia», en laque el prefijo a tiene un sentido privativo, negativo. La adistanasia seríala «no-prolongación irrazonable del proceso de muerte de un paciente».Se ha acuñado otro nuevo término, el de «ortotanasia», que ha sido uti-

lizado por la misma Iglesia católica. El prefijo griego orto daría el senti-do de «muerte correcta». Ortotanasia tiene el sentido de la muerte «a

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su tiempo», sin abreviaciones tajantes y sin prolongaciones despropor-cionadas del proceso de morir. Tal ortotanasia se diferenciaría de la eu-tanasia —en la nueva terminología que proponemos— en el sentido de

que no pretende poner término a la vida de un paciente. El médico notiene la intención de acabar rápidamente con la vida del enfermo, aun-que determinados calmantes pudiesen tener también la consecuenciade una abreviación de su existencia. Al mismo tiempo, la ortotanasia essensible a algo que debe estar muy presente en la actuación del médicoante un paciente terminal: el interés por humanizar su proceso demuerte, por aliviar sus dolores, por no incurrir en abusivas prolongacio-nes de su existencia por la aplicación de medios extraordinarios, o me- jor, desproporcionados.

Reservaríamos, por tanto, la palabra «eutanasia» a la acciónmédica que tiene como consecuencia primera y primaria la supresión dela vida del enfermo próximo a la muerte y que así lo solicita. Habrá queafirmar indiscutiblemente que la intención del que la practica o del quela exige se centra también en el alivio de los dolores físicos o psicológi-cos. Pero el acto médico se pone con la intención de suprimir la vida delenfermo y éste es el efecto que se pretende. Naturalmente siguen aúnvigentes ciertas situaciones intermedias: ¿es tan distinto poner una so-bredosis de morfina o el ir administrando dosis crecientes, que van a

acabar con poner fin a la vida del enfermo? Sobre este punto volvere-mos más adelante. Pero en cualquier caso, es relevante desde el puntode vista humano y ético la distinción basada en la intención del médico.Aunque el efecto pudiese ser el mismo en ambos casos —el fin de la vi-da del paciente—, no es la misma la intención del que pretende ponertérmino a la vida y la del que busca básicamente aliviar los dolores delenfermo.

Finalmente, y para referirse a los casos de Michaela Roeder o delas auxiliares de enfermería del hospital vienes de Lainz —así como a

las prácticas nazis—, se puede proponer el término de «cacotanasia»,en que el prefijo griego kakós daría al término el significado de «malamuerte». El nombre no es muy eufónico, pero podría tener el valor deseparar estos casos, en que la muerte del enfermo se realiza sin contarcon su voluntad, de la auténtica eutanasia, tal como la defiende las aso-ciaciones en favor de esta práctica, que únicamente la legitiman, al me-nos al nivel de sus principios, cuando se cuenta con el deseo del propioenfermo.

Aun a sabiendas de que las terminologías utilizadas comúnmente

no coinciden con las aquí presentadas, sin embargo en las páginas si-guientes haré referencia a las que he delimitado.

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4. La Iglesia católica ante la eutanasia

4.1. Desarrollo de la doctrina católica sobre la eutanasia

El cristianismo ha considerado la eutanasia irreconciliable con laética que surge del mensaje de Jesús. El concepto y la realidad de laeutanasia eran extrañas al contenido de la Biblia. Cuando el cristianis-mo comienza a difundirse y expandirse en el mundo grecorromano, en-tra en una cultura en la que una corriente de pensamiento tan impor-tante como el estoicismo sí admitía tal práctica. La ética del estoicismo

va a ser asumida de forma importante por el cristianismo en su esfuer-zo de «inculturación», de traducir su mensaje en una cultura distinta.Varias de las exhortaciones morales de san Pablo a los primeros cristia-nos están claramente inspiradas en las «tablas» o listas de virtudes mo-rales del estoicismo. Las formas de pensar estoicas sobre la ética sexualo sobre el significado reproductor de la sexualidad van a influir muchoen la ética sexual cristiana.

Sin embargo, en el tema concreto de la eutanasia, la ética cristia-na se distancia de la estoica. La concepción cristiana de Dios, como el

único Señor de la vida y de la muerte, va a llevar a la naciente Iglesia aoponerse a esa práctica aceptada por la cultura grecorromana. Uno delos primeros escritores cristianos, Lactancio, afirmará de los enfermosterminales: «son inútiles para los hombres, pero son útiles para Dios,que les conserva la vida, que les da el espíritu y les concede la luz».

La vivencia religiosa del cristiano concibe la vida como un don yuna bendición que ha recibido de Dios y de la que no puede disponer.Esta vivencia se plasmará en la afirmación de que «Dios es el únicodueño de la vida humana y el hombre es su mero administrador». La

teología católica medieval afirmará la inviolabilidad de la vida humana,basándose en un triple argumento: es apropiación de un derecho quecorresponde a Dios; es falta de amor a uno mismo y, finalmente es unaindebida dejación de las responsabilidades sociales. Al difundirse el cris-tianismo en Europa, la eutanasia queda relegada. No existe polémicasobre ella. Aparece como una acción obviamente irreconciliable con elmensaje cristiano.

Es paradójico que un santo canonizado de la Iglesia católica, san-to Tomás Moro, sea, junto con F. Bacon, uno de los primeros represen-

tantes de la incipiente discusión sobre la eutanasia en nuestra culturaoccidental. Sin embargo, las ideas del que había sido Canciller de Ingla-

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terra no ejercen prácticamente ningún influjo en el pensamiento cristia-no posterior. La teología moral católica, a partir de los siglos XVI-XVII,se refiere al tema de la eutanasia basándose en la distinción entre los

medios ordinarios / extraordinarios, a los que antes hicimos referencia.Pío XII dedicó muchos discursos a temas de moral médica y serefirió al tema de la eutanasia, puesto dramáticamente de actualidadcomo consecuencia de su aceptación legal por el III Reich. Hay un textoespecialmente relevante del papa Pacelli: «Si entre la narcosis y el acor-tamiento de la vida no existe nexo causal alguno directo, puesto por lavoluntad de los interesados o por la naturaleza de las cosas... y, si porel contrario, la administración de narcóticos produjese por sí misma dosefectos distintos, por una parte, el alivio de los dolores y, por otra, la

abreviación de la vida, entonces es lícita» (24 febrero 1957). Pío XIIacepta la llamada clásicamente eutanasia activa indirecta; es decir, laadministración de calmantes que pudiesen también, de forma indirecta,acelerar la muerte.

Finalmente, hay que hacer referencia al único pasaje del VaticanoII en que se cita la eutanasia, junto al aborto y al suicidio. En un tonomuy duro se afirma que estos homicidios «son en sí mismos infaman-tes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores quea sus víctimas y son totalmente contrarios al honor debido al Creador»

(Gaudium et spes, n. 27).

4.2. La Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe

El 5 de mayo de 1980, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una importante toma de postura de la Iglesia católica sobre eltema de la eutanasia. Los puntos más importantes de esta Declaraciónsobre la eutanasia son los siguientes:

1. Condena de la eutanasia, en el sentido dado anteriormente a

esta palabra: «Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocen-te... sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable». Nose acepta la eutanasia «con el fin de eliminar radicalmente los últimossufrimientos o de evitar a los niños subnormales, a los enfermos menta-les o a los incurables, la prolongación de una vida desdichada, quizáspor muchos años, que podría imponer cargas demasiado pesadas a lasfamilias o a la sociedad». «Nadie además puede pedir este gesto homi-cida para sí mismo o para otros confiados a su responsabilidad, ni pue-de consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna autoridad puede legí-

timamente imponerlo ni permitirlo».

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2. Subraya el valor cristiano del dolor y la posibilidad de que elcreyente pueda asumirlo voluntariamente. Pero añade: «No sería sinembargo prudente imponer como norma general un comportamiento

heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana su-giere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas quesean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor». Se reafirma la doctrinaclásica eclesial de la legitimidad del uso de calmantes que pudiesenabreviar indirectamente la vida.

3. La Declaración condena el encarnizamiento terapéutico: «Esmuy importante hoy día proteger, en el momento de la muerte, la dig-nidad de la persona humana y la concepción cristiana de la vida contraun tecnicismo que corre el riesgo de hacerse abusivo».

4. Acepta el «derecho a morir», que la Declaración entiende como«el derecho a morir con toda serenidad, con dignidad humana y cristia-na». Si fue histórica la sentencia del Tribunal de Nueva Jersey al reco-nocer el derecho de Karen Quinlan a morir en paz y con dignidad, lomismo habría que decir de esta formulación oficial de la Iglesia católica.Insiste en que este «derecho a morir» «no designa el derecho a procu-rarse o hacerse procurar la muerte como se quiere».

5. La Declaración supera la terminología de medios ordinarios /extraordinarios y utiliza, en su lugar, una nueva pareja de términos que

ya estaba presente en las discusiones de la teología moral católica, lade medios proporcionados / desproporcionados. Considera que estecambio debe realizarse «tanto por la imprecisión del término (ordinario)como por los rápidos progresos de la terapia». Para evaluar el carácterproporcionado o no de un medio terapéutico habrá que tener en cuenta:«el tipo de terapia, el grado de dificultad y riesgo que comporta, losgastos necesarios y las posibilidades de aplicación con el resultado quese puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las condiciones delenfermo y sus fuerzas físicas y morales». Esta nueva terminología es

importante y no es meramente un cambio de nombre: significa no cen-trarse en las características de las terapias médicas usadas, sino tenertambién muy en cuenta el conjunto de circunstancias que rodean alpropio enfermo.

6. Como consecuencia de lo anterior, el documento vaticano signi-fica un claro sí a lo que hemos llamado ortotanasia: «Es también lícitointerrumpir la aplicación de tales medios (desproporcionados) cuandolos resultados defraudan las esperanzas puestas en ellos». A la pregun-ta sobre quién debe decidir en estos casos, se citan en primer lugar al

propio enfermo y a sus familiares y después al médico. Éste tiene la ca-pacidad para ponderar «si las técnicas empleadas imponen al paciente

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sufrimientos y molestias mayores que los beneficios que se pueden ob-tener de los mismos».

7. Se afirma claramente la legitimidad del dejar morir en paz: «Es

siempre lícito contentarse con los medios normales que la medicinapuede ofrecer». El no recurrir a una terapia costosa o arriesgada «noequivale al suicidio». Ante la inminencia de una muerte inevitable, a pe-sar de los medios empleados, es lícito en conciencia tomar la decisiónde renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una pro-longación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir, sin em-bargo, las curas normales debidas al enfermo en casos similares.» Sevuelve a rechazar, por tanto, el encarnizamiento terapéutico. En estoscasos, «el médico no tiene motivo de angustia, como si no hubiese

prestado asistencia a una persona en peligro». La obligatoriedad de las«curas normales» ¿excluye totalmente el cese de la alimentación «arti-ficial»? Nos parece que este punto no queda claro en la Declaración.

8. Finalmente hay un punto, marginalmente expresado por la De-claración, que se refiere al significado de la petición de eutanasia por elenfermo: «las súplicas de los enfermos muy graves que alguna vez in-vocan la muerte no deben ser entendidas como expresión de una ver-dadera voluntad de eutanasia; éstas en efecto son casi siempre peticio-nes angustiadas de asistencia y de afecto. Además de los cuidados

médicos, lo que necesita el enfermo es el amor, el calor humano y so-brenatural, con el que pueden y deben rodearlo todos aquellos queestán cercanos, padres e hijos, médicos y enfermeros».

4.3. El episcopado español

La Comisión Episcopal Española para la Doctrina de la Fe publica-ba el 15 de abril de 1986 una Nota sobre la eutanasia. Lógicamente esun documento que empalma con el anteriormente reseñado, pero del

que sin embargo nos parece importante resaltar los siguientes puntos:1. Se alude a la ambigüedad de la petición de eutanasia que pue-

da formular el enfermo y se hace una especial referencia a la dificultaddel hombre y de la cultura de nuestro tiempo en asumir la muerte y sa-ber ayudar al paciente terminal: sobre la muerte «pesa un importantetabú y nuestra sociedad la margina y la oculta. Se escribe mucho sobrela dificultad del hombre de nuestro tiempo para integrar el hecho de lamuerte. La perspectiva de la muerte crea en muchos de nuestros con-temporáneos una inmensa angustia, que dificulta extraordinariamente

nuestra relación con el enfermo grave: no sabemos acercarnos a él,

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acompañarle en sus temores y esperanzas, proporcionarle el apoyo ycalor humano que tanto necesita».

2. Se alude a la deshumanización de las grandes instituciones

hospitalarias, a la dificultad del personal sanitario—

y también de losfamiliares y los capellanes— para saber acompañar humanamente alenfermo terminal. Se critica la falta de información al enfermo y lasmentiras que se crean a su alrededor y le bloquean su comunicación.Nuestra cultura tiene ante sí el reto de asumir el hecho de la muerte yde no convertirlo en tabú: «Es necesario reintroducir la muerte en nues-tros esquemas mentales, sin negarla ni reprimirla. La muerte formainevitablemente parte de la vida y su represión origina en nosotros sen-timientos de angustia y bloquea nuestra relación con las personas que

están próximas al fin de su existencia. Es necesario aclarar nuestracompasión por el enfermo terminal, para saber descubrir en ella nuestropropio miedo a la muerte, que nos impide una relación humana adecua-da con quien se está muriendo». Se subraya que el enfermo necesita«muchas más cosas que la aplicación de terapias médicas sofisticadas».

3. Finalmente, esta nota subraya mucho la coloración específica-mente cristiana y creyente al abordar el tema ético de la eutanasia.«Para Jesús... la vida biológica y temporal del hombre, aun siendo unvalor fundamental, no es el valor absoluto y supremo». Insiste en esa

ética de Jesús por la que «el que pierde su vida, la gana», por la que«nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos». Para elcreyente en Jesús, su forma de asumir la muerte es un modelo para elcristiano, ya que «en la vida y en la muerte somos del Señor». Nos pa-rece importante que esta nota no asuma una forma de argumentar pre-sente con cierta frecuencia en los escritores católicos al hablar de la vi-da humana: el afirmar que es un valor absoluto. Esto no es verdad parael mensaje de Jesús. Para la ética de Jesús, la vida es un valor funda-mental, pero no constituye un absoluto; el único absoluto para Jesús es

la causa del Reino de Dios.4. Dentro del episcopado español es importante reseñar el testa-

mento vital cristiano, propuesto por la Comisión Episcopal de Pastoral Sanitaria, en que se concretan las tomas de postura católicas en un do-cumento en que cada persona expresa sus últimas voluntades en rela-ción con su muerte. Lógicamente se rechaza la verdadera eutanasia,pero se afirma que la vida no es un valor absoluto y se pide que no «seme prolongue abusiva e irracionalmente mi proceso de muerte».

4.4. La Evangelium vitae 

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Con un tono de similar fuerza y solemnidad al que indicamos an-teriormente en relación con el aborto, Juan Pablo II afirma que: «Deacuerdo con el Magisterio de mis predecesores y en comunión con los

obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una graveviolación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moral-mente inaceptable de una persona humana». Se trata de una «doctrinafundamentada en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; estransmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterioordinario y universal» (n. 65).

Juan Pablo II afirma que en el tema de la eutanasia se refleja ese«oscurecimiento de las conciencias» que denuncia con fuerza la Evange-lium vitae. «Se ha creado un contexto social que no sabe afrontar y so-

portar el sufrimiento, anticipando la muerte al momento oportuno. Elloha llevado a una difusión de la eutanasia abierta y subrepticia, practica-da abiertamente e incluso legalizada». Se justifica más que «por pre-sunta piedad», por «razones utilitarias», para evitar gastos a la socie-dad... A ello se suma el peligro de «eliminación de recién nacidos mal-formados, minusválidos graves, de los impedidos, de los ancianos, so-bre todo si no son autosuficientes, y de los enfermos terminales».

Siguiendo la línea de la Declaración sobre la eutanasia de la Con-gregación para la Doctrina de la Fe, la Evangelium vitae se. opone al

ensañamiento terapéutico y reafirma la legitimidad de no recurrir a te-rapias extraordinarias o desproporcionadas que podrían prolongar la vi-da del enfermo, pero al precio de grandes dolores y de muy pocas pro-babilidades de recuperación de la salud, en donde habría que tener encuenta los costes que impone al interesado y a su familia. Por ello afir-ma que la eutanasia es distinta que la renuncia al «ensañamiento te-rapéutico». No son obligatorias «ciertas intervenciones médicas ya noadecuadas a la situación real del enfermo, por ser desproporcionadas alos resultados que se podrían esperar, o bien, por ser demasiado gravo-

sas para él o su familia». Si la muerte se prevé «inminente o inevita-ble», se puede renunciar a tratamientos que «procurarían únicamenteuna prolongación precaria y penosa de la existencia», sin interrumpirlas curas normales. Pero debe examinarse si son tratamientos propor-cionados a perspectivas de mejoría. Esto no equivale al suicidio, sinoque es «la aceptación de la condición humana ante la muerte» (n. 65).

Vuelve a repetir la doctrina católica, ya clásica desde Pío XII, deque es legítimo administrar calmantes para aliviar los dolores del en-fermo, aunque de ello se siguiese una abreviación de su vida. Siguiendo

el pensamiento del mismo papa Pacelli, expresa la valoración positivade que el enfermo pueda vivir también conscientemente, aunque no

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generaliza este punto, la cercanía de su propia muerte (n. 65; cf. nn. 14y 15). «Acercándose a la muerte, los hombres deben estar en condicio-nes de poder cumplir sus obligaciones morales familiares y, sobre todo,

deberán poder prepararse con plena conciencia al encuentro definitivocon Dios» (n. 65). Subraya el valor de los cuidados paliativos con el finde hacer más soportable el sufrimiento en fase final y asegurar elacompañamiento del enfermo.

También se condena el suicidio asistido solicitado por el propioenfermo, ya que «un Estado que legitimase una petición de este tipo yautorizase a llevarla a cabo, estaría legalizando un caso de suicidio-homicidio, contra los principios fundamentales de que no se puede dis-poner de la vida y de la tutela de toda vida inocente». Considera que la

admisión legal de la eutanasia disminuye el respeto a la vida y se abredesconfianza en las relaciones sociales.Por otra parte, insiste en el humus en que se da la tentación de la

eutanasia: adueñarse de la muerte, poniendo fin «dulcemente» a la vi-da. Sin embargo, lo que parece lógico y humano, «al considerarlo enprofundidad se presenta absurdo e inhumano» y constituye «uno de lossíntomas más alarmantes de la 'cultura de la muerte'» que avanza ensociedades de bienestar de «mentalidad cientificista», con un númerocreciente de ancianos y debilitados, a los que se ve «como algo dema-

siado gravoso e insoportable». A menudo las personas que viven aisla-das de sus familias son evaluadas bajo criterios de eficiencia productivay se considera que «una vida irremediablemente inhábil no tiene ya va-lor alguno».

Finalmente, Juan Pablo II afirma que «la marginación o incluso elrechazo de los ancianos son intolerables». Por eso afirma que debehaber un «pacto» entre las generaciones, por el que los padres ancia-nos encuentren en los hijos la acogida y solidaridad que éstos mismosrecibieron cuando eran niños, e insiste en que el «anciano no se debe

considerar sólo como objeto de atención. También él tiene que ofreceruna valiosa aportación al Evangelio de la vida».

4.4. Otras religiones

El tema es muy amplio y complejo para abordarlo ahora con deta-lle. Sin embargo, una reciente publicación recoge pormenorizadamentecómo se han pronunciado las distintas religiones (judaísmo, islamismo,budismo, hinduismo, otras Iglesias cristianas) ante este tema. La con-

clusión que surge del estudio de esta amplia información es que existeuna importante coincidencia en todas las religiones en relación con la

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eutanasia. Con la excepción de algunas pocas Iglesias protestantes es-tadounidenses, no se acepta una última disposición sobre la vida delhombre, tanto si la toma el propio interesado como si lo hace una terce-

ra persona a petición del enfermo. Pero, al mismo tiempo, se insiste enque no existe una exigencia ética de hacer todo lo posible por prolongarla vida del enfermo y se insiste en la exigencia ética de humanizar elproceso de muerte.

5. Los movimientos en favor de la eutanasia

El movimiento en favor de la eutanasia ha recibido un gran impul-

so en los últimos decenios, más exactamente en el último siglo, espe-cialmente por la creación de asociaciones que se califican a sí mismascomo propugnadoras de la práctica de la eutanasia.

En 1935 se crea en Gran Bretaña la primera asociación que de-fiende el derecho a morir con dignidad. Su nombre es The Voluntary Euthanasia Society (V.E.S. «Asociación de la eutanasia voluntaria»). Enesta asociación se han inspirado las distintas asociaciones que han idosurgiendo posteriormente en otros países. Fue apoyada por conocidaspersonalidades, como J. Huxley, G. B. Shaw y H. G. Wells. Durante al-

gunos años esta asociación utilizó el significativo título de Exit  («sali-da»).

También en los años 30 se crean las primeras asociaciones en fa-vor de la eutanasia en Estados Unidos. El abogado de Chicago LewisKutner sugiere la elaboración de un «testamento vital» (Living-Will ), undocumento por el que el firmante podía expresar su rechazo a que se leprolongue artificialmente su vida. En muchos países se crean asociacio-nes similares; en el caso español, debe citarse D.M.D., Derecho a Morir Dignamente.

Nos parece que los planteamientos de estas asociaciones estánresumidos en un documento aparecido en la revista The Humanist en1974. En el número de los meses julio / agosto publicaba un Plea for Beneficent Euthanasia («Manifiesto en favor de la eutanasia bienhecho-ra»). Tres Premios Nobeles, Linus Pauling, George Thomson y JacquesMonod encabezaban una lista de 40 firmantes. Es un documento impor-tante en todo el ulterior debate sobre la eutanasia, en el que se contie-nen los siguientes puntos:

1. «Nosotros, los abajo firmantes, declaramos nuestro apoyo,

basándonos en motivos éticos, en favor de una eutanasia bienhechora.Creemos que la reflexión de la conciencia ética ha llegado a un punto

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que hace posible que las sociedades elaboren una política humana enrelación con la muerte y el morir. Apelamos a la opinión pública ilustra-da para que supere los tabúes tradicionales y para que se mueva en la

dirección de una visión compasiva hacia el sufrimiento innecesario en elproceso de morir».2. «Nos declaramos, por razones éticas, en favor de la eutana-

sia». «Mantenemos que es inmoral tolerar, aceptar e imponer sufri-mientos innecesarios». «Creemos en el valor y en la dignidad del indivi-duo. Ello exige que sea tratado con respeto y, consecuentemente, quese le deje la libertad de decidir razonablemente sobre su propia muer-te». «Ninguna moral racional puede prohibir categóricamente la termi-nación de la vida si ha sido ensombrecida por alguna enfermedad horri-

ble para la que son inútiles todos los remedios y medidas disponibles».3. «Es cruel y bárbaro exigir que una persona sea mantenida envida en contra de su voluntad, rehusándole la liberación que desea,cuando su vida ha perdido toda dignidad, belleza, significado y perspec-tiva de porvenir. El sufrimiento inútil es un mal que debería evitarse enlas sociedades civilizadas».

4. «Desde el punto de vista ético, la muerte debería ser conside-rada como parte integrante de la vida. Puesto que todo individuo tieneel derecho a vivir con dignidad... tiene también el derecho a morir con

dignidad».5. «Recomendamos que aquellos que comparten nuestra opinión

firmen sus 'últimas voluntades de vida' , preferentemente cuando gozande buena salud, declarando sin equívocos que tratan de hacer que serespete su derecho a morir dignamente. Una copia de tal documentodebería entregarse al médico y a los familiares».

6. También se defiende la eutanasia para aquellos enfermos queno hayan suscrito previamente ese testamento, pero que reclaman laeutanasia al haber sido alcanzados por una enfermedad incurable.

7. El manifiesto refleja la distinción entre eutanasia activa y pasi-va, tal como la expresamos anteriormente. Insiste en que la adminis-tración creciente de dosis de calmantes derivados de la morfina puedellegarse a dosis letales, que induzcan la muerte del enfermo. «La acep-tación de ambas formas de eutanasia nos parece que está implicada enel respeto adecuado al derecho a vivir y morir con dignidad».

8. «Para una ética humanista, la preocupación primaria del médi-co en los estadios terminales de una enfermedad incurable debería serel alivio del sufrimiento. Si el médico que atiende al enfermo rechaza tal

actitud, debería llamarse a otro que se haga cargo del caso».

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9. «La práctica de la eutanasia voluntaria humanitaria, pedida porel enfermo, mejorará la condición general de los seres humanos y, unavez que se establezcan las medidas de protección legal, animará a los

seres humanos a actuar en ese sentido por bondad y en función de loque es justo. Creemos que la sociedad no tiene ni interés ni necesidadverdaderos en hacer sobrevivir a un enfermo, condenado en contra desu voluntad, y que el derecho a la eutanasia bienhechora, medianteadecuados procedimientos de salvaguarda, puede ser protegido de losabusos».

Nos parece importante hacer una comparación final entre las to-mas de postura de la Iglesia, antes mencionadas, y los contenidos delmanifiesto y de las asociaciones en favor de la eutanasia. Creemos que

existen muchos y muy importantes puntos de contacto entre esa éticahumanista y la ética católica al abordar el tema de la eutanasia. Lasprincipales coincidencias son, en nuestra opinión, las siguientes:

1. En ambas tomas de postura se insiste en la necesidad dehumanizar el proceso de morir y de evitar innecesarias e irrazonablesprolongaciones de tal proceso. Afirman inequívocamente no sólo la legi-timidad sino el valor ético de la ortotanasia y rechazan el encarniza-miento terapéutico.

2. Los dos planteamientos dan protagonismo al propio enfermo.

Hay, sin embargo una importante diferencia de matiz. Para la «éticahumanista» se pone un mayor relieve en la decisión del propio enfermo.La «ética católica», sin negar lo anterior, resalta más el derecho del en-fermo a ser ayudado y a que se le creen condiciones que le posibilitenasumir más humanamente su situación.

3. En el tema del dolor hay coincidencias y una cierta discrepan-cia. Para el manifiesto de The Humanist el dolor es un absoluto sin sen-tido, incluso un disvalor ético. La postura católica coincide en su afirma-ción de que, en general, debe lucharse en contra del dolor, pero afirma

que el dolor asumido tiene un significado positivo desde las coordena-das del Evangelio.

4. Hay también coincidencia en la afirmación del «derecho a moriren paz». Ambas éticas subrayan la importancia de humanizar el procesode muerte y de no empeñarse en la utilización de medidas terapéuticascarentes de sentido. Sin embargo hay aquí también una posible discre-pancia que reflejaremos en el punto siguiente.

5. Los firmantes del manifiesto parecen abogar por la admisiónética de la auténtica eutanasia, subrayando la dificultad de distinguir

entre las dosis crecientes de calmantes y la dosis letal. Los documentoscatólicos que hemos citado no aceptan la acción médica que pretenda,

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en primer plano, poner término a la vida del paciente, aunque sí admi-ten la administración de calmantes que pudiesen indirectamente abre-viar la vida del paciente.

6. Reflexión ética sobre la eutanasia

6.1. El valor ético de las actitudes ortotanásicas

Sobre este punto existe una muy relevante unanimidad ética, almenos en el terreno de los principios. El encarnizamiento terapéuticoaparece como inhumano y éticamente reprobable.

Nos parece que la actuación de los profesionales médicos, en rela-ción con pacientes irreversibles y terminales, debe inscribirse dentro deun triple eje de coordenadas. El primer punto o eje de referencia vendr-ía marcado por el compromiso de tales profesionales en ejercer su acti-vidad en favor de la prolongación de la vida del enfermo y de la recupe-ración de su salud. Este compromiso y esta misión son centrales en elejercicio de la profesión médica o de enfermería. Cuando nos ponemosen manos de tales profesionales, hay al menos una especie de «contra-to» implícito de que van a poner su ciencia y su atención al servicio de

la prolongación de nuestra vida o de la recuperación de la salud. Elmédico y la enfermera han sido formados precisamente en esta direc-ción y es socialmente positivo que su tendencia natural vaya en la di-rección del esfuerzo por salvar las vidas humanas amenazadas. El pro-greso de la medicina ha tenido mucho que ver con ese esfuerzo médicopor no renunciar a luchar en favor de la vida del enfermo, a pesar de laexistencia de situaciones desesperadas.

Sin embargo esta tendencia a luchar en favor de la prolongaciónde la vida no puede maximizarse, ya que corre el riesgo de incurrir en el

criticado encarnizamiento terapéutico, que hoy puede ser dramáticocomo consecuencia del gran desarrollo de la medicina y sus posibilida-des casi ilimitadas de prolongación del proceso de muerte. Por eso hayque subrayar la importancia de un segundo eje de coordenadas, quevendría definido por la exigencia que tienen los profesionales de la saludde humanizar la situación de los enfermos próximos a la muerte. Nopueden incurrir en planteamientos «vitalistas», quizá además condicio-nados por su mala integración del hecho de la muerte y por su tenden-cia a concebirla como un fracaso profesional.

En la formación de los profesionales de la salud existe una des-proporción entre los conocimientos técnicos recibidos y su preparación

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en los aspectos humanistas de su profesión. Esta misma desproporciónrepercute posteriormente en la atención a los enfermos, que vieneademás agudizada por la masificación de las grandes instituciones hos-

pitalarias y por la importante crisis e incluso quiebra de los sistemassanitarios sociales. Si debe subrayarse el esfuerzo médico o de la en-fermería en favor de la vida del enfermo, no debe ponerse un énfasismenor en la necesidad de humanizar la situación de los enfermos ter-minales e irreversibles. Nunca pueden decir que «no hay nada quehacer». Puede ser verdad que no haya ya tratamiento terapéutico, queno existan ya posibilidades de acción en el campo del «curar» (cure),pero sí siguen existiendo en el terreno de la atención y el cuidado (ca-re), que se le deben seguir prestando al enfermo terminal.

Por todo ello, hay que subrayar la gran importancia de este se-gundo eje de coordenadas que viene definido por la exigencia de huma-nizar la situación del enfermo irreversible y terminal. El médico tendráque preguntarse siempre hasta qué punto es racional el seguir prolon-gando la vida del paciente y si lo que debe hacer es dejar de actuar enla línea del cure, para centrarse en la del care. El recurso a los calman-tes debe ser un punto central en la atención sanitaria que se debe se-guir prestando a un enfermo ante el que los médicos y las enfermerassiempre tienen algo que hacer. Al mismo tiempo, y tal como lo hemos

subrayado anteriormente, debe darse una relevancia mucho mayor a laaproximación personalizada al enfermo terminal. La masificación de losgrandes hospitales y su tendencia a convertir al ser humano enfermo enel número de su cama o la enfermedad que sufre, no deberían serobstáculo para un tratamiento personalizado. Habría que adquirir unaconciencia mucho más intensa de que no sólo es muy importante quelas instituciones hospitalarias puedan contar con los nuevos adelantostécnicos, sino que también se creen cauces que posibiliten una aproxi-mación personal al enfermo próximo a la muerte.

Habría finalmente un tercer eje de coordenadas: se trata de lapropia opción del mismo enfermo. En un tema en que está en juego supropia vida, el paciente próximo a la muerte no puede convertirse en unmero comparsa sobre el que se toman decisiones sin apenas contar consu propia decisión. No se puede negar la complejidad del tema de la in-formación al paciente sobre su situación, pero hay que afirmar que, enprincipio, debería reconocérsele su carácter adulto y su capacidad dedecisión acerca de las medidas que puedan prolongar su propia vida.Puede haber situaciones, por ejemplo ciertos tumores cerebrales, en

que el propio enfermo opte por negarse a una intervención neuro-quirúrgica que conllevaría un aumento de cantidad de vida pero con im-

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portantes deficiencias psicológicas; se trataría de una opción por la cali-dad de vida y no por su cantidad.

Indiscutiblemente existen situaciones en que la afirmación de la

autonomía del enfermo puede quedar limitada o incluso no existir, porencontrarse en un estado de inconsciencia. Pero, con las excepcionesque sea necesario admitir, no puede cuestionarse el protagonismo queen principio tiene el paciente sobre unas decisiones que a nadie afectanmás que a él mismo.

6.2. La eutanasia impuesta al enfermo («cacotanasia»)

Los casos de Michaela Roeder o de las auxiliares de enfermería del

Hospital Lainz de Viena serían el ejemplo actual más significativo de laeutanasia impuesta al paciente terminal sin contar con su propia opción.Sobre estas formas de eutanasia existe un unánime rechazo ético

en la sociedad, que ha quedado especialmente patente en las reaccio-nes que se han desencadenado ante el comportamiento de las cuatroauxiliares del hospital vienés. Desde los planteamientos éticos existen-tes en nuestra sociedad, la vida no será considerada un valor absoluto,pero sí tiene este carácter la libertad personal del enfermo a decidir porsí mismo y a que no se le imponga una decisión final sobre su propia

existencia. Las asociaciones en favor de la eutanasia han expresado sucondena ante tal comportamiento y han subrayado que su opción enfavor de tal práctica se basa en la explícita y continuada petición del pa-ciente de que se ponga término a su vida, circunstancia que no se hadado en los casos de Michaela Roeder o del Hospital Lainz.

Sin embargo, esta eutanasia impuesta al enfermo puede ser unasituación que ya se está dando en casos de pacientes que se encuen-tran en estado permanente de inconsciencia y que no pueden decidirpor sí mismos, especialmente en Holanda. ¿Se puede legitimar en estos

casos, basándose en la petición de sus familiares o representantes lega-les y sin que, al menos, el propio paciente haya expresado previamentetal deseo, la auténtica eutanasia? Nuestro punto de vista es que, almargen de lo que podamos añadir más adelante, la propia vida es unvalor tan básico y tan personal del propio paciente que la acción de qui-tar la vida a un enfermo inconsciente no puede ser éticamente acepta-ble si se realiza al margen de su petición, al menos previamente expre-sada. Nos parece, por las razones que luego indicaremos, que no es lomismo «dejar morir» que «quitar la vida»: en el primer caso, no nega-

mos que los familiares puedan tomar opciones ante un enfermo quesignifiquen la no-prolongación de su proceso terminal y que, por tanto,

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se le deje morir; sin embargo, la acción positiva de quitarle la vida, almargen de su voluntad, constituye un acto positivo de disposición de lavida ajena que no nos parece éticamente aceptable ni justificable.

6.3. La eutanasia libremente elegida

Es éste el tipo de eutanasia defendido por las asociaciones en fa-vor de la eutanasia y el gran punid de Iricción en todo el debate actualsobre la problemática. ¿Es admisible éticamente que, en determinadascircunstancias bien delimitadas, se pueda administrar al enfermo termi-nal, que así lo pide, una sobredosis de morfina o una solución de cianu-ro, con el único fin de poner término definitivamente a su vida?

Indiscutiblemente y tal como lo hacen tales asociaciones, debenbuscarse garantías para evaluar la auténtica voluntad del paciente. Hayque tener en cuenta lo subrayado por E. Kübler-Ross sobre las diferen-tes fases por las que atraviesa el enfermo terminal y que, más en con-creto, es posible que en las fases de ira o de depresión pida la eutana-sia sin que esta petición sea su auténtica y definitiva voluntad. Tambiéndeberá tenerse en cuenta el verdadero significado de la petición de laeutanasia y que, en no pocos casos, puede equivaler a una forma desolicitar la ayuda que nuestra sociedad no sabe prestar a los pacientes

próximos a la muerte. Son bastantes los autores que subrayan quedetrás de la petición «quiero morir» hay un tras-fondo que significa«quiero vivir —o morir— de otra forma». Igualmente debe tenerse encuenta que, en bastantes casos, la petición de eutanasia surge comoconsecuencia de los dolores insoportables que padece el enfermo y quetal demanda desaparece cuando se proporciona un alivio eficaz.

Sin embargo, aun teniendo en cuenta todas las precisiones cita-das en el párrafo precedente, no puede negarse que existen situacionesen que el interesado solicita de forma libre, continuada y responsable

que se le ponga fin a su vida y que tal petición constituye su verdaderaopción personal. ¿Se puede descalificar éticamente el que una persona,en situaciones como las descritas, opte por poner término a su vida?

Wittgestein, en cuya familia hubo varios suicidios y él mismo su-frió graves depresiones con importantes deseos de suicidio, escribía que«si el suicidio está permitido, todo está permitido».

Pero, ¿es aplicable esta afirmación al caso del enfermo terminal,sobre el que no pesan ya responsabilidades familiares o sociales y en elque la continuación de su existencia constituye una carga dura para su

propia familia e importantes costes a la sociedad? Para una ética secu-lar, sin una apertura a la trascendencia, la propia libertad se convierte

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en el último punto de referencia, sustituyendo a Dios como horizontefinal de las decisiones humanas. Desde un planteamiento ético, cuyohorizonte referencial se centra en la libertad humana, no es fácil argüir

en contra de la legitimidad del suicidio. Ciertamente la libertad humanase deberá conciliar con las responsabilidades personales y sociales quecada individuo tiene que asumir éticamente, pero en nuestro caso con-creto las relaciones del enfermo con su familia y su entorno pueden noexistir o incluso quedar afectadas negativamente por la continuación dela existencia de aquél.

Desde el horizonte de valores éticos vigentes en una persona paraquien no existe una vida después de la muerte ni una creencia en unDios de quien se ha recibido la vida y que es el que últimamente la

puede valorar, la muerte y el sufrimiento físico o psíquico que la acom-pañan se convierten en un sin sentido y no tienen por qué ser asumi-dos. Desde esa comprensión de la vida y del sentido del hombre, no esfácil argumentar que no se pueda disponer activa y positivamente delfinal de la existencia. Se podrá decir que es bella la actitud de las per-sonas que asumen la vida en su integridad y que no vuelven la cara an-te el hecho de la enfermedad y el dolor, sino que los saben asumir; pe-ro desde una comprensión inmanentista de la vida y desde la afirmaciónde la libertad como supremo valor humano, no es fácil negar al ser

humano esta última capacidad de poder decidir activamente sobre elfinal de su existencia.

¿Puede éticamente el médico u otra persona ejercitar el acto eu-tanásico solicitado de forma libre, responsable y continua por el mismoenfermo terminal? Son bastantes los médicos que se van a negar a rea-lizar tal tipo de práctica eutanásica y cuya objeción de conciencia seráprevisiblemente tenida en cuenta si algún día la legislación admite estaauténtica eutanasia. Algunos afirman que, si tal práctica fuese admitida,el cometido del médico sería hacer accesible el procedimiento eutanási-

co para que sea el propio enfermo el que lo utilice.Desde nuestro punto de vista, la discusión ética sobre la auténtica

eutanasia recibe una coloración distinta desde una concepción religiosade la vida: la perspectiva religiosa cristiana da una valoración distintadel hecho de la vida, de la enfermedad y de la muerte. El cristiano tieneuna experiencia de la vida como un don gratuito de Dios, como unabendición que refleja ese amor de Dios que experimenta en su vivenciacreyente, aunque haya momentos en que no pueda comprender suscaminos. Para una visión cristiana de la vida, el dolor y la muerte no

son un absoluto sin sentido sino un camino de participación en el miste-rio del Dios escondido, manifestado en Jesús. El dolor y la muerte si-

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guen siendo un mal; deben ser evitados, cuando ello es posible, sinconvertir el camino cristiano en un camino de dolorismo. Pero, comodecía san Pablo, la muerte «ha perdido su aguijón»; ya no es el sin sen-

tido absoluto, sino que contiene en sí una promesa de vida, como la queestá presente en el grano de trigo que se pudre en la tierra para así po-der dar fruto.

Para el cristiano, la figura de Cristo es modelo, camino, verdad yvida de su existencia. Y lo es tanto en su vida como en su muerte. Co-mo dirá el mismo san Pablo, «en la vida y en la muerte somos del Se-ñor». Jesús vivenció su propia muerte con un intenso dramatismo, talcomo viene expresado por su frase en la cruz «Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?» y por su grito final en el momento de morir.

La muerte de Jesús no fue el morir majestuoso que viene recogido en elevangelio de san Juan —y que pictóricamente podría estar plasmado enel famoso Cristo de Velázquez—, sino un final lleno de dramatismo yque se aproximaría al Crucificado desgarradoramente sufriente de Matt-hias Grünewald o a muchas obras de nuestra imaginería. No fue equipa-rable a la muerte de Sócrates, tal como la describe su discípulo Platónen el Fedón, en un clima de serenidad y de paz, sino el morir angustia-do del que había pedido, con gritos y con lágrimas, ser librado de lamuerte y que pasase de él este cáliz, pero que finalmente asume su

muerte como acto final de entrega con-fiada en las manos de su Padre,cuya voluntad había cumplido.

Este modelo de la vida y del morir de Cristo configura la actituddel cristiano ante la muerte. Paul Claudel afirmaba que Jesús «no havenido a suprimir el sufrimiento. Ni siquiera a explicarlo. Ha venido allenarlo de su presencia». Desde su fe religiosa, el cristiano no debe vi-vir su vida centrado en el sufrimiento o en la muerte, pero puede perci-bir que en el fondo de esas realidades inseparables del destino y la con-dición humana hay una presencia de Cristo y una promesa de vida y de

fecundidad.

6.4. ¿Existe una diferencia ética entre la ortotanasia y la eutana-

sia?

En las discusiones éticas sobre la eutanasia hay no pocos autoresque subrayan que los límites entre las distintas formas de «muerte dul-ce» se diluyen y que, por tanto, no existe fundamento para darles unavaloración ética distinta.

En primer lugar, se ha cuestionado si existe una diferencia éticarelevante entre no aplicar una terapia que podría prolongar la vida del

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paciente terminal y, por otra parte, el dejar de aplicarla una vez que seha comenzado el tratamiento. Por ejemplo y refiriéndonos al caso deKaren A. Quinlan, ¿existe diferencia ética relevante entre la conexión y

la desconexión del respirador, una vez que se ha aplicado? La opiniónclaramente dominante es que no existe diferencia ética entre ambasacciones y que el hecho de haber comenzado a aplicar una determinadaterapia no significa que no pueda dejar de utilizarse si se llega a la con-vicción de que se ha convertido en irracional y desproporcionada. Com-partimos el planteamiento frecuente en la literatura estadounidense deque no existe fundamento para distinguir entre no aplicar (withhold ) yretirar un tratamiento (withdraw ).

Un segundo campo de difuminación de los límites entre la ortota-

nasia y la eutanasia se plantea en torno al tema de la alimentación for-zada. Como ya indicábamos en torno al caso de Karen Ann Quinlan, sehabía impuesto la convicción de que la retirada del respirador era unamedida éticamente correcta cuando la prolongación de la existencia delpaciente no comportaba ningún valor para aquél. En los últimos años,en torno especialmente al caso de Nancy Cruzan —una joven en estadode coma vegetativo persistente y alimentada artificialmente—, ha sidointensa la polémica en Estados Unidos en relación con la interrupción dela alimentación artificial a través de los tubos de alimentación (feeding

tubes). En el mismo campo católico hay voces autorizadas que admitenel cese de la alimentación artificial. Se arguye, desde el carácter artifi-cial y desproporcionado que posee tal forma de alimentación, que loúnico que consigue es prolongar el proceso de muerte de un enfermoirreversible. A los que arguyen subrayando que el derecho a ser alimen-tado es un derecho tan fundamental de la persona del que nunca el en-fermo puede ser privado, se les contraarguye insistiendo en que el de-recho a respirar es igualmente fundamental y que, sin embargo, no seponen objeciones éticas a la desconexión del respirador.

Hay una cuestión adicional: ¿existe realmente una distinción éticarelevante entre el «dejar morir» y el «matar» o «quitar la vida» (entreallowing to die y el killing)? ¿Existe distinción moral entre no reanimar—dejar morir— y aplicar la verdadera eutanasia, dado que en amboscasos la consecuencia es la misma, la muerte del enfermo terminal?

Nos parece que es trascendente la distinción entre el objetivo denuestras acciones y sus resultados; si no hacemos esta distinción habríaque equiparar la autoinmolación de una persona para salvar a otros —por ejemplo el que cede su puesto en la lancha salvavidas durante un

naufragio— y el que se quita la vida por tedio ante la vida. En amboscasos la consecuencia es idéntica, pero la valoración ética es claramente

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distinta en razón de los motivos pretendidos. Si un enfermo terminaldeja de respirar y no se le reanima, porque esto parece ser lo correcto,pero posteriormente sigue respirando espontáneamente, no quiere decir

que anteriormente le podíamos haber asfixiado. No es lo mismo que enun caso el proceso de muerte del enfermo terminal — su proceso— lelleve al fallecimiento y que no se considere razonable oponerse a él, quedisponer positivamente de la muerte ajena.

Como ya indicamos con anterioridad, la ética católica ha aceptadola administración de calmantes, aunque éstos puedan abreviar la vidadel enfermo. La realidad de esta situación es hoy discutible; el Dr. J. L.Madrid nos afirmaba personalmente que existen medios para controlarla depresión respiratoria, subsiguiente a la administración de tales cal-

mantes, y que no se puede sin más seguir afirmando que tales fárma-cos conlleven necesariamente una aceleración de la muerte, además deque la falta de dolores puede actuar en el sentido contrario de prolon-gación de la vida. Algún autor insiste en que la administración de dosiscrecientes de tales calmantes puede llevar a situaciones difícilmente di-ferenciables de la administración de sobredosis letales. Sin embargo,aunque las consecuencias sean equiparables, la intencionalidad existen-te lleva a afirmar que tales acciones son distintas. Hay que repetir queno es lo mismo asfixiar a un recién nacido que no aplicarle medidas de

reanimación porque se considera que es la decisión más correcta. Laconsecuencia final o el fin pretendido no lleva a una equiparación de losmedios utilizados. Aun reconociendo que existen situaciones oscuras, endonde la distinción entre ambas situaciones pueda no ser clara, sin em-bargo consideramos que los medios utilizados y las intencionalidadesexistentes dan una diferente coloración ética a las opciones asumidas.Nos parece, por tanto, que existe una diferencia éticamente relevanteentre el «dejar morir» y el «quitar la vida», entre el allowing to die y elkilling.

7. El problema legal de la eutanasia

7.1. La aceptación legal de la ortotanasia

El 1 de enero de 1977 entraba en vigor una ley en el Estado deCalifornia que fue calificada como Natural Death Act («Ley de la muertenatural»). En ella se afirma que «las personas adultas tienen el derecho

fundamental a controlar las decisiones en relación con el cuidado médi-co que se les pueda prestar, incluyendo la decisión de que no se les

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apliquen o se les retiren las medidas que mantienen su vida en casos deuna situación terminal». La misma ley afirma que «la tecnología médicamoderna ha hecho posible la prolongación de la vida humana más allá

de los límites naturales».La ley considera que «tal prolongación de la vida en personas enuna situación terminal puede causar la pérdida de la dignidad personal,dolor y sufrimiento innecesarios y una irracional carga emocional yeconómica sobre la familia del paciente, al mismo tiempo que no pro-porcionan nada médicamente necesario o beneficioso para la paciente».La conclusión es que: «las leyes del Estado de California reconocerán elderecho de una persona adulta a hacer unas directrices por escrito dan-do instrucciones a su médico sobre la no aplicación o la retirada de pro-

cedimientos que pueden mantener su vida en el caso de una situaciónterminal».Esta ley del Estado de California refleja la famosa sentencia del

Tribunal de Nueva Jersey sobre la retirada del respirador en el caso deKaren A. Quinlan. Con el paso de los años, en la mayoría de los Estadosnorteamericanos, se ha llegado a una situación similar, de tal forma quese reconoce validez jurídica a los llamados testamentos vitales.

Ya antes hemos aludido a la Carta de los Derechos de los Enfer-mos de los hospitales estadounidenses. Esta Carta reconoce que «el pa-

ciente tiene derecho a rechazar el tratamiento en la extensión permitidapor la ley y a ser informado de las consecuencias médicas de su acción»(n. 3). Esta misma línea va a ser seguida por una Recomendación del Consejo de Europa de 1976: «el progreso de las ciencias médicas haprolongado la duración de la existencia sin impedir siempre, sin embar-go, la degradación de las funciones orgánicas. Por otra parte, la prolon-gación de una vida sin esperanza alguna puede corresponder a un gransufrimiento no sólo para el mismo enfermo, sino también para quien leestá cercano. En el caso en el que el diagnóstico haya sido médicamen-

te establecido, ¿es necesario, entonces, continuar una vida sin esperan-za alguna, o es preciso conceder al enfermo el derecho, si está en gradode expresarse, de ser aliviado inmediatamente y sin sufrimiento» (n.6).

La Ley de Sanidad Española de 1984 incluye una «Carta de dere-chos y deberes de los enfermos». Este importante documento reconocelos derechos a «recibir información completa» (n. 4) y «a la libre de-terminación entre las opciones que le presente el responsable médicode su caso» (n. 5). En relación con nuestro tema se añade que «el pa-

ciente tiene derecho a negarse al tratamiento..., debiendo para ello so-licitar el alta voluntaria». En la misma línea, la Generalitat de Cataluña 

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reconoce derechos similares, afirmando que el enfermo «podrá recha-zar un tratamiento cuando crea que una determinada terapéutica o in-tervención pueda reducir la calidad de vida a un grado incompatible con

su propia concepción de la dignidad personal. El médico tiene que esfor-zarse siempre por calmar el sufrimiento del enfermo, en la medida enque éste lo necesite. El equipo asistencial deberá evitar la obstinaciónterapéutica procurando al moribundo las atenciones propias de estemomento. Solamente así será posible, en estos momentos definitivosde la existencia, la humanización de la medicina y del hospital» (1985).

El tono general de todos los documentos que acabo de recoger sesitúa en la línea de la ortotanasia y del reconocimiento del derecho delenfermo a que no se le apliquen medidas que puedan prolongar irrazo-

nablemente su vida, evitando situaciones de encarnizamiento terapéuti-co. Durante estos últimos años esta exigencia ética parece que se haido imponiendo en la praxis médica y en la opinión pública.

7.2. La aceptación legal de la auténtica eutanasia

A comienzos del siglo actual hubo intentos de legalización de laeutanasia. En concreto, los Estados de Ohio y lowa estudiaron en 1906y 1907 sendos proyectos de ley que admitían esa práctica, sin que tu-

viesen éxito. Un intento similar se dio también en 1912 en el Estado deNueva York. En 1922 el Código Penal de la República de Rusia despena-lizaba el homicidio por compasión, aunque esta ley era abrogada seismeses más tarde. El III Reich promulgó en 1939 una ley de higiene ra-cial, por la que se admitía la práctica de la eutanasia en personas conminusvalías. Esta ley, que posteriormente fue ampliada en su aplica-ción, llevó a la muerte a más de 100.000 personas. Por otra parte, la Asociación Británica en favor de la Eutanasia presentaba dos proyectosde ley en los años 1936 y 1947, que en ambos casos fueron rechazados

por la Cámara de los Lores.Las crueldades cometidas en la época nazi influyeron indiscuti-

blemente en la Asociación Médica Mundial . En su Primera Asamblea Ge-neral se promulgaba la Declaración de Ginebra (1948), en la que se ac-tualizaba el Juramento de Hipócrates afirmando que «mantendré el ma-yor respeto hacia la vida humana desde el momento de la concepción;incluso bajo amenaza no usaré mi ciencia médica en contra de las leyesde la humanidad». Un año más tarde la misma Asociación Médica Mun-dial promulgaba el Código Internacional de Ética Médica en que se urgía

de nuevo la obligación de preservar la vida humana. En la reunión de laasociación, que tuvo lugar en Madrid en 1988, se afirmaba: «la eutana-

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sia, es decir, la interrupción de la vida de un enfermo deliberadamente—tanto si es por iniciativa suya como si se hace a petición de sus fami-liares—, es contraria a la ética. Esto no impide al médico respetar la vo-

luntad del paciente de dejar el proceso natural de la enfermedad seguirsu curso, en la última fase de la enfermedad».En sentido contrario, ya en 1950, fue enviado un documento a las

Naciones Unidas solicitando una enmienda en la Declaración de los De-rechos Humanos que incluyese el derecho a la eutanasia voluntaria paraaquellos enfermos que se encuentren en una situación incurable. Estasolicitud ha sido repetida en los años 1968 y 1970. En Estados Unidosha habido varias decisiones judiciales admitiendo la interrupción de laalimentación artificial a pacientes terminales.

Holanda se encuentra en una situación de legalización de hechode la eutanasia. Esta práctica sigue estando castigada en el Código Pe-nal de los Países Bajos, pero no se penaliza la eutanasia si se dan lassiguientes condiciones:

a. Que el paciente encuentre insoportable su sufrimiento físico omental;

b. Que se considere que la muerte se producirá antes de seis me-ses;

c. Que la decisión sea personal y libre, sin presiones sociales;

d. Que el paciente conozca su dolencia y las posibles alternativasexistentes;

e. El médico debe consultar a otro médico sobre la decisión deaplicar la eutanasia, asegurándose de que existen causas suficiente-mente graves para tal decisión.

f. El médico que aplica la eutanasia debe comunicarlo a las autori-dades judiciales y preparar un informe sobre las circunstancias en quese ha tomado la decisión terminal y el método que ha empleado.

El número de prácticas eutanásicas en Holanda se sitúa en torno

al 2% de todas las defunciones en ese país. También se afirma que enotro 1% se está aplicando a personas inconscientes.

Otro país donde la polémica sobre la eutanasia es intensa es Ale-mania Federal. En este país no sólo no está despenalizado el suicidio,sino tampoco la ayuda al mismo. El Tribunal Supremo de Munich dicta-minó en 1984 que «el derecho a la propia decisión del paciente infor-mado y capaz, y el deseo de una persona que quiere poner voluntaria-mente fin a su vida, deben ser considerados como equivalentes. Losmédicos están obligados a respetar la voluntad del paciente, incluso si

está inconsciente en el transcurso de una enfermedad mental». Estasentencia, que ha sido después confirmada por el Tribunal Supremo Fe-

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deral, se dictó en el proceso contra Julius Hackethal y Henning Atrott,acusados de haber posibilitado que un paciente se suicidase entregán-dole una cápsula de cianuro. La sentencia no distingue entre el médico

y otra persona cualquiera que proporcione la sustancia letal, si el en-fermo lo solicita libremente. Estas sentencias significan que se da unstatus legal similar al suicidio y a la petición de eutanasia. Debe añadir-se también que Kackethal estaba implicado en un sustancioso negocioclandestino de venta de cianuro.

7.3. El caso español

La regulación jurídica española, aplicable al tema de la eutanasia,

está contenida en el artículo 409 de nuestro Código Penal. En él seafirma que «el que prestare auxilio o induzca a otro para que se suicideserá castigado con la pena de prisión mayor; si se lo prestare hasta elpunto de ejecutar él mismo la muerte será castigado con la pena de re-clusión menor». Nuestro Código Penal no contempla explícitamente eltema de la eutanasia, que debe, por tanto, ser abordado desde lo queaquél afirma en relación con el homicidio y el suicidio.

En el derecho español, el suicidio, es decir, «la muerte propiaquerida y ejecutada por persona capaz», no constituye delito. Esta falta

de castigo penal al suicidio, tradicional en nuestro derecho, se debe,según algunos autores, a motivos de política criminal; otros lo funda-mentan en la falta de coacción de la pena, ya que no se puede conmi-nar con pena de prisión a quien está dispuesto a quitarse la propia vida.

Sin embargo nuestro derecho sí contempla el auxilio al suicidio:este auxilio incluye todos los comportamientos, necesarios o no, para elacto suicida, con tal de que estos últimos tengan una mínima eficaciacausal. Hay sentencias del Tribunal Supremo por las que se penaliza lano facilitación de la ayuda médica. También está contemplada la induc-

ción al suicidio, es decir, la influencia directa y eficaz sobre una personacon la finalidad de que se suicide.

Respecto de la que hemos calificado como ortotanasia, la mayorparte de los autores consideran que no debe ser penalizada, ya que laintervención médica pretende paliar los dolores aunque se siga de ellaun acortamiento de la vida; lo mismo habría que decir respecto de la noaplicación de tratamientos extraordinarios cuya finalidad sea el alarga-miento artificial de la vida cuando el pronóstico es infausto. Si el enfer-mo está consciente debe ser él mismo quien determine la asistencia de-

seada.

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7.4. Pros y contras de una legalización de la eutanasia

Ante todo hay que decir que no pueden ponerse reparos en el ca-

so de la ortotanasia. Nos parece que no puede discutirse, por ejemplo,la ley del Estado de California ni las que se han inspirado en ella. Unpunto, sin embargo, polémico es el de si la renuncia a las medidas ex-traordinarias o desproporcionadas debe incluir también el de la retiradade la alimentación artificial. En este caso convergen dos característicasque hacen de esta situación una difícil alternativa. No se puede discutirsu carácter artificial y, en ese sentido, tiene fuerza el argumento queconsidera que tan artificial es el respirador como la alimentación porvena o por una sonda nasogástrica. Sin embargo, la segunda caracterís-

tica hace referencia a su carácter «ordinario», con toda la ambigüedadque este término posee. En cualquier caso, son medidas de alimenta-ción tan sencillas y triviales en la actual praxis sanitaria que deben si-tuarse en un plano muy distinto al de la conexión al respirador. Nos pa-rece, en resumen, que esta situación es extraordinariamente compleja yque debe abrirse un debate sobre este tema, antes de que se plasme enuna legislación.

El verdadero problema es el de la legalización de la auténtica eu-tanasia, o en la terminología clásica la eutanasia positiva directa. A lo

largo de las páginas precedentes han ido apareciendo las principalesrazones que se citan en favor o en contra de esta legalización o despe-nalización.

Desde nuestro punto de vista, las principales razones a favor sonlas siguientes:

1. El riesgo de encarnizamiento terapéutico inherente al progresode la medicina, que está haciendo que la muerte haya perdido la natu-ralidad y espontaneidad que tenía en un pasado aún no remoto.

2. La gravísima situación de la eufemísticamente llamada tercera

edad, en la que la muerte física está siendo precedida por una no me-nos grave muerte social. El número de ancianos que viven solos, física yafectivamente, es cada vez más alto. No es de extrañar que el debatesobre la eutanasia sea especialmente álgido en aquellos países dondelos problemas de la tercera edad son más graves y donde los vínculosfamiliares son especialmente lábiles.

3. En el contexto de una sociedad secularizada, en que los valoresreligiosos se encuentran numéricamente en retroceso, surge con espe-cial intensidad el interrogante sobre el derecho a disponer de la propia

vida. Como subrayábamos anteriormente, la vivencia religiosa da unacoloración distinta a las actitudes ante el morir y el sufrimiento.

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4. El argumento más importante, que guarda relación con el ante-rior, es la exigencia de que el ser humano pueda tener no sólo un dere-cho a la vida, sino también a la muerte. Este derecho sería una conse-

cuencia fundamental de la libertad del ser humano, de su autonomía,de su derecho a una dignidad personal y a que no se le someta a tortu-ra o tratos inhumanos. Anteriormente, al exponer los movimientos favo-rables a la eutanasia, esta línea de argumentación aparecía claramentemar-cada en varios de sus representantes. El entonces Senador Rodrí-guez-Aguilera, autor de un borrador de proyecto de ley sobre eutanasia,que no ha prosperado, subraya que los valores superiores proclamadospor la Constitución española —libertad, justicia, igualdad y pluralismopolítico— apoyan su regulación de la eutanasia. Insiste en que nuestra

Constitución no contempló el tema de la eutanasia, pero que su afirma-ción del derecho humano a no ser sometido a tortura ni a penas o tra-tos inhumanos o degradantes (art. 15) constituye un cauce para unaregulación legal.

5. La ley aprobada por referéndum en el Estado de Oregón admiteque el médico proporcione los fármacos para que el propio enfermo sequite la vida. ¿No debe reconocérsele este derecho a poder tener una«muerte dulce»?

Por el contrario, los argumentos de los que rechazan una despe-

nalización de la eutanasia subrayan los siguientes aspectos:1. La existencia de otras alternativas en el tema de la eutanasia.2. No sólo es ambigua, como hemos subrayado repetidas veces,

la palabra «eutanasia», sino que también lo es la petición de eutanasia.¿Cuál es el trasfondo real de esa petición? Varios autores insisten enque frecuentemente detrás de esa petición lo que existe realmente es labúsqueda de una atención y calor humano que tan difícil es de propor-cionar al enfermo terminal por parte del hombre y la cultura de nuestrotiempo. ¿Cómo dilucidar el verdadero trasfondo de tal petición? Por otra

parte, la obra de Kübler-Ross insiste en que el paciente terminal atra-viesa por dos fases características, las de ira y depresión, en las queaquél puede ser especialmente proclive a solicitar una terminación desu vida: ¿cómo saber si su petición responde a su auténtico deseo o noes, más bien, una consecuencia transitoria de su situación anímica enesas dos fases? Finalmente hay que aludir también a la dificultad enhacer un pronóstico médico: la medicina no es una ciencia exacta y tie-ne que reconocer que sus pronósticos fatales en no raras ocasiones nosiguen el curso previsto; ¿en cuántos casos un diagnóstico que parece

totalmente irreversible entra después por cauces inesperados?

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3. Una situación en que la auténtica eutanasia estuviese legal-mente admitida podría originar que el enfermo calificado como irrever-sible pida un término definitivo a su vida sin que, sin embargo, no sea

ésta su verdadera voluntad. Existe el peligro de que lo que se concedeal enfermo como un derecho se pueda convertir en un deber. ¿No existeel peligro de que el propio enfermo, a la vista de los graves trastornosque su situación está ocasionando a sus más allegados, solicite una eu-tanasia que, en el fondo, no responde a su auténtica actitud ante su vi-da y su muerte? El enfermo, precisamente por su situación de invalidezy de desamparo, debe estar especialmente protegido en estos casosevitando que él experimente interiormente como deber lo que se le pre-tende conceder como derecho.

4. Se han dado bastantes casos de familiares que pidieron retirara sus familiares del Hospital Lainz de Viena como consecuencia de lasbrutales prácticas eutanásicas que allí tuvieron lugar. Indiscutiblementelos defensores de la legalización de la auténtica eutanasia condenan to-talmente lo realizado en aquel hospital; no es ésta, de ninguna manera,la eutanasia que ellos aceptan. Sin embargo, considero que en estepunto hay un planteamiento que debe ser tenido en cuenta: me refieroa la imagen social que deben tener los profesionales de la salud. Duran-te siglos se ha ensalzado a estas profesiones por su servicio a la salud y

a la vida del enfermo. La existencia de un clima de confianza entre losprofesionales de la salud y el enfermo es fundamental en el proceso te-rapéutico en el que cada vez más se insiste, con toda razón, en la rele-vancia de los aspectos personales e interrelacionales. Hoy en día, cuan-do la imagen social del médico puede estar seriamente deteriorada, es-pecialmente como consecuencia de la masificación en el funcionamientode los sistemas sanitarios, ¿cómo repercutiría en aquella imagen elhecho de que el médico sea la persona que, en determinadas condicio-nes, pueda ser también el agente de muerte, por muy justificados que

puedan ser estos casos? ¿Cuál sería la actitud de un enfermo ante unprofesional de la salud que también es capaz de quitar la vida a un en-fermo que lo solicita o al que se encuentre inconsciente?

5. Suelo afirmar que no creo en el llamado «argumento Ausch-witz», es decir, en determinadas argumentaciones, en éste y otros te-mas, que subrayan el peligro inmediato de incurrir en las brutalidadesde los campos de concentración nazis. Pero sí creo que hay que serconscientes de las consecuencias que pueden seguirse de las opcioneslegales que hoy se tomen. Como se ha escrito, los médicos alemanes de

la República de Weimar creyeron que era posible quedarse en una «pe-queña» eutanasia (un little killing, un «pequeño matar») totalmente

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controlada, sin pasar a una gran eutanasia (un more killing, un «matarmás») absolutamente descontrolado. Es dramático que la obra de Jost,Binding y Hoche —en el entorno de la que fue calificada como la «medi-

cina más humanista que nunca ha existido»—

preparase el terreno, enalguna manera, al «gran matar» de la época nazi.6. Notemos, finalmente, que admitir legalmente la auténtica eu-

tanasia significa abrir un nuevo frente en la disposición de la vidahumana, en contra de la tendencia histórica que está cuestionando hoydos de las tradicionales excepciones al principio del respeto a la vidahumana: la pena de muerte y la llamada «guerra justa». Y, por otraparte y también en contra de esa tendencia histórica, se va a concedera una persona privada —el médico— la capacidad para disponer de la

vida, a través de una decisión igualmente privada. En efecto, la legisla-ción podrá precisar las condiciones en que será legal la eutanasia ypodrá sancionar posteriormente los abusos, pero, por sus mismas ca-racterísticas, la decisión eutanásica será consecuencia de una acciónprivada, sin que pueda preceder una decisión judicial. Nos parece gravey contrario a las tendencias históricas que un particular pueda asumirprivadamente una opción irreversible sobre la vida de otra persona. Porotra parte, aunque se afirme —como se propuso en los referendums delos Estados de Washington y Oregón— que sólo se admitiría legalmente

la eutanasia en personas irreversiblemente enfermas y que fueran le-galmente competentes, nos parece que los argumentos que están en labase de esa admisión legal llevarán, en su lógica interna, a admitirigualmente la eutanasia en las dos excepciones antes indicadas. ¿Porqué no se puede «ayudar a morir» a una persona no enferma, pero queconsidera que la vida ha dejado de tener sentido? ¿Por qué no prestaresa misma «ayuda» a aquellos cuyas vidas carecen de «valor vital» yno son capaces de decidir por sí mismos?

7. Se está afirmando que, de la misma manera que se reconoce el

«derecho a la vida», debe reconocerse un equiparable «derecho a lamuerte». Sin embargo, nos parece muy relevante señalar que lo queaquí se está planteando no es sólo un derecho individual, sino algo quetiene claras repercusiones sociales. En efecto, muchas legislaciones,como la española, no penalizan el acto suicida; pero aquí lo que sequiere reconocer es que otra persona pueda quitar la vida al que lo pi-de. J. Stuart Mili planteaba este tema a propósito de la libertad, negan-do al ser humano la capacidad de convertirse, por propia y libre volun-tad, en esclavo de otro. ¿Puede un ser humano hacer dejación de su

propio derecho a la vida para transferirlo a otra persona? En todo caso,debe subrayarse que, detrás de la petición de la despenalización de la

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eutanasia, no sólo está en juego el reconocimiento de un derecho indi-vidual, sino la aceptación de un hecho de relevancia social, ya que esotra persona, normalmente un médico, el que dispondría de la vida aje-

na. Por estas razones, aun valorando los argumentos esgrimidos enfavor de su legalización, creemos que no debe procederse a la despena-lización de la eutanasia. A ello hay que añadir las dificultades en preci-sar una legislación que pueda delimitar bien los casos y comprender elauténtico deseo del interesado, evitando los abusos que pueden seguir-se. Por otra parte, considero que el gran reto de nuestra cultura es elde humanizar la situación del enfermo terminal. Ésta es una gran asig-natura pendiente de nuestra civilización. El camino de la legalización de

la eutanasia es el de obviar la gran tarea que debemos realizar en unmundo técnicamente tan avanzado, pero en el que no sabemos prestarla ayuda que necesita al paciente próximo a la muerte. La afirmacióndel antiguo presidente de la Euthanasia Society británica, después devisitar el hospicio de la Dra. Cecily Saunders: «Si todos los pacientesmueren como el que he visto, yo podría deshacer la Euthanasia Socie-ty », nos parece que está indicando cuál es la verdadera asignaturapendiente de nuestra cultura: no la despenalización de la eutanasia, si-no la humanización del proceso de muerte.

Estos nos parecen ser los principales argumentos en este comple- jo problema legal. Nuestro punto de vista es contrario a la despenaliza-ción de la auténtica eutanasia, por las razones que hemos ido indicandoy en una ponderación de los pros y los contras existentes. Creemos queel reto de nuestras civilizaciones está en la línea de humanizar el proce-so de muerte de los enfermos terminales y que la opción por la auténti-ca eutanasia se puede prestar a abusos graves en contra del más débil.Hegel escribía que lo único que la humanidad ha aprendido de la histo-ria es que no hemos aprendido nada de esa misma historia. Ojalá ten-

gamos viva esa memoria histórica que nos habla del riesgo de pasardesde un «pequeño matar» a un «matar más». Como ha escrito D. Ca-llaban, «una vez que una sociedad permite que una persona quite lavida a otra, basándose en sus mutuos criterios privados de lo que esuna vida digna, no puede existir una forma segura para contener el vi-rus mortal así introducido. Irá a donde quiera».

Bibliografía

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