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EN TORNO A LA EUTANASIA UN LIBRO DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

eutanasia

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EN TORNO A

LA EUTANASIA

UN LIBRO DE LA

CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

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1. El libro.

La Eutanasia, cuyo subtítulo reza: 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa e la vida humana y la actitud de los católicos, es otro librito práctico del Comité Episcopal para la defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española. Estamos manejando una 1ª edición, de Ediciones Paulinas (1993), la cual consta de 109 páginas numeradas. Todas las citas serán, pues de este libro, así como las referencias a números de página que puedan aparecer en el siguiente trabajo.

2. Presentación.

El libro surge tras el éxito de su antecesor El Aborto, verdadero “best-seller” del que se vendieron más del millón de ejemplares (p. 5). En cual han colaborado expertos de todo tipo ya que se trataba de ofrecer un texto en donde coexistieran el rigor técnico y científico y la claridad y sencillez en la exposición. La eutanasia estaba “de moda”, o bien vivía en esos momentos un punto álgido. Había habido dos referéndum sobre ella en Estados Unidos –donde la mayoría rechazó su legalización-; mientras que en Holanda se reabría el debate sobre la despenalización de las prácticas eutanásicas. Todo esto en un clima en el que en España la eutanasia empieza a ver, jurídicamente, como un delito menor que el homicidio, lo cual vuelve a verse como un abrir un

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poquito la caja de los truenos, como un primer paso hacia una posible legalización o permisividad según qué casos. En todo caso el documento pretende informar a la sociedad sin obviar ni silenciar nada. Se trata de volver a hablar y a informar sobre prácticas que atentan directamente contra la dignidad humana, ya que van contra la vida humana, valor absoluto.

3. La estructura del libro. Comentarios.

El libro se articula en seis partes, a saber:

i. Terminología.ii. El hombre ante el dolor y la muerte.iii. La medicina ante la eutanasia.iv. La sociedad ante la eutanasia.v. El Estado ante la eutanasia.vi. La Iglesia ante la eutanasia.

I. En cuanto a terminología es verdad que es preciso concretar y definir bien, ponernos de acuerdo con qué queremos decir al emplear las palabras. Nos fijaremos en las preguntas 2 y 4 (pp. 10 y ss.). ¿Qué se entiende hoy por eutanasia?, y la respuesta es rotunda: el llamado homicidio por compasión. Esto es: “causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere”. Empero, esto, en el debate actual, puede mover a confusión, por lo que nos preguntamos: ¿Qué se va a entender por eutanasia en esta obra?, y la respuesta es tajante: “Llamaremos eutanasia a la actuación cuyo objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de digna”. Queda claro, pues, que la eutanasia sería siempre considerable como un homicidio. En esta sección también se recopilan los argumentos principales que se emplean para promover la legalización de la eutanasia (p. 16): el derecho a la muerte digna, el derecho de cada cual a disponer de su propia vida, necesidad de regular una situación de clandestinidad de la propia eutanasia, entender como progreso eliminar la vida de los enfermos terminales –vidas no calificables como “humanas”-, entender como solidaridad social el eliminar las vidas “sin sentido” de aquellos que son una dura carga para, por ejemplo, sus familiares.

II. A continuación nos encontramos con las típicas preguntas sobre el dolor, la muerte, su sentido, etc. Naturalmente estas son las cuestiones de siempre, desde luego. Y pueden quedar contestadas (si es que pueden quedarlo) para el católico desde la Salvifici Dolores. Sea como sea (p. 19) partimos de la idea de que el dolor y la muerte forman parte de la vida humana. Y que no son obstáculos para la vida, sino fases o dimensiones de ella. Huir del dolor a toda costa, a cualquier precio, es huir de una parte de la vida, y, por lo tanto, negar una parte real de la realidad del hombre (p. 21).

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Claro, que esto no quiere decir que el dolor no pueda uno intentar hacerlo más soportable. Del mismo modo, creemos que el hombre aspira a la realización, a la felicidad plena. Y si ésta es posible de conseguir sin dolor, o con el menor dolor posible ¿acaso no será mejor? Vale que el dolor y el sufrimiento son inherentes a la vida humana, pero lo que sería una monstruosidad es el dolor por el dolor. Si el dolor se da y se soporta es porque es preciso hacerlo en un sentido sacrificial: para obtener algo mejor, o para no perder lo mejor –la dignidad, etc.-, aquello que bien vale el dolor. La muerte, no obstante, es insoslayable e inevitable. Creo que tratar de evitar el dolor no debe de ser el último criterio (como afirma el libro, p. 21), mientras no sea necesario para algo mejor. El dolor es positivo si lo sabemos integrar dentro de nuestro proceso de crecimiento y maduración (ibd.). Es natural el miedo a morir. Y natural es el miedo a un morir entre mucho sufrimiento, sin embargo, parece que no aceptarlo así como viene atenta contra la dignidad de la persona. “El dolor y la muerte no son criterios aptos para medir la dignidad humana, pues esta conviene a todos los seres humanos por el hecho de serlo; el dolor y la muerte serán dignos si son aceptados y vividos por la persona; pero no lo serán si alguien los instrumentaliza para atentar contra esa persona” (p. 26). En este sentido queda claro que nadie puede decidir sobre la vida de otro por más que este otro esté sufriendo, etc. Ahora, el problema está en si el otro decide morir. III. Tengamos en cuenta la aportación de la pregunta número 29, sobre los derechos del enfermo moribundo, que pueden ser una buena guía, y que, además, definen lo que incluye el derecho a una auténtica muerte digna: -El derecho a no sufrir inútilmente. -A que se respete la libertad de su conciencia. -A conocer la verdad de su situación. -A decidir sobre sí mismo y sobre las intervenciones a que se le haya de someter. -A mantener un diálogo confiado con los médicos, familiares, amigos y sucesores en el trabajo. -A recibir asistencia espiritual.

Como vemos todos estos puntos pueden ser más o menos controvertidos. Por ejemplo, ¿y si el enfermo decide –por un empuje inconsciente al suicidio- no someterse a una operación que podría salvarle con una seguridad muy baja? La casuística puede llegar a ser infinita. En todo caso la eutanasia siempre implica una deliberada voluntad de acabar con la vida del enfermo. “La provocación de la muerte de un semejante, por muy compasivas que sean las motivaciones, es siempre ajena a la noción de dignidad de la persona humana” (p.44), esta aseveración parece una insistencia sobre lo anterior, pero incluye implícitamente lo siguiente: la vida humana está por encima incluso de la piedad. Más que nunca se nos presenta la vida como un valor absoluto. Pero la pregunta que podemos hacer surge sola: ¿realmente es esto así? ¿No es una cosa el concepto de “vida humana” y otra cosa “una vida humana concreta”?

IV. Pero, evidentemente, la extensión de la eutanasia como práctica, puede llevar, y lleva, a su uso indiscriminado. Me quito de encima al pariente que me molesta, etc. Lo que sí parece es que su práctica usual podría llevarnos a trivializar la vida. En esto,

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como en muchas cosas, aparece ante nosotros la noción de “límite”. La sociedad alegre y confiada podría admitir la eutanasia poniendo unos límites a su práctica. Pero lo que está claro es que estos serían borrosos y se desplazarían, provocando que cada vez hicieran falta menos requisitos para poder practicarla. Algo así como ocurre con la legalización del aborto: su uso –si bien esporádico aparentemente- se trivializa cada vez más, se admite, se convierte en una práctica habitual. La implantación de la eutanasia cambiaría nuestro concepto de dignidad de la vida por otro. La vida no tendría por qué dejar de ser digna, lo sería desde otra perspectiva, desde otra visión. Como diría un científico: desde otro paradigma. Sin duda que dejaría de ser el valor absoluto y referencial. Lo sería otro.

V. De esta parte nos vamos a quedar con la pregunta número sesenta, en donde se nos dirá que no es legítima la decisión de una persona de disponer de su propia vida. Esto se puede justificar diciendo que “ningún ser humano es una realidad aislada (…). Todos somos solidarios por la mutua interacción (…) entre cada uno y el resto de la sociedad” (p. 74). El derecho a la vida es irrenunciable, es un derecho-deber. Pensemos en que el auxilio al suicido es delito en nuestro Derecho, ¿cómo no iba a serlo la eutanasia practicada contra uno mismo? Aquí vemos como esta forma de eutanasia podría entenderse como una forma de suicidio. La cuestión candente (p. 79 y ss.) está en que libertad y vida no pueden presentarse como incompatibles, nos llevaría a una contradicción: “realizar, en nombre de la dignidad de la persona como sujeto libre, un acto contra la dignidad de la persona, puesto que la vida, que es un bien fundamental de la persona, goza de la misma dignidad”. El argumento está bien hecho, desde luego, y avisa de algo que es llamado “falacia” (p. 80): la libertad no es valor absoluto ni es lo que, en última instancia, afirma la dignidad de la persona.

VI. Y ahora vienen las sorpresas. En la pregunta número 93 viene el “quid” de todo esto: “La vida humana no es un valor absoluto al que todos los demás se tengan que subordinar; lo que es un valor absoluto para la Iglesia es la dignidad de la persona humana, que está hecha a imagen y semejanza de Dios”. Pensándolo un poco nos resulta lógico. Jesús, al morir en la Cruz, demuestra que la vida humana no es el valor absoluto, sino la vida verdadera que el ofrece y se da tras la Pascua. Así, como nos pone de ejemplo el librito, el caso de San Maximiliano Kolbe, que dio la vida por otro.

En la pregunta 94 se nos da, en diez puntos (algo tendrá el número diez) la doctrina de la Iglesia sobre la eutanasia, bastante clara y suscribible. Sólo el punto sexto, sobre la administración de analgésicos y la cuestión de sopesar si debe de paliarse el dolor a costa, quizá, de un efecto negativo para la salud (acortar la vida) –aunque no sea un efecto buscado- puede ser (y creo que es) espinoso y complicado.

4. A modo de final.

Tema complicado y de moda, la eutanasia es un desafía a nuestra sociedad cómoda, que huye de lo feo, de lo viejo, de lo sucio, de lo decrépito. Sociedad que se horroriza ante realidades que componen la propia vida. Bien. Pero esto es lógico dentro de un

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orden. Pienso que la propaganda que la eutanasia ha recibido últimamente, eutanasia calificable de suicidio premeditado con auxilio, puede estar más en la línea de defender la libertad personal como criterio último, más que el crear una cultura de la muerte. Es paradójico pensar esto en una sociedad que nos empeñamos, por otro lado, en calificar de hedonista… Ahora bien, quizás sea precisamente por esto, por la dirección hedonista que estamos tomando, por lo que nos horrorizamos ante la “nula calidad de vida”, o la posibilidad del sufrimiento… En este sentido, la eutanasia se reviste de un carácter digamos aséptico, que encaja bien en una sociedad así.