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Imaginación compartida. Junio 2019 Ángela Hernández Plenamar Plenamar https://plenamar.do/2019/06/imaginacion-compartida-junio-2019/ 1/6 Cámara en mano, me gusta caminar por senderos y callejuelas que reservan silencios y lenguajes. Reflejan en sí múltiples relatos, historias de las que pueden cedernos un tanto si sabemos demorarnos en ellos, desprendernos de peso muerto. Oler. Acariciar con la mirada. Lo he experimentado por años en el parque Mirador de Santo Domingo. Y ahí son las hojas en tierra las que me han sorprendido. En cambio, en el Parque del Retiro en Madrid (más de 15,000 árboles, 25 hectáreas) es en las cortezas de los árboles (eucalipto rojo, álamo blanco, castaño de indias, boj, ciprés, almendros, robinia, pino…) donde advertí guiños del mar de los contactos. Naturaleza e historia fundidas en sutiles signos. Pasión. Señas del afán de una mujer o un hombre por fijar en el elusivo tiempo una nota imperecedera. Soplos, susurros que tal vez inspiraron nombres como el Bosque de los Recuerdos y el Estanque de las Campanillas. Huellas de los cambios que hicieron posible que el hermoso parque pertenezca, no a un puñado de la realeza, sino a los enamorados, a las niñas y niños, a las personas que se desnudan en parte para tomar el sol, a las andariegas y a las que fantasean, a las que descansan y a las que leen a la sombra de una arboleda, a las que a cada paso tropiezan con dudas y a las que marchan livianas como gorriones, a las que sorprenden una estrella azul en una cabellera y a las que contemplar las lágrimas de una roca. En suma, a todo el mundo.

experimentado por años en el parque Mirador de Santo Domingo. … · 2020-03-16 · Reflejan en sí múltiples relatos, historias de las que pueden cedernos un tanto si sabemos demorarnos

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Imaginación compartida. Junio 2019 Ángela Hernández Plenamar

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Cámara en mano, me gusta caminar por senderos y callejuelas que reservan silencios y lenguajes.Reflejan en sí múltiples relatos, historias de las que pueden cedernos un tanto si sabemosdemorarnos en ellos, desprendernos de peso muerto. Oler. Acariciar con la mirada. Lo heexperimentado por años en el parque Mirador de Santo Domingo. Y ahí son las hojas en tierra lasque me han sorprendido.

En cambio, en el Parque del Retiro en Madrid (más de 15,000 árboles, 25 hectáreas) es en lascortezas de los árboles (eucalipto rojo, álamo blanco, castaño de indias, boj, ciprés, almendros,robinia, pino…) donde advertí guiños del mar de los contactos. Naturaleza e historia fundidas ensutiles signos. Pasión. Señas del afán de una mujer o un hombre por fijar en el elusivo tiempo unanota imperecedera. Soplos, susurros que tal vez inspiraron nombres como el Bosque de losRecuerdos y el Estanque de las Campanillas. Huellas de los cambios que hicieron posible que elhermoso parque pertenezca, no a un puñado de la realeza, sino a los enamorados, a las niñas yniños, a las personas que se desnudan en parte para tomar el sol, a las andariegas y a las quefantasean, a las que descansan y a las que leen a la sombra de una arboleda, a las que a cada pasotropiezan con dudas y a las que marchan livianas como gorriones, a las que sorprenden una estrellaazul en una cabellera y a las que contemplar las lágrimas de una roca. En suma, a todo el mundo.

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En el Parque del Retiro atraen la atención los componentes arquitectónicos, sus jardines, el Palaciode Cristal, los monumentos, la fuente del Ángel Caído, la biblioteca pública Eugenio Trías (dondeacudí a leer novedades que se prestan al público, vi una exposición sobre el Fernando Pessoafascinado por la astrología y me enteré de que el poeta de los heterónimos había realizado cientos decartas astrales, la de Shakespeare, entre las allí mostradas), los lazos comunicantes con el Museodel Prado, el Real Jardín Botánico y el Real Observatorio Astronómico, entre otros atractivos. Y,desde luego, como en todo Madrid, el sello multicultural de los paseantes, eso que suscita unaagradable sensación de convivencia planetaria.

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Observé que la gente frecuenta sus senderos, incluso los más penumbrosos, aun avanzada la noche.Qué buena sensación, la seguridad. Observé, atardeciendo, a una mujer que alimenta una manadade gatos con carne cruda, en el mismo punto, a la misma hora. En un ritual parecido, otra mujer conaire de saudade y sosegados movimientos de su mano echa alpiste a los pájaros. En primavera, elesplendor de la rosaleda del parque casi deslumbra. Y casi por los mismos días, es la Feria del Librola que actúa como un imán, cuando más de trescientas casetas forman una avenida de las letras, seme ocurre que comparable a una torre de Babel acostada, por la que pasan cientos de miles depersonas comprando libros y conversando sobre autores, autoras, obras, casas editoriales.

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¿Cómo explicar que prefiriera fotografiar cortezas de árboles en vez de maravillas de lasmencionadas? La razón primera: en muchas ciudades, las cortezas de los árboles son páginas enblanco que invitan a imprimir un suspiro o un grito. A solas. O en pareja. Y cuánto importacomprender ese gesto. La segunda: en fotografía me inclino por los detalles. A lo mejor es unareacción ante el vértigo generado por el ritmo loco de nuestra época.

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Plenamar https://plenamar.do/2019/06/imaginacion-compartida-junio-2019/ 5/6

Mi ojo (¿prisma y cenit?) se zafa de la prisa y la regla como una niña que se arranca el vestido que leacorta el aliento para cubrirse con sedas de la imaginación. Entonces puedo percibir el tránsito delsol a polvo en una hoja del camino. Volcado en un tronco de un siglo, el deseo de inmanente ternura.La relojería de la clorofila. El turno del éxtasis registrado por dos corazones en la corteza deleucalipto. Abstracciones dibujadas por las brumas urbanas en paredes. A ras de tierra, el alba y elcrepúsculo tamizando una rama. Un palimpsesto de emociones.

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La corteza de un árbol es un ojo dormido por el sol. Si lo enfoco, me parece que despierta porinstantes.

Ángela Hernández, cuentista, novelista y ensayista dominicana. Premio Nacional de Literatura 2016