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La pesadilla

de James

Capítuloextra

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La pesadilla de James Silvia Hervás

A su alrededor se cernía la oscuridad, pero podía distinguir una fina cortina

ondeando por la suave brisa de la noche. James se incorporó lentamente de la cama y

se aproximó a la ventana para retirar la cortina a un lado, permitiendo así que el

resplandor de la luna iluminase la pequeña habitación donde se encontraba. Justo en

ese instante, escuchó un sonido aterrador.

Hierro deslizándose por el suelo, como si alguien estuviese arrastrando una

pesada cadena por el piso de madera sobre el que descansaban sus pies descalzos.

Agudizó la mirada intentando descubrir de dónde provenía el misterioso sonido, y

vislumbró cómo se materializaba frente a él la figura fantasmagórica y gris de…

Marcus.

James gritó y dio un paso hacia atrás.

―Tío, no seas nenaza ―se quejó el fantasma de Marcus.

―¿Es-es-tás muerto? ―tartamudeó James.

―¡Pues claro, joder!

Marcus movió las manos arriba y abajo, como si bailase la samba brasileña, y

el sonido de las cadenas que ataban sus manos se intensificó hasta que James tuvo

que taparse los oídos.

―Vale, lo he pillado, deja de bailar ―dijo―. ¿Por qué estás aquí?

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Silvia Hervás | Besos de Murciélago. Capítulo extra. La Pesadilla de James.

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―¿No conoces la historia de los tres espíritus y el tío gruñón que debe aprender a ser

más simpático?

―¿Te refieres a Canción de Navidad de Charles Dickens?

―A tanto no llego, tío ―Marcus se encogió de hombros―. Pero el caso es que he

venido para enseñarte las consecuencias de no ser un tío enrollado.

En un rápido movimiento, la mano de Marcus rozó la suya, y James se apartó

bruscamente golpeándose en la espinilla con la mesita de noche.

―¿Qué haces? ―Marcus avanzó hacia él arrastrando las cadenas a su paso.

―¡Me he hecho daño! ―James se frotó la pierna―. ¡Además estás como un témpano

y mi piel es muy sensible! ¡Exijo una compensación!

―Déjate de memeces, no tenemos mucho tiempo. Tengo que enseñarte tu pasado, tu

presente y tu futuro yo solo porque no había presupuesto para contratar a dos

espíritus más.

―Puff ―James bufó con indignación―. ¡Ya veo lo que le importo a los ancestros!

¡Qué desfachatez!, ¡pero si mi linaje es multimillonario desde 1523!

Marcus ignoró sus palabras y le agarró de la camiseta del pijama con fuerza

hasta sacarlo volando por la ventana, mientras James gritaba aterrorizado con los ojos

cerrados. Cuando volvió a abrirlos, instantes después se encontraba flotando en lo alto

del cielo nocturno junto al fantasma de Marcus que le miraba sonriente.

―¡Quiero bajar!

―Relájate, tío, Carpe Diem.

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James observó la inmensa ciudad que se extendía bajo ellos y rápidamente

supo que volaban sobre Londres, su hogar. Sin soltar su camiseta del pijama en

ningún momento, Marcus le arrastró hacia abajo a través de humaredas de

contaminación que emanaban de casas y fábricas hasta que, tras unos segundos que

se le antojaron eternos, sus pies descalzos volvieron a tocar tierra al fin.

―Joder, qué pedazo de choza, chaval ―dijo Marcus.

James abrió los ojos lentamente descubriendo una estancia que le era

sumamente familiar. En lo alto del techo abovedado colgaba una gigantesca lámpara

de araña, repleta de diminutos cristales tallados a mano que relucían coronando el

gran comedor de su añorada mansión. Vislumbró también las largas cortinas rojas que

colgaban de sofisticados ribetes dorados, el reluciente suelo de mármol gris, los

carísimos cuadros que revestían las paredes blancas… y, finalmente, la mesa principal

sobre la que reposaba la cubertería de plata y la prestigiosa vajilla de porcelana china.

―¿Qué se supone que ocurre ahora? ―preguntó James.

―Ni idea, chaval. Se me olvidó el guión en una fiesta ―Marcus se apartó las opacas

rastas grises del rostro con pesar, y caminó arrastrando sus cadenas hasta llegar a

una de las sillas de la mesa principal y sentarse.

―¿Pero qué crees que estás haciendo? ¡Levántate!, ¡vas a ensuciarla! ―James corrió

hacia el fantasma de Marcus―. ¡Esta silla vale cientos de libras!, ¡sigues siendo un

mendigo aunque estés muerto!

En ese momento, se abrieron las puertas del comedor y los padres de James

entraron en la estancia, provocando que éste se escondiese por impulso bajo la mesa.

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―¿Para qué te escondes? ¡Ellos no pueden verte ni oírte, tío! ―Marcus emitió una

carcajada sonora que sus padres parecieron ignorar―. ¿Por qué no pasamos del

Dickens este y nos vamos de marcha, colega?

James salió de su escondite y se sentó junto a Marcus, exactamente frente a

las dos sillas que ocupaban sus padres. Intentó escuchar lo que éstos decían.

―… hablaré con él, te lo prometo ―decía su madre. Llevaba el cabello rubio

perfectamente peinado en elegantes tirabuzones que descansaban sobre sus

hombros.

―¡Lo estás malcriando!

―Shh ―ella se llevó un dedo a los labios―. Ya llega.

Entonces James pudo verse a sí mismo, con apenas nueve años de edad,

entrando en el comedor a paso lento seguido por una de sus cuidadoras, la Srt. Alexa,

que portaba en las manos una bandeja repleta de comida que, instantes después,

depositó en el centro de la mesa.

―¿Tienes hambre, mi pequeña coliflor? ―preguntó su madre.

―¡No, no me apetece cenar! ―protestó el pequeño frunciendo el ceño, con las

mejillas sonrosadas, mientras se acomodaba con cierta dificultad en una silla y

colocaba adecuadamente la servilleta sobre su pecho.

―Es Navidad, tienes que comer algo ―ordenó su padre.

―¡Odio la navidad! ―chilló el niño.

El James adulto observó, por el rabillo del ojo, que Marcus parecía realmente

afectado por esa última frase que había pronunciado su versión más pequeña. De

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pronto, Marcus metió la mano en el bolsillo de la camisa del pijama de James, sacó el

pañuelo de éste, con las iniciales J.G. grabadas con hilo dorado, y se sonó la nariz.

Acto seguido, volvió a introducirlo en el bolsillo de James, estando éste tan

ensimismado con la escena que acontecía frente a él, que ni siquiera se dio cuenta de

ello.

―Esto me ha llegado al corazón, tío, gracias.

Marcus le dio una palmada en la espalda, ante lo cual James le miró con

repelús y poco después volvió a fijar la vista en sus padres.

―¡Qué novedad! ―su padre puso los ojos en blanco.

―¡Es un asco! ―remarcó propinándole una patada a la pata de la mesa―. ¡Cochina

mesa, me has hecho daño! ―levantó un dedo acusador hacia la mesa y volvió a fijar

la vista en sus padres―. ¿Veis? ¡La Navidad es un asco! Nunca adornamos la casa y

ya sé que Papá Noel son los padres, ¿por qué tenemos que celebrar esta fiesta?

Su padre emitió un bufido repleto de exasperación, mientras su madre posaba

una mano sobre el brazo de su marido intentando infundirle calma.

Marcus se puso en pie sin apartar la vista de la bandeja de canapés.

―Es hora de irnos ―dijo―. Me acaba de llegar un Wassap y dicen que tenemos que

ir ya a tu futuro o algo d’eso.

―¡Todavía no he aprendido nada! Aquí lo único que hemos visto es a un niño

incomprendido con un coeficiente por encima de la media―se quejó―. Además, ¿no

se supone que ahora debemos ir a mi presente?

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―¿Pa qué vamos a pasar por el presente? ¡Si ya sabemos que estás to pillao por mi

hermana! ―Marcus se acercó hacia él arrastrando sus cadenas―. Terminemos con

esto de una vez, esta noche hay una happy party en el cielo y no me la pienso perder.

Sin más preámbulos, volvió a tirar de James hasta que ambos estuvieron

sobrevolando nuevamente el cielo, pero en esta ocasión, no estaban sobre la ciudad

de Londres sino en Nueva York, casi a punto de rozar la Estatua de la Libertad.

―Esto no tiene sentido, ¿qué hacemos aquí?

―No sé, ¿y qué importa? ¡Carpe Diem! ―Marcus, como siempre, se encogió de

hombros―. Me dijeron que ahora verías cómo sería tu vida en el futuro si dejas de

comportarte como un niño pijo pringao.

Continuaron sobrevolando el cielo de Nueva York hasta que Marcus se

aproximó a un alto edificio de color gris claro.

―Joder, ¡nos dejan las ventanas cerradas! ¡Qué poca hospitalidad… ―musitó

mientras intentaba abrir una de ellas desde fuera, empujando hacia arriba. ―¿Y tú no

piensas ayudar a un pobre espíritu?

―Querrás decir ayudar a un pobre mendigo, pero no, no entra dentro de mis planes

―respondió James, justo cuando Marcus, cansado de varios intentos fallidos, terminó

rompiendo el cristal de la ventana con el codo. Después extendió su brazo frente a

James.

―¿Ves? Ni un rasguño, ser fantasma mola mogollón.

Cuando ambos entraron en el loft, James no supo reconocer el dormitorio

minimalista en el que se encontraban, porque nunca antes había estado allí. Se acercó

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a una de las mesitas de noche, y se sorprendió al descubrir que sobre ésta reposaba

un marco de madera con una fotografía de él junto a Kelsey; ambos sonreían.

―¿Vivo con Kelsey?, ¿ésta es nuestra casa? ―preguntó mirando con indignación a

su alrededor, le agradaba la idea de que estuviesen juntos pero, sin lugar a dudas, las

escasas dimensiones del loft eran claustrofóbicas para él. Con solo pensarlo,

empalideció.

Se escucharon unas carcajadas que provenían de otra habitación. James se

asombró al reconocer su propia risa; casi corrió por el pasillo de la casa. Le intrigaba

descubrir por qué parecía tan feliz.

―¡Eh, espera, colega! ―pidió Marcus―. ¡Claro, como tú no estás muerto, ni llevas

treinta kilos de cadenas! No te jode…

Cuando James llegó a lo que parecía ser el único comedor del humilde piso, se

quedó petrificado sobre la puerta sin atreverse siquiera a entrar en la estancia.

En la habitación no cabía ni un solo adorno más. Había un árbol de navidad

gigantesco en una esquina, junto a la televisión, repleto de figuritas y luces de todos

los colores que parpadeaban sin descanso. De los muebles de madera oscura

colgaban espumillones brillantes, calcetines de Papá Noel, bolitas relucientes… y, al

fondo, sobre el sofá, ambos reían.

Estaba sentado con actitud despreocupada mientras se comía una chocolatina

sin remordimientos, al tiempo que Kelsey se encontraba ligeramente inclinada y sus

pies descansaban sobre las piernas de él.

James se giró hacia la puerta cuando escuchó las cadenas arrastrarse a su

espalda.

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―¿Qué haces ahí parao? ―Marcus le empujó hacia la feliz pareja obligándole a

posicionarse casi frente a ellos―. No me estoy perdiendo una tarde con mis colegas

pa que estés ahí flipándolo, tío.

Desde ese nuevo ángulo, James advirtió que Kelsey aparentaba un par de

años más que en el presente, pero nada en ella había cambiado demasiado. Por el

contrario, él sí. Vestía unos pantalones vaqueros ―lo cual estaba fuera de moda, bajo

su punto de vista―, pero por suerte todavía conservaba la costumbre de llevar

camisa, a pesar de que estaba despeinado y descalzo.

―Ha sido la mejor cena de Navidad de mi vida ―dijo Kelsey.

―¿Mejor que la del año pasado en casa de mis padres?

Kelsey puso los ojos en blanco y luego rió.

―Oh sí, sin lugar a dudas ―tocó la nariz de James con la punta de su dedo índice y

luego le abrazó―. Tus padres son majos ―dijo con cierta ironía―, pero prefiero estar

a solas contigo ―le aseguró.

―De todos modos… algún día tendremos que decírselo a tus padres.

―Decirles, ¿qué exactamente…?

―Ya lo sabes ―él entrelazó sus dedos con los de ella―. Tienes que explicarles que

ya no vives en la residencia de la universidad y que nos hemos mudado juntos. Tu

madre me quiere casi más que a su propio hijo, ¿por qué no iba a parecerle una buena

idea?

Tras escuchar aquello, Marcus se llevó una mano a la boca y miró a James

dolido por las palabras que algún día éste pronunciaría en el futuro.

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―Ya te vale, ¡encima de que estoy muerto dices eso! Eres un capullo desagradecido

―dijo con los ojos enrojecidos.

―Shh, intento enterarme de cómo va a ser mi vida ―se quejó, aunque no sin cierto

arrepentimiento por Marcus mientras se acercaba más a la pareja.

Kelsey suspiró y se llevó las manos al estómago.

―Estoy llenísima, he comido demasiado.

―No cambies de tema ―le acusó James señalándola con el dedo.

―¿No podemos esperar tres años más hasta que acabemos la universidad para

decírselo?

Él pareció dudar cuando Kelsey hizo un mohín y luego comenzó a besar su

cuello, ascendiendo hacia la parte baja de la mandíbula lentamente, hasta terminar el

camino de besos en sus labios, momento en el cual James perdió el poco control que

le quedaba y cogió a Kelsey entre sus brazos, colocándola a horcajadas sobre sus

piernas sin dejar de besarla. Ella emitió un débil gemido en respuesta cuando las frías

manos de James acariciaron su espalda bajo el jersey de lana, provocándole un

escalofrío…

―¡Puaj, qué asco, tío!, ¡no puedo ver así a mi hermana! ―Marcus se interpuso entre

James y la escena que estaba aconteciendo en aquel comedor―. Qué cursis sois,

creo que hemos visto suficiente, ¡nos vamos y este cuento se ha acabado!

―¡No, espera, ahora viene lo más interesante de toda esta historia…! ―se resistió

James, pero ya era demasiado tarde. Sintió cómo Marcus le agarraba del pijama y le

arrastraba lejos de aquel idílico loft, que ahora le parecía el mejor lugar del mundo.

* * *

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Cuando James despertó, advirtió que se encontraba en casa de los Graham,

exactamente en la habitación de Kelsey, en la cama junto a ella. Intentó girarse

lentamente, para no despertarla, y la observó dormir hasta que se levantó

sobresaltada. De pronto, ladeó la cabeza para mirarle. James se sentó en la cama, sin

lograr evitar sonreírle tras recordar lo real que parecía aquel sueño… Ella sentada

sobre sus piernas y él besando cada tramo de su piel...

—Me has dejado sin mantas durante toda la noche. —Kelsey se miró a sí misma,

apenas cubierta por una fina sábana.

James supo que, pasase lo que pasase, tardaría días en borrar aquella sonrisa

de su cara después de haber soñado con su futuro los dos juntos.

—Te levantas con ganas de discutir, reconócelo.